Foucault, Michel. Estética, ética y hermenéutica. Barcelona, Paidós

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Foucault, Michel. Estética, ética y hermenéutica. Barcelona, Paidós, 1999. pp. 335-352
¿QUÉ ES LA ILUSTRACIÓN?
“What is Enligthenment?” (“Qu’est-ce que les Lumières?”), en Rabinow (P.) (comp.), The
Foucault Reader, Nueva York, Pantheon Books, 1984, págs. 32-50. Con el mismo título, “Qu’estce que les Lumières?”, se publica un extracto del curso celebrado en el Colegio de Francia, a
partir del 5 de enero de 1983.
En nuestros días, cuando un periódico plantea una cuestión a sus lectores, es para
solicitarles su parecer sobre un tema del que cada uno ya tiene su opinión: no hay riesgo
de que se aprenda gran cosa. En el siglo XVIII se prefería interrogar al público sobre
problemas de los que precisamente aún no había respuesta. No sé si era más difícil; era
más divertido.
De acuerdo con esta costumbre, una revista alemana, la Berlinische Monatsschrift,
publicó en diciembre de 1784 una respuesta a la pregunta: Was ist Aufklärung? a , y esta
respuesta era de Kant.
Texto menor, quizá. Pero me parece que con él entra discretamente en la historia del
pensamiento una cuestión a la que la filosofía moderna no ha sido capaz de responder,
pero de la que nunca se ha conseguido desprender, y bajo formas diversas hace ahora dos
siglos que la repite. De Hegel a Horckheimer o a Habermas, pasando por Nietzsche o
Max Weber no hay apenas filosofía que, directa o indirectamente, no se haya confrontado
con esta misma cuestión: ¿cuál es, pues, este acontecimiento que se llama la Aufklärung y
que ha determinado, al menos en parte, lo que hoy en día somos, lo que pensamos y lo
que hacemos? Imaginemos que la Berlinische Monatsschrift existiera todavía en nuestros
días y que planteara a sus lectores la pregunta: “¿Qué es la filosofía moderna?”. Tal vez
se le podría responder en eco: la filosofía moderna es la que intenta responder a la
cuestión lanzada, hace dos siglos, con tanta imprudencia: Was ist Aufklärung?
Detengámonos algunos instantes sobre este texto de Kant. Por varias razones, merece
retener la atención.
1. Moses Mendelssohn acababa también de responder a idéntica cuestión en el mismo
periódico dos meses antes, pero Kant no conocía este texto cuando redactó el suyo.
Ciertamente no data de este momento el encuentro del movimiento filosófico alemán con
los nuevos desarrollos de la cultura judía. Hacía ya una treintena de años que
Mendelssohn se encontraba en esta encrucijada, en compañía de Lessing. Sin embargo,
hasta entonces se había tratado de otorgar derecho de ciudadanía a la cultura judía en el
pensamiento alemán —lo que Lessing había intentado hacer en Die Juden b o incluso de
a
En Berlinische Monatsschrift, IV, n° 6, diciembre de 1784, págs. 481-491 (trad. cast.: En defensa de la
Ilustración. Inmanuel Kant, Barcelona, Alfa, 1999, págs. 63-73).
b
Lessing (G.), Die Juden, 1749.
poner de manifiesto problemas comunes al pensamiento judío y a la filosofía alemana: es
lo que Mendelsshon había hecho en las Phädon oder über die Unsterblichkeit der Seele c .
Con los dos textos aparecidos en la Berlinische Monatsschrift, la Aufklärung alemana y la
Haskala judía reconocen que pertenecen a la misma historia; buscan determinar de qué
proceso común brotan, y ésa era quizás una manera de anunciar un destino común que ya
sabemos. a qué drama iba a conducir.
2. Pero hay más. Tanto en sí mismo, como en el interior de la tradición cristiana, este
texto plantea un problema nuevo.
Ciertamente, no es ésta la primera vez que el pensamiento filosófico busca reflexionar
sobre su propio presente. Pero, esquemáticamente, se puede decir que esta reflexión había
adoptado hasta entonces tres formas principales:
—Se puede representar el presente como perteneciente a cierta época del mundo,
distinta de las otras por algunos caracteres propios, o separado de las restantes por algún
acontecimiento dramático. Así, en el Político de Platón los interlocutores reconocen que
pertenecen a una de esas revoluciones del mundo en las que éste se vuelve del revés, con
todas las consecuencias negativas que esto puede tener.
—También se puede interrogar al presente para intentar descifrar en él los signos
anunciadores de un acontecimiento próximo. Ahí se da el principio de cierta
hermenéutica histórica de la que Agustín podría ofrecer un ejemplo.
—Se puede igualmente analizar el presente como un punto de transición hacia la
aurora de un mundo nuevo. Esto es lo que describe Vico en el último capítulo de los
Principios de una ciencia nueva en torno a la naturaleza común de las naciones d ; lo que
él ve “hoy en día”, es “expandirse la más completa civilización entre los pueblos
sometidos en su mayoría a algunos grandes monarcas”, y también “Europa radiante por
una incomparable civilización”, en la que finalmente abundan “todos los bienes que
componen la felicidad de la vida humana”.
Ahora bien, la manera en la que Kant plantea la cuestión de la Aufklärung es
totalmente diferente: ni una época del mundo a la que se pertenece, ni un acontecimiento
del que se perciben los signos, ni la aurora de una plena culminación. Kant define la
Aufklärung de un modo casi completamente negativo, como una Ausgang, una “salida”,
un “desenlace”. En sus otros textos sobre la historia, lo que sucede es que Kant plantea
cuestiones de origen o define la finalidad interior de un proceso histórico. En el texto
sobre la Aufklärung, la cuestión concierne a la pura actualidad. No busca comprender el
presente a partir de una totalidad o de una acabamiento futuro, busca una diferencia.
¿Qué diferencia introduce el hoy con relación al ayer?
3. No entraré en el detalle del texto que no es siempre muy claro, a pesar de su
brevedad. Simplemente quisiera retener de él tres o cuatro rasgos que me parecen
importantes para comprender cómo Kant ha planteado la cuestión filosófica del presente.
Kant indica inmediatamente que esta “salida” que caracteriza la Aufklärung es un
proceso que nos saca del estado de “minoría de edad” y por “minoría de edad” entiende
c
d
Mendelssohn (M.), Phädon oder über die Unsterblichkeit der Seelec, 1767, 1768, 1769.
Vico (G.), Principii di una scienza nuova ‘‘interno alla comune natura delle nazioni, 1725 (trad. cast.:
Principios de una ciencia nueva sobe la naturaleza común de las naciones, Madrid, Aguilar, 1960).
cierto estado de nuestra voluntad que nos hace aceptar la autoridad de algún otro para
conducirnos en los dominios en los que es conveniente hacer uso de la razón. Kant da tres
ejemplos: estamos en estado de minoría de edad cuando un libro reemplaza nuestro
entendimiento, cuando un director espiritual ocupa el lugar de nuestra conciencia, cuando
un médico decide en vez de nosotros sobre nuestro régimen (señalemos de paso que se
reconoce fácilmente el registro de las tres críticas, aunque el texto no lo diga
explícitamente). En todo caso, la Aufklärung se define por la modificación de la relación
preexistente entre la voluntad, la autoridad y el uso de la razón.
Hay que señalar también que esta salida es presentada por Kant de manera bastante
ambigua. La caracteriza como un hecho, un proceso que se está desarrollando; pero la
presenta también como una tarea y una obligación. Desde el primer párrafo hace notar
que el hombre es por sí mismo responsable de su estado de minoría de edad. Es preciso,
por tanto, concebir que no podrá salir de él sino mediante un cambio que operará él
mismo sobre sí mismo. De un modo significativo, Kant dice que esta Aufklärung tiene
una “divisa” (Wahlspruch): ahora bien, la divisa es un rasgo distintivo por el que se hace
reconocer, y es también una consigna que se da uno a sí mismo y que se propone a los
otros. ¿Y cuál es esta consigna? Aude saper, “ten el valor, la audacia de saber”. Por tanto,
es necesario considerar que la Aufklärung es a la vez un proceso del que los hombres
forman parte colectivamente y un acto de valor que se ha de efectuar personalmente.
Ellos son, a la vez, elementos y agentes del mismo proceso. Pueden ser los actores de
dicho proceso en la medida en que forman parte de él; y éste se produce en la medida en
que los hombres deciden ser los actores voluntarios del mismo.
Aquí surge una tercera dificultad en el texto de Kant. Reside en el empleo de la
palabra Menschheit. Ya se sabe la importancia de esta palabra en la concepción kantiana
de la historia. ¿Hay que comprender que el conjunto de la especie humana está prendido
en el proceso de la Aufklärung? Y, en este caso, hay que imaginar que la Aufklärung es un
cambio histórico que atañe a la existencia política y social de todos los hombres sobre la
superficie de la tierra. ¿O hay que comprender que se trata de un cambio que afecta a lo
que constituye la humanidad del ser humano? Entonces, la cuestión que se plantea es la
de saber lo que es ese cambio. Tampoco aquí la respuesta de Kant está exenta de cierta
ambigüedad. En todo caso, bajo trazas simples, es bastante compleja.
Kant define dos condiciones esenciales para que el hombre salga de su minoría de
edad. Y estas dos condiciones son a la vez espirituales e institucionales, éticas y políticas.
La primera de tales condiciones es que se distinga bien lo que depende de la
obediencia y lo que depende del uso de la razón. Para caracterizar brevemente el estado
de minoría de edad, Kant cita la expresión corriente: “Obedeced, no razonéis”. Tal es,
según él, la forma en que se ejercen de ordinario la disciplina militar, el poder político y
la autoridad religiosa. La humanidad llegará a ser mayor de edad no cuando ya no tenga
que obedecer, sino cuando se le diga: “Obedeced, y podréis razonar tanto como queráis”.
Hay que señalar que la palabra alemana aquí empleada es räzonieren; dicha palabra, que
también se emplea en las Críticas, no se refiere a un uso cualquiera de la razón, sino a un
uso de la razón en el que ésta no tiene otro fin que ella misma. Räzonieren es razonar por
razonar. Y Kant da ejemplos que son, también en apariencia, completamente triviales:
pagar los impuestos, pero poder razonar cuanto se quiera sobre el régimen tributario, eso
es lo que caracteriza el estado de mayoría de edad, o también, cuando se es pastor de
almas, asegurar el servicio de una parroquia conforme a los principios de la Iglesia a la
que se pertenece, pero razonar como se quiera, con respecto a los dogmas religiosos.
Cabría pensar que no hay en ello nada muy diferente de lo que se entiende, desde el
siglo XVI, por la libertad de conciencia: el derecho a pensar como se quiera con tal que
se obedezca como se debe. Ahora bien, es aquí donde Kant hace intervenir otra distinción
y de una manera bastante sorprendente. Se trata de la distinción entre uso privado y uso
público de la razón. Pero a continuación añade que la razón debe ser libre en su uso
público y sumisa en su uso privado. Lo que es, palabra por palabra, lo contrario de lo que
se llama de ordinario la libertad de conciencia.
Pero hay que precisar un poco. ¿Cuál es, según Kant, este uso privado de la razón?
¿Cuál es el dominio en el que se ejerce? El hombre, como dice Kant, hace un uso privado
de su razón cuando es “una pieza de una máquina”, es decir, cuando tiene un papel que
desempeñar en la sociedad y unas funciones que ejercer: ser soldado, tener que pagar
impuestos, estar al cargo de una parroquia, ser funcionario de un gobierno, todo esto hace
del ser humano un segmento particular en la sociedad; mediante esto se encuentra situado
en una posición definida en la que debe aplicar reglas y perseguir fines particulares. Kant
no pide que se practique una obediencia ciega y boba, sino que de la propia razón se haga
un uso adaptado a esas circunstancias determinadas; entonces la razón se debe someter a
esos fines particulares. Aquí no puede haber, por tanto, uso libre de la razón.
En cambio, cuando no se razona más que para hacer uso de la propia razón, cuando se
razona, en tanto que ser razonable (y no en tanto que pieza de una máquina), cuando se
razona como un miembro de la unidad razonable, entonces el uso de la razón debe ser
libre y público. La Aufklärung no es, por tanto, sólo el proceso por el que los individuos
verían garantizada su libertad personal de pensamiento. Hay Aufklärung cuando hay
superposición del uso universal, del uso libre y del uso público de la razón. Ahora bien,
esto nos obliga a plantear una cuarta cuestión a este texto de Kant. Fácilmente se concibe
que el uso universal de la razón, al margen de todo fin particular, es cosa del sujeto
mismo en tanto que individuo; también se concibe sin dificultad que la libertad de este
uso se pueda asegurar de modo puramente negativo, mediante la ausencia de toda
persecución contra él. Pero, ¿cómo asegurar un uso público de esta razón? La Aufklärung,
como se ve, no debe ser concebida simplemente como un proceso general que afecta a
toda la humanidad; no debe ser concebida solamente como una obligación prescrita a los
individuos: aparece ahora como un problema político. En todo caso, se plantea la
cuestión de saber cómo el uso de la razón puede adoptar la forma pública que le es
necesaria, cómo la audacia del saber se puede ejercer a plena luz, siempre que los
individuos obedezcan tan estrictamente como sea posible. Y Kant, para terminar, propone
a Federico II, en términos apenas velados, una especie de contrato. Dicho contrato se
podría denominar contrato del despotismo racional con la libre razón: el uso público y
libre de la razón autónoma será la mejor garantía de obediencia, a condición, no obstante,
de que el principio político al que hay que obedecer sea él mismo conforme a la razón
universal.
Dejemos aquí este texto. No pretendo en absoluto considerarlo como si pudiera
constituir una descripción adecuada de la Aufkläklä y pienso que a ningún historiador le
satisfaría para analizar las transformaciones sociales, políticas y culturales que se
produjeron a fines del siglo XVIII.
Sin embargo, a pesar de su carácter circunstancial y sin querer otorgarle un lugar
exagerado en la obra de Kant, creo que hay que subrayar el lazo que existe entre este
breve artículo y las tres Críticas. Describe, en efecto, la Aufklärung como el momento en
que la humanidad va a hacer uso de su propia razón, sin someterse a ninguna autoridad;
ahora bien, precisamente en este momento la crítica es necesaria, puesto que tiene como
papel definir las condiciones en las que el uso de la razón es legítimo para determinar lo
que se puede conocer, lo que hay que hacer y lo que es lícito esperar. Un uso ilegítimo de
la razón es el que hace nacer, con la ilusión, el dogmatismo y la heteronomía; en cambio,
cuando el uso legítimo de la razón ha sido claramente definido en sus principios se puede
asegurar su autonomía. La Crítica es, en cierto modo, el libro de a bordo de la razón que
ha llegado a ser mayor de edad en la Aufklärung; e inversamente, es la edad de la Crítica.
Creo que también hay que señalar la relación entre este texto de Kant y los otros
dedicados a la historia. Éstos, en su mayoría, buscan definir la finalidad interna del
tiempo y el punto hacia el que se encamina la historia de la humanidad; ahora bien, el
análisis de la Aufklärung, al definir ésta como el paso de la humanidad a su estado de
mayoría de edad, sitúa la actualidad con relación a ese movimiento de conjunto y sus
direcciones fundamentales. Pero, al mismo tiempo, muestra cómo en el momento actual
cada uno, en cierto modo, se siente responsable de este proceso de conjunto.
La hipótesis que quisiera avanzar es la de que este pequeño texto se encuentra, de
alguna manera, en la confluencia entre la reflexión crítica y la reflexión sobre la historia.
Sin duda no es la primera vez que un filósofo da las razones que tiene para emprender su
obra en tal o cual momento. Pero me parece que es la primera vez que un filósofo enlaza
de esta manera, estrechamente y desde el interior, la significación de su obra con relación
al conocimiento, una reflexión sobre la historia y un análisis particular del momento
singular en el que escribe y a causa del que escribe. La reflexión sobre el “hoy” como
diferencia en la historia y como motivo para una tarea filosófica particular es, en mi
opinión, la novedad de este texto.
Y considerándolo así, estimo que se puede reconocer en él un punto de partida: el
esbozo de lo que se podría llamar la actitud de modernidad.
Sé que a menudo se habla de la modernidad como de una época o, en todo caso, como
de un conjunto de rasgos característicos de una época. Se la sitúa en un calendario en la
que estaría precedida de una premodernidad, más o menos ingenua o arcaica y seguida de
una enigmática e inquietante “posmodernidad”. Y cabe preguntarse, entonces, si la
modernidad constituye la continuación de la Aufklärung y su desarrollo, o si es preciso
ver ahí una ruptura o una desviación respecto de los principios fundamentales del siglo
XVIII.
Con respecto al texto de Kant, me pregunto si no se puede considerar la modernidad
más bien como una actitud que como un período de la historia. Por actitud quiero decir
un modo de relación con respecto a la actualidad, una elección voluntaria efectuada por
algunos, así como una manera de obrar y de conducirse que, a la vez, marca una
pertenencia y se presenta como una tarea. Un poco, sin duda, como lo que los griegos
llamaban un éthos. Por consiguiente, en vez de querer distinguir el “período moderno” de
las épocas “pre” o “posmoderna”, creo que más valdría investigar cómo la actitud de
modernidad, desde que se ha formado, se ha encontrado en lucha con actitudes de
“contramodernidad”.
A fin de caracterizar brevemente esta actitud de modernidad, tomaré un ejemplo que
es casi necesario: se trata de Baudelaire, ya que en general en él se reconoce una de las
conciencias más agudas de la modernidad en el siglo XX.
1. Con frecuencia se intenta caracterizar la modernidad por la conciencia de la
discontinuidad del tiempo: ruptura de la tradición, sentimiento de la novedad y vértigo de
lo que pasa. Y tal es, en efecto, lo que parece decir Baudelaire cuando define la
modernidad como “lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente” e . Pero, para él, ser moderno
no es reconocer y aceptar este movimiento perpetuo; es, por el contrario, adoptar
determinada actitud con respecto a ese movimiento; y esta actitud voluntaria y difícil
consiste en recobrar algo eterno que no está más allá del instante presente, ni tras él, sino
en él. La modernidad se distingue de la moda que se limita a seguir el curso del tiempo;
es la actitud que permite captar lo que hay de “heroico” en el momento presente. La
modernidad no es un hecho de sensibilidad para con el presente fugitivo; es una voluntad
de “heroizar” el presente.
Me contentaré con citar lo que dice Baudelaire de la pintura de los personajes
contemporáneos. Baudelaire se mofa de esos pintores que, encontrando demasiado fea la
vestimenta de los hombres del siglo XIX, no querían representar más que togas antiguas.
Pero para él la modernidad de la pintura no consistirá en introducir los trajes negros en un
cuadro. El pintor moderno será el que sea capaz de mostrar esta oscura levita como “la
vestimenta necesaria de nuestra época”. Será el que sepa hacer ver, en esta moda actual,
la relación esencial, permanente, obsesiva, que nuestra época mantiene con la muerte. “El
traje negro y la levita no tienen únicamente su belleza política, que es la expresión de la
igualdad universal, sino, también, su belleza poética, que es la expresión del alma
pública; un inmenso séquito de sepultureros, sepultureros políticos, sepultureros
enamorados, sepultureros burgueses. Todos celebramos algún entierro f .” Baudelaire
emplea a veces, para designar esta actitud de modernidad, una lítote que es muy
significativa, dado que se presenta bajo la forma de un precepto: “No tenéis derecho a
despreciar el presente”.
2. Quede claro que esta heroización es irónica. En la actitud moderna no se trata, en
modo alguno, de sacralizar el momento que pasa para intentar mantenerlo o perpetuarlo.
Y menos aún de recogerlo como una curiosidad fugitiva e interesante: eso sería lo que
Baudelaire llama una actitud de flânerie. Dicha actitud se contenta con abrir los ojos,
e
Baudelaire (Ch.), Le Peintre de la vie moderne, en Oeuvres complètes, París, Gallimard, col.
“Bibliothèque de la Pléiade”, 1976, t. II, pág. 695 (trad. cast.: Obras, Madrid-México-Buenos Aires,
Aguilar, 1961, págs. 670-696, esp. pág. 677).
f
Ibid., “De l’héroïsme de la vie moderne”, op. cit., pág. 494 (trad. cast.: Salón de 1846, XVIII, Obras, op.
cit., págs. 524-526, esp. pág. 525).
La edición francesa de D.E. arrastra una errata que se encuentra asimismo en la versión aparecida en Le
Magazine Littéraire, n° 309, abril de 1993, págs. 61-74, que, sin embargo, se basa fielmente en la
transcripción mecanografiada completa revisada y corregida por el propio Foucault y en el manuscrito
correspondiente a la parte última del texto, así como en una grabación magnetofónica de la misma realizada
el 8 de mayo de 1983. Ahora bien, la versión inglesa aparecida en The Foucault Reader responde
adecuadamente al texto de Baudelaire. En efecto, en el primer caso se trata de la belleza “política” (y no
“poética” como dice en ambas ocasiones el texto de Dits et écrits). Para un cotejo cuidadoso de los
materiales, véase la introducción y notas de Juan J. Jácome, en Revista de pensamiento crítico, n° 1, mayojulio, 1994, págs. 5-22. (N. del ed.)
prestar atención y coleccionar en el recuerdo. Baudelaire opone al hombre de flânerie el
hombre de la modernidad. “Va, corre, busca. Sin duda, este hombre, este solitario dotado
de una imaginación activa, que viaja siempre a través del gran desierto de los hombres,
tiene una mira más alta que el de un puro paseante (flâneur), una meta más general,
distinta del placer fugitivo de la circunstancia.
Busca ese algo que, si se nos permite, llamaremos la modernidad. Para él, se trata de
extraer de la moda aquello que pueda contener de poético en lo histórico.” Y como
ejemplo de modernidad, Baudelaire cita al dibujante Constantin Guys. En apariencia un
flâneur, un coleccionista de curiosidades; se queda “el último allí donde puede
resplandecer la luz, resonar la poesía, pulular la vida, vibrar la música; allí donde una
pasión pueda posar ante sus ojos, allí donde el hombre natural y el hombre convencional
se muestran en una extraña belleza, allí donde el sol ilumine las fugaces alegrías del
animal depravado g ”.
Pero no hay que engañarse. Constantin Guys no es un flâneur; lo que hace de él, a los
ojos de Baudelaire, el pintor moderno por excelencia es que a la hora en que el mundo
entero abraza el sueño, él se pone a trabajar y lo transfigura. Dicha transfiguración no es
anulación de lo real, sino juego difícil entre la verdad de lo real y el ejercicio de la
libertad; las cosas “naturales” llegan a ser así “más que naturales”, las cosas “bellas” se
vuelven “más que bellas” y las cosas singulares aparecen “dotadas de una vida entusiasta
como el alma del autor h ”. Para la actitud moderna, el alto valor del presente es
indisociable del empeño en imaginarlo, en imaginarlo de otra manera de la que es y en
transformarlo no destruyéndolo, sino captándolo en lo que es. La modernidad
baudelaireana es un ejercicio en el que la extrema atención a lo real se confronta con la
práctica de una libertad que al mismo tiempo respeta eso real y lo viola.
3. Sin embargo, para Baudelaire, la modernidad no es simplemente una forma de
relación con el presente, sino también un modo de relación que hay que establecer
consigo mismo. La actitud voluntaria de modernidad está ligada a un indispensable
ascetismo, ser moderno no es aceptarse a sí mismo tal como se es en el flujo de los
momentos que pasan; es tomarse a sí mismo como objeto de una elaboración compleja y
dura: lo que Baudelaire denomina, según el vocabulario de la época, el “dandismo”. No
recordaré páginas que son demasiado conocidas: aquellas acerca de la naturaleza
“grosera, terrestre e inmunda”; las que versan sobre la revuelta indispensable del hombre
con relación a sí mismo; aquella sobre la “doctrina de la elegancia” que impone “a sus
ambiciosos y humildes sectarios” una disciplina más despótica que las más terribles
religiones; no recordaré, en fin, las páginas sobre el ascetismo del dandi que hace de su
cuerpo, de su comportamiento, de sus sentimientos y pasiones, de su existencia, una obra
g
Baudelaire (Ch.), Le Peintre de la vie moderne, op. cit., págs. 693-694 (trad. cast.: pág. 677). La
expresión “animal depravado”, bien conocida, es de Jean-Jacques Rousseau. (Véase Discours sur l’origine
et les fondements de l’inégalité, en Oeuvres Complètes, París, Bibliothèque de la Pléiade, Gallimard, t. III,
1964, págs. 109-237, esp. pág. 138 y nota 3 (trad. cast.: Discurso sobre el origen de la desigualdad entre
los hombres, Madrid, Tecnos, 1989, “Segundo Discurso”, I, págs. 95-259, esp. pág. 128).
h
Ibid., pág. 694 (trad. cast.: pág. 677). Este “paseante ocioso y observador perspicaz” sabe transcribir y
transformar. La cuestión es si su mundo logra ir más allá de un conjunto de “réplicas o alegorías de sí
mismo”. Véase “Flâneur”, en Enrique López Castellón, Simbolismo y Bohemia: la Francia de Baudelaire,
Madrid, Akal, . 1999, págs. 68-74. (N. del ed.)
de arte. Para Baudelaire, el hombre moderno no es el que parte al descubrimiento de sí
mismo, de sus secretos y de su verdad escondida, es el que busca inventarse a sí mismo.
Tal modernidad no libera al hombre en su ser propio; le obliga a la tarea de elaborarse a
sí mismo.
4. Finalmente añadiré sólo una palabra. Baudelaire no concibe que esta heroización
irónica del presente, este juego de la libertad con lo real para su transfiguración, esta
elaboración ascética de sí, puedan tener lugar en la sociedad misma o en el cuerpo
político. No se pueden producir más que en un lugar diferente al que Baudelaire
denomina el arte.
No pretendo resumir en estos escasos rasgos ni el acontecimiento histórico complejo
que fue el Aufklärung a finales del siglo XVIII, ni tampoco la actitud de modernidad bajo
las diferentes formas que ha podido adoptar en el transcurso de los dos últimos siglos.
Quería subrayar, por una parte, el enraizamiento en la Aufklärung de un tipo de
interrogación filosófica que problematiza a la vez la relación con el presente, el modo de
ser histórico y la constitución de sí mismo como sujeto autónomo. Por otra, quería
subrayar que el hilo que nos puede ligar de esta manera a la Aufklärung no es la fidelidad
a elementos de doctrina, sino más bien la reactivación permanente de una actitud; es
decir, de un éthos filosófico que se podría caracterizar como crítica permanente de
nuestro ser histórico. Este éthos es el que, muy brevemente, querría caracterizar.
A. Negativamente. 1. Este éthos implica, en primer lugar, que se rechaza lo que de
buen grado denominaré el “chantaje” de la Aufklärung. Pienso que la Aufklärung, como
conjunto de acontecimientos políticos, económicos, sociales, institucionales, culturales,
del que en gran parte dependemos aún, constituye un dominio de análisis privilegiado.
Considero, también que, como empresa para enlazar mediante un vínculo de relación
directa el progreso de la verdad y la historia de la libertad, ha formulado una cuestión
filosófica que se nos sigue planteando. Estimo, en fin —y he intentado mostrarlo a
propósito del texto de Kant— que la Aufklärung ha definido cierta manera de filosofar.
Pero esto no significa que haya que estar a favor o en contra de la Aufklärung.
Precisamente lo que quiere decir es que es preciso rechazar todo cuanto se presente bajo
la forma de una alternativa simplista y autoritaria: o se acepta la Aufklärung, y se
permanece en la tradición de su racionalismo (lo que para algunos se considera como
positivo y para otros, por el contrario, como un reproche), o se critica la Aufklärung y
entonces se intenta escapar de estos principios de racionalidad (lo que una vez más puede
ser tomado en buen o mal sentido). Y no se sale de este chantaje introduciendo matices
“dialécticos” que busquen determinar lo que ha podido haber de bueno y de malo en la
Aufklärung.
Es preciso intentar hacer el análisis de nosotros mismos en nuestra condición de seres
históricamente determinados, en cierta medí, da, por la Aufklärung. Esto implica una
serie de estudios históricos tan precisos como sea posible; tales investigaciones no estarán
orientadas retrospectivamente hacia el “núcleo esencial de racionalidad” que se puede
encontrar en la Aufklärung y que sería preciso salvaguardar a toda costa; estarán
orientadas hacia “los límites actuales de lo necesario”, es decir, hacia lo que no es o ya no
resulta indispensable para la constitución de nosotros mismos como sujetos autónomos.
2. Esta crítica permanente de nosotros mismos debe evitar las confusiones siempre
demasiado fáciles entre el humanismo y la Aufklärung. No hay que olvidar nunca que la
Aufklärung es un acontecimiento o un conjunto de acontecimientos y de procesos
históricos complejos, que han tenido lugar en un cierto momento del desarrollo de las
sociedades europeas. Este conjunto comporta elementos de transformaciones sociales,
tipos de instituciones políticas, formas de saber, proyectos de racionalización de los
conocimientos y de las prácticas, mutaciones tecnológicas que resulta muy difícil resumir
en una palabra, incluso si se tiene en cuenta que muchos de esos fenómenos son todavía
en la actualidad importantes. El que he puesto de relieve y que me parece que ha fundado
toda una forma de reflexión filosófica no concierne sino al modo de relación reflexiva
con el presente.
El humanismo es algo completamente diferente: es un tema o más bien un conjunto de
temas que han aparecido en repetidas ocasiones a través del tiempo en las sociedades
europeas; tales temas, ligados siempre a juicios de valor, evidentemente han variado
siempre mucho en su contenido, así como en los valores que han mantenido. Además,
han servido de principio crítico de diferenciación: ha habido un humanismo que se
presentaba como crítica del cristianismo o de la religión en general; ha habido un
humanismo cristiano en oposición a un humanismo ascético y mucho más teocéntrico (en
el siglo XVIII). En el siglo XIX hubo un humanismo receloso, hostil y crítico con
respecto a la ciencia; y otro que (por el contrario) situaba su esperanza en esta misma
ciencia. El marxismo ha sido un humanismo, el existencialismo y el personalismo
también. Hubo un tiempo en que se sustentaban los valores humanistas representados por
el nacionalsocialismo, y en el que los mismos estalinistas decían que eran humanistas.
De esto no hay que sacar la consecuencia de que todo lo que ha podido apelar al
humanismo se deba rechazar, sino que la temática humanista es en sí misma demasiado
flexible, demasiado diversa, demasiado inconsistente como para servir de eje a la
reflexión. Y es un hecho que, al menos desde el siglo XVIII, lo que se llama humanismo
se ha visto siempre obligado a apoyarse en ciertas concepciones del hombre tomadas de
la religión, de la ciencia y de la política. El humanismo sirve para colorear y para
justificar las concepciones del hombre a las que éste se ve claramente obligado a recurrir.
Ahora bien, creo que a esta temática, tan a menudo recurrente y siempre dependiente
del humanismo, se le puede oponer el principio de una crítica y de una creación
permanente de nosotros mismos en nuestra autonomía: es decir, un principio que está en
el corazón de la conciencia histórica que la Aufklärung ha tenido de sí misma. Desde esta
perspectiva, entre Aufklärung y humanismo más bien vería una tensión que una identidad.
En cualquier caso, me parece peligroso confundirlos y, por otra parte, históricamente
inexacto. Aunque la cuestión del hombre, de la especie humana, del humanista ha sido
importante a lo largo del siglo , rara vez, creo, la Aufklärung se ha considerado a sí
misma como un humanismo. Vale la pena también hacer notar que, a lo largo del siglo
XIX, la historiografía del humanismo en el siglo XVI, que fue tan importante entre
algunos, como Sainte-Beuve o Burckhardt, resultó siempre distinta y en ocasiones
explícitamente opuesta a la Ilustración y al siglo XVIII. El siglo XIX tendió a oponerlos,
tanto al menos como a confundirlos.
De todas formas, creo que así como hay que escapar del chantaje intelectual y político
de “estar a favor o en contra de la Aufklärung”, también hay que escapar del
confusionismo histórico y moral que mezcla el tema del humanismo y la cuestión de la
Aufklärung. Un análisis de sus complejas relaciones en el transcurso de sus dos últimos
siglos sería un trabajo que hay que realizar y que resultaría importante para desenredar un
poco la conciencia que tenemos de nosotros mismos y de nuestro pasado.
B. Positivamente. Pero teniendo en cuenta estas precauciones, evidentemente hace
falta dar un contenido más positivo a lo que puede ser un éthos filosófico que consiste en
una crítica de lo que decimos, pensamos y hacemos, a través de una ontología histórica
de nosotros mismos.
1. Este éthos filosófico puede caracterizarse como una actitud límite. No se trata de un
comportamiento de rechazo. Hay que escapar de la alternativa del afuera y del adentro; es
preciso estar en las fronteras. Ciertamente, la crítica es el análisis de los límites y la
reflexión sobre ellos. Pero si la cuestión kantiana era saber qué limites debe renunciar a
franquear el conocimiento, me parece que la cuestión crítica, hoy en día, se debe tornar
cuestión positiva: en lo que se nos da como universal, necesario, obligatorio, ¿qué parte
hay de lo que es singular, contingente y debido a constricciones arbitrarias? Se trata, en
suma, de transformar la crítica ejercida en la forma de la limitación necesaria en una
crítica práctica en la forma del franqueamiento posible.
Como se ve, esto trae como consecuencia que la crítica se ejercerá no ya en la
búsqueda de estructuras formales que tienen valor universal, sino como investigación
histórica a través de los acontecimientos que nos han conducido a constituirnos y a
reconocernos como sujetos de lo que hacemos, pensamos y decimos. En este sentido esta
crítica no es trascendental, y no tiene como fin hacer posible una metafísica: es una
crítica genealógica en su finalidad y arqueológica en su método. Arqueológica —y no
trascendental— en la medida en que no pretenderá extraer las estructuras universales de
todo conocimiento o de toda acción moral posible, sino que buscará tratar los discursos
que articulan lo que nosotros pensamos, decimos y hacemos, como otros tantos
acontecimientos históricos. Y esta crítica será genealógica en el sentido de que no
deducirá de la forma de lo que somos lo que nos es imposible hacer o conocer, sino que
extraerá de la contingencia que nos ha hecho ser lo que somos la posibilidad de ya no ser,
hacer o pensar lo que somos, hacemos o pensamos.
Esa crítica no pretende hacer posible la metafísica convertida por fin en ciencia; busca
relanzar tan lejos y tan ampliamente como sea posible el trabajo indefinido de la libertad.
2. Pero, para que no se trate simplemente de la afirmación o del sueño vacío de la
libertad, me parece que esta actitud histórico-crítica debe ser también una actitud
experimental. Quiero decir que este trabajo efectuado en los límites de nosotros mismos
debe, por un lado, abrir un dominio de investigaciones históricas y, por otro, someterse a
la prueba de la realidad y de la actualidad, tanto para captar los puntos en los que el
cambio es posible y deseable, como para determinar la forma precisa que se ha de dar a
dicho cambio. Es decir,, esta ontología histórica de nosotros mismos debe abandonar
todos aquellos proyectos que pretenden ser globales y radicales. De hecho, ya se sabe por
experiencia que la pretensión de escapar del sistema de la actualidad para ofrecer
programas de conjunto de otra sociedad, de otro modo de pensar, de otra cultura, de otra
visión del mundo, en realidad no han llevado sino a reconducir las más peligrosas
tradiciones.
Prefiero las transformaciones muy precisas que han podido tener lugar desde hace
veinte años en cierto número de dominios que conciernen a nuestros modos de ser y de
pensar, a las relaciones de autoridad, a las relaciones entre los sexos, a la manera en que
percibimos la locura o la enfermedad, prefiero estas transformaciones que, aun siendo
parciales, han sido hechas en la correlación del análisis histórico y de la actitud práctica,
a las promesas del hombre nuevo que los peores sistemas políticos han repetido a lo largo
del siglo .
Caracterizaría, por tanto, el éthos filosófico propio de la ontología crítica de nosotros
mismos como una prueba histórico-práctica de los límites que podemos franquear y, por
consiguiente, como el trabajo de nosotros mismos sobre nosotros mismos en nuestra
condición de seres libres.
3. Pero, sin duda, sería completamente legítimo hacer la objeción siguiente: al
limitarse a este género de investigaciones o de pruebas siempre parciales y locales, ¿no
existe el riesgo de dejarse determinar por estructuras más generales de las que corremos
el peligro de no tener conciencia ni dominio?
Caben dos respuestas a esto. Es cierto que es preciso renunciar a la esperanza de
acceder alguna vez a un punto de vista que nos podría dar acceso al conocimiento
completo y definitivo de lo que puede constituir nuestros límites históricos. Y desde este
punto de vista la experiencia teórica y práctica que hacemos de nuestros límites y de su
posible franqueamiento es siempre limitada, determinada y, por tanto, una experiencia
que hay que volver a empezar de nuevo.
Pero esto no quiere decir que todo trabajo sólo se pueda hacer en el desorden y la
contingencia. Este trabajo tiene su generalidad, su sistematicidad, su homogeneidad y su
apuesta.
Su apuesta (enjeu). Está indicada por lo que podríamos llamar “la paradoja (de las
relaciones) de la capacidad y del poder”. Se sabe que la gran promesa o la gran esperanza
del siglo , o de una parte del mismo, residía en el crecimiento simultáneo y proporcional
de la capacidad técnica de obrar sobre las cosas y de la libertad de los individuos, de unos
en relación con otros. Por otra parte, se aprecia que, a través de toda la historia de las
sociedades occidentales (tal vez aquí se encuentre la raíz de su singular destino histórico
—tan particular, tan diferente de los demás en su trayectoria y tan universalizante,
dominante, con respecto a los otros—), la adquisición de las capacidades y la lucha por la
libertad han constituido los elementos permanentes. Ahora bien, las relaciones entre
crecimiento de las capacidades y crecimiento de la autonomía no son tan simples como el
siglo XVIII podía creer. Se ha podido ver qué formas de relaciones de poder se
transmitían a través de tecnologías diversas (ya se trate de producciones con fines
económicos, de instituciones para regulaciones sociales, de técnicas de comunicación):
las disciplinas a la par colectivas e individuales, los procedimientos de normalización
ejercidos en nombre del poder del Estado, de las exigencias de la sociedad o de sectores
de la población, constituyen ejemplos al respecto. Así pues, el reto (enjeu) es: ¿cómo
desconectar el crecimiento de las capacidades y la intensificación de las relaciones de
poder?
Homogeneidad. Es lo que conduce al estudio de lo que se podría denominar los
“conjuntos prácticos”. Se trata de tomar como dominio homogéneo de referencia no las
representaciones que los hombres se dan de sí mismos, ni las condiciones que los
determinan sin que lo sepan, sino lo que hacen y la manera en que lo hacen. Es decir, las
formas de racionalidad que organizan las maneras de hacer (lo que se podría llamar su
aspecto tecnológico), así como la libertad con la cual actúan en estos sistemas prácticos,
reaccionando a lo que hacen los otros y modificando hasta cierto punto las reglas de
juego (es lo que se podría llamar la vertiente estratégica de esas prácticas). La
homogeneidad de estos análisis histórico-críticos está, por tanto, asegurada por este
dominio de las prácticas con su vertiente tecnológica y su vertiente estratégica.
Sistematicidad. Tales conjuntos prácticos dependen de tres grandes ámbitos: el de las
relaciones de dominio sobre las cosas, el de las relaciones de acción sobre los otros y el
de las relaciones consigo mismo. Esto no quiere decir que estos tres ámbitos sean
completamente extraños los unos para con los otros. Es bien sabido que el dominio sobre
las cosas pasa por la relación con los otros; y ésta implica siempre relaciones de uno
consigo mismo; e inversamente. Pero se trata de tres ejes cuya especificidad e
intrincación es preciso analizar: el eje del saber, el eje del poder y el eje de la ética. En
otros términos, la ontología histórica de nosotros mismos tiene que responder a una serie
abierta de cuestiones, se ha de ocupar de un número no definido de investigaciones que es
posible multiplicar y precisar tanto como se quiera; pero todas ellas responderán a la sistematización siguiente: ¿cómo nos hemos constituido como sujetos de nuestro saber?;
¿cómo nos hemos constituido como sujetos que ejercen o sufren relaciones de poder?;
¿cómo nos hemos constituido como sujetos morales de nuestras acciones?
Generalidad. Finalmente, estas investigaciones histórico-críticas son muy particulares,
en el sentido de que siempre se refieren a un material, a una época y a un cuerpo de
prácticas y de discursos determinados. Pero al menos a escala de las sociedades
occidentales de las que derivamos, tales investigaciones tienen su generalidad, en el
sentido de que, hasta nosotros, han sido recurrentes; es lo que sucede con el problema de
las relaciones entre razón y locura, o enfermedad y salud, o crimen y ley; o con el
problema de qué lugar cabe dar a las relaciones sexuales, etc.
Pero si evoco esta generalidad no es para decir que es preciso volverla a trazar en su
continuidad metahistórica a través del tiempo, ni tampoco seguir sus variaciones. Lo que
hace falta captar es en qué medida lo que sabemos de esto, las formas de poder que ahí se
ejercen y la experiencia que ahí hacemos de nosotros mismos no constituyen sino figuras
históricas determinadas por cierta forma de problematización que define objetos, reglas
de acción y modos de relación consigo mismo. El estudio de los modos de
problematización, de las problematizaciones (es decir, de lo que no es ni constante
antropológica, ni variación cronológica), es, pues, la manera de analizar, en su forma
históricamente singular, cuestiones de alcance general.
Unas líneas de resumen para terminar y volver a Kant. No sé si alguna vez llegaremos
a ser mayores de edad. Muchas cosas en nuestra experiencia nos convencen de que el
acontecimiento histórico de la Aufklärung no nos ha hecho mayores de edad, y de que no
lo somos aún. Me parece, sin embargo, que se puede dar un sentido a esta interrogación
crítica sobre el presente y sobre nosotros mismos que Kant ha formulado reflexionando
sobre la Aufklärung. Asimismo me parece que tal es incluso una manera de filosofar que
no ha carecido de importancia ni de eficacia en los dos últimos siglos. La ontología
crítica de nosotros mismos se ha de considerar no ciertamente como una teoría, una
doctrina, ni tampoco como un cuerpo permanente de saber que se acumula; es preciso
concebirla como una actitud, un éthos, una vida filosófica en la que la crítica de lo que
somos es a la vez un análisis histórico de los límites que se nos han establecido y un
examen de su franqueamiento posible i .
i
Foucault reconoce la importancia de la revolución en cuanto virtualidad permanente, y no tanto por sus
efectos inmediatos. De ahí que la pregunta sea también: ¿qué hacer de la voluntad de revolución? Pero cabe
Dicha actitud filosófica se debe traducir en un trabajo de investigaciones diversas;
tales investigaciones tienen su coherencia metodológica en el estudio a la par
arqueológico y genealógico de prácticas consideradas simultáneamente como tipo
tecnológico de racionalidad y juegos estratégicos de libertades; tienen, además, su
coherencia teórica en la definición de las formas históricamente singulares en las que han
sido problematizadas las generalidades de nuestra relación con las cosas, con los otros y
con nosotros mismos. Y tienen su coherencia práctica en el cuidado puesto en someter la
reflexión histórico-crítica a la prueba de las prácticas concretas. No sé si hoy en día hace
falta decir que el trabajo crítico implica aún la fe en la Ilustración; considero que siempre
necesita el trabajo sobre nuestros límites, es decir, una labor paciente que da forma a la
impaciencia de la libertad.
“otro modo de interrogación crítica”: “"¿Qué es eso de nuestra actualidad?". "¿Cuál es el campo actual de
experiencias posibles?" No se trata aquí de una analítica de la verdad, se tratará de lo que se podría llamar
una ontología del presente, una ontología de nosotros mismos, y me parece que la elección filosófica con la
que nos encontramos confrontados actualmente es ésta: cabe optar por una filosofía crítica que se presente
como una filosofía analítica de la verdad en general, o bien se puede optar por un pensamiento crítico que
adopte la forma de una ontología de nosotros mismos, de una ontología de la actualidad; es esta forma de
filosofía que, de Hegel a la escuela de Francfort, pasando por Nietzsche y Max Weber ha fundado una
forma de reflexión en la que he intentado trabajar”. Con estas palabras termina el extracto del curso de
1983, también titulado “Qu’est-ce que les Lumières?” D.E., t. IV, págs. 679-688, véanse págs. 687-688;
trad. cast. en Saber y verdad, Madrid, Piqueta, 1985, págs. 197-207). (N. del ed.)
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