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Exclusión Social, Jóvenes
y Pandillas en Centroamérica
Wim Savenije
Maria Antonieta Beltrán
José Miguel Cruz
Temas de Actualidad No. 3
 Fundación Dr. Guillermo Manuel Ungo (FUNDAUNGO).
Todos los derechos reservados.
Las opiniones expresadas en esta obra son de la exclusiva responsabilidad de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de
vista de la Fundación Dr. Guillermo Manuel Ungo (FUNDAUNGO),
ni del Programa Latinoamericano del Woodrow Wilson International Center for Scholars, ni de la Fundación Ford.
305.23
E96 Exclusión social, jóvenes y pandillas en Centroamérica / Fundación
Dr. Guillermo Manuel Ungo, Wim Savenije, José Miguel Cruz, Maria
slv
Antonieta Beltrán. -- 1ª. Ed. – San Salvador, El Salv.: FUNDAUNGO,
2007.
65 p. ; 22 cm.
ISBN 978-99923-29-15-3
1. Jóvenes-Aspectos sociales. 2. Delincuencia juvenil. 3.
Pandillas. I. Fundación Dr. Guillermo Manuel Ungo, coaut.
II. Título.
BINA/jmh
La publicación de este cuaderno ha sido posible gracias al apoyo
financiero de la Fundación Ford.
Ilustración de la Portada: Impresos Quijano.
Primera edición, marzo de 2007.
Impreso en los talleres de Impresos Quijano.
300 ejemplares.
San Salvador, El Salvador.
Índice
Presentación .....................................................................................................................................1
Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión. Pandillas juveniles y
barras estudiantiles en El Salvador.
Wim Savenije, María Antonieta Beltrán..........................................................................................3
1. Introducción .................................................................................................................................5
2. Exclusión social: La vulnerabilidad del desarrollo humano..................................................5
3. Exclusión social y violencia........................................................................................................7
4. Identidades juveniles: Un proceso que entrelaza lo personal y lo social .............................9
4.1. En grupos y entre grupos: Compañerismos y competencias .....................................10
4.2. La construcción de identidad utilizando violencia.......................................................12
5. La utilidad de la violencia: Pandillas juveniles y barras estudiantiles ...............................13
5.1. Pandillas juveniles o ‘maras’............................................................................................14
5.1.1. Descripción del fenómeno .......................................................................................15
5.1.2. Dinámicas intragrupales ..........................................................................................16
5.1.3. Dinámicas intergrupales ..........................................................................................17
5.2. ‘Las barras estudiantiles’..................................................................................................18
5.2.1. Descripción del fenómeno .......................................................................................19
5.2.2. Dinámicas intragrupales ..........................................................................................19
5.2.3. Dinámicas intergrupales ..........................................................................................20
6. Conclusiones ..............................................................................................................................22
Bibliografía .....................................................................................................................................23
Los factores asociados a las pandillas juveniles en Centroamérica.
José Miguel Cruz ...............................................................................................................................27
1. Introducción ...............................................................................................................................29
2. Las maras como un fenómeno socio-histórico.......................................................................33
3. Los factores asociados a las pandillas.....................................................................................36
3.1. Procesos de exclusión social ............................................................................................38
3.2. Cultura de violencia..........................................................................................................41
3.3. Crecimiento urbano rápido y desordenado...................................................................43
3.4. Migración ...........................................................................................................................45
3.5. Desorganización comunitaria o escaso capital social positivo ....................................47
3.6. Presencia de drogas ..........................................................................................................49
3.7. Familias problemáticas .....................................................................................................51
3.8. Amigos y compañeros pandilleros .................................................................................53
3.9. Dinámica de la violencia ..................................................................................................54
3.10. Dificultades con la conformación de identidad...........................................................56
3.11. El carácter multicausal de los factores..........................................................................57
4. Conclusiones ..............................................................................................................................58
Bibliografía .....................................................................................................................................61
Pandillas y Violencia
en Centroamérica
Presentación
La Fundación Dr. Guillermo Manuel Ungo
y el Programa Latinoamericano del
Woodrow Wilson International Center for
Scholars a través del proyecto: “Creando
Comunidades en las Américas”, organizaron los días 14 y 15 de julio de 2005 el
seminario internacional: “La agenda de
seguridad en Centroamérica”, realizado en
la ciudad de San Salvador. Este evento fue
coordinado por Ricardo Córdova y Orlando J. Pérez, y tuvo como propósito generar
un espacio de reflexión sobre la agenda de
seguridad en la región centroamericana.
El seminario analizó la evolución de la
reforma del sector seguridad y defensa, e
identificó los temas centrales de la agenda
de seguridad en la región de Centroamérica. El evento partió de la base que los procesos de pacificación, desmilitarización y
democratización vividos en Centroamérica
desde inicios de los años noventa, han
producido resultados diversos, entre los
cuales tenemos que éstos cambian profundamente la doctrina de seguridad nacional
y regional. Así por ejemplo, se firma el
Tratado Marco de Seguridad Democrática,
adicionalmente, se reforman los sistemas
educativos de las fuerzas armadas, y se
redefinen los sistemas de inteligencia del
Estado. En este marco, se transforman paulatinamente las relaciones entre civiles y
militares, se dan pasos importantes en la
reestructuración de los cuerpos policíacos y
en el enfoque de seguridad pública.
Además, aparecen con fuerza nuevos
fenómenos, como las pandillas juveniles.
En este cuaderno se publican las dos
ponencias sobre el tema de las pandillas
juveniles que fueron presentadas en el
seminario, las cuales buscan contribuir
desde distintos ámbitos de análisis, a la
comprensión de las principales dinámicas
que se han desarrollado dentro de las
sociedades centroamericanas. Ambos señalan, desde distintas perspectivas, que las
condiciones de exclusión social y violencia
han jugado un papel importante en la
emergencia del fenómeno de las pandillas
juveniles en Centroamérica.
El primer trabajo: “Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión.
Pandillas juveniles y barras estudiantiles en
El Salvador”, ha sido elaborado por Win
Savenije y María Antonieta Beltrán, y en
este trabajo, desde una perspectiva nacional, se aborda el tema de la construcción de
las identidades juveniles con relación a dos
grupos en situaciones de exclusión social:
Las pandillas juveniles y las barras estudiantiles en el caso de El Salvador.
El segundo trabajo: “Los factores asociados
a las pandillas juveniles en Centroamérica”,
ha sido elaborado por José Miguel Cruz, y
en él se aborda, desde una perspectiva
regional, con base en una revisión y sistematización de la literatura producida en la
región centroamericana sobre el fenómeno
de las maras o pandillas, el tema de los
factores asociados al surgimiento de este
fenómeno. En contraposición a enfoques
que tienden a enfatizar en un aspecto o una
causa, Cruz identifica diez grandes factores
que han posibilitado el surgimiento de este
fenómeno: Procesos de exclusión social,
cultura de violencia, crecimiento urbano
rápido y desordenado, migración, desorganización comunitaria, presencia de drogas,
familias problemáticas, amigos o compañe-
1
Wim Savenije, María Antonieta Beltrán
José Miguel Cruz
ros miembros de pandillas, dinámicas de la
violencia, y las dificultades de construcción
de identidad personal.
Center for Scholars, constituya un aporte a
la reflexión y discusión de las personas
interesadas en esta temática.
De esta forma, por la actualidad y trascendencia del tema de las pandillas en Centroamérica, esperamos que este cuaderno
publicado por la Fundación Dr. Guillermo
Manuel Ungo y el Programa Latinoamericano del Woodrow Wilson International
Finalmente, queremos dejar constancia de
nuestro agradecimiento a la Fundación
Ford, por el apoyo financiero para la realización del seminario, así como para la publicación de este cuaderno.
Leslie Quiñónez
Gerente Programa Académico
FUNDAUNGO
San Salvador, marzo de 2007
2
Wim Savenije, María Antonieta Beltrán
José Miguel Cruz
2
Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión.
Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador
Construyendo identidades juveniles
en situaciones de exclusión.
Pandillas juveniles y barras
estudiantiles en El Salvador.
Wim Savenije,
María Antonieta Beltrán∗
∗
Investigadores de FLACSO-Programa El Salvador.
3
Wim Savenije
María Antonieta Beltrán
4
Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión.
Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador
1. Introducción
El presente artículo explora las conexiones
que existen entre el vivir en condiciones de
exclusión social y el uso de la violencia por
parte de distintos grupos juveniles. Se basa
en la hipótesis que la violencia es un instrumento propicio para algunos grupos de
jóvenes para construir su identidad y ganar
respeto y renombre en condiciones caracterizadas por falta de oportunidades y pobreza. A partir de este planteamiento, se
indaga sobre la dificultad de construir una
identidad satisfactoria en situaciones de
exclusión social y la utilidad de la violencia
encontrada por grupos de jóvenes como las
pandillas juveniles y barras estudiantiles.
El análisis del fenómeno de las pandillas o
‘maras’ se fundamenta en una investigación sobre el tema de pandillas y maras,
iniciada en el año 2000 por el primer autor
como parte de su proyecto de doctorado.
La explicación de las barras estudiantiles se
apoya en un estudio acerca del fenómeno
de la violencia estudiantil interinstitucional
en el Área Metropolitana de San Salvador
realizado durante los años 2003 y 2004 en
doce de los centros educativos más afectados por la problemática de las confrontaciones violentas entre sus estudiantes (Savenije y Beltrán, 2005).
En este ensayo, se entenderá por violencia
“algún tipo de conducta, tanto física como
verbal, ejecutada por un actor con la intención de dañar a alguien” (Savenije y Andrade Eekhoff, 2003:17; Berkowitz, 1993).
La perspectiva que se aplica a la ocurrencia
de violencia juvenil se enfoca principalmente en las propias características de ser
joven, la pertenencia a grupos de pares y
las dinámicas intergrupales entre los diferentes grupos. A pesar de que el argumento
no aborda una perspectiva legal, en ningún
momento se descarta su importancia y
validez.
En los siguientes apartados se esboza brevemente, en primer lugar, el fenómeno de
exclusión social y su vínculo con la ocurrencia de violencia. Después, se exploran
las dificultades que encuentran los jóvenes
que viven y crecen en situaciones de exclusión, enfocando procesos del desarrollo de
la identidad juvenil y el rol e importancia
de los grupos de pares. Además, se señala
cómo, en esas circunstancias, el uso de la
violencia puede ofrecerles ventajas para
obtener una posición de estatus y recibir
respeto por parte de sus pares.
A continuación, esta línea de argumentación es ilustrada por medio de dos ejemplos concretos de grupos de jóvenes con
fama de ser violentos: Las pandillas juveniles y barras estudiantiles.
2. Exclusión social:
La vulnerabilidad del desarrollo humano
El concepto de exclusión social refleja la
interacción de una pluralidad de situacio-
nes, acontecimientos y procedimientos que
afectan a los individuos o grupos, impi-
5
Wim Savenije
María Antonieta Beltrán
diéndoles el acceso a un nivel de calidad de
vida decente (Briones y Andrade Eekhoff,
2000). La exclusión social puede ser entendida como procesos mediante los cuales los
individuos o los grupos son total o parcialmente excluidos de una participación
plena en la sociedad en la que viven, viéndose privados de una o de varias opciones
consideradas fundamentales para que cada
persona pueda desenvolverse de manera
plena. En otras palabras, “la exclusión
social, en general, bloquea en menor o
mayor medida el desarrollo humano” (Savenije y Andrade Eekhoff, 2003:38).
La exclusión social se puede dividir en tres
grandes áreas: La exclusión de bienes económicos, de bienes socio-culturales y de
bienes políticos (Savenije y Andrade
Eekhoff, 2003; Gacitúa y Davis, 2000).
1. La privación socio-cultural está referida
a la falta de bienes socio-culturales como la educación y la salud, todo tipo de
espacios para la recreación e incluso la
negación de la identidad social y cultural propia. La privación de estos elementos dificulta el desarrollo de habilidades y destrezas en ámbitos como la
educación, la cultura o el deporte de los
que la sufren.
2. La privación de los bienes económicos
implica, entre otros, el difícil acceso a la
participación en los sistemas productivos e intercambios mercantiles y financieros. La exclusión de éstos no solamente está ligada a la insuficiencia de
ingresos, la inseguridad en el empleo, el
desempleo mismo, o la deprivación material por falta de ingresos; sino que
también bloquea el aprendizaje de las
habilidades para actuar exitosamente en
el ámbito productivo y de intercambios.
6
3. La privación política alude a la falta del
ejercicio pleno de los derechos civiles,
políticos y humanos. Esto se evidencia
en una dificultad de poder mejorar la
calidad de vida y/o amparar sus intereses sociales y/o económicos. Por la ausencia de participación política, la escasa representatividad y la falta de influencia en las decisiones que afectan la
vida cotidiana de las personas, los excluidos políticamente están a merced de
los intereses de otros, que suelen olvidarse de los excluidos.
En el Área Metropolitana de San Salvador,
muchas comunidades sufren las convergencias de la exclusión social en sus diversas dimensiones. Considerando que las
comunidades ilegales o en proceso de legalización carecen de muchos de los servicios
sociales básicos y seguridades que las colonias plenamente legales suelen tener; es
posible concluir que muchas de ellas sufren
exclusión social. Sólo para el año 2003 la
Oficina de Planificación del Área Metropolitana de San Salvador identificó más de
375 dentro sus linderos. Adicionalmente, la
percepción pública de los problemas sociales que allí ocurren, conlleva a que la gente
las estigmatice como lugares violentos
(Savenije y Andrade Eekhoff, 2003).
Con relación a la exclusión socio-cultural,
es importante destacar que los centros
educativos a los que asiste la mayoría de
estudiantes de esas comunidades, sean
públicos o privados, son de escasos recursos y de baja exigencia académica. Si bien
los institutos públicos suelen presentar
instalaciones cuidadas y materiales adecuados (laboratorios, centros de cómputo,
canchas), muchas veces resultan insuficientes para el elevado número de alumnos
inscritos. En un informe del Ministerio de
Educación se señala que “entre los centros
de alto rendimiento, el tipo de administra-
Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión.
Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador
ción predominante es el ‘privado religioso’
(9 de cada 10), mientras que en los de rendimiento bajo, corresponde a los ‘centros
educativos públicos’ (5 de cada 10). De
manera más específica, en la categoría ‘Alto
Rendimiento’, el 0 % corresponde a los
centros educativos públicos, y de la categoría ‘Bajo Rendimiento’ el 52,3 % corresponde a los mismos” (MINED 2002:69). Sin
embargo, en peor situación se encuentran
los colegios privados seculares donde asisten los mencionados estudiantes. Esos
presentan aún más carencias: Los edificios
no reciben mantenimiento, faltan aulas,
bibliotecas, centros de cómputo y lugares
de recreación. Aunque en el estudio sobre
la violencia estudiantil interinstitucional se
refleja que la mayoría de los institutos
públicos obtuvo consistentemente resultados abajo del promedio institucional en la
Prueba de Aptitudes y Aprendizaje para
Egresados de Educación Media (PAES), los
colegios privados seculares alcanzaron
resultados sistemáticamente inferiores a los
de los públicos (Savenije y Beltrán, 2005).
En resumen, la calidad de la educación en
los centros educativos para los alumnos de
bajos recursos es baja en comparación con
otros donde van jóvenes de estratos sociales más acomodados.
3. Exclusión social y violencia
Mucha de la violencia urbana cotidiana en
América Latina tiene como contexto condiciones sociales excluyentes en las que viven
los agresores y también las víctimas (Kruijt,
2004; Koonings y Kruijt, 2004; Moser y
McIlwaine, 2004). Savenije y Andrade Eekhoff (2003) hacen un esfuerzo por explicar
la interrelación de exclusión social y la
ocurrencia de violencia en comunidades
marginales del Área Metropolitana de San
Salvador. El estudio identifica tres mecanismos que evidencian la relación entre
exclusión social y violencia: (1) la frustración que genera vivir cotidianamente en
condiciones de exclusión social provoca
violencia, (2) la normalización del uso de la
violencia y (3) la formación de organizaciones sociales perversas que usan la violencia
como un medio privilegiado para imponerse y proteger sus intereses. Los contextos
de exclusión social son propicios para generar violencia mediante dichos mecanismos, pero a la vez perpetúan y aumentan la
misma exclusión.
En primer lugar, la frustración se genera a
partir de las condiciones que los habitantes
de estos lugares encuentran en su propio
lugar de vivienda. Las comunidades tipificadas en condiciones de exclusión social
muestran pobreza, hacinamiento y deficiencias en el acceso y la calidad de aguas
servidas, desagües o tipos de servicios
sanitarios y tratamiento de excretas. La
frustración que esto genera no sólo se vive
en pequeños detalles de la vida cotidiana
como la falta de dinero para solventar gastos de alimentación, tener que hacer colas
para obtener agua o la falta de privacidad
de las viviendas; sino también en la impotencia sentida al no poder sobreponerse a
estas condiciones de pobreza y exclusión
(Savenije y Andrade Eekhoff, 2003; Savenije
y Van der Borgh, 2004). En esta situación la
violencia puede ser entendida como una
conducta impulsiva de desquitarse por el
descontento y la frustración sentidos (Berkowitz, 1993).
La normalización de la violencia se refleja
en una atmósfera constante de actos y amenazas de violencia en las relaciones entre
los distintos residentes: Entre vecinos,
jóvenes, padres e hijos y parejas. Su mani-
7
Wim Savenije
María Antonieta Beltrán
festación es tan cotidiana que nadie parece
cuestionarla. “Hay golpes de los maridos a
las esposas, hay golpes de las madres a los
hijos, o de los hijos a las madres; cosas que
se dan mucho. Siempre se da” (Savenije y
Andrade Eekhoff, 2003: 146). Adicionalmente, el uso del castigo físico hacia los
niños es considerado como necesario y
lícito, y su prohibición obstaculizaría la
buena educación de los hijos (Ibíd.).
Las organizaciones sociales perversas son
entendidas como grupos cuya actividad
principal busca beneficiar a sus propios
miembros, pero usualmente perjudican a la
comunidad o a la sociedad en general, en
vez de buscar mejorar el bienestar de la
comunidad donde están establecidas.
Ejemplos de éstas son los vendedores de
drogas, bandas criminales o pandillas juveniles. La presencia de tales organizaciones
tiende a dividir la comunidad en esferas de
influencias y poderes. Ellas derivan su
poder de su disposición a utilizar la violencia y las amenazas de su uso, de la posesión
de armas y la cantidad de personas involucradas (Savenije y Andrade Eekhoff, 2003).
Sin embargo, es en esos ambientes donde
viven y crecen muchos jóvenes. Crecer en
situaciones precarias, de pobreza, falta de
oportunidades y estigmatización social, y
además estudiar en centros educativos con
pocos recursos y de bajo rendimiento, genera problemas serios para adquirir una autoimagen satisfactoria para ellos mismos. Es
difícil para un joven obtener una identidad
positiva cuando su familia no tiene dinero
para comprarle comida, la ropa que está de
moda o incluso ropa decente, cuando la casa
no tiene servicios básicos como agua potable, aguas negras o suficiente espacio para
los que viven allí. Sobre todo cuando en las
colonias aledañas, los centros comerciales y
en la televisión él puede ver que para mucha
gente es factible vivir una vida con comodidades y lujos. Al mismo tiempo, existen
varias influencias que lo empujan hacia la
calle: Por un lado, en su hogar encuentra
hacinamiento, familiares que lo mandan
para afuera, conflictos y violencia. Por otro
lado, en los centros educativos encuentra
profesores con poca autoridad e interés en
él, poca disciplina y una formación con
cuestionable utilidad para su futuro.
Las organizaciones sociales productivas,
como la junta directiva y las ONG’s no
tienen suficiente autoridad ni capacidad
para entrar en las esferas de las organizaciones perversas. Además, no cuentan con
suficiente respaldo de las autoridades legales para poder enfrentar el actuar de las
organizaciones sociales perversas y neutralizar las consecuencias negativas para la
comunidad. Efectivamente, esas comunidades constituyen ubicaciones geográficas
precisas donde el gobierno local y central, y
las organizaciones sociales productivas
tienen una autoridad y voluntad reducida
de mejorar la situación. Todo ello refuerza
la presencia de las organizaciones sociales
perversas y la impunidad del uso de la
violencia en general.
Frente a estas situaciones socio-residenciales
y educativas poco satisfactorias que los
empujan hacia afuera; la calle, por su parte,
ofrece a muchos jóvenes atracciones seductoras como la obtención de respeto, reputación, dinero y poder. En la calle, basta con
ser violento e imponerse a otros para que los
jóvenes rápidamente puedan ganar el respeto y prestigio ofrecido (Anderson, 2000).
Además, la violencia no es una experiencia
nueva para ellos. Muchos la han conocido
previamente en la intimidad de su hogar, la
han visto entre vecinos y en su comunidad.
También han podido concluir que su práctica no es corregida y suele quedar impune.
No es para sorprenderse, entonces, que
algunos aprendan que el uso de la violencia
también a ellos les puede servir.
8
Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión.
Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador
4. Identidades juveniles:
Un proceso que entrelaza
lo personal y lo social
La juventud es una etapa de especial importancia en la vida de los seres humanos.
Es en esta fase que las personas dejan ser
niños y no obstante aún les falta mucho
para ser adultos. Necesitan un período
prolongado de tiempo para explorar y
pensar muchas opciones y decisiones antes
de poder comprometerse a una identidad
adulta que los defina. Ciertamente, antes de
poder dedicarse a la vida de trabajo y establecer una familia propia, los jóvenes pasan
por un período de cambios profundos;
entre ellos, una transformación de su entorno social y una redefinición de su identidad. Ambos cambios se expresan en sacudidas e innovaciones de sus relaciones
sociales. Este espacio de demora antes de
llegar a tomar decisiones, obligaciones,
compromisos y responsabilidades adultas
se ha denominado ‘moratoria psicosocial’
de la identidad (Erickson, 1968).
Las transformaciones durante la juventud
consisten sobre todo en búsquedas de una
nueva manera de ser: Una nueva identidad
diferente a la anterior de niño, pero también a la de los adultos de su entorno. Ese
proceso de exploración de alternativas va
acompañado de diferentes formas de experimentación en sus maneras de expresarse,
comportarse o vestirse; de distintos gustos,
amistades y compañías, entre otros. De
hecho, los espacios de experimentación
suelen ubicarse fuera del hogar y en compañía de sus pares. Reunidos con ellos
ensayan diferentes conductas, normas,
valores, estilos de vestirse, música, ideologías, etc.; no solamente distintos a los de los
adultos, sino también, muchas veces no
entendidos ni valorados por ellos.
Los pares se vuelven cada vez más importantes para el joven no solamente para
acompañarle en sus ensayos, sino también
como fuentes importantes de aprobación y
rechazo. De esta manera, los amigos llegan a
constituir ‘la otra familia’ por la cual se sienten aceptados y apoyados en su exploración
de alternativas a la vida que han vivido
hasta ese momento (Rodríguez, 1998). El
grupo de pares proporciona al joven un
ámbito afectivo de pertenencia, reconocimiento y apoyo social. Ese “vínculo grupal
le va a proporcionar al joven todo aquello
que anhela encontrar como consecuencia de
las serias transformaciones psíquico-físicas
sufridas: Una seguridad, un reconocimiento
social, un marco afectivo y un medio de
acción, en definitiva un espacio vital e imaginario, todo ello fuera del dominio adulto”
(Rodríguez, 1998:195).
Para el joven, ser miembro de un grupo de
pares llega a constituir parte de su auto
imagen e identidad propia, lo que influye
en sus conductas, modos de pensar, maneras de vestir, gustos y aficiones, etc. (Ibíd.).
Además, siendo parte de un mismo grupo,
sus miembros se reconocen entre ellos al
compartir esas mismas conductas, maneras
de vestir, gustos, símbolos que exhiben, etc.
Participar en el grupo también conlleva
ciertos privilegios. Por ejemplo, los miembros pueden participar en conversaciones,
reuniones y fiestas, acceder al espacio o
‘territorio’ del grupo, etc. Al adoptar las
reglas formales e informales del grupo, los
9
Wim Savenije
María Antonieta Beltrán
pares aportan a su constitución y continuación. Sin embargo, no cualquier joven puede convertirse en miembro. Algunos grupos crean mecanismos de selección y/o
ritos de iniciación para poder integrarse. A
su vez, los miembros responden a las experiencias de pertenencia grupal tomando
muy en serio sus responsabilidades y obligaciones hacia el conjunto de pares y sus
actividades (Labajos, 1998).
4.1. En grupos y entre grupos: Compañerismos y
competencias
El joven no solamente busca pertenecer a
grupos de pares y parecerse en aspectos
importantes a los miembros de ellos, sino
que también quiere ser distinto. Es decir,
intenta encontrar el mejor punto de distinción entre ser un individuo único y un
miembro representativo de un grupo de
pares (Brewer, 1991). El joven experimenta
ser un individuo único con sus propias
características y cualidades, y al mismo
tiempo con pertenecer a un grupo – ó más –
de pares, compartiendo las características y
cualidades del conjunto. En otras palabras,
construye su auto imagen en base a lo que
le hace ser único, la identidad personal; y a
lo que comparte con otros, la identidad
social (Brown, 1986; Tajfel y Turner, 1986;
Hog y Abrams, 1988).
El individuo deriva su identidad social a
partir de su pertenencia a uno o más grupos sociales. Esa pertenencia va acompañada de un significado cognitivo y afectivo, y
además de una participación en los valores
más importantes que poseen las agrupaciones sociales (Tajfel y Forgas, 1981). Entonces, la importancia del grupo no viene
solamente de saberse parte de él y de ser
reconocido como tal, sino de sentirse emocionalmente vinculado a éste. Es decir, lo
que sucede al grupo le afecta a él como
parte integral de su vida personal.
Al mismo tiempo el propio grupo (endogrupo) intenta distinguirse positivamente
de otros parecidos (exogrupos) y así obte-
10
ner una identidad social positiva. La comparación suele ser con dimensiones en las
que el endogrupo se siente mejor que sus
similares (Brewer, 2001; Hogg y Abrams,
1988; Festinger, 1954). En el caso de los
jóvenes, para establecer comparaciones
sociales en las que su endogrupo pueda
sobresalir, ellos buscan otros grupos semejantes en dimensiones de comparación
relevantes: Sinceridad, deporte, laboriosidad, rendimiento educativo, incluso violencia. Los resultados de esas comparaciones sociales se reflejan en las auto-imágenes
de los miembros. Por ejemplo, ser aficionado activo de un club de fútbol que gana con
mucha frecuencia a otros equipos y que
incluso suele ganar el campeonato, puede
ser muy gratificante para la identidad de
un joven.
Con todo lo que la mera pertenencia le
puede dar, el joven también busca sobresalir en comparación con sus pares. Eso ocurre en dos niveles: Primero, comparándose
con uno o varios rivales del exogrupo.
Sobresalir es muy importante a nivel grupal, pues por su buen desempeño comparativo, el individuo aporta a que su grupo
sobresalga. Segundo, comparándose con
los otros miembros del endogrupo, ya que
sobresalir en relación con ellos es igualmente importante a nivel personal, porque
demuestra que él es uno de los mejores de
su grupo. Así, esos procesos inter e intragrupales dan al individuo oportunidades
de obtener prestigio, estatus y respeto en
Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión.
Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador
relación con sus pares. Por ejemplo, ser el
goleador del equipo que más goles ha metido, contribuye a la buena reputación del
equipo y refleja el elevado estatus de este
jugador dentro del mismo.
Ser miembro de un grupo que sobresale en
comparación con otros parecidos – es decir
compartir una identidad social positiva – y
sobresalir en relación con los demás miembros, o sea lograr una identidad personal
positiva, son dos caminos mediante los
cuales el individuo puede obtener y mantener una auto-imagen positiva de sí mismo. Esas dos fuentes de reconocimiento
son muy importantes para el joven porque
su identidad se ve afectada por la incertidumbre en la que se encuentra: Ha dejado
atrás el estadio de la niñez con sus certidumbres y resguardos, pero todavía está
lejos de tener la estabilidad y reconocimiento de ser adulto.
Sin embargo, efectos negativos para la
identidad grupal y la auto-imagen de la
persona surgen cuando consecutivamente
se está perdiendo en las comparaciones
sociales. Por ejemplo, ser futbolista de un
equipo que suele perder los partidos, no
aporta al bienestar del jugador ni de su
equipo. En este caso, la comparación social
no apoya en la obtención de una identidad
positiva para la agrupación o los miembros
individuales. Los afectados pueden intentar
aumentar el prestigio del grupo procurando caminos alternativos individuales o
grupales (Tajfel y Turner, 1979; Brown,
1986). Individualmente, puede buscarse la
membresía de otro grupo con mayor prestigio y así pasarse de un grupo de bajo
estatus hacia uno de mayor estatus. Retomando el ejemplo anterior, el futbolista
puede intentar ingresar a un equipo que
juega en una liga mayor. Esta estrategia
consiste en buscar una movilidad social
hacia arriba. Colectivamente, el grupo
puede aspirar ‘ganar’ la competencia luchando más fuertemente para mejorar su
nivel, aumentando así el prestigio de su
grupo. Si esos caminos no son factibles, no
queda más que la imaginación para buscar
como regenerar la capacidad de compararse positivamente con otros.
Giros más innovadores en la búsqueda de
remediar los inferiores resultados en las
comparaciones con otros grupos pasan por
cuestionar y rechazar la modalidad en la
que estaban realizando las comparaciones.
Tajfel y Turner (1979) sugieren tres maneras:
1. Cambiar el referente de comparación,
es decir, los exogrupos con que se
compara el endogrupo. Por ejemplo,
cuando un equipo de fútbol se compara con otro equipo de similar nivel en
vez de compararse con los que juegan
en una liga mayor, las decepciones
suelen ser menores.
2. Cambiar los valores asignados a las
características del grupo, de modo que
las características positivas aumentan y/o
las negativas pierden su importancia. De
esta manera, la escasa formación académica de muchos pandilleros puede dejar
de ser una característica negativa para
ellos mismos. Ellos darán más importancia a otras características, como la disposición de usar la violencia o dar la vida
por uno de sus miembros.
3. Cambiar los ejes de comparación entre
los grupos, buscando dimensiones de
comparación más convenientes para el
propio grupo. Una solución puede ser
que en vez de comparar el nivel educativo o de ingresos; las habilidades deportivas, la bravura y ferocidad se convierten en los ejes principales de comparación social y prestigio.
11
Wim Savenije
María Antonieta Beltrán
En el siguiente apartado se aborda la dificultad de construir una identidad satisfactoria cuando los jóvenes pierden frecuentemente en las comparaciones sociales por
vivir en situaciones de exclusión social. Se
muestra como la violencia se convierte en
una alternativa de utilidad para remediar
sus efectos humillantes.
4.2. La construcción de identidad utilizando violencia
Como se planteó anteriormente, para un
joven vivir y crecer en una situación de
exclusión social no es fácil. Los grupos de
pares presentes no siempre son los mejores
ejemplos para los jóvenes; entre ellos, vagos, consumidores de drogas y pandilleros.
Los pocos espacios de recreo no permiten
mucha competencia deportiva, y peor, a
veces están ocupados exactamente por
dichos grupos. No obstante, a los jóvenes
les gusta pasar tiempo fuera de casa con
sus pares, quienes le ofrecen un lugar entre
ellos y un ambiente afectivo. No resulta
muy raro que muchos padres tengan miedo
de dejar a sus hijos salir de casa y andar en
las calles y en los callejones sin mucha
supervisión (Savenije y Andrade Eekhoff,
2003).
El deseo de estar con los pares se vuelve un
anhelo para los jóvenes, sobre todo si no
encuentran en su hogar un ambiente que
los apoye y proteja, ni el afecto adecuado
para su desarrollo. La violencia intrafamiliar, el desinterés o indiferencia de los adultos, la soledad de la casa, pueden empujarlos hacia afuera, a la calle, donde el joven
encuentra otros jóvenes en la misma situación, buscando refugio entre ellos mismos.
En la calle, el joven encuentra calor afectivo
con sus amigos, cuido y hermandad, a
veces apoyo económico, y hasta poder y
respeto. Con todo, la socialización de la
calle es diferente a la que corresponde al
modelo de la ‘buena familia’, pues las actividades que allí realizan varían desde inofensivas (conversar, escuchar música y
divertirse) hasta perjudiciales y delictivas
12
(amenazas, robar o lesionar a alguien) (Vigil, 2002).
En la calle el joven puede sentir que pertenece a un grupo de pares que alcanza a
sobresalir en comparación con otros, que
pueden ganarles a sus rivales. En la calle, el
joven puede aportar a esa lucha y comprobar que él también vale, que puede ganar la
comparación con otros. Allí puede sentir
que él significa algo para sus pares y que
también los sabe cuidar. Sin embargo, en la
calle no importan tanto las notas obtenidas
en el colegio o la destreza en el deporte. Lo
que importa más es estar dispuesto a defenderse y defender a sus compañeros, a
imponerse a otros, tener la fama de ser
fuerte y violento, además ser respetado por
eso (Anderson, 2000). El eje de comparación en la calle es el de la bravura, valentía
y temeridad. Violencia y solidaridad grupal
se vuelven los medios valorados para mostrarlo y ganar la comparación con los pares,
al mismo tiempo obtener y defender el
respeto anhelado.
Para muchos jóvenes que viven su cotidianidad rodeados de violencia en sus hogares
y calles, usarla para sus propios beneficios
no es un gran paso. Es impactante escuchar
a los jóvenes relatar actos de violencia que
ellos o sus amigos han cometido, como
hazañas gloriosas, sin ningún remordimiento u otra alteración más que animarse
más al machacar de nuevo el incidente. La
presencia de organizaciones perversas
como las pandillas juveniles en las comunidades excluidas facilita que los jóvenes se
Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión.
Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador
relacionen con ellas e incluso se vuelvan
integrantes de las mismas. Sin embargo,
también pueden crear otras oportunidades
aptas para comprobarse, compararse y
acercarse al estilo de la calle. Compartir el
recorrido de casa al centro educativo con
jóvenes estudiantes de la misma colonia o
las aledañas genera el espacio para unirse
en contra de estudiantes de otros centros
que se encuentran en el camino y enfrentarlos violentamente.
Las situaciones de exclusión social parecen ser propicias para que grupos de jóvenes utilicen la violencia para construir una
identidad propia, generando a la vez vínculos de inclusión y pertenencia. En otras
palabras, la exclusión crea una necesidad
afectiva y expresiva de incluirse. Si los
espacios socialmente más propicios e
inmediatos se cierran, otros espacios de
inclusión social para los jóvenes se abren.
Ésos, sin embargo, fomentan otras relaciones, reglas y valores para los que entran.
En el siguiente apartado se elabora en más
detalle este planteamiento con la ayuda de
los dos ejemplos ya mencionados: Las
pandillas juveniles y las barras estudiantiles.
5. La utilidad de la violencia:
Pandillas juveniles y barras estudiantiles
Es conocido que son las comunidades socialmente excluidas donde las pandillas
juveniles encuentran su nicho (Smutt y Miranda, 1998; Savenije y Van den Borgh, 2004;
ERIC, IDESO, IDIES e IUDOP, 2004). Además resulta ser que es en esos mismos lugares donde viven muchos de los estudiantes
que participan en las confrontaciones violentas.
A pesar que el estudio acerca del fenómeno
de la violencia estudiantil interinstitucional
(Savenije y Beltrán, 2005) no se enfoca específicamente en el contexto socioresidencial de los estudiantes, y por tanto
no permite una descripción precisa, existe
información que permite conocer algunos
de esos aspectos. Por ejemplo, en dicha
investigación se indica que el 69,2% de los
estudiantes viven en comunidades donde
hay jóvenes involucrados en pandillas. Sin
embargo, si se enfoca solamente la agrupa-
ción de estudiantes que más reporta participación, el porcentaje aumenta al 83,5%.1
Los anteriores señalamientos en ningún
momento quieren generar la idea de que
todos los jóvenes en condiciones de exclusión son violentos, ni que las condiciones de
exclusión son las causas del fenómeno de los
jóvenes violentos. La gran mayoría de esos
jóvenes no se involucra en pandillas (Savenije y Lodewijkx, 1998; Klein, 1995). Igualmente, es una minoría de los estudiantes de la
educación media la que está involucrada en
las rivalidades violentas. De los estudiantes
de los mencionados centros educativos, el
grupo más inclinado a participar representa
solamente el 23,0% de ellos (Savenije y Beltrán, 2005).
1 La muestra de dicho estudio fue de 844 alumnos de 12
centros educativos de educación media. El grupo de
encuestados no es una muestra representativa de todos
los estudiantes de centros educativos afectados por las
confrontaciones violentas; pero puede tomarse como un
buen indicativo sobre lo que viven y piensan ellos en su
vida cotidiana.
13
Wim Savenije
María Antonieta Beltrán
Las diferencias entre los grupos de pandilleros y estudiantes son claras. La mayoría de
los pandilleros ya desertó del sistema educativo (Santacruz Giralt y Concha-Eastman,
2001; Cruz y Portillo, 1998; Smutt y Miranda,
1998), mientras que los miembros de las
barras estudiantiles reciben formación a
nivel de educación media. El ámbito inmediato de los pandilleros consiste en los espacios físicos de sus colonias, mientras que los
estudiantes pasan mucho de su tiempo
afuera de ellas asistiendo a sus centros educativos. Sin embargo, la convergencia de las
dinámicas internas a las situaciones cotidianas de exclusión con las necesidades propias
de la etapa de la juventud, pone a los jóvenes desafíos similares. En el caso de las
pandillas y barras esos desafíos parecen
encontrar su respuesta en la manifestación
de conductas violentas.
5.1. Pandillas juveniles o ‘maras’
Los conceptos pandilla juvenil o ‘mara’
refieren al mismo fenómeno: Se trata de
agrupaciones formadas mayoritariamente
por jóvenes, quienes comparten una identidad social que se refleja principalmente
en su nombre. Tradicionalmente, la conformaban jóvenes que vivían en la misma
comunidad, donde crecieron juntos, que se
unían y establecían una cuadrilla para
defenderse ellos mismos contra otros jóvenes de otras comunidades. Así formada, la
pandilla inicialmente consistía de una sola
agrupación juvenil al nivel de colonia o
barrio. Sin embargo, recientemente algunas
se han convertido en conjuntos que trascienden los límites entre lo local, lo nacional y lo internacional. Esas pandillas trasnacionales consisten en redes de grupos
que se establecen como ‘clikas’ a nivel local,
unidas bajo un mismo nombre (Mara Salvatrucha o Barrio 18 St.). Las ‘clikas’ comparten ciertas normas, reglas y relaciones más
o menos jerárquicas y se encuentran dispersas en un espacio nacional y/o internacional. Las pandillas locales y las clikas de
las trasnacionales están integradas por
jóvenes que comparten una identidad grupal, interactúan a menudo entre ellos y se
14
ven implicados con cierta frecuencia en
actividades ilegales. Su identidad social
compartida se expresa mediante símbolos
y/o gestos (tatuajes, graffiti, señales manuales, etc.), además reclaman control sobre
ciertos asuntos, a menudo territorios o
mercados económicos (Savenije, 2004).
La historia de las pandillas juveniles en El
Salvador preexiste a la guerra civil y los
acuerdos de paz en los noventa. No obstante, fue en esa década cuando en las comunidades en situaciones socio-económicas
precarias se dio un auge rápido de la cantidad de jóvenes involucrados, y cuando el
fenómeno de las pandillas en la región se
trasformó bajo la influencia de los jóvenes
pandilleros deportados de los Estados
Unidos (Cruz y Portillo, 1998; Ramos, 1998;
Savenije, 2004; Smutt y Miranda, 1998). Al
regresar a su país de origen, la nueva clase
de pandilleros formados en las calles estadounidenses creó, transformó y difundió
las pandillas bajo las banderas de dos rivales acérrimos: La Mara Salvatrucha y el
Barrio 18 St. Fue en aquel entonces que el
público general empezó a conocerlas y a
preocuparse.
Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión.
Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador
5.1.1. DESCRIPCIÓN DEL FENÓMENO
Proteger a sus comunidades contra los
maleantes y las pandillas juveniles rivales
es la justificación principal dada por los
miembros para la existencia de su pandilla.
Entre las pandillas rivales existe una relación de aniquilación, es decir, encontrar a
un miembro de una pandilla rival es suficiente razón para atacarlo e incluso matarlo. La amenaza y ofensa más grande que
una pandilla puede hacer a la otra es entrar
a su territorio, borrar sus símbolos y graffitis, y herir o asesinar a uno de sus miembros (Savenije y Van den Borgh, 2004; Santacruz Giralt y Concha-Eastman, 2001;
Santacruz Giralt y Cruz Alas, 2001; Smutt y
Miranda, 1998). En consecuencia, confrontaciones violentas se dan cuando las pandillas rivales se encuentran accidentalmente o
cuando se planea con anticipación una
incursión hacia el territorio de los rivales.
Dado el peligro de ser atacado violentamente por los contrarios, los pandilleros no
pueden salir fácilmente de la colonia donde
viven, razón por la cual se quedan confinados en su territorio mucho tiempo. El aburrimiento se convierte entonces en una
parte integral de la vida pandilleril. Los
pandilleros pasan mucho tiempo juntos en
los pocos espacios públicos que hay, divirtiéndose lo más posible o sencillamente, en
palabras de uno de ellos, “matando el
tiempo: A veces uno juega pelota, jugamos
naipes, vemos gente…, o sea, hacemos
cualquier cosa para matar el tiempo”.2
Además, por ser pandilleros tampoco encuentran fácilmente un trabajo fuera de sus
comunidades, el cual los mantendría ocupados de una manera productiva.
El miedo y rechazo que generan las pandillas en la sociedad salvadoreña lleva a que
el acceso a un trabajo formal y decentemente remunerado se cierre a los pandilleros.
Ya que los tatuajes identifican inmediatamente a estos jóvenes como pandilleros, los
potenciales contratantes suelen pedir a los
jóvenes solicitantes que levanten su camisa
para asegurarse de que su futuro empleado
no es miembro de una pandilla, incluso
algunos los envían a hacer la prueba del
detector de mentiras. El actuar de las pandillas y la reacción de la sociedad ante ellas
forman parte de un círculo vicioso, que
perpetúa y aumenta la misma exclusión
que se encuentra a la raíz del fenómeno.
Al margen de las rivalidades grupales, los
pandilleros usan (la amenaza con) la violencia para obtener ganancias materiales
por medio de actos delictivos y del comercio al por menor de drogas. Vender drogas,
asaltar, robar o cobrar ‘el impuesto de guerra’, son algunos de los medios que ellos
utilizan para solventar sus necesidades
económicas. De vez en cuando les acusan
de estar involucrados en tráfico de drogas,
asaltos de bancos y secuestros; no obstante,
hay que tratar esas acusaciones con mucho
cuidado. Es probable que las demandas
organizativas de esas actividades excedan
las capacidades de muchas pandillas juveniles. Aún así, las pandillas pueden volverse seriamente delictivas cuando sus miembros, al pasar de los años, desarrollan las
referidas capacidades y obtienen el capital
financiero y social necesario para involucrarse en actividades criminales más profesionales (Savenije y Van der Borgh, 2004;
Savenije y Andrade-Eekhoff, 2003).
2 Las citas en cursivas y sin referencias a sus fuentes
han sido tomadas de entrevistas con pandilleros realizadas por los autores.
15
Wim Savenije
María Antonieta Beltrán
5.1.2. DINÁMICAS INTRAGRUPALES
Hermandad, solidaridad y lealtad a sus
homeboys (compañeros pandilleros) son
valores con los que se identifican los pandilleros y su observancia configura su posición dentro de la pandilla. La solidaridad,
el apoyo y el cariño se manifiestan grandemente hacia los compañeros de la misma
pandilla o “clika". “Cuando un pandillero
come, comen todos” es una expresión, tal vez
algo idealizada, que ayuda a esclarecer los
vínculos íntimos entre ellos. Los pandilleros se protegen y defienden entre ellos,
incluso al punto de arriesgar la vida por
sus compañeros. Entrar a la pandilla implica un compromiso de por vida y más aún.
Ser parte de esa hermandad sólo termina
cuando expira la vida del integrante, aunque cuando un pandillero cae en la ‘batalla’
su persona sigue siendo conmemorada por
medio de graffiti en la comunidad o en los
tatuajes de los pandilleros más cercanos.
Para sus integrantes, la pandilla constituye
la otra familia, y a menudo la quieren más
que a la biológica. En consecuencia, querer
salir del compromiso con la hermandad y
familia que forma la pandilla por intereses
personales es visto como traición y normalmente es severamente castigado. ‘Calmarse’3 después de años de una vida pandilleril activa, sin dejar en ningún momento
de ser parte de la pandilla, es muchas veces
el único camino para retirarse y dedicarse a
una propia familia y/o trabajo (Cruz y Portillo, 1998; Santacruz Giralt y ConchaEastman, 2001; Smutt y Miranda, 1998).
Demostrar valentía frente a la violencia es
primordial para los pandilleros. La mortal
enemistad con la pandilla contraria hace
3 En lenguaje pandilleril, significa dejar de participar
activamente en la pandilla, pero siendo siempre parte
de ella.
16
que la vida de cada pandillero siempre
corra riesgo. Además, el aislamiento y
rechazo de la sociedad en general lleva a
que solamente puedan contar con el apoyo
de los propios homeboys. La importancia de
la valentía y su prueba se muestra en el
ritual de iniciación: Para volverse ‘pandilleros de verdad’ los aspirantes han tenido el
valor de soportar durante un lapso de
tiempo una serie de golpes y patadas por
parte de los homeboys, sin tener la opción de
defenderse activamente. Además, una regla
importante en la pandilla es no abandonar
a los compañeros en peleas y amenazas,
como dice un pandillero: “Después de que
hicimos una mara quisimos decir que cuando
nos íbamos a meter en pleito, nadie se iba a
dejar.” No cumplirla también repercute en
sanciones por parte de los demás.
El estatus de los miembros dentro de una
pandilla o “clika" depende principalmente
de la valentía, la disposición de usar la
violencia y la manera en que la han usado
anteriormente. Otras cualidades también
juegan un papel importante. Por ejemplo,
la confianza que le tienen los demás, la
capacidad de velar por los miembros,
cuidar los intereses de la pandilla y liderarla en momentos difíciles. Adentro del
grupo existe una competencia para ganar
estatus y respeto entre los integrantes.
Mostrar la habilidad, disposición y el éxito
mediante comportamientos violentos es
una manera sencilla y clara de imponerse
frente a los demás. ‘Ya [en el grupo de]
abajo hay una rivalidad que decíamos quién es
el que es, como digamos, el más valiente de
nosotros de abajo. Todos nos poníamos esta
rivalidad aunque si les preguntamos a todos
nadie te va a decir eso’ (Savenije y Lodewijkx, 1998:132).
Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión.
Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador
5.1.3. DINÁMICAS INTERGRUPALES
Las enemistades entre las pandillas solamente se pueden entender cuando se
aprecia su carácter grupal. Los pandilleros
individuales de las agrupaciones rivales
muchas veces no se conocen personalmente. Sin embargo, ser miembro de la pandilla contraria es razón suficiente para que
un rival lo considere como enemigo y
sienta la urgencia de atacarlo.
Si fueron compañeros o conocidos anteriormente ya no importa mucho. La relación actual de dos pandilleros que pertenecen a agrupaciones rivales rige las reglas del encuentro: Atacar el enemigo y si
es posible matarlo.
Las dos pandillas construyen su identidad
social haciendo referencia a la otra, la contraria. Su razón de ser es la existencia de la
otra. La amenaza que esa constituye no se
da solamente por sus agresiones, sino sobretodo por la identidad social precaria de
ambos grupos. Las experiencias de exclusión los han dejado con una necesidad de
vincularse a un conjunto que les ofrece el
sentido de inclusión, seguridad, cuido y
valor, etc. Esas necesidades importantes se
pueden suplir más profundamente en situaciones extremas en las que la unidad y
el compromiso del conjunto son primordiales para sobrevivir; es decir, bajo una amenaza extrema y permanente (Coser, 1956).
Para los jóvenes pandilleros el sentido de
pertenencia, unidad e identidad posee
también otra cara: El negar, humillar o
destruir física y simbólicamente a la otra
pandilla.
La semejanza de ambas identidades grupales amenaza y al mismo tiempo refuerza la
identidad de la pandilla. Más objetivamen-
te, los grupos de jóvenes se parecen tanto
que para externos no es fácil distinguir
entre los integrantes de la MS, la 18 u otras
pandillas. Es decir, las identidades grupales
se parecen tanto que la gente las confunde
con facilidad. Para los integrantes, eso
tiende a reducir el valor de su pertenencia a
la de un grupo de jóvenes pobres y excluidos socialmente. Sin embargo, edificar a la
otra pandilla como el enemigo mortal y la
amenaza más grande, hace que intrínsecamente las identidades se contrapongan, se
diferencien y se alejen. Así, el endogrupo
emerge como especial, unido y naturalmente mejor que el otro. La construcción social
de enemistad permite que el ser parte de
‘nosotros’ se valore, aprecie y respete de
una manera especial, mientras que todo lo
que tiene que ver con los ‘otros’ se desvalora, desprecia y rechaza, con igual rigor.
Una vez instalada esa dinámica entre los
dos grupos, la inercia propia del conflicto
hace que la violencia siempre sea una opción sencilla y valorada porque ‘siempre hay
algo que vengar’.
Otro aspecto importante de la violencia
aparece cuando se considera el objetivo de
la violencia entre pandillas. Además de
asaltar, herir o matar a un rival, el reto
principal de esos actos es dañar la reputación, estatus y honor de la “clika", e incluso
de toda la pandilla contraria. Vista de esa
manera, la violencia se vuelve un instrumento de comunicación; es decir, sirve para
enviar un mensaje a una audiencia más
amplia que la víctima (Savenije y Van der
Borgh, 2004). En primera instancia, la violencia es dirigida a todos los miembros de
la pandilla contraria, mostrándoles que son
débiles, vulnerables, poco hombres, etc., y
que los agresores son superiores “porque él
17
Wim Savenije
María Antonieta Beltrán
es uno menos de la otra pandilla. Ganamos
puntos para nosotros... o sea, por cada persona
del otro barrio, porque así ganan ellos puntos
cuando matan a un homeboy de nosotros...”
(Santacruz Giralt y Cruz Alas, 2001:65). En
segunda instancia, el mismo mensaje comunica en la propia pandilla que el miembro que logró humillar la contraria merece
el reconocimiento como uno de los más
valientes del grupo. Esos aspectos simbólicos de la violencia son esenciales para entender mejor la naturaleza y utilidad de
mucha violencia pandilleril.
Los pandilleros mencionan que defienden
su territorio contra sus rivales y ladrones
de afuera; sin embargo, aunque lo reconocen en menor medida, también manifiestan
su poder sobre los habitantes de la misma
colonia. Los pandilleros dicen que mantienen una relación razonable con la gente de
su colonia, al menos con los que no se meten con ellos. El propósito de eso es evitar
que la gente se oponga y extienda informa-
ción a la policía. Sin embargo, muchos
habitantes no están de acuerdo; al contrario, les acusan de actos delincuenciales
como robos y hurtos en su propia comunidad. Además, mencionan que las pandillas
les piden dinero y exigen ‘impuestos de
guerra’ a las tiendas y pequeños negocios
en su territorio. “Ellos dicen que protegen a la
comunidad; que ellos la protegen de otra mara, o
sea ellos se protegen de la otra mara. Ellos
protegen a la comunidad para que no vengan los
de la mara contraria, porque los matan aquí.
Pero, que a la comunidad la protegen, es mentira. Son ellos mismos los que la delinquen. Pues
ellos mismos la asaltan. Aquí a cualquiera lo
violan y todo pues” (Savenije y Andrade
Eekhoff, 2003, 163-164).
La disposición de usar la violencia les da a
las pandillas una ventaja comparativa y les
convierte en actores poderosos en sus comunidades (Savenije y Van der Borgh,
2004).
5.2. ‘Las barras estudiantiles’
Las rivalidades y las confrontaciones violentas entre barras estudiantiles en el Área
Metropolitana de San Salvador tienen una
larga historia. Al igual que las pandillas
juveniles, las barras difícilmente se dejan
explicar como herencia de la guerra civil o
simplemente verlas como una pérdida de
valores entre los jóvenes en el tiempo de
posguerra. Aparentemente, la raíz de las
confrontaciones se encuentra en las rivalidades deportivas que en los años cuarenta
y cincuenta ya llegaban a expresarse en
encuentros violentos alrededor de los
Campeonatos Colegiales de Básquetbol.
En el transcurso de los años ochenta, las
confrontaciones violentas empezaron a
18
mostrar rasgos distintos. La rivalidad entre
los estudiantes de los diferentes centros
educativos de educación media se desvinculó en gran medida de los eventos deportivos hacia una rivalidad permanente y más
violenta. Adicionalmente, en los ochenta se
dio un cambio importante en los centros
educativos cuyos estudiantes protagonizaban las riñas. Si en el inicio participaron
colegios privados de buena calidad cuyos
alumnos provenían de estratos sociales con
suficientes recursos, a partir de los ochenta
las rivalidades han sido protagonizadas
cada vez más por institutos del sistema
educativo público o colegios privados para
estratos sociales con pocos recursos.
Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión.
Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador
5.2.1. DESCRIPCIÓN DEL FENÓMENO
Actualmente, con una frecuencia variable,
diariamente o semanalmente, se dan altercados, peleas o riñas entre grupos de estudiantes de educación media. Estos suceden
especialmente en el centro de San Salvador,
pero también se dan en las ciudades vecinas. Las paradas de buses, las calles donde
hacen sus recorridos y las cercanas a los
centros educativos son el escenario compartido de las confrontaciones violentas
entre estudiantes.
Los alumnos golpean a sus rivales, les
roban las insignias, los cinchos, las mochilas y se los llevan como trofeos. Aunque
algunos andan armados con cuchillos,
machetes e incluso granadas hechizas o
‘papas’, no necesariamente tienen la intención de matar a sus rivales, más bien buscan asustarlos para poder ganarles la batalla. Sin embargo, cuando ocurren pérdidas
humanas, las confrontaciones demuestran
con más claridad lo peligroso que pueden
ser y a qué extremos pueden llegar este tipo
de rivalidades estudiantiles.
Las riñas entre los alumnos de diferentes
centros educativos tienen una lógica más
allá de los frecuentes choques vehementes.
Las peleas no se dan entre cualquier estudiante de cualquier centro educativo, ni
tampoco son pocos los centros involucrados. Los alumnos se identifican con la institución donde estudian y forman grupos de
compañeros que ‘defienden’ el nombre del
centro educativo contra los ataques e insultos de los rivales. Los activamente involucrados en las rivalidades y confrontaciones
violentas encuentran aliados en otros centros, y de esa manera se han formado dos
alianzas que se autodenominan los ‘Técnicos’ y los ‘Nacionales’. Ser alumno de un
centro educativo que pertenece a una de las
alianzas es suficiente razón para que los de
la otra lo tomen como un potencial objeto
de un ataque.
5.2.2. DINÁMICAS INTRAGRUPALES
En los grupos que participan en las confrontaciones violentas y riñas callejeras con
estudiantes de otros centros parece predominar un valor: La solidaridad. No solamente con el centro educativo cuyo nombre
se pretende defender y engrandecer, sino
más que todo con los compañeros y las
compañeras que participan en la misma.
Los miembros de los grupos involucrados
son mutuamente dependientes para acumular la fuerza necesaria para poder ganarles a los rivales, y para recibir protección en
caso que sufran ataques o cuando enfrentan
a una cantidad superior de rivales. La reciprocidad de proteger y recibir protección
hace que tengan confianza de poder ganar
las peleas, o de no salir gravemente herido
de ellas.
No dejar solo a un compañero en un enfrentamiento con los rivales o cuando es
atacado – o como ellos dicen: “no dejar
perder a nadie” – se ha vuelto una de las
reglas más fuertes e importantes entre los
participantes. “Si yo veo que a una amiga
mía le están pegando, yo no voy a quedarme
viendo, yo no la dejo perder”. Los alumnos
no solamente ganan respeto y prestigio
por ser irrefrenables en una confrontación
violenta con los otros, sino también, y tal
19
Wim Savenije
María Antonieta Beltrán
vez más importante aún, por defender y
proteger a sus compañeros. Ser uno de ‘los
más parados’ (valientes y temerarios) y
dejar a un compañero abandonado frente
a la fuerza de los rivales, no van juntos en
el imaginario de los alumnos. El par ‘valiente’ y ‘solidario’ está íntimamente vinculado y necesita ser demostrado con
cierta frecuencia para no perder su poder
de convicción.
5.2.3. DINÁMICAS INTERGRUPALES
Los encuentros violentos entre estudiantes
no son expresiones de animosidades entre
estudiantes de dos o tres centros educativos
que “no se llevan”, ni expresiones de enemistades individuales entre alumnos que se
conocen y que tienen una historia de rencores generales. Muchas veces los estudiantes
no conocen a sus contrarios personalmente;
sin embargo, las insignias y el uniforme del
centro educativo identifican a un alumno
como aliado o rival.
En otras palabras, las confrontaciones solamente se dejan entender tomando en
cuenta el carácter grupal de la rivalidad en
la que se contraponen miembros de diferentes agrupaciones justamente por ser
miembros de esos grupos. El sentido de los
encuentros violentos se construye en base a
una rivalidad general entre las categorías
abstractas ‘Técnicos’ y ‘Nacionales’.
Los activamente involucrados en las rivalidades estudiantiles construyen su identidad social haciendo referencia a la otra
barra. Ser un ‘Técnico’ no otorga significado sino por la existencia de los ‘Nacionales’, y viceversa. En los encuentros con
rivales, los alumnos demuestran en primer
lugar quiénes son, es decir, a qué centro
educativo y alianza pertenecen. Para eso
utilizan las insignias y los uniformes oficiales del centro, pero también distintivos
extraoficiales como cinchos con el nombre y
la mascota del centro educativo, pines y
gestos manuales con los cuales simbolizan
la alianza. Exponiendo con claridad a los
20
rivales su pertenencia, los alumnos manifiestan que no les tienen miedo y los provocan a la vez. Para defender o restaurar el
honor de su centro educativo y alianza, los
rivales tienen que reaccionar con violencia.
Sin embargo, si sus contendientes son más
numerosos, muchas veces no les queda más
que huir y evitar ser golpeados y despojados de sus pertenencias.
Así es que para los más involucrados en las
confrontaciones, encontrar a los rivales en
algún lugar es casi una invitación a perseguirlos y mostrarles que son miedosos y
débiles en comparación con sus atacantes.
Sin embargo, para otros, verse envuelto en
las confrontaciones es una cuestión de
protección propia y de sus compañeros
ante posibles o actuales ataques. De esta
manera, los encuentros violentos entre
estudiantes tienen su propia inercia: Surgen
espontáneamente al encontrar alumnos
rivales; o son planeados cuando los alumnos buscan a los contarios para vengarse
y/o demostrarles –a ellos y a sí mismos –
que son los más valientes y los más fuertes.
La manera más contundente de mostrar
superioridad es, más que golpear los rivales, quitarles los símbolos que expresan y
confirman su identidad como alumnos de
tal instituto y/o miembros de tal alianza. Es
decir, robarles sus insignias, camisas, cinchos, pines etc.: “...lo siguen a uno, para
quitarle la insignia. También muchas veces nos
siguen por el uniforme deportivo, por las camisas de deporte. Hay unos que les quitan el uni-
Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión.
Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador
forme a las bichas”.4 No es de extrañar que
ser víctima de una humillación genere en
muchos jóvenes el deseo de vengarse de los
agresores y demostrarles que son tan bravos y temibles como ellos.
La rivalidad se mantiene por el prestigio y
la admiración que reciben los involucrados
por parte de sus pares, la ambición de ser
más fuerte y valiente que los rivales, y el
deseo de no querer ser ‘los pollos’ (débiles)
del sistema educativo. En esa comparación
entre los grupos rivales, ni el nivel de educación ni el deporte juegan un papel de
importancia. Para no ser ‘un instituto pollo’, los alumnos tienen que demostrar que
son valientes, que llevan con orgullo el
nombre de su centro educativo, que se
defienden con fuerza cuando son amenazados o atacados, y que se preocupan por
los demás miembros de la alianza. Por su
actuar en las confrontaciones violentas
comunican a los demás que no tienen miedo de usar la violencia y que no temen ser
golpeados por los rivales, ni detenidos por
la policía. Aquí también los aspectos simbólicos son importantes para entender la
utilidad de la violencia. Golpear, robar y
hacer correr a los estudiantes rivales contiene un mensaje que va más allá de las
víctimas inmediatas, son medios para demostrar y comunicar a todos los estudiantes su audacia y hacer valer el renombre de
su centro educativo como el lugar donde
estudian ‘los más parados’.
Algunos lugares en las ciudades en el Área
Metropolitana de San Salvador, por su
ubicación geográfica, cuentan con una
presencia sostenida de estudiantes de diferentes centros educativos. Es en tales lugares donde éstos se cruzan en el camino al
centro educativo o de regreso a casa. Esos
espacios son considerados por los estudian-
tes como lugares de alto riesgo para ataques de los rivales y, efectivamente, son los
lugares donde con más frecuencia ocurren
las confrontaciones violentas. Por ende, los
alumnos intentan asegurar esos lugares
impidiendo que otros alumnos de los centros educativos rivales crucen esas calles y
parques, y negándoles el uso de ciertas
paradas de buses o subir a los mismos. Los
estudiantes tienden a considerar esos espacios como sus ‘territorios’.
Sin embargo, esos recursos territoriales
tienen más un carácter simbólico que físico.
Los alumnos no tienen el control permanente sobre esos lugares, como un país lo
tiene sobre su territorio nacional, o las
pandillas juveniles intentan tener sobre
‘sus’ colonias. Al contrario, esos espacios
son tomados temporalmente por los alumnos en las horas de entrada y salida de los
centros educativos. Se trata más bien de las
zonas más frecuentadas por una alianza y,
por ende, restringidas para los rivales. Más
que territorios, estos se vuelven espacios
con los cuales los estudiantes se identifican.
Al declarar esas ‘zonas de identificación’
como propias y cerrarlas a los estudiantes
rivales por medio de (amenazas con) violencia, comunican a los demás estudiantes
que allí reina la seguridad para los aliados
y la inseguridad para los rivales.
Sin embargo, las zonas de identificación
no cumplen lo que pretenden comunicar.
No son precisamente lugares seguros para
los estudiantes aliados, porque a los
alumnos que pasan allí los señalan como
estudiantes de ciertos centros educativos o
de tal alianza. Es decir, los rivales identifican a los que están allí como los contrarios
y blancos legítimos para un ataque. Por
esa razón, las zonas de identificación constituyen el escenario extendido de las rivalidades conflictivas, son los espacios públicos donde se disputa y confronta a los
4 En El Salvador quiere decir muchachas o chicas.
21
Wim Savenije
María Antonieta Beltrán
rivales. Lejos de ser un refugio seguro,
establece el campo de batalla entre los
alumnos de los diferentes centros educativos y sus alianzas: “La mayoría de veces
cuando se nos corren nos quedamos parados en
la zona de ellos. Los demás nos ven cuando
pasan y dicen: ‘Hey, les ganaron la cancha’.
Porque nosotros al menos allí en Unicentro no
los dejamos que lleguen por lo menos unos
quince minutos.”
6. Conclusiones
La violencia de las pandillas juveniles y las
barras estudiantiles no es el resultado de
conductas sin sentido o irracionales, sino es
su respuesta a las necesidades y dinámicas
que hallan por vivir en situaciones de exclusión social. Crecer y vivir en exclusión
genera un anhelo de incluirse, pertenecer a
algo, ser reconocido y valorado por otros.
En un contexto donde coexiste frustración,
normalización de violencia y organizaciones sociales perversas, no es de extrañar
que el uso de la violencia se haya vuelto
útil para esos grupos. La violencia puede
afirmar al joven por medio de dos caminos:
Reforzar su identidad social por pertenecer
a una agrupación que sobresale en su uso y
que se impone a los demás; y reforzar su
identidad personal por demostrar su valentía, ganando así respeto por la disposición
de usar violencia irrefrenablemente. Sin
olvidar que algunos la usan también para
satisfacer algunas necesidades económicas
inmediatas.
El uso de violencia se presenta como un
instrumento para comprobarse y probar a
los demás el valor, la lealtad y la capacidad
de enfrentar o imponerse a otros. Se vuelve
un medio disponible y efectivo para lograr
el reconocimiento entre los pares en una
sociedad donde las oportunidades y opciones reales positivas son muy restringidas
para grandes grupos de jóvenes. Al margen
22
de una perspectiva legal, pandillas juveniles y barras estudiantiles se pueden entender como intentos limitados de remediar
los efectos humillantes de vivir en situaciones de exclusión, de crear una imagen ‘positiva’ de quiénes son, es decir, de construir
una identidad propia satisfactoria.
Sin embargo, es importante señalar que
esos dos grupos difieren respecto a su futuro. Muchos de los estudiantes obtendrán un
título académico que les dará la perspectiva
de seguir estudiando o de obtener un trabajo remunerado. En cambio, las pandillas
recurren a una serie de actividades delictivas que las alejan cada vez más de la sociedad y que refuerzan su exclusión. Sin embargo, en ambos grupos se manifiesta una
paradoja: Se agrupan como es normal para
su edad, comparten reconocimiento y afecto entre ellos, pero se afirman en conductas
destructivas.
Para la sociedad salvadoreña, y para cualquier otra que encuentra en su seno fenómenos semejantes, estos jóvenes ponen un
reto más allá de medidas represivas. Su
inclusión pasa por la implementación de
una política social que verdaderamente
fomente el desarrollo humano de aquellos
ciudadanos que viven en situaciones más
precarias.
Construyendo identidades juveniles en situaciones de exclusión.
Pandillas juveniles y barras estudiantiles en El Salvador
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Wim Savenije
María Antonieta Beltrán
26
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
Los factores asociados a las
pandillas juveniles en
Centroamérica.♦
José Miguel Cruz∗
Nota: El autor desea agradecer a los organizadores por la invitación a participar en el seminario internacional: “La agenda
de seguridad en Centroamérica” y por brindarme la oportunidad de escribir el presente artículo, el cual busca sistematizar
la literatura existente sobre el fenómeno de las pandillas en Centroamérica.
♦
Versiones preliminares de este artículo han sido presentadas en la conferencia: “Voices from the field: Local iniciatives
and new research on Central American youth gang violence”, organizada por la Coalición Interamericana para la Prevención de la Violencia Juvenil, el 23 de febrero de 2005, en la sede de la Organización Panamericana de la Salud en Washington, D.C.; y en el seminario internacional: “La agenda de seguridad en Centroamérica”, organizado por la Fundación Dr.
Guillermo Manuel Ungo y el Woodrow Wilson International Center for Scholars, el 14 y 15 de julio de 2005 en San Salvador.
∗
Director del Instituto Universitario de Opinión Pública de la Universidad “José Simeón Cañas” (IUDOP-UCA).
27
José Miguel Cruz
28
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
1. Introducción
Desde hace varios años, las pandillas juveniles han sido un problema de seguridad
pública y de salud para los países del norte
de Centroamérica. Luego de las guerras
que afectaron la región en la década de los
ochenta, las pandillas juveniles, mejor conocidas localmente como “maras”, se convirtieron en una nueva fuente de preocupación para los gobiernos y la sociedad civil
de El Salvador, Honduras y Guatemala.
Aunque las pandillas juveniles ya existían
en modalidades violentas en esos países
antes de que finalizaran los conflictos armados, el constante flujo de migración
entre los países centroamericanos y los
Estados Unidos, importó los modelos culturales de pandillerismo que se habían
desarrollado en las calles de Los Ángeles y,
sobre todo, convirtió a estos grupos en una
especie de red trasnacional informal de
violencia.
Las maras o pandillas juveniles centroamericanas no han surgido recientemente. No
son el producto de los primeros años del
nuevo siglo como muchas veces se sugiere
en las notas de prensa o en las intervenciones de los funcionarios. Las primeras expresiones de lo que actualmente se conocen
como maras surgieron casi simultáneamente en Los Ángeles, en San Salvador, en
ciudad de Guatemala y en Tegucigalpa,
como resultado, por un lado, de los procesos de migración de los centroamericanos,
especialmente los salvadoreños a los Estados Unidos en la década de los ochenta y,
por otro lado, como producto de las condiciones de vida en la cual crecían los jóvenes
en los países de origen. Mientras en los
Estados Unidos los jóvenes se integraban a
las pandillas ya existentes, como la Pandilla
de la Calle 18 y creaban nuevas agrupaciones para reafirmar la identidad étnica de
sus integrantes, como la Mara Salvatrucha;
en las capitales centroamericanas los jóvenes se integraban a un gran número de
pequeñas pandillas que operaban en distintas zonas de la capital y que mantenían el
control haciendo un uso intensivo de la
violencia (Levenson, 1989; Argueta y otras,
1992; Salomón, 1993).
El retorno de jóvenes de los Estados Unidos, ya sea porque sus familias regresaban
a sus países luego del fin de las guerras o
porque eran deportados por las autoridades estadounidenses a causa de su pertenencia a las pandillas, facilitó que ambas
expresiones del fenómeno de las pandillas
entraran en contacto y que las maras en
Centroamérica adoptaran los modelos
culturales de Los Ángeles. Esto dio origen a
un proceso según el cual todas las pandillas
existentes se alinearon con una de las dos
grandes organizaciones pandilleriles en las
que estaban involucrados los salvadoreños
en los Estados Unidos. Las clikas en Centroamérica, originalmente en El Salvador,
adoptaron la identidad de la Mara Salvatrucha o la Pandilla 18, y con ello se trasladaron las expresiones de conflictos y violencia entre ambas organizaciones.
Lo que comenzó siendo una serie de pequeñas pandillas locales y diferenciadas
terminó convirtiéndose en una amplia
federación de clikas adscritas a una de las
dos grandes pandillas, las cuales cubrían
casi todas las ciudades importantes, primero en El Salvador y luego en el resto de
países del norte de Centroamérica. Estos
procesos se vieron potenciados además por
29
José Miguel Cruz
la comunicación migratoria entre los países
centroamericanos (ver: ERIC, IDESO, IDIES
e IUDOP, 2001).
A principios de la década de los noventa,
ya no era extraño escuchar voces de preocupación en Centroamérica por el rápido
crecimiento de estos grupos juveniles. Por
ejemplo, en enero de 1987, el periódico El
Gráfico de Guatemala publicó el primer
reportaje sobre estos grupos, en el cual se
identifica a las maras como un grupo decididamente organizado para delinquir (ver:
Merino, 2001). Una encuesta realizada por
el Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA de El Salvador daba cuenta
que casi la mitad de la población adulta
urbana de todo el país (el 46.9 por ciento)
señalaba que habían maras o pandillas en
su comunidad (IUDOP, 1993). En Honduras, un informe de la policía revisado por
Salomón (1993) permite establecer que a
principios de los años noventa existían en
Tegucigalpa un total de 45 pandillas distintas con un número aproximado de 1,100
miembros en total.
A pesar de estos indicios del creciente problema de las pandillas juveniles, los primeros estudios sobre el mismo no aparecen
sino hasta unos años después, con excepción de los estudios de AVANCSO en ciudad de Guatemala en 1988 (Levenson,
1989) y de Argueta y colegas desarrollado
en la ciudad de San Salvador entre los años
91 y 92 (Argueta y otras, 1992). En Guatemala, tomará algunos años más para que se
vuelvan a producir otros estudios sobre el
tema y no es sino hasta la siguiente década
que Merino contribuye con una trilogía de
estudios en Guatemala como parte del
proyecto “Maras y pandillas en Centroamérica” (ver Merino, 2001; 2004 y 2005). En
El Salvador, en donde ha habido un desarrollo más amplio del tema, los estudios
más sistemáticos se comienzan a desarrollar hacia 1996 y comienzan a ver la luz
30
hacia 1998. Estas investigaciones, patrocinadas por organizaciones como UNICEF y
Save the Children, y llevadas a cabo por
FLACSO (Smutt y Miranda, 1998) y el IUDOP (Cruz y Portillo, 1998), ofrecen un
primer examen de la situación, las causas y
las dinámicas de las pandillas en El Salvador. Dichos estudios son complementados
por los conducidos por Santacruz y Concha-Eastman (2001), por el equipo del IUDOP en el proyecto de “Maras y pandillas
en Centroamérica” (Santacruz y Cruz, 2001;
Cruz, Carranza y Santacruz, 2004 y Carranza, 2005) y por el estudio sobre niños en
violencia armada llevado a cabo en El Salvador por Carranza (2005). En Honduras,
durante varios años, el tema de las pandillas es abordado tangencialmente en los
estudios sobre la violencia en ese país, pero
no es sino hasta el trabajo de Salomón,
Castellanos y Flores (1999) que el fenómeno
de las pandillas es estudiado de forma
directa. El conocimiento sobre la problemática es profundizado posteriormente por el
desarrollo local del proyecto regional “Maras y pandillas en Centroamérica” (ver:
Castro y Carranza, 2001; Carranza, Castro y
Domínguez, 2004; Flores y otros, 2005) y
por el amplio estudio titulado “Las maras
en Honduras” realizado por Save the Children UK y la Asociación Cristiana de Jóvenes de Honduras (2002).
Todos esos estudios han generado una
ingente cantidad de información sobre el
fenómeno de las pandillas en los países del
norte de Centroamérica y han generado no
pocas discusiones sobre sus causas, sus
dinámicas y sus consecuencias. Dichos
estudios han revelado que a pesar de las
diferencias en las expresiones del fenómeno
en cada uno de los países del norte de Centroamérica, la problemática de las maras y
pandillas juveniles tiene rasgos comunes en
dichos países y ha evolucionado a lo largo
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
de los años de manera muy similar.1 Eso
permite hablar de un mismo fenómeno en
el norte de Centroamérica, en el cual las
expresiones culturales básicas, el uso de la
violencia y la vinculación con otras expresiones de criminalidad son más o menos
parecidas.
Sin embargo, durante varios años, y a pesar
de la creciente preocupación pública por el
fenómeno, los distintos gobiernos de la
región norte de Centroamérica no le prestaron suficiente atención al problema de la
violencia juvenil y las pandillas, y el fenómeno siguió creciendo de forma relativamente lenta y silenciosa. Las únicas iniciativas en los países de la región se tradujeron en esporádicas respuestas represivas y
en intentos por reformar las leyes de menores y penales para permitir que los menores
de 18 años pudiesen ser juzgados como
adultos, partiendo de la suposición de que
buena parte de los delitos graves eran cometidos por menores de dieciocho años.
Sin embargo, ningún plan o política de
prevención sobre la violencia juvenil o
sobre las pandillas fue elaborado de manera consistente en El Salvador, Honduras o
Guatemala y la integración y la evolución
de los grupos continuaron en ascenso.
1 En Nicaragua y Costa Rica, la expresión del fenómeno
de pandillas juveniles ha sido cualitativa y cuantitativamente distinto al resto de países de la región. Tanto
Costa Rica como Nicaragua han enfrentado el problema
de violencia juvenil y pandillas, pero éstas no han
llegado a tener las expresiones culturales importadas de
los Estados Unidos ni han adquirido los nombres ni las
franquicias originarias de las calles de Los Ángeles. Las
pandillas en el sur de Centroamérica tampoco han
crecido con el ritmo característico del resto de países y
no han llegado a constituir un actor fundamental en la
prevalencia del crimen y la violencia en dichos países.
Por ejemplo, un informe interno de la Policía Nacional
de Nicaragua señala que a diferencia de Guatemala, El
Salvador y Honduras, en donde el porcentaje de homicidios cometidos por los pandilleros es mayor del 20 por
ciento, en Nicaragua no llega siquiera al 1 por ciento
(Gurdián, 2004).
Hacia el año 2001, los estudios centroamericanos daban cuenta de un agravamiento
del fenómeno de las pandillas, aparentemente tanto en términos cuantitativos como en términos cualitativos. A inicios de la
actual década parecían haber más jóvenes
integrados a las pandillas en comparación
con años atrás, pero sobre todo había evidencias de que las maras habían aumentado significativamente su participación en
los hechos de violencia y en las redes locales del narcotráfico (ver Santacruz y Concha-Eastman, 2001). A pesar de que era
todavía posible identificar entre los pandilleros un fuerte componente de motivaciones asociadas a valores como la solidaridad, el respeto y la construcción de identidad; los estudios señalaban que las actividades criminales y el consumo de drogas
estaban convirtiéndose paulatinamente en
las finalidades en sí mismas de las actividades pandilleriles.
Esta evolución relativamente lenta del
fenómeno y el precario equilibrio de la
dinámica impuesta entre las pandillas y la
sociedad se rompió cuando hacia el año
2003 se introdujeron los planes de mano
dura o de cero tolerancia en los tres países
del norte de Centroamérica. Conocidos en
Guatemala como el Plan Escoba, en El
Salvador como Plan Mano Dura y en Honduras como Libertad Azul o Cero Tolerancia, estos programas declararon la guerra a
las pandillas e introdujeron una dinámica
en la que la aplicación de la fuerza por
parte del Estado era el principal eje de
enfrentamiento del problema. Esto dio
como resultado que las pandillas se replantearan su propio funcionamiento, se reorganizaran en estructuras más verticales,
más rígidas y más violentas; y que comenzaran a reconocer liderazgos que permitieran comunicaciones formales con otros
grupos de pandillas y de crimen organizado.
31
José Miguel Cruz
Todo lo anterior se ha traducido en un
claro agravamiento del problema de las
pandillas y ello ha generado una enorme
atención de parte de políticos, funcionarios, medios de comunicación y agencias
de cooperación internacional. La mayor
parte de esta atención, sin embargo, ha
estado guiada por las informaciones no
siempre de valiosa calidad por parte de
los medios de comunicación, los cuales
han favorecido la creación de una serie de
mitos sobre las pandillas que no contribuyen sino a reforzar los enfoques superficiales, reactivos e inmediatistas de atención a la problemática de la juventud enrolada en las pandillas o en riesgo de
hacerlo. Muchos de los estudios locales
sobre el fenómeno simplemente han sido
pasados por alto o han sido ignorados, en
buena medida porque los mismos son
bastante extensos y han cubierto diversas
áreas de la problemática de la violencia
juvenil y de las maras; también han sido
pasados por alto porque los mismos estudios han mostrado que no hay respuestas
fáciles a muchas de las preguntas que
plantea el fenómeno, sobre todo cuando
éstas se refieren a su constitución, a su
evolución y al uso de la violencia en la
vida cotidiana.
De allí que se vuelve necesario hacer un
resumen de las condiciones que han posibilitado la aparición de este fenómeno, precisamente en los países del norte de Centroamérica. Está claro que, aunque el fenómeno de las pandillas juveniles suele ser
común en las grandes concentraciones
urbanas, la expresión de las mismas en los
países de la región es particularmente distinta y ha sido producto de la conjunción
de diversos factores muy particulares de la
región y de la evolución producto de las
displicencias estatales.
Este artículo pretende hacer un repaso de
los factores sociales que explican la apari-
32
ción de las maras o pandillas juveniles en
los países del norte de Centroamérica. Para
ello, se sintetizan las tesis más importantes
que ayudan a comprender el fenómeno de
las maras en la región, sobre la base de los
resultados de los estudios académicos ya
elaborados y se echa mano de los testimonios recabados de jóvenes pandilleros de
alguno de esos estudios.2 Lo anterior implica no solo señalar los factores que parecen
ser algunos de los más determinantes detrás de la problemática, sino también implica cuestionar algunos de los supuestos o
planteamientos que se hacen en torno del
fenómeno y sus actores: los jóvenes pandilleros.
2 En concreto, se utilizan los resultados de algunas
entrevistas realizadas a pandilleros salvadoreños en el
marco del Proyecto COAV (Children in Organised
Armed Violence), el cual fue llevado a cabo en El Salvador por el Instituto Universitario de Opinión Pública
(IUDOP) de la UCA y conducido por Marlon Carranza.
Ver: Carranza (2005).
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
2. Las maras como un fenómeno sociohistórico
En este trabajo se entenderá como maras a
aquellas pandillas callejeras urbanas formadas por jóvenes centroamericanos regularmente marginados socialmente cuyas
edades oscilan entre 12 y 30 años de edad
que se reconocen a sí mismos como parte
de una de las agrupaciones conocidas
como Mara Salvatrucha y Pandilla de la
calle 18 y cuyos orígenes se remontan a las
calles de Los Ángeles; estas pandillas se
caracterizan por un fuerte sentido de identidad a cualquiera de esos grupos, por el
uso intenso de la violencia y la comisión
de delitos, y por un fuerte sentido de solidaridad interna.
el producto de las guerras civiles que asolaron la región durante la década de los años
ochenta; y tampoco surgen como el producto natural de los procesos de migración y
deportación de los centroamericanos en los
Estados Unidos. Esto no quiere decir que
dichos factores no sean importantes o que
no jueguen cierto papel en la aparición,
manifestación y desarrollo de las pandillas.
Lo que quiere decir es más bien que factores como la guerra civil, la pobreza o la
migración no logran explicar por sí mismos
al fenómeno de las pandillas, como tampoco otros factores logran explicar el fenómeno en el vacío.
Las maras centroamericanas, como todos
los fenómenos sociales, no constituyen un
evento fortuito que surgió de la nada o
como producto de alguna especie de designio divino o de una predisposición
genética de los jóvenes habitantes centroamericanos. En realidad, constituyen el
resultado de un proceso de construcción
histórica en el que intervienen condiciones
sociales, decisiones políticas y eventos
coyunturales. Siguiendo el modelo de
factores de riesgo en epidemiología, el
fenómeno de las pandillas juveniles del
norte de Centroamérica son el producto de
la concurrencia de un gran número de
factores que han sido determinados social
e históricamente.
En realidad, las maras son el producto de
una gran variedad de factores sociales que
se expresan temporalmente en diversas
condiciones de vida. Estas condiciones son
las que al final de cuentas transforman el
entorno ecológico y han permitido el surgimiento y la reproducción de las pandillas.
Por ejemplo, la pobreza, que suele ser mencionada muchas veces como uno de los
factores más decisivos en la aparición de las
pandillas y en la conducta criminal de
éstas, constituye una condición importante
solo si la misma se cristaliza como parte de
un agudo contexto de desigualdad y si ella
genera procesos de exclusión social, como
se verá más adelante. Antes que la pobreza
en sí misma, la mayoría de los estudios
remiten a las desigualdades socioeconómicas y a los procesos de exclusión que éstas
generan (Cruz, 2004). De la misma forma,
las guerras civiles centroamericanas, que
han sido ampliamente citadas por funcionarios y medios de comunicación como las
precursoras de un ejército de jóvenes dispuestos a utilizar intensamente la violencia,
Esto implica varias cosas. En primer lugar,
que las pandillas no nacieron ni se desarrollaron como producto o como respuesta de
una sola causa. Las maras centroamericanas no son simplemente el resultado de la
pobreza de buena parte de la población
centroamericana, tampoco son meramente
33
José Miguel Cruz
no explican por sí mismas el hecho de que
cientos de jóvenes se integren a las pandillas. Todos los primeros estudios que se
hicieron con pandillas no mostraron evidencia alguna de que los niños y jóvenes
que combatieron en las guerras civiles de El
Salvador y Guatemala (Honduras no tuvo
guerra civil durante los años ochenta) se
hayan transformado en los primeros integrantes de las maras (ver Levenson, 1989;
Argueta y otras, 1992), ni estudios posteriores sobre los agresores encontraron un
vínculo entre las maras y los excombatientes (ver Lederman, 2000), como muchas
veces sugieren quienes apuntan a una vinculación entre los conflictos bélicos y las
maras. Esto no significa que las guerras en
su conjunto no tienen nada que ver con la
aparición posterior de las pandillas; en
realidad, los conflictos armados contribuyeron creando otras condiciones que posteriormente favorecerían el particular desarrollo de las maras centroamericanas: generaron el exilio y los ulteriores retornos
migratorios que luego contribuirían a difundir la cultura pandilleril (Smutt y Miranda, 1998), exacerbaron la cultura de
violencia que ya existía en la sociedad salvadoreña y facilitaron el acceso de los jóvenes a las armas de fuego de cualquier tipo.
Además, la “contribución” de las guerras al
fenómeno de las pandillas queda en entredicho cuando se constata de que Nicaragua, que sufrió un conflicto bélico, no tiene
el tipo de pandillerismo que afecta a los
países del norte de Centroamérica; y Honduras que, por el contrario, no tuvo guerra
civil interna enfrenta una de las expresiones más agudas del fenómeno desde finales
de la década de los noventa.
En segundo lugar, la construcción histórica
del fenómeno de las maras centroamericanas implica que las mismas no constituyen
un fenómeno estático; son más bien el producto de un proceso continuo de evolución
y transformación que data de varios años.
34
El pandillerismo centroamericano no surgió de la nada ni apareció repentinamente.
Las maras centroamericanas contemporáneas son las herederas de largo plazo de los
grupos juveniles urbanos que sobrevivían
en las marginalidades de las grandes ciudades y que las condiciones sociales tanto
como las decisiones políticas han transformado y estimulado para convertirse primero en pandillas de poca relevancia y después en grupos de cuasi crimen organizado. En tal sentido, las maras son, en parte,
el producto de los eventos sociales que han
marcado a las sociedades centroamericanas
en las últimas dos décadas—o quizás
más— y los cuales han determinado la
manera en que se ha desarrollado el fenómeno. Esos eventos sociales constituyen
por un lado la concurrencia de ciertas condiciones demográficas y sociales: porcentaje de población joven, nivel de pobreza y
desigualdad, iguales oportunidades de
acceso a la educación, de acceso a la salud,
a vivienda digna y a espacios de esparcimiento, entre otros; pero por otro lado, son
el resultado de las decisiones políticas,
deliberadas o no, concientes o no, que los
estados han hecho para lidiar con su población joven y para enfrentar el problema de
las pandillas.
En otras palabras, las maras en Centroamérica son el resultado de una permanente
dinámica social, en la cual importa no solo
quiénes son los pandilleros y el entorno en
el que viven, sino también importa lo que
las sociedades, a través de sus gobernantes
y sus líderes, han hecho o han dejado de
hacer en relación con la juventud. Esos
aspectos son los que han determinado la
manera en que ha evolucionado el fenómeno a lo largo de los años y son los que ayudan a comprender porqué la presencia de
entornos y de realidades sociales muy
parecidas no necesariamente han derivado
en el mismo tipo de fenómeno pandilleril
en todos los países.
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
Finalmente, el carácter socio histórico del
fenómeno de las maras centroamericanas
implica que, aun cuando las maras tienen
características comunes en los tres países
del norte de Centroamérica, en el sur de
México y en las calles de algunas ciudades
de los Estados Unidos, las expresiones de
dichos grupos en cada uno de los lugares y
las dinámicas particulares de los grupos
que operan en estos lugares no son necesariamente los mismos. Cada entorno particular impone una serie de condicionantes
que determinan, en primer lugar, las dinámicas de comportamiento de los pandilleros al interior del país o de la región urbana
y, en segundo lugar, los procesos de formación de normatividad y valores que fijarán
los comportamientos futuros del grupo
pandilleril. Eso explica las diferencias que
se encuentran en el comportamiento de los
miembros y las clikas de una misma pandilla de un país a otro. Así, lo que puede ser
un comportamiento “normal” para unos
pandilleros dentro de un país puede ser
completamente impensable para la misma
pandilla o franquicia en otro país. Por
ejemplo, comportamientos como “Correr el
Sur”, que es establecer alianzas entre pandillas enemigas adentro de los centros de
reclusión, puede ser aceptable en las cárceles estadounidenses y hasta muy recientemente en las guatemaltecas, pero es claramente imposible en las penitenciarías hondureñas y salvadoreñas. Esto como producto del entorno de violencia pandilleril y de
políticas estatales que giran alrededor de la
reclusión de los jóvenes pandilleros.
La diversidad de las expresiones del fenómeno de las maras enfatiza, en tal sentido,
el carácter socio dinámico de las pandillas
centroamericanas y cuestiona los discursos
que señalan el supuesto carácter conspirativo del crecimiento y el desenvolvimiento
de las pandillas en los países de la región.
A final de cuentas, mucho del comportamiento de las maras —incluido su carácter
criminal— es más el resultado de esas interacciones con la realidad social cotidiana
de los países que el compromiso de los
mareros con una estrategia global establecida por un consejo supremo que opera
desde las cárceles angelinas como suele
señalarse por parte de los medios de comunicación y algunos funcionarios. Lo
anterior no significa que los pandilleros de
diversos países no tengan comunicación
entre ellos o que no compartan ciertas decisiones sobre su comportamiento a través de
los países; de hecho, las facilidades de comunicación global posibilitan el contacto
entre los diversos grupos pandilleriles
entre los países y la información fluye de
un lado hacia otro con mucha agilidad,
pero aún en esas circunstancias no hay
evidencia robusta de que todos los grupos
de una misma pandilla actúan en fidelidad
a las órdenes que se pueden emitir en un
país.
Todos esos aspectos son importantes para
comprender la dinámica de las pandillas
centroamericanas, sobre todo de cara al
modelo ecológico que explica la multifactorialidad que está detrás de la aparición de
las pandillas. En los próximos apartados se
hace una revisión de los factores que, según
los estudios que se han hecho sobre las
pandillas en Centroamérica, se encuentran
detrás de su aparición y su evolución en los
últimos años.
35
José Miguel Cruz
3. Los factores asociados a las pandillas
El propósito de este artículo es presentar
los factores que, a la luz de la evidencia
existente, pueden considerarse determinantes de la aparición de las maras o pandillas.
Estos factores, sin embargo, no agotan toda
la variedad de aspectos y condiciones que
influyen en la genealogía y evolución del
fenómeno de los jóvenes pandilleros, pero
si constituyen algunos de los más importantes para comprender por qué algunos
niños y jóvenes deciden incorporarse a las
maras en los países de Centroamérica, el
sur de México y los Estados Unidos.
Es posible agrupar dichos factores en diez
grandes categorías de condiciones, desde la
más amplia y estructural hasta la más concreta:
1. Procesos de exclusión social.
2. Cultura de violencia.
3. Crecimiento urbano rápido y desordenado.
4. Migración.
36
5.
6.
7.
8.
Desorganización comunitaria.
Presencia de drogas.
Familias problemáticas.
Amigos o compañeros miembros de
pandillas.
9. Dinámica de la violencia.
10. Las dificultades de construcción de
identidad personal.
Todas estas categorías reúnen una serie de
condiciones específicas que operan directamente sobre la conducta de los jóvenes y
facilitan la integración de los jóvenes a las
pandillas, su operatividad como grupo y
su evolución como fenómeno social. Siguiendo el modelo ecológico, dichas categorías se inscriben a su vez, en los diversos niveles del modelo, lo cual suministra
un marco útil para comprender las complejas relaciones entre todos los factores.
En el Cuadro 1 se muestra una relación
entre los diversos niveles de relación del
modelo ecológico, las categorías de causalidad y los factores específicos.
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
Cuadro 1
Los factores asociados a las maras
centroamericanas en el modelo ecológico
Nivel
relacional
Categoría de causalidad
Factores
Precariedad socioeconómica
Comunidades carecen de servicios básicos o son de mala
calidad
Procesos de exclusión social
Falta de oportunidades para la formación técnica o
profesional
Expulsión y deserción escolar
Desempleo o subempleo
Modelos culturales de relaciones personales
Social
Cultura de violencia
Patrones de enseñanza-aprendizaje del uso de la violencia
Permisividad cultural hacia el uso de armas
Crecimiento urbano rápido y
desordenado
Aglomeración urbanística y estrechez de espacios personales
Falta de espacios de esparcimiento
Servicios sociales comunitarios precarios o inexistentes
Jóvenes que adoptan la cultura pandilleril en el exterior
Migración
Retorno de jóvenes al país sin grupo de referencia
Criminales deportados
Poca confianza entre los miembros de la comunidad
Desorganización comunitaria
Comunitario
Presencia de drogas
Falta de participación ciudadana en los asuntos comunitarios
Consumo de drogas
Redes de tráfico de drogas
Familias disfuncionales
Familias problemáticas
Relacional
Historia familiar de violencia
Amigos o compañeros miembros de pandillas
Dinámica de la violencia
Individual
Abandono y negligencia por parte de padres y/o encargados
Las dificultades de construcción de identidad personal
Pandilleros en la comunidad
Pandilleros en la escuela
Ciclo reproductor de la violencia
Violencia en función de identidades
Búsqueda de identidad a través de la violencia
Ausencia de modelos positivos
Fuente: Elaboración propia.
37
José Miguel Cruz
A continuación se hace un breve análisis
sobre las formas en que intervienen todos
esos factores sobre el fenómeno de las pandillas, siguiendo el orden de las categorías
de causalidad propuestas en el Cuadro 1.
Todo ello, en función de la evidencia con la
que se cuenta a partir de los estudios previos, fundamentalmente llevados a cabo en
Centroamérica.
3.1. Procesos de exclusión social
Cuando se habla del fenómeno de pandillas
centroamericanas, así como también de la
violencia social que aqueja a las sociedades
centroamericanas de posguerra, muchos
autores señalan a la pobreza como uno de
los factores fundamentales (Rocha, 2001;
Carranza, Castro y Domínguez, 2004; Arana, 2005). Esa atribución puede ser útil
hasta cierto punto, pero en un análisis más
riguroso, el señalamiento de la pobreza
como un factor fundamental muchas veces
oculta el carácter interactivo y procesal del
fenómeno. Más importante que la pobreza
en sí misma, en el análisis de las pandillas
juveniles en Centroamérica lo que resalta
son los procesos de exclusión social con los
cuales muchas veces aquella está asociada,
aunque no siempre.
Como dice un documento del CELADE
sobre la juventud y el desarrollo en América Latina, “en la actualidad, la juventud
urbana de la clase trabajadora sufre de un
riesgo de exclusión social sin precedentes.
Desde el mercado hasta el Estado y la sociedad, una confluencia de factores tienden
a concentrar la pobreza entre los jóvenes y
a distanciarlos del ‘curso central’ del sistema social” (CELADE y UNFPA, 2000, p. 5).
Así, es más este proceso de distanciamiento
y de exclusión el que incide en los mecanismos que hacen que los jóvenes se incorporen a las pandillas que la sola pobreza en
sí misma.
Esto se cristaliza en primer lugar, en la
precariedad socioeconómica. Los jóvenes
38
que se integran a las pandillas, por lo general, son jóvenes cuyas familias deben hacer
esfuerzos para sobrevivir y en donde las
posibilidades de una vida digna están limitadas por la educación y el tipo de empleos
que tienen los padres o los responsables de
los jóvenes que se integran a las pandillas.
Por ejemplo, un estudio realizado en Honduras con pandilleros en Tegucigalpa y San
Pedro Sula (Save the Children y ACJ, 2002)
encontró que los padres del 80 por ciento
de los jóvenes de maras entrevistados
tenían una educación no mayor de séptimo
grado y que casi la mitad de los pandilleros
entrevistados dijeron que sus padres —o el
responsable de su hogar— se encontraban
desempleados; más aún, el 53.7 por ciento
de los padres de los pandilleros —en realidad, la mayoría mujeres— se dedicaba a los
oficios domésticos.
Esta precariedad social y económica por lo
general se traduce en pocas oportunidades
de formación escolar y de empleos competitivos para los miembros jóvenes del grupo
familiar. Los jóvenes que se integran a las
maras generalmente provienen de hogares
en donde las posibilidades de educación y
de empleo son muy precarias, aunque la
mayoría suele haber tenido la oportunidad
de estar en la escuela. Sin embargo, un pequeño desajuste en la economía familiar
provoca que la familia ya no sea capaz de
financiar el proceso educativo de los niños o
bien obliga a que éstos asuman responsabilidades laborales precarias que, con tal de
sostener a la familia, les alejan de la escuela.
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
Pero las condiciones de deprivación socioeconómica que rodean a los jóvenes que se
integran a las pandillas se reflejan mejor en
las condiciones medioambientales de la
comunidad en donde viven. La exclusión
social y económica que sufren los jóvenes
no solo se expresa en las dificultades que
tienen sus propias familias para darles una
educación de calidad y para crear oportunidades laborales para su futuro, sino también y de forma más evidente se expresa en
las condiciones de abandono social en las
cuales muchas veces se encuentran las
comunidades o barrios en donde viven los
jóvenes que se integran a las pandillas
(Carranza, 2004). Como lo señaló un estudio sobre pandillas y capital social (Cruz,
2004), las maras florecen en aquellas colonias y vecindades en donde la pobreza se
expresa en servicios sociales inexistentes o
de mala calidad; en donde, aunque los
hogares cuenten con los servicios básicos
como energía eléctrica o agua potable, el
suministro público de los mismos es inexistente o de mala calidad. Se trata de comunidades en donde muchas veces no hay
alumbrado público, en donde las calles
están en mal estado y en donde los inmuebles de uso público y comunitario están
completamente abandonados, sucios y,
muchas veces, derruidos. En el fondo se
trata de comunidades marginales y marginadas, esas que anidan en los límites vulnerables de las ciudades y que existen apartadas de los beneficios que produce el desarrollo económico urbano.
Y es que las condiciones de deprivación
económica que viven en su conjunto las
familias que habitan este tipo de comunidades generan complejos mecanismos de
marginación de los sistemas y redes sociales que afectan primordialmente a los jóvenes, los cuales están en la búsqueda de
espacios de inserción en la sociedad. Las
condiciones de precariedad socioeconómica
marginan a los jóvenes en un momento en
el cual ellos están definiendo su propia
identidad a través de la inclusión con los
grupos sociales. La marginalidad crea las
condiciones para que la inclusión se defina
a favor de grupos como las maras; los cuales, paradójicamente, desafían el orden
social establecido a través de la conducta
criminal y la trasgresión de los convencionalismos.
Uno de los mecanismos en donde se encuentra este proceso de marginalización
social con más claridad es en el de la expulsión y/o deserción escolar de los jóvenes
que se integran a las maras. Los diferentes
estudios llevados a cabo para recoger las
características de los pandilleros (Cruz y
Portillo, 1998; Santacruz y ConchaEastman, 2001; Save the Children y ACJ,
2002) han señalado que la mayoría de los
jóvenes pandilleros han pasado por el sistema escolar y tienen varios años de escolaridad. El estudio de Santacruz y ConchaEastman (2001) mostró que casi el 75 por
ciento de los jóvenes que estaban afiliados a
pandillas en el año 2000 en el Área Metropolitana de San Salvador, había estudiado
hasta noveno grado y que solamente el 3
por ciento nunca había pasado por la escuela; la misma tendencia se encontró en el
estudio hondureño de Save the Children y
ACJ (2002): el 86.7 por ciento de los mareros entrevistados en 2001 había estudiado
hasta tercer ciclo, pero en este caso el porcentaje de pandilleros que nunca habían
pasado por la escuela era de un poco más
del 8 por ciento.
En tal sentido, la hipótesis de que los jóvenes pandilleros son personas que no han
tenido ningún tipo de educación es falsa.
Sin embargo, a pesar de su paso por la
escuela, la otra característica de los pandilleros centroamericanos relativa a su educación es que la mayoría de ellos no estu-
39
José Miguel Cruz
dia. El estudio de pandilleros en Tegucigalpa y San Pedro Sula encontró que, en
2001, el 83 por ciento de los jóvenes enrolados en pandillas no se encontraba estudiando; el estudio salvadoreño de 1996
halló que el 76 por ciento de los pandilleros
no estudiaban; para 2001, ese porcentaje era
del 92.3 por ciento. Así, la mayoría de los
mareros han estado en la escuela y algunos
de ellos inclusive han logrado completar su
educación media, pero su proceso de afiliación a las pandillas desata procesos que
terminan con la expulsión o la deserción
del sistema escolar. Las declaraciones de
algunos pandilleros entrevistados en el
marco del Proyecto COAV (ver Carranza,
2005) en El Salvador son muy ilustrativas:
“…es que, pues sí, me metí a andar en la pandilla, ya no fui [a la escuela], como después me
manché [tatué] todo, ya no me aceptaron.”
(Entrevista No. 8, COAV).
Esto incrementa el sentido de exclusión
social pues para muchos pandilleros, la
expulsión de la escuela—a pesar de que su
estancia era problemática— genera sentimientos de frustración porque la misma
significa la clausura de las oportunidades
de formación y desarrollo.
“Después que me brinqué [integré], porque
después que vieron los tintazos (tatuajes) ya no
me quisieron recibir [en la escuela].” (Entrevista No. 2, COAV).
“Pero sí quisiera estudiar, pero como no podemos. Como la gente dice que no: están tatuados”
(Entrevista No. 6, COAV).
Es más, para muchos pandilleros la expulsión escolar es vivida como el paso definitivo a las pandillas y, por tanto, su reincorporación a la escuela es vista como una
reapertura a las oportunidades que la pertenencia a las pandillas niega.
40
“Hay veces que sueño que así todo tinteado
[tatuado] voy a estudiar. ¡Sí, no es paja [mentira]! Me veo con el uniforme en los sueños, voy a
estudiar bien firme, pero, ¡puta!, a veces cuando
despierto…sólo fue un sueño” (Entrevista No.
8, COAV).
La exclusión social se experimenta también
a través de la falta de oportunidades laborales o la existencia de empleos mal remunerados. A pesar de que la mayoría de
jóvenes que se integran a las pandillas no
estudian, buena parte de ellos no invierten
su tiempo en empleos o en actividades
productivas. La encuesta de Save the Children UK y ACJ en Honduras encontró que
la mayoría de jóvenes, alrededor del 90.4
por ciento, ha tenido empleo, pero al momento de la encuesta solo un poco menos
de la mitad (45.5 por ciento) todavía lo
tenía. La mayor parte de esos empleos eran
eventuales y/o temporales, como ayudante
de albañil, vendedor u obrero de maquila.
En El Salvador, la encuesta de 2001 encontró que solo el 17.6 por ciento de los pandilleros tenía un trabajo y de esos solamente
el 10 por ciento tenía un empleo estable,
aparte de que solo en el 10 por ciento de los
casos se trataba de un empleo de tiempo
completo. Esa falta de oportunidades es
vivida también como exclusión respecto a
las oportunidades, la cual se incrementa
con la asociación de los jóvenes a las pandillas:
“Nosotros no trabajamos porque a uno lo tienen
de menos. Está trabajando uno, (pero) como lo
ven tintado [tatuado] lo echan a uno a la mierda” (COAV, Entrevista No. 2).
Así, los procesos de exclusión social se
concretan de diversas formas en la cotidianeidad del joven. Están en las mismas condiciones socioeconómicas de los barrios y
vecindarios en donde viven los jóvenes que
se integran a las pandillas, se viven en las
precariedades económicas dentro del
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
hogar, se enfrentan en la falta de oportunidades para la formación y la capacitación y
se sufren en los procesos de expulsión de la
escuela y del trabajo cuando el joven comienza a optar por las pandillas.
3.2. Cultura de violencia
En cierto modo, las pandillas centroamericanas son el producto de sociedades que
cultivan y han cultivado la violencia por
décadas. Las pandillas constituyen una
expresión exacerbada y, muchas veces,
fuera de control de esa violencia que ha
prevalecido en las relaciones sociales e
interpersonales en los países centroamericanos. La cultura de violencia refiere a un
sistema de normas, valores y actitudes que
posibilitan, estimulan y legitiman el uso de
la violencia en las relaciones interpersonales (Huezo, 2001; Martín-Baró, 1992); este
sistema normativo se manifiesta y reproduce en todos los ámbitos de interacción de
las personas: no solo en las relaciones entre
los adultos sino también entre éstos y los
niños y los jóvenes en el hogar y en la escuela, los cuales constituyen los espacios
fundamentales de socialización.
En términos nacionales, dicha violencia ha
tenido diferentes rostros, ha sido social,
política, criminal, pero ha permanecido en
las sociedades centroamericanas por muchos años: un informe de la Organización
Panamericana de la Salud sobre la situación
de la salud en las Américas durante la
década de los años setenta muestra que
para mediados de ese década El Salvador,
Nicaragua y Guatemala tenían tasas de
homicidios por encima de 20 muertes por
cada 100,000 habitantes, más del doble de
la tasa promedio latinoamericana de esas
fechas (OPS, 1980). Esto significa que algunos de los países centroamericanos que
ahora están afectados por las maras tienen
un largo historial de violencia al interior de
sus sociedades; en el pasado, los protago-
nistas fundamentales de esa violencia eran
otros actores, muchas veces pertenecientes
al Estado mismo; en la actualidad, las maras se han vuelto en uno de esos protagonistas.
Una de las más claras expresiones de esa
normatividad a favor de la violencia lo
constituye la cantidad de homicidios que
son cometidos en circunstancias que tienen
que ver con problemas de convivencia o
con procesos de ajustes de cuentas en los
países del norte de Centroamérica. De
hecho, según la Policía Nacional Civil de El
Salvador, más del 65 por ciento de los asesinatos que se cometen en ese país son
producto de lo que la institución llama
“violencia social” (Policía Nacional Civil,
2003), esto es, violencia cuya motivación
fundamental es obtener un beneficio o
poder social (Moser y Winton, 2002) y que
se expresa en violencia interpersonal, riñas
callejeras, violencia doméstica, etc. En
Honduras, un estudio patrocinado por el
BID (Rubio, 2002) encontró que solamente
el 33 por ciento de los homicidios cometidos en la ciudad de San Pedro Sula fueron
originados en circunstancias de violencia
económica; en el 33 por ciento de los casos,
los homicidios se cometieron en circunstancias que el autor llama intolerancia (o problemas de convivencia) y en el 23 por ciento de los casos, las muertes ocurrieron
como producto de ejercicios de justicia
privada. Esto significa que en un poco más
de la mitad de los casos de homicidio ocurridos en San Pedro Sula en 2001, se trató
de violencia social. En Guatemala, de
acuerdo al Centro de Investigaciones Eco-
41
José Miguel Cruz
nómicas Nacionales (CIEN, 2002), los departamentos del país en donde se concentra
más la violencia homicida son aquellos en
donde prevalece una “actitud cultural
violenta”, esos departamentos forman
parte de la zona oriental del país.3
La normatividad imperante, la cual se expresa en las relaciones sociales cotidianas,
es la que ha permitido que varias generaciones de jóvenes crezcan y se socialicen en
un entorno que favorece el uso de la agresión para resolver conflictos y para relacionarse con los demás. Ese entorno es el que
ha facilitado el uso extremo de la violencia
que implica la afiliación pandilleril. Los
mareros son, en parte, el resultado de ese
entorno en el que se legitima la agresión
desde el hogar, pasando por la escuela,
hasta los referentes simbólicos de las sociedades actuales: los medios de comunicación. La mayoría de los jóvenes que se
integran a pandillas crecieron en ambientes
domésticos y escolares en donde el maltrato y el castigo físico eran la norma para
criarlos y educarlos. La violencia, por tanto,
se vuelve normal y su ejercicio se convierte
en el medio de relación privilegiado no solo
en contra de los rivales y enemigos, sino
también en contra de los mismos pares.
Pero la normatividad cultural que favorece
un entorno violento no solo se refuerza de
los procesos de socialización en la escuela y
en el hogar. Se reproduce también en los
entornos de la vida pública, en las políticas
estatales que, como los planes de cero tolerancia o de mano dura, recalcan la noción
de que la mejor manera de enfrentar los
problemas es mediante el uso de la fuerza.
En algunos casos, los conflictos bélicos
internos de algunos países centroamericanos no hicieron sino exacerbar esa normati-
3 Esa zona es la que colinda con los países de El Salvador y Honduras.
42
vidad a favor de la violencia. Durante muchos años, generaciones de guatemaltecos y
salvadoreños crecieron a la sombra de
discursos militaristas, de planes que preparaban a la población para que usara la violencia en contra del enemigo y rival de la
forma más efectiva y de un ambiente en el
que se fomentaba la desconfianza entre los
ciudadanos.4 En este contexto, muchas
personas fueron entrenadas para combatir
y, por lo tanto para ser profesionales en la
utilización de armas y técnicas de guerra.
Los pandilleros de la actualidad no fueron
esos combatientes y la gran mayoría de
ellos nunca peleó y ni siquiera tiene recuerdos directos de la guerra, pero sí son
los receptores directos de un legado apologético hacia la violencia, el cual no ha sido
enfrentado desde la institucionalidad
emergente de las transiciones de posguerra.
Antes bien, las precondiciones culturales
hacia la violencia, dilatadas por las guerras, dejaron sociedades que rinden culto a
los conflictos y a sus instrumentos: las
armas. La afición de muchos ciudadanos
centroamericanos por las armas, en el
marco de sociedades regidas por la ética
del conflicto interpersonal, encuentra su
máxima expresión en la facilidad con la
que muchos jóvenes y niños obtienen
armas sofisticadas y de guerra. Una encuesta sobre seguridad pública cursada en
El Salvador en 2004 encontró que más del
38 por ciento de los salvadoreños dijeron
que si pudieran, les gustaría tener un
arma para su propia protección; este porcentaje es mayor entre el grupo de población más joven encuestada: 42.6 por ciento
(Cruz y Santacruz, 2005). Un resultado
muy similar obtuvo una encuesta sobre
seguridad ciudadana en Guatemala en el
mismo año: el 35.3 por ciento de las per4 Aunque Honduras no tuvo conflicto armado interno,
sí se vio afectado indirectamente por las guerras de sus
países vecinos y por la militarización a la que fue
sometido el país durante ese período.
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
sonas dijeron que si tuvieran la oportunidad, adquirirían un arma de fuego, y entre
los jóvenes, el porcentaje sube a más del
40 por ciento (POLSEC-PNUD, 2005). La
inclinación de más de una tercera parte de
la población hacia el uso de armas es parte
de ese entorno cultural que favorece que
muchos niños y jóvenes vean en el uso de
la violencia un comportamiento útil y
ensalzado. Muchas veces, el ejercicio de la
violencia que caracteriza el proceso de
integración y permanencia de los muchachos en las pandillas sólo es un reflejo
aumentado de los valores que ellos recogieron en su proceso de socialización.
3.3. Crecimiento urbano rápido y desordenado
Una de las primeras investigaciones sobre
el fenómeno de las pandillas realizada en El
Salvador mostró que las pandillas crecen y
se reproducen en aquellos entornos urbanos caracterizados por la aglomeración
residencial; por la falta de espacios de esparcimiento para la población, especialmente la más joven; y por la carencia o
mala calidad de los servicios básicos en las
comunidades (Smutt y Miranda, 1998).
Todos estos factores se dan como resultado
de los procesos de crecimiento acelerado y
poco planificado de las ciudades grandes
en Centroamérica. En realidad, esta es una
relación que no solo tiene que ver con Centroamérica, sino más bien con América
Latina. Un estudio (Gaviria y Pagés, 1999)
sobre los patrones de victimización en
Latinoamérica encontró que las ciudades
cuya población ha crecido de manera más
acelerada en los últimos años experimentan
un mayor grado de violencia como producto de la desorganización y la poca planificación urbanística de las ciudades.
La falta de organización urbanística y el
continuo flujo de población que hace crecer
las ciudades de manera acelerada provocan
problemas urbanos que contribuyen al
caldo de cultivo de las pandillas y los grupos de jóvenes que deambulan por las
calles y los barrios. Uno de esos problemas
es el hacinamiento residencial. El estudio
sobre capital social y pandillas llevado a
cabo en la ciudad de El Progreso en Honduras por el Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC) halló que en
los barrios que están atestados de pandillas
el hacinamiento de las personas dentro de
los hogares es mucho mayor que en los
barrios que no tienen problemas de pandillas. Por ejemplo, el promedio de personas
que viven en los hogares de barrios con
problemas de maras es de 6, mientras que
en los barrios que no tienen problemas de
pandillerismo el promedio de personas por
hogar es de 5 (Carranza, Castro y Domínguez, 2004). Este mismo fenómeno fue
encontrado por Smutt y Miranda (1998) en
su estudio sobre las pandillas en un barrio
del Área Metropolitana de San Salvador.
Las maras crecen y se desarrollan en barrios en donde la aglomeración residencial
expulsa a los niños y los jóvenes a la calle,
la cual se convierte en el espacio primario
de socialización en lugar del hogar mismo.
El impacto del crecimiento descontrolado
de las ciudades se concentra también en la
calidad de los barrios y vecindarios que
conforman los centros urbanísticos ampliados. En concreto, se trata de barrios en los
cuales se echan de menos los espacios públicos de esparcimiento y los espacios públicos en buen estado. Los lugares en donde se concentran las pandillas son, usualmente, aquellos sitios en los cuales los
jóvenes no cuentan con espacios de espar-
43
José Miguel Cruz
cimiento y de diversión sana; son lugares—
que como ya se mencionó algunos párrafos
atrás— permanecen olvidados de atención
de las autoridades o, inclusive, de los mismos vecinos, lo cual los convierte en sitios
deteriorados, los cuales son ocupados por
los jóvenes que permanecen en las calles.
La falta de espacios de calidad que puedan
ser utilizados por los jóvenes para su propia diversión y tiempo libre, crea las condiciones para que la calle y los sitios más
“perversos” de ésta se conviertan en las
zonas en donde se configura el comportamiento grupal juvenil.
De nuevo, la investigación regional sobre
maras y capital social, desarrollada en
varias ciudades centroamericanas, encontró
que los barrios en donde aparecen y se
desarrollan las pandillas son aquellos que
suelen contar con más espacios así llamados “perversos”, esto es, bares o cantinas,
lugares de juego y prostíbulos. La presencia
de espacios públicos positivos, como canchas de juego, casas comunales y parques,
resultó ser más importante en ciertas ciudades, como San Salvador y El Progreso
que en otras (Cruz, 2004). Sin embargo, una
encuesta sobre seguridad pública llevada a
cabo en El Salvador a nivel nacional encontró que la existencia de espacios públicos
descuidados y deteriorados estaba asociada
a la presencia de maras y de victimización a
causa de éstas (Cruz y Santacruz, 2005). Al
final de cuentas, y como dicen Smutt y
Miranda (1998), la carencia de espacios
adecuados para atender las demandas de
tiempo libre de los niños y jóvenes empuja
a muchos de ellos a permanecer en las
calles, en las esquinas, en los sitios abandonados y deteriorados y en los lugares cercanos adonde aparece la violencia (bares,
por ejemplo), lo cual crea las condiciones
para que los muchachos entren en contacto
con los pandilleros.
44
Pero, el impacto del descontrol urbanístico
y el deterioro de la ciudades no se limita
solo al hacinamiento y a la ausencia de los
espacios adecuados para el desarrollo de
los niños, tiene que ver también con la
dificultades que tienen las urbes para poder
proveer y garantizar servicios adecuados a
la población. El estudio de Smutt y Miranda registró que las familias con jóvenes
pandilleros están más expuestas que las de
los no pandilleros a “carecer en sus viviendas de servicios públicos que contribuyan a
generar las condiciones para mejorar la
calidad de vida” de las personas (1998, p.
70). El mismo estudio presenta el testimonio de un marero que resume muy bien ese
proceso:
“En la casa de mi mamá no me gusta, a mí me
gusta estar aquí (en la casa donde se reúne la
mara), pero si uno no tiene dónde tiene que
aguantar. Allí (en la casa de la mamá) no me
gusta porque no tengo amigos, no tengo ambiente, y ahorita no hay luz allí, pero sí va a
haber. El alcalde ha prometido ponerles la luz
como regalo de navidad. Intento casi no llegar,
llego de vez en cuando a cambiarme, a veces a
dormir…” (Williams; Smutt y Miranda, op.
cit).
En El Progreso, Honduras, las familias que
viven en los barrios en donde hay pandillas
suelen acudir menos a los servicios de
salud privados —que son los que usualmente brindan mejores servicios— y tienden más a automedicarse y a visitar curanderos que las familias que viven en los
lugares en donde no hay pandillas (Carranza, Castro y Domínguez, 2004). El
mismo estudio, en su perspectiva más
regional, encontró que las comunidades en
donde aparecen más las maras son aquellas
en donde las calles de la vecindad suelen
estar en mal estado más frecuentemente
que las calles de los barrios en donde no
hay pandillas (Cruz, 2004).
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
La falta y el deterioro de los servicios públicos a los que tienen acceso las comunidades empobrecidas refuerzan la percepción de abandono de la población que vive
en las mismas, incrementando con ello las
condiciones para que muchos de los jóvenes se decidan a entrar y vivir junto a las
pandillas. Esa problemática con respecto a
los servicios públicos es también, en parte
producto de los procesos de urbanización
acelerada y poco planificada, la cual hace
que muchos de los barrios se edifiquen en
lugares inhóspitos, vulnerables y sin condi-
ciones para la provisión adecuada de los
servicios fundamentales: muchos de esos
barrios no disponen de alumbrado adecuado; no tienen sistemas de alcantarillas; no
hay centros de salud o están descuidados;
las escuelas están instaladas en inmuebles
sin la infraestructura adecuada; las calles y
las aceras de la colonia se encuentran deterioradas. Todo esto se da muchas veces en
contraste con otras zonas colindantes de la
ciudad, las cuales gozan de condiciones
óptimas y de servicios sociales que funcionan bien (Samayoa, 2002).
3.4. Migración
La migración constituye probablemente
uno de los factores más mencionados como
causa explicativa del fenómeno de las maras en Centroamérica (Arana, 2005; Ribando, 2005; Zilberg, 2004), y de hecho ha
jugado un papel fundamental en la expansión y desarrollo de la problemática de las
maras centroamericanas. Sin embargo, es
preciso señalar que éste no es necesariamente el factor más explicativo del complejo fenómeno de las pandillas en la región,
dado que no se trata de que las pandillas
crecieran en Centroamérica simplemente
por el aumento numérico de jóvenes deportados y retornados.
Las pandillas centroamericanas no surgen
porque sean una importación simple de
jóvenes del Este de Los Ángeles, como
muchas veces sugieren los reportajes de
prensa. Las maras son más bien el producto
de la importación del modelo cultural de
ser pandilla: con él se han difundido maneras de vestir, de comunicarse y de comportarse, las cuales han sido adoptadas por los
jóvenes centroamericanos en busca de
identidad. En otras palabras, la migración
contribuyó significativamente a la reconfiguración del fenómeno de las maras al
permitir fundamentalmente el flujo de
identidades, valores y símbolos asociados a
la pertenencia a las pandillas. De allí que el
origen de las pandillas como redes trasnacionales no es solo el producto de la importación directa de pandilleros, sino el producto de la conexión de dos fenómenos que
se originaron separadamente y que a principios de los años noventa entraron en
contacto como producto de la migración y
la deportación de centroamericanos.
¿Cómo ocurrió ese proceso? A principios
de la década de los años ochenta, Centroamérica era una región con varias guerras
civiles y conflictos militares. La inestabilidad política provocó que muchos centroamericanos, especialmente salvadoreños,
emigraran primero como refugiados políticos hacia los Estados Unidos y luego como
refugiados económicos (ver Montes, 1987).
Dichos ciudadanos viajaron o formaron sus
propias familias en el país del norte con sus
compatriotas; esto dio lugar a que cientos
de jóvenes salvadoreños inmigrantes crecieran en las calles de las ciudades estadounidenses, especialmente Los Ángeles.
Allí se toparon con otros jóvenes de origen
45
José Miguel Cruz
latinoamericano, en su mayoría mexicanos,
que ya controlaban las calles.
Viviendo bajo condiciones de marginación
cultural y económica, muchos jóvenes migrantes encontraron en las pandillas la
alternativa de un grupo de referencia que
proveía identidad, respeto y apoyo (Vigil,
2001). En un primer momento, esa integración a las pandillas se da sobre los grupos
ya previamente formados por jóvenes de
origen mexicano o chicano, dentro de esos
grupos, la pandilla 18th Street es una de las
más numerosas, pero luego y como producto del crecimiento de la población centroamericana, los jóvenes comienzan a
formar pandillas con identidades propias y
en ese contexto nace la llamada Mara Salvatrucha, conformada fundamentalmente por
jóvenes migrantes salvadoreños, a los cuales posteriormente se van uniendo jóvenes
provenientes de otros países de Centroamérica.
Mientras tanto, en Centroamérica, condiciones parecidas generaron la aparición de
pandillas o maras (Cruz, 2005), que inmediatamente se caracterizaron por el ejercicio
un poco más intenso de la violencia que las
pandillas comunes, dado su anclaje a sociedades que ya eran de suyo culturalmente violentas (Levenson, 1989). Ese fenómeno, sin embargo, se caracterizaba por la
presencia de un gran número de distintas
pandillas que controlaban barrios y calles
específicas y delimitadas dentro de la ciudad.
Hacia principios de los años noventa se dio
inicio a los procesos de retorno de los migrantes y a las políticas de deportación
masiva del gobierno estadounidense. Dichos procesos generaron flujos de jóvenes
que traían consigo su experiencia pandilleril y, sobre todo, una especie de “estética”
de ser pandillero (Papachristos, 2005). La
mayoría de los jóvenes que regresaban a El
46
Salvador y otros países de Centroamérica
en calidad de deportados o de retornados
voluntarios se caracterizaban por ser muchachos que habían crecido en una cultura
completamente distinta, que apenas hablaban inglés y que, en varios casos, contaban
con débiles vínculos familiares en el país de
retorno o, en el peor de los casos, no tenían
grupo de referencia alguno porque su familia y sus amigos quedaron en los Estados
Unidos. Esto generó que muchos de los
primeros contactos y los más importantes,
con las sociedades centroamericanas se
dieran a través de las pandillas existentes.
Estos contactos facilitaron, en primer lugar,
la transmisión de los simbolismos del ser
pandillero: su forma de vestir, el uso de
tatuajes, las formas de comunicación; pero
en segundo lugar y de manera más importante, transmitieron e importaron identidades pandilleriles, esto es, transmitieron
pertenencias a pandillas.
Las primeras expresiones de ese proceso se
pueden encontrar en la expresión usada en
Guatemala para denominar a las maras que
adquirían los nombres de las pandillas de
Los Ángeles: “las maras-clones”, denominadas así “por ser copias de grupos similares extranjeros, producto del impacto de
culturas foráneas, principalmente la estadounidense” (Merino, 2001, p. 176). Para
principios de los años noventa, en El Salvador ya se podía encontrar a la Mara Salvatrucha y la Pandilla de la Calle 18, entre
los nombres de la diversidad de pandillas
existentes en San Salvador. Sin embargo,
esta situación duró muy poco. Influenciados por el creciente flujo de retornados y el
aura de admiración que envolvía a los
jóvenes que retornaban de las ciudades
estadounidenses, la mayoría de las pandillas que existían en El Salvador comenzaron a adoptar los modos y la estética de los
pandilleros retornados —deportados o no.
En el lapso de un quinquenio, las identidades pandilleriles provenientes de los Esta-
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
dos Unidos se impusieron sobre el resto de
pandillas, no bajo un proceso de violencia o
disputas de territorio, sino más bien bajo
procesos paulatinos de adopción de las
identidades.
Los pandilleros, ya activos y conformados
en sus propios grupos, comenzaron primero a imitar los estilos de los retornados y
terminaron luego cambiando el nombre de
sus propios grupos a alguno de las pandillas más representativas del modelo norteamericano: Mara Salvatrucha (MS) o
Pandilla de la Calle 18 (La 18). En ese proceso, se formó una constelación de pequeños grupos pandilleriles que compartían un
mismo nombre y que poco a poco fueron
adoptando un sistema de conductas, normas y valores que les hacía parte de la
misma organización. En tal sentido, las
antiguas pandillas territoriales se convirtieron en clikas, las cuales formaban una federación de pandillas que se reconocían bajo
un mismo “barrio”: ser 18 o ser MS.
Los jóvenes retornados y responsables de
importar el modelo cultural pandilleril de
los Estados Unidos jugaron un papel importante no solo en el proceso de transposición de identidades juveniles, sino también
en el proceso de configurar esas federaciones en redes locales. Eran ellos los que
establecían los contactos entre los diversos
grupos que se sumaban a la pandilla, los
que permitían los flujos de información,
identidad, normas y valores desde el exterior, pero también entre las mismas clikas
locales.
Para 1996 y según una encuesta cursada
con los pandilleros activos en el Área Metropolitana de San Salvador (AMSS), el 85
por ciento de los jóvenes enrolados en
pandillas pertenecían a la Mara Salvatrucha
o a la Pandilla 18; solamente el 15 por ciento de los pandilleros permanecían en otras
pandillas (Cruz y Portillo, 1998). Sin embargo, en términos cuantitativos, el peso de
los pandilleros repatriados de los Estados
Unidos era más bien bajo. La misma encuesta reveló que el 17 por ciento de los
pandilleros activos en el AMSS había estado en los Estados Unidos y que solo el 11
por ciento se había integrado a las pandillas
en ese país. La gran mayoría de los integrantes de las maras se habían integrado en
diversas ciudades salvadoreñas.
Este proceso se repitió con más o menos
similitud en los países de Guatemala y
Honduras, los cuales se vieron impactados
también por sus propios procesos de migración con relación a los Estados Unidos,
pero también por la migración al interior
del triángulo norte de la región centroamericana. Al igual que en El Salvador, para
finales de la década de los noventa, tanto
Guatemala como Honduras habían transitado hacia el modelo de las dos grandes
federaciones pandilleriles. Al final de cuentas, dos fenómenos que nacieron con relativa independencia y con sus propias dinámicas de causalidad, terminaron conectándose y formando parte de un solo fenómeno en buena medida a partir de la influencia de la migración poblacional.
3.5. Desorganización comunitaria o escaso capital social
positivo
Las pandillas surgen en aquellos ambientes
marcados por la desorganización comunitaria, esto es, en contextos comunitarios en
donde la falta de confianza entre las personas, los vecinos y los integrantes de la comunidad impide el desarrollo de procesos
47
José Miguel Cruz
de participación social que potencian la
resolución de los problemas colectivos y el
logro de metas comunes.
Un estudio sobre capital social y pandillas
realizado por diversos centros de investigación en Centroamérica encontró que las
maras centroamericanas han florecido en
barrios “desarticulados, desorganizados,
abandonados y empobrecidos… (En) lugares en donde la confianza en el vecino ha
sido destruida por la incapacidad de resolver la infinidad de conflictos que genera la
lucha y la competencia por la supervivencia
personal” (Cruz, 2004, p. 322). Dicho estudio encontró más concretamente que los
barrios centroamericanos en donde existen
maras o pandillas son precisamente aquellos en donde sus pobladores muestran los
más bajos niveles de confianza interpersonal entre los miembros de la comunidad;
son aquellos en donde la participación en
organizaciones es alta pero se encuentra
particularmente orientada a tareas de seguridad y no tanto a tareas de desarrollo
comunitario; son lugares en donde son
comunes los espacios de congregación
alrededor de cantinas, bares, prostíbulos o
casas de juego y son lugares en los que al
mismo tiempo escasean los espacios públicos de encuentro con fines positivos, como
las casas comunales, los parques y las canchas en buen estado. En otras palabras, los
lugares en donde aparecen y crecen las
pandillas son aquellos en donde hay más
oportunidades de que la gente—y particularmente los jóvenes—se reúna para delinquir y no necesariamente para contribuir a
resolver los problemas de la comunidad.
Por su parte, la desorganización comunitaria no aparece de la nada. No es que de la
noche a la mañana la falta de confianza de
los miembros de la comunidad cree la semilla para la pandillerización de los jóvenes. La desorganización comunitaria es el
resultado de un proceso sistemático de
48
abandono social y económico de amplios
sectores de población; es el resultado de la
pauperización de las condiciones sociales,
del desorden en la planificación urbana y
del abandono del Estado. Pero no todas las
comunidades abandonadas y deprivadas
socio económicamente se vuelven en semilleros de mareros. Los pandilleros aparecen
y crecen en las comunidades en donde esos
problemas de desorganización social son
agudizados por la falta de mecanismos
sociales de participación ciudadana y de
integración interna: de allí la importancia
de la confianza mutua y de los procesos de
organización ciudadana. Son éstos los que
al final pueden hacer una diferencia frente
a las dinámicas de exclusión social y abandono al que han sido sometidos amplios
sectores de las ciudades centroamericanas
en tiempos de liberalización económica.
Eso es, además, lo que explica que no todas
las ciudades centroamericanas —aún al
interior de los mismos países que enfrentan
el problema de las pandillas— tengan la
misma magnitud del problema. En Guatemala, el problema de las pandillas parece
más grave en aquellas comunidades no
indígenas, en donde el sentido de identidad, pertenencia y participación es menor,
y en donde las comunidades están, en consecuencia, más desarticuladas y desorganizadas.
Eso es lo que explica también que, por
ejemplo, Nicaragua, con su prolongada
historia de pobreza, desigualdad económica y marginación social no haya desarrollado unas pandillas juveniles tan violentas ni
tan extendidas en sus ciudades. Precisamente, uno de los aspectos que diferencia a
Nicaragua con respecto al resto de países
del norte de la región centroamericana es
su particular historia social y política reciente. El paso del sandinismo en la década
de los ochenta dejó profundas huellas en
los modos de organización ciudadana y en
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
la relación de ellos con las autoridades,
particularmente con las de seguridad pública. A diferencia del resto de países de la
región, en Nicaragua durante muchos años
se fomentó la organización vecinal de las
comunidades para tareas de seguridad y
desarrollo, y esas prácticas parecen haber
sobrevivido al sandinismo y haberse sedimentado entre amplios grupos de población. Así, la participación ciudadana habría
servido como contención a los procesos de
marginación y exclusión social de los cuales
se alimentan las maras en los países vecinos.
Pero lo cierto es que la violencia misma
juega un papel fundamental en los proce-
sos de desorganización y desarticulación
social de las comunidades, lo cual no hace
sino profundizar la espiral que acelera el
crecimiento de las pandillas y de su violencia juvenil. Un estudio sobre capital social
realizado en comunidades guatemaltecas
afectadas por la violencia y las maras encontró que la violencia de las maras contribuía también a la desorganización comunitaria, a la desconfianza interpersonal y al
miedo de los habitantes, truncaba el desarrollo de organizaciones sociales productivas y multiplicaba la existencia de las organizaciones “perversas” que fomentaban la
violencia y la inseguridad (Moser y McIlwaine, 2004).
3.6. Presencia de drogas
A nivel comunitario, no solo la desorganización social juega un papel explicativo de
la integración de los jóvenes a las pandillas
y de la proliferación de éstas, también es
importante la existencia de economías
criminales, especialmente la presencia de
drogas al interior de una comunidad. Según Moser y Winton (2002), la ubicación de
Centroamérica entre el norte consumidor
de drogas y el sur productor de las mismas
convierte a la región en una de las zonas
más expuestas al tráfico de drogas. El problema del tráfico, comercialización y consumo de drogas ha crecido en la región en
los últimos años, lo cual ha inundado las
calles de la oferta de drogas y ha provocado que las mismas hayan disminuido su
valor haciendo las sustancias más accesibles a la población, especialmente la más
joven. Un estudio de la Fundación Antidrogas de El Salvador (FUNDASALVA,
2004) encontró que el grupo más vulnerable
al consumo de sustancias psicoactivas es el
de los menores de edad y jóvenes.
Las drogas juegan un papel importante en
la dinámica de afiliación de los jóvenes a
las pandillas, sobre todo en aquellos lugares marcados por el abandono y la marginación. El consumo de drogas facilita la
vinculación de los jóvenes a las pandillas
no solo porque su consumo constituye una
forma de recreación y placer para algunos
jóvenes que están en la búsqueda de experiencias nuevas sino que además porque la
relación con las drogas genera un encadenamiento con las diversas dinámicas de
violencia que prevalecen al interior de la
pandilla. El siguiente testimonio de un
pandillero salvadoreño de 17 años del
Barrio 18 ejemplifica muy bien ese proceso:
“Primero yo llegaba. O sea, había una esquina
en donde se mantenían los pandilleros del barrio
que yo soy. Ahí tenían droga: ‘yo quiero fumar’,
‘estás bien chiquito’, ‘dejá de andar haciendo
esto’. Un loco que está preso me decía: ‘no hombre, vos no deberías estar aquí, por vos me van a
llevar preso’. Yo tenía como doce, once años
quizás. Me daban mi purito o si no, yo lo com-
49
José Miguel Cruz
praba y no les decía nada a ellos y me iba. Y de
ahí (me dijeron): ‘Vimos que vos mucho andás
loquiando, ¿querés ser del barrio?’ Porque
vieron que yo empecé a vestirme todo flojo.
‘¿Qué ondas, qué alucín?, pues no hombre, la
vida del pandillero es bien firme’, me decían.
Entonces, así poco a poco me fui quedando y ya
no llegaba solo a fumar, sino que me estaba una
mañana, viendo lo que ellos hacían. ‘Voy a salir
a conseguir’ decían algunos y se iban y al rato
venían con dinero.” (COAV, Entrevista No.
4).
Del Olmo (1997) cita tres formas en las que
esa relación con la violencia se cristaliza, lo
cual es perfectamente aplicable a las pandillas. En primer lugar, el consumo e intoxicación con drogas (con algunas) genera
estados de conciencia en donde es más fácil
que los jóvenes pierdan el control y se
vuelvan violentos. De acuerdo al estudio
sobre maras realizado por ACJ y Save the
Children UK en Honduras, casi el 85 por
ciento de los pandilleros que operan en San
Pedro Sula y Tegucigalpa han consumido
drogas. El estudio de Santacruz y ConchaEastman en 2001 registró un aumento en el
consumo de drogas más pesadas, como el
crack o la “piedra” y la cocaína con respecto a otro estudio similar en 1996 (Cruz y
Portillo, 1998) y que eso estaba relacionado
con su nivel de violencia criminal. Más aún,
el estudio de 2001 encontró que uno de los
predictores de los jóvenes para ser víctimas
de la violencia en manos de otros pandilleros era el consumo de drogas. Esto muestra
que el consumo de cierto tipo de drogas no
solo convierte a los jóvenes en victimarios
sino también en víctimas y los introduce a
un círculo de violencia. Ese círculo de violencia se amplifica en el segundo tipo de
relación entre las drogas y la violencia. Las
50
drogas no solo generan más violencia como
producto de la intoxicación de ciertas substancias, sino también porque la dependencia física y psicológica que las adicciones
que algunas de las drogas generan, obliga a
los jóvenes y pandilleros a reclamar más
recursos para mantener las adicciones. Esos
recursos son obtenidos de las actividades
delincuenciales y de la integración a las
actividades criminales.
De las actividades criminales se pasa fácilmente al tercer nivel o tipo de vinculación
entre drogas y violencia. En el caso de los
pandilleros, la droga genera economías
criminales en donde la única forma de
poner orden y controlar las transacciones,
el mercado y la comercialización de las
sustancias es mediante el uso de la violencia. En este caso se trata ya de la participación de los pandilleros en las redes de narcotráfico y crimen organizado, la cual puede ir desde la colaboración en la distribución de drogas al menudeo en las calles,
hasta el control de territorios de trasiego y
comercialización. La manera en cómo se
mantiene el pandillero en ese “negocio”
usualmente depende de su habilidad para
cumplir con las normas informales y de su
capacidad de lidiar con la violencia.
Al final de cuentas, la presencia de drogas
y la relación de los jóvenes con ésta, se
convierte en un factor que no puede ser
soslayado en la dinámica de las pandillas.
Las drogas allanan el camino de muchos
jóvenes a la integración a las maras, pero
también fortalecen el vínculo de ellos con
las dinámicas de la violencia, al integrarlos
a complejos procesos de adicción y redes de
comercio criminal.
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
3.7. Familias problemáticas
Si hay un factor que puede considerarse
como una de las causas más importantes y
decisivas para que un niño que está a punto
de convertirse en adolescente y en adulto se
convierta en pandillero, se vuelva extremadamente violento y termine siendo un
criminal de carrera; es la familia, pues forma parte de un nivel de interacción causal
que se ubica más en la esfera de lo relacional y lo privado del joven que en la órbita
de lo social o lo comunitario. La familia,
con toda su complejidad, con su impacto en
la personalidad del joven, con sus pautas
de relación interpersonal, determinan en
buena medida, las probabilidades de que
un muchacho se convierta o no en pandillero; determinan qué tanto un joven que vive
inmerso en un ambiente rodeado de marginalidad y caos resistirá las tentaciones de
la calle o sucumbirá ante ella.
El impacto de las familias sobre los jóvenes
que se integran a las pandillas es diverso y
complejo. Como en muchos otros factores,
la manera en que la familia pone las condiciones para que un muchacho se sume a las
pandillas no proviene de un solo suceso o
de un tipo de relación familiar, sino más
bien de la compleja forma en cómo se han
construido las relaciones familiares en el
seno del hogar. De allí que, a diferencia de
lo que se suele decir frecuentemente en los
medios y por algunos académicos, es muy
difícil atribuir el problema del crecimiento
de las pandillas a la desintegración familiar
o a la existencia de familias monoparentales. Es cierto que muchos pandilleros provienen de familias desintegradas, monoparentales o están a cargo de abuelos, tíos o
tutores sin lazos directos de consanguinidad; pero no es menos cierto que muchos
otros pandilleros provienen de familias en
las que se encuentran ambos padres.
El estudio de mediados de los noventa
realizado por el IUDOP encontró que un
poco más del 28.3 por ciento de los pandilleros vivían con alguno de sus padres (la
mayoría fundamentalmente la madre),
mientras que el 24.3 por ciento dijo vivir
con ambos padres, el resto de pandilleros
entrevistados dijo que vivía con amigos
(22.4 por ciento), con otros familiares (14.2
por ciento) o con otras personas (10.8 por
ciento) (Cruz y Portillo, 1997). Aunque
ciertamente la mayoría de los pandilleros
no viven con ambos padres, el porcentaje
de integrantes que viven con sus dos padres no es despreciable y supera a aquellos
que viven en compañía de otros familiares.
Los resultados de la encuesta hondureña
conducida por ACJ y Save the Children UK
(2002) parecen mostrar la misma tendencia:
según estos, el 62 por ciento de los pandilleros entrevistados en Honduras vivían
con sus padres al momento de la encuesta,
mientras que el 38 por ciento dijo que no
vivía con sus padres.5
Por ello, más que hablar de familias desintegradas, es más preciso hablar de familias
disfuncionales, en donde las relaciones
entre sus miembros no funcionan de manera adecuada y formativa para sus integrantes más jóvenes. Es cierto que una madre
soltera, que ha sido abandonada por su
marido o que simplemente decidió criar a
sus hijos sola, suele enfrentar más dificultades para controlar sola a sus hijos adoles-
5 La limitación del estudio de Honduras es que no se
especifica si viven con ambos padres o solo con uno de
ellos.
51
José Miguel Cruz
centes; es cierto que una madre o un padre
solteros suelen tener más dificultades para
dividir su tiempo y dedicarle la atención
adecuada a sus hijos. Pero no es menos
cierto que no todas las madres solteras
crían hijos que terminan en las redes pandilleriles, en buena parte porque supieron
cómo establecer los vínculos más constructivos y estimulantes para el desarrollo de
sus hijos.
Hablar de familias problemáticas que generan pandilleros significa familias en las
cuales los padres, tutores o encargados
simplemente no se ocupan adecuadamente
de las necesidades de sus hijos o de sus
familiares de menor edad, ya sea porque no
les importan o bien porque deben trabajar
tanto que apenas si logran prestarle atención a sus hijos. Significa también familias
en las cuales los padres, tutores o encargados construyen relaciones basadas en la
agresión, el irrespeto y la violencia hacia los
miembros de la familia; significa familias
en las que lo único que reciben y perciben
los miembros más jóvenes son conflictos
que solo son resueltos violentamente. En el
primer caso, se trata de familias negligentes, que abandonan a sus hijos a la calle —
lo cual no necesariamente significa que se
vuelven niños de la calle—, que son incapaces de responder a las preguntas básicas
de ¿qué hacen sus hijos?, ¿dónde están sus
hijos? y ¿con quién están sus hijos? (Cruz,
1998). Uno de los pandilleros entrevistados
en los proyectos de investigación del IUDOP lo ponía de la siguiente forma:
“(Yo me metí a la pandilla) más que todo creo
que por la falta de comunicación, creo yo, con
mi familia. Porque, pues sí, lo que no tenía con
ellos lo encontré con la pandilla. Me imagino
que por eso” (COAV, Entrevista No. 5).
Por otro lado, se trata de familias en donde
el ejercicio de la violencia en contra de sus
miembros más jóvenes o entre los padres es
52
un aspecto de la vida cotidiana. Y éste
constituye uno de los factores que atraviesan a la mayoría de casos de jóvenes que se
integran a las pandillas. El uso de la violencia para educar, instruir, corregir o simplemente para relacionarse al interior de la
familia constituye uno de los aspectos que,
al fin de cuentas, operan con más fuerza a
la hora en que los jóvenes deciden integrarse a las pandillas. La victimización constante en manos de los propios progenitores y
responsables prepara a los niños y a los
jóvenes para vivir en un entorno de violencia normalizada, el cual se repite y se perpetúa con la incorporación de los muchachos a las maras. Para muchos pandilleros,
la violencia que se vive en las calles en el
marco de las guerras urbanas de las pandillas no es particularmente diferente a la
violencia que vivían cotidianamente en el
seno de sus propios hogares y a manos de
sus propios padres; la única diferencia es
que en la calle existe la posibilidad de devolver esa violencia sufrida, mientras que
en los hogares no. El testimonio de un
pandillero lo retrata de la siguiente forma:
“Mi papá me echaba; me decía que me fuera (de
la casa), que yo no era su hijo…Porque sí, porque había problemas… Como una vez yo iba a
matar a un padrastro mío y ya no me llevé bien
con mi mamá…” (COAV, Entrevista No. 3).
El estudio de Santacruz y Concha-Eastman
(2001) aportó un gran número de evidencias al respecto de los niveles de violencia
que sufren en el hogar los jóvenes que se
convierten en pandilleros. En primer lugar,
dicho estudio encontró que del total de
pandilleros entrevistados en 2001, solamente el 16.3 por ciento dijo que nunca había
sido castigado físicamente en su propio
hogar. Más aún, el mismo estudio halló que
la mitad de los pandilleros reportaron
haber sido testigos directos de actos violentos cometidos en perjuicio de un tercer
miembro del hogar (la madre, hermanos,
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
etc.) en manos del padre o de otra figura de
autoridad. Pero quizás uno de los hallazgos
más importantes de esa investigación es el
que mostró que, en el caso de los hombres,
uno de los predictores más claros del ejercicio de violencia criminal ejercida por mareros es el haber sufrido repetidamente de
abuso y maltrato dentro del hogar; mientras que en el caso de las mujeres pandilleras es el de contar con un miembro de la
familia con un historial delincuencial. En la
misma línea, el estudio de Moser y McIlwaine (2004) en Guatemala encontró que
los problemas de maltrato familiar figuraron como las razones más frecuentes por
las cuales los jóvenes se unían a las pandillas.
De hecho, todos estos hallazgos no hacen
sino confirmar el amplio historial que la
literatura sobre violencia y criminalidad
juvenil en otras latitudes otorga a la variable de familia, particularmente al uso de la
violencia al interior de ésta (Thornberry,
2001; Herrenkohl y otros, 2000).
A través de la negligencia, el abandono y el
maltrato en el seno del hogar, las familias
contribuyen a crear las condiciones para
que los jóvenes busquen en la calle el respeto, el cariño y la protección que debería
brindar la familia y que terminan ofreciendo alternativamente las pandillas. Las familias problemáticas, los padres negligentes y
abusadores, no solo crean jóvenes acostumbrados a vivir en entornos de violencia
y de conflicto, sino también crean personas
que buscan desesperadamente respeto,
afecto y protección que no han recibido
nunca de las personas supuestamente encargadas para hacerlo. Esos vacíos son
llenados por las pandillas y son llenados a
un costo muy alto en las vidas de los mismos jóvenes, los cuales están dispuestos a
morir—y a matar—con tal de recuperar ese
cariño y respeto.
3.8. Amigos y compañeros pandilleros
La integración de los jóvenes a las pandillas, sin embargo, no surge de la nada. No
es que los jóvenes provenientes de familias
problemáticas salen a la calle y deciden
formar su propia clika o pandilla sobre la
base de un conocimiento previo del pandillerismo. No, no es así como funciona. Se
trata más bien de procesos según los cuales,
la lenta expulsión del hogar problemático
va siendo completada por una también
lenta integración al grupo de amigos ya
existente en la calle o en la escuela. En la
medida en que ese grupo de amigos esté
integrado por pandilleros o se trate de una
clika pandilleril, en esa medida hay más
probabilidades de que el joven termine
siendo parte de la pandilla también. De
hecho, un adolescente que vive en un barrio plagado de pandillas y de grupos de
criminalidad organizada tiene más probabilidades de terminar integrado a una de
esas pandillas que un joven que vive en un
barrio igualmente marginal y deprivado
pero en el que no existen grupos pandilleriles.
Así, las relaciones que suelen tener un
impacto muy grande en la decisión de los
niños y adolescentes para integrar la pandilla son precisamente las que establecen con
otros jóvenes con historial de pertenencia a
las pandillas o de vida criminal. Son estos
los que se convierten en los modelos o en
los inductores de los procesos de afiliación
a las pandillas en una etapa de la vida en la
cual el joven está en la búsqueda de identidad (Smutt y Miranda, 1998). Son estos
pares los que ofrecen una serie de recursos
53
José Miguel Cruz
que no suelen estar al alcance de los jóvenes en su vida dentro del hogar: solidaridad, respeto, pero también acceso a recursos y dinero (Santacruz y Concha-Eastman,
2001). Como dicen Smutt y Miranda, son
estos amigos y la posibilidad de integrar las
pandillas lo que “resguarda a los jóvenes
de las agresiones a las que se enfrentan,
producto de la crisis social, económica,
cultural y educativa” (1998, p. 120). Muchos
adolescentes simplemente se integran a las
maras porque todos sus amigos y pares que
cuentan con las mismas edades están de
hecho en las pandillas y ni la comunidad ni
la escuela ofrecen otras alternativas de
asociación más constructiva.
Los siguientes testimonios ejemplifican
esos procesos:
“Como de doce años fue que conocí a unos
cheros que ya estaban en eso (de las pandillas)
también. Y empecé a ir a las colonias en donde
ellos vivían, sentí que, no sé, me sentía mejor
allí, pues, que en mi casa prácticamente” (COAV, Entrevista No. 5).
“O sea que él llegaba a la escuela porque él
estudiaba en la noche y yo estudiaba en la mañana. Entonces él llegaba ahí y solo pasaba, y
después fue que nos hablamos y todo y nos
fuimos conociendo y de ahí platicábamos y
después me presentaba a los amigos de él y todo.
Después los bichos me hablaban a mí y así los
fui conociendo hasta que después me fui cayendo más y más en la pandilla hasta que me quedé” (COAV, Entrevista No. 12).
Al atractivo que implica sumarse a un
grupo de amigos que ofrecen respeto y
solidaridad se suma también el hecho de
que la pandilla es el único grupo capaz de
ofrecer protección y seguridad en un entorno marcado por la hostilidad de la calle.
Ese proceso de integración a las pandillas,
facilitado por los vínculos que se establecen
con los pares y los modelos pandilleros, es
complementado por las dinámicas de violencia. Ésta es la que termina anclando
definitivamente a los niños y adolescentes a
un mundo de actividades criminales y de
muerte.
3.9. Dinámica de la violencia
Cuando se habla de las pandillas se suele
hablar mucho de la violencia y del crimen
que las mismas generan, pero pocas veces
se discute el peso que tiene la misma violencia en la configuración de los procesos
de afiliación, integración e identificación de
los jóvenes en las mismas pandillas. La
violencia juega un papel fundamental no
solo como vehículo de interacción de los
jóvenes integrados en las maras, también
juega un papel particular en los procesos
de vinculación a las mismas. La violencia es
la que sella y blinda de forma definitiva la
pertenencia de niños y adolescentes, que
apenas comienzan a conocer la vida, al
mundo de criminalidad y de muerte en el
que más tarde se convierten las maras.
54
Como bien apuntó Martín-Baró hace varios
años (1982/1992), la violencia tiene una
dinámica propia, la cual asegura su propia
perpetuidad de manera autónoma. El famoso dicho de que “la violencia genera
más violencia” tiene que ver con el hecho
de que una vez se activan los mecanismos
de la violencia, la reproducción de la misma se vuelve autónoma y difícil de controlar. En el caso de las pandillas, cuya actividad fundamental gira alrededor del uso de
la violencia, este carácter auto reproductor
de la misma se expresa con más nitidez. La
afiliación de los jóvenes a las pandillas está
ineludiblemente marcada por el uso de la
violencia y una vez esto ocurre en la práctica, el anclaje del joven con la pandilla se
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
vuelve perenne. Esto significa que una vez
el joven ha agredido a un rival o ha sido
victimizado por un rival dentro de la guerra universal urbana de las pandillas, ya es
muy difícil detener el ciclo de venganzas y
desagravios que se activan con el uso de la
violencia. Esto cruza la totalidad de las
experiencias personales de los jóvenes que
se integran a las pandillas.
cosa seria, yo me ahuevaba y no salía ya, y
estuve como tres meses de no vacilar. Después
me leyeron la cartilla [me recordaron las normas] y me para un bato loco: ‘¿qué se me va a
correr?, que para qué se metió a la grande, ‘pues
socá la verga’ dijo. Vaya, todo, de ahí corrí el
pedo [entendí las normas] y hemos matado
bastante, bastante chaval y todo eso…” (COAV, Entrevista No. 2).
“Al principio no me dejaban hacer cosas. Yo era
el niño y me cuidaban. De ahí me mataron a un
loco que nos llevaba palabra [que nos mandaba].
Ahí fue donde mi mente desarrolló más, de ahí
sí me cuadró más. Me hice más piratón [malo],
comencé a andar jodiendo más con todos”
(COAV, Entrevista No. 6).
A esa dinámica de violencia contribuye la
particular configuración de la guerra de las
pandillas que ha tomado lugar en los países
del norte de Centroamérica. En estos países,
a diferencia de otros en los cuales también
existen pandillas, éstas han desarrollado una
guerra en función de identidades y no solo
en función de territorios. Esto ha sido posibilitado porque tanto en El Salvador, como en
Guatemala y en Honduras, se han creado
dos grandes federaciones de pandillas (la
MS y la 18), cuya guerra total toma lugar en
cualquier sitio y en cualquier momento
independientemente de las condiciones
específicas del entorno. En otras palabras, la
violencia entre las pandillas ya no solo depende de la defensa de territorios, sino que
sobre todo depende de la defensa de identidades, esto hace que la guerra se vuelva
universal y la violencia ubicua: ya no importa si dos pandilleros se cruzan en otro país o
en la cárcel, su propia identidad les obliga a
enfrentarse. Esto no hace sino amplificar las
posibilidades y el ejercicio de la violencia.
“Yo quiero seguir en eso (en las pandillas) porque
no me voy a quedar picado con lo que hicieron
con mi homeboy [compañero], porque se tienen
que ir más calaveras [tengo que matar más]… Si
la muerte me sorprende, bienvenida sea les digo
yo a los homeboys. En mi barrio muero les digo,
¿cuál es la casaca? Yo me he metido en una
vaina, en la 18, para responderle también: o me
matan o mato” (COAV, Entrevista No. 2).
Muchos jóvenes que se integran a las pandillas, lo hacen llenos de dudas e incertidumbre. Para aquellos a quienes el brutal
rito de iniciación6 a las pandillas no logra
convencerlos de su nueva identidad adquirida, la posterior participación en las misiones iniciáticas, consistentes en la intervención en un acto criminal, suele despejar
esas dudas y lanzar al joven a una vorágine
de violencia en la que se reafirma su afiliación e identidad pandilleril.
“De 9 años andaba vacilando, pero a los 10 me
decidí brincar y me brinqué. Pero después vi la
6 El rito de iniciación más común en las pandillas, sea la
MS o la 18, es el que consiste en soportar una paliza por
un tiempo determinado de parte de quienes serán sus
compañeros de pandilla.
55
José Miguel Cruz
3.10. Dificultades con la conformación de identidad
Finalmente, a nivel individual existe un
aspecto que juega un papel clave para
comprender por qué algunos jóvenes deciden integrarse a grupos en donde prevalece
el riesgo y la violencia, como lo son las
pandillas. Este aspecto se refiere a las dificultades por las que pasan los adolescentes
en los procesos de conformación de identidad. Si hay algo que explica que personas
que aun son niños se decidan por las pandillas, aun con amenaza a su propia integridad, es que las pandillas constituyen el
más cercano —o el único— grupo que
tienen los jóvenes de referencia. En un
momento en la vida en que los adolescentes
se encuentran buscando respuestas a las
preguntas sobre su propia identidad y su
personalidad, las maras se plantean como
la única respuesta plausible y éstas no solo
ofrecen violencia y riesgo, sino sobre todo
para los jóvenes marginados ofrecen la
posibilidad de satisfacer las carencias afectivas y materiales.
“Lo que a mí me gustaba, pues que me gustó
verlos que todos eran unidos, que si alguien
tenía algo y le decía ‘prestame tal cosa’, sí decían. Todos se prestaban sus cosas y bien así pues.
O sea que eso fue lo que me gustó…porque se
tratan como hermanos y no se andan peleando
entre ellos mismos y que todos tienen que estar
unidos” (COAV, Entrevista No. 12).
Como lo afirman de nuevo Smutt y Miranda: “el grupo de amigos de la esquina7 se constituye para los niños, niñas y adolescentes
en la opción de recreación más atractiva y
muchas veces también constituyen la única
alternativa de socialización a su alcance”
(1998, p. 125). Esto se combina con una
pronunciada ausencia de modelos positivos
7 La cursiva es de las autoras.
56
tanto en el hogar como en la comunidad y
en la sociedad. Para niños y jóvenes que
han vivido en condiciones de exclusión, en
hogares en donde los padres difícilmente
han podido cumplir con su tarea de ser
buenos padres, en comunidades en donde
se privilegian los valores y normas que
legitiman la violencia, y en una sociedad
que propone modelos de comportamiento
frecuentemente ambiguos con respecto a la
convivencia y el respeto a los demás, las
pandillas callejeras se vuelven el referente
más claro y menos confuso para la construcción de su propia conciencia como
persona. Eso explica ese compromiso con
las pandillas, el cual puede ser llevado
hasta las últimas consecuencias. Así, es
imposible comprender el fenómeno de las
pandillas sin tomar en cuenta esa característica etapa transicional en la que se encuentran los jóvenes que deciden integrarlas.
“Yo me juntaba con ellos…de ahí comencé a
andar con ellos. Me sentía muy bien con ellos,
me siento muy bien con ellos. Ellos me dan todo
lo que yo quiero…” (COAV, Entrevista No.
3).
Las maras proveen identidad, ayudan a
responder a la difícil pregunta de “¿quién
soy?”. Pero además, las maras proveen
autonomía, ayudan a fomentar un sentido
de independencia y de supervivencia en un
contexto en el cual la autonomía es limitada
por la escasez de oportunidades y de recursos. Esa autonomía es lograda mediante el
ejercicio de las actividades criminales, pero
eso se convierte paradójicamente en el
mismo configurador de la identidad pandilleril, la cual difícilmente puede ser abandonada más tarde.
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
“Me gustó, me gustó conseguir dinero fácil,
pasarme la vida en la calle, solo vagando. Uno
se acostumbra a esa vida, a mí me gustaba que
ellos no hacen nada, andan con buenas novias,
tienen armas, agarran dinero. No sabía yo lo
que faltaba vivir que es la cárcel… no me ima-
ginaba nunca que íbamos a llegar hasta
eso…Cuando me di cuenta ya era demasiado
tarde, ya andábamos manchados [tatuados]. Ya
no me los podía quitar, y si me los quitaba…solo
muerto” (COAV, Entrevista No. 4).
3.11. El carácter multicausal de los factores
Todo lo anterior constituye solo un vistazo
al complejo sistema de factores sociales,
individuales y circunstanciales que están
detrás del fenómeno de las pandillas. Obviamente no todos tienen el mismo peso,
pero tampoco es posible explicar la complejidad del fenómeno de las maras centroamericanas sin hacer referencia a ellos. Ello
no significa, por otro lado, que este recuento agota todos los factores causales y explicativos posibles. De ninguna manera. De
hecho, sería muy difícil negar la presencia
de otros factores a nivel tanto social como
individual en la concurrencia del fenómeno
de las maras, pero los que se han descrito
en los párrafos anteriores constituyen aquellos de los cuales existe cierto nivel de evidencia en la literatura centroamericana
sobre las maras.
Pero también es muy importante considerar el carácter dinámico del fenómeno y,
por lo tanto, señalar que aún la importancia y la interacción de esos factores que
están detrás de la problemática pueden
variar con la misma transformación que
sufre el fenómeno constantemente. Las
maras de la actualidad no son las mismas
de hace diez o cinco años, y su evolución
supone que algunos factores se vuelven
más importantes que otros. Un estudio
realizado por Rodgers (2003) con las pandillas en Nicaragua encontró que entre
1996 y 2002, las pandillas de un barrio de
la ciudad de Managua habían sufrido una
transformación importante en su forma de
operar y en su estructura como producto
de la ampliación de las redes de tráfico de
drogas y la dinámica de violencia generada para controlarlas. El estudio “Barrio
Adentro” de Santacruz y Concha Eastman
(2001) encontró algo parecido en las pandillas del Área Metropolitana de San Salvador en un análisis comparativo que se
llevó a cabo con otro estudio similar en
1996 (Cruz y Portillo, 1998). El estudio en
cuestión encontró que los comportamientos de los jóvenes pandilleros se habían
vuelto más violentos y que consumían
más drogas en 2001 que lo reportado en
1996.
Por ejemplo, en 1996, el reporte de consumo de crack era más bien bajo, sin embargo
para 2001 el porcentaje de pandilleros que
admitieron consumir crack frecuentemente
o siempre fue del 43 por ciento. Por otro
lado, en 1996 solamente el 15 por ciento de
los mareros no deseaba “calmarse”,8 para
2001 ese porcentaje había subido al 57.2 por
ciento; es decir, más de la mitad de los
pandilleros activos no querían dejar la vida
activa de violencia y consumo de drogas de
las maras. No obstante, a pesar de esos
hallazgos el estudio no adelantó ninguna
hipótesis sobre las razones de esa transformación, más que la falta de políticas adecuadas para enfrentar el fenómeno.
8 “Calmarse” se refiere a dejar la vida activa dentro de
las pandillas. Esto porque los pandilleros difícilmente
admiten que pueden salirse de lleno de las pandillas y
de su identidad pandilleril.
57
José Miguel Cruz
4. Conclusiones
Este trabajo ha buscado mostrar que el complejo fenómeno de las maras en Centroamérica no es producto de una sola causa ni
tampoco es el resultado de una especie de
predeterminación histórica de los países que
sufrieron una guerra civil en el pasado. Las
pandillas son el producto de una intrincada
combinación de factores de diversos tipos,
que se han conjugado en el tiempo como
resultado de decisiones políticas y sociales,
de condiciones culturales e históricas y de
decisiones colectivas y personales.
El fenómeno de las maras no puede ser
explicado simplemente a partir de la migración, como tampoco puede ser explicado
aludiendo solamente a la pobreza. Para
entender el fenómeno de las maras hay que
tener en cuenta cómo las condiciones estructurales de las sociedades centroamericanas
se conjugan con factores coyunturales sociales, con factores relacionales, con dinámicas
comunitarias y con las decisiones personales
de los mismos jóvenes que terminan engrosando ese fenómeno. Y después de ello, es
importante considerar cómo las mismas
condiciones generadas por las maras y cómo
las decisiones políticas tomadas para responder hacia ellas contribuyen a reproducir,
a limitar o, en el mejor de los casos, a reducir
el fenómeno.
Las maras son, pues, un fenómeno socio
histórico. No aparecen de la nada ni va a
desaparecer de repente si no se toman acciones que intervengan sobre esa miríada de
factores que están detrás. Esto significa,
dicho de manera simple, vencer los mecanismos de exclusión social que marginan a
muchos de nuestros jóvenes, hacer un esfuerzo político de reeducación ciudadana en
58
la convivencia, planificar mejor el desarrollo
urbano, enfrentar las consecuencias de la
migración con programas de reinserción
social, fomentar la organización y la participación ciudadana a nivel comunitario y
local, combatir con firmeza el tráfico de
drogas, generar políticas de atención a las
familias problemáticas en desventaja social y
económica, ofrecer espacios de entretenimiento y oportunidades de empleo por igual
a los jóvenes, entre otras cosas.
A la luz de la situación de las maras en Centroamérica, está claro que lo que ha sido
hecho no ha servido sino para agravar el
problema y que ahora a mediados de la
década del primer milenio, las maras son
una amenaza más grave para la seguridad
pública de las sociedades centroamericanas
de lo que eran hace quince años cuando
aparecieron. Por ello, se vuelve crucial cambiar el enfoque por el cual los gobiernos de
la región (Centroamérica, México y Estados
Unidos) se han aproximado al problema.
Esto puede tomar algún tiempo y los resultados tardarán en cristalizarse, pero es necesario hacerlo antes que el problema se agrave aún más.
Algunas personas piensan que ya no hay
mucho por hacer con el estado actual del
fenómeno de las maras, que después de todo
las mismas se han transformado tanto que
ya no es posible hablar de pandillas sino de
crimen organizado juvenil, y que, por lo
tanto, lo único que queda es reforzar los
aparatos policiales de represión del delito.
Aún aceptando que las maras centroamericanas se encuentran ahora más cerca de ser
crimen organizado que de ser lo que tradicionalmente se ha dado en llamar pandillas,
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
es claro que no se puede cometer el mismo
error de ignorar las condiciones sociales que
han creado estos grupos.
Prestar atención a los jóvenes, a sus condiciones sociales, a su propio desarrollo y al
acceso de oportunidades, sigue siendo tan
moralmente válido y tan necesario como lo
era hace dos décadas porque de otra manera
seguiremos alimentando las posibilidades
de que los más jóvenes perpetúen la violencia; prestar atención a los jóvenes implica
prevenir que la violencia en Centroamérica
se siga reproduciendo por siempre.
59
José Miguel Cruz
60
Los factores asociados a las
Pandillas juveniles en Centroamérica
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