Responsabilidades en el marco de los derrames de petróleo en el Golfo de México Por Diana Hoyos (*) El derrame de petróleo que se ha producido en el Golfo de México como consecuencia de la explosión de la plataforma Deepwater Horizon de British Petroleum –BP- plantea serios cuestionamientos en términos de las responsabilidades que han de asumirse frente a la catástrofe ecológica generada. El gobierno de Estados Unidos, que ha intentado ponerse al frente de la situación, ha sido enfático al sostener que la empresa petrolera deberá responder por los costos económicos y ambientales asociados. Ahora bien, aunque hasta el momento el derrame ha sido tratado como un asunto de exclusiva competencia del gobierno estadounidense, es claro que lo acontecido en el Golfo de México plantea una serie de preguntas relacionadas con las implicaciones internacionales que este tipo de catástrofes pueden tener y las responsabilidades que corresponde asumir en estas situaciones. Esta discusión cobra una particular importancia en el marco de las preocupaciones que han venido planteándose en el escenario internacional en torno a los cambios medioambientales y climáticos y sus efectos a escala global. La explosión de la plataforma Deepwater Horizon, que estalló el pasado 20 de abril y el consecuente derrame de petróleo que se ha producido desde entonces, ha afectado no sólo la economía de la región en la que se produjeron los hechos sino que sus consecuencias para la fauna, la flora, el ecosistema y en general el medioambiente pueden ser muy graves. Desde entonces se ha generado un escape constante de miles de barriles de crudo, que en principio fue estimado por la BP en 5.000 barriles diarios, pero que el gobierno nacional y científicos han estimado en los cerca de 12.000 y 25.000 barriles diarios. Los esfuerzos de la empresa petrolera por detener el fluido y escape de petróleo han sido múltiples: la operación “top kill” que buscaba detener el flujo de petróleo mediante el taponamiento con barro y cemento, un embudo invertido con el que se pretendía capturar parte del crudo derramado, los brazos robóticos y buzos que se han usado para intentar tapar el agujero, el reciente intento de taponar la tubería con un contenedor. Sin embargo, las soluciones no han sido definitivas. Aunque la empresa ha sostenido que ha logrado incrementar el número de barriles recuperados diariamente, lo cierto es que una importante cantidad de petróleo sigue escapándose. Y lo que es peor es que solo se prevé una solución definitiva hasta otoño cuando se termine la construcción de los pozos de contención. Aunque el gobierno estadounidense ha intentado tomar cartas en el asunto, lo cierto es que la solución ha dependido casi exclusivamente de las acciones de la British Petroleum en la medida en que aquél no cuenta con los equipos ni la capacidad para contener el escape de petróleo a ese nivel de profundidad. El problema ha sido manejado hasta el momento como un asunto de competencia nacional, de hecho el gobierno declaró el problema como una catástrofe nacional en aras de movilizar más recursos que permitan enfrentar la dramática situación, en tanto que la discusión se ha concentrado en la responsabilidad que debe asumir la British Petroleum por el derrame de petróleo y en otros temas como la capacidad de la legislación estadounidense y de las entidades regulatorias para garantizar una protección efectiva frente al tipo de riesgos que puedan presentarse en este tipo de situaciones. En este escenario la empresa petrolera ha asumido hasta el momento los gastos para controlar el escape de petróleo y su expansión a zonas cercanas a Luisiana, que fue el Estado en el que se produjo el derrame. Pero los costos que tendrá que asumir la empresa petrolera por la catástrofe serán seguramente mucho mayores. La ley de contaminación petrolera establece una indemnización de 75 millones de dólares por el vertido de petróleo. Sin embargo es claro que el gobierno estadounidense espera que la empresa asuma no sólo este monto, sino todos los costos relacionados con las indemnizaciones de las personas afectadas en la región y de la limpieza y recuperación del ecosistema, que podría tomar décadas. Ahora bien, cabe preguntarse si las implicaciones de los derrames de petróleo en aguas profundas pueden ser vistos solo como asuntos de competencia nacional, donde la responsabilidad puede ser limitada a los errores o negligencia de una empresa privada a la que se le ha otorgado una autorización para la exploración y explotación del petróleo en este tipo de aguas. Sin duda, la responsabilidad directa recae en la empresa British Petroleum, por lo que parece imprescindible una investigación que permita dar cuenta de lo sucedido, pero también parece claro que así mismo resulta urgente evaluar los riesgos que involucran las exploraciones de petróleo en aguas profundas no sólo de cara a los riesgos económicos y ambientales que ha de asumir el país que otorga los permisos, sino frente a las consecuencias para los países cercanos o incluso para el medio ambiente global. Estos derrames de petróleo, especialmente si se dan en el marco de exploraciones en aguas profundas, tiene consecuencias ecológicas y medioambientales que pueden trascender los límites territoriales. Los costos de recuperación del ecosistema no sólo son enormes sino que sus resultados solo serán tangibles después de varios años de esfuerzo. Si bien es cierto que los daños directos recaen en las costas y límites marítimos estadounidenses, los daños ocasionados a la fauna y flora marítima y a los ecosistemas no son independientes de los del resto del mundo, más tratándose de un espacio marítimo. De hecho, la mancha de petróleo que ha venido extendiéndose amenaza con alcanzar los humedales y pantanos ubicados en la región, que tienen un gran valor ecológico para el continente. En definitiva, resulta fundamental evaluar los costos de las perforaciones mar adentro, cuyas consecuencias pueden ser funestas para el equilibrio de los océanos y del medio ambiente. En lo inmediato los países que comparten el Golfo de México podrían verse afectados, como sucede por ejemplo con México o podría suceder con Cuba. No sobra mencionar que el Golfo de México está ubicado en el Océano Atlántico y que su pertenencia es compartida por Estados Unidos, México y Cuba. La economía de las zonas costeras de estos dos Estados, que dependen en su mayoría de la pesca, y el medio ambiente podrían verse comprometidos como consecuencia de los derrames mencionados y de la contaminación que se ha generado. Pero estas no son las únicas consecuencias que se vislumbran de cara a un escenario internacional ya que los daños frente a la fauna y flora y el ecosistema marítimo no son un asunto que concierne exclusivamente a un Estado, sino que tienen implicaciones de orden más global en la medida en que estos bienes constituyen un patrimonio de la humanidad y del planeta que ha de ser protegidos desde los esfuerzos de múltiples Estados y organismos internacionales. Esto es de particular importancia si se tiene en cuenta que los temas medio ambientales se han constituido en un asunto de relaciones internacionales y que los derrames de petróleo en el mar en el marco de las exploraciones en aguas profundas no pueden ser abordados meramente como un asunto de riesgos que un Estado asume en una relación de costos beneficios, sino que merecen ser discutidas de cara a los riesgos que representa para otros Estados o incluso para el planeta y la humanidad. (*) Profesora asistente de Carrera. Facultad de Ciencia Política y Gobierno. Universidad del Rosario.