Introducción al texto Sí, merece la pena Inicié los estudios de Psicología ya con 25 años. Realicé cursos de doctorado, pero -por decisión personal no cursé master. Sí tengo algunos cursos y he asistido a distintas reuniones y congresos. Creo que soy un psicólogo “un poco más de calle” que los psicólogos más cercanos al ámbito académico institucional. He ejercido la psicología en su vertiente Clínica con adultos durante 11 años en el ámbito privado; justo hasta el momento presente, en el cual, circunstancias personales, me obligan a hacer un paréntesis. Es por eso que me pareció buen momento para esta empresa. En ese tiempo, he atendido a personas con distintas y variadas problemáticas, pero más frecuentemente he encontrado: problemas de ansiedad, como las crisis de angustia; agorafobia; la ansiedad generalizada o preocupación constante: la hipocondría; ansiedad social; fobias específicas; problemas del amor y desamor; dependencias emocionales; alteraciones del estado de ánimo como la depresión o la distimia; problemas en la conducta alimentaria; en la autoestima; y distintos estados emocionales sentidos por las personas que consultaban, como dolorosos e incapacitantes. Como ya mencioné antes, mi interés y motivación hacia lo psicológico viene de lejos (mi adolescencia), pero como entonces no era buen estudiante, se quedó sólo en eso, en interés. Sin embargo, cuando ya de adulto inicié los estudios de Psicología, las expectativas que tenía al respecto sobre lo que era la Psicología se quedaron cortas. Lo que encontré era, realmente, más interesante y estimulante (yo diría que pasé por una luna de miel con los estudios de la carrera). Me parecían fascinantes los intentos que se estaban haciendo por estudiar la conducta con criterios científicos ya desde hacía muchos años (desde finales del siglo XIX): es decir, definiendo el objeto de estudio y utilizando metodología experimental y alejada de la especulación fácil. Con sus aciertos y errores, descubrí que se había venido haciendo un esfuerzo por insertar la Psicología (el estudio de la conducta humana) en el campo de los estudios científicos, lo que me parecía daba seguridad y seriedad al empeño. Me resultaba apasionante. Pienso que el sufrimiento emocional es un tema a tomarse en serio. Y me parece temerario no ser lo más estrictos que podamos al intentar intervenir. Desgraciadamente hay muchos ejemplos de esa temeridad. Y esto es especialmente grave cuando estamos hablando de intervenir en la vida de otras personas. El uso de la metodología científica aporta a los modelos teóricos estudios serios y datos empíricos que contribuyen a la creación de hipótesis y teorías más fiables. Creo que es más humilde, más honesto (y mejor) no intervenir que hacer experimentos con las personas. Algunas veces es mejor derivar un paciente a otro profesional que insistir tozudamente con estrategias que no están funcionando o que ya han agotado su capacidad efectiva. Ocurre a veces que nuestro modelo terapéutico no es el mejor para un caso concreto. Cuando como terapeutas damos por buenas nuestras teorías, sin más, es más fácil que alguna vez nos equivoquemos. Pienso que, en general es un ejercicio sano ser escépticos con nosotros mismos. En ciencia, nuestras ideas son menos fiables si no se ven apoyadas empíricamente, por muy atractivas e intuitivas que nos resulten. El método científico se basa en eso, en el estudio y la contrastación empírica de hipótesis. Por eso aprecio tanto el espíritu científico donde todo es provisional y revisable; y sólo se dan como válidas (provisionalmente) las hipótesis que han pasado repetidas veces la “prueba científica”, que por supuesto no nos da seguridad absoluta, pero considero que sí permite un acercamiento más fiable a los problemas a los que se enfrenta. En ciencia, cualquiera que tenga una idea la puede exponer, pero después ha de probarla y plantearla de modo que “otros” puedan estudiarla y contrastarla mediante la experimentación. No vale con que yo esté muy convencido de algo. Es por eso, que en mi acercamiento a los problemas emocionales me he orientado hacia modelos que utilizan metodología científica; desarrollados a partir del método científico y en el contexto de la ciencia; más concretamente a los modelos cognitivos-conductuales. Básicamente, los modelos cognitivos conductuales comparten la idea de que cuenta, y mucho, el papel que en las emociones y conductas tienen los llamados procesos cognitivos. En la cadena conductual por procesos cognitivos se hace referencia al paso intermedio que hay entre lo que ocurre (una situación, experiencia o un estímulo) y lo que siento o hago (respuesta emocional o conducta). Y más específicamente, los procesos cognitivos serían el conjunto de: pensamientos, creencias, ideas, actitudes, atribuciones causales, expectativas, etc., que una persona lleva consigo y con las que da significado al mundo e interpreta sus experiencias. Específicamente las teorías cognitivas de las emociones, otorgan un desempeño importante a los procesos interpretativos para explicar las emociones y las conductas. Puede decirse coloquialmente desde esta perspectiva, que: no son los hechos en sí mismos, directamente, los que nos causan las emociones; sino la valoración o interpretación (procesos cognitivos) que hacemos de esos hechos. Un suceso puede ser cualquier estímulo que provoque una respuesta en nosotros. Puede ser una situación real o imaginada, presente o pasada, un hecho físico o psicológico, desde un divorcio hasta un recuerdo, pensamiento o imagen. Cuanto menos, es fácil estar de acuerdo en que ante los mismos hechos, distintas personas responden de manera diferente; incluso una misma persona en distintos momentos puede variar su respuesta emocional ante situaciones parecidas. Todo depende de lo que se tenga en la cabeza. Suelo poner ejemplos de esta realidad muchas veces. Por ejemplo, imaginemos que me dirijo a un grupo y les pido que piensen en una anécdota que alguna vez les ocurrió, o en un chiste; y que se preparen para contarlo al resto del grupo. Seguramente ante la posibilidad de hablar en público, este mismo mensaje (estímulo o situación desencadenante), comporte distintas reacciones emocionales. Para alguien tímido puede, solamente la idea de tener que hablar en público, producirle altos niveles de ansiedad. Seguramente haya pensado algo así: “¡Ufff, qué vergüenza si tengo que salir! ¡Yo….me pondré súper nervioso y me lo notarán….lo mismo me bloqueo y piensan entonces que soy raro…..!” Para alguien con espíritu teatral la sola posibilidad de salir “a escena” le producirá cierta excitación psicológica positiva, y puede que piense algo así: “¡Bien, qué buena idea, me encantaría salir y expresarme, sería genial!” Y así…, probablemente, de cada uno obtendríamos una respuesta emocional distinta, idiosincrásica, personal. Puede haberlas parecidas, pero no iguales… Todos estos ejemplos y muchos más, que cualquiera de ustedes seguro encuentra, apuntan a que, no son las situaciones las que crean directamente la emoción sino lo que pensamos acerca de esas situaciones; en nuestro caso todos estaban en la misma situación y habían recibido el mismo mensaje, pero no todos se sentían igual. De hecho algunos pudieron llegar a sentirse bien o mal sin ni siquiera haber salido a escena. ¡Sólo con pensarlo! Este libro no pretende ser un libro sustitutivo de una intervención psicológica, sería una temeridad; y no creo que cuando se sufre realmente una psicopatología, sea suficiente con un libro, ya sea informativo o de los llamados de autoayuda. Sí pienso que pueden ser ayudas complementarias al tratamiento o servir de orientación. Como decía antes, los problemas emocionales no son un juego, ni un campo de experimentación; por eso desde ahora sugiero, que quien presente un cuadro emocional lo suficientemente duradero, extensivo o intenso, que afecte de modo significativo a su bienestar físico o psicológico hará lo correcto si se implica en la búsqueda de ayuda profesional, médico-psiquiátrica o psicológica. Si se trata de un problema de tipo psicológico, mi sugerencia es la búsqueda de un profesional de la psicología, que evalúe y diagnostique el problema; y proponga un tratamiento detallando: los objetivos, las estrategias, los costes y el tiempo aproximado de tratamiento. En España hay Colegios Profesionales de Psicólogos que regulan el ejercicio de la profesión distribuidos por toda la geografía que pueden facilitar el contacto con profesionales autorizados para el ejercicio profesional. Un consejo que suelo dar cuando me lo piden, es que si pasado un tiempo prudencial, 2-3 meses u 8-10 sesiones, usted tiene dudas acerca de la idoneidad de la terapia evalúe estos aspectos: Si ha conectado bien con el profesional y siente que trabajan en equipo. Si tras la evaluación inicial el profesional le ha dado la información de tal evaluación psicológica explicándole de modo que usted haya entendido bien la situación y las estrategias para abordar sus problemas. La evaluación inicial ha de ayudarle a responder a estas preguntas; ¿Qué me ocurre exactamente? ¿Está definido mi (o mis) problemas? ¿Qué factores han contribuido a su desarrollo y a su mantenimiento actual? ¿Qué planteamientos estratégicos, y en qué punto, me propone para abordar los problemas detectados y diagnosticados? Evalúe si las estrategias a usted le parece que responden a sus problemas reales, concretos y presentes o son generales, ambiguas o abstractas. Es preferible lo concreto a lo abstracto, lo que le preocupa del presente a las frustraciones del pasado, lo específico a lo general. Si usted no ha conectado con su terapeuta en 2-3 meses o piensa que él/ella no tiene un interés genuino en su caso o tras valorarlo cree que no hay un diagnóstico o evaluación claros, ni siguen una estrategia definida, ni objetivos razonables o usted no se siente de alguna manera satisfecho con el trabajo que realizan, cambie de profesional. Tenemos derecho a elegir el profesional adecuado para nosotros y la orientación terapéutica que más nos aporte en la resolución de los problemas, que son el motivo de consulta. Sólo si tras varios intentos terapéuticos (4-5) encuentra que ninguno le va bien a usted, puede valorar si es que es su propia actitud la que no es adecuada. Los terapeutas podrán darle información mientras usted trabaje con ellos acerca de por qué usted no se siente bien o no percibe mejoría con los intentos terapéuticos. Si su caso es especialmente difícil, tras este análisis habrá que tomar una decisión respecto a su terapeuta. Una vez decidido el profesional habremos de ajustar las expectativas a las posibilidades reales. Hay problemas que tardan más en responder a la terapia. Lo esencial es que su terapeuta y usted mantengan una comunicación sincera, honesta y clara; porque ello le permitirá (quizá con el asesoramiento de él/ella) una mejor toma de decisiones. Probablemente alguien de su entorno pueda darle referencias de un profesional en concreto; o puede obtener información acerca de la experiencia o campos de especialización del profesional al que decida consultar, así al menos sabrá si ha trabajado, o trabaja, el tipo de problemas que usted le presenta. No he creído en los profesionales que lo tratan todo. Desde un problema de lenguaje o aprendizaje en un niño, a una adicción al alcohol o a problemas de pareja y sexuales. La psicología Clínica es un campo extenso y como ocurre en medicina cada vez está más especializada. Sugiero la búsqueda de ayuda profesional psicológica cuando uno sufre dolor emocional significativo. Hoy día la Psicología Clínica, en su vertiente Cognitivo-Conductual, ofrece un conjunto de Intervenciones que son útiles para el 75% de los problemas de tipo emocional o de conducta (como los trastornos de ansiedad, del estado de ánimo, la hipocondría, el juego patológico, etc.). En tiempos limitados, la mayoría de nuestros casos (el 7080%) han estado en terapia entre 6 y 12 meses. Sin embargo, no es posible predecir con exactitud. Los tiempos varían dependiendo de cada caso, su psicopatología y las circunstancias concretas de la persona: biológicas, económicas, familiares, sociales, psicológicas, etc. Cuando por ejemplo, los problemas emocionales se acompañan de trastornos más graves, como los trastornos psicóticos o trastornos de la personalidad; pierde sentido hablar de tiempo limitado. Es más beneficioso mantener sesiones de control o mantenimiento (por ejemplo cada 15 ó 20 días) durante un periodo más largo de tiempo (hasta varios años), tras la intervención inicial; con el objetivo de prevenir retrocesos en los trastornos resistentes o fuertemente instalados en la personalidad. Este libro, como decía, sólo pretende ser una aproximación a algunos problemas emocionales, ser útil en la medida que provea información relevante para el lector y que, en última instancia, le ayude a entender quizás, un poco más, la dinámica de estos problemas y el abordaje terapéutico. El libro contiene buena parte de lo que se cuece en las consultas de psicólogos de orientación cognitiva, al menos en la mía. Ya sería positivo para el autor que al menos sirviera para eso, como una pequeña ayuda o estímulo y quizás anime a algún lector a decidir emprender un tratamiento psicológico y ojalá, con resultado exitoso. El mensaje que querría transmitir en esta introducción es optimista, pero también realista. El cambio emocional significativo es posible y lo demuestran los hechos. El sufrimiento emocional es aprendido. Está impregnado en los pensamientos y creencias desarrolladas a través de sus vivencias y se mantiene por las conductas que usted aprendió para afrontar su malestar emocional. Las conductas son aprendidas y son consecuencia de nuestros pensamientos, creencias y estados emocionales aprendidos. Aprendemos constantemente, a lo largo de todo el ciclo de vida, de niños y de mayores. Aprendemos nuevos pensamientos y modificamos los existentes de manera natural, sin ser conscientes. Aprendemos nuevas conductas y modificamos las preexistentes de modo natural, sin saber que lo hacemos. Es decir cambiamos constantemente. No somos exactamente la misma persona de ayer y mañana habremos cambiado también. En mi opinión la terapia eficaz consiste en hacer uso de nuestra capacidad de aprendizaje y ponerla a nuestro servicio. Aprender nuevos pensamientos que provoquen nuevas emociones y faciliten conductas más adaptadas. Las que necesitemos modificar. Poner el aprendizaje al servicio de nuestra recuperación emocional, estableciendo las bases para reducir en el futuro el sufrimiento, es una gran tarea. La mejor tarea. Queramos o no, el aprendizaje nos acompañará de por vida. Mientras vivamos seguiremos aprendiendo. Hagamos de este proceso nuestro mejor aliado para el logro de una vida más plena y satisfactoria. Nunca se arrepentirá de haber intervenido en su propio aprendizaje. La sensación de que usted controla quién es, mediante su capacidad para intervenir en sus procesos de aprendizaje es muy poderosa. La sensación de que usted es producto de las circunstancias es, muy dolorosa. Todos cambiamos y todos podemos intervenir en nuestros cambios, modulando la cualidad y la cantidad de los mismos. Todos podemos sentirnos mejor. Yo quiero participar en mis aprendizajes, en definitiva moldearme. Y le animo a que usted intervenga en sus propios procesos de aprendizaje, si considera que no es usted feliz o siente que sufre en exceso. Y si alguna vez llega a pensar que ya está bien, espero que esté aún más motivado a alcanzar nuevas metas. Recuerde: vivir es aprender. Se sentirá mejor…. Entiendo la terapia psicológica como un proceso de cambio: cambio cognitivo, emocional y conductual facilitado por los conocimientos que la psicología, como área de estudio de la conducta humana, ha ido acumulando.