ANIBAL NAZOA LAS ARTES Y LOS OFICIOS Ediciones de la Presidencia de la República 2002 HUGO RAFAEL CHÁVEZ FRIAS Presidente de la República Bolivariana de Venezuela RAFAEL VARGAS MEDINA Ministro de la Secretaría de la Presidencia TERESA I. PINTO GONZÁLEZ Dirección General de Archivos y Publicaciones 4º Edición Portada: Omar Cruz © Ministerio de la Secretaría de la Presidencia Aníbal Nazoa. Las Artes y los Oficios Ediciones de la Presidencia de la República Caracas – Venezuela 2002 Deposito Legal lf35320028002191 ISBN: 980-03-0329-4 Imprenta: Anauco Ediciones, c.a. INDICE Presentación: El Oficio de Llamarse Aníbal............................9 Aníbal Nazoa, maestro de las artes y los oficios .................... 13 Advertencia del autor .................................................................. 15 El Abogado ................................................................................ 17 El Mecánico.................................................................................23 El Cuidador de Carros ..................................................................29 El Drogadicto .................................................................................35 El Político .................................................................................... 41 El Abstemio ....................................................................................47 El Apostador ................................................................................53 El Viajado .....................................................................................59 El Médico .......................................................................................65 El Alma de la Fiesta ........................................................................73 El Desempleado ........................................................................... 79 El Arquitecto ................................................................................ 85 El Dentista ................................................................................... 91 El Pintor ........................................................................................99 El Antisocial ................................................................................ 105 El Vampiro ................................................................................... 109 El Chofer ..................................................................................... 115 El Diplomático ............................................................................ 121 El Barbero .................................................................................... 127 El Cobrador ................................................................................. 133 El Servicio de Adentro ................................................................ 139 El Presidente ................................................................................ 145 El Ingeniero ................................................................................. 151 El Boxeador ................................................................................. 157 El Astronauta .............................................................................. 161 El Buhonero ................................................................................. 165 El Oculista ................................................................................... 169 El Torero ...................................................................................... 175 El Filántropo ................................................................................ 181 PRESENTACION EL OFICIO DE LLAMARSE ANÍBAL Aníbal Nazoa, sanjuanero, eligió por oficio la escritura, lo que para la sociedad utilitaria, petrolera y pragmática de su tiempo, era lo mismo que ser un sin oficio, casi sujeto de la famosa y temida Ley de Vagos y Maleantes. Su arte fue el humorismo, sin duda un agravante de la condición anterior. Por eso los tombos de la dictadura como de la democracia representativa siempre le tuvieron el ojo puesto. Por escritor y humorista -auténtico en ambas facetas- era un tipo altamente sospechoso. Fue un subversivo del espíritu y de las convenciones. Un revolucionario en la escritura, en el arte, en la vida. Desde su oficio de escritor y su arte de humorista, entregó un tratado sobre las artes y los oficios de este universo mundo. Una delicia de libro cuya lectura sólo es estorbada por esta presentación. Si luego de tan categórica afirmación sigo escribiendo es porque, quien estorba, es el último en darse cuenta de ello, generalmente cuando otro lo empuja y aparta. El lector tiene toda la libertad de hacerlo y le auguro que saldría ganando. Para los que se queden por puro masoquismo hacia las letras o simple curiosidad, he de decirles que en el estudio de Aníbal sólo escapa un oficio a la agudeza de su pluma: el del presentador de libros. Presentar libros es un oficio absolutamente prescindible, pero existe, como tantos otros analizados por Aníbal, cuya utilidad resulta indemostrable. Son cosas que están allí, funciones que se cumplen, actos que ocupan un lugar en la vida sin saberse por qué ni para qué. No son ritos ni ceremonias, pues éstos son expresiones espirituales, arraigadas en el imaginario colectivo, objetos de estudio incluso de las ciencias sociales. En cambio, ningún antropólogo pierde su tiempo analizando el dudoso oficio de presentar libros. Además, se trata de algo bastante fácil por dos razones: quien presenta una obra lo hace porque le gusta o porque es amigo del autor. Luego, no es un crítico literario o cosa parecida. Es un presentador, más nada. 9 A Aníbal Nazoa lo queremos como el amigo entrañable y lo admiramos como escritor y humorista. Hablo en presente de quien, por sus obras, nunca será pretérito. Con Las artes y los oficios se inicia la publicación de sus obras completas. Las incompletas ya las dio a conocer en vida. Es un libro deliciosamente arbitrario en el que encontramos oficios socialmente aceptados -el de abogado, médico o mecánico-, lo cuales se pueden definir, caracterizar y trazar el perfil de sus ejecutantes, pero asimismo, topamos con otros oficios como el de antisocial, desempleado, abstemio, e incluso, el del político. Quehaceres, por llamarlos de alguna forma, que sólo un fino humorista puede definir, caracterizar y hasta trazar el perfil de sus oficiantes. Es decir, categorizarlos y conceptualizarlos. Eso es lo que hace Aníbal con la profunda amenidad de quien estudió a fondo a los personajes objetos de su sátira y observación. Aníbal respeta la objetividad científica, prodiga igual trato al malandro como al filántropo, al diplomático como al apostador, pues todos son oficios que requieren preparación y condiciones. Cada cual tiene lo suyo. No todo el mundo, por ejemplo, puede ser cuidador de carros, torero o cobrador. Apegado a los usos académicos, sus asertos, aun sobre los aspectos más superficiales de cada profesión, son respaldados con notas a pie de páginas y citas de autores que impresionarían al mismo Jorge Luis Borges. Pura metodología humorística, consciente como siempre estuvo de que la risa, sin el recurso del método -la fértil duda cartesiana- resulta balurda, almidonada y empírica. A veces nuestro enjundioso autor suelta un latinazo para explicar la buhonería o busca en la Grecia antigua los orígenes del “servicio de adentro” o del humilde barbero. El lector, pues, va y viene. Cuando el despliegue de vasta erudición puede conducir a que se le acuse de pedantería intelectual, de súbito introduce en el discurso un giro coloquial de pulpería y esquina que rescata al que lee de la solemnidad y lo introduce en la gracia de la risa. A veces, el procedimiento es al revés pero el efecto, el mismo. Mezcla la 10 solemnidad del Derecho Constitucional con lo sublime del Derecho de Nacer, maestro como es del arte de la ironía, el contraste y la paradoja. Trata con respeto, casi con admiración a sus desgraciadas víctimas, de las que él, usted y yo somos a la vez víctimas cotidianas en esa dimensión tan poco humorística que llamamos con masoquismo la vida real. Esa “vida real” que vemos y vivimos todos los días es lo que Aníbal coloca ante nuestros ojos. Por eso nos reímos, porque el humorista lo que hace es colocarnos frente a un espejo y descubrirnos. Los gestos del abogado, su indumentaria, su léxico, su oficina, su maletín ejecutivo, su virgen biblioteca de libros intocados son descritos con tan rigurosa minuciosidad que el texto sólo puede desembocar en la risa. Igual pasa con el dentista, el chofer, la cachifa o la dama caritativa. ¿Por qué Aníbal invirtió tanto tiempo en estudiar tan profundamente a cada una de estas criaturas? Kotepa Delgado lo aclara en el prólogo de este libro. Yo diría que para hacernos a los demás un poco más felices o menos lo otro. Con estas líneas me uno al homenaje que, con la publicación de sus obras completas, se le rinde a uno de los más grandes y auténticos escritores y humoristas venezolanos del siglo XX. El ejerció un oficio singular, irrepetible y único: el oficio de llamarse Aníbal Nazoa. Verbo y gracia. Earle Herrera Caracas, 2002 11 ANÍBAL NAZOA, MAESTRO DE LAS ARTES Y LOS OFICIOS Aníbal Barca era hijo de Amilcar Barca y hermano de Salambó. Aníbal Nazoa es hijo de Micaela González de Nazoa y hermano de Aquiles. A nadie le gusta que le nombren a su progenitora, y menos en un Prólogo, pero aquí es indispensable ya que la señora Micaela es una mujer extraordinaria; no sólo por haber puesto en el embrión de dos de sus hijos el cromosoma del humor, sino porque ella misma es una humorista. Nos tocó una vez viajar con Aníbal, su esposa y su mamá hacia la histórica Villa de Cura y los tramos de carretera no se contaban por kilómetros sino por los chistes y las observaciones ingeniosas de la señora Nazoa. Alguien llamó al filósofo Leibniz “Maestro en todos los oficios”, para indicar que sobresalió en multitud de actividades. El rival de Newton en lo infinitesimal vivió “en el mejor de los mundos” y lo dejó saturado de su genio. Aníbal Nazoa no es rival de Newton, pero es un Leibniz a su manera; o por lo menos es un leibniznista. Son admirables las difíciles facilidades que se gasta Aníbal para multitud de cosas. Tan pronto está en el piano sacando por fantasía el Boris Goudnov de Mussorgsky como dando una conferencia sobre los más remotos orígenes de la canción de protesta, o imitando a dos venezolanos que estuvieron en la Unión Soviética y regresaron hablando ruso entre sí para asombrar a sus oyentes de la Casa del Partido, o fabricando un texto de medicina a su manera pero con inclusión de los más verdaderos y rigurosos términos hipocráticos. Cuando a Aníbal le da por inventar mitología y personajes mitológicos, es de pedirle a Zeus que nos permita coger palco en ese Olimpo. 13 Aníbal sabe de todo un poco. Parece hijo del señor Espasa, el de la Enciclopedia, o que se hubiera criado en la casa de la familia Salvat. A veces habla de cosas superficiales con tanta profundidad (por ejemplo de quesos y vinos) que uno se pregunta cómo es posible que Aníbal haya perdido tanto tiempo en aprender cosas tan inútiles. Aníbal Nazoa es sin disputa uno de nuestros grandes humoristas. Está entre la media docena de venezolanos que poseen en alto grado esa cualidad que tan admirable, rara y escasa encontraba el señor del Lobo Estepario. Los que lo conocemos bien sabemos que el no es todavía nuestro Mark Twain porque no lo ha querido y que no está en el boom literario porque no ha hecho el esfuerzo. El libro que estamos prologandito, Las Artes y los Oficios, es un monumento probatorio del talento vivo de nuestro admirado Aníbal. Es el primer ensayo de la moderna picaresca venezolana, lleno de gracia, profundo de observación y de acabada maestría literaria en casi todos sus capítulos. Lo mismo habla Aníbal el lenguaje de los cuidadores de carros 1973 que el de los malandros españoles del Siglo de Oro. Bastaría que Las Artes y los Oficios se convirtiera en una novela de personajes (no faltara algún personaje que diga que todas las novelas son de personaje), para que la primera obra de la picaresca venezolana nos haya sido traída por la cigüeña. Si Aníbal Nazoa no se entretuviera demasiado en su vida garcilasiana viendo discurrir a las aguas, trinar a las aves, bañarse a Flérida y cantar a los pastores, seguramente que daría grandes obras a la literatura nacional. ¡Corre, mi bróder, que atrás viene persiguiéndonos la Metropolitana Vallés que no perdona! Kótepa Delgado Caracas, 1973. 14 ADVERTENCIA DEL AUTOR Ser escritor en Venezuela equivale casi exactamente a no tener oficio conocido. Por eso fue de extrañeza nuestra primera reacción ante el encargo que a principio de 1970 nos hizo Alicia Otero de Fuentes, a la sazón directora del Suplemento Dominical del diario El Nacional: la Directora le encargaba precisamente a un sin-oficio - el suscrito - la confección de una serie de artículos que constituyeran algo así como una guía de orientación vocacional destinada a ilustrar a los jóvenes que ingresan al mercado de trabajo, acerca de los oficios y profesiones que el hombre ha inventado para dar cumplimiento a la bíblica maldición según la cual ha de ganar el pan con el sudor de su frente. La tarea, pues, a más de titánica, venía a ser contradictoria en sí misma. La aceptamos, sin embargo, con la audacia que caracteriza a los que efectivamente carecemos de oficio conocido. Así nació este manojo de medulosos ensayos que hoy entregamos al lector, medulosos no en el sentido corriente del término sino por lo mucho que tuvimos que exprimirnos la médula para producirlos dada nuestra ignorancia del tema y de tantas otras cosas. Nuestras preocupaciones comenzaron cuando caímos en la cuenta de que el catálogo de las profesiones y oficios conocidos, honestos y deshonestos, era infinitamente superior a lo que jamás hubiéramos imaginado, y desembocaron en el pánico cuando descubrimos que uno de ellos es precisamente el de “orientador vocacional”, una respetabilísima especialización de la Psicología. A punto estuvimos de abandonar el trabajo, y solo el gusto de pisar terrenos ajenos en plan de auténticos piratas nos impulsó a seguir adelante. Este hecho explica el carácter meramente descriptivo de la presente obra, en la cual el lector no hallará por supuesto, sino un número muy reducido, casi insignificante, de profesiones: entre la magna tarea de componer una Enciclopedia Monumental de las Profesiones cuya elaboración hubiese ocupado toda nuestra vida y la muy tonta de ofrecer un simple diccionario tan oscuro como inútil, optamos por la solución intermedia de seleccionar unas cuantas actividades profesionales y decir sencillamente lo que de ellas pensamos. Si aquí faltan algunos profesionales de primera importancia es porque este libro está dirigido fundamentalmente a los lectores latinoamericanos, a quienes poco podemos decir de nuevo en torno a ellos porque ya los han sufrido bastante y los conocen demasiado bien. Tal es por ejemplo, el caso del militar, el policía y, últimamente, el economista. 15 Las Artes y los Oficios no sólo no pretende ser, sino que se precia de no ser una obra técnica de utilidad práctica. Todo lo contrario, es un desordenado conjunto de apreciaciones personales especialmente concebido para que, concluida su lectura, al lector no le quede sino un solo comentario por hacer : - Esto no sirve para nada. O sea que es pura literatura. Con lo cual nos daremos por más que satisfechos, pues de todos los oficios el que siempre hemos deseado ejercer, aunque sea así por carambola, es el de literato. Muchas gracias. A.N. 16 EL ABOGADO La Historia ¿Cuándo nació la profesión de abogado? Los historiadores más osados señalan la abogacía como una de las funciones principales de los escribas del antiguo Egipto y hablan de las Leyes de Manú, el padre del brahamanismo, de la legislación mesopotámica de Hammurabi, de las Tablas de la Ley, recibidas por Moisés en el monte Sinaí. Todos coinciden en un error, el de creer que el Derecho es anterior a los abogados. La verdad es que éstos inventaron el Derecho y su profesión nació prácticamente junto con el Homo sapiens. Cuando por primera vez el hombre - hasta ese momento simple mono inteligente - agarró un palo para matar el animal que había de comerse, ya estaba a su lado un abogado listo para pasarle la factura por el alquiler del palo y extenderle la licencia para usarlo a cambio, naturalmente, de la mitad del animal. Uno de los aspectos más curiosos de la profesión de abogado es su nombre: proviene del latín advocatus y éste del verbo advocare, llamar, convocar, aunque es muy poco probable que en los tiempos antiguos a alguien en sus cabales se le haya ocurrido llamar a un abogado; en efecto, según nos cuenta el gran jurisconsulto romano Lucio Ecuanilio en su tratado Cachicamus pro lapa laborat, el primer abogado conocido vino sin que lo hubieran llamado. Lo cierto parece ser que las sociedades primitivas sólo aplicaban la famosísima Ley del Talión, que exigía ojo por ojo, diente por diente. Para aplicar una ley tan simple, es evidente que no se necesitaba el concurso de consejero o técnico alguno, pero entonces surgieron unos caballeros que sabían arreglárselas para obtener en los pleitos unas pestañas, un ojo y hasta tres o cuatro muelas extra, y ésos fueron los abogados. Nacen así, junto con los abogados, el Derecho Civil y el Mercantil y concluye el “período penal” de la historia del Derecho; la Ley ya no se ocupará LAS ARTES Y LOS OFICIOS 17 solamente de castigar el delito, sino que de paso tratara de sacarle algodón tanto al agresor como al agraviado.1 El Personaje Es la de abogado una de las profesiones más sacrificadas que existen. Quien aspire a ejercerla ha de pasarse cinco años (en Venezuela, por lo menos nueve contando los años repetidos y los cierres de la Universidad) encerrado en una Universidad estudiando cosas dificilísimas que después se le olvidarán por la sencilla razón de que no necesitaba aprenderlas. ¿Es necesario, por ejemplo, conocer la Teoría General del Derecho y del Estado de Hans Kelsen para embargar una floristería? En un caso de divorcio, ¿recibirá mejores honorarios un abogado porque recuerde bien la Lex Junia Velleia o se sepa al pelo la doctrina de Gayo sobre la traditio? Cuando un abogado necesita entender de Filosofía del Derecho, Derecho Internacional Público y demás yerbas es porque seguramente ya no es abogado sino por lo menos Presidente del Congreso, Embajador o Decano de la Facultad. Nuevos y aún mayores sacrificios esperan al abogado una vez concluido su penoso aprendizaje. Para mencionar sólo uno, recordemos que debe hacerse amigo de un sinnúmero de jueces, detectives y funcionarios de todos los niveles y en muchas ocasiones hasta adular a individuos que están muy por debajo de su categoría como escribientes, alguaciles y policías. El abogado ha de tener tanto o más ojo clínico que el médico si no quiere terminar en la cárcel junto con su cliente. Este, en más de una ocasión en el momento de contratar los servicios jurídicos se presenta como un magnate impecablemente trajeado con perla en la corbata y abultada cartera de donde extrae su tarjeta de visita, pero a la hora de la verdad resulta ser un pelagatos, su impecable traje el único, la perla falsa y la cartera abultada de puros recibos, retratos familiares y basuras por el estilo. 1 Karl von Stropachen. Wissenschaft des Ñereñeres und andare Karambolen. Berlín, 1915. ANIBAL NAZOA 18 Total: el hombre no tiene ni con que pagar el papel sellado que se gastó en el procedimiento. Como también puede ser que un abogado cegato deje ir de sus manos a un rústico medio gago que en realidad era el terrateniente más poderoso de su Estado. Existen dos clases de abogados: los que ejercen y los que no ejercen. La primera clase se subdivide a su vez en dos categorías: la de los que firman papeles y la de los que ejercen de verdad. Estos últimos trabajan para los primeros y se conocen por su aspecto de visitadores médicos venidos a menos o de inspectores de sanidad con miedo escénico. Siempre andan por los tribunales muy bien vestidos y peinados, la corbata cuidadosamente anudada y los zapatos tan pulidos que parecen de vidrio. Si los examinamos con un poco más de atención, no tardaremos en descubrir que el impecable traje tiene el cuello lustroso y salpicado de caspa, está bastante desteñido por el lado de las axilas y presenta cierta deformación crónica en los filos de los pantalones, justamente a la altura de las rodillas, en tanto que los brillantísimos zapatos nos permiten adivinar a través de sus grietas que el doctor usa medias verdes. Y olvidábamos mencionar el imponente maletín ejecutivo, que probablemente no contiene sino tres o cuatro bolívares en papel sellado, una revista vieja y unos parchitos para los callos. Ante este tipo de abogado debemos actuar con mucha precaución, porque el no esta sino esperando un golpe de suerte que lo ponga a firmar papeles. El más importante de todos los abogados que firman papeles se llama Presidente de la República. Los abogados que no ejercen también comprenden dos categorías: la de los que no ejercen porque se han dedicado a otra actividad más lucrativa como la política, las finanzas o la poesía; y la de los que no ejercen porque se han tenido que dedicar a vender pollos o a manejar gandolas en vista de que hay demasiados abogados en el país. Entre éstos abundan los poetas pero, cosa curiosa, mientras a los del primer grupo la poesía les sienta de lo mejor, a los del segundo sencillamente los hace parecer más arruinados. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 19 Las Herramientas Los principales instrumentos de trabajo del abogado son, en orden de importancia: 1) el bufete; 2) el maletín; 3) el vocabulario, y 4) la Ley. El bufete. Instalado en un edificio céntrico, ha de ser bien grande y suntuoso, aunque el abogado tenga que dejar de comer para pagar el alquiler. Es falsa la creencia según la cual el lujo espanta a la clientela. Por el contrario, una oficina de gran lujo inspira confianza en la habilidad de su dueño, en tanto que un cuartucho miserable aleja al cliente pobre que piensa “¡hum!, éste como que está más bien para que lo defiendan a él” y al cliente rico a la voz de “¡hum!, éste como que se quiere amueblar conmigo”. Es absolutamente indispensable que el doctor esté escondido, aunque sea detrás de un simple tabique, para que los clientes se den cuenta de que el bufete tiene secretaria. También es indispensable que el abogado tenga a sus espaldas una biblioteca compuesta por textos de esas asignaturas que ya olvidó, lujosamente empastados y con sus iniciales en oro. Un bufete sin libros, dijo Don Quijote a Sancho, es como un molino sin piedra. El maletín. Es el arma por excelencia del abogado, quien debe aprender a manejarlo de manera que cada vez que haga el gesto de abrirlo, el cliente se eche a temblar pensando “¡Ay, mi madre! ¿Cuánto me irá a costar esto?”. El vocabulario. He aquí el todo: la coraza, el carruaje, las manos y los pies, el sustento mismo del abogado. Un jurisconsulto que hable a sus clientes en vulgar cristiano es hombre perdido. Olvide el abogado todo lo que estudió pero no las palabras con que lo estudió. El profesional del Derecho ha de hablar no sólo enredado, sino cuidando en extremo la entonación. Ahuecar mucho la voz para decir, por ejemplo, “interdicto posesorio” y llegar al susurro en “lo contencioso”. Advertir al cliente que su contrato es sinalagmático y ANIBAL NAZOA 20 observar la expresión de terror que pone cuando se le dejan caer cosas “usted es un enfiteuta” o “vamos a intentar probar la tácita reconducción”, o “como aquí no hubo confesión ficta...” La Ley.- La ley es lo de menos. Considérela como una subdivisión del parágrafo anterior, y a ejercer se ha dicho. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 21 EL MECÁNICO El lugar Todo empieza con un ruidito en el carro: al principio es algo así como si dentro del motor hubiese un gnomo escribiendo a máquina, luego se agrega un cierto silbido y una especie de guáchitiguáchiti que no se sabe si es de una rueda, de la correa del ventilador o del carburador, y así hasta que el vehículo comienza a apagarse y marchar penosamente, al paso de “Los Boteros del Volga”. La futura víctima ya esta lista para el sacrificio. Y llegando al Taller: Lasciate ogni speranza, voi ch´ entrate. Por lo regular el taller mecánico no es sino un corralón con techo de zinc y piso de tierra embebida en aceite negro y con toda clase de incrustaciones: tapitas de cerveza, cascos de parches, tornillos, bujías. A los lados se ven varios autos despanzurrados y en el medio, tirados al azar, gran variedad de piezas y herramientas, muchas de ellas oxidadas e inservibles, baterías viejas, neumáticos que muestran las lonas por las llagas del uso excesivo, un montón de latas de aceite vacías. Junto a la entrada, un feroz perro de color indefinible monta guardia, atado con una cadena de longitud micrométricamente calculada para no permitir que el animal muerda a los visitantes pero sí que los obligue a entrar aplastados contra la pared como cucarachas aterrorizadas. Uno de los recursos más entretenidos para matar el tiempo mientras el mecánico se digna atendernos es, por cierto, tratar de averiguar bajo las diferentes capas geológicas de tierra y grasa que lo cubren, de que color fue ese perro en sus mocedades. Dos cosas resultan imposibles de creer: que se pueda acumular tanto tizne, tanta mugre, tanto cachivache pringoso en un sólo lugar, y que ese lugar así de ruinocochambroso y destartalado, pueda producir la cantidad de dinero que produce. Porque aparte del gobierno y las funerarias, tal vez no haya negocio más prospero que el de la mecánica automotriz. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 23 El Hombre Este es el ambiente donde se mueve nuestro personaje. Viéndolo actuar, se nos ocurre que los talleres mecánicos deberían anunciarse más o menos, como las empresas de pompas fúnebres: “Cuando por desgracia necesite los servicios...” Cuando el cliente llega al taller, la escena que se produce es muy semejante a aquella de los westerns en que el explorador blanco va al poblado indígena para negociar con el Gran Jefe. ¿Recuerdan que ambos se agachan y permanecen horas y horas silenciosos sin verse las caras, el indio fumando su pipa y el blanco rayando el suelo con un palito? Pues eso es precisamente lo que sucede entre cliente y mecánico. Este se encuentra, por ejemplo, en cuclillas ante un viejo guardafango que le sirve de recipiente para la gasolina negra con la cual está lavando un bloque de motor. El cliente se colocará a prudente distancia y, si se trata de un veterano conocedor de la psicología del mecánico, esperará pacientemente hasta que éste termine su trabajo o por lo menos levante la vista para dirigirle una rápida mirada. Pero si se trata de un novato impulsivo, le preguntará si lo puede atender. El primero tiene grandes esperanzas de ser atendido, el segundo habrá cometido la más estúpida de las pifias, porque nada indigna tanto a un mecánico como verse interrumpido en su labor. Supongamos que ya se ha roto el hielo y el Gran Jefe está dispuesto a escuchar al humilde accidentado. Rara vez un mecánico responde con palabras de más de una sílaba a la exposición de su cliente. Mientras éste va describiendo la sintomatología de su carro, él escucha en actitud de profunda meditación y luego por toda respuesta, grita: - ¡Medardo! Medardo es un mocetón que está metido debajo de un camión y tardará por lo menos un cuarto de hora en venir. Cuando al fin llega, el patrón le ordena: ANIBAL NAZOA 24 -Acomódame ese carro allá y métele dos gatos. Te traes una tres cuarto, una dos y medio, un rache pericoidal y un destornillador de estrías. Aquí es donde comienza el verdadero calvario del cliente y se pone de manifiesto el carácter esotérico del oficio de mecánico. Los mecánicos constituyen una suerte de casta sacerdotal impenetrable que actúa y fija sus honorarios sobre la base del miedo reverencial que inspiran en la clientela. Ellos dan por descontadas dos cosas: la primera, que el cliente apenas sabe por dónde se le echa agua y por dónde se le echa gasolina al automóvil y la segunda, que cuando llega al taller está firmemente convencido de que su máquina no volverá a caminar jamás a menos que se produzca un milagro. Por eso son tan adustos y parcos en el hablar. Por eso él se limita a escuchar el atribulado dueño del enfermo asintiendo de vez en cuando, bien con cara de burro embarcado, bien con una sonrisita irónica. Y mientras el cliente espera un diagnóstico con el corazón en la boca, él le levanta el capó al vehículo, le tantea las bujías, hala un cablecito aquí, sacude una varillita allá, prueba un tornillito más atrás. Uno de los actos de magia más impresionantes que ejecuta en ese momento es el de tocar con un destornillador cierto aparatito que invariablemente suelta una gran chispa. Más asombroso todavía, hay cierto recoveco del motor donde el mago toca y hace que el auto arranque sacudiéndose como un perro mojado. Luego ordena a Medardo que suba al carro y empieza a darle instrucciones: -Dale por el arranque... Acelera... apaga... dale... chancletéalo... apaga... acelera a fondo... bueno... El cliente está a punto de estallar, situación que el mecánico aprovecha para quedarse pensativo, acariciándose la barba, sin pronunciar palabra. Por fin, cuando ya la trombosis coronaria prepara sus cuerdas para trepar al corazón del cliente, el hombre se decide a romper su mutismo. -Los muñones del merodeador externo están vencidos; tiene demasiado juego en la cama de pivotes convexos; hay que tumbar diferencial, cardán y cubos LAS ARTES Y LOS OFICIOS 25 bisectores y montar excéntricas y calibrar el mugrímetro de las culatas. Los cachicamos delanteros parece que están buenos, pero hay que verlos. -Pero, ¿qué es lo que tiene? - pregunta el cliente, aterrorizado. -Bueno, se lo estoy diciendo. Respuesta muy apropiada para pregunta tan estúpida, puesto que el cliente no tiene por qué estar preguntando nada; con saber que probablemente quedará en la miseria después de pagar la reparación debería bastarle. Este juego, dicho sea de paso, es mucho más angustioso cuando el mecánico es de esos que visten bata blanca. Donde usted vea un mecánico de bata, amigo, váyase preparando para pedir un préstamo al Banco Mundial. Pero a veces aparece un cliente que se la da de listo y pretende apabullar al mecánico con sus conocimientos de la materia. Es el que llega al taller diciendo: - Maestro, ¿Me le podría echar una revisadita al distribuidor? Yo creo que este bicho tiene un circuito en el bipolo de bobina a automático y me está haciendo vacío magnético... Pobre. A ése es al que le va peor, porque se ha permitido provocar la santa ira del maestro. No sabe que se está exponiendo nada menos que a sufrir un verdadero examen de mecánica, del cual no se tiene noticia de que algún cliente haya salido aprobado. Una de las características más notables del mecánico es su estricto apego a la orden del cliente. Si al lado de la pieza que él debe reparar hay, pongamos par caso, un pequeño cable flojo, él pasará cien veces junto a ese cablecito, que se puede apretar dando media vuelta a un tornillo, pero él no dará esa media vuelta de tornillo porque eso no estaba incluido en el presupuesto o “no se había hablado antes”, como dicen ellos. Otra no menos importante es su pesimismo: todo ANIBAL NAZOA 26 mecánico que se respete lo primero que le dirá al cliente es que a ese carro le quedan muy pocos días, tal vez horas de vida, que mejor será que lo “parapetee” y busque algún bobo a quien vendérselo cuanto antes, que “ese carro lo va a seguir embromando”, que no vale la pena tener un auto de ese modelo porque los repuestos ya no se le consiguen ni en chivera. El objeto de esta actitud sombría no es otro que el de tener clientes agradecidos: cuando usted, después de haber escuchado un pronóstico tan sombrío, ve que su carro le sirve por ocho meses o un año más naturalmente volverá a buscar al mecánico como si fuera un santón milagroso. Sólo los mecánicos de lance, esos que andan por las carreteras a la caza de accidentados, se permiten frases como “no hombre, si ahora es que es carro este bicho este modelo salió muy bueno”. Ambas categorías persiguen la misma finalidad, una por medio del terror y la otra por la lisonja: cobrar lo más caro posible. Y a propósito de andar por carretera y cobrar caro, si un día usted va o viene por una autopista y divisa a un hombre renegrido completamente cubierto de mugre, vestido con un deshilachado traje que de puro sucio parece como si lo hubieran frito en petróleo, no diga “miren al loco”. Cerciórese bien antes de opinar, porque el hábito no hace al monje. A lo mejor no es el infeliz loco que siempre se pasea junto a nuestras carreteras sino todo lo contrario: un mecánico, o sea un gran señor. Loco está quien se entregue en sus manos sin hacer ni siquiera el intento de regatearle. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 27 EL CUIDADOR DE CARROS Razón de ser Dos entes autoritarios, con poderes casi mitológicos, dominan hoy día la vida social de Occidente: el Vendedor de Automóviles y el Cuidador de Automóviles. En el medio del emparedado, atento al menor ruido como la gacela atrapada entre el leopardo y el cazador, está el comprador de automóviles, es decir, el hombre*. Este, una vez que ha comprado su vehículo ya no podrá zafarse jamás de sus obligaciones como Ciudadano Motorizado, pues la compra se realiza mediante un sistema denominado Venta con Reserva de Dominio, que significa dominio del carro sobre el dueño y del vendedor sobre el Carro. A partir del momento de la firma solemne del contrato, el comprador queda obligado a velar por la integridad, bienestar y felicidad del coche; a elogiarlo constantemente donde quiera que se encuentre, sea en la calle, la oficina, el cine, el restaurant o un entierro; a mantenerlo reluciente en todo tiempo para lo cual, además de hacerle los servicios regulares de lavado y engrase, deberá pasarse todo el sábado en pijamas acicalándolo con desmanchador, cera especial, pasta limpiadora de platinas, aspiradora, champú para tapicería, limpiavidrios, spray y esponja superbrilladora; a detener la circulación en toda la ciudad si otro conductor osara rayarle su preciosa pintura, a estar atento a las mejoras que el vecino hiciere en su carro para superarlas inmediatamente en el propio y, sobre todo, a no perderlo. Se pierde el carro por dos causas fundamentales: incumplimiento en el pago de las cuotas o giros y robo. La falta de pago de las cuotas es un delito de incumbencia exclusiva del comprador, porque un buen * Algunos autores. evidentemente confundidos, pretenden que quien está entre el Vendedor y el Cuidador es el peatón. Pero los tratadistas más modernos y prestigiosos convienen todos en que el termino Hombre sólo se puede aplicar a aquel individuo que ya ha adquirido su vehículo. El peatón es una especie subhumana cuyo estudio corresponde a la Historia Natural y por lo tanto no figura en este Tratado. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 29 ciudadano, respetuoso de las normas superiores de convivencia y en especial de la Ley de la Oferta y la Demanda, no debe atrasarse jamás en el pago de sus cuotas. Mientras que el robo, por su naturaleza anónima y solapada, escapa a la responsabilidad del despojado. El Ciudadano Motorizado adquiere entonces un compromiso tácito con el Cuidador de Carros, de quien pasamos a hablar enseguida. Rasgos esenciales Este abnegado servidor de la comunidad, que voluntariamente ha echado sobre sus hombros la grave responsabilidad de impedir que nos roben nuestro vehículo o partes del mismo, no debe de ninguna manera ser confundido con el vigilante de estacionamiento. En contraste con la movilidad casi deportiva del cuidador de carros, el vigilante de estacionamiento es un ser apático, sedentario, cuyo único trabajo consiste en estar sentado a la entrada, generalmente con una toalla enrollada por el pescuezo y un sombrero encasquetado hasta los ojos, sacándose las espinillas con la ayuda de un espejito y cuidando -lo único que cuida- de que los conductores no se vayan sin pagar por el servicio. Un “servicio” muy discutible, si se observa el letrero que ostenta todo estacionamiento en lugar visible, reproducido también al respaldo de los tickets, y que dice más o menos: NO RESPONDEMOS POR OBJETOS DEJADOS DENTRO DE LOS VEHÍCULOS. TAMPOCO NOS HACEMOS RESPONSABLES POR ROBO, INCENDIO, CHOQUE, DESMANTELAMIENTO, VOLADURA O CUALQUIER OTRO ACCIDENTE QUE SUFRAN LOS MISMOS. Después de leer este letrero, el conductor por lo general llega a la conclusión de que es más seguro dejar el carro en la calle y ponerlo en manos de un cuidador, que por lo menos se llama oficialmente así. Para ser cuidador de carros se requiere ante todo poseer una gran cultura humanística, sin desatender por ello la formación científica, y una mente siempre alerta a los progresos que se vayan ANIBAL NAZOA 30 produciendo en todas las ramas del saber humano. Por eso decía el gran filósofo norteamericano Henry Ford de Tablita, que “no existen cuidadores graduados; el verdadero cuidador de Carros jamás deja de estudiar”. Es preciso que domine las dos lenguas clásicas y cuando menos seis u ocho modernas y que sepa tocar entre cinco y diez instrumentos musicales, además de tener disposición innata para la escena. Ha de estar al día respecto al movimiento cultural de la ciudad y en materia de espectáculos en general, para saber con toda precisión donde se realizan las exposiciones más concurridas, cuáles teatros están presentando las mejores obras, en cuáles cines se proyectan las películas más taquilleras y cuál es el calendario de los espectáculos deportivos más importantes. Otra de las disciplinas auxiliares del oficio es la gastronomía, que le permite al cuidador ejercer cabalmente su oficio en los alrededores de los restaurantes de mayor prestigio. Pero de todos los conocimientos que forman el bagaje cultural de un buen cuidador de carros el más necesario es, sin duda, el de la Psicología. Si un cuidador de carros no ha estudiado a fondo a Freud, si no conoce la biotipología de Kretschmer y los Tipos Psicológicos de Jung, no puede aspirar a desempeñarse cabalmente entre los vehículos. Porque él debe ser capaz de determinar de un solo vistazo a cuál cliente se le pregunta “¿Le cuido el carro?” y a cuál se le deja ir sin preguntarle para decirle después, cuando regrese, que “yo le cuidé el carro, doctor”; a cual se le hace la pregunta en tono zalamero o suplicante y a cuál se le hace con cara de “me dejas que te lo cuide o ya tu sabes”; Conocer al vivo que dice “sí hombre, cuídalo” y después arranca y lo deja con la mano estirada. En ningún otro profesional se cumple como en el cuidador de carros el viejo aforismo latino mens sana in corpore sano, pués él, ha de ser dueño no sólo de una sólida cultura sino de un cuerpo en perfectas condiciones: buenas piernas para correr al encuentro de los clientes, buenos brazos para apartar a los otros cuidadores, buena vista para poder ver a la distancia cuando el cliente venga de regreso al auto y colocarse junto a éste para demostrar que sí lo estaba cuidando. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 31 Dentro de la extensa variedad de cuidadores de carros que existen hay dos tipos básicos: el que simplemente cuida y el que cuida y lava, este último dotado de ciertas características que nos permiten considerarlo no como un cuidador puro, sino una suerte de cruce de limpiabotas con cuidador o, para decirlo más brevemente, un limpiabotas de carros. La diferencia sustancial entre ambas variantes la establece el hecho de que al primero no es preciso dejarle la llave del coche, en tanto que el otro siempre la pide “para limpiarlo por dentro”, o sea para abrirlo y sentarse a oír el radio, echar una siesta o “dar una vueltica” por los alrededores. El cuidador simple en muchas ocasiones hace lo mismo, aunque el no necesita pedir la llave porque sabe abrir el carro con un alambre y ponerlo “directo” para dar la vueltica. De cuando en cuando sucede que al regresar el propietario a su vehículo lo encuentra materialmente convertido en un acordeón, y ni rastros del cuidador. Aunque algunos cuidadores extremadamente finos se le enfrentan al propietario, le demuestran con gran habilidad que “ese fue un carro que se dio a la fuga” y hasta consiguen cobrarle. Este último subtipo es conocido en el ambiente automovilístico como el cuidador-abogado. Equipo Es asombroso, pero para ejercer una profesión de tanta responsabilidad y tan compleja como la que estamos analizando, se requiere un instrumental de los más modestos, casi podríamos decir insignificante: apenas un peine, un espejito -los cuidadores también se sacan las espinillas- y una revista Luz o Sexología, que generalmente se lleva en el bolsillo trasero del pantalón, siendo opcional el uso de la toalla enrollada por el pescuezo. En el caso del cuidador-lavador hay que agregar un balde o lata con agua, un pedazo de estopa, una escobilla y uno o más trapos; en todos los casos un alambrito destinado al uso antes descrito y una navaja de picar cauchos para cuando reaparezca el vivo que se fue sin pagar. Algunos preciosistas en materia de apariencia personal suelen incluir en el equipo una chaqueta de cuero u otra prenda igualmente coqueta, más unos zapatos de goma de estilo deportivo. ANIBAL NAZOA 32 El cuidador y el futuro de la patria El verdadero profesional del cuido de carros, el que ha triunfado en la vida, no ejerce su actividad directamente sino a través de un grupo de niños que trabajan para él y son a la vez como sus discípulos y sus hijos. Esta doble función industrial y pedagógica hace del cuidador de carros uno de los elementos más apreciados de nuestra sociedad, factor insustituible en la orientación de la infancia y por ende forjador del Futuro de la Patria. El niño venezolano, entre las muchas oportunidades que se le ofrecen para disfrutar de la felicidad en libertad y de formarse a la vez como ciudadano útil a su país, tiene en el Cuido de Carros un oficio de brillante porvenir. Un oficio que da buenos dividendos, instruye y divierte. En este sentido, Venezuela puede enorgullecerse de ser el país que cuenta con más niños cuidadores de carros en el mundo. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 33 EL DROGADICTO Drogadicto, repelente vocablo perteneciente al lenguaje de la revista Selecciones del Reader’s Digest, es el término empleado por los colonos lingüísticos o portoricans para designar al consumidor de drogas. Es forma Spanglish de “Drug addict”, que en castellano decente quiere decir adicto a las drogas. Distancia y categoría Pero esta definición es demasiado general. Hay que establecer diferencias, precisamente en razón del noble origen de su denominación, entre el drogadicto y el simple drogómano ó, mejor marihuanero: el drogadicto es chic, el marihuanero chusma; éste va a la cárcel, el otro al sanatorio; antisocial el marihuanero, el drogadicto angustiada víctima de una sociedad necesitada de comprensión, cariño, etc. No significa esto, sin embargo, que el drogadicto no le pegue también a la mafafa o pichicata o yerba o material o de la buena, a mejorana o maconha como la llaman los brasileños. Lo que pasa es que al drogadicto le llega la grifa a domicilio, sin mayores sobresaltos, mientras que el marihuanero debe arriesgar la libertad y aun la vida para obtenerla. Al marihuanero lo buscan los tombos y al drogadicto los enfermeros; a éste se lo lleva la ambulancia y al otro la jara. Para el droga tratamiento y para el mari castigo. ¿Okey? Entonces estamos en la pomada y vamos a cobear a los zanahorias lectores. Grillos, a ponerse moscas que aquí viene lo bueno. Habitat El drogadicto es un personaje de la ciudad. Cuando aparece uno en Cumanacoa o en San Fernando de Atabapo es porque esta de vacaciones o porque resolvió consumir la mercancía en el lugar de la entrega. Hoy día se mide la importancia de las ciudades por el número LAS ARTES Y LOS OFICIOS 35 de drogadictos integrados a sus poblaciones más que por la población misma, cantidad de vehículos, teatros, plantas industriales, etc. Una ciudad sin drogadictos debería figurar sólo en los mapas de mucho detalle con escalas inferiores a 1: 1.000.000. Dentro de la ciudad no es cierto que el drogadicto se mueva preferentemente en los medios intelectuales; por lo regular los intelectuales son unos pelagatos que no pueden ni soñar con la vida del drogadicto. Con lo que un miembro del distinguido gremio se inyecta, fuma o ingiere en un solo día, podría vivir seis u ocho meses un grupo literario de proporciones respetables. Los intelectuales hablan mucho de la droga pero como consumidores son unos pobres diablos que habrán probado en su vida uno o dos pitos de la verde y si se les ofrece un shot de morfina les da un infarto, es decir, preferirían que se les diera en plata. Con esto estamos diciendo que el oficio de drogadicto no es para infelices sino para quienes tengan con qué y dónde ejercerlo. La primera condición necesaria para poder resistir la vida del drogadicto no es, como piensan algunos ingenuos, poseer una salud de hierro sino poseer unas rentas de oro. Si el pobre quiere aficionarse a las drogas, le conviene tener más bien una salud precaria, pues su única oportunidad de probarlas está en el hospital, y eso cuando la situación presupuestaria del país es muy buena; porque en la mayoría de las casos el único estupefaciente que se administra a los enfermos venezolanos es el que los médicos llaman jocosamente “aguantoformo” o “resignocaína”. Productos usuales Las anteriores afirmaciones nos conducen a una enumeración de los principales materiales que se emplean en el ejercicio de la profesión y a su clasificación según los recursos de cada profesional. La historia de la narcomanía moderna comienza con el opio, que fue gran señor del Asia en el siglo pasado, gracias a la noble gestión de la Gran Bretaña. Los ingleses introdujeron el opio en China y hasta sostuvieron una guerra contra el Celeste Imperio cuando las autoridades de ese país prohibieron a la Compañía de las Indias su caritativo y nobilísimo tráfico. Este conflicto entre civilización y ANIBAL NAZOA 36 barbarie es conocido oficialmente como Guerra del Opio (18391842) y desde su conclusión fue elegantemente olvidado por las mentes occidentales, que no tienen inconveniente en considerar al opio como un componente esencial del “peligro amarillo”. Después el opio se convirtió en pura literatura y fue sustituido en los medios de alta cultura por sus derivados, los llamados opiáceos: morfina, heroína, codeína. Algo semejante ocurrió en nuestro continente con la coca, ampliamente utilizada por los piadosos conquistadores españoles para atraer a los rebaños del Señor y a los indígenas peruanos, ecuatorianos y bolivianos haciéndoles olvidar su hambre: para uso de los civilizados, la coca vino a ser sustituida por su alcaloide, la cocaína. Todos estos productos refinados son, comparados con las drogas de uso popular, como el caviar respecto a los frijoles. Su elevado costo los coloca definitivamente fuera del alcance del pueblo bajo, manteniendo así el oficio de drogadicto a cubierto de la intromisión de la chusma. Otras drogas Hemos hablado de drogas de uso popular y éstas, efectivamente, existen. El drogadicto pobre, como no tiene acceso a los refinados néctares de la farmacopea moderna, se debe conformar con drogas de precio relativamente bajo aunque no por ello menos poderosas, tales como la televisión, las carreras de caballos y, por supuesto, el humilde aguardiente. Sin olvidarnos de la política y las leyes, drogas en cuyo manejo debemos anotar que los venezolanos se cuentan entre los mejores técnicos del mundo. Se calcula, de acuerdo con procedimientos del American Institute of Blablalogics de Boston, Massachusetts, que el potencial estupefactivo de un solo discurso pronunciado por un diputado venezolano equivale a doce veces el volumen de morfina que se puede extraer de 18,2 hectáreas de adormidera. La política y la TV tienen además la ventaja de que una sola dosis de ellas alcanza para varios millones de adictos. Prueba de ello es que en Venezuela, a la hora en que se están transmitiendo las telenovelas, no se puede hablar con nadie ni arreglar ninguna clase de negocio porque toda la población está en viaje. En épocas de LAS ARTES Y LOS OFICIOS 37 elecciones, literalmente no se puede caminar por las calles y caminos del país sin tropezarse con las masas de drogados que deambulan por todas partes. En cuanto al sexo, que también constituye hoy un elemento esencial en el arsenal de estupefacientes, en Venezuela se da en dos formas: el sexo a escala popular, que se cultiva en la televisión y en las revistas ilustradas, y el sexo aristocrático al cual sólo tienen acceso los potentados que pueden pagarse una entrada al cine. En Venezuela se da un caso curiosísimo, aunque estamos seguros de que no es único en el mundo, de droga muy costosa y sin embargo de consumo prácticamente obligatorio para las clases populares. Nos referimos al automóvil. El venezolano de hoy, por imperativo de la libre sociedad que lo cobija debe consagrar su vida a conseguir un automóvil, si no lo tiene, y a cuidarlo si lo tiene. Por la mañana es un ser que se levanta agitado, inseguro, con las manos temblorosas y la garganta seca, y no adquiere el dominio de sí mismo hasta no estar sentado tras el volante de su vehículo o por lo menos ante la vitrina donde se exhibe el que algún día habrá de adquirir. Por la noche, un atormentado que no logra conciliar el sueño sin haber comprobado mentalmente que están tomadas todas las medidas indispensables para que no le roben su precioso automóvil. Muchas veces en las grandes colisiones que suelen producirse en nuestras carreteras, los conductores no mueren a consecuencia del choque sino del shock que les produce la evidencia de haber perdido los coches. Instrumental En el corto espacio a nuestra disposición resulta punto menos que imposible describir el instrumental requerido para ejercer el oficio de drogadicto, por ser demasiado amplio el tema. Desde algo tan barato como es una caja de fósforos para encender los “pitos” hasta casas prohibitivas como un auto de carreras con cuatro carburadores, desde una inyectadora hasta un televisor, se puede decir que el drogadicto necesita todos los elementos de la civilización moderna en el cumplimiento de sus funciones. Eso sí, el instrumento ANIBAL NAZOA 38 fundamental, el que le permite utilizar todos los demás, ése se guarda en las bóvedas de los bancos. Cómo retirarse Para el drogadicto que desee retirarse del oficio, el problema se plantea en relación directa con sus recursos: en el caso del amante de la morfina y otros opiáceos se imponen largos tratamientos encaminados a suprimir gradualmente el hábito sin correr los riesgos de lo que en términos médicos se denomina “síndrome de abstinencia”. Estos tratamientos se siguen a través del uso de drogas sustitutivas como la nalorfina y la metadona. En el caso del simple marihuanero o del consumidor de barbitúricos baratos, con una pequeña “averiguación” y unas horas de interrogatorio basta para hacerlo retirarse por su propia voluntad. Todos somos drogadictos El oficio de drogadicto es uno de los más extendidos en el mundo moderno, a tal punto que podemos decir que en verdad todos lo ejercemos voluntaria o inconscientemente, todos somos drogadictos absolutos o relativos. Para un borracho, por ejemplo, el que bebe agua es un vicioso execrable. Condenamos a los marihuaneros, pero fumamos tabaco. Desde que nacemos estamos respirando algo que no es sino una mezcla de los peores tóxicos, y estamos tan acostumbrados que no resistiríamos ni una semana la atmósfera de una aldea de los Alpes. Unos más, otros menos, vemos televisión y vamos al cine. Hasta hay muchos jóvenes que protestan contra la basura televisada y contra la imbecilización a través del automóvil, pero ellos mismos confunden la marihuana y el LSD con la Revolución, sin darse cuenta de que las motocicletas o los autos y la “nieve” se las vende el mismo negocio. Así, pues, abandonamos este tratado por fácil e inoficioso. Nada tenemos que enseñar: ¡salud, colegas! LAS ARTES Y LOS OFICIOS 39 EL POLÍTICO Zoon politikón Dar una definición del político es tan difícil como ubicar su origen en el tiempo. La etimología de la palabra, por otra parte, no nos ofrece ninguna ayuda en este sentido: el Diccionario Etimológico de Corominas la da como proveniente del griego politikós, “perteneciente al gobierno”, lo cual es cierto en principio; pero también lo es que politikós es derivado de polis, ciudad, y es bien sabido que los políticos existen desde mucho antes que las ciudades, aparte de que se conocen muchísimos políticos montaraces. Por si fuera poco, ya dijo Aristóteles (y, cosa extraña, lo dijo hablando de Ética) que el hombre es un zoon politikón. No se sabe con exactitud si con esto Aristóteles quiso decir que los políticos son unos animales o que el hombre es el único animal que sabe de política. Ambas traducciones del zoon politikón son erróneas: la primera porque si algo se necesita para ser político es una inteligencia, o cuando menos una viveza nada animal, y la segunda, porque está comprobado que a parte del hombre hay otros animales que saben mucho de política, verbigracia: el gorila y la sanguijuela. Probablemente lo que quiso decir Aristóteles fue, en definitiva, que el hombre es un animal político. O sea, que es político porque es hombre. Se supone, pues, que el hombre de las cavernas ya era político, lo cual, por lo demás, es fácil de constatar si se observa que aún en la actualidad hay políticos que son unos verdaderos hombres de las cavernas. Una prueba más de que ya en los tiempos paleolíticos había políticos, la constituye un dibujo rupestre hallado en la cueva de La Madeleine (Francia), donde aparece un grupo de cazadores persiguiendo a un reno o ciervo, mientras otro individuo está cómodamente sentado ante una mesa de piedra, puliéndose las uñas con una lima de silex. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 41 El arte de la Política Decía George Bernard Shaw que “cuando un hombre mata a un tigre, eso se llama deporte, pero cuando un tigre mata a un hombre, eso se llama ferocidad”. Algunos tratadistas mal informados y peor intencionados, han intentado definir el arte de la política con una frase similar: “si un hombre le da un garrotazo a otro y le quita la cartera, se dice que ese hombre es un asaltante; pero si en vez de darle un garrotazo lo invita a conversar y lo convence para que le entregue la cartera, entonces se dice que ese hombre es un político”. Esta burda descripción es totalmente falsa, una vil calumnia: un político jamás convence al hombre para que le entregue la cartera, sino a un tercero para que se la quite y se la traiga a él. Pero éste es apenas uno de los variados aspectos del arte de la política, que indudablemente es una de las más sublimes creaciones de la humanidad. Todas las artes, todas las ciencias, prácticamente todo el conocimiento humano, está contenido en la política. Y sin embargo, inexplicablemente, a los políticos, por lo general, no les agrada que los llamen políticos; prefieren ser calificados de luchadores, estadistas, hombres públicos, defensores del pueblo y cosas por el estilo. Ellos sabrán por qué. Por las mismas razones que estamos exponiendo, si intentásemos enumerar las cualidades que debe reunir un ciudadano para ejercer la profesión de político, necesitaríamos disponer: de varios centenares de páginas. De manera que olvidemos por lo pronto la sabiduría, la rapidez en el cálculo, la cultura superior y el valor a toda prueba, para ocuparnos de otros rasgos aparentemente de menor importancia, pero esencialísimos para quien aspire a convertirse en un político cabal. Tenemos por ejemplo, la Trayectoria, nombre que se da en política a lo que en otras ocupaciones recibe el nombre de edad. No importa si lo que dice un político es o no cierto, lo importante es que lleve treinta o cuarenta años diciéndolo, para así ganarse el respeto de todos por su trayectoria. La trayectoria siempre ha de ser limpia o impecable, entendiéndose por tal la del político que si alguna vez ha estado preso, ha sido por razones políticas, y si ha pasado por el gobierno, a su salida no se le ha podido probar nada. ANIBAL NAZOA 42 Otra característica indispensable en el político es la que popularmente se conoce como “facilidad de palabra”, y que no es sino simplemente habilidad para hablar mucho y decir poco. Un político que diga lo que quiere decir en dos palabras en vez de alargar convenientemente la exposición, se arriesga a agotar su caudal de popularidad en el primer discurso y quedarse sin trayectoria. Honestidad, frugalidad, modestia: el político que llega al poder debe ser honesto a carta cabal; jamás tocará los dineros públicos, limitándose a pedir que le aumenten el sueldo. En todo tiempo, en el gobierno como en la oposición, se distinguirá por la frugalidad y modestia de su vida, por su auténtica existencia de hombre pobre. Sólo cuando el “rinda la última jornada”, como suele decirse en el argot del oficio, se podrá descubrir que el humilde doctor Fulano era vicepresidente de seis compañías y accionista de otras ocho, y que tenía seis edificios de apartamentos o dos o tres fundos ganaderos. En este particular, un político cuidadoso de su prestigio está en la obligación de extremar las medidas de seguridad en su residencia, o resignarse a perder sus bienes y no dar parte a las autoridades en caso de robo, pues más de una vez ha sucedido que un caco se introduce en la casa de un político y en una pasadita superficial, sin registrar a fondo, ha cargado con millón y medio en joyas y cien mil dólares en efectivo, dando al traste así con la fama de pobre que tanto le había costado construir a su víctima. Un político completo tiene que ser casado y hombre de hogar, pero su familia será más o menos oscura y salir a la luz pública sólo en los momentos más importantes de la trayectoria, como, por ejemplo, cuando el paterfamilias cumple años en la brega o lanza su candidatura presidencial. Estos son también los momentos apropiados para explotar el “lado humano” del candidato. El “lado humano” se compone de todas esas pequeñeces íntimas que en ocasiones hacen la grandeza de un político: este invariablemente tiene un perro (con el cual es imperativo que se retrate) llamado Rover, si se trata de un político norteamericano, y Sultán o Campeón, si de uno latino. Le conviene también coleccionar cualquier cosa y tener algo favorito LAS ARTES Y LOS OFICIOS 43 como una pipa, un sillón o un cuadro, y cultivar alguna afición que puede ser la pintura, la música o algún deporte, pero teniendo la precaución de declarar siempre que “lo hago muy mal”, aunque en el fondo de su corazón se sienta un Rembrandt, un Oistraj o un Pelé, respectivamente. Advertencia especial para los venezolanos: nadie en Venezuela puede aspirar a surgir en la política si no juega al dominó como un maestro consumado. Los políticos venezolanos están en la obligación de dedicar por lo menos dos tercios de su vida este varonil deporte y, ciertamente, se puede decir que Venezuela es como es, en gran parte, porque siempre ha sido un país gobernado por jugadores de dominó. La partida de dominó es la ocasión apropiada para entrevistar a nuestros políticos, porque es entre jugada y jugada cuando ellos están más inspirados y dispuestos a dar declaraciones a la prensa. Además de una gran biblioteca, colocada detrás del escritorio para fines fotográficos, el político debe poseer una sonrisa. Una sonrisa especial, una amplia sonrisa capaz de hacer palidecer de envidia a los modelos de los anuncios de dentífricos. Pero esto no quiere decir que los políticos “serios” no puedan también conocer las delicias del triunfo. Algunos de los más grandes representantes de la profesión se han hecho célebres por sus caras de piedra. Disraelí, por ejemplo, se dice que no era muy dado a sonreír. Maquiavelo apenas esbozaba una risita; la famosa risita maquiavélica. Hitler, que durante toda su actuación sólo mostró una cara de perro envenenado, sin embargo, se metió a los alemanes en el bolsillo y fue dueño de Europa así fuese por un momento. Nuestro Rómulo Betancourt, el único político de éxito que ha dado Venezuela en lo que va de siglo, cuando trata de sonreír apenas logra producir una mueca semejante a la de un gladiador que se apresta a clavar su tridente en el estómago del adversario. La sonrisa, para cerrar este capítulo, forma parte de una condición más general que en el fondo es la más importante de todas las necesarias para ejercer la profesión de político: el “arrastre”, “ángel” o, como se dice en el lenguaje de moda, el “carisma”. El carisma - término tomado en préstamo a la Teología - define aquella cualidad del político que le permite prometer, ante una multitud enardecida, ANIBAL NAZOA 44 acabar con la miseria, luego ganar las elecciones y al cabo de cinco años de gobierno reaparecer ante esa misma multitud, más vasta y más miserable, y conseguir que lo aplaudan, en vez de lincharlo, o aunque sea abuchearlo. El mejor político En términos generales, hay dos clases de políticos: el de éxito y el fracasado. No se crea, entre paréntesis, que fracasado es el político que no llega nunca al poder; en realidad hay políticos cuyo éxito consiste precisamente en haber permanecido por varias décadas en la oposición, retirándose en buena situación y sin haber tenido que empuñar jamás otras herramientas que no fueran las de la profesión. Pero aparte de estas dos clases hay una tercera, un político “fuera de clase”, que a fin de cuentas es el mejor de todos y el que no llega a conocer el fracaso aunque se lo proponga: el apolítico. El apolítico es el hombre de temperamento apolíneo, elegante, generalmente dueño de una imponente cabellera plateada, cuya única fortuna es su rectitud insobornable y su honestidad a toda prueba. Figura en todos los gabinetes, representa a la Patria ante todas las Cancillerías del orbe, no pasa en toda su vida ni una hora arrestado, y cuando termina su trayectoria lo entierran con música y todo. Mas nos hemos extendido demasiado en el examen de esta interesante figura de la cultura universal, y es preciso abreviar. Por lo tanto, vamos a concluir redondeando el tema con una serie de preguntas y respuestas al estilo escolar: P)- ¿Qué es lo que hace el político? R)- Sacrificarse por la Patria. P)- ¿Cómo se sacrifica por la Patria el político? R)- Luchando contra las ambiciones y el apetito de mando de los demás LAS ARTES Y LOS OFICIOS 45 políticos. Porque él, como bien lo saben sus partidarios, no tiene ninguno. P)- ¿Cuál es el instrumento de trabajo del político? R)- Eso ni se pregunta: la herramienta universal del político es el vocabulario. En la práctica, la política no es sino el arte de combinar bien una serie de giros y frases tales como “vocación de servicio”, “demagogia”, “sangre generosa”, “el pueblo que sufre y espera”, “la tolda contraria”, “asomar la posibilidad”, “preocupante”, “problemática nacional”, etc. P)- ¿Dónde estudian los políticos? R)- Unos en la Universidad, otros en la Escuela Militar, otros en el Seminario, pero lo curioso es que todos estudian una profesión que casi nunca llegan a ejercer, precisamente porque se dedican a la política. P)- ¿De que vive el político? R)- Niños, váyanse a casa y no olviden hacer sus tareas. ANIBAL NAZOA 46 EL ABSTEMIO In vino veritas (la verdad está en el vino) Peque ño do Ilustra Peque ño Ilustra do sse Larou Pá nas gi Pá Larou sse Ro sadas sadas ginas ro Preludio Película de vaqueros. El saloon está repleto de matones y mujerzuelas. Hay mucha animación, pues se celebra el éxito del atraco a la diligencia de Wichita que llevaba el oro a Fort Bluff. Las jarras de cerveza corren sobre el mostrador como patinadores en hielo y es rara la mesa donde no hay por lo menos una botella de whisky. De pronto se abren las puertas batientes y aparece el Muchacho, alto, rubio, la sonrisa de los invencibles bajo el ala del sombrero correctamente puesto, no a la pedrada como lo llevan los enemigos de la Ley. El bullicio es sustituido instantáneamente por un espeso murmullo. Hasta el pianista interrumpe su fogosa interpretación de “My girl has come from Phoenix” y se encoge en su jaula mientras el recién llegado avanza con paso decidido entre respiraciones contenidas, hacia la barra. El Juez Carrington se adelanta a saludarlo, pero se arrepiente ante la mirada que le dirige Luke Benton, propietario del café y malhechor empedernido con más de treinta muertos a cuestas. Manolo Sereno, el bandido mexicano más famoso del Oeste, levanta la vista de las cartas y acaricia rápidamente su pistola. El Muchacho ya ha llegado a la barra. Con un cortés empujón aparta a Cindy Belle, la incitante bailarina que lo saluda con un “Hola, guapo” en español doblado, y ordena: LAS ARTES Y LOS OFICIOS 47 -Un vaso de leche. Mac, el cantinero, se le queda mirando con tamaños ojos. Se refriega los bigotazos, se limpia nerviosamente las manos en su delantal y por fin pregunta: -Co... ¿Como dijo? - Un vaso de leche. Vamos, abuelo, que tengo prisa. - Un vaso de leche. En los ojos azules del Muchacho hay una fría decisión que obliga a Mac a cumplir la orden en seguida. Va a la trastienda y, cuando regresa con el pedido, se oye al fondo del saloon una carcajada seguida de una voz de trueno: -¡Oigan, el bebé vino por su biberón! Risa general, más o menos tímida. Luke Benton y cinco pistoleros mas sí ríen con franqueza, a mandíbula batiente. El Muchacho no se vuelve. Desenfunda su pistola velozmente y, mirando por el espejo mientras apura su vaso de leche, hace seis disparos. Luke y sus cinco amigos ruedan por el piso manchado de cerveza y escupitajos. El Muchacho paga lo consumido y sale tranquilamente, sin dignarse ni siquiera mirar los cadáveres de quienes osaron reírse de sus aficiones lácteas. Así es He ahí un abstemio de cuerpo entero. Un hombre que tuvo decenas de oportunidades de liquidar a Luke y a su banda al sorprenderlos en plena faena delictiva, y sin embargo prefiere matarlos a sangre fría nada más porque les causó gracia verlo a él ordenando un vaso de leche en un establecimiento donde normalmente no se expende esta bebida. Con esto ya estamos asomando uno de los ANIBAL NAZOA 48 componentes esenciales del carácter del abstemio profesional: quien se proponga hacer carrera en este oficio ha de ser duro, implacable, inmune a toda forma de sentimentalismo. ¿Usted ha conocido a algún poeta abstemio? Nosotros, por lo menos verdadero, no hemos conocido a ninguno. Mas al lado de esa dureza el aspirante a abstemio poseerá una gran resignación y estará preparado para sufrir en grande, pues su oficio es uno de los más detestables que conoce la sociedad; tal vez sin quitarle sus méritos, lo sea más aún que los de esbirro y sepulturero. Quienes son abstemios Existe y está muy extendido el concepto simplista de que abstemio es “aquel que no consume bebidas alcohólicas”. Esto es absolutamente falso, por diversas razones. La primera, porque el alcohol no es la única sustancia respecto a la cual se puede ser abstemio: hay también abstemios de tabaco; los vegetarianos son abstemios de carne y la mayor parte de la humanidad es abstemia de comida en general. En los últimos días, correlativamente con los nuevos incentivos que la sociedad occidental ofrece a la juventud (marihuana, LSD, barbitúricos), ha aparecido el abstemio de drogas, popularmente denominado Zanahoria en los medios consumidores. Nosotros mismos, por lo demás, nos confesamos miembros de un nuevo y peligroso grupo de abstemios: los abstemios electorales. El presente tratado, claro está, se refiere exclusivamente a los abstemios de alcohol, con alguna referencia al de tabaco. Cuando se dice abstemio se habla de un oficio y por lo tanto sólo se pueden considerar miembros del gremio correspondiente quienes de tal oficio viven. Hay personas, a las cuales llamaremos provisionalmente abstemios casuales, que no beben porque se lo ha prohibido el médico, o porque ejercen otro oficio incompatible con el alcohol, o simplemente porque no les gusta éste. Esos no son abstemios: el verdadero abstemio es aquel a quien le encanta el LAS ARTES Y LOS OFICIOS 49 aguardiente, pero no lo prueba por cuestión de principios. El que va a la fiesta con el único objeto de amargarles la vida a los demás exhibiéndose como triunfador sobre el vicio. El que, cuando le ofrecen un trago, en vez de decir simplemente “no, gracias”, pronuncia un vibrante discurso en torno a los perjuicios que causa el licor a la salud física y moral de las naciones. A propósito de discursos, es bueno anotar que al abstemio le es indispensable poseer un amplio conocimiento de la Historia pues, siendo tan escasos los personajes que han logrado entrar en ella sin haber sido buenos bebedores, y muchísimo menos los abstemios propiamente dichos, hasta es posible que en ocasiones le toque inventarlos y colocarlos en el marco histórico apropiado durante alguna discusión sobre las excelencias de la abstinencia. El abstemio forzoso se distingue fácilmente del abstemio profesional porque, mientras aquel rechaza los tragos diciendo “no puedo”, éste los rechaza diciendo “no bebo”. Un tercer grupo, el de los abstemios a medio tiempo o borrachos vergonzantes, está compuesto por los semiprofesionales que no beben en público pero en la intimidad del hogar se emborrachan sistemáticamente. En cuanto a los Alcohólicos Anónimos, éstos pertenecen a una extraña variedad de abstemios que al parecer practica el oficio por puro espíritu deportivo, sin fines de lucro, y que ha sido poco estudiada debido a sus hábitos masónicos. Entre los abstemios forzosos se encuentran a menudo los gobernantes, quienes no pueden beber, si son demócratas, por el temor de que el alcohol les suelte la lengua y los haga demasiado sinceros o lo suficiente para justificar un golpe de Estado; y si son dictadores, por el temor de quedarse dormidos y despertar desarmados y presos. Pero en términos generales, gobernante y abstemio casi siempre se identifican por la sencilla razón de que el arte de gobernar se reduce en gran parte a repartir el licor pero no beberlo. El abstemio por excelencia, y el que mejores dividendos le saca a la profesión, es el correcto caballero, el ciudadano incorruptible ANIBAL NAZOA 50 de imponente barba blanca, padre ejemplar y esposo fidelísimo, hombre de limpias ejecutorias a quien la Nación ha distinguido con los cargos de mayor responsabilidad (y más jugosos) en todas las épocas. Este recto, imparcial, honesto servidor de la Patria, por supuesto, ni fuma ni bebe y ese es su mayor capital. En esto de mantenerse alejado del vicio es inflexible, duro y objetivo. No le seducen ni el vaso de bon vino de Berceo y compañía ni la figura bonachona de Dom Pérignon entre sus barricas de champagne, ni cree que el licor Bénedictine esté exento de fuego infernal porque haya sido creado por monjes. A la hora de arremeter contra el vicio, es capaz de condenar al mismísimo Jesús por haber servido vino en la Santa Cena. Así trabaja Aunque suene paradójico, el abstemio no puede vivir sin el alcohol; y se comprende, porque en un mundo desalcoholizado su oficio no tendría razón de ser. Su campo de trabajo está precisamente donde se bebe. Por eso rehuye la compañía de otros abstemios, que vienen a ser la competencia, y más bien procura dejarse ver siempre en fiestas y recepciones. Para entrar en funciones, se colocará siempre en las proximidades del bar o en el paso obligado de los mesoneros. Así dará ocasión de que le ofrezcan una copa para rechazarla poniendo cara de dignidad ofendida y pronunciando un “gracias, NO TOMO” en voz lo bastante alta para que le oiga la mitad de la concurrencia. El tono de su conversación insinuará sutilmente que su actitud de abstemio es temporal, a fin de lograr que alguien trate de convencerlo para que acepte una copita, una sola, aunque sea una gota, vamos, un traguito no le hace mal a nadie, y entonces poder responder en voz más alta y tono más ofendido aún: - Por favor, no insista. Ya le he dicho que NO TOMO. Cuando vea que algún asistente al sarao está abriendo un paquete de cigarrillos, se le acercara a saludarlo o con cualquier LAS ARTES Y LOS OFICIOS 51 pretexto, de modo que aquél le ofrezca un pitillo que él observará como si le estuviese ofreciendo un atado de dinamita o una cápsula de cianuro antes de responder con una sonrisa benévola: - No gracias. YO NO FUMO. Repetida la acción hasta lograr hacerse notorio, el abstemio entrará a explicar las razones por las cuales no bebe ni fuma, haciendo notar que su inexpugnable salud la debe a su condición de abstemio y dejando a los demás convencidos de que no son sino unos pobres esclavos del vicio. Aquí es donde entra en escena este humilde servidor para poner fin al tratado con la frase del sabio: “Desconfiad del que nunca bebe, y más aún de aquel a quien jamás hayáis visto borracho”. ANIBAL NAZOA 52 EL APOSTADOR La literatura, y particularmente la literatura cursi, nos tiene acostumbrados a un personaje que a fuerza de ser convencional ha terminado por convertirse en un bicho tan raro como los marcianos de la ciencia-ficción: es el caballero pálido, distinguido a más no poder, más bien maduro, de modales aristocráticos, que llega al Casino de Montecarlo o a uno de los cien mil de Las Vegas, se sienta a la mesa de baccará o ante la ruleta y pide fichas. El resto de la historia, nauseabundamente pedrestre, es bien conocida: el elegante caballero -que luego resultará ser el Barón de Chantepleure o el Rey de la Margarina de Baltimore- va perdiendo ficha tras ficha hasta que, con una sonrisa en los labios, camina hacia la terraza. El ruido de un disparo nos indica que una fortuna ha sido devorada por la banca y su ex dueño se ha levantado la tapa de los sesos a la luz de la luna. La historia no puede ser más falsa. Para empezar, a Montecarlo y a Las Vegas sólo pueden ir los millonarios, y es bien sabido que a un millonario hay que hablarle mucho para convencerlo y hacerlo arriesgar diez bolívares en un quinto de lotería, así que es cosa de risa pensar que vaya a arriesgar toda su fortuna en una vuelta de ruleta. Y para terminar, ningún ricacho de ésos se levanta la tapa de los sesos así como así, aun en el supuesto de que realmente haya perdido su fortuna, porque cuando un hombre ya es millonario tiene a la mano demasiados seguros, trucos y combinaciones para rehacerse rápidamente. Los suicidios de Montecarlo no son sino eso: pura literatura. Pero la imagen que acabamos de presentar corresponde al jugador, no al apostador. El jugador es un simple tentador de la suerte, el apostador un hombre de ciencia. La diferencia entre ambos es aparentemente sutil, pero en verdad es abismal. El apostador es todo inteligencia, en tanto que el jugador apenas tiene que usar el cerebro LAS ARTES Y LOS OFICIOS 53 para volárselo cuando queda en la ruina, si nos hemos de atener a la imagen novelesca. Hasta en la vestimenta se distinguen, porque el apostador viste de acuerdo con las circunstancias, mientras el jugador va uniformado: hay adminículos como la capa y el monóculo, que han quedado para el uso exclusivo de los jugadores de novela. La carrera Matemático, psicólogo, experto en estadística, criptógrafo, todo en una sola pieza debe ser el apostador. Una gran desenvoltura y un profundo conocimiento de las Relaciones Públicas le son indispensables para moverse dentro de los ambientes donde le toca actuar. Hoy está en el gimnasio, de franela apretada y cachucha a cuadros, al pie del ring de los entrenamientos, estudiando la pegada de un boxeador y arrancando secretos al manager y al sparring; mañana, en el hipódromo, de elegante terno inglés, prismáticos colgados al cuello, tratará de averiguar qué le están inyectando al caballo Tal y con quién fue que se peleó anoche en un cabaret el jinete Fulano. Unas horas más y ya lo tenemos en el stadium, en la piscina olímpica o en el ruedo de la pelea de gallos. El tiene que saberlo todo: cuántos pelos tiene cada caballo de los que corren el domingo, cómo están las relaciones del futbolista con su mujer, quien le pagó al boxeador para que se cayera solo en el tercer asalto. El apostador nace, no se hace. Desde su tierna infancia, en los bancos escolares, comienza a dar con la manera de desplumar a sus compañeritos. Con uno se apuesta la merienda a que esta tarde la maestra vendrá con pantaletas rosadas, a otro le va un real a que el bachiller Martínez se cae en el albañal del patio y se rompe la espinilla. A la salida de clases, si aparece una perra “salida” con varios perros atrás, el futuro profesional se apresurará a apostar su caja de creyones a que esa perra se “pega” con el blanco y marrón. Ya crecido, su imaginación no puede tener límites, porque el verdadero apostador está a toda hora actuando en función de su oficio, apostando a cualquier cosa y a como dé lugar. Si no hay a la vista ninguna pelea, ANIBAL NAZOA 54 carrera o partido, apostará a lo que invente en el momento: a que caerá el gobierno en tal país, a que aquel carro cruza a la izquierda, a que esta noche llueve, a que un pajarito canta o no canta. La imaginación de los apostadores es la madre de prácticamente todos los deportes y es la que ha incorporado los animales a tales lides. Además de las de caballos se han creado las carreras de cochinos, chivos, perros y cucarachas. Los chinos, siempre tan minuciosos, han brindado al mundo de la apuesta un deporte cruel a la par que exquisito: las peleas de grillos. Y hablando de crueldad, en el Oriente venezolano todavía existe la bárbara costumbre de organizar carreras de morrocoyes, en las cuales se hace correr a los indefensos quelonios sobre una pista de metal calentada casi al rojo. En esta línea, la acción de los apostadores ha llegado a modificar las especies y hasta crear algunas nuevas. Un ejemplo típico es el bull-dog, el perro emblemático de la Gran Bretaña, que fue fabricado a base de cruces y deformaciones traumáticas sucesivas para deleite de los aficionados a las peleas de perros. Lo mismo podemos decir del purasangre, animal tan alejado del caballo propiamente dicho como el primitivo eohippus. El apostador no es de ninguna manera un simple aspirante a vivir del azar, sino un profesional que vive de su actividad y basa ésta en el estudio científico de cada posibilidad. El sabe mas acerca del estado de salud de un púgil, en un momento dado, que su propio médico personal. Sus conocimientos de química, toxicología y fisiología equina le permiten saber cuántos gramos y de cuál producto tiene entre cuero y carne un caballo con sólo mirarle el trote y la expresión de los ojos. Gracias a su sólida preparación en materia de Leyes, está al tanto de la situación jurídica de cada corredor de apuestas y en consecuencia nunca pondrá su dinero en manos de uno que no esté en buenos términos con la Justicia o al menos con uno de sus representantes gordos. Escoge sus amistades y relaciones de negocios con arreglo a una estricta aplicación de la Psicología individual y colectiva, de modo que nunca se engaña en cuanto a las cotizaciones del día. Por todo esto, y porque no basa su actuación en vaticinios sino en hechos concretos, el apostador no necesita ser propiamente LAS ARTES Y LOS OFICIOS 55 tramposo. Se dice que “en el juego está la trampa”, y es cierto. Pero el jugador no hace trampas, sino que conoce las trampas, que es completamente distinto. Su duro entrenamiento científico está encaminado, ni más ni menos, a aprenderse las trampas para proceder dentro de un margen de seguridad. Tomemos como ejemplo el caso de la celebérrima Rana Saltadora del Condado de las Calaveras, de Mark Twain: como todos recordarán, el Reverendo Smiley puso a Daniel Webster, su rana de carreras, a competir con la de un forastero y perdió porque en un descuido suyo el pillo le abrió la boca a Daniel y la rellenó de perdigones, impidiéndole así moverse de la raya de partida. Pues bien, este pájaro de cuenta que tan miserablemente engañó a Smiley -¡Un hombre tan honesto y tan fino, que opinaba que “todo lo que necesita una rana es educación”!- era un jugador, no un apostador. Nos atrevemos a apostar cualquier cosa a que si en el momento de la desigual competencia había presente algún auténtico apostador de corazón, éste se debe haber embolsado una bonita suma sin hacer trampa alguna sino limitándose a observar los dos ejemplares y, aplicando sus conocimientos de Anatomía Comparada, determinar cuál de ellos había recibido la dosis de plomo. El mismo principio se aplica a todos los deportes: una rana puede estar rellena de plomo como un boxeador lo puede estar de plata y un candidato presidencial de petróleo: el todo de la charada es saber dónde esta la “carga”. Los aportes Son incalculables los aportes que ha hecho el apostador a la civilización moderna. Muchas instituciones de las más respetables, le deben su existencia. Para citar un solo ejemplo, una Compañía de Seguros no es sino un apostador en gran escala: en el momento de llenar la póliza el cliente está apostando a que se muere, se le incendia su casa o pierde la vista y la empresa aseguradora a que no. Los Estados Unidos, que es la nación más poderosa de la tierra, es la tierra clásica de los apostadores. El buen norteamericano es en esencia un apostador, y por eso la víctima favorita de los fulleros de todo el mundo. En su tierra el norteamericano jamás resiste la tentación de ANIBAL NAZOA 56 adivinar dónde quedó la bolita en el clásico juego de las tres tacitas, y en el extranjero cae a conciencia en jugadas donde no caería ni el más tonto de los nativos. Como en México, donde más de un turista yanqui ha sido despojado de sus traveller´s cheques por apostar al toro en una corrida. Lo que no sabe el mexicano es que al gringo le gusta perder, que apuesta por el simple gusto de apostar, así sepa que lo están estafando, porque la apuesta anda mezclada con su sangre misma. Ellos realizaron la increíble empresa conocida como La Conquista del Oeste a base de apuestas: los terrenos se adjudicaban a los colonos mediante una carrera de caballos y carretas, y cada parcela le tocaba a quien llegaba primero a sus linderos. Los que andaban a pie y no podían participar en la carrera, sencillamente apostaban y así se quedaban con las mejores tierras o se empleaban como peones de los ganadores o se regresaban al Este a morir en paz. En Norteamérica se sabe quien va a ser Presidente de la Unión por la dirección de las apuestas, y si no fuera por éstas las elecciones estadounidenses serían las más aburridas del mundo. Sin el concurso de apostadores y corredores no habría sido posible el financiamiento de hazañas científicas como la transmisión de peleas de boxeo por televisión vía satélite, y hay más todavía. Pero como el espacio no nos permite extendernos sobre tan apasionante tema, concluyamos citando un ejemplo grandioso en su propia sencillez: el Milagro Venezolano. ¿A qué se debe el portentoso desarrollo de la Venezuela actual; sino al hecho de que somos un país de apostadores? Nuestras clases dirigentes han demostrado su inteligencia haciendo del venezolano un pueblo que no vive sino para las carreras de caballos. Nuestra experiencia transcurre entre el estudio de los pronósticos, las reuniones del Hipódromo y el análisis de los errores que nos impidieron hacernos millonarios el domingo. Todas las autopistas del país -las mejores de América Latina, dicen conducen al Hipódromo. Las telecomunicaciones y la aviación comercial se han desarrollado fantásticamente por la necesidad de llevar el material de apuestas y los resultados de las carreras a los más apartados rincones de la patria en el menor tiempo posible. Pueblo LAS ARTES Y LOS OFICIOS 57 apostador, pueblo emprendedor. ¿Habráse visto algo más hermoso? Francamente, mirando el panorama hípico de esta tierra de gracia, no comprendemos por qué don Carlos Pellegrini, el Presidente Hípico, nació en la Argentina y no en Venezuela. ANIBAL NAZOA 58 EL VIAJADO Todo un Personaje Una cosa es haber viajado y otra ser viajado. Usted puede haber dado seis veces la vuelta al mundo y vivido las más fantásticas aventuras, pero si su aspecto personal sigue siendo el mismo que tenía antes de partir, no intente dedicarse a la profesión de viajado porque fracasará estrepitosamente. El viajado es ante todo una persona elegante, pero elegante en una dirección muy precisa. Viste con estudiado descuido, procurando llevar siempre en la vestimenta algún detalle, cualquier cosita que evidentemente no sea de uso corriente en el país: unos zapatos raros, un chaleco de cuero de serpiente con botones de turquesa, una bufanda estampada con letreros en dialecto siciliano. Practica ciertas costumbres nada complicadas, pero si lo bastante curiosas para que se note que son de importación, tales como beber té caliente en vaso de vidrio, llevar en el bolsillo papel y picadura para liar cigarrillos, comer pan mojado en vino chianti y llamar guardia o “gendarme” a los policías. Nunca levanta la voz ni gesticula exageradamente; más bien habla entre dientes, en un susurro que obliga a sus interlocutores a inclinarse hacia él para poder comprender lo que dice. Cuando va con los amigos a un restaurant extranjero se ofrece gentilmente para traducir el menú, explicar los platos y hacer sugerencias. Complemento de su elegancia es una serenidad a toda prueba: súbitamente se arma la trapatiesta y aun si llegan a sonar algunos tiros, el viajado enfrenta la situación con una sonrisa, limitándose a recomendar calma en voz alta pero sin estridencias; porque, claro, un hombre cuya profesión lo ha enfrentado a los más graves momentos de la Historia a ambos lados del Océano no puede perder la compostura a causa de una simple algarada tropical. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 59 Importancia de la Mesura Hay personas a quienes no se puede visitar porque aprovechan la visita para aturullar a sus amigos con el interminable relato de sus viajes. Nos obligan a revisar una por una cuantas baratijas han comprado en diversos puntos del globo y, lo que es peor, a opinar sobre ellas. Nos hacen repasar montones de fotografías a cual más cursi y nos someten a la tortura inenarrable de asistir a la proyección de fastidiosísimas películas mal tomadas y acompañadas por los comentarios del orgulloso productor-director-protagonista: “esto es en el Arco del Triunfo... un momentico, déjame enfocar mejor para que puedan ver el nombre de Miranda...” “...Aquí está Josefina comprando castañas en el Barrio Latino...” “...Aquí estoy yo tomando fotos en el Coliseo de Roma...” “...Este es un guía griego simpatiquísimo que se hizo muy amigo de nosotros cuando fuimos al Partenón... ¿Cómo era que se llamaba, Josefina?” “...Este es un gaitero escocés fumando escondido en el Palacio de Buckingham...” “Otra vez Josefina toda enredada con el pañuelo en Zurich, ¡Por qué ahí hace un viento!...” Y luego, el acostumbrado recuento de lugares comunes: que si la Fiesta de la Cerveza en Munich, que si la Semana Santa en Sevilla, que si cuando estuvimos probando quesos en Holanda y cómo se tiran esos tipos al mar desde un farallón allá en Acapulco, nada más de acordarme me corre un friito por aquí y en Nuevayór había un muerto atravesado en toda la acera y la gente ni volteaba para allá porque nadie se quiere comprometer y verdad que Buenos Aires es una ciudad de contrastes y en la Paz uno no puede ni respirar con la altura aquello es horroroso. Esos, definitivamente, no son viajados, son simples nuevos ricos. El verdadero viajado no da la menor importancia a su vasta experiencia de trotamundos, no es que no hable de sus viajes, sino que lo hace con mucha mesura. Se refiere a los más lejanos países y a los acontecimientos más insólitos sin mostrar ninguna emoción, como si el mundo entero fuese para él el patio de su casa. Sólo a petición de parte interesada ofrecerá alguna explicación acerca de los valiosos objetos que adornan su vivienda: Picassos originales con dedicatorias, samovares rusos, espadas de samurai, alfombras hindúes y fotografías ANIBAL NAZOA 60 en las cuales aparece él al lado del Papa, bailando con Ingrid Bergman, encendiéndole el tabaco a Fidel Castro o estrechando la mano de Albert Einstein. Si un visitante le pide un cigarrillo, con toda naturalidad le extiende un paquete de rubios rumanos, no sin antes ofrecerle unos “Gauloises” por si los prefiere fuertes. Luego se registra los bolsillos y saca, como quien no quiere la cosa, una caja de fósforos “finlandeses”. Si a la hora de despedirse está lloviznando y una dama se queja del frío, él le ofrece galantemente una capa de flic parisino -“no es muy bonita, pero sirve”- y un gorro mongol o una ancha montera peruana con un letrero bordado que dice “Recuerdos de Huancayo”. Cómo y de qué hablar La forma de conversación y el lenguaje empleado en cada momento son de importancia capital para el correcto ejercicio de la profesión de viajado. Este, para comenzar, confunde las lenguas y olvida a menudo los nombres de las cosas más corrientes en su propio idioma, pero sin exagerar. En medio de una conversación cualquiera, hablando de una obra teatral (un play, en idioma de viajado) donde aparece un actor comiendo calabaza, “se le escapa” el nombre venezolano de esta sabrosa cucurbitáceas; entonces chasquea los dedos en el ademán característico de quien dice “lo tengo en la punta de la lengua” y pide auxilio: - El hombre se estaba comiendo una... una... ¿Cómo es que se llama, hombre, esa cosa grandota, esa que en inglés se llama pumpkin? Este... en francés es potiron... Hasta que alguien se compadece de él y le refresca la memoria criolla: -Auyama. El viajado habla con absoluta frialdad de lugares tan remotos como Bangkok, Helsinki y Jakarta. Cuenta su primer encuentro con LAS ARTES Y LOS OFICIOS 61 el Mariscal Tito como si hubiese sido el vigésimo sexto y, por supuesto, jamás cae en vulgaridades como las Fallas de Valencia y la libertad sexual en Suecia. Pocas veces se refiere a grandes acontecimientos presenciados por él. Apenas los mencionará incidentalmente. Dice, por ejemplo: -Un día estaba yo comprando mi ticket en el Subway, en Nueva York, y vino un tipo y me atropelló y me dijo que había matado a Kennedy... Cuando varios viajados se encuentran, y en especial cuando hay no-viajados presentes, su conversación varia sobre temas triviales, sobre pequeños recuerdos de la vida política. Modelo de conversación entre viajados -El jueves pasado me encontré con Rufino en el café. -¿En cuál: el de la Rue de Tolbiac o el de la avenida Kléber? -En el de la Tolbiac. Por cierto, chico, no se si te acordarás de la trattoria aquella que está por ahí por la Vía Merulana... -¿La de Renzo? -No chico, la que está más adelante, un poquito antes de cruzar hacia la Piazza de Vittorio Emmanuelle II, ¿Te acuerdas? -Ah, ¿Tú dices la de la gorda aquella? Pero ésa está en el Viale Manzoni... -No, eso es más acá... Bueno, no importa, lo que te iba a contar es que la gorda se fue... ¿A qué no sabes con quién? -Bueno, con el siciliano ese que trabajaba en la Unesco. -Pues no: se fue con Vaino. -¡No puede ser! ¿Vaino, el finlandés aquel que vivía con nosotros en Bruselas? -Sí señor. -¿El que preparaba los arenques en cerveza negra? -El mismo. -¿Y qué diablos hace ese hombre en Italia? -Bueno, yo me lo encontré en Estambul, allá en casa del flaco Yamnir, ANIBAL NAZOA 62 y me dijo que se iba para Italia porque había conseguido empleo en una trattoria... ¿Qué te parece? -¡Quién lo iba a decir..! Bueno, él siempre tuvo cierta tendencia a las gordas. Yo me acuerdo que allá en Varsovia... El viajado en acción A todas éstas, el lector se preguntará: pero ¿En que consiste, como se ejerce la profesión de viajado? La respuesta no puede ser más sencilla: la profesión de viajado consiste en vivir. En vivir de los viajes. El ser viajado viene a ser casi un seguro de vida. Se necesita que un viajado sea el hombre más tonto del mundo para que no obtenga los mejores y mejor remunerados empleos. Una persona que no posee ninguna experiencia en el cargo al que aspira, pero ha viajado mucho y conoce a muchos personajes importantes, puede estar mintiendo pero, ¿Y si no miente? ¿Si es cierto que juega golf con el Príncipe Felipe y le da capirotazos cariñosos a Golda Meir? Para cualquier gobierno, empresa o partido político sería una catástrofe el haber negado un puesto directivo a una persona así. Y a propósito, hemos llegado al punto en que es apropiado indicar las maneras de hacerse viajado. En primer término, descartemos a los que viajan con su propio dinero: ésos son turistas, que es cosa bien diferente. El viajado autentico es el que viaja por cuenta -o a costillas, para ser más brutales- de algo. La guía en este caso es el título de una de las obras más famosas de Vladimiro Ilich Lenin, El Estado y la Revolución. De acuerdo con este título -y estamos hablando en términos exclusivamente idiomáticos- hay viajados de derecha y viajados de izquierda. Los viajados de derecha viajan por cuenta del Estado y los viajados de izquierda viajan por cuenta de la Revolución. Aquellos hablan de Washington, de Londres, de Roma, de Brasilia. Estos de Moscú, de Pekín, de Bucarest, de La Habana. Ambos grupos van de delegación en delegación, de Conferencia en Conferencia, de Congreso en Congreso, de cargo en cargo, y gozan del mismo prestigio dentro de sus respectivas comunidades políticas. Su Educación Secundaria es el avión y su Universidad la red hotelera del mundo. Su título, ya lo dijimos: Viajado. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 63 EL MÉDICO Los orígenes Nos tiembla la mano y no es extraño. Nos tiembla a pesar de haber tomado ya nuestros acostumbrados ron doble del amanecer, ginebra del desayuno y cognac de la media mañana. La mano que no tembló anteayer para despojar de un plumazo al pobre campesino de su plantación de marihuana, ni anoche para firmar el cheque por dieciséis mil doscientos dólares con trece centavos perdidos en el juego de póker, ni el pasado jueves para poner arsénico en el café de tío Martín (de quien casualmente hemos de heredar la mayor fábrica de píldoras anticonceptivas del país), tiembla hoy de temor reverencial cuando nos enfrentamos a la tarea de escribir sobre la más respetable -aparte de la de policía- de cuantas profesiones puede ejercer el hombre: EL MÉDICO. En el principio fue el brujo. Y si hoy conviven con la civilización el curandero, el chamán, el obeah man, el piache y el callahuaya es porque, si bien los médicos han dejado hace muchos años de ser brujos, los simples mortales no hemos dejado de temer a la muerte. Quien con ésta tenga tratos podrá contar siempre con nuestro respeto y miedo ancestral. El conocimiento científico ha sustituido a las invocaciones y la preparación universitaria a los ritos de iniciación, pero para nosotros la bata blanca sigue siendo la piel del animal sagrado, el estetoscopio la maraca y el martillo de reflejos el percutor de los grandes tambores. Eso para no mencionar el tapaboca del cirujano, tan impresionante como la máscara de un hechicero africano y, en el fondo, lo mismo. El distinguido historiador de la Medicina, Mr. Douglas Guthrie, M.D., F.R.C. Sd., F.R.S.E., afirma que “la enfermedad es mucho más antigua que el hombre, como lo demostró el profesor Roy Moodie con su descubrimiento en el Wyoming de un dinosaurio LAS ARTES Y LOS OFICIOS 65 (Apatosaurus) con un tumor en las vértebras caudales”. Esta genial afirmación del doctor Guthrie, que con mucho gusto habría suscrito Mr. Perus Grullough, Ph. D., R.P.M., L.Q.Q.D., aunque demuestra que probablemente la muerte también es anterior al hombre, es incompleta por cuanto no asienta que el médico es más antiguo que la enfermedad. En efecto, ¿Cómo haríamos los hombres para saber que estamos enfermos sin un médico que nos lo diga? El médico apareció sobre la tierra cuando se empezó a notar que ciertos individuos vivían más de la cuenta sin explicación favorable. Los doctores tomaron entonces cartas en el asunto y crearon no la enfermedad, que ya existía, sino el concepto de tal, que vino a ser el primer esfuerzo de la humanidad en la lucha contra la explosión demográfica. A partir de la aparición de los médicos, el hombre primitivo llegó a saber que la carne de mamut era indigesta, que el humo de las antorchas era cancerígeno y comerse un venado o un jabalí entero sin dar su parte al médico podía causar males irreparables. Hoy el mamut no existe y es muy poca la gente que se alumbra con antorchas, pero la advertencia respecto al venado y el jabalí sigue vigente, lo que demuestra la infinita sabiduría de los médicos. Las primeras evidencias de tratamiento médico-quirúrgico conocidas por los arqueólogos se remontan a los tiempos paleolíticos, a los cuales corresponde una enorme cantidad de cráneos trepanados hallados en diversos puntos de Europa. Pero los reyes de la trepanación parecen haber sido los antiguos peruanos: en el sitio arqueológico de Paracas se han hallado cráneos que presentan hasta cinco perforaciones, según el peruanista J. Alden Mason, y esto ilustra de paso acerca del origen de la palabra paciente. Respecto a los antiguos aztecas, dice el arqueólogo Walter Krickeberg que “es muy probable que los médicos aztecas poseyeran buenos conocimientos de anatomía gracias a los numerosos sacrificios humanos”. A propósito de sacrificios es muy curioso el hecho de que se haya descubierto multitud de cráneos trepanados, esqueletos con fracturas reparadas, etc., etc., pero jamás se haya encontrado una cuenta de médico en tan importantes exploraciones. Esto parece indicar que aquella época remota es la única en que el Seguro Social ha funcionado como es debido. ANIBAL NAZOA 66 Lo actual Ninguna profesión tiene más detractores ni más defensores que la de médico. Sobre ninguna se ha amontonado igual cúmulo de lugares comunes y cursilerías. De ninguna se tiene un concepto tan exagerado en todos los sentidos. Un mismo médico puede tener aureola de santo ante los ojos de un paciente y cuernos y pezuñas de diablo ante los de otro. “La Medicina es un apostolado”, dice el primero. “La Medicina es un negocio”, dice el segundo. ¿Quién tiene la razón? Podríamos decir que ambos, o sea que la medicina es un negocio apostólico o un apostolado que puede ser buen negocio. Pero mejor es ver actuar al doctor, y que cada lector saque sus conclusiones. El doctor ¿Como es el doctor? Veinte o treinta años atrás, esta pregunta era fácil de responder: es un señor de barbita que lleva un maletín y sabe de todo. Hoy semejante idea resulta ridícula, primero porque cualquiera puede usar barbita sin saber una palabra de medicina, y segundo porque el médico de ahora no sabe de todo sino que lo sabe todo acerca de una sola cosa. Con el triunfo de la especialización, se puede decir que ya no existe el médico en el sentido de la totalidad, sino una serie de fracciones que en conjunto constituyen un médico. Un gastroenterólogo más un laboratorista más un dermatólogo más un laboratorista, más un internista más un laboratorista, más un cardiólogo, más un laboratorista, más un psiquiatra más un laboratorista... etc., igual a un médico. De manera que cuando usted va al consultorio el que lo ve es un pedacito de médico que le manda a hacer como cuarenta exámenes de laboratorio para luego remitirlo a otro pedacito de médico que le manda a hacer otra vez como cuarenta exámenes de laboratorio y así ad infinitum, hasta que usted queda convencido de que, si no es la persona más enferma del universo, por lo menos su enfermedad es la más rara del mundo. La medicina moderna es, pues, como la cadena de montaje de una fábrica de automóviles, con la diferencia de que al final no sale un automóvil nuevo sino un cacharro lamentable que debe reingresar a la cadena LAS ARTES Y LOS OFICIOS 67 para nuevos ajustes. En otras palabras, hoy día no hay personas sanas sino pacientes que no han pasado por todos los especialistas. Pruebe usted y, por muy sano que se sienta, le apostamos a que algo le descubren en algún punto de la cadena. Mago, confesor, verdugo, padre, compadre, detective, todo en una sola pieza ha de ser el médico, cualquiera sea su especialidad. Debe saber inspirar al mismo tiempo confianza y temor, ser cruel y a la vez tierno, serio y jovial, de manera que el paciente jamás llegue a enterarse de lo que realmente piensa. En principio, al paciente lo que más le conviene es interpretar al revés las palabras del médico. Si el doctor le dice, por ejemplo, que “esa telangictasia no me gusta nada, yo creo que tendremos que hacer una prueba de Molligstein y un tiempo de saponificación a ver si hay esclerorrombitis idiopática de la duramadre”, el paciente puede estar tranquilo: el doctor está simplemente redondeando la factura. Pero si en cambio le dice que “no hombre, no se preocupe, eso no es nada, una tontería; usted va a ir ahora con este papelito a casa del doctor Gutiérrez -le vamos a hacer una pequeña biopsia, ¿Verdad?- y cuando él le dé el resultado me lo trae. Mientras tanto si le duele la barriga se toma estas goticas que le vamos a recetar, y procure no comer mucha manteca”, entonces que se amarre los pantalones porque lo que viene es cirugía mayor y quién sabe si... El doctor se caracteriza por dos cosas: una pulcritud impresionante y unas manos más impresionantes todavía. Cuando él dice “desvístase y acuéstese ahí”, el paciente debe prepararse para lo peor. Porque ahí entran en acción las manos del doctor. Unas manos muy limpias, muy grandes, muy velludas. La cosa empieza como un juego. El doctor le toma un brazo al paciente y se lo flexiona suavemente. Le examina las uñas. Le pone el estetoscopio -previamente frotado para calentarlo si se trata de un paciente particular, helado si de un miembro de la clientela hospitalaria- y le pide que tosa. Luego tamborilea sobre las costillas -¡Es que me hace cosquillas, doctor!- y cuando menos lo espera el paciente ¡Zas! encaja una de aquellas manazas en el hígado y se deja ir con todo el peso de su cuerpo. ANIBAL NAZOA 68 -¿Duele? -pregunta. -¡Sí! -responde el paciente, medio ahogado. Y él aumenta la presión. -¿Duele? -¡Aaay, sí! -Ajá... El paciente cree que la tortura ha terminado. De pronto, la mano vuela al lado opuesto del abdomen, más feroz todavía: -Y aquí ¿Duele? El paciente no responde: se ha desmayado. Indudablemente, éste es candidato para una esplenectomía, si es que el doctor no se la practicó ya con la mano. Esplenectomía, por supuesto, quiere decir extirpación del bazo. El Taller El taller donde trabajan estos mecánicos del hombre llamados médicos se denomina consultorio. Tal como sucede con el bufete del abogado, la categoría del médico se mide por la organización de su consultorio. Este consiste esencialmente en un saloncito de cuyas paredes penden algunos cuadros, anónimos aunque estén firmados (casi nunca falta una marina), y una copia del Juramento Hipocrático en letras góticas, impreso en papel imitación pergamino y con marco dorado. Al fondo hay una puerta misteriosa, tras la cual nadie sabe lo que pasa, como suele suceder con la puerta que en los aviones separa a los pasajeros de la cabina de los pilotos. El mobiliario está constituido por un sofá, dos sillones y una señorita muy bonita. Esta señorita es el contacto entre el doctor y el mundo exterior. Es a ella a quien el LAS ARTES Y LOS OFICIOS 69 paciente debe explicarle, rojo de vergüenza, de qué se ocupan u ocupaban sus padres, a qué edad tuvo su primer contacto sexual, cuántas veces al día hace pupú y otros detalles no menos tristes. Y cuando adentro, en el consultorio propiamente dicho -un diván, una báscula, una vitrina llena de muestras de medicamentos y otra donde se mezclan libros e impresionantes instrumentos de uso desconocido-, el doctor termina con el paciente y le extiende la receta (¿qué cómo sabe el doctor tantos nombres de medicinas? Muy sencillo: se los enseña el Visitador Médico) y surge la temblorosa pregunta: -¿Cuánto le debo, doctor? El interpelado responde, con una sonrisa: -Hable con la señorita. Pero al final, como siempre, es la señorita quien habla con el paciente, porque éste se ha quedado mudo al enterarse de lo que cuesta la consulta. ¿Ángel o demonio? ¿Benefactor o mal necesario? Imposible definir al médico en estas cortas líneas. Se necesitarían volúmenes y volúmenes para dar siquiera una idea general de lo que es la profesión médica. Por algo, aparte de que muchos grandes literatos -Rabelais, Baroja, Chéjov, Conan Doyle, y entre nosotros Lazo Martí- han sido médicos, la literatura le ha dedicado millones de palabras, casi siempre en contra, desde antes de Moliére hasta nuestros días. El propio don Miguel de Cervantes dice, a través de su Licenciado Vidriera, que el “El juez nos puede torcer o dilatar la justicia; el letrado, sustentar por su interés nuestra injusta demanda; el mercader, chuparnos la hacienda; finalmente, todas las personas con quien de necesidad tratamos nos pueden hacer algún daño; pero quitarnos la vida sin quedar sujetos al temor del castigo, ninguno; sólo los médicos nos pueden matar y nos matan sin temor y a pie quedo, sin desenvainar otra espada que la de un récipe; y no hay forma de descubrir sus delitos porque al momento los meten debajo de tierra”. ANIBAL NAZOA 70 Esto lo dice Cervantes, naturalmente, de los malos médicos. También habla de los buenos, y citando nada menos que el Eclesiástico. Lo malo es que la parte que se refiere a los buenos médicos está en latín. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 71 EL ALMA DE LA FIESTA Un carácter Ni músico, ni cantante, ni prestidigitador, ni bailarín. No es ninguna de estas cosas, pero puede serlas todas a la vez, y algo más. Por eso el Alma de la Fiesta entra en la categoría de las artes y oficios indefinibles. Digamos, para salir del paso, que el Alma de la Fiesta es un carácter. Un carácter vivaz, extrovertido, en una palabra lo que los campeones de la originalidad llaman un tipo alegre y dicharachero; pero lo es de manera profesional como medio de ganarse si no la vida, por lo menos la vidorria. En qué consiste y cómo se profesa su arte, eso lo sabremos viendo actuar al Alma de la Fiesta. Vocación Pero antes de proceder a la observación del Alma de la Fiesta en acción, es conveniente examinar las circunstancias en que se va formando este profesional de la alegría y conocer las condiciones que exige el oficio a quien se proponga ejercerlo. Para comenzar, el Alma de la Fiesta da las primeras señales de su genio desde la más tierna infancia. En principio un niño que a los pocos meses de nacido no haga “viejitas”, “trompita”, “bechito volao” y de más morisquetas a los parientes y amigos de sus padres ni muerda por pura “gracia” debe ser descartado como futuro Alma de la Fiesta. Ya más grandecito, el candidato, se manifiesta abiertamente sus aptitudes para el oficio. Es indudable que un chiquillo capaz de los mayores sacrificios con tal de ser gracioso, cuando sea grande será el Alma de la Fiesta donde quiera que vaya. Hablamos del niño que a los dos años ya le roba los cigarrillos a su padre para aparecerse fumando delante de las visitas. El mismo que en las fiestas de Navidad y Año Nuevo se hace el borracho para andar tropezando a todo el mundo con un vaso de refresco en la mano. El que se esconde en la playa para que su mamá LAS ARTES Y LOS OFICIOS 73 crea que se ahogó y empiece a correr como loca de un lado a otro llamándolo a gritos. El que cuando hay baile en su casa saca a bailar al perro y obliga a las parejas a aplastarse contra las paredes. El que en la escuela se pasa todo el período de recreo persiguiendo a las niñas con una cucaracha o un saltamontes en la mano. El que de pronto rompe a llorar desesperadamente, revolcándose por el suelo con gran dramatismo, para soltar la carcajada cuando su angustiada madre acude a preguntarle qué le pasa. El que siempre toma la iniciativa, en la escuela y en el barrio, a la hora de remedar o poner apodos al compañerito que tiene un defecto físico. Ese, con toda seguridad, nació para Alma de la Fiesta. Los padres, por supuesto, deben prestar toda su colaboración en el cultivo de las facultades del niño si desean que este llegue a ser el Alma de la Fiesta. Un padre con iniciativa en este sentido, enseñará a su niño, desde los primeros meses, a levantarle la falda a cuanta niña llegue a su casa, a agarrarles los muslos a las señoras y a acostarse en el suelo para verles las pantaletas y así demostrar que él es un muchachito no sólo gracioso sino también muy macho. Correlativamente, si se trata de una niña, la instruirá debidamente en el arte de prendérsele del pescuezo y ponerse a registrarle los bolsillos a todo hombre que visite la casa e incitarla a eso que en el lenguaje popular se llama “bailar meneao” para hacer sonrojar a las otras niñas y poner nerviosos a los varoncitos. Conviene también entrenar a los chiquilines de ambos sexos en tareas sencillas, como esperar que las personas estén descuidadas para gritarles al oído, taparles los ojos y preguntarles “¿Quien es?”, pero con las manos previamente embadurnadas de caramelo, chocolate o cualquier sustancia pegajosa similar, etc., etc. Esto hará buenas almas de la fiesta para el futuro. En su medio La fiesta ya ha comenzado. Hay bastante entusiasmo, pero no el suficiente. Falta algo, y ese algo es precisamente lo que está entrando en este momento: el Alma. Un caballero más bien maduro, pero increíblemente ágil para sus años según reconocen todos aquellos ANIBAL NAZOA 74 a quienes él revela su edad. De entrada saluda al dueño de la casa con una palmada en la espalda que le hace derramar la copa que sostiene en la mano. A la señora le arrebata la suya y se la bebe de un trago antes de saludar al resto de los presentes con un “!yiiipiii!” escalofriante seguido de un “¿qué hubo, pues, dónde está el muerto de este velorio?”, mientras avanza dándole un coscorrón a un caballero, ahorcando con la corbata a otro, dando ruidosos besos en la espalda a las damas de traje descotado, metiendo los dedos en la ensalada ajena para tomar un langostino o un rabanito. A poco de haber llegado ya le están haciendo rueda para verlo bailar el rock con la jovencita más apetitosa de la fiesta. Si tocan una “conga”, él se encarga de obligar a todo el mundo -empezando por el anciano profesor que no puede con su reumatismo- a formar una “cola” que atraviese toda la casa derribando floreros y encharcando el piso. Su consigna es que “aquí todo el mundo tiene que bailar” y por eso pide al encargado del tocadiscos que ponga un vals para bailarlo con la abuela del anfitrión, una pobre viejita que está sentada en un rincón, no porque le interese la fiesta, sino porque de todos modos no la dejan dormir. Si descubre un disco raro, como una danza rosa o un viejo foxtrot, no dejará de ponerlo cuando menos seis veces seguidas e iniciar él mismo el baile, animando a los demás a empujones y capirotazos para que se incorporen. Y cuando ya los bailarines están mediomuertos de cansancio y lo que quieren es reunirse en pequeños grupos para conversar en paz, entonces el Alma viene y propone un juego de salón con castigos infamantes para los perdedores, tales como salir a la calle y gritar “¡Viva la Reina de Holanda!”, hacer un strip tease, meterse vestido bajo la ducha o recitar “Los zapatitos me aprietan las medias me dan calor...” En caso de que estuviere presente un artista famoso, pongamos por caso un guitarrista, el Alma de la Fiesta procederá de acuerdo con la actitud de aquél: si se niega a tocar, el Alma insistirá en obligarlo a tocar, recurriendo si es preciso al auxilio del público, al cual animará a gritar a coro “¡Que-to-que, que-toque- que-toque!” acompañándose con rítmicas palmadas. Si, por el contrario, el hombre está deseoso de ofrecer un concierto, será cosa de correr el rumor de LAS ARTES Y LOS OFICIOS 75 que “eso es muy fastidioso” y poner los discos más ruidosos cada vez que el maestro intente siquiera afinar su instrumento. En las bodas, ¿quién es el que inicia la rueda de cuentos francamente pornográficos para hacer que la novia se ruborice hasta las lágrimas? ¿Quién el que a cada diez minutos reúne una claque para presentarse ante los novios canturreando “que-se-be-sen, quese-be-sen”? ¿Quién el que se cuelga de la ventanilla del coche nupcial para despedir a los novios con las más obscenas recomendaciones respecto a la noche de bodas? El Alma de la Fiesta, naturalmente. El mismo que a las cinco y pico de la mañana, ya saliendo el sol y cuando la fiesta está evidentemente concluida, se apuesta a la puerta de la casa con los brazos abiertos y grita: “¡Un momento, no se vayan, que esto se compone! ¡De aquí no sale nadie! y convida a los pocos asistentes que quedan a entonar -o mejor dicho, a desentonar- canciones del ayer. Y en los velorios -porque también existe una variante fúnebre¿quién si no el Alma de la Fiesta está en primera línea a la hora de dar gotas tranquilizantes y abanicar con un periódico doblado a la inconsolable viuda? Es el Alma quien comienza contando anécdotas del difunto y termina echando unos cuentos capaces de escandalizar al mismo. El acompaña a cada concurrente en el acto de acercarse al ataúd para verle la cara al muerto. El sale de pronto y regresa con cuatro botellas de brandy que aporta en calidad de “ayuda” a los deudos, o sea para ayudar a la concurrencia a emborracharse y convertir el luctuoso acto en fiesta. A la hora del entierro, es el Alma quien se encarga de establecer el orden en que empuñarán la pala los familiares y amigos que tendrán el privilegio de echar tierra a la fosa. El alma dúplex Creemos muy importante anotar que a veces el Alma de la Fiesta no es un individuo sino una pareja. Se trata entonces de esos matrimonios que hacen las delicias de los presentes besuqueándose por toda la casa, bailando en forma escandalosa, casi como si ANIBAL NAZOA 76 estuviesen en la cama, y diciéndose en broma las peores pesadeces entre danza y danza. Pero sola o en pareja, el Alma de la Fiesta debe llenar ciertas condiciones indispensables. No es éste un oficio para adolescentes; por lo tanto, en primer lugar, debe ser una persona más bien entrada en años aunque, como ya lo hicimos notar, extraordinariamente bien conservada. Pese a lo cual insistirá siempre en presentarse como viejo y hacer gala de sus canas y su prótesis dental para concluir reconociendo que “yo seré viejo de cuerpo, pero de corazón soy más joven que muchos de estos muchachos”. Las demás condiciones exigidas al Alma de la Fiesta se desprenden de su propia actuación: mucha agilidad, mucho descaro, un buen repertorio de chistes y bromas y, sobre todo, una simpatía desbordante. Pero esto es capítulo aparte, porque el arte del Alma de la Fiesta se confunde a menudo con el de otro servidor público de quien tendremos el gusto de hablar en otra ocasión: el Simpático Profesional. Entre tanto, vaya pensando en el brillante porvenir que tiene el Alma de la Fiesta en nuestra sociedad, piense nada más en la posibilidad de que las agencias de festejos comiencen a incluir en sus servicios la presencia de un Alma de la Fiesta profesional, y después hablamos, ¿Se anima usted? LAS ARTES Y LOS OFICIOS 77 EL DESEMPLEADO Aclaremos Antes de entrar a analizar las muchas virtudes que adornan a este ilustre servidor de la patria, es indispensable dejar claramente sentada la diferencia que existe entre el desempleado y el cesante, parado o sin trabajo. Como su mismo nombre lo indica, desempleado quiere decir “que no tiene empleo”, en tanto que el sin trabajo es el ciudadano que incidentalmente se encuentra en esa situación. Además, hay muchos empleados que tienen empleo pero no tienen trabajo, como es el caso de la mayoría de los empleados públicos. El desempleado, en cambio, trabaja pero no tiene empleo; su trabajo consiste precisamente en ser desempleado. La técnica La actividad del desempleado comprende dos aspectos principales, de los cuales el primero consiste en la búsqueda de trabajo: siempre está buscando trabajo, tiene planilla introducida en todas las empresas y despachos oficiales y a todos los niveles e invariablemente está “a punto” de conseguir algo, pero jamás lo consigue. ¿Por qué? Aquí aparece el segundo aspecto, que es la búsqueda de subterfugios para no aceptar el trabajo que se le ofrece. Hablemos entonces de la primera cualidad que se requiere para ser un buen desempleado: la imaginación. No la imaginación corriente, sino la creadora, la que es capaz de hacernos desear que él no consiga empleo jamás para seguir disfrutando de las producciones de su genio literario. He aquí una lista de las excusas más corrientes entre las utilizadas para no aceptar un empleo por parte de los desempleados carentes de vuelo y capacidad de creación. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 79 Es que ese empleo está muy por debajo de mi categoría. Es que me pagan muy poco y yo prefiero esperar una oferta mejor. Es que eso queda demasiado lejos y el sueldo se me va a ir todo en transporte. Es que no me gustó el patrón porque es muy déspota. Es que yo trabajando por mi cuenta gano más. Es que me pusieron demasiados requisitos. Es que ése es un trabajo embrutecedor. Es que a mí me gusta trabajar y ahí no se hace nada. Es que el aspecto de la empresa me dio muy mala espina. Es que botaron a un amigo mío para darme el puesto a mí. Es que esa gente no sabe ni qué es lo que quiere. Es que era demasiada responsabilidad para el sueldo que ofrecían. Un desempleado que realmente domine el oficio jamás recurre a pretextos tan pedestres y tan gastados. Lo menos que dice en este caso un profesional consciente es, por ejemplo, que “me di cuenta de que me daban el cargo nada más porque soy sobrino en segundo grado del presidente de la compañía, y eso me dio mucha vergüenza”. O bien que “yo inmediatamente me di cuenta de que ése es un negocio que está al borde de la quiebra por culpa de una pila de mediocres, y lo que están buscando es un pendejo que los salve para después darle la gran patada, y ese no voy a ser yo”. O mejor aún: “ahí lo que hay es un chantaje, chico: me ofrecían la Gerencia, ANIBAL NAZOA 80 pero al mismo tiempo me estaban metiendo por los ojos a la hija del jefe, que es más fea que un caimán en bicicleta”. Las razones del desempleado Nadie puede escoger el oficio de desempleado simplemente porque no se le ocurre otra cosa. Es indispensable tener un motivo, y en esto también juega importantísimo papel la imaginación. Muchos desempleados lo son porque, como dicen ellos, “a mí no me gusta tener jefe; yo, o tengo mi propio negocio o me muero de hambre”. Pero si se les ofrece un empleo donde ellos van a ser los jefes, entonces lo rechazan explicando que “a mi no me gusta ser jefe de nadie; uno con eso lo que hace es ganarse enemistades y complicarse la vida”. Otros se niegan a aceptar el cargo por respeto a sus propios principios: “el trabajo era cómodo y el sueldo bastante bueno, pero para mí aceptarlo significaba claudicar y eso sí que no, yo no vendo mis principios por un plato de lentejas”. Claro que este tipo de desempleado jamás explica cómo ante qué o quién se le pedía que claudicara ni cuales son sus principios, pero tampoco se puede negar que el argumento es muy impresionante. Altamente apreciado y acreedor a los aplausos de la comunidad, por el pathos y el vigor que pone en el desempeño de su papel es el desempleado que se confiesa víctima de su invencible honestidad. Es el que, habiendo estado varias veces “a punto” de ocupar envidiables posiciones en la administración pública o en la empresa privada, ha renunciado sistemáticamente con este hermoso argumento u otro parecido: “es que, de verdad, eso no tiene remedio: yo soy demasiado honesto. Yo no puedo aceptar un cargo para el cual no estoy realmente capacitado, porque no sirvo para mentir. A mí me preguntan si yo sé hablar inglés y ¿Por qué voy a decir que sí, si yo NO SE hablar inglés? Entonces vengo como un zoquete y digo que no, y ya está. Por eso es que yo estoy en esta situación, ¿tú no ves que yo no soy vivo como la mayor parte de la gente? Yo a dondequiera que voy lo digo: yo no hablo inglés, ni soy taquígrafo, ni sé manejar motocicleta... Si me quieren dar trabajo, bueno; y si no...” LAS ARTES Y LOS OFICIOS 81 Capítulo aparte merece el desempleado que se resiste a dejar de serlo por razones de índole cultural. Se trata del desempleado que dice: “Yo soy ante todo escritor, y eso es lo que quiero ser para siempre. Si yo acepto un empleo fijo con jefe, horario de trabajo y todas esas cosas, ¿Con que tiempo voy a escribir? No, prefiero andar andrajoso y sin un centavo, pero no sacrificar mi obra literaria a un estúpido trabajo de oficina...” Demás está decir que el autor de este modesto ensayo se autoclasifica en esta categoría de desempleados. Modus vivendi Por contraste con el trabajador cesante, el desempleado profesional casi siempre anda fresquecito, bien arreglado, pimpante como dicen los francófilos. ¿De qué vive? Eso es y será quien sabe por cuánto tiempo uno de los misterios más profundos de la Economía Política. Sin embargo, en el velo de este misterio se han hecho algunos huecos que permiten conocer siquiera en parte de dónde chupa su savia el frondoso árbol del desempleo. Se sabe, por ejemplo, que la mayoría de los desempleados viven de pedir prestado bajo la solemne promesa de pagar la deuda tan pronto como cobre la primera quincena de un hipotético empleo que “ya lo tengo seguro, de un momento a otro me llaman”. Se sabe también que, en materia de alimentación, nadie domina con mayor maestría el arte de prolongar una visita hasta la hora de la comida y que en cuanto a las diversiones muchos desempleados tienen un olfato superdesarrollado y especializado que les permite encontrarse siempre “casualmente” con amigos que van camino del cine o del teatro. Y del resto, algo se sabe igualmente: al desempleado nunca le falta un hermano empleado o una hermana casada que, por supuesto, no le va a negar albergue y sus derivados, entendiéndose por tales, toalla y jabón, lavado de ropa, etc. Todo esto sin contar a aquellos desempleados que viven de sus empleados y tienen oficina, secretaria, chofer y hasta psiquiatra particular. ANIBAL NAZOA 82 Pero a parte de estos pequeños y grandes trucos, los desempleados conocen otras fuentes de donde extraer sus medios de subsistencia. Una de ellas es, aunque usted no lo crea, el trabajo. Sí, señor, cada vez es más numeroso el contingente de los desempleados que trabajan. Unos trabajan rifando automóviles y casas-quintas que nadie se gana jamás. Otros inventando negocios misteriosos cuyos clientes son sus propios amigos: son los que se especializan en despertar la codicia del prójimo y, en vez de pedirle prestado lisa y llanamente, le deslizan al oído un tentador “¿tú tienes mil quinientos disponibles? Es un negocio muy fácil, pero eso sí: tiene que ser esta misma tarde. Tú me das los mil quinientos ahora y el jueves te traigo dos mil”. Los hay que viven de conseguir entrevistas con el doctor Fulano o el General Mengano, o de “pasar el dato” de una señora que viaja a Nueva York y trae mercancía muy barata. No faltan, en fin, los que trabajan viendo trabajar a los demás. Estos últimos, llamados “fiscales”, “supervisores” o “inspectores”, son los entes más extraños que se pueden dar en el ambiente del trabajo: no se sabe si son los desempleados más ocupados del mundo o los empleados más desocupados del mundo. Escoja usted la rama del desempleo en que le gustaría trabajar y no olvide, a propósito de lo que acabamos de decir, que la máxima aspiración de un desempleado debe ser llegar a convertirse en Supervisor de Desempleados. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 83 EL ARQUITECTO La palabra arquitecto procede del griego arjitékton, que significa literalmente “el primer obrero”. Se ruega a los obreros no sonreír, sobre todo en consideración al hecho de que en griego clásico arjitékton significa también “administrador de un teatro”. ¿Hombre de ciencia o artista? La arquitectura es organización. “Usted es un organizador y no un estilita del tablero de dibujo”. Esta es la advertencia final que le hace Le Corbusier al joven arquitecto o estudiante de arquitectura en su artículo “Si tuviese que enseñarles arquitectura”, anexo a su Mensaje a los estudiantes de arquitectura y más famoso que éste mismo. Así parece quedar respondida la pregunta. Pero Le Corbusier ¿no era un artista? “No se imagine -advierte él en el mencionado artículo- que aprenderá construcciones por medio de las matemáticas. Es un engaño empleado por las academias para dominarle...” Y concluye: “... deje las matemáticas superiores a los matemáticos”. Un consejo típico de artista, sin duda. Pero resulta que si algo admiramos los legos en los arquitectos es su conocimiento científico y particularmente su dominio de las matemáticas. Entonces nos quedan dos posibilidades para definir al arquitecto: o el “arquitecto científico” o el “arquitecto artista”. Con una tercera que es la de decir que el arquitecto es un artista que sabe matemáticas. Nos quedamos con esta última definición, aunque con dudas. Dudamos cuando vemos las creaciones de muchos arquitectos naifs que pueblan nuestros cerros, las favelas brasileñas, las villas miserias argentinas, las chabolas españolas, etc., grandes artistas que seguramente no tienen idea de lo que es Trigonometría ni han oído hablar de geometría descriptiva, pero sus ranchos no se les vienen abajo. Dudamos igualmente cuando vemos las obras de los genios de la propiedad horizontal, que sin duda son unos “tigres” en matemáticas, pero de artistas tienen más o menos lo que tenían Nerón LAS ARTES Y LOS OFICIOS 85 y Adolfo Hitler. Lo más deseable es que el arquitecto reúna las dos clases de conocimiento en una sola persona. Como los que edificaron el palacio Potala de Lhasa y los proyectistas de Chichén Itza, Bramante y Leonardo da Vinci. Si no, que sean grandes matemáticos como los constructores de las Pirámides o grandes artistas como Fernando Cheval, el pobre cartero francés que resumió en su Palacio Ideal la riqueza de los templos de Angkor y la fantasía de Gaudí, sin mas conocimiento arquitectónico que el dictado por un sueño. El arte de ser Quedamos, pues, en que el arquitecto es primero que nada un artista. Tan artista que se disgusta si lo confunden con el hombre de ciencia o el técnico. La frase comparativa “más bruto que un ingeniero”, fue, indudablemente, inventada por un arquitecto. Conviene a nosotros que así sea porque, tratándose de un artista y estando el artista expuesto a la crítica de cualquier ignorante que se le atreva, así nos sentimos autorizados a meternos en una profesión de las más difíciles y de la cual, por supuesto, nada sabemos. Ha de pasar el arquitecto por todas las fatigas de una carrera universitaria y, una vez graduado, apenas comienza su aprendizaje. Porque una cosa es haber estudiado Arquitectura y otra ser arquitecto. Para esto último se requiere una serie de condiciones que no son dadas a todos los humanos, como son las siguientes: Aspecto personal ¿Pretende usted ser arquitecto con ese traje y ese corte de pelo? ¡No, hombre, bájese de esa nube! Aprenda de una vez por todas que el arquitecto debe vestir con estudiadísimo descuido. Por lo regular el buen arquitecto es un ser desharrapado que lleva un pantalón arrugadísimo, una franela rota y una chaqueta demasiado corta, unos zapatos de trapo increíblemente sucios y unos calcetines escandalosos, todo de diferente color, confeccionado en telas muy flojas y de procedencia absolutamente indefinible. ANIBAL NAZOA 86 A menudo sucede que toda esta vestimenta, al parecer adquirida en algún mísero mercado popular, proviene de los mejores centros de la moda mundial: la chaqueta ha sido cortada por uno de los sastres más famosos de Londres, el pantalón es una creación exclusiva de Lechambon de París, la franela es un recuerdo de la Feria de Muestras de Helsinki, los calcetines fueron diseñados por Antonio Tapiés y el sucio de los zapatos es un experimento de Picasso para aplicar las técnicas de su cerámica a los trabajos en tela y cuero y el otro par lo tiene Michelangelo Antonioni. Como también puede suceder que el arquitecto se presente vistiendo una elegantísima casaca que parece sacada del ropero del príncipe Potemkin y confiese: “la compré por treinta bolívares en una venta de cobijas barquisimetanas que está en la carretera de la Costa”. En fin, que en materia de indumentaria arquitectónica uno nunca sabe a qué atenerse. Olvidábamos decir que, en el primer ejemplo, la aparente anarquía de colores es producto de una sincera discusión entre Yves Saint Laurent, Vasarely y el arquitecto. También olvidábamos que en ocasiones el arquitecto lleva una camisa que parece hecha en lienzo de saco de harina y sobre ella un suéter que no lleva puesto, sino colocado por los hombros a manera de perro muerto: realizadas las averiguaciones del caso, queda establecido que la tela de la camisa es algodón hindú de la misma casa que fabrica “by appointment” las sábanas para la Familia Real inglesa y el suéter es de lana de Afghanistán hilada y tejida en Austria. En cuanto a las arrugas del pantalón, difícilmente podrá reproducirlas quien no esté en buenas relaciones con la Sociedad de Diseñadores de Arrugas de Manchester. El uniforme de arquitecto se completa con el tratamiento de cabeza y rostro: el arquitecto no es que use barba, sino que no se ha afeitado. No es que lleve el pelo largo, sino que anda peludo. ¡Atención! En cualquier momento puede aparecer minuciosamente afeitado y con un corte de pelo admisible en los colegios más conservadores de España. Nadie sabe. Ningún profesional es más dueño de su destino capilar que el arquitecto. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 87 Resumiendo: un ciudadano discretamente peludo, vestido en tonos claros, de apariencia muy fresca, preferiblemente combinaciones de gris con azul, o blanco con tenues rayas verde pálido o color caqui combinado con verde grisáceo y sandalias amarillas o mocasines salmón rotos, mientras no se demuestre lo contrario es un arquitecto. Hábitat Si de alguien no se puede decir que “en casa de herrero, asador de palo” es del arquitecto. Una vivienda de arquitecto, aunque estuviese ubicada en la Luna, se podría descubrir hasta por radio. Quien aspire a ser llamado arquitecto ha de vivir en una casa que por fuera parezca una porquería y por dentro despierte la envidia de los menos envidiosos. Por fuera, un muro de concreto desnudo cubierto por un voladizo de madera; por dentro, demasiado largo para contar. El vulgo, por supuesto, ignora que el concreto desnudo se llama “concreto a la vista” u “obra limpia”, y el voladizo de madera es un cantilever y que entre ambos cuestan lo que un barrio entero de ranchos. Afuera crece el monte (sembrado según los consejos del arquitecto paisajista que vino a un congreso el año antepasado); adentro es el caos, pero un caos nornoroeste como la locura de Hamlet: cojines tirados por el suelo aquí y allá; en medio de la sala, un viejo y oxidado cigüeñal de camión. Más allá, una muñeca decapitada con la palabra please escrita en la barriga. Una piedra cualquiera, un aspa de ventilador eléctrico sembrada en una vasija como si fuera una planta y, de pronto, una escultura de Archipenko legítima. En las paredes se alternan un afiche que dice “Krákow 1953” y un tapiz de Lurcat, un Léger y un papel sucio que dice “mierda, Caracas”, una caricatura original de Steinberg y una máscara boliviana. Por todas partes rollos de papel, planos y maquetas visiblemente despachurradas en un momento de ira arquitectónica. En algún lugar insospechado, una mesa de dibujo con manchones de queso camembert y croquis entremezclados con números telefónicos y frases de Jean Cocteau y Mies van der Rohe. En el excusado, un retrato de Bach o de Churchill entre adminículos y productos que nadie sabe para qué sirven y, por lo tanto, despiertan ANIBAL NAZOA 88 la fantasía pornográfica de los invitados a la fiesta del arquitecto, si es casado porque sí, y si es solterón porque no. Cultura Inútil insistir en ser arquitecto si no se tiene una vasta cultura a la disposición. ¿No ha viajado usted? ¡Pero, hombre! ¿Cómo puede ser..? Un arquitecto que no haya viajado, sencillamente no existe. No le decimos más. Ha de ser el arquitecto sociólogo, psicólogo, economista y antropólogo pero sin proponérselo, mucho menos saberlo. A la hora de opinar, más le valiera callar si no puede emitir una opinión realmente desconcertante. El arquitecto debe en unos momentos opinar como un extremista de izquierda, y en otros como un carlista, siempre a fuer de hombre inteligente. Pongamos un ejemplo: en su libro Apolo en la Democracia, Walter Gropius critica a Frank Lloyd Wright su método autoritario de enseñanza, encaminado a “la formación de ayudantes, más no de artistas independientes”. Este grito por la libertad, sin embargo, está precedido por la lamentación malthusiana del mismo Gropius, según la cual en el Japón “mientras en tiempos anteriores una alta mortalidad de niños disminuía sensiblemente el número de la población, en la actualidad, por efecto del progreso en materia de higiene y asistencia médica, se asiste a un angustioso crecimiento (el porcentaje es menor que en los Estados Unidos), situación agravada por la repatriación de los que estaban en las comarcas ocupadas del continente”. El -alemán y antinazi- no lo siente; es una opinión de artista. Grande maravilla es está de un arquitecto que se alarma ante la explosión demográfica, viendo que más viviendas se necesitan cuanto más crece la población y por ello más se huelga el arquitecto de serlo, que su negocio es. Dejemos por aquí las cosas. Si todavía usted insiste en ser arquitecto, que la Sociología le sea leve. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 89 EL DENTISTA Homenaje Nuestra garganta reseca demanda un trago cada minuto y medio; el sudor helado que brota de la frente ya ha dado cuenta de varios pañuelos; las manos agarrotadas se niegan a obedecer, logran apenas bailar una torpe y convulsa danza de arañas sobre el teclado de la máquina: empezamos a escribir acerca del Dentista, el más respetable y respetado de todos los profesionales. Hombre 1 ante cuya presencia tiemblan los caudillos más feroces y se desinflan los gangsters de peor fama, se arrodilla el “hombre íntegro” y el chistoso se ensombrece. Bata blanca contra la cual se estrellan todas las valentías del mundo, la sonrisa y el horror en una misma mano. Grave cosa es para quien todavía tiene algunos dientes y firma con su propio nombre, escribir diciendo al dentista lo que de él piensa. Pero ¡Qué le vamos a hacer!, el deber es el deber. No vamos a descender al terreno de la súplica abyecta, del “por Diosito santo, doctor, usted sabe que yo soy su amigo, no se ponga bravo, yo lo hago por el pan de mis hijos”, etc. Simplemente le ofrecemos antes de comenzar el homenaje de nuestra admiración y le recordamos que por aquí se le respeta, por si las moscas. Vaya un brindis de novocaína a su salud, doctor X. Un personaje contradictorio Es demasiado difícil, si no imposible, determinar la fecha en que aparece la profesión de dentista. Aunque tenemos la ligera sospecha de que la Odontología nació al mismo tiempo que la Repostería. Lo decimos porque, de acuerdo con la relación entre ambas ramas del saber, el dentista es no el espíritu, sino la esencia misma de la contradicción: él, personaje temido y aun odiado por 1. O mujer. Porque ahora también hay ¡¡horror!! muchísimas damas odontólogas. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 91 quienes a la vez lo adornan, suerte de ángel con alas de vampiro o vampiro con alas de ángel. Amo del Dolor y Defensor de la Sonrisa, conjuga en su persona lo dulce y lo amargo. Su nombre siempre se asocia al sufrimiento y al placer por partes iguales. Caramelo y botador, jeringa y dulce de durazno, pinza y turrón de Alicante, fresas con crema y fresa eléctrica. Quien dice dulce dice dentista y ay yayáy yayáy mi madre. Sigue comiendo melcocha, que allá te está esperando el doctor. Cuando yo veo almendras garrapiñadas me duelen hasta los ganchitos del puente. No existe en el mundo nada mejor para hacer doler las muelas que el dulce de leche. Al que me nombre alfeñique la mato. ¿Usted conoce un dolor más terrible y penetrante que el que puede causar un dátil paso imprudentemente masticado con un colmillo cariado? Sí: el que puede causar el taladro del dentista en el mismo colmillo. Del dentista no se puede preguntar si es “ángel o demonio”: él es ángel y demonio. Ya iremos viendo por qué. Las condiciones Tenso, la frente perlada de sudor, los ojos cerrados como ostras, las manos crispadas prendidas a los brazos de la silla con adherencia de plantas trepadoras, las piernas más bien trenzadas que cruzadas y, por supuesto, la boca abierta, no desmesurada, no agónica sino resignada, desmayadamente abierta mientras el corazón ensaya la parte de los timbales en una partitura de Wagner. Esta es, más o menos, la actitud habitual del paciente odontológico. Si usted no es capaz de mantener a una persona en esta situación durante un tiempo razonable, pongamos una hora, será mejor que olvide las pinzas y se dedique a otra cosa. Esto no lo consigue sino aquel que posee ciertas condiciones no dadas a todos los mortales: en primer lugar, una apariencia muy pulcra, casi hasta el extremo de dar asco de puro limpia, que servirá para agregar al vulgar miedo del paciente un sentimiento de inferioridad y una vergüenza de mostrar sus ruinas dentarias sumamente benéficos para la imagen del profesional. Un dentista que no sea el colmo de la pulcritud se expone a que el paciente le tome una confianza desmedida y en consecuencia se permita ANIBAL NAZOA 92 excesos tales como agarrarle la mano para desviar la fresa y ahuyentar con sus alaridos a los demás clientes. Demás esta decir que la simpatía es también condición indispensable en el ejercicio de la odontología. El dentista ha de ser un personaje alegre, jovial, con la sonrisa y el chiste a flor de labios. Un buen chiste en el momento oportuno, por ejemplo el de inyectar una anestesia troncular, hará sentir al paciente más desdichado y por lo tanto hará más manejable para su propio bien. Cuanto más simpático y chistoso sea el dentista, más temido y reverenciado será por la clientela. Ambiente y herramientas El consultorio del dentista se caracteriza por dos elementos esenciales: uno, la antesala, y dos, el perfume. La primera contiene varios cuadros, un juego de recibo lo más cómodo posible y una recepcionista muy bonita. Nadie sabe, por cierto, por qué los dentistas se preocupan tanto por la comodidad de esos muebles, si de todos modos los usuarios siempre se sientan en el borde de la silla, cuando no se pasean como fieras enjauladas. La belleza de la recepcionista sí se explica, como se explican los lindos colores de las serpientes del género Micrurus, o sean las corales. En la mesa central hay material de lectura, constituido principalmente por revistas de una antigüedad no menor de dos (2) años y publicaciones de carácter profesional profusamente ilustradas con escalofriantes gráficas de cirugía bucal. No se crea que es el azar el que ha dejado allí esas publicaciones, pues éstas en realidad han sido cuidadosamente escogidas por el dentista para emplearlas como pretratamiento tranquilizante, con perdón del trabalenguas. En efecto, un paciente que va simplemente a extraerse una muela y se pasa la espera hojeando un catálogo de prótesis o leyendo un artículo titulado “Excisión de f1emón post-alveolar asociado a mastoiditis purulenta con voladura completa del maxilar según el método de bloqueo cavitario asimétrico”, con las ilustraciones correspondientes en colores, difícilmente dejara de sentirse casi feliz de enfrentarse a una simple extracción. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 93 En cuanto al perfume, se trata de un agradable aroma, mezcla de guatapercha con alcohol absoluto, clavo y pastillas de violeta, que suele quedar fijo para siempre en la memoria olfativa de todo aquel que ha pasado por las manos de un dentista como el olor de la pólvora en la de quien ha sufrido los horrores de la guerra. Ahora, el instrumental. Sin caer en la exageración de comparar la odontología moderna con los tormentos de la Inquisición, diremos que ninguna profesión es más conservadora en el diseño de su instrumental. Al menos desde el punto de vista del profano, es muy poco lo que han evolucionado los “hierros” del dentista desde el medioevo y comienzos del Renacimiento, cuando la asistencia dental corría por cuenta de los barberos. Que nos perdone ese honorable gremio, pero no podemos reprimir un estremecimiento cuando vemos esa vitrina que adorna el consultorio del dentista y en la cual se exhiben siniestras tenazas, punzones curvos como garfios de pirata y demás armas punzo-desgarro-confundo-machaco-desbarato-cortantes. Nadie tiene la culpa, además, si la Odontología maneja vocablos tan feos como ortodoncia, secuestro y piorrea. Mencionemos, para compensar tanta fealdad, la palabra Alveolitis, que suena como a nombre de ninfa. A ver qué les parece: “La ninfa Alveolitis, despreciada por el centauro Periostio, se suicidó lanzándose a la laguna Biscúspide”. Pero entre los instrumentos del dentista hay uno que se ha hecho legendario y ése es La silla El potro -perdón, la silla- del dentista está a medio camino entre la silla del barbero y la silla eléctrica. De la primera conserva el aspecto, tal vez en recuerdo del origen común de ambos oficios (las sillas del barbero y el dentista son casi idénticas; la diferencia está en que mientras la del barbero sirve para fastidiarse, le garantizamos que en la del dentista no se fastidiará jamás). De la otra, podemos decir no que se parece, sino que la dental es una silla eléctrica, toda ANIBAL NAZOA 94 vez que hoy gracias a la técnica moderna la silla y el torno eléctrico forman una unidad indisoluble. No creemos necesario extendemos más sobre el tema: con esto lo hemos dicho todo. Modus taladrandi El paciente ya está en la silla. El doctor, muy amable, se acerca y lo invita a ponerse cómodo. Luego toma en una mano un espejito y en la otra un hierrito parecido a un objeto de manicure y ruega suavemente: -Abra, por favor. El paciente abre (Lasciate ogni speranza, voi che aprite). El doctor introduce el espejito en la boca del paciente, observa e inicia un tierno discurso salpicado de diminutivos: -Hummm... eso está malo, caramba... Usted como que se descuidó un poquito, ¿Verdad? Ajá... Malo, malo, caramba... (suspiro)... Bueno, vamos a ver qué se puede hacer. Aquí comienza, siempre con el espejito por delante, a percutir delicadamente cada pieza dental del paciente: -¿Le duele aquí? ¿Y aquí? Vamos a ver: ¿Cuál le duele más, ésta (golpecito) o ésta? Muy bien. Entonces... déjeme ver... Vamos a tener que hacer unas extraccioncitas. Después le hacemos una radiografiitas... Yo creo que el canino se puede salvar, pero vamos a tener que hacer una operacioncita. Por ahora vamos a limpiar un poquito este premolar... Umjúh... Vamos a ponerle una inyeccioncita y... Las manos del paciente se prenden ferozmente a los brazos del sillón. La nuca presenta una rigidez tetánica y el cogote bañado en sudor patina sobre los soportes acolchados del respaldo. Después de la “inyeccioncita” el doctor va a la vitrina, que está a espaldas del LAS ARTES Y LOS OFICIOS 95 paciente, y se dedica a producir ruidos metálicos inquietantes, mientras tararea alguna canción de moda. Este es el momento más dramático en la vida de un paciente odontológico: cuando ignora lo que le va a suceder y sólo oye entrechocar de hierros desconocidos. Algunos dentistas, para mostrar mayor refinamiento, trabajan con ambiente musical. Entonces es una delicia para el paciente el disfrutar de una suave melodía con violines derretidos mientras le extraen la muela del juicio o le curetean el alvéolo de un colmillo inferior. Hasta hay dentistas que no pueden sobreponerse a su temperamento musical y siguen el compás de la música con el taladro en el diente del paciente. Un servicio extra sin recargo adicional, como quien dice. Así por semanas, meses, años, hasta que el paciente descubre que lo mejor era extraerse toda la dentadura y ponerse aquella prótesis tan bonita que vio en el catálogo mientras hacia la antesala para la primera consulta. Otro homenaje Hasta aquí, no se puede decir que el dentista haya salido bien parado de nuestro estudio. Pero examinemos ahora los aspectos amables de la profesión. Para empezar, ¿No debemos estar agradecidos a un profesional cuyo trabajo consiste en remodelarnos la sonrisa? Si no existiesen los dentistas, ¿Qué sería de los maniseros, de los fabricantes de chicles y caramelos y los vendedores de chicharrón? Las sonrisas más famosas de la política y el cinematógrafo, ¿No son producto de los desvelos de un modesto dentista anónimo? Para eso tiene el dentista que estudiar desde la Psicología hasta la Cerámica: para ayudarnos a sonreír. Introducir las manos en bocas que son verdaderos avernos en miniatura, exponerse a ser mordido a cada instante, hacer las veces del psiquiatra, el ingeniero, el escultor, el domador y el campeón de lucha libre al mismo tiempo, en eso consiste el trabajo del dentista. Por eso habíamos dejado para lo último la condición más importante que se requiere para hacerlo: la abnegación. Y no sólo para hacerlo, sino también para cobrarlo, ANIBAL NAZOA 96 porque si bien es cierto que los dentistas cobran muy caro, también lo es que a ningún otro profesional se le hace más difícil cobrar sus honorarios, y ello por razones obvias: nadie tiene demasiada prisa por pagar el sufrimiento. Por algo es corriente oír decir, por ejemplo, que “esa mujer es más vieja que una cuenta de dentista”. Epílogo Concluyamos recordando una caricatura que vimos en una revista, hace muchos años: el paciente está en la silla, con la boca abierta; a sus espaldas el doctor, mientras escoge las herramientas que va a utilizar, le dice, sin volverse: -No lo envidio, hermano... Ustedes perdonen, queridos dentistas, pero ¿Verdad que esa caricatura es una obra maestra del humor negro? LAS ARTES Y LOS OFICIOS 97 EL PINTOR Nada de historia Ahora sí vamos con miedo. No sabemos por dónde empezar. Hay que ser tan culto, haber viajado tanto, catado tantos vinos, conocer tantos quesos, ser amigo de tantas personalidades, tener tanto dinero, estar tan bien ubicado, parlar tan bien francais para poder hablar de pintura, que mejor como que lo dejamos de ese tamaño. Pero no. El deber (léase Bs.) nos impulsa a seguir adelante. Pero vamos a seguir sin historia y sin definiciones, porque la una dificulta las otras. Demasiada agua ha corrido bajo los puentes del mundo desde los bisontes de Altamira hasta el “arte cinético”. Ni Apeles, ni los fresquistas de Pompeya, ni Cimabue, ni El Greco, ni Gerónimo Bosch, ni Velázquez, ni Rembrandt, ni Van Gogh, ni Goya, ni Picasso entran en el plan de nuestro estudio. Ellos ejercían un oficio totalmente diferente del que ahora denominamos pintor. Hablemos de este tal como lo conocemos hoy día y así nos evitaremos (o nos buscaremos) problemas usted, lector, y nosotros, escritores, con perdón de tan importante palabra. La persona Antes de preguntar qué es, veamos cómo es un pintor. Comience por dejarse crecer el pelo. El pintor debe ser dueño de una frondosa y enmarañada cabellera. A esto se limitan los requerimientos básicos de esta profesión. Lo más deseable es que posea también unas patillas estrafalarias y una barba de cosaco, aunque ésta puede faltar y hasta ser lampiño el candidato, pero la cabellera si es absolutamente imprescindible: no hay pintor sin melena, sin melena no hay pintor. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 99 En materia de indumentaria, por favor, olvídense de aquella enorme boina y aquella bata blanca con un gran lazo sobre el pecho: esos elementos desaparecieron hace siglos junto con la paleta y el tiento. El pintor moderno viste un sacón de pana tres o cuatro números por encima de su talla, unos blue jeans lo más raídos y desteñidos posible (se recomienda lavarlos en lejía concentrada antes de estrenarlos y una camisa escandalosamente roja, escandalosamente verde o escandalosamente amarilla. Calza o bien sandalias o bien unos zapatos de esos que parecen unos plátanos podridos, todos cuarteados y sin cordones, o unos de gamuza tan sucios que vistos de lejos dan la impresión de que no son zapatos sino unas perritos callejeros dormidos. En este caso, cosa curiosa, los calcetines combinan perfectamente con la camisa y los zapatos con el sacón. Este atavío se suele alternar con unos overoles, un mono de mecánico con botas de cow-boy, o cuando el pintor quiere épater, un terno formal con chaleco y todo. Es preciso armonizar el atuendo descrito con un carácter muy especial. El pintor debe ser huraño, medio infantil, irascible, con explosiones alternativas de furor y alegría exagerada. Burlón cuando se refiere a otros pintores, vehemente cuando ataca al sistema, serio cuando está vendiendo un cuadro. Le disgustará sobremanera que se le pregunte por sus ingresos, pero en cambio siempre estará pendiente de los de sus colegas, con quienes vivirá en una constante pelea cuyo motivo jamás podrán comprender los profanos, pero que a ellos los ayuda a mantenerse en el candelero polemizando en revistas, páginas y suplementos literarios, a veces hasta yéndose a las manos en alguna concurrida sala de exposiciones. Diferentes clases de pintores En nuestra modesta opinión, los pintores se dividen en dos grandes grupos: los que “cultivan las flores, la naturaleza muerta y el bodegón” y los que no los cultivan. Pero como la opinión de los entendidos importa más que la nuestra, diremos que éstos los clasifican ANIBAL NAZOA 100 en figurativos y abstractos. Los primeros, a su vez, se subdividen en realistas y no realistas y los realistas en realistas naturalistas, realistas serviles, realistas socialistas, realistas pop, realistas abstractos y realistas realistas. Los abstractos por su parte se clasifican en abstractos geométricos, abstractos no geométricos, abstractos concretos, abstractos semi-figurativos, OP y cinéticos. En ambos bandos, por lo demás, y aunque abundan más en el figurativo, se encuentra el fenómeno del pintor ingenuo o naif. Pintor ingenuo es aquel que no estudió en la Escuela de Artes Plásticas. Y el que estudió, por lo regular, también. Ahora bien, siempre al hablar de pintores, se suele hablar de escuelas, pero nosotros preferimos no pisar ese terreno por cuanto la tarea de enumerar las existentes sobrepasa nuestras posibilidades intelectuales y de espacio. Todo pintor que se respete debe crear su propio “ismo” o escuela, de modo que para el momento actual es posible que ni siquiera el Censo General de Población próximo a realizarse sea capaz de revelarnos el número aproximado de las presentes en Venezuela. Para que los lectores se den una idea de esta situación, he aquí una lista parcial de los “ismos” que encontramos en un solo domingo de recorrido por las galerías de Caracas: El Criptorquismo Abúlico de Misael Palodeagua. El Polimorfismo Letárgico de Simón Pérez Palacara. El Consustancialismo Antimeditativo de Aristófanes Gil. El Mondragonismo Deletéreo de Marcelino Balancín. El Presencialismo Bicóncavo de Zabulón Yaguara. El Cuadriculismo Congelado de Fermín Mantarraya. El Trigonometrismo Mecánico de Freddy de la Mopa. El trabajo A estas alturas, ya va siendo hora de explicar a los lectores en que consiste el trabajo del pintor. Las labores de este son las siguientes, en riguroso orden de importancia: LAS ARTES Y LOS OFICIOS 101 1) Estar o haber estado en París. Así como los musulmanes consideran infiel a quien no ha realizado su peregrinación a La Meca, un pintor que no haya hecho su viaje a París es un primitivo aunque haya estudiado en las mejores academias de otras capitales. 2) Tratar de conseguir una beca para ir a París. 3) Pelearse con los demás pintores. 4) Estudiar las mejores fórmulas para ganarse el Premio Nacional. 5) Estudiar las mejores fórmulas para que los demás pintores no se ganen el Premio Nacional. 6) Ganarse el Premio Nacional. 7) Realizar escenografías para el teatro, diagramar periódicos, dictar conferencias y dar declaraciones a la prensa. 8) Pintar. Lo de pintar es un decir, porque entre los materiales de la pintura actual la pintura es lo que menos cuenta. Hoy día los pintores trabajan con alambre, zapatos viejos, bujías de automóvil, galletas de soda, asfalto, motores de 1/2 HP., rábanos, pelo, con lo que usted quiera menos con pintura, aunque a veces agregan una poca para confundir. Permítasenos una vez más recurrir al expediente de la lista para aclarar lo que venimos diciendo. He aquí un extracto del catálogo de la última exposición del notable artista Espiridión Trakalenko. “Venezolano nacido en Odessa”, según reza su ficha biográfica: “Salvación 41”, pasticcio lasaña y alambre de gallinero sobre cuero de chivo. ANIBAL NAZOA 102 “El Auriga Putrefacto”, ganchos de colgar ropa, papel periódico y barba de coco sobre casimir inglés. “Composición con vagones vibrantes”, queso rallado y chocolate de taza sobre papel de lija. “Un poeta de Vladivostok”, tabaco en rama y leche condensada, montado sobre espejo giratorio con motor de 60 ciclos. “La Muerte de Gulliver”, cera virgen y agujas de máquina Singer sobre polaina de guardia forestal. Trabajando con semejantes materiales, como es de suponer, el pintor produce sus obras en algo que parece una combinación de cocina con taller mecánico y que se distingue de éstos por dos características esenciales: la primera, que no se llama taller sino “atélier”; y la segunda, que no es fácil hallar en una cocina o un taller mecánico objetos tales como un piano de Venecia, una vela de Primera Comunión colgada de una cadena de bicicleta, un esqueleto de gallo, una muñeca descuartizada dentro de una bacinilla, varios platos con restos de paella petrificados y cubiertos de pelos verdes y otras menudencias de frecuente aparición en los atéliers de los pintores. Apoyo intelectual Si usted piensa en serio dedicarse a la pintura, por lo menos que se debe preocupar es por estudiar pintura. Ahora está de moda que una persona a la cual hemos conocido toda la vida como ama de casa, veterinario o químico industrial, un buen día amanece pintor y se gana el Premio Nacional dejando con los ojos claros y sin vista a los pintores profesionales. Lo que se necesita no son estudios sino apoyo intelectual. Mucho roce y mucho codeo. El hábitat del pintor no es sólo el Museo y las galerías de arte, sino todas las instituciones culturales. Ligándose a la intelectualidad el artista se da a conocer y además se mantiene perfectamente informado acerca de que es lo LAS ARTES Y LOS OFICIOS 103 que se está vendiendo más (aunque ellos odian la palabra mercado) y, más importante aún, a través de las indiscreciones de los intelectuales tal vez averigue lo que está pintando el colega rival para “madrugarle” con una exposición express. Porque al pintor, naturalmente, le conviene tener un escritor de cabecera, que es el único a quien revela los secretos de su próxima “muestra” y el que se encarga de ponerles nombre a los cuadros y escribir el catálago, que casi siempre comienza más o menos así: “Enfrentar una realidad vivencial plena de bifurcaciones extrínsecas. Desmortificarse al pleno sol de la alineación inenarrable, como un nuevo Sturm und Drang para consumo de farmaceutas apopléticos. Eso nos propone Anacleto Ponzóñez, a través de sus terribles Adecuaciones Telecromáticas. Se lanza así, a pecho limpio, a una nueva búsqueda que...” La búsqueda: he ahí el verdadero, el último, el definitivo trabajo del pintor. El pintor siempre anda en busca de algo. Busca la reafirmación del color cataléptico, o la esencia del Yo rorscharchiano, o la nebulización de la luz, o en el amarillo absoluto, o la concatenación de la línea con el movimiento radiante, o la resurrección del espectro de Bizancio, o la forma última del grito, o el ya-para-qué de los colores complementarios, o la totalidad de la parte alícuota. Que siempre busca. Son otras tantas maneras de llamar al humilde pan. ANIBAL NAZOA 104 EL ANTISOCIAL Oscuro personaje Como bien sabrá vuesa merced, en hablando de nuestro oficio y beneficio, será mejor no tocar allí donde la semántica ha levantado castillo y plantado estandarte, que si tal hiciésemos sería el cuento de nunca acabar, Antisocial es sin duda -o por mejor decir, con dudauna de las voces más confusas de cuantas entran en nuestra habla de cristianos y su interpretación, camino erizado de peligros mayores que los que topara Boemundo en el camino de Jerusalén. A primera vista, si hubiésemos de confiarnos del anti a su cuerpo pegado, parece como si con antisocial se quisiera decir “aquel o aquello que está en contra de la sociedad”. Pensando de esta guisa tendríamos que por ejemplo un hidalgo que acapara el pescado para venderlo por treinta veces su valor verdadero o uno que vende por mil escudos una cosa labrada por un obrero a quien él pagó tres maravedises de soldada, serían antisociales visto que atacan a la sociedad tratando de matarla de hambre. Pues no: los dichos no son antisociales sino caballeros de industria y personas principales. El error, por demás gravísimo y de difícil perdón, proviene de aquella confusión tan extendida en el vulgo, entre sociedad y género humano. El verdadero antisocial es aquel que intenta participar de las ganancias del caballero de industria hurgando su escarcela y empleando otras artes distintas de las legisladas, es decir el competidor desleal. En otras palabras, antisocial es aquel que está contra la Sociedad en el sentido de las páginas sociales de los diarios y no en el sentido vulgar de colectividad. Si ponéis atención a la explicación de esta nuestra manera de ver, no hallaréis en ella nada de raro ni disparatado: la mano del antisocial lo que primero busca de herir es la propiedad y, por tanto, a los que tienen propiedades, o sea los que aparecen en las dichas páginas. Esto es lo que permite abrazar dentro del concepto de antisocial a todos los que se oponen a la democracia representativa, como ser los jóvenes disconformes, negros norteamericanos y otras etcéteras. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 105 Pero aún así considerado, el antisocial no debería ser así llamado, que él es más bien uno de los mejores apoyos con que cuenta nuestra sociedad, ya que su existencia justifica la de la policía y los servicios de identificación, amén de otros de sus cimientos. Otro si que de no haber antisociales tampoco habría caballeros de industria, como no puede haber democracia sin oposición. Oscuro personaje, pues, hemos dicho que es el antisocial, pero nada más en cuanto a su nombre y no de su calificación, en lo cual no sólo no es oscuro, sino que en ocasiones se cuenta entre los más notables, como en los casos de los grandes maestros Dillinger y “Gatomóvil”. Viejos abstenerse Es la de antisocial una profesión para personas jóvenes, de buena hechura y ansiosa de conquistar el mundo. De modo y manera que si vuesa merced es hombre de escribanía, hecho a la molicie y a contar más que a ganar, ni piense en ejercerla. Más le conviene alguna de las muchas ramas pacíficas del delito, como ser el contrabando o destilación clandestina de licores, la trata de mozas de la casa llana, contrahechura de moneda, política, extorsión y tantas otras de las que se ha dado en llamar “de cuello blanco”. Bien puede V.M. ser cabeza de monipodio pero antisocial, lo que se dice antisocial, no. Por fortuna, no existen antisociales natos. La condición de antisocial siempre es adquirida y cualquier ciudadano común que llene ciertos requisitos (uno de ellos, por cierto, el de ser ciudadano común) puede llegar a ella y aun distinguirse en la república de los murcios y descuideros a través de un aprendizaje apropiado. Este se hace apartando a los así llamados autodidactos- principalmente en casas ad-hoc mantenidas por el Estado, tales como los que se llaman retenes policiales, donde se imparten los primeros rudimentos y las galeras de “La Planta” y “La Modelo”, que son institutos de educación superior. También un nuevo invento que es asombro y maravilla de ANIBAL NAZOA 106 las cinco partes del mundo, y se llama la televisión, cumple un papel de muy grande valer en la forja y temple del antisocial venezolano con sus cursos permanentes de libre escolaridad como se dice por estas tierras. Precisa el antisocial, entre otras cosas, poseer en demasía el dominio de ciertas artes liberales como ser la Cerrajería, la Mecánica Automotriz, Albañilería y un algo de metalurgia por si le ha de llegar una de soldar o desoldar. Mas no se crea que ha de ser todo saber, pues también necesita el antisocial algunas propiedades de las que sólo de nacimiento se tienen. En primer lugar, como ha de llevar a toda hora en una mano el fierro y en la otra el Credo, conviénele ser ligero de zancas y diestro en el arte de saltar muros y escalar ventanas, hábil como raposa para ocultarse allí donde no cabe ni un silbido y buen fullero para hacer desaparecer lo que en sus manos se hallase. Hácenle falta ojos de gerifalte para atalayar alguaciles y otras gentes de la Ley, pero de gato para ver bien en lo oscuro y al dar con alhajas hacer cala y cata de las más valiosas en menos que canta un gallo. Sus manos han de servir lo mismo para tañer el más fino laúd que para quebrantar cantos rodados, siendo alas de mariposa en la faltriquera y mazos de batán en las costillas del cliente. Por lo que hace a su persona y semblante, el antisocial está en todo momento en trance de ser retratado y en tal virtud le es obligado el ser fotogénico. Para mantener su buen aspecto ha de declarar la guerra al peine, de forma que en todos los retratos aparezca con los pelos erizados como lomo de puerco espín. Ha de tener buen perfil para las fotos que de él se le hagan. Tener, verbrigracia, lo que en esta Provincia se llama nariz de plan de batea, o bien una ganchuda como pico de mochuelo o abultada como pimiento morrón. La barba, más bien escasa, o mejor la cara glabra con estas o aquellas cerdas creciendo al oriente y poniente de la boca, a la manera de Cantinflas. Una cicatriz, o más, que le hagan parecer visto en espejo quebrado, completarán la pintura de lo que debe ser un antisocial. Una cosa muy especial que no puede faltar a ningún antisocial es un buen alias o apodo, y adviértase que en el que escoja para LAS ARTES Y LOS OFICIOS 107 aceptarlo de entre los muchos que le pondrán, se echa de ver el ingenio, alcances y aprecio de sí mismo de cada antisocial. Uno que se respete no aceptará vulgaridades como “Cara’ e diablo”, “Pico’ e loro” o “Cochino inglés”, y en cambio estará encantado de que lo llamen “Perro muerto”, “Avioneta” o “Mascaplomo”. De la herramienta Los guantes, la ganzúa, el soplete, la pata’ e cabra, la segueta, el berbiquí, la pistola o el revólver, el chuzo o la sacatripas no son los únicos instrumentos de que se sirve el antisocial. Además de ésos y unos cuantos más, la profesión demanda uno de grande importancia, que es la amistad, relaciones o como vuesa merced tenga a bien llamarlo. Un antisocial que no tenga amigos entre los de la justicia, los cuales se consiguen sobre todo dando algo de ratonar a los corchetes o regalándolos con la voz (pues son amantes del canto), o haciéndoles de oreja mientras se está en la casa de poco trigo por enterarlos de los negocios de otros apañadores ese antisocial, dígoos, siempre estará con el pie en la corma y conocerá al juez mejor que a su madre. Con estas razones y las que vuesa merced pudiera procurase de consejeros más discretos, creemos haberle ilustrado sobre los principios de la muy noble profesión de antisocial. Más si vuesa merced fuese de buena cuna y viviese en uno más palacio que casa, olvídelas todas y dedíquese tranquilamente a la antisociedad o antisocialería, que quien con tales prendas se adorna, rara vez sufre persecución de justicia, y si la sufriere no le faltará quién para sacarlo de trabajos e impedir que su retrato salga en los papeles diarios, que ésto, cosa de antisociales pendejos es. ANIBAL NAZOA 108 EL VAMPIRO ¡Aaaaaaaaaaaaayyyyyyyyy! Dang... Dang... Dang... Danggg... Las cuatro siniestras, pesadas, tristísimas campanadas del viejo reloj de la torre indican que es la medianoche, porque el viejo reloj tiene el sistema de campanas descompuesto y a las dos da cuatro, pero habida cuenta de que también tiene dos horas de adelanto, es fácil llegar a la conclusión de que en realidad son las doce, ¿Está claro? No, claro que no está claro: está muy oscuro, muy negro. Sólo un relámpago lejano rompe de vez en cuando la oscuridad de la noche gélida y tempestuosa. El viento ulula antiguas historias de fantasmas y los cipreses del cementerio le responden inclinándose sobre las tumbas con horrible crujido. El aullido de un lobo rebota sobre las colinas mientras un buho grazna1 su lúgubre salmodia2 entre las ramas de un añoso roble3 a la vera del camposanto. En el lóbrego castillo de Kartoffelschale, allá en lo alto de la Montaña Negra, la noche es joven. La frágil baronesita de La Crevette, tiernamente inocente de los peligros que la rodean, duerme. Acaso sueña con el príncipe azul que le pagará la renta del apartamento, la luz, el teléfono, el gas, etc., por el resto de sus plácidos días. De pronto, algo como un leve aleteo apenas audible, una ráfaga helada, un suave pinchazo en el marmóreo pescuezo de la doncella, justamente sobre el latido angelical de la yugular. La frágil baronesita de La Crevette despierta con un grito para comprobar, horrorizada, que una cucaracha se desplaza sobre su lecho. Su mano temblorosa va a la mesita de noche y toma el pomo 1. Ya sabemos que los que graznan son los cuervos, pero como en Venezuela no hay cuervos. 2. Si los búhos no graznan, tampoco salmodian. Lo que pasa es que la palabra es muy apropiada para este tipo de narración. 3. También sabemos que en Venezuela no hay robles, pero ¿Qué quieren ustedes, que pongamos al búho a salmodiar entre las ramas de una vulgar mata de guayaba o de aguacate? LAS ARTES Y LOS OFICIOS 109 del poderoso insecticida aerosol superpotente, el único que contiene FD4 y es más económico porque mata más a menor precio. La alimaña se debate, herida de muerte con una sola rociada del potente producto que patrocina esta interesante serie, y la beldad sigue durmiendo bajo la segura protección de Chautox, el mejor amigo del hogar. El viento bate con furia la ventana. Entre tanto... Entre tanto, en otra habitación del castillo, un chirrido espantoso nos anuncia un acontecimiento cotidiano: el conde Mantecatu, tío de la baronesita, abre su ataúd porque ya es hora de salir para el trabajo. ¿En qué consiste el trabajo de un vampiro? El de vampiro no es un oficio ni una profesión. Es un arte. Un arte exquisito cuyas exigencias sólo están al alcance de los inmortales. La labor del vampiro, a primera vista, se limita a andar por ahí chupando pescuezos. Pero ya veremos cómo esta concepción simplista, aunque parte de una realidad -el vampiro, de que chupa pescuezos, los chuparepresenta una ofensa al Arte y un insulto a la Ciencia. Para ser vampiro Apreciado lector, no queremos desilusionarlo pero sospechamos que usted nunca llegará a ser vampiro, por la sencilla razón de que la primera condición que se necesita para serlo es haber nacido en Transilvania. A menos que la moderna legislación rumana permita la existencia de vampiros nacionalizados (Transilvania está situada en el corazón de Rumania, a los pies de los Cárpatos), no hay grandes esperanzas para los no nacidos en aquella misteriosa comarca balkánica. En este punto es bueno recordar que los vampiros son tan fieles al terruño que, cualquiera sea el lugar del mundo donde se hallen, siempre llevan consigo, además del ataúd, un poco de tierra transilvana para los sucesivos entierros. De manera que si usted hace ahora una gira turística por Transilvania, no se queje de los huecos ANIBAL NAZOA 110 que encuentre en la carretera: con tantos vampiros saliendo del país y llevándose su correspondiente porción de tierra, es comprensible que el país esté convertido en una especie de queso Gruyére. La segunda condición para ser vampiro es estar muerto, o mejor dicho, poseer un certificado de defunción debidamente firmado por un médico forense. De no ser así, no tendría gracia el hecho de que al abrir la tumba de un vampiro se encuentre a éste fresco y rozagante o, como sucede en muchos casos, sumergido en un copioso baño de sangre. Tercera condición, y repetimos que no queremos desilusionarlo, el vampiro ha de ser noble; cuando menos Conde, como Drácula y Nosferatu. ¿Se imagina el triste papel que haría un vampiro llamado simplemente Pedro Pérez o John Smith? Probablemente no se les daría oportunidad de chupar ni pescuezos de gallina. Gastos Un nuevo obstáculo que se interpone en el camino del lector que desee seguir la carrera de vampiro es el hecho innegable de que ésta es sumamente costosa. Veamos: en primer lugar, el uniforme de vampiro representa en sí mismo una inversión considerable. Como habrán podido observar los que han visto películas de vampiros, éstos siempre visten de etiqueta y llevan además una capa que, comprada en las sastrerías más modestas de Londres, debe costar una fortuna. Agreguemos, siempre siguiendo las pautas del cine, que el vampiro ha de ir impecablemente peinado, lo cual hace suponer que el gasto en brillantina representa un porcentaje respetable de los ingresos de estos artistas. Anotemos, además que, en el renglón maquillaje propiamente dicho, el vampiro cinematográficamente correcto debe llevar los labios muy pintados, luego sus inversiones en lápiz labial han de ser bastante fuertes. En este punto, sin embargo, queremos LAS ARTES Y LOS OFICIOS 111 hacer notar que el vampiro también usa unas cejas muy negras, muy gruesas y muy arqueadas que indudablemente son pintadas con corcho quemado; y como quiera que las películas de vampiros son todas en blanco y negro, el vampiro puede economizar creyón pintándose los labios con el mismo corcho quemado de las cejas. Pasemos ahora al más importante de los gastos del vampiro: el dentista. Podríamos decir que el dentista es el vampiro del vampiro, dada la parte sustancial de su salario que le chupa. Instrumentarium Aquí hemos entrado en el terreno de la tecnología vampiresca. Los instrumentos de trabajo fundamentales del vampiro son los colmillos. Con ellos muerde el pescuezo de su víctima y, según nos lo muestran las películas, a través de ellos succiona la sangre; decimos esto porque los vampiros de Hollywood dejan invariablemente una marca constituida por dos huequitos diminutos, como de mordedura de serpiente, y nada más, de donde es fácil colegir que la succión se realiza a través de los colmillos. Estos, como se deduce de lo anterior, deben estar siempre en perfectas condiciones. Se recomienda para ello dejarlos durante el día en un vaso con una solución de sanguaza diluida, aunque actualmente se fabrican ciertos colmillos plásticos capaces de soportar muchas noches de succión sin obstruirse ni adquirir ningún aspecto sospechoso. Qué hace un vampiro Los vampiros, históricamente descendientes de los Lemures de los romanos y emparentados con las vroukólakas de los griegos modernos y los loups-garous o lobizones medievales, son muertos parranderos que a medianoche se escapan de sus féretros para ir a emborracharse con la sangre de los vivos. A este respecto conviene aclarar que ciertos vampiros hipogenitales, por miedo escénico, se ANIBAL NAZOA 112 limitan a visitar los mercados en procura de morcilla que luego diluyen en agua caliente para beberla a modo de sangre instantánea. Hay numerosas variedades de vampiros. Desde el que sale de noche a devorar cadáveres hasta el que sólo trabaja para el cine y tiene un doble que es el que se encarga de encerrarse en el ataúd y trepar para las ventanas de los castillos, para chupar pescuezos de doncellas de la nobleza. Algunos suelen convertirse en murciélagos, otros conservan su apariencia humana y los más modernos ni siquiera son vampiros individuales, sino “fuerzas vivas”. Precauciones Aparte de poseer buena dentadura -o al menos unos colmillos en perfecto estado-, el que pretenda ingresar al gremio debe tener muy bien determinado su tipo de sangre, pues es bien sabido que el vampiro debe ser Chupador Universal. Igualmente se recomienda tener mucho cuidado en el momento de escoger la víctima y antes de abordar el pescuezo de ésta observarle los brazos y piernas para cerciorarse de que está vacunada. Asimismo, aunque es un poco ocioso advertirlo, el vampiro ha de ser enemigo jurado del aceite, evitando en toda ocasión que éste alcance las bisagras de su ataúd, las cuales deben ser más bien rociadas periódicamente con agua salada para mantenerlas debidamente oxidadas. De lo contrario dichas piezas no chillarán al abrirse la urna y en consecuencia el vampiro perderá su prestigio. Según lo indican las autoridades en la materia, la única manera de matar a un vampiro es hundir una estaca de madera en su corazón. En vista de lo cual, el vampiro evitará por una parte asistir a juegos de béisbol, deporte que se caracteriza por el uso de una estaca llamada bate para golpear la pelota, y por la otra el venir a enterrarse en países en vías de desarrollo como Venezuela, donde a toda hora y en todas partes se están enterrando estacas para indicar lo que se llama “obras para el Progreso”, no vaya a ser que en una de esas enterradas de estacas lo salpiquen. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 113 El vampiro moderno Hasta aquí hemos hablado del vampiro clásico, o sea el que chupa la sangre de sus víctimas por la vía directa, de pescuezo a colmillo. Para infor mación sobre el vampiro moder no le recomendamos la lectura de la legislación vigente y otros textos igualmente escalofriantes. ANIBAL NAZOA 114 EL CHOFER De quién se trata Permítasenos ante todo una aclaratoria: de quien nos proponemos hablar es del chofer, no del Chauffeur. El de chauffeur es un oficio totalmente diferente del que nos ocupa, o, mejor dicho, nos va a ocupar; personaje mucho más apropiado para una novela rosa que para un manual de carácter técnico, el chauffeur solo maneja limousines o “suntuosos coches”, y no se rebajaría a conducir camiones o taxis. Es más, entre sus tareas la última es la de manejar, pues por lo regular se dedica más bien a ayudar a su patrón -por lo regular un marqués o un acaudalado industrial- sirviéndole de confidente y de consejero, acompañándolo a beber cuando pierde en el baccará y cultivándole la cornamenta con la colaboración de la marquesa o la acaudalada industriala, selon le cas. Porque, no sabemos si ustedes lo habrán notado, pero de acuerdo con la fórmula, de las novelas las damas de la nobleza -la de la sangre y la otra- no tienen otra ocupación sino acostarse con el chauffeur mientras el marido anda de cacería o juega al golf. Por cierto que los marqueses de novela invariablemente se aplican -miren qué casualidad- a la caza de la zorra. El chofer es otra cosa. En este mundo ingrato, o al menos en este ingrato país, todos somas choferes. Que unos ejerzamos la profesión para ganarnos la vida y otros por obligación constitucional, ya eso es asunto de cada quien. Hasta hace poco se decía que la humanidad se dividía en choferes y peatones, pero actualmente ya son muy pocos los naturalistas que admiten la inclusión del peatón en la especie Homo Sapiens, y no está lejano el día en que no lo acepten ni siquiera en el orden de los primates. Aun para las personas que todavía le reconocen rasgos humanos, el ser peatón es casi un defecto físico, un estigma muy difícil de sobrellevar y, lo más triste, los propios peatones se sienten como hombres que sólo alcanzarán su máximo LAS ARTES Y LOS OFICIOS 115 desarrollo y su forma definitiva cuando tengan sus neumáticos y su volante. El profesional Contrariamente a lo que piensa el vulgo, para ejercer la delicada profesión de chofer poco importa si el aspirante sabe o no conducir un vehículo automotor. Usted puede ser un verdadero maestro del volante y sin embargo no servir para chofer; en cambio, una persona que apenas sepa poner en marcha una máquina puede resultar un chofer de primera clase si posee las verdaderas condiciones. Nos referimos a una serie de características, facultades y conocimientos que hacen de la de chofer una de las profesiones más difíciles y complejas. Para empezar por el principio y despachar eso de una vez diremos que en Venezuela no existe, como en otros países, un traje de chofer. Ni siquiera los taxistas lo usan, pues lo más parecido a un uniforme, que era el conjunto formado por una toalla enrollada por el pescuezo y un sombrero encasquetado hasta los ojos, ha ido desapareciendo y hoy prácticamente no lo usan sino algunos autobuseros tradicionalistas de los que viajan al y desde el interior del país. De todos modos, el chofer prefiere siempre las camisas playeras, de muchos colores, pantalones de casimir de color indefinido y zapatos de gamuza; a veces se puede agregar una cachucha de lana imitación cuero de tigre, unos enormes anteojos negros y un palillo en la boca. Necesita el chofer una gran sensibilidad social y un profundo conocimiento de las costumbres del peatón a fin de interpretar adecuadamente sus reacciones. El odio ciego no conduce a nada; por el contrario, el chofer debe mantener los ojos bien abiertos si no quiere que se le escape la pieza. Es preciso saber calcular muy bien la relación entre la velocidad del vehículo y la distancia que lo separa del peatón, para poder acelerar y frenar justo en el punto donde aquél se morirá del susto sin necesidad de dañar al acabado del carro atropellándolo. La psicología nos ayudará a adivinar en que momento ANIBAL NAZOA 116 y por cual sitio tratará el peatón de atravesar la calzada para afinar la puntería, tanto del vehículo como del insulto. Y hablando de insulto, entre las disciplinas que el chofer debe dominar a la perfección se encuentra la Urbanidad y el lenguaje. Aparte de la bocina, para pedir paso debe dominar las fórmulas de cortesía del oficio, tales como “¡Mira, desgraciao, ¿Tú como que estás asegurao?” “¡Vámonos, pues, a quitarse del medio, viejorra!”, etc. Debe ser dueño de un extenso repertorio de groserías respaldado por unos buenos pulmones que le permitan insultar a los demás choferes y a los peatones -sobre todo a estos últimos- desde cualquier distancia y a cualquier velocidad. En este punto es bueno advertir que no basta con poseer el repertorio clásico; lo ideal es que el chofer ejercite constantemente su imaginación creadora para que logre producir el insulto perfecto en el momento apropiado. Pongamos un ejemplo: no hace mucho, vimos a un chofer que venía tratando de adelantar a otro vehículo y, como éste se le atravesará cada vez que él enfilaba hacia su izquierda, cuando al fin logró colársele al lado le gritó: -¡Oye, gran carajo, te la compro! -¿ Que me compras qué, hijo’ e... ? - preguntó el otro. Y él, más fuerte todavía: -¿ Qué va a ser pues ? La calle. Como esa vaina es tuya... Posiblemente ningún otro profesional tenga un sentido de la estética más desarrollado que el chofer. Esa preocupación por la belleza y el buen aspecto de su vehículo, unida a una voluntad de hierro, lo obliga a pasarse el domingo entero limpiando y puliendo el carro y le permite realizar hazañas como la de quedarse durante medio día varado en una esquina, interrumpiendo la circulación en toda la ciudad, porque otro chofer le hizo una pequeña raya a la pintura de su coche. Y como suele suceder que el otro chofer también es amante de la belleza y su auto resultó igualmente rayado, a veces los dos titanes mueren de viejos mirándose a los ojos con olímpica arrogancia. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 117 La máquina El instrumento de trabajo del chofer es, naturalmente, el vehículo. Pero hemos de advertir que el carro puro y simple, tal como sale de la fabrica, no hace al chofer. Es preciso añadirle una serie de accesorios que serán los que le den su aspecto y funciones definitivas. Supongamos que se trata de un taxi: comenzaremos por... ¿El taxímetro? No; en Venezuela no usamos esos artefactos infernales, sino que pagamos lo que el honestísimo transportista tenga a bien cobrar. Pongamos más bien unas cortinitas de fieltro de lo más monas, así con flequitos, que cubren la mitad del vidrio posterior. Luego, una imagen del santo de la preferencia del conductor, realizada en material plástico de manera que se pueda instalar por dentro un bombillito para que se ilumine cada vez que el auto frene o se abra una puerta. En seguida un perrito, tigrito o leoncito, también de plástico pero recubierto de material peludo y con una cabeza articulada que se mueve mediante un ingenioso sistema de clavitos. Seguimos con una gran cantidad de calcomanías que cubren casi totalmente el parabrisas, aunque dejando por supuesto los huecos necesarios para que el conductor pueda ver el camino. Después viene un par de pequeños floreros llenos de flores artificiales que se sujetan al tablero por medio de ventosas, un monito de felpa o un pequeño esqueleto plástico que cuelga del espejo retrovisor; un edredón que descansa en el espacio comprendido entre el respaldo del asiento trasero y el vidrio posterior, un forro de imitación cuero de caimán que recubre el volante, otra imagen sujeta al tablero por un imán oculto, un juego de lamparillas de diversos colores que se encienden y apagan con cada frenada del vehículo y tres cartelitos: uno que dice “No tire la puerta”, otro “No acepto idilio amoroso en mi vehículo” y el tercero “Si me va a pagar, no me puye la espalda”. Entre los artefactos distribuidos por toda la parte exterior del coche tiene especial importancia un espejito que el chofer usará para sacarse las espinillas mientras llegan los pasajeros. Párrafo aparte merece uno que no es accesorio sino parte esencial del vehículo, sea este de uso público o particular: el radio. A ANIBAL NAZOA 118 un automóvil venezolano le puede faltar el carburador, el cárter, las ruedas, pero el radio jamás. Ya veremos por qué. Antes de salir a trabajar, el chofer consciente revisa y comprueba el funcionamiento de cada pieza de su maquina: bombillito de la imagen, ventosas, floreros, movimiento cabeza perrito, etc. Se cerciora si lleva bajo el asiento la llave inglesa, indispensable por si se atraviesa algún desgraciao y hay que partirle el coco y comprueba el buen estado de la corneta, que debe ser capaz de reventarle los tímpanos a un peatón a una distancia mínima de doscientos metros. ¡Ah!, y el radio. Si el radio no suena, no se puede salir. Arrancamos. La técnica del chofer se puede resumir en unos cuantos puntos básicos, a saber: 1) Desarrollar velocidades supersónicas en las zonas donde la ley ordene andar despacio (siendo la velocidad directamente proporcional al número de peatones presentes en la vía) y, correlativamente, desplazarse a paso de tortuga por las vías de circulación rápida. 2) No detenerse a tomar o dejar pasajeros sino exclusivamente en medio de la calle, si es posible al sesgo para ocupar dos canales al mismo tiempo. 3) Frenar siempre con suficiente violencia para que los pasajeros puedan salir disparados hacia adelante y romperse los dientes contra el tablero o el respaldo del asiento delantero, según donde vayan sentados. 4) Cambiar constantemente de canal, serpenteando entre los demás vehículos a toda velocidad y manteniendo a los pasajeros con el corazón en un puño. 5) Cuando se lleva a una pareja, frenar en seco y jalar por la llave inglesa si se advierte a través del espejo retrovisor que los pasajeros van demasiado juntos o han intercambiado alguna caricia; inmediatamente el chofer echará pie a tierra y los conminará a bajarse a la voz de “¡Qué va, eso no es en mi carro, mi carro me lo respetan!”. 6) Si el motor presentare alguna falla, por pequeña que sea, el conductor lo detendrá en todo el centro de la calzada y procederá a repararla, procurando estorbar lo más y durante el mayor tiempo posible (esto cuenta por igual para taxistas, camioneros y conductores de autos LAS ARTES Y LOS OFICIOS 119 particulares). 7) Si al subir o bajar un pasajero cerrase la puerta con un golpe más o menos enérgico, el conductor le soltará una grosería y agregará “Sí, dale, que como ésa no la compraste tú...” u otra frase por el estilo; pero si el pasajero trata infructuosamente de cerrar la puerta sin golpearla, entonces le dirigirá una mirada de entre burla y desprecio y le dirá: “¡Ay, mijo! ¿Tú como que no te desayunastes hoy?” o “Tenga la bondad y me cierra bien esa puerta, que después se abre y si me la arrancan usted no me la va a pagá”. y 8) Lo más importante de todo: el radio. Es rigurosa, indispensable, absoluta, inexcusable, desesperada, ineludible, legalmente obligatorio llevar el radio encendido a todo volumen, bien cambiando constantemente de emisora o bien obligando a los pasajeros a escuchar la radionovela favorita del chofer. Un chofer sin radio merece ser expulsado del gremio sin apelación o, ultimadamente, es indigno de haber llevado jamás el nombre de chofer. He dicho. ANIBAL NAZOA 120 EL DIPLOMÁTICO Definiciones Si los lectores insisten en que les demos una definición del diplomático, será mejor que no lo hagamos por la vía etimológica, porque resulta que las etimologías dejan a los diplomáticos muy mal parados. Los griegos antiguos llamaban al actual embajador como los modernos al cónsul: próxenos de donde proviene el nombre de un oficio de cuyas características no queremos acordarnos. En cuanto a la palabra diplomático, propiamente, es derivada de diploma (genitivo diplomatos), que significa “papel doblado en dos” y por lo tanto contiene la no muy agradable idea de “doblez”: diplóos, además de “doblado en dos”, también quiere decir “doble, pérfido, falso”. No es culpa nuestra si así lo dice el Diccionario griego-español; el cual, de paso y aunque es distinto, es la cosa más inútil del mundo porque para poderlo consultar hay que saber griego y entonces para qué lo queremos. Pero volvamos a la cuestión del diplomático. Para no eludir el compromiso de definirlo, digamos provisionalmente que un hombre corriente es aquel que si se pelea con alguien en una fiesta invita al contrincante a arreglar el asunto en la calle; en tanto que un diplomático es el que si se pelea con alguien en la calle lo invita a arreglar el asunto en una fiesta. Eso en cuanto a la diplomacia como habilidad o propiedad moral. Desde el punto de vista profesional, un diplomático es una persona a quien su gobierno le paga por vivir en el extranjero. Su excelencia El Señor Embajador. Monsieur l’Ambassadeur. Il Signor Ambasciatore. Herr Botschafter. O Senhor Embaixador. Mister LAS ARTES Y LOS OFICIOS 121 Ambassador, Gospodin Pasól... ¿Cómo es un diplomático? Puesto que aquí se trata más bien de explicar cómo debe ser un diplomático, empezaremos por mencionar la primera de las cualidades que se exigen para poderse dedicar a tan meritoria carrera: el espíritu de sacrificio. Como bien lo sabemos, el diplomático es ante todo un ciudadano plenamente dispuesto, sin vacilaciones, a sacrificarse por la Patria. A soportar con estoicismo el crudo invierno de París; a sufrir sin chistar la triste niebla londinense; a sobrellevar resignadamente el bullicio de Tokio; las largas noches de Oslo, el tóxico smog de San Francisco, la perdiz estofada de los restaurantes de Madrid. A servir sin preguntar bajo cualquier gobierno, porque él donde este no representa al gobierno sino a la Patria, que al fin y al cabo es la que le paga su mísero sueldo y sus igualmente míseros gastos de representación y viáticos. Otras condiciones imprescindibles para ejercer la diplomacia son: a) La elegancia. No se concibe un diplomático que no sea terriblemente elegante. El señor Embajador tiene la obligación moral de ser alto, delgado, entrado en años, de movimientos pausados y ceremoniosos, dueño de una ordenada cabellera cana, o en su defecto, de una brillante y bien moldeada calva. De ser posible, poseerá también una cuidada barba en punta que, además de lucir mucho le será muy útil para mesársela en los momentos de tensión internacional. Puede tener vista suficiente para contarle los pelos a un mosquito situado a veinte kilómetros, pero de todos modos usará anteojos o, mejor todavía, monóculo. Un diplomático sin anteojos rara vez es tomado en serio. Aunque actualmente, debemos reconocerlo, el relajamiento de las costumbres ha llegado a permitir que se usen no sólo diplomáticos desanteojados sino diplomáticos gorditos, desgarbados, peludos y hasta ¡horror! jóvenes. b) La distinción. Así como el hábito no hace al monje, un buen físico no basta para hacer al diplomático. Este es distinguido también en su actuación. Serio y a la vez cordial, sencillo y protocolar, discreto pero comunicativo. Todo dentro de ciertas medidas muy exactas y ANIBAL NAZOA 122 acordes con el tipo de país donde le toque desempeñar sus funciones; si está destacado ante una nación europea será más bien campechano, alegre, de risa fácil, amigo de los chistes algo subidos de tono y aficionado a cantar canciones del terruño acompañándose con el instrumento nacional. Si, por el contrario, se le destina a un país del mundo subdesarrollado se mostrará muy fino, reconcentrado, parco en el hablar, formal, de ademanes reposados, y hablará en un bisbiseo ininteligible. c) El tacto. Esta es una virtud proverbial de los diplomáticos. Cuando se dice tacto, en lo primero que se piensa es en el diplomático, a tal punto que ya en lenguaje corriente no se acostumbra a decir “hazlo con mucho tacto” sino “hazlo con mucha diplomacia” cuando se trata, por ejemplo, de sacar de una fiesta a un borracho que está buscando camorra y tocando los traseros de las señoras pero que además de borracho también es millonario o jefe del anfitrión. Se entiende por tacto aquella propiedad que le permite al embajador de una gran potencia negarle un préstamo al gobierno de un país pequeño sin que parezca que se lo está negando y al embajador de un país pequeño pedirle un préstamo al gobierno de una gran potencia sin que parezca que se lo está pidiendo. d) La habilidad. Casi excusado es que hablemos de la habilidad, uno de los lugares comunes de mayor frecuencia en el lenguaje de la diplomacia “Hábil diplomático” es una expresión tan redundante como diestro espadachín, pundonoroso militar, cruel madrastra, sagaz detective y noble bruto. La habilidad la necesitan los diplomáticos principalmente para hacerse “de carrera” y abandonar el cargo sólo cuando llegue la jubilación. e) La flexibilidad. El diplomático ha de ser hombre muy flexible, especialmente por la parte del espinazo, o de lo contrario no podrá resistir los millares de genuflexiones que está obligado a hacer y al cabo de un año de ejercicio profesional lo habrá matado el lumbago. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 123 f) La resistencia. Un estómago de hierro, capaz de soportar banquete tras banquete sin sufrir deterioro aparente; un aguante para la bebida que le garantice a la nación representada que sus diplomáticos pueden brindar indefinidamente sin terminar bailando el zapateado sobre las mesas de Palacio o manoteándole la cara a los embajadores de países como los Estados Unidos o la URSS; una fortaleza indestructible, apta para enfrentarse a los discursos más largos sin dormirse, y una voz lo bastante potente para no dejar dormir a los demás cuando es él quien está pronunciando el discurso: he ahí algunas exigencias que en el orden físico se hacen a quien aspire a un cargo diplomático de cualquier rango. Útiles de trabajo Es casi imposible enumerar en este corto espacio la totalidad de las herramientas de que se sirve el diplomático en su trabajo. Por lo pronto, nos limitaremos a mencionar el frac o el chaqué, el sombrero de copa y un buen surtido de condecoraciones, unas destinadas a su uso personal y otras para imponérselas a cuanto gobernante o colega se le ponga a tiro. Luego vienen el champán, la langosta Thermidor, el caviar, el filet mignon, la créme de volaille, las crépes suzette, etc. Entre las herramientas más difíciles de manejar, y que requieren mayor preparación técnica, están los quesos y los vinos. Un diplomático que no sepa distinguir entre un Camembert y un Brie, o ignore si el Saint-Emilion es un vino rojo o blanco, puede hasta provocar una guerra con sus torpezas. En cuanto a los que desconocen la calidad de las diferentes cosechas, ésos ni siquiera merecen el haber pertenecido jamás al Cuerpo Diplomático. Aparte de estos instrumentos para el trabajo pesado, existen otros más sutiles y de uso más delicado, tales como las bombas nucleares, cañones, ametralladoras, aviones de reconocimiento, cámaras fotográficas disfrazadas de pisacorbatas, mercenarios, lanchones de desembarco, portaviones, etc., que se emplean con mayor frecuencia de lo que muchos se imaginan y no siempre en sustitución de los anteriores, sino paralelamente a ellos. ANIBAL NAZOA 124 De la Valija Diplomática Capítulo aparte merece este objeto misterioso. Caja de Pandora cuyo vientre oculta todo el encanto novelesco de la profesión diplomática. La valija diplomática es un saco de correo inviolable, sellado, lacrado, precintado, que sólo puede abrir la Cancillería o la Embajada del país destinatario. Cuando llega a la aduana los guardias la toman con manos temblorosas como si se tratase de una bomba de alto poder. Se le prodigan más cuidados que a un enfermo grave, se evita a todo trance que se ensucie o sufra algún deterioro o una simple compresión, se la transporta con la solemnidad debida a un maharajah. En el momento de abrirla se tejen las más angustiosas conjeturas acerca de su contenido. ¿Contendrá la orden de prepararse para una ruptura de relaciones? (el Embajador tiembla pensando en su sueldo). ¿Contendrá, por así decirlo, los primeros disparos de una guerra? ¿Revelará un vasto plan para aniquilar la industria en toda una región del mundo? ¿Traerá en sus entrañas el nombre de un personaje a quien es preciso asesinar? ¿Vendrán en ella los planos de las fortificaciones y la clave del Estado Mayor del otro país? Suspenso. Tensión. Mordisqueo de uñas. Se abre por fin el condenado bulto: la valija diplomática contiene, por regla general, una carta para la tía del Embajador; varios frascos de cierto medicamento de importación prohibida que, según dicen, es dinamita de alcoba; unos cuantos sobres de un alimento para canarios que no se consigue aquí o allá, según el caso; unos pendientes para la señora del Canciller que allá son bastantes baratos, pero comprados aquí costarían una fortuna, unos perfumes de contrabando, unos regalitos para los niños de Josefina, unos recibos por gastos de representación y cosas por el estilo. La ardua labor Advertimos, para que después no digan, que el trabajo del diplomático es duro y agotador. Son trescientos sesenta y cinco días al año de asistir a banquetes, oír y pronunciar discursos interminables, inaugurar estatuas, dar y recibir medallas, cruces, collares, cordones, LAS ARTES Y LOS OFICIOS 125 estrellas, botones, ordenes, placas, escarapelas. El solo esfuerzo de cargar con el peso de las condecoraciones en cada recepción, velada o parada militar, hace a los herniados y cardíacos ineptos para el oficio diplomático. No es cosa de niños pasarse todo el santo día poniendo en alto el nombre de la Patria, estrechando los lazos de amistad entre ambas naciones, besando manos de señoras que no siempre son las más agraciadas, cruzando y descruzando los dedos para dar la impresión de que se está pensando en cosas trascendentales cuando lo que se desea es salir corriendo a tomarse una cerveza en el bar más próximo. Y lo más grave de todo, la esencia misma de la profesión, el tener que vivir lejos del lar nativo, entre gentes de distinta habla y costumbres, saboreando amargo caviar y triste pate dore en vez de sabroso plato nacional, asomándose al terruño querido sólo cuando las múltiples ocupaciones y el interés de la nación lo permitan... No; definitivamente, si usted, lector, piensa ingresar a la carrera diplomática, no lo envidiamos. Es duro, demasiado duro ese trabajo. ANIBAL NAZOA 126 EL BARBERO Ilustre prosapia Es el de barbero uno de los oficios más nobles que el hombre haya inventado. Más que oficio es un arte, y arte excelso, por cierto, que todos hemos deseado ejercer en alguna etapa de la vida. La historia de la barbería está ligada a los mejores momentos de la humanidad, y los amantes de la literatura clásica castellana recordarán seguramente que el barbero es en ella personaje de primerísima importancia. El propio don Miguel de Cervantes le da papel relevante en el Quijote y rinde homenaje al buen sentido y cultivo del espíritu del Barbero cuando hace que este, puesto con el Cura a hacer el “donoso y grande escrutinio” en la librería del Ingenioso Hidalgo para eliminar de ella las malas obras de caballería que le enfebrecían la mente, salve de las llamas al Amadís de Gaula alegando que por ser el mejor de los libros de ese género que se han compuesto y “como a único en su arte”, se le debía perdonar. Sabemos también que el bien cobrado Yelmo de Mambrino no era otra cosa sino la reluciente bacía de un barbero escrupuloso que venía de un pueblo a otro a cumplir con su deber de sangrar a un enfermo. Porque en aquellos tiempos el barbero era también cirujano, y más de un cristiano debía la vida a una sangría barberil o una figaresca extracción dental a tiempo. Del ingenio y discreción de los barberos nos habla Beaumarchais en su Barbero de Sevilla, convertido más tarde por Rossini en la mejor opera que se haya escrito. Y si el maestro italiano confió a un barbero el aria más brava que se conoce, el Largo al Factotum, fue apoyado en una valiosa tradición: durante los siglos XVI y XVII, en toda Europa, las barberías eran los principales centros musicales y no había barbero que no supiera cantar, tañer el laúd y hasta componer canciones para distraerse entre cliente y cliente o deleitar a los parroquianos mientras se hacían la barba, costumbre que en los Estados Unidos sobrevivió hasta comienzos de este siglo LAS ARTES Y LOS OFICIOS 127 en las Barber’s Shop Ballads que todavía se cantan, y en el campo venezolano donde aún se encuentran barberos-arpistos y no se puede escuchar un bandolín sin imaginar que el ejecutante es un barbero. Fígaro quá, Fígaro lá Si por algo los barberos son a menudo confundidos con los médicos y odontólogos no es sólo por la bata blanca, sino también por la pulcritud de sus personas, que es su característica principal y les viene de sus tiempos de cirujanos. Basta observar el miedo que les tienen los niños para darse cuenta de lo extraordinariamente parecidos que son barberos y doctores. Es más, hay barberos dotados de habilidades pediátricas que envidiaría cualquier médico; niños que sólo se dejan ver por el pediatra después de chillar y patalear por horas luchando con las enfermeras más fornidas de la clínica, pequeños monstruos capaces de arrancarle tres dedos al dentista sin llegar a abrir la boca, se entregan en las manos de ciertos barberos dulcemente, sin la menor protesta. Quedamos, pues, en que para ser barbero se necesita ante todo tener una cara de médico que no la brinque un venado. Luego se plantea la cuestión de la nacionalidad: algunos tratadistas demasiado puntillosos afirman que el barbero debe ser necesariamente italiano, pero modernamente se admiten los de otras nacionalidades, siempre que sean italianos de corazón, aficionados a la ópera y los macarrones. Y es que, realmente, el arte de la barbería ha alcanzado tal grado de refinamiento en la tierra de Maquiavelo que hoy día, así como todos los chefs de cocina y modistos se hacen pasar por franceses, hasta los barberos japoneses se fingen italianos. De modo que si usted quiere ser barbero pero no es italiano, mala suerte, que le vamos a hacer pero no importa, trate de parecerlo y adelante con los faroles, digo, con las tijeras. Más la apariencia no lo es todo; aparte de unas manos finas, ágiles, expresivas como las de un bailarín flamenco, ha de poseer el barbero una vasta cultura que abarque desde la historia antigua hasta el fútbol pasando por la numismática y la economía política. ANIBAL NAZOA 128 Al lado de la cultura, el don de la palabra, la facilidad de exposición, una conversación agradable que le permita hacer gala de sus conocimientos sin parecer pedante ni aburrir a la audiencia, porque más de la mitad de su trabajo consiste precisamente en conversar, según veremos más adelante. Por último, paciencia, mucha paciencia. Un barbero nervioso, precipitado, puede dar al traste con su propia carrera por exceso de velocidad; no importa cuán hábil sea usted, cuán precisos sus cortes, no cometa jamás el error de pelar a un cliente en cinco minutos; al contrario, dele vueltas y más vueltas, intercale pausas lo más largas posibles entre tijeretazo y tijeretazo, y su prestigio estará a salvo. Al efecto, recuerde que una afeitada o un corte de pelo son como una consulta médica: cuanto más larga se siente más seria y se paga con más gusto. El estudio del artista Quien conoció las antiguas barberías de Caracas, apenas podrá reprimir un suspiro de nostalgia cuando entra en una de las de ahora. ¡Aquellas si eran barberías! Las típicas consistían en un salón con una o dos sillas “Koken”, separado del resto del local por un tabique artísticamente forrado con hojas de diarios y revistas salpicadas de fotografías de personajes famosos y astros del cinematógrafo, entre los cuales siempre ocupaba el sitio de honor Carlos Gardel. Para los clientes el leer el tabique era una distracción tan placentera, que casi nos dolía cuando nos llegaba el turno. En esto de los tabiques de periódico, entre paréntesis, los barberos mantenían una ruda competencia con los zapateros. Uno de estos últimos, recordamos, derrotó a su vecino barbero cuando logró adquirir para su tabique páginas del Frankfurter Illustrierte, de El Sol de Madrid y el Manchester Guardian. Pero lo más notable que tenían aquellas barberías eran los cuadros: colocados estratégicamente para que se duplicaran en los espejos con marco pintado de blanco, aquellos cromos comunicaban al negocio el aspecto de un salón de sesiones de sociedad literaria provinciana. Donde quiera que se pusiera la vista se tropezaba con frágiles damiselas envueltas en gasas que tocaban el bandolín, o LAS ARTES Y LOS OFICIOS 129 gorditas disfrazadas de diosas griegas que retozaban junto a un estanque con cisnes y todo. Aquí una joven de cabellera hasta el suelo recibiendo una carta que le trae en el pico una palomita; allá, una aprendiza de Pompadour posando para un pintor con un gatito en el regazo, y en la otra pared, una belleza con montera y sin más traje de luces que su propia piel nacarada haciendo un pase estatuario a un toro imaginario junto al Almanaque de Rojas Hermanos. El resto del ambiente lo completaban los aguamaniles, la sombrerera y aquellos perfumadores semejantes a narguiles orientales que daban a los barberos el aire de Carlitos Chaplin. Las barberías de hoy tienen más aspecto de clínica o gabinete dental que de otra cosa. Frías, industriales, demasiado asépticas, con sus sillones entre silla de dentista y puesto de comando de nave espacial, de la tradición familiar no les quedan sino el reguero de mechones de pelo en el piso, las revistas del año pasado y ese inconfundible olor a cogote empolvado que guía a los ciegos cuando se quieren pelar sin necesidad de preguntar dónde queda la barbería. Un corte de pelo Veamos ahora cómo trabaja el barbero. Cuando el cliente llega ante el sillón, nuestro hombre lo invita a sentarse con un gesto muy ceremonioso. Luego va al aparador, toma un paño limpio y, mientras se lo coloca al cliente alrededor del cuello, pregunta a aquel cómo quiere el corte. Estas maniobras le dan tiempo para estudiar al candidato a fin de establecer el tema más apropiado para conversar con él. Naturalmente los primeros que se proponen, por ser los favoritos, son los deportivos. Si hay rechazo se prueba con la política o alguno de los conexos, como el costo de la vida; luego se prueba con el matrimonio, la juventud de hoy, los automóviles y así hasta que se logre entablar una conversación en firme. Entonces comienza el corte: primero una pasadita de máquina eléctrica, luego las tijeras. Estas se mantienen durante toda la operación sonando, pero no cortando ininterrumpidamente. Las tijeras se mantienen en un solo ANIBAL NAZOA 130 chiqui-chiqui, chiqui-chiqui, pero cortan en uno solo de cada dos o trescientos chiquis. De vez en cuando el barbero se retirará unos pasos para ver cómo va su obra, a la manera de los pintores. Cuando el cliente esté más distraído, o amodorrado, se le vendrá encima, le torcerá la cabeza hacia adelante y hacia un lado, y comenzará a restregarle el pelo furiosamente, metiendo luego la tijera y moviéndola a grandes mordiscos, como si el instrumento fuese un caimán enfurecido que devora la pelambre del paciente. Luego pasa el peine, unos cuantos tijeretazos aislados y entonces viene lo más divertido: la rasurada. El cliente ha aceptado discutir sobre fútbol o cualquier otro tema -pero preferiblemente fútbol-; el barbero puede lograr un gran efecto si aparenta estar muy acalorado francamente, enardecido en el momento de asentar la navaja: está comprobado que de cada tres barberos que emplean este truco, dos ganan la discusión. Pero ya empieza la rasurada: es increíble la habilidad que despliega el barbero para pasarnos la navaja exactamente a medio milímetro del punto preciso por donde nos gustaría que la pasara porque tenemos una pequeña comezón. La comezón crece, no nos atrevemos a hacer el menor movimiento por temor a cortarnos y la navaja pasa cada vez más cerca, pero nunca por el punto donde nos pica. Para completar la tortura, ese momento de inmovilidad forzada, cuando un movimiento imperceptible podría significar un tajo en la nuca o una oreja menos, es el que aprovecha una linda muchacha para detenerse a la puerta del establecimiento a conversar con el barbero, pero ubicada de tal manera que por el espejo apenas se le ve un tercio del hermoso cuerpo. A veces no se trata de una muchacha bonita, sino de una sabrosa pelea que se ha armado frente a la barbería y que desde luego nos gustaría ver por el espejo. En uno y otro caso es preferible cerrar los ojos antes que arriesgarse a quedar bizco o dejar medio pescuezo en las manos del fígaro. Pero sigamos adelante: viene ahora la ceremonia del algodoncito empapado en alcohol, una sacudida al paño y vuelta a las tijeras. Media hora más de chiqui-chiqui, el resoplido del pulverizador con acompañamiento de estrujones que casi nos hacen saltar las lagrimas, el peinado, la pasada de cepillo con talco... ¿Ha concluido el servicio? ¡De ninguna manera! El barbero se LAS ARTES Y LOS OFICIOS 131 queda mirando al cliente como Miguel Ángel al Moisés. Lo observa silencioso (ya no hay conversación), cambia de ángulo y de pronto, como herido por el rayo de la inspiración, empuña peine y tijeras y da un toquecito mínimo, como un picotazo de pollito, en una patilla. Toma unas tijeras más pequeñas. Despeina ligeramente por el lado de la sien derecha y da otro picotazo. Vuelve a peinar. Tres, cuatro, cinco minutos más de observación en actitud meditativa, y por fin las tijeras comienzan a revolotear como un colibrí en torno a la cabeza del cliente, sin tocarla. Ya para el momento de la despedida, cuando el cliente se ha visto el cogote en el espejo que se le coloca por detrás y ha dado su aprobación (¿Qué remedio le queda?), todavía hay tiempo para dos toquecitos más, y hasta la próxima. Grandeza y decadencia Parece mentira que sea necesario describir una ceremonia tan cotidiana como un corte de pelo. Parece mentira, pero es verdad: la nueva generación no se corta el pelo ni se afeita. No conoce esa experiencia y hay que explicársela. La nueva generación está llevando a la ruina a una de las artes más bellas y antiguas de la humanidad. ¡Porca miseria! ANIBAL NAZOA 132 EL COBRADOR Introducción mitológica Nuestra sociedad, que lo debe todo empezando por su propia existencia y no reza el Credo sino el crédito, tiene por únicas divinidades a los vendedores, quienes moran en un Olimpo de automóviles, neveras y televisores. Y así como Hermes o Mercurio fue el mensajero de los dioses griegos y romanos, también los diosesvendedores tienen su mensajero: el Cobrador. Pero este Mensajero de los Dioses, a diferencia de su antecesor clásico, en vez de pies alados usa motocicleta, cuando no se trata de un pobre cobrador pedestre con los pies claveteados de callos y unos zapatos más gastados que el cuento de la cigüeña; o de uno de esos opulentos cobradores en automóvil que realmente parecen dueños de aquello que están cobrando. Mártir y verdugo ¿Quiere usted pasar por lobo siendo oveja? ¿Ser temido, odiado, despreciado por algo que usted no ha hecho? ¿Sentir los remordimientos de Judas sin haber vendido al Señor? ¿Pasarse la vida en una sola dentera mientras otro come naranjas y más naranjas? Pues ¡Métase a cobrador! Es cierto que existen cobradores con alma de perro de presa capaces de acosar al deudor con la saña más cruel para divertirse viéndolo sufrir, como juega el gato maula con el mísero ratón, pero éstos son los menos: en la mayoría de los casos, el cobrador es más víctima que verdugo, entre otras razones porque el también es perseguido por una legión de cobradores y si no cobra no paga, si no paga no cobra y si no cobra no come. El cobrador no es sino el pararrayos, el escudo del verdadero vampiro, el que recibe los portazos y las miradas torcidas. De todo el dineral que suele llevar encima sólo le pertenece un porcentaje ridículo. Cada paso que da a lo mejor (o a LAS ARTES Y LOS OFICIOS 133 lo peor) lo lleva a la muerte a manos de un asaltante. Comparte con el cartero el primer lugar entre las víctimas favoritas de los perros y de los niños, que a veces muerden más fuerte que aquéllos. ¿Ven lo buena gente que es? Pues así y todo cobra. Lo cual es suficiente para que el autor del presente estudio no lo pueda ver ni en pintura. No porque lo odie, sino porque le teme como el diablo a la Cruz. Vuelva el quince “No hay malas pagas, lo que hay son malos cobradores”. Esta sentencia del célebre “Pinocho”, decano de los cobradores caraqueños, demuestra que la de cobrador no es una ocupación incidental, un “mientrastanto” como se dice popularmente, sino una profesión tan respetable y sólida como las que se aprenden en la Universidad e igualmente exigente en cuanto a las condiciones del candidato para ejercerla. La más importante es la persistencia: el ciudadano corriente puede dejar de cobrar al amigo a quien prestó cierta suma que se niega a pagar, pero un cobrador profesional no se puede permitir semejante lujo; lo suyo es morir con la factura en la mano y buscar al deudor en el mismo infierno si es preciso. Así como los deudores inventan las más complicadas técnicas para despistar a los cobradores (no a los acreedores, que son indespistables), los cobradores están obligados a desarrollar las suyas para acorralar a los deudores. Estos poseen sobre todo una extraordinaria habilidad para esconderse; los hay capaces de mimetizarse como los camaleones, cerbatanas y otras especies inferiores: mucho antes de la guerra rusofinesa de 1939, cuando los soldados se ponían abrigos blancos para confundirse con la nieve, había en Calabozo un humilde llanero que en cuanto aparecía un cobrador, corría a tenderse en una hamaca verde que tenía colgada en medio de unas matas de plátano. Esto da una idea de las habilidades que debe desplegar el cobrador en el desempeño de sus funciones. Naturalista experto en localizar al deudor mimético, detective invencible en la pesquisa del Rey de las Coartadas, el cobrador ha de ser además topógrafo y geógrafo para hallar con toda precisión el domicilio del deudor. Psicólogo de primera ANIBAL NAZOA 134 línea para adivinar cuando el deudor piensa mudarse sin avisar a los acreedores, sociólogo para saber distinguir entre el pobre que no puede pagar y el pequeño burgués que podría pagar, pero gusta de hacerse esperar, resignación cristiana para soportar el Viaje a Canossa frente a la quinta del rico y policía implacable en el rancho del pobre. De dotes histriónicas, ni hablar: un cobrador que no sepa fingirse el más miserable y arrastrado de los mortales ante un atracador y el más poderoso ante un deudor, mejor será que cuelgue el maletín como los boxeadores los guantes. Lo mismo puede hacer el cobrador de corazón blando, en especial el que cobra por servicios esenciales como el agua y la electricidad. Porque en el oficio se requieren dos corazones: uno de acero inoxidable para los días de trabajo y uno humano para los domingos. Afortunado el cobrador a quien le toca un deudor de esos que salen a recibirlo limpiando un revólver como al descuido y declaran que “yo no pago porque no me da la gana, y si no le gustó vaya y reclámele a mi cuñado el Ministro” y no uno de los que en vez de decir simple mente “vuelva el quince” montan una telenovela y abren la puerta de par en par para que el cobrador vea ese horripilante cuadro de miseria con viejita en mecedora destartalada, loro desteñido por el hambre, niños pidiendo su desayuno y demás yerbas. Diferentes tipos de cobrador A la hora de inventar trucos para no pagar, la imaginación de los deudores no tiene límites: algunos sólo saben esconderse, otros fingen estar atacados de amnesia, o se niegan a cancelar con el pretexto de que hay un error en la cuenta, o le aseguran al cobrador que dentro de poco recibirán una herencia y pagaran todas las letras de una sola vez, o tratan de comprarlo ofreciéndole un trago. Pero en la misma medida en que los deudores hacen gala de su talento creador, el cobrador debe ser versátil y veloz en la respuesta. Lo ideal es que una misma persona sea capaz de comportarse de acuerdo con las circunstancias, como cada uno de los diferentes tipos de cobrador, a saber: LAS ARTES Y LOS OFICIOS 135 El tímido.-Es el que se muestra aplastado por el miedo escénico; se ruboriza, tartamudea, no halla dónde poner las manos. Cualquiera pensaría que un cobrador así jamás podrá cobrar un centavo, ¿Verdad? Pues no: casi siempre el tímido consigue que le paguen, bien porque su timidez se contagia al deudor o bien por lástima. Esto último, no podemos dejar de reconocerlo, es bastante humillante, pero perfectamente válido porque lo importante es cobrar, no causar buena o mala impresión. El amargo.-Espécimen bastante raro, este cobrador se especializa en regañar y hasta insultar a los deudores porque él, en su condición de chupamedias, no se siente empleado sino socio del pulpo para quien trabaja, por lo regular el Estado o una agencia de casas de alquiler. El simpaticón.-Este es sin duda el más peligroso de todos los tipos de cobrador. Llega con una amplia sonrisa, hace chistes, piropea a las muchachas, da coscorrones cariñosos a los niños, habla mal del gobierno y se queja de la situación. ¿Quién va a tener alma para negarse a cancelarle todas las facturas que quiera presentar? El sorpresivo.-Suerte de duende con maletín que se aparece cuando menos se lo espera. Si se le ha dicho que vuelva el quince, él se presenta el once y se disculpa por su “error”. Se le repite que vuelva el quince, él va el catorce y se vuelve a disculpar. El quince no va pero reaparece el diecisiete disculpándose por no haber ido el quince y así hasta que el deudor, que tenía planeado aplazarlo indefinidamente, se resuelve a pagarle de una vez para evitar que le siga dando sorpresas desagradables. El trágico.-Quien domine este tipo tiene el éxito garantizado: el cobrador trágico anda sudoroso, llega pidiendo un vasito de agua por favor, quejándose de alguna puntada, contando lo mucho que ha caminado hoy y lo que le queda por caminar. Pide permiso para entrar y se afloja los cordones de los zapatos y lanza derecho al corazón del ANIBAL NAZOA 136 deudor algún dardo como “¡Ay, señor Fulano, yo si no fuera por la mujer y los ocho muchachos..!” El cobrador vergonzante (no confundir con el tímido). Es el cobrador que, en vez de limitarse a presentar su factura, se deshace en excusas que nadie le está pidiendo: “créame, señora, yo comprendo que la situación no está buena, pero éste es mi trabajo y yo tengo que cumplir... Póngase usted en mi lugar... si por mí fuera... Yo no soy sino un empleado...” Y haciendo nuestras las palabras del cobrador vergonzante, recordemos que para ser cobrador es preciso ante todo ser deudor. Porque, ¿Cómo, si no es acosado por las deudas, puede nadie aceptar un trabajo tan poco agradable? Recuerde, amigo lector, que cuando usted no paga a quien perjudica es al cobrador porque el otro, el de “allá arriba”, ése no pierde ni perdiendo. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 137 EL SERVICIO DE ADENTRO Drama social A cualquier extranjero que llegue a Venezuela le extrañará y hasta escandalizará escuchar a dos damas de la sociedad caraqueña sosteniendo una increíble conversación como ésta: -¿Sabes? Ayer vi en el Automercado a la señora de Rodriguini. Lucía así como contrariada... ¿Qué será lo que le pasa? -Nada, que se le fue la mujer. Por cierto que Gladys también está sin mujer, y la mía el día menos pensado se me va con el panadero. Ella cree que yo no me he dado cuenta, pero la muy ingrata, yo se que tiene su cosa con el panadero... Pero no hay motivo de alarma, señores extranjeros: esas señoras no son lo que ustedes se imaginan: simplemente están hablando de lo que constituye el drama central, la obsesión, la raíz y esencia, la sal de la vida para la sociedad caraqueña: el Servicio de Adentro. Cuando las damas de este elegantísimo país dicen “La Mujer” se refieren a la criada, a la sirvienta, mucama o empleada, como la llaman las más tímidas. La mujer no es el tema favorito, es prácticamente el tema único de conversación para las señoras chic en Venezuela; mientras los esposos hablan de los automóviles, ellas hablan de la mujer. De hecho, una conversación entre dos matrimonios de las clases media o “alta” venezolanas se reduce más o menos a lo siguiente: -Rigoberto, chico, ¿Qué esperas para cambiar ese carro? -... Y en esos días yo me había conseguido una mujer bien buena, pero nos tuvimos que ir para Denver Coloréido... -El modelo de este año tiene una caja más suave, pero en cambio la carburación no me convence. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 139 -...Pero tuve suerte, chica, porque le cambié mi colombiana a Niñica por una barquisimetana que es la cátedra... -No, no, Marco Antonio. El que trae la palanca de cambios en acero cromado con cabeza de marfil plástico es el Super R.R. -Sí, a mi me habían dicho que las carupaneras eran muy buenas, pero yo tuve una y la tuve que botar a la semana, porque aquello era imposible. En cambio las trinitarias, chica, yo no conozco quien tenga una que no este contentísima... ¡Ah, sí! ¡Yo la próxima que me consiga va a ser trinitaria! La mujer En todo hogar de clase media que se respete debe haber dos personajes fundamentales, la señora y la mujer. Esta puede estar perfectamente virgen o casada con arreglo a las leyes, ante Dios y ante los hombres, pero no tiene derecho a ser llamada señora ni señorita: ella es y será hasta el día de su muerte la mujer o en el mejor de los casos, cuando la Señora es extremadamente cariñosa, la muchacha (“ay, chica, yo iría con mucho gusto, pero es que tú sabes, ahorita estoy sin muchacha...”) o el servicio. De manera que el de Mujer o Servicio es uno de los oficios de mayor demanda en el país, lo cual nos podría inducir a caer en el falso concepto de que para ejercerlo no se requiere ningún genero de aptitudes y basta con tener la suerte de encontrarse con una señora desesperada por la falta de mujer. Muy por el contrario, las condiciones requeridas para ejercer tan importantes funciones son de las más difíciles de satisfacer. Lo primero que se necesita para ser mujer es, por supuesto, ser mujer. Aunque no hay objeciones serias contra las capitalinas, conviene haber nacido en algún pueblo de provincia, cuanto más pequeño y remoto mejor. Así la señora podrá “epatar” a sus amistades contándoles que “esta la traje de Chejendé” o “ésta me la mandaron de Güiria”, lo cual siempre resulta simpático, tanto por parte de la doña como de la mujer misma. En este punto es bueno aclarar que actualmente se están llevando mucho las colombianas, y no creemos exagerar si afirmamos que las ANIBAL NAZOA 140 “domésticas” constituyen el renglón más importante en las exportaciones colombianas hacia Venezuela. Antiguamente, las mujeres más solicitadas en Caracas eran las martiniqueñas, que tenían la ventaja de hablar en francés o por lo menos en patois. Pero los tiempos cambian, y como el idioma de la gente bien de ahora es el inglés, se prefiere a las trinitarias. La Mujer de Servicio ha de ser comprensiva. Comprensiva quiere decir dispuesta a trabajar dieciocho horas diarias por tres o cuatrocientos bolívares al mes, porque tú sabes, mijita que yo antes pagaba quinientos, pero la cosa no está buena y además, en muchos casos la señora es una pelagatos casi igual a ella, que si sacrifica esa parte substancial de los ingresos de la familia para pagar un servicio es porque imagínate que dirán las Mondonguini que son tan hablachentas y las Berruguete que no están sino llevándole la cuenta a una. Requerimientos intelectuales En punto a habilidades, la sirvienta de adentro está en la obligación de ser lo que en Venezuela denominamos una “toera” (la gente fina dice “todera”) o sea poseer un perfecto dominio de todas las artes domésticas, desde bañar un perro salchicha loco hasta arreglar los fusibles de la casa o preparar un Boeuf bourguignon à la mode de Saint Gervais-les-quat’-Rivières. Y ya que llegamos al tema, he aquí el basamento mismo del oficio: la Mujer de Servicio debe ser dueña de una vastísima cultura culinaria adquirida por métodos absolutamente autodidácticos, diríamos más bien misteriosos. Nadie ha podido averiguar jamás donde diablos pudo haber aprendido semejantes cosas una mujer que en toda su vida no ha comido otra cosa sino yuca y plátano sancochado, pero lo cierto es que la señora llama a la sirvienta y le dice “Gabina, para esta noche me prepara una sopa de bogavante a la arlesiana y una Moelle caché Fine-Richelieu Friandise”, y va la sirvienta y se lo hace. Nosotros todavía no sabemos con exactitud que es un bogavante. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 141 Otro aspecto intelectual sumamente delicado es el que se refiere al grado de instrucción de la aspirante. Si usted, querida lectora, desea emplearse en una casa de familia y tiene su Sexto Grado, lo más saludable para usted es disimularlo. Lo ideal es que usted sepa leer y escribir, pero sólo lo suficiente para anotar las llamadas telefónicas que se reciban en la casa y leer las facturas que lleguen. Recuerde que la señora puede ser más ignorante que usted y que una buena ortografía, sobre todo si tiene como agravante una letra bonita, le puede costar el empleo. Sea discreta. Aunque a usted le gusten los perfumes de Dior y este dispuesta a gastarse un año de sueldo en un frasquito, por favor, no los use delante de la señora. Perfúmese con lo más barato y vulgar que haya en plaza si no quiere que la boten por “pretenciosa”. No se le ocurra escoger su propia telenovela: vea la que ve la señora, y no salga por ahí a contar que la señora ve telenovelas; si tiene ganas de comentar algo al respecto, coméntelo como cosa suya y punto, no sea que las amistades intelectuales de la señora se enteren y usted pague el pato. Tampoco vaya a ponerse a regar el menú de la casa, a menos que se trate de caviar y langosta en mayonesa. Lo demás -la yuca, el ñame, la sopa de rabo- son secretos de Estado. ¿Entendido? y haga lo posible por no enterarse de cuantos giros del carro debe el señor, ni cuánto costó el supuesto Murillo que decora la sala de la casa. Físicamente hablando Contrariamente a lo que pudiera suponerse, el físico es de importancia primordial en el Servicio de Adentro. Para decírselo de una vez, amiga, si usted es bonita mejor será que se vaya buscando otra profesión. Recuerde el cuento de La Cenicienta. Vamos a aceptar incluso que usted sea bonita y aún joven; pero si encima de bonita y joven también es elegante, ahí es donde vamos a estar mal. Y si además de bonita, joven y elegante es lo que llaman “de color”, entonces ya es la catástrofe, no se acerque, aléjese cuanto pueda. El Servicio debe ANIBAL NAZOA 142 ser agradable, pero sin pasar de ahí. En otras palabras, debe ser fea. Esto beneficia por igual a la señora y la criada; a la primera por razones obvias, a la segunda, porque el ser fea (y preferiblemente entrada en años), es la mejor garantía contra las ambiciones territoriales del señorito de la casa. Entre los necesarios atributos de la fealdad se cuenta en primer término la gordura, pero -¡ne quid nimis!- hasta cierto punto. Un Servicio exageradamente grueso puede encantar a la señora y repugnar suficientemente al señorito, pero al mismo tiempo puede significar un inconveniente insalvable para la permanencia de la mucama en la casa de sus empleadores, puesto que se podría dar la circunstancia de que la interesada no cupiera en el Cuarto de Servicio, por lo regular una celda más pequeña que la refrigeradora de la casa con una camita de alambre donde a lo largo se puede trazar una raya de tiza pero dos no, porque la segunda se cae al suelo. Eso para no hablar del “baño de servicio”, subdivisión del Cuarto aludido en el cual para poderse dar una ducha es preciso sentarse en el inodoro, soportar la punta del lavamanos enterrada en el hígado y al mismo tiempo sostener con el pie un retrato de Mussolini que el señor guardó ahí hace 31 años y todavía no se decide a botarlo por si las cosas cambian. Otros requerimientos No es que sea indispensable, pero sí conviene que el Servicio tenga un muchachito. La sirvienta con muchachito tiene sobre las otras la ventaja de que gracias a él la señora le dispensará ese cariño especial que se debe a los “arrimados” y siempre estará contenta porque sus niños (los de la señora, desde luego; el de la sirvienta no es un niño sino un muchachito) tendrán a quien pegarle y ponerle apodos, lo cual es altamente beneficioso para la armonía familiar. Obligaciones prescritas La sirviente moderna no tiene por que preocuparse del día de mercado: en otros tiempos una señora no podía ir de ninguna manera a la bodega, y esa obligación correspondía al servicio. Pero LAS ARTES Y LOS OFICIOS 143 en la actual etapa de Desarrollo, el Supermercado es un lugar elegante y centro de reunión de lo más, y por lo tanto las sirvientas han quedado no relevadas, sino verdaderamente excluídas de la elevada función de comprar comida. Pero esto no quiere decir de ninguna manera que aquéllas puedan descuidar su entrenamiento de pesas, porque de todos modos a ellas les toca la tarea de bajar las compras del carro. Status legal ¿Cuál status legal, chico? ¡Esas bichas sí están alzadas! ANIBAL NAZOA 144 EL PRESIDENTE Una pregunta estúpida ¿Usted quiere ser Presidente? Hacer esta pregunta a un venezolano es casi una ofensa, es como preguntarle a Julieta si está enamorada de Romeo o a un pez si sabe nadar. Para los Venezolanos la Presidencia es la zapatilla de la Cenicienta, la Piedra Filosofal, el tacto de Midas, la lámpara de Aladino y las Botas de Siete Leguas... ¿Qué por que no agregamos el Sésamo ábrete? ¡Hombre, no sea usté vulgar! Constitución y realidad De acuerdo con los términos de la Constitución Nacional, “Para ser elegido Presidente de la República se requiere ser venezolano por nacimiento, mayor de treinta años y de estado seglar”. De acuerdo con los términos de la realidad ¿Será lo mismo? Nos permitimos dudarlo. Para empezar, lo de “mayor de treinta años” es una generalización carente, como casi todas las generalizaciones, de valor. Los verdaderos requisitos para ser elegido Presidente no caben ni en veinte tratados como el presente. Para volver a empezar, el que aspire a la Presidencia debe ser un político, y es mentira que un político se pueda hacer en treinta años solares, comerciales o como se les quiera llamar. Treinta años representan la trayectoria mínima exigida a un político para poder pretender al trono, perdón a la Silla Presidencial. Quien no lleve ese tiempo hablando, es decir, viviendo de la política, que olvide sus aspiraciones, ¿Entendido? Entonces, la auténtica edad presidencial es de 45 para arriba, suponiendo que el aspirante fue un niño prodigio capaz de instalarse plenamente a los 15. Pero mejor dejemos a un lado la materia constitucional y vamos a discriminar uno por uno los requerimientos para mejor conocer lo que es un presidente perfecto. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 145 Del espíritu de sacrificio Si usted no está dispuesto a sacrificarse por la Patria, ¿Para qué quiere ser Presidente? He aquí la condición primordial para ascender a la Primera Magistratura: el espíritu de sacrificio. El estar dispuesto a darlo todo a cambio de nada. El renunciar al propio bienestar en aras del bien público. El no vacilar a la hora de escoger entre su interés personal y los supremos intereses de la nación. La Presidencia es el camino de las espinas, la cruz de la responsabilidad, la cárcel del deber (aplausos), y déjese de estar preguntando por qué entonces todo el mundo quiere ser Presidente. De la vocación El oficio de Presidente es absolutamente vocacional. Sólo puede ejercerlo aquel que no ha deseado otra cosa en toda su vida, desde el día en que nace hasta el momento de entregar el mando, si es de los que entregan. En este sentido es responsabilidad de los padres averiguar lo más temprano posible si sus hijos quieren ser presidentes cuando sean grandes, a fin de iniciar inmediatamente el entrenamiento. Se educará al niño de manera que cuando llegue a la mayoría de edad no sepa hacer otra cosa sino ser Presidente. Una vez que el futuro Presidente sale de la tutela paterna continúa el proceso formativo por su propia cuenta y a través de lo que hemos llamado trayectoria, o sea la suma de los años que el político se pasa tratando de llegar a Presidente. Dicho con otras palabras: la Presidencia, más que oficio o profesión, es una idea fija. De los títulos Aunque la ley no lo dispone taxativamente, para ejercer el oficio de Presidente se requiere pertenecer a la mejor sociedad y poseer un título académico. Ahora bien, ¿Cuál es el título apropiado? Como la Constitución pauta que el Presidente debe ser “de estado seglar” y eso significa que no puede ser sacerdote, por exclusión es ANIBAL NAZOA 146 fácil deducir que el hombre debe ser Doctor o General. Lo cual no quiere decir de ninguna manera que un bachiller o un militar de menor graduación no puedan aspirar a la Banda Presidencial. Una vez Presidente, no importa que el ciudadano no tenga título alguno, porque de todos modos la gente lo llamará “doctor”, sin contar la cantidad de doctorados Honoris causa que se le otorgarán a lo largo de su período constitucional. En cuanto al militar de menor graduación, pues para eso es Presidente: para ascenderse a General en cuanto le ponga la mano al coroto. La historia latinoamericana está llena de ejemplos ilustrativos al respecto. De la facilidad de palabra Nueve décimas partes de la actividad de un Presidente se reducen a pronunciar discursos y dar Ruedas de Prensa. Por lo tanto, un Mandatario consciente de su deber e iluminado por una verdadera Vocación de Servicio, tiene la Obligación Ineludible de dominar a fondo la Ciencia de la Oratoria para dirigir su Palabra Autorizada a la Ciudadanía cada vez que lo demande el País Nacional, pués quien lleva el Timón en la nave del Estado ha de mantener constante Diálogo con el Pueblo, a fin de permitir que la Opinión Pública esté debidamente informada respecto al Manejo de la Cosa Pública y de las Grandes Cuestiones de Nuestro Tiempo, si queremos salir del Marasmo y ocupar sitio de Honor en el Concierto de las Naciones como lo desearon los Inclitos Varones que nos legaron la Libertad derramando su Sangre Generosa para darnos una Patria Grande enrumbada por las Rutas del Progreso con la Ayuda del Altísimo. Del buen entendimiento El aspirante a la Presidencia no puede olvidar en ningún instante que el Primer Magistrado representa a toda la Nación. Debe entonces estar en buen entendimiento con todas las capas que componen la sociedad. Esto quiere decir que la discreción y la confianza que sea capaz de inspirar a todos los sectores constituyen LAS ARTES Y LOS OFICIOS 147 la clave de su éxito. El Presidente ha de prestar atención de las demandas de las Fuerzas Vivas sin ofender a las Fuerzas Bolsas. Prometer la tierra al campesino sin molestar al terrateniente. Rebajar los alquileres sin disgustar a los caseros y convencer al inquilino para que no pida una rebaja más sustancial. Agitar la bandera del nacionalismo sin alarmar a los inversionistas y saludar a los desfiles de trabajadores desde la tribuna de los patronos. Dicho más brevemente: el Presidente tiene que ser un águila. De los instrumentos de trabajo Parece mentira pero en el ejercicio de una profesión tan compleja y de tanta responsabilidad como es la de Presidente, no se requiere sino dos sencillas herramientas: una pluma para firmar los decretos y poner el “Ejecútese” a las leyes, y unas tijeras para cortar las cintas en las inauguraciones. De las atribuciones Hablemos ahora en términos más Concretos: ¿Qué es, en la práctica, lo que hace un Presidente? Para tratar este punto, nos vamos a permitir algo que más bien repugna a nuestras costumbres, pero en este caso está plenamente justificado: vamos a reproducir parte de un artículo que escribimos hace algunos años, en el cual se describen con bastante exactitud las tareas que forman la rutina presidencial. Con su amable permiso, aquí va el refrito: El Presidente de la República está obligado a recibir casi a diario a representantes de países que el ni sabe con exactitud dónde quedan y pasarse horas enteras con ellos, sentado en un sofá, con las manos entrecruzadas y mirándolos a la cara como diciendo.“bueno, ¿ y entonces ?” El Presidente de la República debe ir por lo menos una vez a la semana a cortar una cinta con unas tijeras que por lo regular se han ANIBAL NAZOA 148 perdido a la hora del corte, y cuando aparecen están amelladas o trancadas. Debe estar constantemente visitando obras en construcción, lo cual supone horas y horas de andar bajo un sol inclemente tragando tierra y rodeado por una fastidiosa multitud de adulantes, pedigüeños, espías y muchachitos que lo observan como si él fuera algún fenómeno de circo. Está condenado, cada vez que visita una obra de ésas, a retratarse con un ridículo casquito de aluminio que le hace lucir como si viniera de un reparto de cotillón. Cuando asiste a una recepción oficial, todo el mundo bebe whisky a discreción y devora toneladas de pasapalos mientras él se tiene que estar sentado en una silleta incomodísima, muriéndose de las ganas de echarse un trago. Adonde quiera que vaya tiene que aceptar la compañía de tres militares que siempre están parados detrás de él, como para agarrarlo en caso de que quiera echar a correr. Casi todos los días se le somete a la tortura de soportar interminables discursos de señores gordos enlevitados que no dicen nada y, lo que es más grave, a contestarles aunque a él tampoco se le ocurra nada en ese momento. Como un Presidente ha de estar “ligado a su pueblo”, periódicamente le toca arriesgar el pellejo viajando en avión para recorrer puebluchos donde nada más espantándose moscas pierde seis kilos. Tiene que mantener contentos a los militares y hablar a las masas de “cambio de estructuras”. Evitar roces con los Estados Unidos y sonreír a los que piden más comercio con el Tercer Mundo. Recortar LAS ARTES Y LOS OFICIOS 149 el presupuesto de la Universidad y presentarse como paladín de la cultura. Soportar que sus amigos de la infancia le hablen de “usted” cuando hay gente y que cuando el llegue todo el mundo empiece a hablar bajito, como si hubiera enfermo. Por último, un Presidente vive -por muy democrático que sea- bajo el constante temor del arsénico en el café, el barbero sobornado para que al pasarle la navaja ¡Suas! y la bomba en el cajón del escritorio. De las ventajas Entonces -se preguntará el lector- ¿Quiere decir que el oficio de Presidente ofrece puras molestias y ni una sola ventaja? Pues ¡Claro que no! A decir verdad el que se meta a Presidente goza de dos ventajas ciertas, solamente dos, pero de un valor incalculable: la primera, que para él no existe problema del tránsito, no sólo porque no tiene que manejar, sino porque siempre lleva adelante una nube de motorizados abriéndole paso a como dé lugar. Y la segunda, que cuando uno es Presidente ya no necesita saber hacer más nada. El Presidente se puede haber frustrado como escritor, no haber sido conocido como profesional a más de dos cuadras de su casa, no saber si Picasso es un compositor italiano o un pitcher del Cincinnati... Pero es Presidente. ¿Le parece poco? ANIBAL NAZOA 150 EL INGENIERO Palabra mágica No existe en el mundo ninguna profesión con más prestigio que la de Ingeniero. En este siglo dominado por los avances tecnológicos, ya nos hemos acostumbrado a la idea de que cuanto tenemos y aun lo que somos se lo debemos a los ingenieros. Todo padre moderno, en lo profundo de su alma, sueña con un hijo ingeniero, y el niño que no responda “ingeniero” al preguntársele que quiere ser cuando sea grande es visto de reojo y puesto bajo vigilancia porque cualquier otra respuesta es considerada como síntoma de pereza, falta de seriedad y hasta de un verdadero trastorno de conducta. Se ha llegado a la exageración de afirmar que “si Dios tiene alguna profesión, no puede ser otra sino la de Ingeniero”. Este culto al Ingeniero proviene fundamentalmente de fuentes ancestrales: en el fondo del hombre contemporáneo alienta un ser primitivo aún dominado por el shamanismo. No nos resignamos a vivir en un mundo sin “ocultismo” y sin “iniciados”. El Ingeniero posee el secreto de las matemáticas, habla un lenguaje tan incomprensible para nosotros como lo fue el de los sacerdotes faraónicos para el egipcio medio, y para descifrar sus jeroglíficos no hay todavía ninguna Piedra de Roseta. Basta ver a un ingeniero trazando un 8 para sentirse en presencia de un ser sobrenatural: él no hace, como todos los mortales, el movimiento de escribir una S y cruzarla cerrando con otra S al revés; él hace el ocho como los niños pequeños, es decir, dibujando un circulito pegado a otro circulito ligeramente mayor, pero trazados ambos con tal precisión que no hay imprenta que se le iguale. Pero también se basa el culto al ingeniero en el hecho indiscutible de que él es uno de los puntales más firmes de nuestra LAS ARTES Y LOS OFICIOS 151 querida Democracia. De sus manos salen las autopistas, los puentes, los distribuidores, las represas y demás elementos que orienta al electorado en el momento de cumplir con el sagrado deber y ejercer el no menos sagrado derecho del sufragio. Los bloques y superbloques, las plazas de toros y los gimnasios cubiertos de la democracia, aunque sean diseñados por los arquitectos, necesitan el cálculo del Ingeniero para poder ser levantados en la realidad. Si no hubiera Ingenieros, ¿Cómo podría el Presidente de la República salir a cortar cintas en los días de regocijo patrio y en vísperas de campaña electoral? Y si el Presidente no cortara cintas, ¿Cómo íbamos a saber a quién debemos dar nuestro Voto? ¡El Ingeniero es la sal de la vida democrática! Parecidos Los ingenieros se parecen a los generales en su don de mando y su habilidad como conductores de hombres. Una obra de ingeniería es como una acción de guerra: así como se dice que “la Batalla Tal la ganó el General Fulano” sin mencionar para nada a los centenares de hombres que se rompieron el alma para librarla, así también se dice “ese edificio lo hizo el Ingeniero Mengano”, sin dedicar el menor recuerdo a los albañiles que arriesgaron sus vidas en los andamios y aunque el Ingeniero Mengano jamás haya hecho ni siquiera el esfuerzo por aprender a pegar un ladrillo. Se parecen a los economistas, por supuesto, en lo enrevesado de su lenguaje. Cualquiera se sobrecoge de espanto cuando oye a dos ingenieros conversando: -Hay que corregir esa flecha, porque este perfil que hace palanca aquí tiene el fulcro desplazado, y como el esfuerzo cortante es igual a... -Ya eso está resuelto. El problema ahora está en el corte B-5. Fíjate bien en la torsión que tiene este cachirulingo estático; si la razón de tranquizamiento es de doce punto nueve a catorce punto y coma, haz la composición de momentos ANIBAL NAZOA 152 para que veas cómo te da un conticinio aproximado de dos puntos dos, que para un coeficiente anacorético de ese orden te va a traer una discrepancia flamígera en este nervio y en esta columna, y en ésta, a menos que cambies las secciones circuntitánicas y lo resuelvas aplicando el pórtico de Williams... No, chico, eso nos va a salir muy caro. Por eso es que si un abogado cobra seis mil bolívares por sacar a un reo de la cárcel decimos que es un tracalero (lo cual, desde luego, puede ser cierto) y si un médico pide ocho mil por operar un apéndice lo llamamos chupasangre (igual paréntesis), pero si un ingeniero exige treinta y cinco mil por levantar un murito para que los perros de los vecinos no se metan en el jardín, nadie chista. Se parecen a los hombres de negocios en que por lo regular son hombres de negocios. Cuando un ingeniero alcanza cierto punto en su carrera hacia la prosperidad, deja de ser “el Ingeniero” para convertirse en “La Compañía”. Y cuando llega a hacerse demasiado próspero, entonces pasa a ser “la Firma”: algo así como un Walt Disney de la ingeniería. Ya no dibuja ni calcula; se limita a firmar, y lo demás lo hacen unos ingenieros menos afortunados -que también los hay-, soldados anónimos en la gran Batalla de la Construcción. Al igual que en otras profesiones, en la de Ingeniero es preciso tener visión futurista si no se quiere terminar como simple empleado de la compañía, lo cual suele suceder con mucha frecuencia a aquellos que escogen la carrera de la ingeniería por inclinaciones exclusivamente científicas. La diferencia entre la compañía y el pobre ingeniero cientificista se puede apreciar claramente al oír las expresiones que el público dedica a uno y otro ante sus obras: del ingeniero “limpio” se dice que “ese hombre es una lumbrera”; de la compañía se dice: “¡Tronco de contrato!”. Se parecen a los médicos en que “los errores de los médicos se tapan con tierra” y los de los ingenieros se tapan con tierra, piedras, cemento, acero y ladrillos. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 153 Condiciones Resulta hasta un poco ridículo advertirlo, pero para ser ingeniero es preciso disponer de una mente estrictamente matemática. Poseer ideas concretas o, si lo prefieren, ideas de concreto. El ingeniero debe ser realista, veloz en el cálculo, dueño de una sólida estructura intelectual a prueba de desviaciones arquitectónicas o arquitectureras. Recuerde, lector, que no hay ingenieros paisajistas. En cambio hay ingenieros municipales (que deben manejar el hacha con maestría) y arquitectos con alma de ingeniero. Afortunadamente, porque éstos equilibran muy bien los momentos estáticos del sentimentalismo ingenieril. No basta ser de la línea dura, hay que ser de la línea antisísmica. Políticamente el ingeniero debe ser más bien conservador; eso es perfectamente lógico, puesto que su negocio es la precisión y la armonía, y nada hay más preciso y armónico que la Ley. Del respeto a la Ley y el Orden salen las mejores obras. Si el gobierno no les da contratos a los ingenieros de izquierda no es por discriminación política sino por razones exclusivamente matemáticas, de equilibrio y perfección como quien dice. En cuanto a la indumentaria, si usted piensa hacerse ingeniero tiene que aprender a comportarse como tal so pena de ser confundido a cada momento. Al ingeniero, cuando anda con su traje de calle lo toman por arquitecto y cuando anda en traje de faena lo confunden con un obrero, en el primer caso por la elegante chaqueta de tergal o cuero y en el segundo por el recio kaki y el casco de aluminio. Instrumental Cualquier ingenuo podría pensar que los instrumentos de trabajo del ingeniero son el teodolito, la regla de cálculo, la escuadra y el tiralíneas. Estas son más bien las herramientas del topógrafo y el dibujante, quienes son a su vez los verdaderos instrumentos de trabajo ANIBAL NAZOA 154 del ingeniero. Los demás utensilios propios de la ingeniería vienen siendo más o menos los mismos que emplea el abogado. Curiosidades No hay profesión donde se puedan describir tantas curiosidades como la ingeniería, en sus diferentes ramas. Así tenemos por ejemplo a los Ingenieros Agrónomos, que se saben de memoria los nombres técnicos de todas las plantas habidas y por haber y conocen con todo detalle la fisiología del insecto más insignificante, pero cuando les toca abrir un canal de riego tienen que llamar a un ingeniero civil, a pesar de lo cual se siguen llamando Ingenieros. Están los Ingenieros Industriales, que casi siempre trabajan en la administración de las empresas y no ejercen la ingeniería sino cuando están “en la malévola”. Los Ingenieros Militares, que se especializan en demoler lo que han construido los ingenieros civiles. Y en años recientes apareció en los Estados Unidos una novísima rama: la Ingeniería de Almas o “Man Engineering”, que se dedica a la remodelación de la humanidad con el objeto de lograr que cada hombre viva exclusivamente para consumir los productos que fabrican las demás ramas de la Ingeniería. La “Man Engineering”, como se puede ver, es la Ingeniería de las Ingeniería. Si usted nos preguntara cuál es la especialidad más productiva, sin titubear le responderíamos que ésta. Pero eso sí, antes de anotarse en ella piénselo bien y tenga mucho cuidado, porque si usted no es muy superlativamente inteligente, corre el riesgo de salir con las Tablas de Logaritmos en la cabeza. Es todo, queridos alumnos. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 155 EL BOXEADOR Definición erudita El boxeador no es, en resumidas cuentas, sino una persona que se toma la expresión “lucha por la vida” en sentido literal. En lo cual los boxeadores son más fieles a la estirpe etimológica del oficio que nosotros. Porque ni los griegos ni los romanos distinguían entre el boxeo y la lucha: tanto el agonistes griego como el púgil romano estaban autorizados hasta para morderse, aunque ambos eran básicamente boxeadores sin contar que las respectivas combox de ambos imperios permitieron el uso de la manopla, que por algo la palabra latina púgil está emparentada con pugnus, puño, pero también con pugio, puñal. En cuanto a boxeo o boxeador, el famoso diccionario Webster nos da esta poco convincente etimología: “(inglés medieval) del uso chistoso de la palabra box (estuche) en el sentido de regalo”. Tal vez lo del estuche, se refiere a aquél donde guardan sus ganancias los promotores, que no tienen nada de chistoso. En resumidas cuentas, y hablando en criollo, boxeador es aquel que se gana la vida dando y recibiendo pescozones. En lo cual el boxeador se parece mucho al soldado pero no tanto como el promotor al general. Pesaje La condición fundamental para ser boxeador es estar dentro del peso reglamentario. En este aspecto podemos decir que hay pesos pesados, semipesados, welter, livianos pluma, gallo, mosca y unos llamados “bantam” que ni los gallos recuerdan cuánto pesan. Al fin y al cabo, toda esta jerigonza bascular se puede reducir a una sola fórmula: el boxeador tiene que ser Peso Pobre. Las llamadas clases altas sólo producen boxeadores en la categoría infantil, en la escuela los niños ricos suelen ser los más “gallitos” porque se apoyan en la posición de sus padres. Entre dos chicos que se pelean a la salida de clases, cuando LAS ARTES Y LOS OFICIOS 157 sean mayores es muy probable que el más pacífico vaya a ser boxeador y el más belicoso su empresario. El lugar común dice que “los barrios populares son el vivero de los boxeadores”, pero no dice por qué. Pregunten a un chiquillo de El Guarataro o de San Agustín si ha tenido compañeros ricos en la escuela, y ya se les irán aclarando las cosas. Segunda condición para subir al cuadrilátero: saber pegar. Es bueno aclarar esto aunque parezca una perogrullada, porque se dice con frecuencia que para dominar el arte del pugilismo no es tan necesario aprender a dar golpes como a recibirlos o “asimilarlos”; afirmación no ajustada a la realidad, puesto que todo boxeador sabe llevar leña por instinto; cuando un muchacho decide calzarse los guantes es precisamente porque está cansado de recibir golpes, sobre todo de parte del hambre, y por lo tanto ya nada tiene que aprender al respecto. Otra cualidad que distingue al peleador es el buen oído, no sólo para la campana, sino para los consejos de su manager y para los “consejos” que éste recibe de ciertos señores. Por eso el lema del boxeador es “pega, pero escucha”. Junto al buen oído ha de poseer el púgil una bien timbrada voz y una dicción impecable, pues como se sabe parte de su labor consiste en hablar a través de los micrófonos de la radio y la TV para manifestar “creo que voy a ganar porque me siento muy bien, estoy en una forma bastante buena y aprovecho la oportunidad para mandar un saludo a la afición a la que le dedico esta pelea y esteee también quiero pedirle la bendición a mi mamá que está en Cabimas”. En cuanto a conocimientos, no sabemos con exactitud cuales son los indispensables para el aspirante a boxeador. De lo que si estamos seguros es de que NO le conviene saber demasiado de finanzas, por una sencillísima razón: un boxeador que sepa sacar cuentas jamás conseguirá quien lo patrocine. De manera que si usted sabe, haga como si no supiera; ocúpese usted de sus guantes y deje que el manager le administre los puños... Los puños de dinero, se entiende. Un punto muy especial en este capítulo es el de la imagen del pugilista. “El boxeador debe hacerse respetar” afirman algunos ingenuos ANIBAL NAZOA 158 que se creen entendidos. ¿Hacerse respetar? Tonterías. Al boxeador se le respeta aunque él no se haga. ¿Quién no va a respetar a un caballero que se gana la vida a trompada limpia? Su solo aspecto orejas de “coliflor”, nariz quebrada, ojos hinchados, andar bamboleante- lo hace ya lo bastante respetable como para que nunca tenga que preocuparse del asunto. Suena la campana ¿A qué se dedica, concretamente, un boxeador? A primera vista parece como si se dedicara a pelear con otros boxeadores pero en realidad la mayor parte de los golpes que un boxeador da en su carrera se los da a un aparato llamado punching ball o a un saco lleno de arena, y sólo de vez en cuando sube al ring para intercambiar guantazos con un colega. Su verdadero oficio no es el de pelear sino el de “mantenerse en forma”. En rigor, y por raro que les suene, un boxeador es de todo menos boxeador; en todo caso es un gran saltador de cuerda, campeón de carreras al trote, gimnasta, en fin un deportista completo que de tarde en tarde tiene una pelea por ahí. En esto se parece mucho a los políticos que se pasan el tiempo “cuidando la trayectoria” y no trabajan sino el día de las elecciones. También se parece al político en lo mucho que viaja, aunque con una diferencia: del político jamás se sabe para qué viaja. Además de “mantenerse en forma”, el boxeador tiene por misión poner en alto el nombre de la Patria cada vez que sube al ring. La Patria va en sus guantes y es la única razón que lo hace pelear, según dice siempre en sus declaraciones a la prensa y en eso no se parece en absoluto a los diplomáticos que se ocupan de poner en alto el nombre de la Patria por medios más refinados y menos arriesgados y cuando pelean más bien lo ponen por el suelo. Otra de sus grandes tareas es la de mantener las buenas relaciones con y entre una cohorte de sujetos extraños que siempre lo rodean: uno que lleva un balde, otro que le carga la bata, uno con cachucha a cuadros y botas de goma que anda con un palillo en la boca y una toalla sobre LAS ARTES Y LOS OFICIOS 159 los hombros y dos o tres con chaquetas de cuero de cuello peludo y sombrero con plumita cuya función dentro de la troupe nadie ha podido averiguar jamás. Sucios y limpios No hablemos aquí de los principales golpes que se usan en el boxeo. No disponemos de espacio suficiente para describir el jab, el uppercut, el gancho izquierdo y derecho, etc. Nos limitaremos a dejar constancia de que de todos los golpes el más importante y el que obliga al gladiador a levantarse antes de terminar la cuenta para seguir peleando aunque esté medio muerto es el Directo al Estómago. Según la forma en que aplican los golpes, los boxeadores se clasifican en sucios y limpios. Se llama boxeador sucio, en Caracas, al boxeador italiano de calzón negro que está peleando contra el boxeador venezolano de calzón blanco, y en Roma, al boxeador venezolano de calzón blanco que está peleando con el italiano de calzón negro. El limpio no necesita definición: casi todos los boxeadores son limpios, y los que no lo son se quedan limpios después que el empresario deja de ver en ellos un buen negocio. ¿Es inmoral el boxeo? Concluyamos respondiendo a esta candente pregunta que siempre surge cuando se habla del divino arte del Primo Carnera. Al llamarlo “divino arte”, por supuesto, ya estamos tomando partido a favor del boxeo, en el cual no hay nada de inmoral puesto que quienes se enfrentan entre las sogas son dos seres de igual nivel de inteligencia. Inmoralidad hay en el toreo, donde evidentemente existe una diferencia pequeña pero decisiva. ANIBAL NAZOA 160 EL ASTRONAUTA Una mirada al firmamento Nadie sabe quién fue el primer hombre que voló, pero es muy probable que haya sido un chino, pues fueron los chinos quienes inventaron los explosivos. Desde que este chino voló (en pedazos, por supuesto), nadie se volvió a ocupar del asunto hasta el siglo XV, cuando Leonardo da Vinci se puso a pensar en una manera más decente de volar. Leonardo no consiguió despegarse del suelo, afortunadamente para la humanidad, porque de haberlo conseguido es seguro que se hubiera partido la cabeza y tal vez ahora no tendríamos Mona Lisa. Pero sus estudios sobre el vuelo sirvieron de punto de partida para esta Era Espacial que estamos viviendo. Pero no vamos a ponernos a contar la historia de la Aviación, primero porque no tenemos lo que les sobra a los astronautas espacio, ¿Qué se creían ustedes? -y segundo porque el lector podría acusarnos de copiadores de enciclopedias, y tendría razón. Empecemos, pues, de una vez a hablar acerca de la noble y fantástica profesión de astronauta. “Basta dirigir una mirada al Firmamento y contemplar las maravillas de la Creación” para darse cuenta de que el término astronauta constituye una exageración puesto que, salvo los norteamericanos que han visitado la Luna, ninguno de estos nautas viaja propiamente hacia los astros. Por ello los rusos prefieren el vocablo cosmonauta, con lo cual pecan de excesiva modestia; porque, bien vista la cuestión, si todos formamos parte del Cosmos, en rigor cualquier lanchero que navegue entre La Guaira y la Isla de Margarita vendría a ser tan cosmonauta como el que más. En definitiva el astronauta no es sino el hombre-bala del circo llevado hasta sus últimas consecuencias. O mejor dicho hasta las penúltimas porque de las últimas es mejor no hablar. Convengamos, pues, en que los astronautas se llaman así porque Son astros de la televisión y nautas al mismo tiempo. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 161 La cuenta regresiva Un astronauta tiene que ser, ante todo y sin ninguna discusión, ruso o norteamericano. Los únicos astronautas nativos del mundo subdesarrollado son los bolivianos y los tibetanos que son astronautas de a pie porque cuando nacen ya están casi en la mitad del camino hacia la Luna. En cuanto a los venezolanos, aunque no somos del oficio, ya hace mucho tiempo que estamos en órbita: en la órbita del dólar. De cohetes no conocemos sino los de las fiestas patronales y el que se suele disparar en los pueblos del interior cuando matan cochino. Eso sí, tenemos muy buenas plataformas de lanzamiento para lanzar candidatos presidenciales, lástima que ninguno de los candidatos lanzados ha llegado jamás a perderse en el espacio infinito, aunque, por fortuna, sí es bastante frecuente que estallen en la plataforma. Aparte de los requisitos de nacionalidad se exigen al astronauta otros que prácticamente lo colocan fuera del género humano. Debe poseer amplios conocimientos de fisiología, cosmografía, física, matemáticas, navegación aérea, radiocomunicaciones, cine, yoga, metereología y cocina y ser además campeón de natación, gimnasia, salto largo, levantamiento de pesas, basket, boxeo, carreras de resistencia, water polo y bridge. Su coeficiente de inteligencia debe ser superior al de un Premio Nóbel, su vista más aguda que la del águila, sus decisiones más veloces que las de una computadora y su curriculum vitae tan limpio como el de San Francisco de Asís. Y todo eso ¿Para qué? Ahí es donde viene lo curioso: al cabo de toda esa preparación el astronauta queda convertido en una especie de máquina incapaz de sentir ninguna emoción y cuyo único papel consiste en sentarse en un vehículo y dejarse llevar a donde lo deseen los que lo controlan desde tierra, decir, “¡Oh, boy!” o alguna tontería por el estilo y regresar para recibir una lluvia de papel picado y terminar de gerente de una compañía envasadora de pepinillos en vinagre, o de delegado permanente y condecorado a todas las asambleas del Komsomol. ANIBAL NAZOA 162 El astronauta debe amar profundamente a su país, pero sólo mientras está en tierra; una vez lanzado al Cosmos le conviene amar profundamente a cualquier país, con tal que el aterrizaje sea bueno y los grupos de rescate lleguen a tiempo. Necesariamente tiene que ser casado y con hijos: si no hay esposas ansiosas ante el televisor y niños orgullosos de tener un papá en órbita no se justifican los ingentes gastos que ocasiona un vuelo espacial. Pero uno de los rasgos más importantes que distinguen al astronauta es su habilidad para contar al revés. El conocido poema de Andrés Eloy Blanco “La Loca Luz Caraballo”, recitado por un astronauta sonaría más o menos así: “Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, los deditos de tus manos, los deditos de tus pies...” No sabemos a ciencia cierta por qué a los astronautas siempre se les hace al revés la cuenta de la partida, pero suponemos que será por alguna razón psicológica: tal vez así se les crea la ilusión de que en vez de estar despegando están regresando, lo cual no deja de ser bastante tranquilizador. Indumentaria Desde el punto de vista de la vestimenta, el astronauta es la máxima representación de la juventud contemporánea, porque viste un traje desaliñado, absolutamente carente de elegancia, una especie de saco de papas que lo hace aparecer deforme, casi monstruoso, lleno de arrugas y bolsas por todas partes, y que sin embargo es el más costoso que se pueda imaginar, tan costoso que sólo el Estado puede pagarlo. A decir verdad, ya es hora de que los modistos intervengan en el diseño y confección de estos trajes a ver si se logra un modelo más pasable. Pensemos en la posibilidad de que un día el LAS ARTES Y LOS OFICIOS 163 hombre llegue a pisar el suelo de un planeta habitado: con semejante traje, ¿No tendrían los habitantes de ese planeta perfecto derecho a disparar primero y averiguar después, o por lo menos a morirse de risa, con el consiguiente riesgo de vernos envueltos en una guerra contra los que quedaran vivos? Herramientas Un astronauta prácticamente no usa ninguna herramienta, salvo el micrófono, porque casi todo se lo hacen desde tierra, y cuando necesita hacer uso de alguna es porque ya está en trance de pasar de astronauta a cuerpo celeste, o sea simplemente a astro. Para colmo de ironías, los primeros astronautas que usaron verdaderas herramientas fueron los norteamericanos que viajaron a la luna y ¿Qué usaron? Pues un humilde y primitivo juego de pico, pala y martillo. Exactamente como los españoles de hace cinco siglos, que se lanzaron a lo desconocido con el único objeto de venir a recoger piedras. En eso es muy exacta la comparación entre los modernos conquistadores de la Luna y los Colón, los Cortés y los Pizarros. Advertencia final Si usted llena todos los requisitos anotados y piensa dedicarse a la heroica carrera de astronauta, se tiene que ir acostumbrando a la falta de gravedad. Recuerde que si la cosa se le llega a poner grave, la gravedad es irreversible. Otros autores prefieren hablar de la “falta de gravidez”, pero eso no es problema, en el caso de los astronautas varones por razones obvias y en el de las astronautas hembras porque eso se arregla con píldoras. ANIBAL NAZOA 164 EL BUHONERO Desagravio Para hablar del buhonero es preciso comenzar defendiéndolo. La definición que de él dan los diccionarios, además de mentirosa, es ofensiva para el oficio: se dice que el buhonero es “el que vende baratijas o cosas de buhonería”. Se despacha así en dos groseras líneas a un personaje que debería ser reconocido como una de las cumbres de la civilización moderna. Poeta, deportista, filósofo, conquistador, psicólogo, actor, financista, orador de fondo, el buhonero es el profesional más completo que existe en la actualidad. Bien se ve que quien lo define como “vendedor de baratijas” no ha estado en Caracas, donde la mercancía ofrecida por los buhoneros incluye televisores, refrigeradores, abrigos de piel y otras menudencias que no son propiamente baratijas. ¿Se atrevería usted, señor Diccionario, a asegurar que un tren eléctrico con túneles, viaductos, estaciones y patios de maniobra es una baratija? Pues eso es lo más menudo que se puede adquirir de los buhoneros caraqueños en tiempo de Navidad. El mejor regalo para su niño A semejanza del hombre-orquesta, el buhonero es el hombretienda por departamentos. Cordones para los zapatos, analgésicos, jabones, herramientas de todo tipo, radios de transistores, calcetines, mapas, equipos para pesca submarina, frutas en conserva, lo que usted necesite lo lleva en los bolsillos, amarrado a la cintura o colgando del pescuezo. Y si se le antoja algo más raro, como una lámpara de rayos infrarrojos, un busto de Ibsen o un ejemplar del Código de Procedimiento Civil, pregúntele y verá como también lo tiene. La imaginación de un buhonero no conoce límites, y ésta es una de las condiciones que debe llenar quien pretenda ingresar al gremio. Nadie sabe, por ejemplo, cuándo va a necesitar un cortavidrio, pero el buhonero sí sabe que alguien lo necesitará algún día y que todo es LAS ARTES Y LOS OFICIOS 165 cuestión de tener paciencia -segunda condición- para esperar la llegada del día y el cliente. Pero si éste no llega y el stock de cortavidrios comienza a envejecer, nuestro genio no tendrá inconveniente en ofrecerlo como juguete: “lleve los cortavidrios, el mejor regalo para su niño”. No faltarán unos cuantos padres desesperados que les compren cortavidrios a sus niños para que dejen de berrear. Para cuando los chicos hayan destrozado todos los vidrios de sus respectivos hogares y los padres salgan dispuestos a tomar venganza ya el buhonero habrá cambiado de punto y de ramo. Al revés, si un juguete no tiene éxito, él se las ingeniará para convertirlo en objeto propio de los adultos. Así no es raro ver a un hombre hecho y derecho presentarse a su casa como un bobo llevando una pistolita de juguete que un buhonero le encajó como “encendedor de cocinas de gas”. Tácticas Hora de salida del trabajo. Tráfico intenso. Un auto se detiene ante la luz roja. Entonces hace su aparición un sujeto que se acerca al conductor y con aire misterioso le muestra cierta cajita mientras emite un murmullo ininteligible. El conductor pretende no hacer caso, pero el hombre insiste, ahora con una sonrisa pícara. Ya está: el cliente no puede resistir la tentación. Se va a encender la luz verde. Lo toma o lo deja. Además, es tan barato... Y cae sin importarle gran cosa lo que pueda contener la cajita, que a lo mejor es simplemente un rollo de cinta adhesiva o un unguento para callos. He aquí una de las habilidades que el buhonero debe desarrollar con mayor empeño: la de conocer al vuelo la psicología del transeúnte y saber dar un aire de misterio y hasta de ilegalidad a su negocio. Un buhonero inteligente, cuando adquiere un lote de relojes baratos, no se instala en una esquina a pregonar la mercancía extendida sobre la acera, sino que va sacando los relojes uno por uno para tropezarse con el presunto cliente y mostrárselo de medio lado, asomándolo apenas del bolsillo y produciendo el consabido murmullo ininteligible. Así da a la negociación el encanto de lo clandestino. ANIBAL NAZOA 166 ¿Quién no ha sentido nunca la tentación de comprar un objeto robado? El buhonero se aprovecha entonces de la mala fe del cliente y logra arrancarle cien bolívares por una matraca que a él no le costó más de veinte en casa del mayorista. Gracias a este ingenioso sistema, no hay artículo que un buhonero no pueda vender, por absurdo que sea. Usted se habrá preguntado más de una vez para que demonios necesita un mechero de Bunsen, pero le apostamos lo que quiera a que si en ese instante se le aparece un buhonero ofreciéndole uno como quien ofrece un Colt 45 o media libra de heroína, se lo compra. Ya actuando abiertamente, el buhonero se defiende con sus dotes oratorias. Usted puede ofrecer la mejor mercancía del mundo, pero si no la sabe adornar apelando a los recursos del lenguaje, no se moleste en salir a buhonear. La elocuencia en muchas ocasiones le sirve al buhonero para salvar la mismísima vida. Pongamos un ejemplo: viene usted por la calle y ve un buhonero demostrando un aparatito para pelar papas; le compra uno, y cuando llega a su casa se encuentra con que el aparatito no corta nada o simplemente se le desarma en la mano al intentar pelar la primera papa. ¿Por qué no va usted inmediatamente a matar al buhonero o por lo menos a hacérselo tragar con estuche y todo? Porque, honradamente, a un hombre que habla tan bien se le puede perdonar cualquier cosa. El repertorio de trucos lingüísticos que posee el buhonero supera al de los políticos más brillantes. El nunca dice “lleve los lápices a real” sino “lleve los lápices a dos por un bolívar” y agrega, con el mayor cinismo: “...lo que le cuesta un real en librería, a dos por bo1ívar”. O bien pregona “lleve las plumas a cuatro bo1ívares, las de a diez a cuatro, propaganda de la Parker...”. La palabra propaganda, en este caso, tiene un efecto mágico: crea la ilusión de que el objeto ha sido obtenido gratis, o casi. Aquí lo que ha sido aprovechado es el espíritu oportunista, la “viveza” del cliente. Nunca hemos podido averiguar por que, pero el buhonero siempre es germanófilo. Alemania parece ejercer un influjo de tipo mitológico sobre el gremio, porque todo lo que vende el buhonero es “alemán”: “lleve las hojillas alemanas... lleve las correas alemanas... lleve LAS ARTES Y LOS OFICIOS 167 los cepillos alemanes...”. De manera, pues, que si usted no siente especial admiración por la patria de Goethe, tampoco sirve para la noble profesión buhoneril. Tal vez ese mismo culto a lo alemán lo ha llevado a desarrollar otro ingenioso truco lingüístico que consiste en no pronunciar claramente el nombre de lo que vende. Muchas veces el transeúnte se detiene junto al buhonero tan sólo por el interés en descifrar su pregón, que es algo así como “mira aquí están los gripates, lleve su grtipates, aproveche los gripates... gripates... grtipates...”, y hasta termina por comprarle un grtipate. El buhonero y la ciudad Según afirman los especialistas en turismo y folklore, el buhonero es uno de los elementos que dan más colorido y “sabor local” a la ciudad. Esto es absolutamente exacto. Sobre todo cuando viene la policía a desalojar a los buhoneros para evitar que le hagan competencia al gran comercio, se producen las escenas más coloridas que se pueda imaginar, con aquellos regueros de peines, anteojos, pantaletas, libros y mil artículos más en multicolor mezcolanza, sin olvidar las cajas de cartón y las mesitas de tijera despanzurradas a puntapiés por los policías, las cabezas rotas y las camisas desgarradas. Los economistas, por su parte, opinan que la cantidad de buhoneros presentes en las calles es un índice de la verdadera situación de un país, especialmente en cuanto al nivel de empleo de la población apta para el trabajo. En ese sentido podemos decir que Venezuela el país que tiene más buhoneros en el mundo- goza de una situación verdaderamente privilegiada. Los venezolanos tenemos a nuestra disposición bastantes empleos. Empleos de buhonero, por supuesto. Concluyamos, como un pequeño homenaje al buhonero, recordando que más de una vez sucede que cuando usted ve a una distinguida señora mostrándole a una amiga el vestido de cuero que se acaba de comprar y diciéndole: “este es de Courrèges, lo compré en París esta primavera”, a lo mejor “Courrèges” es un buhonero que tiene su tarantín montado en una esquina no de París, sino de El Silencio. ANIBAL NAZOA 168 EL OCULISTA ¿Usted puede leer esto? Si usted puede leer esto, vaya inmediatamente a casa de su oculista, porque ello es señal de que algo alarmante está ocurriendo en sus globos oculares. Estas líneas están impresas en el mismo tipo de letra que se utiliza en el respaldo de los pasajes aéreos, certificados de garantía, contratos de seguros y otros documentos para dejar sin efecto, si no todo, una buena parte de lo que se ofrece en el anverso. Si usted puede leerlo no dude en sentirse enfermo de la vista, por la sencilla razón de que este tipo de letra fue diseñado especialmente para que nadie lo pueda leer. Ahora guarde SU LUPA Y ... Vamos a hablar del oculista Oculista, en griego moderno, se dice Oftalmíatros, o sea “médico de los ojos”, Contribuyen así los helenos a la eterna confusión entre oculistas y oftalmólogos, la cual es bueno aclarar antes de comenzar nuestra exposición. Aunque aparentemente sean lo mismo, hay muchas y profundas diferencias entre uno y otro: el oftalmólogo es un médico especialista en enfermedades de los ojos, el oculista un simple calibrador de nuestra capacidad visual. El oculista nos hace leer unas letras grandes y claras, el oftalmólogo nos entrega un papel en letra menuda y enredada donde lo único grande y claro son los números. Acudimos al oculista cuando no podemos distinguir bien entre la H y la R, al oftalmólogo cuando ya no podemos distinguir entre el alfabeto completo y un retrato de Carlos Gardel. Una visita al oftalmólogo puede terminar en una operación de los riñones, o al menos en una serie de inyecciones dolorosísimas, en tanto que del oculista salimos cuando mucho con unos anteojos que no necesitábamos. Pero sea como fuere, lo cierto es que para el común de los mortales la diferencia entre oculista y oftalmólogo es y seguirá siendo un misterio, como lo es la existente entre el psiquiatra y el psicólogo: jamás sabremos con exactitud dónde termina uno y LAS ARTES Y LOS OFICIOS 169 empieza el otro. Lo que sí sabemos con toda certeza es que a la hora de cobrar, ni al uno ni al otro se le agua el ojo. La figura del oculista reúne en sí las virtudes de todas las profesiones consagradas al bienestar físico del hombre. Posee la seriedad del médico, la pulcritud del dentista, la obsequiosidad del pedicuro, la labia del sastre, la sonrisa del peluquero. Sin olvidar el oculto poder del mago, porque no se puede negar que sólo la magia puede explicar el que un hombre nos haga descubrir mediante un simple par de cristales que donde nosotros leíamos “Cataplasma” dice “Casablanca” y donde veíamos una bicicleta en realidad hay un cochino. Nada más ni nada menos se requiere para ser oculista. Y además, en el caso específico de Venezuela, es indispensable llamarse Behrens Belisario, Belisario Behrens, Behrens Briceño o aunque sea González Behrens. Quedan exceptuados de este contratiempo aquellos que tienen la fortuna de llevar un apellido alemán como Kohn, Herschel o Künstler. Un alemán siempre es oculista o por lo menos tiene algo que ver con la óptica, mientras no se demuestre lo contrario. Importancia de los anteojos Es fama que ni los tabaqueros fuman ni los dueños de bar beben, como tampoco es adicto el distribuidor de drogas. El oculista, en cambio, sí usa anteojos, y los usa por las mismas razones que la mayoría de sus clientes: porque los anteojos le comunican un aire profesional que es sumamente útil en su actividad. Cualquiera podría pensar que cuando un cliente ve a un oculista con anteojos piensa a su vez “¿cómo puede un hombre que no ve bien saber si yo veo bien?”, pero en verdad a nadie se le ocurre semejante cosa; la opinión del cliente ante los anteojos del oculista es justamente la misma que él espera suscitar entre sus semejantes una vez que le hayan adaptado sus lentes: “¡caray, éste debe saber muchísimo!”. El primer tratado de Oftalmología conocido fue escrito a principios del siglo IX por Hunayin Ibn Isaq, médico árabe cristiano ANIBAL NAZOA 170 de la secta de los Nestorianos, pero se sabe con certeza que los anteojos como artificio para corregir los defectos de la vista fueron inventados como tantas otras maravillas de nuestra Cultura Occidental por los chinos, y los primeros europeos que hablaron de ellos fueron Roger Bacon y Marco Polo, quien los había visto en la corte de Kublai Khan. De entonces a esta parte los anteojos han recorrido un largo camino histórico que puede resumirse en esta afirmación: inventados por el oriental para ver bien, los anteojos fueron adoptados por el occidental para ser bien visto. Hoy día la montura tiene mayor importancia que los cristales y la coquetería lleva a los hombres (y a las mujeres, por supuesto) a correr los riesgos más horripilantes. En este sentido, la clientela del oculista se puede dividir en dos grupos: el de aquellos que lo consultan porque quieren usar anteojos y el de los que van porque los necesitan. Curiosamente, el defecto de refracción opera en ambos grupos de manera contradictoria. Los que desean ponerse anteojos para darse importancia mienten al oculista, y los otros también. Veamos cómo actúa cada uno. Cliente que quiere usar lentes.- Este va al oculista como quien ordena un traje al modisto del momento. Podría pedir simplemente que le coloquen unos vidrios naturales en esa montura tan interesante que vio en la vitrina, pero no; los anteojos, para que “vistan” deben ser de sopotocientas dioptrías (la palabra dioptría tiene un efecto mágico sobre la personalidad del anteojudo), cuanto más gruesos mejor. El oculista le pone por delante un cartel con una N del tamaño de un edificio de seis pisos y él dice que no puede asegurar si lo que ve es una L o un dibujo de Picasso. Le da para que lea una tarjeta con un párrafo de Doña Bárbara y él responde “gracias, no fumo”. Le pregunta de qué color es la pared que tiene al frente y él a su vez pregunta “¿cuál pared?”. El resultado es siempre el mismo: un hombre cuya vista podrían envidiar las águilas más certeras ingresa al gremio de los cegatos. Sale del consultorio aferrado al brazo del oculista, derribando sillas y viendo paredes gelatinosas que se le vienen encima, pero eso sí, con unos anteojos como para impresionar al mismísimo Jurado del Premio Nóbel. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 171 Cliente que necesita anteojos.- No hay peor ciego que el que cree ver muy bien. El verdadero cegato no habla sino de su excelente vista, hasta el día en que se estrella contra una pared de vidrio bastante sucia y va a parar al consultorio optométrico por orden del médico, o le toca renovar la licencia de conductor. Entonces llega al despacho del oculista como un estudiante que viene a presentar un examen, dispuesto a hacer cuantas trampas le sean posibles con tal de aprobar la asignatura. Se sienta en la silla de exámenes con ánimo de paciente odontológico, como si aquello fuese a doler. Los aparatos de medición oftalmológica, que al otro le hacían sentirse el hombre más importante del mundo, a él lo hacen sentir la cucaracha más infeliz del submundo. Le muestran el mismo cartel con la N gigantesca y él, aunque sólo ve allí algo así como un cruce de cafetera con mapa de Australia, se esfuerza hasta que logra adivinar y responde, sacando el pecho: ¡EME! Le dan la tarjeta con el párrafo de Doña Bárbara y él, que no ve nada pero es galleguiano de alta fidelidad, lo recita de memoria después de haberse puesto bizco para pescar la primera frase. Le hacen la pregunta sobre el color de la pared y él, incapaz de saber si es verde a morada, responde con algún giro metafóricamente vago como “color de magnolia paraguaya” o “entre verde Rhodesia y morado atardecer de Marzo”. El resultado también es siempre el mismo: un hombre a quien no le vendría mal la compañía de un buen perro pastor y un bastón de recia madera criolla sale por allí manejando con riesgo de sabe Dios cuantas vidas ajenas. Con estos y otros especimenes ha de bregar el oculista, de donde es fácil deducir que sólo un amplio conocimiento de la psicología puede ayudarlo a mantener más o menos incólume su prestigio científico. ¿Cómo, sino siendo un gran psicólogo, se puede adivinar lo que realmente está viendo el cliente? Este, cuando le están probando los cristales, es todo un monumento viviente a la indecisión. ¿Ve bien con éstos? -Sí ¿Y con éstos? ANIBAL NAZOA 172 -Mejor... no... como que veía mejor con los otros... no, con ninguno de los dos... ¡Ajá!, con éstos sí que... no, yo creo que con los primeros... Luego viene la prueba de la montura. -¿Le parece bien? -Sí, sí, bien, muy bien... Aunque me aprieta un poquito la pata izquierda... -Bueno, vamos a abrírsela un poquito... ¿Y ahora? -Caramba, como que era más bien la derecha... -No se preocupe... ¿Está mejor ahora? -Bueno, sí, pero... yo no sé... aquí en la nariz me... ¿Psicólogo? No, ¡santo, es lo que se necesita ser para trabajar como oculista! Santo, pero no tanto, pues al fin y al cabo se requieren ciertas dotes demoníacas para vender el producto. Un hombre capaz de empezar hablando de la conveniencia de leer con una luz que entre en tal ángulo, seguir pintando los horrores de la miopía prematura, contando historias de personas que han quedado ciegas por culpa de un colirio mal aplicado o explicando el delicado mecanismo que mantiene la emetropía, hablando de espantosas operaciones que no hubieran tenido que realizarse si el paciente se hubiera puesto los anteojos a tiempo, y así hasta que el auditorio entero se le cuelgue de los faldones de la bata para mendigar unos anteojitos por el amor de Dios, eso es lo que se llama un buen oculista. El lugar y los instrumentos El consultorio del oculista debe presentar al mismo tiempo aspecto de gabinete dental, cine, salón de belleza, confitería, galería de arte, joyería, quirófano, boutique de moda y cabina de mandos de submarino. En cuanto al instrumental que utiliza este elegante profesional, la última vez que lo visitamos recordamos haberlo visto LAS ARTES Y LOS OFICIOS 173 rodeado por una cantidad de aparatos muy interesantes. Pero, como el examen de la vista no duele, no recordamos ni uno solo. Los del dentista sí son inolvidables. ANIBAL NAZOA 174 EL TORERO “En el toreo todo es verdad y todo es mentira”. JOSE BERGAMIN El hombrísimo Ya lo dijo el autor del epígrafe: El toreo no es español, es interplanetario. Entonces, resulta ridículo tratar de rastrear el origen de la Fiesta, porque nadie sabe quién torea hoy en Neptuno ni cuántas orejas ha concedido la Presidencia en Marte. La corrida bien pudo haber nacido en Creta o en la India, o ser una pura invención del español prerromano, o sea del español. Rafael Casariego, en su estudio que acompaña a la Tauromaquia de Goya, nos dice muy eruditamente que “Loperranz, en su Historia de Osuna publicada en 1780, se refiere al descubrimiento de una piedra de las murallas de Clunia, la ciudad de los arévacos, en la que aparecía esculpido el relieve de un hombre armado de escudo y espada enfrentándose con un toro en actitud de acometer”. Ignoramos dónde quedaba Clunia y nuestras ideas sobre los arévacos son bastante nebulosas, pero ¡Qué caray! debe ser verdad como lo de las taurilia hispano-romanas, también anotado por Casariego. ¿No habíamos quedado, pues, en que en el toreo todo es verdad y todo es mentira? Al fin y al cabo, si se dice que el Cid Campeador fue el primer rejoneador de la historia, todo está permitido. Lo que interesa a nuestro estudio, por lo demás, no es la fiesta sino el oficio de torero, el torero como profesional, que sólo aparece en el siglo XV cuando, según Fernández de Moratín, se inventa la plaza de toros propiamente dicha. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 175 ¿Cómo debe ser un torero? Es falsa la teoría según la cual el torero debe ser español; la verdad es que puede haber nacido en cualquier rincón del mundo, siempre que se sienta español. Lo que sí es cierto es que se debe llamar Paco, Pepe; Manolo o Curro. La historia registra muy pocos éxitos verdaderos en la carrera de toreros que se llaman Reinaldo, Edgar, José Augusto o Euclides. Los lectores dirán que el astro más rutilante de la dinastía Girón se llamaba César, pero vamos, hombre... se llamaba César, ¿No? No me van a decir que el Ave no lo ha ayudado. Para oficios sacrificados, el del torero. Aunque le encante la ginebra esta obligado a tragar la manzanilla por hectolitros y a pasarse todo el santo día bebiendo chatos de tinto. Cualquiera que sea su nacionalidad, ha de aprender a decir “Jozú” a cada momento y a soltar un “¡Mardita zea!” donde con todo gusto soltaría una expresión típica de su país. En este sentido son muy afortunados los chilenos, uruguayos y costarricenses, que no suelen escoger con mucha frecuencia el oficio de torero. Volviendo a la manzanilla, aún aquellos a quienes gusta este licor y los otros (los otros licores, claro) tienen que sostener ante el público la misma leyenda que los aviadores sostienen respecto a los vuelos, a saber, que tres días antes de la corrida ni un trago. ¡Cómo si hubiese algo de malo en que una persona cuyo trabajo consiste en enfrentarse a una bestia de 500 kilos se tome no un trago, sino una botella completa antes de entrar a su taller! Por cierto que los toreros sufren hasta en esto del beber, pues siempre han de hacerlo en bota o en porrón, lo cual supone una serie de incomodidades muy castizas, tales como las de tomar puntería para no mancharse la camisa y cuidar de que el chorro no caiga sobre las muelas picadas. Es raro que las policías gorilas del mundo no hayan incorporado a su repertorio de torturas ésta de abrirle la boca al prisionero y rociarle las caries con una bota de buen vino: ni el mejor turrón de Alicante produce peores odontalgias, y se lo dice un experto. Pero todos estos sufrimientos del torero están considerablemente compensados por los del aficionado o simple espectador de la fiesta, ANIBAL NAZOA 176 también obligado a hartarse de manzanilla aunque prefiera el ron y a tomarla de la bota aunque le dé asco. Detalles personales Quien aspire a vestir de luces tiene que poseer una serie de condiciones sin las cuales más le valdría meterse a topógrafo o a mecánico dental antes que pisar un ruedo en su vida. Ha de ser más bien bajo de estatura, pues de lo contrario corre el riesgo de que los toros no luzcan lo suficientemente imponentes ante él (el torero venezolano Eduardo Antich, por ejemplo, habría llegado mucho más lejos a no ser por esos 1.85 que hacían que un Miura apareciera frente a él como un pobre chivo caroreño), pero también delgado, no vaya el respetable a tomarlo por el muñequito de los cauchos Michelín. Es absolutamente indispensable que tenga alguna superstición, una manía o ambas. Si usted, amigo matador, no piensa que el haber visto un perro negro y cojo el viernes anterior a la corrida es un anuncio de muerte, o no acostumbra frotarse la oreja izquierda con el lado amarillo del capote al terminar el paseíllo, escuche nuestro consejo y córtese la coleta porque usted no nació para torero. El torero perfecto, el ideal, es el que además de la superstición y la manía tiene un amuleto. Como Valentín Piñonate, mejor conocido como Esparadrapo de Málaga, que se negaba a torear si en el encierro había algún bicho con una mancha en forma de mapa de Nicaragua en el testuz, tenía la manía de arrancarle los pelitos a la montera mientras picaban al toro (debido a lo cual también se le conoció como “er de la montera sarnosa”) y nunca salía a la arena si no llevaba bajo la faja una araña de goma a la que él llamaba “Doña Sol”. En política el torero siempre es apolítico, esto es, derechista. Un torero de izquierdas, de llegar a existir, resultaría algo tan raro como un gaucho albanés. Correlativamente ha de ser “mu” beato, aunque nunca terminaremos de comprender cómo puede un buen cristiano encomendarse a la Vírgen antes de irse a torturar a un pobre cuadrúpedo que no le ha hecho ningún daño. En cuanto a la LAS ARTES Y LOS OFICIOS 177 vestimenta, ya paso el tiempo en que un torero debía andar a toda hora de traje corto y sombrero cordobés, pero en cambio sigue siendo obligatorio el uso de la cachucha. Más vale un tigre sin rayas que un torero sin cachucha. Lo que hay que tener Los toreros siempre dicen que para arrimarse al toro hay que tener lo que hay que tener. ¿Y qué es lo que hay que tener? Pues, miedo, mucho miedo. Lo dice el propio Bergamín, para seguirlo citando: “El peor truco del torero es la valentía; el torero truculento y sensacional de la valentía es un tramposo”. Lo que seguramente quiere decir don José con esto es que el miedo, y no la capa, es la principal herramienta de trabajo del torero. Sigue en orden de importancia como segunda herramienta del torero, por supuesto, el toro. Según el Diccionario de la Real Academia el toro es un “Mamífero rumiante, de unos dos metros y medio de largo desde el hocico hasta el arranque de la cola y cerca de metro y medio de altura hasta la cruz; cabeza gruesa armada de dos cuernos; piel dura con pelo corto, y cola larga, cerdosa hacia el remate. Es fiero, principalmente cuando se le irrita; pero hecho buey por la castración, se domestica y sirve para las labores del campo”. Esta definición, como todas las del Diccionario de la Academia, es anticuada; corresponde al toro antiguo, al que dibujó Goya y torearon Pepe Illo y Cúchares, con quienes nace y muere respectivamente el arte de birlibirloque de Bergamín. El toro actual es un producto de laboratorio que nada tiene que ver con el de la definición; los zootecnistas lo fabrican por encargo al gusto del cliente para que embista como y por donde convenga a la Empresa; cuando sale al ruedo ya tiene cuidadosamente programado cada uno de sus movimientos desde el momento mismo de su nacimiento. Sigue siendo mamífero más o menos rumiante, pero en cuanto a fiero, baste decir que el taro actual no se vuelve buey por la castración sino por psicoterapia. La producción de ganado de lidia es en estos tiempos ANIBAL NAZOA 178 lo más parecido del mundo a la producción de pollos: ¿De qué color, peso y tamaño los quiere? Ahí está. Si a un torero de hoy se le soltara un toro de los de la Academia, probablemente echaría a correr al grito de “Josú, que eso no es toro, que es un rinoceronte!”. Volviendo al miedo, éste en la actualidad ha pasado a ser un mero adorno de la Fiesta. Cuando un cronista celebra la “vergüenza”, de un torero, seguramente se refiere a la que el diestro siente al enfrentarse, con diez o quince mil personas de su parte, a un animal que previamente ha sido afeitado, maltratado con costalazos de arena sobre los riñones, reflectores para no dejarlo dormir y otros “preparativos” aparte de los que ya trae en sí como animal artificial hecho a la medida; si agregamos a todo esto la tortura de la pica y las banderillas, es fácil concluir que para la hora de la “suerte suprema”, el matador usa el estoque tan sólo por llenar una fórmula, puesto que lo mismo podría liquidar a su enemigo de una cachetada y hasta de un grito. Apoteosis Pero no hemos venido a abogar por el toro -¡Dios nos libre de faltar a los preceptos de don José, en cuya opinión “el único insulto para el toro es la compasión”!- sino a hacer algunas consideraciones acerca de su antagonista, consideraciones que por cierto ya tocan a su fin, pues estamos plenamente conscientes de que extendernos demasiado comportaría el doble riesgo de aburrir al lector hasta más allá del límite de lo tolerable y pisar terrenos que nos están vedados a los no aficionados. Remataremos la faena haciendo notar el gran parecido que existe entre la profesión de torero y la de militar: ambos profesionales se distinguen por un complicadísimo uniforme lleno de adornos cuyos nombres y significado ignoramos la mayoría de los mortales; entre ambos detentan casi el monopolio de esa especialísima cualidad humana llamada pundonor, ambos usan espada aunque rara vez pelean y por último ambos parecen tener como objetivo único en esta vida alcanzar la inmortalidad. Uno y otro pueden seguir dos LAS ARTES Y LOS OFICIOS 179 caminos para inmortalizarse: el difícil y el fácil. El difícil es el de la muerte en el campo de batalla, que a los militares se lo cierran los diplomáticos y a los toreros los zootécnicos, según hemos explicado ya. El fácil es para los militares el de las condecoraciones y para los toreros el de la invención: un torero que no invente una suerte no pasará a la historia así sea mejor que el mejor de los mejores. En esto la buena fortuna de los toreros depende en gran parte de sus nombres: hay lances con nombres elegantes que suenan a emoción y a perfección estética, como la chicuelina y la gaonera. Esto deberían tenerlo muy en cuenta los matadores que se llaman González o Gutiérrez antes de decidirse a bautizar la nueva suerte con su nombre, porque no nos podrán negar que un pase llamado gonzalina o gutierrina es una cosa más bien triste. Ahí queda eso. ANIBAL NAZOA 180 EL FILÁNTROPO Orígenes. Definición. Aunque consideramos superada para siempre la discusión sobre si existe o no la profesión de filántropo (del griego philéo, yo amo y ánthropos, hombre; sin alusiones de mal gusto), creemos que debemos al lector una explicación al respecto. Contrariamente a lo que se pudiera pensar, la filantropía no ha sido jamás una simple afición, sino una profesión desde el momento mismo de su invención, y por cierto de las que tienden a hacerse más complejas a medida que avanza la ciencia y la tecnología. Producto típico de la edad contemporánea -haciendo abstracción de algunas formas antiguas como el mecenazgo-, la noble profesión de filántropo nació cuando algunos caballeros, que ya habían ganado tanto dinero que no tenían materialmente nada que hacer, decidieron dedicarse a amar al prójimo profesionalmente. Pero con esta explicación ya entramos en el terreno de las definiciones. La que de “filántropo” dan los diccionarios oficiales es “el que se distingue por el amor a sus semejantes”. Definición lamentablemente errónea, puesto que mal puede el filántropo amar a sus semejantes, que son la competencia; los amados por el filántropo son aquellos que menos se asemejan a él, o sea los pobres. Es más, pretender que un pobre sea “semejante” a un filántropo constituye un grave insulto a este último y a la profesión. Filantropía es el arte de cuidar el dinero regalándolo a manos llenas y filántropo quien lo practica. ¿Un contrasentido? Nada de eso: una forma superior de la Contabilidad. Por eso cuando un pelagatos se pone a regalar dinero no se le llama filántropo sino loco, botarate o algo peor. Carácter Ya con esto tenemos claramente planteada la primera condición necesaria para ser filántropo, aquella por cuya causa hay en el mundo tan pocos profesionales de esta especialidad: el capital. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 181 Para explicar de una manera práctica la función del capital en el ejercicio de la filantropía, diremos que se llega a filántropo sólo a lo largo de una dura “escalada” monetaria llamada por algunos autores “el camino del Éxito”. Si un hombre posee una cierta cantidad de dinero se le llama “el acaudalado señor Fulano”; luego ese hombre acrecienta su capital hasta sobrepasar el millón, y entonces pasa a ser “el millonario Fulano”; unos cuantos millones más y ya tenemos al “Multimillonario Fulano”. Y cuando al fin ya ni el mismo sabe cuántos millones tiene, desde ese momento se le empieza a conocer por “El Filántropo Fulano”. Después del capital lo más grande que debe tener el filántropo es, por supuesto, el corazón. Eso sí, un corazón grande pero bien puesto, apoyado en un sentido realista de la vida. Sentido realista de la vida quiere decir no mezclar la filantropía con los demás negocios. Entender, por ejemplo, que la filantropía, al revés de la justicia, no entra por casa. Flaco servicio le estaría prestando a la profesión el comerciante-filántropo que concediera salarios demasiado altos a sus trabajadores o sintiera escrúpulos a la hora de despedirlos. Con salarios altos y pocos despidos, el filántropo estaría arriesgando su capital y con ello la posibilidad de poner su buen corazón al servicio de la comunidad, porque a menores ganancias menores donaciones. Un filántropo cuyos ingresos provengan de la manufactura y venta de medicinas, si vendiera éstas demasiado baratas estaría contribuyendo a que disminuyeran las enfer medades y en consecuencia secando la misma fuente de su generosidad para con la humanidad doliente. Uno que se dedique a la fabricación de armamentos debe tener muy claro que para él la guerra es la máxima expresión del amor entre los hombres, y así sucesivamente. En otras palabras, la filantropía no se rige exactamente por las leyes del corazón, como creen los principiantes, sino por la Ley de Impuesto sobre la Renta. Su método como ciencia es el deductivo, y aquí cabría otra definición: filantropía es Arte de la Bondad y Ciencia de las Deducciones: En latín, para que sea más elegante: Philanthropia est ars amoris et scientia deductionum. A propósito de elegancia, ésta es otra de las características que distinguen al buen filántropo. Elegancia en el vestir, en la acción, ANIBAL NAZOA 182 en todo: trajes cortados en Londres, yate y avión particular, vacaciones en la Riviera, habanos legítimos, son algunos de los sacrificios que se imponen a la modestia del filántropo para el cabal cumplimiento de su tarea de socorrer a los menesterosos. Tampoco le viene mal cualquier enfermedad distinguida como ser una úlcera gástrica (mejor un “principio de úlcera”), una hipertensión o aunque sea una dispepsia crónica que lo obligue a pasar semanas enteras a puro té y galleticas, lo cual le dará cierto toque de realismo verdaderamente conmovedor a sus desvelos por los hermanos desposeídos. Un filántropo mal trajeado, de modales desaliñados y demasiado aficionado a las caraotas con arroz no sólo se arriesga a ser encasillado en la categoría de loco, botarate o rastacueros sino que en cualquier momento puede pasar por la humillación de ser confundido con sus protegidos y salir “filantropeado” por un filántropo comme il faut. Modos Operandi Se conocen dos vías clásicas para ejercer la filantropía: con el dinero propio y con el ajeno. Esta última es la más importante y la que proporciona las mayores satisfacciones al profesional. Un filántropo competente no debe saber manejar sus propios recursos tan bien como los de los demás: ya dijo un general norteamericano, de la Segunda Guerra Mundial que “el primer deber de un soldado no es morir por su patria sino procurar que el enemigo muera por la suya”. Asimismo la auténtica función del filántropo no es tanto contribuir a la salvación de los desvalidos como pedir a los demás que contribuyan. Pero en este sentido es preciso proceder con mucha discreción y no caer en excesos; recuérdese el ejemplo de Mr. Robin Hood, aquel caballero de los bosques de Sherwood que, tal vez por haber tenido un errado concepto de la sinceridad, exageró la nota y por poco no termina procesado por ejercicio ilegal de la filantropía. Respecto a los desembolsos de su propio peculio, si bien se debe rechazar el derroche, el filántropo ha de tener en cuenta que la tacañería es la actitud menos recomendable por cuanto no rinde buenas deducciones ni da lustre a su nombre, que son los objetivos esenciales de la práctica filantrópica. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 183 Es más, un filántropo que se respete está obligado a crear una Fundación. La historia contemporánea nos enseña que los filántropos con Fundación son más respetados y poderosos que los filántropos al menudeo. Ahora bien, en todos los casos, es imprescindible que el filántropo posea un sentido de la publicidad muy desarrollado. Esto lo advertimos porque su trabajo consiste, aparte de sostener instituciones de diversa índole, en ser famoso; en aparecer diariamente en los periódicos, en la televisión y en los noticieros cinematográficos, en fiestas y banquetes, y sobre todo patrocinar toda clase de campañas y actos públicos, a fin de mostrarse constantemente como la prueba viviente de que existen la bondad y la solidaridad humana. Un filántropo tímido y retraído, un donante anónimo, lejos de contribuir a la paz social que es uno de los altos fines de la filantropía, al ocultar la esperanza riega la mala hierba del descontento y nos arriesga a todos a padecer la ira del populacho. Así, pues, amigos filántropos, nunca deis un centavo sin acompañarlo de una publicidad apropiada. Mecenazgo y otras variantes Para finalizar este pequeño tratado de filantropía, queremos dejar bien clara la diferencia que existe por una parte entre el filántropo propiamente dicho y el mecenas, y por la otra entre ambos y la dama caritativa. El mecenazgo es, en realidad, una especialización dentro del campo de la filantropía. El mecenas se distingue del filántropo común en que a él se le exige una vastísima cultura, particularmente en materia de arte y de letras. El hombre inculto que comete el error de meterse a mecenas, al final de su gestión se puede encontrar con que las obras del artista a quien el protegió jamás llegan a aumentar ni un centavo en el mercado y su casa está llena de cuadros, partituras o libros que a nadie interesan. Por eso se dice que es más seguro como inversión proteger al común, a la masa y no a los artistas, que además; suelen ser con mucha frecuencia malagradecidos hacia sus benefactores. Algunos, en el colmo del cinismo, llegan hasta a aceptar a un mecenas a espaldas de otro para dejarlos después a ambos con ANIBAL NAZOA 184 los ojos claros y sin vista. Esto por lo regular sucede cuando ya el artista está en camino de convertirse en mecenas él mismo. La dama caritativa, por su parte, representa una categoría menor, aunque no menos digna que el filántropo propiamente dicho. Se distingue de éste sobre todo por el carácter ocasional de su trabajo, pues ella sólo actúa en caso de inundación, derrumbe de cerro o alguna catástrofe similar (en Venezuela, mejor que ocasional, podríamos decir que su trabajo es cíclico), cuando se dedica a recoger la cosecha de ropa y zapatos viejos, latas de sardinas y leche en polvo, cobijas y demás aportes de la filantropía casera. Como salta a la vista, la segunda diferencia entre el filántropo y la dama caritativa está en la magnitud de la labor de cada uno: aquél es un industrial, ésta una modesta artesana. Dejamos por aquí este interesante tema, con la promesa de ampliar nuestra exposición desde la cátedra que esperamos nos sea adjudicada en la nueva Escuela de Filantropía cuya creación estamos gestionando ante la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Central de Venezuela. LAS ARTES Y LOS OFICIOS 185