50 años de la caída de „El Cóndor

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Historia
50 años de la caída de „El Cóndor‟
Por Luz Jenny Aguirre Tobón. Reportera de El Pais
León María Lozano fue conocido en Tuluá como el jefe de los 'pájaros'
durante la violencia de la mitad del Siglo XX. Católico, conservador a
ultranza y vendedor de quesos, así era el hombre que llenó de temor al
centro del Valle. Familiares dicen que fue “estigmatizado” por Gustavo
Álvarez Gardeazábal en su novela.
Las dos grietas profundas que le invadían el entrecejo, estuviera feliz o
contrariado, lo hacían parecer un hombre de piedra.
Bordeaba los 50 años en las fotografías que confirman su existencia, pero la
boca apretada, los pómulos gruesos y la mirada que echaba fuego le
sumaban una década.
No cabe duda que León María Lozano Lozano, 'El Cóndor', tuvo el temple
del acero. En lo que, medio siglo después, Tuluá no ha podido ponerse de
acuerdo es si esa dureza fue el látigo que desangró su historia o lo que se
sabe de aquel conservador a ultranza es lo que construyeron los mitos y las
leyendas.
En
la fotografía
aparecen, de
izquierda a derecha,
León María Lozano, el
general Gustavo
Rojas Pinilla y
Gustavo Salazar
García, senador de la
época.
Cinco décadas después de los balazos que lo dejaron tendido en una calle de Pereira, sus pasos
todavía se sienten en los oscuros pasillos de la memoria tulueña.
Su ennegrecida fama trascendió la pluma de Gustavo Álvarez Gardeazábal en „Cóndores no
entierran todos los días‟ y circula en los recuerdos de los ancianos, las elucubraciones de los más
jóvenes y en una que otra huella que emerge de ésta ciudad, donde la modernidad no ha sido
capaz de espantar al pasado.
el señalador. Era vendedor de quesos de la galería, „godo‟ por herencia, católico hasta la médula y
cliente infaltable de la misa de seis de la tarde.
Siempre de traje oscuro, a pesar del calor del Valle, y generalmente ataviado de sombrero fue para
muchos la encarnación de la maldad.
El historiador Ómar Franco relata que desde el 9 de abril de 1948, cuando Lozano salió a enfrentar
la turba que furiosa intentó tomarse el templo de los salesianos, la suya se convirtió en una lucha a
muerte contra los liberales, a quienes consideraba sus enemigos.
Apoyado ciegamente en su fe y en el amor por su partido se convirtió, de acuerdo con Franco, en
el líder de los „pájaros‟ en el municipio, y luego, en el departamento. Muchos coinciden en que su
bandera le forró el corazón y le cubrió los ojos para liderar las acciones violentas de la guerra
partidista que, según Álvarez Gardeazábal, dejó más de 3.400 muertos en la región.
“Nunca ambicionó dinero, aunque había podido ser muy rico. Manejó el partido desde la violencia y
en Tuluá no se movía una hoja sin que él lo supiera. Fue una época aciaga, donde el progreso se
paralizó y el campo quedó desolado. Por eso me da rabia que algunos pretendan creer que fue un
personaje ilustre”, expresa Franco.
El historiador Carlos Escobar cuenta que aquel hombre “fue el dueño de la vida y de la muerte
entre 1954 y 1957 en la Villa de Céspedes” y que aún sin ejecutar personalmente los crímenes se
convirtió en el “señalador” cuyo dedo regó de muerte el territorio.
Fueron las paredes del extinto 'Happy bar' las testigos de todos sus planes y conversaciones. Así
lo cuentan los ancianos que recuerdan verlo sentado en un rincón mientras la gente pasaba
mirando con disimulo para observar a aquel hombre robusto rodeado por un halo de misterio.
Tres datos claves
 El 10 de octubre se
conmemoraron los 50 años de
la muerte de León María
Lozano, asesinado en Pereira.
 Sus familiares recordaron la
fecha con una misa en la
capilla de La Resurrección de
los padres salesianos, acto al
que asistieron personalidades
de Tuluá y que generó
polémica con la Academia de
Historia del Departamento.
 'El Cóndor' nació el 10 de
octubre de 1899 en la Villa de
Céspedes y su padre fue un
empleado de los ferrocarriles.
Hoy, en la esquina de la Carrera 25 con Calle 26 está el Banco
Popular.
Nada queda del mítico sitio de Lozano y los muros que
guardaban los secretos se volvieron polvo a mediados de los
noventa, cuando se sirvió el último tinto del 'Happy bar'.
Pero no todas las huellas del 'El Cóndor' se rastrean en los
lugares y en los libros.
Ignacio Cruz, el único sobreviviente de los firmantes de la “carta
suicida”, escrita por nueve liberales que pretendieron denunciar
al “siniestro personaje de Lozano”, es un fragmento ambulante
de la historia.
Vio caer a manos de la violencia a sus compañeros de osadía y hoy prefiere guardar bajo la llave
del silencio los recuerdos que no lo abandonan desde los amargos años cincuenta.
Quienes lo conocen aseguran que bajo unos cuantos tragos acostumbra a esconder su dolor añejo
y que no hay quien lo convenza de rebobinar esos pasajes. Sólo se sabe que los abuelos de Tuluá,
esos que lloraron la muerte desde cualquier bando, cuando ven pasar a „Nacho‟ lo que cruza frente
a sus ojos es el pasado.
Al menos así lo entiende un octogenario caminante del centro de Tuluá, quien quedó marcado por
el miedo y ni siquiera quiso revelar su nombre.
A 'El Cóndor', afirma, le debe las cuatro viudas que quedaron en su familia, las noches en vela de
su padre presintiendo la muerte por haberse declarado liberal y “la agonía de ver a mi pueblo
matándose sin piedad”.
Otra cara. En la que fuera la casa de 'El Cóndor', en la Carrera 26 con Calle 35, del barrio
Salesiano, todavía vive una de sus dos hijas. Allí se crió parte de su descendencia y se guarda
celosamente un archivo construido por la familia sobre cuanto detalle se ha dicho de Lozano.
De acuerdo con Carlos Hernán Mena Lozano, uno de sus nietos, “aunque León María fue
estigmatizado como un asesino de la violencia hay muchas cosas buenas de él que no han sido
contadas”.
Explica que, aunque no lo conoció, a través de su madre ha sabido que fue un hombre caritativo,
generoso y fiel a sus principios.
“Durante la época de la violencia hubo un enfrentamiento que no debió ser, pero ese fue su
momento y él jugó un papel donde fue el jefe en Tuluá”, dice.
Álvaro Cabal, uno de los amigos de El Cóndor, completa el relato soportado en su experiencia.
Asegura que León María era charlador, bromista y hasta coqueto y que bajo la ceiba que aún hay
frente a su casa compartieron numerosas tertulias sobre el conservatismo.
Lo evoca todos los domingos desde la séptima fila de la parroquia de los padres salesianos, desde
donde observa el vitral que Lozano donó.
También lo revive al pasar por la Casa Conservadora, donde una placa plateada reza que: “Es un
honor morir al servicio del Partido Conservador. Viva la memoria de León María Lozano”.
Pocos saben, cuenta Cabal, que aunque su amigo no tomaba, en sus últimos años empezaba el
día con un aguardiente y que cuando salió exiliado de Tuluá para Barranquilla sólo pudo llevarse a
su familia y al perro, una de las cosas que más amaba.
Desde su esquina, la del novelista, Álvarez Gardeazábal sostiene que 'El Cóndor' fue más que el
símbolo de una época, “fue el poder absoluto”.
Añade que se ganó su tenebroso prestigio sin disparar un arma, pero las órdenes que dio fueron
funestas y que a través de ellas consolidó el imperio de los 'pájaros'. Sin embargo, dice que “visto a
distancia, 50 años después, lo que hacía León María por su convicción católica y conservadora,
comparado con los que hacen ahora la guerra, pudo haberlo hecho un héroe, en un país que lo
hubiera comprendido y no lo hubiera dejado desviar”.
Pasaron los años y parece que en Tuluá algunas heridas aún no cicatrizan. Los cientos de muertos
que cargaron con el peso de la violencia partidista en el centro del Valle no descansan en sus
tumbas sino que acosan la memoria de un pueblo que no olvida.
Medio siglo después de su muerte, León María Lozano Lozano hace despertar los lamentos de
quienes padecieron su inclemencia.
Hace tanto que se fue, pero tan profunda fue su huella que ahora, 50 años después, vale la pena
recordar que cóndores no viven todos los días.
Más detalles
Lozano estuvo en la cárcel por un periodo de cinco días, pero fue retirado de allí por el general
Gustavo Rojas Pinilla, relata el historiador Ómar Franco.
Luego de dejar Tuluá, se asentó con su familia en Barranquilla, Bucaramanga y Pereira, donde
finalmente murió.
León María sufrió dos atentados en la Villa de Céspedes.
La novela 'Cóndores no entierran todos los días' fue publicada en 1971, en Barcelona.
Posteriormente se llevó al cine.
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