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George B. Schaller
UN NATURALISTA Y OTRAS BESTIAS
Relatos de una vida salvaje
traducción de Rosa Pérez
Título original: A Naturalist and Other Beasts. Tales from a Life in the Field
© George B. Schaller, 2007
Publicado con el permiso de Sierra Club, San Francisco
© De la traducción: Rosa Pérez
© De la fotografía de cubierta Kay Schaller
© De esta edición: Revista Altaïr, S. L.
Eduard Maristany, 372-374
08918 Badalona
www.altair.es
Impresión: Romanyà Valls
Depósito legal: 2010-41989
ISBN: 978-84-937555-3-9
Esta obra está protegida en su totalidad por el copyright.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública
o transformación de esta obra solo puede ser realizada
con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)
si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de este libro.
Para mis hijos,
Eric y Mark, en grato recuerdo
de nuestras excursiones
Sumario
Prefacio a esta edición
Agradecimientos
9
13
Introducción: De maravillas y recuerdos
17
Prólogo: Biólogo salvaje
23
LAS AMÉRICAS
El legado ártico. El caribú
33
La crianza de Siegfried. La garza azulada
43
Glorias de otro mundo. La selva tropical
51
El ratón que ladra. La capibara
61
Al acecho en el Pantanal. El jaguar
69
ÁFRICA
En el camino del conflicto. El gorila de montaña
Recuerdos del Edén. El Serengeti
87
103
Observar la manada. El león
111
Un banquete itinerante. El ñu
127
Un felino elegante. El guepardo
135
Altaïr | 7
ASIA DEL SUR, CHINA Y MONGOLIA
Luz en la selva. El tigre
151
Tras el rastro de nuevas especies. El saola
163
Tesoros chinos. El mono dorado y el takín
175
Ligado al bambú. El oso panda
187
Una horda dorada. La gacela de Mongolia
207
EL HIMALAYA Y LA MESETA TIBETANA
El fantasma del Hindu Kush. El leopardo de las nieves
219
Pacer al filo de la montaña. El bharal
235
Los perritos de la pradera tibetanos. La pika
251
En un reino elevado y sagrado. El chirú
259
Wildlife Conservation Society
283
Bibliografía seleccionada
285
Créditos del material reeditado
287
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Prefacio a esta edición
George Schaller es el último gran naturalista del siglo xx. Un digno
heredero de la tradición de los exploradores, viajeros y expedicionarios que, a lo largo de los siglos, han contribuido al conocimiento del
mundo natural, y de muchas regiones ignoradas y remotas del planeta.
Su obra es, sin embargo, aún poco conocida por el gran público.
Muchos lo recordarán como el científico que acompañó al escritor
Peter Matthiessen en su viaje al Nepal, inmortalizado en el libro El
leopardo de las nieves. Su relato complementario, la visión del naturalista, aparece en Stones of Silence: Journeys in the Himalaya, una de
las piezas básicas de las cuales se nutre el libro que ahora el lector
tiene en sus manos.
Un naturalista y otras bestias es el compendio de cincuenta años
de un trabajo fascinante, el resultado de muchos proyectos de investigación y conservación de especies amenazadas por todo el mundo:
Schaller ha sido el pionero en el estudio de los gorilas de montaña
en las altas montañas africanas de Virunga, del jaguar en el Pantanal
del Mato Grosso de Brasil, del león en el Serengeti, del oso panda
en China, de la pantera de las nieves en el Himalaya y Mongolia, de
Altaïr | 9
Un naturalista y otrAs bestias
los antílopes tibetanos y demás fauna de las altas mesetas tibetanas;
en definitiva, un historial irrepetible y, como él mismo define, privilegiado por haberlo podido desarrollar durante la “edad de oro de
los estudios sobre fauna salvaje”. Schaller es, pues, un referente básico
como biólogo de campo en todo el mundo.
En la obra de Schaller destaca, en primer lugar, la inquietud del
naturalista o investigador con una clara orientación conservacionista. Una vez ha focalizado el objeto de estudio —“buscando siempre en mi imaginación lugares cuya biodiversidad podría contribuir
a conservar”—, se vuelca en él sin tapujos ni limitaciones, trascendiendo el simple trabajo de campo con acciones y proyectos de conservación de esta fauna. No es por ello de extrañar que su carrera se
haya desarrollado casi en su totalidad dentro de la Sociedad para la
Conservación de la Fauna Salvaje —antaño Sociedad Zoológica de
Nueva York—, más que por los caminos de las academias y universidades. Una pasión que, por otro lado, es impaciente y cambiante,
hecho que lo lleva a conocer distintas regiones del mundo sin más conexión que la existencia de variadas especies de fauna, que de alguna
forma simbolizan el conjunto de todo el ecosistema.
En Schaller encontramos también a un científico trabajador,
perseverante, honesto, y a un colaborador respetuoso con los investigadores locales. Una actitud que, por desgracia, no suele ser la
norma y que por ello también resulta loable.
Además del científico, Schaller personifica el espíritu aventurero
romántico en estado puro, un “caminante de desiertos, montañas y
bosques”. Como relata en su prólogo, “Me considero, básicamente,
un viajero decimonónico con inclinaciones científicas, imbuido en
una búsqueda intangible y esquiva”. Sin embargo, la motivación principal y la justificación de sus viajes no deja lugar a dudas sobre sus
profundos ideales conservacionistas: “la obligación moral de luchar
en nombre de la belleza y la integridad de la naturaleza [...] que, no
obstante, puede cambiar el mundo”. Hasta el punto de definirse
como un “misionero ecológico”.
Ciencia y rigor, sí. Pero el contacto con la fauna salvaje y la belleza de los paisajes prístinos le provocan unas emociones profundas
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Prefacio
—“un placer sensual”— y una sensibilidad que, acaba por reconocer, es la motivación primaria de toda su obra. “Yo no puedo ser un
observador imparcial”, dice, reconociendo que todo el esfuerzo de sus
estudios y proyectos se basa en un vínculo y un compromiso con estos animales, vínculo y compromiso que tienen su origen en lo más
profundo de su ser; en este sentido, lanza incluso un claro alegato a
las entidades conservacionistas: “un llamamiento a la conservación
ambiental debe incumbir al corazón, no solo a la mente”.
Schaller utiliza una prosa amena, directa, rigurosa y precisa, pero
no exenta de poesía. Es de agradecer que esta sensibilidad sea transmitida incluso en sus libros técnicos. Relatos de imágenes poéticas
y seductoras, como el que aparece, por ejemplo, en Wildlife of the
Tibetan Steppe (1998): a 4.500 metros de altitud y en pleno altiplano
del Chang Tang tibetano, Schaller describe magistralmente cómo se
le aparece finalmente, en medio de la niebla, un rebaño de antílopes
tibetanos o chirús, que pasan por delante suyo, hundidos en la nieve
y ajenos a su presencia, y se desvanecen de nuevo en la niebla “como
espíritus soñados en una nube”.
A lo largo del libro también comprobamos una evolución. Su interés por la fauna se va ampliando a las culturas humanas que viven
en estos ecosistemas y paisajes remotos. Schaller se encuentra cada vez
más a gusto entre los pueblos indígenas, las culturas tradicionales,
los nómadas, cazadores o pastores. Debido a sus proyectos, Schaller
también se las ha de ver con los poderes políticos, incluso con un
notable acierto —no debió de ser nada fácil conseguir que el Gobierno
chino declarase la enorme Reserva del Chang Tang en 1993—, pero
poco de ello trasciende en sus textos. No en vano, el autor muestra
constantemente sus preferencias por la vida en la naturaleza respecto
al confort de los despachos.
Con todo lo expuesto aquí, no es de extrañar que Schaller suponga
el ideal de una generación de naturalistas, profesionales o aficionados, a lo largo de todo el mundo. Esta obra, resumen de toda su experiencia, sin duda contribuirá, a generar nuevas adhesiones y seguidores también en lengua castellana, hasta ahora muy escasa en sus
traducciones.
Altaïr | 11
Un naturalista y otrAs bestias
En definitiva, esta es una obra de lectura amena, con mucha información de primera mano. Sin duda, se convertirá en una referencia para los amantes de la naturaleza, a la vez que nos ayudará a engrandecer el espíritu y a soñar con grandes aventuras por todo el
planeta.
Miquel Rafa
Biólogo y naturalista, director de Territorio y
Medio Ambiente de la Obra Social de CatalunyaCaixa.
Octubre de 2010
12 | Altaïr
Agradecimientos
Querría expresar mi hondísima gratitud a los diversos países que
fueron mis anfitriones a lo largo de los años y a las numerosas organizaciones, científicos, funcionarios, lugareños, nómadas, etc., que
colaboraron conmigo, me ayudaron en mi trabajo de campo y me
ofrecieron su hospitalidad. La Wildlife Conservation Society financió
muchas de las iniciativas ecologistas aquí descritas; además, el generoso respaldo de la National Geoghaphic Society, National Science
Foundation, Liz Claiborne and Art Ortenberg Foundation, Sacharuna Foundation, Armand Erpf Fund y otros benefactores hizo posible mi labor. También doy las gracias a Diana Landau, la editora
de Sierra Club Books, por su dedicación en la recopilación y corrección del manuscrito.
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Quien quiera hacer el bien a los demás, deberá hacerlo
en las Partículas Diminutas. El Bien General es la excusa
del sinvergüenza, del hipócrita y del adulador,
porque el Arte y la Ciencia no pueden existir
sino en Partículas diminutamente organizadas.
William Blake, Jerusalén, capítulo 3
Subyace en las relaciones del hombre con los animales,
con las flores, con los objetos de la creación,
una ética por el momento apenas intuida que saldrá a la luz
y será el corolario y complemento de la ética humana.
Víctor Hugo
Si fuese tu corazón recto,
entonces te sería toda criatura
espejo de vida y libro de santa doctrina.
Tomás de Kempis, 1427
INTRODUCCIÓN
De maravillas y recuerdos
Se ha dicho que, cuando los naturalistas se jubilan, escriben prefacios y publican retrospectivas. Al presentar esta antología, no voy en
busca de recuerdos: mis intereses residen en el futuro. De hecho, redacté un borrador de esta introducción en las montañas del norte de
Afganistán, donde estaba censando carneros de Marco Polo y promoviendo su protección. Desde 1952 he recorrido muchos países y en
todos he disfrutado observando animales y me he esforzado por
protegerlos del incesante desgaste que sufren todos los espacios naturales. En cierto modo, vivo en una geografía de sueños, buscando
siempre en mi imaginación lugares cuya biodiversidad podría contribuir a conservar por el bien de todos los seres, incluida la población
local cuyo futuro también depende de un medioambiente saludable. Como reza un proverbio chino, «Todas las flores de mañana están
en las semillas de hoy».
Por circunstancias fortuitas, llevo más de medio siglo vinculado
a la Wildlife Conservation Society (Sociedad para la Conservación
de la Fauna Salvaje); antiguamente New York Zoological Society
(Sociedad Zoológica de Nueva York). Esta sociedad promueve la
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Un naturalista y otrAs bestias
protección de la fauna salvaje desde 1895. Su visión me ha servido de
ideal y eso me ha permitido dedicar mi vida al trabajo de campo y a la
conservación ambiental, convertirme en caminante de desiertos, montañas y bosques. El poeta Walt Whitman preguntó: «Pero ¿dónde está
aquello por lo que partí hace tanto tiempo? ¿Y por qué no he podido
encontrarlo todavía?». La conservación ambiental carece de punto de
destino. Impulsado por la obligación moral de luchar en nombre de la
belleza y la integridad de la naturaleza, de dejar espacios naturales que
perduren para siempre, he escogido un camino que no tiene fin, pero
que, no obstante, puede cambiar el mundo. De manera que hoy, a mis
más de setenta años, aún me esfuerzo por proteger algo que me sobrevivirá, por conseguir pequeños logros que importan, conciernan
estos a los últimos guepardos asiáticos de Irán o a las grandes migraciones de gacelas en las estepas de Mongolia oriental.
Después de cruzar América del Norte en 1840, John C. Fremont
escribió que «todo estaba virgen e inexplorado y el silencio ininterrumpido despertaba curiosidad e inducía a investigar». Mi espíritu
habita en lugares así. Por suerte, aún perduran importantes vestigios
de zonas agrestes. Un ejemplo son las llanuras y los bosques del Serengeti en Tanzania, donde mi mujer, Kay, nuestros dos hijos pequeños y yo pasamos más de tres años, quizá los más felices de nuestras vidas. Otro es la extensa y maravillosa altiplanicie de Chang Tang
en Tíbet, con sus antílopes tibetanos (chirús), asnos salvajes, yaks y
otra fauna, un lugar al que ya he dedicado dos décadas.
Mi pasión y mi profesión me han llevado a muchos países como
intruso respetuoso e investigador itinerante que colabora con científicos, funcionarios y gobiernos para reunir los conocimientos detallados en los que debe fundamentarse la conservación ambiental y
poder promover y exigir la protección de fragmentos del patrimonio
natural de un país. Hace tiempo aprendí que la conservación ambiental
no tiene victorias, que el investigador debe mantener el contacto y
la relación con los animales y lugares que han cautivado su corazón
—los gorilas de montaña, el Arctic National Wildlife Refuge— para
impedir su destrucción. A veces me preguntan por qué, en un mundo que cada vez tiene más heridas y cicatrices, no abandono sin más,
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Introducción
Zhen-Zhen, la osa panda que fue uno de nuestros animales de estudio, descansa entre
cañas de bambú sombrilla en la reserva natural de Wolongg en China.
vencido por el pesimismo. Pero la conservación ambiental es mi vida:
debo mantener la esperanza.
No obstante, más que de las complejidades de la conservación ambiental, esta antología trata, ante todo, de animales. Mi mayor placer reside en documentar la vida diaria de un animal observándolo en
silencio o incluso examinando las huellas, los restos de comida y otras
señales que deja a su paso. Me gusta escribir sobre lo que he visto en
mi sed de desvelar las complejidades de otra especie, de referir su
biografía. Por supuesto, no tengo acceso a los pensamientos y deseos
de una capibara, pero al menos puedo describir la riqueza de su vida,
valiéndome de la intuición y el sentimiento para hacer mi ciencia metodológica un poco más amena.
A partir de numerosos artículos publicados o capítulos de libros,
he recopilado diecinueve escritos sobre distintas partes del mundo,
principalmente sobre animales que estudié o despertaron mi curiosidad y, en unos cuantos casos, sobre hábitats enteros. Como los artículos abarcan medio siglo de trabajo de campo, determinada infor-
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Un naturalista y otrAs bestias
mación específica puede estar desfasada. (La fecha de publicación original se consigna al final en cada caso.) Mis introducciones a cada capítulo proporcionan información actualizada y, donde parecía imprescindible, el texto original se ha corregido o acotado mínimamente.
Creo que el orden de los capítulos ilustra que, si bien mi hincapié en la historia natural no ha variado, mi trayectoria sí lo ha hecho
de un modo sutil. Ya no dedico años a estudiar una especie, sino que
busco países postergados cuya conservación ambiental puedo contribuir a mejorar. Los ejemplos más recientes son Irán, Tayikistán y
Afganistán. Mi misión se ha ampliado a la conservación de ecosistemas e incluye un interés por las culturas humanas que les afectan.
Varios de mis estudios se basan en preguntas científicas que me intrigaban, algunas importantes, otras triviales. ¿Qué impacto tiene la
depredación del león en las poblaciones de presas? ¿Están las cabras
azules del Himalaya más estrechamente emparentadas con las cabras
o con las ovejas, sobre la base de su conducta? Sin embargo, no sería
sincero si sugiriera que mis proyectos siempre se fundamentan en
razones y planes lógicos. A fin de cuentas, esa clase de abstracción es
nueva en nuestra evolución humana, mientras que las emociones
son viejas, parte de nuestro cerebro primitivo. Fueron mis ganas de
estar en el Himalaya lo que me condujo hasta allí; solo entonces se
convirtió el estudio del leopardo de las nieves en mi objetivo. La impactante elegancia de un tigre y el atractivo visual de un oso panda
suscitan emociones hondas que nos permiten crear un vínculo con
otra especie y despiertan nuestro deseo de adquirir un conocimiento
más profundo que trasciende los meros datos estadísticos. Yo no
puedo ser un observador imparcial. Necesito sentirme comprometido con un animal o lugar para dedicarle años, a menudo en condiciones rigurosas. No todos los animales de estos escritos me suscitan
esta reacción: de vez en cuando encuentro algunos, como el takín, con
cuyas vidas solo tengo un contacto pasajero pero que me proporcionan momentos entrañables que merece la pena compartir.
Tuve la suerte de formar parte de la edad de oro de los estudios
sobre fauna salvaje, el período entre la década de 1950 y finales del
siglo xx en el que muchos grandes mamíferos, incluso algunos tan
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Introducción
conocidos y espectaculares como el elefante y el jaguar, se convirtieron por vez primera en el foco de exhaustivas investigaciones. Y
también tuve la suerte de contar con mentores que me infundieron
ánimo y me brindaron oportunidades. Entre estos estaban Brina Kessel, de la Universidad de Alaska; John Emlen, de la Universidad de
Wisconsin; Olaus y Mardy Murie, a quienes acompañé en 1956 en un
estudio de la fauna salvaje de la región de Alaska que luego se convertiría en el Arctic National Wildlife Refuge; y William Conway,
de la Wildlife Conservation Society. Yo ya había definido mis intereses cuando era joven, pero, gracias a la orientación de estos mentores,
me convertí en un explorador científico de la naturaleza e, igual de importante, abracé los valores espirituales de la fauna salvaje y su entorno
natural. Mi otra compañera indispensable ha sido Kay, quien me
ayudó en numerosos proyectos que abarcan del Congo a la China,
compartió mi satisfacción y mis sacrificios y nos construyó hogares
transitorios en cabañas y tiendas de campaña.
Observar animales puede parecer un placer anticuado en esta era
de simulaciones por ordenador y teledetección. Comencé como
pionero y a veces me he sentido postergado conforme el foco de la
ciencia natural ha ido cambiando. Las universidades descuidan los
cursos sobre ciencia natural, pero esta clase de conocimiento es la piedra angular de la conservación ambiental. Aporta información básica, define problemas y sugiere soluciones realistas. Hasta la retórica
de la conservación ambiental ha cambiado. La naturaleza se ha convertido en «recursos naturales», considerados con demasiada frecuencia
solo en términos económicos y tratados como un artículo de consumo que se compra, vende o desecha. El aprecio de la belleza, la sensación de asombro y la ética de responsabilizarse de otras especies y
de la Tierra rara vez forman parte del discurso conservacionista actual.
No obstante, yo sigo convencido de que un llamamiento a la conservación ambiental debe incumbir al corazón, no solo a la mente.
Los retratos íntimos de animales contribuyen a inspirar preocupación
por su frágil futuro, crean una sensación de afinidad y transmiten que
también ellos tienen derecho a existir. Sin valores morales, la conservación ambiental no se sustenta.
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Un naturalista y otrAs bestias
El desbordado entusiasmo de mis primeros estudios ha sido sustituido cada vez más por tentativas de proteger animales y sus hábitats, valiéndome de todos aquellos argumentos e iniciativas que
puedan tener impacto tanto local como internacionalmente: científicos, económicos, estéticos, éticos, religiosos. Esto me ha apartado de
la satisfactoria ocupación del trabajo de campo. Así pues, en contra
de lo que he dicho al principio de esta introducción, quizá esté creando
este libro para recuperar recuerdos, releyendo mis estudios con nostalgia, reviviendo meses y años de incalculable valor.
Por el momento, los animales y hábitats aquí descritos perduran.
Pero las batallas en su nombre continúan. De hecho, estos escritos
atestiguan maravillas y comparten recuerdos. Espero que, con ellos,
los lectores creen un agradable vínculo con animales y lugares que merece la pena proteger por muchas razones, entre ellas su belleza.
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