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Serie Mujer y Desarrollo
18
LAS MUJERES EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE EN LOS
AÑOS NOVENTA: ELEMENTOS DE DIAGNÓSTICO
Y PROPUESTAS
Este documento fue presentado por la Unidad Mujer y Desarrollo de la Secretaría
Ejecutiva de la CEPAL, con la signatura LC/L.836(CRM.6/4), a la sexta Conferencia
Regional sobre la Integración de la Mujer en el Desarrollo Económico y Social de América
Latina y el Caribe (Mar del Plata, Argentina, 26 al 30 de septiembre de 1994).
4
ÍNDICE
Página
Resumen
.............................................................................................
5
INTRODUCCIÓN.........................................................................................
7
I. LAS MUJERES EN EL ESCENARIO REGIONAL DE LOS AÑOS
NOVENTA..........................................................................................
9
II. LA EQUIDAD DE GÉNERO EN LA PROPUESTA SOBRE
TRANSFORMACIÓN PRODUCTIVA CON EQUIDAD A TRAVÉS
DE UN ENFOQUE INTEGRADO .............................................................
15
III. SITUACIÓN Y POSICIÓN DE LAS MUJERES EN LOS AÑOS
NOVENTA: LOS TEMAS CENTRALES EN LA BÚSQUEDA
DE LA EQUIDAD .................................................................................
19
A. CONDICIONES DE VIDA DE LAS MUJERES EN LA DÉCADA DE
LOS NOVENTA .............................................................................
19
1.
2.
3.
4.
El mundo del trabajo ................................................................
La educación de las mujeres en la región.....................................
La formación de recursos humanos ...........................................
La salud de las mujeres de América Latina y el Caribe...................
19
23
27
28
B. POSICIÓN DE LAS MUJERES EN LA SOCIEDAD................................
31
1. Situación legal y jurídica de las mujeres ......................................
2. Participación de las mujeres en el poder, en las
decisiones y en la política..........................................................
3. Los derechos humanos, la paz y la violencia contra
las mujeres..............................................................................
4. Las mujeres y el medio ambiente................................................
31
35
37
IV. CONCLUSIONES Y PROPUESTAS .........................................................
39
BIBLIOGRAFÍA ...........................................................................................
41
32
Resumen
En el presente estudio, elaborado como documento de diagnóstico con ocasión de la
sexta Conferencia Regional sobre la Integración de la Mujer en el Desarrollo Económico y
Social de América Latina y el Caribe (Mar del Plata, Argentina, 1994), que sirvió a la vez
de reunión regional preparatoria de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing,
1995), se procura identificar los principales cambios que han afectado a la vida de las
mujeres en la década de 1990 desde una perspectiva amplia, que pueda contribuir a la
definición de actividades para después del año 2000.
En el período considerado, que aparece como una etapa de transición, se destacan
algunos elementos relacionados con el proceso de globalización de la economía, los
avances tecnológicos, las variaciones cada vez más acentuadas en la estructura del
mercado laboral, la pérdida de actualidad de conocimientos recientemente adquiridos y la
necesidad de una flexibilidad cada vez mayor con respecto tanto a la capacidad como a
la mentalidad individual. La complejidad de la situación se traduce en una gran variedad
de opciones. Hay un notorio desfase entre los avances en el plano del conocimiento y la
toma de conciencia, las situaciones de hecho y de derecho, el estancamiento e incluso
regresión en materia de distribución del ingreso, y la creciente inequidad.
En el documento se plantea la necesidad de concretar la voluntad política de
propiciar la equidad de género, en el marco de una transformación productiva con
equidad, mediante acciones que respondan a un enfoque integrado, se basen en
diagnósticos más precisos y permitan superar la etapa actual en que se suele actuar a
partir de promedios regionales.
Se postula la conveniencia de tomar en cuenta la equidad de género en el diseño
de políticas integrales e intersectoriales para reducir la pobreza, de tal modo que sean
realmente eficaces y contribuyan a la integración social. Asimismo, se plantea la
necesidad de complementar las actividades de integración económica con una
integración cultural, que supere la inequidad de género y suponga un reconocimiento de
la diversidad en este campo, mediante procesos de socialización dirigidos tanto a las
mujeres como a los hombres, en todos los ámbitos, y una educación no sexista desde la
infancia combinada con medidas en favor de las mujeres jóvenes y adultas y una
formación laboral para las mujeres cuyo propósito sea asegurarles la igualdad de
oportunidades. Todo esto, que no interesa solamente a las mujeres sino a toda la
sociedad, exige una mayor inversión social, especialmente en los ámbitos de la
educación, la salud y la generación de empleo productivo para las mujeres y los hombres.
También convendría adoptar políticas específicas, de la más amplia cobertura, para
abordar el problema de la violencia contra las mujeres y garantizarles el pleno ejercicio de
sus derechos ciudadanos.
8
INTRODUCCIÓN
El presente estudio se elaboró con ocasión de la sexta Conferencia Regional sobre la
Integración de la Mujer en el Desarrollo Económico y Social de América Latina y el Caribe
(Mar del Plata, Argentina, 1994) que sirvió, a la vez, de reunión regional preparatoria de
la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing, 1995). Por lo tanto, además de
contener un examen de lo sucedido desde 1991, ofrece una visión más amplia de la
situación, tomando en cuenta que el propósito de la conferencia regional era centrarse en
la definición de actividades para después del año 2000.
En este período el panorama latinoamericano y del Caribe, el contexto mundial y
las relaciones entre ambos sufrieron una profunda transformación después de la crisis de
los años ochenta, y ya a mediados de la década siguiente se abren nuevas perspectivas
para la región, y para las mujeres y para los hombres que viven en ella.
Hay algunos elementos en esta transición que se destacan con mayor claridad. El
primero de ellos se relaciona con la cambiante situación de la sociedad en su conjunto: la
globalización de la economía ya es evidente; se siguen produciendo avances tecnológicos
enormes, que obligan a una permanente actualización; varía con creciente rapidez la
estructura del mercado laboral; los conocimientos recientes pierden actualidad, y se
requiere una flexibilidad cada vez mayor con respecto tanto a la capacidad como a la
mentalidad individual.
En el ámbito político, el modelo democrático parece ser cada vez más consensual y
deseable, pero además se establece una relación diferente entre el Estado y la sociedad,
sus funciones y sus formas de organización. En este contexto la modernidad, que para la
región no es una opción, debe enfrentarse mediante el aumento de "la capacidad de
integrar dinámicamente la diversidad cultural en un orden societal compartido" (Calderón,
Hopenhayn y Ottone, 1993) y con el objeto de realzar la equidad. Para las mujeres esta
modernidad implica reducir la distancia entre la ciudadanía de derecho y su efectivo
ejercicio. Una realidad ineludible en la región en este período posterior a la crisis es el
inmenso deterioro de las condiciones de vida de las personas y el aumento de la
diferencia entre pobres y ricos que, según las cifras, afecta proporcionalmente más a las
mujeres que a los hombres.
En este marco la propuesta sobre transformación productiva con equidad —
formulada por la CEPAL, adoptada por sus países miembros y que a partir de 1991 se ha
ido complementando con otros estudios (CEPAL, 1991a y 1992a; CEPAL/OREALC,
1992)— inicia un proceso de reflexión diferente que refleja, por una parte, los grandes
cambios ocurridos en la región en los últimos años y, por otra, muestra la progresiva
aparición de un nuevo pensamiento o modalidad "en transición" de percepción de los
elementos de la sociedad. En síntesis, se afirma que la región debe crecer con equidad,
que incluye la igualdad entre mujeres y hombres (equidad de género), y que para lograrlo,
dada la heterogeneidad y complejidad de situaciones y problemas, convendría aplicar un
enfoque integrado que contemple políticas intersectoriales, de efectos múltiples y que
puedan ofrecer opciones diversificadas. Estos grandes cambios en relación con las
mujeres fueron objeto de los estudios presentados por la Secretaría con ocasión de la
cuarta Conferencia Regional, celebrada en 1988 (CEPAL, 1990).
En el presente documento, además de reconocer la heterogeneidad de las condiciones de vida de las mujeres, se hace referencia a los elementos comunes relativos a su
posición en la sociedad que son atribuibles a su género, es decir al papel que se les ha
asignado socioculturalmente y que se refleja en la relación entre mujeres y hombres.
Queda claro que, pese a la deficiencia de la información y, especialmente, al uso que se
hace de ella, el tema ha sido legitimado y los conocimientos actuales son suficientes
para adoptar políticas integrales al respecto. Para ilustrar esta situación, en el informe se
recogen los aspectos más destacados tanto de los temas originales del decenio —
educación, empleo y salud— como de los que van adquiriendo cada vez más importancia, entre otros la violencia, la participación política y la formación de recursos humanos.
Parece haberse superado una etapa fundamental: la de denuncia de la desigualdad
y la discriminación. El siglo XXI legitima, por lo menos teóricamente, la participación de
las mujeres en la sociedad con un discurso coherente, con instrumentos aprobados por la
mayoría de los países del mundo y con la presencia de numerosas mujeres, aunque la
proporción aún no sea la adecuada, en cargos directivos y provistas de los
conocimientos necesarios y muchas nuevas habilidades. Se inicia una etapa que, como
se destaca en el lema de la Conferencia Mundial, es de acción. Concretamente, de tareas
como la implementación de mandatos y recomendaciones, el ejercicio de los derechos
adquiridos, el ensayo de nuevas modalidades laborales más amplias, la concreción de
transformaciones cualitativas y un debate sobre cómo lograr un mundo más equitativo,
más justo y más compartido en el que participen mujeres y hombres.
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I. LAS MUJERES EN EL ESCENARIO REGIONAL DE LOS AÑOS NOVENTA
Casi al mediar la década de los noventa, el contexto regional, dentro del cual se debe
evaluar la situación de las mujeres, es complejo, con muchos elementos contradictorios,
pero sin la desesperanza de la década de los ochenta. En el plano político se van consolidando los procesos de democratización, se logra la solución negociada de conflictos
bélicos y es cada vez mayor la vigencia de los derechos humanos. El establecimiento —o
restablecimiento— de sistemas políticos pluralistas induce en la mayoría de los países
una creciente cultura democrática y la aparición de nuevos actores sociales que exigen
transparencia en la conducción pública, mayores espacios de participación y la incorporación de otros temas a la política. Para las mujeres de la región, en tanto ciudadanas, la
democracia les garantiza, al igual que a los hombres, sus derechos jurídicos y legales. Sin
embargo, lo aprendido a raíz de los movimientos sociales organizados por mujeres o con
su participación durante la década de los ochenta, y la importancia e impacto de los
mismos en los procesos de recuperación democrática, no se han traducido en mayores
espacios de acción o acceso a las decisiones para las mujeres. Su participación en la
gestión democrática es escasa tanto a nivel de los gobiernos como de los partidos
políticos. Un logro importante ha sido la legitimación del tema en el ámbito societal y su
incorporación a las agendas de diferentes instancias de decisión.
En el ámbito económico, ya a principios de los años noventa los países de la región
comenzaron a reorientar su estrategia de desarrollo, lo que implicó el restablecimiento de
una estricta disciplina fiscal y el control antiinflacionario, en un marco de reformas
comerciales que redujeron los niveles de protección efectiva. Se logró así elevar las tasas
de ahorro e inversión, poner en marcha un gradual proceso de transformación de los sectores productivos, y establecer compromisos más efectivos de cooperación intrarregional, que se manifiestan en diversos acuerdos formales de integración económica. Todo
ello ha conducido, en los últimos años, a una moderada recuperación económica y una
relativa estabilidad financiera.
Al analizar las tendencias que se muestran en la región, si bien parecen ser válidas
para la mayoría de los países, debe tenerse presente que se dan con grados de
intensidad muy diferentes y que las situaciones que hoy existen en América Latina y el
Caribe son notoriamente heterogéneas. Casi a mediados de la década de los noventa, se
mantiene un régimen de crecimiento moderado, con considerable estabilidad de precios,
control de las cuentas del sector público y un significativo déficit en la cuenta corriente
del balance de pagos, compensado por un importante caudal neto de ingresos de capital.
Por otra parte, continúa siendo insuficiente el dinamismo del sector exportador, pese a su
diversificación y expansión, los niveles de inversión no son lo bastante altos como para
asegurar un crecimiento sostenible a largo plazo y persiste el cúmulo de rezagos sociales.
Si bien las economías latinoamericanas están funcionando sobre nuevas bases, no
crecen a ritmos que permitan disminuir el desempleo o el subempleo. El elemento de
incertidumbre, siempre presente en la región, se agudiza por factores extraeconómicos, y
el cambiante panorama internacional genera señales contradictorias.
El dominio en lo económico de estrategias que conciben al mercado como el
principal asignador de recursos no ha traído consigo la solución de las profundas
desigualdades existentes e incluso, para una gran mayoría de mujeres, las ha acentuado;
esto se refleja principalmente en una oferta laboral discriminatoria, segmentada y cada
vez menos acorde con el mayor nivel educativo alcanzado por las mujeres. El desfase
entre las expectativas de las mujeres y sus posibilidades efectivas de empleo es
creciente y acusa una evidente discriminación de género.
El proceso de ajuste aplicado en la región fue recesivo y regresivo, lo que se
manifestó sobre todo en los salarios reales y el empleo. Es así como subsisten graves
problemas y dificultades que se expresan muy notoriamente en la persistencia de
elevados índices de pobreza, una inequitativa distribución del ingreso y, muchas veces,
un deterioro en la provisión de servicios sociales, lo que no sólo hace frágiles los
procesos democráticos en curso, sino que también pone en tela de juicio la sustentabilidad y la calidad misma de la recuperación económica lograda. Además, son pocos los
países que han podido consolidar plenamente los programas de ajuste y estabilización
emprendidos y el proceso ha sufrido muchas interrupciones.
La región ha experimentado en este período una gradual transformación de
sectores productivos. Manifestaciones de ello han sido una mayor diversificación de las
estructuras de exportación, un creciente número de empresas aptas para competir
internacionalmente, la mejoría de la capacidad empresarial
y una progresiva
flexibilización de los regímenes laborales, que intensifican la vinculación entre los salarios
del sector formal y la productividad. Sin embargo, esta transformación ha acentuado aún
más el carácter dual de las estructuras productivas, con un notable aumento del llamado
"sector informal", que se expande con rapidez, pero genera principalmente empleo de
baja productividad y aún más escasamente remunerados. Esta dualidad de la estructura
productiva ha hecho notablemente más heterogénea la situación de las mujeres. Si bien
una proporción de ellas ha logrado insertarse en las estructuras emergentes, su escasa
vinculación a las áreas de ciencia y tecnología, requisito que exigen estos sectores, y
su acceso discriminatorio al mercado del empleo, han fomentado su incorporación en
el sector informal, especialmente en los segmentos de menor productividad y peor
remuneración. Asimismo, aun cuando su ingreso al mercado de trabajo se ha dado en
muchos casos en sectores de gran dinamismo, como el de la exportación agroindustrial,
los empleos a los que han accedido han sido mayoritariamente de baja calificación y
mal pagados, con escasas posibilidades de organización o de negociar mejores
condiciones laborales.
El cambio tecnológico, esencial para mejorar la inserción internacional y la integración de la región, se vincula a la capacidad para incorporar progreso técnico e impulsar la
articulación productiva. Este proceso exige fortalecer la infraestructura tecnológica, la
base empresarial y la calidad de los recursos humanos, así como la adopción de políticas
que faciliten el aprendizaje tecnológico, la articulación productiva y el reconocimiento del
carácter sistémico de la competitividad (CEPAL, 1992a). Es en esta área donde ha
habido menos progreso con vistas a una incorporación más equitativa de las mujeres. Si
bien su número ha aumentado en las áreas de ciencia y tecnología de la educación
terciaria —de 0.37 a 0.80 respecto de los hombres entre 1970 y 1990— (Naciones
Unidas, 1992) en general en este ámbito no acceden a los empleos de mayor nivel, la
capacitación laboral es escasa o inexistente y enfrentan obstáculos culturales para ser
aceptadas. Si el progreso técnico es parte esencial de una mejor integración regional, la
ausencia de recursos humanos femeninos capacitados en estas materias aumentará la
discriminación laboral actual.
La distribución del ingreso en América Latina y el Caribe es la más inequitativa del
mundo, hecho que agudiza la fragmentación de la sociedad y es fuente de tensión
política y social (CEPAL, 1993a y 1994). En este contexto, también la situación de las
mujeres adquiere una complejidad mayor, ya que crece aún más la distancia entre una
minoría que sigue exhibiendo importantes mejoramientos y una gran mayoría cuyas
condiciones son peores que antes, a la vez que ambos grupos son objeto de
discriminación salarial en todos los niveles.
El problema de la pobreza se reitera como uno de los más candentes que la región
debe enfrentar. A comienzos de los años noventa, cerca de 200 millones de personas —
46% de la población total— no estaban en condiciones de satisfacer sus necesidades
básicas y 94 millones —22% de la población— se encontraban en situación de extrema
pobreza (CEPAL, 1994). En la región este estado de cosas perjudica, proporcionalmente
más a las mujeres, debido a su inserción inequitativa en el mercado laboral, y es
agravado por el aumento de la jefatura de hogares femenina. Este tema comienza a ser
crecientemente considerado como parte de la problemática de los derechos humanos,
entendidos como un requisito básico para lograr el desarrollo. Es evidente que para
estabilizar las democracias de la región y lograr una ciudadanía de hecho verdaderamente
universal, es indispensable avanzar hacia el pleno ejercicio de los derechos económicos y
sociales, lo que supone eliminar la pobreza y lograr la cohesión social. Las cifras
correspondientes a 1990 (CEPAL, 1992b) muestran, además, que la pobreza es hoy
predominantemente urbana en términos de los volúmenes de población afectada, lo que
conlleva la agravante del deterioro ambiental. Esto se debe a que la crisis de los años
ochenta afectó menos intensamente a la población rural, que pudo desarrollar
mecanismos de defensa del nivel de consumo básico de los hogares gracias a que las
mujeres rurales asumieron la producción de alimentos como parte de su trabajo no
remunerado.
En América Latina y el Caribe, el descenso de las tasas de fecundidad, que comenzara hace treinta años, se aceleró durante la última década en todos los grupos etarios,
hasta convertirla en la región del mundo que registra la mayor disminución de la fecundidad en ese período. Este descenso es menor en los grupos jóvenes y más acentuado en
los de más edad, lo que refleja cambios en cuanto a los embarazos de riesgo, que
disminuyen en las edades tardías y aumentan en las cohortes jóvenes. Si bien se registra
una reducción de la fecundidad adolescente, este descenso es menor que en otros
grupos de edad. La transición demográfica en la región muestra una gran heterogeneidad
entre países y entre zonas rurales y urbanas dentro de los mismos, según variables
socioeconómicas y niveles de escolaridad. Un elemento nuevo en este período es la
incorporación del tema de la facultad de las mujeres para ejercer sus derechos
reproductivos, que se reconoce al menos a nivel formal, aunque en la práctica la
satisfacción de la demanda de métodos anticonceptivos sea insuficiente en todos los
países.
En síntesis, podría decirse que en el contexto regional de los años noventa muchas
situaciones han cambiado —y siguen transformándose vertiginosamente— pero también
se modificó la perspectiva de análisis. A diferencia de la cuasi parálisis con que se
enfrentaba la crisis en los años ochenta, ahora están emergiendo importantes propuestas
que no corresponden a modelos establecidos ni a ideologías que reemplacen a las
anteriores, sino que se basan fundamentalmente en los datos de la realidad y en la
necesidad imperiosa de mejorarla mediante acciones concretas.
En cierta medida, éste es un período de mayor pragmatismo, acuciado sin duda por
el aumento de la pobreza que sufre la región y que agrava las exclusiones ya existentes,
tanto en función de la etnia como del género. También se da en un marco de mayor
integración, por lo menos a nivel conceptual, entre los ámbitos económico, social y
político. Disminuye el énfasis en lo ideológico y desaparece la fe en los "modelos" para
adoptar. Surgen crecientes consensos en torno de la democracia y sus modalidades
posibles. Se redefine el papel del Estado, existe preocupación por mejorar la gestión de
gobierno y se redimensiona la distancia entre el Estado y la sociedad, centrándose uno
de los principales ejes de acción en la construcción de la ciudadanía (Ottone, 1991)
entendida ahora como un derecho no sólo jurídico sino a una efectiva participación
social, económica, política y cultural. La idea de que es necesario combinar el
crecimiento económico con la equidad, y de hacerlo por medio de un enfoque integrado,
surge en este contexto como la opción más factible para generar y consolidar los
procesos de desarrollo.
En este marco la equidad de género debe encontrar su ámbito de desarrollo natural
para abordar los procesos de incorporación igualitaria de las mujeres a la sociedad. En
este sentido, la perspectiva de género, en torno de la cual la reflexión se inició en la
década de los setenta, pero se hizo más sistemática en los noventa, aporta al análisis de
las condiciones de vida y de la integración de las mujeres al desarrollo la idea de que
mejorar esos aspectos no es suficiente si no se evalúa la posición femenina en la sociedad, condicionada no sólo por factores socioeconómicos, sino por el papel asignado a las
mujeres en función de razones culturales, debido a su sexo. La perspectiva de género,
pese a no constituir aún una teoría acabada, emerge como una posible herramienta para
explicar los factores de discriminación y subordinación que determinan la condición de
las mujeres.
No hay duda de que lograr una inserción equitativa de las mujeres en la sociedad
sigue siendo un asunto complejo. En el tema convergen variables cuantitativas y
cualitativas, pero lo fundamental es que supone un modelo de sociedad futura que, en
estos momentos de grandes cambios, ningún grupo tiene íntegramente configurado, ni
menos, por lo tanto, los medios para llegar a concretarlo. Sin embargo, pareciera que ya
se ha superado una etapa: la de la denuncia y la legitimación de las demandas. Más aún,
existen numerosos instrumentos ya aprobados por los países para hacer efectivas las
acciones emanadas de la fase anterior. Además, pese a las muy conocidas falencias de
la información, los perfiles promedio de las mujeres de la región han sido elaborados, la
heterogeneidad de las situaciones es conocida y los desafíos aparecen claros: hay que
construir una ciudadanía plena y con equidad de género, para las mujeres, lo que incluye
la superación de la pobreza, el acceso a los niveles de decisión y la participación
equitativa en todas los ámbitos de la sociedad.
Finalmente, es necesario destacar que la carencia, en la mayoría de los países, de
políticas explícitas y continuas destinadas a las mujeres no permite evaluar las acciones
que hayan dado origen a los cambios. Además, muchas de esas transformaciones no
pueden reflejarse en cifras y los promedios regionales resultan hoy insuficientes para un
análisis más afinado, capaz de orientar políticas específicas, debido a la heterogeneidad
de situaciones en la región y dentro de los países.
En este mundo en transición, mujeres y hombres redefinen con muchas
dificultades sus papeles en la sociedad, en la familia y en la pareja, buscando ajustarse a
una realidad cambiante y con distintas exigencias. La irrupción de las mujeres en el
escenario público modificó necesariamente la configuración de lo privado, pero la
magnitud del cambio aún no es clara y persiste el desfase entre el discurso sobre esta
esfera y su realidad actual.
Lo que cada vez aparece con mayor nitidez como un consenso creciente es la
necesidad de analizar la participación de las mujeres en la sociedad en el contexto
regional y con respecto a la participación de los hombres. Ello significa que no se trata de
mejorar o promover sólo aspectos específicos, de la vida de las mujeres sino de abordarla
en lo que es el conjunto de la construcción de ciudadanía para mujeres y hombres en
América Latina y el Caribe. Este es el fundamento para lograr sociedades democráticas
incluyentes y más homogéneas, lo cual también exige entender el significado de los
cambios en las relaciones interpersonales entre mujeres y hombres. El tipo de análisis de
las situaciones regionales que comienza a hacerse, en el que se otorga gran importancia
a elementos como la democracia, los factores culturales, las dimensiones ambientales y
la participación de la sociedad en la gestión, permitirá mayores avances, ya que muestra
simultáneamente las relaciones más complejas entre los distintos aspectos que se debe
abordar y posibilita acciones de impacto múltiple.
II. LA EQUIDAD DE GÉNERO EN LA PROPUESTA SOBRE TRANSFORMACIÓN
PRODUCTIVA CON EQUIDAD A TRAVÉS DE UN ENFOQUE INTEGRADO
La crisis de los años ochenta marcó la culminación del proceso de agotamiento del
modelo de desarrollo, proceso que se había iniciado después del decenio de los sesenta.
El fin de la guerra fría y la consolidación de un paradigma económico que valora la
asignación eficiente de recursos en función de las señales del mercado dieron lugar a un
escenario mundial caracterizado, hasta cierto punto, por una menor intensidad de los
conflictos, pero que no ha sido capaz de ofrecer un creciente bienestar material para
todos. Las confrontaciones ideológicas han perdido ímpetu y existe, sin duda, un mayor
consenso en torno de la validez de las ideas democráticas y la importancia de las
libertades individuales. Junto con ello han aparecido nuevas situaciones conflictivas
originadas por tensiones étnicas, culturales y religiosas. Aun cuando hoy día existen
condiciones objetivas para mejorar el nivel de vida material de las personas, se han
acentuado fenómenos como la desintegración social, la pobreza, el desempleo crónico, la
inseguridad, el miedo y la violencia, tanto en los países industrializados como en aquellos
en desarrollo.
En este panorama de globalización, interdependencia y acelerado cambio tecnológico, se vuelve evidente que "lo social" no puede continuar siendo visto como algo ajeno y
secundario con respecto al crecimiento económico y al desarrollo científico y tecnológico.
La experiencia de América Latina y el Caribe también demuestra que un acelerado
crecimiento económico no necesariamente se traduce en un mayor nivel de bienestar
para toda la población y que, por el contrario, es frecuente que intensifique la
desigualdad y la marginación. En consecuencia, se hace imprescindible buscar respuestas
desde un enfoque que aborde de manera simultánea e integradora el esfuerzo de
desarrollo en todas sus expresiones: crecimiento, equidad, seguridad, participación, paz y
respeto a los derechos humanos.
Tal como se ha venido sosteniendo (CEPAL, 1991b y 1991c) el marco en que la
CEPAL actualmente analiza la condición de las mujeres es el de la propuesta sobre
transformación productiva con equidad; en ésta se plantea que, pese a todas las diferencias, las acciones de la región deben encuadrarse en la concertación estratégica y el
consenso, a fin de lograr un desarrollo en democracia. Es una propuesta que incorpora,
por definición, el principio del respeto a los derechos individuales, lo que obviamente
incluye los derechos de las mujeres, que van desde una participación equitativa en la
sociedad y en el poder, hasta el derecho a tener hijos o no, de acuerdo con sus propias
convicciones. La búsqueda de transformación y de equidad, que deberá comprender la
equidad entre los sexos, ofrece un amplio espacio para recoger las corrientes
innovadoras del pensamiento actual e incorporar aspectos inéditos cuyo objetivo sea
ayudar a configurar sociedades equitativas en las que estén presentes los criterios éticos.
La propuesta se complementa con otras dimensiones: el papel de las políticas sociales en
el proceso de transformación productiva con equidad; las orientaciones para introducir la
preocupación por el medio ambiente en el proceso de desarrollo, la elaboración de
contenidos para una estrategia educativa apropiada, y el papel de la integración
económica.
Hoy día no basta incorporar a las mujeres en las áreas tradicionalmente aceptadas,
como la educación, el empleo o la salud. Es necesario asegurar su integración a un
contexto caracterizado por una profunda revolución científico-tecnológica en marcha, una
progresiva globalización de los mercados y una competitividad basada cada vez más en
la incorporación y difusión del progreso técnico.
Actualmente existe consenso sobre el hecho de que una sociedad que se plantea
como objetivo la equidad, también persigue la equidad entre mujeres y hombres.
Históricamente, esta perspectiva probablemente proviene de dos vertientes simultáneas:
la modernización de las propias sociedades, especialmente a raíz de los procesos de
industrialización y urbanización que abrieron nuevos mercados de trabajo y, a la vez,
asumieron la función económica de los hogares, y de los propios movimientos
emancipatorios de las mujeres, en el marco de las luchas por la ampliación de la
ciudadanía social.
Culturalmente y en la práctica también tienen una gran influencia los cambios en el
campo de la reproducción. Ésta, al volverse opcional, abrió a las mujeres una nueva
vertiente de participación en la sociedad, ya que el tiempo invertido en la reproducción y
la crianza dejó de ocupar todo su espacio de vida. La mayor esperanza de vida, la
masificación de la educación y el reconocimiento de la ciudadanía jurídica y política,
afianzaron un proceso cuya culminación parecía ser solamente un asunto de tiempo. Al
no ocurrir así, en diferentes ámbitos comenzaron a hacerse estudios y reflexiones sobre
el tema, posibilitados por la expansión de los espacios de la democracia y también de las
expectativas. Al participar las mujeres en diferentes ámbitos societales, se dio por
sentado que participarían en las decisiones. Sin embargo, la ciudadanía jurídica de las
mujeres no las equiparó aún con los hombres en la esfera de lo público ni tampoco las
liberó de la responsabilidad primordial en cuanto al hogar y los hijos.
El reconocimiento de la discriminación contra las mujeres presente en la sociedad
se expresa ya en 1948 con la creación de un órgano específico en las Naciones Unidas
para abordar este tema y recibe un especial impulso en 1975. En aquel momento, dentro
del marco conceptual de una integración en el desarrollo, se realizan innumerables
acciones tendientes a asegurar a las mujeres esa incorporación. En los inicios, el
propósito era básicamente darles acceso a las áreas legal, educacional, laboral y de la
salud. Durante veinte años el proceso ha mostrado signos de avance, pero además ha
revelado que el tema tiene una complejidad mayor. Hay mujeres que han accedido al
desarrollo y a la equidad, otras sólo al desarrollo, pero hay muchas más aún que no han
podido integrarse ni al desarrollo ni a la equidad.
La evolución del llamado "tema de la mujer" ha registrado notables cambios de
rumbo en las últimas décadas. Actualmente se debaten las limitaciones que parece tener
la idea de "integrar a la mujer en el desarrollo", que fue su marco casi natural. Las
críticas se basan en un balance indicativo de que conceptualmente no hubo tal
integración, sino que la mayoría de las veces el tema constituía un "añadido" a las
preocupaciones centrales del desarrollo. Asimismo, se cuestionan las acciones orientadas
a "integrar" a las mujeres, ya que en muchas ocasiones contribuyeron, por el contrario, a
marginar más esta problemática y a las mismas mujeres. Sin negar que el enfoque ayudó
a hacer visibles muchos aspectos centrales de la situación de las mujeres, se señalan sus
limitaciones teóricas y prácticas: por amplio que sea el concepto de desarrollo, sus
indicadores económicos se refieren siempre a la producción de bienes y ello
necesariamente va a mantener invisible el aporte mayoritario de las mujeres, que tiene
que ver con la reproducción y con los "servicios" no remunerados que ellas prestan,
como si fuera algo natural, en el mantenimiento de la salud de la familia, el cuidado de
los demás, la alimentación, y la crianza de los hijos.
Actualmente se reconoce que en realidad las mujeres están integradas a la
sociedad y lo que se requiere es mejorar su forma de inserción. Esto implica tomar en
cuenta no solamente la posición que ocupan en la sociedad según estratos
socioeconómicos, sino además el papel social que se les asigna culturalmente por el
hecho de ser mujeres. En la actualidad, en las Naciones Unidas se acepta que no es
posible alcanzar el desarrollo en un sentido lato, es decir, más allá del crecimiento
económico, si no se mejora el status o prestigio social de las mujeres.
De estas reflexiones surge, en la década de los setenta, el llamado enfoque o
perspectiva de género, como respuesta a las interrogantes teórico-metodológicas
planteadas por las asimetrías y desigualdades entre hombres y mujeres en función de su
sexo; según algunos autores, esta nueva visión constituye la innovación epistemológica
más importante de los últimos veinte años en las ciencias sociales (Fraser, 1989).
Hasta el momento y según el estado actual del conocimiento, el enfoque de género
es un conjunto de hipótesis sostenibles, con cierto grado de coherencia, pero ni la
investigación ni la reflexión actual permiten hablar de una teoría acabada (de Barbieri,
1991). Sin embargo, como marco interpretativo de la realidad constituye un instrumento
conceptual idóneo, del que se espera que se convierta en una herramienta metodológica
y de intervención igualmente eficaz.
El género se define, entonces, como una construcción cultural, social e histórica
que, sobre la base biológica del sexo, determina normativamente lo masculino y lo
femenino en la sociedad, así como las identidades subjetivas y colectivas. Igualmente,
condiciona la existencia de una valoración social asimétrica para varones y mujeres, y la
relación de poder que entre ellos se establece. Los estudios realizados en este campo
desde la perspectiva del status o prestigio social y los análisis de las relaciones sociales,
así como la teoría de los sistemas de poder, han contribuido no sólo a generar conocimientos sobre las mujeres, sino además a vincular mejor y en forma más significativa esa
temática con aspectos más globales de la sociedad. En la actualidad, la idea de que el
desarrollo beneficia o perjudica en forma diferenciada a hombres y mujeres es mucho
mejor aceptada y más fácil de entender (Rico, 1993).
La relativamente reciente incorporación del concepto de género a la terminología
de las ciencias sociales lleva a que no sea utilizado unívocamente por las distintas
autoras y autores; la gama de significados y enfoques es amplia. En ocasiones reemplaza
a la variable sexo, en otras es sinónimo de mujer; hay quienes lo consideran un sistema
de status y prestigio social y quienes lo ven como el reflejo de jerarquías sociales
derivadas de la división social del trabajo.
Si bien no es una teoría acabada ni tampoco hay consenso en torno de ella, la
concepción de género, en tanto relacional, permite analizar la inserción de las mujeres en
la sociedad comparada con la de los hombres. Esto significa entrar a debatir qué sucede
con las relaciones entre hombres y mujeres en esta sociedad concreta y cómo se puede
lograr la equidad en esa esfera.
Supone, además, dejar atrás las generalizaciones y abordar aspectos concretos de
políticas para ver cómo inhiben y cómo promueven la equidad entre hombres y mujeres,
y no solamente para solucionar determinados problemas. Significa, en última instancia,
humanizar la política y hacerla para las personas, lo cual conlleva tomar en cuenta no
sólo los factores macroeconómicos del quehacer societal, sino también lo cotidiano y sus
interrelaciones con la vida de los individuos.
Es probable que en todas esas áreas existan procesos ya en curso y que se irán
consolidando con una mayor participación activa de las mujeres. Sin duda alguna, la
crisis de los años ochenta, y la consiguiente agudización de la pobreza en la región,
desempeñaron un papel muy adverso al desencadenar un proceso cuyas prioridades se
orientaron a otros temas. Pero también hoy día se ve con claridad que existen algunos
problemas mucho más vinculados a la relación entre hombres y mujeres, así como a la
forma en que se estructuran las relaciones de poder, que no se resolverán por sí solos, al
menos a mediano plazo.
III. SITUACIÓN Y POSICIÓN DE LAS MUJERES EN LOS AÑOS NOVENTA:
LOS TEMAS CENTRALES EN LA BÚSQUEDA DE LA EQUIDAD
Tanto en el enfoque integrado como en la perspectiva de género se plantea que los
problemas deben ser abordados en forma integral, mediante el examen de sus
interrelaciones y significados y la aplicación de acciones de múltiple impacto. Desde este
punto de vista parece difícil aislar los temas más relevantes, puesto que necesariamente
se entrecruzan y muchas veces aparecen duplicados o traslapados. Sin embargo, para
contribuir a la evaluación de la situación de las mujeres de América Latina y el Caribe en
los años noventa es necesario identificarlos, aunque sólo sea con el propósito de acotar
los espacios y destacar algunos elementos. Es evidente, por ejemplo, que para contar en
la región con recursos humanos femeninos capacitados, debe asegurarse a las mujeres
educación adecuada, formación laboral idónea, salarios equitativos, condiciones de salud
apropiadas y capacidad para participar activamente en el quehacer de la sociedad. Como
lo mismo se repite en cada ámbito, se ha optado por presentar, en forma sintética,
algunos temas considerados relevantes tanto para diagnosticar la situación real de las
mujeres de la región en los años noventa, como las condiciones para mejorarla en un
contexto en el que simultáneamente contribuyan a una transformación productiva con
equidad, incluida la equidad de género, con integración social, reducción de la pobreza y
generación de empleo productivo.
A. CONDICIONES DE VIDA DE LAS MUJERES EN LA DÉCADA DE LOS NOVENTA
1. El mundo del trabajo
Pese a que muchos aspectos relativos al trabajo remunerado y no remunerado que
realizan las mujeres se han reiterado con insistencia en los últimos años, interesa repetir
una vez más algunos de ellos en el contexto de este documento, cuyo propósito es
destacar aquellos problemas pendientes que es indispensable resolver para lograr una
transformación productiva con equidad social y de género. Tal objetivo requiere de
políticas intersectoriales, de impacto múltiple, que propicien simultáneamente el
mejoramiento de la calidad de vida de las mujeres y su fortalecimiento en tanto
ciudadanas con plena participación efectiva, mediante su incorporación a un empleo
productivo en condiciones de paridad con los hombres.
a)
Subregistro de la participación económica de las mujeres
Si bien es cierto que con el crecimiento del llamado sector informal, muchas
ocupaciones no son detectadas por las estadísticas, este fenómeno es más evidente en
el caso de las mujeres que en el de los hombres. Si se desea implementar acciones
efectivas con el fin de generar empleos para las mujeres y mejorar los existentes, más
allá de los promedios con que hoy se cuenta, especialmente para el sector urbano, es
indispensable disponer de un sistema de recopilación de información que permita diseñar
políticas específicas. Esto implica modificaciones muy concretas de los censos y
probablemente también de las encuestas de hogares, para lo cual ya existen
recomendaciones pertinentes. Asimismo, es necesario capacitar a los usuarios para que
aprovechen las posibilidades efectivas de análisis que ofrece la información disponible.
Simultáneamente, se podría avanzar en este terreno sobre la base del gran número de
estudios cualitativos parciales respecto del empleo de las mujeres realizados en la región
para los sectores urbano y rural. Los últimos trabajos sobre las mujeres productoras de
alimentos, por ejemplo, permiten ver con mayor claridad su aporte a la economía de
algunos países (IICA/FIDA/UNIFEM, 1993). Una sistematización de los estudios
existentes permitiría recoger un gran caudal de información.
b)
Participación económica de las mujeres de la región
Pese al problema del subregistro ya señalado, todos los análisis efectuados en los
últimos años muestran que el aumento de la participación de las mujeres en el trabajo
remunerado ya es una tendencia estructural que seguirá en ascenso independientemente
de las condiciones coyunturales. Esta tendencia incluso se ha acentuado en los últimos
años, especialmente en el grupo de las mujeres jóvenes y de edades intermedias. A fines
del presente siglo, en la región habrá 65 millones de mujeres en el mercado de trabajo,
cifra notoriamente mayor que los 10 millones que formaban parte de la población económicamente activa (PEA) en 1950. Se estima que la participación femenina seguirá
aumentando a razón de 3.2% anual, en tanto que la población masculina lo hará a 2.2%.
Esto significa que no sólo habrá más mujeres trabajando, sino que además variará la
proporción entre trabajadores mujeres y hombres. Actualmente las diferencias entre la
participación masculina y femenina son grandes; según cifras provenientes de encuestas
de hogares las tasas de actividad femenina en áreas urbanas fluctúan entre 34 y 50,
mientras que las masculinas van de 73 y 84. Los datos también muestran que en el
aumento de la participación económica de las mujeres no incide el hecho de que sean
casadas o solteras, aunque sí hay diferencias según grupos de edad. Podría decirse que
en este momento hay dos generaciones de mujeres en el mercado laboral, cuyos comportamientos son diferentes, y que el grupo que ahora tiene de 25 a 45 años de edad
impondrá en el futuro nuevos modelos de comportamiento laboral que ya se vislumbran.
Asimismo, se aprecia un aumento de los hogares encabezados por mujeres, que según
estimaciones ya alcanzan a entre un cuarto y un tercio del total, y que requieren de
medidas específicas de apoyo, dadas sus condiciones de mayor vulnerabilidad.
c)
Infraestructura de apoyo para las mujeres y los hombres trabajadores
Un tercer tema que es indispensable reiterar y sobre el cual también existe
suficiente información es el de las condiciones de discriminación en que las mujeres se
insertan en el mercado laboral debido, por una parte, a que se las sigue considerando las
responsables principales —y muchas veces únicas— del cuidado de los hijos y, por otra,
a la inexistencia de políticas que realmente se aboquen a la solución integral de esta
problemática. Si bien en muchos países de la región se cuenta con normativas aprobadas
en materia de guarderías infantiles y existen muchas iniciativas al respecto, la realidad es
que en 1989 sólo un 14% de los niños entre 0 y 5 años recibían educación preescolar.
Además, debe tomarse en cuenta que el papel más importante en este plano ha correspondido al sector privado, lo que incidió para que la oferta se dirigiera primordialmente a
un segmento de la población urbana capaz de financiar dichos servicios. Por otra parte,
es interesante destacar que si bien la cobertura de atención preescolar es aún
sumamente reducida, ha aumentado notablemente en los últimos diez años, si se
considera que en 1980 alcanzaba sólo a 7.8% (Schiefelbein, 1992; Schiefelbein, y otros,
1989; Schiefelbein y Peruzzi, 1991). La educación preescolar es además una de las vías
centrales para abordar la formulación de políticas integrales de múltiple impacto, ya que
entraña la posibilidad de asegurar a todas las personas la igualdad de oportunidades
desde la partida y puede contribuir a una socialización con mayor equidad entre niñas y
niños, a mejorar la inserción en el empleo de las mujeres y a atender la salud de los
menores, entre otros aspectos.
d)
Discriminación salarial
Un tema más reciente, que ha ido emergiendo de los estudios realizados en el
último período, es el de la discriminación salarial. Los ingresos de las mujeres son
habitualmente inferiores a los percibidos por los hombres, cualquiera sea su nivel
educacional y en todos los grupos ocupacionales. La desventaja relativa de las mujeres
con respecto a los hombres equivale a cuatro años de educación formal (CEPAL, 1993a).
En otros estudios (Psacharopoulus y Tzannatos, 1991) se señala que las diferencias
salariales son más altas en los países en desarrollo que en los países desarrollados y que
en los primeros existe un 66% de diferencia que sólo podría ser explicado por factores
culturales que segregan el mercado. Según un estudio más reciente en las áreas urbanas
de 13 países los ingresos de las mujeres son entre 44% y 77% menores que los de los
hombres. Si bien ya en 1958 en el Convenio 111 de la OIT se planteó que debía existir
una igual remuneración por trabajo de igual valor, la realidad es evidentemente distinta,
por lo que también en este plano se requiere de políticas de múltiple impacto, ya que la
discriminación salarial se relaciona en alto grado con las opciones ocupacionales a las
que tienen acceso las mujeres, la socialización que reciben y su capacitación laboral.
e)
Las ocupaciones laborales de las mujeres
Actualmente hay al menos tres aspectos que convergen en la definición de las
ocupaciones de las mujeres. El primero de ellos es tal vez el más dinámico y se refiere a
lo que se acepta como ocupación "apropiada" para las mujeres en una sociedad dada;
esto, a su vez, se refleja en la oferta de trabajo a la que tienen acceso las mujeres. Las
profundas modificaciones registradas en los últimos años han ido ampliando el abanico
de las ocupaciones "femeninas", pero sigue manteniéndose un amplio desfase entre las
actuales posibilidades de educación de las mujeres y las opciones ocupacionales que les
ofrece el mercado laboral y, aún más, los niveles a los que les es posible acceder.
Además, es interesante observar que este cambio también se relaciona con las ocupaciones de los hombres, que tienden a abandonar algunas áreas laborales, las que, por ende,
no se vuelven más paritarias, sino más "femeninas". A modo de ejemplo se puede
señalar lo ocurrido en un principio con el profesorado en la región, posteriormente en el
campo de la medicina y que es probable que en los próximos años suceda en el de las
ciencias económicas. Si bien en el área científico-tecnológica este fenómeno es menos
acentuado, cifras recientes de la UNESCO muestran que en la región la proporción de
estudiantes en estas especialidades era de 0.37 en 1970 y ascendió a 0.80 en los años
noventa. Esto podría indicar la existencia de un desfase temporal entre lo que ocurre en
las esferas de la educación y del trabajo, que debería seguir evolucionando con el tiempo.
El mayor problema que persiste en la región en este sentido es más bien de índole
cultural, por lo que la ampliación de la gama de posibilidades en términos de áreas
ocupacionales y de acceso a niveles más altos de decisión en los lugares de trabajo
requiere tanto sensibilizar más a los empleadores como capacitar adecuadamente a las
propias mujeres. La creciente educación y el tipo de empleos a los que las mujeres
efectivamente pueden acceder resultan cada vez más incompatibles, lo que además de
crear frustración entre ellas, para los países significa hacer un uso ineficiente de recursos
humanos calificados.
Un segundo aspecto tiene que ver con la rama de actividad en que se insertan las
mujeres. En las áreas urbanas, el sector de servicios sigue absorbiendo entre 42% y
65% de la mano de obra femenina en los años noventa. Dentro de él, el mayor número
de mujeres se ocupan como profesionales, técnicas, vendedoras y trabajadoras
domésticas. En los niveles profesionales y técnicos, ha aumentado la participación
femenina en los subsectores bancarios, de seguros y financiero, donde las mujeres
representan ahora entre 30% y 40% del total de ocupados. Sin embargo, diversos
estudios sobre el sector de servicios vuelven a constatar lo ya dicho: los mujeres no
acceden habitualmente a los niveles más altos en estos empleos y dentro de cada rama
se reproduce la división entre las ocupaciones femeninas y masculinas. Un fenómeno
relativamente nuevo, pero creciente, es el de las mujeres ejecutivas y empresarias. Si
bien aún no hay estudios cuantitativos precisos, datos de la FLACSO (Valdés y Gomariz,
1993) sobre varios países de la región señalan que las mujeres ocupan entre 15% y 20%
de los empleos en la categoría de gerentes/administradores. Asimismo, ha aumentado la
participación femenina en negocios de pequeño tamaño y en la microempresa, en la que
entre 60% y 70% de los propietarios son mujeres.
Otro aspecto que debe tomarse en cuenta es la heterogeneidad de las situaciones
socioeconómicas que viven las mujeres, lo que limita su adecuada inserción laboral.
Desde este punto de vista cabe mencionar diversas categorías de trabajadoras:
domiciliarias, por cuenta propia, domésticas, rurales —en parcelas de unidades
campesinas y de pequeños productores—, las ocupadas en actividades de
comercialización y en la agroindustria. Este conjunto de mujeres es mayoritario y,
simultáneamente, el más vulnerable desde todo punto de vista. Si bien no se puede
asumir que la totalidad se encuentre en situaciones de pobreza (se clasifica como
trabajadoras por cuenta propia, por ejemplo, a las médicas independientes), la mayoría sí
lo está, con las agravantes de que predominan los casos en que no cuentan con
sistemas previsionales, de jubilación y atención de salud, no tienen posibilidades de
organizarse para fortalecer su capacidad de negociación y perciben bajos ingresos;
pueden pertenecer a los sectores primario, secundario o terciario y muchas veces es
difícil delimitar el aporte económico de su trabajo. A partir de estudios de casos ha sido
posible conocer parcialmente la importante contribución de estas trabajadoras a la
producción de alimentos, especialmente en el Caribe y Centroamérica, a las grandes
empresas exportadoras de productos agrícolas y a las actividades comerciales en
general, pero su aporte no ha sido suficientemente cuantificado ni se ha dado la
trascendencia que merece a este sector laboral mayoritario en la región. Un caso digno
de especial preocupación es el de las mujeres migrantes, si se toma en cuenta que las
transformaciones ocurridas en la última década alteraron las pautas tradicionales de
migración femenina en la región y se incrementaron los desplazamientos temporales, los
traslados cotidianos, las contracorrientes urbano-rurales, la migración interurbana e
intrarrural, y la residencia urbana con empleo rural, condiciones que agudizan los
problemas de precariedad del empleo, bajos ingresos y ausencia de sindicalización
(Szasz, 1994).
f)
Las mujeres en las organizaciones de trabajadores
Según datos de la OIT (Ulshoefer, 1994) la tasa de sindicalización femenina no
supera el 10% y sólo 20% de las mujeres sindicalizadas ocupan algún cargo directivo.
Existe una creciente conciencia respecto de este fenómeno y se han realizado numerosos
intentos destinados a aumentar la participación de las mujeres en las organizaciones de
trabajadores, tales como la creación, en muchos casos, de comisiones especiales para
abordar esta cuestión. Sin embargo, en la práctica el problema no ha sido fácil de
solucionar. Las razones son conocidas y tienen que ver con las responsabilidades familiares de las mujeres, la incorporación del tema más a nivel de discurso que de agendas
de acción, los estilos predominantes de liderazgo y las prioridades sindicales que no
toman en cuenta las preocupaciones laborales de las mujeres, entre otros aspectos.
g)
Las normas laborales y su efectividad
Hasta 1950 los convenios de la OIT que se ocupaban del trabajo de la mujer eran
de un carácter fundamentalmente protector, mientras que en una segunda fase se
priorizó el fomento de la igualdad de oportunidades y de trato. La ratificación de los
convenios de la primera etapa por parte de los países no presentó mayores problemas,
mientras que la suscripción de los posteriores ha sido sumamente lenta, y hasta ahora,
escasa. Si bien los textos constitucionales de todos los países explicitan la igualdad de
derechos de hombres y mujeres, en la mayoría de los casos no establecen mecanismos
para la aplicación de este principio en el plano laboral; asimismo, es muy frecuente que
estas disposiciones coexisten con normas protectoras previamente acordadas.
Los temas centrales al respecto en la década de los noventa se relacionan, por una
parte con la ratificación de las normas para promover la igualdad de oportunidades y de
trato y con el establecimiento de mecanismos eficaces para darles cumplimiento. Asimismo, se hace urgente la aplicación efectiva de otros convenios y recomendaciones
especialmente los referidos a la paridad de remuneración por trabajos de igual valor
(1958), el desarrollo de los recursos humanos (1975), y la igualdad de los trabajadores
con responsabilidades familiares y medidas positivas (1981).
Un tema que debe ser reiterado en este plano es el de la protección de la maternidad y asegurar el cuidado de los niños en el caso de trabajadores —sean hombres o
mujeres— con responsabilidades familiares, para así evitar que se discrimine en contra de
las mujeres en la contratación.
Otro problema de reciente incorporación al debate es el del acoso sexual en los
lugares de trabajo, tema que ha tenido una amplia acogida en las organizaciones
laborales.
2. La educación de las mujeres en la región
Es indudable que un cambio esencial en las últimas décadas ha sido la expansión del
sistema educativo, cuya cobertura alcanzó en 1990 a 90% de los niños en promedio,
con un fuerte crecimiento a nivel de educación secundaria y superior. Durante por lo
menos cuatro décadas la educación constituyó en América Latina un cauce de movilidad
social muy importante. Este proceso de expansión no fue natural, sino el resultado de
políticas específicas, puestas en práctica a través de proyectos sociopolíticos concretos.
En él el Estado desempeñó un papel fundamental tanto para constituir el sistema de
educación formal como para ampliar su cobertura. Es así como en toda la región, en
diversos momentos históricos, se sentaron las bases de una política educativa en la que
se destacaban tres imperativos: universalizar la educación básica, por su efecto
democratizador en el sentido de la igualdad, distribuir equitativamente esa educación —
es decir, asegurar la universalización de la educación primaria antes de comenzar a
invertir en la educación secundaria— y, en tercer lugar, procurar que otros procesos
ayudaran a la expansión constante de la cobertura educacional (Solari, 1988).
Por su parte, el proceso educativo, pese a su creciente magnitud, se ha
caracterizado por las desigualdades en la participación. La principal disparidad se dio
entre las áreas urbanas y rurales, cuyas respectivas tasas variaban por un multiplicador
que iba de 1.7 hasta 6.7. Entre los grupos de edades las diferencias también eran
importantes, observándose además en las cohortes de mayor edad diferencias según el
género; así, en algunos casos el analfabetismo entre las mujeres mayores alcanzaba a
90%. Si bien en la desigualdad educativa la variable fundamental fue siempre la
socioeconómica, hay otros factores que la agravaron, como la continua pérdida de valor
que sufre la educación a medida que aumenta la proporción de los que alcanzan niveles
más altos, y la estratificación de los establecimientos educacionales, que tiende a
coincidir con la estratificación social.
Actualmente, más allá del problema de la cobertura educativa, el desafío radica en
forma de adecuar la educación a una sociedad como la que se perfila a muy corto plazo.
El cambio del paradigma productivo y la concepción globalizada del mundo exigen una
educación muy distinta de la impartida actualmente, que en lo esencial corresponde más
a las necesidades de la sociedad industrial del siglo XIX que a las que se plantean para el
siglo XXI. En la nueva educación serán fundamentales la flexibilidad, el saber hacer, la
apertura mental, la formación permanente, la autonomía y la creatividad. Esta
transformación supone una estrategia educativa inédita que, además de la reforma
educacional, contempla el consenso entre todos los actores participantes de los sectores
público y privado y una coordinación estratégica, combinada con la descentralización; en
cuanto a los contenidos, lo fundamental es asegurar el acceso universal a los códigos de
la modernidad, generar una institucionalidad educativa abierta, impulsar la creatividad y
promover la equidad de género. Para ello, la sociedad como un todo deberá asumir un
compromiso financiero y promover como un factor esencial el desarrollo de la
cooperación regional en torno de la educación (Ottone, 1991). Esto es especialmente
importante si tomamos en cuenta que durante la década de los ochenta la inversión en
educación se redujo en forma significativa, lo que ha incidido en el deterioro de la calidad
de la enseñanza impartida.
En relación con las mujeres, quedan algunas tareas pendientes que es necesario
abordar para asegurar la equidad de género. Se trata de consolidar el acceso de todas las
mujeres a la educación, revisar los contenidos de la enseñanza y ocuparse de los
procesos de socialización de los que son objeto hombres y mujeres en el sistema
educativo y que definen sus modos de inserción ciudadana.
a)
Acceso a la educación
Según todos los estudios realizados, en la actualidad las mujeres ocupan, en la
mayor parte de la región, una posición paritaria con los hombres en los niveles
educacionales básico y medio; en algunos países incluso superan las tasas masculinas de
escolarización. Este avance resulta aún más evidente al comparar mujeres y hombres
según grupos de edades. Es así que se puede decir que existe una transición
generacional, demostrada por los crecientes niveles educativos de las mujeres jóvenes.
Esta tendencia probablemente conducirá a que en algunos años más la población
femenina sea proporcionalmente más educada que la masculina. Los promedios
regionales y nacionales deben, sin embargo, analizarse más en detalle, debido a la
heterogeneidad intrarregional y dentro de los países. Persisten los problemas de acceso a
la educación en el caso de las mujeres rurales, indígenas, negras, especialmente cuando
constituyen minorías étnicas, las desarraigadas y las de mayor edad, que no tienen
posibilidades de integrarse a la educación.
En cuanto a la alfabetización, entre 1980 y 1990 el número de analfabetos
absolutos se redujo de 44.3 millones a 42.5 millones, y se alfabetizó a casi 70 millones
de personas en la región (CEPAL/OREALC, 1992). Sin embargo, las disparidades entre
los países son muy grandes y las tasas de analfabetismo fluctúan entre 1.4% y 52%; en
general, las más altas corresponden a las mujeres mayores, de estratos bajos,
especialmente en áreas urbanas marginales y rurales.
*
El analfabetismo funcional es un problema persistente y de gran magnitud en la
región, que afecta a mujeres y hombres. Se debe tanto a la inadecuación de los sistemas
*
Según la definición de la UNESCO, analfabeto funcional es aquel que no puede "emprender
aquellas actividades en que la alfabetización es necesaria para la actuación eficaz en su grupo y
comunidad y que le permiten asimismo seguir valiéndose de la lectura, la escritura y la aritmética al
servicio de su propio desarrollo y el desarrollo de la comunidad" (UNESCO, 1992).
y contenidos educativos a las diversas realidades de América Latina y el Caribe, como a
la mala calidad de la educación impartida y a las altas tasas de deserción escolar
provocadas por factores socioeconómicos y culturales. Este último problema es
especialmente grave entre los niños y niñas de áreas rurales, minorías étnicas y familias
pobres, cuya situación de pobreza dificulta el proceso de aprendizaje. Si bien son escasas
las cifras sobre analfabetismo funcional desagregadas por sexo, probablemente afecte a
una más alta proporción de mujeres y niñas, que al permanecer a cargo de las tareas del
hogar quedan aisladas de otros procesos de aprendizaje que podrían vincularlas a la vida
societal.
Las cifras indican que la atención de educación preescolar ha aumentado en la
región, si bien la cobertura continúa siendo sumamente baja, y que existe paridad
entre niños y niñas; sin embargo, la oferta está dirigida mayoritariamente a los
sectores socioeconómicos medios y altos. En cuanto a la educación primaria, como
ya se ha señalado, la tasa de escolarización es prácticamente de 90% para niñas y
niños, si bien se debe destacar que existen insuficiencias en las áreas urbanas
marginales, rurales y de asentamientos indígenas. En este nivel es importante analizar
las disparidades nacionales, ya que la matrícula de las mujeres varía entre 54% y 100%
entre países.
En la educación secundaria, las tasas promedio de escolarización fluctúan entre
60% y 75%. Las mujeres, en la mayoría de los países, muestran un nivel de matrícula
similar al de los varones, e incluso la superan en 11 países de la región. Aun en aquellas
áreas en que la cobertura es menor, la relación entre la matrícula femenina y la masculina
se mantiene, excepto en el caso de las mujeres de poblaciones indígenas y del acceso de
las mujeres en general a la educación secundaria técnica. Si bien no existe aún información suficiente, hay estudios que muestran que el rendimiento femenino es mayor que el
de los varones en este nivel de enseñanza. El problema de la educación secundaria en la
región, como se ha señalado reiteradamente, radica en su obsolescencia curricular y su
aparente agotamiento como canal de movilidad social.
En la región la educación superior ha experimentado una rápida expansión en las
últimas décadas y la incorporación de las mujeres a este nivel ha ido en aumento, hasta
superar, según algunos estudios, las tasas promedio de participación masculina con un
coeficiente de 1.06 (Naciones Unidas, 1992). Esta relación varía, según los países,
desde 50 mujeres por cada 100 varones, hasta 200 mujeres por 100 varones. También
se observan diferencias determinadas por las áreas a las que se incorporan las mujeres,
con tasas que varían entre 80 mujeres por cada 100 varones en las ramas de ciencia y
tecnología, hasta 297 mujeres por cada 100 hombres en las de derecho y
administración.
b)
Contenidos de la educación
Además de los problemas estructurales ya señalados y que subrayan la urgente
necesidad de transformar el sistema educativo en su conjunto para adecuarlo a la
realidad actual de los países, especialmente en términos de su funcionalidad respecto del
empleo y la ciudadanía efectiva, persiste otro escollo: el de la trasmisión de contenidos
estereotipados, tanto a las mujeres como a los hombres, en relación con el papel que
deberán cumplir posteriormente en la sociedad. Si bien la realidad corrobora
irrefutablemente la creciente incorporación de las mujeres a la educación superior y al
mercado laboral, los contenidos educativos y la orientación vocacional entregados a los
jóvenes de ambos sexos no reflejan esa realidad, lo que les hace difícil asumir
expectativas mejor fundadas acerca de los papeles que deberán cumplir en el futuro,
tanto en el mundo laboral como en el familiar y en sus relaciones interpersonales. Si bien
en algunos países se han hecho importantes esfuerzos por superar este problema, no son
aún suficientes ni tienen la cobertura necesaria para preparar a las generaciones futuras
con vistas a su desempeño efectivo. Esta tarea debe acometerse en todos los niveles
educativos, y especialmente en el área técnico-profesional, donde la participación de las
mujeres es menor.
En el plano de la transformación de los contenidos educativos, otro tema esencial
en América Latina y el Caribe es el desafío de modernizar la educación sin destruir la
diversidad cultural, que es una gran riqueza de la región. Este aspecto es de fundamental
importancia para los grupos étnicos minoritarios, que requieren de educación bilingüe,
pero también de la incorporación de su propia cultura y tradición en los contenidos
curriculares. La reforma de la educación debe superar la ambivalencia que existe en la
mayoría de los sistemas educativos respecto de la preservación de las identidades
culturales y la búsqueda de la modernidad.
c)
La socialización de mujeres y hombres mediante la educación
A los problemas señalados con respecto a los contenidos de la educación formal
en América Latina y el Caribe, se agrega el hecho de que el proceso de socialización del
que son objeto niños y niñas, jóvenes y muchachas dentro del sistema escolar, llevado a
cabo por intermedio de los docentes, refuerza los estereotipos de los contenidos
educativos explícitos. Es indispensable capacitar al profesorado para que imparta una
orientación que amplíe las opciones vocacionales de las mujeres y prepare a mujeres y
hombres para compartir los diversos espacios societales, tanto privados como públicos,
incluidos los de adopción de decisiones. Esto es fundamental para eliminar la
discriminación de género e impulsar una mayor comprensión entre los sexos para un
mejor desarrollo de ambos.
3. La formación de recursos humanos
La formación de recursos humanos constituye uno de los ejes de la transformación
productiva con equidad dentro del enfoque integrado. Se considera la educación y la
capacitación de recursos humanos como una inversión que permite complementar el
crecimiento económico y el desarrollo social. Los desafíos de lograr una transformación
estructural, aumentar la eficiencia en el uso de los recursos y expandir y optimizar la
participación en el comercio internacional, exigen cambios en los sectores productivos,
elevación de la competitividad y mejoramiento de los recursos tecnológicos, pero fundamentalmente una mano de obra capaz de satisfacer las condiciones que impone un
mercado laboral transformado y que seguirán evolucionando con creciente velocidad.
En el marco de un enfoque integrado, la formación de recursos humanos para la
sociedad actual requiere de un esfuerzo sistémico en tres sentidos: una educación de
calidad, que asegure la igualdad de oportunidades desde la partida, una capacitación
laboral acorde con las exigencias del mercado laboral y una formación ciudadana que
permita niveles de organización, negociación y concertación adecuados a las nuevas
modalidades de empleo. Si bien en esta perspectiva las insuficiencias del actual proceso
de formación de recursos humanos tanto masculinos como femeninos son evidentes, es
precisamente en este campo donde tal vez se manifiesta con mayor fuerza la discriminación de género.
En efecto, además de las limitaciones señaladas en materia de empleo y
educación, es necesario destacar un aspecto que se vincula a ambos y crea obstáculos
que se conjugan para impedir a las mujeres un acceso equitativo a la formación,
especialmente en una sociedad en proceso de cambio. A los problemas emanados de la
educación formal, de sus contenidos y de la modalidad de socialización que conlleva,
habría que agregar el de la socialización a que son sometidos mujeres y hombres en la
familia y en la sociedad, y que influye en su percepción de las opciones posibles. Sin
embargo, la internalización de estas limitaciones tiene, en última instancia, una validación
objetiva, dado que la oferta de empleo productivo para las mujeres es limitada y dentro
de una estrecha gama de actividades. Ello se debe a que la forma en que los
empleadores perciben las habilidades de las mujeres se funda en el mismo modelo
discriminatorio de socialización y genera un círculo vicioso alimentado por la
autodiscriminación de las mujeres en cuanto a sus opciones laborales y la ausencia de
una oferta de formación laboral y empleo productivo para ellas.
En América Latina y el Caribe el espectro de la educación a la que acceden las
mujeres está ampliándose notoriamente. Sin embargo, el proceso es lento y si no se
toman medidas explícitas seguirá produciéndose un desfase entre la capacitación de las
mujeres y los vertiginosos cambios de la estructura del mercado laboral. La ausencia de
formación que posibilita la inserción de las mujeres en empleos más productivos, mejor
remunerados y con mayores requisitos tecnológicos, perpetúa la discriminación en este
ámbito.
Reiteradamente se ha señalado que el problema vinculado a este tema es que se
mantiene a las mujeres en áreas tradicionales, al orientarlas a actividades percibidas
como continuación de sus tareas del hogar o bien aceptadas como femeninas. En el
contexto de los desafíos que enfrenta la región actualmente, este enfoque debe ser
redefinido: el punto central no es si las actividades tienen una mayor o menor
connotación tradicional o moderna, sino que la inserción de las mujeres en áreas peor
remuneradas, reproduce o agudiza la pobreza; vuelve ineficiente el uso de los recursos
humanos disponibles, que son un elemento esencial para el crecimiento con equidad;
impide a las mujeres acceder a una formación ciudadana con capacidad de gestión y
negociación en el mundo laboral; y provoca una pérdida de prestigio de los segmentos
ocupacionales a los que se integran, lo que refuerza el proceso generador de
discriminación e ineficiencia.
Una formación de recursos humanos con equidad de género requiere por lo tanto
de una política clara que incluya el entrenamiento y reentrenamiento laboral de las
mujeres, pero que además induzca a la sociedad en su conjunto a tomar conciencia de la
necesidad de utilizar eficientemente todos los recursos humanos de los respectivos
países, para lo cual es indispensable la equidad entre mujeres y hombres. En este
sentido, se deben ejecutar acciones concretas dirigidas tanto al sector público como al
privado, para estimular y fomentar cambios que permitan la formación de recursos
humanos femeninos en condiciones de igualdad con los hombres y posibiliten su
inserción en los sectores productivos, que están evolucionando a gran velocidad, lo cual
exige tomar especialmente en cuenta la creciente incorporación de tecnología.
4. La salud de las mujeres de América Latina y el Caribe
La salud de las mujeres y los hombres está condicionada por la situación
socioeconómica, los factores biológicos y otros aspectos vinculados al género, es decir,
a la posición y el papel que se les asigna culturalmente en la sociedad. Un primer
problema en este campo que enfrentan mujeres y hombres en la región se refiere al
acceso y la cobertura de los servicios de salud. En este sentido, es necesario destacar
que la crisis económica de la década de los ochenta acarreó importantes reducciones del
gasto en salud, por lo que uno de los grandes esfuerzos que debe realizar la región en la
década de los noventa es aumentar la inversión en este sector, como parte del proceso
destinado a asegurar la equidad a todas las personas.
a)
Cambios en el concepto de la salud de las mujeres
Actualmente se reconoce que para lograr la equidad en materia de salud, además
de los factores socioeconómicos y las diferencias fisiológicas entre hombres y mujeres,
deben considerarse aspectos relativos a las diferencias de género (Gómez, 1994). Esto
se basa en el hecho de que las mujeres, debido a su posición en la sociedad, se exponen
a riesgos distintos de los que enfrentan los hombres, difieren en sus modos de
supervivencia y también en sus formas de acceso y control de recursos. Para establecer
la equidad, se deben reconocer esas diferencias y abordarlas con políticas concretas.
Tradicionalmente, la atención de la salud de las mujeres se concebía en el
entendido de que constituían un grupo vulnerable y su aspecto central era el relacionado
con la salud reproductiva. Esta idea, por una parte, las convertía en un objeto pasivo de
las políticas al respecto y, por la otra, centraba su problemática de salud en el rol
materno. Actualmente, la atención de la salud de las mujeres se plantea como parte del
ejercicio de sus derechos, con un enfoque integral que incluye el control de la propia
fecundidad, sus opciones ante la maternidad y el reconocimiento de que existen
problemas específicos de salud en todos sus ciclos de vida.
b)
Problemas específicos de salud de las mujeres
En primer lugar, cabe destacar que las mujeres viven más años que los hombres,
pero ello no implica necesariamente que gocen de mejores condiciones de salud durante
su vida. Las inequidades de género en este campo tienen relación con enfermedades y
muertes evitables, con la atención diferenciada que se otorga a niñas y a niños, con el
menor énfasis en la investigación de las enfermedades femeninas y con una muy tardía
preocupación por la mujer en su condición de persona integral.
Por ejemplo, diversos estudios señalan que en el tramo de edad de 1 a 4 años, se
observa una mortalidad mayor de niñas que de niños, atribuible a que las primeras sufren
de deficiencias nutricionales más graves y a que se demora más en requerir atención
médica cuando se enferman. Durante la adolescencia, las jóvenes suelen ser afectadas
por deficiencias nutricionales más agudas que los jóvenes, muchas veces debido a la
falta del suplemento de hierro que requieren al iniciarse la menstruación. Asimismo, a
causa del proceso de socialización de que son objeto, las jóvenes tienden a presentar
cuadros de anorexia, bulimia e intentos de suicidio con mayor frecuencia que los
varones. Los jóvenes, por su parte, propenden a estar más expuestos a riesgos de
accidentes, homicidios, suicidios, intervenciones legales y guerras.
En la edad adulta, las mujeres sufren de secuelas más graves por enfermedades de
trasmisión sexual que los hombres; además, reciben una atención mínima, debido a que
estas afecciones se consideran usualmente asociadas al ejercicio de la prostitución. El
SIDA, que en sus inicios fue más frecuente en los hombres que en las mujeres, crece
entre estas últimas a tasas que en algunos casos son superiores a las masculinas. En las
mujeres se presentan con mayor frecuencia tumores malignos, especialmente uterinos —
en países subdesarrollados y estratos socioeconómicos bajos— y cáncer a la mama —en
países más desarrollados y estratos superiores.
Los problemas derivados de la menopausia en las mujeres mayores se empezaron a
investigar muy recientemente y sus tratamientos aún tienen riesgos desconocidos. En
general, las afecciones de las mujeres mayores suelen deberse a problemas de salud insuficientemente tratados durante ciclos de vida previos, como las deficiencias nutricionales, el desgaste producido por la maternidad, la falta de atención y la pobreza.
En relación con la salud mental, las mujeres suelen presentar con mayor frecuencia
cuadros de depresión clínica, que se relacionan con su asocialización y también con
cambios hormonales. La salud ocupacional de las mujeres es un campo aún muy reciente
de investigación y, en general, atrae escaso interés.
Tal vez el tema en que se han producido mayores cambios sea el de la salud
reproductiva de las mujeres. La declaración de la Organización Mundial de la Salud en la
cual se señala que el hecho de que las mujeres puedan controlar su propia fecundidad es
probablemente uno de los acontecimientos más importantes en su historia (OMS, 1980),
como asimismo la afirmación contenida en las Estrategias de Nairobi en el sentido de que
la posibilidad de que la mujer controle su propia fecundidad constituye una base
importante para el ejercicio de otros derechos (Naciones Unidas, 1985), permiten
sostener que en la actualidad, al menos formalmente, se reconoce a las mujeres el
derecho a regular su propia fecundidad.
De esta manera, se ha pasado de una situación en que la fecundidad de las
mujeres se controlaba en nombre de un "interés superior", sin darles mayor injerencia en
las decisiones al respecto, a una en que se les otorga libertad, al menos en términos
formales, pero también se les impone la responsabilidad prácticamente total de la
reproducción de las nuevas generaciones (OPS, 1990). Por otra parte, el embarazo se ha
ido concentrando en forma creciente en los tramos de edades centrales, pero los grupos
de riesgo aún son significativos, con un marcado aumento entre las adolescentes y una
reducción en el grupo de fecundidad tardía (CEPAL, 1993b).
En general, pareciera que emergen nuevas dimensiones de la reproducción, relacionadas con el derecho de las personas, especialmente de las mujeres, a la libre opción de
una separación consciente entre la sexualidad y la procreación (en el caso de las
mujeres, puesto que en el de los hombres ya existía) y la búsqueda de métodos más
efectivos para regular la fecundidad.
El uso de anticonceptivos en la región muestra grandes variaciones entre países,
derivadas de factores tales como estrato socioeconómico, nivel educativo, edad, grado
de desarrollo del país, y política de salud predominante. Los métodos anticonceptivos
que se utilizan actualmente son la esterilización, la administración de medicamentos, la
colocación de dispositivos intrauterinos (DIU), los implantes, el uso del condón y los
métodos vaginales. Los sistemas tradicionales más conocidos estadísticamente son el del
ritmo y el del retiro. Es evidente que de estos métodos sólo el del retiro y el uso del
condón hacen que la responsabilidad de la procreación recaiga principalmente en el
hombre, mientras que todos los demás dependen de las mujeres. Otra forma de regular la
fecundidad que persiste en la región es el aborto provocado.
De todos estos sistemas, el más utilizado en América Latina durante la última
década, y también en las demás regiones en desarrollo, ha sido la esterilización de las
mujeres. La esterilización masculina, aunque comenzó a tener alguna incidencia estadística, aún representa menos de 1%.
Pese a que la anticoncepción se ha abordado en la región en forma muy heterogénea, con contradicciones y por intermedio de actores diferentes, lo que hace que la
información disponible sea fragmentaria, es indudable que existe una inmensa demanda
de métodos anticonceptivos insatisfecha y muy explícita. El acceso a ellos es, en la
práctica, imposible para una gran mayoría de las mujeres, debido a problemas de información y al costo de los métodos modernos.
Entre los problemas de salud de las mujeres el aborto es especialmente
preocupante por su alta incidencia, así como por los daños físicos y psicológicos, e
incluso las muertes de muchas mujeres, que acarrea, especialmente en el caso de las
más pobres, ya que, por tratarse de una práctica ilegal, deben someterse a él en
condiciones muy precarias. El aborto provocado es uno de los temas más ignorados y
también el que suscita reacciones más ambivalentes. Actualmente, sólo existen
estadísticas oficiales sobre aborto legal y no se cuenta con datos fiables sobre aborto
ilegal. En la región, Cuba es el único país en que los abortos se realizan dentro del marco
de los servicios de salud oficiales.
Es evidente la insuficiencia de la legislación respecto de este tema, que es
esencial para preservar la salud física y mental de las mujeres. Esta situación se ve
reflejada, de alguna manera, en varios fenómenos conexos: las cifras de mortalidad
materna, el hecho de que la magnitud de los abortos sea superior a las estimaciones,
ya que se ocultan los abortos ilegales y se declaran como espontáneos los provocados,
aparte de toda una problemática asociada a la situación socioeconómica de las
mujeres.
El tema de la salud de las mujeres se ha vuelto más complejo y tanto los cambios
demográficos como el reconocimiento del derecho de las mujeres a controlar su propia
fecundidad tienen efectos importantes que es necesario considerar en futuras acciones.
En la región ya existen iniciativas innovadoras al respecto, surgidas de movimientos de
mujeres que buscan influir en la definición de políticas de salud para que éstas respondan
efectivamente a sus necesidades.
B. POSICIÓN DE LAS MUJERES EN LA SOCIEDAD
1. Situación legal y jurídica de las mujeres
La preocupación de las Naciones Unidas por reconocer la igualdad de derechos de
hombres y mujeres se manifiesta ya en la Carta de las Naciones Unidas, donde se
reafirma "la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la
persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres", así como en la
Declaración Universal de Derechos Humanos, al consignar que "toda persona tiene todos
los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza,
color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o
social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición".
A partir de estos dos instrumentos, se aprobaron sucesivas resoluciones
específicamente orientadas a las mujeres, por estimarse que todas las formas de
discriminación contra ellas constituían violaciones de derechos humanos esenciales. Fue
así que progresivamente se les reconocieron a las mujeres sus derechos políticos, civiles,
laborales, educacionales, al sufragio, a ser elegidas, a tener cargos públicos, al trabajo y
al trato igualitario en el salario, y a la protección de la maternidad; a las mujeres casadas,
el derecho a conservar, adquirir o cambiar de nacionalidad, a administrar sus bienes y a
ejercer profesión independiente, entre otros. Si bien estas resoluciones no obligaban
jurídicamente a los estados, expresaban la voluntad política de sus gobiernos y tuvieron
una gravitación trascendental en las medidas adoptadas posteriormente.
En 1967 se proclamó el conjunto de estos derechos en la Asamblea General, bajo
la forma de una Declaración sobre la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer
(Resolución 2263(XXII)), lo que dio origen a una general tendencia de los estados a
cumplir los principios enunciados en ella. En esta primera etapa, la preocupación se
centró prioritariamente en una perspectiva humanitaria, social y cultural, para lograr el
reconocimiento de los derechos de las mujeres en las legislaciones nacionales.
Sin embargo, fue recién en la década de los setenta que el tema de los derechos
de las mujeres adquirió una dinámica nueva, al plantearse su integración al desarrollo, a
las luchas por la paz y a la cooperación a nivel internacional. Estos cambios comenzaron
a reflejarse más explícitamente a partir de 1975, el Año Internacional de la Mujer (Resolución 3010(XXVII)) de la Asamblea General, la formulación de un Plan de acción mundial
para la consecución de los objetivos del Año Internacional de la Mujer, y la proclamación
del Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer (Resolución 3520(XXX)). En diciembre
de 1979, la Asamblea General aprobó la Convención sobre la eliminación de todas las
formas de discriminación contra la mujer, que se abrió a la firma de los Estados
Miembros el 1º de marzo de 1980.
En la Convención, que comprende 30 artículos, se desarrollaron más ampliamente
los principios de la Declaración aprobada en 1967, con la diferencia de que constituye un
texto jurídicamente obligatorio sobre derechos aceptados universalmente y propone
medidas concretas para lograr que se otorgue un tratamiento justo a las mujeres y se
ponga así término a la discriminación contra ellas en todas las esferas de la sociedad.
La naturaleza jurídica de la Convención hace que para los Estados que la ratifiquen
entrañe el compromiso de asumir, en sus leyes internas, las directrices que en ella se
formulan y de informar a un Comité, que la misma Convención establece, sobre los
progresos en su aplicación a nivel nacional. La Convención, en esencia, "se hace eco de
la profunda exclusión y restricción que ha sufrido la mujer solamente por razón de su
sexo" y pide que se reconozca su igualdad de derechos en todas las esferas del quehacer
social. Aborda temas como el derecho de las mujeres a una participación activa y plena
en la vida política y pública, la responsabilidad común de hombres y mujeres en cuanto a
la libre decisión sobre el número y espaciamiento de sus hijos, así como el del acceso a
la información que permita ejercer esos derechos. Para el logro de tales objetivos, la
Convención propone tres tipos de acciones: la promulgación de leyes nacionales destinadas a erradicar la discriminación, la puesta en práctica de medidas temporales para
acelerar la igualdad de facto entre el hombre y la mujer (que actualmente suelen llamarse
medidas de discriminación positiva), y la dictación de disposiciones orientadas a
modificar patrones socioculturales que perpetúan la discriminación (Naciones Unidas,
1979).
La Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la
mujer ha sido ratificada por todos los países de América Latina y el Caribe, con una sola
excepción.
Durante el mismo período, se realizaron otras acciones tendientes en eliminar los
obstáculos para la promoción de la mujer, como la Conferencia Mundial del Decenio de
las Naciones Unidas para la Mujer, de 1980, en la que se aprobó un Programa de Acción
para la Segunda Mitad del Decenio (Resolución 35/136 de la Asamblea General) y la
Conferencia Mundial para el Examen y la Evaluación de los Logros del Decenio de las
Naciones Unidas para la Mujer, de 1985, durante la cual se aprobaron las Estrategias de
Nairobi orientadas hacia el futuro para el adelanto de la mujer (Resolución 40/108).
A nivel regional, se han celebrado cinco conferencias sobre la integración de la
mujer en el desarrollo económico y social de América Latina y el Caribe, que se
mantienen como un órgano permanente de los países miembros de la CEPAL y han
elaborado cada tres años, a partir de 1977, recomendaciones sobre la aplicación de
medidas destinadas a mejorar la situación de la mujer.
Estas resoluciones y recomendaciones, además de las emanadas del Consejo
Económico y Social (ECOSOC) y de las Convenciones aprobadas por la OIT, han configurado un marco internacional y regional coherente y completo, pero que aún no se ha
plasmado totalmente en la realidad. Podría decirse que, en el momento actual, los
instrumentos serían los apropiados para asegurar la igualdad de las mujeres, siempre que
las legislaciones nacionales se adecuaran a ellos y se diseñaran mecanismos para
ponerlos en práctica y evaluar su cumplimiento. Esta etapa es aún muy incipiente en la
región, lo que ha dado origen a la a veces llamada "brecha" entre la igualdad de derecho
y de hecho de las mujeres; es hacia la eliminación de ese desfase que deberían dedicarse
todos los esfuerzos durante el próximo período.
Finalmente, al consolidarse nuevos espacios democráticos, surgen preocupaciones
inéditas que, a su vez, requieren de acciones para hacerles frente, entre las cuales las
más importantes son, sin duda, las encaminadas a la eliminación de la violencia contra la
mujer y la adopción de medidas de discriminación positiva que aseguren su efectiva
igualdad de oportunidades y su acceso a los niveles de decisión en las sociedades
actuales.
2. Participación de las mujeres en el poder,
en las decisiones y en la política
El proceso de la consolidación de la democracia en América Latina y el Caribe tiene
profundas vinculaciones con la implantación de una nueva estrategia de inversión
internacional, la respuesta a las aspiraciones de la población y las transformaciones
institucionales, particularmente a nivel del funcionamiento del Estado. Para lograrlo se
requiere, entre otras cosas, facilitar canales de expresión y participación a todos los
actores sociales, cuyas necesidades y demandas son diferentes, para generar una
ciudadanía efectiva que sea capaz de crear espacios comunes de acción. Para superar
este desafío es esencial fortalecer los mecanismos formales de la democracia, los
partidos políticos y los poderes legislativo y judicial, como asimismo fomentar otras
organizaciones de la sociedad que permitan a todos los grupos la expresión de sus
intereses y sean vehículos potenciales de acción (Ottone, 1991).
En este marco, el acceso de las mujeres en los niveles de decisión, al ejercicio
del poder, y a la participación política en general, son temas que han ido adquiriendo
cada vez una mayor preeminencia en el debate sobre la inserción de las mujeres en la
sociedad. Por una parte, las acciones en este campo son, sin duda, la continuación de
las luchas sufragistas por alcanzar el derecho a voto y los derechos civiles, pero van
mucho más allá, porque ahora se entiende que la satisfacción de intereses económicos,
sociales y culturales sólo se logrará mediante una ciudadanía plena y activa en el mundo
público.
Históricamente, cuando se hablaba de la participación política de las mujeres, el
marco de referencia común era el de la reivindicación de derechos ciudadanos: a votar, a
ser elegidas para puestos políticos, facultades jurídicas y sociales propias de la ciudadanía. Estas reivindicaciones eran planteadas principalmente por grupos de mujeres vinculadas a los partidos políticos. La urbanización y la modernización hacen asumir a las
mujeres funciones diferentes, que las integran a un quehacer distinto y, a la vez, les van
mostrando otras dimensiones de la exclusión a la que se las somete, en un escenario en
el que se vuelven a debatir y se amplían los conceptos de ciudadanía.
La idea de la modernidad, especialmente a partir de la segunda guerra mundial,
incorpora además la noción de desarrollo y la ideología desarrollista y fue en torno de esa
opción que se estructuraron las diferentes entidades sociales. Durante ese período se
resaltó la importancia de la noción de modernidad como vínculo con el contexto internacional, pero fue también el inicio de una búsqueda de la identidad latinoamericana,
relacionada especialmente con el surgimiento de los sectores medios, la intelectualidad
universitaria y los movimientos obreros, proceso sin duda atribuible a la urbanización
(Faletto, 1987a). Esos espacios despertaron nuevas expectativas de participación entre
las mujeres.
A partir de estudios realizados por el movimiento feminista, se comienza a señalar
los problemas relacionados con la distribución del poder en la sociedad y a cuestionar la
participación en la estructura de poder vigente que, por su propia esencia, no permitiría
modificar las relaciones de poder entre mujeres y hombres en la sociedad. Durante ese
período lo que más se enfatiza es la necesidad de cambiar dicha estructura.
Finalmente, en la década recién pasada se podría señalar que existen tres
categorías principales de grupos de mujeres organizadas: los movimientos en torno de los
derechos humanos (Madres de la Plaza de Mayo, Confederación de Viudas de
Guatemala, las Marías, las Bartolinas Sisa), las organizaciones de mujeres de sectores
populares y los grupos feministas.
Actualmente, el tema se ha tornado aún más complejo y los límites entre los
diversos planteamientos ya no están tan claramente demarcados. El interés prioritario
que demuestra ir adquiriendo el tema permite incluso avanzar aún más y suponer que es
ese ejercicio pleno de la ciudadanía, acompañado de la participación en la actividad
política y sus decisiones, lo que posibilitará con mayor facilidad el logro de los otros
objetivos de las mujeres. Indica, además, que existe una creciente preocupación al
respecto, porque si bien ya en 1946 la Asamblea General aprobó una resolución en la
que se recomendaba a los Estados Miembros garantizar a las mujeres iguales derechos
políticos que a los hombres, es precisamente en esta área donde el progreso hacia la
paridad ha sido más lento.
Según datos correspondientes a junio de 1993, en la región las mujeres ocupan
7.6% del total de los escaños parlamentarios; en el poder judicial, se ha nombrado a seis
mujeres magistradas de cortes constitucionales o supremas de justicia, mientras que en
las cortes de apelaciones su proporción fluctúa entre 9% y 30.7%.
Más allá de las cifras, el debate sobre la habilitación de las mujeres para el poder o
empowerment, que, es el término más corrientemente usado, ha adquirido en los últimos
años dimensiones más complejas, debido tanto al aumento de la participación femenina
en los movimientos sociales durante la década de los ochenta, como a la transformación
de los enfoques con que actualmente se aborda el tema del poder; éste se estudia ahora
más como un concepto relacional: en qué forma se ejerce y cuáles son las relaciones que
es posible establecer frente a él, en el entendido de que el poder y la libertad coexisten
(De Riz, 1994).
En este momento se podría decir que las demandas de grupos de mujeres de que
se ponga fin a la subordinación en las relaciones de poder no se agota con el aumento de
la participación en el sistema político institucional, sino que esa participación se
considera como parte de la conquista de la ciudadanía, que, si bien es un derecho formal,
abre la posibilidad de articular las demandas en el terreno de la vida pública.
Actualmente, otras de las principales preocupaciones se refieren a la necesidad de
incrementar la participación de las mujeres en las instituciones del Estado y de incorporar
el tema a nivel del aparato de gobierno. En este sentido, en varios países se han estado
poniendo en práctica las llamadas acciones de discriminación positiva, a veces a partir de
planes de igualdad más amplios y en otros casos a través de medidas específicas en
materia de participación. Su finalidad es lograr una paridad representativa de mujeres y
hombres en los cargos con facultad de decisión. La realización de estas acciones ha sido
objeto de largos debates, pero en la región es aún prematuro pretender evaluarlas.
El avance en este campo también se ha expresado en la creación de ministerios,
oficinas, secretarías o subsecretarías especiales encargadas de ocuparse del tema. Si
bien estas instancias han sido establecidas prácticamente en todos los países, no
siempre queda asegurada su continuidad, los recursos para su financiamiento ni la
definición adecuada de sus tareas y niveles políticos de acción para permitirles un
desempeño eficiente.
Se hace necesario asimismo ampliar y fortalecer las organizaciones locales
mediante procesos de descentralización, tanto en materia de adopción de decisiones
como para la ejecución de acciones concretas. Tomando en cuenta el papel de los
movimientos sociales de mujeres en la restauración de la democracia y el imperativo de
fortalecer los canales de participación ciudadana para consolidar los procesos
democráticos, la preocupación debe centrarse en cómo trascender las acciones de
movimientos sociales basados en intereses muy inmediatos, para darles una orientación
de mayor integralidad política (Faletto, 1987b). Ese tema no corresponde exclusivamente
al campo de las mujeres, pero es importante para fortalecer su participación y para su
consolidación como actores políticos. Es probable que la descentralización de la gestión
estatal pueda ser un apoyo importante en este ámbito. Hay que recordar que los
movimientos de mujeres surgen en contextos desfavorables: la exclusión en función del
género, históricamente arraigada en una región donde la religión ejerce gran influencia en
el papel que se asigna a la mujer en la sociedad, tiene fuertes vínculos con el mundo
privado y se sustenta en un modelo de dominación machista internalizado tanto por las
mujeres como por los hombres.
Aparentemente, habría consenso en el sentido de que hoy es indispensable
trascender el discurso retórico acerca del poder y también el pragmatismo del quehacer
político coyuntural. Debe iniciarse una reflexión sobre la política tal como es y sobre la
participación política en la forma en que realmente está organizada en las sociedades
latinoamericanas, a fin de definir los lugares que las mujeres pueden ocupar en las
mismas. Esto es indispensable si realmente se desea consolidar la participación de las
mujeres en todos los niveles de la estructura de poder. Si bien no ha sido en los procesos
democráticos donde han surgido con mayor fuerza los movimientos de mujeres, ese es
sin duda el único sistema dentro del cual éstos podrán articular una participación con
continuidad y convertir su quehacer en político. La tarea no es fácil, pero sí más factible
ahora, ya que los espacios abiertos a las mujeres en la sociedad se han ampliado y vuelto
más difusos los límites entre ámbitos públicos, considerados masculinos, y privados,
vistos como femeninos, aparte del hecho que la política misma se plantea hoy otras
preguntas.
Dado el nuevo papel de la política y, especialmente, ante las relaciones entre la
experiencia política y la opción democrática —si se aceptan la democracia y la
superación del autoritarismo como valores sociales— cabe plantearse cuáles son sus
límites y qué posibilidades existen de profundizar la democracia en la economía, la
sociedad y el sistema político. Además, vistos el fin de la bipolaridad y el menor
predominio de las ideologías en el debate actual, es necesario interrogarse sobre cuál
será en el futuro la función de la política y qué papel podrían eventualmente desempeñar
las mujeres en ese nuevo contexto. Si el quiebre de los ejes ideológicos principales
persiste, es válido preguntarse en torno de qué temas se estructurará el quehacer de la
política. Si se mira hacia los países desarrollados, es posible percibir que los temas de
"gobierno" de los diversos agrupamientos políticos son bastante similares, pese a sus
plataformas teóricas distintas. Hay variaciones, sin duda, de énfasis, especialmente con
respecto a la magnitud del papel que cabe al Estado en materia social, y muchas veces
difieren las percepciones de elementos nacionales y nacionalistas y de las relaciones
internacionales. Pero, de alguna manera, pareciera que la política como tal está
orientando su búsqueda hacia la generación de consensos, especialmente en torno de
temas nuevos vistos como políticos. Ejemplos de éstos son el medio ambiente, la
ecología, la situación de grupos específicos —sean jóvenes, mujeres, niños migrantes—,
la violencia doméstica, la familia y los derechos humanos, entre otros. Asumiendo que
este fenómeno es aún más complejo, no se puede resistir la tentación de sugerir que, si
la política es por excelencia el ámbito de la vida pública, hoy se percibe que en cierto
modo esta "vida pública" incorpora muchos aspectos que antes eran propios de la vida
privada o de intereses ajenos a la política. Este proceso, además, obligará a buscar otros
tipos de aproximación, probablemente basados en el reforzamiento de conceptos como
ciudadanía y participación. Cabría preguntarse entonces si esos nuevos temas de la
política, que a la vez implican un quehacer diferente, podrían ampliar el campo de interés
de las mujeres en el plano político o, en otras palabras, si la nueva forma de hacer
política, al otorgarles nuevos espacios de acción, se volverá más cercana a las mujeres.
3. Los derechos humanos, la paz y la violencia contra las mujeres
La realidad indica que existen nexos indisolubles entre el respeto a los derechos y
libertades civiles y políticas de las personas y su derecho a acceder a un mayor nivel de
bienestar material y espiritual. Si bien por razones de política coyuntural los temas
relativas al desarrollo económico, social y cultural y los tocantes a la libertad individual,
civil y política solían tratarse en forma separada, ya en la Carta de las Naciones Unidas y
la Declaración Universal de Derechos Humanos se vincularon ambos temas y, más
definitivamente, en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales
(1966) se estableció que los Estados que lo ratificaran se comprometían a reconocer y
observar derechos relacionados con la seguridad social, el acceso al trabajo, a la satisfacción de necesidades básicas y a un nivel de vida adecuado.
Actualmente, con la consolidación de regímenes democráticos y el amplio
consenso en torno de la democracia, han dejado de existir las razones para tratar estos
temas por separado. También en este ámbito para avanzar con éxito se requiere un
enfoque integrado, que abarque las dimensiones política, social, económica y cultural.
Los obstáculos para que las mujeres de América Latina y el Caribe logren estos
derechos son de diversa índole, y como ya se ha visto, tienen que ver con su inserción
en el trabajo, los contenidos de la educación, su acceso a la salud y sus posibilidades de
participación política; sin embargo, existen además otras causas que, en el contexto de
los derechos humanos tal como aquí se entienden están relacionadas con la persistencia
de la pobreza, las situaciones de conflicto bélico y ciertas manifestaciones concretas de
la inequidad de género, como la violencia contra las mujeres.
Con respecto a los conflictos bélicos, en la región es importante destacar los
progresos que se han logrado por medio de negociaciones pacíficas en pro de la paz en
muchas subregiones. Sin embargo, persisten los problemas de las mujeres y los hombres
refugiados, desarraigados, condición que normalmente agrava su situación de pobreza.
En la actualidad, la violencia contra las mujeres se considera un problema social,
cultural y político, que obstaculiza el desarrollo con equidad al impedir el respeto a los
derechos humanos y el ejercicio pleno de la ciudadanía.
Si bien se trata de un tema relativamente nuevo en el debate público, ha sido
legitimado con rapidez y ha ido adquiriendo un perfil propio, especialmente gracias a
estudios e investigaciones realizadas en los últimos años. El tratamiento de esta
problemática ha enfrentado dos escollos principales: en primer lugar, hasta hace muy
poco la violencia doméstica contra las mujeres era socialmente aceptada y, hasta el siglo
pasado, prácticamente sancionada por la ley. En segundo lugar, los actos en que se
incurría en el seno del hogar y de la familia, se consideraban privados y no llegaban a
constituir un hecho social.
Indudablemente, el contexto de democratización, de ampliación de los derechos
ciudadanos y de esfuerzo por eliminar todo tipo de discriminación, ha influido
notablemente para que el tema de la violencia adquiriera relevancia en el debate social.
También le han dado un impulso importante, especialmente en la década de los ochenta,
los diversos movimientos de mujeres, que al organizarse en torno de diferentes objetivos,
pusieron de manifiesto esta problemática oculta y considerada tabú desde tiempos
históricos, que está relacionada íntimamente con la forma en que se ejerce el poder en la
sociedad.
La magnitud del fenómeno de la violencia aún no ha sido efectivamente cuantificada, por razones obvias, y las acciones dirigidas a su eliminación no han pasado de ser
iniciativas aisladas, más o menos exitosas, emprendidas tanto por entidades del Estado
como por organizaciones no gubernamentales. Las Naciones Unidas comenzaron a
preocuparse de este tema a partir de 1980, y durante la Conferencia Mundial realizada
ese año en Copenhague se aprobó una primera resolución sobre las mujeres golpeadas y
la violencia en la familia. En las Estrategias de Nairobi (párrafo 288) se incluyen
consideraciones más específicas al respecto y, a partir de entonces, se inició un estudio
más sistemático de este fenómeno. En la región, durante la quinta Conferencia Regional
se aprobó una resolución sobre el tema (1991) y también fue mencionado en la
Conferencia Mundial de Derechos Humanos (1993). Finalmente, con su Declaración
sobre la eliminación de la violencia contra la mujer (48/104), la Asamblea General
consolidó un instrumento uniforme para todos los Estados Miembros.
Si bien las cifras aún no permiten hacer un diagnóstico de la situación, las
investigaciones muestran que éste es un problema que existe en todos los estratos
socioeconómicos y modelos culturales. Se ha comenzado a elaborar una tipología de
la violencia contra la mujer, en la que se considera, entre otras categorías, la violencia
doméstica, la violencia en el lugar de trabajo (acoso sexual), la violencia en las
instituciones educacionales y la violación como una forma extrema de violencia.
Las acciones emprendidas para eliminar este flagelo, que según se vislumbra
alcanza a magnitudes muy significativas, han comprendido la creación de hogares refugio
para las mujeres golpeadas y para sus hijos, la capacitación de mujeres policías para
atender denuncias de mujeres golpeadas y en varios países existen ya iniciativas legales
y proyectos de ley destinados a prevenir, castigar y erradicar la violencia de género, con
énfasis en la violencia doméstica.
Es en este campo, donde adquiere mayor importancia la aplicación de políticas con
un enfoque integrado y una conceptualización amplia de los derechos humanos. De
acuerdo con experiencias de mayor duración realizadas en algunos países, especialmente
en los desarrollados, si además de una atención inmediata no se proporciona a las
mujeres capacitación para el trabajo y acceso a un empleo, una formación educacional
que les devuelva la autoestima, servicios de salud que incluyan atención psicológica,
guarderías para sus hijos y, en general, los medios que les aseguren una vida digna y el
respeto a sus derechos, difícilmente podrán superar la situación vivida y terminarán
acogidas en forma permanente a las casas refugio, y éstas, debido al costo que
representan, en ningún país y menos en América Latina y el Caribe, pueden constituir
más que apoyos temporales para enfrentar problemas de este tipo.
4. Las mujeres y el medio ambiente
En la actual conceptualización del desarrollo se reconoce la interdependencia entre
los factores económicos, sociales y ambientales en el esfuerzo por alcanzar un
desarrollo sustentable que "satisfaga las necesidades del presente sin menoscabar la
capacidad de las futuras generaciones de satisfacer sus propias necesidades" (CMMAD,
1987). A partir de la Conferencia Mundial sobre la mujer (Nairobi, 1985), el tema del
medio ambiente se incorporó al debate sobre la situación de las mujeres. Posteriormente,
el análisis se enriqueció con el enfoque de género, según el cual los roles diferenciados de mujeres y hombres en la sociedad los llevan a interactuar en forma también
distintas con el medio ambiente y que, a su vez, el impacto de éste no es el mismo en
unos y otras.
En el contexto de los procesos de restauración democrática de muchos países de
América Latina y el Caribe han surgido numerosos movimientos sociales en los cuales los
temas del medio ambiente y del género encontraron un espacio propicio en la búsqueda
de nuevos modelos de sociedad. En este marco ambas problemáticas se insertaron en los
aparatos del Estado, pero aún es muy escasa la coordinación entre ellas y se han
realizado pocas acciones que aborden los dos temas.
Pese a los avances en este debate, dada la complejidad de la interrelación entre
mujer y medio ambiente, aún no se ha llegado a un consenso en torno de la conceptualización del tema; por el contrario, coexisten diferentes posiciones teóricas y
metodológicas en las que se considera a las mujeres indistintamente como
"administradoras invisibles" del medio ambiente, "soportes ambientales", "recurso
económico", "víctimas", "depredadoras" o "salvadoras del planeta". También se suele
enfatizar el papel de las mujeres como clave estratégica para mejorar la relación adversa
entre degradación del medio ambiente y crecimiento de la población, dada su importancia
en la decisión sobre el tamaño de las familias.
La heterogeneidad que presentan las mujeres en la región también se refleja en su
vinculación con el medio ambiente. En este plano un aspecto central es el de la relación
entre medio ambiente y pobreza, considerada como el mayor obstáculo para lograr un
desarrollo sustentable. El crecimiento acelerado de las ciudades en América latina y el
Caribe ha producido graves problemas de hacinamiento, superpoblación, contaminación y
deterioro de la infraestructura y los servicios. Debido a la división sexual del trabajo,
recae primordialmente en las mujeres la lucha cotidiana por los servicios básicos, la
alimentación, la educación, el agua potable, la atención de salud y la recolección de
residuos; también en contacto con la contaminación del medio es más directa. En la
medida en que son ellas quienes asumen el peso de los problemas de supervivencia y el
cuidado de la salud familiar, son las que reciben más directamente el impacto del
deterioro de los sistemas de drenaje, la contaminación atmosférica y acústica y la
existencia de basurales, problemas que deben enfrentar con un aumento de su carga de
trabajo.
La forma asumida por el proceso de industrialización en la región ha traído aparejados problemas de contaminación del aire, las aguas y los suelos, que dañan la salud de
toda la población, pero en mayor grado la de las mujeres, debido a su inserción
desfavorable en el mercado laboral.
En las zonas rurales, las mujeres han sido especialmente afectadas por el uso de
pesticidas y plaguicidas químicos, que además de contaminar el medio ambiente, les
provocan frecuentes envenenamientos y tienen efectos nocivos en las mujeres
embarazadas.
Los ejemplos anteriores muestran que la relación entre las mujeres y el medio
ambiente es un tema que aún requiere mayor elaboración y precisión. Cabe insistir, por lo
tanto, en que debe abordarse con un enfoque integrado y políticas intersectoriales
destinadas, simultáneamente, a reducir la pobreza y a implantar una educación que
inculque a toda la sociedad la idea de que la preservación del medio ambiente es el único
medio de asegurar un futuro viable, por lo que la responsabilidad debe ser asumida y
compartida por la comunidad en su conjunto. Si bien el tema tiene una fuerte relación
con la pobreza, es indudable que las pautas de consumo de la población, incluido el uso
de determinados productos nocivos para el medio ambiente, tienen también un impacto
importante.
En una estrategia de desarrollo sustentable sería preciso especificar las funciones
que cumplen y deberían cumplir mujeres y hombres. Pero el reconocimiento del actual
papel desempeñado por las mujeres en materia de medio ambiente no puede convertirlas
en las responsables principales de su solución. El Programa 21 es un aporte esencial en
este sentido y abre un amplio campo tanto para la reflexión como para iniciar el diseño
de acciones que se enmarquen en una estrategia más orgánica orientada a convertir a
mujeres y hombres en actores activos en la obtención de un espacio vital adecuado para
sus vidas y la de las futuras generaciones.
IV. CONCLUSIONES Y PROPUESTAS
El escenario regional es complejo y, más que modelos concretos, lo que parece emerger
es una multiplicidad de opciones. El notorio desfase entre los avances en el plano del
conocimiento y de la conciencia, las situaciones de hecho y las de derecho, el estancamiento, e incluso regresión, en materia de distribución del ingreso, y el aumento de la
inequidad y la pobreza, sugieren más interrogantes que conclusiones. Sin embargo, hay
algunos aspectos que aparecen como consensuales y que pueden servir de base para
futuras acciones específicas.
En primer lugar, la necesidad de que se concrete la voluntad política de lograr la
equidad de género, en el marco de una transformación productiva con equidad, mediante
acciones específicas, basadas en diagnósticos más precisos, que permitan superar la
etapa actual de conocimiento apoyado más bien en promedios regionales. Sus contradicciones aparentes con situaciones nacionales específicas reflejan una diversidad de
situaciones que exigen medidas diferentes. Ante la complejidad de los problemas, lo que
hoy se requiere es un enfoque integrado, que permita formular políticas de impacto
múltiple, capaces de abrir la posibilidad de opciones diversificadas.
En segundo lugar, es preciso diseñar políticas integrales e intersectoriales, que al
abordar la tarea de reducir la pobreza incluyan la preocupación por la equidad de género,
para que así puedan realmente ser eficaces y contribuir a la integración social.
Se debe hacer un esfuerzo por complementar las acciones de integración
económica con una integración cultural, que supere las inequidades de género e
incorpore la diversidad cultural, mediante procesos de socialización dirigidos tanto a las
mujeres como a los hombres, en todos los ámbitos, y una educación no sexista desde la
infancia; lo anterior debe conjugarse con medidas de discriminación positiva orientadas a
las generaciones jóvenes y adultas y con una formación laboral para las mujeres cuyo
propósito sea asegurarles la igualdad de oportunidades. Es indispensable superar la
percepción de esta problemática como propia de las mujeres y proyectarla al resto de la
sociedad.
El éxito de estas medidas exige una mayor inversión social especialmente en los
ámbitos de la educación, la salud y la generación de empleo productivo para las mujeres
y los hombres. Asimismo, se deben adoptar políticas específicas, de la más amplia
cobertura, para abordar el problema de la violencia contra las mujeres y garantizarles el
ejercicio pleno de sus derechos ciudadanos.
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*
Serie Mujer y Desarrollo
Nº
Título
1
Mujeres rurales de América Latina y el Caribe: Resultados de programas y
proyectos (LC/L.513), septiembre de 1989
2
América Latina: el desafío de socializar el ámbito doméstico (LC/L.514), septiembre
de 1989
3
Mujer y política: América Latina y el Caribe (LC/L.515), septiembre de 1989
4
Mujeres refugiadas y desplazadas en América Latina y el Caribe (LC/L.591),
noviembre de 1990
5
Mujeres, culturas, desarrollo (Perspectivas desde América Latina) (LC/L.596),
marzo de 1991
6
Mujer y nuevas tecnologías (LC/L.597), noviembre de 1990
7
Nuevas metodologías de participación en el trabajo con mujeres (LC/L.592),
octubre de 1990
8
La vulnerabilidad de los hogares con jefatura femenina: preguntas y opciones de
política para América Latina y el Caribe (LC/L.611), abril de 1991
9
Integración de lo femenino en la cultura latinoamericana: en busca de un nuevo
modelo de sociedad (LC/L.674), marzo de 1992
10
Violencia doméstica contra la mujer en América Latina y el Caribe: propuestas para
la discusión (LC/L.690), mayo de 1992
11
¿Feminización del sector informal en América Latina y el Caribe? (LC/L.731), marzo
de 1993
12
Las mujeres en América Latina y el Caribe. Un protagonismo posible en el tema de
población (LC/L.738), mayo de 1993
13
Desarrollo y equidad de género: una tarea pendiente (LC/L.767), diciembre de
1993
*
El lector interesado en números anteriores de esta serie puede solicitarlos dirigiendo su correspondencia a: Unidad Mujer y Desarrollo, Casilla 179-D, Santiago, Chile.
14
Poder y autonomía. Roles cambiantes de las mujeres del Caribe (LC/L.881), abril de
1996
15
Formación de los recursos humanos femeninos: prioridad del crecimiento y de la
equidad (LC/L.947), junio de 1996
16
Violencia de género: un problema de derechos humanos (LC/L.957), julio de 1996
17
La salud y las mujeres en América Latina y el Caribe: viejos problemas y nuevos
enfoques (LC/L.990), abril de 1997
18
Las mujeres en América Latina y el Caribe en los años noventa: elementos de
diagnóstico y propuestas (LC/L.836/Rev.1), abril de 1997
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