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SPN 311
Otoño 2007
Apuntes: La política de no intervención.
La política de no intervención.
Las grandes potencias democráticas en general simpatizaban con la causa de
la República española, pero se negaron a ofrecer asistencia militar. En
cambio, las dictaduras fascistas optaron por ayudar a Franco y los
insurgentes desde el principio con aviones, armamento, municiones, tanques
y tropas.
Alemania. Los alemanes querían aumentar sus intereses comerciales en
España. Pero en aquel entonces, Hitler estaba ocupado con el rearmamento
de Alemania, la incorporación de Austria en la Tercera Reich y la expansión
militar hacia el este. No quería, por ahora, una guerra europea general. No
obstante, dio luz verde a los planes de ayudar a Franco y los insurgentes
porque pensaba que la guerra española tendría una duración corta y que las
necesidades de Franco no estorbarían el proceso de rearmamento de
Alemania. Tampoco le agradaba la posibilidad de que llegara a controlar el
Estrecho de Gibraltar un Gobierno comunista. Además Hitler pensó que la
guerra de España serviría muy bien como campo de entrenamiento para los
aviones alemanes y sus pilotos, sistemas de comunicación, artillería y
tanques con sus respectivos equipos.
Italia. Mussolini todavía estaba feliz por su conquista de Etiopía (1935).
Pensaba por razones de virilidad y destino imperial que era importante que
las fuerzas italianas participaran en otra guerra. Se jactaba Mussolini de sus
planes para dominar el Mediterráneo, y Franco permitió que los italianos
establecieran una base aérea y naval en la isla de Mallorca.
Portugal. La dictadura de Salazar simpatizaba con los insurgentes desde el
principio. Para él, la victoria de los insurgentes era un asunto de vida y
muerte. Su policía de fronteras y sus espías militares colaboraban
directamente con los insurgentes. Eventualmente mandó hasta 20.000
soldados de la Legión Portuguesa a luchar en el bando nacionalista.
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Francia. La mayoría del pueblo francés esperaba una victoria republicana.
La mayoría del Gobierno también simpatizaba con el Frente Popular, pues
temía que una victoria nacionalista aislaría a Francia ya flanqueada por dos
países fascistas (Alemania e Italia). Sin embargo, los franceses no querían
repetir los horrores de la Primera Guerra Mundial y estaban dispuestos a
evitar la guerra con Alemania a todo costo.
Inglaterra. Los ingleses tenían muchas inversiones en España. También
era sensible al balance de poder en el Mediterráneo, especialmente con
respecto a lo que sucediera en Gibraltar y Tánger. El partido laboral y la
mayoría de los intelectuales ingleses apoyaban fuertemente a la República.
Los conservadores y la mayoría del Gobierno de Stanley Baldwin
simpatizaban con los insurgentes. El Gobierno inglés esperaba una victoria
rápida y no demasiado cruel de los nacionales. Baldwin quería mejorar las
relaciones con Alemania e Italia y mantener la alianza tradicional con
Portugal mientras tranquilizaba a Francia.
La Unión Soviética. Stalin apoyaba a la República porque no quería que
una victoria insurgente diera aliento a la derecha francesa. Stalin necesitaba
a las otras democracias (Inglaterra, Francia, Estados Unidos) como aliados
en la lucha contra la expansión oriental del fascismo. Por lo tanto, no quería
que la República fuera derrotada; al mismo tiempo, no quería una victoria
total de la izquierda revolucionaria porque temía que esto causara que
Francia y Bretaña hicieran un pacto con los dictadores fascistas contra una
España Soviética y una Rusia Soviética.
La meta principal de Francia y Gran Bretaña era prevenir que la guerra civil
española se convirtiera en una guerra europea más amplia. Por lo tanto,
propusieron a principos de agosto, que se formara un comité de no
intervención cuya función sería evitar que ambos bandos en el conflicto
recibieran armas desde fuera. Para el 28 de agosto, Alemania e Italia habían
aceptado esta idea "en principio".
El Comité de No Intervención resultó ser una farsa. Desde el principio, el
presidente del comité, Lord Plymouth, usaba su poder para proteger a las
potencias fascistas y de acusar a los soviéticos. A fin de cuentas, el acuerdo
de no intervención era una estrategia diplomática que ofrecía una cubierta
bajo la cual los varios países podían seguir sus propios intereses. Pero
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también privó al Gobierno republicano, el Gobierno legítimo de España, de
su derecho de comprar armas legalmente.
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