Exclusión Social, Jóvenes y Pandillas en Centroamérica Wim Savenije Maria Antonieta Beltrán José Miguel Cruz Temas de Actualidad No. 3 Fundación Dr. Guillermo Manuel Ungo (FUNDAUNGO). Todos los derechos reservados. Las opiniones expresadas en esta obra son de la exclusiva responsabilidad de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación Dr. Guillermo Manuel Ungo (FUNDAUNGO), ni del Programa Latinoamericano del Woodrow Wilson International Center for Scholars, ni de la Fundación Ford. 305.23 E96 Exclusión social, jóvenes y pandillas en Centroamérica / Fundación Dr. Guillermo Manuel Ungo, Wim Savenije, José Miguel Cruz, Maria slv Antonieta Beltrán. -- 1ª. Ed. – San Salvador, El Salv.: FUNDAUNGO, 2007. 65 p. ; 22 cm. ISBN 978-99923-29-15-3 1. Jóvenes-Aspectos sociales. 2. Delincuencia juvenil. 3. Pandillas. I. Fundación Dr. Guillermo Manuel Ungo, coaut. II. Título. BINA/jmh La publicación de este cuaderno ha sido posible gracias al apoyo financiero de la Fundación Ford. Ilustración de la Portada: Impresos Quijano. Primera edición, marzo de 2007. Impreso en los talleres de Impresos Quijano. 300 ejemplares. San Salvador, El Salvador. Índice Presentación .....................................................................................................................................1 Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador. Wim Savenije, María Antonieta Beltrán..........................................................................................3 1. Introducción .................................................................................................................................5 2. Exclusión social: La vulnerabilidad del desarrollo humano..................................................5 3. Exclusión social y violencia........................................................................................................7 4. Identidades juveniles: Un proceso que entrelaza lo personal y lo social .............................9 4.1. En grupos y entre grupos: Compañerismos y competencias .....................................10 4.2. La construcción de identidad utilizando violencia.......................................................12 5. La utilidad de la violencia: Pandillas juveniles y barras estudiantiles ...............................13 5.1. Pandillas juveniles o ‘maras’............................................................................................14 5.1.1. Descripción del fenómeno .......................................................................................15 5.1.2. Dinámicas intragrupales ..........................................................................................16 5.1.3. Dinámicas intergrupales ..........................................................................................17 5.2. ‘Las barras estudiantiles’..................................................................................................18 5.2.1. Descripción del fenómeno .......................................................................................19 5.2.2. Dinámicas intragrupales ..........................................................................................19 5.2.3. Dinámicas intergrupales ..........................................................................................20 6. Conclusiones ..............................................................................................................................22 Bibliografía .....................................................................................................................................23 Los factores asociados a las pandillas juveniles en Centroamérica. José Miguel Cruz ...............................................................................................................................27 1. Introducción ...............................................................................................................................29 2. Las maras como un fenómeno socio-histórico.......................................................................33 3. Los factores asociados a las pandillas.....................................................................................36 3.1. Procesos de exclusión social ............................................................................................38 3.2. Cultura de violencia..........................................................................................................41 3.3. Crecimiento urbano rápido y desordenado...................................................................43 3.4. Migración ...........................................................................................................................45 3.5. Desorganización comunitaria o escaso capital social positivo ....................................47 3.6. Presencia de drogas ..........................................................................................................49 3.7. Familias problemáticas .....................................................................................................51 3.8. Amigos y compañeros pandilleros .................................................................................53 3.9. Dinámica de la violencia ..................................................................................................54 3.10. Dificultades con la conformación de identidad...........................................................56 3.11. El carácter multicausal de los factores..........................................................................57 4. Conclusiones ..............................................................................................................................58 Bibliografía .....................................................................................................................................61 Pandillas y Violencia en Centroamérica Presentación La Fundación Dr. Guillermo Manuel Ungo y el Programa Latinoamericano del Woodrow Wilson International Center for Scholars a través del proyecto: “Creando Comunidades en las Américas”, organizaron los días 14 y 15 de julio de 2005 el seminario internacional: “La agenda de seguridad en Centroamérica”, realizado en la ciudad de San Salvador. Este evento fue coordinado por Ricardo Córdova y Orlando J. Pérez, y tuvo como propósito generar un espacio de reflexión sobre la agenda de seguridad en la región centroamericana. El seminario analizó la evolución de la reforma del sector seguridad y defensa, e identificó los temas centrales de la agenda de seguridad en la región de Centroamérica. El evento partió de la base que los procesos de pacificación, desmilitarización y democratización vividos en Centroamérica desde inicios de los años noventa, han producido resultados diversos, entre los cuales tenemos que éstos cambian profundamente la doctrina de seguridad nacional y regional. Así por ejemplo, se firma el Tratado Marco de Seguridad Democrática, adicionalmente, se reforman los sistemas educativos de las fuerzas armadas, y se redefinen los sistemas de inteligencia del Estado. En este marco, se transforman paulatinamente las relaciones entre civiles y militares, se dan pasos importantes en la reestructuración de los cuerpos policíacos y en el enfoque de seguridad pública. Además, aparecen con fuerza nuevos fenómenos, como las pandillas juveniles. En este cuaderno se publican las dos ponencias sobre el tema de las pandillas juveniles que fueron presentadas en el seminario, las cuales buscan contribuir desde distintos ámbitos de análisis, a la comprensión de las principales dinámicas que se han desarrollado dentro de las sociedades centroamericanas. Ambos señalan, desde distintas perspectivas, que las condiciones de exclusión social y violencia han jugado un papel importante en la emergencia del fenómeno de las pandillas juveniles en Centroamérica. El primer trabajo: “Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador”, ha sido elaborado por Win Savenije y María Antonieta Beltrán, y en este trabajo, desde una perspectiva nacional, se aborda el tema de la construcción de las identidades juveniles con relación a dos grupos en situaciones de exclusión social: Las pandillas juveniles y las barras estudiantiles en el caso de El Salvador. El segundo trabajo: “Los factores asociados a las pandillas juveniles en Centroamérica”, ha sido elaborado por José Miguel Cruz, y en él se aborda, desde una perspectiva regional, con base en una revisión y sistematización de la literatura producida en la región centroamericana sobre el fenómeno de las maras o pandillas, el tema de los factores asociados al surgimiento de este fenómeno. En contraposición a enfoques que tienden a enfatizar en un aspecto o una causa, Cruz identifica diez grandes factores que han posibilitado el surgimiento de este fenómeno: Procesos de exclusión social, cultura de violencia, crecimiento urbano rápido y desordenado, migración, desorganización comunitaria, presencia de drogas, familias problemáticas, amigos o compañe- 1 Wim Savenije, María Antonieta Beltrán José Miguel Cruz ros miembros de pandillas, dinámicas de la violencia, y las dificultades de construcción de identidad personal. Center for Scholars, constituya un aporte a la reflexión y discusión de las personas interesadas en esta temática. De esta forma, por la actualidad y trascendencia del tema de las pandillas en Centroamérica, esperamos que este cuaderno publicado por la Fundación Dr. Guillermo Manuel Ungo y el Programa Latinoamericano del Woodrow Wilson International Finalmente, queremos dejar constancia de nuestro agradecimiento a la Fundación Ford, por el apoyo financiero para la realización del seminario, así como para la publicación de este cuaderno. Leslie Quiñónez Gerente Programa Académico FUNDAUNGO San Salvador, marzo de 2007 2 Wim Savenije, María Antonieta Beltrán José Miguel Cruz 2 Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador. Wim Savenije, María Antonieta Beltrán∗ ∗ Investigadores de FLACSO-Programa El Salvador. 3 Wim Savenije María Antonieta Beltrán 4 Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador 1. Introducción El presente artículo explora las conexiones que existen entre el vivir en condiciones de exclusión social y el uso de la violencia por parte de distintos grupos juveniles. Se basa en la hipótesis que la violencia es un instrumento propicio para algunos grupos de jóvenes para construir su identidad y ganar respeto y renombre en condiciones caracterizadas por falta de oportunidades y pobreza. A partir de este planteamiento, se indaga sobre la dificultad de construir una identidad satisfactoria en situaciones de exclusión social y la utilidad de la violencia encontrada por grupos de jóvenes como las pandillas juveniles y barras estudiantiles. El análisis del fenómeno de las pandillas o ‘maras’ se fundamenta en una investigación sobre el tema de pandillas y maras, iniciada en el año 2000 por el primer autor como parte de su proyecto de doctorado. La explicación de las barras estudiantiles se apoya en un estudio acerca del fenómeno de la violencia estudiantil interinstitucional en el Área Metropolitana de San Salvador realizado durante los años 2003 y 2004 en doce de los centros educativos más afectados por la problemática de las confrontaciones violentas entre sus estudiantes (Savenije y Beltrán, 2005). En este ensayo, se entenderá por violencia “algún tipo de conducta, tanto física como verbal, ejecutada por un actor con la intención de dañar a alguien” (Savenije y Andrade Eekhoff, 2003:17; Berkowitz, 1993). La perspectiva que se aplica a la ocurrencia de violencia juvenil se enfoca principalmente en las propias características de ser joven, la pertenencia a grupos de pares y las dinámicas intergrupales entre los diferentes grupos. A pesar de que el argumento no aborda una perspectiva legal, en ningún momento se descarta su importancia y validez. En los siguientes apartados se esboza brevemente, en primer lugar, el fenómeno de exclusión social y su vínculo con la ocurrencia de violencia. Después, se exploran las dificultades que encuentran los jóvenes que viven y crecen en situaciones de exclusión, enfocando procesos del desarrollo de la identidad juvenil y el rol e importancia de los grupos de pares. Además, se señala cómo, en esas circunstancias, el uso de la violencia puede ofrecerles ventajas para obtener una posición de estatus y recibir respeto por parte de sus pares. A continuación, esta línea de argumentación es ilustrada por medio de dos ejemplos concretos de grupos de jóvenes con fama de ser violentos: Las pandillas juveniles y barras estudiantiles. 2. Exclusión social: La vulnerabilidad del desarrollo humano El concepto de exclusión social refleja la interacción de una pluralidad de situacio- nes, acontecimientos y procedimientos que afectan a los individuos o grupos, impi- 5 Wim Savenije María Antonieta Beltrán diéndoles el acceso a un nivel de calidad de vida decente (Briones y Andrade Eekhoff, 2000). La exclusión social puede ser entendida como procesos mediante los cuales los individuos o los grupos son total o parcialmente excluidos de una participación plena en la sociedad en la que viven, viéndose privados de una o de varias opciones consideradas fundamentales para que cada persona pueda desenvolverse de manera plena. En otras palabras, “la exclusión social, en general, bloquea en menor o mayor medida el desarrollo humano” (Savenije y Andrade Eekhoff, 2003:38). La exclusión social se puede dividir en tres grandes áreas: La exclusión de bienes económicos, de bienes socio-culturales y de bienes políticos (Savenije y Andrade Eekhoff, 2003; Gacitúa y Davis, 2000). 1. La privación socio-cultural está referida a la falta de bienes socio-culturales como la educación y la salud, todo tipo de espacios para la recreación e incluso la negación de la identidad social y cultural propia. La privación de estos elementos dificulta el desarrollo de habilidades y destrezas en ámbitos como la educación, la cultura o el deporte de los que la sufren. 2. La privación de los bienes económicos implica, entre otros, el difícil acceso a la participación en los sistemas productivos e intercambios mercantiles y financieros. La exclusión de éstos no solamente está ligada a la insuficiencia de ingresos, la inseguridad en el empleo, el desempleo mismo, o la deprivación material por falta de ingresos; sino que también bloquea el aprendizaje de las habilidades para actuar exitosamente en el ámbito productivo y de intercambios. 6 3. La privación política alude a la falta del ejercicio pleno de los derechos civiles, políticos y humanos. Esto se evidencia en una dificultad de poder mejorar la calidad de vida y/o amparar sus intereses sociales y/o económicos. Por la ausencia de participación política, la escasa representatividad y la falta de influencia en las decisiones que afectan la vida cotidiana de las personas, los excluidos políticamente están a merced de los intereses de otros, que suelen olvidarse de los excluidos. En el Área Metropolitana de San Salvador, muchas comunidades sufren las convergencias de la exclusión social en sus diversas dimensiones. Considerando que las comunidades ilegales o en proceso de legalización carecen de muchos de los servicios sociales básicos y seguridades que las colonias plenamente legales suelen tener; es posible concluir que muchas de ellas sufren exclusión social. Sólo para el año 2003 la Oficina de Planificación del Área Metropolitana de San Salvador identificó más de 375 dentro sus linderos. Adicionalmente, la percepción pública de los problemas sociales que allí ocurren, conlleva a que la gente las estigmatice como lugares violentos (Savenije y Andrade Eekhoff, 2003). Con relación a la exclusión socio-cultural, es importante destacar que los centros educativos a los que asiste la mayoría de estudiantes de esas comunidades, sean públicos o privados, son de escasos recursos y de baja exigencia académica. Si bien los institutos públicos suelen presentar instalaciones cuidadas y materiales adecuados (laboratorios, centros de cómputo, canchas), muchas veces resultan insuficientes para el elevado número de alumnos inscritos. En un informe del Ministerio de Educación se señala que “entre los centros de alto rendimiento, el tipo de administra- Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador ción predominante es el ‘privado religioso’ (9 de cada 10), mientras que en los de rendimiento bajo, corresponde a los ‘centros educativos públicos’ (5 de cada 10). De manera más específica, en la categoría ‘Alto Rendimiento’, el 0 % corresponde a los centros educativos públicos, y de la categoría ‘Bajo Rendimiento’ el 52,3 % corresponde a los mismos” (MINED 2002:69). Sin embargo, en peor situación se encuentran los colegios privados seculares donde asisten los mencionados estudiantes. Esos presentan aún más carencias: Los edificios no reciben mantenimiento, faltan aulas, bibliotecas, centros de cómputo y lugares de recreación. Aunque en el estudio sobre la violencia estudiantil interinstitucional se refleja que la mayoría de los institutos públicos obtuvo consistentemente resultados abajo del promedio institucional en la Prueba de Aptitudes y Aprendizaje para Egresados de Educación Media (PAES), los colegios privados seculares alcanzaron resultados sistemáticamente inferiores a los de los públicos (Savenije y Beltrán, 2005). En resumen, la calidad de la educación en los centros educativos para los alumnos de bajos recursos es baja en comparación con otros donde van jóvenes de estratos sociales más acomodados. 3. Exclusión social y violencia Mucha de la violencia urbana cotidiana en América Latina tiene como contexto condiciones sociales excluyentes en las que viven los agresores y también las víctimas (Kruijt, 2004; Koonings y Kruijt, 2004; Moser y McIlwaine, 2004). Savenije y Andrade Eekhoff (2003) hacen un esfuerzo por explicar la interrelación de exclusión social y la ocurrencia de violencia en comunidades marginales del Área Metropolitana de San Salvador. El estudio identifica tres mecanismos que evidencian la relación entre exclusión social y violencia: (1) la frustración que genera vivir cotidianamente en condiciones de exclusión social provoca violencia, (2) la normalización del uso de la violencia y (3) la formación de organizaciones sociales perversas que usan la violencia como un medio privilegiado para imponerse y proteger sus intereses. Los contextos de exclusión social son propicios para generar violencia mediante dichos mecanismos, pero a la vez perpetúan y aumentan la misma exclusión. En primer lugar, la frustración se genera a partir de las condiciones que los habitantes de estos lugares encuentran en su propio lugar de vivienda. Las comunidades tipificadas en condiciones de exclusión social muestran pobreza, hacinamiento y deficiencias en el acceso y la calidad de aguas servidas, desagües o tipos de servicios sanitarios y tratamiento de excretas. La frustración que esto genera no sólo se vive en pequeños detalles de la vida cotidiana como la falta de dinero para solventar gastos de alimentación, tener que hacer colas para obtener agua o la falta de privacidad de las viviendas; sino también en la impotencia sentida al no poder sobreponerse a estas condiciones de pobreza y exclusión (Savenije y Andrade Eekhoff, 2003; Savenije y Van der Borgh, 2004). En esta situación la violencia puede ser entendida como una conducta impulsiva de desquitarse por el descontento y la frustración sentidos (Berkowitz, 1993). La normalización de la violencia se refleja en una atmósfera constante de actos y amenazas de violencia en las relaciones entre los distintos residentes: Entre vecinos, jóvenes, padres e hijos y parejas. Su mani- 7 Wim Savenije María Antonieta Beltrán festación es tan cotidiana que nadie parece cuestionarla. “Hay golpes de los maridos a las esposas, hay golpes de las madres a los hijos, o de los hijos a las madres; cosas que se dan mucho. Siempre se da” (Savenije y Andrade Eekhoff, 2003: 146). Adicionalmente, el uso del castigo físico hacia los niños es considerado como necesario y lícito, y su prohibición obstaculizaría la buena educación de los hijos (Ibíd.). Las organizaciones sociales perversas son entendidas como grupos cuya actividad principal busca beneficiar a sus propios miembros, pero usualmente perjudican a la comunidad o a la sociedad en general, en vez de buscar mejorar el bienestar de la comunidad donde están establecidas. Ejemplos de éstas son los vendedores de drogas, bandas criminales o pandillas juveniles. La presencia de tales organizaciones tiende a dividir la comunidad en esferas de influencias y poderes. Ellas derivan su poder de su disposición a utilizar la violencia y las amenazas de su uso, de la posesión de armas y la cantidad de personas involucradas (Savenije y Andrade Eekhoff, 2003). Sin embargo, es en esos ambientes donde viven y crecen muchos jóvenes. Crecer en situaciones precarias, de pobreza, falta de oportunidades y estigmatización social, y además estudiar en centros educativos con pocos recursos y de bajo rendimiento, genera problemas serios para adquirir una autoimagen satisfactoria para ellos mismos. Es difícil para un joven obtener una identidad positiva cuando su familia no tiene dinero para comprarle comida, la ropa que está de moda o incluso ropa decente, cuando la casa no tiene servicios básicos como agua potable, aguas negras o suficiente espacio para los que viven allí. Sobre todo cuando en las colonias aledañas, los centros comerciales y en la televisión él puede ver que para mucha gente es factible vivir una vida con comodidades y lujos. Al mismo tiempo, existen varias influencias que lo empujan hacia la calle: Por un lado, en su hogar encuentra hacinamiento, familiares que lo mandan para afuera, conflictos y violencia. Por otro lado, en los centros educativos encuentra profesores con poca autoridad e interés en él, poca disciplina y una formación con cuestionable utilidad para su futuro. Las organizaciones sociales productivas, como la junta directiva y las ONG’s no tienen suficiente autoridad ni capacidad para entrar en las esferas de las organizaciones perversas. Además, no cuentan con suficiente respaldo de las autoridades legales para poder enfrentar el actuar de las organizaciones sociales perversas y neutralizar las consecuencias negativas para la comunidad. Efectivamente, esas comunidades constituyen ubicaciones geográficas precisas donde el gobierno local y central, y las organizaciones sociales productivas tienen una autoridad y voluntad reducida de mejorar la situación. Todo ello refuerza la presencia de las organizaciones sociales perversas y la impunidad del uso de la violencia en general. Frente a estas situaciones socio-residenciales y educativas poco satisfactorias que los empujan hacia afuera; la calle, por su parte, ofrece a muchos jóvenes atracciones seductoras como la obtención de respeto, reputación, dinero y poder. En la calle, basta con ser violento e imponerse a otros para que los jóvenes rápidamente puedan ganar el respeto y prestigio ofrecido (Anderson, 2000). Además, la violencia no es una experiencia nueva para ellos. Muchos la han conocido previamente en la intimidad de su hogar, la han visto entre vecinos y en su comunidad. También han podido concluir que su práctica no es corregida y suele quedar impune. No es para sorprenderse, entonces, que algunos aprendan que el uso de la violencia también a ellos les puede servir. 8 Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador 4. Identidades juveniles: Un proceso que entrelaza lo personal y lo social La juventud es una etapa de especial importancia en la vida de los seres humanos. Es en esta fase que las personas dejan ser niños y no obstante aún les falta mucho para ser adultos. Necesitan un período prolongado de tiempo para explorar y pensar muchas opciones y decisiones antes de poder comprometerse a una identidad adulta que los defina. Ciertamente, antes de poder dedicarse a la vida de trabajo y establecer una familia propia, los jóvenes pasan por un período de cambios profundos; entre ellos, una transformación de su entorno social y una redefinición de su identidad. Ambos cambios se expresan en sacudidas e innovaciones de sus relaciones sociales. Este espacio de demora antes de llegar a tomar decisiones, obligaciones, compromisos y responsabilidades adultas se ha denominado ‘moratoria psicosocial’ de la identidad (Erickson, 1968). Las transformaciones durante la juventud consisten sobre todo en búsquedas de una nueva manera de ser: Una nueva identidad diferente a la anterior de niño, pero también a la de los adultos de su entorno. Ese proceso de exploración de alternativas va acompañado de diferentes formas de experimentación en sus maneras de expresarse, comportarse o vestirse; de distintos gustos, amistades y compañías, entre otros. De hecho, los espacios de experimentación suelen ubicarse fuera del hogar y en compañía de sus pares. Reunidos con ellos ensayan diferentes conductas, normas, valores, estilos de vestirse, música, ideologías, etc.; no solamente distintos a los de los adultos, sino también, muchas veces no entendidos ni valorados por ellos. Los pares se vuelven cada vez más importantes para el joven no solamente para acompañarle en sus ensayos, sino también como fuentes importantes de aprobación y rechazo. De esta manera, los amigos llegan a constituir ‘la otra familia’ por la cual se sienten aceptados y apoyados en su exploración de alternativas a la vida que han vivido hasta ese momento (Rodríguez, 1998). El grupo de pares proporciona al joven un ámbito afectivo de pertenencia, reconocimiento y apoyo social. Ese “vínculo grupal le va a proporcionar al joven todo aquello que anhela encontrar como consecuencia de las serias transformaciones psíquico-físicas sufridas: Una seguridad, un reconocimiento social, un marco afectivo y un medio de acción, en definitiva un espacio vital e imaginario, todo ello fuera del dominio adulto” (Rodríguez, 1998:195). Para el joven, ser miembro de un grupo de pares llega a constituir parte de su auto imagen e identidad propia, lo que influye en sus conductas, modos de pensar, maneras de vestir, gustos y aficiones, etc. (Ibíd.). Además, siendo parte de un mismo grupo, sus miembros se reconocen entre ellos al compartir esas mismas conductas, maneras de vestir, gustos, símbolos que exhiben, etc. Participar en el grupo también conlleva ciertos privilegios. Por ejemplo, los miembros pueden participar en conversaciones, reuniones y fiestas, acceder al espacio o ‘territorio’ del grupo, etc. Al adoptar las reglas formales e informales del grupo, los 9 Wim Savenije María Antonieta Beltrán pares aportan a su constitución y continuación. Sin embargo, no cualquier joven puede convertirse en miembro. Algunos grupos crean mecanismos de selección y/o ritos de iniciación para poder integrarse. A su vez, los miembros responden a las experiencias de pertenencia grupal tomando muy en serio sus responsabilidades y obligaciones hacia el conjunto de pares y sus actividades (Labajos, 1998). 4.1. En grupos y entre grupos: Compañerismos y competencias El joven no solamente busca pertenecer a grupos de pares y parecerse en aspectos importantes a los miembros de ellos, sino que también quiere ser distinto. Es decir, intenta encontrar el mejor punto de distinción entre ser un individuo único y un miembro representativo de un grupo de pares (Brewer, 1991). El joven experimenta ser un individuo único con sus propias características y cualidades, y al mismo tiempo con pertenecer a un grupo – ó más – de pares, compartiendo las características y cualidades del conjunto. En otras palabras, construye su auto imagen en base a lo que le hace ser único, la identidad personal; y a lo que comparte con otros, la identidad social (Brown, 1986; Tajfel y Turner, 1986; Hog y Abrams, 1988). El individuo deriva su identidad social a partir de su pertenencia a uno o más grupos sociales. Esa pertenencia va acompañada de un significado cognitivo y afectivo, y además de una participación en los valores más importantes que poseen las agrupaciones sociales (Tajfel y Forgas, 1981). Entonces, la importancia del grupo no viene solamente de saberse parte de él y de ser reconocido como tal, sino de sentirse emocionalmente vinculado a éste. Es decir, lo que sucede al grupo le afecta a él como parte integral de su vida personal. Al mismo tiempo el propio grupo (endogrupo) intenta distinguirse positivamente de otros parecidos (exogrupos) y así obte- 10 ner una identidad social positiva. La comparación suele ser con dimensiones en las que el endogrupo se siente mejor que sus similares (Brewer, 2001; Hogg y Abrams, 1988; Festinger, 1954). En el caso de los jóvenes, para establecer comparaciones sociales en las que su endogrupo pueda sobresalir, ellos buscan otros grupos semejantes en dimensiones de comparación relevantes: Sinceridad, deporte, laboriosidad, rendimiento educativo, incluso violencia. Los resultados de esas comparaciones sociales se reflejan en las auto-imágenes de los miembros. Por ejemplo, ser aficionado activo de un club de fútbol que gana con mucha frecuencia a otros equipos y que incluso suele ganar el campeonato, puede ser muy gratificante para la identidad de un joven. Con todo lo que la mera pertenencia le puede dar, el joven también busca sobresalir en comparación con sus pares. Eso ocurre en dos niveles: Primero, comparándose con uno o varios rivales del exogrupo. Sobresalir es muy importante a nivel grupal, pues por su buen desempeño comparativo, el individuo aporta a que su grupo sobresalga. Segundo, comparándose con los otros miembros del endogrupo, ya que sobresalir en relación con ellos es igualmente importante a nivel personal, porque demuestra que él es uno de los mejores de su grupo. Así, esos procesos inter e intragrupales dan al individuo oportunidades de obtener prestigio, estatus y respeto en Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador relación con sus pares. Por ejemplo, ser el goleador del equipo que más goles ha metido, contribuye a la buena reputación del equipo y refleja el elevado estatus de este jugador dentro del mismo. Ser miembro de un grupo que sobresale en comparación con otros parecidos – es decir compartir una identidad social positiva – y sobresalir en relación con los demás miembros, o sea lograr una identidad personal positiva, son dos caminos mediante los cuales el individuo puede obtener y mantener una auto-imagen positiva de sí mismo. Esas dos fuentes de reconocimiento son muy importantes para el joven porque su identidad se ve afectada por la incertidumbre en la que se encuentra: Ha dejado atrás el estadio de la niñez con sus certidumbres y resguardos, pero todavía está lejos de tener la estabilidad y reconocimiento de ser adulto. Sin embargo, efectos negativos para la identidad grupal y la auto-imagen de la persona surgen cuando consecutivamente se está perdiendo en las comparaciones sociales. Por ejemplo, ser futbolista de un equipo que suele perder los partidos, no aporta al bienestar del jugador ni de su equipo. En este caso, la comparación social no apoya en la obtención de una identidad positiva para la agrupación o los miembros individuales. Los afectados pueden intentar aumentar el prestigio del grupo procurando caminos alternativos individuales o grupales (Tajfel y Turner, 1979; Brown, 1986). Individualmente, puede buscarse la membresía de otro grupo con mayor prestigio y así pasarse de un grupo de bajo estatus hacia uno de mayor estatus. Retomando el ejemplo anterior, el futbolista puede intentar ingresar a un equipo que juega en una liga mayor. Esta estrategia consiste en buscar una movilidad social hacia arriba. Colectivamente, el grupo puede aspirar ‘ganar’ la competencia luchando más fuertemente para mejorar su nivel, aumentando así el prestigio de su grupo. Si esos caminos no son factibles, no queda más que la imaginación para buscar como regenerar la capacidad de compararse positivamente con otros. Giros más innovadores en la búsqueda de remediar los inferiores resultados en las comparaciones con otros grupos pasan por cuestionar y rechazar la modalidad en la que estaban realizando las comparaciones. Tajfel y Turner (1979) sugieren tres maneras: 1. Cambiar el referente de comparación, es decir, los exogrupos con que se compara el endogrupo. Por ejemplo, cuando un equipo de fútbol se compara con otro equipo de similar nivel en vez de compararse con los que juegan en una liga mayor, las decepciones suelen ser menores. 2. Cambiar los valores asignados a las características del grupo, de modo que las características positivas aumentan y/o las negativas pierden su importancia. De esta manera, la escasa formación académica de muchos pandilleros puede dejar de ser una característica negativa para ellos mismos. Ellos darán más importancia a otras características, como la disposición de usar la violencia o dar la vida por uno de sus miembros. 3. Cambiar los ejes de comparación entre los grupos, buscando dimensiones de comparación más convenientes para el propio grupo. Una solución puede ser que en vez de comparar el nivel educativo o de ingresos; las habilidades deportivas, la bravura y ferocidad se convierten en los ejes principales de comparación social y prestigio. 11 Wim Savenije María Antonieta Beltrán En el siguiente apartado se aborda la dificultad de construir una identidad satisfactoria cuando los jóvenes pierden frecuentemente en las comparaciones sociales por vivir en situaciones de exclusión social. Se muestra como la violencia se convierte en una alternativa de utilidad para remediar sus efectos humillantes. 4.2. La construcción de identidad utilizando violencia Como se planteó anteriormente, para un joven vivir y crecer en una situación de exclusión social no es fácil. Los grupos de pares presentes no siempre son los mejores ejemplos para los jóvenes; entre ellos, vagos, consumidores de drogas y pandilleros. Los pocos espacios de recreo no permiten mucha competencia deportiva, y peor, a veces están ocupados exactamente por dichos grupos. No obstante, a los jóvenes les gusta pasar tiempo fuera de casa con sus pares, quienes le ofrecen un lugar entre ellos y un ambiente afectivo. No resulta muy raro que muchos padres tengan miedo de dejar a sus hijos salir de casa y andar en las calles y en los callejones sin mucha supervisión (Savenije y Andrade Eekhoff, 2003). El deseo de estar con los pares se vuelve un anhelo para los jóvenes, sobre todo si no encuentran en su hogar un ambiente que los apoye y proteja, ni el afecto adecuado para su desarrollo. La violencia intrafamiliar, el desinterés o indiferencia de los adultos, la soledad de la casa, pueden empujarlos hacia afuera, a la calle, donde el joven encuentra otros jóvenes en la misma situación, buscando refugio entre ellos mismos. En la calle, el joven encuentra calor afectivo con sus amigos, cuido y hermandad, a veces apoyo económico, y hasta poder y respeto. Con todo, la socialización de la calle es diferente a la que corresponde al modelo de la ‘buena familia’, pues las actividades que allí realizan varían desde inofensivas (conversar, escuchar música y divertirse) hasta perjudiciales y delictivas 12 (amenazas, robar o lesionar a alguien) (Vigil, 2002). En la calle el joven puede sentir que pertenece a un grupo de pares que alcanza a sobresalir en comparación con otros, que pueden ganarles a sus rivales. En la calle, el joven puede aportar a esa lucha y comprobar que él también vale, que puede ganar la comparación con otros. Allí puede sentir que él significa algo para sus pares y que también los sabe cuidar. Sin embargo, en la calle no importan tanto las notas obtenidas en el colegio o la destreza en el deporte. Lo que importa más es estar dispuesto a defenderse y defender a sus compañeros, a imponerse a otros, tener la fama de ser fuerte y violento, además ser respetado por eso (Anderson, 2000). El eje de comparación en la calle es el de la bravura, valentía y temeridad. Violencia y solidaridad grupal se vuelven los medios valorados para mostrarlo y ganar la comparación con los pares, al mismo tiempo obtener y defender el respeto anhelado. Para muchos jóvenes que viven su cotidianidad rodeados de violencia en sus hogares y calles, usarla para sus propios beneficios no es un gran paso. Es impactante escuchar a los jóvenes relatar actos de violencia que ellos o sus amigos han cometido, como hazañas gloriosas, sin ningún remordimiento u otra alteración más que animarse más al machacar de nuevo el incidente. La presencia de organizaciones perversas como las pandillas juveniles en las comunidades excluidas facilita que los jóvenes se Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador relacionen con ellas e incluso se vuelvan integrantes de las mismas. Sin embargo, también pueden crear otras oportunidades aptas para comprobarse, compararse y acercarse al estilo de la calle. Compartir el recorrido de casa al centro educativo con jóvenes estudiantes de la misma colonia o las aledañas genera el espacio para unirse en contra de estudiantes de otros centros que se encuentran en el camino y enfrentarlos violentamente. Las situaciones de exclusión social parecen ser propicias para que grupos de jóvenes utilicen la violencia para construir una identidad propia, generando a la vez vínculos de inclusión y pertenencia. En otras palabras, la exclusión crea una necesidad afectiva y expresiva de incluirse. Si los espacios socialmente más propicios e inmediatos se cierran, otros espacios de inclusión social para los jóvenes se abren. Ésos, sin embargo, fomentan otras relaciones, reglas y valores para los que entran. En el siguiente apartado se elabora en más detalle este planteamiento con la ayuda de los dos ejemplos ya mencionados: Las pandillas juveniles y las barras estudiantiles. 5. La utilidad de la violencia: Pandillas juveniles y barras estudiantiles Es conocido que son las comunidades socialmente excluidas donde las pandillas juveniles encuentran su nicho (Smutt y Miranda, 1998; Savenije y Van den Borgh, 2004; ERIC, IDESO, IDIES e IUDOP, 2004). Además resulta ser que es en esos mismos lugares donde viven muchos de los estudiantes que participan en las confrontaciones violentas. A pesar que el estudio acerca del fenómeno de la violencia estudiantil interinstitucional (Savenije y Beltrán, 2005) no se enfoca específicamente en el contexto socioresidencial de los estudiantes, y por tanto no permite una descripción precisa, existe información que permite conocer algunos de esos aspectos. Por ejemplo, en dicha investigación se indica que el 69,2% de los estudiantes viven en comunidades donde hay jóvenes involucrados en pandillas. Sin embargo, si se enfoca solamente la agrupa- ción de estudiantes que más reporta participación, el porcentaje aumenta al 83,5%.1 Los anteriores señalamientos en ningún momento quieren generar la idea de que todos los jóvenes en condiciones de exclusión son violentos, ni que las condiciones de exclusión son las causas del fenómeno de los jóvenes violentos. La gran mayoría de esos jóvenes no se involucra en pandillas (Savenije y Lodewijkx, 1998; Klein, 1995). Igualmente, es una minoría de los estudiantes de la educación media la que está involucrada en las rivalidades violentas. De los estudiantes de los mencionados centros educativos, el grupo más inclinado a participar representa solamente el 23,0% de ellos (Savenije y Beltrán, 2005). 1 La muestra de dicho estudio fue de 844 alumnos de 12 centros educativos de educación media. El grupo de encuestados no es una muestra representativa de todos los estudiantes de centros educativos afectados por las confrontaciones violentas; pero puede tomarse como un buen indicativo sobre lo que viven y piensan ellos en su vida cotidiana. 13 Wim Savenije María Antonieta Beltrán Las diferencias entre los grupos de pandilleros y estudiantes son claras. La mayoría de los pandilleros ya desertó del sistema educativo (Santacruz Giralt y Concha-Eastman, 2001; Cruz y Portillo, 1998; Smutt y Miranda, 1998), mientras que los miembros de las barras estudiantiles reciben formación a nivel de educación media. El ámbito inmediato de los pandilleros consiste en los espacios físicos de sus colonias, mientras que los estudiantes pasan mucho de su tiempo afuera de ellas asistiendo a sus centros educativos. Sin embargo, la convergencia de las dinámicas internas a las situaciones cotidianas de exclusión con las necesidades propias de la etapa de la juventud, pone a los jóvenes desafíos similares. En el caso de las pandillas y barras esos desafíos parecen encontrar su respuesta en la manifestación de conductas violentas. 5.1. Pandillas juveniles o ‘maras’ Los conceptos pandilla juvenil o ‘mara’ refieren al mismo fenómeno: Se trata de agrupaciones formadas mayoritariamente por jóvenes, quienes comparten una identidad social que se refleja principalmente en su nombre. Tradicionalmente, la conformaban jóvenes que vivían en la misma comunidad, donde crecieron juntos, que se unían y establecían una cuadrilla para defenderse ellos mismos contra otros jóvenes de otras comunidades. Así formada, la pandilla inicialmente consistía de una sola agrupación juvenil al nivel de colonia o barrio. Sin embargo, recientemente algunas se han convertido en conjuntos que trascienden los límites entre lo local, lo nacional y lo internacional. Esas pandillas trasnacionales consisten en redes de grupos que se establecen como ‘clikas’ a nivel local, unidas bajo un mismo nombre (Mara Salvatrucha o Barrio 18 St.). Las ‘clikas’ comparten ciertas normas, reglas y relaciones más o menos jerárquicas y se encuentran dispersas en un espacio nacional y/o internacional. Las pandillas locales y las clikas de las trasnacionales están integradas por jóvenes que comparten una identidad grupal, interactúan a menudo entre ellos y se 14 ven implicados con cierta frecuencia en actividades ilegales. Su identidad social compartida se expresa mediante símbolos y/o gestos (tatuajes, graffiti, señales manuales, etc.), además reclaman control sobre ciertos asuntos, a menudo territorios o mercados económicos (Savenije, 2004). La historia de las pandillas juveniles en El Salvador preexiste a la guerra civil y los acuerdos de paz en los noventa. No obstante, fue en esa década cuando en las comunidades en situaciones socio-económicas precarias se dio un auge rápido de la cantidad de jóvenes involucrados, y cuando el fenómeno de las pandillas en la región se trasformó bajo la influencia de los jóvenes pandilleros deportados de los Estados Unidos (Cruz y Portillo, 1998; Ramos, 1998; Savenije, 2004; Smutt y Miranda, 1998). Al regresar a su país de origen, la nueva clase de pandilleros formados en las calles estadounidenses creó, transformó y difundió las pandillas bajo las banderas de dos rivales acérrimos: La Mara Salvatrucha y el Barrio 18 St. Fue en aquel entonces que el público general empezó a conocerlas y a preocuparse. Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador 5.1.1. DESCRIPCIÓN DEL FENÓMENO Proteger a sus comunidades contra los maleantes y las pandillas juveniles rivales es la justificación principal dada por los miembros para la existencia de su pandilla. Entre las pandillas rivales existe una relación de aniquilación, es decir, encontrar a un miembro de una pandilla rival es suficiente razón para atacarlo e incluso matarlo. La amenaza y ofensa más grande que una pandilla puede hacer a la otra es entrar a su territorio, borrar sus símbolos y graffitis, y herir o asesinar a uno de sus miembros (Savenije y Van den Borgh, 2004; Santacruz Giralt y Concha-Eastman, 2001; Santacruz Giralt y Cruz Alas, 2001; Smutt y Miranda, 1998). En consecuencia, confrontaciones violentas se dan cuando las pandillas rivales se encuentran accidentalmente o cuando se planea con anticipación una incursión hacia el territorio de los rivales. Dado el peligro de ser atacado violentamente por los contrarios, los pandilleros no pueden salir fácilmente de la colonia donde viven, razón por la cual se quedan confinados en su territorio mucho tiempo. El aburrimiento se convierte entonces en una parte integral de la vida pandilleril. Los pandilleros pasan mucho tiempo juntos en los pocos espacios públicos que hay, divirtiéndose lo más posible o sencillamente, en palabras de uno de ellos, “matando el tiempo: A veces uno juega pelota, jugamos naipes, vemos gente…, o sea, hacemos cualquier cosa para matar el tiempo”.2 Además, por ser pandilleros tampoco encuentran fácilmente un trabajo fuera de sus comunidades, el cual los mantendría ocupados de una manera productiva. El miedo y rechazo que generan las pandillas en la sociedad salvadoreña lleva a que el acceso a un trabajo formal y decentemente remunerado se cierre a los pandilleros. Ya que los tatuajes identifican inmediatamente a estos jóvenes como pandilleros, los potenciales contratantes suelen pedir a los jóvenes solicitantes que levanten su camisa para asegurarse de que su futuro empleado no es miembro de una pandilla, incluso algunos los envían a hacer la prueba del detector de mentiras. El actuar de las pandillas y la reacción de la sociedad ante ellas forman parte de un círculo vicioso, que perpetúa y aumenta la misma exclusión que se encuentra a la raíz del fenómeno. Al margen de las rivalidades grupales, los pandilleros usan (la amenaza con) la violencia para obtener ganancias materiales por medio de actos delictivos y del comercio al por menor de drogas. Vender drogas, asaltar, robar o cobrar ‘el impuesto de guerra’, son algunos de los medios que ellos utilizan para solventar sus necesidades económicas. De vez en cuando les acusan de estar involucrados en tráfico de drogas, asaltos de bancos y secuestros; no obstante, hay que tratar esas acusaciones con mucho cuidado. Es probable que las demandas organizativas de esas actividades excedan las capacidades de muchas pandillas juveniles. Aún así, las pandillas pueden volverse seriamente delictivas cuando sus miembros, al pasar de los años, desarrollan las referidas capacidades y obtienen el capital financiero y social necesario para involucrarse en actividades criminales más profesionales (Savenije y Van der Borgh, 2004; Savenije y Andrade-Eekhoff, 2003). 2 Las citas en cursivas y sin referencias a sus fuentes han sido tomadas de entrevistas con pandilleros realizadas por los autores. 15 Wim Savenije María Antonieta Beltrán 5.1.2. DINÁMICAS INTRAGRUPALES Hermandad, solidaridad y lealtad a sus homeboys (compañeros pandilleros) son valores con los que se identifican los pandilleros y su observancia configura su posición dentro de la pandilla. La solidaridad, el apoyo y el cariño se manifiestan grandemente hacia los compañeros de la misma pandilla o “clika". “Cuando un pandillero come, comen todos” es una expresión, tal vez algo idealizada, que ayuda a esclarecer los vínculos íntimos entre ellos. Los pandilleros se protegen y defienden entre ellos, incluso al punto de arriesgar la vida por sus compañeros. Entrar a la pandilla implica un compromiso de por vida y más aún. Ser parte de esa hermandad sólo termina cuando expira la vida del integrante, aunque cuando un pandillero cae en la ‘batalla’ su persona sigue siendo conmemorada por medio de graffiti en la comunidad o en los tatuajes de los pandilleros más cercanos. Para sus integrantes, la pandilla constituye la otra familia, y a menudo la quieren más que a la biológica. En consecuencia, querer salir del compromiso con la hermandad y familia que forma la pandilla por intereses personales es visto como traición y normalmente es severamente castigado. ‘Calmarse’3 después de años de una vida pandilleril activa, sin dejar en ningún momento de ser parte de la pandilla, es muchas veces el único camino para retirarse y dedicarse a una propia familia y/o trabajo (Cruz y Portillo, 1998; Santacruz Giralt y ConchaEastman, 2001; Smutt y Miranda, 1998). Demostrar valentía frente a la violencia es primordial para los pandilleros. La mortal enemistad con la pandilla contraria hace 3 En lenguaje pandilleril, significa dejar de participar activamente en la pandilla, pero siendo siempre parte de ella. 16 que la vida de cada pandillero siempre corra riesgo. Además, el aislamiento y rechazo de la sociedad en general lleva a que solamente puedan contar con el apoyo de los propios homeboys. La importancia de la valentía y su prueba se muestra en el ritual de iniciación: Para volverse ‘pandilleros de verdad’ los aspirantes han tenido el valor de soportar durante un lapso de tiempo una serie de golpes y patadas por parte de los homeboys, sin tener la opción de defenderse activamente. Además, una regla importante en la pandilla es no abandonar a los compañeros en peleas y amenazas, como dice un pandillero: “Después de que hicimos una mara quisimos decir que cuando nos íbamos a meter en pleito, nadie se iba a dejar.” No cumplirla también repercute en sanciones por parte de los demás. El estatus de los miembros dentro de una pandilla o “clika" depende principalmente de la valentía, la disposición de usar la violencia y la manera en que la han usado anteriormente. Otras cualidades también juegan un papel importante. Por ejemplo, la confianza que le tienen los demás, la capacidad de velar por los miembros, cuidar los intereses de la pandilla y liderarla en momentos difíciles. Adentro del grupo existe una competencia para ganar estatus y respeto entre los integrantes. Mostrar la habilidad, disposición y el éxito mediante comportamientos violentos es una manera sencilla y clara de imponerse frente a los demás. ‘Ya [en el grupo de] abajo hay una rivalidad que decíamos quién es el que es, como digamos, el más valiente de nosotros de abajo. Todos nos poníamos esta rivalidad aunque si les preguntamos a todos nadie te va a decir eso’ (Savenije y Lodewijkx, 1998:132). Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador 5.1.3. DINÁMICAS INTERGRUPALES Las enemistades entre las pandillas solamente se pueden entender cuando se aprecia su carácter grupal. Los pandilleros individuales de las agrupaciones rivales muchas veces no se conocen personalmente. Sin embargo, ser miembro de la pandilla contraria es razón suficiente para que un rival lo considere como enemigo y sienta la urgencia de atacarlo. Si fueron compañeros o conocidos anteriormente ya no importa mucho. La relación actual de dos pandilleros que pertenecen a agrupaciones rivales rige las reglas del encuentro: Atacar el enemigo y si es posible matarlo. Las dos pandillas construyen su identidad social haciendo referencia a la otra, la contraria. Su razón de ser es la existencia de la otra. La amenaza que esa constituye no se da solamente por sus agresiones, sino sobretodo por la identidad social precaria de ambos grupos. Las experiencias de exclusión los han dejado con una necesidad de vincularse a un conjunto que les ofrece el sentido de inclusión, seguridad, cuido y valor, etc. Esas necesidades importantes se pueden suplir más profundamente en situaciones extremas en las que la unidad y el compromiso del conjunto son primordiales para sobrevivir; es decir, bajo una amenaza extrema y permanente (Coser, 1956). Para los jóvenes pandilleros el sentido de pertenencia, unidad e identidad posee también otra cara: El negar, humillar o destruir física y simbólicamente a la otra pandilla. La semejanza de ambas identidades grupales amenaza y al mismo tiempo refuerza la identidad de la pandilla. Más objetivamen- te, los grupos de jóvenes se parecen tanto que para externos no es fácil distinguir entre los integrantes de la MS, la 18 u otras pandillas. Es decir, las identidades grupales se parecen tanto que la gente las confunde con facilidad. Para los integrantes, eso tiende a reducir el valor de su pertenencia a la de un grupo de jóvenes pobres y excluidos socialmente. Sin embargo, edificar a la otra pandilla como el enemigo mortal y la amenaza más grande, hace que intrínsecamente las identidades se contrapongan, se diferencien y se alejen. Así, el endogrupo emerge como especial, unido y naturalmente mejor que el otro. La construcción social de enemistad permite que el ser parte de ‘nosotros’ se valore, aprecie y respete de una manera especial, mientras que todo lo que tiene que ver con los ‘otros’ se desvalora, desprecia y rechaza, con igual rigor. Una vez instalada esa dinámica entre los dos grupos, la inercia propia del conflicto hace que la violencia siempre sea una opción sencilla y valorada porque ‘siempre hay algo que vengar’. Otro aspecto importante de la violencia aparece cuando se considera el objetivo de la violencia entre pandillas. Además de asaltar, herir o matar a un rival, el reto principal de esos actos es dañar la reputación, estatus y honor de la “clika", e incluso de toda la pandilla contraria. Vista de esa manera, la violencia se vuelve un instrumento de comunicación; es decir, sirve para enviar un mensaje a una audiencia más amplia que la víctima (Savenije y Van der Borgh, 2004). En primera instancia, la violencia es dirigida a todos los miembros de la pandilla contraria, mostrándoles que son débiles, vulnerables, poco hombres, etc., y que los agresores son superiores “porque él 17 Wim Savenije María Antonieta Beltrán es uno menos de la otra pandilla. Ganamos puntos para nosotros... o sea, por cada persona del otro barrio, porque así ganan ellos puntos cuando matan a un homeboy de nosotros...” (Santacruz Giralt y Cruz Alas, 2001:65). En segunda instancia, el mismo mensaje comunica en la propia pandilla que el miembro que logró humillar la contraria merece el reconocimiento como uno de los más valientes del grupo. Esos aspectos simbólicos de la violencia son esenciales para entender mejor la naturaleza y utilidad de mucha violencia pandilleril. Los pandilleros mencionan que defienden su territorio contra sus rivales y ladrones de afuera; sin embargo, aunque lo reconocen en menor medida, también manifiestan su poder sobre los habitantes de la misma colonia. Los pandilleros dicen que mantienen una relación razonable con la gente de su colonia, al menos con los que no se meten con ellos. El propósito de eso es evitar que la gente se oponga y extienda informa- ción a la policía. Sin embargo, muchos habitantes no están de acuerdo; al contrario, les acusan de actos delincuenciales como robos y hurtos en su propia comunidad. Además, mencionan que las pandillas les piden dinero y exigen ‘impuestos de guerra’ a las tiendas y pequeños negocios en su territorio. “Ellos dicen que protegen a la comunidad; que ellos la protegen de otra mara, o sea ellos se protegen de la otra mara. Ellos protegen a la comunidad para que no vengan los de la mara contraria, porque los matan aquí. Pero, que a la comunidad la protegen, es mentira. Son ellos mismos los que la delinquen. Pues ellos mismos la asaltan. Aquí a cualquiera lo violan y todo pues” (Savenije y Andrade Eekhoff, 2003, 163-164). La disposición de usar la violencia les da a las pandillas una ventaja comparativa y les convierte en actores poderosos en sus comunidades (Savenije y Van der Borgh, 2004). 5.2. ‘Las barras estudiantiles’ Las rivalidades y las confrontaciones violentas entre barras estudiantiles en el Área Metropolitana de San Salvador tienen una larga historia. Al igual que las pandillas juveniles, las barras difícilmente se dejan explicar como herencia de la guerra civil o simplemente verlas como una pérdida de valores entre los jóvenes en el tiempo de posguerra. Aparentemente, la raíz de las confrontaciones se encuentra en las rivalidades deportivas que en los años cuarenta y cincuenta ya llegaban a expresarse en encuentros violentos alrededor de los Campeonatos Colegiales de Básquetbol. En el transcurso de los años ochenta, las confrontaciones violentas empezaron a 18 mostrar rasgos distintos. La rivalidad entre los estudiantes de los diferentes centros educativos de educación media se desvinculó en gran medida de los eventos deportivos hacia una rivalidad permanente y más violenta. Adicionalmente, en los ochenta se dio un cambio importante en los centros educativos cuyos estudiantes protagonizaban las riñas. Si en el inicio participaron colegios privados de buena calidad cuyos alumnos provenían de estratos sociales con suficientes recursos, a partir de los ochenta las rivalidades han sido protagonizadas cada vez más por institutos del sistema educativo público o colegios privados para estratos sociales con pocos recursos. Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador 5.2.1. DESCRIPCIÓN DEL FENÓMENO Actualmente, con una frecuencia variable, diariamente o semanalmente, se dan altercados, peleas o riñas entre grupos de estudiantes de educación media. Estos suceden especialmente en el centro de San Salvador, pero también se dan en las ciudades vecinas. Las paradas de buses, las calles donde hacen sus recorridos y las cercanas a los centros educativos son el escenario compartido de las confrontaciones violentas entre estudiantes. Los alumnos golpean a sus rivales, les roban las insignias, los cinchos, las mochilas y se los llevan como trofeos. Aunque algunos andan armados con cuchillos, machetes e incluso granadas hechizas o ‘papas’, no necesariamente tienen la intención de matar a sus rivales, más bien buscan asustarlos para poder ganarles la batalla. Sin embargo, cuando ocurren pérdidas humanas, las confrontaciones demuestran con más claridad lo peligroso que pueden ser y a qué extremos pueden llegar este tipo de rivalidades estudiantiles. Las riñas entre los alumnos de diferentes centros educativos tienen una lógica más allá de los frecuentes choques vehementes. Las peleas no se dan entre cualquier estudiante de cualquier centro educativo, ni tampoco son pocos los centros involucrados. Los alumnos se identifican con la institución donde estudian y forman grupos de compañeros que ‘defienden’ el nombre del centro educativo contra los ataques e insultos de los rivales. Los activamente involucrados en las rivalidades y confrontaciones violentas encuentran aliados en otros centros, y de esa manera se han formado dos alianzas que se autodenominan los ‘Técnicos’ y los ‘Nacionales’. Ser alumno de un centro educativo que pertenece a una de las alianzas es suficiente razón para que los de la otra lo tomen como un potencial objeto de un ataque. 5.2.2. DINÁMICAS INTRAGRUPALES En los grupos que participan en las confrontaciones violentas y riñas callejeras con estudiantes de otros centros parece predominar un valor: La solidaridad. No solamente con el centro educativo cuyo nombre se pretende defender y engrandecer, sino más que todo con los compañeros y las compañeras que participan en la misma. Los miembros de los grupos involucrados son mutuamente dependientes para acumular la fuerza necesaria para poder ganarles a los rivales, y para recibir protección en caso que sufran ataques o cuando enfrentan a una cantidad superior de rivales. La reciprocidad de proteger y recibir protección hace que tengan confianza de poder ganar las peleas, o de no salir gravemente herido de ellas. No dejar solo a un compañero en un enfrentamiento con los rivales o cuando es atacado – o como ellos dicen: “no dejar perder a nadie” – se ha vuelto una de las reglas más fuertes e importantes entre los participantes. “Si yo veo que a una amiga mía le están pegando, yo no voy a quedarme viendo, yo no la dejo perder”. Los alumnos no solamente ganan respeto y prestigio por ser irrefrenables en una confrontación violenta con los otros, sino también, y tal 19 Wim Savenije María Antonieta Beltrán vez más importante aún, por defender y proteger a sus compañeros. Ser uno de ‘los más parados’ (valientes y temerarios) y dejar a un compañero abandonado frente a la fuerza de los rivales, no van juntos en el imaginario de los alumnos. El par ‘valiente’ y ‘solidario’ está íntimamente vinculado y necesita ser demostrado con cierta frecuencia para no perder su poder de convicción. 5.2.3. DINÁMICAS INTERGRUPALES Los encuentros violentos entre estudiantes no son expresiones de animosidades entre estudiantes de dos o tres centros educativos que “no se llevan”, ni expresiones de enemistades individuales entre alumnos que se conocen y que tienen una historia de rencores generales. Muchas veces los estudiantes no conocen a sus contrarios personalmente; sin embargo, las insignias y el uniforme del centro educativo identifican a un alumno como aliado o rival. En otras palabras, las confrontaciones solamente se dejan entender tomando en cuenta el carácter grupal de la rivalidad en la que se contraponen miembros de diferentes agrupaciones justamente por ser miembros de esos grupos. El sentido de los encuentros violentos se construye en base a una rivalidad general entre las categorías abstractas ‘Técnicos’ y ‘Nacionales’. Los activamente involucrados en las rivalidades estudiantiles construyen su identidad social haciendo referencia a la otra barra. Ser un ‘Técnico’ no otorga significado sino por la existencia de los ‘Nacionales’, y viceversa. En los encuentros con rivales, los alumnos demuestran en primer lugar quiénes son, es decir, a qué centro educativo y alianza pertenecen. Para eso utilizan las insignias y los uniformes oficiales del centro, pero también distintivos extraoficiales como cinchos con el nombre y la mascota del centro educativo, pines y gestos manuales con los cuales simbolizan la alianza. Exponiendo con claridad a los 20 rivales su pertenencia, los alumnos manifiestan que no les tienen miedo y los provocan a la vez. Para defender o restaurar el honor de su centro educativo y alianza, los rivales tienen que reaccionar con violencia. Sin embargo, si sus contendientes son más numerosos, muchas veces no les queda más que huir y evitar ser golpeados y despojados de sus pertenencias. Así es que para los más involucrados en las confrontaciones, encontrar a los rivales en algún lugar es casi una invitación a perseguirlos y mostrarles que son miedosos y débiles en comparación con sus atacantes. Sin embargo, para otros, verse envuelto en las confrontaciones es una cuestión de protección propia y de sus compañeros ante posibles o actuales ataques. De esta manera, los encuentros violentos entre estudiantes tienen su propia inercia: Surgen espontáneamente al encontrar alumnos rivales; o son planeados cuando los alumnos buscan a los contarios para vengarse y/o demostrarles –a ellos y a sí mismos – que son los más valientes y los más fuertes. La manera más contundente de mostrar superioridad es, más que golpear los rivales, quitarles los símbolos que expresan y confirman su identidad como alumnos de tal instituto y/o miembros de tal alianza. Es decir, robarles sus insignias, camisas, cinchos, pines etc.: “...lo siguen a uno, para quitarle la insignia. También muchas veces nos siguen por el uniforme deportivo, por las camisas de deporte. Hay unos que les quitan el uni- Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador forme a las bichas”.4 No es de extrañar que ser víctima de una humillación genere en muchos jóvenes el deseo de vengarse de los agresores y demostrarles que son tan bravos y temibles como ellos. La rivalidad se mantiene por el prestigio y la admiración que reciben los involucrados por parte de sus pares, la ambición de ser más fuerte y valiente que los rivales, y el deseo de no querer ser ‘los pollos’ (débiles) del sistema educativo. En esa comparación entre los grupos rivales, ni el nivel de educación ni el deporte juegan un papel de importancia. Para no ser ‘un instituto pollo’, los alumnos tienen que demostrar que son valientes, que llevan con orgullo el nombre de su centro educativo, que se defienden con fuerza cuando son amenazados o atacados, y que se preocupan por los demás miembros de la alianza. Por su actuar en las confrontaciones violentas comunican a los demás que no tienen miedo de usar la violencia y que no temen ser golpeados por los rivales, ni detenidos por la policía. Aquí también los aspectos simbólicos son importantes para entender la utilidad de la violencia. Golpear, robar y hacer correr a los estudiantes rivales contiene un mensaje que va más allá de las víctimas inmediatas, son medios para demostrar y comunicar a todos los estudiantes su audacia y hacer valer el renombre de su centro educativo como el lugar donde estudian ‘los más parados’. Algunos lugares en las ciudades en el Área Metropolitana de San Salvador, por su ubicación geográfica, cuentan con una presencia sostenida de estudiantes de diferentes centros educativos. Es en tales lugares donde éstos se cruzan en el camino al centro educativo o de regreso a casa. Esos espacios son considerados por los estudian- tes como lugares de alto riesgo para ataques de los rivales y, efectivamente, son los lugares donde con más frecuencia ocurren las confrontaciones violentas. Por ende, los alumnos intentan asegurar esos lugares impidiendo que otros alumnos de los centros educativos rivales crucen esas calles y parques, y negándoles el uso de ciertas paradas de buses o subir a los mismos. Los estudiantes tienden a considerar esos espacios como sus ‘territorios’. Sin embargo, esos recursos territoriales tienen más un carácter simbólico que físico. Los alumnos no tienen el control permanente sobre esos lugares, como un país lo tiene sobre su territorio nacional, o las pandillas juveniles intentan tener sobre ‘sus’ colonias. Al contrario, esos espacios son tomados temporalmente por los alumnos en las horas de entrada y salida de los centros educativos. Se trata más bien de las zonas más frecuentadas por una alianza y, por ende, restringidas para los rivales. Más que territorios, estos se vuelven espacios con los cuales los estudiantes se identifican. Al declarar esas ‘zonas de identificación’ como propias y cerrarlas a los estudiantes rivales por medio de (amenazas con) violencia, comunican a los demás estudiantes que allí reina la seguridad para los aliados y la inseguridad para los rivales. Sin embargo, las zonas de identificación no cumplen lo que pretenden comunicar. No son precisamente lugares seguros para los estudiantes aliados, porque a los alumnos que pasan allí los señalan como estudiantes de ciertos centros educativos o de tal alianza. Es decir, los rivales identifican a los que están allí como los contrarios y blancos legítimos para un ataque. Por esa razón, las zonas de identificación constituyen el escenario extendido de las rivalidades conflictivas, son los espacios públicos donde se disputa y confronta a los 4 En El Salvador quiere decir muchachas o chicas. 21 Wim Savenije María Antonieta Beltrán rivales. Lejos de ser un refugio seguro, establece el campo de batalla entre los alumnos de los diferentes centros educativos y sus alianzas: “La mayoría de veces cuando se nos corren nos quedamos parados en la zona de ellos. Los demás nos ven cuando pasan y dicen: ‘Hey, les ganaron la cancha’. Porque nosotros al menos allí en Unicentro no los dejamos que lleguen por lo menos unos quince minutos.” 6. Conclusiones La violencia de las pandillas juveniles y las barras estudiantiles no es el resultado de conductas sin sentido o irracionales, sino es su respuesta a las necesidades y dinámicas que hallan por vivir en situaciones de exclusión social. Crecer y vivir en exclusión genera un anhelo de incluirse, pertenecer a algo, ser reconocido y valorado por otros. En un contexto donde coexiste frustración, normalización de violencia y organizaciones sociales perversas, no es de extrañar que el uso de la violencia se haya vuelto útil para esos grupos. La violencia puede afirmar al joven por medio de dos caminos: Reforzar su identidad social por pertenecer a una agrupación que sobresale en su uso y que se impone a los demás; y reforzar su identidad personal por demostrar su valentía, ganando así respeto por la disposición de usar violencia irrefrenablemente. Sin olvidar que algunos la usan también para satisfacer algunas necesidades económicas inmediatas. El uso de violencia se presenta como un instrumento para comprobarse y probar a los demás el valor, la lealtad y la capacidad de enfrentar o imponerse a otros. Se vuelve un medio disponible y efectivo para lograr el reconocimiento entre los pares en una sociedad donde las oportunidades y opciones reales positivas son muy restringidas para grandes grupos de jóvenes. Al margen 22 de una perspectiva legal, pandillas juveniles y barras estudiantiles se pueden entender como intentos limitados de remediar los efectos humillantes de vivir en situaciones de exclusión, de crear una imagen ‘positiva’ de quiénes son, es decir, de construir una identidad propia satisfactoria. Sin embargo, es importante señalar que esos dos grupos difieren respecto a su futuro. Muchos de los estudiantes obtendrán un título académico que les dará la perspectiva de seguir estudiando o de obtener un trabajo remunerado. En cambio, las pandillas recurren a una serie de actividades delictivas que las alejan cada vez más de la sociedad y que refuerzan su exclusión. Sin embargo, en ambos grupos se manifiesta una paradoja: Se agrupan como es normal para su edad, comparten reconocimiento y afecto entre ellos, pero se afirman en conductas destructivas. Para la sociedad salvadoreña, y para cualquier otra que encuentra en su seno fenómenos semejantes, estos jóvenes ponen un reto más allá de medidas represivas. Su inclusión pasa por la implementación de una política social que verdaderamente fomente el desarrollo humano de aquellos ciudadanos que viven en situaciones más precarias. Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador Bibliografía Anderson, E. (2000). Code of the Street: Decency, Violence, and the Moral Life of the Inner City. New York: W. W. Norton and Company. Berkowitz, L. (1993). 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Introducción Desde hace varios años, las pandillas juveniles han sido un problema de seguridad pública y de salud para los países del norte de Centroamérica. Luego de las guerras que afectaron la región en la década de los ochenta, las pandillas juveniles, mejor conocidas localmente como “maras”, se convirtieron en una nueva fuente de preocupación para los gobiernos y la sociedad civil de El Salvador, Honduras y Guatemala. Aunque las pandillas juveniles ya existían en modalidades violentas en esos países antes de que finalizaran los conflictos armados, el constante flujo de migración entre los países centroamericanos y los Estados Unidos, importó los modelos culturales de pandillerismo que se habían desarrollado en las calles de Los Ángeles y, sobre todo, convirtió a estos grupos en una especie de red trasnacional informal de violencia. Las maras o pandillas juveniles centroamericanas no han surgido recientemente. No son el producto de los primeros años del nuevo siglo como muchas veces se sugiere en las notas de prensa o en las intervenciones de los funcionarios. Las primeras expresiones de lo que actualmente se conocen como maras surgieron casi simultáneamente en Los Ángeles, en San Salvador, en ciudad de Guatemala y en Tegucigalpa, como resultado, por un lado, de los procesos de migración de los centroamericanos, especialmente los salvadoreños a los Estados Unidos en la década de los ochenta y, por otro lado, como producto de las condiciones de vida en la cual crecían los jóvenes en los países de origen. Mientras en los Estados Unidos los jóvenes se integraban a las pandillas ya existentes, como la Pandilla de la Calle 18 y creaban nuevas agrupaciones para reafirmar la identidad étnica de sus integrantes, como la Mara Salvatrucha; en las capitales centroamericanas los jóvenes se integraban a un gran número de pequeñas pandillas que operaban en distintas zonas de la capital y que mantenían el control haciendo un uso intensivo de la violencia (Levenson, 1989; Argueta y otras, 1992; Salomón, 1993). El retorno de jóvenes de los Estados Unidos, ya sea porque sus familias regresaban a sus países luego del fin de las guerras o porque eran deportados por las autoridades estadounidenses a causa de su pertenencia a las pandillas, facilitó que ambas expresiones del fenómeno de las pandillas entraran en contacto y que las maras en Centroamérica adoptaran los modelos culturales de Los Ángeles. Esto dio origen a un proceso según el cual todas las pandillas existentes se alinearon con una de las dos grandes organizaciones pandilleriles en las que estaban involucrados los salvadoreños en los Estados Unidos. Las clikas en Centroamérica, originalmente en El Salvador, adoptaron la identidad de la Mara Salvatrucha o la Pandilla 18, y con ello se trasladaron las expresiones de conflictos y violencia entre ambas organizaciones. Lo que comenzó siendo una serie de pequeñas pandillas locales y diferenciadas terminó convirtiéndose en una amplia federación de clikas adscritas a una de las dos grandes pandillas, las cuales cubrían casi todas las ciudades importantes, primero en El Salvador y luego en el resto de países del norte de Centroamérica. Estos procesos se vieron potenciados además por 29 José Miguel Cruz la comunicación migratoria entre los países centroamericanos (ver: ERIC, IDESO, IDIES e IUDOP, 2001). A principios de la década de los noventa, ya no era extraño escuchar voces de preocupación en Centroamérica por el rápido crecimiento de estos grupos juveniles. Por ejemplo, en enero de 1987, el periódico El Gráfico de Guatemala publicó el primer reportaje sobre estos grupos, en el cual se identifica a las maras como un grupo decididamente organizado para delinquir (ver: Merino, 2001). Una encuesta realizada por el Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA de El Salvador daba cuenta que casi la mitad de la población adulta urbana de todo el país (el 46.9 por ciento) señalaba que habían maras o pandillas en su comunidad (IUDOP, 1993). En Honduras, un informe de la policía revisado por Salomón (1993) permite establecer que a principios de los años noventa existían en Tegucigalpa un total de 45 pandillas distintas con un número aproximado de 1,100 miembros en total. A pesar de estos indicios del creciente problema de las pandillas juveniles, los primeros estudios sobre el mismo no aparecen sino hasta unos años después, con excepción de los estudios de AVANCSO en ciudad de Guatemala en 1988 (Levenson, 1989) y de Argueta y colegas desarrollado en la ciudad de San Salvador entre los años 91 y 92 (Argueta y otras, 1992). En Guatemala, tomará algunos años más para que se vuelvan a producir otros estudios sobre el tema y no es sino hasta la siguiente década que Merino contribuye con una trilogía de estudios en Guatemala como parte del proyecto “Maras y pandillas en Centroamérica” (ver Merino, 2001; 2004 y 2005). En El Salvador, en donde ha habido un desarrollo más amplio del tema, los estudios más sistemáticos se comienzan a desarrollar hacia 1996 y comienzan a ver la luz 30 hacia 1998. Estas investigaciones, patrocinadas por organizaciones como UNICEF y Save the Children, y llevadas a cabo por FLACSO (Smutt y Miranda, 1998) y el IUDOP (Cruz y Portillo, 1998), ofrecen un primer examen de la situación, las causas y las dinámicas de las pandillas en El Salvador. Dichos estudios son complementados por los conducidos por Santacruz y Concha-Eastman (2001), por el equipo del IUDOP en el proyecto de “Maras y pandillas en Centroamérica” (Santacruz y Cruz, 2001; Cruz, Carranza y Santacruz, 2004 y Carranza, 2005) y por el estudio sobre niños en violencia armada llevado a cabo en El Salvador por Carranza (2005). En Honduras, durante varios años, el tema de las pandillas es abordado tangencialmente en los estudios sobre la violencia en ese país, pero no es sino hasta el trabajo de Salomón, Castellanos y Flores (1999) que el fenómeno de las pandillas es estudiado de forma directa. El conocimiento sobre la problemática es profundizado posteriormente por el desarrollo local del proyecto regional “Maras y pandillas en Centroamérica” (ver: Castro y Carranza, 2001; Carranza, Castro y Domínguez, 2004; Flores y otros, 2005) y por el amplio estudio titulado “Las maras en Honduras” realizado por Save the Children UK y la Asociación Cristiana de Jóvenes de Honduras (2002). Todos esos estudios han generado una ingente cantidad de información sobre el fenómeno de las pandillas en los países del norte de Centroamérica y han generado no pocas discusiones sobre sus causas, sus dinámicas y sus consecuencias. Dichos estudios han revelado que a pesar de las diferencias en las expresiones del fenómeno en cada uno de los países del norte de Centroamérica, la problemática de las maras y pandillas juveniles tiene rasgos comunes en dichos países y ha evolucionado a lo largo Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica de los años de manera muy similar.1 Eso permite hablar de un mismo fenómeno en el norte de Centroamérica, en el cual las expresiones culturales básicas, el uso de la violencia y la vinculación con otras expresiones de criminalidad son más o menos parecidas. Sin embargo, durante varios años, y a pesar de la creciente preocupación pública por el fenómeno, los distintos gobiernos de la región norte de Centroamérica no le prestaron suficiente atención al problema de la violencia juvenil y las pandillas, y el fenómeno siguió creciendo de forma relativamente lenta y silenciosa. Las únicas iniciativas en los países de la región se tradujeron en esporádicas respuestas represivas y en intentos por reformar las leyes de menores y penales para permitir que los menores de 18 años pudiesen ser juzgados como adultos, partiendo de la suposición de que buena parte de los delitos graves eran cometidos por menores de dieciocho años. Sin embargo, ningún plan o política de prevención sobre la violencia juvenil o sobre las pandillas fue elaborado de manera consistente en El Salvador, Honduras o Guatemala y la integración y la evolución de los grupos continuaron en ascenso. 1 En Nicaragua y Costa Rica, la expresión del fenómeno de pandillas juveniles ha sido cualitativa y cuantitativamente distinto al resto de países de la región. Tanto Costa Rica como Nicaragua han enfrentado el problema de violencia juvenil y pandillas, pero éstas no han llegado a tener las expresiones culturales importadas de los Estados Unidos ni han adquirido los nombres ni las franquicias originarias de las calles de Los Ángeles. Las pandillas en el sur de Centroamérica tampoco han crecido con el ritmo característico del resto de países y no han llegado a constituir un actor fundamental en la prevalencia del crimen y la violencia en dichos países. Por ejemplo, un informe interno de la Policía Nacional de Nicaragua señala que a diferencia de Guatemala, El Salvador y Honduras, en donde el porcentaje de homicidios cometidos por los pandilleros es mayor del 20 por ciento, en Nicaragua no llega siquiera al 1 por ciento (Gurdián, 2004). Hacia el año 2001, los estudios centroamericanos daban cuenta de un agravamiento del fenómeno de las pandillas, aparentemente tanto en términos cuantitativos como en términos cualitativos. A inicios de la actual década parecían haber más jóvenes integrados a las pandillas en comparación con años atrás, pero sobre todo había evidencias de que las maras habían aumentado significativamente su participación en los hechos de violencia y en las redes locales del narcotráfico (ver Santacruz y Concha-Eastman, 2001). A pesar de que era todavía posible identificar entre los pandilleros un fuerte componente de motivaciones asociadas a valores como la solidaridad, el respeto y la construcción de identidad; los estudios señalaban que las actividades criminales y el consumo de drogas estaban convirtiéndose paulatinamente en las finalidades en sí mismas de las actividades pandilleriles. Esta evolución relativamente lenta del fenómeno y el precario equilibrio de la dinámica impuesta entre las pandillas y la sociedad se rompió cuando hacia el año 2003 se introdujeron los planes de mano dura o de cero tolerancia en los tres países del norte de Centroamérica. Conocidos en Guatemala como el Plan Escoba, en El Salvador como Plan Mano Dura y en Honduras como Libertad Azul o Cero Tolerancia, estos programas declararon la guerra a las pandillas e introdujeron una dinámica en la que la aplicación de la fuerza por parte del Estado era el principal eje de enfrentamiento del problema. Esto dio como resultado que las pandillas se replantearan su propio funcionamiento, se reorganizaran en estructuras más verticales, más rígidas y más violentas; y que comenzaran a reconocer liderazgos que permitieran comunicaciones formales con otros grupos de pandillas y de crimen organizado. 31 José Miguel Cruz Todo lo anterior se ha traducido en un claro agravamiento del problema de las pandillas y ello ha generado una enorme atención de parte de políticos, funcionarios, medios de comunicación y agencias de cooperación internacional. La mayor parte de esta atención, sin embargo, ha estado guiada por las informaciones no siempre de valiosa calidad por parte de los medios de comunicación, los cuales han favorecido la creación de una serie de mitos sobre las pandillas que no contribuyen sino a reforzar los enfoques superficiales, reactivos e inmediatistas de atención a la problemática de la juventud enrolada en las pandillas o en riesgo de hacerlo. Muchos de los estudios locales sobre el fenómeno simplemente han sido pasados por alto o han sido ignorados, en buena medida porque los mismos son bastante extensos y han cubierto diversas áreas de la problemática de la violencia juvenil y de las maras; también han sido pasados por alto porque los mismos estudios han mostrado que no hay respuestas fáciles a muchas de las preguntas que plantea el fenómeno, sobre todo cuando éstas se refieren a su constitución, a su evolución y al uso de la violencia en la vida cotidiana. De allí que se vuelve necesario hacer un resumen de las condiciones que han posibilitado la aparición de este fenómeno, precisamente en los países del norte de Centroamérica. Está claro que, aunque el fenómeno de las pandillas juveniles suele ser común en las grandes concentraciones urbanas, la expresión de las mismas en los países de la región es particularmente distinta y ha sido producto de la conjunción de diversos factores muy particulares de la región y de la evolución producto de las displicencias estatales. Este artículo pretende hacer un repaso de los factores sociales que explican la apari- 32 ción de las maras o pandillas juveniles en los países del norte de Centroamérica. Para ello, se sintetizan las tesis más importantes que ayudan a comprender el fenómeno de las maras en la región, sobre la base de los resultados de los estudios académicos ya elaborados y se echa mano de los testimonios recabados de jóvenes pandilleros de alguno de esos estudios.2 Lo anterior implica no solo señalar los factores que parecen ser algunos de los más determinantes detrás de la problemática, sino también implica cuestionar algunos de los supuestos o planteamientos que se hacen en torno del fenómeno y sus actores: los jóvenes pandilleros. 2 En concreto, se utilizan los resultados de algunas entrevistas realizadas a pandilleros salvadoreños en el marco del Proyecto COAV (Children in Organised Armed Violence), el cual fue llevado a cabo en El Salvador por el Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) de la UCA y conducido por Marlon Carranza. Ver: Carranza (2005). Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica 2. Las maras como un fenómeno sociohistórico En este trabajo se entenderá como maras a aquellas pandillas callejeras urbanas formadas por jóvenes centroamericanos regularmente marginados socialmente cuyas edades oscilan entre 12 y 30 años de edad que se reconocen a sí mismos como parte de una de las agrupaciones conocidas como Mara Salvatrucha y Pandilla de la calle 18 y cuyos orígenes se remontan a las calles de Los Ángeles; estas pandillas se caracterizan por un fuerte sentido de identidad a cualquiera de esos grupos, por el uso intenso de la violencia y la comisión de delitos, y por un fuerte sentido de solidaridad interna. el producto de las guerras civiles que asolaron la región durante la década de los años ochenta; y tampoco surgen como el producto natural de los procesos de migración y deportación de los centroamericanos en los Estados Unidos. Esto no quiere decir que dichos factores no sean importantes o que no jueguen cierto papel en la aparición, manifestación y desarrollo de las pandillas. Lo que quiere decir es más bien que factores como la guerra civil, la pobreza o la migración no logran explicar por sí mismos al fenómeno de las pandillas, como tampoco otros factores logran explicar el fenómeno en el vacío. Las maras centroamericanas, como todos los fenómenos sociales, no constituyen un evento fortuito que surgió de la nada o como producto de alguna especie de designio divino o de una predisposición genética de los jóvenes habitantes centroamericanos. En realidad, constituyen el resultado de un proceso de construcción histórica en el que intervienen condiciones sociales, decisiones políticas y eventos coyunturales. Siguiendo el modelo de factores de riesgo en epidemiología, el fenómeno de las pandillas juveniles del norte de Centroamérica son el producto de la concurrencia de un gran número de factores que han sido determinados social e históricamente. En realidad, las maras son el producto de una gran variedad de factores sociales que se expresan temporalmente en diversas condiciones de vida. Estas condiciones son las que al final de cuentas transforman el entorno ecológico y han permitido el surgimiento y la reproducción de las pandillas. Por ejemplo, la pobreza, que suele ser mencionada muchas veces como uno de los factores más decisivos en la aparición de las pandillas y en la conducta criminal de éstas, constituye una condición importante solo si la misma se cristaliza como parte de un agudo contexto de desigualdad y si ella genera procesos de exclusión social, como se verá más adelante. Antes que la pobreza en sí misma, la mayoría de los estudios remiten a las desigualdades socioeconómicas y a los procesos de exclusión que éstas generan (Cruz, 2004). De la misma forma, las guerras civiles centroamericanas, que han sido ampliamente citadas por funcionarios y medios de comunicación como las precursoras de un ejército de jóvenes dispuestos a utilizar intensamente la violencia, Esto implica varias cosas. En primer lugar, que las pandillas no nacieron ni se desarrollaron como producto o como respuesta de una sola causa. Las maras centroamericanas no son simplemente el resultado de la pobreza de buena parte de la población centroamericana, tampoco son meramente 33 José Miguel Cruz no explican por sí mismas el hecho de que cientos de jóvenes se integren a las pandillas. Todos los primeros estudios que se hicieron con pandillas no mostraron evidencia alguna de que los niños y jóvenes que combatieron en las guerras civiles de El Salvador y Guatemala (Honduras no tuvo guerra civil durante los años ochenta) se hayan transformado en los primeros integrantes de las maras (ver Levenson, 1989; Argueta y otras, 1992), ni estudios posteriores sobre los agresores encontraron un vínculo entre las maras y los excombatientes (ver Lederman, 2000), como muchas veces sugieren quienes apuntan a una vinculación entre los conflictos bélicos y las maras. Esto no significa que las guerras en su conjunto no tienen nada que ver con la aparición posterior de las pandillas; en realidad, los conflictos armados contribuyeron creando otras condiciones que posteriormente favorecerían el particular desarrollo de las maras centroamericanas: generaron el exilio y los ulteriores retornos migratorios que luego contribuirían a difundir la cultura pandilleril (Smutt y Miranda, 1998), exacerbaron la cultura de violencia que ya existía en la sociedad salvadoreña y facilitaron el acceso de los jóvenes a las armas de fuego de cualquier tipo. Además, la “contribución” de las guerras al fenómeno de las pandillas queda en entredicho cuando se constata de que Nicaragua, que sufrió un conflicto bélico, no tiene el tipo de pandillerismo que afecta a los países del norte de Centroamérica; y Honduras que, por el contrario, no tuvo guerra civil interna enfrenta una de las expresiones más agudas del fenómeno desde finales de la década de los noventa. En segundo lugar, la construcción histórica del fenómeno de las maras centroamericanas implica que las mismas no constituyen un fenómeno estático; son más bien el producto de un proceso continuo de evolución y transformación que data de varios años. 34 El pandillerismo centroamericano no surgió de la nada ni apareció repentinamente. Las maras centroamericanas contemporáneas son las herederas de largo plazo de los grupos juveniles urbanos que sobrevivían en las marginalidades de las grandes ciudades y que las condiciones sociales tanto como las decisiones políticas han transformado y estimulado para convertirse primero en pandillas de poca relevancia y después en grupos de cuasi crimen organizado. En tal sentido, las maras son, en parte, el producto de los eventos sociales que han marcado a las sociedades centroamericanas en las últimas dos décadas—o quizás más— y los cuales han determinado la manera en que se ha desarrollado el fenómeno. Esos eventos sociales constituyen por un lado la concurrencia de ciertas condiciones demográficas y sociales: porcentaje de población joven, nivel de pobreza y desigualdad, iguales oportunidades de acceso a la educación, de acceso a la salud, a vivienda digna y a espacios de esparcimiento, entre otros; pero por otro lado, son el resultado de las decisiones políticas, deliberadas o no, concientes o no, que los estados han hecho para lidiar con su población joven y para enfrentar el problema de las pandillas. En otras palabras, las maras en Centroamérica son el resultado de una permanente dinámica social, en la cual importa no solo quiénes son los pandilleros y el entorno en el que viven, sino también importa lo que las sociedades, a través de sus gobernantes y sus líderes, han hecho o han dejado de hacer en relación con la juventud. Esos aspectos son los que han determinado la manera en que ha evolucionado el fenómeno a lo largo de los años y son los que ayudan a comprender porqué la presencia de entornos y de realidades sociales muy parecidas no necesariamente han derivado en el mismo tipo de fenómeno pandilleril en todos los países. Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica Finalmente, el carácter socio histórico del fenómeno de las maras centroamericanas implica que, aun cuando las maras tienen características comunes en los tres países del norte de Centroamérica, en el sur de México y en las calles de algunas ciudades de los Estados Unidos, las expresiones de dichos grupos en cada uno de los lugares y las dinámicas particulares de los grupos que operan en estos lugares no son necesariamente los mismos. Cada entorno particular impone una serie de condicionantes que determinan, en primer lugar, las dinámicas de comportamiento de los pandilleros al interior del país o de la región urbana y, en segundo lugar, los procesos de formación de normatividad y valores que fijarán los comportamientos futuros del grupo pandilleril. Eso explica las diferencias que se encuentran en el comportamiento de los miembros y las clikas de una misma pandilla de un país a otro. Así, lo que puede ser un comportamiento “normal” para unos pandilleros dentro de un país puede ser completamente impensable para la misma pandilla o franquicia en otro país. Por ejemplo, comportamientos como “Correr el Sur”, que es establecer alianzas entre pandillas enemigas adentro de los centros de reclusión, puede ser aceptable en las cárceles estadounidenses y hasta muy recientemente en las guatemaltecas, pero es claramente imposible en las penitenciarías hondureñas y salvadoreñas. Esto como producto del entorno de violencia pandilleril y de políticas estatales que giran alrededor de la reclusión de los jóvenes pandilleros. La diversidad de las expresiones del fenómeno de las maras enfatiza, en tal sentido, el carácter socio dinámico de las pandillas centroamericanas y cuestiona los discursos que señalan el supuesto carácter conspirativo del crecimiento y el desenvolvimiento de las pandillas en los países de la región. A final de cuentas, mucho del comportamiento de las maras —incluido su carácter criminal— es más el resultado de esas interacciones con la realidad social cotidiana de los países que el compromiso de los mareros con una estrategia global establecida por un consejo supremo que opera desde las cárceles angelinas como suele señalarse por parte de los medios de comunicación y algunos funcionarios. Lo anterior no significa que los pandilleros de diversos países no tengan comunicación entre ellos o que no compartan ciertas decisiones sobre su comportamiento a través de los países; de hecho, las facilidades de comunicación global posibilitan el contacto entre los diversos grupos pandilleriles entre los países y la información fluye de un lado hacia otro con mucha agilidad, pero aún en esas circunstancias no hay evidencia robusta de que todos los grupos de una misma pandilla actúan en fidelidad a las órdenes que se pueden emitir en un país. Todos esos aspectos son importantes para comprender la dinámica de las pandillas centroamericanas, sobre todo de cara al modelo ecológico que explica la multifactorialidad que está detrás de la aparición de las pandillas. En los próximos apartados se hace una revisión de los factores que, según los estudios que se han hecho sobre las pandillas en Centroamérica, se encuentran detrás de su aparición y su evolución en los últimos años. 35 José Miguel Cruz 3. Los factores asociados a las pandillas El propósito de este artículo es presentar los factores que, a la luz de la evidencia existente, pueden considerarse determinantes de la aparición de las maras o pandillas. Estos factores, sin embargo, no agotan toda la variedad de aspectos y condiciones que influyen en la genealogía y evolución del fenómeno de los jóvenes pandilleros, pero si constituyen algunos de los más importantes para comprender por qué algunos niños y jóvenes deciden incorporarse a las maras en los países de Centroamérica, el sur de México y los Estados Unidos. Es posible agrupar dichos factores en diez grandes categorías de condiciones, desde la más amplia y estructural hasta la más concreta: 1. Procesos de exclusión social. 2. Cultura de violencia. 3. Crecimiento urbano rápido y desordenado. 4. Migración. 36 5. 6. 7. 8. Desorganización comunitaria. Presencia de drogas. Familias problemáticas. Amigos o compañeros miembros de pandillas. 9. Dinámica de la violencia. 10. Las dificultades de construcción de identidad personal. Todas estas categorías reúnen una serie de condiciones específicas que operan directamente sobre la conducta de los jóvenes y facilitan la integración de los jóvenes a las pandillas, su operatividad como grupo y su evolución como fenómeno social. Siguiendo el modelo ecológico, dichas categorías se inscriben a su vez, en los diversos niveles del modelo, lo cual suministra un marco útil para comprender las complejas relaciones entre todos los factores. En el Cuadro 1 se muestra una relación entre los diversos niveles de relación del modelo ecológico, las categorías de causalidad y los factores específicos. Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica Cuadro 1 Los factores asociados a las maras centroamericanas en el modelo ecológico Nivel relacional Categoría de causalidad Factores Precariedad socioeconómica Comunidades carecen de servicios básicos o son de mala calidad Procesos de exclusión social Falta de oportunidades para la formación técnica o profesional Expulsión y deserción escolar Desempleo o subempleo Modelos culturales de relaciones personales Social Cultura de violencia Patrones de enseñanza-aprendizaje del uso de la violencia Permisividad cultural hacia el uso de armas Crecimiento urbano rápido y desordenado Aglomeración urbanística y estrechez de espacios personales Falta de espacios de esparcimiento Servicios sociales comunitarios precarios o inexistentes Jóvenes que adoptan la cultura pandilleril en el exterior Migración Retorno de jóvenes al país sin grupo de referencia Criminales deportados Poca confianza entre los miembros de la comunidad Desorganización comunitaria Comunitario Presencia de drogas Falta de participación ciudadana en los asuntos comunitarios Consumo de drogas Redes de tráfico de drogas Familias disfuncionales Familias problemáticas Relacional Historia familiar de violencia Amigos o compañeros miembros de pandillas Dinámica de la violencia Individual Abandono y negligencia por parte de padres y/o encargados Las dificultades de construcción de identidad personal Pandilleros en la comunidad Pandilleros en la escuela Ciclo reproductor de la violencia Violencia en función de identidades Búsqueda de identidad a través de la violencia Ausencia de modelos positivos Fuente: Elaboración propia. 37 José Miguel Cruz A continuación se hace un breve análisis sobre las formas en que intervienen todos esos factores sobre el fenómeno de las pandillas, siguiendo el orden de las categorías de causalidad propuestas en el Cuadro 1. Todo ello, en función de la evidencia con la que se cuenta a partir de los estudios previos, fundamentalmente llevados a cabo en Centroamérica. 3.1. Procesos de exclusión social Cuando se habla del fenómeno de pandillas centroamericanas, así como también de la violencia social que aqueja a las sociedades centroamericanas de posguerra, muchos autores señalan a la pobreza como uno de los factores fundamentales (Rocha, 2001; Carranza, Castro y Domínguez, 2004; Arana, 2005). Esa atribución puede ser útil hasta cierto punto, pero en un análisis más riguroso, el señalamiento de la pobreza como un factor fundamental muchas veces oculta el carácter interactivo y procesal del fenómeno. Más importante que la pobreza en sí misma, en el análisis de las pandillas juveniles en Centroamérica lo que resalta son los procesos de exclusión social con los cuales muchas veces aquella está asociada, aunque no siempre. Como dice un documento del CELADE sobre la juventud y el desarrollo en América Latina, “en la actualidad, la juventud urbana de la clase trabajadora sufre de un riesgo de exclusión social sin precedentes. Desde el mercado hasta el Estado y la sociedad, una confluencia de factores tienden a concentrar la pobreza entre los jóvenes y a distanciarlos del ‘curso central’ del sistema social” (CELADE y UNFPA, 2000, p. 5). Así, es más este proceso de distanciamiento y de exclusión el que incide en los mecanismos que hacen que los jóvenes se incorporen a las pandillas que la sola pobreza en sí misma. Esto se cristaliza en primer lugar, en la precariedad socioeconómica. Los jóvenes 38 que se integran a las pandillas, por lo general, son jóvenes cuyas familias deben hacer esfuerzos para sobrevivir y en donde las posibilidades de una vida digna están limitadas por la educación y el tipo de empleos que tienen los padres o los responsables de los jóvenes que se integran a las pandillas. Por ejemplo, un estudio realizado en Honduras con pandilleros en Tegucigalpa y San Pedro Sula (Save the Children y ACJ, 2002) encontró que los padres del 80 por ciento de los jóvenes de maras entrevistados tenían una educación no mayor de séptimo grado y que casi la mitad de los pandilleros entrevistados dijeron que sus padres —o el responsable de su hogar— se encontraban desempleados; más aún, el 53.7 por ciento de los padres de los pandilleros —en realidad, la mayoría mujeres— se dedicaba a los oficios domésticos. Esta precariedad social y económica por lo general se traduce en pocas oportunidades de formación escolar y de empleos competitivos para los miembros jóvenes del grupo familiar. Los jóvenes que se integran a las maras generalmente provienen de hogares en donde las posibilidades de educación y de empleo son muy precarias, aunque la mayoría suele haber tenido la oportunidad de estar en la escuela. Sin embargo, un pequeño desajuste en la economía familiar provoca que la familia ya no sea capaz de financiar el proceso educativo de los niños o bien obliga a que éstos asuman responsabilidades laborales precarias que, con tal de sostener a la familia, les alejan de la escuela. Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica Pero las condiciones de deprivación socioeconómica que rodean a los jóvenes que se integran a las pandillas se reflejan mejor en las condiciones medioambientales de la comunidad en donde viven. La exclusión social y económica que sufren los jóvenes no solo se expresa en las dificultades que tienen sus propias familias para darles una educación de calidad y para crear oportunidades laborales para su futuro, sino también y de forma más evidente se expresa en las condiciones de abandono social en las cuales muchas veces se encuentran las comunidades o barrios en donde viven los jóvenes que se integran a las pandillas (Carranza, 2004). Como lo señaló un estudio sobre pandillas y capital social (Cruz, 2004), las maras florecen en aquellas colonias y vecindades en donde la pobreza se expresa en servicios sociales inexistentes o de mala calidad; en donde, aunque los hogares cuenten con los servicios básicos como energía eléctrica o agua potable, el suministro público de los mismos es inexistente o de mala calidad. Se trata de comunidades en donde muchas veces no hay alumbrado público, en donde las calles están en mal estado y en donde los inmuebles de uso público y comunitario están completamente abandonados, sucios y, muchas veces, derruidos. En el fondo se trata de comunidades marginales y marginadas, esas que anidan en los límites vulnerables de las ciudades y que existen apartadas de los beneficios que produce el desarrollo económico urbano. Y es que las condiciones de deprivación económica que viven en su conjunto las familias que habitan este tipo de comunidades generan complejos mecanismos de marginación de los sistemas y redes sociales que afectan primordialmente a los jóvenes, los cuales están en la búsqueda de espacios de inserción en la sociedad. Las condiciones de precariedad socioeconómica marginan a los jóvenes en un momento en el cual ellos están definiendo su propia identidad a través de la inclusión con los grupos sociales. La marginalidad crea las condiciones para que la inclusión se defina a favor de grupos como las maras; los cuales, paradójicamente, desafían el orden social establecido a través de la conducta criminal y la trasgresión de los convencionalismos. Uno de los mecanismos en donde se encuentra este proceso de marginalización social con más claridad es en el de la expulsión y/o deserción escolar de los jóvenes que se integran a las maras. Los diferentes estudios llevados a cabo para recoger las características de los pandilleros (Cruz y Portillo, 1998; Santacruz y ConchaEastman, 2001; Save the Children y ACJ, 2002) han señalado que la mayoría de los jóvenes pandilleros han pasado por el sistema escolar y tienen varios años de escolaridad. El estudio de Santacruz y ConchaEastman (2001) mostró que casi el 75 por ciento de los jóvenes que estaban afiliados a pandillas en el año 2000 en el Área Metropolitana de San Salvador, había estudiado hasta noveno grado y que solamente el 3 por ciento nunca había pasado por la escuela; la misma tendencia se encontró en el estudio hondureño de Save the Children y ACJ (2002): el 86.7 por ciento de los mareros entrevistados en 2001 había estudiado hasta tercer ciclo, pero en este caso el porcentaje de pandilleros que nunca habían pasado por la escuela era de un poco más del 8 por ciento. En tal sentido, la hipótesis de que los jóvenes pandilleros son personas que no han tenido ningún tipo de educación es falsa. Sin embargo, a pesar de su paso por la escuela, la otra característica de los pandilleros centroamericanos relativa a su educación es que la mayoría de ellos no estu- 39 José Miguel Cruz dia. El estudio de pandilleros en Tegucigalpa y San Pedro Sula encontró que, en 2001, el 83 por ciento de los jóvenes enrolados en pandillas no se encontraba estudiando; el estudio salvadoreño de 1996 halló que el 76 por ciento de los pandilleros no estudiaban; para 2001, ese porcentaje era del 92.3 por ciento. Así, la mayoría de los mareros han estado en la escuela y algunos de ellos inclusive han logrado completar su educación media, pero su proceso de afiliación a las pandillas desata procesos que terminan con la expulsión o la deserción del sistema escolar. Las declaraciones de algunos pandilleros entrevistados en el marco del Proyecto COAV (ver Carranza, 2005) en El Salvador son muy ilustrativas: “…es que, pues sí, me metí a andar en la pandilla, ya no fui [a la escuela], como después me manché [tatué] todo, ya no me aceptaron.” (Entrevista No. 8, COAV). Esto incrementa el sentido de exclusión social pues para muchos pandilleros, la expulsión de la escuela—a pesar de que su estancia era problemática— genera sentimientos de frustración porque la misma significa la clausura de las oportunidades de formación y desarrollo. “Después que me brinqué [integré], porque después que vieron los tintazos (tatuajes) ya no me quisieron recibir [en la escuela].” (Entrevista No. 2, COAV). “Pero sí quisiera estudiar, pero como no podemos. Como la gente dice que no: están tatuados” (Entrevista No. 6, COAV). Es más, para muchos pandilleros la expulsión escolar es vivida como el paso definitivo a las pandillas y, por tanto, su reincorporación a la escuela es vista como una reapertura a las oportunidades que la pertenencia a las pandillas niega. 40 “Hay veces que sueño que así todo tinteado [tatuado] voy a estudiar. ¡Sí, no es paja [mentira]! Me veo con el uniforme en los sueños, voy a estudiar bien firme, pero, ¡puta!, a veces cuando despierto…sólo fue un sueño” (Entrevista No. 8, COAV). La exclusión social se experimenta también a través de la falta de oportunidades laborales o la existencia de empleos mal remunerados. A pesar de que la mayoría de jóvenes que se integran a las pandillas no estudian, buena parte de ellos no invierten su tiempo en empleos o en actividades productivas. La encuesta de Save the Children UK y ACJ en Honduras encontró que la mayoría de jóvenes, alrededor del 90.4 por ciento, ha tenido empleo, pero al momento de la encuesta solo un poco menos de la mitad (45.5 por ciento) todavía lo tenía. La mayor parte de esos empleos eran eventuales y/o temporales, como ayudante de albañil, vendedor u obrero de maquila. En El Salvador, la encuesta de 2001 encontró que solo el 17.6 por ciento de los pandilleros tenía un trabajo y de esos solamente el 10 por ciento tenía un empleo estable, aparte de que solo en el 10 por ciento de los casos se trataba de un empleo de tiempo completo. Esa falta de oportunidades es vivida también como exclusión respecto a las oportunidades, la cual se incrementa con la asociación de los jóvenes a las pandillas: “Nosotros no trabajamos porque a uno lo tienen de menos. Está trabajando uno, (pero) como lo ven tintado [tatuado] lo echan a uno a la mierda” (COAV, Entrevista No. 2). Así, los procesos de exclusión social se concretan de diversas formas en la cotidianeidad del joven. Están en las mismas condiciones socioeconómicas de los barrios y vecindarios en donde viven los jóvenes que se integran a las pandillas, se viven en las precariedades económicas dentro del Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica hogar, se enfrentan en la falta de oportunidades para la formación y la capacitación y se sufren en los procesos de expulsión de la escuela y del trabajo cuando el joven comienza a optar por las pandillas. 3.2. Cultura de violencia En cierto modo, las pandillas centroamericanas son el producto de sociedades que cultivan y han cultivado la violencia por décadas. Las pandillas constituyen una expresión exacerbada y, muchas veces, fuera de control de esa violencia que ha prevalecido en las relaciones sociales e interpersonales en los países centroamericanos. La cultura de violencia refiere a un sistema de normas, valores y actitudes que posibilitan, estimulan y legitiman el uso de la violencia en las relaciones interpersonales (Huezo, 2001; Martín-Baró, 1992); este sistema normativo se manifiesta y reproduce en todos los ámbitos de interacción de las personas: no solo en las relaciones entre los adultos sino también entre éstos y los niños y los jóvenes en el hogar y en la escuela, los cuales constituyen los espacios fundamentales de socialización. En términos nacionales, dicha violencia ha tenido diferentes rostros, ha sido social, política, criminal, pero ha permanecido en las sociedades centroamericanas por muchos años: un informe de la Organización Panamericana de la Salud sobre la situación de la salud en las Américas durante la década de los años setenta muestra que para mediados de ese década El Salvador, Nicaragua y Guatemala tenían tasas de homicidios por encima de 20 muertes por cada 100,000 habitantes, más del doble de la tasa promedio latinoamericana de esas fechas (OPS, 1980). Esto significa que algunos de los países centroamericanos que ahora están afectados por las maras tienen un largo historial de violencia al interior de sus sociedades; en el pasado, los protago- nistas fundamentales de esa violencia eran otros actores, muchas veces pertenecientes al Estado mismo; en la actualidad, las maras se han vuelto en uno de esos protagonistas. Una de las más claras expresiones de esa normatividad a favor de la violencia lo constituye la cantidad de homicidios que son cometidos en circunstancias que tienen que ver con problemas de convivencia o con procesos de ajustes de cuentas en los países del norte de Centroamérica. De hecho, según la Policía Nacional Civil de El Salvador, más del 65 por ciento de los asesinatos que se cometen en ese país son producto de lo que la institución llama “violencia social” (Policía Nacional Civil, 2003), esto es, violencia cuya motivación fundamental es obtener un beneficio o poder social (Moser y Winton, 2002) y que se expresa en violencia interpersonal, riñas callejeras, violencia doméstica, etc. En Honduras, un estudio patrocinado por el BID (Rubio, 2002) encontró que solamente el 33 por ciento de los homicidios cometidos en la ciudad de San Pedro Sula fueron originados en circunstancias de violencia económica; en el 33 por ciento de los casos, los homicidios se cometieron en circunstancias que el autor llama intolerancia (o problemas de convivencia) y en el 23 por ciento de los casos, las muertes ocurrieron como producto de ejercicios de justicia privada. Esto significa que en un poco más de la mitad de los casos de homicidio ocurridos en San Pedro Sula en 2001, se trató de violencia social. En Guatemala, de acuerdo al Centro de Investigaciones Eco- 41 José Miguel Cruz nómicas Nacionales (CIEN, 2002), los departamentos del país en donde se concentra más la violencia homicida son aquellos en donde prevalece una “actitud cultural violenta”, esos departamentos forman parte de la zona oriental del país.3 La normatividad imperante, la cual se expresa en las relaciones sociales cotidianas, es la que ha permitido que varias generaciones de jóvenes crezcan y se socialicen en un entorno que favorece el uso de la agresión para resolver conflictos y para relacionarse con los demás. Ese entorno es el que ha facilitado el uso extremo de la violencia que implica la afiliación pandilleril. Los mareros son, en parte, el resultado de ese entorno en el que se legitima la agresión desde el hogar, pasando por la escuela, hasta los referentes simbólicos de las sociedades actuales: los medios de comunicación. La mayoría de los jóvenes que se integran a pandillas crecieron en ambientes domésticos y escolares en donde el maltrato y el castigo físico eran la norma para criarlos y educarlos. La violencia, por tanto, se vuelve normal y su ejercicio se convierte en el medio de relación privilegiado no solo en contra de los rivales y enemigos, sino también en contra de los mismos pares. Pero la normatividad cultural que favorece un entorno violento no solo se refuerza de los procesos de socialización en la escuela y en el hogar. Se reproduce también en los entornos de la vida pública, en las políticas estatales que, como los planes de cero tolerancia o de mano dura, recalcan la noción de que la mejor manera de enfrentar los problemas es mediante el uso de la fuerza. En algunos casos, los conflictos bélicos internos de algunos países centroamericanos no hicieron sino exacerbar esa normati- 3 Esa zona es la que colinda con los países de El Salvador y Honduras. 42 vidad a favor de la violencia. Durante muchos años, generaciones de guatemaltecos y salvadoreños crecieron a la sombra de discursos militaristas, de planes que preparaban a la población para que usara la violencia en contra del enemigo y rival de la forma más efectiva y de un ambiente en el que se fomentaba la desconfianza entre los ciudadanos.4 En este contexto, muchas personas fueron entrenadas para combatir y, por lo tanto para ser profesionales en la utilización de armas y técnicas de guerra. Los pandilleros de la actualidad no fueron esos combatientes y la gran mayoría de ellos nunca peleó y ni siquiera tiene recuerdos directos de la guerra, pero sí son los receptores directos de un legado apologético hacia la violencia, el cual no ha sido enfrentado desde la institucionalidad emergente de las transiciones de posguerra. Antes bien, las precondiciones culturales hacia la violencia, dilatadas por las guerras, dejaron sociedades que rinden culto a los conflictos y a sus instrumentos: las armas. La afición de muchos ciudadanos centroamericanos por las armas, en el marco de sociedades regidas por la ética del conflicto interpersonal, encuentra su máxima expresión en la facilidad con la que muchos jóvenes y niños obtienen armas sofisticadas y de guerra. Una encuesta sobre seguridad pública cursada en El Salvador en 2004 encontró que más del 38 por ciento de los salvadoreños dijeron que si pudieran, les gustaría tener un arma para su propia protección; este porcentaje es mayor entre el grupo de población más joven encuestada: 42.6 por ciento (Cruz y Santacruz, 2005). Un resultado muy similar obtuvo una encuesta sobre seguridad ciudadana en Guatemala en el mismo año: el 35.3 por ciento de las per4 Aunque Honduras no tuvo conflicto armado interno, sí se vio afectado indirectamente por las guerras de sus países vecinos y por la militarización a la que fue sometido el país durante ese período. Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica sonas dijeron que si tuvieran la oportunidad, adquirirían un arma de fuego, y entre los jóvenes, el porcentaje sube a más del 40 por ciento (POLSEC-PNUD, 2005). La inclinación de más de una tercera parte de la población hacia el uso de armas es parte de ese entorno cultural que favorece que muchos niños y jóvenes vean en el uso de la violencia un comportamiento útil y ensalzado. Muchas veces, el ejercicio de la violencia que caracteriza el proceso de integración y permanencia de los muchachos en las pandillas sólo es un reflejo aumentado de los valores que ellos recogieron en su proceso de socialización. 3.3. Crecimiento urbano rápido y desordenado Una de las primeras investigaciones sobre el fenómeno de las pandillas realizada en El Salvador mostró que las pandillas crecen y se reproducen en aquellos entornos urbanos caracterizados por la aglomeración residencial; por la falta de espacios de esparcimiento para la población, especialmente la más joven; y por la carencia o mala calidad de los servicios básicos en las comunidades (Smutt y Miranda, 1998). Todos estos factores se dan como resultado de los procesos de crecimiento acelerado y poco planificado de las ciudades grandes en Centroamérica. En realidad, esta es una relación que no solo tiene que ver con Centroamérica, sino más bien con América Latina. Un estudio (Gaviria y Pagés, 1999) sobre los patrones de victimización en Latinoamérica encontró que las ciudades cuya población ha crecido de manera más acelerada en los últimos años experimentan un mayor grado de violencia como producto de la desorganización y la poca planificación urbanística de las ciudades. La falta de organización urbanística y el continuo flujo de población que hace crecer las ciudades de manera acelerada provocan problemas urbanos que contribuyen al caldo de cultivo de las pandillas y los grupos de jóvenes que deambulan por las calles y los barrios. Uno de esos problemas es el hacinamiento residencial. El estudio sobre capital social y pandillas llevado a cabo en la ciudad de El Progreso en Honduras por el Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC) halló que en los barrios que están atestados de pandillas el hacinamiento de las personas dentro de los hogares es mucho mayor que en los barrios que no tienen problemas de pandillas. Por ejemplo, el promedio de personas que viven en los hogares de barrios con problemas de maras es de 6, mientras que en los barrios que no tienen problemas de pandillerismo el promedio de personas por hogar es de 5 (Carranza, Castro y Domínguez, 2004). Este mismo fenómeno fue encontrado por Smutt y Miranda (1998) en su estudio sobre las pandillas en un barrio del Área Metropolitana de San Salvador. Las maras crecen y se desarrollan en barrios en donde la aglomeración residencial expulsa a los niños y los jóvenes a la calle, la cual se convierte en el espacio primario de socialización en lugar del hogar mismo. El impacto del crecimiento descontrolado de las ciudades se concentra también en la calidad de los barrios y vecindarios que conforman los centros urbanísticos ampliados. En concreto, se trata de barrios en los cuales se echan de menos los espacios públicos de esparcimiento y los espacios públicos en buen estado. Los lugares en donde se concentran las pandillas son, usualmente, aquellos sitios en los cuales los jóvenes no cuentan con espacios de espar- 43 José Miguel Cruz cimiento y de diversión sana; son lugares— que como ya se mencionó algunos párrafos atrás— permanecen olvidados de atención de las autoridades o, inclusive, de los mismos vecinos, lo cual los convierte en sitios deteriorados, los cuales son ocupados por los jóvenes que permanecen en las calles. La falta de espacios de calidad que puedan ser utilizados por los jóvenes para su propia diversión y tiempo libre, crea las condiciones para que la calle y los sitios más “perversos” de ésta se conviertan en las zonas en donde se configura el comportamiento grupal juvenil. De nuevo, la investigación regional sobre maras y capital social, desarrollada en varias ciudades centroamericanas, encontró que los barrios en donde aparecen y se desarrollan las pandillas son aquellos que suelen contar con más espacios así llamados “perversos”, esto es, bares o cantinas, lugares de juego y prostíbulos. La presencia de espacios públicos positivos, como canchas de juego, casas comunales y parques, resultó ser más importante en ciertas ciudades, como San Salvador y El Progreso que en otras (Cruz, 2004). Sin embargo, una encuesta sobre seguridad pública llevada a cabo en El Salvador a nivel nacional encontró que la existencia de espacios públicos descuidados y deteriorados estaba asociada a la presencia de maras y de victimización a causa de éstas (Cruz y Santacruz, 2005). Al final de cuentas, y como dicen Smutt y Miranda (1998), la carencia de espacios adecuados para atender las demandas de tiempo libre de los niños y jóvenes empuja a muchos de ellos a permanecer en las calles, en las esquinas, en los sitios abandonados y deteriorados y en los lugares cercanos adonde aparece la violencia (bares, por ejemplo), lo cual crea las condiciones para que los muchachos entren en contacto con los pandilleros. 44 Pero, el impacto del descontrol urbanístico y el deterioro de la ciudades no se limita solo al hacinamiento y a la ausencia de los espacios adecuados para el desarrollo de los niños, tiene que ver también con la dificultades que tienen las urbes para poder proveer y garantizar servicios adecuados a la población. El estudio de Smutt y Miranda registró que las familias con jóvenes pandilleros están más expuestas que las de los no pandilleros a “carecer en sus viviendas de servicios públicos que contribuyan a generar las condiciones para mejorar la calidad de vida” de las personas (1998, p. 70). El mismo estudio presenta el testimonio de un marero que resume muy bien ese proceso: “En la casa de mi mamá no me gusta, a mí me gusta estar aquí (en la casa donde se reúne la mara), pero si uno no tiene dónde tiene que aguantar. Allí (en la casa de la mamá) no me gusta porque no tengo amigos, no tengo ambiente, y ahorita no hay luz allí, pero sí va a haber. El alcalde ha prometido ponerles la luz como regalo de navidad. Intento casi no llegar, llego de vez en cuando a cambiarme, a veces a dormir…” (Williams; Smutt y Miranda, op. cit). En El Progreso, Honduras, las familias que viven en los barrios en donde hay pandillas suelen acudir menos a los servicios de salud privados —que son los que usualmente brindan mejores servicios— y tienden más a automedicarse y a visitar curanderos que las familias que viven en los lugares en donde no hay pandillas (Carranza, Castro y Domínguez, 2004). El mismo estudio, en su perspectiva más regional, encontró que las comunidades en donde aparecen más las maras son aquellas en donde las calles de la vecindad suelen estar en mal estado más frecuentemente que las calles de los barrios en donde no hay pandillas (Cruz, 2004). Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica La falta y el deterioro de los servicios públicos a los que tienen acceso las comunidades empobrecidas refuerzan la percepción de abandono de la población que vive en las mismas, incrementando con ello las condiciones para que muchos de los jóvenes se decidan a entrar y vivir junto a las pandillas. Esa problemática con respecto a los servicios públicos es también, en parte producto de los procesos de urbanización acelerada y poco planificada, la cual hace que muchos de los barrios se edifiquen en lugares inhóspitos, vulnerables y sin condi- ciones para la provisión adecuada de los servicios fundamentales: muchos de esos barrios no disponen de alumbrado adecuado; no tienen sistemas de alcantarillas; no hay centros de salud o están descuidados; las escuelas están instaladas en inmuebles sin la infraestructura adecuada; las calles y las aceras de la colonia se encuentran deterioradas. Todo esto se da muchas veces en contraste con otras zonas colindantes de la ciudad, las cuales gozan de condiciones óptimas y de servicios sociales que funcionan bien (Samayoa, 2002). 3.4. Migración La migración constituye probablemente uno de los factores más mencionados como causa explicativa del fenómeno de las maras en Centroamérica (Arana, 2005; Ribando, 2005; Zilberg, 2004), y de hecho ha jugado un papel fundamental en la expansión y desarrollo de la problemática de las maras centroamericanas. Sin embargo, es preciso señalar que éste no es necesariamente el factor más explicativo del complejo fenómeno de las pandillas en la región, dado que no se trata de que las pandillas crecieran en Centroamérica simplemente por el aumento numérico de jóvenes deportados y retornados. Las pandillas centroamericanas no surgen porque sean una importación simple de jóvenes del Este de Los Ángeles, como muchas veces sugieren los reportajes de prensa. Las maras son más bien el producto de la importación del modelo cultural de ser pandilla: con él se han difundido maneras de vestir, de comunicarse y de comportarse, las cuales han sido adoptadas por los jóvenes centroamericanos en busca de identidad. En otras palabras, la migración contribuyó significativamente a la reconfiguración del fenómeno de las maras al permitir fundamentalmente el flujo de identidades, valores y símbolos asociados a la pertenencia a las pandillas. De allí que el origen de las pandillas como redes trasnacionales no es solo el producto de la importación directa de pandilleros, sino el producto de la conexión de dos fenómenos que se originaron separadamente y que a principios de los años noventa entraron en contacto como producto de la migración y la deportación de centroamericanos. ¿Cómo ocurrió ese proceso? A principios de la década de los años ochenta, Centroamérica era una región con varias guerras civiles y conflictos militares. La inestabilidad política provocó que muchos centroamericanos, especialmente salvadoreños, emigraran primero como refugiados políticos hacia los Estados Unidos y luego como refugiados económicos (ver Montes, 1987). Dichos ciudadanos viajaron o formaron sus propias familias en el país del norte con sus compatriotas; esto dio lugar a que cientos de jóvenes salvadoreños inmigrantes crecieran en las calles de las ciudades estadounidenses, especialmente Los Ángeles. Allí se toparon con otros jóvenes de origen 45 José Miguel Cruz latinoamericano, en su mayoría mexicanos, que ya controlaban las calles. Viviendo bajo condiciones de marginación cultural y económica, muchos jóvenes migrantes encontraron en las pandillas la alternativa de un grupo de referencia que proveía identidad, respeto y apoyo (Vigil, 2001). En un primer momento, esa integración a las pandillas se da sobre los grupos ya previamente formados por jóvenes de origen mexicano o chicano, dentro de esos grupos, la pandilla 18th Street es una de las más numerosas, pero luego y como producto del crecimiento de la población centroamericana, los jóvenes comienzan a formar pandillas con identidades propias y en ese contexto nace la llamada Mara Salvatrucha, conformada fundamentalmente por jóvenes migrantes salvadoreños, a los cuales posteriormente se van uniendo jóvenes provenientes de otros países de Centroamérica. Mientras tanto, en Centroamérica, condiciones parecidas generaron la aparición de pandillas o maras (Cruz, 2005), que inmediatamente se caracterizaron por el ejercicio un poco más intenso de la violencia que las pandillas comunes, dado su anclaje a sociedades que ya eran de suyo culturalmente violentas (Levenson, 1989). Ese fenómeno, sin embargo, se caracterizaba por la presencia de un gran número de distintas pandillas que controlaban barrios y calles específicas y delimitadas dentro de la ciudad. Hacia principios de los años noventa se dio inicio a los procesos de retorno de los migrantes y a las políticas de deportación masiva del gobierno estadounidense. Dichos procesos generaron flujos de jóvenes que traían consigo su experiencia pandilleril y, sobre todo, una especie de “estética” de ser pandillero (Papachristos, 2005). La mayoría de los jóvenes que regresaban a El 46 Salvador y otros países de Centroamérica en calidad de deportados o de retornados voluntarios se caracterizaban por ser muchachos que habían crecido en una cultura completamente distinta, que apenas hablaban inglés y que, en varios casos, contaban con débiles vínculos familiares en el país de retorno o, en el peor de los casos, no tenían grupo de referencia alguno porque su familia y sus amigos quedaron en los Estados Unidos. Esto generó que muchos de los primeros contactos y los más importantes, con las sociedades centroamericanas se dieran a través de las pandillas existentes. Estos contactos facilitaron, en primer lugar, la transmisión de los simbolismos del ser pandillero: su forma de vestir, el uso de tatuajes, las formas de comunicación; pero en segundo lugar y de manera más importante, transmitieron e importaron identidades pandilleriles, esto es, transmitieron pertenencias a pandillas. Las primeras expresiones de ese proceso se pueden encontrar en la expresión usada en Guatemala para denominar a las maras que adquirían los nombres de las pandillas de Los Ángeles: “las maras-clones”, denominadas así “por ser copias de grupos similares extranjeros, producto del impacto de culturas foráneas, principalmente la estadounidense” (Merino, 2001, p. 176). Para principios de los años noventa, en El Salvador ya se podía encontrar a la Mara Salvatrucha y la Pandilla de la Calle 18, entre los nombres de la diversidad de pandillas existentes en San Salvador. Sin embargo, esta situación duró muy poco. Influenciados por el creciente flujo de retornados y el aura de admiración que envolvía a los jóvenes que retornaban de las ciudades estadounidenses, la mayoría de las pandillas que existían en El Salvador comenzaron a adoptar los modos y la estética de los pandilleros retornados —deportados o no. En el lapso de un quinquenio, las identidades pandilleriles provenientes de los Esta- Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica dos Unidos se impusieron sobre el resto de pandillas, no bajo un proceso de violencia o disputas de territorio, sino más bien bajo procesos paulatinos de adopción de las identidades. Los pandilleros, ya activos y conformados en sus propios grupos, comenzaron primero a imitar los estilos de los retornados y terminaron luego cambiando el nombre de sus propios grupos a alguno de las pandillas más representativas del modelo norteamericano: Mara Salvatrucha (MS) o Pandilla de la Calle 18 (La 18). En ese proceso, se formó una constelación de pequeños grupos pandilleriles que compartían un mismo nombre y que poco a poco fueron adoptando un sistema de conductas, normas y valores que les hacía parte de la misma organización. En tal sentido, las antiguas pandillas territoriales se convirtieron en clikas, las cuales formaban una federación de pandillas que se reconocían bajo un mismo “barrio”: ser 18 o ser MS. Los jóvenes retornados y responsables de importar el modelo cultural pandilleril de los Estados Unidos jugaron un papel importante no solo en el proceso de transposición de identidades juveniles, sino también en el proceso de configurar esas federaciones en redes locales. Eran ellos los que establecían los contactos entre los diversos grupos que se sumaban a la pandilla, los que permitían los flujos de información, identidad, normas y valores desde el exterior, pero también entre las mismas clikas locales. Para 1996 y según una encuesta cursada con los pandilleros activos en el Área Metropolitana de San Salvador (AMSS), el 85 por ciento de los jóvenes enrolados en pandillas pertenecían a la Mara Salvatrucha o a la Pandilla 18; solamente el 15 por ciento de los pandilleros permanecían en otras pandillas (Cruz y Portillo, 1998). Sin embargo, en términos cuantitativos, el peso de los pandilleros repatriados de los Estados Unidos era más bien bajo. La misma encuesta reveló que el 17 por ciento de los pandilleros activos en el AMSS había estado en los Estados Unidos y que solo el 11 por ciento se había integrado a las pandillas en ese país. La gran mayoría de los integrantes de las maras se habían integrado en diversas ciudades salvadoreñas. Este proceso se repitió con más o menos similitud en los países de Guatemala y Honduras, los cuales se vieron impactados también por sus propios procesos de migración con relación a los Estados Unidos, pero también por la migración al interior del triángulo norte de la región centroamericana. Al igual que en El Salvador, para finales de la década de los noventa, tanto Guatemala como Honduras habían transitado hacia el modelo de las dos grandes federaciones pandilleriles. Al final de cuentas, dos fenómenos que nacieron con relativa independencia y con sus propias dinámicas de causalidad, terminaron conectándose y formando parte de un solo fenómeno en buena medida a partir de la influencia de la migración poblacional. 3.5. Desorganización comunitaria o escaso capital social positivo Las pandillas surgen en aquellos ambientes marcados por la desorganización comunitaria, esto es, en contextos comunitarios en donde la falta de confianza entre las personas, los vecinos y los integrantes de la comunidad impide el desarrollo de procesos 47 José Miguel Cruz de participación social que potencian la resolución de los problemas colectivos y el logro de metas comunes. Un estudio sobre capital social y pandillas realizado por diversos centros de investigación en Centroamérica encontró que las maras centroamericanas han florecido en barrios “desarticulados, desorganizados, abandonados y empobrecidos… (En) lugares en donde la confianza en el vecino ha sido destruida por la incapacidad de resolver la infinidad de conflictos que genera la lucha y la competencia por la supervivencia personal” (Cruz, 2004, p. 322). Dicho estudio encontró más concretamente que los barrios centroamericanos en donde existen maras o pandillas son precisamente aquellos en donde sus pobladores muestran los más bajos niveles de confianza interpersonal entre los miembros de la comunidad; son aquellos en donde la participación en organizaciones es alta pero se encuentra particularmente orientada a tareas de seguridad y no tanto a tareas de desarrollo comunitario; son lugares en donde son comunes los espacios de congregación alrededor de cantinas, bares, prostíbulos o casas de juego y son lugares en los que al mismo tiempo escasean los espacios públicos de encuentro con fines positivos, como las casas comunales, los parques y las canchas en buen estado. En otras palabras, los lugares en donde aparecen y crecen las pandillas son aquellos en donde hay más oportunidades de que la gente—y particularmente los jóvenes—se reúna para delinquir y no necesariamente para contribuir a resolver los problemas de la comunidad. Por su parte, la desorganización comunitaria no aparece de la nada. No es que de la noche a la mañana la falta de confianza de los miembros de la comunidad cree la semilla para la pandillerización de los jóvenes. La desorganización comunitaria es el resultado de un proceso sistemático de 48 abandono social y económico de amplios sectores de población; es el resultado de la pauperización de las condiciones sociales, del desorden en la planificación urbana y del abandono del Estado. Pero no todas las comunidades abandonadas y deprivadas socio económicamente se vuelven en semilleros de mareros. Los pandilleros aparecen y crecen en las comunidades en donde esos problemas de desorganización social son agudizados por la falta de mecanismos sociales de participación ciudadana y de integración interna: de allí la importancia de la confianza mutua y de los procesos de organización ciudadana. Son éstos los que al final pueden hacer una diferencia frente a las dinámicas de exclusión social y abandono al que han sido sometidos amplios sectores de las ciudades centroamericanas en tiempos de liberalización económica. Eso es, además, lo que explica que no todas las ciudades centroamericanas —aún al interior de los mismos países que enfrentan el problema de las pandillas— tengan la misma magnitud del problema. En Guatemala, el problema de las pandillas parece más grave en aquellas comunidades no indígenas, en donde el sentido de identidad, pertenencia y participación es menor, y en donde las comunidades están, en consecuencia, más desarticuladas y desorganizadas. Eso es lo que explica también que, por ejemplo, Nicaragua, con su prolongada historia de pobreza, desigualdad económica y marginación social no haya desarrollado unas pandillas juveniles tan violentas ni tan extendidas en sus ciudades. Precisamente, uno de los aspectos que diferencia a Nicaragua con respecto al resto de países del norte de la región centroamericana es su particular historia social y política reciente. El paso del sandinismo en la década de los ochenta dejó profundas huellas en los modos de organización ciudadana y en Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica la relación de ellos con las autoridades, particularmente con las de seguridad pública. A diferencia del resto de países de la región, en Nicaragua durante muchos años se fomentó la organización vecinal de las comunidades para tareas de seguridad y desarrollo, y esas prácticas parecen haber sobrevivido al sandinismo y haberse sedimentado entre amplios grupos de población. Así, la participación ciudadana habría servido como contención a los procesos de marginación y exclusión social de los cuales se alimentan las maras en los países vecinos. Pero lo cierto es que la violencia misma juega un papel fundamental en los proce- sos de desorganización y desarticulación social de las comunidades, lo cual no hace sino profundizar la espiral que acelera el crecimiento de las pandillas y de su violencia juvenil. Un estudio sobre capital social realizado en comunidades guatemaltecas afectadas por la violencia y las maras encontró que la violencia de las maras contribuía también a la desorganización comunitaria, a la desconfianza interpersonal y al miedo de los habitantes, truncaba el desarrollo de organizaciones sociales productivas y multiplicaba la existencia de las organizaciones “perversas” que fomentaban la violencia y la inseguridad (Moser y McIlwaine, 2004). 3.6. Presencia de drogas A nivel comunitario, no solo la desorganización social juega un papel explicativo de la integración de los jóvenes a las pandillas y de la proliferación de éstas, también es importante la existencia de economías criminales, especialmente la presencia de drogas al interior de una comunidad. Según Moser y Winton (2002), la ubicación de Centroamérica entre el norte consumidor de drogas y el sur productor de las mismas convierte a la región en una de las zonas más expuestas al tráfico de drogas. El problema del tráfico, comercialización y consumo de drogas ha crecido en la región en los últimos años, lo cual ha inundado las calles de la oferta de drogas y ha provocado que las mismas hayan disminuido su valor haciendo las sustancias más accesibles a la población, especialmente la más joven. Un estudio de la Fundación Antidrogas de El Salvador (FUNDASALVA, 2004) encontró que el grupo más vulnerable al consumo de sustancias psicoactivas es el de los menores de edad y jóvenes. Las drogas juegan un papel importante en la dinámica de afiliación de los jóvenes a las pandillas, sobre todo en aquellos lugares marcados por el abandono y la marginación. El consumo de drogas facilita la vinculación de los jóvenes a las pandillas no solo porque su consumo constituye una forma de recreación y placer para algunos jóvenes que están en la búsqueda de experiencias nuevas sino que además porque la relación con las drogas genera un encadenamiento con las diversas dinámicas de violencia que prevalecen al interior de la pandilla. El siguiente testimonio de un pandillero salvadoreño de 17 años del Barrio 18 ejemplifica muy bien ese proceso: “Primero yo llegaba. O sea, había una esquina en donde se mantenían los pandilleros del barrio que yo soy. Ahí tenían droga: ‘yo quiero fumar’, ‘estás bien chiquito’, ‘dejá de andar haciendo esto’. Un loco que está preso me decía: ‘no hombre, vos no deberías estar aquí, por vos me van a llevar preso’. Yo tenía como doce, once años quizás. Me daban mi purito o si no, yo lo com- 49 José Miguel Cruz praba y no les decía nada a ellos y me iba. Y de ahí (me dijeron): ‘Vimos que vos mucho andás loquiando, ¿querés ser del barrio?’ Porque vieron que yo empecé a vestirme todo flojo. ‘¿Qué ondas, qué alucín?, pues no hombre, la vida del pandillero es bien firme’, me decían. Entonces, así poco a poco me fui quedando y ya no llegaba solo a fumar, sino que me estaba una mañana, viendo lo que ellos hacían. ‘Voy a salir a conseguir’ decían algunos y se iban y al rato venían con dinero.” (COAV, Entrevista No. 4). Del Olmo (1997) cita tres formas en las que esa relación con la violencia se cristaliza, lo cual es perfectamente aplicable a las pandillas. En primer lugar, el consumo e intoxicación con drogas (con algunas) genera estados de conciencia en donde es más fácil que los jóvenes pierdan el control y se vuelvan violentos. De acuerdo al estudio sobre maras realizado por ACJ y Save the Children UK en Honduras, casi el 85 por ciento de los pandilleros que operan en San Pedro Sula y Tegucigalpa han consumido drogas. El estudio de Santacruz y ConchaEastman en 2001 registró un aumento en el consumo de drogas más pesadas, como el crack o la “piedra” y la cocaína con respecto a otro estudio similar en 1996 (Cruz y Portillo, 1998) y que eso estaba relacionado con su nivel de violencia criminal. Más aún, el estudio de 2001 encontró que uno de los predictores de los jóvenes para ser víctimas de la violencia en manos de otros pandilleros era el consumo de drogas. Esto muestra que el consumo de cierto tipo de drogas no solo convierte a los jóvenes en victimarios sino también en víctimas y los introduce a un círculo de violencia. Ese círculo de violencia se amplifica en el segundo tipo de relación entre las drogas y la violencia. Las 50 drogas no solo generan más violencia como producto de la intoxicación de ciertas substancias, sino también porque la dependencia física y psicológica que las adicciones que algunas de las drogas generan, obliga a los jóvenes y pandilleros a reclamar más recursos para mantener las adicciones. Esos recursos son obtenidos de las actividades delincuenciales y de la integración a las actividades criminales. De las actividades criminales se pasa fácilmente al tercer nivel o tipo de vinculación entre drogas y violencia. En el caso de los pandilleros, la droga genera economías criminales en donde la única forma de poner orden y controlar las transacciones, el mercado y la comercialización de las sustancias es mediante el uso de la violencia. En este caso se trata ya de la participación de los pandilleros en las redes de narcotráfico y crimen organizado, la cual puede ir desde la colaboración en la distribución de drogas al menudeo en las calles, hasta el control de territorios de trasiego y comercialización. La manera en cómo se mantiene el pandillero en ese “negocio” usualmente depende de su habilidad para cumplir con las normas informales y de su capacidad de lidiar con la violencia. Al final de cuentas, la presencia de drogas y la relación de los jóvenes con ésta, se convierte en un factor que no puede ser soslayado en la dinámica de las pandillas. Las drogas allanan el camino de muchos jóvenes a la integración a las maras, pero también fortalecen el vínculo de ellos con las dinámicas de la violencia, al integrarlos a complejos procesos de adicción y redes de comercio criminal. Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica 3.7. Familias problemáticas Si hay un factor que puede considerarse como una de las causas más importantes y decisivas para que un niño que está a punto de convertirse en adolescente y en adulto se convierta en pandillero, se vuelva extremadamente violento y termine siendo un criminal de carrera; es la familia, pues forma parte de un nivel de interacción causal que se ubica más en la esfera de lo relacional y lo privado del joven que en la órbita de lo social o lo comunitario. La familia, con toda su complejidad, con su impacto en la personalidad del joven, con sus pautas de relación interpersonal, determinan en buena medida, las probabilidades de que un muchacho se convierta o no en pandillero; determinan qué tanto un joven que vive inmerso en un ambiente rodeado de marginalidad y caos resistirá las tentaciones de la calle o sucumbirá ante ella. El impacto de las familias sobre los jóvenes que se integran a las pandillas es diverso y complejo. Como en muchos otros factores, la manera en que la familia pone las condiciones para que un muchacho se sume a las pandillas no proviene de un solo suceso o de un tipo de relación familiar, sino más bien de la compleja forma en cómo se han construido las relaciones familiares en el seno del hogar. De allí que, a diferencia de lo que se suele decir frecuentemente en los medios y por algunos académicos, es muy difícil atribuir el problema del crecimiento de las pandillas a la desintegración familiar o a la existencia de familias monoparentales. Es cierto que muchos pandilleros provienen de familias desintegradas, monoparentales o están a cargo de abuelos, tíos o tutores sin lazos directos de consanguinidad; pero no es menos cierto que muchos otros pandilleros provienen de familias en las que se encuentran ambos padres. El estudio de mediados de los noventa realizado por el IUDOP encontró que un poco más del 28.3 por ciento de los pandilleros vivían con alguno de sus padres (la mayoría fundamentalmente la madre), mientras que el 24.3 por ciento dijo vivir con ambos padres, el resto de pandilleros entrevistados dijo que vivía con amigos (22.4 por ciento), con otros familiares (14.2 por ciento) o con otras personas (10.8 por ciento) (Cruz y Portillo, 1997). Aunque ciertamente la mayoría de los pandilleros no viven con ambos padres, el porcentaje de integrantes que viven con sus dos padres no es despreciable y supera a aquellos que viven en compañía de otros familiares. Los resultados de la encuesta hondureña conducida por ACJ y Save the Children UK (2002) parecen mostrar la misma tendencia: según estos, el 62 por ciento de los pandilleros entrevistados en Honduras vivían con sus padres al momento de la encuesta, mientras que el 38 por ciento dijo que no vivía con sus padres.5 Por ello, más que hablar de familias desintegradas, es más preciso hablar de familias disfuncionales, en donde las relaciones entre sus miembros no funcionan de manera adecuada y formativa para sus integrantes más jóvenes. Es cierto que una madre soltera, que ha sido abandonada por su marido o que simplemente decidió criar a sus hijos sola, suele enfrentar más dificultades para controlar sola a sus hijos adoles- 5 La limitación del estudio de Honduras es que no se especifica si viven con ambos padres o solo con uno de ellos. 51 José Miguel Cruz centes; es cierto que una madre o un padre solteros suelen tener más dificultades para dividir su tiempo y dedicarle la atención adecuada a sus hijos. Pero no es menos cierto que no todas las madres solteras crían hijos que terminan en las redes pandilleriles, en buena parte porque supieron cómo establecer los vínculos más constructivos y estimulantes para el desarrollo de sus hijos. Hablar de familias problemáticas que generan pandilleros significa familias en las cuales los padres, tutores o encargados simplemente no se ocupan adecuadamente de las necesidades de sus hijos o de sus familiares de menor edad, ya sea porque no les importan o bien porque deben trabajar tanto que apenas si logran prestarle atención a sus hijos. Significa también familias en las cuales los padres, tutores o encargados construyen relaciones basadas en la agresión, el irrespeto y la violencia hacia los miembros de la familia; significa familias en las que lo único que reciben y perciben los miembros más jóvenes son conflictos que solo son resueltos violentamente. En el primer caso, se trata de familias negligentes, que abandonan a sus hijos a la calle — lo cual no necesariamente significa que se vuelven niños de la calle—, que son incapaces de responder a las preguntas básicas de ¿qué hacen sus hijos?, ¿dónde están sus hijos? y ¿con quién están sus hijos? (Cruz, 1998). Uno de los pandilleros entrevistados en los proyectos de investigación del IUDOP lo ponía de la siguiente forma: “(Yo me metí a la pandilla) más que todo creo que por la falta de comunicación, creo yo, con mi familia. Porque, pues sí, lo que no tenía con ellos lo encontré con la pandilla. Me imagino que por eso” (COAV, Entrevista No. 5). Por otro lado, se trata de familias en donde el ejercicio de la violencia en contra de sus miembros más jóvenes o entre los padres es 52 un aspecto de la vida cotidiana. Y éste constituye uno de los factores que atraviesan a la mayoría de casos de jóvenes que se integran a las pandillas. El uso de la violencia para educar, instruir, corregir o simplemente para relacionarse al interior de la familia constituye uno de los aspectos que, al fin de cuentas, operan con más fuerza a la hora en que los jóvenes deciden integrarse a las pandillas. La victimización constante en manos de los propios progenitores y responsables prepara a los niños y a los jóvenes para vivir en un entorno de violencia normalizada, el cual se repite y se perpetúa con la incorporación de los muchachos a las maras. Para muchos pandilleros, la violencia que se vive en las calles en el marco de las guerras urbanas de las pandillas no es particularmente diferente a la violencia que vivían cotidianamente en el seno de sus propios hogares y a manos de sus propios padres; la única diferencia es que en la calle existe la posibilidad de devolver esa violencia sufrida, mientras que en los hogares no. El testimonio de un pandillero lo retrata de la siguiente forma: “Mi papá me echaba; me decía que me fuera (de la casa), que yo no era su hijo…Porque sí, porque había problemas… Como una vez yo iba a matar a un padrastro mío y ya no me llevé bien con mi mamá…” (COAV, Entrevista No. 3). El estudio de Santacruz y Concha-Eastman (2001) aportó un gran número de evidencias al respecto de los niveles de violencia que sufren en el hogar los jóvenes que se convierten en pandilleros. En primer lugar, dicho estudio encontró que del total de pandilleros entrevistados en 2001, solamente el 16.3 por ciento dijo que nunca había sido castigado físicamente en su propio hogar. Más aún, el mismo estudio halló que la mitad de los pandilleros reportaron haber sido testigos directos de actos violentos cometidos en perjuicio de un tercer miembro del hogar (la madre, hermanos, Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica etc.) en manos del padre o de otra figura de autoridad. Pero quizás uno de los hallazgos más importantes de esa investigación es el que mostró que, en el caso de los hombres, uno de los predictores más claros del ejercicio de violencia criminal ejercida por mareros es el haber sufrido repetidamente de abuso y maltrato dentro del hogar; mientras que en el caso de las mujeres pandilleras es el de contar con un miembro de la familia con un historial delincuencial. En la misma línea, el estudio de Moser y McIlwaine (2004) en Guatemala encontró que los problemas de maltrato familiar figuraron como las razones más frecuentes por las cuales los jóvenes se unían a las pandillas. De hecho, todos estos hallazgos no hacen sino confirmar el amplio historial que la literatura sobre violencia y criminalidad juvenil en otras latitudes otorga a la variable de familia, particularmente al uso de la violencia al interior de ésta (Thornberry, 2001; Herrenkohl y otros, 2000). A través de la negligencia, el abandono y el maltrato en el seno del hogar, las familias contribuyen a crear las condiciones para que los jóvenes busquen en la calle el respeto, el cariño y la protección que debería brindar la familia y que terminan ofreciendo alternativamente las pandillas. Las familias problemáticas, los padres negligentes y abusadores, no solo crean jóvenes acostumbrados a vivir en entornos de violencia y de conflicto, sino también crean personas que buscan desesperadamente respeto, afecto y protección que no han recibido nunca de las personas supuestamente encargadas para hacerlo. Esos vacíos son llenados por las pandillas y son llenados a un costo muy alto en las vidas de los mismos jóvenes, los cuales están dispuestos a morir—y a matar—con tal de recuperar ese cariño y respeto. 3.8. Amigos y compañeros pandilleros La integración de los jóvenes a las pandillas, sin embargo, no surge de la nada. No es que los jóvenes provenientes de familias problemáticas salen a la calle y deciden formar su propia clika o pandilla sobre la base de un conocimiento previo del pandillerismo. No, no es así como funciona. Se trata más bien de procesos según los cuales, la lenta expulsión del hogar problemático va siendo completada por una también lenta integración al grupo de amigos ya existente en la calle o en la escuela. En la medida en que ese grupo de amigos esté integrado por pandilleros o se trate de una clika pandilleril, en esa medida hay más probabilidades de que el joven termine siendo parte de la pandilla también. De hecho, un adolescente que vive en un barrio plagado de pandillas y de grupos de criminalidad organizada tiene más probabilidades de terminar integrado a una de esas pandillas que un joven que vive en un barrio igualmente marginal y deprivado pero en el que no existen grupos pandilleriles. Así, las relaciones que suelen tener un impacto muy grande en la decisión de los niños y adolescentes para integrar la pandilla son precisamente las que establecen con otros jóvenes con historial de pertenencia a las pandillas o de vida criminal. Son estos los que se convierten en los modelos o en los inductores de los procesos de afiliación a las pandillas en una etapa de la vida en la cual el joven está en la búsqueda de identidad (Smutt y Miranda, 1998). Son estos pares los que ofrecen una serie de recursos 53 José Miguel Cruz que no suelen estar al alcance de los jóvenes en su vida dentro del hogar: solidaridad, respeto, pero también acceso a recursos y dinero (Santacruz y Concha-Eastman, 2001). Como dicen Smutt y Miranda, son estos amigos y la posibilidad de integrar las pandillas lo que “resguarda a los jóvenes de las agresiones a las que se enfrentan, producto de la crisis social, económica, cultural y educativa” (1998, p. 120). Muchos adolescentes simplemente se integran a las maras porque todos sus amigos y pares que cuentan con las mismas edades están de hecho en las pandillas y ni la comunidad ni la escuela ofrecen otras alternativas de asociación más constructiva. Los siguientes testimonios ejemplifican esos procesos: “Como de doce años fue que conocí a unos cheros que ya estaban en eso (de las pandillas) también. Y empecé a ir a las colonias en donde ellos vivían, sentí que, no sé, me sentía mejor allí, pues, que en mi casa prácticamente” (COAV, Entrevista No. 5). “O sea que él llegaba a la escuela porque él estudiaba en la noche y yo estudiaba en la mañana. Entonces él llegaba ahí y solo pasaba, y después fue que nos hablamos y todo y nos fuimos conociendo y de ahí platicábamos y después me presentaba a los amigos de él y todo. Después los bichos me hablaban a mí y así los fui conociendo hasta que después me fui cayendo más y más en la pandilla hasta que me quedé” (COAV, Entrevista No. 12). Al atractivo que implica sumarse a un grupo de amigos que ofrecen respeto y solidaridad se suma también el hecho de que la pandilla es el único grupo capaz de ofrecer protección y seguridad en un entorno marcado por la hostilidad de la calle. Ese proceso de integración a las pandillas, facilitado por los vínculos que se establecen con los pares y los modelos pandilleros, es complementado por las dinámicas de violencia. Ésta es la que termina anclando definitivamente a los niños y adolescentes a un mundo de actividades criminales y de muerte. 3.9. Dinámica de la violencia Cuando se habla de las pandillas se suele hablar mucho de la violencia y del crimen que las mismas generan, pero pocas veces se discute el peso que tiene la misma violencia en la configuración de los procesos de afiliación, integración e identificación de los jóvenes en las mismas pandillas. La violencia juega un papel fundamental no solo como vehículo de interacción de los jóvenes integrados en las maras, también juega un papel particular en los procesos de vinculación a las mismas. La violencia es la que sella y blinda de forma definitiva la pertenencia de niños y adolescentes, que apenas comienzan a conocer la vida, al mundo de criminalidad y de muerte en el que más tarde se convierten las maras. 54 Como bien apuntó Martín-Baró hace varios años (1982/1992), la violencia tiene una dinámica propia, la cual asegura su propia perpetuidad de manera autónoma. El famoso dicho de que “la violencia genera más violencia” tiene que ver con el hecho de que una vez se activan los mecanismos de la violencia, la reproducción de la misma se vuelve autónoma y difícil de controlar. En el caso de las pandillas, cuya actividad fundamental gira alrededor del uso de la violencia, este carácter auto reproductor de la misma se expresa con más nitidez. La afiliación de los jóvenes a las pandillas está ineludiblemente marcada por el uso de la violencia y una vez esto ocurre en la práctica, el anclaje del joven con la pandilla se Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica vuelve perenne. Esto significa que una vez el joven ha agredido a un rival o ha sido victimizado por un rival dentro de la guerra universal urbana de las pandillas, ya es muy difícil detener el ciclo de venganzas y desagravios que se activan con el uso de la violencia. Esto cruza la totalidad de las experiencias personales de los jóvenes que se integran a las pandillas. cosa seria, yo me ahuevaba y no salía ya, y estuve como tres meses de no vacilar. Después me leyeron la cartilla [me recordaron las normas] y me para un bato loco: ‘¿qué se me va a correr?, que para qué se metió a la grande, ‘pues socá la verga’ dijo. Vaya, todo, de ahí corrí el pedo [entendí las normas] y hemos matado bastante, bastante chaval y todo eso…” (COAV, Entrevista No. 2). “Al principio no me dejaban hacer cosas. Yo era el niño y me cuidaban. De ahí me mataron a un loco que nos llevaba palabra [que nos mandaba]. Ahí fue donde mi mente desarrolló más, de ahí sí me cuadró más. Me hice más piratón [malo], comencé a andar jodiendo más con todos” (COAV, Entrevista No. 6). A esa dinámica de violencia contribuye la particular configuración de la guerra de las pandillas que ha tomado lugar en los países del norte de Centroamérica. En estos países, a diferencia de otros en los cuales también existen pandillas, éstas han desarrollado una guerra en función de identidades y no solo en función de territorios. Esto ha sido posibilitado porque tanto en El Salvador, como en Guatemala y en Honduras, se han creado dos grandes federaciones de pandillas (la MS y la 18), cuya guerra total toma lugar en cualquier sitio y en cualquier momento independientemente de las condiciones específicas del entorno. En otras palabras, la violencia entre las pandillas ya no solo depende de la defensa de territorios, sino que sobre todo depende de la defensa de identidades, esto hace que la guerra se vuelva universal y la violencia ubicua: ya no importa si dos pandilleros se cruzan en otro país o en la cárcel, su propia identidad les obliga a enfrentarse. Esto no hace sino amplificar las posibilidades y el ejercicio de la violencia. “Yo quiero seguir en eso (en las pandillas) porque no me voy a quedar picado con lo que hicieron con mi homeboy [compañero], porque se tienen que ir más calaveras [tengo que matar más]… Si la muerte me sorprende, bienvenida sea les digo yo a los homeboys. En mi barrio muero les digo, ¿cuál es la casaca? Yo me he metido en una vaina, en la 18, para responderle también: o me matan o mato” (COAV, Entrevista No. 2). Muchos jóvenes que se integran a las pandillas, lo hacen llenos de dudas e incertidumbre. Para aquellos a quienes el brutal rito de iniciación6 a las pandillas no logra convencerlos de su nueva identidad adquirida, la posterior participación en las misiones iniciáticas, consistentes en la intervención en un acto criminal, suele despejar esas dudas y lanzar al joven a una vorágine de violencia en la que se reafirma su afiliación e identidad pandilleril. “De 9 años andaba vacilando, pero a los 10 me decidí brincar y me brinqué. Pero después vi la 6 El rito de iniciación más común en las pandillas, sea la MS o la 18, es el que consiste en soportar una paliza por un tiempo determinado de parte de quienes serán sus compañeros de pandilla. 55 José Miguel Cruz 3.10. Dificultades con la conformación de identidad Finalmente, a nivel individual existe un aspecto que juega un papel clave para comprender por qué algunos jóvenes deciden integrarse a grupos en donde prevalece el riesgo y la violencia, como lo son las pandillas. Este aspecto se refiere a las dificultades por las que pasan los adolescentes en los procesos de conformación de identidad. Si hay algo que explica que personas que aun son niños se decidan por las pandillas, aun con amenaza a su propia integridad, es que las pandillas constituyen el más cercano —o el único— grupo que tienen los jóvenes de referencia. En un momento en la vida en que los adolescentes se encuentran buscando respuestas a las preguntas sobre su propia identidad y su personalidad, las maras se plantean como la única respuesta plausible y éstas no solo ofrecen violencia y riesgo, sino sobre todo para los jóvenes marginados ofrecen la posibilidad de satisfacer las carencias afectivas y materiales. “Lo que a mí me gustaba, pues que me gustó verlos que todos eran unidos, que si alguien tenía algo y le decía ‘prestame tal cosa’, sí decían. Todos se prestaban sus cosas y bien así pues. O sea que eso fue lo que me gustó…porque se tratan como hermanos y no se andan peleando entre ellos mismos y que todos tienen que estar unidos” (COAV, Entrevista No. 12). Como lo afirman de nuevo Smutt y Miranda: “el grupo de amigos de la esquina7 se constituye para los niños, niñas y adolescentes en la opción de recreación más atractiva y muchas veces también constituyen la única alternativa de socialización a su alcance” (1998, p. 125). Esto se combina con una pronunciada ausencia de modelos positivos 7 La cursiva es de las autoras. 56 tanto en el hogar como en la comunidad y en la sociedad. Para niños y jóvenes que han vivido en condiciones de exclusión, en hogares en donde los padres difícilmente han podido cumplir con su tarea de ser buenos padres, en comunidades en donde se privilegian los valores y normas que legitiman la violencia, y en una sociedad que propone modelos de comportamiento frecuentemente ambiguos con respecto a la convivencia y el respeto a los demás, las pandillas callejeras se vuelven el referente más claro y menos confuso para la construcción de su propia conciencia como persona. Eso explica ese compromiso con las pandillas, el cual puede ser llevado hasta las últimas consecuencias. Así, es imposible comprender el fenómeno de las pandillas sin tomar en cuenta esa característica etapa transicional en la que se encuentran los jóvenes que deciden integrarlas. “Yo me juntaba con ellos…de ahí comencé a andar con ellos. Me sentía muy bien con ellos, me siento muy bien con ellos. Ellos me dan todo lo que yo quiero…” (COAV, Entrevista No. 3). Las maras proveen identidad, ayudan a responder a la difícil pregunta de “¿quién soy?”. Pero además, las maras proveen autonomía, ayudan a fomentar un sentido de independencia y de supervivencia en un contexto en el cual la autonomía es limitada por la escasez de oportunidades y de recursos. Esa autonomía es lograda mediante el ejercicio de las actividades criminales, pero eso se convierte paradójicamente en el mismo configurador de la identidad pandilleril, la cual difícilmente puede ser abandonada más tarde. Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica “Me gustó, me gustó conseguir dinero fácil, pasarme la vida en la calle, solo vagando. Uno se acostumbra a esa vida, a mí me gustaba que ellos no hacen nada, andan con buenas novias, tienen armas, agarran dinero. No sabía yo lo que faltaba vivir que es la cárcel… no me ima- ginaba nunca que íbamos a llegar hasta eso…Cuando me di cuenta ya era demasiado tarde, ya andábamos manchados [tatuados]. Ya no me los podía quitar, y si me los quitaba…solo muerto” (COAV, Entrevista No. 4). 3.11. El carácter multicausal de los factores Todo lo anterior constituye solo un vistazo al complejo sistema de factores sociales, individuales y circunstanciales que están detrás del fenómeno de las pandillas. Obviamente no todos tienen el mismo peso, pero tampoco es posible explicar la complejidad del fenómeno de las maras centroamericanas sin hacer referencia a ellos. Ello no significa, por otro lado, que este recuento agota todos los factores causales y explicativos posibles. De ninguna manera. De hecho, sería muy difícil negar la presencia de otros factores a nivel tanto social como individual en la concurrencia del fenómeno de las maras, pero los que se han descrito en los párrafos anteriores constituyen aquellos de los cuales existe cierto nivel de evidencia en la literatura centroamericana sobre las maras. Pero también es muy importante considerar el carácter dinámico del fenómeno y, por lo tanto, señalar que aún la importancia y la interacción de esos factores que están detrás de la problemática pueden variar con la misma transformación que sufre el fenómeno constantemente. Las maras de la actualidad no son las mismas de hace diez o cinco años, y su evolución supone que algunos factores se vuelven más importantes que otros. Un estudio realizado por Rodgers (2003) con las pandillas en Nicaragua encontró que entre 1996 y 2002, las pandillas de un barrio de la ciudad de Managua habían sufrido una transformación importante en su forma de operar y en su estructura como producto de la ampliación de las redes de tráfico de drogas y la dinámica de violencia generada para controlarlas. El estudio “Barrio Adentro” de Santacruz y Concha Eastman (2001) encontró algo parecido en las pandillas del Área Metropolitana de San Salvador en un análisis comparativo que se llevó a cabo con otro estudio similar en 1996 (Cruz y Portillo, 1998). El estudio en cuestión encontró que los comportamientos de los jóvenes pandilleros se habían vuelto más violentos y que consumían más drogas en 2001 que lo reportado en 1996. Por ejemplo, en 1996, el reporte de consumo de crack era más bien bajo, sin embargo para 2001 el porcentaje de pandilleros que admitieron consumir crack frecuentemente o siempre fue del 43 por ciento. Por otro lado, en 1996 solamente el 15 por ciento de los mareros no deseaba “calmarse”,8 para 2001 ese porcentaje había subido al 57.2 por ciento; es decir, más de la mitad de los pandilleros activos no querían dejar la vida activa de violencia y consumo de drogas de las maras. No obstante, a pesar de esos hallazgos el estudio no adelantó ninguna hipótesis sobre las razones de esa transformación, más que la falta de políticas adecuadas para enfrentar el fenómeno. 8 “Calmarse” se refiere a dejar la vida activa dentro de las pandillas. Esto porque los pandilleros difícilmente admiten que pueden salirse de lleno de las pandillas y de su identidad pandilleril. 57 José Miguel Cruz 4. Conclusiones Este trabajo ha buscado mostrar que el complejo fenómeno de las maras en Centroamérica no es producto de una sola causa ni tampoco es el resultado de una especie de predeterminación histórica de los países que sufrieron una guerra civil en el pasado. Las pandillas son el producto de una intrincada combinación de factores de diversos tipos, que se han conjugado en el tiempo como resultado de decisiones políticas y sociales, de condiciones culturales e históricas y de decisiones colectivas y personales. El fenómeno de las maras no puede ser explicado simplemente a partir de la migración, como tampoco puede ser explicado aludiendo solamente a la pobreza. Para entender el fenómeno de las maras hay que tener en cuenta cómo las condiciones estructurales de las sociedades centroamericanas se conjugan con factores coyunturales sociales, con factores relacionales, con dinámicas comunitarias y con las decisiones personales de los mismos jóvenes que terminan engrosando ese fenómeno. Y después de ello, es importante considerar cómo las mismas condiciones generadas por las maras y cómo las decisiones políticas tomadas para responder hacia ellas contribuyen a reproducir, a limitar o, en el mejor de los casos, a reducir el fenómeno. Las maras son, pues, un fenómeno socio histórico. No aparecen de la nada ni va a desaparecer de repente si no se toman acciones que intervengan sobre esa miríada de factores que están detrás. Esto significa, dicho de manera simple, vencer los mecanismos de exclusión social que marginan a muchos de nuestros jóvenes, hacer un esfuerzo político de reeducación ciudadana en 58 la convivencia, planificar mejor el desarrollo urbano, enfrentar las consecuencias de la migración con programas de reinserción social, fomentar la organización y la participación ciudadana a nivel comunitario y local, combatir con firmeza el tráfico de drogas, generar políticas de atención a las familias problemáticas en desventaja social y económica, ofrecer espacios de entretenimiento y oportunidades de empleo por igual a los jóvenes, entre otras cosas. A la luz de la situación de las maras en Centroamérica, está claro que lo que ha sido hecho no ha servido sino para agravar el problema y que ahora a mediados de la década del primer milenio, las maras son una amenaza más grave para la seguridad pública de las sociedades centroamericanas de lo que eran hace quince años cuando aparecieron. Por ello, se vuelve crucial cambiar el enfoque por el cual los gobiernos de la región (Centroamérica, México y Estados Unidos) se han aproximado al problema. Esto puede tomar algún tiempo y los resultados tardarán en cristalizarse, pero es necesario hacerlo antes que el problema se agrave aún más. Algunas personas piensan que ya no hay mucho por hacer con el estado actual del fenómeno de las maras, que después de todo las mismas se han transformado tanto que ya no es posible hablar de pandillas sino de crimen organizado juvenil, y que, por lo tanto, lo único que queda es reforzar los aparatos policiales de represión del delito. Aún aceptando que las maras centroamericanas se encuentran ahora más cerca de ser crimen organizado que de ser lo que tradicionalmente se ha dado en llamar pandillas, Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica es claro que no se puede cometer el mismo error de ignorar las condiciones sociales que han creado estos grupos. Prestar atención a los jóvenes, a sus condiciones sociales, a su propio desarrollo y al acceso de oportunidades, sigue siendo tan moralmente válido y tan necesario como lo era hace dos décadas porque de otra manera seguiremos alimentando las posibilidades de que los más jóvenes perpetúen la violencia; prestar atención a los jóvenes implica prevenir que la violencia en Centroamérica se siga reproduciendo por siempre. 59 José Miguel Cruz 60 Los factores asociados a las Pandillas juveniles en Centroamérica Bibliografía Arana, A. (2005). “How the street gangs took Central America”. Foreign Affairs, 84, 3, 98-110. Argueta, S. y otras. 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