Palabras del Embajador Juan Fernández Trigo Jefe de la

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Palabras del Embajador Juan Fernández Trigo
Jefe de la Delegación de la Unión Europea en Uruguay
en ocasión de la celebración del Día de Europa 2016
Queridos amigos
Antes que nada quisiera agradecer a los niños del coro de primaria de la Scuola Italiana di
Montevideo por su excelente interpretación de los himnos uruguayo y europeo. En nombre de la
Unión Europea doy gracias a ellos y a sus profesores.
Agradezco mucho la presencia de todos ustedes en esta Delegación para celebrar el Día de Europa.
Déjenme decirles que, ahora más que nunca, ¡están ustedes en su casa! Como saben, en los últimos
meses hemos decorado nuestros muros con una pequeña síntesis del Uruguay, por lo que me
atrevo a creer que nuestra sede pueda haberse convertido, modestamente, en la casa de todos los
uruguayos.
En nuestras paredes aparecen colgadas imágenes de lo mejor que ha dado este país. Como suelo
decir, una muestra del Uruguay admirable, del Uruguay respetable. Aquellos que con su
excelencia conformaron esta nación nos acompañan para inspirar nuestro trabajo. Lugares y
edificios, personalidades y personajes, creadores e intérpretes... el alma uruguaya.
A veces levanto la mirada de los folios y me quedo mirando la foto de los cuatro presidentes que
tengo frente a mí en mi despacho. Los veo en un grupo con bigotes rizados, con bombines, con
botas de montar, con sombreros canotier… y se me escapa una sonrisa mientras me pienso con
cierta autocomplacencia: ¡qué linda foto! Supongo que en eso consiste el buen ejemplo, la fuerza
de la inspiración: que aquel que los contempla se sienta orientado, mejor dispuesto, alentado
incluso.
Por cierto, ya nos hicimos con una estupenda foto de Don José Pedro Varela que preside nuestra
escalera principal desde el pasado viernes. ¡Gracias a los amigos de Canal 12 por ayudarnos a
encontrarla! Siguen faltando personajes, pero Varela era para mí indispensable. Sin él, no existiría
Uruguay tal como lo es hoy.
Me alegra que nos acompañe el Canciller de la República, ya que el pasado 10 de marzo no pudo
asistir al acto de inauguración de esta exposición permanente de fotografías, pese a que sé, porque
así me lo hizo saber él, que tenía mucho interés en venir en aquella oportunidad. Gracias, de
nuevo, por su presencia aquí.
Y gracias por hablar siempre bien de Europa, y sobre todo por hacernos sentir que todos sus
desvelos se dirigen a intensificar la relación con la Unión Europea desde el mismo día en que se
hizo cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Ha pasado un año desde que celebramos el 70 aniversario de la Segunda Guerra Mundial, pero,
ciertamente, no ha sido un año de paz para los europeos. La crisis migratoria, que ya se
manifestaba hace un año de forma preocupante, nos ha estallado de forma abrupta: como quien
dice, a las puertas de la casa.
Y si bien a todos nos gustaría poder dar respuestas inmediatas y eficaces, hay que reconocer que
todavía no hemos dado con la solución mágica que pueda devolvernos a todos la tranquilidad en
nuestras fronteras. Pero lo seguimos intentando desde la convicción de que hay que ayudar a los
perseguidos porque ellos son los únicos que no tienen la culpa de su propia persecución.
También hemos sufrido los embates de la violencia cobarde e indiscriminada del terrorismo a lo
largo de este año. Francia y Bélgica han sido objeto de terribles ataques por parte de aquellos que
todavía creen que se puede matar en nombre de un dios menor: porque no es Dios aquél que busca
su supremacía eliminando vidas humanas. Los europeos aprendimos esa lección hace ya unos
pocos siglos, después de desangrarnos en absurdas guerras de religión.
Precisamente, la radicalización y el extremismo religioso deben hacernos entender que cualquier
política de inmigración que no logre la asimilación real de los inmigrantes está condenada al
fracaso. No podemos dejar que nuestros barrios se llenen de personas sin esperanza que se
refugian en las ideas radicales para desahogar su frustración por causa de la marginación. Por el
contrario, una inmigración ordenada, capaz de disfrutar de todos los derechos y ventajas que
ofrece la legalidad, a salvo de la explotación y de la opresión que conlleva la precariedad
económica, será siempre más reacia a dejarse seducir por sangrientas utopías.
Como no soy persona propensa a escurrir el bulto, no quiero eludir en un día como hoy la
situación en que se encuentra el proyecto europeo. No es extraño escuchar que, a menudo, se nos
define, con expresión displicente, como la vieja Europa, tratando de descalificar así la vigencia de
nuestros problemas, la pertinencia de nuestras políticas o la efectividad de nuestras soluciones.
Por mi parte, sin dejar de reconocer nuestras propias carencias, tiendo a pensar que los europeos
podemos parecer desconcertados precisamente porque estamos en la vanguardia de los cambios
sociales: nuestras dificultades derivan del hecho de que, con frecuencia, somos los primeros que se
enfrentan a los nuevos retos sin contar con un manual de instrucciones.
Hoy estamos haciendo frente a los desafíos de una integración política y económica tan profunda y
avanzada que, como no podía ser de otra forma, carece de la experiencia de otros procesos que
podrían enseñarnos cómo actuar, por dónde transitar, los peligros a evitar.
Hemos suprimido fronteras; creado una moneda única; aprobamos más del 70% de la legislación
aplicable en nuestros territorios a través de organismos supranacionales; resolvemos nuestras
disputas a través de un tribunal de justicia que puede darle la razón a Luxemburgo y quitársela a
Alemania; utilizamos la mayoría cualificada en casi todas las áreas de actuación política y
administrativa( lo que significa que una norma se le puede imponer a 166 millones de europeos
aunque no estén de acuerdo con ella porque así lo han decidido los restantes 332 millones); y nos
coordinamos en un área tan íntimamente vinculada a la soberanía nacional como la política
exterior...
Y precisamente porque nos va bien, y ofrecemos prosperidad, y reconocemos derechos, y no
perseguimos a nadie por sus ideas, y educamos con esmero, y asistimos sanitariamente a toda la
población... por eso la gente quiere vivir en Europa, por eso quieren venir a Europa.
Y, aunque eso nos cree dificultades, nos estamos rompiendo la cabeza por afrontar esa coyuntura
difícil. Todavía tenemos que salir de nuestro estancamiento económico, es cierto. Pero somos 28
Estados Miembros, no somos uno. Somos muchos a los que poner de acuerdo; cada uno con su
idiosincrasia, con su forma de ver la vida, con sus hábitos seculares de consumo y ahorro; cada
quien con su propensión a endeudarse mucho o a refugiarse en una austeridad espartana. Hasta
hace poco guerreábamos entre nosotros, ahora sólo discutimos por el déficit fiscal... ¡no está mal!
Si a veces damos la impresión de que nuestras desavenencias son insuperables y de que el
proyecto europeo adolece de fatiga, es porque en cierto modo se nos ha visto siempre como un
proyecto indisolublemente unido a la idea de éxito; y cuando nos asaltan las dudas y aparecen los
titubeos ante desafíos de gran envergadura, algunos tienden a pensar que no acertamos a la
primera porque somos unos viejos achacosos.
Pues sí, somos viejos, pero nos queda cuerda para rato. Porque hoy nadie discute que la
integración económica y la unión de los países sea la panacea para resolver un sinfín de problemas
comunes. Y aquí, en Latinoamérica, ustedes lo saben mejor que nadie, eso aquí es un dogma
inapelable.
Pero, como decía Machado, no hay un camino trazado, estamos desbrozando la maleza, haciendo
camino al andar. Y vamos resolviendo contratiempos a medida que van apareciendo. Quiero
pensar que somos los nuevos romanos construyendo las vías que todavía hoy, 2000 años después,
siguen comunicando personas y pueblos.
En esta misma semana intercambiaremos, por fin, nuestras ofertas comerciales con el Mercosur
para alcanzar un Acuerdo de Asociación entre ambas regiones que libere el 90% de nuestro
comercio de los aranceles que lo dificultan y encarecen. Ni ha sido un camino fácil llegar hasta
aquí, ni estará todo hecho a partir de la semana que viene. En realidad, ahora comienza la
verdadera negociación. Tendremos que hacer uso entre todos de nuestras mayores dosis de
paciencia y templanza para que este proceso no vuelva descarrilar.
Para ello sería bueno que evitemos las polémicas y las acusaciones estériles haciendo responsables
a unos u otros de nuestras respectivas posiciones; precisamente porque somos dos bloques que
negocian entre sí debemos respetar los procedimientos y tratar de convencernos mutuamente de la
necesidad de alcanzar un Acuerdo ambicioso en la mesa de negociación.
Y espero y deseo que Uruguay juegue un papel crucial en todo este proceso, más allá de su
Presidencia Pro Témpore. Por cierto, Canciller, el reconocimiento al buen hacer del embajador
Pérez del Castillo recorre los despachos en Bruselas.
Permítanme convocarlos a una serie de actividades culturales que hemos puesto en marcha en
torno a este Día de Europa.
El ganador del segundo Premio Escena de teatro que otorga esta Delegación, Jorge Denevi,
estrenó el pasado jueves 5 de mayo la obra de Samuel Becket "Fin de Partida", que pueden ver en
el teatro del SODRE. Un alarde de interpretación por parte de Pepe Vázquez; se la recomiendo
vivamente.
Por otra parte, en estos días hemos lanzado la segunda edición del Premio Gutenberg de narrativa
para jóvenes menores de 35 años. Les animo a difundir esta iniciativa y, por qué no, a presentar
manuscritos si todavía no han llegado a esa edad; tienen hasta el 25 de julio para hacerlo, aquí en
esta misma Delegación. El año pasado la novela premiada fue una bomba en el mundo literario.
En estos días, Carolina Cynovich, su autora, está en la Feria del Libro de Buenos Aires.
Mañana por la tarde, en Life Cinemas Alfabeta, inauguraremos el Festival de Cine Europeo en su
cuarta edición. Contando con las aportaciones de quince Estados Miembros, quince películas
europeas, todas ellas premiadas, estarán en cartel durante una semana. Acerqúense a ver un cine
que cuenta historias.
Por último, me gustaría agradecer la colaboración de las siete colectividades nacionales con las
que ayer de noche pudimos contar para organizar nuestro 1er Festival Folclórico Europeo en el
Teatro Anglo. ¡Un evento realmente entrañable!
Todo un símbolo y un homenaje que hicimos al Uruguay y, de paso, también nos hicimos a
nosotros mismos. Porque este es un país que se hizo recibiendo a los europeos con los brazos
abiertos, respetando su identidad y su idiosincrasia, sin tensiones étnicas, sin diferencias religiosas,
un modelo de tolerancia y armonía, un ejemplo de integración sin fisuras del que quizás
deberíamos aprender hoy todos los europeos.
Muchas gracias por su atención.
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