Creo en Dios Creo en Dios,

Anuncio
“Servidores y testigos
de la Verdad”
Meditaciones 2
Creo en Dios,
Padre, Hijo
y Espíritu Santo
Catecismo de la Iglesia Católica
142-184, 198-267
Compendio 25-32, 36-49;
Meditaciones 2
Creo en Dios
Youcat 20-24, 30-39
ÍNDICE
Creo en Dios,
Padre, Hijo y Espíritu Santo
El hombre lleva el deseo de Dios
impreso en su corazón ......................................... 6
Dios sale siempre al encuentro del hombre .......... 6
La fe es la respuesta del hombre
a Dios que se revela ............................................. 7
Creemos en un único Dios, Padre,
Hijo y Espíritu Santo ............................................. 8
Para la reflexión y el diálogo, la oración y la vida . 9
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Meditaciones 2
Creo en Dios
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El hombre lleva el deseo de Dios impreso en su corazón
1,1). Y en los últimos tiempos, Dios se nos ha dado definitivamente a conocer por medio de su Hijo Jesús:
Nuestro mundo está enfrentado a múltiples retos. El hambre,
la crisis económica, las migraciones, las bajas tasas de natalidad y las rupturas familiares, las guerras y el terrorismo, los
atentados contra la vida, son solo algunos de los desafíos a
los que nuestra generación debe dar respuesta. Sin embargo,
en lo más profundo de cada uno de estos desafíos aparece
un denominador común: el olvido de Dios. Así lo ha indicado
Benedicto XVI:
“El auténtico problema en este momento actual de la
historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres
y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos
destructivos se ponen cada vez más de manifiesto” (BENEDICTO
XVI, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica [10-III-2009]).
Y sin embargo, a pesar de su olvido, el deseo de Dios
está inscrito en lo más profundo del corazón del hombre,
creado a su imagen y semejanza (cf. Génesis 1,26-27), creado
por Dios y para Dios. Y ese es precisamente el drama: que
el hombre, que ha dado la espalda a Dios, sólo puede encontrar en Él la verdad y la felicidad que anhela (cf. Catecismo
de la Iglesia Católica 27). Como dijo san Agustín: “Nos hiciste,
Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que
descanse en ti” (Confesiones I,1).
Todos los hombres, aunque no lo sepan o no lo reconozcan, han sido creados con este deseo. Por eso, cuando
el hombre no sacia su sed de felicidad mediante la fe en Dios
(cf. Youcat 22), lo hace equivocadamente, abandonando la
fuente de agua viva, en cisternas agrietadas, en ídolos que
no son capaces de retener el agua (cf. Jeremías 2,13).
Dios sale siempre al encuentro del hombre
Edita:
Arzobispado de Madrid
C/ Bailén 8. 28071 Madrid
www.misionmadrid.es
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Meditaciones 2
Dios no abandona la obra de sus manos. En su infinita
bondad y misericordia, tiende su mano al hombre para
colmar su deseo de Cristo. Como se dice en Youcat, 20:
“Dios busca de muchas maneras establecer contacto con
nosotros. En cada encuentro humano, en cada aparente
casualidad, en cada reto, en cada dolor, está escondido
un mensaje de Dios para nosotros. De manera más clara
aún nos habla cuando se dirige a nosotros en su palabra
o en la voz de la conciencia”. Además, muchas veces y de
muchos modos nos habló Dios por los profetas (cf. Hebreos
Creo en Dios
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“Dios dispuso en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar
a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los
hombres por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen
acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes
de la naturaleza divina” (Dei Verbum 2, Catecismo 51).
En Jesucristo se nos da a conocer quién es Dios y quién
es el hombre y, por tanto, la grandeza de nuestra vocación.
El don de su Espíritu nos capacita para responderle, conocerle
y amarle más allá de lo que seríamos capaces por nuestra
solas fuerzas (cf. Catecismo 52).
La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela
La Sagrada Escritura llama “obediencia de la fe” (cf.
Romanos 1,5; 16,26) a la respuesta del hombre a Dios que
se revela. Con ello se da a entender que el acto de fe supone
una adhesión total a Jesucristo, con todo el corazón, con
todas las fuerzas, con todo el ser. Creer implica abandonarse
en el amor y en el querer de Dios, así como asentir con gozo
a toda la Verdad revelada (cf. Catecismo 144, 150). La fe así
entendida nos hace pregustar la alegría del cielo; y está
llamada a crecer permanentemente a lo largo de nuestra existencia hasta que veamos a Dios cara a cara (cf. Catecismo 153-165; Compendio 28; Youcat 21).
Aunque la fe es ciertamente un acto personal, no es en
absoluto un asunto privado. La fe personal es siempre fe
eclesial, pues el “creo” de cada creyente es engendrado y
está sostenido por el “creemos” de la comunión eclesial. No
en vano es la Iglesia quien nos engendra continuamente a la
vida de Cristo y a la fe en Él. “Ella es quien la ha transmitido
a través de los siglos…, la ha protegido de falsificaciones y
la ha hecho brillar de nuevo. La fe es por ello tomar parte en
una convicción común. La fe de los otros me sostiene, así
como el fuego de mi fe enciende y conforta a otros” (Youcat
24; Catecismo 166-167).
Creemos en un único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo
El corazón de la Revelación cristiana es el Misterio del
Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, idénticas en
la única e indivisible naturaleza, distintas por sus relaciones
recíprocas: el Padre engendra al Hijo, el Hijo es engendrado
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Meditaciones 2
por el Padre, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo
(cf. Compendio 48; cf. Catecismo 249-267).
“¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público
sobre la realidad primera y esencial de la vida humana?
¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en
la mera intimidad o remitido a la penumbra? Los hombres
no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y,
entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol
de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de
nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que
disipa toda tiniebla? Por eso, es necesario que Dios vuelva
a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que
esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no
se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios.
Es menester que se profiera santamente. Es necesario
que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio
del trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que
los años traen consigo” (BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa
en la Plaza del Obradoiro [6-XI-2010]).
El Dios Uno y Trino es el origen y la meta del universo;
y principalmente del hombre. A lo largo de la Historia de la
Salvación, desde la creación hasta la plenitud de los tiempos,
Dios se ha ido dando a conocer progresivamente. Frente
a la idolatría y el politeísmo del entorno, Dios se reveló a
su pueblo Israel como el Único: “Escucha Israel, el Señor
nuestro Dios es el Único Señor” (Deuteronomio 6,4). Lo
mismo enseñó Jesús al decir que Dios “es el único Señor”
(Marcos 12,29) (cf. Compendio 37). Por fin, al enviar a su
Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más
íntimo (cf. 1Corintios 2,7-16; Efesios 3,9-12): “Dios es Amor”
(1Juan 4,8.16), Misterio de Comunión entre el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo (cf. Catecismo 214-221).
Muchas religiones conocen el trato con Dios como
“Padre”; pero Jesús nos lo ha revelado en un sentido
nuevo: Dios es Padre eterno de su Hijo Unigénito, “el
Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era
Dios” (Juan 1,1), “la Imagen de Dios invisible” (Colosenses 1,15). Por medio del Espíritu de adopción filial
que ha derramado sobre la Iglesia en Pentecostés, Jesús
nos ha hecho partícipes de su relación con el Padre, de
modo que podemos dirigirnos a Él diciendo en verdad
“Padre nuestro” (cf. Catecismo 238-242; Youcat 37) o
exclamando “Abba, Padre” (Gálatas 4,6; Romanos 8,15)
(cf. Catecismo 243-248; Youcat 38).
Muchas veces pensamos que, como es un Misterio, la
Santísima Trinidad es algo oscuro, difícil, imposible de
entender. Pero más bien hay que señalar que Misterio hace
aquí referencia, por un lado, a que no habríamos conocido
al Dios Trino si Él mismo no hubiera tomado la iniciativa de
manifestarse a los hombres; por otro a que no podremos
nunca agotar la infinita riqueza de la vida divina.
En este sentido, es necesario caer en la cuenta de que
nuestra vocación consiste en participar de la vida del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Por desproporcionado que
parezca, es posible porque Dios lo ha querido. Y si ésta
es nuestra vocación, es evidente que resulta capital profundizar en la vida trinitaria. Nada puede tener mayores consecuencias para nuestra vida. Por eso, entendemos la
urgencia de la llamada que, desde la tumba del Apóstol
Santiago, Benedicto XVI nos dirigía a los cristianos europeos:
Creo en Dios
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Para la reflexión y el diálogo
Oración personal
En silencio, recordamos cómo se ha cumplido esto
personalmente en cada uno de nosotros. Hemos sido
hechos hijos adoptivos de Dios por el Bautismo; miembros de Cristo y coherederos con Él; templo de su
Espíritu. Tomamos conciencia de lo que Dios nos ha
concedido ser, y se lo agradecemos de corazón.
Oración común
Cada uno puede compartir en el grupo su agradecimiento a Dios, y pedirle fuerza para ser testigo suyo
de modo concreto, en el día a día, en la familia y en
los círculos en los que se desarrolla su vida. Se puede
terminar con la siguiente oración:
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber
y salvación darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Que con tu único Hijo y el Espíritu Santo eres un
solo Dios, un solo Señor; no una sola Persona,
sino tres Personas en una sola naturaleza.
Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo, y también
del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción.
- ¿Qué te ha llamado la atención de este artículo del Credo?
- ¿Qué señales percibes en tu entorno de que “Dios desaparece del horizonte”? ¿Qué consecuencias concretas tiene?
- Leer el Catecismo 222-227, o el Compendio 43, y a su
luz, comentar de qué forma la fe en el Dios único tiene
consecuencias en tu vida.
De modo que, al proclamar nuestra fe en la
verdadera y eterna Divinidad, adoramos tres
Personas distintas, de única naturaleza e iguales
en su dignidad.
A quién alaban los ángeles y los arcángeles y
todos los coros celestiales, que no cesan de aclamarte con una sola voz: Santo, Santo, Santo…
(Prefacio de la Solemnidad
de la Santísima Trinidad)
Para la oración
Evangelio según San Mateo 28,16-20
Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que
Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero
algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
“Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id,
pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el final de los tiempos”.
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Meditaciones 2
Para la vida
- A la luz de lo expuesto en el Catecismo, ¿qué papel
juega en tu vida la fe en la Trinidad y qué pasos deberías
dar para que adquiriera una mayor convicción y vigor?
- Según las palabras de Benedicto XVI, ¿cómo puedes
pronunciar cada día el nombre de Dios “santamente”?
Creo en Dios
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ORACIÓN PARA LA MISIÓN MADRID
Señor Jesucristo,
Hijo de Dios vivo y Hermano de los hombres,
te alabamos y te bendecimos.
Tú eres el Principio y la Plenitud de nuestra fe.
El Padre te ha enviado para que creamos en Ti
y, creyendo, tengamos Vida eterna.
Te suplicamos, Señor, que aumentes nuestra fe:
conviértenos a Ti,
que eres la Verdad eterna e inmutable,
el Amor infinito e inagotable.
Danos gracia, fuerza y sabiduría
para confesar con los labios
y creer en el corazón que Tú eres
el Señor Resucitado de entre los muertos.
Que tu Caridad nos urja
para encender en los hombres el fuego de la fe
y servir a los más necesitados
en esta Misión Madrid que realizamos en tu nombre
a impulsos del Espíritu.
Te pedimos con sencillez y humildad de corazón:
haznos tus servidores y testigos de la Verdad;
que nuestras palabras y obras
anuncien tu salvación y den testimonio de Ti
para que el mundo crea.
Te lo pedimos por medio de Santa María de
la Almudena,
a quien nos diste por Madre al pie de la cruz
y nos guía como Estrella de la Evangelización
para sembrar en nuestros hermanos
la obediencia de la fe.
Amén.
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