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NUESTRA
B4ZÁ
(NI L A T I N A
ES
NI
ESPAÑOLA
IBERA)
La Exposición Hispanoamericana de Sevilla
y
El Porvenir de la Raza.
N U T R A RAZA ES ESPAÑOLA
(NI
L A T I N A
NI
I B E R A )
LA EXPOSICIÓN HISPANOAMERICANA DE SEVILLA
Y
EL PORVENIR DE LA RAZA
ARTÍCULOS
DE
doña B l a n c a de los
Ríos
D S L a m p é r e z , D E don A d o l f o Bonilla y S a n
Martín, DEL PROFESOR NORTEAMERICANO don
A. M . E s p i n o s a , Y D E don J u a n C. C e b r i á n .
REPRODDCIDOS DE LA REVISTA
Raza Española Y D E
MADRID,
OTRAS.
1926
I
L A EXPOSICIÓN
HISPANOAMERICANA
DE
SEVILLA
Y
EL PORVENIR D E L A
RAZA
Todos reconocen hoy día que el porvenir de España
está en América. El HISPANOAMERICANISMO es el
factor más potente para el progreso de España y de sus
hermanas americanas, para encumbrar la raza española
al puesto honroso que le pertenece ante el mundo.
El hispanoamericanismo va desarrollándose en progresión ascendente como lo prueba la explosión de entusiasmo producida en la América española por el glorioso vuelo del Pu¡s U L T R A . Porque no ha sido solamente en la Argentina, punto de llegada del histórico vuelo, sino en toda la América hispana, hasta los más remotos límites en el Norte, donde se ha expansionado el
espíritu hispano, donde ha vibrado la fibra racial al unísono de Buenos Aires y de Madrid. En Méjico, la bandera española se multiplicó por todos sus ámbitos durante aquellos memorables días; en Méjico, las autorida-
des rivalizaron con la población para revestir los edifi.
cios con los colores gualdo y rojo y los monumentos se
iluminaron con los mismos colores de la bandera espa.
ñola, cual si se hubieran resucitado los tiempos gloriosos del Virreinato de la Nueva España. Esto hizo exclamar al testigo visual, el ex Ministro de la República Dominicana, Sr. Deschamps: «Las fronteras entre España
y sus hermanas americanas se están borrando o han desaparecido ya.»
Pues bien, el hispanoamericanismo, por nadie tan bien
sentido como por S. M. el Rey Don Alfonso XIII, que
por muchos años lo ha alentado con su prestigiosa protección, tendrá su consagración internacional en la futura E X P O S I C I Ó N HISPANOAMERICANA DE SEVILLA. Por esta ra.
zón, con atinado criterio fué bautizada desde su inicio con su verdadero nombre HISPANOAMERICANA.
Pero por causas inexplicables, en un momento de descuido y obcecación el año pasado se cambió el nombre, adoptando el de «iberoamericana»; se borró el apellido secular, épico, glorioso, HISPANO; se cometió
inconscientemente el crimen de lesa patria. Afortunadamente es error que puede rectificarse, anularse por
completo. España está clamando que la libren de tal ignominia, que le devuelvan su propio nombre: es indispensable reponer el nombre HISPANO a la futura gran
Exposición de Sevilla.
Se ha dicho que el cambio obedeció a la entrada de
Portugal y del Brasil en la Exposición 1 . Eso se expli1
L o que equivaldría, como muy acertadamente dijo el ilustre
Ministro uruguayo en Madrid, a consentir el cambiarse de apellido
con objeto de granjearse un puñado de amigos.
ca
solamente por una confusión de ideas; porque la palabra «ibero» para la masa general del público internacional no lleva consigo la idea de Portugal ni la de España. Es palabra que por su remotísimo origen carece
de significación en este siglo X X , en que hasta la culta
Francia ha coartado los estudios greco-latinos en su plan
de enseñanza pública y en ciertos momentos los ha suprimido oficialmente. Fuera de los llamados intelectuales peninsulares y de un puñado de arqueólogos internacionales, nadie sabe el significado de «ibero»; y hay
que notar que la Exposición de Sevilla no se hace para
uso de ese reducido número de intelectuales y arqueólogos, sino para uso del mundo entero.
Por otra parte, recordemos que los primitivos iberos
apenas hollaron el suelo lusitano. Dos son las teorías
históricas acerca de ellos: una es que partiendo de su
hogar primitivo la Iberia en el Cáucaso—la moderna
Georgia al Norte de Armenia—, se extendieron al Oeste por el Sur de Europa hasta Francia, y de allí penetraron en nuestra Península estableciéndose en el NE.,
dando nombre al río Ebro, al mar Ibérico en la costa y
a los montes ibéricos en Aragón, todo muy distante de
Portugal. La otra es que los iberos provenían de Africa, y penetrando en la Península por el SE., subieron
hacia el NE., llegando hasta el Ródano, en Francia, y se
extendieron hasta la Iberia del Cáucaso. El nombre ibero aparece en la historia griega en el siglo VI a. J. C.
como pueblo que ocupaba solamente el Oriente de la
Península, mientras que el Sur y el Occidente (Andalucía y Portugal) estaban ocupados por tartesios, celtas, lusitanos. Más tarde, en el siglo III, los griegos llamaron
Iberia a toda la Península, pero muy pronto fué susti-
tuído este nombre para siempre por los romanos con el
nombre de HISPANIA.
De todos modos, la palabra «íbero» es más aplicable
a España que a Portugal, aunque la realidad es tan remota que casi se confunde con las nebulosidades de la
Prehistoria.
Nótese, por lo tanto, que la supresión de esa palabra
no indica animadversión a Portugal; debe suprimirse
por ser inapropiada e inexpresiva; debe suprimirse porque es un contrasentido que la entidad creada con objeto de consolidar y consagrar el HISPANOAMERICANISMO no lleve en su nombre el calificativo primordial
que le dió el ser. Si Portugal y el Brasil creen que hoy
día los vocablos «hispano» e «hispánico» no incluyen
lo portugués (en contra de autorizadísimas opiniones
portuguesas) 1 , añádase otra palabra más definida que
«ibero» y que recuerde a Lusilania; adóptese, por ejemplo, el nombre E X P O S I C I Ó N H I S P A N O - L U S O - A M E R I C A N A DE
SEVILLA, en el cual España y Portugal aparecen unidos.
(Véanse páginas 46 y 47.)
Después de haber expuesto objetivamente la cuestión
del nombre de la Exposición de Sevilla, conviene considerar ampliamente el nombre iberoamericano en su relación con España.
Recordemos para empezar que España ha sufrido por
tres siglos el suplicio de la Leyenda Negra. Desde el
siglo X V I varias naciones se propusieron difamar a España, y mediante eficacísima propaganda—entonces no
estaba de moda esa palabra—lo consiguieron; porque
Véanse páginas 29 y 30.
España no se defendió. Que esto no es exageración está
probado por el hecho de que aun cuando la fatal Leyenda no se ha destruido en su totalidad, lo más importante de ella ha sido reconocido últimamente como
erróneo o calumnioso por los historiadores modernos,
extranjeros y nacionales, y en algunos casos anticipándose los extranjeros a los mismos españoles.
De un modo análogo, desde el último tercio del pasado siglo, y como derivación de la Leyenda Negra
cuando ésta empezaba a deshacerse, se inició otra propaganda adversa para desespañolizar a las repúblicas
americanas hispano parlantes; proponiéndose primero
achicar el nombre español, para luego borrarlo por completo en el Continente americano. Después de haber preparado el terreno, empezaron por dar el nombre de
«América latina» a lo que por espacio de más de tres
siglos se había llamado con toda propiedad AMÉRICA
E S P A Ñ O L A ; la eficacísima propaganda extendió ese
ápodo de un modo prodigioso, hasta que los interesados se percataron, aunque algo tarde; las autorizadas
voces de Mariano de Cavia, de Menéndez Pidal, de José
Enrique Rodó y otros demostraron lo erróneo de ese
apelativo, y entonces los citados propagandistas, sin
abandonar su preferido «latinismo americano» 1 , empezaron a enarbolar el calificativo «iberoamericano»,
que satisface sus propósitos, precisamente por la poca
significación que la palabra «ibero» tiene fuera de nues-
1
L a prueba se ve en las numerosas y variadas fases del movi-
miento en pro de «l'Amérique Latine» en París por medio de diarios,
revistas, conferencias, asociaciones, etc., en francés, en español y en
inglés.
tra península: para su objeto «latinoamericano» e «iberoamericano» son casi lo mismo, puesto que ambos suprimen el nombre HISPANO, ambos borran el nombre
de España.
Claro es que dichos propagandistas no han inventado
esos calificativos: han tomado en el ambiente idóneo
para el caso aquello que más cuadraba con su intento.
En España, durante el siglo pasado, entre otras ideas
más o menos poéticas y utópicas, existió la de cierta
unión política entre España y Portugal, y viviendo en
pleno romanticismo, al buscar un nombre atractivo,
poético (poco práctico), se escogió el vocablo «ibérico».
Varias sociedades políticas y comerciales adoptaron entonces con calor ese calificativo. Más tarde, en 1885, se
fundó en Madrid la Unión Ibero-Americana, con un programa inmejorable para la comunión espiritual y material entre la península y sus hermanas americanas. Pero,
dicho sea con todo el respeto y admiración que sus
ilustres fundadores merecen, el nombre de la asociación,
en aquel entonces inocente, no resulta ahora acertado:
no podía preverse entonces el uso nefasto y antagónico
que los citados propagandistas harían más tarde con ese
vocablo.
Dos incidentes que ayudan a comprender la situación
actual han surgido recientemente en la vida de Madrid.
El primero en la recepción del Sr. López Otero en la
Real Academia de San Fernando el 9 de mayo, cuando
el ilustre Director de la Academia de España en Roma,
D. Miguel Blay, en su contestación al discurso del recipiendario, anunció que en el siglo pasado las tres
cuartas partes de los objetos de bellas artes suministrados a las Américas Españolas procedían de España, y
—
I l -
la otra cuarta parte de varias naciones; pero el año pasado menos de la cuarta parte de dichos objetos ha sido
contribuida por España, y las otras tres cuartas partes
han llegado de Francia, Italia y otras naciones. Eso no
es debido a la depreciación de la calidad artística de
España; al contrario, el Arte español ha mejorado desde entonces como se ha reconocido en el extranjero en
sus Exposiciones internacionales y en publicaciones de
arte de todas las naciones. La causa de esa pérdida para
España es la eficacia de los citados propagandistas contra España, ayudados desgraciadamente por el descuido
de los españoles en reaccionar contra dicha propaganda, o bien por no haberla conocido, o porque no están
acostumbrados al anuncio de sí mismos.
El otro incidente se encuentra en el diario A B C en
un artículo de Gómez Carrillo, quien por residir en el
extranjero percibe y observa mucho de lo que no se
percatan los residentes en España. Dice el articulista
que ahora no se encuentran vinos de Jerez en los mejores hoteles de París, y al pedirlos se oye la contestación
que no los tienen porque el público no los pide, no los
conoce; siendo así que años atrás eran reconocidos umversalmente como de los mejores vinos generosos. Y no
es que la calidad del vino de Jerez haya empeorado, no;
esto es otro caso de propaganda extranjera, de falta de
combatirla y de carencia del anuncio español.
Ahí está palpablemente demostrada la necesidad de
contrarrestar toda clase de propagandas adversas a España por medio del anuncio. La vida moderna es esencialmente comercial: todos los productos de la actividad
humana, así materiales como espirituales, son artículos
de comercio; un descubrimiento o libro de Cajal, lo
mismo que una estatua de Benliiure, o un bordado de la
más modesta y anónima mallorquína, o una lata de
Trevijano, o un autogiro de La Cierva son artículos de
comercio que debemos anunciar, y, para ello, hay q Ue
anunciar a E S P A Ñ A . Deber por lo tanto es para todos
los hijos de España el oponerse a cuanto tienda a borrar el nombre de España de los fastos internacionales
de nuestros días, porque de ese modo se borra el anunció español. Puesto que el vocablo «iberoamericano»
sirve para borrarlo, es indispensable que todos los españoles traten de suprimir dicho vocablo del uso corriente, así hablado como escrito.
De ahora en adelante el nombre de la Exposición de
Sevilla será citado e impreso millones y millones de veces en todas las naciones civilizadas: si el nombre lleva
el vocablo «hispano», millones y millones de veces al
leerlo y pronunciarlo se pensará en España; pero si ese
nombre lleva en su lugar el vocablo «ibero», España
perderá millones y millones de anuncios.
Ahí se ve cómo en el primitivo (y muy legítimo) nombre E X P O S I C I Ó N HISPANOAMERICANA DE SEVILLA hay encerrada no sólo una cuestión de etimología y de JUSTICIA HISTORICA (como dijo muy bien Mariano de
Cavia), sino también de anuncio legítimo, de legítima
ganancia comercial en beneficio de España y los españoles 1 .
1
No se tiene idea en España de lo mucho que ella debe a la
marca «Hispano-Suiza»; dondequiera que se conocen automóviles y
motores, se conoce esa marca; y todas las innumerables veces que
se pronuncia, se piensa en algo de mucho valor que proviene de E s paña; es un anuncio perenne de E S P A Ñ A .
fío hay que olvidar que América fué descubierta y poblada por españoles y portugueses (que se consideraban
a sí mismos españoles y escribían en ambos idiomas);
e s decir, que ha sido poblada por HISPANOS, no por
latinos, y mucho menos por incivilizados iberos, incapaces de semejantes empresas. No hay que olvidar que
gspaña es la nación que adoptó para su escudo el PLUS
ULTRA, el Siempre adelante, el Más allá, el Más arrila• España, con su vitalidad moderna, llena de nobles anhelos y elevadas aspiraciones, quiere volar como
Franco y Gallarza, quiere erguirse como Colón, como
Cajal, aspira a inventar como Fray Ponce de León y
como Torres Quevedo; España quiere vivir en el presente y para el porvenir, no en el pasado; y desecha la
¡dea de asociarse a aquellos remotísimos, incivilizados
iberos, incapaces de comprender las complicaciones de
la vida moderna.
Abajo, pues, con el «Iberoamericanismo», y ¡Viva
España y el HISPANOAMERICANISMO 1
JUAN C . CEBRIAN.
Madrid, mayo de 1926.
En apoyo de la tesis precedente se insertan a continuación cuatro artículos favorables a ella, extractados de
la Revista R A Z A ESPAÑOLA y de otras.
II
HISPANISMO
Entre todos los pueblos de la tierra sólo España tiene
derecho a compartir con su descendencia magnífica un
sentimiento único en la Historia, como única fué la obra
de España: el nacionalismo de raza, el patriotismo étnico que alienta como un alma colectiva en los cien millones de hermanos que hablan nuestra lengua, porque
sólo España realizó el milagro, sin par en los fastos del
mundo, de crear una raza. Los demás pueblos vivieron
encerrados en sus fronteras, invadieron con ímpetus de
conquista a otras naciones, como la Francia de Napoleón, fundaron colonias para explotarlas, o se establecieron en algún país remoto después de extirpar concienzudamente a los aborígenes.
Descubrir a costa de la más sublime proeza un Continente; prolongar la patria nativa por todo aquel orbe
nuevo; crear en él, no colonias explotables, sino provincias de esa patria; mezclar la sangre propia con la indígena; transmitir a los naturales del mundo descubierto la
religión, la lengua, las leyes, el arte, la cultura, toda la
vida, toda el alma nacional; desposarse, en suma, con
jos pueblos trasatlánticos, darles a comer de nuestra
carne y a beber de nuestra sangre en sublime comunión
humana, sin sombra de odios étnicos, sin la desalmada
codicia exterminadora de que tan espantosos ejemplos
dan los pueblos que pretenden superarnos en cultura y
humanitarismo; realizar la empresa incomparable de
crear en la fraternidad de Cristo una nueva familia humana, esto sólo España lo ha hecho. Y fruto natural de
tal obra es esa confraternidad de nuestra gran familia
de pueblos, ese magno amor que ha de ser cohesión,
fuerza, solidaridad, unidad grandiosa y porvenir insuperable de la raza. Ese amor tiene un nombre y necesita
tenerlo y cifrarse en él como en la concreción broncínea
de un símbolo, porque los grandes amores sin nombre
son como fuerzas difusas propensas a la dispersión; ese
amor de raza que es el reflorecer y el íructificar de nuestra soberana obra en América, se llama HISPANISMO.
Y no puede llamarse de otro modo porque adoptar otro
nombre será renegar de nuestra estirpe, abdicar a la
gloria de ser hijos de la gran Madre educadora y cristianizadora de América, y fraccionar en agrupaciones
atomísticas lo que junto en un nombre, en un habla y
en un espíritu es y debe ser la familia humana más gloriosa de la Historia.
Sí, la América nuestra de la que España y Portugal,
los dos pueblos de la península Hispania, hicimos otra
Hispania trasatlántica, no quiere renegar de sí misma y
de nosotros, de la fe católica y de las dos lenguas hispánicas, ramas de un mismo tronco, que significan y
ponen sello augusto a aquellas naciones, «sangre de Hispania fecunda»—como dijo Rubén Darío—, sustente por
dignidad y gloria de nuestra gran familia el nombre de
AMÉRICA E S P A Ñ O L A o de AMÉRICA HISPANA,
que procede de la península originaria y en nada amengua la absoluta autonomía y excelsa significación histórica de Portugal y del Brasil.
Dentro del nombre de la Península descubridora.
HISPANIA, cabrían las dos Patrias-Madres y su doble
descendencia, sin menoscabo de la autonomía ni de la
excelsa significación histórica de ninguna de las dos naciones peninsulares; y realizada quedaría así, mediante
la fuerza anímica de la palabra, con la sintética brevedad sonora de un nombre gloriosísimo, la ansiada unión
espiritual de la raza: no pretendemos medir por la extensión ni el número de los descubrimientos, ni por la
magnitud de la civilización creada, la mayor o menor
suma de inmortalidad que alcanzaría a cada una de las
naciones progenitoras: a partes iguales queremos compartir con Portugal y su descendencia, y con los pueblos por nosotros engendrados, y a quienes como hijos
toca legítimamente la herencia, todas nuestras glorias
históricas. Agrupémonos, fusionémonos como si nos
animara un alma sola, juntémonos en la indivisible unidad de un nombre, que siendo común a las dos naciones que completaron la tierra y engendraron una nueva
familia humana y a los pueblos jóvenes que constituyen
esta magna familia y contienen el porvenir del mundo,
cifraría con las magníficas promesas del mañana >as excelsitudes del más grandioso pasado. Y si todos los
pueblos hispanos estamos deseosos de unirnos dentro
de un apelativo común, porque late en nuestras almas el
sentimiento colectivo que busca e impone ese nombre
unificador, ¿por qué unirnos dentro de un nombre inexacto y caducado, y no dentro del propio y verdadero?
¿Puede afirmarse sin grave ofensa de la Historia que
fueron los iberos o los latinos los que descubrieron a
América y le dieron su lengua, su sangre y su espíritu?
¿Será lícito anular o sustituir el nombre de España,
creadora de América, justamente cuando ha llegado
para nuestra Patria la hora de justicia, la hora de España?
Como un solo hombre debemos rechazar cuantos nacimos o descendemos de la Península Hispania el manso despojo que perpetran, mediante las falsas denominaciones de latinos o de iberos, los que insidiosamente
pretenden anular con el nombre el espíritu de España,
que arde en la lengua y en la fe que son nexo inmortal
de nuestra raza.
Y como la más victoriosa refutación de ambos falsos
apelativos, léanse los tres artículos que siguen:
E L TÉRMINO AMÉRICA LATINA ES ERRÓNEO, por A. M. Espinosa. (Revista Hispania, septiembre 19x8.)
A M É R I C A ESPAÑOLA, por el insigne D. Adolfo Bonilla y
San Martín (RAZA E S P A Ñ O L A , noviembre 1919).
E L APELATIVO «IBEROAMERICANO», por D . Juan C . Cebrián, publicado por la Comisaría Regia del Turismo,
octubre 1919.
Estos artículos, apoyados en razones y en autoridades irrebatibles, concluyentemente rechazan la denominación falsa y tendenciosa de latina y el impropio arcaísmo de ibera y vinculan con el nombre de AMÉRICA
ESPAÑOLA los imprescindibles derechos y la gloria inmarchitable de la Madre Patria.
BLANCA DE LOS R Í O S DE LAMPÉKFZ .
Madrid, diciembre de 1925.
III
E L TÉRMINO «AMÉRICA LATINA» E S ERRÓNEO
Durante los diez años últimos algunos escritores de
Francia, los Estados Unidos y la América española, y,
aunque raramente, también de otros países, han comenzado a usar los nombres América latina, latinoamericano en vez de los antiguos y más propios H I S F A N O - A M É RICA, HISPANOAMERICANO. Un tercer nombre, Ibero-América, iberoamericano, se usa también por recientes escritores. ¿Cuáles son los más propios? ¿Cuáles debemos
usar? En el siguiente artículo me permito discutir el
asunto brevemente.
En los últimos cuatro siglos, éS decir, desde el descubrimiento del Nuevo Mundo hasta finales del siglo X I X ,
ningún escritor, historiador o filólogo de importancia
usó los nombres América latina, latinoamericano. Los
franceses han usado por cuatro siglos el nombre Amerigue espagnole, los ingleses y norteamericanos el nombre
Spanish America, los italianos el nombre America spagnuola, etc. Nosotros hemos dicho siempre y todavía decimos The Spanish Península. El nombre América latina, por consiguiente, es un nombre nuevo, un intruso,
y debe probar su derecho a existir. La facilidad con
que lo han adoptado algunos distinguidos escritores de
nuestros días es sorprendente. El nuevo nombre es no
sólo vago, insignificante e injusto sino, lo que es peor,
anticientífico. Algunos han argüido que el nombre América latina se introducía por razón del Brasil. Es una falacia: porque el Brasil es portugués por origen, por cultura y por lenguaje, y proviene de Portugal, una parte
integrante de la Península española, Hispania, España-,
por consiguiente, la América española incluye el Brasil
lo mismo que la Argentina y los demás países suramericanos. Todos los chicos de la escuela saben que la
América del sur fué descubierta, colonizada y desarrollada por España, incluyendo Portugal, del mismo modo
que la región conocida ahora por los Estados Unidos
fué, en su mayor parte, descubierta, colonizada y civilizada por Inglaterra o gentes provenientes de Inglaterra,
incluyendo Escocia y Gales. Los nombres que se han
usado en los últimos cuatro siglos, A M É R I C A ESPAÑOLA,
HISPANOAMERICANO son, por lo tanto, correctos. ¿Qué
necesidad hay de adoptar nombres nuevos e incorrectos?
En una nota al excelente artículo de Menéndez Pidal
sobre este asunto [Inter-America, abril, 1918, pág. 195),
el editor dice: «... el autor (Menéndez Pidal) trata de
mostrar que (el nuevo nombre) es no sólo impropio, sino
inadmisible; y ofrece ciertos sustitutos que considera
irreprochables.» El editor de Inter-America se equivoca
al considerar los nombres A M É R I C A ESPAÑOLA, HISPANOAMERICANO, que han usado todos los hombres ilustrados
durante cuatro siglos, como meros sustitutos. Aun ahora, cuando los valedores del nuevo nombre usan las pa-
labras América latina, latinoamericana, en muchas estimables publicaciones los nombres más antiguos y propios se usan con mayor frecuencia. Menéndez Pida],
por consiguiente, no ofrecía sustitutos; defendía ios
nombres acreditados, tradicionales y científicamente correctos. El nombre América latina es en realidad el sustituto que recientemente se ha introducido.
Según mis noticias, el primero en protestar contra
los nuevos e impropios nombres fué el distinguido hispanista de San Francisco Sr. J. C. Cebrián. En una carta impresa en Las Novedades (Nueva York, 2 de marzo
de 1916), el Sr. Cebrián se expresó tan clara y categóricamente sobre el asunto, y mostró de tan concluyente
manera el absurdo del uso de los nuevos nombres, América latina y latinoamericano, que no podemos dejar de
reproducirla, aun en fecha tan tardía, casi en su totalidad:
«Al recorrer las páginas de Las Novedades noto con
placer el espíritu de españolismo que las anima; y esto
me inspira confianza para someter a la consideración de
ustedes una cuestión vitalísima para nuestra España, y
es el nuevo nombre, o apodo, que algunos están usando
ahora con nuestros pueblos hermanos, con las repúblicas hispanoamericanas, que shora quieren bautizar «la
América latina-». ¿Y con qué razón? Con ninguna: porque América latina significa un producto o derivado
latino; y latino hoy día significa lo francés, italiano,
español y portugués. Ahora bien, esos países son hijos
legítimos de España, sin intervención de Francia ni de
Italia; España sola derramó su sangre, perdió sus hijos
e hijas, gastó sus caudales e inteligencia, empleó sus
métodos propios (y a menudo vituperados, sin razón
sea dicho) para conquistar, civilizar y crear esos países;
España sola los amamantó, los crió, los guió maternalmente sin ayuda de Francia ni de Italia (más bien censurada por estas dos latinas), y los protegió contra otras
naciones envidiosas; España sola los dotó con su idioma, sus leyes, usos y costumbres, vicios y virtudes;
España trasplantó a esos países su civilización propia,
completa, sin ayuda alguna. Una vez criados, y habiendo llegado a su mayoría, esos países hispanos,siguieron
el ejemplo de los Estados Unidos y se separaron de su
Madre España, pero conservando naturalmente su idioma, sus leyes, usos y costumbres como antes, imitando
en esto también a los Estados Unidos, que conservaron
su idioma patrio inglés, su «Common Law», sus leyes,
usos y costumbres ingleses, a pesar de la diversidad y
gran número de inmigrantes que han estado admitiendo. Así vemos que después de haber sido colonias españolas, todo el mundo ha continuado llamando aquellos países por su propio apellido, que es español, y hasta hace cinco años han sido conocidos como países
HISPANOAMERICANOS, REPUBLICAS HISPANOAMERICANAS, América española o hispana; «Spanish America» han dicho siempre los yanquis, y cuando un hispanoamericano de cualquier zona anda por los
Estados Unidos, todo el mundo, doctos e indoctos,
grandes o chicos, los han llamado y llaman Spanish;
jamás se les ocurre decir: he or ske is Latín. Véanse los
escritos e impresos de los Estados Unidos anteriores a
19IO, y siempre se hallarán los apelativos Spanish,
Spanish American, Spanish America, the Spanis Republics, y lo mismo en Francia antes de 1910, en todos
los periódicos y libros han impreso les pays hispano-ame'ricains, les hispano-américains, l Ámérique espagnole.
»Además de las dieciocho repúblicas, tenemos el Brasil, creado por Portugal, en donde se habla portugués
y se rige por leyes, usos y costumbres portugueses.
Pero hay que notar que ese país es también hispano,
porque FIISPANIA, como Iberia, comprendía Portugal
y España, y nada más. De suerte que el apelativo HISPANOAMERICANO comprende todo lo que proviene
de Portugal y de España. Y ahí va un ejemplo: los yanquis, que con razón tienen fama de inteligentes, lógicos,
justicieros, fundaron en Nueva York una Sociedad para
el estudio de la Historia Americana relacionada con
España y Portugal, y escogieron por nombre The Híspame Society of America; no eligieron el título Latin
Society of America, porque hubiera sido un equívoco,
una falsedad, un error craso, como lo es querer aplicar
el apelativo latino a nuestras naciones hispánicas, hispanas o españolas (que no descienden ni de Francia ni
de Italia). El poderío de Francia en América nunca tuvo
lugar en los países hispanos; se ejerció en terrenos que
hoy pertenecen a los Estados Unidos o al Canadá; que
traten de introducir el apelativo latino en esas regiones,
y verán el resultado.
»Examinemos francamente la cuestión: hasta hace
poco Jos países hispanoamericanos eran el hazmerreír
de Europa; el teatro francés del siglo X I X está lleno de
chascarrillos desagradables contra les hispano-américains;
entonces encontraban natural llamarlos por su apellido
verdadero: español. Pero últimamente se ha notado que
esos países han crecido, se han enriquecido, han cobra-
do luerzas y prometen ser factores importantes en la
historia futura; y en estas circunstancias ya les duele
llamarlos españoles; y para evitar o borrar ese nombre
apelan al adjetivo latino. Cada vez que se dice o se imprime AMÉRICA, ESPAÑOLA, O HISPANOAMERICANO, O S P A NISH A M E R I C A N , O S P A N I S H A M E R I C A , etc., etc., se anuncia
el nombre de España, y nótese que es un anuncio legítimo, justo, verdadero. Cada vez que se dice o se imprime América Latina, Latín America, etc., se deja de
anunciar el nombre de España, y en cambio se anuncia
el nombre latino, que equivale a Francia, Italia, etc.; de
modo que se anuncian dos nombres—Francia e Italia—
ilegítima, errónea e injustamente, puesto que ni Francia ni Italia han producido aquellas naciones, y al mismo tiempo se mata el anuncio legítimo de E S P A Ñ A .
»España es el país menos comercial de Europa, y
siempre ha desconocido el valor y el método del anuncio", las naciones comerciales conocen su valor inmenso
y no lo desaprecian, y también saben cuánto importa
opacar o matar el anuncio de sus competidores.
»Otro punto todavía: si quieren llamar latinas a las
naciones españolas, latinas debieran llamar a las colonias de Francia y de Italia; Argelia, el Congo francés,
Senegal, Madagascar, Tonkín, etc., debieran llamarse
colonias latinas, a lo que Francia se opondría con justa
razón. Y si llamamos latinas a estas naciones por su
abolengo lingüístico, tendremos que llamar teutónicos a
los Estados Unidos y al Canadá por su origen lingüístico y por estar poblados por gente de raza teutónica.
De suerte que tendremos dos Américas: la latina y la
ieutónica. Pero no; lo justo, lo lógico es la denominación
universal hasta ahora: América inglesa y América hispá-
nica (o hispana), y no hay más; porque las manchitas
francesas, holandesas y dinamarquesas en el mapa de
América son verdaderamente depreciables.»
Poco podemos añadir al anterior examen. Latino significa hoy francés, italiano, provenzal, rumano, sardo,
español, portugués. Pero, como el Sr. Cebrián clarísimamente señala, la América española es española y portuguesa (española, hispánica), y no francesa, italiana, rumana, sarda. La civilización española es el elemento civilizador de la América española. España conquistó, colonizó, civilizó los países de Sur América. Francia, Italia y Rumania no tuvieron parte en esta gran labor. Hoy
esos florecientes países hispánicos están desarrollando
una civilización que tiene por base lo mejor de la sangre y del cerebro de la antigua España, l.os elementos
de la tradición india no han dado frutos apreciables.
Los españoles trajeron el Cristianismo a Sur América,
civilizaron a los indios, fundaron ciudades, iglesias, escuelas, desarrollaron la agricultura. Cerca de cincuenta
millones de personas hablan hoy español en la América española, unos veinte millones hablan portugués. Estos son pueblos hispánicos, o españoles, puesto que hasta el erudito portugués Almeida Garret cree que el nombre de español puede muy propiamente usarse para incluir a los portugueses. Como el Sr. Cebrián admirablemente indica, no podemos llamar América teutónica a
la América inglesa. Esto sería, sin embargo, un exacto
equivalente de América latina. Hay en los Estados Unidos más alemanes, suecos, noruegos y holandeses que
franceses, italianos y rumanos en la América española.
Más propio sería, por lo tanto, el llamar a los Estados
Unidos América teutónica y a los habitantes de nuestro
país teutones o teutónicoamericanos, o germanoamericanos, que el llamar a nuestros vecinos meridionales latinoamericanos y a su tierra América latina. Pero ninguno de los dos casos estaría justificado. I.os Estado Unidos representan un desarrollo de la civilización anglosajona y hablan el idioma inglés, y los países de Sur
América representan un desarrollo de la civilización española y hablan español y portugués. No hay, por consiguiente, justificación ninguna para el niítevo nombre
América latina y sus derivados. Por razones históricas
la justicia pide que los nuevos nombres sean relegados.
Si España merece la gloria de haber civilizado y des
arrollado esas comarcas meridionales, ¿qué diremos de
las poderosas naciones que quieren privarla de esta gloria? ¿No sería uno de los crímenes de la historia llamar
en adelante a los países de habla inglesa de Norte América, Canadá y los Estados Unidos, América teutónica o
germánica? ¿No es, por lo tanto, un crimen histórico llamar a los países de habla española y portuguesa de Sur
América América latina? Dad al César lo que es del
César.
Inspirado por el excelente artículo del Sr. Cebrián,
el distinguido filólogo español D. Ramón Menéndez Pidal, cuyo artículo La lengua española se imprimió en
el número de febrero de Hispania, envió una carta al
diario de Madrid El Sol, protestando contra los nuevos
e inadmisibles nombres. La carta del Sr. Menéndez Pidal fué publicada en el periódico antes citado en 4 de
enero de este año, y la traducción ingles^ apareció en
el número de abril de este año de Inter-America, como
ya se ha dicho. La carta del Sr. Menéndez Pidal, que
contiene la mayor parte de los argumentos antes citados, convenció a los editores de El Sol. En cuanto a la
pretensión de que Portugal y Brasil no pueden incluirse bajo el nombre de español, el Sr. Menéndez Pida!
dice: «Si para los naturales y los extranjeros el nombre de E S P A Ñ A representa, en su amplio sentido, esta
antigua unidad cuadripartita (gallegos, portugueses, catalanes, castellanos), que errores de pensamiento y de
política no han sabido mantener en la cohesión debida,
yo no veo obstáculo para comprender, bajo el nombre
de A M É R I C A ESPAÑOLA, al lado de las dieciocho repúblicas nacidas en los territorios colonizados por Castilla,
la república que surgió en la tierra de la colonización
portuguesa.» En cuanto a los argumentos lingüísticos,
Menéndez Pidal demuestra claramente que latino significa tomado y derivado de Lacio. El francés, el español, el portugués, en América, no representan al Lacio.
Las nuevas naciones americanas no heredaron el latín
como Francia, España, Italia, etc.: heredaron las lenguas españolas o hispánicas, esto es, español y portugués. Menéndez Pidal demuestra también que, racialmente, el nombre latino es inadmisible cuando se aplica a los hispanoamericanos. Es inadmisible aun aplicado a los españoles. Racialmente, los habitantes de España son celtas, iberos, latinos, godos, vascos, etc. E! hispanoamericano hereda estos elementos raciales y añade el indio, aunque despreciable en algunas comarcas.
Es, por consiguiente, un HISPANOAMERICANO.
La carta del Sr. Menéndez Pidal fué seguida por otra
del académico D. Mariano de Cavia, publicada en El
Sol de 5 de enero, en la que el autor conviene completamente con las opiniones expuestas por el Sr. Menén-
dez Pidal. Desde esta fecha El Sol desterró de sus columnas el nombre de América latina.
Hay en la América española unos cuantos distinguidos señores, algunos de reputación nacional e internacional, que todavía derrochan noble elocuencia contra
los españoles y las cosas hispánicas. Estos corazones
sensibles pueden compararse a los antibritánicos yanquis, de los cuales tenemos por fortuna muy pocos actualmente en los Estados Unidos. Todo americano (yanqui) culto y todo británico ilustrado considera Ja separación de las colonias americanas de Inglaterra como
una riña de familia. Esta separación no significa que los
americanos sean de raza diferente, tengan otra civilización, hablen otro lenguaje, etc. Nosotros pretendemos
haber conservado los mejores frutos de la civilización
anglosajona, pero nada más. El elemento antibritánico
entre nosotros nunca llegó al punto de querer proscribir la palabra inglés y decir que los americanos somos
teutones. En la América española la enemiga tradicional
contra España vive todavía; algunos han perdido la cabeza hasta el extremo de sostener que, en efecto, el lenguaje de la América española es diferente del de España. Recalcan las pequeñas diferencias; pero diferencias
en el lenguaje existen en todas partes, y diferencias menores no constituyen lenguajes diferentes. El lenguaje
de toda la América española, excepto el Brasil, es el
español', buen español, castellano. Existen dialectos entre
los ignorantes como también existen en España. La cultura de la América española es fundamentalmente española. El idioma español, las leyes españolas, las escuelas españolas, las universidades españolas, la religión española (catolicismo), las costumbres españolas y las ins-
íituciones de todos los órdenes viven hoy en ía América española. Hay, es cierto, nuevos y más activos desenvolvimientos, pero todo ello es y será civilización española, y no francesa, italiana, inglesa, azteca, araucana, etc. Por grande que sea el deseo de algunos HISPANOAMERICANOS de ser latinoamericanos, no lo
son, salvo en un vaguísimo y general sentido que está
completamente fuera de la discusión. Si nos remontáramos suficientemente podíamos hasta combinar todas
las Américas y llamarnos Arioamericanos.
En la carta de Mariano de Cavia antes citada hallamos un interesante extracto del famoso libro Afiel, por
el distinguido escritor uruguayo José Enrique Rodó.
Rodó es un hispanoamericano que no está dominado
por la pasión del prejuicio y ve la verdad. En el pasaje
de Rodó hallamos también que cita al famoso escritor
portugués Almeida Garret, quien cree también que los
portugueses (y los brasileños, por tanto) pueden llamarse con toda propiedad españoles. Las palabras de Rodó
en Ariel son las siguientes:
tJ
«No necesitamos los suramericanos, cuando se trate
de abonar esta unidad de raza, hablar de una América
latina; no necesitamos llamarnos latinoamericanos para
levantarnos a un nombre general que nos comprenda a
todos, porque podemos llamarnos algo que signifique
una unidad mucho más íntima y concreta: podemos llamarnos iberoamericanos, nietos de la heroica y civilizadora raza que sólo políticamente se ha fragmentado en
dos naciones europeas; y aún podríamos ir más allá y
decir que el mismo nombre de HISPANOAMERICANOS conviene también a los nativos del Brasil; y yo lo
confirmo con la autoridad del autor y político portugués moderno (1799-1854) Aímeida Garret; porque
siendo el nombre de España, en su sentido original y
propio, un nombre geográfico, un nombre de región,
y no un nombre político o de nacionalidad, el Portugal
de hoy tiene, en rigor, tan cumplido derecho a participar de ese nombre geográfico de España como las partes de la península que constituyen la actual nacionalidad española; por lo cual A'.meida Garret, el poeta por
excelencia del sentimiento nacional lusitano, afirmaba
que los portugueses podían, sin menoscabo de su ser
independiente, llamarse también, y con entera propiedad, españoles» 1 .
1
No tiene menos valor el testimonio del ilustre polígrafo por-
tugués Oliveira Martins, en su divulgadísimo libro Uifíoria
civilización
de la
ibérica, de 1S79. Oliveira estudia, como es natural, el
desarrollo político peninsular en su dualidad histórica; y, sin embargo, emplea constantemente en todo el libro, salvo el título, el nombre ESPAÑA y sus derivados siempre que quiere significar no y a ¡a
unidad geográfica peninsular, sino la unidad, no menos permanente
a través de las vicisitudes históricas, del genio y la civilización peninsulares. Entre los incontables ejemplos que se pueden sacar de
este libro elijo los siguientes, que son bien significativos:
«Los portugueses dieron al mundo el mayor poema moderno escribiendo un libro que es el testamento de ESPASA. A Portugal cupo
una vez la honra de ser el intérprete de la civilización
peninsular
ante todas las naciones. Ese libro, conjunto de la historia de TODA
ESPAÑA
y acta imperecedera de la exitteneia
es el poema de Camoens Os
nacional
portuguesa,
Lusiadas.»
«En la vida de Europa, después de los griegos—iniciadores de
nuestra civilización - figuramos nosotros, italianos y españoles.»
«El extranjero podrá amarnos u odiarnos; no podemos serle indiferentes. ESPASA provocó entusiasmos o rencores, j a m á s fué mirada,
con desprecio y burla.»
He presentado este problema a los lectores de fíjs,
pania a fin de llamar su atención hacia los nuevos, im.
propios y anticientíficos nombres de América latina y
sus derivados. Los artículos y cartas citados dan los argumentos esenciales en favor de la conservación de los
nombres tradicionales y correctos. Se ha demostrado
también que literatos hispanoamericanos y portugueses
de la fama y renombre internacionales de Rodó y Almeida Garret se oponen a los nuevos y falsos términos.
¿No debemos, pues, nosotros, miembros de la American
Association of Teachers of Spanish, insistir para que los
términos nuevos y falsos recientemente introducidos se
destierren de nuestro vocabulario? ¿No debemos, por
consiguiente, insistir nosotros como maestros y hombres de estudio en las verdades de la historia y enseñar
No sería difícil multiplicar las muestras de esta convicción portuguesa recurriendo a los escritores del período clásico. L a s dos que
siguen ofrecen la particularidad de pertenecer a escritores de dos
épocas de gran exaltación del espíritu nacionalista portugués.
Francisco de Holanda, iluminador portugués protegido, durante
toda su larga vida, por los reyes de Portugal, desde Don J u a n III hasta nuestro Felipe II, en el primero de sus «Cuatro diálogos de la pintura antigua», terminados en 1 5 4 S , pone en boca de la famosa Vitoria Colonna estas palabras: «Decidle que y o y Messer Lactancio estamos aquí... Pero no le digáis que está aquí Francisco de Holanda
el
español.»
El prolijo comentarista portugués Manuel de F a r i a y Sousa, publi-
có en Madrid, en 1 6 3 9 , durante la anexión de Portugal a España,
nada menos que cuatro volúmenes bajo el siguiente título: «Lusiadas, de Luis de Camoens,
príncipe
de los poetas
de España.»
Y
años m á s tarde, en 1685 y 89, es decir, después de consumada la
separación de ambos reinos, publicó en Lisboa otros cuatro tomos
con este epígrafe: «Rimas varias de L u i s de Camoens, príncipe
los poetas heroicos y líricos de España.»
(N. del T.)
de
a nuestros estudiantes la fraseología más propia? Y o ,
por mi parte, insistiré en ello. Como editor de Hispania
ruego lo más encarecidamente a todos los colaboradores y anunciantes que usen siempre los antiguos, tradicionales y correctos nombres AMKKICA ESPAÑOLA, HISPANOAMERICANO. ¿ Q u é objeciones podría hacer nadie contra esta conducta?
Pero hay algunos que, aunque convencidos, sienten
la necesidad de diferenciar las repúblicas hispanoamericanas que hablan español de la que habla portugués.
Comprendo enteramente su punto de vista, pero no veo
por qué razón para resolver esta dificultad debamos
usar terminologías que son totalmente falsas, y yo propondría que diferenciemos, cuando haga falta, usando
el nombre H I S P A N I C A M E R I C A N en un sentido general
para incluir el Brasil, y el nombre S P A N I S H AMERICAN
bien para el conjunto de todos estos países o para los
de habla española exclusivamente.
Los norteamericanos son muy amantes de la verdad
y la justicia. El uso de los nombres H I S P A N I C AMERICAN
y S P A N I S H A M E R I C A N , con los significados indicados anteriormente, se ha adoptado de hecho en nuestro país
en varios casos. Tenemos The Hispanic Society of America que, como dice Menéndez Pidal, se dedica al estudio de las instituciones españolas, portuguesas y catalanas 1 . La casa de Sanborn y Compañía ha comenzado
1
El Er. J . L. Suárez ha expresado públicamente la opinión que
el Dr. Espinosa y Cebrián han confundido la «hispanoñlia» de la
Hispanic Society of America con el HISPANISMO; en lo que hay un
error de información perjudicial a dicha Sociedad. Porque la Sociedad fundada por Mr. Archer M. Huntington en 1904 110 es única-
a publicar una serie formidable de libros de texto
ñoles y portugueses para uso de nuestras escuelas y^o"
legios, bajo la dirección del profesor Fitz-Gerald, de la
Universidad de Illinois, la cual se llama con m u c h a p r o
piedad The Hispanic Series. La Compañía Macmillan ha
comenzado también a publicar, bajo la dirección d e j
profesor Luquiens, de la Universidad de Yale, una im
portante serie de libros de texto, y aunque en gran par
mente artístico-literaria o estética, como dice el Dr. Suárez; su obja
to es el estudio profundo de las lenguas, literaturas e Historia de
España y Portugal y el estudio profundo de los países en donde se
hablan o se han hablado las lenguas española o portuguesa; esto es
el estudio de la influencia de dichas naciones en la Historia de Amé.
rica y de los Estados Unidos. Así lo ha probado dicha Sociedad por
sus publicaciones, que son casi doscientas. L a Híspante Socieiy
no se limita a discutir las exquisiteces poéticas de un Lope de Vega
o las estrofas de un Camoens; quiere estudiar la historia a la moderna, la historia de las ideas de un P. L a s Casas, de las Leyes de Indias, de un Suárez, de un Vitoria, de un Mutis, etc., etc. ¿Cómo es
posible enlazar ideas tan elevadas con la idea de «ibérico-? Al ibero
le serían ininteligibles todas las cuestiones que nos preocupan al
presente a europeos y americanos, y con justicia y debida reflexión
descartó la Hispanic Socieiy of America el apelativo « i b e r i o .
Releguemos la palabra «ibero» con sus congéneres «picto», «galo»,
«hibernés», «caledonio», etc., al relato de la Historia antiquísima,
casi prehistoria, y al lenguaje retórico, poético, anecdótico. Atengámonos a las realidades del presente.
Por cierto que el Dr. Suárez también cita el pronóstico del eminente jurisconsulto, político e historiador inglés James Bryce, de la
posibilidad que la hegemonía de las lenguas en el mundo vacilará
entre el inglés y el español. Si esto ocurre será debido a la importancia de nuestras hermanas hispanoamericanas. ¿Sería lógico, natural, justo que entonces dichas naciones americana? hubiesen perdido el nombre de su propio idioma HISPANO? {Nota de J. C. Cebrián. Mayo, 1926.)
es tá
dedicada a la América española, se llama, proThe Macmillan Spanish Series. Y posteriormente se ha fundado una nueva revista histórica, de la
qUe ya han aparecido dos números en este año, dedicada al estudio de la historia de la América española, incluso el Brasil, y redactada por los principales historiadores norteamericanos del ramo, y con toda propiedad
1
S e llama The Hispanic American Historical Reviezv .
A . M . ESPINOSA, P H . D .
piamente,
Stanford, septiembre de 1 9 1 8 .
1 Este interesante artículo, original del distinguido hispanista
norteamericano y prolífico escritor, notable folklorista, profesor de
la Universidad de Leland Stanford, apareció en el número 3 de la
revista Sispania, órgano de The American Association of Teachers of Spanish.—(Traducción
de FELIPE M. DE SETIÉN, Stanford
University,'California.)
IV
AMÉRICA
ESPAÑOLA
Harto sabido es que e! nombre de «América» se debe
a una verdadera mixtificación. El florentino Amérigo
Vespucci (1454-1512) formó parte de una expedición
española mandada por Alonso de Ojeda, y en la cual
iba como piloto mayor el gran cosmógrafo Juan de la
Cosa, recorriendo los expedicionarios, en 1499, entre
otros lugares, la costa de Venezuela, y publicando después Vespucci una relación merced a la cual lleva su
nombre (que por primera vez aparece en la Cosmografía de Martín Waltzemüller, impresa en 1507) el Nuevo
Continente, descubierto en 1492 por su amigo Colón y
por los españoles. Y sabido es asimismo que Colón no
pretendió descubrir un Continente nuevo, sino ir por
desupido camino a «las partidas de India», por lo cual
escribe, en la carta-prólogo de la relación de su primer
viaje (compendiada por el P. Las Casas), que los Reyes
Católicos «ordenaron que yo no fuese por tierra al Oriente, por donde se costumbra de andar, salvo por el camino de Occidente, por donde hasta hoy no sabemos
por cierta fe que haya pasado nadie».
Por tal motivo, a pesar de la ocurrencia de Waltzernüller, la denominación que prevaleció para designar
el Nuevo Mundo durante los siglos X V I , X V I I y X V I I I
fué la de «Indias Occidentales». En rigor, sin embargo,
el nombre que debió dársele, teniendo en cuenta que el
casual descubrimiento de Colón fué realizado por mandato de españoles y por medio de éstos, es el de «Nueva España», que llevó, como es sabido, el territorio mejicano.
Acumulados contra España, por obra y gracia de sus
rivales políticos, todos los odios imaginables, a partir
del siglo X V I I , no eran propicios los momentos para
reconocer la justicia de una denominación hispánica indicadora del Nuevo Continente, que los españoles descubrieron y colonizaron, llevando allí su lengua, su religión, su cultura, su civilización y un sistema legislativo,
inspirado en bases de admirable justicia. En efecto,
como escribe el norteamericano Charles F. Lummis 1 ,
«no hay palabras con qué expresar la enorme preponderancia de España sobre todas las demás naciones en
la exploración del Nuevo Mundo. Españoles fueron los
primeros que vieron y sondearon el mayor de los golfos; españoles los que descubrieron los dos ríos más
caudalosos; españoles los que por vez primera vieron el
Océano Pacífico; españoles los primeros que supieron
que había dos Continentes en América; españoles los
primeros que dieron la vuelta al mundo. Eran españoles
los que se abrieron camino hasta las interiores lejanas
reconditeces de nuestro propio país y de las tierras que
1
Los exploradores
españoles del siglo XVI
traducido por A. Cuyás. Barcelona, 1 9 1 6 .
(págs. 61 y 77),
más al Sur se hallaban, y los que fundaron sus ciudades miles de millas tierra adentro mucho antes que el
primer anglosajón desembarcase en nuestro suelo... El
asombroso cuidado maternal de España por las almas y
los cuerpos de los salvajes, que por tanto tiempo disputaron su entrada en el Nuevo Mundo, empezó temprano
y nunca disminuyó. Ninguna otra nación trazó ni llevó
a cabo un «régimen de las Indias» tan noble como el
que há mantenido España en sus posesiones occidentales por espacio de cuatro siglos».
De esta suerte, las denominaciones que suelen encontrarse en las obras geográficas más usuales de la primera mitad del siglo X I X para designar las anticuadas
«Indias Occidentales», son las de «América del Norte»,
«América Central» y «América del Sur». Así se expresa Malte-Brun en su compendio de Geografía jmiversal
(traducción castellana; Madrid, 1850, ts. V y VI). Así
A. Guibert en su conocido Dictionnaire ge'ographique
et statistique (París, 1855). Así D. A . P. D. en su raro
Compendio de la Historia de América o Nuevo Mundo
(Madrid, E. Aguado, 1832). Análoga clasificación hizo
ya en 1629 Juan de Laet en su curiosísimo libro Hispania, sive de regis Hispaniae regnis et opibus Commentarlus (Lugduni Batavorurn; ex officina Elzeveriana, página 189), donde se lee este párrafo: America sive India
Occidentalis, quae et Novus Orbis appellatur, ingentibus
terrarum spatiis inter Austrum atque arctum proiecta,
commode in tres partes dividí potest: in Insulas, continentemque Septentrionalem, atque Meridionalem. Pero entonces hubiera sido innecesario distinguir los Continentes americanos mediante una denominación diferente de
la fundada en su respectiva situación geográfica. Inútil
habría sido en el siglo X V I o en el X V I I decir «América española» o «América hispánica», porque se entendía que toda América merecía ese calificativo: lo mismo la del Norte que la del Sur. El propio" Juan de Laet,
en el librillo citado, inserta, bajo el título de «Hispaniae
Descriptio», la del Brasil y la de la parte más septentrional del Continente Norte, reconociendo, empero, que
las regiones situadas al Norte de la Florida, aut Galli,
aut Angli, aut denique nostri Belgae possident. Y aun
como se ve por nuestros clásicos, el nombre de América no era usual entre nosotros. Sebastián de Covarrubias, que en 1 6 1 1 publicó su Tesoro de la lengua castellana o española, habla en él de «Indias Orientales» y
de «Indias Occidentales», pero no de «América». Más
aún: el nombre de América estuvo sujeto a singulares
interpretaciones, de las cuales nos da cuenta el maestro
Alejo Venegas en un muy curioso pasaje de su Primera
parte de las diferencias de libros que hay en el Universo
(Toledo, 1539; edición de Toledo, 1546, fol. 58), donde
dice: «Los antiguos partieron la tierra en tres partes:
Asia, Africa y Europa. Ahora, en nuestros tiempos, se
ha hallado la cuarta, que al principio se dijo América,
del nombre de Vespucio Américo, que la descubrió 1 ,
y ahora, con todo lo demás, se dice Tierra Firme o Indias Occidentales. La primera parte de esta Tierra Fir-
1
No quiere esto decir que Venegas desconociese la empresa
de Colón, sino que no le atribuía la significación que hoy se le atribuye, porque en el fol. 62 vuelto de la misma obra, escribe: «Destas
dos auctoridades de Aristóteles, es manifiesto que las islas que descubrió don Cristóbal Co'ón y Vespucio W . i r k o , ya h.i'ran sido h a lladas más ha de dos mil años.»
me, que se dijo América, se dice ahora la costa del Brasil,
y es del rey de Portugal, porque cae desde cabo del
meridiano de la repartición. Después de la América, se
halló la provincia de Paria, y la provincia de Venezuela,
y la provincia de Sancta Marta, y la de Cartagena hasta
el Nombre de Dios. Todas aquestas se dicen costa de
Tierra Firme.» Es decir, qué, para el maestro Venegas,
el nombre de América sólo procede aplicarlo propiamente a la costa brasileña.
El concepto de A M É R I C A ESPAÑOLA, a principios del siglo X I X , parece haber tenido una significación restrictiva, dependiente de la supremacía política, entendiéndose por tal la parte del territorio americano sometida
a la gobernación de España. Así se interpretan esos términos en numerosos documentos de la época de la independencia; por ejemplo, en el tratado entre Perú y
Colombia, lo mismo que en el que se concertó entre Colombia y Chile (gracias ambos a los esfuerzos de Mosquera, plenipotenciario de Bolívar, cuyo proyecto de
una «Sociedad de Naciones hermanas» es bien conocido), se lee lo siguiente: «Ambas partes se obligan a interponer sus buenos oficios con los Gobiernos de los
demás Estados DE LA A M É R I C A ANTES ESPAÑOLA para entrar en este pacto de unión, liga y confederación perpetua»
No tardó en comprenderse, sin embargo, que seme-
1
F. Larrazabal: Vida
del libertador
Simón
Bolívar
(edición
Blanco-Fombona. Madrid, 1 9 1 8 , t. II, pág. 387). —En el Manual
Di-
plomático del barón Carlos de Martens (traducción de D. Mariano
José Sicilia, París, 1826, t. II, pág. 3 1 1 ) , se emplea el término «América española», pero distinguiendo de ella el Brasil.
jantes restricciones eran arbitrarias, porque español no
e s solamente «el nacido en España», ni «el sujeto a la
dominación política de España», sino todo «lo perteneciente a España», por cualquier concepto que sea
(lengua, caracteres étnicos, costumbres, etc.); de tal
suerte que, aun cuando no existiera España como Estado político, podría y debería aplicarse el calificativo de
«español» a todo lo que de ella procede; y ¿qué duda
cabe de que, por su lengua, por su población y por su
historia, son españoles los territorios de la América Cen»
tral y Meridional y alguna parte de los de América del
Norte?
No obsta a esto la circunstancia de que españoles y
portugueses colaborasen en la ingente obra del descubrimiento y colonización del Nuevo Mundo, siendo Portugal y España dos naciones independientes cuyo conjunto constituye la Península Ibérica, porque en los
tiempos del descubrimiento, y aun hasta el siglo X I X ,
el nombre de «España», en un sentido amplio, ha comprendido y comprende ambos territorios. «Españoles
—decía Menéndez y Pelayo en 1881 1 —llamó siem-
1
A . Bonilla y San Martín: Marcelino Menéndez Pelayo.
drid, 1 9 1 4 , pág. 208.
Ma-
Una demostración gráfica del «sentido amplio» a que aludimos en
el texto la ofrece el Atlas geográfico de Tomás López, publicado en
el siglo XVIII (Madrid, sin año, en 16. 0 ). El primer mapa, titulado
«España», comprende, sin más distinción gráfica que la de regiones,
Cataluña, Valencia, Murcia, Granada, Andalucía, Extremadura, Castilla la Nueva, Aragón, Navarra, Vizcaya, Castilla la Vieja, Asturias,
León, Galicia y Portugal.
E n la Comedia do Cioso, del Dr. Antonio Ferreira ( 1 5 2 8 - 1 5 6 9 ) ,
aludiendo a un joven portugués, se le describe como mancebo des-
pre a los portugueses Camoens, y aun en nuestros días,
Almeida Garret, en las notas de su poema Camoens,
afirmó que españoles somos y que de españoles nos debemos preciar todos los que habitamos la Península
Ibérica.»
Si, en virtud de un instinto suicida (que obedecería a
aquel espíritu innato de división y fraccionamiento que
el geógrafo Estrabón, en el siglo I de Jesucristo, echaba
en cara a los hispanos), la España actual se despedazase en varios Estados políticamente independientes, como
lo es Portugal respecto de España, ¿es que el nombre de
España habría de desaparecer? ¿Qué otra denominación,
históricamente más propia, podría encontrarse para designar el conjunto geográfico de tales Estados? Ni ¿qué
importaría que los catalanes hablasen catalán, y los vascongados vascuence, y los gallegos gallego, para dejar
de llamar España a la reunión de sus respectivos territorios? ¿No sería justo decir de todos ellos, como ahora
de los portugueses, lo que Claudiano de Honorio
Híspanla
auriferis
patrem
eduxit
aquis...?
Resulta, por tanto, que antes y después de la independencia de las naciones americanas, América fué y se
tuvo por «española», y que tal apelativo debe emplearse, por lo menos, para designar a todos los territorios
americanos que directamente sufrieron la influencia de
la cultura hispánica.
posto, lustroso, cientíl-homem. espankol,
guez (acto I, escena V).
e rreo aínda
qve
portu-
Pero, como dijo Quevedo 1 : «¿Qué cosa nació en España buena a ojos de otras naciones, ni qué crió Dios
en ella que a ellas les pareciese obra de sus manos?» No
satisfechos con la denominación de América española,
han dado algunos en emplear los términos de «América
latina», y han pensado otros en que lo HISPANOAMERICANO podría llamarse mejor «iberoamericano».
Ambas denominaciones son injustificadas, y evidentemente inferiores en propiedad a la de AMÉRICA ESPAÑOLA o HISPANOAMÉRICA. España es término
que ha servido desde la época romana para indicar el
conjunto de las regiones que constituyen la Península,"
pero los latinos eran un pueblo itálico que habitaba el
valle inferior del Tíber y los montes Albanos, entre el
mar Tirreno y el Apenino. Ni siquieran eran romanes,
contra los cuales lucharon repetidas veces. Y si su nombre se emplea en un sentido filológico, notorio es que
el habla de los pueblos hispanoamericanos no procede
directamente del latín, sino del español o del portugués,
idiomas que no emanan exclusivamente del latín vulgar.
Aparte de lo cual, el término «latino» borra injustamente el recuerdo especial de España, a quien se debe el
descubrimiento y colonización de aquellas regiones.
Pero todavía es más impropio el término «ibero»,
porque, según es sabido, se trata de un vocablo cuya
significación histórica no está bien determinada. Sólo
1
España
defendida
(ed. R. Selden Rose. Madrid, 1 9 1 6 , pági-
nas 22-23). Véase también, sobre la leyenda colonial antiespañola,
a Julián Juderías: La Leyenda
cepto rJe Esnn'ta
Negra.
en el extrawjerc*
g i n a 300 y siguientes.
(Estudios
acerca
del con-
edición Vidrié. 1917 p'-
parece claro que los griegos llamaron especialmente
iberos a los pobladores de la costa oriental de España
y que tales pobladores, hacia el siglo V a. J . C., se extendieron más allá de los Pirineos, ocupando una parte
de la Galia meridional. De donde resulta que el v o c a b l o
Iberia es, por una parte, menos comprensivo, y, penetra, más que el término HISPANIA 1 .
*
*
*
Un ilustre español, D. Juan C. Cebrián, de cuyos méritos hemos hablado en el número l.° de esta Revista,
fué el primero en protestar, razonadamente, contra la
impropiedad de la denominación «América latina»,
que desde fines del siglo X I X han querido introducir
algunos escritores. Hízolo en cierta interesantísima carta'publicada en Las Novedades, de Nueva York (2 de
marzo de 1916) 2 . Allí advierte que: «Latino, hoy
día, significa lo francés, italiano, español y portugués»,
mientras que los países hispanoamericanos «son hijos
legítimos de España, sin intervención de Francia ni de
Italia: España sola derramó su sangre, perdió sus hijos
e hijas, gastó sus caudales e inteligencia, empleó sus
1
Comp. M. Besnier: Lexique de Géographie ancienne (Paris,
1914), voces Hispania e Iberes.—Véase también, sobre esta materia, la útilísima tesis latina de H. Faure: De marítima velerum Hispania a Sacro Promontorio ad Pyrenaeos usque montes (Molinis, 1870, págs. 6 y 105), sobre los nombres de Iberia,
Hesperia
e Hispania aplicados a la Península española.
2
En El Mercurio, de Nueva Orleáns, se publicó también otro
importante trabajo del Sr. Cebrián (interviú con M. de Zárraga) sobre estas materias.
propios (y a menudo vituperados, sin razón)
para conquistar, civilizar y crear esos países; España
sola los amamantó, los crió, los guió maternalmente sin
ayuda de Francia ni de Italia (más bien censurada por
estas dos latinas), y los protegió contra otras naciones
envidiosas; España sola los dotó con su idioma, sus leyes, usos y costumbres, vicios y virtudes; España trasplantó a esos países su civilización propia, completa,
sin ayuda alguna». Allí también hace notar el Sr. Cebrián que no empece a la denominación de «América
española» el hecho de existir el Brasil, donde se habla
portugués, además de las dieciocho repúblicas hispánicas; porque H I S P A N I A «comprendía Portugal y España,
y nada más»; y dice, por último, que de aceptarse el
término latina-, habría que calificar igualmente a las colonias de Francia y de Italia (Argelia, el Congo francés,
Senegal, Madagascar, Tonkín, etc.), y habría de llamarse teutónicos a los Estados Unidos y al Canadá «por su
origen lingüístico y por estar poblados por gente de
raza teutónica».
métodos
La tesis mantenida por el Sr. Cebrián ha sido también defendida en España, entre otros, por el docto
filólogo D. Ramón Menéndez Pidal y por el eminente
periodista D. Mariano de Cavia, el cual cita, en apoyo
de la denominación de H I S P A N O - A M É R I C A , un precioso
texto del Ariel del insigne uruguayo José Enrique Rodó,
donde éste sostiene que «el mismo nombre de hispanoamericanos conviene también a los nativos del Brasil».
Y más recientemente, en la revista norteamericana Hispania, órgano de The American Association of Teackers of Spanish, el distinguido profesor de la Universidad de Leland Stanford, Dr. Aurelio M. Espinosa, ha
publicado un artículo (septiembre de 1918) donde recogiendo los precedentes argumentos insiste en que e l
término «América latina» es erróneo. Advierte allí q u e
latino significa hoy francés, italiano, provenzal, rumano
sardo, español, portugués (y pudiéramos añadir dalmàtico y retorromano); pero que España fué quien conquistó, colonizó y civilizó los países de Suramérica.
«Los Estados Unidos—dice—representan un desarrollo
de la civilización anglosajona y hablan el idioma inglés,
y los países de Suramérica representan un desarrollo
de la civilización española y hablan español y portugués.»
El artículo del Sr. Espinosa ha sido traducido al castellano, con interesantes adiciones, por D. Felipe M. de
Setién, de Leland Stanford, e impreso en Madrid en el
corriente año (un folleto de 22 páginas en 4.0), con un
importanti1 Apéndice del Sr. Cebrián, donde combate
con excelentes razones el uso del apelativo iberoamericano y prueba que las naciones fundadas y formadas
por españoles y portugueses no son iberoamericanas,
sino real y propiamente HISPANOAMERICANAS.
No dudamos de que los lectores de R A Z A ESPAÑOLA
gustarán de conocer este nuevo trabajo del Sr. Cebrián,
y en tal concepto lo insertamos a continuación íntegramente, para desengaño de los que aun piensen que
puede haber un término preferible al de «América española» como apelativo de pueblos a quienes España
comunicó su vida, sacándolos con heroicos esfuerzos a
la luz de la Historia.
A D O L F O BONILLA Y SAN MARTÍN.
Madrid, oc:ul>re dr 1919.
V
E L A P E L A T I V O «IBEROAMERICANO»
1
El artículo del Profesor A . M. Espinosa (véase página 18), al impugnar la apelación América latina y sus
derivados, aboga por el apelativo genuino HISPANOAMERICANO. Hay, sin embargo, aficionados al apelativo iberoamericano, que a primera vista parece tan
apropiado como el verdadero; pero no lo es.
El nombre ibero es demasiado remoto: es recuerda
del nombre griego de una raza coetánea de los galos, y
aun anterior a ellos. Los iberos, no sólo se habían establecido en la parte oriental de la Península, sino que se
extendieron también en las Galias y por el Sur de
Europa hasta el Cáucaso, extendiendo su nombre fuera
de la Península. Pero los iberos dejaron de existir como
entidad activa unos ocho siglos antes que los galos, y de
un modo más completo: la Península fué disputada por
varias razas: celtas, iberos, fenicios, cartagineses, semitas, griegos, romanos; por fin, estos últimos, los grandes
1
Publicado por la Comisaría Regia del Turismo y Cultura A r -
tística en 1 9 1 9 .
civilizadores de Europa, sometieron la Península entera,
la unificaron, y adoptaron el nombre HISPANIA, que
ha perdurado por más de veinté siglos, aplicado a la
Península únicamente. Los iberos, muy diluidos, perdieron su entidad entre aquellas razas que, después de romanizarse por espacio de más de cuatro siglos, se mezclaron con los bárbaros, principalmente con los godos:
desde entonces se formó el poderoso reino visigótico,
que suplantó el régimen anterior, así como los francos
suplantaron el régimen galo-toma.no en Francia. De este
modo se constituyó la nueva y definitiva raza de la Península HISPANIA, conocida por ese nombre en todo el
mundo; y luego, por espacio de diez siglos, esa raza hispana estuvo evolucionando, desarrollándose y forjando,
dentro de la cultura europea, su propia civilización característica, distribuida en varios reinos o naciones, hispanas todas, que gradualmente fueron reduciéndose a
dos, España y Portugal, que comprendían toda la península Hispania. Por lo tanto, los descubridores y civilizadores de nuestra América no eran iberos, ni celtas, ni
fenicios, ni griegos, ni romanos, ni tampoco godos: eran
(y somos nosotros) la suma étnica de esas razas y el
producto de aquellos diez siglos de evolución de dichas
naciones hispánicas, reducidas a dos solamente al finalizar el siglo X V ; eran (y somos) propiamente hispanos, españoles, y no otra cosa, así llamados y conocidos en todo el mundo; sin exceptuar a los mismos portugueses, según consta en las obras de Almeida Garret,
Francisco de Holanda, Manoel de Faria y Sousa, Oliveira Martín y otros. (Véanse páginas 29 y 30.)
Por consiguiente, las naciones fundadas y formadas
por aquellos descubridores y civilizadores no son ibero-
americanas, sino real y propiamente HISPANOAMERIC A N A S . Llamarlas iberoamericanas es como si llamáramos colonias galas o gálicas a Madagascar y otras colonias francesas (y, sin embargo, hay mayor proporción
de sangre gala en Francia que de sangre ibera en España); es también como si quisiéramos llamarpictoamericanos a los angloamericanos, o norteamericanos, porque los
ingleses son descendientes de los pictos, coetáneos de
aquellos remotísimos iberos. Pero no: los ingleses y el
mundo entero han rechazado los apelativos picto,caledonio, etc.,conservando únicamente el anglo, anglosajón o
inglés, porque la civilización ànglica acabó con las anteriores y se enseñoreó para siempre del país; del mismo
modo y con igual razón, los franceses rechazaron, con
todo el mundo, el calificativo galo, y han conservado los
adjetivos franco,francés, porque la civilización de los
francos apagó la antigua de los galos y se enseñoreó
para siempre de Francia. Por idénticos motivos, y con
la misma lógica, los hispanos, que sustituyeron con la
suya la civilización de los iberos, fenicios y demás razas
que habían residido en là Península, desecharon todos
esos calificativos y conservaron únicamente el nombre
hispano, o español, admitido y adoptado también por
todo el mundo.
Los calificativos picto, galo e ibero pueden muy bien
usarse hoy día, y se emplean en sentido retórico, poético, simbólico, anecdótico e histórico; pero de ningún
modo se avienen a las condiciones del progreso moderno; y nunca diremos que las sedas de Lyon son artefactos galos; ni que los paños de Tarrasa son artefactos
iberos, ni mucho menos que la vacuna de Jenner es un
descubrimiento picto; ni que el suero de Pasteur es una
invención gata, ni que los descubrimientos de Cajal son
ciencia ibera: pictos, galos e iberos eran incapaces de
imaginar las invenciones francesas, españolas e inglesas
de nuestros tiempos. Preciso es dejar iberismos más o
menos ilusorios en su limitada esfera literaria, y atenerse a la realidad del hispanismo en las múltiples actividades del progreso moderno; preciso es recordar que no
existen artículos de comercio ibéricos; pero sí los hay
procedentes de España que necesitan ser anunciados;
para lo cual no hay que olvidar ni borrar ante el püblico el nombre de origen: E S P A Ñ O L , H I S P A N O O H I S P Á N I C O .
JÜAN C ,
S a n F r a n c i s c o de C a l i f o r n i a , agosto de 1 9 1 S .
88 £8 88
CEBRIAN.
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