ASOCIACION URUGUAYA DE PSICOANALISIS VINCULAR ESPECIALIZACIÓN EN PSICOANÁLISIS DE LAS CONFIGURACIONES VINCULARES SEMINARIO COMUNIDAD Docente: Lic.Ps. Adriana Gandolfi Trabajo presentado en noviembre de 2012 para la aprobación del Seminario, por la Lic. Ps. Yanel López. En este texto, propongo una reflexión sobre los conceptos aportados por el Seminario, los que me permitieron redimensionar algunos recorridos de mi formación y desempeño profesional. Para comenzar, el artículo “La Psicología Comunitaria en Uruguay” de V.Giorgi, A. Rodríguez y S. Rudolf, me resultó sumamente interesante, en tanto me permitió acceder a aspectos para mi desconocidos del devenir de la Psicología Comunitaria en nuestro país, aporte que me facilitó repensar y reubicar mi formación académica y los primeros pasos como profesional. Los estudios universitarios que realicé, transcurrieron en la transición entre los períodos que este artículo denomina Fase 2 y Fase 3 (1979 a 1983). La Psicología Comunitaria en el mencionado lapso, se encontraba aún en una etapa “de actividades de baja visibilidad, limitadas principalmente al campo de las ONGs, las que iban incorporando la influencia de la educación popular “ (P.Freire), mientras se iniciaba el progresivo debilitamiento de la dictadura (el año 1980 marca la derrota de su proyecto de cambio constitucional en las urnas). En este sentido, participé de una formación en la Escuela Universitaria de Psicología, que como plantea el artículo, era llevada adelante por un cuerpo de Docentes funcionales al sistema represivo, que contribuyó al empobrecimiento de todo desarrollo novedoso y creativo, más aún si implicaba el concepto de agrupamiento, comunidad, iniciativas populares, etc. Esta formación interventora, apuntaba a un modelo clínico parcializado, el Título habilitaba a “aplicar Técnicas Psicológicas”, para las que se disponían de estándares referidos a contextos socioculturales no nacionales. Se caracterizó por renegar de los antecedentes, de las experiencias previas de prácticas psicológicas comunitarias, signadas por un posicionamiento político comprometido socialmente, impulsadas por las actividades de extensión universitaria. No tuvimos como estudiantes, mención de los aportes de la Psicología Social y menos, de los desarrollos como los de Juan Carlos Carrasco, que era un referente de la psicología universitaria previa y de una concepción que descentraba su objeto de estudio del sujeto, para incorporar las dimensiones social, cultural y política. En este contexto, debimos recurrir a la formación en grupos de estudio particulares, coordinados por profesionales de reconocida trayectoria clínica, en una especie de formación paralela que tuvo sus particularidades, de referencia psicoanalítica fundamentalmente freudiana, pero que como se mencionó, apuntaba fundamentalmente a formar para una clínica privada, “despolitizada”, que hoy, en términos de J. Rodrígez Nebot, denominaríamos “sedentaria”. Comenzado el período de la Fase 3 en la restauración democrática (“la primavera instituyente”) tuve oportunidad, recientemente “titulada”, de trabajar en forma honoraria en el Hospital de Clínicas. Hoy leyendo el artículo mencionado, revaloro la incidencia, que más allá de censuras y represiones, tuvo en nuestro medio el posicionamiento ético de la educación popular, de nuestros antecesores académicos, la forma de concebir la responsabilidad de los universitarios para con la sociedad. Hoy puedo ver cómo estas perspectivas, incidieron en las primeras elecciones que me llevaron a incorporarme en un trabajo honorario y en un hospital público universitario. Estos inicios fueron marcando el camino posterior, me condujeron progresivamente a dejar en segundo plano el consultorio particular, concursar y trabajar en el entonces denominado Consejo del Niño, en la línea de las Políticas Sociales, inserción que aún mantengo en el hoy denominado INAU. Desde esta inserción laboral, pude participar y observar cómo, el devenir de las siguientes fases descriptas en el artículo, hasta la actualidad, fueron encarnado en diferentes líneas, programas y servicios y fueron modelando prácticas y dispositivos profesionales. En los primeros años de los 90, tuve la oportunidad de trabajar como Psicóloga en un Hogar Diurno que entonces se denominaba H. Carlos Ma. Ramírez, por su ubicación en la intersección de la calle homónima y Grecia, en el barrio “Cerro” de Montevideo . Este Hogar Diurno, implementado directamente por INAU, atendía más de 100 niños, en doble turno de 8 a 17 hs, niños de 0 a 4 años, 11 meses, y representaba efectivamente, un referente barrial y un punto importante en la red de servicios de la zona. Esta experiencia fue sumamente rica, en tanto pude participar de un servicio propiamente integrante de una comunidad como el “Cerro”, que se caracteriza por su sentido de pertenencia. Al referir al concepto “comunidad”, incluyo la perspectiva de Maritza Montero, cuando redefine en su obra “Introducción a la Psicología Comunitaria”, Cap. 7, a la Comunidad como “un grupo en constante transformación y evolución (su tamaño puede variar) que en su interrelación genera un sentido de pertenencia e identidad social, tomando los integrantes conciencia de sí como grupo y fortaleciéndose como unidad y potencialidad social.” El “vecinos” del Cerro, dejaban entrever un devenir social y cultural compartido. Hoy, a la luz de los instrumentos brindados por el Seminario, diría que se trataba de un marcado “sentido de comunidad”, entendiendo este concepto como lo definen McMillan (1996) y Mc Millan y Chavis (1986), como “el sentido que tienen los miembros de una comunidad de pertenecer, de que los miembros importan los unos a los otros y al grupo. Y una fe compartida de que las necesidades de los miembros serán atendidas mediante su compromiso de estar juntos.” Repasando los 4 componentes que plantean estos autores: “membresía; influencia; integración y satisfacción de necesidades; compromiso y lazos familiares compartidos; arriesgo a decir que se constataban todos. Los familiares y referentes de los niños circulaban diariamente por el Hogar, cada día conversábamos con y entre ellos, concurrían a jornadas que se realizaban incluso los fines de semana, en ellos se constataba un sentimiento de pertenecer a una historia y a una identidad barrial, esta pertenencia se delimitaba geográficamente como “el Cerro”. Mostraban una forma de interrelación afectiva, basada en el conocimiento mutuo, en el encuentro e interacción cotidianos. Planteaban iniciativas colectivas para satisfacer intereses y necesidades y se apropiaban de la red de servicios disponibles (Hogar Diurno, Policlínica al lado, Escuela en la siguiente cuadra). Llegaron a incidir concretamente en actividades del Hogar, planteando temas de interés para trabajar en Talleres de padres, tuve la oportunidad de compartir con ellos Talleres sobre cuidado de los niños, sobre los límites en la convivencia cotidiana, sobre salud sexual. Una de las actividades que recuerdo especialmente fue una tarde de cine, un domingo en el Hogar Diurno, que se realizó a punto de partida de que plantearon la necesidad de compartir un espacio de recreación, de disfrute. De esta etapa laboral, que recuerdo aun con significativo afecto, destaco esa forma de trabajo “formando parte”, de un equipo, un servicio en una comunidad. Esto tenía evidentes efectos en el grupo de trabajo, circulaba una afectividad fluida, en permanente dinamismo en relación al encuentro con los niños y los padres, sus situaciones vitales y las nuestras, encontraban puntos de sincronía. Cuando me re-encuentro con compañeras de este equipo, compartimos este sentimiento particular, que no volvimos a encontrar en inserciones posteriores en nuestro devenir profesional en la institución. Retomando los aportes de M. Montero en su artículo “¿Qué es la Psicología Comunitaria?”, hoy reubico en relación a sus definiciones, las prácticas de las que participé en este período. Destaco y analizo algunos ítem, con los que caracteriza a la Psicología Comunitaria: -“Se ocupa de fenómenos psicosociales producidos en relación a procesos de carácter comunitario, tomando en cuenta el contexto cultural y social en el cual surgen.” En este punto diría que formé parte de procesos psicosociales, como profesional de un servicio de la red comunitaria, pero que mis prácticas tenían un perfil de “aplicación de la psicología”, si bien participaban de un hacer con los otros. -“Concibe a la comunidad como ente dinámico, compuesto por agentes activos…” ya mencioné como este aspecto se imponía y transversalizaba las prácticas de todo el equipo. -“Hace énfasis en las capacidades y fortalezas, no en las carencias y debilidades”. Creo que advine “otra psicóloga” en tanto mi formación se vio ampliamente desbordada en sus esquemas, por una realidad, unos padres, unas personas, con las que nos vinculamos, crecimos, aprendimos. -“Toma en cuenta la relatividad cultural…incluye la diversidad”- El “Cerro” tenía sus propios símbolos, una solidaridad inmediata, un orgullo propio que lo diferenciaba de otros barrios. -Nuestras prácticas participaban de aspectos como, una direccionalidad hacia el cambio social, en términos de respeto, participación, prevención. Eran prácticas en el interior de una comunidad que participaba, que nos integró y con la que alcanzamos “haceres” de interés común. Otro aspecto que era cotidiano y en ese momento no contaba con los desarrollos teóricos que hoy disponemos (E.Dabas) era la existencia y funcionamiento en red/es. La redes existían, nos pre-existían, eran un acontecer natural de la comunidad. El Hogar formaba parte, era un nodo de una red de servicios fundamentalmente públicos del entorno inmediato. Trabajábamos en permanente diálogo y coordinación con la Policlínica de Salud Pública, con la Escuela, con otros dos Centros Diurnos del Cerro antes llamados “Ecuador” y “La Boyada” se mantenía permanentes interacciones y coordinaciones. El equipo conformaba a su nivel una red, estaba integrado y trabajaba interdisciplinariamente: 1 Directora Maestra, 2 Psicólogas, 2 Asistentes Sociales, 1 Enfermera, 1 Maestra por nivel, 2 Educadoras por nivel, 1 Cocinera que era “una institución”, un “nexo” muy significativo. Además de las reuniones en los espacios diferenciados de trabajo, existía un lugar de encuentro muy especial: la cocina-comedor, donde se almorzaba en conjunto y en dos mesas, una de adultos y otra de niños. En este espacio circulaba una interacción de una cualidad particular, dando paso a una dimensión personal integral. Los padres mantenían vínculos e interacciones propios, de los que resultaban acciones solidarias, apoyos de diverso tipo, intercambio de recursos. También sumaban recursos si había que pintar una puerta, arreglar un vidrio del Hogar. Hoy podemos conceptualizar estos funcionamientos y apreciar sus características de: agilidad, beneficio y apuntalamiento mutuo, potenciación de recursos, eficiencia, lógica tranversalterritorial, condición de reciprocidad y compromiso. A 20 años de esta experiencia, estos funcionamientos en red, se mantienen vigentes como objetivo de las políticas públicas sociales, pero esta intencionalidad se encuentra con la paradoja de que se mantienen las estructuras piramidales institucionales y permanece una cultura de programar desde cúpulas de saber y poder no participativas. Para finalizar, mirando hacia esta experiencia de los años 90 a través de los aportes teóricos del Seminario, revalorizo la potencia de aquel suceder.