EL RETO DE LA EFICIENCIA, EL CONTROL Y LA INNOVACIÓN

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EL RETO DE LA EFICIENCIA, EL CONTROL Y LA INNOVACIÓN
COMO MECANISMOS IMPULSORES DE LAS REFORMAS EN LA
ADMINISTRACIÓN PÚBLICA
Dr. ÁNGEL A. ALGARRA PAREDES
Consejero del Tribunal de Cuentas de España
Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales
---------Dr. ÓSCAR ROMERA JIMÉNEZ
Asesor de la Secretaría de Estado de Administraciones Públicas
Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales
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EL RETO DE LA EFICIENCIA, EL CONTROL Y LA INNOVACIÓN COMO
MECANISMOS IMPULSORES DE LAS REFORMAS EN LA ADMINISTRACIÓN
PÚBLICA
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------I.- EL CONTEXTO ACTUAL DE LA EFICIENCIA
El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define el término
eficacia como “la capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera”. Solo
cuando se desarrollan actuaciones que persiguen la consecución de un objetivo
esperado, la Administración está en disposición de conseguir hacer las cosas.
Por otro lado, la eficiencia definida como “la capacidad de disponer de alguien
o de algo para conseguir un efecto determinado1” nos sitúa a una Administración con
disponibilidad de hacer las cosas bien.
Al confrontar los términos anteriores, vemos la diferencia entre lo que supone la
capacidad organizativa 2 y una visión estrictamente económica del empleo de los
recursos disponibles por parte de una organización. Así, dentro de las diferentes
definiciones del término eficiencia contemplaremos una perspectiva que nos sitúa en la
eficiencia económica. En definitiva, debemos situarnos en la relación entre los costes
de utilización de los recursos y el valor de sus resultados.
De la lectura del artículo 31.2 de la Constitución Española se observa que “el
gasto público realizará una asignación equitativa de los recursos públicos y su
programación y ejecución responderán a los criterios de eficiencia y economía” por lo
que el Sector Público debe comportarse con eficiencia en sus decisiones de gasto.
Ahondando en el plano constitucional, tanto la eficiencia como la eficacia
aparecen nítidamente distinguidas. Al citar una vertiente organizacional, se recoge la
eficacia al situamos en una Administración Pública a la que corresponde, junto con y
bajo la dirección del Gobierno, el desarrollo de la función ejecutiva bajo una actuación
administrativa en los términos que “los Tribunales controlan la potestad reglamentaria
y la legalidad de la actuación administrativa, así como el sometimiento de ésta a los
fines que la justifican” 3 . La eficiencia queda incorporada en la parte dogmática al
relacionarse el deber de los ciudadanos de contribuir a los gastos públicos, de acuerdo
con su capacidad económica, con una determinada programación y ejecución del
gasto público en clara correspondencia con la exigencia de asignación equitativa en la
distribución de recursos públicos. El tenor de la norma constitucional no deja lugar a
dudas sobre la proclamación de los valores jurídicos y sus repercusiones respecto a la
programación y la ejecución del gasto público.
Si precisamos el análisis constitucional de la eficiencia, determinamos un valor
utilizado por la legislación presupuestaria que asigna y distribuye los recursos
1
Definición de eficiencia según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua
Eficacia
3
Marcados por artículo 106.1 de la Constitución Española
2
2
públicos, ordena su gasto y regula su control económico-financiero en su ejecución
presupuestaria.
En orden al control económico-financiero, es en la legislación reguladora del
Tribunal de Cuentas del Reino de España en su Ley Orgánica 2/1982, de 12 de mayo
y en la Ley 7/1988, de 5 de abril, donde se definen la función fiscalizadora por relación
al sometimiento de la actividad económico-financiera del Sector Público a los
principios de legalidad, eficiencia y economía, así como a la ejecución de ingresos y
gastos públicos. La vinculación entre la eficiencia y control se antoja tan evidente
como necesaria.
La administración del gasto público conforme a criterios de racionalidad
económica en su comportamiento y acorde a una ejecución de programas de gasto
con criterios de servicio-coste efectivo y de gestión pública parece convertirse en el
principal axioma a contemplar en la moderna Administración Pública. Es por ello, por
lo que si las decisiones estratégicas deben desarrollarse en los órganos políticos por
parte de los representantes elegidos por los ciudadanos y la Administración debe
ejecutar sus funciones con la inherente responsabilidad de tener a los ciudadanos
como clientes de los bienes y servicios públicos que se prestan. Esta función legítima,
debe ser revisada con posterioridad. A la justificación de lo que se hace, en términos
de control de la legalidad y contabilidad, debe unirse, como enfoque relacional, la
eficiencia económica en la gestión económica y financiera.
Un punto central del alcance del control de la eficiencia y su evaluación, por lo
tanto, lo constituye la separación entre los aspectos técnicos y evaluativos y los
políticos. Mientras que el control de la eficiencia económica infiere con exclusividad en
los aspectos microeconómicos y de gestión de la actividad pública; es la valoración de
la efectividad pública la que debe corresponder a la voluntad popular. La estrategia y
la elección de políticas públicas recaen en los representantes elegidos por la
ciudadanía, y es el desarrollo de esas políticas, lo que requiere la valoración de la
eficiencia así como una fiscalización legal y contable.
La posición del evaluador ha de ser independiente, técnica y neutral. Su
función debe circunscribirse al control de la eficiencia en las áreas adecuadas y a la
rendición de información a la representación popular para la adopción de decisiones
que redunden en una función que mejore la utilidad del mayor número de ciudadanos
posible a través de la producción de unos bienes o la prestación de unos servicios
eficientes económicamente.
Por lo tanto, si se permite el inciso, no debemos desdeñar la adaptación en sus
justos términos de los versos incluidos en el extracto de Proverbios y cantares de un
sevillano internacional y miembro de la Generación del 98, el español Antonio
Machado, que indica en su “(…) Caminante, no hay camino, se hace camino al andar
(…)”, la necesidad de abordar de una manera dinámica las perspectivas futuras, en
este caso, en particular para la Administración. Existen tres fuerzas comunes “para el
cambio” en la cobertura de lo público que requieren respuestas de los Gobiernos con
independencia de su naturaleza ideológica, dadas las limitaciones que tiene realizar
una valoración en un contexto general incierto: la situación socio-demográfica, el
entorno económico internacional y los costes de la eficiencia de la intervención estatal.
3
El componente socio-demográfico nos perfila una realidad presente y futura, en
concreto para España, en unos niveles de desempleo elevados, un estancamiento
demográfico consecuencia de una baja natalidad, un aumento de la esperanza de vida
y un mercado laboral que tiende a una obligada flexibilización. La demanda de la
sociedad es clara en términos de una producción de bienes y servicios públicos con
grados de eficiencia adecuados y que incluyan las correspondientes garantías de
igualdad en trato y equidad en el acceso.
En el terreno internacional, la globalización ha provocado una consecuencia
imparable en términos de abaratamiento de los costes sobre los que gravitaba el
concepto más tradicional y occidental de Estado del bienestar. Una intensificación
tanto en el intercambio de bienes como en los movimientos de capital ha mejorado, en
principio, la eficiencia en la asignación internacional de recursos con unos niveles de
consumo, variedad y costes desconocidos hasta el momento. Lo anterior, hace que los
gobiernos estén sometidos más que nunca al escrutinio de los mercados, con bases
impositivas variables, desregulación como respuesta al abaratamiento de costes y un
obligado ejercicio de competitividad en las economías nacionales. El esfuerzo de los
gobiernos por consolidar respuestas que contengan una mínima base “nacional” de
aceptación social, se constata como estratégico.
La última fuerza que presiona a la “antigua” sociedad del bienestar es, sin lugar
a dudas, la acumulación de ineficiencias. En términos generales y, en concreto, en
España, se consolida la percepción por parte del ciudadano de un sistema impositivo
cada vez más gravoso y defectuoso en el diseño de los programas de transferencias
de rentas, que ayuda a mantener una sociedad que ha ido multiplicando sus
estructuras sobre la quimera “del quiero pero no puedo”. Ahora, el Estado del
bienestar, tal como lo conocemos, se ve abocado a un proceso de profunda
transformación y reformas que garanticen una cobertura social mínima de servicios
obligatorios con independencia del lugar de residencia del ciudadano.
II.- MECANISMOS DE TRANSFORMACIÓN DE LA ADMINISTRACIÓN
El dilema existente entre la distinción de lo sustantivo y lo accidental se impone
de forma obligada en la reorientación de las políticas públicas cuando se apela a la
sostenibilidad de los servicios públicos. El derecho a una explicación adecuada de los
gobiernos a sus ciudadanos dentro de una sociedad cada vez más informada y
socializada se convierte en un reto, pero también en una realidad incuestionable y que
plantea la toma de decisiones políticas, difíciles de diferir en el tiempo.
En Occidente y, en particular, en España, la realidad impone su criterio: al reto
de la eficiencia y el control como mecanismo impulsor de las reformas de la
Administración Pública, se le une el concepto de la “innovación en la sociedad”, como
mecanismo regulador que no debe ser minusvalorado por aquellos que son
considerados protagonistas de la decisión.
4
La reforma del artículo 135 de la Constitución Española en su nueva redacción,
constata la consagración de la estabilidad presupuestaria como principio que debe
regir un adecuado empleo y aplicación del flujo de fondos disponibles dentro de su
necesaria limitación en todas las Administraciones Públicas. Este axioma se desarrolla
en la Ley Orgánica 2/2012, de 27 de abril, de Estabilidad Presupuestaria y
Sostenibilidad Financiera, cuya base es la eficiencia en el uso de los recursos
públicos, lo que provoca, en consecuencia, una adaptación del funcionamiento de las
organizaciones bajo el principio de “no gastar más de lo que se ingresa”.
No es extraño, que una de las principales preocupaciones de los ciudadanos y, por
expreso mandato popular, de sus gobiernos es el interés en la gestión del gasto
público, sobre todo en las economías más avanzadas, como consecuencia de la
existencia de diferentes factores exógenos, tales como el envejecimiento de la
población, gastos en sanidad, pensiones, nuevas demandas de protección y una
menor disposición de recursos debido a una caída pronunciada de los ingresos en las
Administraciones con un efecto inmediato en términos de ejecución del gasto público.
De esta forma, la toma de decisiones se realiza en un entorno con tensiones entre
unas necesidades de gasto crecientes que son demandadas por la sociedad y unas
disposiciones que difícilmente pueden aumentar, por lo que la causa más inmediata
que se plantea vuelve a reincidir en el término eficiencia y, en concreto, en cómo
mejorar la eficiencia de las políticas de gasto. En este caso, abordamos el concepto de
eficiencia productiva 4 , que mide el rendimiento en los recursos disponibles, que lo
comparamos con la eficiencia económica en la actuación pública que, como ya hemos
indicado, se convierte en un instrumento para evaluar qué bienes y servicios debe
prestar el Sector Público.
Más aún, aparte de análisis meramente objetivos, desde los tiempos de la
Teoría de la Economía del bienestar se han realizado esfuerzos para determinar la
importancia del análisis de los juicios de valor en términos de pensamiento económico:
el porqué de la intervención pública; la justificación de la intervención en la asignación
de recursos; en qué áreas y bajo qué condiciones debe producirse esa intervención.
La pregunta a considerar bajo los parámetros contenidos en las líneas que acabamos
de leer vendría determinada por un ¿cuál es el papel que debe quedar reservado al
Sector Público en la actualidad?
Una respuesta a la cuestión indicada no debe resolverse bajo un simple marco
legal básico que incida en la protección de los derechos de propiedad con el debido
mantenimiento de las garantías de concurrencia. Ni tampoco abordar la cuestión
justificando su respuesta en un compendio de ideas revisadas bajo un tratamiento
histórico5.
Desde una perspectiva prudente, la situación de crisis, fundamentalmente
económica, por la que atraviesa la sociedad demanda respuestas innovadoras y en
conexión con los problemas actuales que sufren las Administraciones. No obstante, el
tic cortoplacista con el que se toman determinadas decisiones no debe ofrecer
soluciones donde la Economía se imponga a la Política. Debemos ser conscientes de
que afrontamos no solo una crisis económica, sino también política e institucional. Por
4
5
Definida como producción a un mínimo coste.
Entre otros autores: Marshall, Edgeworth, Pareto, Pigou, Bergson, Kaldor, Hicks, Scitovsky, Samuelson, Little.
5
lo tanto, la búsqueda de un cambio de modelo dentro del contexto de un marco común
europeo propone la aceptación de una realidad compleja y una solución no solo
económica.
La aplicación de un enfoque basado en el análisis de la relación existente entre
el binomio eficiencia y decisión 6 al amparo de unos controles constitucionalmente
exigidos, también debe incorporar una senda de mutaciones constitucionales que
conecte la gestión con la evolución en sociedad sobre unos límites infranqueables: un
Estado de Derecho que prevalece ante las diferentes propuestas de participación
democrática que dimanan de la sociedad.
Existen procesos recientes, algunos de ellos en plena ebullición, de países
europeos que vienen a avalar la anterior afirmación. En el caso del Reino Unido,
podemos encontrarnos tres ejemplos en la modificación sustancial de las
competencias del Primer Ministro, la sustitución de un modelo mayoritario por un
modelo de voto alternativo y en la revisión de circunscripciones electorales. Si
contemplamos el supuesto de la República de Irlanda, veremos una reforma del
sistema electoral. Para finalizar, en Italia, existe una propuesta de reforma sustancial
de la división de poderes y del sistema electoral propuesta por el Primer Ministro
Enrico Letta. En todos, se constata una necesidad de revisión que va más allá de los
efectos de la crisis económica. Por lo tanto, se incide en la idea de un cambio de
modelo.
III.- PERSPECTIVAS DE CAMBIO EN LA ADMINISTRACIÓN: UN ENFOQUE ADAPTADO A
LA REALIDAD
Retomando la perspectiva más económica, se puede indicar, en una primera
fase, la relevancia en la identificación del gasto y su implementación en base a una
evaluación realizada en términos de eficiencia. No obstante, tan importante es la
profundización en este análisis como la búsqueda de escenarios que complementen al
mismo. Es más, la sociedad actual plantea distintas necesidades que confluyen en la
utilización de un modelo que justifique una gestión pública basada en las teorías del
“open government” y de un modelo basado en una “innovación en sociedad”, que
proyecte reivindicaciones de la sociedad, basadas en una necesaria medición de
recursos con una mayor transparencia en la información sobre los servicios que se
prestan al ciudadano.
Un reto añadido es la obtención de respuestas ágiles y con un adecuado nivel
de información, que permita identificar escenarios de evaluación con un grado de
aceptación en las demandas sociales compatible con el criterio de sostenibilidad de
sociedad del bienestar que nos podemos permitir.
La elaboración de propuestas, basadas en el escenario descrito, conformarán
un “cuadro de mando” lo suficientemente preciso para implementar decisiones desde
la dirección política de los órganos de gestión, que integren respuestas acordes a esas
6
En los términos tratados por la Public Choice o Escuela de Chicago con Buchanan como máximo exponente.
6
demandas ciudadanas en constante evolución. La necesidad de incorporar a las
técnicas de gestión ordinarias procesos fluidos y constantes de retroalimentación
social se antoja claramente evidente.
Un paso vital en la planificación de esta propuesta es la identificación del
concepto de “gasto impropio” en las Administraciones Públicas. Su análisis provocará
un efecto clarificador entre el “ser” y el “deber ser”. Y concretará la búsqueda de
alternativas en la gestión pública mediante la provisión de recursos, su ordenación y, si
procede, la eliminación en los casos de duplicidad, por parte de la Administración
correspondiente. Solo detrayendo recursos de lo ineficiente y orientándolo a la
consolidación de lo obligatorio se consolidará un sistema de recursos que sea una
garantía de progreso en sociedad. En este escenario, el empuje de la sociedad civil
siempre ha estado en la vanguardia de cualquier acción de gobierno. Hoy más que
nunca, esa visión anticipa una expresión popular que presiona de manera insistente a
nuestros dirigentes.
En la historia reciente de España, existen ejemplos de modelos de éxito
diseñados al margen de una tutela efectiva de la Administración, como reacción social
ante una prioridad ciudadana no cubierta a un nivel suficiente por parte de las
instituciones públicas. La Organización Nacional de Ciegos Españoles (O.N.C.E.)
reciente Premio Príncipe de Asturias a la Concordia en atención a su extraordinaria
labor durante más de tres cuartos de siglo; la labor realizada por las Organizaciones
No Gubernamentales; o la actividad social que desarrolla la Iglesia Católica en
España, son algunos ejemplos que muestran esa respuesta en la que la iniciativa
social se anticipa o completa la actuación de la Administración.
Por lo tanto, los tiempos en los que se mueve la acción de cualquier gobierno
deben considerar la búsqueda de modelos de gestión que identifiquen una base
informativa elaborada bajo un tratamiento analítico objetivo, desde la que se proyecten
iniciativas de decisión amparadas en formulaciones que habiliten los necesarios
mecanismos de control y que, al mismo tiempo, recojan una dimensión acorde a la
gestión social que se persigue conforme a un estándar de sociedad del bienestar
sostenible. Las difíciles decisiones que ha venido tomando el Gobierno de España,
desde diciembre de 2011, persiguen esta filosofía. Ahora solo falta ver, con
perspectiva temporal, si los esfuerzos realizados dan sus frutos. De momento, los
resultados conseguidos determinan un optimismo moderado sobre el enfoque
explicado, que solo se consolidará si la economía es capaz de crecer y crear empleo
neto.
La sociedad debe interiorizar que sus gestores políticos adoptan decisiones no
solo planteadas sobre la limitación de unos recursos disponibles, sino que
determinados gastos, que se suponían propios de una Administración, son claramente
impropios y que la necesaria reestructuración competencial que están abordando las
Administraciones Públicas hace que determinados servicios deban ubicarse en una
sola Administración que abordará su ejercicio de la forma más óptima posible: con sus
propios medios; delegando los servicios en otra Administración cuando sea más
eficiente en términos no solo económicos sino sociales; o simplemente, se supriman al
estar duplicados. La finalidad última, como ya hemos adelantado, debe garantizar la
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cobertura social del ciudadano, al asegurar la prestación de unos servicios obligatorios
de calidad, con independencia de su lugar de residencia.
Otro aspecto a tener en cuenta es el tiempo disponible para dar respuesta a
una sociedad que sufre una imparable transformación en continuo movimiento en
términos sociales y, últimamente, debido a la ya más que prolongada crisis, sobre todo
en su faceta económica. La trascendencia de las decisiones se calibra cuando se
visualiza el impacto económico y social de las mismas en el tiempo, una vez pasados
los necesarios controles habilitados al efecto. Por lo tanto, es necesario proyectar
escenarios que valoren con el mayor grado de detalle en el tiempo, las decisiones en
términos de viabilidad social, de ahí la insistencia en el objetivo de “innovación en
sociedad”.
La búsqueda de culpables del empeoramiento de la sociedad del bienestar es
un ejercicio que puede ser necesario, pero es estéril si al mismo tiempo no es
acompañado de políticas que den respuesta a las necesidades de la sociedad. Esa
opción es válida cuando ofrece planteamientos que generan valores que potencian el
modelo de sociedad del bienestar en el que vivimos y que ofrecen respuestas viables,
alcanzables e integradoras. Así pues, en la situación actual, la respuesta a la sociedad
debe facilitar un cauce que permita crear más sociedad a través de la consolidación de
las bases sobre las que se fundamenta, dejando en un segundo término el resto de
análisis secundarios, que, aun siendo importantes, deben ser abordadas en su justa
medida.
A lo largo de la historia se han desarrollado modelos económicos de
ordenación de la sociedad. Algunos han resultado más exitosos en términos de
crecimiento y progreso social, lo que les ha permitido perdurar en el tiempo. Otros, se
implantaron y ofrecieron una utilidad limitada, pero sin duda, deben servir de referencia
también.
Podemos encontrar cómo un modelo económico y de ordenación social sucede
a otro, para dar una respuesta necesaria a las demandas del modelo de sociedad
vigente. Esta inercia surge con diferente cadencia y se vincula de una forma directa
con unas necesidades ciudadanas que presionan de manera definitiva sobre el
esquema inmediatamente anterior. Por poner un ejemplo, la Nueva Economía del
Bienestar sucedió a la Economía del Bienestar como respuesta que justificaba la
ausencia de una situación eficiente y que, al mismo tiempo, suponía asignaciones
ineficientes, que identificaba ineficiencias en el mercado: lo que supuso la base
conceptual de la intervención estatal en los mercados.
Más recientemente, tenemos el ejemplo del sociólogo británico Anthony
Giddens, creador de la denominada Tercera Vía, cuyo modelo de sociedad inspiró la
corriente política que abanderó el primer ministro Tony Blair, provocando un auténtico
“tsunami ideológico” que inundó la gestión pública durante más de una década. Hoy,
podemos afirmar, dentro de una economía que sufre todavía la alargada sombra de la
crisis, que la sociedad vuelve a demandar cambios que impulsen nuevos modelos de
gestión y que a su vez, sean asumidos por unos gestores públicos más ocupados de
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dar respuestas ante una complicada gestión a corto plazo, que en una planificación
más orientada a medio y largo plazo.
La dinámica e insaciable sociedad en la que vivimos vuelve a dar signos
evidentes de haber devorado un modelo de ordenación económica y social y reivindica
con fuerza la aplicación de medidas que sustenten una serie de términos inconexos
aparentemente, pero que emergen con fuerza en la búsqueda de una “innovación en
sociedad”: open government; medición de costes; adaptación de estructuras
administrativas; transparencia; generalización de la tramitación y comunicación por
medios telemáticos; gestión por resultados; sistemas de colaboración público-privada;
gestión y comunicación en redes sociales.
En definitiva, se constata el embrión de un nuevo modelo. ¿Será el definitivo?
Sin duda, no, aunque permitirá dar satisfacción parcial a las demandas actuales de
una sociedad que sigue estando “huérfana”, a día de hoy, de un nuevo modelo de
ordenación que proyecte ilusión, esperanza y sobre todo, respuestas a sus demandas.
Los gobiernos, como el de España, impulsan respuestas que procuran responder, al
menos en el corto plazo, a la sostenibilidad de la sociedad y a la estabilidad de las
estructuras financieras. Se incorpora el objetivo de crecimiento y la generación de
empleo neto en el medio plazo. ¿Será suficiente?
El nuevo rompecabezas planteado, atisba una formulación basada en el
genérico concepto que nos atrevemos a acuñar como “innovación en sociedad”, donde
la participación presencial o virtual de la sociedad en la redes sociales, la
comunicación de la información en tiempo real y el análisis cuantitativo y comparado
de unas acciones orientadas a una gestión por resultados generan un incipiente marco
en el que se visualizan la generación de demandas sociales que, sin duda,
cristalizarán en la adopción de futuras medidas por parte de una Administración, que
necesita contemplar mecanismos de respuesta eficaces que emerjan de una forma
sólida para dar respuesta a los nuevos retos planteados por la ciudadanía.
En la gestión y toma de decisiones a corto plazo, de momento, nos
encontramos con la formulación de modelos de gestión público-privada sobre una
base de información orientada a la consecución de resultados por objetivos. Aún más,
formulan iniciativas que tratan de contemplar una dimensión subjetiva conforme al
máximo nivel sostenible de cobertura social que se pueda garantizar con los recursos
disponibles. Además, se ajustan y adaptan estructuras administrativas y
organizacionales en la Administración Pública. Este adecuado pero insuficiente “tic
cortoplacista” debe alimentarse, completarse y organizarse. No para satisfacción de
unos pocos, sino para conformar un nuevo modelo que equilibre la convivencia en
sociedad.
Es coherente concluir que las reformas que se están abordando en las
Administraciones y, particularmente, en la Administración española, afrontan con
determinación el reto de incorporar la eficiencia, el control y alguno de los aspectos
más destacados de la “innovación en sociedad” como palancas de cambio.
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A día de hoy, observamos con expectación cómo, en el corto plazo, tenemos
un terminal de un ordenador que proyecta un prometedor mensaje de “en proceso” en
su pantalla. Veremos si esas políticas públicas que indicen en la buena dirección
desde un punto de vista técnico en el más corto plazo, son acertadas, suficientemente
explicadas y valoradas en el medio y largo plazo por un ciudadano que no para de
exigir y proferir a sus representantes públicos un “adelante”. De lo que no hay dudas,
por el momento, es que el espectáculo debe continuar sobre la base de una realidad
económica, que no debe sobrepasar a la política para conseguir, entre otros, los
deseos de “innovación en sociedad”.
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