Concepto de alucinación

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“El campo de batalla en el que se enfrentan las teorías”
Deconstrucción histórica del concepto de alucinación y visión clínica actual
Introducción
Lanteri-Laura en el prólogo de su texto “Las Alucinaciones” dice que interrogarse sobre
cuestiones relativas a las mismas “…puede parecer un asunto frívolo y caduco, carente de
importancia y al mismo tiempo de actualidad” (1). Concuerdo con él cuando diciente. Nada
es más actual que la clínica. Se impone, está siempre vigente y en constante evolución.No
puede concebirse como algo estático. Nos permite tomar contacto con la realidad de la
enfermedad mental. A través de la clínica intentamos volver aprehensible lo inefable.
Han pasado más de 200 años desde el nacimiento de la psiquiatría (y unos cuantos más
desde que el hombre convive con la concepción de locura), y aún no tenemos una teoría
universalmente aceptada que dé cuenta de cómo definir una alucinación. De la mano del
modelo biorreduccionista preponderante las referencias se han multiplicado sin que ninguna
haya podido imponerse a las otras. Frente a una oferta exponencial de “nuevas
explicaciones” cabe recordar que el acumular información no siempre es sinónimo de
adquirir conocimiento.
Paul Guiraud decía que “El problema de las alucinaciones es el problema central de la
psiquiatría: …el campo de batalla en el que se enfrentan las teorías”(1). Ciertamente la
concepción de alucinación fue evolucionando desde la polisemia previa a Esquirol hasta las
definiciones más contemporáneas pero no por ello menos exiguas.
Ya en 1854 Falret señalaba que la alucinación como fenómeno “parece a primera vista estar
situado, por su rareza, fuera de todos los fenómenos conocidos y no parece que pueda
aproximarse a ninguno de ellos, ni a título de comparación, ni a título de explicación”(2).
Negada por quienes la consideran una construcción y menoscabada por aquellos que la
reducen a un fenómeno simple o, peor aún, a una mera excitación sensorial, la alucinación,
existe y se impone al observador.
En el presente trabajo me propongo realizar un intento, si bien modesto, de desenvolver su
complejidad y entender a la alucinación por lo que es: un “hecho psicopatológico”(3,4), que
está allí como objeto de múltiples discusiones, pero al que no se le puede negar el “estar”
[Escriba texto]
como realidad clínica. Una realidad clínica que convoca al psiquiatra y, en las palabras de
Humberto Casarotti , lo sobrecoge “no por lo extraño que sea el contenido del percepto que
le es relato, sino por la extrañeza que implica…que alguien percibe lo irreal como realidad”
(5). La alucinación está íntimamente relacionada con lo que interpretamos cómo “realidad”;
la creencia en la realidad de lo irreal. Pero veremos que la importancia del alucinar no está
dada sólo por la presencia de dicho fenómeno sino lo que condiciona su aparición: una
desorganización estructural del psiquismo, siendo lo contrario de un progreso hacia la
libertad; un verdadero hecho psicopatológico (3,4,6).
En el más simple de los casos, para hacer hoy en día diagnóstico de alucinación,
necesitamos estar frente a un sujeto que dé cuenta de una experiencia sensible, innegable,
que tenga la apariencia de una percepción, que se ubique fuera de su subjetividad y que no
esté conforme a la realidad del observador. Sin embargo, cada una de estas condiciones es
cuestionada en la práctica diaria, y vemos que son los menos los casos en que se cumplen
estos requisitos. Esto deja en evidencia que, ni la alucinación es un hecho simple, ni la
concepción que tenemos de ella está libre de contradicciones. Se trata de un fenómeno
complejo el cual es indispensable estudiar sin desentenderse de las influencias del pasado,
recordando que hay un precedente que fue conformando lo que hoy entendemos (con
mayor o menor disidencia) por “Alucinación”.
[Escriba texto]
“Un hombre que tenga la convicción íntima de una sensación percibida actualmente,
mientras que no está al alcance de sus sentidos ningún objeto exterior específico que
provoque dicha sensación, está en un estado de alucinación: es un visionario.”(7)
Así inicia Esquirol la aproximación a dicho fenómeno en el capítulo dedicado a las
alucinaciones en su obra compilatoria de 1838.
Si bien la alucinación había sido estudiada remitiendo únicamente a fenómenos de la vista,
Esquirol señala que puede presentarse en todas las variedades sensoriales. Inmerso en el
paradigma de la alienación mental y la dicotomía razón-locura, remarca que “este síntoma
es muy frecuente; es uno de los elementos de la locura y puede ser encontrado en todas las
variedades de esta enfermedad”(1,7,8). Lo diferencia de las “falsas sensaciones”, las
“ilusiones de los sentidos”, las “percepciones erróneas” y los “errores de la sensibilidad
orgánica”(7). Así vemos que lo caracteriza a la concepción de Esquirol es que las
alucinaciones son percepciones sin objeto pero las cuales se acompañan de un juicio de
realidad, la “convicción” de que hay un objeto real. Les otorga una objetividad espacial y
sensorialidad. (7,9)
Baillarger acepta implícitamente la definición de alucinación Esquirol y se interroga sobre
la naturaleza de la misma proponiendo una distinción en dos variedades. Dice respecto a
esto: “Creo que cabe admitir dos tipos de alucinaciones: unas completas, compuestas por
dos elementos, y que son el resultado de la doble acción de la imaginación y de los órganos
de los sentidos: éstas son las alucinaciones psicosensoriales; las otras, que sólo se deben al
ejercicio involuntario de la memoria y de la imaginación, son completamente extrañas a los
órganos de los sentidos, carecen de elemento sensorial y por ende son incompletas: son las
alucinaciones psíquicas.” (1) La aportación original de Baillarger tiene que ver no sólo con
su identificación de las alucinaciones psíquicas (separadas netamente de la sensorialidad y
que luego serán remitidas al campo del lenguaje) sino también, como bien señalan H. Ey y
H Claude, con una insistencia en el carácter involuntario de los fenómenos alucinatorios.
(9) Para él lo que caracteriza a estos últimos es que se presentan como hechos ajenos a la
personalidad. De hecho, este es el único elemento común que halla entre sus dos grandes
clases de alucinaciones.
[Escriba texto]
En sus lecciones clínicas Falret propone una definición cercana a la de Esquirol: “la
alucinación, esta percepción sin objeto, como se ha repetido a menudo, o si se prefiere, ese
constante rumiar de la sensación…”. Continúa diciendo: “… quien cree ver, escuchar, oler,
probar y tocar claramente, cuando la vista, el oído, el olfato, el gusto y los tegumentos no
reciben ninguna impresión, alucina.” (1,2,9) Enumera las alucinaciones según el campo
sensorial y es uno de los primeros en poner aparte las alucinaciones del oído a las que
atribuye su gran frecuencia dada la “estrecha relación existente entre el pensamiento y su
expresión mediante la palabra” (1, 2) .Falret es una de los pioneros en criticar la
comparación demasiado simplicista entre el sueño y la alucinación. (1,2) Propone acercar
las alucinaciones e ilusiones “tan cuidadosamente separados por Esquirol”, y ubicar “los
numerosos lazos que los unen, en todas las formas de le enfermedad mental, a las demás
alteraciones intelectuales.”(2)
Con respecto a la separación establecida por Baillarger entre las alucinaciones psíquicas y
psicosensoriales, ésta no le parece fundada en un conocimiento exacto sino apoyada en
diferencias de grado. “Nosotros vemos, en uno y en el otro caso, los mismo elementos
esenciales constitutivos de la alucinación, a saber: La creación espontánea de una imagen
ajena a la acción de la voluntad y al margen del yo, que se produce sin tener conciencia de
ello.”(2) Insiste, así, en la producción totalmente pasiva de alucinación que “priva al
espíritu de la conciencia de su acción e implica, necesariamente, la creencia de una
separación completa entre el fenómeno y el Yo. Esta característica, en un primer momento,
parece establecer una línea de demarcación infranqueable entre el estado sano y el estado
patológico.” (2)
En 1855 surgió un debate en la Société Médico-Psychologique sobre la definición y teoría
de las alucinaciones que se extendió hasta abril de 1856. Dicha discusión, que se hizo
célebre en los anales de la psiquiatría francesa, se desarrolló alrededor de tres temas: 1) ¿Se
podrían considerar alguna vez las alucinaciones como experiencias “normales”? 2) ¿La
sensación, la imagen y a alucinación forman un continuum? 3) ¿Eran estados similares las
alucinaciones, los sueños y el trance? (10)
Por un lado Buchez, Maury, Bierre de Boismont, Peisse y Leuret y Delasiauve sostenían
que la alucinación no era más que una representación fuerte, mientras que Baillarger,
[Escriba texto]
Garnier, Michea y de Castelnau veían entre la simple representación y la alucinación una
diferencia de naturaleza. Para estos últimos la alucinación se presentaba siempre como un
fenómeno patológico.
Los partidarios de la alucinación como simple diferencia de grado, se representaban a la
misma como una representación muy viva que podía hallarse independientemente de toda
aberración mental. (9) El postulado de varias teorías neurológicas que se desarrollaron era
el mismo: la alucinación es un fenómeno independiente de todo trastorno intelectual, nace
en un cerebro sano; es un residuo de la percepción. La consideraban como algo que
dormitaba en los pliegues del cerebro y que era liberada ante un proceso de excitación que
le restituía su objetividad. Esta imagen bastaba para imponer un juicio de realidad en
cuanto se presentaba a la conciencia. (9,10)
Este debate terminó casi inconcluso y en la opinión de H Ey lo que lo caracterizó “fue su
extraordinaria confusión.” “En otras palabras, en esta discusión…estalla la contradicción
entre la idea de que la alucinación es un fenómenos sensorial absolutamente heterogéneo a
la imaginación y la idea de que al alucinación es un simple efecto de la imaginación. En
ambos casos la alucinación no existe”, ya sea por ser reducida abusivamente a una
“imagen”, una “sensación” o a un “objeto físico” (estimulación eléctrica o mecánica). (3)
Séglas, “el genial presentador de los casos de La Salpetriere”(11), consagró numerosos
trabajos a las alucinaciones. En 1892 publica “Trastornos del lenguaje en los alienados” y
tres años más tarde “Lecciones clínicas sobre las enfermedades mentales y los nervios”.
(11) Al inicio de su carrera desarrolla el estudio de las alucinaciones inspirándose en los
conocimientos morfológicos y funcionales de la corteza y los modelos de la afasia. En un
primer momento mantiene la definición de Esquirol:“Se han multiplicado las definiciones
de la alucinación. La mejor, a mi entender, es la que se presenta como una percepción sin
objeto”, y adhiere a la teoría que relaciona a la alucinación con un trastorno funcional de
los centros corticales. (1,11) Separa las alucinaciones sensoriales (que afectan el oído, vista,
olfato, tacto) de aquellas otras que conciernen al lenguaje.
Observando algunos de los enfermos ingresados en La Salpetriere, Séglas identificó que
varios de ellos musitaban las palabras que decían oír y que atribuían a las voces. Precisa
respecto a esto: “…las palabras que pronunciaban no guardan relación con sus ideas
[Escriba texto]
conscientes: esto es lo constituye la verdadera alucinación verbal motriz.”(11) Asimismo,
señala que las alucinaciones que “Baillarger llama psíquicas son sólo alucinaciones
psicomotrices que conciernen al centro del lenguaje articulado”(11) y que podrían
explicarse como el reverso de las afasias. (11,11) Este tipo de alucinaciones “son muy
variables en cuanto a su intensidad”. Diferencia tres grados: 1) Alucinación verbal kinésica
simple: “simple conversación mental.” Se trata de alienados que “sólo tienen la voz
interior” y el observador no puede reconocer las características del fenómeno más que a
partir de las descripciones de los pacientes. 2) Alucinación verbal motriz completa:
“Hablan en voz baja o solamente hacen movimientos articulatorios elementales con los
labios.” 3)Auténtica impulsión verbal: En este caso la alucinación se manifiesta en voz
alta. (11)
Así Séglas renueva el concepto clínico y teórico de la alucinación al individualizar a las
alucinaciones psicomotrices y reducir a las alucinaciones psíquicas de Baillarger a una
forma dentro de estas. Además, con las impulsiones verbales queda claramente remarcado
que se trata de fenómenos que escapan a la voluntad y a la personalidad del sujeto.
Ya a decir verdad otros autores habían apuntado a lo mismo. En 1834 Leuret había
planteado que la alucinación es un “fraccionamiento del espíritu, un verdadero dualismo en
un mismo individuo.” Del mismo modo Moreau de Tours (1845) dice a este respecto que
no sólo hay transformación del pensamiento en sensación, sino que “hay alienación del
pensamiento”. (9)
Lo que se observa entonces es un paso progresivo del concepto de alucinación como una
percepción a la cual el alucinado da un cuerpo, “una sensorialidad” que presenta además
objetividad espacial; a una alucinación que tiene como punto de partida una sensación fuera
del yo. Una sensación no integrada al yo u opuesta que constituirá posteriormente el
fenómeno xenopático.
Más adelante en su carrera Séglas pone en tela de juicio el valor explicativo de sus modelos
de 1892. Así lo precisa en el prólogo que redacta en 1934 para el libro de H Ey
Hallucinations et délires (1). Condensa de esta manera su idea : “En resumen, lo que ahora
constituye la característica de estos fenómenos no es manifestarse como más o menos
parecidos a una percepción exterior, sino ser fenómenos de automatismo verbal, un
[Escriba texto]
pensamiento verbal separado del yo, podría decirse que un hecho de alienación del
lenguaje.” (1,9)
Justamente esta noción de alucinación como algo ajeno al sujeto que obliga a ubicarlo fuera
de él, se superpone en ese momento a la interpretación mecanicista del fenómeno, la cual a
su vez le garantizaba al máximo la “no-integración” a la personalidad. Serán estas dos
corrientes de ideas las que desemboquen en la doctrina del Automastismo mental de
Clerambault.
Las contribuciones psiquiátricas de Clerambault, las cuales estuvieron siempre ligadas a la
Enfermeria Especial de la prefectura de la policía de París, representaban una modalidad
de práctica clínica “veloz” con especial preferencia por las“patologías debutantes”. (12,13)
Entre 1909 y 1934 Clerambault describe el automatismo mental. (13) Con las alucinaciones
psíquicas de Baillarger y las observaciones de Séglas, ciertos aspectos de la clínica de las
alucinaciones parecían algo atípicas (el eco del pensamiento, el robo del pensamiento) (1)
Clerambault sacó a estos elementos de la marginalidad y les atribuyó el concepto de
automatismo mental y un papel inicial y decisivo en las psicosis.
Se refiere al pequeño automatismo mental de esta manera: “…por automatismo entiendo
los fenómenos clásicos: pensamiento anticipado, enunciación de actos, impulsiones
verbales, tendencia a los fenómenos psicomotores…Son los fenómenos señalados por
Baillarger y descritos magistralmente por Seglas. Los opongo a las alucinaciones auditivas,
es decir a las voces objetivadas, individualizadas y temáticas; también a las alucinaciones
psicomotrices caracterizadas; en efecto, estos dos tipos de voces – las auditivas y las
motrices- son tardíos en relación con los fenómenos mencionados.”(1) Rechazando toda
ideogénesis propone considerar este síndrome como el efecto de un proceso irritativo
cerebral de evolución lenta y a partir de allí poder entender su progresión desde los
fenómenos sutiles, a las voces constituidas con sus cuatro caracteres (verbales, objetivas,
individualizadas y temáticas) y luego hasta el gran automatismo mental.(13)
Remarca en relación al síndrome de pasividad: 1) su contenido esencialmente neutro 2) su
carácter no sensorial y 3) su papel inicial en la psicosis. (1,13)
Al referirse al pequeño automatismo, Clerambault remite a fenómenos siempre carentes de
sensorialidad y que no obstante pertenecen al registro del lenguaje interior. Fenómenos en
[Escriba texto]
los que “el pensamiento que se vuelve ajeno” vuelve “en una forma indiferenciada y no en
una forma sensorial definida.” (1)
Con el avenimiento del paradigma de las grandes estructuras la neurología deja la edad de
oro de las localizaciones cerebrales para poner en primer plano las estructuras globalistas.
Se trataba de una nueva manera de pensar las relaciones entre la organización y el
funcionamiento del sistema nervioso central. (1,14)
La evolución de la neurología produjo efectos en la psiquiatría. La psiquiatría ante el riesgo
de ver como sus enfermedades se multiplicaban y los signos se fragmentaban perdiendo su
valor práctico, sin aceptar el regreso a la unicidad de la alienación, encuentra algo parecido
a una solución con la noción de las grandes estructuras, cuyo elemento más importante
proviene de la teoría de la forma.
En el terreno de las alucinaciones prima la concepción de que las mismas son consecuencia
de un estado psíquico global. (1)
Séglas, como remarcamos previamente, se va poco a poco alejando de su propia teoría de
1892 y elabora un concepto radicalmente distinto que esboza en 1913 y luego desarrolla en
1934. Señala a las ideas de disolución del psiquismo como condición primera de las
manifestaciones alucinatorias. “En adelante ya no se puede considerar que es una mera
perturbación psicosensorial, un ‘delirio de sensaciones’ según el término usado antes.
Ahora es un verdadero delirio, en toda la extensión de la palabra”.(1)
Durante este período el interés pasa a ser de orden psicopatológico y las verdaderas
alucinaciones proceden de las estructuras psicóticas. No se psicótico porque se alucina, sino
que se alucina porque previamente se es psicótico.
Minkowski y Strauss se interesan por el espacio en el cual tienen lugar todas estas
experiencias. Consideran que el alucinado ha perdido la capacidad y libertad que tiene el
sujeto normal de ir hacia el objeto o mantenerlo a distancia en este espacio. Ambos autores
están de acuerdo con M. Merleau-Ponty: “Lo que garantiza al hombre sano contra el
delirio o la alucinación no es su crítica, es la estructuración de su espacio…La alucinación
como mito se produce por el estrechamiento de su espacio vivido.”(1,3)
Todos los trabajos fenomenológicos que se refieren a la diversidad de experiencias
alucinatorias muestran que es necesaria una perturbación de la experiencia perceptiva en el
[Escriba texto]
mundo. J. P. Sarte (1940) lo expone de esta manera: “…si la alucinación se une al mundo
de la percepción es en tanto que éste ya no es percibido sino soñado por el enfermo en la
que medida en que se ha vuelto irreal.” (1)
G. Lanteri-Laura resume la postura fenomenológica con estas palabras: “Así pues, ya no
hay que preguntarse cómo lo irreal llega a hacerse pasar fraudulentamente por lo real en
una actividad perceptiva intacta, sino comprender que sólo se puede alucinar a condición de
que la presencia sensorial del mundo se ha desorganizado, de manera que la distinción
cardinal de lo real percibido y de lo imaginario irreal deja de ser clara.” (1)
Henri Ey en su tratado de las Alucinaciones de 1973 recoge la mayor parte de los trabajos
que desarrolló a lo largo de su vida desde 1927. Primariamente hay que comprender el
contexto cultural y psiquiátrico que primaba antes de la edición del tratado en el cual se
destaca un pensamiento sociogénico que era “negador de la realidad de la enfermedad
mental y del sujeto". De la mano del organodinamismo, que era no sólo el centro de su obra
sino una alternativa superadora a la antinomia organogénesis-psicogénesis, Ey postula la
aparición de las enfermedades mentales como desestructuraciones globales del ser psíquico.
(3,4,6)
La alucinación es concebida como una liberación, como los efectos positivos resultantes de
la disolución global de las funciones perceptivas, cuyos efectos negativos pertenecen al
terreno de la regresión ontogénica (la del sujeto) y filogénica (la de la especie) (3,6) Plantea
una distinción entre las ilusiones de ejercicio normal de la percepción y las alucinaciones
como fenómenos patológicos. Dentro de estas últimas separa dos especies: las
alucinaciones delirantes y las eidolias alucinósicas. Las verdaderas alucinaciones, que H Ey
llama delirantes, conciernen a la estructura psicótica y constituyen su aspecto más liberado
y positivo (3)
Considera que la distribución de la actividad alucinatoria en función de los sentidos es
“arbitraria e ilusoria” porque la base de la alucinación no es primitivamente sensorial e
implica además una alteración global de la realidad. (3)
Desarrolla cuarto ideas directrices en torno a la alucinaciones: 1) La alucinación es un
“fenómeno patológico”, o no es. Es radicalmente heterogéneo frente a todas las variedades
individuales o culturales de la actividad perceptiva. No puede reducirse a las fantasías de la
[Escriba texto]
imaginación y siempre es el resultado de una acción que desorganiza el cuerpo psíquico.En
este sentido “su apofanía es apocalíptica” (3) 2) Es irreductible a la teoría mecanicista,
efecto de una excitación neurosensorial. 3) “No puede ser únicamente la proyección de un
afecto, aunque el mismo sea inconsciente. Su estructura negativa… es incompatible sólo
con la fuerza del deseo y necesita otra dimensión, la de un déficit o de un daño en el
sistema de la realidad.” (3) 4) La alucinación exige para su comprensión y explicación,
recurrir a un modelo jerarquizado de un plan de organización del organismo psíquico. (3)
H Ey sostiene que la definición tradicional de alucinación como “percepción sin objeto”
es “elíptica y contradictoria” (1,3) puesto que esta debe tener los atributos de una
percepción sin que su objeto sea real, pero la falsificación no recae sobre la vivencia
sensible sino que se centra en la realidad de un falso objeto. Así, distingue la alucinación de
la simple imaginación, de las anomalías sensoriales y las ilusiones. Propone reemplazar la
definición precedente, por la de “una percepción sin objeto para percibir” (1,3) . Lo q
significa que no debe ser percibido, o que sólo es percibido por una falsificación de la
percepción. Alucinar es tomarse a sí mismo como objeto de la percepción. (1,3)
En su tratado sobre la “Conciencia” explica que las alucinaciones constituyenla
problemática de la conciencia que toma por objeto la experiencia de su propio pensamiento:
“Lo que pienso se transforma en un objeto que se separa de mí. Lo que me digo se
convierte en lo que me dicen. Me hablo y eso se vuelve lo que habla en mí. Más en general,
mi pensamiento es vivido como el pensamiento de otro. El pensamiento es …sometido
como tal a la física del mundo natural (vibraciones, ondas, flujo) donde sus propiedad
acústicas prevalecen sobre el sentido” (15). Entiende esto como la desestructuración del
espacio vivido del pensamiento y del lenguaje. (15)
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Conclusión
En este escueto recorrido histórico partimos de la idea de alucinación como percepción sin
objeto, pasamos luego por la noción de objetividad psíquica y xenopatía, la cual se
superpone con la interpretación mecanicista, para finalizar considerándola la consecuencia
de un estado psíquico global, y más específicamente refiriéndonos a H Ey, de una
desestructuración global del psiquismo.
Pudimos observar como el concepto de alucinación fue evolucionando manteniéndose
siempre sincrónico con el pensamiento de su época. Esto nos recuerda que no es posible
comprender la forma en que percibimos la enfermedad mental y sus síntomas sin observar
el trasfondo epistemológico en el que estos se configuran. Recordando que al hablar de
síntomas mentales, no estamos bajo ningún concepto hablando de objetos naturales (16), no
nos resulta llamativo lo escurridiza que se presenta la alucinación frente al intento de
definirla. Después de todo se trata de un fenómenooscuro, transgresor e inefable.
Henri Ey en el prólogo de su “Tratado de las Alucinaciones” se refería al problema que
suponía introducir ilustraciones (imágenes, dibujos, reproducciones): “Por su naturaleza
misma la alucinación es rebelde a su representación plástica, es decir a su objetividad. Toda
ilustración de la Alucinación es una traición y un error. No se pueden reproducir las
imágenes del sueño sin hacer perder a la experiencia onírica lo esencial de su carácter
privado… La alucinación huye bajo la mirada objetiva de los otros, no en el sentido de que
“nosotros” no pudiésemos aprehenderla clínicamente como realidad, sino porque su
realidad no es, por así decirlo, de este mundo, de este mundo en el cual los medios de
expresión del alucinado (cuando los poseé, con y sin talento) transforman la percepción sin
objeto hasta ser un objeto propuesto a la percepción de los otros.”(3)
Ciertamente del mismo modo en que no se pueden reproducir las imágenes del sueño, todo
intento de definir la alucinación será inacabado, insuficiente y atentará contra su naturaleza,
la misma que numerosos autores han intentado aprehender. Esto nos convoca a
interrogarnos sobre que es lo esencial de dicho fenómeno y que es superfluo y contingente.
Sólo de este modo podremos aproximarnos a delimitar sus contornos. Binet y Simon al
referirse al valor de los síntomas en psiquiatría dicen que “Ciertos síntomas son
característicos, otros son triviales, o más bien hay en cada síntoma una parte trivial que hay
[Escriba texto]
que descuidar y una parte característica que hay que retener…puesto que lo importa no son
los síntomas, sino el estado mental que los condiciona.” (17)
La alucinación tomada como síntoma puede conducir erróneamente a buscar alteraciones
en la sensibilidad o en una función aislada. Pero, se nos escapa si intentamos asirla con los
mismos métodos con los que aprehendemos el mundo natural. Sin embargo como
fenómeno se aleja de su aparente parentesco con las aberraciones de los sentidos y
“manifiesta una desorganización del ser psíquico.” (3,4)
Se trata de una objetivación del “hecho psicopatológico” (3,4) Muchas veces este no se
presenta como algo inmediatamente perceptible o evidente lo que no implica que no parta
de una realidad clínica irrecusable.
En las palabras de Ey: “…lo psicopatológico no salta a los ojos como la herida, con su llaga
y su sangre derramada, pero llega a ser objeto del conocimiento diacrítico o diferencial
cuando se impone a la percepción del médico, como un desorden de la desorganización,
como una descomposición. Su reconocimiento lo hace aparecer como “la manifestación
visible e inteligible de un defecto o déficit de integración normativa de la vida de
relación…”; una patología de la libertad (4). Libertad entendida como “actualización de
nuestras posibilidades de ser” y fundamentalmente como rasgo de la existencia humana que
se pierde en las formas de desintegración psicótica.(18)
Me remito nuevamente a la clínica como herramienta fundamental para posicionarse frente
al padecimiento psíquico, tratándose siempre de una clínica versátil y abierta a los
cuestionamientos; una clínica que nos permita percatarnos de errores y limitaciones,
cuestionar sus fundamentos, marcar los límites de su campo y preferir una conciencia
crítica a un señuelo dogmático.
H Ey en el prefacio de su libro “En defensa de la psiquiatría” escribe las siguientes
palabras: “Pues-entiéndase bien-la psiquiatría es “médica” o no es…” (4). Efectivamente la
psiquiatría es médica, pero sin olvidar que lo es debemos reconocer que también es
antropológica, social, psicológica, filosófica…, y que ella tiene ser tan abierta y flexible
como debiera serlo su práctica clínica, en la cual lo primordial es siempre lo singular.
[Escriba texto]
Bibliografía
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