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ESPACIO,
TIEMPO
Y FORMA 27
AÑO 2014
ISSN 1131-768X
E-ISSN 2340-1400
SERIE IV HISTORIA MODERNA
REVISTA DE LA FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA
ESPACIO,
TIEMPO
Y FORMA 27
AÑO 2014
ISSN 1131-768X
E-ISSN 2340-1400
SERIE IV HISTORIA MODERNA
REVISTA DE LA FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA
http://dx.doi.org/10.5944/etfiv.27.2014
UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA
La revista Espacio, Tiempo y Forma (siglas recomendadas: ETF), de la Facultad de Geografía e
Historia de la UNED, que inició su publicación el año 1988, está organizada de la siguiente forma:
SERIE I — Prehistoria y Arqueología
SERIE II — Historia Antigua
SERIE III — Historia Medieval
SERIE IV — Historia Moderna
SERIE V — Historia Contemporánea
SERIE VI — Geografía
SERIE VII — Historia del Arte
Excepcionalmente, algunos volúmenes del año 1988 atienden a la siguiente numeración:
N.º 1
N.º 2
N.º 3
N.º 4
— Historia Contemporánea
— Historia del Arte
— Geografía
— Historia Moderna
ETF no se solidariza necesariamente con las opiniones expresadas por los autores.
Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV está registrada e indexada, entre otros, por los siguientes
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Universidad Nacional de Educación a Distancia
Madrid, 2014
SERIE IV · Historia Moderna N.º 27, 2014
ISSN 1131-768X · e-issn 2340-1400
Depósito legal
M-21.037-1988
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ETF IV · HIstoria moderna · http://revistas.uned.es/index.php/ETFIV
Diseño y composición
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Antonio José Rodríguez Hernández
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5
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Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC
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Manuel Herrero Sánchez
Departamento de Geografía, Historia y Filosofía, Universidad Pablo de Olavide
José María Iñurritegui Rodríguez
Departamento de Historia Moderna, UNED
Davide Maffi
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David Martín Marcos
Departamento de Historia Moderna, UNED
Saúl Martínez Bermejo
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6
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E quipo editorial
José Antonio Martínez Torres
Departamento de Historia Moderna, UNED
Antonio José Rodríguez Hernández
Departamento de Historia Moderna, UNED
Juan Antonio Sánchez Belén
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Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC
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Joaquim Albareda i Salvadó
Universitat Pompeu Fabra
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Francisco Andújar Castillo
Universidad de Almería
Francisco Bethencourt
King’s College of London
Fernando Bouza Álvarez
Universidad Complutense de Madrid
Pedro Cardim
Universidade Nova de Lisboa
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Pablo Fernández Albaladejo
Universidad Autónoma de Madrid
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Universitat Pompeu Fabra
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Universidade Nova de Lisboa
Diogo Ramada Curto
Universidade Nova de Lisboa
Ofelia Rey Castelao
Universidad de Santiago de Compostela
Luis Antonio Ribot García
UNED
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7
E quipo editorial
Jean-Fréderic Schaub
École des Hautes Études en Sciences Sociales de Paris
Christopher Storrs
University of Dundee
Correspondencia
Revista Espacio, Tiempo y Forma
Facultad de Geografía e Historia, UNED
c/ Senda del Rey, 7
28040 Madrid
e-mail: [email protected]
8
ESPACIO, TIEMPO Y FORMA Serie IV historia Moderna 27 · 2014 ISSN 0214-9745 · e-issn 2340-1400 UNED
SUMARIO · SUMMARY
13
Monográfico · Special Issue
15
Michel Bertrand, Anne Dubet, Sergio Solbes Ferri
& Rafael Torres Sánchez (coordinadores)
Presentación: haciendas locales y haciendas estatales en las Monarquías
francesa y española. La construcción territorial del poder (siglo XVIII)
Introduction: local treasury and state treasuries in the French and Spanish
Monarchies. The territorial construction of power (18th century)
37
Yovana Celaya Nández
Impuestos locales en Nueva España: negociación y obra pública
en el ayuntamiento de Veracruz en el siglo XVIII
Local taxes in New Spain: negotiation and public work in the city council
of Veracruz in the 18th century
61
Ricardo Franch Benavent
Poder, negocio y conflictividad fiscal: el reforzamiento de la autoridad
del intendente en la Valencia del siglo XVIII
Power, business and fiscal conflict: the reinforcement of intendant authority
in 18th century Valencia
85
Ernest Sánchez Santiró
El orden jurídico de la fiscalidad en la Real Hacienda de Nueva España:
un análisis a partir de la calidad, el estado y la clase de los contribuyentes
The juridical order of the state taxation in the Royal Treasury of New Spain:
an analysis starting from the quality, the state and the class of the taxpayers
109
Dominique Le Page
Estados Provinciales y oficios de hacienda en el reino de Francia
(siglos XVI a XVIII): los casos de Borgoña y de Bretaña
Provincial States and offices of the public finance systems in the Kingdom
of France (16th, 17th and 18th centuries): the cases of Burgundy and Bretagne
135
Sergio Solbes Ferri
Uniformidad fiscal versus territorios privilegiados en la España del siglo XVIII:
los casos de Navarra y Canarias
Fiscal uniformity versus privileged territories in 18th century Spain:
the cases of Navarre and Canaries
161
Jean Pierre Dedieu
El núcleo y el entorno: la Real Hacienda en el siglo XVIII
The nucleus and the environment: the Royal Treasury in the 18th century
ESPACIO, TIEMPO Y FORMA Serie IV historia Moderna 27 · 2014 ISSN 0214-9745 · e-issn 2340-1400 UNED
9
S UMARIO · Summary
10
189
Marie-Laure Legay
Tres modelos de gestión de las haciendas provinciales. Francia, siglos XVII–XVIII
Three models of management of the provincial finances. France, 16th and 17th
centuries
215
Miscelánea · Miscellany
217
Juan José Laborda
Los antiguos vizcaínos de Benjamin Constant. La elección de cargos públicos
en el Señorío de Vizcaya (1500–1630)
The ancient Basques of Benjamin Constant. The election of public officials
in the Lordship of Biscay (1500–1630)
239
Álvaro Aragón Ruano
Entre el rechazo frontal y la aceptación con condiciones: cónsules extranjeros
en los puertos vascos entre los siglos XVI y XIX
Between the front rejection and the acceptance with conditions: foreign consuls
in the Basque ports between 16th and 19th centuries
265
Pedro Miguel Plaza Simón
La institucionalización de la ideología religiosa en la Edad Moderna:
un nuevo concepto para la historia cultural
Institutionalization of religious ideology in the modern age: a new concept
for cultural history
295
Héloïse Hermant
¿Pérdida de España? Epifanía de un espacio público y reconfiguración
de identidades en la España de Carlos II
Loss of Spain? Epiphany of a public space and reconfiguration of identities
in Spain during the reign of Carlos II
327
Alberto Viso
Historiografía reciente sobre el reinado de María Tudor
Recent historiography about the reign of Mary Tudor
Taller de historiografía · Historiography Workshop
353
Ensayos · Essays
355
Pablo Fernández Albaladejo
A propósito de La Guerra de Sucesión de España (1700–1714) de Joaquim Albareda
Salvadó
About La Guerra de Sucesión de España (1700–1714), by Joaquim Albareda Salvadó
ESPACIO, TIEMPO Y FORMA Serie IV historia Moderna 27 · 2014 ISSN 0214-9745 · e-issn 2340-1400 UNED
S UMARIO · Summary
369
Reseñas · Book Review
371
José María Imízcoz & Álvaro Chaparro (eds.), Educación, redes y producción de
élites en el siglo XVIII, Madrid, Sílex, 2013, 420 pp. ISBN: 9788477378426 (por
Adriam Camacho Domínguez)
373
Felipe Lorenzana de la Puente, La representación política en el Antiguo Régimen.
Las Cortes de Castilla, 1655–1834, Madrid, Congreso de los Diputados, 2014, 1539
pp. ISBN: 9788479434588 (por Santiago Aragón Mateos)
379
Sanjay Subrahmanyam, Aux origines de l’histoire globale, París, Collection Collège
de France/Fayard, 2014, 63 pp. ISBN: 9782213681504 (por José Antonio Martínez
Torres)
385
Normas de publicación · Authors Guidelines
ESPACIO, TIEMPO Y FORMA Serie IV historia Moderna 27 · 2014 ISSN 0214-9745 · e-issn 2340-1400 UNED
11
MONOGRÁFICO
HACIENDAS LOCALES Y HACIENDAS ESTATALES
EN LAS MONARQUÍAS FRANCESA Y ESPAÑOLA.
LA CONSTRUCCIÓN TERRITORIAL DEL PODER (SIGLO XVIII)
ESPACIO, TIEMPO Y FORMA Serie IV historia Moderna 27 · 2014 ISSN 0214-9745 · e-issn 2340-1400 UNED
13
PRESENTACIÓN
HACIENDAS LOCALES Y HACIENDAS
ESTATALES EN LAS MONARQUÍAS
FRANCESA Y ESPAÑOLA.
LA CONSTRUCCIÓN TERRITORIAL
DEL PODER (SIGLO XVIII)
INTRODUCTION
LOCAL TREASURY AND STATE TREASURIES
IN THE FRENCH AND SPANISH MONARCHIES.
THE TERRITORIAL CONSTRUCTION
OF POWER (18TH CENTURY)
Michel Bertrand1, Anne Dubet2, Sergio Solbes Ferri3 & Rafael Torres Sánchez4
http://dx.doi.org/10.5944/etfiv.27.2014.13700
El objeto de este monográfico es contribuir al estudio de la construcción territorial
del poder de las monarquías en el Antiguo Régimen por medio del prisma de la hacienda, de su actividad y funcionamiento. A través de las relaciones entre hacienda
monárquica y haciendas territoriales y locales, podremos observar la dinámica de
las relaciones de poder entre la monarquía y los actores locales; entre la monarquía,
los poderes intermedios y los contribuyentes. Se abordarán así diversas facetas de
la relación entre hacienda real y haciendas locales, incluyendo las formas de contribución financiera de los vasallos (entre ellas, la fiscalidad, sus formas y procesos
de recaudación), la distribución de los fondos recaudados y el crédito. Entre todos
estos ámbitos, difíciles de separar en la práctica, nos interesan especialmente las
modalidades de la negociación entre los actores y sus representaciones, o sea, una
historia política de la hacienda. Por fin, este monográfico abarca el estudio de las
monarquías francesa y española en ambas orillas del Atlántico. Nos proponemos en
efecto encontrar las claves para una comparación, prolongando una historiografía
que, en fechas recientes, ha revisado en profundidad el tópico de la singularidad
española. La limitación cronológica a un largo siglo XVIII nos parece conveniente
porque en ambas monarquías los planteamientos, las estructuras hacendísticas,
las políticas fiscales y la negociación entre poderes —factores de cuya interrelación
1. IUF/Université Toulouse Le Mirail.
2. CHEC/IUF/Université Blaise Pascal.
3. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
4. Universidad de Navarra.
ESPACIO, TIEMPO Y FORMA Serie IV historia Moderna 27 · 2014 · pp. 15–35 ISSN 0214-9745 · e-issn 2340-1400 UNED
15
Michel Bertrand, Anne Dubet, Sergio Solbes Ferri & Rafael Torres Sánchez
surge en cada momento el modelo de hacienda—, resultaron fundamentales en el
tránsito a la hacienda liberal durante el siglo XIX. En lo concerniente a España, el
período acaba de beneficiarse de tres lustros de profunda reflexión por parte de los
historiadores, que abre la puerta a nuevas comparaciones. Los artículos presentados
son el fruto de un proyecto de investigación internacional que busca potenciar el
tema desde una marcada orientación comparativa. Los investigadores y los trabajos han sido seleccionados con el objetivo de analizar los cambios historiográficos
introducidos en los últimos años en el estudio de la hacienda y proponer a la vez
proponer nuevas pistas para la reflexión.
La perspectiva política del monográfico es heredera de treinta o cuarenta años
de renovación de la historia política moderna, en particular de la historia de la hacienda, que en el caso español marcaron una neta preferencia por los siglos XVI y
XVII. Numerosos trabajos mostraron el interés que para nosotros tiene, cuando se
busca comprender los equilibrios entre poderes concurrentes y su dimensión social,
el estudio de las diversas formas de gestión de las haciendas estatales, regionales,
provinciales o locales así como de la negociación de que son objeto entre el rey, las
asambleas territoriales (Estados Provinciales, Cortes, Juntas Provinciales), los municipios, los hombres de negocios y los grupos particulares de contribuyentes5. Suele
ponerse de relieve la imbricación creciente entre la hacienda de la monarquía o del
Estado y las haciendas locales cuando se confía la cobranza de las contribuciones
reales a instituciones controladas por oligarquías locales, cuando se recurre a las
mismas redes de hombres de negocios para la recaudación de las contribuciones
reales y locales, o cuando se utilizan patrimonios municipales o rentas provinciales
como hipotecas de la deuda «pública». Por otra parte, las investigaciones dedicadas
a la negociación de las contribuciones reales, así como los discursos de justificación
impositiva que las acompañan, nos permiten describir una relación que no se limita simplemente al diálogo bilateral entre élites locales y poder central concebido
como un solo bloque.
Las monarquías saben sacar provecho de las tensiones entre comunidades locales (tanto las representadas directamente como las que no lo están) y las asambleas
que las representan6. Del mismo modo que los poderes intermedios utilizan las
demandas y las urgencias de la Monarquía para mejorar su posición negociadora,
la negociación hacendística sirve también para reconstruir lealtades con la Monarquía y establecer caminos de promoción social de determinados grupos y élites de
poder local para acceder a los órganos de gobierno centrales, en oposición a otros
grupos de esas mismas comunidades locales7. Otros actores de esta relación entre
monarquía y poderes locales son los propios hombres de negocios que, en la Castilla de la segunda mitad del siglo XVII al menos, influyen a favor de la consolidación de una fiscalidad controlada desde el Consejo de Hacienda y de la ampliación
5. Véase, en lo concerniente a la hacienda española, Hernández, 21 (Madrid, 1998). Dubet, 3–4 (París, 2000).
Rey Castelao, 13 (Santiago de Compostela, 2004). Sobre la hacienda francesa: Félix, 1994. Schaub, 14 (Madrid,
1993) y 3–4 (París, 2000). Janier-Dubry, 2011, 6–45.
6. Fortea Pérez, 2008. Janier-Dubry, 2011, 6–45.
7. Guerrero Elecalde, 2012.
16
ESPACIO, TIEMPO Y FORMA Serie IV historia Moderna 27 · 2014 · pp. 15–35 ISSN 0214-9745 · e-issn 2340-1400 UNED
Presentación
de sus propias competencias para asegurar la calidad de sus consignaciones8. Los
conflictos de competencias entre los múltiples órganos de la administración de la
hacienda real son asimismo frecuentemente utilizados en su favor por los contribuyentes, obligándonos a construir modelos de la relación entre haciendas locales
y hacienda real todavía más complejos9. Asimismo, los historiadores han tomado
en cuenta la negociación que se desarrolla fuera del marco institucionalizado de las
Cortes o la correspondencia entre monarca y poderes locales, dedicando una atención particular a la literatura de avisos. Ésta es objeto de estrategias variadas. Tanto
el gobierno como los contribuyentes intentan pesar en la negociación expresando
opiniones mediante sus representantes políticos, escritores u otras manifestaciones
políticas. Como se sabe, políticas fiscales y cambios hacendísticos con marcados
tintes «paternalistas» —como la reiterada pretensión de obtener el «alivio de los
vasallos»— surgieron en todo momento en ambas monarquías, y sólo se pueden
entender a partir de una cierta sensibilidad hacia una desestructurada, pero existente, «opinión pública» de los contribuyentes10.
Todos estos procesos, sin duda, terminaron afectando al proceso de construcción de la hacienda y a los procesos de negociación abiertos. En suma, la atención
a las dinámicas negociadoras, tanto las institucionalizadas como las que se dan en
la gestión cotidiana, así como a las estrategias y discursos de los actores, nos llevan
a abandonar unos esquemas dualistas y muy verticales en los que se suponía que la
iniciativa política correspondía a un poder monárquico, concebido como central,
que asigna a las demás instancias, llamadas periféricas, una forma de pasividad en
la ejecución de las decisiones tomadas desde «arriba» o, a lo sumo, una suerte de
reacción espontánea en defensa de sus intereses y privilegios que puede llegar hasta
la rebelión violenta11.
Esta lectura más política y comprensiva de la historia de la hacienda ha conducido
en fechas recientes a formular, por ejemplo, interesantes reinterpretaciones del
reinado de Luis XIV y su herencia política en Francia o de las reformas borbónicas
del siglo XVIII en la monarquía española. Estas inflexiones constituyen el punto de
partida de nuestro monográfico.
En Francia, Colbert ha dejado de ser considerado como el artesano de una modernización de la economía nacional y de la institución de una hacienda pública
desde los trabajos que Daniel Dessert dedicó a lo que llama el sistema «fisco-financiero». Este historiador puso de relieve las relaciones que el veedor general de la
hacienda de Luis XIV mantuvo con la gente de negocios y, a través de ella, con las
élites sociales del reino. Unas relaciones fructíferas para la monarquía y los grupos
implicados pero dañinas, en su opinión, para la economía. Se beneficiaron de ellas
las élites de la corte pero también las de otros muchos centros urbanos12. Según
8. Sanz Ayán, 2013.
9. Cárceles de Gea, 2000. Hamon, 1994.
10. Para una síntesis sobre la literatura de avisos o arbitrismo en Europa: Rauschenbach & Windler, en prensa.
11. Cardim et al., 2012. Cosandey & Descimon, 2002.
12. Dessert, 1984 y 2000. A su vez, los veedores generales Pontchartrain (1689–1699) y Chamillart (1699–1708)
ESPACIO, TIEMPO Y FORMA Serie IV historia Moderna 27 · 2014 · pp. 15–35 ISSN 0214-9745 · e-issn 2340-1400 UNED
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Michel Bertrand, Anne Dubet, Sergio Solbes Ferri & Rafael Torres Sánchez
Thierry Claeys, incluso permitieron a Colbert consolidar la autoridad de su empleo
de veedor general, lo que no todos sus sucesores lograron en el mismo grado13. Examinando, por otra parte, las prácticas de control financiero y de gestión de la deuda
pública desarrollada por Colbert y los veedores generales que asumen su herencia
intelectual en el siglo XVIII (Chamillart, Le Peletier des Forts, Philibert Orry, etc.),
Marie-Laure Legay, Joël Félix y Guy Rowlands14 precisan la siguiente imagen: para
estos ministros de la Hacienda la acción política no se limitaba a una imposición
de órdenes. La negociación era una más de las posibilidades, a las que se suma otra,
menos conocida, como es la utilización del control contable como medio de acción política. Así, por ejemplo, para Legay la cuenta y razón se constituye como un
medio de control político ante todo de las cajas centrales y locales, lo que resulta
plenamente compatible con la concesión de grandes espacios de beneficio a los actores privados. Del mismo modo, en materia de endeudamiento público, no parece
existir un irremediable enfrentamiento entre el recurso al crédito de la banca privada, nacional o extranjera, y la existencia de un mercado de crédito público formal,
sostenido por una deuda pública legal y respaldada. Antes bien, ambas formas de
endeudamiento público resultan perfectamente compatibles. Como ha sugerido
Rowlands, Luis XIV fue capaz de conciliar ambas fases del desarrollo teórico del
crédito público, superponiendo incluso políticas claramente arbitrarias tanto para
los banqueros como para los mercados.
Una lógica similar impera en las relaciones de Luis XIV con los Estados Provinciales, basadas en el intercambio de servicios y mercedes. Lejos de esforzarse por
reducir sus competencias, el monarca de Francia se apoya en dichas instituciones
en varios casos para elevar y regularizar la contribución fiscal de sus provincias, recurriendo incluso a su crédito. Como señala Dominique Le Page, se les llega a conceder en contrapartida la organización de la recaudación y sus beneficios políticos
y financieros, en particular, el reconocimiento de las prerrogativas de los Estados
Provinciales, el carácter voluntario de sus contribuciones, y el gasto a nivel local de
buena parte del producto de lo recaudado15. En varios Estados, Marie-Laure Legay
observa un verdadero punto de inflexión en lo comentado a partir del reinado de
Luis XIV, cuando dichas asambleas o las comisiones permanentes que emanan de
ellas asumen competencias administrativas propias de los agentes del rey, en particular de los intendentes, y pasan a ejercer la autoridad fiscal tan ejecutiva como
la de ellos16. Estos compromisos se realizan en medio de tensiones y amenazas,
sobre todo en tiempos de guerra. La negociación se da en el seno de los Estados
Provinciales, pero también fuera de ellos, entre los ministros y los diputados de las
provincias y, de forma oficiosa, con la gente principal de los «países» implicados17.
Contribuye a agilizarla el patronazgo de algunos veedores generales e intendentes
se valen de sus conexiones con grupos de hombres de negocios para gobernar la Hacienda real. Cfr. resp. Frostin,
2006 y Rowlands, 2012.
13. Claeys, 2011.
14. Félix, 2011. Legay, 2011. Rowlands, 2002 y 2012.
15. En el caso de Bretaña y Languedoc, estudiados respectivamente por Collins, 2006, y Beik, 1985.
16. Legay, 2001.
17. Legay, 2001. Windler, 2010.
18
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Presentación
de Hacienda18, pero también algunas grandes familias de príncipes fieles al monarca19. La capacidad de negociación no se circunscribe únicamente a las instituciones
financieras. Así, en las provincias, los intendentes de hacienda, policía y justicia no
son sólo agentes de ejecución de las decisiones de los ministros, sino que se espera que sean buenos negociadores con los interlocutores locales20. Los compromisos mencionados no dan lugar a pactos explícitos, sino que se basan, según Julian
Swann, en una serie de convenciones no escritas que regulan las relaciones entre
los diversos cuerpos de la monarquía21, una dinámica que también se reconoce en
la España de los siglos XVI y XVII22. Los acuerdos no se concretaron, sin embargo, de
forma similar o de acuerdo a un modelo en todos los territorios, dando muestras
Luis XIV de una gran adaptabilidad a nivel local en este sentido23. Por eso todavía
se mantiene un debate sobre el grado real de ruptura que se produjo en las últimas
décadas del reinado de este monarca24.
Aplicando esta misma perspectiva al siglo XVIII, la voluntad de tomar en consideración las estrategias y representaciones de los actores, ha llevado a examinar la
política de los sucesivos veedores generales de la Hacienda en sus relaciones con
los actores locales, así como los proyectos y estrategias de sus interlocutores en los
territorios, en particular los miembros de la nobleza. Se trataría de reconstituir el
proceso que concluye con la crisis y la revolución de 1789, interrogándonos acerca
de su cronología y sus causas financieras. No es aquí el lugar para exponer lo que
todavía es un debate nutrido25. Sin embargo entre las cuestiones planteadas destaca,
como explica Dominique Le Page en este monográfico, la intención de conocer si la
dinámica iniciada por Luis XIV en sus relaciones con los Estados Provinciales deriva
hacia la conquista de una verdadera autonomía financiera para unos órganos locales, que podría haber amenazado el absolutismo, o si las asambleas supervivientes
se transformaron en meros mecanismos administrativos para uso de parte de la
monarquía. Las haciendas de las ciudades se han estudiado menos26, con la notable excepción de la reforma municipal del veedor general de la Hacienda Laverdy
(1763–1768), considerada casi siempre dentro del marco de las relaciones entre la
monarquía y las élites territoriales. El programa de Laverdy, enunciado en sucesivas
disposiciones dadas en 1764 y 1765, se asocia un intento de control de los gastos y
las deudas de las ciudades así como una reorganización de los gobiernos municipales. Según el especialista de este ministro, Joël Félix, la reforma se inscribe en un
vasto programa de disposiciones financieras, monetarias y económicas, destinado
18. Pontchartrain, intendente del Veedor General Claude Le Peletier (1683–1689) y a su vez Veedor General
(1689–1699), se vale de sus relaciones con magistrados de parlamentos, eclesiásticos, gobernadores de provincias y,
en Bretaña, diputados en los estados provinciales, para poner en obra la introducción de la capitación en los años
1690. Chapman, 2004.
19. Es el caso de los príncipes de Condé, particularmente activos en Borgoña. Beguin, 1999.
20. Emmanuelli, 1981. Sobre la figura de los intendentes en Francia, Saboya y España, Véase la síntesis editada
por Deharbe, Ortolani & Vernier, en prensa.
21. Swann, 2003.
22. Ruiz Ibáñez, 1996.
23. Dee, 2007 y 2009.
24. Janier-Dubry, 2011, 6–45.
25. Lo resume M.-L. Legay en la introducción de Legay, 2012.
26. Hourblin, 2008, 1.
ESPACIO, TIEMPO Y FORMA Serie IV historia Moderna 27 · 2014 · pp. 15–35 ISSN 0214-9745 · e-issn 2340-1400 UNED
19
Michel Bertrand, Anne Dubet, Sergio Solbes Ferri & Rafael Torres Sánchez
a establecer un diálogo fluido entre la monarquía y las élites tanto en las ciudades como en los parlamentos o los Estados Provinciales. Se trataría de potenciar
su participación en la gestión financiera del país para restaurar la confianza en el
crédito del rey y poder acometer una reforma fiscal que resulta inevitable después
de la Guerra de los Siete Años y el alarmante aumento del endeudamiento de la Monarquía. El nuevo diseño de gobierno municipal se inspira en los proyectos que
elaboraron desde los años 1730 algunos defensores, como el marqués de Argenson, de una monarquía atemperada por los poderes intermedios de los cuerpos y
manteniendo la separación de poderes administrativos, judiciales y políticos. Por
eso, Laverdy se propone quitar a los intendentes sus atribuciones jurisdiccionales27.
Sin embargo, se puede ir mucho más lejos en aquellos territorios donde los Estados Provinciales absorben las facultades de los intendentes en aquellas fechas28. El
abandono de la reforma ha recibido explicaciones diversas, como la oposición férrea
de los defensores del despotismo ministerial y de los intendentes defraudados, o la
incomprensión, en ciertas localidades, de sus ventajas financieras29. Pero también
hay que relacionarlo con la capacidad de la monarquía de responder a las heterogéneas aspiraciones políticas de parte de la nobleza de los respectivos «países»30.
Con contadas excepciones, la historiografía de la hacienda española del siglo
XVIII ha tardado, mucho más que la referida a los dos siglos anteriores, en abordar
proyectos e interpretaciones referidos a los actores y sus prácticas cotidianas de
trabajo. Su tendencia se ha caracterizado más bien por su preferencia por la descripción del marco institucional y administrativo —demasiadas veces basada en la
interpretación literal de textos legislativos31— así como la evaluación cuantitativa
de los recursos del rey32.
Cabría matizar este contexto historiográfico peninsular si se amplía la mirada
al espacio colonial. Tanto el análisis institucional como el análisis cuantitativo desertan paulatinamente en el escenario americano a partir de los años 1980, coincidiendo esta evolución con la toma de conciencia de un problema que invalida
buena parte de las reflexiones anteriores: el de la corrupción33. La explicación de
esta anticipación americana quizás se ubique en el vigoroso debate que enfrenta
Pierre Chaunu con Michel Morineau a lo largo de los años de la década de 1970.
Dicho debate lleva a Morineau a un cuestionamiento final de la validez de los datos sacados de los archivos de la Real Hacienda americana, invitando a plantearse
el tema de los recursos reales existentes en América a partir de otros enfoques que
deben tomar en cuenta, no tanto las normas administrativas, como la práctica cotidiana34. De forma que se puede observar un cambio en los estudios publicados en
27. Félix, 1999, 2007 y 1/núm. 15 (París, 2011).
28. Los estados de Artois asumen el control financiero de las ciudades, el nombramiento de los regidores y la
administración de los bienes comunales. Legay, 2001.
29. Parece ser el caso de Tours. Legrand-Baumier, 107/núm. 3 (2000).
30. Legay, CCCVI/3 (París, 2004). Baury & Legay, 2009. Baury, 2009.
31. Rey Castelao, 13 (Santiago de Compostela, 2004), 219–224.
32. Torres Sánchez, 2012, 17. En 2004 todavía, Ofelia Rey criticaba la «verdadera sopa de números» que nos
aquejaba. Ibid., 220.
33. Pietchmann, 1982 y Moutoukias, 1988.
34. En 1980, M. Morineau defiende una tesis de estado sobre la captación de los recursos americanos por las
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las tres últimas décadas, que matizan el esquema de una toma de control unívoca
del nivel local por parte de la corona, o por lo menos de su aspiración a hacerlo,
replanteando las relaciones entre haciendas locales y hacienda real.
Se han explorado varias sendas convergentes al respecto. La primera, cultivada
desde finales del siglo XX, trata del análisis de las redes de individuos y familias que
estructuran la monarquía y el análisis, en conexión, de las trayectorias profesionales
de los empleados y oficiales de los órganos de gobierno y en particular de las nuevas Secretarías del Despacho35. Las relaciones entre el rey, sus agentes en las provincias y en las ciudades, y las élites locales, quedan mediatizadas por la presencia
de clientes y patrones, lo que invita a pensar en las relaciones entre la monarquía y
los gobiernos locales en términos de reciprocidad —aunque no sea entre iguales. El
papel de estas redes resulta indiscutiblemente decisivo en el éxito o el fracaso de las
reformas de la hacienda aplicada en los territorios. Así por ejemplo, la circunstancia de presencia de varios vasco-navarros en los puestos más elevados de la administración de Felipe V, contribuye sin duda a la revocación de la reforma aduanera
de las provincias forales y en el reino de Navarra en los años 172036. El cambio más
significativo del siglo XVIII consiste con todo en la potenciación de la figura del rey,
que logra colocarse —acompañado por sus esposas y algunos hombres de confianza, ministros, confesores o cortesanos— en el centro del edificio del patronazgo,
como árbitro de los conflictos entre partidos y máximo dispensador de la gracia.
Así que, el desarrollo de una administración que se describe a sí misma como más
«ejecutiva» que la de los Austrias o la expansión de la vía reservada a expensas de
las formas colegiales de gobierno, no debería confundir con la emergencia de unas
formas precursoras de la función pública37.
La otra senda de análisis, se basa en el estudio de la presencia y de la actividad de
grupos de intereses privados dentro de la administración de la hacienda. Se centra,
primero, en los hombres de negocios cuyo concurso se solicita para la recaudación
fiscal y la ejecución del gasto militar. Se intenta consolidar, desde el punto de vista
financiero, a los más fiables de entre ellos38, facilitando o aceptando su integración
social en los círculos de la corte y de los ministerios, en particular las Secretarías del
Despacho de Hacienda, Guerra, Marina e Indias39. Sin embargo, no todos aspiraban
a los mismos mecanismos de ascenso social. El estudio de José Manuel Díaz Blanco
sobre la política financiera de los Felipes menores, demuestra que la presencia de
hombres de negocios en la recaudación fiscal guardó su carácter esencial a nivel
local, y muy especialmente en el caso de Sevilla como puerta de acceso al «tesoro
potencias rivales de la monarquía española que marca la culminación de dicho debate y que opera como un verdadero seísmo dentro de la historiografía americanista, lo cual incita precozmente a repensar el tema de la hacienda
americana (véase Morineau, 1985)
35. Véanse los trabajos del grupo PAPE, en particular las contribuciones de Teresa Nava al estudio de la Secretaría de Hacienda (Nava Rodríguez, 1996 y 2008), y las aportaciones de Guerrero Elecalde & Imízcoz, 2004 y
2012. Para la América colonial, ver también los trabajos de Moutoukias, 2000 y 2002; Hausberger & Ibarra, 2003;
Ibarra & del Valle Pavón, 2007; Böttcher, Hausberger & Ibarra, 2011; Bertrand, 2011.
36. Guerrero Elecalde. 2012, Dedieu, 2010, 56–57. Solbes, 2005.
37. Dedieu, 2010.
38. Véanse las síntesis de González Enciso, 2008. Dubet & Luis, 2011.
39. Guerrero Elecalde, 2012.
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americano»40. Otra institución sevillana, como la Casa de Contratación, confirma
esta suposición41. Es más, en la misma América, la superposición entre oficiales con
cargos dentro de la Real hacienda y actores económicos, facilita la presencia de los
intereses privados dentro del aparato burocrático hacendístico42. Fue precisamente
esta situación de confusión entre caudales públicos y privados la que las reformas
borbónicas aplicadas al campo de la Real Hacienda a lo largo del siglo XVIII trataron
de corregir43.
Otra forma de presencia de dichos intereses se relaciona con los cuerpos e individuos que contribuyen a la financiación de la monarquía por medio de servicios en
dinero a cambio del beneficio de un honor o un cargo. La venalidad, reinterpretada
en el marco de una dialéctica de méritos y mercedes44, es una faceta importante de
la política de consecución de recursos de la monarquía. En el siglo XVIII, el rey o su
círculo inmediato (en particular la reina y los Secretarios del Despacho de confianza)
consiguen controlarla efectivamente, tanto en el dominio civil como en el militar45,
así en la Península como en Indias46, relegando a los Consejos de la polisinodia, al
alto mando militar o a los jefes de las casas reales. Estos dos últimos grupos (militares y casas reales) han sido menos estudiados que los Consejos, lo que nos impide
responder a la pregunta de si la cronología de la separación resulta coincidente en
los tres casos47. Ahora bien, parece evidente que se recurre a la venalidad para que
contribuyan las haciendas locales para levantar suficientes soldados, como ocurre
durante la Guerra de Sucesión Española, actuando aquí como responsables las familias principales, pero también los concejos y las juntas provinciales48.
El estudio, menos frecuente, del trabajo cotidiano de las principales oficinas encargadas de gestionar la recaudación o el gasto (las Secretarías de Hacienda, Guerra,
Indias y Marina) y el de la actividad concreta de algunos intendentes de provincias
y/o ejércitos corroboran estos aportes. En efecto, se pone en primer plano a unos
actores que siguen pensando que el servicio financiero al rey (crédito, contribución,
donativo, etc.) merece una recompensa proporcionada a los méritos y la condición
del que sirve, de su familia y comunidad49, una lógica que pervive en la negociación
fiscal con actores locales hasta finales del siglo50. Los Secretarios del Despacho asumen la negociación y sus eventuales compromisos, incluso en los casos de fraude51,
pero no son los únicos interlocutores para unos vasallos acostumbrados a sacar
provecho de los conflictos de competencia entre los tribunales y oficinas reales52.
40. Díaz Blanco, 2012.
41. España y América, 2003.
42. Del Valle Pavón, 2011.
43. Jáuregui, 1999.
44. Andújar Castillo & Felices de la Fuente, 2011. Dedieu, 2011. Dedieu & Artola, 2011.
45. Andújar, 2004 y 2008. González Fuertes, 2010. Felices de la Fuente, 2012.
46. Peralta Ruiz, 2006.
47. Algo se intuye sobre esta cuestión en la pugna continuada durante todo el XVIII entre el Comandante General y el Administrador General de Rentas de Canarias. Solbes Ferri, 2009.
48. Andújar Castillo, 2004.
49. Castro, 2004; Castro Gutiérrez, 2012; Delgado Barrado, 2007. Sobre los intendentes, véanse los
anteriores trabajos de R. Franch Benavent y sus referencias bibliográficas citadas en este monográfico.
50. Torres Sánchez, 2013, caps. 1–2.
51. Por ejemplo con virreyes indelicados en las Indias. Moreno Cebrián & Sala i Vila, 2004.
52. Castro, 2004. Peralta Ruiz, 2006. Delgado Barrado, 2007.
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Estas características permiten comprender la pervivencia de una forma de autonomía de las haciendas locales y de los agentes locales de la hacienda real, e incluso
su consolidación en ciertos territorios. Para los territorios de la Península ibérica
y sus islas, el momento inicial de las reformas de Nueva Planta es decisivo, pero
importa no equivocarse acerca de su significado. Como ha demostrado Jean-Pierre
Dedieu, la creación de las rentas provinciales (o sea, la reunión de las rentas reales
y millones en un único contrato de arrendamiento al por mayor en las provincias
castellanas, en 1714) y la adopción de sus equivalentes en la antigua corona de Aragón (1707–1716), no suprimen del todo el papel de los concejos. Su participación
en la recaudación de las contribuciones reales sigue siendo imprescindible a nivel
municipal, aunque la coordinación provincial escape ahora al control de las ciudades cabezas de provincias53. Así, a lo largo del siglo, se siguen denunciando, los
beneficios ilícitos y los abusos de poder que las oligarquías locales extraen de este
manejo54. Lo que cambia es la identidad de los interlocutores de los gobiernos municipales, obligados a negociar el impuesto con el arrendador provincial y con el
intendente de provincia cuando lo hay55. Asimismo, si las ciudades conservan el
control de la recaudación en su área de su jurisdicción, pierden el beneficio que
sacaban del gasto. En efecto, se reforma al mismo tiempo la Tesorería Mayor (julio de 1713), privando definitivamente a los arrendadores y otros responsables de la
recaudación de fondos reales de la facultad de ejecutar gastos de forma autónoma:
sólo los pueden hacer en nombre del Tesorero Mayor y bajo su control. Esta separación entre el manejo de las rentas y la distribución de los fondos no sólo afecta a
los intereses de los arrendadores56. El objetivo de ambas disposiciones, que corresponde a un proyecto explícito de los promotores de las reformas57, es privar a los
«poderosos» de los beneficios que les proporcionaba el control de las arcas reales
de los distritos58 y de las contadurías de cada renta59.
En América el mismo proceso se desarrolla con un cierto adelanto sobre la metrópoli. Ya a finales del siglo XVII, la creación de varias superintendencias dedicadas
a la percepción de algunos impuestos hasta entonces arrendados presupone una
cierta voluntad de control por parte del estado colonial. Lo mismo ocurre con un
primer intento de Nueva Planta aplicado a todo el aparato hacendístico de Nueva España en 1691. Sin embargo, será a lo largo de la primera mitad del siglo XVIII
cuando dicha política de control se concrete con la multiplicación de medidas al
respecto: segundo proyecto de Nueva Planta en 1713, casi abandono de la venalidad
53. Dedieu, 1996.
54. Yun Casalilla, 1990. García García, 1996. Delgado Barrado, 2007.
55. En las provincias en que residen ejércitos, a partir de esta fecha. En las provincias sin ejércitos, de 1714 a
marzo de 1715, de septiembre de 1718 a julio de 1724, y a partir de 1749. Aunque un decreto suprime las intendencias
sin tropas en julio de 1724, los intendentes en actividad conservan su empleo y el Consejo de Hacienda sigue redactando instrucciones para ellos como si nunca se les hubiera abolido.
56. Dedieu, 2012. La pérdida de los hombres de negocios es compensada por la concesión de arrendamientos
al por mayor mencionada, una fuente jugosa de ganancias ya que justifica, para los promotores de la reforma, el
incremento del valor del total de las rentas arrendadas en cada provincia en un 10%. Se le añaden las otras «negociaciones» que hacen con la hacienda real.
57. Dubet, 2013.
58. Sobre su creación en el siglo XVII: Dedieu & Ruiz Rodríguez, 1994.
59. Dubet, 2011.
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de cargos de la Real Hacienda posterior a 1715, creación de contadurías especializadas en la percepción de algunos impuestos considerados más rentables, alternancia
entre administración directa y arrendamiento a municipalidades o consulados de
la percepción de las alcabalas y, para culminar, reintegración de todos los cargos de
la Casa de Moneda de México, antes privatizados, con la difícil imposición de una
reforma radical a partir de los años 173060.
En la Península, los objetivos de la Nueva Planta de 1713–1714 no se alcanzan
del todo porque existen obstáculos materiales —faltan fondos para reembolsar las
contadurías a sus propietarios— y porque se desata una oposición vigorosa. No se
suprimen las arcas reales, pero sí se obliga a los arqueros a no hacer gastos sino en
nombre del tesorero mayor, lo que implica una serie de acuerdos locales que merecerían más atención por parte de los investigadores. En las Indias, asimismo, las
autoridades locales siguen participando plenamente en la puesta en ejecución de la
recaudación de la fiscalidad real, en particular la del tributo, empezando por definir
la categoría fiscal de los contribuyentes, como muestra Ernest Sánchez Santiró en
este monográfico.
Queda así patente que la monarquía no supo o no quiso privarse de la colaboración de los poderes locales en la recaudación de las contribuciones destinadas al rey,
pero redujo su participación. De hecho, no se ha insistido de manera suficiente en
lo que supuso el cambio de sistema político en las relaciones del gobierno con las
élites locales y su capacidad de recaudar y aprontar crédito al Estado. Como señala
Jean-Pierre Dedieu en el trabajo que presenta en este monográfico, los Borbones
perdieron capacidad de movilización de recursos fiscales y financieros cuando alteraron los términos de esa relación, limitando progresivamente la capacidad de
maniobra de los poderes regionales y locales. Con la privación de la colaboración
de los poderes locales, los Borbones redujeron la posibilidad de atraer intereses
particulares de fuera de la maquinaria administrativa y estatal para aumentar la
recaudación y ofrecer otras vías de movilización de recursos, con la que se hubiera
podido completar y extender la fiscalidad estatal. Aunque la opción de los Borbones
fue claramente la de intervenir sobre esos poderes locales, no se impuso de forma
absoluta ni uniforme. El caso singular de los territorios forales induce a pensar que,
como en Francia, se asumió de buena gana la necesidad de negociar compromisos
y no se buscó uniformizar el paisaje institucional. El reino de Navarra mantiene la
concesión voluntaria de su donativo de Cortes, sus aduanas privativas o la titularidad de la renta del tabaco61; las juntas representativas de las provincias vascas y sus
diputados en Madrid consiguen obtener la confirmación de sus exenciones fiscales;
Canarias se mantiene exenta de imposiciones sobre el consumo y autorizada para
navegar directamente a Indias62.
En la segunda mitad del siglo XVIII, Carlos III concede a las diputaciones de territorios vascos algunas de las competencias fiscales de los intendentes, a cambio
60. Bertrand, 2012; Castro Gutiérrez, 2012.
61. Solbes Ferri, 1999.
62. Solbes Ferri, 2009.
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de donativos y de la financiación local de la construcción de rutas y caminos63. En
los municipios de Castilla y la corona de Aragón, la instauración de mecanismos de
control de la gestión por parte de la hacienda, precoz en ciudades aragonesas64, más
tardía en Castilla, no significa que las oligarquías locales perdieran toda influencia
pero se las obliga a negociar y justificarse. La reforma del control financiero iniciada por el marqués de Esquilache en 1760 es continuada, con netas inflexiones, por
el de Campomanes después de la caída del ministro65. Entretanto, el visitador José
Gálvez se propone introducir un esquema institucional similar en Nueva España66.
Se trata de obligar a cada ciudad a preparar un estado de fondos y cargas anual validado (en la Península) por el Consejo de Castilla en su nueva Contaduría General
de Propios y Arbitrios, y a aplicarlo, con el objetivo de reducir su deuda y acabar
con la malversación de fondos, en particular sometiendo a las ciudades a reglas
comunes en el uso de sus propios. El proyecto es objeto de arreglos locales en su
calendario y en su grado de ejecución, suscitando conflictos de competencias entre
el Consejo de Castilla y la Secretaría del Despacho de Hacienda67. Sus resultados en
términos económicos y contables resultaron seriamente mitigados, probablemente porque este tipo de reformas suscita oposición, y también porque los ministros
de Hacienda y el fiscal del Consejo de Castilla no se empeñaron en aplicarla a rajatabla. Los casos en que contamos con estudios de oposición local68, éstos se han
interpretado exclusivamente como formas de resistencia motivada por la defensa
de intereses y privilegios corporativos. No se analiza si entre los grupos hostiles a
la reforma algunos eran portadores de modelos alternativos de gestión local que se
podrían relacionar con otras concepciones del buen gobierno. Resultaría en todo
caso interesante referir el resultado factual de la reforma en la Península, donde
las solicitudes de contribuciones enviadas a las ciudades en los años de la Guerra
de Independencia de Estados Unidos permiten hacer un buen balance. La Contaduría General de Propios y Arbitrios del Consejo de Castilla no tiene idea de lo que
significan los alcances de las cuentas de las ciudades y el Secretario del Despacho
de Hacienda puede comprobar que numerosos municipios siguieron gastando el
producto de sus propios en destinos que poco tenían que ver con las directivas del
Consejo. La urgencia de la guerra y la obligación de ofrecer contrapartidas a los
concejos dispuestos a aprontar fondos contribuyen a relajar todavía más las reglas
de control definidas por el Consejo de Castilla en los años 1760, quedando en manos de las ciudades la recaudación y la definición de las auténticas formas de contribución de sus vecinos y habitantes69.
Tanto en Francia como en la monarquía española, las reformas de la fiscalidad
real encuentran un límite en la necesidad de contar con la colaboración de parte
63. Bilbao Bilbao, I (1991). Truchuelo García, 36 (2010). Porres Marijuán, 2013.
64. Giménez Chornet, 2002.
65. García García, 1996.
66. Bertrand, en prensa. Celaya Nández, en prensa.
67. García García, 1996. Torres Sánchez, 2013, cap. 2.
68. García García, 1996. En particular en Valencia: Franch Benavent, 2009 y 2012; Giménez Chornet, 2002.
En Nueva España: Bertrand, en prensa.
69. Torres Sánchez, 2013, cap. 2.
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de los cuerpos de contribuyentes y los gobiernos locales. Esta realidad la ilustra la
suerte de dos proyectos, ambos de mediados del siglo, de imposición directa universal y proporcional: el vigésimo dinero de Machault d’Arnouville y la única contribución de Ensenada. El veedor general de Luis XV debía alcanzar acuerdos con los
Estados Provinciales encargados de recaudarlo, en lugar de los agentes del rey, por
medio de encabezamientos. El ministro español consigue poner en obra el Catastro
en que se debe basar la recaudación, pero no logra sortear el fraude orquestado por
los notables ni poner en obra la contribución ni tampoco resolver los problemas
técnicos de una operación compleja70. El resultado de parecidas combinaciones, a
lo largo del siglo, es una elevación lenta de las rentas y de los gastos de las dos monarquías, que contrasta con el rápido incremento y expansión de la hacienda británica71. Cabe suponer que las contrapartidas políticas y sociales que las monarquías
sacaron de estos compromisos pudieron compensar el magro resultado financiero.
Pero convendría saber hasta cuándo y hasta qué punto, ya que el divorcio final entre
los reyes y parte de las élites indica que los equilibrios, tal vez precarios, obtenidos
se habían roto.
Los textos de nuestro monográfico invitan a situar el estudio de las relaciones entre
haciendas locales y reales en un marco todavía más amplio que el de la negociación
fiscal y las formas de control de la gestión provincial o municipal, ofreciendo nuevos criterios para evaluar el significado político y social de los cambios observados
en el siglo XVIII.
Varios textos ponen de relieve la enorme amplitud de las prestaciones de los vasallos al rey. Jean-Pierre Dedieu insiste en el papel decisivo de una serie de servicios
«extrafiscales», no cuantificables en términos financieros, como el servicio personal
en sus empleos y oficios. Por su parte, Marie-Laure Legay señala que estas prestaciones no se resumen en las contribuciones fiscales directas a la hacienda real, sino
que abarcan el uso, a favor del reino, del producto de las haciendas locales y de los
grupos y oligarquías que las controlan. Tomar en cuenta estas prestaciones, a las
que conviene añadir los beneficios de la venalidad, puede permitir comprender por
qué los acuerdos explícitos o implícitos que se verifican entre las monarquías y los
súbditos son satisfactorios para las primeras, aunque las arcas reales no se llenasen.
Asimismo, permite comprender por qué las monarquías aceptan la disparidad entre las contribuciones territoriales, como se observa también en el texto de Solbes
Ferri. La diferencia entre Castilla y la Corona de Aragón, en lo que concierne a las
rentas provinciales y los equivalentes72, en el caso valenciano, es el resultado de una
reorientación de la negociación con las diversas autoridades locales, tal como la
describe Ricardo Franch Benavent, y no únicamente un fracaso de la política fiscal
real. De forma accesoria, algunas de las contribuciones extrafiscales de los territorios podrían ser objeto de comparaciones, evaluando los aportes respectivos de los
distintos territorios al mantenimiento de las monarquías.
70. Dedieu, 1996 y 2000. Negrín de la Peña, 2002.
71. O’Brien, 64:2 (2011).
72. La notan Artola, 1982; Ángulo Teja, 2002; Dedieu, en este monográfico.
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Sin embargo, de lo que se trata ante todo es de afirmar la preeminencia de una
economía de la gracia en las relaciones entre los reyes, sus servidores y los representantes autorizados de los contribuyentes. Éstos, en particular, cuentan con la
recompensa de servicios proporcionados a sus facultades y su dignidad, y se esfuerzan por concretarla en el incremento de su prestigio y su área de poder, además
de eventuales ventajas económicas. A este respecto, la mera definición de distintas
categorías de contribuyentes en función de su «casta» y condición, ya constituye
una forma de gobernar, del mismo modo que la posibilidad dada a las ciudades o las
autoridades de las repúblicas de indios de intervenir en la elaboración de las listas
locales es una retribución nada desdeñable de sus servicios, como expone Ernest
Sánchez Santiró. El razonamiento expuesto para Nueva España se podría aplicar
sin excesiva dificultad al resto de la monarquía española. En Francia, la creación de
oficios de los Estados Provinciales de Borgoña y Bretaña estudiada por Dominique
Le Page, en condiciones singulares y con ritmos dispares, es una de las vías para
la construcción de espacios políticos locales y de la identidad de los «países» en la
monarquía, más allá del significado financiero de estas creaciones. En Nueva España, Yovana Celaya analiza la estrategia que desarrollan varias ciudades a la hora de
responder a la reorganización de las haciendas municipales y el incremento de las
contribuciones que inicia el ministro de Indias José Gálvez. Veracruz, en su opinión,
saca un provecho político del cambio, construyendo un discurso destinado a legitimar su facultad de exigir nuevas exacciones de sus vecinos y habitantes, justificando
a su vez una forma de autonomía frente a la hacienda regia. En la capacidad de la
monarquía de dar satisfacción a este tipo de demandas reside una de las claves del
éxito de la reforma de Gálvez. Lo interesante de esta relación es que la Monarquía
es capaz de mantener dos discursos diferentes, según el espacio geográfico, pese a
que se trata de la misma reforma de las haciendas municipales. Así, mientras en las
ciudades españolas el Estado persigue una disminución del endeudamiento local,
sin conseguirlo y en detrimento del control de las oligarquías locales, en las ciudades americanas, como nos muestra Celaya, se intensifica la presión fiscal y se ofrece
como moneda de cambio a las oligarquías locales la posibilidad de incrementar su
endeudamiento. Sin duda, las políticas y los discursos se adaptaban también a la
geografía o a la percepción política de los territorios de la Monarquía, así como a
su evolución económica.
De tal manera, que la atención prestada a la dinámica negociadora de los actores
conduce a poner de relieve su pragmatismo y una pluralidad de acuerdos particulares. No se trata, sin embargo, de atenerse a la descripción de las diferencias legales
e institucionales que caracterizan tanto la hacienda de Francia como la de España.
Precisamente porque el uso que los actores hacen de las instituciones modifica su
contenido, es posible advertir algunos procesos unificadores más allá de la diversidad institucional. Así, Sergio Solbes Ferri muestra cómo en un territorio que conserva sus instituciones propias de reino, como Navarra, la práctica administrativa
en algunas de las principales rentas de la monarquía no difiere de lo observado en
Canarias, en particular en el caso de la renta del tabaco y las rentas generales. En
ambos casos, los ministros de Felipe V y Fernando VI se esforzaron por elevar la
participación de estos territorios a la financiación de la monarquía, aunque no se
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asignaron objetivos cuantitativos. En Francia, según Marie-Laure Legay, la descentralización que implica la creciente participación de varios Estados Provinciales en
la administración de las rentas del rey, cada uno según sus propias modalidades,
no aminora la capacidad fiscal del monarca, sino todo lo contrario.
A la inversa, una misma institución cambia de significado en función de las
prácticas de los actores. Es el caso de los intendentes de provincias que, según Marie-Laure Legay, pierden prestigio y poder en la segunda mitad del siglo en Francia.
En España, Didier Ozanam y Fabrice Abbad ya habían notado que los criterios de
selección de los mismos a finales del siglo podían revelar una pérdida de prestigio
del empleo73. Ricardo Franch Benavent, en el caso de Valencia, refiere los ataques
de que son víctimas los intendentes en esta provincia y su pérdida de autoridad a
partir de la separación entre los intendentes y los corregidores impuesta por Campomanes en 1766. La intervención creciente del Consejo de Castilla en el control
de la gestión de los municipios en las mismas fechas, en competencia directa con
los intendentes74, podría ser consecuencia de esa misma desafección. Cabe preguntarse qué tipo de intendentes de provincias pretende el ministro Gálvez introducir
en las Indias en los años 1780. De la misma forma, conviene interrogarse sobre las
intenciones de Gálvez en el control de las haciendas municipales americanas. En
efecto, la reforma que Yovana Celaya examina se inspira en la iniciada por el marqués de Esquilache en la Península, comunicándose Gálvez directamente con el
marqués. Sin embargo, Gálvez redacta su propia instrucción en 1768, mucho después
de la caída de Esquilache. En aquel entonces, Pedro Rodríguez de Campomanes se
esfuerza por reforzar la tutela del Consejo de Castilla sobre las haciendas municipales, a expensas del Secretario de Hacienda. Al mismo tiempo, en la Península,
se está comenzando a acometer la reforma de los gobiernos municipales75. Estas
disposiciones se pueden leer como una invitación a la conciliación de las élites y
los tribunales reales. Pero cuál fue entonces el proyecto de Gálvez, ¿aplicar la idea
inicial de Esquilache o tomar en consideración el correctivo de Campomanes? El
estudio de la respuesta de Veracruz, si no aclara las intenciones iniciales del ministro, permite saber por lo menos cómo fueron interpretadas localmente.
Estos comentarios sobre el significado de las instituciones suponen que cualquier comparación entre Francia y la monarquía española resulta todavía arriesgada. No obstante, pueden plantearse bastantes interrogantes comunes. En el caso
francés, Marie-Laure Legay identifica tres modelos de gestión de la hacienda provincial, que corresponden a otras tantas etapas de una política que no consigue, a
fin de cuentas, ganarse la adhesión de las noblezas (el plural es deliberado) del país,
ofreciendo así una explicación de la crisis financiera del Antiguo Régimen francés.
73. Abbad & Ozanam, 1992.
74. García García, 1996.
75. El proyecto de Campomanes se ha estudiado por partes, sin ahondar en su coherencia global. Se estudian
por separado la reforma del control financiero de las ciudades, basándose en las directivas de Esquilache (García
García, 1996, no reconstituye las motivaciones de Campomanes) y la reforma municipal (Esquilache y las contadurías de propios y arbitrios están casi ausentes del estudio de Guillamón Álvarez, 1980). Rivera García, 2002,
considera que las dos reformas van juntas, pero no indica cuáles son los elementos de cohesión que reconoce el
propio Campomanes. El mismo señala su afinidad con las de Laverdy.
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Presentación
En el caso español, Jean-Pierre Dedieu piensa que la reducción del espacio de negociación entre la monarquía española y los poderes locales, como consecuencia
de las disposiciones adoptadas a partir de la Nueva Planta, pesó en el fracaso final
de la hacienda española un siglo después. En contraste con España, la monarquía
inglesa fue capaz de crear un consenso suficiente entre las élites para elevar las
contribuciones y la deuda del país.
En suma, si se compara el punto de partida (la Nueva Planta) con el punto de
llegada (las vísperas de 1808), se puede afirmar que había desaparecido del compromiso que existía inicialmente entre la monarquía española y parte de sus élites,
restringiéndose su espacio negociador. Los planteamientos del monográfico invitan a reconstituir el proceso que constituye su interludio. Cabe preguntarse bajo
qué etapas se dio esta carrera al abismo y si se trata de un cambio progresivo o de
una serie de rupturas en la política de la monarquía, teniendo siempre en cuenta
la pluralidad de órganos de decisión y proyectos de los que hablaban en nombre
de la monarquía, así como los de sus interlocutores en los territorios. Finalmente,
las afinidades señaladas entre Nueva España y la Península invitan a preguntarse
si se da ese mismo proceso en las dos orillas del Mar Océano.
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IMPUESTOS LOCALES EN NUEVA ESPAÑA:
NEGOCIACIÓN Y OBRA PÚBLICA EN EL
AYUNTAMIENTO DE VERACRUZ
EN EL SIGLO XVIII
LOCAL TAXES IN NEW SPAIN: NEGOTIATION
AND PUBLIC WORK IN THE CITY COUNCIL
OF VERACRUZ IN THE EIGHTEENTH CENTURY
Yovana Celaya Nández1
Recibido: 25/03/2014 · Aceptado: 05/06/2014
http://dx.doi.org/10.5944/etfiv.27.2014.12708
Resumen
En el contexto de la reforma política, administrativa y fiscal del siglo XVIII, el artículo
reflexiona, desde el espacio local, sobre los mecanismos institucionales, políticos y
económicos del cabildo de Veracruz para ejecutar una política de reforma urbana
y ampliar al mismo tiempo su base fiscal. El resultado será un proceso, no exento
de tensiones con las autoridades virreinales, en el que el ayuntamiento afianzará su
jurisdicción fiscal frente a los contribuyentes y frente a las autoridades virreinales.
Palabras clave
impuestos; ayuntamiento; Nueva España; reforma urbana; jurisdicción fiscal
Abstract
In the context of political, administrative and fiscal reforms in eighteenth century,
the aims of this article tries to study the cabildo of Veracruz institutional, political
and economic mechanisms to run a policy of urban reform and expanding its fiscal base. The result is the strengthening of municipality jurisdiction on taxpayers
and colonial authorities, a process that will cause many tensions with all of them.
Keywords
taxes; municipality; New Spain; urban reform; tax jurisdiction
1. Instituto de Investigaciones Histórico Sociales, Universidad Veracruzana.
ESPACIO, TIEMPO Y FORMA Serie IV historia Moderna 27 · 2014 · pp. 37–59 ISSN 0214-9745 · e-issn 2340-1400 UNED
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Yovana Celaya Nández
INTRODUCCIÓN
El estudio de la fiscalidad hispánica en los territorios americanos reconoce como
principio básico del siglo XVIII el fortalecimiento de la potestad regia para demandar mayores recursos de sus súbditos novohispanos2. En torno a ello, se ha desarrollado una historiografía que ha evidenciado, desde los montos de ingreso, pero
también desde el fortalecimiento de figuras fiscales y de la administración, una
mayor exacción fiscal en el virreinato novohispano3. En este contexto, se ha privilegiado la mirada a la fiscalidad regia, tanto por los montos de ingresos, las figuras
fiscales, como por el peso que ésta tiene en el funcionamiento y sostenimiento de
la Monarquía. Sin negar las transformaciones de la fiscalidad regia en este periodo
y sus efectos en los contribuyentes novohispanos, este artículo explora la dimensión impositiva en los ayuntamientos. La propuesta es mirar al cabildo veracruzano
en el proceso de definición de impuestos en el marco de su jurisdicción. Es decir,
la definición de un fiscalidad local en respuesta a las demandas del ayuntamiento.
Interesa mirar los mecanismos institucionales, políticos y económicos del cabildo
frente a la Hacienda regia para que sus solicitudes de arbitrios le fueran aceptadas
y los márgenes en los que se definió una fiscalidad local frente a la fiscalidad regia.
La hipótesis que se desarrolla es que en el marco de las transformaciones de la
fiscalidad regia, en el papel de los impuestos y en la redefinición del contribuyente,
los ayuntamientos encontraron los mecanismos para demandar contribuciones locales a sus vecinos. Dicha demanda no estuvo exenta de un proceso de negociación
e incluso tensiones con la Hacienda regia, por lo que los ayuntamientos debieron
construir y defender un discurso político y fiscal que justificara las nuevas exacciones, frente a los contribuyentes y frente a la fiscalidad real. El texto pone la debida
atención a las transformaciones de la Hacienda regia en el siglo XVIII y las facultades
de los ayuntamientos para demandar impuestos a sus vecinos; se explican también
los cambios administrativos en el virreinato y las autoridades participantes en la
aprobación de impuestos a los ayuntamientos. Por último, conviene señalar que la
elección del ayuntamiento de Veracruz se debe a que permite explicar la definición
de una fiscalidad en la fortaleza y cohesión de un grupo capitular que encontró en
los nuevos impuestos un mecanismo de negociación y autonomía frente a la hacienda regia.
LA FISCALIDAD HISPÁNICA DEL SIGLO XVIII
La dimensión fiscal de la monarquía hispánica del siglo XVIII presenta una complejidad, no ajena al siglo XVII, pero sí distinta en cuanto a que debe pensarse en las
transformaciones de la monarquía hispánica en el mismo periodo. Es evidente que
la llegada de Felipe V no significó un cambio inmediato en la monarquía hispánica.
2. Abreviaturas utilizadas: Biblioteca Nacional de España (Madrid): BNE, Archivo General de la Nación (México):
AGN y Archivo General de Indias (Sevilla): AGI.
3. Klein, 1995; Jáuregui, 1999; Marichal, 1999. Sánchez Santiró, 2013.
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La historiografía lo ha identificado como un proceso de cambios paulatinos pero
también de continuidades. A lo largo del reinado del primer Borbón fue evidente que las reformas en detrimento de los Consejos y a favor del gobierno absoluto del rey requerían para consolidarse de la voluntad del monarca, de un Felipe V
muy influenciable en un entorno próximo cambiante4. Después de 1750, la idea de
fortalecer el poder regio no solo se difundía desde la Monarquía, letrados, jurisconsultos, universidades y sociedades económicas tuvieron entre sus miembros a
dignos representantes de una corriente de pensamiento que abogaba por la potestad absoluta como el único mecanismo para hacer frente a la defensa del reino. La
causa absolutista era defendida entre otros por Campomanes y Jovellanos, pero
también por Feijoo respecto a la honorabilidad del servicio público, contrario a un
privilegio social asegurado5. En palabras de Enrique Covarrubias, la conocida tradición regalista española pone a la soberanía real por encima de toda potestad y
administración particular. Desde esta lógica, Campomanes y Jovellanos reclaman
una conducta y una ciencia económica que no se vean mediatizadas por ningún
factor de particularidad6.
Durante el reinado de Carlos III, el regalismo cobró fuerza pero al mismo tiempo
reveló las tensiones de dicha política con los poderes locales que veían en el avance
del regalismo un debilitamiento del privilegio y el estamento como mecanismo de
diferenciación política y económica frente a la Monarquía y al resto de los súbditos.
En el control de las rentas y la recaudación, el regalismo se manifestó en la expansión de funcionarios y el fortalecimiento de un grupo de hombres, burócratas que
desde mediados del siglo XVIII tenían fuerte presencia en el gobierno. Este grupo de
funcionarios procedentes de familias hidalgas con pocos recursos se abría camino
al servicio de las administraciones en todos los niveles de gobierno hasta llegar al
centro de la política monárquica: Madrid. En este grupo encontramos los agentes
del reformismo, los autores de informes, evaluaciones y proyectos para remediar
el estado de la Monarquía. Pero también, aquellos que permitirían a la Monarquía
debilitar los poderes intermedios, fortalecidos en tiempos de los Austrias, con
quienes se debía negociar constantemente para la ejecución de cualquier política
regia. El fortalecimiento del aparato administrativo modificaba los términos de la
relación con los poderes locales, era este proceso que los reformadores regalistas
como Turgot, Necker o del Barón de Bielfeld buscaban ejecutar en cada uno de los
territorios de la Monarquía.
El fortalecimiento del estado patrimonial en materia fiscal requirió que la Hacienda regia controlara todas las figuras impositivas en cada uno de los reinos y eso
incluía las finanzas de los ayuntamientos. La fiscalidad de los cabildos peninsulares
contaba con un largo proceso de autonomía en su gestión, al interior de las jurisdicciones locales y frente a la Hacienda regia7. La presencia del Intendente fue el
4. Dedieu & Ruiz, 1994, Peralta Ruiz, 2006.
5. Un análisis de las discusiones de Feijoo respecto al hombre útil puede verse en Covarrubias, 2005.
6. Covarrubias, 2007, p. 44.
7. El fortalecimiento de figuras impositivas en los ayuntamientos se desarrolló principalmente en el siglo XVII,
donde el arbitrio constituyó una fiscalidad paralela a la regia que incluso llegó a ser más gravosa para los pobres. Véase
Domínguez, 2005, 75. Véase también el trabajo monográfico para la hacienda madrileña de de la Hoz García, 2007.
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primer paso del proyecto regio para controlar los impuestos, ingreso, gasto y contribuyentes. Además del Intendente, se formó la Contaduría de propios y arbitrios
como una instancia que inspeccionaría las finanzas locales, llevaría un registro de
su estado y generaría información de los montos de contribución en manos de los
cabildos8. El control de las finanzas locales debe entenderse también como parte
de un proyecto a largo plazo de disminuir los gravámenes municipales en beneficio de los súbditos, pero también de la Hacienda regia. En la Corona de Aragón, el
proyecto tuvo éxito, no así en Castilla donde las oligarquías municipales se resistieron a la intervención y la extensión territorial de la potestad del rey. En tiempos de
Fernando VI y Carlos III, hubo algunos avances en el proyecto de controlar y limitar
la potestad fiscal local, pero el problema que observaban los funcionarios era que
controlar o eliminar los arbitrios de los ayuntamientos era violentar la autonomía
de los mismos en sus finanzas, contravenir aprobaciones previas, algunas presentes desde el siglo XVI. Así, se enfrentaban a las oligarquías locales que defendían la
autonomía de los ayuntamientos, porque en éstos residía un coto de poder político
y negociación frente a los vecinos y frente a la propia monarquía. Antonio Domínguez Ortiz considera que el reformismo borbónico no se atrevió a unificar o simplificar la multiplicidad de figuras fiscales en los ayuntamientos9. Excepto quizá con
Carlos III, con la creación de la Contaduría general de propios (1760) y la creación
de los síndicos personeros y diputados del común (1766), como dos instrumentos
para limitar el dispendio de las oligarquías de las finanzas locales.
El control de las facultades fiscales de los ayuntamientos debe entenderse también a la luz de proyectos de policía urbana que la Monarquía deseaba ejecutar
primero en la capital del reino, para después reproducirlos en el resto de ciudades.
Un elemento fundamental de todo proyecto de policía urbana eran los recursos
para costear las obras. Arbitrios y sisas fueron la respuesta de los ayuntamientos,
aprobados por la Contaduría, para sostener el plan de policía urbana borbónica10.
La contradicción es evidente, pero lo que revela la reforma de Carlos III en materia
de finanzas locales es que el poder regio no solo está interesado en limitar las figuras fiscales en los ayuntamientos, sino en tener poder de decisión en los ingresos y
el gasto de los mismos. La fiscalidad local se convierte en un mecanismo del poder
regio para, a través de funcionarios, instituciones de inspección (Contaduría) por un
programa de policía urbana y por síndicos, elegidos en los ayuntamientos y como
contrapeso de las elites, ejercer la potestad absoluta en el gobierno de los pueblos.
La trayectoria que la reforma fiscal siguió en la península —patrimonio regio,
fortalecimiento de un cuerpo de funcionarios, e instituciones de inspección y control de las finanzas locales— debía seguirse en los territorios americanos. La visita y evaluación que José de Gálvez realizó al virreinato novohispano (1765–1772)
evidenció a las autoridades metropolitanas la fortaleza de los grupos locales en el
8. García García, 1996.
9. Domínguez, 2005, 85.
10. Así, en Madrid, las obras iniciadas por el propio Esquilache, las ceremonias reales (entrada solemne del rey,
bodas del príncipe heredero y de la infanta) y la residencia de un número creciente de soldados obligaron a elevar las
sisas sobre el consumo, lo que redundó en un alza de precios de primera necesidad. Ruiz, 2008, 349.
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manejo de las rentas, en la política y en la economía del virreinato. Las opiniones
del visitador deben entenderse también en el marco de su pensamiento impregnado de regalismo. Gálvez pertenecía al grupo de funcionarios que se había abierto
paso en la administración gracias a sus conocimientos legales, económicos y del
funcionamiento del gobierno. En materia de Hacienda, la evaluación y posterior
reforma que Gálvez quiso implementar se caracterizó por el principio de que las
haciendas virreinales respondieran a la demanda de recursos de la Hacienda central.
Pero también, por la ejecución de una política regalista que demandaba que actores locales, súbditos y funcionarios estuvieran supeditados a la potestad regia en el
marco de las transformaciones de un poder monárquico que limitaba los poderes
jurisdiccionales, en otro tiempo fundamentales como contrapeso del poder regio11.
Con respecto a las finanzas locales, las instrucciones que recibió el visitador en
1768 seguían lo dictado para los ayuntamientos peninsulares12, la necesidad de tener
un conocimiento exacto de los ingresos de propios y arbitrios, regular los gastos,
cubrir los adeudos y evitar la malversación de los caudales públicos13. El ministro,
convencido de la eficacia de los instrumentos de inspección y evaluación, instauró
una Contaduría General, con sede en la Ciudad de México, para que vigilara las
cuentas de los ayuntamientos. En su primer informe de 1771 acerca de lo pertinente
de dicha institución decía:
con dificultad se haría creíble el desorden con que se han manejado en este reino los
caudales públicos de las ciudades, villas y pueblos, si no estuviese verificado con el examen prolijo de sus cuentas desde que establecida la Contaduría General de propios y
arbitrios se ha podido conseguir que vengan a ella las respectivas a estos últimos años;
porque en las de las anteriores se reconoció el imposible de que se remitieran no habiéndose llevado en muchos pueblos ni aún la menor razón de productos y gastos14.
Un segundo objetivo de la inspección y evaluación de los ingresos de propios
y arbitrios era que los recursos excedentes pudiesen destinarse a la promoción de
actividades económicas como la agricultura y la minería. Para ello, Gálvez reconocía la importancia de un gobierno urbano que realizara obras en caminos, abasto
de agua, edificios para almacenamiento de granos, entre otros. Es decir, la puesta
en marcha de una reforma de la policía de la ciudad en el marco de un urbanismo
11. Celaya, (en prensa b).
12. En las instrucciones que Gálvez recibió de Esquilache, el artículo 14 decía: «Han de examinar si los arbitrios
que más gravan al pueblo se pueden subrogar en otros más tolerables, y representarlo al intendente para que si lo
estimare conveniente lo haga presente al Consejo, quien consultará a SM por la vía de hacienda lo que tenga por
conveniente al alivio y mejor estar de los pueblos, y comunicará la resolución que SM se sirva tomar al intendente,
para que la haga saber a las juntas para su cumplimiento, de modo, que al pueblo no le tengan de costo un solo
maravedí estas subrogaciones, pues todo se ha de ejecutar por providencias gubernativas». Esquilache, 1852, 249.
13. En la Instrucción formada para ello, sostenía en su artículo 13 «Que las justicias y ayuntamientos o repúblicas han de formar su cuenta, haciéndose el cargo del producto de los propios, arbitrios o bienes de comunidad
con distinción de cada uno y la data se ha de reducir a libramientos que han de despachar las justicias u oficiales de
república, con entero arreglo a la dotación de gastos que califique y determine la visita general, intervenidos por el
contador de propios, si le hubiere, y en su defecto, por el escribano o fiel de hechos de cada pueblo, y a lo que se
haya mandado abonar el tesorero o mayordomo, como también a los invertidos en la administración, que deberán
ser solo los indispensables.» Gálvez, 1852, 255.
14. BNE, Mss. 10390.
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ilustrado. Sin embargo, el estado de las finanzas de los ayuntamientos, según el informe que presentó el contador Benito Linares en 1771, no permitía realizar gastos
en obra urbana: el balance, en el raro caso de ser positivo, no era suficiente para
su reinversión en el pago de censos ni mucho menos en la promoción de obras de
carácter urbano. De este informe destaca también que de 13 ayuntamientos evaluados, México, Pátzcuaro, Oaxaca y Valladolid eran los únicos que además de propios tenían autorizado el cobro de sisa como recurso extraordinario15. De mantener
Gálvez su proyecto de un programa de reformas a la policía urbana, el origen de
los recursos para costear las obras podía obtenerse de la Hacienda regia o de los
súbditos novohispanos y en específico de los beneficiarios de la reforma.
En este contexto, el ministro malagueño recuperó una figura exitosa en España
y que en el caso virreinal tenía escasa importancia como medio para obtener recursos extraordinarios, frente al préstamo que había resultado el medio más seguro y
rápido. En el artículo tercero de su Instrucción, concedió a las ciudades y villas que
no tuvieran arbitrios «informarán también en qué cosas puede haberlos, sin perjuicio grave de estos propios pueblos, para aumentar el fondo de sus propios, o hacer éstos suficientes a sus necesidades y urgencias públicas»16. En esta Instrucción,
Gálvez daba la opción de que los ingresos por arbitrio pudiesen destinarse al fondo
de propios. Esto facilitaría a los ayuntamientos destinar dichos ingresos para cubrir
adeudos, pago de sueldos a funcionarios, profesor de primeras letras e incluso algún gasto en festividades. Sin embargo, la Real Ordenanza de Intendentes —1786—
canceló las varias opciones que Gálvez había autorizado y mantuvo los ingresos
provenientes de arbitrios ligados a gastos de obra urbana. La importancia del arbitrio para el desarrollo de una reforma urbana fue también defendida por el virrey
Revillagigedo, pero reconocía la poca disposición de los capitulares al saneamiento
de las finanzas de los ayuntamientos. En su Instrucción reservada de 1794, otorgaba
el reconocimiento al arbitrio como el único medio para financiar proyectos como
caminos y posadas. Sin embargo, la inversión de los caudales públicos, en caso de
existir, se destinaba a sueldos de empleados, fiestas o a pleitos y pretensiones que
no siempre, en su opinión, correspondía al bien público. Por último, señalaba que
la élite local resistiría todo proyecto de ser gravados17. El virrey demandaba mayor
intervención de la autoridad virreinal en el manejo de los recursos públicos de los
ayuntamientos novohispanos18.
En el ámbito de los recursos, los arbitrios se convirtieron en el medio para que
los ayuntamientos pusieran en práctica el nuevo gobierno de la ciudad. Así lo expresaba el ayuntamiento de Campeche: «el cuidar de su policía y arreglar todas
aquellas providencias que conspiran al alivio en general del bien público, aseo y
hermosura de las calles y proporcionar la salud, facilitando todos los arbitrios que
sugiere un buen deseo para conseguirlo»19. La concesión de arbitrios es un medio
15. Linares, «Estado general».
16. Gálvez, 1852, 253.
17. Revillagigedo, 1831.
18. Para un análisis del papel del virrey en la fiscalidad local: Celaya, (en prensa, a).
19. AGN, Ríos y acequias, vol. 1, expediente 7 bis, 1788.
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para llevar a cabo proyectos urbanos pero también la ciudad asume su papel en
el establecimiento de las condiciones necesarias para el desarrollo del comercio
(alhóndiga, mercados, plazas). En el proyecto de José de Gálvez y en la Ordenanza
de intendentes, el arbitrio se sostuvo en la utilidad pública del gasto que cubriría el
nuevo gravamen. Por eso, aquellos ayuntamientos interesados en imponer arbitrios en sus jurisdicciones debían cumplir tres requisitos: los géneros a gravar, los
contribuyentes y el gasto a realizar.
LA TRAYECTORIA DE LA SOLICITUD: CABILDOS,
INTENDENTES, JUNTA DE HACIENDA Y CONTADURÍA
La Instrucción de José de Gálvez (1768) y la Ordenanza de Intendentes (1786) en materia
de arbitrios locales otorgaron a los ayuntamientos un recurso institucional, político
y jurisdiccional en sus territorios para recaudar gravámenes de sus vecinos. Ambos
cuerpos normativos coincidían en el papel del arbitrio como recurso extraordinario para el financiamiento de un gasto urbano, una política dirigida a las ciudades,
pero también a los capitulares que vieron en el proyecto más de una oportunidad
para fortalecer sus finanzas pero también su posición frente a la Hacienda regia20.
Pero ambas instrucciones se cuidaron bien de que los ayuntamientos no usaran a
discreción los nuevos recursos y se mantuvieran supeditados a los nuevos órganos
de inspección del poder regio. En el caso de Gálvez, la Instrucción para nuevos arbitrios le permitía un mejor control de las finanzas de los ayuntamientos, en tanto
que condicionaba la solicitud del ayuntamiento a la entrega inicial de un informe
de sus ingresos por propios. Sólo después de la evaluación del mismo por parte de
la Contaduría los ministros podían evaluar la solicitud de arbitrios. De esta manera,
Gálvez buscaba fortalecer el papel de la Contaduría en las finanzas locales y con ello
el de los órganos de potestad regia en el virreinato novohispano. Otro mecanismo
que el visitador utilizó para mantener un control de los nuevos arbitrios era que los
futuros subdelegados debían tener conocimiento del ingreso y gasto realizado por
los ayuntamientos. Más importante aun era impedir cualquier desvío de recursos
entre las partidas de gasto. Con ello, el visitador buscaba que una vez cubierto los
gastos, tanto los ligados al rubro propios, como los ligados a los arbitrios, los ayuntamientos destinasen los recursos excedentes al pago de deudas. Una vez logrado
dicho equilibrio y saneadas las finanzas de los ayuntamientos, el visitador consideraba que podían eliminarse los arbitrios, especialmente aquellos que gravaban
alimentos. No obstante lo dicho en su Instrucción, respecto al papel del arbitrio
para las necesidades de los ayuntamientos, en una comunicación posterior con el
Consejo de Indias, propuso que un porcentaje de los arbitrios se destinase a cubrir
20. En la Ordenanza de Intendentes quedó estipulado que la Junta Superior de Hacienda podía autorizar arbitrios: «establecidos por consentimiento común, estando los pueblos bien hallados con ellos o precisados a tolerarlos
por falta de propios, bien en estas circunstancias de faltarles dotación para cubrir sus obligaciones, deben aquéllos
representarlo a la misma Junta Superior por medio del intendente de provincia y proponer el arbitrio que sea menos
gravoso a sus vecinos, con el fin de que, examinada la necesidad, se acuerde su concesión». Real Ordenanza, 2008,
art. 48.
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la mitad del salario de los intendentes en vista de la fortaleza de los ingresos, por
ejemplo en Guadalajara, San Luis Potosí, Valladolid y Puebla que ya habían hecho
las solicitudes de arbitrios21.
En la dimensión institucional, la Instrucción de Gálvez y la Ordenanza de Intendentes destacaban el papel de la Contaduría de propios y arbitrios, del subdelegado
y del Intendente en la lectura y aprobación de los nuevos arbitrios. Aunque la Contaduría General fuese una para todo el virreinato, los Intendentes y subdelegados
asumían tareas de inspección de las finanzas locales, con lo que se lograba el registro en todo el territorio. Así, aquellos ayuntamientos interesados en presentar una
solicitud de arbitrios debían contar con la aprobación de las autoridades virreinales.
El procedimiento a seguir, convenido en ambas normativas, era la presentación de
la solicitud de arbitrios por parte del cuerpo capitular, dirigida a la Junta superior
de Hacienda, de carácter único y con sede en la Ciudad de México22. La solicitud
debía estar aprobada por los capitulares y en segundo lugar por el subdelegado o
el Intendente. En esta etapa, era importante que el cabildo solicitante explicara el
tipo de arbitrio, los bienes gravados, los contribuyentes y el destino de los recursos.
Una vez aprobado el proyecto, debía presentarse ante la Junta de Hacienda, cuyos
integrantes tomarían la resolución respectiva. En el papel de los Intendentes y los
subdelegados, los ayuntamientos podían solicitar su aprobación antes de su presentación a la Junta de Hacienda o bien ésta pediría la opinión de ellos respecto al
proyecto. La Junta de Hacienda podía proceder a rechazar, aprobar o pedir información extra sobre el ingreso y el gasto. El resultado final del procedimiento fue la
integración de expedientes que dan cuenta de las estrategias de los ayuntamientos
y de las autoridades involucradas para aprobar o negar las solicitudes de arbitrios,
la importancia que los contribuyentes adquirirán en el marco de las jurisdicciones
locales y el conflicto en algunos casos frente a la Hacienda regia. Además, los expedientes revelan los conflictos por la intervención de varias instancias en la evaluación de las solicitudes de arbitrios. Así, un conflicto entre el ayuntamiento y el
Intendente podía derivar en una evaluación contraria al proyecto; o impedir que
llegase a la Junta de Hacienda. Por último, los ayuntamientos podían apelar a la
Audiencia, en tanto que ésta tenía jurisdicción ordinaria en las causas de policía y
gobierno, y éste era el rubro en el que se incluía el gasto de los nuevos arbitrios.
La Instrucción de Gálvez y la Ordenanza de intendentes no realizaron distinciones
respecto a los géneros que podían ser gravados por los ayuntamientos, por lo que
21. AGI, México, 1973, «Planes propuestos por el virrey de nueva España para la erección de una comandancia
general en Sonora, Californias, y Nueva Vizcaya y establecimiento de intendencias en todo el reino. México, 26 de
enero de 1768, el virrey marqués de Croix».
22. Artículo 6: «La mencionada Junta deberá celebrarse una o dos veces cada semanas, en los días y horas que
señalare el Superintendente subdelegado según sus graves ocupaciones, y las de los demás vocales (…) en todas
ellas se ha de tratar, con arreglo a esta instrucción y a las órdenes que yo diere en lo sucesivo, de reducir en las
provincias de aquel imperio a un método igual, en cuanto fuere posible, el gobierno y administración de justicia en
materias de mi real Hacienda y en lo económico de guerra; cuidando privativamente la expresada Junta superior
no solo de los dichos dos ramos o causas, sino también del de los Propios y arbitrios y bienes de comunidad de los
pueblos, para cuya dirección y conocimiento le concedo cuanta jurisdicción y facultades sean necesarias». Artículo
28. «Con el objeto de arreglar uniformemente el gobierno, manejo y distribución de todos los propios y arbitrios de
las ciudades y villas de españoles, y de los bienes comunes de los pueblos de indios de aquel imperio, cometo privativamente la inspección de uno y otros a la Junta superior de Hacienda». Real Ordenanza, 2008.
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la aprobación dependió del gasto a realizar pero también de las modificaciones a
la fiscalidad regia. Después de 1780 y en vista de una mayor presión fiscal a los novohispanos, la Hacienda regia aumentó los bienes sujetos a gravamen y limitó la
capacidad de los ayuntamientos para gravar los mismos. Era evidente que la fiscalidad regia tenía preeminencia sobre los géneros, pero también que se observaba una
doble fiscalidad sobre el mismo contribuyente. Al respecto, ambos cuerpos normativos tampoco hicieron distinciones sobre la potestad fiscal de los ayuntamientos
en los contribuyentes. Mientras que en la Península, los contribuyentes debían ser
los vecinos, el caso novohispano reveló problemas para lograr tal definición y precisar cómo gravarlos. Así, la Instrucción y la Ordenanza no señalaron nada respecto
a la configuración de un cuerpo encargado de recaudar los nuevos gravámenes o
el registro de los contribuyentes, por lo que fue común que se sustentara en la estructura de recaudación de la Hacienda regia, por ejemplo en las aduanas.
Si bien es cierto que la Ordenanza definió en mejores términos la posibilidad
de una potestad fiscal en los ayuntamientos, géneros y contribuyentes quedaron
determinados por la fiscalidad regia, de tal manera que aquello que no estuviera
gravado por ésta podía quedar en manos de los ayuntamientos. Esto dejaba poco
margen a los cabildos al momento de elaborar sus proyectos. Maíz y trigo, por ejemplo, fueron los más deseados por los ayuntamientos, principalmente porque representaban un ingreso constante y no causaban alcabala. En este contexto debemos
entender la importancia del gasto que los ayuntamientos deseaban realizar en sus
jurisdicciones, pero también los mecanismos de negociación, políticos, económicos
y jurisdiccionales, de los ayuntamientos frente a la Hacienda regia.
EL AYUNTAMIENTO DE VERACRUZ: ARBITRIOS Y OBRA URBANA
La condición de privilegio de Veracruz, puerto económico principal y de conexión
con el Caribe y el Atlántico, no se reflejó en la formación de un espacio urbano y
político acorde a su importancia económica. Desde el siglo XVI, el puerto de tablas,
como era conocida la ciudad de Veracruz, se caracterizó por ser un espacio insalubre
y con población itinerante por lo que su infraestructura urbana era innecesaria. No
obstante la importancia de los capitales que transitaban por él y la presencia de las
aduanas y oficiales del fisco, los comerciantes optaron por Xalapa u Orizaba, con
climas más benignos, como lugar de descanso y para realizar negociaciones antes
de continuar su trayecto a la ciudad de México.
A lo largo del siglo XVII, la ciudad de Veracruz consolidó su papel en el comercio,
frente al Caribe y al Atlántico, pero también al interior del reino. Antonio García
de León sostiene que a lo largo de este siglo, un sector de comerciantes mantuvo
al puerto como centro de negocios y desde éste se articuló un sistema de intercambios hacia tierra adentro, Puebla, Ciudad de México, Acapulco, Oaxaca y alcaldías
cercanas al puerto23; circuitos mercantiles sostenidos en la producción y el tránsito
23. García de León, 1997.
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de mercancías entre el Atlántico y el Pacífico. Durante el siglo XVIII, tales circuitos
se fortalecieron a la luz de un proceso de población en crecimiento, de ocupación
de tierras y explotación de nuevas actividades productivas, pero también a la luz
de un proyecto borbónico de fortalecer su línea de defensa en el Golfo de México24.
Veracruz, sin negar la importancia del Pacífico y el nacimiento de otros puertos
menores en el Golfo, mantenía su papel de puerto principal. Las condiciones internacionales que la Monarquía hispánica enfrentó en el siglo XVIII impactaron en
la fisonomía urbana del puerto al proyectarse obras en la muralla y en los puestos
defensivos. En este proceso, el puerto afianzaba su papel en la defensa, mientras
que los grupos mercantiles en la región encontraban en la política borbónica un
espacio para defender sus intereses con la creación de la feria de Xalapa, como espacio de intercambios entre los comerciantes de la flota y los novohispanos. Xalapa
tuvo preeminencia por ofrecer mejores condiciones que el puerto, clima, pero sobre
todo una infraestructura para almacenar mercancías. No obstante ello, la ciudad
de Veracruz se mantenía como el centro de operaciones de la Real Hacienda y el
punto inicial de desembarco de mercancías. Por eso, en la segunda mitad del siglo
XVIII, ante el debilitamiento del sistema de flotas y por ende de las ferias mercantiles, los comerciantes porteños buscaron mantener a la ciudad ajena a los intereses
de los comerciantes de la ciudad de México. En la segunda mitad del siglo, se hizo
evidente la tensión entre los grupos mercantiles del Altiplano y el Golfo. Así, la ciudad de Veracruz ya no podía considerarse solo como lugar de tránsito y en manos
de los comerciantes de México o peninsulares: por el contrario, se habían generado intereses locales que pronto rivalizarían con otros grupos. En este contexto, la
demanda de un espacio urbano, representante de una élite política y económica,
parecía un requisito para fortalecer a un grupo económico frente a los intereses del
interior del territorio veracruzano y de otras provincias del virreinato.
El cabildo porteño toma relevancia en este periodo, al buscar desde su jurisdicción la representación de los intereses de una élite mercantil que intentaba afianzar el papel de la ciudad como una plaza económica controlada por la élite local.
Desde el cabildo y en el marco de las disposiciones de José de Gálvez y la posterior
Ordenanza de Intendentes, los capitulares buscaron los medios económicos para poner en marcha obras, consideradas primordiales, para afianzar su papel de puerto
principal en los intercambios de México con el exterior y al interior de lo que sería
la Intendencia. El cuadro 1 muestra los proyectos más importantes del periodo y
que representaron un afianzamiento del cabildo frente a la Hacienda regia.
La trayectoria de estos proyectos permite observar la fortaleza del ayuntamiento en la defensa de una potestad fiscal frente a la Hacienda regia. Los proyectos de
urbanización y transformación del espacio urbano en el siglo XVIII explican una
nueva conceptualización del espacio. Las capitales virreinales, de provincia y posteriormente de intendencia son objeto de nuevas políticas urbanas: Madrid, Lima,
Ciudad de México, son el ejemplo a seguir en el ordenamiento de su espacio. El
buen funcionamiento de la ciudad, limpieza, iluminación, mejora de los paseos,
24. Blázquez, Celaya & Velasco, 2010.
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cuadro 1: Solicitudes de obra pública y arbitrios de Veracruz
Fecha de
solicitud
Obra
Propuesta de arbitrios25
1789
Conducción de agua
del río Jamapa
1 peso por carga de harina que saliese de
la alhóndiga; gravar a dueños de tierras
y ganados; gravar a las haciendas; una
corta gabela a cada barril de caldos; 1 real
a cada pieza de ingresase a la ciudad por
mar y por tierra, excepto el pan, carne y
demás alimentos de primera necesidad,
1795
Construcción y
conservación de
empedrado de calles
Por la venta en menor de caldos de
Castilla
1798
Alumbrado
delimitación de espacios libres y nuevas reglas de edificación fueron algunas de
las preocupaciones de los reglamentos de policía del reformismo26. Los proyectos
respondían a un pensamiento ilustrado que demandaba que las ciudades aplicaran conceptos como funcionalidad, comodidad, utilidad, orden y limpieza. Las
obras de alumbrado, introducción de agua y empedrado de calles que el cabildo
porteño puso en marcha tenían como principal justificación cumplir con el nuevo
proyecto de policía urbana, signado en la Ordenanza de Intendentes, pero también
generar las condiciones necesarias para convertir una ciudad insalubre y peligrosa
para sus habitantes, en un modelo de ordenamiento y limpieza, en un organismo
útil y funcional27.
La disponibilidad de agua, para el consumo y la agricultura, era un requisito
que todo terreno debía cumplir si era elegido para el establecimiento de una población28. El asentamiento definitivo de Veracruz y las características estratégicas,
25. Se registran todas las propuestas de arbitrios en los proyectos realizados, en el desarrollo del texto veremos
las resoluciones definitivas.
26. Hernández, 1998.
27. El interés por el cultivo de la indagación científica de la época y, sobre todo, la publicación del importante
trabajo de J. Arbunthnot, Ensayo de los efectos del aire sobre el cuerpo humano, 1740, propiciaron una tendencia hacia
el análisis de la relación entre la morbilidad, la mortalidad y el medio ambiente. Los principios manifestados en esta
obra y los de las susodichas corrientes mecanicistas y circulacionistas le concedieron al aire un papel fundamental
en la salubridad y dispusieron que el espacio de la ciudad tenía que adaptarse a la fluidez del agua y del aire para
contribuir a la prevención y curación de enfermedades. De acuerdo con las teorías mecanicistas, la ciudad del siglo
XVIII se equiparaba a un organismo. Tenía un corazón, arterias y venas que la atravesaban y cruzaban por todas
partes; también tenía un vientre que pedía alimentos y excretaba un sin fin de basuras de la colectividad. Tenía un
olor propio que la definía y la diferenciaba del medio rural. Así, todas sus formas deberían adaptarse para permitir
el movimiento continuo que la llevara a alcanzar su purificación. Sus arterias o calles tenían que ser rectas y anchas,
debería de predominar lo regular y lo ordenado en aras de la belleza. Hernández, 1998, 120.
28. El mismo cabildo, en su expediente presentado a la Audiencia para solicitar se aprobase el proyecto señalaba que: «que el agua era conforme a leyes reales el primero de los alimentos y el más necesario, pues no solo servía
para apagar la sed, sino para otros muchos ministerios indispensables a la vida humana». AGI, México 2109, «El virrey
de Nueva España Don Manuel Antonio de Flores. Informe en vista de su carta con la que acompaña 7 testimonios de
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mercantiles y defensa que privaron para su posición, no resultaron las más adecuadas para el abastecimiento de agua. Por ello, ante el crecimiento poblacional que
experimentaba en el siglo XVIII, el Cabildo inició las gestiones en 1721 para que el
casco urbano contara con el preciado líquido. El proyecto presentado ante el virrey consistía en introducir agua proveniente del río Jamapa, por ser dicha fuente
la más cercana y asegurar un abasto constante a la ciudad. Para el financiamiento,
se propuso gravar con un peso cada carga de harina que ingresara a la ciudad por
un periodo de cuatro años. La respuesta de la autoridad virreinal a la solicitud fue
rechazar el proyecto por los perjuicios que ocasionaba el gravamen a la harina que
se consumía en la ciudad, pero también porque en el casco urbano transitaba harina con destino a los presidios y de gravarse ésta, la Real Hacienda debía asumir
un costo mayor por la misma.
No obstante las modificaciones posteriores que el Cabildo realizó al proyecto,
la exención del arbitrio a la harina con destino a los presidios, previa certificación,
la autoridad virreinal mantuvo su negativa y su última recomendación fue repartir
el costo de la obra entre los vecinos de la ciudad. Una segunda propuesta se realizó entre 1756 y 1758 para el mismo proyecto. En esta ocasión, el Cabildo consideró
gravar harina, trigo y aguardiente. En el rubro de contribuyentes, argumentó los
beneficios del comercio de tales géneros al ampliar el número de contribuyentes
e incluso era conveniente la inclusión de los eclesiásticos, como introductores de
harina y trigo, pues ellos también gozarían del beneficio de la obra, por lo que solicitaban la facultad y jurisdicción necesaria para gravarlos. Esta segunda solicitud
incluía también las varias modificaciones que la Junta de hacienda había solicitado
al ayuntamiento, antes de considerar aprobar la citada obra; por ejemplo una certificación «auténtica» de los propios que poseía; un importe anual de las cargas de
harina que ingresaban a la ciudad; y por último la justificación de que el costo de
la obra se realizaba «por un donativo gracioso de la vecindad y comercio que ayudase a la obra, como interesantes todos en el beneficio que les resultaba»29. Pero la
postura de negar facultades fiscales al ayuntamiento se mantuvo por parte de las
autoridades virreinales.
La última solicitud se presentó en 1784 al virrey Matías de Gálvez30, explicitando
el Cabildo que no obstante haberse atendido las modificaciones, las autoridades no
habían considerado «las muchas desgracias y daños que cada día experimentaba y
causaban a la salud el agua que se bebía»31. Por ello, Josef Carrión y Andrade, como
autos formados sobre la conducción del agua del río Jamapa a la ciudad de Veracruz y dos mapas relativos al propio
asunto.» 11 de septiembre de 1788.
29. AGI, México 2109, «Nueva España. Propios y arbitrios de Veracruz. Informe sobre la conducción del agua del
río Jamapa a dicha ciudad y arbitrios para la referida obra 1789.
30. Matías de Gálvez estuvo al frente del gobierno virreinal de 1783 a 1784 y de 1784 a 1785 asumió el gobierno
la Audiencia, por lo que en el expediente se hace referencia a ambos.
31. Los problemas del agua lo explicaban así: «los daños que causaba la salud el agua que se bebía en aquella
ciudad dimanada de una Ciénega inmunda y asquerosa de agua detenida sobre un profundo fango donde los visitantes de las cercanas estancias se lavaban y hacían cuanto querían, sin que en bastante distancia hubiese más
agua; que los ganados abrazados de sed se esparcían y ansiosos iban a buscar la ciénaga y arrojándose en ella con
fatiga de la sed bebían, se revolcaban, estercolaban y enfangados muchos que les faltó el aliento para salir quedaban
muertos y sepultados dentro de la misma ciénaga sucediendo lo propio con otros animales con inclusión de los más
repugnantes como la culebra, el lagarto y semejantes y que en medio de esta angustia, aún era más sensible el haber
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miembro del cabildo, presentaba al virrey una nueva solicitud para realizar la obra
de conducción de agua proveniente del río Jamapa. El costo presupuestado de la
obra, realizado por el coronel Miguel del Corral ingeniero en jefe de la fortificación
del puerto, era de 318.330 pesos32. La importancia era la necesidad del líquido, decía
el cabildo, «no siendo menos importante para la vida el pan que el agua, aunque
en el orden de contar estos alimentos tenía el primer lugar el agua que el pan».
Por ello se consideraba legítima la solicitud para gravar las harinas y el trigo, pues
en sus facultades se encontraba abastecer del líquido a los vecinos. La facultad a la
que apelaba el ayuntamiento era al cuerpo normativo de la Legislación de Indias
que otorgaba dicha potestad, no a la Instrucción de Gálvez, que había otorgado posibilidad de una facultad fiscal en los ayuntamientos, quizá por considerar que el
primero mantenía preeminencia sobre lo dicho por Gálvez.
La propuesta consideraba que era viable gravar los siguientes bienes: un peso
sobre cada tercio de harina que saliese de la alhóndiga; gravar a los propietarios de
tierras y ganados con un tanto por ciento sobre el valor de cada hacienda; una corta
gabela en cada barril de caldos provenientes de España y un real en cada pieza que
entrase a la ciudad, por mar y por tierra, excepto el pan, carne y demás alimentos
de primera necesidad. En el caso de este último, su imposición, una vez conseguido
el fondo necesario para iniciar la obra, se reduciría a medio real. Sin embargo y en
vista de los efectos que los arbitrios propuestos tendrían en el tráfico de mercancías
provenientes del Atlántico y con destino al interior del reino, el virrey solicitó una
consulta al Consulado de México. La respuesta del Consulado fue señalar las complejidades técnicas de la obra y la ausencia de facultades del cabildo para fiscalizar
a los individuos que no recibieran un beneficio y utilidad de la obra, en este caso a
los comerciantes que negociaban al interior del casco urbano. En consecuencia a
la opinión de el Consulado, el Fiscal solicitó al ayuntamiento una nueva consulta
en su pleno y realizar una segunda propuesta y en ésta incluir un estimado de las
piezas de comercio que entraban, por mar y tierra, al casco urbano33.
En vista de las dilaciones que las autoridades virreinales ofrecían al proyecto de
la introducción de agua al casco urbano de la ciudad de Veracruz, en 1786, el cabildo
optó por enviar una representación al Consejo de Indias. La respuesta de la autoridad metropolitana fue solicitar a la Contaduría de propios y arbitrios y al virrey
novohispano un informe de las gestiones realizadas para ejecutar la obra. Con la
información enviada, el Consejo emitió una respuesta a las gestiones realizadas por
faltado este auxilio muchas veces, pues en tiempo de rigurosos calores llegaba a secarse la ciénaga en cuyo estrecho
caso no resultaba otro recurso que una noria salobre situada en el recinto de la ciudad». AGI, México 2109, «El virrey
de Nueva España Don Manuel Antonio de Flores. Informe… 11 de septiembre de 1788.
32. El cabildo solicitante recordaba la condición del asentamiento de la ciudad y la escasez de agua que se experimentaba: «con que hallándose situada Veracruz donde [las aguas] no existían, debían conducirse desde parajes
que las produjesen, copiosas, puras, dulces y saludables». AGI, México 2109, «El virrey de Nueva España Don Manuel
Antonio de Flores. Informe… 11 de septiembre de 1788».
33. Según el cómputo realizado por el ayuntamiento «en los dos medios años último de 1783 primero de 1874
se verificaron de entradas y salidas en dicho puerto mar en fuera 65,032 piezas, las 38, 901 por entradas y las 26,131
por salidas y por el segundo demostraron que las entradas y salidas terrestres y marítimas de la costa de Barlovento
de aquel puerto ascendieron en el mismo año a 66,100 piezas en esta forma, las 30,855 por entradas y las 35,245 por
salidas. AGI, México 2109, «El virrey de Nueva España Don Manuel Antonio de Flores. Informe… 11 de septiembre
de 1788».
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el ayuntamiento y a las realizadas por las autoridades virreinales. Consideró que no
obstante los múltiples recursos expuestos por la ciudad y llevar esperando casi 84
años para la realización de la obra, las autoridades habían tratado la solicitud con
la «mayor indiferencia». En el rubro de los arbitrios, el Consejo consideraba que si
bien a primera vista causaban «extraordinaria novedad», encontraban justificación
en la utilidad pública que representaba la introducción de agua, pero también en
una legislación que aprobaba usar arbitrios para satisfacer «los objetos más esenciales e importantes de la república». En estas condiciones, el Consejo concluyó
que la obra, el gasto, la utilidad pública y los arbitrios estaban suficientemente justificados para ejecutarse «con la mayor celeridad». En lo que atañe a la crítica que
realizó el Consulado de México en la definición de los contribuyentes, el Consejo
evidenciaba que los beneficiados por la citada obra serían los contribuyentes cautivos, en tanto que el gravamen a la harina y al aguardiente se cobraría en «los que
se consumiesen en las tiendas de la ciudad, manifestando por consiguiente que así
como había de disfrutar su vecindario el beneficio resultante de la conducción del
agua, sufriese también esta contribución municipal por el tiempo que durase la
construcción de la obra»34.
El último argumento del Consejo para atender la petición del cabildo veracruzano fue la condición del puerto como principal línea de defensa, ya que en caso
de un ataque a la plaza, los milicianos acantonados demandaría más agua y en consecuencia los vecinos del puerto verían reducida la disponibilidad del preciado líquido. El resultado de la falta de atención del gobierno de México a la solicitud del
cabildo veracruzano sería la pérdida de la plaza veracruzana y la invasión al reino35.
La resolución del Consejo fue recomendar al monarca que aprobase el proyecto y
su inmediata ejecución. En 1789, el Cabildo porteño recibía la autorización necesaria para ejecutar la obra para introducir el agua al casco urbano36. La respuesta
de la autoridad monárquica permitió posicionar al cabildo frente a las autoridades
virreinales y mantener la aprobación de un gasto en obra urbana, de importancia
local y para el reino, que otorgó amplio margen de libertad al cabildo para decidir
los ingresos. Es decir, el dictamen del Consejo no puso objeción al paquete de arbitrios que el cuerpo capitular había presentado en sus diferentes proyectos, mientras que la Cédula real tampoco especificó los arbitrios autorizados para costear el
proyecto. En este sentido, la facultad impositiva se mantenía en el cabildo porteño.
Después de varias sesiones y acuerdos entre los capitulares veracruzanos y la
Contaduría, los arbitrios definitivos para cubrir el costo de la obra fueron: 1) Dos
34. AGI, México 2109, «El virrey de Nueva España Don Manuel Antonio de Flores. Informe… 11 de septiembre
de 1788».
35. «Apoderándose de una plaza tan recomendable que siendo por naturaleza la puerta para la entrada en
Nueva España es preciso inferir que por consiguiente quedarían en el mayor conflicto y llenas de terror las provincias
y ciudades de aquel reino, temiendo siempre las invasiones y hostilidades enemigas, dando aun mayor margen al
dolor de tan deplorable pérdida, la consideración de haberse verificado por la morosidad con que miró el gobierno
de México las justas solicitudes del ayuntamiento de Veracruz dejándola abandonada para que después de sufrir
los rigurosos efectos de la sed y demás penalidades anexas a la falta del agua, pasase a otro dominio privando al rey
y a la nación de tan importante posesión». AGI, México 2109, «El virrey de Nueva España Don Manuel Antonio de
Flores. Informe… 11 de septiembre de 1788».
36. AGN, Reales cédulas, vol. 151, exp. 46.
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pesos a cada tercio de harina consumida en la Alhóndiga, que producirían un estimado de 24.000 pesos anuales; 2) un real por cada tonelada de las embarcaciones provenientes de la Península y medio real por embarcaciones provenientes de
otros puertos del seno mexicano; y 3) los abastecedores de carne de res y carnero
rebajarían en su contrato de res dos onzas por real y el de carnero dos onzas, pagando el equivalente al ayuntamiento37. El informe de la Contaduría reconocía que
eran los arbitrios menos gravosos a los vecinos, que también se verían gravados los
transeúntes, pero al final todos recibirían utilidad de la obra: vecinos, comerciantes y particulares. En vista de la premura para que iniciase la obra, el ayuntamiento
obtuvo autorización para solicitar 100.000 pesos a rédito, a cuenta de los futuros
ingresos y, cuatro años después, 1794, se le autorizaron otros 50.000 pesos para dar
mayor celeridad a la obra38.
El ayuntamiento porteño y la élite económica y política ahí representada se
mostraban resueltos a llevar a cabo un programa de mejora urbana de acuerdo a los
principios establecidos por el reformismo ilustrado. En este proceso y siguiendo el
ejemplo de la capital del reino, el cabildo presentó un nuevo proyecto de mejoramiento urbano a la Contaduría de arbitrios. En 1794, los regidores explicaron a la
Contaduría la necesidad de continuar el empedrado, iniciado en 1764 e inconcluso
hasta la fecha39, por lo que solicitaba se le aprobase un impuesto a la venta de caldos
de Castilla en el casco urbano. Además de la consabida importancia del puerto en
materia estratégica, el empedrado se hacía necesario por el constante tránsito de
recuas para embarco y desembarco de mercancías. El discurso sanitario estaba de
nuevo presente, pues al igual que en la obra del río Jamapa, los beneficios del empedrado buscaban «libertar al vecindario de Veracruz de las graves enfermedades
que sufría». El cabildo señalaba que si bien la ciudad ya contaba con algunas áreas
empedradas, era necesario avanzar y concluir una obra tan útil y benéfica al vecindario. Sin embargo, no podía continuar con la obra debido a los crecidos gastos
que el rubro de propios experimentaba. Por ello solicitaba que se le aprobase un
gravamen a la venta de caldos.
El cabildo era consciente de las disposiciones regias de limitar la potestad de los
ayuntamientos a ciertos géneros. Por ejemplo, desde 1779 se prohibió a los ayuntamientos gravar los caldos de Castilla40. No obstante ello, atendiendo al beneficio que
37. AGI, México 2109, «El virrey de Nueva España. Informe acerca de las providencias que ha tomado a consecuencia de real cédula de 19 de mayo de 1789 sobre la obra proyectada para la conducción del agua del río Xamapa
a la ciudad de Veracruz y arbitrios propuestos para ella. 9 de agosto de 1791».
38. AGI, México, 2109, «El virrey de México. Informe en cumplimiento de lo que se le mandó en real cédula de
31 de enero de 1792 da cuenta del estado de la obra que se está ejecutando para introducir el río de Xamapa en la
ciudad de Veracruz. 17 de mayo de 1794».
39. En 1764, el empedrado se pagó con «una rebaja en dos onzas de pan que en cada real se daban». Para el
control de este ingreso, el cabildo estableció un número fijo de panaderos y «era este gremio el contribuyente,
aunque es evidente que al final se trasladaba al consumidor». AGI, México, 2109, «La audiencia de México informa
sobre arbitrios con que atender a la construcción y conservación del empedrado de las calles de Veracruz. 27 de
noviembre de 1795».
40. El gravamen de caldos que se recaudaba a la entrada al puerto de Veracruz era para beneficio de la hacienda
regia. En el siglo XVII el cobro de gravámenes a la introducción de vino se destinó a obras en la ciudad de México,
por ejemplo para financiar las obras del desagüe de Huehuetoca pero también para el la fundación de la Armada de
Barlovento. La continuidad del gravamen estuvo a negociación del Consulado de México que en más de una ocasión
solicitó a la Hacienda regia su derogación para evitar un aumento de precios en el comercio interno. En el caso de las
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la obra representaba para el vecindario y no habiendo otros géneros que gravar, se
solicitaba una dispensa a la prohibición. En vista de los importantes ingresos que
pudieran conseguirse con el gravamen al comercio de caldos, el ayuntamiento no
perdió la oportunidad de solicitar a la Contaduría que una vez concluida la obra
del empedrado, el citado arbitrio debía continuar para «destinarlo a otros objetos
benéficos que el gobernador distinguió podían ser los de iluminación de las calles, conducción del agua del río Xamapa y otros establecimientos útiles al vecindario»41. La Contaduría consideró que en efecto, la prohibición de 1779 obligaba
al ayuntamiento a buscar otros ingresos para costear el empedrado. Sin embargo,
era evidente que el gravar a los caldos era lo menos perjudicial al vecindario. Y si
bien es cierto que en el caso porteño, los contribuyentes eran los consumidores directos, la Contaduría consideraba que el impuesto también podía impactar en los
comerciantes, al disminuir las ventas por el citado gravamen, los beneficios también se experimentarían para la salud pues eran de todos conocidos los problemas
que ocasionaba el consumo excesivo de este tipo de bebidas42. Además, el cabildo
recibió el apoyo de la Audiencia para lograr la dispensa a la prohibición real y en
consecuencia permitírsele concluir su proyecto de empedrado. Por último, la Audiencia recordaba que la misma dispensa se había otorgado a los ayuntamientos
de México, Puebla y Oaxaca43.
La resolución final de la Contaduría fue positiva y se aprobó el gravamen por un
periodo de tres años contados a partir de 1791. De la recaudación se estimó un ingreso de 815 pesos mensuales y un ingreso anual de 9.780 pesos. Sin embargo, tres
años después de iniciada la recaudación, el reporte de ingresos apenas llegaba a los
17.000 pesos, cuando según las estimaciones debió ser de 29.000 pesos. En estas
condiciones, se le permitió al Cabildo extender la recaudación por cinco años más
y como apoyo a los ingresos, la fundación de una panadería de privilegio. La panadería vendería «pan exquisito y se expendiese con rebaja de onzas»; el privilegio
sería un contrato anual establecido entre el panadero y el Cabildo, contrato que se
obtenía por subasta pública y que en el primer año se fijó en 500 pesos, ingresos
que se destinarían a la obra del empedrado44.
obras del desagüe, el gravamen tuvo continuidad hasta el siglo XVIII. Al respecto, el Consulado de México opinaba
que entre 1630, fecha de su imposición y hasta 1777 el impuesto de vino había ingreso a las arcas de la Real Hacienda
un monto de 2,754, 186 pesos, distribuidos entre las obras del desagüe, la fortificación de Veracruz y la Armada de
Barlovento. Al respecto véase, BNE, Mss, Micro/7099.
41. AGI, México, 2109, «La audiencia de México informa sobre arbitrios con que atender a la construcción y
conservación del empedrado de las calles de Veracruz. 27 de noviembre de 1795».
42. AGI, México, 2109, El propósito de la cédula de 1779 era éste: «atendiendo el rey a la prosperidad del comercio mandó que los excesivos arbitrios municipales que contribuían los caldos españoles en aquel reino quedasen
reducidos a que únicamente el vino y el aguardiente pagasen un peso por cada barril quintaleño a la entrada de
Veracruz y otro a la de México, no debiéndoles exigir cosa alguna por este título en las demás ciudades y pueblos de
Nueva España». «La audiencia de México informa sobre arbitrios con que atender a la construcción y conservación
del empedrado de las calles de Veracruz. 27 de noviembre de 1795».
43. En el caso del ayuntamiento de Puebla, fue Gálvez el que impuso el arbitrio para costear la milicia. En México fue el virrey también para destinar sus ingresos al empedrado. Conviene decir que fueron varios ayuntamientos
los que solicitaron la dispensa, argumentando el permiso concedido a México, Puebla, Oaxaca y Veracruz, pero hasta
ahora no tenemos registro de que la Contaduría o la Audiencia emitieran otras dispensas.
44. AGI, México, 2109, «La audiencia de México informa sobre arbitrios con que atender a la construcción y
conservación del empedrado de las calles de Veracruz. 27 de noviembre de 1795».
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En el marco de un proyecto de ciudades funcionando como un organismo útil,
el alumbrado resultaba fundamental en la construcción de un espacio urbano seguro y funcional. En 1798, el ayuntamiento presentó un nuevo proyecto y el gasto
lo justificaba también por su condición de «principal puerto de Nueva España de
que se consulte su mayor seguridad y mejor ornato por medio de dicho alumbrado,
conforme a toda buena policía». Y por «la utilidad y beneficio que al público de Veracruz le resultaría del insinuado establecimiento»45. Con estos argumentos, y con el
referente de la ciudad de México y los beneficios que el alumbrado representaba en
el control del espacio urbano, el síndico del ayuntamiento veracruzano, José María
Quiros, presentó al pleno del cabildo un proyecto de alumbrado con 150 faroles a
distribuirse convenientemente en la ciudad. El proyecto consideraba que si bien la
ciudad no era comparable en extensión a la ciudad de México, ni al tránsito diario
de personas, sí era una ciudad con un crecimiento de su casco urbano que hacía
preciso controlar y dar mayor seguridad a sus habitantes y a los comerciantes que
transitaban por las distintas entradas a la ciudad. Si bien es cierto que el alumbrado
por sí solo no representaría una seguridad para los transeúntes, facilitaría el trabajo
de los serenos; éstos, una vez aprobado el proyecto de alumbrado, aumentarían en
número y ampliarían sus áreas de patrullaje.
La propuesta siguió la trayectoria administrativa y de jurisdicción establecida
en la Real Ordenanza, aprobada por todos los miembros del Cabildo para su posterior presentación a la Contaduría. Ésta, con el apoyo del Fiscal de lo civil de la Real
Audiencia y con el visto bueno del virrey, otorgó autorización para el proyecto de
alumbrado. Esta primera aprobación competía solo al gasto realizado, no así a los
arbitrios, por lo que el proyecto fue discutido de nuevo en la Contaduría. En una
segunda sesión, los integrantes consideraron que «fundada en la utilidad y beneficio que al público de Veracruz le resultaría del insinuado establecimiento y teniendo en consideración todo lo actuado de que para que tuviere efecto era necesario
señalar algunos arbitrios», se acordó un arbitrio de medio real sobre los alquileres
de las casas; medio real por tercio de harina que se consuma en ella y un real en
cada tercio de manteca, piloncillo, frijol, haba, lentejas y chícharos que se introduzcan en la ciudad. Y por último, se continuaría con el cobro de un real para la obra
del matadero, que ya se había concluido, pero ahora los recursos se destinarían al
pago del alumbrado. El paquete de arbitrios aportaría los ingresos necesarios para
la instalación del alumbrado y su mantenimiento; además, al representar un gasto
constante, el cobro de los citados arbitrios no tenía fecha de término. Un último
punto que destaca del informe del Virrey es que en vista de la prioridad que representaba el alumbrado en la ciudad, y que se necesitaba un mínimo de tres años para
que los ingresos de los arbitrios constituyesen un fondo considerable para iniciar
el proyecto, se autorizó que el ayuntamiento tomase a rédito la cantidad de 10.000
pesos para iniciar la obra. El rédito y la posterior amortización de la deuda se cubriría de los mismos arbitrios del alumbrado.
45. AGI, México, 2109, «El virrey de Nueva España. Informe. En vista del expedientes que ha remitido dando
cuenta del establecimiento del alumbrado en la ciudad de Veracruz y de los arbitrios ajustados para su subsistencia»,
9 de diciembre de 1799.
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De esta solicitud destacan varios elementos sobre el papel del ayuntamiento.
En la dimensión administrativa, que el proyecto inicial no incluyera una propuesta de arbitrios representa que el ayuntamiento concede a la Contaduría jurisdicción para definir los medios más adecuados para el sostenimiento de la obra. Al
respecto conviene señalar, que tanto la Instrucción de Gálvez como la Ordenanza
de intendentes especificaban la obligatoriedad de los ayuntamientos de definir las
figuras fiscales, en principio por su conocimiento de su jurisdicción, pero también
para en función de éstos evaluar la viabilidad del proyecto. Por el contrario, el proyecto de alumbrado de Veracruz se presentó incompleto y es la Contaduría la que
define las figuras. La decisión del ayuntamiento puede entenderse también por los
variados géneros que ya tenía gravados: contaba con escaso margen para continuar
gravando. En la dimensión fiscal, llaman la atención los rubros gravados. Destaca
por ejemplo el gravamen a alquileres por las complejidades que representaba su
cobro y la reticencia de muchos ayuntamientos a aceptar una contribución de esta
naturaleza, especialmente porque como en este caso se impuso una cuota fija, sin
atender a características de la vivienda o si sería cubierto por los propietarios o los
arrendatarios. Otra razón para evitar esta contribución era la debilidad de los ayuntamientos para registrar a los contribuyentes y para el cobro del mismo gravamen.
No obstante ello, el ayuntamiento veracruzano no puso objeción a lo determinado por la Contaduría, quizá porque ésta le había otorgado potestad amplia sobre
bienes de consumo diario: harina, manteca, piloncillo, frijol, haba, lentejas y chícharos que tanto por la Legislación de Indias, como por la Instrucción y la Ordenanza
se insistía en que se mantuvieran fuera de los arbitrios de los ayuntamientos. Este
rubro de arbitrios resultaba muy atractivo para los ayuntamientos por los montos
de recaudación pero también por las facilidades para controlar a los contribuyentes, captados en la aduana de la ciudad, lo que sin duda representaba un ingreso
seguro. Un último punto que convendría señalar del proyecto de alumbrado es la
facultad que la Contaduría otorgó al ayuntamiento para solicitar un rédito. Una
política que parecía ir en contra de lo estipulado por Carlos III, en su proyecto de
reforma a las finanzas de los ayuntamientos. Es decir, el espíritu del reformismo
en materia de finanzas locales buscaba liberar a los propios y arbitrios de deudas y
evitar que los excedentes se destinaran al pago de réditos, excedentes que podían
destinarse a atender cualquier emergencia de la Hacienda regia. Por el contrario,
en el caso veracruzano, las obras de infraestructura urbana le permiten obtener
recursos rápidos por préstamo, lo cual no es una excepcionalidad sino una práctica recurrente en los ayuntamientos novohispanos para poder ejecutar un gasto
inmediato con miras a los futuros ingresos por arbitrios.
Los tres proyectos reseñados revelan la fortaleza de un grupo capitular en la
construcción de una potestad fiscal local, pero también frente a las instituciones
regias. En este contexto, el ayuntamiento veracruzano desde 1788 había logrado que
la Contaduría le condonara un porcentaje correspondiente al 4% del monto total de
sus propios y arbitrios, para el sostenimiento de la citada Contaduría46. La primera
46. El pago del 4% por parte de los ayuntamientos a la Contaduría, por los trabajos de glosa realizados, fue
definido por José de Gálvez y en la Ordenanza de intendentes quedó regulado en el artículo 51.
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condonación fue de un 50% y databa de 1788, lo que significaba solo un pago del
2% de sus ingresos de propios y desde 1794 se eximió el pago total47. El argumento
del ayuntamiento para solicitar la dispensa del pago era la escasez de recursos y
los múltiples gastos asumidos en la ejecución de las ordenanzas de policía y buen
gobierno. De los ayuntamientos novohispanos analizados48, el cabildo porteño es
el único que hemos encontrado con esta condición excepcional de condonación de
pago, en un periodo que aumentaba sus montos de ingreso por propios y arbitrios,
lo que representaría sin duda un mayor pago a la Contaduría en tanto que el 4% se
definía del ingreso total del ayuntamiento.
Era un hecho que la condonación podía ser cancelada o ejecutada parcialmente,
por lo que desde 1799 la Contaduría demandó el pago del 4% de los ingresos de los
arbitrios destinados al alumbrado de la ciudad, en este caso el de alquileres, harina,
manteca, piloncillo, frijol, haba, lentejas y chícharos. También pidió el pago del 4%
del total del ingreso en el rubro de propios. La respuesta del Cabildo fue dilatar el
cumplimiento de lo solicitado, bajo el argumento de que realizar la glosa de los arbitrios representaba un trabajo de una mañana, por lo que consideraban un exceso cubrir 1.830 pesos por el examen de la citada cuenta49. Especialmente porque el
pago podía representar que el establecimiento de los serenos no pudiera ejecutarse
en las zonas ya iluminadas. El cabildo no negaba la facultad de la Contaduría para
demandar dicho pago y había un reconocimiento expreso del cuerpo capitular de
la necesidad del pago, por lo que solicitaban en última instancia a la Contaduría
pagar el 4% una vez que se hubiese redimido el préstamo solicitado, 10.000 pesos,
para iniciar el proyecto de alumbrado. En el caso del pago del 4% por los propios, el
ayuntamiento solicitaba que se mantuviera la condonación, especialmente porque
decía que «por nuestro celo, eficacia y más arreglada administración consideramos
que los productos casas, camillas, suelos y plaza tendrán un valor casi duplicado
desde el presente año»50. Es de suponer que dadas las condiciones de mejora urbana y aumento de población civil, funcionarios y tropa acantonada, los ingresos de
propios por alquileres y por arbitrios al consumo le reportaban mayores ingresos
al ayuntamiento, lo que sin duda representaba un mayor pago a la Contaduría.
El intercambio de comunicaciones entre capitulares y Contaduría se mantuvo
hasta que en 1804 se emitió una resolución definitiva. La Contaduría consideró
que una vez escuchados todos los argumentos del cabildo, eran insuficientes para
continuar eximiendo a Veracruz de la contribución del 4%. La resolución ordenaba
además que a partir de esa fecha el ayuntamiento porteño debía pagar el 4% del total de los fondos recaudados, por lo que los arbitrios para la conducción de agua, el
empedrado, alumbrado, otros arbitrios e ingreso de propios debían integrarse para
47. AGN, Ayuntamiento, vol. 207, expediente 10, Veracruz, 17 de octubre de 1801.
48. Este artículo forma parte de una investigación más amplia donde se analiza el papel del arbitrio en los ayuntamientos novohispanos durante el siglo XVIII.
49. «La cuenta de los 4 corridos ocupa tres pliegos y medio de papel y su glosa no exige más trabajo que la
ocupación de una mañana y nos es sumamente servible pagar 1.830 pesos que por el examen de esta cuenta imposibilitando el próximo desempeño que tanto apetecemos». AGN, Ayuntamiento, vol. 207, expediente 10, Veracruz,
17 de octubre de 1801.
50. AGN, Ayuntamiento, vol. 207, expediente 10, Veracruz, 17 de octubre de 1801.
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Yovana Celaya Nández
deducir el 4% correspondiente a la Contaduría. La solicitud se sustentaba, además
de lo estipulado en la Real Ordenanza y en que la falta de tales recursos impediría
«aquellos precisos objetos a que su majestad los tiene dedicados y por consiguiente
se imposibilitaría el cumplimiento de su soberana disposición»51.
Los funcionarios consideraban también que el ayuntamiento no tenía razón al
argumentar «el poco trabajo» de los contadores en la glosa de la cuenta, en tanto
que dicho porcentaje corresponde a la Contaduría «por la ocupación de la glosa de
todas las cuentas de propios, arbitrios y bienes de comunidad respectivas a su provincia y no con particulares por esta ni la otra cuenta»52. No obstante la crítica de
la Contaduría a la acción del ayuntamiento veracruzano, le condonaba el pago del
4% de los arbitrios del alumbrado, desde 1799, fecha de la solicitud, a 1804, fecha
de la resolución, en vista de los adeudos que el ramo tenía y para no entorpecer los
trabajos realizados en el alumbrado y los serenos.
CONCLUSIONES
La historiografía referente a Veracruz del siglo XVIII ha destacado el peso del Consulado en la transformación urbana del puerto53. Sin negar esta interpretación, convendría tener en cuenta el papel del ayuntamiento y desde su jurisdicción, mirar
los mecanismos utilizados para participar en dicha transformación. El análisis de
los arbitrios resulta un indicador de los mecanismos usados por el cuerpo capitular
frente a la Hacienda regia para fortalecer y controlar una potestad impositiva en
su jurisdicción, pero también para realizar obra urbana, en el marco del discurso
del proyecto ilustrado. No obstante el peso que la historiografía ha concedido al
papel de los Intendentes y a la Contaduría en el control de los cuerpos locales, los
cabildos encontraron mecanismos, para mantener sus privilegios y negociar frente
a las nuevas disposiciones en el mismo marco institucional. El caso veracruzano
permitió evidenciar los marcos de negociación fiscal y política para gravar géneros
y actividades que la Hacienda regia no fiscalizaba, bien por una legislación contraria o bien porque representaría un gasto administrativo mayor a los ingresos proyectados. En este sentido, los ayuntamientos tuvieron mejores condiciones para
fiscalizar a sus vecinos o a los transeúntes, lo que sin duda abrió un marco de posibilidades para obtener ingresos. Por eso, resulta necesario examinar los arbitrios
locales para ampliar nuestro conocimiento de la presión fiscal que en el siglo XVIII
se ejerció en los súbditos novohispanos.
Desde el estudio de caso interesa reflexionar en la trayectoria distinta que un
mismo proyecto siguió en España y en América. El proyecto de José de Gálvez y la
Ordenanza de Intendentes otorgaron los mecanismos institucionales para ampliar
facultades fiscales de los ayuntamientos al interior de sus jurisdicciones. Una capacidad impositiva que, no obstante la norma dictada, se sostuvo también en las
51. AGN, Ayuntamiento, vol. 207, expediente 10, Veracruz, 17 de octubre de 1801
52. AGN, Ayuntamiento, vol. 207, expediente 10, Veracruz, 17 de octubre de 1801.
53. Por ejemplo véase, Souto, 2001.
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Impuestos locales en Nueva España
particularidades y en la condición de cada ayuntamiento frente a las autoridades
virreinales. Es decir, la tensión evidente entre la normatividad y la práctica encontró cauce en la negociación de parte de los actores locales. En materia de ingresos,
un tema pendiente de análisis es la administración de los recursos por parte de los
ayuntamientos y la posibilidad latente, como lo expresó José de Gálvez, de que parte
de los recursos recaudados por arbitrios se destinasen a cubrir alguna emergencia
de la Hacienda regia, por ejemplo el sostenimiento de la milicia en la primera década del siglo XIX.
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PODER, NEGOCIO Y CONFLICTIVIDAD
FISCAL: EL REFORZAMIENTO
DE LA AUTORIDAD DEL INTENDENTE
EN LA VALENCIA DEL SIGLO XVIII
POWER, BUSINESS AND FISCAL CONFLICT:
THE REINFORCEMENT OF INTENDANT AUTHORITY
IN EIGHTEENTH CENTURY VALENCIA
Ricardo Franch Benavent1
Recibido: 25/03/2014 · Aceptado: 26/05/2014
http://dx.doi.org/10.5944/etfiv.27.2014.13701
Resumen
Las vacilaciones con las que se procedió a la realización de las reformas fiscales en
el Reino de Valencia tras la abolición de los fueros en 1707 generaron numerosos
conflictos que impulsaron a la Monarquía a reforzar la autoridad del intendente.
Con tal finalidad, se potenció la tramitación por la vía reservada de las decisiones
que adoptaba en materia hacendística. Pero el considerable incremento de su poder
que ello comportó favoreció su utilización de forma abusiva en beneficio propio o
de la red clientelar articulada a su alrededor. No obstante, las relaciones que mantenía el intendente con las élites locales contribuyen a explicar el eco desigual que
alcanzaron las denuncias de corrupción que se formularon a lo largo de la centuria.
Palabras clave
intendente; fiscalidad; corrupción; negocios ilícitos; redes clientelares
Abstract
The hesitant application of the fiscal reforms implemented in the Kingdom of Valencia after the abolition of the regional laws in 1707 generated many conflicts that
drove the Monarchy to reinforce the authority of the intendant. With this purpose,
the Monarchy encouraged the reserved direct processing of the decisions adopted
in financial matter. However, this caused a considerable increase of the intendant
power that also implied the abusive usage for its own or the client network’s profit surrounding its figure. Nevertheless, the intendant relationships with the local
elites explain the corruption accusations’ unequal eco throughout the century.
Keywords
intendant; taxation; corruption; illicit business; client networks
1. Universidad de Valencia.
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Ricardo Franch Benavent
0. INTRODUCCIÓN
La prematura conquista del Reino de Valencia y su mantenimiento bajo el dominio borbónico hasta la finalización de la guerra de Sucesión determinaron que se
tantease allí la aplicación de diversas iniciativas para incrementar la contribución
fiscal de los territorios de la Corona de Aragón2. La ausencia de un programa definido de reformas, junto con la relativa improvisación y los titubeos con que se procedió en la adopción y aplicación de muchas de las disposiciones fiscales emitidas,
generaron una cierta confusión que estimuló tanto la resistencia de la población
como los conflictos de competencias entre las propias instituciones borbónicas.
Con el fin de resolver estos problemas, la Monarquía emitió numerosas disposiciones en las que reforzaba las atribuciones del intendente, inhibiendo al resto de
los tribunales de su competencia y potenciando la gestión de los asuntos por la vía
reservada3. Pero la contrapartida que comportó este considerable incremento de
su poder fue la posibilidad de su utilización irregular para beneficiarse, a través de
las redes clientelares articuladas al efecto, de las oportunidades de negocio generadas por la recaudación de los recursos fiscales, el abastecimiento de las grandes
ciudades o la prestación de los servicios que requería el estado. La corrupción con
la que se procedía en la adjudicación o gestión de estos negocios era perfectamente conocida por las élites locales, las cuales la toleraban mientras no afectase gravemente a sus intereses. Era solo en el momento en el que el intendente tensaba
demasiado las relaciones con ellas cuando se formulaban con mayor intensidad
las denuncias de corrupción. Esta ruptura de las «reglas del juego», como calificó
J. Fontana al proceso4, se produjo al menos en dos ocasiones en el caso valenciano,
en el que también podemos encontrar, por el contrario, una buena muestra de lo
beneficioso que podía resultar para el intendente el mantenimiento de las buenas
relaciones con las élites locales.
1. LA CONFLICTIVA GESTACIÓN DE LAS REFORMAS FISCALES
Y EL REFORZAMIENTO DE LA AUTORIDAD DEL INTENDENTE
Cuando Rodrigo Caballero fue designado como primer intendente del Reino de
Valencia a finales de 1711, tuvo que coexistir durante casi dos años con el Superintendente general de rentas reales que, siguiendo el modelo de la administración
hacendística existente en Castilla, se había creado tras la conquista del territorio
en 17075. El titular inicial de dicho cargo, Juan Pérez de la Puente, había tratado
con escaso éxito de introducir el impuesto de la alcabala y había asumido en 1709
2. Abreviaturas utilizadas: Archivo General de Simancas: AGS, Biblioteca del Colegio del Corpus Christi de Valencia: BCCChV, Biblioteca Pública de Orihuela: BPO y Biblioteca Universitaria de Valencia: BUV.
3. Giménez, 1999. Sobre la guerra de Sucesión en Valencia, véase Kamen, 1974. Albareda, 2010. Pérez Aparicio, 2008.
4. Fontana, n.º Extra 1 (Madrid, 1994): 25–29. Yun Casalilla, n.º Extra 1 (Madrid, 1994): 47–60.
5. Corona, 13 (Valencia, 1987): 171–200. Sobre la creación de la intendencia, véase Kamen, 95 (Madrid, 1964):
368–395. Corona, 50–176 (Madrid, 1990): 1207–1218. Abbad & Ozanam, 1992.
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Poder, negocio y conflictividad fiscal
la administración de las rentas de la Generalitat, lo cual fue aprovechado por el estamento eclesiástico para negarse a seguir contribuyendo por dicho concepto alegando la pérdida del control estamental que existía en la época foral. Este mismo
estamento estaba liderando también la oposición a la imposición de los derechos
de regalía, destacando la resistencia planteada a la introducción de la renta de la
sal y el estanco del tabaco. De ahí que, cuando asumió las competencias hacendísticas de la Superintendencia a mediados de 1713, en sustitución de José Pedrajas,
Caballero emitiese un informe proponiendo la supresión de la administración específica de las rentas de la Generalitat y su integración en la estructura existente
para la recaudación de las restantes rentas reales. Su propuesta fue sometida al
dictamen de una junta extraordinaria integrada por destacados miembros de los
Consejos de Castilla y Hacienda, la cual no solo se pronunció en contra de ella,
sino que consideró conveniente también el restablecimiento del antiguo sistema
de administración de las rentas de la Generalitat. En el dictamen, se constataba,
además, el descontento general que estaban provocando las disposiciones fiscales
adoptadas, atribuyendo el liderazgo que el clero estaba ejerciendo al hecho de que
los restantes estamentos, «faltándoles el motivo de la libertad de los eclesiásticos,
cesan en las representaciones por su parte, en conocimiento de que de éste o de
otro modo deben contribuir»6.
La resistencia del clero al abono de los derechos exigidos sobre el consumo de
la sal fue estimulada, además, por la campaña emprendida en contra de ellos por el
obispo de Cartagena, Luis Belluga, y provocó la imposición de numerosas denuncias de fraude que eran recurridas inmediatamente por los tribunales eclesiásticos,
dando lugar al planteamiento de un conflicto de competencias con los tribunales
ordinarios. Fue en este contexto en el que la monarquía emitió en 1714 diversas
disposiciones en las que reforzaba el poder del intendente, anticipando lo que se
establecería en los capítulos 25 y 26 de la ordenanza de intendentes de 1718. La orden de 17 de marzo le recordaba que disponía de la «omnímoda jurisdicción» del
antiguo Baile General, lo que le otorgaba amplios poderes para «atar las manos a
los eclesiásticos cuando abusan de su jurisdicción». El 12 de septiembre posterior,
se comunicaba a la Chancillería de Valencia que debía inhibirse en las causas pertenecientes a la renta de salinas, cuyo conocimiento competía exclusivamente al
intendente, y, en caso de apelación, al Consejo de Hacienda. Dicha inhibición se
extendió el 24 de octubre siguiente a todos los asuntos relativos a la Real Hacienda,
amenazando a los magistrados con la privación de sus empleos en caso contrario.
Realmente, según un informe que realizó el intendente Avilés el 20 de agosto de
1758 en un conflicto de competencias con la Audiencia sobre problemas de abastecimiento, los enfrentamientos de esta índole, tanto con la Audiencia como con
el Capitán General, eran muy frecuentes entonces. Esto impulsó a la Monarquía a
ordenar que las tres instituciones procediesen al nombramiento de árbitros para
tratar de resolver las disputas que se planteasen. Pero como no se lograba el efecto
6. BuV Manuscritos, sig. 803, n.º 28. Sobre los conflictos generados por las reformas de las rentas de la Generalitat y la imposición de los derechos de regalía, véase Franch, 31 (Valencia, 2005): 269–297.
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Ricardo Franch Benavent
deseado, el 30 de enero de 1715 se emitió una nueva orden censurando severamente
tanto al Capitán General como a la Chancillería y ratificando la competencia exclusiva del intendente en materia de rentas, con posibilidad de apelación únicamente
al Consejo de Hacienda7.
Realmente, el año 1715 fue muy conflictivo, puesto que el clero continuó desafiando las imposiciones derivadas de los derechos de regalía. A los conflictos provocados por la sal se añadieron los del papel sellado y, sobre todo, del tabaco. En
este último caso fue en el que se plantearon los enfrentamientos más graves, ya
que el Canciller del Reino de Valencia, que era el que debía resolver los conflictos
de competencias con la jurisdicción eclesiástica en virtud de la concordia de 1372,
emitió el 30 de octubre una sentencia en una causa de fraude de tabaco atribuyendo la jurisdicción al tribunal eclesiástico, lo que arruinaba el esfuerzo que estaba
haciendo la Monarquía para afirmar sus derechos de regalía8. Pero, además del enfrentamiento con el clero, la creación del nuevo impuesto del equivalente provocó
un drástico incremento de la presión fiscal que generó el descontento general de
la población. El problema se derivó no solamente del elevado cupo que se exigió en
dicho concepto para los meses de marzo a diciembre, sino que éste se encadenaba,
además, con el último cuartel de invierno que se había recaudado entre septiembre
de 1714 y febrero de 1715, lo que implicaba que en 16 meses se pretendía percibir
una suma total de 1,7 millones de libras (unos 25,5 millones de reales de vellón), que
triplicaba en exceso el cupo anual en que acabó fijándose el equivalente a partir
de 1718. Las quejas de la población se manifestaron de forma violenta en algunos
casos, destacando el motín que se produjo en Peñíscola a mediados de junio, aunque la mayoría de los municipios optaron por encauzarlas legalmente mediante la
presentación de solicitudes de reducción del cupo exigido a la localidad. El propio
intendente aconsejó que se atendiesen estas demandas en el informe que emitió
el 11 de julio, lo que dio lugar a la emisión de la orden de 25 de agosto de 1715, en
la que no solo se perdonaba el 40% del cupo que se había previsto inicialmente,
sino que, además, se trataba de canalizar las relaciones con la población mediante
la creación de una Junta de Procuradores en la que estuviesen representados los
diversos corregimientos del territorio. Además de asesorar al intendente en la distribución del cupo entre las diversas poblaciones y de resolver sus quejas en primera instancia, se pretendía que los procuradores actuasen como intermediarios
que transmitiesen a la población la justicia de las exigencias fiscales realizadas, las
cuales se consideraban similares a las existentes en Castilla, por lo que «no se les
trata con desigualdad, sin embargo de sus turbaciones»9. No obstante, las excesivas atribuciones que pretendieron arrogarse los procuradores fueron rápidamente
7. Tanto esta orden como las citadas anteriormente se hallan transcritas en Branchat, 1990, vol. II, 365–371. El
informe del intendente Avilés de 1758 se halla en AGS, Secretaría de Hacienda, leg. 578.
8. Franch, 67–225 (Madrid, 2007): 300–302. Sobre la introducción del estanco del tabaco en el Reino de Valencia y su evolución posterior, véase Solbes Ferri, 32 (Valencia, 2006): 291–319.
9. Así se indicaba en el capítulo 3 de la Instrucción para la recaudación del equivalente incluida en la orden de
25 de agosto de 1715. Ésta se halla transcrita en García Trobat, 1999, 233–237. Sobre los conflictos planteados por la
recaudación del primer cupo del equivalente en 1715, véase Franch, 16 (Cáceres, 1996–2003): 531–532. Sobre el motín
de Peñíscola, véase Giménez, 1999: 111–123.
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Poder, negocio y conflictividad fiscal
anuladas por la orden de 9 de diciembre de 1716, en la que se les asignaba un papel
meramente consultivo, atribuyéndose exclusivamente al intendente la facultad
tanto de la distribución del cupo del equivalente como de la resolución de los conflictos que pudieran suscitarse por dicho motivo. Esta disposición fue considerada crucial posteriormente para fundamentar la gestión por la vía reservada de la
recaudación del impuesto del equivalente, con inhibición del Consejo de Hacienda. Así se indicaba en una orden de 28 de octubre de 1766, en la que se recordaba
que la jurisdicción privativa del intendente para resolver «gubernativamente» los
agravios que se produjesen en la distribución del equivalente había sido ratificada
en sendas órdenes de 29 de octubre de 1729 y 15 de agosto de 174710. Pero, a pesar
de ello, la Junta de Procuradores siguió canalizando las protestas de la población,
llegando a solicitar en febrero de 1717 el perdón de las cantidades pendientes de
cobro del equivalente del año anterior y la suspensión de la recaudación del cupo
previsto para dicho ejercicio.
Tampoco las constantes disposiciones que trataban de perseguir las actividades
fraudulentas realizadas por el clero y acabar con los conflictos de jurisdicción planteados por los tribunales eclesiásticos estaban logrando los fines esperados. De ahí
que el 17 de abril de 1716 se emitiese la disposición regalista que se convirtió en la
referencia básica sobre la materia durante el resto de la centuria. Además de limitar la inmunidad eclesiástica, se reforzaba la legitimidad de los derechos de regalía,
advirtiendo a los tribunales reales que no debían admitir ninguna disputa sobre la
pretendida competencia de la jurisdicción eclesiástica en esta materia, procediendo
«por caso notorio, usando de el medio de la citación a el Banco Regio, extrañeza
y temporalidades». A pesar de ello, en junio de 1717 se produjo un nuevo conflicto
por una denuncia de fraude de la renta de salinas que acabó conduciendo a la excomunión del intendente Rodrigo Caballero. Por eso, la Monarquía se decidió finalmente a adoptar una respuesta fulminante, ordenando la expulsión del Vicario
General del arzobispado y de los cuatro canónigos que más se habían significado
en la campaña contra las regalías11. De todas formas, el intendente también fue debilitado por este conflicto, lo que pudo contribuir a su relevo posterior.
La necesidad de acabar con los frecuentes conflictos fiscales y las disputas de
competencias entre las propias instituciones borbónicas, además de las planteadas
por el estamento eclesiástico, fue lo que impulsó a la Monarquía a reforzar aún más
la autoridad del intendente. El proceso se insertó en el marco de las reformas de
1718 que extendieron dicha institución al conjunto del territorio español y potenciaron el gobierno por la vía reservada. Pero ya antes de la ordenanza del 4 de julio
de dicho año, en la que se regulaban sus funciones, el Secretario de Guerra y Hacienda había otorgado al nuevo intendente de Valencia, Luis Antonio Mergelina y
Mota, un considerable poder para corregir los «desórdenes» que encontrase en el
territorio al encargarle el 21 de febrero que «a este fin, dé por sí las providencias que
tuviere por más conveniente, y represente Vuestra Señoría las que dependieren de
10. AGS, Secretaría de Hacienda, leg. 1712.
11. Franch, 67–225 (Madrid, 2007): 304–306.
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acá, (que) serán siempre apoyadas de la Real Autoridad»12. Contando con este respaldo, Mergelina emprendió con gran celeridad una política reformista que afectó
a los capítulos más importantes de la fiscalidad del territorio. El procedimiento
autoritario que utilizó para ejecutarla, sin tener en cuenta el parecer de los tribunales y las restantes instituciones del Reino, y los perjuicios que generó tanto al
clero como a las principales élites políticas y sociales del mismo, son lo que explica
la intensa oposición que dicha reforma generó en los sectores más influyentes de
la sociedad valenciana.
Algunas de las medidas adoptadas se insertaban realmente en el contexto de la
política de racionalización del sistema aduanero español que se había impulsado
a mediados de 1717, lo cual implicó, en el caso valenciano, la eliminación de la intervención de la ciudad de Valencia en la recaudación de la mitad de los derechos
de aduana que le pertenecían y, sobre todo, la aplicación más estricta del arancel
de 1709 por el que se regían las aduanas castellanas. Como ello implicaba la desaparición efectiva de las franquicias y privilegios que procedían de la época foral, el
estamento eclesiástico se opuso firmemente a la pérdida de las exenciones de que
gozaba entonces tanto en la introducción de los productos destinados a su propio
consumo como en la venta de los obtenidos con su propia cosecha o con las rentas que percibía, en cuyo caso beneficiaban también a los arrendadores y primeros
compradores de los mismos. De ahí que la medida se hubiese aplicado solo de forma esporádica y ocasional. Fue realmente Mergelina quien solicitó el 19 de abril
de 1718 la adopción de una disposición contundente que le permitiese resolver
definitivamente este conflicto, la cual obtuvo el 14 de mayo posterior. Lo cierto es
que el clero le atribuyó expresamente a él la introducción de esta «novedad» que
lesionaba gravemente su inmunidad13. Fue también su iniciativa lo que impulsó
la adopción de la orden de 26 de octubre de 1718 disponiendo la supresión de los
«derechos antiguos» de la Generalitat. Se trataba de los derechos de «mercadería»,
«doble tarifa», y del «tall», que gravaban el comercio de exportación e importación
del Reino y la venta de tejidos en el territorio. Aunque se mantuvieron los «derechos nuevos», que se percibían sobre la venta de naipes y el consumo de la nieve y
la sal, los ingresos que procedían de la fiscalidad foral se redujeron drásticamente,
lo que puso en peligro el abono de las pensiones debidas a los acreedores censalistas de aquella institución, entre los que destacaban los miembros del clero14.
Pero, además de esta última, las medidas más polémicas adoptadas por Mergelina fueron las que trataron de facilitar la recaudación del equivalente y reformaron
la fiscalidad municipal de la ciudad de Valencia, ya que fueron las que afectaron en
mayor medida a las élites sociales y políticas que residían en la capital del Reino. En
el primer caso, la reducción en un 22% del cupo exigido con el fin de adecuarlo en
mayor medida a la capacidad fiscal del territorio, al igual que se hizo en el resto de
la Corona de Aragón, fue acompañada de un nuevo reforzamiento de la autoridad
del intendente en su recaudación. Éste se plasmó en la Instrucción del 21 de febrero
12. Giménez, 1990: 126–127. Sobre las reformas de 1718, véase Dubet, 2011: 103–136.
13. Franch, 2009 a: 247–248.
14. Franch, 31 (Valencia, 2005): 282–285.
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de 1718, en la que se abolía la Junta de Procuradores de las gobernaciones que tantos
problemas había ocasionado, atribuyéndose en exclusiva a aquél la facultad para
la distribución del cupo entre los municipios del territorio15. Pero, además, aprovechando el control de las rentas y abastos de la ciudad de Valencia que se había
asignado al intendente en 1713, Mergelina modificó el sistema de recaudación del
citado impuesto que se utilizaba en ella, sentando las bases del derecho de puertas
que creó posteriormente el intendente Pineda. Aunque en la Instrucción del 25 de
agosto de 1715 se había dispuesto que las autoridades municipales procedieran a la
distribución del cupo asignado entre los vecinos en función de sus rentas, se contempló también la posibilidad de la utilización con tal finalidad del sistema castellano de la alcabala. La ciudad de Valencia comenzó a aplicar tímidamente este último
en abril de 1716, aunque imponiendo unos gravámenes muy diversos y obteniendo
unos ingresos modestos. Fue Mergelina quien sistematizó realmente su exacción
en la instrucción que emitió el 8 de noviembre de 1718, en la que fijaba una tarifa
general del 5% de los productos que se introducían para su venta por las puertas
de la ciudad, salvo en los casos de la seda, cuyo gravamen redujo a la mitad, y de la
carne, sobre la que impuso un derecho del 7%. A partir de entonces, las rentas generadas por este método se elevaron considerablemente, lo que permitió la reducción de la parte del cupo que se recaudaba mediante su reparto entre los vecinos,
que resultaba especialmente complejo y delicado debido al considerable peso que
los miembros de los estamentos privilegiados tenían en la ciudad16. Pero el propio
Mergelina vinculó la introducción de las tarifas exigidas en el derecho de alcabala
con la reforma que había realizado de la fiscalidad municipal, subrayando que esta
última permitiría a la población abonar con mayor facilidad dichos derechos.
No en vano, la reforma de la fiscalidad municipal consistió básicamente en la
supresión de la sisa que gravaba el consumo de carne, que, por sí sola, proporcionaba alrededor del 40% de los ingresos anuales de la ciudad de Valencia. Por tanto,
se había derivado hacia la fiscalidad estatal una fuente de recursos que se había detraído de la fiscalidad municipal. De ahí la queja que planteó el consistorio, liderado
por el propio corregidor, denunciando, además, que la considerable reducción de
ingresos que provocaría la medida adoptada pondría en peligro el abono regular de
las pensiones anuales de los censales cargados sobre la corporación. No obstante,
la Monarquía le recriminó este comportamiento al corregidor, el cual perdió poco
después su función en favor del intendente al ponerse en aplicación la ordenanza
de 4 de julio de 1718 que disponía la fusión de ambos cargos. Con ello se reforzó aún
más el poder de este último y se logró silenciar la protesta de la ciudad. A partir de
entonces, la oposición fue asumida por los acreedores censalistas de la corporación,
entre los cuales destacaban los miembros del clero y de las clases rentistas más acaudaladas de la ciudad17. Pero, además de ellos, la reforma de la fiscalidad municipal
había provocado también un intenso descontento de las élites políticas del Reino.
No en vano, las clases privilegiadas gozaban del derecho de refacción sobre la sisa
15. La Instrucción se halla transcrita en García Trobat, 1999: 237–241.
16. Franch, 20 (Alicante, 2002): 430–432.
17. Franch, 2009 a: 241–244.
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de la carne abolida, ascendiendo el valor de la restitución que se les realizaba al
55,35% de los ingresos totales obtenidos por dicho concepto en el periodo 1713–1718.
Aunque, el clero era el principal beneficiario de estos recursos, también las principales autoridades políticas y militares del territorio recibían dicha compensación.
En 1713, se había ordenado la suspensión de su abono a estos últimos sectores, pero
no se llegó a aplicar efectivamente hasta que Mergelina procedió a la supresión de
la sisa. Así se desprende de la reclamación que realizó el Capitán General el 10 de
noviembre de 1718, solicitando que se le abonase la tercia correspondiente de los
1.500 pesos anuales que debía recibir por dicho concepto. El intendente alegó ante
ello que, aunque hasta entonces se había estado incumpliendo la orden aludida de
1713, con la supresión de la sisa había desaparecido tanto la causa como el capital
que permitía la restitución que se realizaba18.
En estas circunstancias, resulta comprensible la intensidad de la oposición que
suscitaron las reformas fiscales impulsadas por el intendente Mergelina. Además
de los argumentos esgrimidos en contra de ellas por el clero o los acreedores censalistas de la ciudad y la Generalitat en defensa de sus intereses particulares, la
crítica política de fondo más importante que se realizaba era el procedimiento
autoritario que se había utilizado para su tramitación, canalizando las propuestas por la vía reservada, lo que había impedido expresar su opinión a las restantes
instituciones y tribunales del Reino. De ahí que, en el marco de la ofensiva de los
Consejos en contra de este sistema, el Real Acuerdo de Valencia emitiese el 18 de
marzo de 1721 un informe extremadamente crítico con la gestión del intendente.
El debate planteado al respecto fue muy intenso, dando lugar a la división en dos
bloques de los ocho oidores que intervinieron en la deliberación, por lo que resultó decisivo el voto del Capitán General, el cual se alineó con el sector más crítico
con la gestión del intendente. Por su parte, Mergelina trató de defender públicamente su gestión con la publicación de un «Manifiesto» a mediados de 1723. Pero
sus argumentos fueron considerados contrarios a la inmunidad del clero, por lo
que acabaron siendo denunciados a la Inquisición poco antes de su fallecimiento
a finales de 172419. Por el contrario, la Monarquía estaba completamente satisfecha
con su gestión, como pone de manifiesto la merced que se le otorgó el 22 de julio
de 1722 adjudicándole con carácter hereditario los bienes que el Real Patrimonio
poseía en la villa de Caudete. En todo caso, resulta revelador el escaso eco que se
prestó al informe que emitió sobre su gestión el fiscal del Consejo de Castilla el 27
de julio de 1726. Mientras que apoyó las decisiones adoptadas sobre los derechos
de aduana y equivalente, criticó duramente las relativas a los derechos de la Generalitat y la fiscalidad municipal, acusándole de extralimitarse en sus funciones y
de causar graves perjuicios al estamento eclesiástico y los acreedores censalistas de
ambas instituciones. De ahí que recomendase la reducción del excesivo poder que
se había otorgado al intendente en dichos ámbitos, privándole de la administración
18. AMV, Actas capitulares, sig. D-23, ff. 367r–371v. La reclamación del Capitán General se halla en el libro de
instrumentos. AMV, sig. D-24, ff. 445–446.
19. Franch, 2009 a: 253–257.
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exclusiva tanto de las rentas y el abastecimiento de la ciudad de Valencia como de
los derechos de la Generalitat20.
En lugar de atender estas propuestas, la Monarquía reforzó aún más el poder
del intendente como consecuencia del conflicto suscitado por la creación de la
renta del 8% sobre los productos que se introducían para el consumo en la ciudad
de Valencia por parte del intendente Francisco Salvador de Pineda, la cual acabaría convirtiéndose en el modelo a seguir en las grandes ciudades en la reforma de
las alcabalas que impulsó Lerena en 178521. Sin embargo, su gestación se produjo
de forma improvisada, lo que provocó graves conflictos en la fase inicial de su aplicación. Lo que se pretendía en principio era incrementar la recaudación obtenida
por el derecho de alcabala que había sistematizado Mergelina en 1718, con lo que
se lograría prescindir de los enojosos y conflictivos repartos que se realizaban entre
la población para completar la recaudación del cupo del equivalente. Con tal finalidad, el intendente Pineda propuso a mediados de 1728 que la tarifa de la alcabala
se elevase al 8%, salvo en los casos de la seda, sobre la que continuaría vigente el
derecho reducido ya existente; los géneros ultramarinos, que se gravarían al 7%;
y el trigo, que quedaría exento. En estos mismos términos se aprobó finalmente
su propuesta en la orden que se emitió al efecto el 15 de septiembre de 1728. Sin
embargo, cuando Pineda procedió a fijar las condiciones de la subasta en la que
se adjudicaría su recaudación, consideró que no se lograrían con ello los ingresos
suficientes para pagar el cupo de la ciudad y hacer frente a los atrasos que se arrastraban. Por eso optó por forzar la interpretación de la orden aludida, acogiéndose
a una vaga alusión que se realizaba en el epílogo de la misma para extender el gravamen al conjunto de los productos que se introdujesen para el consumo, en lugar de limitarse a las compra-ventas, como correspondía a la alcabala. Pero, como
alegaba la ciudad de Valencia, dicha alusión no se encontraba en la «parte dispositiva» de aquella orden, por lo que se estaba alterando ilegalmente la naturaleza
de la contribución. Además, con el fin de controlar el consumo de los vecinos que
residían fuera del recinto amurallado, se otorgó al arrendador amplias facultades
para exigirles el manifiesto de los frutos que cosechasen y registrar sus viviendas si
sospechaban que estaban realizando actividades fraudulentas.
Estas últimas condiciones fueron las que determinaron que fueran los electos de
la particular contribución de Valencia, que representaban a los barrios periféricos,
los que liderasen la resistencia a la implantación del nuevo sistema. Según apuntaba Blas Jover en las alegaciones que publicó en su defensa en 1735, aquellos estaban
«sugeridos y animados por Joseph Rocafull, ministro de la Inquisición, como su procurador, y el Doctor Solsona, como su abogado, porque a todos los dependientes de
el Tribunal venía muy mal la igualdad establecida en el tributo»22. No obstante, en el
auto que emitió Pineda el 22 de noviembre de 1728, dispuso que se hallaban exentos
del pago de dichos derechos los miembros del estamento eclesiástico; el Inquisidor
20. Ibid.: 258–261. La merced otorgada a Mergelina en Caudete puede verse en Branchat, 1990, vol. I: 79.
21. Artola, 1982: 339. González Enciso, 2008: 256. Sobre la creación de la renta del ocho por ciento, véase
Franch, 20 (Alicante, 2002): 434–437.
22. BCCChV, sig. GM-521. n.º 7, f. 36v.
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y los ministros titulares del Santo Oficio; el Capitán General, el gobernador militar
de Valencia y sus dependientes más inmediatos; y el presidente y los magistrados
de la Audiencia. Para compensar a los arrendadores por estas desgravaciones, se les
llegó a reintegrar 12.000 libras anuales del precio de adjudicación en los contratos
vigentes entre 1734 y 174223. Es decir, en esta ocasión se tuvo un cierto cuidado en no
lesionar demasiado los intereses de los sectores privilegiados, lo que pudo atenuar
su resistencia. De ahí que, aunque el cabildo municipal apoyó las reivindicaciones
de los electos de la particular contribución, se negó a personarse en el proceso que
éstos entablaron ante el Consejo de Hacienda. Éste ordenó el 10 de septiembre
de 1729 la suspensión cautelar de las «novedades» introducidas por el intendente
Pineda. Pero la Monarquía reaccionó inmediatamente en su defensa mediante la
orden del 29 de diciembre posterior. En ella, se rechazaban las alegaciones de los
electos y se defendía la interpretación que el intendente había realizado de la orden
de 1728, con lo que se sancionaba la creación del nuevo derecho de puertas. Pero,
además, se aprovechaba la ocasión para reforzar aún más la autoridad de la intendencia al ordenar al Consejo de Hacienda que «en adelante no admita recursos ni
quejas sobre la paga del equivalente de ese Reino», las cuales debían ser resueltas
por aquélla por la vía «gubernativa». El Consejo solo logró recuperar su jurisdicción superior en los conflictos específicos que se derivasen de la recaudación de
la renta del 8%, teniendo en cuenta su similitud con el derecho de alcabala que se
percibía en Castilla, tal como se dispuso en la orden emitida el 26 de junio de 1731.
Estas diferentes vías de resolución de las causas derivadas de la percepción de un
mismo impuesto, que se correspondían con los distintos métodos de recaudación
utilizados, se pusieron claramente de manifiesto en el conflicto que se planteó en
1766 entre el intendente y el Consejo de Hacienda por la competencia en la causa
instada por los terratenientes de Alicante contra el ayuntamiento de San Juan, la
cual se resolvió en favor del intendente24.
2. LAS RELACIONES DEL INTENDENTE CON LAS ÉLITES
LOCALES Y LOS NEGOCIOS ILÍCITOS PROPICIADOS
POR EL REFORZAMIENTO DE SU PODER
Las considerables atribuciones que se habían otorgado al intendente, tanto en la
gestión de los recursos fiscales y los servicios militares que la Monarquía obtenía
en el Reino de Valencia como en el control de las rentas y el abastecimiento de la
populosa y rica capital del territorio, incrementaron el riesgo de que su titular se
aprovechase ilícitamente de ellas para enriquecerse y beneficiar a la red clientelar
que se articulaba a su alrededor. Estos abusos se hallaban favorecidos por la concepción patrimonialista del poder que tenían tanto la Monarquía como los funcionarios que se hallaban a su servicio, así como por la interferencia que existía entre
23. AMV, Hacienda. Caja 52, exp. n.º 2. El auto de 22 de noviembre de 1728 se halla en el mismo archivo, sig. G-4.
Autos de buen gobierno del intendente. Años 1727–1737, ff. 55r–60r.
24. AGS, Secretaría de Hacienda, leg. 1712.
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la esfera pública y la privada en la sociedad del Antiguo Régimen. De ahí que se
produjesen con mucha frecuencia, saliendo solo a la luz cuando se planteaba un
enfrentamiento entre las élites políticas y sociales del territorio o algún sector de
ellas se consideraba gravemente perjudicado por las disposiciones adoptadas por
el intendente. El intenso descontento que generaron las reformas impulsadas por
los dos primeros intendentes valencianos determinó que la oposición a su gestión
se planteara sobre todo en términos políticos, denunciando fundamentalmente
su comportamiento autoritario. Fue a partir de mediados de la década de 1720
cuando comenzaron a formularse con mayor insistencia las denuncias de corrupción, aunque durante los dos años del mandato del intendente Clemente Aguilar
se produjeron acusaciones recíprocas entre éste y el grupo conformado por el Capitán General, el oidor de la Audiencia José Alcedo Campuzano y el alcalde mayor
Blas Jover25. En cambio, todo parece indicar que el intendente Pineda se integró
perfectamente en este último grupo, hasta el punto de convertirse en la figura
central que lo articulaba, al menos según se desprende de la visita a la que fue
sometido en 1735.
El origen del conflicto fue la comisión otorgada por el Consejo de Castilla al
abogado Luis Cortés para que procediese a la realización de un juicio de residencia a las autoridades de las villas de Sagunto, Villarreal y Onda en 1734. El intendente Pineda consideraba que debía haberle avisado a su llegada de su cometido,
esgrimiendo lo dispuesto en el capítulo 4 de la ordenanza de intendentes de 1718.
Pero su indignación fue mayor cuando Cortés le recriminó la inexistencia de una
proveeduría de víveres para el ejército en la primera ciudad, que era un lugar de
tránsito muy frecuentado por las tropas, lo que obligaba a los vecinos a suministrar lo que necesitaban y reclamar luego su abono al proveedor, el cual pagaba con
mucho retraso. Como Pineda le advirtió que no debía entrometerse en temas de
guerra, que no eran propios de letrados, y comenzó a recabar información sobre los
presuntos abusos que estaba cometiendo en el ejercicio de su comisión, Cortés se
desplazó a la Corte y denunció las actividades ilícitas que aquél estaba realizando,
insertando su causa en la campaña soterrada que se seguía manteniendo en contra
de la excesiva autoridad que se había otorgado a los intendentes. En todo caso, sus
gestiones alarmaron al propio Capitán General de Valencia, que el 25 de octubre
de 1734 llegó a solicitar la protección de Patiño, descalificando a Cortés al tildarlo
de loco, ignorante y licencioso26.
Las acusaciones de Cortés, a las que se sumaron las realizadas por Plácido Sánchez
Cantalejo, que había sido depuesto de su cargo como comandante de la ciudadela de
Valencia por conducta escandalosa, fueron impresas en sendos folletos que circularon tanto en esta ciudad como en la Corte, y acabaron impulsando a la Monarquía
a la realización de una investigación para conocer su verdadero fundamento. Con
tal finalidad, el 16 de febrero de 1735, se encargó a uno de los magistrados de la Audiencia de Valencia, el marqués del Risco, la realización de una visita de la gestión
25. Giménez, 1999, 217–221.
26. AGS, Secretaría de Hacienda, leg. 576.
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realizada por el intendente Pineda; su asesor y alcalde del crimen de la Audiencia,
Blas Jover; el escribano de la intendencia, Agustín Olorís; los alcaldes mayores de
la ciudad de Valencia, José Pérez Mesía y Agustín de Valdenoches; y otros cargos
menores de la ciudad, la intendencia y la Capitanía General27. Todos ellos fueron
apartados de sus cargos, ocupando la intendencia interinamente el contador Juan
Diego Verdes Montenegro, mientras que el propio marqués del Risco asumió el
gobierno de la ciudad de Valencia. Aunque éste extendió la investigación a todas
las facetas de la actividad de los acusados, parece que su objetivo inicial era conocer los presuntos abusos que se hubiesen cometido en el reclutamiento de tropas,
lo que puede explicar la influencia que algunos miembros del Consejo de Guerra
tuvieron en su nombramiento. Así lo indicaba Blas Jover en el impreso que publicó para defender su gestión, en el que afirmaba que su principal valedor en dicho
Consejo era Nicolás Manrique de Lara28.
En dicho impreso, Jover recusaba al marqués del Risco alegando su manifiesta
enemistad al haber competido con él para optar al cargo de asesor de la intendencia. Asimismo, en su condición de juez de fraudes de la renta del tabaco en el Reino
de Valencia, había condenado a varios dependientes de la renta de la pólvora que
utilizaron su nombramiento, otorgado por el marqués del Risco como juez conservador de ésta, para realizar un tráfico ilegal de aquella mercancía. Realmente, además de otros enfrentamientos de esta índole por las diversas comisiones judiciales
que ambos ejercían, Jover vinculaba al marqués con el clero y las élites sociales que
más se habían opuesto a las regalías y las reformas fiscales realizadas en los últimos
años. Así, mantenía intensas relaciones con el obispo de Orihuela, que había protagonizado un grave enfrentamiento con la jurisdicción de la renta del tabaco como
consecuencia del motín impulsado por el clero en Ayora en 1730. Pero, sobre todo,
se hallaba «coligado» con el Inquisidor de Valencia, Josep de Cepeda y Castro. A
pesar de que era incompatible con dicha condición, éste había pretendido también
el cargo de juez de diezmos del Reino de Valencia, que se otorgó finalmente a Jover. Pero, además, en el ejercicio de su comisión contra la falsificación de moneda,
Jover condenó a varios familiares del Santo Oficio, lo que le granjeó la enemistad
de todos los que gozaban de dicha condición. Cepeda se había enfrentado también
con el intendente al apoyar al Tribunal de la Inquisición de Murcia en su pretensión
de que los arrendatarios de las propiedades que tenía en la villa de Guardamar no
debían abonar el impuesto del equivalente y del real de la sal. Protegió, asimismo,
al familiar del Santo Oficio que recurrió la adjudicación del primer arrendamiento
de la renta del 8% a la compañía de Luis García, que pertenecía a la red clientelar
articulada por el intendente. Además del Inquisidor, la «coalición» en contra del
intendente y su asesor estaba integrada por los abogados que defendieron el recurso planteado por los electos de la particular contribución contra la creación de
27. La relación de acusados puede verse en el indulto concedido el 25 de septiembre de 1737. BUV, Manuscritos,
sig. 178, n.º 71.
28. Sobre Nicolás Manrique de Lara, véase Andújar, 1996, 229. El impreso publicado por Jover se halla en
BCCChV, sig. GM-521, n.º 7, ff. 2r y 12v. Su título es el siguiente: Señor. D. Blas Jover Alcazar, ministro criminal de
Valencia, a Los Reales Pies de Vuestra Majestad, expone las justas legales sospechas que tiene del marqués del Risco, así
antecedentes a su cometido de residencia, pesquisa o visita, como en su ejecución, cumplimiento y modo de proceder.
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la renta del 8%, Pascual Solsona y Josep Rocafull, los cuales se reunían todas las
noches, según Jover, con el escribano de la visita, Josep Bru, al que acusaba de austracista y desafecto al nuevo régimen político29. Independientemente del posible
sesgo interesado de estas acusaciones, no cabe duda que el conflicto constituía un
buen reflejo de la lucha por el poder existente entre dos sectores distintos de las
élites sociales del territorio.
La acusación que la Monarquía consideró más grave y que le impulsó a ordenar
la visita fue el recurso a la contratación de sustitutos para cubrir el reclutamiento de tropas exigido al territorio, contraviniendo lo dispuesto en la orden de 4 de
marzo de 1733, que imponía su realización por sorteo. En los libelos realizados por
sus enemigos, se acusaba al intendente, su asesor y el escribano de enriquecerse
mediante la «venta de sangre humana», al proponer a los reclutados en levas forzosas o a los quintados la búsqueda de un sustituto a cambio del abono de 20.000
reales de vellón30. La estrategia de los acusados fue admitir que se había tolerado la
contratación de sustitutos, que Jover consideraba como una práctica habitual debido al rechazo que solía generar el sorteo y a la ausencia de padrones que distinguiesen a los nobles y exentos de los plebeyos, pero trasladando la responsabilidad
a las autoridades inferiores31. Tampoco se consideraban responsables los acusados
de las gratificaciones o comisiones que les abonaban los arrendadores de las rentas
que administraban. La acusación más grave, en este sentido, era que el adjudicatario de la renta del 8% abonaba 5.000 libras anuales que se distribuían entre el Capitán General, el intendente y su asesor, los cuales toleraban, a cambio, los abusos
que cometía en su recaudación. Si Pineda optó por negar estas prácticas, alegando
que no se habían demostrado, Blas Jover las admitió sin ningún escrúpulo, considerando lícito «percibir tales sueldos o regalías de el oficio». Las consideraba tan
habituales que las practicaba incluso el propio juez visitador, ya que el marqués
del Risco también cobraba la gratificación que le abonaban los arrendadores de la
renta de la pólvora32. A Pineda se le acusaba, incluso, de recibir gratificaciones de
los empleados de la renta de la sal que designaba o de los contratistas de las obras
públicas que adjudicaba, a los que toleraba, a cambio, el abono de sobreprecios de
los materiales de construcción que utilizaban. Las gestiones que realizó para paliar
la escasez de cereales que se experimentó como consecuencia de la mala cosecha
de 1734 habían resultado también ruinosas. Ante el temor de que se produjese una
escalada de los precios, firmó en octubre sendos contratos con dos comerciantes,
Raimundo Casanova y Luis García, en los que se estipulaba la importación de 12.000
cahices de trigo, procedente básicamente del norte de Europa, al precio de 13 y 14
pesos por cahiz. Pero, como las importaciones realizadas por otros comerciantes
29. Las acusaciones vertidas en contra de los miembros de la citada «coalición» pueden verse en BCCChV, sig.
GM-521, n.º 7, ff. 17r–18v y 25v.
30. Molas, 1988, 321.
31. BPO, sig. 10610, n.º 7, f. 19. El impreso publicado en defensa de Pineda se titula: Demonstración evidente de
las mentidas calumnias que publicaron Don Luis Cortés y otros en manifiesto agravio de la justificación y crédito de Don
Francisco Salvador de Pineda, intendente del exército y Reyno de Valencia, que para desengaño de muchos y satisfacción
de pocos ofrece a la discreta censura la cortedad de un ingenio.
32. BCCChV, sig. GM-521, n.º 7, ff. 37v–38r.
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atenuaron la escasez, dichos precios resultaron excesivos. Además, el trigo del
norte de Europa se deterioraba con facilidad por el clima más cálido y húmedo de
Valencia, por lo que la ciudad acabó sufriendo una pérdida de unos cuatro pesos
por cahiz importado en cumplimiento de los dos contratos aludidos33. Pero lo más
sospechoso era que uno de los comerciantes implicados, Luis García, había sido el
primer arrendatario de la renta del 8%, por lo que no cabe duda de que pertenecía
a la red clientelar articulada por el intendente.
No obstante, los vínculos de Pineda con el mundo de los negocios resultaban
aún más evidentes en el caso de Benito Casamayor. Éste se hallaba ejerciendo el
cargo de Tesorero de las rentas de la Generalitat desde 1731, habiendo presentado
para ello, con el visto bueno de Blas Jover, unos fiadores que resultaron totalmente
insolventes. Al procederse a la realización de la visita y caer en desgracia sus protectores, los acreedores de la abolida institución foral solicitaron al intendente interino
que ordenara la entrega de los fondos de ésta que tenía en su poder. Ante la imposibilidad de hacerlo, Casamayor huyó de la cuidad, lo que puso en peligro también
la recuperación de los fondos del equivalente de que disponía, en su condición de
depositario. Aunque desconocemos la entidad de estos últimos, la revisión de las
cuentas de la Generalitat determinó que su deuda ascendía a 38.335,5 libras, lo que
le forzó a declararse en suspensión de pagos34. No cabe duda, por tanto, que el favor
del intendente le había permitido utilizar en su propio beneficio los considerables
fondos públicos que manejaba. De ahí la acusación que se realizaba en el libelo de
Cortés de que Pineda participaba en los negocios que aquel realizaba, teniendo incluso invertido en ellos un capital propio de 20.000 libras. En fin, el conjunto de los
abusos denunciados es lo que, según dicha fuente, explicaba el fabuloso enriquecimiento que había experimentado Pineda en los ocho años que llevaba ejerciendo
la intendencia valenciana, lo que le había permitido la construcción de una casa
cuyo coste se estimaba en 40.000 libras; la entrega a su hija de una dote de 25.000
libras; o tener un «gasto ordinario» de 14.000 pesos35.
A pesar de la gravedad de las acusaciones, la visita realizada por el marqués del
Risco fue suspendida abruptamente por la Monarquía el 25 de septiembre de 1737,
concediendo el indulto a todos los acusados, con la excepción del escribano de la
intendencia, Agustín Olorís, al que se ordenó el exilio del Reino de Valencia durante
dos años. Tal vez la muerte de Patiño, que fue quien ordenó el inicio de la causa,
contribuyó al sobreseimiento final de la misma. De todas formas, lo más sorprendente es que ésta no afectó negativamente a la trayectoria política posterior de los
principales implicados. Así, el Capitán General, príncipe de Campoflorido, fue destinado a ejercer funciones diplomáticas en Venecia y Francia; Pineda fue nombrado
intendente de Galicia, en donde falleció; y, sobre todo, Blas Jover experimentó un
ascenso fulgurante al acceder a los Consejos de Hacienda y Castilla; en éste, como
33. BPO, sig. 10610, n.º 7, pp. 3–11. Sobre la crisis de 1734–1735 y las importaciones de trigo realizadas por la ciudad
de Valencia, véase Palop, 1977, 81–84.
34. Franch, 31 (Valencia, 2005): 291. La función que ejercía Benito Casamayor como depositario de los fondos
del equivalente puede verse en AMV, Sig. G-4. Autos de buen gobierno del intendente. Años 1727–1737, ff. 249r–250r.
35. Estas acusaciones se indican en BPO, sig. 10610, n.º 7, pp. 21, 25 y 27.
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fiscal de la Cámara, se encargó de las materias relacionadas con el Real Patronato. No cabe duda, pues, que las irregularidades y gratificaciones denunciadas, que
llegaron a ser admitidas abiertamente por el último de ellos, fueron consideradas
como una práctica habitual que podía ser perfectamente tolerada. De ahí que las
denuncias de esta índole reapareciesen con cierta frecuencia, como fue el caso de
la formulada en 1738 contra el nuevo Capitán General de Valencia, marqués de
Caylus, que fue desestimada inmediatamente36.
La peligrosidad que suponía el enfrentamiento con las élites locales se puso de
manifiesto, una vez más, durante el mandato del intendente José Fonsdeviela, lo
que puede contribuir a explicar la brevedad de su duración. El conflicto se derivó,
fundamentalmente, de su propuesta de revisar en 1739 la tarifa que se utilizaba
para recaudar la renta del 8% con el fin de actualizar los precios de las mercancías,
los cuales se habían incrementado considerablemente en la última década. Como
ello podía comportar un drástico incremento de la presión fiscal, suscitó inmediatamente el surgimiento de un movimiento de oposición que volvió a ser liderado
por los electos de los cuarteles de la particular contribución, los cuales recibieron
también el apoyo de la ciudad. Pero estos sectores, que ya se habían movilizado con
escaso éxito para hacer frente a la creación de la renta del 8%, fueron reforzados,
en esta ocasión, por la intervención del nuevo arzobispo, Andrés Mayoral, y de los
magistrados de la Audiencia37. Estos últimos aprovecharon la ocasión para cuestionar la gestión por la vía reservada del impuesto del equivalente, denunciando
el procedimiento arbitrario con el que los intendentes habían procedido a la distribución de los ingresos obtenidos por la renta del 8%. Como superaban el valor
del cupo asignado a la ciudad, Pineda optó por elevar progresivamente éste en beneficio de las demás localidades del Reino, considerando que estaban más gravadas que la capital. Esta tendencia fue cuestionada por el intendente interino Juan
Diego Verdes Montenegro, quien propuso destinar parte del excedente obtenido a
compensar a la hacienda municipal a cambio de la reducción de la fiscalidad sobre
los productos básicos de subsistencia, como era el caso de la tasa sobre el trigo que,
como fruto de su indicación, fue suprimida a principios de 1737. En cambio, en lugar
de continuar en esta línea, el nuevo intendente pretendía incrementar aún más el
gravamen de la renta del 8%, distribuyendo de forma arbitraria el excedente que se
obtendría. La denuncia de la Audiencia impulsó al Consejo de Hacienda a exigir al
intendente que le aclarase los fundamentos legales en que se basaba para disponer
«de unos residuos y sobras tan considerables». Fonsdeviela esgrimió inmediatamente la orden de 29 de diciembre de 1729, que había consagrado el triunfo de la
vía reservada en la gestión del impuesto del equivalente. Sus atribuciones en este
ámbito le permitieron elevar de nuevo el cupo exigido a la ciudad de Valencia en la
distribución que realizó de los ingresos que estaba previsto obtener como fruto del
contrato de arrendamiento de la renta del 8% del trienio 1740–1742. Sin embargo,
36. Giménez, 1999, 223–224. Sobre la trayectoria posterior del príncipe de Campoflorido, Blas Jover y Francisco
Salvador de Pineda, véase Giménez, 2006, 291–292, 378–380 y 469–470. La orden de indulto del 25 de septiembre de
1737 se halla en BUV, Manuscritos, sig. 178, n.º 71.
37. Franch, 20 (Alicante, 2002): 439–442.
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la oposición que había generado su propuesta de revisión de la tarifa le impidió su
aplicación, y pudo contribuir, además, a su relevo en el cargo a finales de 1741.
En cambio, el nuevo intendente, Francisco Driget, que obtuvo el título de marqués de Malespina en 1745, fue el que ejerció el cargo durante el periodo de tiempo
más largo de la centuria (de 1741 a 1754), llegando a fallecer, ya retirado, en Valencia. Su actividad puede constituir una buena muestra de las ventajas que reportaba
el mantenimiento de las buenas relaciones con las élites locales, ya que, aunque
existen claros indicios de que disponía de una red clientelar que le permitía obtener ingresos ilícitos, no se realizó ninguna denuncia de corrupción, siendo, por el
contrario, apoyado por aquéllas en el principal conflicto que se produjo durante
su mandato. Éste estuvo claramente condicionado por la política de Campillo en
favor de la administración directa de las rentas provinciales, lo que se tradujo, en
el caso valenciano, en el abandono del recurso al sistema del arrendamiento para
la recaudación de la renta del 8%. A partir de enero de 1743, su percepción fue encomendada al intendente, recompensando generosamente su dedicación con la
concesión de una ayuda de costa de 2.000 libras anuales, lo que representaba un
incremento del 50% de su salario. Pero, además, Malespina designó inmediatamente
como administrador y depositario de los fondos recaudados a un hombre de negocios de su confianza. Se trataba de Gaspar Pastor, que ya disponía de experiencia
como arrendador de dicha renta con anterioridad y que estaba protagonizando un
proceso de ascenso social al haber adquirido una plaza de regidor de la ciudad de
Valencia en 1741, obteniendo el privilegio de hidalguía en 1746. Su vinculación con
el intendente le permitió adquirir también por juro de heredad la plaza de tesorero
de la Generalitat en 174438, con lo que se volvió a plantear una situación similar a
la que se había denunciado en 1735, lo que propiciaba el manejo con fines privados
de los considerables fondos públicos que entrarían en su poder.
Pero las actividades ilícitas que pudieron realizarse se contrarrestaron, en esta
ocasión, con la relajación del rigor con el que se había recaudado anteriormente la
renta del 8%. El intendente trató, además, de preservar los intereses de las élites,
incumpliendo incluso las disposiciones que se le ordenaban desde la corte. Resulta revelador, en este sentido, que no aplicase la orden de 21 de noviembre de 1742,
por la que se eliminaban las exenciones de que gozaban las más altas autoridades
civiles y militares del territorio en la recaudación de la renta del 8%. Según la representación realizada por la Audiencia el 12 de noviembre de 1759, fue el intendente
Avilés quien la puso en vigor realmente al inicio de su mandato39. Malespina acabó también con la política de sus predecesores de incrementar progresivamente el
cupo asignado a la ciudad de Valencia en concepto de equivalente, fijándolo en algo
38. Franch, 31 (Valencia, 2005): 292–293. La adquisición de la regiduría de la ciudad de Valencia y la obtención
del privilegio de hidalguía puede verse en Irles, 1996, 142–143. La ayuda de costa de 2.000 libras anuales que percibieron los intendentes como administradores de la renta del ocho por ciento hasta 1764 consta en AGS, Secretaría
de Hacienda, leg. 1730. Sobre su salario, véase Abbad & Ozanam, 1992, 17. Con respecto a las reformas hacendísticas
impulsadas por Campillo, véase Fernández Albaladejo, 142 (Madrid, 1977): 51–85. Además de en anteriores trabajos, sus pretendidos efectos en detrimento de los asentistas han sido cuestionados recientemente en Torres, 35
(Salamanca, 2013): 159–199.
39. AGS, Secretaría de Hacienda, leg. 578. La orden de 21 de noviembre de 1742 puede verse en Ibid., leg. 1731.
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más de 118.000 libras a partir de 1743. En lugar de destinar el excedente recaudado
por la renta del 8% a reducir la contribución de las restantes localidades del Reino
como se había hecho hasta entonces, sugirió que se debía emplear en beneficio de
la propia ciudad, pudiendo utilizarse para compensar a la hacienda municipal por
la reducción de la elevada carga fiscal que sufrían los productos destinados al abastecimiento urbano. Ciertamente, hasta que se adoptase una decisión al respecto,
optó por entregar el remanente anual que se generaba al Tesorero del Ejército, lo
que permitió a la Real Hacienda disponer de una fuente adicional de ingresos a la
que no estuvo dispuesta a renunciar fácilmente con posterioridad. Pero a principios
de la década de 1750, cuando el excedente recaudado superaba ya habitualmente
las 40.000 libras anuales, la ciudad de Valencia comenzó a reclamar su titularidad
y a exigir su restitución o su inversión en beneficio de sus habitantes. El intendente
Malespina apoyó, significativamente, la demanda de la ciudad, siendo sus gestiones
las que determinaron la supresión del gravamen del 8% sobre el consumo de carne
el 14 de abril de 175340.
No obstante, la mejor muestra de la sintonía que existió entre el intendente
Malespina y las élites locales fue el frente común que plantearon al cambio del
sistema de administración de la renta del 8% que se produjo en 1751, al adjudicarse su recaudación en arrendamiento durante un periodo de seis años a Vicente de
Pueyo. Se trataba de un asentista que, además de participar en los arrendamientos
anteriores de esta misma renta, había intervenido también en la administración
de otras rentas reales, como las del tabaco y la sal del Reino de Valencia, por lo que
disponía de buenos contactos con los círculos hacendísticos de la corte. Su apoyo
resultó crucial para la adjudicación de aquel arrendamiento, en cuyo contrato se
estipuló que la única exención que debía respetarse era la del clero, y se le otorgaron
amplias facultades para el control de la actividad económica de la población que
residía en la particular contribución de Valencia41. De ahí que fuesen, de nuevo, los
electos de los cuarteles de ésta los que iniciasen la oposición a los estrictos métodos
de recaudación del impuesto que adoptó el asentista. La propia ciudad de Valencia
manifestó también su descontento, llegando a proponer el tanteo de la concesión
realizada al arrendatario. Los magistrados de la Audiencia se quejaron de la pérdida de la exención fiscal que habían gozado hasta entonces. Pero lo más grave es
que el propio clero se quejó de las prendas que se les exigían como garantía en la
introducción de géneros que realizaban en la ciudad hasta la comprobación de que
gozaban de exención fiscal. Fue un conflicto de esta índole el que impulsó al arrendador a denunciar al Consejo de Hacienda la negligencia con la que el intendente
había actuado frente a la intromisión de la jurisdicción eclesiástica en materia de
rentas. De ahí que el 3 de marzo de 1752 el Consejo le recriminase su comportamiento, imponiéndole una sanción de 1.000 pesos como muestra de su desaprobación. El recurso del marqués de Malespina fue apoyado, significativamente, por el
40. Franch, 37 (Valencia, 2011): 295–298.
41. Una copia del contrato de arrendamiento se halla en Archivo del Reino de Valencia, Bailía (P. I.). Exp. n.º
4560, ff. 32r–37v. Sobre los vínculos de Pueyo con los círculos hacendísticos de la corte y su enfrentamiento con la
red clientelar articulada alrededor del intendente, véase Franch, 2009 b, 133–151.
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arzobispo Mayoral, quien, a través de la influencia del confesor real, contribuyó, no
solo a que se anulase dicha sanción, sino a que se rescindiese también el contrato
de arrendamiento a partir del 4 de marzo de 1753, restableciéndose el sistema de
administración directa bajo la dirección del intendente42. Realmente, éste había sido
el principal perjudicado por la adopción de aquel sistema en 1751, ya que, además
de perder la ayuda de costa de 2.000 pesos anuales, había sufrido una considerable
merma de su capacidad de patronazgo al perder la posibilidad de manejar el gravamen fiscal para favorecer o perjudicar a los contribuyentes en función de sus intereses clientelares; colocar a sus fieles en los puestos de trabajo que comportaba la
administración de la renta; y, sobre todo, favorecer a los hombres de negocios que
le gratificaban su apoyo o que le interesaban en los resultados de su actividad. El
hecho de que Gaspar Pastor, que era el más importante de estos últimos, se hallase
implicado ulteriormente en operaciones ilícitas de esta índole induce a pensar que
también se debieron llevar a cabo durante el mandato del intendente Malespina, y
que fue la alineación de sus intereses con los de las élites locales lo que pudo evitar
que la corrupción existente se denunciase abiertamente.
Por el contrario, la intensa repercusión que tuvieron las acusaciones realizadas
en contra del intendente Avilés se derivó en gran medida del descontento que su
gestión estaba generando entre las élites locales. Se trataba de un militar de talante
autoritario que pretendía acumular méritos para continuar el proceso de ascenso
social que había experimentado, que culminó con la obtención del título de marqués
de Avilés en 1761. De ahí que, tras su acceso a la intendencia de Valencia a principios de 1758, se esforzase por incrementar la recaudación de las rentas fiscales que
se percibían en el territorio. Trataba de acentuar, además, el contraste con la escasa
diligencia con la que consideraba que sus predecesores habían llevado a cabo dicha
labor, como ponía de manifiesto los elevados atrasos que se habían acumulado en la
recaudación del impuesto del equivalente. De ahí las presiones que ejerció sobre las
autoridades locales para que abonasen con regularidad el cupo asignado, llegando
incluso a encarcelar arbitrariamente a las que más se retrasaban. Pero su excesivo
rigor le granjeó muy pronto la enemistad de los sectores más influyentes de las élites valencianas. Así, desde el principio de su mandato eliminó la exención fiscal que
seguían teniendo en la recaudación del derecho del 8% las principales autoridades
políticas y militares del territorio, cumpliendo lo dispuesto en la orden de 21 de
noviembre de 1742. Los magistrados de la Audiencia reaccionaron inmediatamente ante esta «novedad», quejándose de los elevados precios que habían alcanzado
los productos de subsistencia en la ciudad, y solicitando tanto el restablecimiento
de aquella exención como el incremento de sus salarios. Avilés apoyó esta segunda
reivindicación, alegando, en cambio, la existencia de aquella orden para rechazar la
primera. Pero en el informe que realizó el 20 de agosto de 1758 sobre un conflicto
de competencias que estaba manteniendo con la Audiencia en materia de abastecimiento urbano, indicó abiertamente que la causa fundamental de la hostilidad con
42. La extensa consulta que emitió el Consejo de Hacienda el 30 de abril de 1752 y la mayor parte de la documentación generada sobre el conflicto se halla en AGS, Secretaría de Hacienda, leg. 1725. No obstante, se conservan
también varios expedientes sobre el tema en los legajos 577 y 1724.
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que le trataba dicho tribunal era la eliminación de la citada exención, la cual se había
añadido a su tradicional pretensión de separar la intendencia del corregimiento43.
No obstante, el descontento hacia la gestión del intendente se generalizó cuando,
atendiendo la sugerencia de Esquilache, planteó la posibilidad recurrir de nuevo
al sistema de arrendamiento para la recaudación de la renta del 8%, presentando
la oferta realizada con tal finalidad por Gaspar Pastor en abril de 1761. Al conocer
esta propuesta, se movilizaron inmediatamente los electos de los cuarteles de la
particular contribución. Pero lo más significativo es que su queja impulsó al arzobispo Mayoral a manifestar su oposición a dicho sistema en una representación en
la que condenaba, además, el rigor en la recaudación y el despilfarro de los recursos obtenidos que estaba realizando el intendente Avilés, ya que la mayoría de ellos
se estaban invirtiendo en la construcción de una «soberbia» aduana. Estas obras
generaron un nuevo enfrentamiento entre el intendente y la jurisdicción eclesiástica a finales de 1761, al denunciarse que unos carreteros de Moncada habían sido
forzados a trabajar en el transporte de las baldosas que se estaban utilizando en su
construcción el día de Santa Bárbara, incumpliendo el edicto arzobispal para que
se respetasen los días festivos en su diócesis. El conflicto se resolvió el 3 de julio de
1762 con una severa amonestación tanto al intendente como a la curia arzobispal44.
Con estos antecedentes, se puede deducir que el arzobispo debió jugar un papel
central en la campaña que se orquestó en contra de Avilés y que culminó con la formulación de una detallada denuncia de los «excesos» cometidos en el ejercicio de
su función que fue presentada al marqués de Esquilache a mediados de 1762. Así lo
consideró también el fiscal del Consejo de Hacienda, Francisco Carrasco, que fue el
encargado de investigar la denuncia realizada, el cual destacó la influencia que Mayoral tenía en la corte y el control que ello le permitía ejercer sobre los principales
responsables del gobierno del territorio, hasta el punto de que los dos intendentes
anteriores habían actuado «como novicios a sus órdenes»45. Resulta significativo
también que una de las principales denuncias que se realizaron se centrase en el
despilfarro y los sobrecostes con que se estaba procediendo a la construcción del
edificio de la aduana, que se estaba financiando con los fondos sobrantes de la renta
del 8% y que acabó teniendo un coste final de alrededor de tres millones de reales
de vellón. Evidentemente, se acusaba al intendente de adjudicar la adquisición de
los materiales de construcción a precios exorbitantes, percibiendo de los asentistas
una parte de los beneficios obtenidos. Había colocado, además, a parientes y fieles en la dirección de las obras, asignándoles salarios desproporcionados. Pero las
principales acusaciones se centraban en los vínculos que tenía con los hombres de
negocios a los que había adjudicado el arrendamiento o el depósito de los fondos
obtenidos en la recaudación de las rentas reales o municipales y el abastecimiento
43. AGS, Secretaría de Hacienda, leg. 578. Sobre los atrasos acumulados en la recaudación del equivalente, véase
Franch & Giménez, 29 (Valencia, 2003): 115–117.
44. AGS, Secretaría de Hacienda, leg. 151, caja 2. Agradezco al Dr. Francisco Andújar Castillo que me indicase
esta referencia. Sobre la reacción ante la tentativa de arrendar la recaudación de la renta del ocho por ciento en 1761,
véase Franch, 37 (Valencia, 2011): 300–301.
45. AGS, Secretaría de Hacienda, leg. 1711. La pesquisa realizada ha sido analizada en Franch, 28 (Valencia,
2002): 263–286.
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de la ciudad de Valencia. La más importante es la que mantenía con el tesorero de
las rentas de la Generalitat, Gaspar Pastor, que, según una certificación del contador de las mismas, disponía en su poder a finales de 1761 de un capital sobrante
de cerca de 140.000 libras, con el cual se habría podido proceder a la amortización
de censales cargados sobre la institución, dando lugar al ahorro de unos 6.000 pesos anuales en concepto de pensiones. Según la denuncia realizada, dichos fondos
eran utilizados para la realización de negocios privados, en los que participaba el
intendente por medio de testaferros. Lo cierto es que, ante dicha anomalía, Esquilache ordenó que el capital sobrante se transfiriese a la Tesorería del Ejército, lo
que Pastor fue realizando con mucha lentitud con la complicidad del intendente,
hasta que, ante las reiteradas presiones de aquel, no tuvo más remedio que proceder a su encarcelamiento y el embargo de sus bienes el 21 de diciembre de 1762.
Esta circunstancia fue aprovechada para ordenar poco después la extinción de la
tesorería independiente de la Generalitat, asumiendo sus funciones el Tesorero
del Ejército de Valencia. Además de estos vínculos con el mundo de los negocios,
en la denuncia realizada se detallaban los favores y comisiones que el intendente
percibía de los asentistas a los que adjudicaba contratos públicos y, sobre todo, de
los abastecedores a los que se asignaba el suministro de víveres de la ciudad de Valencia. Solo las comisiones que percibía anualmente de estos últimos se calculaba
que ascendían a 2.800 libras anuales, a las que debían sumarse otras 2.700 libras
que obtenía a la firma de los respectivos contratos. Lo más significativo es que el
propio fiscal Carrasco consideraba que, aunque no debía ser tolerada, esta práctica era habitual en la época. Afirmaba, por ejemplo, que era común en «todos los
intendentes de Aragón» que el proveedor de víveres del ejército les suministrase la
paja y cebada que necesitaban para su caballeriza. En el caso concreto de Valencia,
destacaba que la práctica «viene muy de atrás», precisando que si bien su predecesor, Pedro Rebollar de la Concha, no había percibido estas gratificaciones en sus tres
años de mandato, era porque se habían beneficiado de ellas sin su conocimiento
sus subordinados. Pero el mismo Avilés lo admitió abiertamente en respuesta a la
aclaración que le exigió Esquilache, afirmando que, tanto tras la adjudicación del
contrato como anualmente por San Juan y Navidad, los asentistas y abastecedores
le cumplimentaban «con su papelito liado y cerrado (…), según el estilo y práctica
que entiendo se tiene aquí y encontré establecido en esta ciudad». Insistía en que
esta práctica ya había sido realizada por «mis antecesores, asesor y no sé si otros
algunos», por lo que él no había introducido ninguna «novedad».
Por tanto, tal como había planteado Blas Jover, no cabe duda que los principales responsables hacendísticos del territorio consideraban perfectamente lícitas
las comisiones o gratificaciones de esta índole que percibían, contemplándolas
como una «regalía» del oficio. Pero esta circunstancia, que se derivaba de su concepción patrimonialista del cargo que ejercían, les impulsaba a vulnerar fácilmente
la legalidad, sirviéndose de los fondos públicos para efectuar negocios privados en
beneficio propio y de la red clientelar articulada a su alrededor. Así lo consideró
la propia Monarquía, ya que, aunque no se sancionó a Avilés, que fue trasladado a
la intendencia de Aragón, se ordenó el 9 de junio de 1763 al nuevo intendente que
no admitiese las «propinas y gratificaciones que han recibido sus antecesores». Su
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remuneración también se redujo al rebajarle a la mitad la ayuda de costa que recibía
como responsable de la gestión de la renta del 8%. Además, su autoridad se debilitó
al ordenarse la separación de la intendencia del corregimiento a partir de 176646.
Aunque todo ello pudo dificultar la realización de actividades ilícitas, no debió de
erradicar completamente unas prácticas que se hallaban tan arraigadas entre los
responsables del manejo de los fondos públicos debido a la concepción patrimonial
del cargo que ejercían, la cual continuó vigente con posterioridad.
46. Giménez, 1990, 49–70. La prohibición de percibir «propinas» y la reducción a la mitad de la ayuda de costa
del intendente puede verse en AGS, Secretaría de Hacienda, leg. 1726.
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Poder, negocio y conflictividad fiscal
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EL ORDEN JURÍDICO DE LA FISCALIDAD
EN LA REAL HACIENDA DE NUEVA ESPAÑA:
UN ANÁLISIS A PARTIR DE LA CALIDAD,
EL ESTADO Y LA CLASE
DE LOS CONTRIBUYENTES
THE JURIDICAL ORDER OF THE STATE TAXATION
IN THE ROYAL TREASURY OF NEW SPAIN:
AN ANALYSIS STARTING FROM THE QUALITY,
THE STATE AND THE CLASS OF THE TAXPAYERS
Ernest Sánchez Santiró1
Recibido: 25/03/2014 · Aceptado: 15/05/2014
http://dx.doi.org/10.5944/etfiv.27.2014.13702
Resumen
El trabajo propone un análisis de la relación que existía entre las entidades exactoras de la Real Hacienda de Nueva España y los contribuyentes. Para este ejercicio,
se pretende definir en términos jurídicos a los distintos contribuyentes. Por otra
parte, se propone caracterizar a las entidades exactoras y a los sujetos encargados
de recaudar los impuestos (ministros, oficiales, empleados, «criados», etc.). El objetivo último es mostrar la existencia de una abigarrada casuística, articulada en
gran medida a partir de dos principios: la justicia y el privilegio. Para ello se revisan
tres gravámenes: el tributo, las alcabalas y los reales novenos (como derivación de
los diezmos eclesiásticos).
Palabras clave
fiscalidad; Real Hacienda; Nueva España; privilegios; justicia; contribuyentes
Abstract
The paper proposes an analysis of the relationship that existed between the fiscal
entities of the Royal Treasure of New Spain and taxpayers. For this exercise, it is
defined in legal terms the different taxpayers. Furthermore, it is proposed to characterize the fiscal entities and the responsible subjects for collecting taxes (ministers, officers, employees, «servants», etc.). The ultimate objective is to show the
existence of a motley casuistry, largely articulated from two principles: justice and
1. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México, DF.
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Ernest Sánchez Santiró
privilege. For this purpose, three taxes are reviewed: the capitation, the sales taxes
and the royal novenos (as a derivation of the ecclesiastical tithes).
Keywords
Taxation — Royal Treasure — New Spain — Privileges — Justice — Taxpayers
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El orden jurídico de la fiscalidad en la Real Hacienda de Nueva España 
INTRODUCCIÓN
Frente a trabajos que han priorizado el estudio de la lógica administrativa que guiaba el funcionamiento de la Real Hacienda de Nueva España y la reconstrucción
cuantitativa de diversas variables fiscales (léase, ingresos, egresos, déficit, etc.), en
este artículo nos proponemos realizar un análisis de la relación que existía entre
las entidades exactoras del real erario novohispano y los contribuyentes2. Para este
ejercicio, se define en términos jurídicos a los distintos contribuyentes, teniendo en
cuenta que podían ser tanto individuos como corporaciones. En este último caso,
se atiende de forma primordial a las repúblicas de indios (en tanto agentes del fisco
y mediadores de la percepción del tributo, o sea la capitación), a las corporaciones
mercantiles y los cabildos municipales (en tanto se veían afectados por los impuestos que gravaban el comercio interno y externo, como era el caso de las alcabalas y
los almojarifazgos) y al clero regular y secular.
Como ámbito de análisis se propone el estudio de tres gravámenes introducidos
en el orden fiscal novohispano desde el siglo XVI y que pervivieron en sus trazos generales hasta la crisis política desatada durante el bienio de 1808–1810: el tributo,
las alcabalas y los reales novenos (aquí como derivación y transferencia a la corona
de determinadas porciones de los diezmos eclesiásticos). El trabajo se complementa
con la incorporación, si bien puntual, de otras corporaciones y grupos sociales como
los mineros y la población descendiente de esclavos africanos (que recibieron apelativos muy variados en la época: negros, mulatos, pardos, coyotes, etc.) en aras de
mostrar la abigarrada casuística que normaba las obligaciones de los contribuyentes,
la cual estaba articulada en gran medida a partir de dos principios fundamentales
del antiguo régimen colonial novohispano: la justicia y el privilegio. Asimismo, el
artículo propone una caracterización de las entidades exactoras y los sujetos encargados de recaudar los impuestos. Un sector de la administración virreinal que
iba desde los ministros y oficiales de la corona, en la cima institucional, hasta los
empleados y «criados», como niveles más bajos del real erario.
Como criterio articulador, la exposición se estructura a partir de tres realidades
jurídicas: la calidad étnica (también denominada en la época como la casta de los
individuos), el estado y la clase de los contribuyentes. Unas categorías que normaban los privilegios, las exenciones, los alcances y los límites de la imposición fiscal.
LA REAL HACIENDA Y EL ORDEN JURÍDICO
NOVOHISPANO: CONTRIBUYENTES, ENTIDADES
EXACTORAS, EQUIDAD Y PRIVILEGIO
En términos doctrinales, pero también de naturaleza económica, el erario hispánico
(Hispanus fiscus) era la encarnación institucional de un sujeto político, la Monarquía
2. Abreviaturas utilizadas: Archivo Histórico del Arzobispado de México: AHAM y Archivo General de la Nación
de México: AGN.
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católica, constituida como una entidad dotada de soberanía (plenitudo potestatis),
es decir, que tenía la cualidad de no reconocer a nadie como superior a sí misma3.
En tanto entidad soberana, la monarquía hispánica tenía fisco (fiscus) y se identificaba con él, y como tal era presentada en toda la literatura jurídica de la época moderna, lo cual la equiparaba a otras estructuras políticas del periodo como el Sacro
Imperio Romano, las monarquías europeas (Francia, Inglaterra, Portugal, Suecia,
Dinamarca, etc.) o, por similitud jurídica, las repúblicas mercantiles de Génova y
Venecia. Asimismo, la Iglesia universal, o el romano pontífice, en tanto soberano,
al igual que otros niveles eclesiásticos inferiores, como sucedía con las diócesis, se
hallaban en la posesión de ese mismo reconocimiento. Un hecho que permitía el
empleo del concepto de fisco eclesiástico (fiscus ecclesiasticus). Por el contrario, entidades como los señoríos o las ciudades no gozaban de una estimación semejante
en el pensamiento jurídico de la época, a pesar de que en diversos tratados se hablase de las Haciendas señoriales o municipales. Si bien existían como erarios, no
gozaban de la condición de fisco en términos formales, de manera que sólo participaban de los atributos derivados de un poder soberano, cuando no los usurpaban.
En este marco general, la Real Hacienda de Nueva España, como parte constitutiva
del Hispanus Fiscus, estaba llamada a proveer los recursos con los cuales el monarca
debía gobernar y defender a sus vasallos novohispanos4.
Institucionalmente, la Real Hacienda de Nueva España estaba inserta en el marco de un orden jurídico de antiguo régimen5, entendiendo por éste un corpus y una
praxis caracterizados por la pluralidad y concurrencia en las fuentes del derecho, la
primacía de lo particular y casuístico, donde las normas se acumulaban sin generar
por ello derogaciones, sino yuxtaposiciones. Ante la controversia, el conflicto se
dirimía en una justicia de jueces y no de leyes. Todo ello impactaba en las diversas
esferas del real erario que iban desde la conformación de los registros y la información que servía de base para la determinación de las bases imponibles, pasando
por el puro acto de saldar la deuda fiscal, hasta llegar al conflicto y denuncia entre
las autoridades y los contribuyentes.
PRINCIPIOS JURÍDICOS Y CAUSANTES FISCALES:
CALIDAD, ESTADO Y CLASE
Más allá de la casuística propia del antiguo régimen, tres realidades jurídicas normaban a los causantes fiscales: la calidad o casta de los contribuyentes, su estado
y la clase. Por ello consideramos que hay que mostrar el significado básico de estos términos en la época para proceder luego a apreciar su aplicación, algo que
3. Para la conformación de esta entidad jurídica y financiera, en el marco de la Monarquía católica, que gobernaba sobre un imperio presente en varios continentes, en la que la diversidad y segmentación entre sus estructuras
fiscales territoriales era la nota común, véase Clavero, 1986.
4. En la obra del jurista Juan de Solórzano y Pereira, Política indiana (1647), aparecen ambas como las facetas
fundamentales del soberano. Así, al mencionar las obligaciones del Príncipe con sus vasallos, indicó que estaba «a su
cargo el gobernarlos y defenderlos». Solórzano, 1647, 970.
5. Para dicho orden en la Indias, consultar Garriga, 34 (Buenos Aires, 2006).
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El orden jurídico de la fiscalidad en la Real Hacienda de Nueva España 
realizaremos posteriormente con el tratamiento detenido de tres figuras fiscales, a
saber: las alcabalas, los tributos y los reales novenos/diezmos eclesiásticos.
El término castas era empleado como sinónimo de calidad étnica. En el siglo
XVIII, el Diccionario de autoridades definía la calidad de la siguiente manera: «La
propiedad del cuerpo natural y naturalmente (salvo el Poder de la Omnipotencia
Divina) inseparable de la substancia. […] Calidad. Se llama la nobleza y lustre de
la sangre»6. Es decir, era un término que remitía a lo consubstancial a los cuerpos
naturales en relación con las calidades, era la generación y linaje del cual se procedía, la «sangre» que se portaba, la cual determinaba, según sus composiciones,
la separación por etnias, entendidas éstas como un estatus racial definido por «el
color legal»7.
La subdivisión básica de las calidades étnicas que aparecía en los diversos registros fiscales del real erario novohispano era la conformada por españoles, mestizos,
indios, negros y mulatos. Otras clasificaciones más segmentadas y, en ocasiones,
eruditas, caso de señalar a castizos, lobos, albinos, coyotes, pardos, chinos, etc., se correspondían a otras realidades como eran los registros parroquiales y los padrones y
censos que derivaban de ellos o a la confección de las denominadas pinturas de castas.
Conviene indicar que la adscripción de los individuos a las calidades de cada
uno de estos grupos socio-raciales respondía a dos realidades básicas. En ciertos
casos, constituía un verdadero ejercicio de autodefinición8, algo que solía producirse en espacios urbanos de difícil control, como la ciudad de México o Puebla. En
cambio, en los espacios rurales o en los urbanos de fácil acotación, se solía imponer el criterio de la autoridad que realizaba el censo, fuese ésta civil o religiosa. Sin
embargo, en el contexto del siglo XVIII, no se podía apelar a realidades «objetivas»
en numerosos espacios del virreinato que, sin lugar a dudas, pudiesen determinar
a qué calidad pertenecía cada uno de los individuos, lo cual, como luego veremos,
impactaba en su situación fiscal9.
En la determinación del significado de los «estados» también encontramos un
claro apoyo en el Diccionario de autoridades. En él podemos ver que eran definidos
en los siguientes términos:
El ser actual y condicional en que se halla y considera alguna cosa. Vale también, comúnmente la especie, calidad, grado y orden de cada cosa: y por eso en las Repúblicas
se distinguen, conocen y hay diversos estados, unos Seculares y otros Eclesiásticos…
Estado. Es también el que tiene o profesa cada uno y por el cual es conocido y se
distingue de los demás: como de Soltero, Casado. Viudo, Eclesiástico, Religioso, etc.»10.
6. Diccionario [1732], 1990, t. I, 67.
7. MacCAA, 64/3 (Durham, 1984), 478.
8. Tomamos el concepto a partir del trabajo de Cecilia Rabell. Rabell, 2001, 4.
9. Es más, a través de algunos padrones localizados, hemos podido comprobar que en ciertos lugares las diversas caracterizaciones de clases, estados y calidades, se obtuvieron a través de lo comunicado por los cabezas de
las familias o de los hogares. Así, en el caso del padrón de Santiago de Querétaro de 1777, su cura indicaba: «Nota.
Que los estados, edades, calidades y condiciones de los que van matriculados en el Padrón se han sentado según lo
que cada uno declaró y el número de hijos por el que dijeron sus padres, y de otra suerte sería sumamente difícil la
averiguación y demandaba más tiempo». AHAM FE. SA. P., caja 9CL / libro 6.
10. Diccionario [1732], 1990, t. II, 623.
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Podemos apreciar que, si bien las calidades hacían referencia a lo inmutable de
la sangre y el linaje, a lo que constituía el ser de las cosas, los estados apelaban a
lo contingente, a lo que podía mutar según las circunstancias. Así un vasallo secular que adquiriese los hábitos trocaba su estado al devenir un eclesiástico, o, por
ejemplo, a partir de la administración de ciertos sacramentos y las contingencias,
un soltero que adquiriese matrimonio pasaba al estado de casado. Un estado que
podía perder por defunción del cónyuge, transformándose en un viudo, entre diversas posibilidades. Cabe añadir que la principal clasificación fiscal por estados
era la que derivada de tres situaciones: detentar una posición como eclesiástico o
secular y, dentro de éste grupo el tener la condición de militar o personal civil.
Asimismo, cada uno de los estados podía subdividirse con miras a cumplir la
pretensión de abarcar las distintas situaciones contingentes de los individuos que
había que registrar en la esfera fiscal, lo cual nos lleva a tratar sobre la clase. Sobre
este término, el Diccionario de Autoridades de la real academia daba la siguiente definición: «orden escogida en alguna materia en que hay diferentes individuos»11. Un
criterio que, por ejemplo, distinguía dentro de un estado o de una casta por sexo o
por oficio, como criterios más empleados.
PRINCIPIOS JURÍDICOS Y ENTIDADES EXACTORAS:
EL GOBIERNO DE LA REAL HACIENDA
El orden jurisdiccional normaba el gobierno de la Real Hacienda de Nueva España12.
Un gobierno que era ejercido mediante una pluralidad de tribunales que velaban
por el funcionamiento de las distintas actividades que eran propias de la gestión de
las rentas de la monarquía. Se trataba de recaudar, administrar y distribuir los caudales, llevar la contabilidad de dichos recursos, velar por que estas acciones se realizasen con apego a las órdenes reales, combatir el fraude y el contrabando, etcétera.
El orden básico de gobierno del erario regio estaba conformado por los oficiales
de las cajas reales que, en el caso novohispano, se fueron creando desde el siglo XVI.
En estas dependencias se hallaban los tesoreros, contadores y factores, según los
casos, como plasmación de un ejercicio especializado pero a la vez colegiado en la
gestión del real erario. Su condición de «oficiales» derivaba del hecho de que desempeñaban una «función en la comunidad política» que les había sido delegada por
la corona13. Una facultad que tenía dos grandes facetas, tal y como señaló Solórzano
y Pereira en el capítulo XV del libro VI de su Política Indiana (1648), en el que trató
sobre los miembros de la Real Hacienda y de los oficiales reales. Así, en un intento
por asimilar las funciones de los oficiales reales según las magistraturas del orden
republicano en Roma, Solórzano determinó que dichos empleos eran la yuxtaposición de los cuestores y los exactores romanos. Cuestores porque cuidaban «de la
hacienda Real, y de su aumento, y beneficio y jurisdicción en primera instancia para
11. Ibid., t. I, 372.
12. Garriga, 34 (Buenos Aires, 2006).
13. Para la definición del oficio, consultar: Ibid., 82.
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El orden jurídico de la fiscalidad en la Real Hacienda de Nueva España 
sustanciar y sentenciar los pleitos que a ella tocaren» y exactores ya que eran «cobradores, venden y compran, y tienen a su cargo arcas y libros donde asentar y guardar lo
que recogen de la Real Hacienda, y quedan con obligación de dar cuenta de ella»14.
Si bien sobre las funciones de contaduría, tesorería, veeduría y factoría hay pocas dudas que eran propias de los oficiales de las cajas reales, cabe profundizar en
la función jurisdiccional de estos empleos.
La legislación indiana presenció una tensión entre las funciones jurisdiccionales adscritas a estos oficios y los apelativos que podían recibir sus titulares. Así, por
ejemplo, según una real cédula de Felipe IV de 11 de junio de 1621, los oficiales de las
cajas reales no se podían intitular jueces, aunque sí se les autorizaba para que «la sala
de su despacho se llame e intitule Tribunal, cuando concurrieren juntos a ejercer
sus oficios»15. La contradicción de unos tribunales sin jueces era tan patente que, a
los pocos años, se revocó esta normativa, reiterándose esta condición en 1677, de
ahí que los oficiales reales estuviesen provistos del título de «juez oficial real»16.
A través de diversas reales cédulas emitidas por Felipe II entre 1567 y 1592, recogidas en las Leyes de Indias, se establecía que los oficiales reales debían gozar de la
«autoridad necesaria y conveniente para cobrar» sus derechos reales, por lo cual
el monarca señaló:
[…] damos poder y facultad a todos cuantos lo fueren en las Indias y sus Islas para
que puedan cobrar, y cobren […] todas [sic] nuestra Real Hacienda, de tributos, rentas, deudas y otros efectos, que se nos debieren, y hubieren de deber […] y sobre esto
hagan ejecuciones, prisiones, ventas y remates de bienes, y otros cualesquier autos y
diligencias que convengan y sea necesario hasta cobrar lo que así se nos debiere y enterar nuestras Cajas Reales17.
Funciones que eran la manifestación de la facultad coactiva que tenían otorgados
los oficiales reales. Bajo estos parámetros, los «jueces oficiales reales» eran personas
públicas, dotadas de la potestad para declarar el derecho de cada uno (iurisdictio),
en este caso del real erario y los contribuyentes, por lo cual debían de actuar completamente al margen de las pasiones y las inclinaciones de las personas privadas18.
14. Solórzano, 1648, 1022. La cursiva es nuestra.
15. Ley I, Título III, Libro VIII de las Leyes de Indias, Recopilación, 1681, s.p.
16. Bertrand, 2011, 87. El trabajo de Michel Bertrand constituye el estudio social y normativo más amplio y
detallado de los oficiales reales de la Real Hacienda de Nueva España entre los siglos XVII y XVIII. En especial, destaca
en su obra el análisis prosopográfico y de redes sociales de dichos cargos; facetas que son omitidas en este trabajo.
17. Ley II, Título III, Libro VIII de las Leyes de Indias, Recopilación, 1681, s.p.
18. Para la distinción entre personas públicas y privadas en el gobierno de la justicia en Indias, seguimos el trabajo de Carlos Garriga. Garriga, 34 (Buenos Aires, 2006): 82–83.
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ORDEN CORPORATIVO Y PRIVILEGIOS:
A PROPÓSITO DE LA JUSTICIA Y LA EQUIDAD
La imbricación de la casta, el estado y la clase derivó en la concesión y/o reconocimiento de privilegios fiscales en el marco de un orden jurídico presidido por los
principios de justicia y equidad.
A través de la justicia, entendida como «la perpetua y constante voluntad de dar
a cada uno lo que es suyo»19, y la aequitas, fuente y manifestación de la justicia en
las normas de lo hombres20, el erario regio establecía las facultades de las entidades
exactoras y las situaciones específicas de los contribuyentes, de entre las que destacaban el otorgamiento o el reconocimiento de privilegios. Con ellos, el monarca,
en tanto que juez (iudex perfectus) restablecía o mantenía la armonía social a través
de la justicia. Así, el estado de minoría de edad, ruralidad o minusvalía atribuida
a un grupo étnico, caso de los indígenas, era «compensado» con la exención o la
rebaja fiscal en ciertos rubros, mientras que como reconocimiento a los servicios
prestados por ciertas clases del estado secular, como los comerciantes, los mineros
o los hacendados, al ser el soporte de las actividades mercantiles sobre las que se
fincaba el erario novohispano, también gozaban, según contextos y periodos, de
ciertos privilegios fiscales.
A través de la concesión de los privilegios, la corona manifestaba tanto la voluntad de mantener la aequitas como el ejercicio de la justicia, ya fuese por su función
compensatoria ante situaciones de «minusvalía» como por el ejercicio del otorgamiento de dones y mercedes, manifestación de la soberanía. Es evidente que, más
allá de esta función normativa, el otorgamiento de privilegios respondía también
a necesidades económicas, como la de incrementar la certidumbre de un sector
económico (caso de la minería o el comercio), la de restablecer o incentivar la actividad de una rama económica en crisis, o bien, por citar otro caso, la de asegurar
unos niveles mínimos de subsistencia que permitiesen la reproducción ampliada
de un sector o una población, caso de los pueblos de indios. Sin los ingresos de los
vasallos, el erario regio no podía esperar obtener las rentas que hiciesen viable su
propio funcionamiento y el cumplimiento de las funciones que tenía asociadas
como soberano, en especial, la defensa del reino, la promoción y defensa de la fe
católica y la administración de la justicia.
Ahora bien, el otorgamiento de estos privilegios estaba asociado a un orden institucional que se articulaba mediante entidades corporativas (dignitates, universitates, officia, beneficia, etc.), que eran las únicas organizaciones aprehensibles por la
doctrina y la mentalidad dominantes. Cuerpos estructurados desde el ius commune que, como cultura jurídica, permeaba todo el orden social21. De ahí que fuesen
19. Garriga, 16 (México, 2004): 39.
20. Grossi, 1996, 179–181.
21. Entidades corporativas, tal y como indica Bartolomé Clavero, como sujetos exclusivos del sistema, y no
como cuerpos intermedios por cuanto que, jurídicamente, los extremos de referencia —individuo y estado— no
puede decirse que existieran. Véase Clavero, 1986, 80. En el caso de los señoríos, en el contexto novohispano, cabe
resaltar por su excepcionalidad, la situación del Marquesado del Valle de Oaxaca otorgado a Hernán Cortés y sus
herederos. García Martínez, 1969.
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El orden jurídico de la fiscalidad en la Real Hacienda de Nueva España 
las entidades corporativas, caso de las universidades de mercaderes, los pueblos
de indios, los cuerpos de minería, los cabildos, entre otros, los beneficiarios de los
privilegios fiscales.
¿Qué se entendía por «privilegio»? Entre la multiplicidad de significados que se
imputaban al vocablo privilegio, ya fuese por su etimología como «ley privada», ya
como «derecho particular», lo que era común en todos ellos era su configuración
como derechos atribuidos a un grupo específico o a una situación especial, lo cual
se correspondía con un orden social, cual era el novohispano, construido en torno
a la diferencia, a lo casuístico, a lo concreto. La derivación fiscal de este principio
queda de manifiesto en el significado dado al término privilegio en el Diccionario
de autoridades cuando, en su edición de 1737 indicó: «Privilegio: La gracia o prerrogativa que concede el superior, exceptuando o libertando a uno de alguna carga o
gravamen, o concediendo alguna exención de que no gozan otros»22.
ORDEN JURÍDICO Y FIGURAS FISCALES
LAS REALES ALCABALAS
Dentro del conjunto de las rentas que conformaban la Real Hacienda de Nueva España, las reales alcabalas eran un impuesto ad valorem que había tenido su origen
en el Real Patrimonio de la corona de Castilla y por el cual se gravaba la venta, trueque y circulación de las mercancías. Originalmente, había surgido como un servicio
temporal en las cortes de Burgos de 1342 en el que las ciudades del reino otorgaban
recursos al monarca para cubrir diversas funciones, especialmente, bélicas. La sucesiva renovación del servicio en las cortes castellanas llevó a que se consolidase
como una renta real en el siglo XIV23.
En un principio, las Indias estuvieron exentas del pago del impuesto de alcabalas
gracias a la franquicia otorgada por el emperador Carlos V según la real cédula de 15
de octubre de 1522. Una medida destinada a promover el proceso de colonización
gracias, entre otras medidas, al otorgamiento de exenciones fiscales.
Sin embargo, la crisis hacendaria provocada por la política exterior de Felipe II
llevó a que se revocase el privilegio24. Según la real cédula del 1.º de noviembre de
1571, se ordenó que la alcabala se introdujese en las Indias. La medida tuvo aplicación en Nueva España a partir del bando del virrey Martín Enríquez de Almansa
22. Diccionario, [1737] 1990, t. II, 386.
23. Si bien en un inicio fue un servicio aprobado por las cortes de Castilla para apoyar al monarca, por lo tanto
un gravamen temporal sometido a un destino específico, con el tiempo derivó en una cesión permanente de libre
disposición de la corona, transformándose plenamente en un impuesto. Artola, 1982, 37. Para una historia general
de las alcabalas en la corona de Castilla, véase Moxó, 1963 y Angulo, Hacienda, 2002.
24. Las motivaciones de tal medida eran referidas a inicios de la década de 1790 por Fabián Fonseca y Carlos de
Urrutia de la siguiente manera: «Refiriendo S. M. hallarse exhausto y consumido el real patrimonio por los grandes
y continuos gastos impedidos en mantener gruesos ejércitos y armadas para la defensa de la cristiandad y conservación de sus reinos y señoríos, y que no bastaban ya los socorros y servicios que los de Europa le habían hecho, ni
aun para los ordinarios y forzosos de conservar la paz y seguridad […], y a sustentar la contratación de los de Indias
[…], se mandaron establecer en ellos los derechos de alcabalas». Fonseca & Urrutia, 1849, t. II, 7. Garavaglia &
Grosso, 1987, 2.
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de 17 de octubre de 157425. En dicho ordenamiento, se especificaban los trazos de
un impuesto que, en sus rasgos básicos, perduraron hasta el siglo XIX:
De todo género de personas, sin exceptuar más de aquéllos que por Leyes del cuaderno
de las alcabalas son exceptuadas; y de los Indios, se ha de cobrar alcabala de la primera,
y de todas las demás ventas, trueques, y cambios, así de las mercaderías que se llevan de
estos Reinos, como de las que allá hubiere y se fabricaren, a razón de a dos por ciento,
en dineros de contado, excepto de las cosas que se ha de cobrar a cinco por ciento26.
Este pago tendría efectos a partir del 1.º de enero de 1575. Por lo tanto, desde el
punto de vista normativo, la alcabala era un impuesto que gravaba los intercambios
(vía venta o permuta) de bienes muebles, inmuebles y semimovientes, es decir, una
contribución indirecta.
Con el tiempo, junto a este impuesto genérico sobre las transacciones mercantiles, aparecieron otros gravámenes de igual naturaleza pero que se aplicaron a productos específicos, como sucedió con algunas bebidas alcohólicas, caso del pulque
o del mezcal. Si bien constituyeron ramos separados en cuanto a su gestión por la
Real Hacienda (se hablaba de la renta del pulque o del estanco del vino mezcal),
en esencia eran impuestos a las ventas de dichas bebidas que se cobraban, por lo
general, en los principales núcleos urbanos y mineros del país (México, Puebla,
Guadalajara, Guanajuato, Zacatecas, etc.)27. En numerosas ocasiones, esta similar
naturaleza fiscal, unida a las economías en la recaudación, motivó que la administración que controlaba fiscalmente el consumo de las bebidas alcohólicas fuese la
misma que la que cobraba las alcabalas.
Aunque los actos económicos a fiscalizar por las alcabalas novohispanas eran
el conjunto de ventas y reventas de mercancías en el territorio, la dificultad de
controlar las transacciones motivó que en determinados casos y lugares el pago se
exigiese en el momento en que los bienes entraban en las localidades, se hubiesen
vendido o no. Así, de ser un impuesto que gravaba las ventas se amplió a uno sobre
el tránsito de las mercancías28.
Si bien, como señalaba el bando de 1574, todas «las mercaderías que se llevan
de estos Reinos [de Castilla], como de las que allá hubiere y se fabricaren» estaban
obligadas al pago de la alcabala, al igual que el conjunto de los vasallos, se fueron
creando situaciones de privilegio fiscal ya fuese por la «utilidad» de ciertos bienes
o por el estado y la calidad étnica de algunos causantes fiscales.
En relación con los bienes, la exención fiscal más relevante era la que gozaba el
maíz, junto a otros «granos y semillas», que estuviesen destinados a la provisión
25. Garavaglia & Grosso, 1987, 2.
26. Ibid., 66. Fonseca & Urrutia, 1849, t. II, 5–8.
27. Hernández Palomo, 1974 y 1979. Sánchez Santiró, 2001.
28. La ampliación de un impuesto indirecto sobre las ventas a uno sobre la circulación de las mercancías se dio
en la ciudad de México en el siglo XVII, en el marco de las negociaciones para obtener el derecho de su recaudación
entre el consulado de mercaderes de la ciudad de México y la Real Hacienda. En el siglo XVIII, este procedimiento
ya se había extendido a todo al territorio novohispano. Así, Carlos III ordenaba en 1782 que el pago de la alcabala se
efectuase en el momento de introducirse las mercancías en los suelos alcabalatorios sin esperar a que se efectuase
la venta. Garavaglia & Grosso, 1987, 3; Valle & Ibarra, 2004.
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El orden jurídico de la fiscalidad en la Real Hacienda de Nueva España 
de los pueblos, siempre que se vendiesen en los mercados y las alhóndigas de las
localidades. Sobre estos bienes hubo un continuo forcejeo entre las autoridades
exactoras (ya fuesen miembros de la Real Hacienda o los arrendatarios de la renta
de alcabalas) y los contribuyentes que derivó en reiteradas protestas que acababan
en otros tantos recordatorios y aclaraciones por parte de la autoridad virreinal,
reiterando la exención fiscal. Otro producto agrícola de consumo básico, el trigo,
también estaba exento del pago de la alcabala, aunque no así las harinas, que debían
pagar una cuota fija según carga o peso. Sin embargo, en 1767, la corona acordó que
se viesen libres del pago de la alcabala las harinas, por lo general procedentes de la
región de Puebla, que eran destinadas a proveer a las islas de Barlovento y demás
colonias de la monarquía.
En 1778, las autoridades fiscales acordaron otra exención, en este caso con base
en el valor de la transacción. Cuando su valor no superase 1 peso no se cobraría la
alcabala. Además de consideraciones de carácter moral (la protección a «los pobres»),
había una cuestión monetaria. La tasa aplicada entonces en las alcabalas era del
6%, lo cual significaba que el impuesto a pagar no llegaba ni a medio real (0.48 reales). Si tenemos en cuenta que en la época había una profunda carestía de moneda
fraccionaria y que, además, las acuñaciones inferiores a medio real, las de ¼ de real
de plata, denominadas cuartillas, no empezaron a acuñarse hasta 1794, entonces
podemos comprobar que durante gran parte del siglo XVIII no existió una moneda
de curso legal con que pagar el impuesto de alcabalas en dichas transacciones29.
Otras exenciones hacían referencia a sectores claves para el funcionamiento
de la economía mercantil novohispana: las minas y las haciendas de metales y las
haciendas de labor. Así, los mineros y hacendados, que formaban clases del estado
secular, se beneficiaron de ellas. En ambos casos, mediante diversos bandos y circulares (de 1781 y 1790, respectivamente), quedaron liberados del pago de la alcabalas por todos los «pertrechos, utensilios y avíos», así como por los ganados que
se introdujesen en las haciendas y las minas para su laboreo30. La rebaja fiscal como
mecanismo de apoyo directo a ambos sectores económicos es patente y denota una
de las características de la política fiscal del reinado de Carlos III, en la que se articulaban cuatro procesos: exención fiscal, reactivación de la actividad económica,
incremento del consumo entre la población y, de forma ulterior, elevación de la
recaudación fiscal.
En atención a consideraciones de calidad (étnica/casta) y estado social (laicos,
eclesiásticos), la corona otorgaba también exenciones en materia de alcabalas. La
más relevante fue la que disfrutó la población indígena. Desde su aplicación en el
siglo XVI y hasta 1810, los indios no pagaron alcabala de «los frutos de su crianza y
labranza en tierras propias o que estuvieren en arrendamiento de otros, y de todo
lo que fuere suyo propio y de su industria o de lo que vendieren de otros indios»31.
29. Para las diversas exenciones en materia de mercancías y su valor, consultar Garavaglia & Grosso, 1987,
13–18. En el caso de las emisiones monetarias, véase Romano, 1998, 116–121.
30. Ibid., 17. Elhúyar, 1964, 74 y Sánchez Santiró, 49 (México, 2001): 17.
31. Así se pronunciaba el virrey primer conde de Revillagigedo en 1753 cuando promulgó la Ordenanza de alcabalas de la ciudad de México. Garavaglia & Grosso, 1987, 19.
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Cabe señalar que el privilegio que ostentaban los indígenas en el pago de la alcabala se puso en cuestión en la década de 1790, en el marco de las crecientes necesidades financieras de la corona española con motivo de las guerras imperiales.
Las autoridades metropolitanas y virreinales pretendieron conocer los ingresos
que dejaba de percibir el real erario con motivo de dicha exención para ponderar
si valdría la pena incluirlos en el gravamen comutándoles a cambio la capitación.
Con este fin, entre 1792 y 1793, el virrey segundo conde de Revillagigedo ordenó
que se levantase una encuesta en los diversos distritos alcabalatorios. Como resultado de todo esto se decidió mantener el status quo en la medida en que no sólo no
compensaba el cambio en términos de recaudación sino que se hacía desaparecer
una de las manifestaciones más palpables del sometimiento que debían mostrar
los vasallos indígenas a la corona: el real tributo de indios.32
El otro grupo social exento del pago del gravamen fue el estado eclesiástico. Desde la conquista y colonización, el clero no pagó el impuesto si se trataba de ventas
de los frutos de sus haciendas, ni tampoco de los beneficios, diezmos, primicias,
obvenciones, emolumentos o limosna que se les hiciese. Cuando se trataba de haciendas o bienes comprados o en arriendo que no eran parte de su primera dotación
o fundación, entonces sí estaban sujetos al pago del gravamen, al igual que cuando
afectaba a ventas «por vía de negociación», es decir, como parte de transacciones
mercantiles con ánimo de lucro33.
Como es fácil de observar, el privilegio fiscal que gozaban los indígenas y el clero daba pie a continuas interpretaciones y conflictos en los que, por ejemplo, las
autoridades fiscales acusaban a determinados indígenas de comerciar con bienes
que no eran de su propiedad, actuando entonces como testaferros, mientras que en
el caso del clero se hacía muy difícil determinar hasta qué punto las mercancías del
clero que circulaban por los suelos alcabalatorios e ingresaban en las poblaciones
eran derivadas de limosnas, diezmos o de sus propiedades fundacionales y no de
una simple operación mercantil fuera de estos supuestos. La averiguación de estos
aspectos derivó en frecuentes pleitos y controversias34.
Las exenciones también afectaron territorios. Si bien el 6% fue la tasa que predominó en Nueva España desde el siglo XVII y a lo largo del siglo XVIII, hubo ciertos
territorios que gozaron de un gravamen inferior como resultado de la protección
que recibían de la corona por ser zonas de reciente colonización o por ser espacios
de frontera. Así, por ejemplo, en los suelos alcabalatorios del Nuevo Reino de León
o de Chihuahua se pagaba el 2%, mientras que en el puerto de Campeche o en Mérida existía una tasa diferencial según fuesen productos de la tierra (básicamente,
las mantas que tejían los indígenas y que entregaban como pago a sus encomenderos) o los géneros que entraban por el puerto de Campeche. En ambos casos se
pagaba, respectivamente, el 2 y el 4%35.
32. AGN, Indiferente Virreinal, caja 2388, exp. 1, fols. 54–55. Menegus, 1998.
33. Garavaglia & Grosso, 1987, 22.
34. Ibid., 22–24.
35. Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Historia, vol. 600, f. 26 y Archivo Histórico de Hacienda (en
adelante AHH), vol. 1381 (Valores de las cajas de Campeche y Mérida, 1744–1748), s.f.
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El orden jurídico de la fiscalidad en la Real Hacienda de Nueva España 
Nos hallamos pues ante un peso diferencial de la fiscalidad sobre una misma actividad, el comercio interno, con base en los criterios de justicia distributiva según
la cual la Real Hacienda se tenía que modular a las condiciones específicas de los
diversos contribuyentes y territorios, en aras de «dar a cada uno lo que es suyo».
EL REAL TRIBUTO DE INDIOS Y CASTAS
Establecido en 1521, el tributo de indios consistía en una capitación que debían satisfacer los indios de Nueva España como manifestación del reconocimiento del señorío
y vasallaje que debían los naturales a la corona36. En palabras de Fabián Fonseca y
Carlos de Urrutia, se trataba de la plasmación fiscal de un derecho de conquista al
que se había añadido la teórica traslación del dominio (la «voluntaria demisión»),
que había realizado el soberano azteca, Moctezuma II, al emperador Carlos V37.
Esta caracterización del tributo en Nueva España se modificó en 1579 cuando el
virrey Martín Enríquez ordenó incluir a la población negra y mulata libre en el pago
del tributo, con lo que se amplió la base fiscal. Este pago mostraba fiscalmente el
estigma que implicaba su descendencia de la población esclava africana trasladada
a América. A partir de entonces, el tributo pasó a ser un impuesto que gravaba a la
población india y de castas con ascendencia africana (en este caso, los denominados
en la época como negros, mulatos, coyotes, pardos, etc.).
A pesar de la existencia de una abundante casuística, en el siglo XVIII se entendía
por un tributario la unidad compuesta por un hombre y una mujer indígenas o de
castas tributarias entre los 18 y los 50 años38, unidos en matrimonio, mientras que
por «medios tributarios» se consideraba a las viudas/viudos y solteros/solteras39.
Sin embargo, las quejas y solicitudes de protección por parte de las indias solteras
ante las autoridades virreinales con motivo de la escasez de medios («arbitrios») que
disponían para el pago del tributo derivaron en un largo pleito que supuso, primero, la suspensión temporal del gravamen a estos contribuyentes a partir de 172240
y, segundo, la ratificación de dicha decisión por parte de Carlos III en la real cédula
36. «Porque es cosa justa y razonable que los Indios que se pacificaren y redujeren a nuestra obediencia y vasallaje, nos sirvan y den tributo en reconocimiento del señorío y servicio que, como nuestros súbditos y vasallos deben,
pues ellos también entre sí tenían costumbre de tributar a sus Tecles y Principales, mandamos que se les persuada a
que por esta razón nos acudan con algún tributo en moderada cantidad de los frutos de la tierra». «De los tributos y
tasas de los Indios», Libro 6.º, Título 5.º, ley 1.ª, Recopilación, 1681, s.p. Para la implantación del ramo de tributos en
Nueva España en el siglo XVI, consultar: Miranda, 1952.
37. «Es singularísimo el derecho que al distinguido imperio de esta Nueva España dio a sus majestades católicas
la voluntaria demisión, que en concurso de los grandes de su corte les hizo el emperador Moctezuma de todos los
países que le reconocían por monarca, […] prestándoles la misma obediencia servicios y tributos con que a él le había
reconocido antes…». Fonseca & Urrutia, 1845, t. I, 411–412 y 414. Marino, 2001, 63.
38. En el caso de la provincia de Yucatán, la edad para el pago de tributo era más amplia: de los 14 a los 60 años.
AGN, Indiferente Virreinal, caja 2388, exp. 1, fols. 64–65.
39. Gibson, 1980, 211.
40. La pérdida del tributo de las indias solteras era considerada por Fernando VI un «despojo» a su real erario
que había que revertir. Torre Villar, 1991, t. II, 908–909. Para la evolución del pleito entablado por el real fisco
contra la exención del tributo de las «indias doncellas», véase: AGN, Reales Cédulas Originales, vol. 68, exp. 61.
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de 4 de noviembre de 175841. En ella, se extendía la exención a las indias viudas, al
considerarse que también debían gozar la protección del monarca42.
Si bien en el siglo XVI el tributo se concibió, según lugares, como una capitación
graduada, esto es, un impuesto variable según la riqueza o la renta del contribuyente (las tierras, el ganado, la cosecha anual de maíz, etc.), o como una capitación
simple o uniforme, es decir, con independencia de la riqueza o el nivel de ingresos
de la población indígena o de castas tributarias, acabó imponiéndose el criterio de
uniformidad, en la medida en que era un expediente que facilitaba la recolección
al evitar que el real erario tuviese que conocer de forma específica la situación económica de cada contribuyente43.
A pesar de la creciente uniformidad que pretendían establecer las autoridades
fiscales en el ramo de tributos, durante el siglo XVIII convivieron 52 cuotas para la
población indígena novohispana que iban desde los 4 hasta los 24 reales anuales44,
aunque la tasa más extendida era la de 16 reales y medio por tributario45. Este monto
era el resultado de la agregación de tres conceptos: el primitivo tributo de indios,
graduado desde el siglo XVII en 8 reales (un peso), media fanega de maíz (valorada
y conmutada en 4 reales y medio) y el servicio real (estipulado en 4 reales, desde su
imposición en 1591 por orden de Felipe II, con motivo de las urgencias de la corona)46.
En el caso de los medios tributarios (viudos y solteros) la cuota era de 8¼ reales.
Estos gravámenes eran los que se aplicaban a los indígenas que vivían en los
pueblos de indios, ya que en los denominados «indios vagos y laboríos», que habitaban y laboraban normalmente en haciendas y ranchos, la tasa común era de
12 reales por tributario entero, aunque la cuota se podía elevar en determinados
lugares hasta los 20 reales. Cuando se trataba de la población de castas sometida
al tributo (negros, mulatos, coyotes, etc.), la cuota más extendida era de 20 reales
por tributario entero, si el matrimonio era entre castas de origen africano, pero, si
era mixto (por ejemplo, mulato e india), entonces la tasa descendía a los 12 reales.
41. Esta normativa no impedía que, en cumplimiento de la «costumbre», todavía en 1770 las mujeres pagasen
tributo en algunas alcaldías mayores novohispanas como eran el caso de San Miguel el Grande y San Luis Potosí, con
su agregado de San Pedro Guadalcázar. Díaz Rementería, 28/3 (México, 1979): 404.
42. Dicha norma puso en práctica lo estipulado con carácter general por parte de Felipe III en 1618, pero no
aplicado en Nueva España, cuando señaló que «Las mujeres [indias], de cualquier edad que sean, no deben pagar
tasa». «De los tributos y tasas de los Indios», Libro 6.º, Título 5.º, ley 19.ª, Recopilación, 1681, s.p.
43. Este hecho, años más tarde, era explicado por el visitador José Gálvez en su informe de 1771 al virrey Bucareli
de la siguiente forma: «la notable desigualdad que se advierte en el [ramo] de Tributos nace sin duda de que en su
origen se impuso con una moderación digna de la piedad de Nuestros Reyes que mandaron proporcionar el derecho a
los bienes y granjerías de los contribuyentes, y como no podían ser iguales en todos era diversa la tasa de lo que pagaban en frutos y efectos por mero reconocimiento de vasallaje». Informe, 2002, p. 93. La cursiva es nuestra. Gibson,
1980, 204. Para una visión amplia sobre las dificultades de los erarios europeos de los siglos XVI–XVIII para establecer
capitaciones graduadas, véase: Ardant, 1972, t. II, 50–51.
44. AGN, Indiferente Virreinal, vol. 2388, exp. 1, fols. 64–65.
45. De los 656 pueblos cabeceras sujetos al control de la Contaduría Mayor de Tributos (la cual no abarcaba los
las localidades de Nueva Galicia ni las de Tabasco, El Carmen, Campeche y Mérida), 438 pagaban la cuota de 2 pesos
½ medio real. «Estado de las cuotas con que contribuyen por tributos, servicio real y diezmo los indios y demás
castas del reino, excluyéndose los medios reales de ministros y hospital, con distinción de las jurisdicciones, pueblos
y cabeceras de que se componen», Fonseca & Urrutia, Historia, 1845, t. I, s.p.
46. Esta es la descripción de la composición del gravamen que realizó el visitador José de Gálvez en su citado
informe. Informe, 2002, p. 92. Gibson, 1980, 209 y 213; Fonseca & Urrutia, 1845, t. I, 418–419. Los cuatro reales y
medio derivados de la media fanega no entraban en las arcas reales ya que se aplicaban al diezmo eclesiástico. AGN,
Indiferente Virreinal, vol. 2388, exp. 1, fols. 64–65.
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El orden jurídico de la fiscalidad en la Real Hacienda de Nueva España 
Cuando afectaba a los medios tributarios (solteros o viudos) la agregación para formar un tributario no sumaba los 20 reales iniciales sino 24 reales (tres pesos) al no
descontar la mitad del servicio real, como sí se hacía con los indígenas. Este trato
desigual muestra cómo la población descendiente de esclavos africanos padeció un
mayor peso fiscal en materia de tributos47.
Si bien ésta era la situación general de indios y castas tributarias en Nueva España, el ramo presentaba numerosas excepciones y privilegios; manifestaciones del
trato desigual que «en justicia» había que contemplar en aras de la equidad. Así, los
indios caciques y sus primogénitos, componentes de la nobleza indígena, estaban
exentos. Los indios de la provincia de Tlaxcala, privilegiados desde la conquista por
el apoyo mostrado a las tropas de Hernán Cortés, sólo pagaban el servicio real y la
conmutación de la media fanega de maíz, no así el tributo stricto sensu. Tampoco
pagaban la capitación los indios, mulatos y negros del distrito de Nueva Vizcaya,
por ser territorio fronterizo y, en algunos casos, de reciente conquista, ni lo satisfacían las castas tributarias residentes en el casco de la ciudad de Guadalajara y los
que habitan en la cabecera de la alcaldía mayor/subdelegación de Acapulco48.
Mención especial merece la situación de los negros y mulatos libres alistados en
los regimientos de infantería (México, Tlaxcala, Toluca, Córdoba, Oaxaca) y caballería provinciales (Puebla, Querétaro), así como los que «por antigua costumbre»
realizaban tareas de vigía y custodia en las milicias de las costas de Tabasco, Campeche, Veracruz y Acapulco. En estos lugares, como compensación por el servicio
que se prestaba a la corona, gozaban de la gracia de no tributar49. Cuando, en el
marco de las crecientes necesidades financieras de la corona a partir de la década de
1770, la corona intentó aumentar las matrículas de tributarios de castas mediante
la eliminación o reducción de la exención de los milicianos, éstos opusieron una
fuerte resistencia que imposibilitó su incorporación a las matrículas50.
Para que el tributo de indios y castas llegase a las cajas reales, había que transitar
por tres etapas51. La primera consistía en la determinación de la base imponible.
Esto se realizaba mediante la matriculación. Cada cierto tiempo, por lo general cada
cinco años en el siglo XVIII, la Real Hacienda comisionaba bien a los alcaldes mayores y corregidores, bien a agentes mandados ex profeso, para que confeccionasen
las matrículas de tributarios distinguiendo la casta o calidad étnica (indios, negros,
mulatos, pardos, coyotes, etc.), el estado civil (casados, solteros, viudos), la residencia
(pueblos, haciendas, ranchos, etc.), la edad y sexo de los contribuyentes, así como
los que se encontraban próximos a la edad de tributar y que vendrían a remplazar
a los tributarios que superasen, por lo general, los 50 años52. Una información que
47. AGN, Indiferente Virreinal, vol. 2388, exp. 1, fols. 64–65.
48. Fonseca & Urrutia, 1845, t. I, 433.
49. Ibid., 441. Sobre la exención aplicada a los pardos alistados en los batallones de Puebla y Querétaro, véase:
AGN, Indiferente Virreinal, caja 6079, exp. 26. Para los casos de Campeche y Tabasco: Ruiz, 1989 y Campos, 2004.
50. Para esta resistencia fiscal, véase: Juárez, 2005. Serna, 2005. Vinson III, 2005. Cuando, años antes, la
corona intentó eliminar el privilegio tributario de los indígenas tlaxcaltecas, éstos acudieron a la Real Audiencia, la
cual emitió un auto (8 de agosto de 1757) en el que se ratificó su exención. AGN, Indiferente Virreinal, leg. vol. 2388,
exp. 1, fols. 64–65.
51. Gibson, 1980. Marino, 2001.
52. Como en toda la realidad fiscal novohispana, la excepción hacía acto de aparición. En el caso del partido
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era complementada con el apoyo del clero a través de los libros de bautismo, matrimonio y defunción. Con esta medida, se pretendía pulsar el movimiento demográfico para evitar que la matrícula quedase desfasada de la dinámica poblacional.
La siguiente etapa era la recolección del tributo que, según lugares, se fraccionaba de forma cuatrimestral (por lo general en abril, agosto y diciembre) o semestral
(por Navidad y San Juan Bautista, en junio). Aunque en distintos periodos, especialmente el siglo XVI, y localidades (caso de Nueva Galicia), los alcaldes mayores
y oficiales reales pretendieron recaudar directamente el tributo, lo más frecuente
fue que lo colectasen las autoridades indígenas (tequitlacos, mandones, merinos,
regidores, etc.), cuando se trataba de indígenas que residían en los pueblos de indios53, o los hacendados y rancheros, cuando eran indios laboríos o población negra y mulata libre que trabajaba en las haciendas de labor y los ranchos adscritos
a dichas propiedades54. Esto significó que nunca pudo haber una relación directa
entre las entidades exactoras (la Real Hacienda) y los causantes (los tributarios), de
forma que el erario real quedó supeditado a la intermediación de las repúblicas de
indios o de los propietarios agrícolas y de las haciendas agrícolas y de beneficio de
metales. Si bien esta relación implicaba una reducción en los costos de recaudación,
al limitar el número de interlocutores, también imposibilitaba el control directo de
la recaudación y, por ende, la obtención de información que hubiese posibilitado
mayores incrementos en la percepción.
La última etapa era la concentración de lo recaudado en la caja real más próxima.
En ese momento se asentaba en la contabilidad el monto y concepto de lo recaudado —cuenta y razón— («tributo real de indios», «tributos vacos», «servicio real»,
«tributo de negros y mulatos libres», etc.), haciendo constar la diferencia entre lo
que tendría que haber entrado en la tesorería, dada la matrícula de tributarios, y lo
efectivamente ingresado, así como lo erogado por los costos de recaudación.
Una de las causas más reiteradas de desacuerdo entre la matrícula y la recaudación era la rebaja, suspensión temporal55 y, en caso extremo, la cancelación del
pago del tributo con motivo de una elevada mortandad epidémica o de la penuria de la población ante una mala cosecha. Estos eventos, que podían derivar en
verdaderas crisis de subsistencia, desencadenaban diversas respuestas, a saber: las
de Guanajuato, centro minero de primer orden en el siglo XVIII, la población tributaria no aparecía matriculada con
tasas individuales sino que, de forma global, aparecía gravada mediante un monto acordado (una iguala) entre la
diputación de minería local y los oficiales de la caja real. AGN, Indiferente Virreinal, leg. vol. 2388, exp. 1, fols. 64–65.
Cabe señalar que la corona tendió a rebajar la tasa o a exentar del pago del tributo a la población trabajadora de
las minas, en especial a las castas tributarias como medida favorecedora al poblamiento de los reales mineros. Al
respecto, véase el caso de la minería de San Luis Potosí. Durán Sandoval, 2004. Sin embargo, esta situación
tampoco era general, tal y como deja entrever la petición del cuerpo de minería y el Ayuntamiento de Guanajuato,
elevada al virrey marqués de Croix en 1769, donde se solicitaba que los operarios de las minas y las haciendas del real
minero estuviesen libres del pago del tributo. La respuesta emitida por el visitador general, José de Gálvez, no sólo
fue negativa sino que le propuso generalizar el pago en todos los reales, al plantear que se diesen «providencias las
más eficaces para que en todos los Reales de Minas situados en la comprehensión de su Virreinato, se exija el tributo
real de Indios, Mulatos y demás Castas que deben satisfacerlo». Informe, 2002, 247.
53. Gibson, 1980, 211.
54. Sánchez Santiró, 2001, 146.
55. Por ejemplo, con motivo de la epidemia de viruela que afectó a la zona de Taxco e Iguala en 1798, los ministros de la Real Hacienda recomendaron retrasar dos meses el cobro del tributo. AGN, Indiferente Virreinal, caja
4415, exp. 19.
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El orden jurídico de la fiscalidad en la Real Hacienda de Nueva España 
peticiones de las repúblicas de indios para rebajar o cancelar el pago del tributo, los
impagos, como mecanismo para aligerar la carga tributaria y, en el supuesto de no
ser atendidas las peticiones, la huida de parte de los tributarios de las poblaciones
para evitar el gravamen56. Rebajas o exenciones que, no sin tensiones, solía aceptar
el real erario como manifestación de la equidad y del ejercicio de la justicia.
LOS REALES NOVENOS: LOS DIEZMOS ECLESIÁSTICOS
Para tratar sobre los reales novenos, es necesario hacer una breve introducción sobre la titularidad de los diezmos eclesiásticos en las Indias y su evolución durante
el siglo XVI.
El primer aspecto a considerar es el que hace referencia a la autoridad que tenía
la facultad para recaudar y administrar el diezmo en Indias. Sobre este punto, hay
que señalar que en los territorios indianos de la Monarquía católica, la corona recibió los diezmos del papa Alejandro VI mediante la bula Eximiae devotionis, fechada
en noviembre de 150157.
Una «donación» que tenía una lógica plenamente económica (además de política, claro está), en la medida en que la implantación de la iglesia en las Indias no se
podía hacer sin el concurso de los monarcas españoles. A cambio de que la corona
fundase y dotase los nuevos establecimientos eclesiásticos, el papado le otorgaba
los réditos futuros de unos diezmos que, en principio, correspondería recaudar y
administrar a la Iglesia58. A esta medida le sucedió la denominada concordia de Burgos de 1512 en la que Fernando el Católico concedió la renta decimal a los primeros
obispos de Indias59. Prelados que iban a asentarse en el espacio antillano recientemente descubierto y ocupado.
Si bien éste fue el marco jurídico que determinó la potestad encargada de recolectar y administrar el diezmo en las Indias españolas, la casuística será la nota que
marque las circunstancias de su aplicación en cada uno de los territorios que se
fueron anexando a la monarquía. Así, con la conquista de México-Tenochtitlán en
1521, se incorporó un inmenso territorio continental en el cual se produciría una
disputa por el control de la renta decimal.
Con una clara orientación regalista, el emperador Carlos V y sus ministros actuaron en Nueva España según los principios establecidos en las bulas papales que
les otorgaban inicialmente los diezmos, tal y como se puede apreciar en las numerosas cédulas reales de los años 1539–1540, en las que se ordenaba que el diezmo
fuera recolectado y administrado por la corona. Sin embargo, a medida que la Iglesia diocesana novohispana se fue implantando y fortaleciendo, adquirió un control
mayor sobre la renta decimal. De hecho, entre 1568 y 1585, años en los que celebró
56. Molina, 2004. En el caso de Yucatán, con el agravante de las plagas de insectos que arrasan cosechas (la
langosta), consultar: Campos, 2008.
57. Medina, 1983, 51.
58. Heras, 1992, 515–516.
59. Ibid., 523.
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el segundo y tercer Concilio Mexicano, se produjo una progresiva transferencia
de los diezmos y su administración de los ministros de la corona a las autoridades
eclesiásticas60. Sin embargo, como manifestación fiscal de la titularidad última de
la renta decimal se señaló que las Iglesias diocesanas tendrían que entregar a la
Real Hacienda los «dos novenos» de la renta decimal (es decir, el 11.1% del diezmo
líquido repartible)61.
El término «dos novenos» procedía de la distribución de los diezmos eclesiásticos. Según una real cédula de Carlos V de 5 de febrero de 1541 se indicaba:
Ordenamos y mandamos que, de los diezmos de cada iglesia catedral, se saquen las
dos partes de cuatro para el prelado y el cabildo, como cada erección lo dispone, y de
las otras dos, se hagan nueve partes: las dos novenas de ellas sean para Nos, y de las
otras siete, las tres sean para la fábrica de la iglesia catedral y hospital, y las otras cuatro novenas partes pagado el salario de los curas que la erección mandare, lo restante
de ellas se dé al mayordomo del cabildo […] y se junte con la otra cuarta parte de los
diezmos que pertenecen a la mesa capitular62.
El segundo punto a tratar remite al sistema de recaudación empleado. En el caso
de Nueva España, y a lo largo de los siglos XVI y XVII, se alternaron la administración directa de los diezmos por parte de la Iglesia, con el sistema de arrendamiento
a particulares, los cuales entregaban a los cabildos eclesiásticos un monto fijo en
moneda y/o especie por un periodo concreto de años. A cambio, los arrendatarios
se encargaban de colectar el diezmo en los distintos espacios fiscales. Su beneficio
surgía de varios mecanismos. El más claro era la obtención del contrato de arrendamiento de los diezmos por un valor inferior al de los ingresos que se esperaba
obtener, pero también por el hecho de convertirse en almaceneros de los productos agropecuarios diezmados, con los cuales se podía disponer de una posición
dominante en los mercados regionales de cereales, ganado y derivados de la caña
de azúcar, algo especialmente atractivo en épocas de malas cosechas. Sin embargo,
durante el siglo XVIII se fue generalizando la administración directa63, lo cual conllevó que las diversas diócesis novohispanas ejercieran un mayor control sobre sus
ingresos fiscales. A cambio se tuvo que crear una densa red de colecturías de diezmos con almacenes y recaudadores que se financiaron con los ingresos decimales.
El tercer aspecto a tratar es el que atañe a qué gravaba este impuesto, quiénes
eran los contribuyentes y cómo se realizaba el pago, lo cual acababa repercutiendo
en la cantidad que percibía la corona por concepto de reales novenos. Y aquí las particularidades de cada diócesis e, incluso, de cada dezmatorio (distritos fiscales para
recolección del impuesto), son la nota general de un mundo jurídico construido a
partir de los casos y las situaciones específicas. En principio, el diezmo eclesiástico,
60. Medina, 1983, 90–91.
61. Schwaller, 1990.
62. Ley XIII, Título XVI del Libro 1.º de las leyes de Indias. Recopilación, 1681, s.p.
63. No fue un proceso completo, en determinados dezmatorios novohispanos (caso de la Iglesia catedral de
Valladolid de Michoacán) la dirección fue la inversa.
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El orden jurídico de la fiscalidad en la Real Hacienda de Nueva España 
como su nombre indica, gravaba el 10% de la producción agraria bruta en Nueva
España. Sin embargo la situación era más compleja, ya que ciertos productos derivados de la actividad agropecuaria como el azúcar y el pulque pagaban el 4%, otros
efectos, caso de la leche o el queso, el 5% y, finalmente, dos edulcorantes de bajo
precio, la miel y la panocha, enfrentaban el 6 por ciento64.
En relación a los contribuyentes, cabe señalar que desde el siglo XVI se pretendió instaurar en Nueva España una sociedad segmentada en la que, por una parte,
la población peninsular y la derivada del proceso de mestizaje se debía articular en
torno a las repúblicas de españoles mientras que la población indígena debía hacerlo
en las repúblicas de indios. El resultado fiscal de esta división fue la adscripción de
los impuestos según la calidad o casta de los individuos. Así, los españoles, castizos,
mestizos y la población negra y mulata (descendientes de los esclavos africanos)
pagaban el diezmo eclesiástico, mientras que los indígenas estaban exentos. Sin
embargo, la exención que gozaban los indígenas quedaba limitada a los «bienes
de la tierra» (maíz, frijol, chile, grana, algodón, vainilla, guajolotes, etc.), de forma
que la producción indígena de trigo, cebada, centeno, uva, caña de azúcar (como
casos más relevantes) y de ganado mayor y menor sí estaba sometida el impuesto.
Incluso, si su cultivo se realizaba sobre tierras arrendadas a haciendas y ranchos de
población no indígena, aunque fuesen bienes de la tierra, entonces también estaban obligados al pago del diezmo65.
La desigual obligación fiscal de la población según el tipo de productos y la etnia
de los contribuyentes, que derivó en la conformación de «un diezmo de españoles
y un diezmo de indios», provocó que amplias porciones de la producción agropecuaria quedasen al margen del gravamen eclesiástico, puesto que los indígenas eran
quienes generaban la mayor parte de la producción agropecuaria que constituía
la base de la alimentación de la población novohispana, conformada por la tríada
maíz/frijol/chile66.
REFLEXIONES FINALES
El análisis de tres figuras fiscales presentes en la Real Hacienda de Nueva España,
la alcabala, el tributo de indios y castas y los novenos reales/diezmos eclesiásticos
permite apreciar cómo el privilegio permeaba todo el funcionamiento del real erario. Un privilegio que se articulaba, desde el punto de vista de los contribuyentes,
en torno a tres situaciones jurídicas: la calidad, el estado y la clase. Mantener estos
64. Para las leyes que determinaron estos aspectos, véase: Ley II (5 de octubre de 1501), Ley III (8 de febrero de
1539) y Ley IV (9 de diciembre de 1539) del Título XVI de Libro I de las leyes de Indias. Recopilación, 1681, s.p.
65. Aquí la casuística es interminable, ya que en ciertos dezmatorios los indígenas sí pagaban diezmo sobre
algunos productos de la tierra, a pesar de producirse en las tierras de comunidad, mientras que en otros gozaron
de mayores exenciones. Esto era el resultado de un impuesto que se fue construyendo de forma paulatina entre los
siglos XVI y XVIII, determinado por los diversos privilegios otorgados por las autoridades en el proceso de colonización del territorio y por la presión ejercida por las autoridades eclesiásticas para incrementar sus ingresos fiscales.
66. Esto no quiere decir que los indígenas estuviesen al margen de la producción y consumo de productos
como el trigo, la caña de azúcar o el ganado mayor y menor (más sus derivados y esquilmos), aunque aquí el peso de
las haciendas y ranchos de españoles y castas fue mayoritario.
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principios, como manifestación de la justicia y equidad que el monarca debía preservar y administrar, se constituyó como la condición básica para hacer viable el
funcionamiento del real erario. Cuando las entidades exactoras, presionadas por
las necesidades de la corona, pretendieron ignorar o retirar algunos de los privilegios fiscales, se encontraron una potente oposición, la cual se articuló a partir de
las diversas corporaciones que componían el antiguo régimen colonial novohispano a la búsqueda del ejercicio último de la justicia del monarca y sus ministros.
Sin embargo, en ciertas ocasiones el acuerdo no se produjo y la tensión acumulada
llegó a plasmarse en revueltas de carácter fiscal, como manifestación más visible,
o en el fraude y el contrabando, como ejercicios más soterrados de la resistencia
fiscal de los contribuyentes.
Sin embargo, en este marco general cabe apuntar ciertos rasgos del comportamiento fiscal de las autoridades y los contribuyentes durante el siglo XVIII, en el
marco del denominado «reformismo borbónico». El primero de ellos hace referencia a las disyuntivas que enfrentaron las autoridades fiscales ante las crecientes
demandas de ingresos de la corona con motivo de las guerras imperiales y la pervivencia e, incluso, ampliación de las exenciones fiscales. Cuando los privilegios se
planteaban (por lo general, a petición de parte, es decir, de los contribuyentes) como
una herramienta para dinamizar una actividad económica (en especial la minería
de metales preciosos y la agricultura mercantil) o una región, las autoridades fiscales lo apoyaban bajo el esquema probado de que exentar o rebajar la fiscalidad a
ciertos grupos o sectores acababa generando un aumento en la recaudación total,
ya fuese en las mismas figuras tributarias o en algunas con las que guardaban una
íntima conexión dados los encadenamientos económicos67. Cuando dichos privilegios derivaban de consideraciones de carácter político-militar, como sucedía por
ejemplo con el privilegio en la capitación por parte de los indios tlaxcaltecas o las
milicias de negros y mulatos en las costas, las autoridades fiscales pugnaron por
derogarlos aunque sin éxito. El segundo se refiere a diversas iniciativas fiscales que,
de haberse llevado a término, hubiesen implicado una verdadera transformación del
orden político-fiscal en el virreinato. Fue el caso, como vimos, del proyecto de sustitución del tributo de indios por las alcabalas que se planteó en la década de 1790.
Si bien en el fracaso de dicha iniciativa tuvo su parte el componente recaudatorio,
también se sopesó el impacto político que hubiese implicado la equiparación fiscal
de los indígenas con el resto de castas que componían el orden virreinal. En este
aspecto, el reformismo se mostró claramente partidario del mantenimiento de la
normativa vigente. El tercero remite a la suerte corrida por la política de uniformar
y simplificar la recaudación. Aunque las autoridades fiscales tenían una clara conciencia de que la diversidad, el localismo y la abigarrada casuística, plasmaciones de
la justicia y la equidad, repercutían negativamente en la recaudación (los casos más
notorios de este parecer son las figuras de José de Gálvez y del virrey segundo Conde
de Revillagigedo), también eran conscientes de que la introducción de una «nueva
planta» que hiciese caso omiso de estos aspectos estaba abocada al fracaso ante la
resistencia de sectores de la propia administración hacendaria y los contribuyentes.
67. Sánchez Santiró, 2013, 322–330.
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ESTADOS PROVINCIALES Y OFICIOS
DE HACIENDA EN EL REINO DE FRANCIA
(SIGLOS XVI A XVIII): LOS CASOS
DE BORGOÑA Y DE BRETAÑA1
PROVINCIAL STATES AND OFFICES OF THE PUBLIC
FINANCE SYSTEMS IN THE KINGDOM OF FRANCE
(16TH, 17TH AND 18TH CENTURIES): THE CASES
OF BURGUNDY AND BRETAGNE
Dominique Le Page2
Recibido: 25/03/2014 · Aceptado: 30/05/2014
http://dx.doi.org/10.5944/etfiv.27.2014.13703
Resumen
Los estados provinciales de Borgoña y Bretaña crearon un personal financiero específico para recaudar sus impuestos, con cronologías distintas — desde el siglo XVI
en Borgoña, en el siglo XVIII en Bretaña. El sistema no sólo fue la base de arbitrios
financieros utilizados para satisfacer necesidades puntuales de fondos, vendiéndose los cargos u obligando a sus titulares a costear el aumento de su sueldo. Las
asambleas provinciales también se valieron de él para preservar cierta autonomía
y mantener una forma de separación, aunque sólo fuera formal, entre la fiscalidad
real tradicional que estaba admitida —cuyo volumen ya casi no variaba— y unas
exigencias extraordinarias. Éstas requerían un consentimiento explícito y los oficiales del rey no podían controlar su recaudación.
Palabras clave
Estados provinciales; monarquía francesa; Tesoreros de los Estados; recaudadores
particulares; venalidad
Abstract
The provincial states of Burgundy and Brittany created specific revenue — collecting personnel, phasing them in differently: from the sixteenth century in Burgundy
and from the eighteenth century in Brittany. The system was tapped into arbitrarily
to meet one — off needs for funds by sale of posts or forcing tenure holders to cost
their own wage increase. Moreover, provincial assemblies also availed themselves
1. Traducción de Anne Dubet, con la colaboración de Sergio Solbes Ferri.
2. Centre Georges Chevrier, Université de Bourgogne.
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of it to preserve a certain autonomy and keep separate, albeit formally, the real
traditional taxation system —with almost invariable volumes— and extraordinary
requirements. The latter called for explicit consent and the king wielded no control over revenue collection.
Keywords
provincial states; French monarchy; state treasurers; private tax collectors; venality
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Estados Provinciales y oficios de hacienda en el reino de Francia (siglos XVI a XVIII) 
0. INTRODUCCIÓN
Desde hace unos treinta años, los historiadores franceses y anglosajones3 han venido multiplicando sus estudios sobre los Estados Provinciales de Francia. Con
perspectivas diversas, estos trabajos se han interesado ante todo por las relaciones
entre estas instituciones y el poder central. De este modo, la idea de una irreversible decadencia de las asambleas provinciales causada por la afirmación del poder
real está siendo progresivamente sustituida por la de una historia más accidentada, con fases de relativo estancamiento (como el siglo XVI), de ofensiva contra los
Estados Provinciales (a principios del siglo XVII)4, de redefinición de sus relaciones
con el poder central (en tiempos de Luis XIV) e incluso de incremento de sus atribuciones (en el siglo XVIII). En las provincias en que sobrevivieron, se supone que
la institución adquirió una actividad renovada. Los historiadores debaten sobre
si este fenómeno contribuye a transformar a los Estados Provinciales en un mero
engranaje administrativo que, al demostrar su eficacia, pudo debilitar a los intendentes o si dio paso a la conquista de una verdadera autonomía que pone en tela de
juicio el concepto mismo de absolutismo5. Sin haber resuelto la cuestión, se puede
comprobar no obstante que la mayor parte de los análisis ha venido a centrarse en
cuestiones relativas a la hacienda, el ejército —la financiación de los traslados de
tropas— o las infraestructuras. Sin embargo, hasta hoy en día, se ha estudiado muy
poco la cuestión de los oficios de hacienda6.
Cabe considerar dicha cuestión bajo dos enfoques distintos. Primero, lo mismo
que la compra de partes del patrimonio enajenadas, los oficios de hacienda permitirían extraer dinero de los Estados Provinciales y forman parte así de la política
financiera. La historia de los Estados está llena de tentativas reales o simuladas de
creación de cargos que llevan a los representantes de los tres estamentos a pagar
sumas elevadas para obtener su revocación7; convendría reconstituir el detalle
de estas operaciones para estimar su verdadero peso financiero. Dejando de lado
esta tarea, por el momento, nos proponemos en este caso abordar el tema desde
una segunda perspectiva, como es la referida a la creación de oficios de hacienda
por parte de los propios Estados Provinciales. La comparación entre los casos de
Borgoña y Bretaña puede poner de manifiesto dos situaciones muy diversas: la
primera se va a dotar muy temprano de oficiales que trabajan por la provincia y a
los que utiliza en varias ocasiones para obtener subsidios; la segunda adopta este
sistema mucho más tarde, pero se vale también de él para obtener fondos. Además
3. Beik, 1985; Collins, 2006.
4. Que se traduciría en supresiones de asambleas en ciertas provincias como Normandía, Provenza, el Delfinado
y el Suroeste.
5. Desarrolla la primera línea de interpretación Legay, 2001. Ilustra la segunda Swann, (2006): 35–69.
6. En lo concerniente al Languedoc de los siglos XVII y XVIII, véase la obra reciente de Durand, Jouanna &
Pelaquier (dirs.), 2014.
7. Es lo que sucede en Borgoña en 1630, cuando los estados pagan 1.600.000 libras para comprar los oficios previstos de electos, cuya creación habría provocado la desaparición del estatuto de países dotados de Estados. Se observa un fenómeno similar en Languedoc en las mismas fechas. N.d.t. Elecciones: Circunscripción fiscal aplicada en
los países en que el impuesto directo de la taille era personal sus responsables, los electos (élus), eran oficiales del rey.
En los países con Estados Provinciales, la taille solía gravar directamente las tierras (taille réelle) y no había elecciones.
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del interés financiero, la capacidad de las instituciones provinciales para dotarse de
un personal específico podría expresar su voluntad de preservar o conquistar cierta
autonomía. Es este un parámetro que puede ayudar a determinar la naturaleza de
su relación con el poder central.
Para entender la postura de los Estados Provinciales de Borgoña y Bretaña en la
gestión de sus oficios de hacienda, parece conveniente exponer primero los fundamentos de su fiscalidad. En segundo lugar, resulta necesario reconstituir las etapas
que se observan en la creación de un personal específico encargado de la recaudación impositiva. Y, por fin, vale la pena preguntarse hasta qué punto la evolución
observada favoreció o no la autonomía de ambas asambleas.
1. DOS SISTEMAS FISCALES DISTINTOS
1.1. BRETAÑA
El sistema fiscal de Bretaña se basaba, desde la Edad Media y como en el conjunto
del reino de Francia, en un impuesto directo llamado fogaje —similar a la taille—8 y
en impuestos indirectos que, siguiendo el modelo inglés, trataban de sacar provecho
de la extensión de sus costas y la inserción de la provincia en el comercio atlántico.
Los principales impuestos directos procedían de rentas arrendadas del prebostazgo de Nantes9, de derechos sobre el vino10 —que representaban en la década 1480
una cuarta parte de su presupuesto anual— y de los traites —aplicados sobre el trigo y animales muertos o vivos–. Otra serie de derechos son los que componen la
«fiscalidad del mar»: las aduanas de puertos, los brefs11, el «convoy del mar» —que
obligaba a los mercaderes a navegar bajo la protección de una escuadra de guerra,
con el consiguiente abono de un canon— o los secaderos de pescado —renta de
origen patrimonial arrendada junto a las demás–. Dos categorías de empleados
recaudaban estas rentas: los commis, o encargados por comisión, cobraban los impuestos directos y fueron adquiriendo progresivamente el estatuto de oficiales;
los impuestos indirectos se arrendaban sin embargo. La monarquía, tras tomar
el control del ducado a finales del siglo XV, no introdujo cambios sensibles sobre
este modelo durante los siglos XVI y XVII. Sus Estados Provinciales, cuyo poder de
consentimiento fue confirmado, no participaban en la recaudación que quedó en
manos de oficiales reales: uno —y luego dos— oficiales del fogaje por cada diócesis,
más un tesorero y un recaudador general de la provincia, que más tarde se convierte
en recaudador alternante; posteriormente, se crearon más recaudadores para cobrar el taillon introducido por Enrique II. Los Estados Provinciales únicamente se
dotaron, probablemente a principios del siglo XVI, de un tesorero personal que, en
8. El fogaje es permanente a partir del siglo XIV.
9. Derechos sobre mercancías transportadas en el Loira, en particular la sal y el vino.
10. Tanto los vinos producidos en Bretaña, como los importados por mar o por el Loira y los que sólo transitaban
por Bretaña.
11. Se aplica sobre los navíos que circulaban en las costas del ducado, asegurándolos contra los derechos señoriales de confiscación de sus restos para el caso de naufragio.
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Estados Provinciales y oficios de hacienda en el reino de Francia (siglos XVI a XVIII) 
principio, sólo se encargaba de administrar el escaso dinero destinado a gastos de
funcionamiento de la propia asamblea.
El papel de los Estados se incrementa en la segunda mitad del siglo XVI, aunque
no vino inmediatamente acompañado de la aparición de un personal específico para
el desarrollo de sus funciones. Aunque la tasa del fogaje apenas varió12, y el derecho
de consentimiento se hizo puramente formal, los Estados fueron solicitados para
ofrecer sumas cada vez más importantes con diversos pretextos tales como: el desempeño del patrimonio real (décadas de 1560, 1570 o 1610), el desempeño de oficios
enajenados, gastos militares (2.400.000 libras en 1598 como indemnización prometida a los jefes de la Liga a cambio de su sumisión y de comprar la salida de las tropas
españolas; otras 400.000 libras en 1616), diversas necesidades consideradas urgentes
(405.000 libras en 1619 o 300.000 en 1620), compra de derechos (para escapar al restablecimiento de la traite foránea la asamblea provincial aceptó pagar 132.000 libras
en 1553) o contribuciones por el coste de los viajes reales (600.000 libras en 1597 para
la visita de Enrique IV ó 450.000 libras en 1614 para la de Luis XIII y María de Medici). Para evitar la multiplicación de las recaudaciones y planificar futuros recobros,
los Estados Provinciales obtuvieron a partir de 1617, a cambio del pago anual de un
donativo voluntario, que se firmara en cada sesión un contrato autorizándolos a
recaudar los impuestos necesarios para costear la ejecución de sus compromisos.
De 1614 a 1616, los Estados Provinciales concedieron cada dos años un donativo
voluntario de entre 600.000 y 800.000 libras. La cuantía se elevó hasta 1 millón
y medio en 1634, hasta los 2 millones en 1636, los 2,4 en 1639 y los 2,9 en 1642. Se
solía conceder, tras el oportuno regateo, entre un 16% y un 20% menos de lo que
les solicitaba el rey. Su capacidad de resistencia, no obstante, tenía un límite: si en
1651 votaron conceder 1,7 millones de libras sobre los 2,3 exigidos, en años sucesivos volvieron a ofrecer más de 2 millones. En tiempos de Luis XIV, la suma superó
en varias ocasiones los 2,5 millones de libras y se llegó a una cifra récord en 1673.
Aquel año, los Estados Provinciales, reunidos en Vitré, votaron un donativo de 2,6
millones de libras y una cantidad equivalente para anular los edictos que preveían
la reforma de las justicias señoriales. En 1675, en la reunión de Dinan que sucedió
a la revuelta de los Bonetes Rojos, el donativo se elevó hasta los 3 millones y, cosa
inédita, fue votado el primer día de la sesión sin discusión alguna y firmándose el
contrato sin que los Estados recibieran respuesta alguna a los agravios presentados. Este procedimiento se convirtió en regla para el futuro y vino acompañado
de la fijación del monto del donativo en un millón de libras para los años de paz y
millón y medio para los de guerra.
La multiplicación de imposiciones extraordinarias y la creación del donativo
voluntario, se tradujeron en un papel de actuación creciente por parte del tesorero
de los Estados Provinciales, en cuyas arcas entraban sumas cada vez más elevadas,
tanto más cuanto que tuvo incluso que pedir prestado a los particulares para adelantar el pago de la parte de los devoirs que le correspondía13. Así, la tesorería de los
12. En 1542 los Estados concedieron 20.000 escudos para mantener el fogaje en las 7 libras por fuego.
13. N.d.t.: Devoir. Es el derecho sobre las bebidas que se recaudaba para pagar los donativos.
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Estados Provinciales se fue convirtiendo poco a poco en el corazón de un sistema
de crédito que irrigaba a toda la provincia. Y eso que se había confiado la recaudación de los devoirs a diversas compañías de arrendadores.
1.2. BORGOÑA
En el ducado de Borgoña el sistema era distinto, pues los duques nunca consiguieron
imponer el principio de un impuesto directo permanente. La fiscalidad se basaba
esencialmente en las aides14 y la gabela de la sal. El fogaje siempre tuvo un carácter
extraordinario, que necesitaba de argumentos precisos y el consentimiento de los
Estados Provinciales para su concesión, y que fue declinando bajo el gobierno de
los últimos duques de Borgoña, Felipe el Bueno y Carlos el Temerario15. Así, a diferencia de Bretaña, este impuesto conservó siempre un carácter extraordinario, lo
que hizo que la asamblea provincial se beneficiara de mayores atribuciones fiscales pues, además de ofrecer su consentimiento, desempeñaba un papel asimismo
activo en la recaudación. Ya en 1384, una comisión de Electos (Élu) compuesta por
dos miembros de cada estamento fue constituida a tal efecto; sería completada
con un Electo del duque a partir de 141016 y, desde 1455, con un Electo de la Cámara
de Cuentas. Cuando la comisión perdió la jurisdicción contenciosa sobre los impuestos en provecho de dicha cámara, el número de oficiales de cuentas entre los
Electos se elevó hasta cuatro (1465)17.
Los poderes de los Electos fueron creciendo con el tiempo hasta intervenir en
todas las fases de la recaudación: nombramiento de los «buscadores de fuegos»,
distribución del fogaje entre los fuegos a partir de 140318, certificación de exenciones, examen de reclamaciones de las comunidades contra los excesos impositivos o el nombramiento de recaudadores locales — inicialmente en Dijon, Autun,
Châlon, La Montagne y l’Auxois. Estos últimos agrupaban las sumas recaudadas
por los receptores de las ciudades y parroquias asignadas a su cargo y efectuaban
los pagos siguiendo las órdenes de los Electos, que los nombraban cada año y que
podían por tanto prorrogar sus funciones o reemplazarlos. Así, en la práctica, eran
agentes dependientes de los Estados Provinciales que cobraban unas 50 libras de
salario en las bailías grandes, unos derechos de portes y por conducción de dinero,
además de otros ingresos por la preparación y rendición de cuentas. Según un documento de 1695 que resume la historia de sus funciones: «esta autoridad de los
14. Incluía la imposición sobre las transacciones, la octava parte de los vinos locales y los derechos sobre los
vinos traídos de fuera del ducado.
15. Se recaudó 37 veces en los 48 años del reinado de Felipe el Bueno (la media es de 11.185 francos al año) y,
aunque los datos son más escasos para el reinado de Carlos el Temerario, la media anual sería entonces de 7.000
libras al año. Dubois, 1987, 99.
16. El cargo se convierte en oficio en 1413.
17. Volverían a ser dos a finales del siglo XVI.
18. En 1375 el impuesto de cuota fija fue sustituido por un fogaje de reparto de sumas fijas pagaderas en plazos
determinados.
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Estados Provinciales y oficios de hacienda en el reino de Francia (siglos XVI a XVIII) 
señores Estados y los señores Electos se basaba en los privilegios del país, que son
positivos en esta materia, para su uso y posesión inmemorial»19.
Después de 1477, los reyes de Francia heredaron esta situación y tuvieron que
respetarla necesariamente. Si Luis XI se tomó alguna libertad con los privilegios de
la provincia, imponiendo un fogaje en 1479 o elevando unilateralmente la tasa de
la gabelle, sus sucesores mostraron más respeto por las tradiciones y consultaron a
la asamblea provincial antes de cada imposición. Consiguieron, sin embargo, elevar
progresivamente la presión fiscal en Borgoña y no se conformaron con recaudar las
rentas del real patrimonio y de los pósitos. Obtuvieron así el pago de un donativo
voluntario de carácter ordinario (fijado en 17.666 libras 17 sueldos y 4 dineros)20, un
taillon (71.550 libras) y unos derechos para las guarniciones (86.000 libras), además
del pago por exención de alojamientos de soldados (200.000 libras a principios del
siglo XVIII) más los gastos de pan y utensilios para las tropas (300.000 libras). Se
añadió a estos conceptos un donativo voluntario extraordinario, que se pagaba al
tesorero real, sin contrapartida alguna por parte del Estado. Estamos hablando de
un monto situado entre las 200.000 y las 400.000 libras cada tres años en la primera mitad del siglo XVII, que creció hasta el millón de libras en los años 1650, concediendo el rey a los Estados Provinciales, con vistas a su recaudación, una elevación
del precio de la sal y una parte de los derechos de octrois cobrados en el Saona21.
El desarrollo de dicha fiscalidad no modificó en esencia sus formas de recaudación22. Carlos VIII confirmó en 1483 el derecho de los Estados a nombrar al personal necesario y sus sucesores lo imitaron durante el siglo XVI23. En 1609, Enrique IV
trató de introducir ciertas innovaciones, creando cargos de recaudadores generales y particulares que tenían la calidad de oficios, pero la tentativa fracasó pues los
Estados, para evitar la aplicación de la medida, se avinieron a pagar 120.000 libras
sufragadas por esos mismos recaudadores en activo. Su número se duplicó entonces,
introduciéndose el sistema del recaudador alternativo y, en contrapartida por los
abonos, los recaudadores obtuvieron, además de sus salarios, unas indemnizaciones por puertos y conducciones, derechos de sentencias y de rendición de cuentas
que se les descontaban en cada imposición, así como un derecho de 12 dineros por
libra (el 5%) por cada carta de pago que otorgaban a los contribuyentes.
19. Archives Départementales de la Côte d’Or (ADCO), C 3419.
20. Una libra tornesa (libre) equivale 20 sueldos, un sueldo (sol) equivale 12 dineros (denier).
21. N.d.t.: Octrois. Derechos sobre mercancías.
22. Fueron aumentando el número de rentas particulares, que serían diez a principios del s. XVII (en Dijon,
Arnay-le-Duc, Nuits, Autun, Châlon, Beaune, Semur-en-Brionnois, Semur-en-Auxois, Avallon y Châtillon-sur-Seine),
otra que dependía de Saint-Laurent y otra más para los condados adyacentes (Bar-sur-Seine, Charolais, Mâconnais,
Auxonne).
23. En 1530, Francisco I confirmó a un candidato elegido por los Electos para la bailía de La Montagne, apartando
a un recaudador nombrado por él. ADCO, C 3430.
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Cuadro 1: Creación de cargos en Borgoña (1609)
Oficios
Circunscripciones
Recaudador general
Precio
Salario
por oficio por oficial
9.500 l.24
1.000 l.
Recaudador particular
Bailliage de Dijon: 2
5.000 l.
500 l.
Recaudador particular
Beaune: 2
3.000 l.
300 l.
Recaudador particular
Nuits: 2
2.000 l.
200 l.
Recaudador particular
Châlon: 2
4.000 l.
400 l.
Recaudador particular
Autun: 2
4.000 l.
400 l.
Recaudador particular
Semur-en-Brionnois: 2
3.000 l.
300 l.
Recaudador particular
Semur-en-Auxois: 2
4.000 l.
800 l.
Recaudador particular
Arnay-le-Duc: 2
2.000 l.
200 l.
Recaudador particular
Avallon: 2
4.000 l.
400 l.
Recaudador particular
La Montagne: 2
4.000 l.
400 l.
Cupo de los condados
Mâconnais: 2
10.000 l.
Auxerre: 2
8.000 l.
Charolles: 2
5.000 l.
Auxonne: 2
6.000 l.
Bar-sur-Seine: 2
3.000 l.
2. USO DE LOS OFICIOS PROVINCIALES
2.1. BORGOÑA
Valiéndose de su facultad para nombrar recaudadores generales y particulares, los
Estados Provinciales de Borgoña les impusieron cargas añadidas en varias ocasiones. En 1616, los recaudadores tuvieron que dar la mitad del valor de su oficio, sin
elevación de los salarios ni derechos que cobraban25. En 1621, cuando el rey exigió
de la provincia cerca de 300.000 libras, tuvieron que elevar el valor de lo puesto a
su cargo en una cuarta parte, sin incremento salarial, y pagaron otra cuantía determinada en este caso por los electos para poder cobrar unos sueldos en 16.000
24. En lugar de las 10.000 inicialmente previstas. Con todo, el salario quedó en 1.000 libras.
25. Pagaron en total 60.000 libras que terminaron de costear la unión de Bresse al ducado.
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Estados Provinciales y oficios de hacienda en el reino de Francia (siglos XVI a XVIII) 
el millar. En el caso de los recaudadores de Dijon, después de pagar 5.000 libras en
1609 para acceder al oficio, tuvieron que añadir otras 2.500 libras en 1616 así como
1.875 y 3.375 libras en 1621, por lo que el precio de su cargo alcanzó entonces un valor real cercano a las 12.750 libras. En lo que concierne a los recaudadores generales, tuvieron que pagar 4.750 libras en 1616, otras 3.562 y 8.000 libras en 1621, con
lo que el precio de su función alcanzó las 25.812 libras (lo confirman los Estados
Provinciales en un acta del año 1626). Deberían cobrar unos salarios de 1.600 libras
que finalmente fueron elevados hasta las 2.000 libras.
El movimiento no se detuvo entonces pues, en 1631, los Estados Provinciales
aceptaron pagar al rey 1.600.000 libras para revocar el edicto de introducción de
elecciones en el ducado de Borgoña26. Los recaudadores generales y los particulares
tuvieron que contribuir una vez más, duplicándose el precio de su cargo. Los primeros pagaron 21.000 libras, lo que les daba derecho a unos salarios de 1.500 libras
en 14.000 el millar27. Los recaudadores particulares duplicaron asimismo el precio
de sus cargos, pagando cuantías variables que van desde las 12.750 libras de Dijon
a las 4.750 libras de Nuits o Arnay-le-Duc; por eso, sus salarios se redujeron hasta
el 14.000 el millar. En el marco de esta misma operación, se crearon los empleos
de recaudadores trienales y contadores de distrito. El precio de los primeros se
basó en el valor alcanzado por los recaudadores antiguo y alternativo, o sea 25.500
libras en Dijon, 17.250 libras en Beaune, etc. Se introdujo un nuevo aumento en
1644, cuando hubo que comprar una subvención de 400.000 libras impuesta en
1642. Los recaudadores fueron invitados a contribuir con 18.000 libras para poder
cobrar salarios en 14.000 el millar que, según la documentación, «podrían poseer
o remitir a otros». Se añade que, «se les podría reembolsar por separado, de forma
independiente de sus antiguos salarios, y que, si el rey los persiguiera judicialmente, el síndico asumiría su defensa para garantizarlos». En 1694, los derechos sobre
emisión de cartas de pago se atribuye a los recaudadores del rey y a los de los Estados Provinciales: «a cambio de los pagos que debían hacer». Borgoña negoció una
suma de 63.821 libras 5 sueldos y 4 dineros aportada por los recaudadores, quienes
obtuvieron como contrapartida el derecho a unos intereses de 16.000 el millar28.
Según un balance de 1695, los capitales aportados durante el siglo XVII por los
recaudadores como precio de su oficio, montaron en total 787.058 libras 2 sueldos
y 8 dineros (el cuadro 1 indica la evolución del precio de cada oficio). El oficio de
tesorero general tuvo una evolución singular, sufriendo los principales aumentos
del siglo XVII, de modo que su precio total en los años 1670 era de 72.312 libras29,
aunque se benefició luego de otras «capitalizaciones». Así, a 12 de octubre de 1691,
Antoine Chartraire obtuvo, por acta del Consejo de Estado, licencia para recaudar
la subsistencia, exención y otras imposiciones extraordinarias y remitir los fondos al tesoro real, con tal de pagar 50.000 libras con dinero efectivo, «como había
26. Véase la nota 4.
27. El precio total del cargo quedó entonces en 46.812 libras y el salario en 3.500 libras.
28. Este recargo en el precio del oficio es el único que se exige a los recaudadores en la segunda mitad del
siglo XVII. Los Estados buscan entonces otros recursos, como el aumento del precio de la sal o los octrois del Saona.
29. Precio de venta del oficio en los contratos conservados en escribanías.
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ofrecido». Otra decisión del Consejo de 23 de diciembre de 1704 le confió la tarea
de reunir un millón de libras, el valor de la capitación de Borgoña en 1705, de entre
los condados que dependían de ella más Bresse, Bugey, Valromey y el «país» de Gex.
No se sabe cuánto pagó en aquella ocasión para adquirir su nueva responsabilidad
pero, sin duda alguna, algo tuvo que pagar. Sucedió lo mismo con los demás impuestos arrendados en el siglo XVIII. A demanda de los Estados Provinciales, que
señalaron que lo que pagaba el tesorero general para ejercer su oficio había llegado
a ser insuficiente, así que el precio de su cargo se fijó en las 600.000 libras en 1752,
un alza que el rey aceptó. En contrapartida, se le dispensó al tesorero de pagar fianza y se le prometió que el precio de su cargo no variaría más.
Así, los Estados Provinciales de Borgoña mantuvieron el control de su personal
comprando los oficios que el rey se propuso crear en 1609 y se valieron de éstos
como forma de asumir parte de sus obligaciones tributarias. Es el caso de los pagos
hechos para evitar subvenciones en 1621 y 1644 o evitar la creación de nuevos oficios
—como las elecciones en 1631–, la adquisición de una extensión de jurisdicción con
la compra de la Bresse en 1616 o la agregación del condado de Auxonne al ducado
de Borgoña en 1639. Conviene notar, sin embargo, que el aumento del donativo
voluntario al filo del siglo XVII no exigió más personal, porque lo fueron pagando
los responsables de los alfolíes y el producto de los octrois cobrados en el Saona.
2.2. BRETAÑA
Existe un claro desfase entre los casos de Borgoña y Bretaña en varios aspectos. En
Bretaña, hubo que esperar hasta los años 1640 para que se produjeran los primeros
cambios. Los Estados Provinciales, para satisfacer en plazos cada vez más breves las
demandas crecientes del poder real, se vieron obligados a recurrir a empréstitos30. A
partir de 1643, necesitaron imponer un fogaje extraordinario similar al fogaje real;
un impuesto directo que vino así a paliar las insuficiencias del impuesto indirecto,
el devoir de los vinos. El fogaje indirecto, de un valor de 800.000 libras cada dos
años, se recaudó en 1644–1645 y de nuevo en 1647–1648, en 1653, 1655, 1657, para
terminar haciéndose permanente a partir de 1661. Su evolución tuvo entonces en
varias fases: hasta principios del siglo XVIII, valía 428.000 libras al año, duplicando
el valor del fogaje ordinario; se redujo entre 1692 y 1692 para valer entonces 214.000
libras (llegándose a hablar de «media duplicación»); se elevó de nuevo durante los
años de la Guerra de Sucesión de España, alcanzando su apogeo en 1706–1707 con
más de un millón al año («duplicación y cuarto de duplicación»); y, aunque se redujo en los años siguientes, se mantuvo en las 642.000 libras durante gran parte
de la Regencia; solamente en 1722, sus Estados Provinciales obtuvieron el retorno
a un fogaje extraordinario valorado en 428.000 libras anuales31.
30. A partir de 1645 debieron pagar los intereses de los empréstitos.
31. Otras contribuciones se cargaron en los fogajes extraordinarios, como el producto de los derechos de oficios
sobre fogajes o los 27 dineros por libra (reducidos a 21 en 1739) que se cobraban en la capitación de las parroquias
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Estados Provinciales y oficios de hacienda en el reino de Francia (siglos XVI a XVIII) 
La recaudación de esta partida impuso necesariamente la creación de un personal
específico. En su primera cobranza, en 1643 a 1693, la renta se confió a agentes del
tesorero de los Estados Provinciales, prohibiéndose la intromisión de los 20 recaudadores reales del fogaje — 10 antiguos y 10 alternativos32. La prohibición se anuló
en 1693, cuando éstos se vieron obligados a agregar a su cargo el de recaudadores
extraordinarios de la hacienda, creándose cuarenta empleos nuevos a nivel local33
y dos a nivel central34. También se introdujeron los cargos de contador general antiguo y alternativo de los impuestos extraordinarios a nivel provincial y en cada
renta35. En 1707, todas estas funciones se hicieron trienales36. Con el tiempo, estos
oficiales tuvieron que soportar aún más cargas. Así, en mayo de 1694, como en el
resto del reino, debieron pagar para adquirir los derechos sobre las cartas de pago
que extendían a los cobradores de la hacienda; en mayo de 1706, debieron costear
un aumento relativo a su salario37 y, en diciembre de ese mismo año, volvieron a
pagar para evitar la necesidad de dar fianzas.
Ese mismo año, los Estados Provinciales iniciaron una política activa en materia
de oficios. Habiendo concedido en su sesión de Vitré un donativo voluntario de 3
millones de libras y considerando que los fondos ordinarios no serían suficientes
para reunir tal suma, decidieron recurrir a medios extraordinarios. El más importante de entre ellos, presentado como el menos pesado para los contribuyentes y el
más rentable en el corto plazo, consistía en vender los cargos de procurador general
síndico, tesorero, escribano y ayudante sustituto del fiscal general. Dichos cargos,
ejercidos hasta entonces por comisión, se convertirían en oficios hereditarios; su
número fue duplicado en aquella ocasión. A los dos procuradores síndicos, que debían residir alternativamente en París y en la provincia, se les complementó con un
sustituto en cada obispado para, «cuidar de los abusos que se podían cometer»38.
La venta de estos oficios se confió al intendente Ferrand y a dos representantes de
cada estamento39. Produjo en total 1.200.500 libras, o sea, 150.000 libras por el cargo
rurales para esos mismos oficios. El conjunto rindió 450.000 libras anuales desde 1714 a 1719, 327.500 libras desde
1720 a 1734, 352.500 libras desde 1735 a 1740 y, luego, 316.000 libras. Rebillon, 1932, 529.
32. En 1655, una deliberación de los Estados Provinciales obligó a los agentes del tesorero a tener oficinas en las
mismas ciudades que los recaudadores del fogaje titulares.
33. Es el caso de Jacques Jamoays, recaudador alternativo del fogaje del obispado de Rennes, quien compró el
oficio por 16.000 libras en 1684 y debió aprontar 8.628 libras (más 862 libras por los 2 sueldos por libra) para el fogaje
extraordinario de 1703.
34. Charles Boulanger, titular de dos cargos antiguos, adquirió los dos cargos nuevos de recaudador general de
rentas extraordinarias —uno antiguo y otro alternativo—, abonando 80.000 libras por ambos.
35. El movimiento de creación de cargos también afectó a las parroquias. En enero de 1704, se crearon escribanos y encargados de verificar las listas de contribuyentes en fogajes y otros dineros extraordinarios. Siguieron los
cargos de síndicos perpetuos de las listas (agosto). En julio de 1706, los oficios de escribanos y síndicos perpetuos se
hicieron alternativos y trienales, y se crearon comisarios para la cobranza de fogajes y otros dineros (4 en los obispados de 100 parroquias y 6/8/10 en los de 200/300/400 parroquias respectivamente).
36. Boissière, titular de cuatro cargos de recaudador antiguo y nuevo, compró un nuevo cargo trienal por
132.000 libras y adquirió además el cargo de veedor general trienal. Acumulaba entonces ocho cargos, que le permitían cobrar derechos del fogaje ordinario, el extraordinario, la capitación y todas las imposiciones recaudadas en su
provincia. Jacques Jamoays pagó 18.000 libras por el cargo de Rennes.
37. N.d.t.: Augmentation de gages. Cuando se elevaba el salario de un oficio, proporcionalmente al precio del
oficio, el oficial al cargo tenía teóricamente dos alternativas: renunciar a su oficio o completar el principal de lo
pagado para adquirirlo en propiedad.
38. Se crearon ocho cargos, ya que uno de ellos cuidaba de los obispados de Dol y Saint-Malo.
39. Nombrados por actas del Consejo de 26 de diciembre de 1705.
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de procurador general síndico40, 60.000 por el de escribano mayor41, 650.000 por
el de tesorero —antiguo y alternativo— de los Estados42 y 190.500 libras por cada
uno de los ocho cargos de procurador síndico43.
En esta misma línea, en 1711, los Estados Provinciales propusieron comprar los
oficios creados desde 1692, considerando que los derechos que se les concedían
pesaban demasiado sobre la provincia. Según la evaluación efectuada por Franck
Quessette44, una imposición de 2 millones de libras provocaba, en efecto, una recaudación de 3 millones en la práctica, a causa de los derechos percibidos por los
distintos cobradores.
Cuadro 2: Derechos de recaudadores y contadores del fogaje en Bretaña
Oficial
Derechos45
Recaudador antiguo y alternativo
9 dineros por libra
Recaudador particular trienal
41/2 dineros por libra
Contador particular antiguo y alternativo
4 dineros por libra
Contador particular trienal
2 dineros por libra
El poder real manifestó su acuerdo con lo propuesto en un edicto de 9 de mayo
de 1711, bajo la condición de que los Estados Provinciales pagaran a los titulares el
precio del oficio y 2 sueldos por libra (un 10%) por gastos diversos. La liquidación46
se hizo otra vez bajo la autoridad del intendente Ferrand, con el procurador síndico de los Estados, y fue costeada mediante un empréstito de 2 millones de libras,
bajo forma de rentas, asumido por el tesorero de los Estados Michau de Montaran (registrado en el Consejo a 8 de marzo de 1712). La suma resultó insuficiente,
por lo que Michau debió pedir prestadas otras 800.000 libras y 190.000 libras, por
separado, al precio de 18.000 el millar. El reembolso terminó en 171347 y representó finalmente 3 millones para la provincia, permitiendo a los Estados beneficiarse
de, «derechos, funciones, frutos, provechos y emolumentos» de los mencionados
oficios48.
40. Adquiridos por Philippe Guy, marqués de Coëtlogon y Jacques Raoul, señor de la Guibourgère.
41. Adquirida por Gilles Claude Le Bel, señor de Lesnen.
42. Adquiridas ambas por Jacques Michau de Montaran.
43. Adquiridas por la sociedad de Lorgeril y Grandville.
44. Quessette, 1911.
45. Un 3,75%; un 1,875%; un 12/3% y un 5/6%, respectivamente.
46. Concerniente a los recaudadores, veedores de los fogajes, escribanos, encargados de la verificación de listas
de fuegos, síndicos de parroquias, etc.
47. La documentación relativa al reembolso de diversos oficiales se conserva en los Archives départementales
d’Ille-et-Vilaine, C 3373 y siguientes. Incluye las demandas de los recaudadores, los dictámenes del procurador síndico de los Estados y la sentencia de la comisión ad hoc, en la que figuran el intendente y los representantes de los
estamentos.
48. Sobre el resto de cargas, véase la nota 26.
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Estados Provinciales y oficios de hacienda en el reino de Francia (siglos XVI a XVIII) 
Esta operación de compra planteó el problema de saber quién debía recaudar los
fogajes extraordinarios así como otros impuestos. Al principio, los Estados pensaban
revender en beneficio propio los cargos de recaudadores, suponiendo incluso, «para
facilitar la venta sin que fueran más onerosos para el pueblo», que dichos cargos
estaban exentos como antaño de tutela, curatela y alojamiento de gente de guerra.
Se contempló entonces la posibilidad de que ejercieran su oficio de dos maneras:
sobre la base de antiguos contratos con los Estados o en virtud de actas de provisión
del rey, en cuyo caso deberían beneficiarse de la exención del marco de oro49, del
derecho sobre las futuras, del derecho de herencias, de eventuales incrementos de
sus salarios50 o del precio de su oficio. Los Estados Provinciales terminaron renunciando a este proyecto y, en 1712, el procurador síndico propuso volver al sistema
de 1643, atribuyendo al tesorero la facultad de nombrar recaudadores particulares
en cada obispado51.
Esta solución prevaleció hasta que, en 1718, los Estados volvieron a plantear la
cuestión. A iniciativa del obispo de Tréguier, ordenaron vender en beneficio propio los oficios antiguos, alternativos y trienales de los fogajes extraordinarios. Los
comisarios del rey señalaron, a 28 de julio de 1718, que no iban a firmar unas condiciones que restauraran los cargos suprimidos, convirtiéndolos en hereditarios, a
menos que el rey hiciera una declaración en este sentido. Los Estados prepararon
entonces un modelo de declaración, rogando a los comisarios que obtuvieran el
acuerdo del Consejo, pero, a los pocos días y para evitar el retraso que suponía la
redacción del documento, acordaron vender con calidad de comisión los cargos
de recaudador, bien al por mayor, bien en cada obispado52. Una de las condiciones
impuestas a sus compradores sería que dos personas podrían ejercer alternativamente en el mismo obispado. Los salarios, de 30.000 libras, se les atribuían colectivamente y se precisaba que no podían pretender ningún derecho sobre sus actos
ni sobre las rentas, gastos de oficina, descuento, derecho de porte, de conducción
o carta de pago53. Los cargos se vendieron en pública subasta: seis a 5 de septiembre
de 1718, dos más el 8 de septiembre y uno el día 17; el último, el de Quimper, no se
pudo vender hasta el año 1720 (véase cuadro 3)54.
49. N.d.t. marc d’or. Marco de oro: Derecho creado por Enrique III para costear la orden del Santo Espíritu y que
se abonaba, como homenaje al rey, cada vez que un oficio cambiaba de titular. No se podría recibir la provisión del
oficio sin enseñar la correspondiente carta de pago. Nagle, 1992.
50. Cfr. nota 33.
51. Se les atribuyen derechos de 4½ dineros por libra, creándose un fondo de 52.000 libras para pagarlos que se
elevó a 60.000 libras en 1715.
52. Iniciativa del obispo de Saint-Brieuc de 6 de agosto de 1718.
53. Los primeros compradores no prestaron juramento, pero sus sucesores sí lo hicieron ante el presidente de
la Iglesia. Se comprometían a reembolsar lo debido al primer comprador, a no cobrar ningún derecho de oficio y a
satisfacer las condiciones fijadas en 1718. No se les otorgaron actas de provisión.
54. Se pensó que los recaudadores del fogaje ordinario habían obstaculizado la subasta para que, careciendo de
candidatos, los Estados tuvieran que cederles a ellos la cobranza de las rentas extraordinarias. Para contrarrestar su
obstrucción, se decidió que tendrían derecho a ser candidatos si pagaban el principal de una renta de 30.000 libras
que afectaba a cargos vacantes.
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Cuadro 3: Venta de cargos de recaudadores del fogaje extraordinario en Bretaña
(1718–1720)
Distrito (tablier)
Precio
Salario
Comprador
Fecha
Rennes
32.500 l.
2.500 l.
Du Breil
5/09/1718
Nantes
66.000 l.
5.000 l.
Mathurin Bellabre
5/09/1718
Vannes
52.000 l.
4.000 l.
Laurent Kercadio
5/09/1718
Saint-Malo
52.000 l.
4.000 l.
Hermant
5/09/1718
Tréguier
40.000 l.
3.000 l.
Penarue Le Diouguet
8/09/1718
Léon
40.000 l.
3.000 l.
Penarue Le Diouguet
8/09/1718
Saint-Brieuc
39.000 l.
3.000 l.
Scot
5/09/1718
Dol
13.000 l.
1.000 l.
Bernard Ponthaye
5/09/1718
Fougères y Vitré
19.500 l.
1.500 l.
Butterie Le Brun
Butterie Le Fils
17/09/1718
22/10/1718
Quimper
60.000 l.
3.000 l.
Pazon
17/10/1720
El año 1718 también fue importante para el tesorero de los Estados Provinciales
Montaran. Su gestión fue objeto de acusaciones, obligándosele a dimitir después de
reembolsarle el cargo. El nombramiento de su sucesor, Boyer de la Boissière, permitió redefinir sus prácticas contables en el año 1720. Por primera vez, se obligó al
tesorero a tener registros exclusivamente dedicados a los negocios de los Estados,
especificando la naturaleza del dinero en efectivo que recibía y pagaba para facilitar su verificación. Se precisó la forma de su remuneración, fijándose primero su
salario en 30.000 libras anuales, pero duplicándolo dos años después. Además, se
le concedió un 2% sobre el valor de los empréstitos que la provincia hiciera a través
de él.
Además de los fogajes extraordinarios, también el tesorero de los Estados y los
recaudadores diocesanos debieron cobrar los impuestos creados a finales del reinado de Luis XIV. En primer lugar, la capitación, que cobró el intendente de enero
a septiembre de 1695; la arrendó a la provincia por valor de 1,4 millones de libras en
1696–1697; y quedó suspendida en 1696. Volvió a cobrarse en 1701 por encabezamiento (un procedimiento que se extendió entonces al conjunto del reino); su valor,
de 2 millones de libras (más un sueldo por libra —el 5%— por gastos de cobranza)
no se modificó hasta 1715; de 1716 a 1734, años de conflicto con la monarquía, los
Estados Provinciales se negaron al encabezamiento y el intendente tuvo que asumir la cobranza de la capitación. A partir de 1734 y hasta la Revolución francesa,
los Estados asumieron de nuevo sus responsabilidades y el monto de la capitación,
después de variar un tanto, se estabilizó en 1.800.000 libras. Los recaudadores extraordinarios, encargados de la capitación de la nobleza y las parroquias rurales,
trabajaron aquellos años alternativamente para los intendentes y para los Estados;
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Estados Provinciales y oficios de hacienda en el reino de Francia (siglos XVI a XVIII) 
las ciudades tenían sus propios perceptores. Pasó lo mismo con el décimo dinero,
creado en 1710, que gravaba todo tipo de renta (tierras, oficios, comercio o industria) y que, aunque fue suprimido en 1717, quedó restablecido en 1734–1737, con la
Guerra de Sucesión de Polonia, y en 1741, con la de Austria. En 1746 se le añadió
un derecho de dos sueldos por libra (un 10%), abolido en 1749, pero sustituido en
1750 por el vigésimo dinero —que gravaba las mismas rentas—, al cual se añadió un
segundo vigésimo dinero en 1756. En 1782, Necker acabó imponiendo un tercer vigésimo dinero, que los Estados habían comprado una primera vez en 1760, y que se
recaudó hasta su supresión en 1786. Los Estados se habían negado a encabezarse
por el décimo dinero en 1710, por lo que lo cobró el intendente; sólo dieron el paso
en 1733 e hicieron lo mismo con el vigésimo dinero y los derechos de 2 y luego 4
sueldos por libra —un 10% y un 20%— que se cargaron sobre estos impuestos.
Como en Borgoña, por lo tanto, las cantidades manejadas por los recaudadores
que dependían de los Estados Provinciales de Bretaña fueron creciendo, de modo
que su función fue ganando ciertamente en importancia, al tiempo que iban definiéndose cada vez mejor sus propias características.
3. ALGUNAS OBSERVACIONES
3.1. BORGOÑA
Si consideramos en primer término el caso de Borgoña, donde la evolución fue más
precoz como vimos, se observa que el personal gozó de una estabilidad creciente.
Gracias a la operación de 1609, los recaudadores, sin llegar adquirir el estatuto de
oficiales, vieron consolidada su posición al obtener la garantía de que los Electos
no les quitarían el cargo ni reducirían sus salarios, aunque disminuyera la cantidad recaudada, mientras los Estados no les reembolsaran el precio de su cargo. En
caso de fallecimiento, sus herederos podían designar sustituto si no se les reembolsaba el cargo. Sin embargo, para conservarlo, debían someterse al pago de los
recargos que se les exigían: fue el caso de lo ocurrido en 1631 cuando, como vimos,
los recaudadores tuvieron que duplicar sus abonos. Se reembolsaba a los que se
negaban a hacerlo, siendo reemplazados por otros: así sucedió en Dijon, donde el
señor Blaise de Turbert declaró a 25 de noviembre de 1631 que no quería pagar la
duplicación del precio de su cargo, el cual se adjudicó a Barthélémy Moreau quien
lo dejaría a su hermano François. Lo mismo ocurrió en Semur-en-Brionnois55. En
Beaune, la situación resultó ser más compleja: Guillaume de la Marre sustituyó a
Daniel Bourée antes de subrogarse en Anthide Bourée, en lo que se asemeja a un
arreglo familiar. Un fenómeno parecido se produjo en Nuits, donde Jacques Taveau
sustituyó a su padre. En otras partes, prevaleció asimismo la continuidad56. De este
55. Guillaume Griffon no aceptó la duplicación y fue sustituido por Guillaume Dubuisson.
56. A Jean Mignard, Claude Guillot, Nicolas Blanchet, Prudent Michaut se les repone en sus respectivos cargos
en Semur-en-Auxois, Arnay-Le-Duc, Autun y la Montagne.
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modo, varias familias fueron reforzando su control de ciertas rentas, constituyéndose en verdaderas dinastías.
La posición de los recaudadores se consolidó en el siglo XVIII porque los Estados
Provinciales se esforzaron por reunir sus rentas en manos de una sola persona. En
1710, de las dieciséis rentas iniciales pertenecientes a los Estados de Borgoña, sólo
quedaban cinco en Autun, Bar-sur-Seine, Châtillon-sur-Seine, Dijon y Mâconnais,
que estaban puestas en manos de tres recaudadores57. En el año 1789 tan sólo quedaba un titular. Esta evolución acarreó algunos conflictos entre los Estados y los
recaudadores separados de su cargo58, resueltos por el consejo del Príncipe de Condé en Chantilly o el Consejo Real, pero se acentuó en cualquier caso el control de
algunas familias sobre las principales rentas.
Más adelante, los Estados confirieron un estatuto protector a sus recaudadores.
Los tesoreros generales son los que alcanzaron las mayores garantías: en 1631 se les
eximió del pago de cualquier taille e imposición ordinaria, «como si tuvieran oficios
reales», y si aun así se les obligaba a contribuir, «el síndico de los estados debería
asumir su defensa». El 22 de junio de 1685, los Estados concluyeron un contrato con
el tesorero Antoine Chartraire que le exoneraba del abono de cualquier derecho,
«que se le impusiere en razón de su manejo de la hacienda». Llegado el caso, los
Estados pagarían por él. De forma más general, los Estados se esforzaron por preservar a su personal de las exigencias reales59 e intervinieron para dispensarlos del
pago de derechos por herencia de sus oficios (1639), para que no se les impusieran
descuentos en sus salarios (1642) ni para que tuvieran que costear incrementos en
sus salarios (1710).
También hicieron lo necesario para que los recaudadores de la provincia no cayeran bajo la jurisdicción de las cámaras de justicia encargadas normalmente de
juzgar a los financieros. En 1668, pidieron que sus recaudadores participaran en el
abono de la suma exigida en forma de crecimiento de salarios, pero posteriormente les reembolsaron los caudales60. Su acción fue más decidida ocurrió en 1716. Los
Electos solicitaron el apoyo del Príncipe de Condé para que evitara que sus recaudadores quedaran sometidos a la autoridad de la cámara de justicia constituida en
aquel entonces y se les eximiera de la declaración de bienes. En varias ocasiones,
enviaron comisarios a París para exponer sus reparos e invocaron el hecho de que
la provincia, por declaraciones antiguas (1579, 1668, 1706, 1709, 1710, 1715), se beneficiaba de la exención de tales procedimientos. También afirmaron que en Borgoña
había, «una cámara de justicia perpetua, representada por los comisarios alcaldes,
57. Papon, 2005, 481 y sigs.
58. Como en 1712, cuando los Estados quisieron reunificar la función de recaudador de la bailía de Autun en
provecho de André Cheval, Charles Blanchet, separado del cargo, inició un pleito obligando a los Electos a apelar
ante el Consejo real, quien emite un acta a favor de ellos. Se invocó entonces un acta de Enrique II que prohibía a los
habitantes de Borgoña que apelaran las decisiones de los Electos aprobadas por los Estados.
59. En los acuerdos pasados con los recaudadores, se especificaba que la provincia debía indemnizarlos en caso
de, «investigaciones o derechos que se les podrían exigir en razón de su manejo del dinero de la provincia». ADCO,
C 3162, fol. 385.
60. Parece que, en este caso, los tesoreros no se beneficiaron de la protección de los Estados. Thomas Berthier
fue condenado, en 1661, a pagar 100.000 libras, suma que quedó luego reducida hasta las 70.000 libras. Dessert, 4
(París, 1974). En 1716, Guy Chartraire debió pagar 250.000 libras.
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Estados Provinciales y oficios de hacienda en el reino de Francia (siglos XVI a XVIII) 
que examina la conducta de los recaudadores de los Estados», y que si éstos caían
bajo la jurisdicción de la cámara de justicia parisina, las multas que deberían pagar
no irían a parar a las arcas provinciales ni se podrían destinar al alivio de sus habitantes. También recordaron que los Estados podían destituir a sus recaudadores
en cualquier momento, pues la provincia era fiadora de sus actos, de modo que,
en caso de, «insolvencia o quiebra, la pérdida sólo recae en la provincia»61. Por eso
mismo, se cuidaban de:
no admitir (…) sino personas solventes, de familia honrada y probidad notoria, y de
hecho la mayor parte de ellos se suceden de padre a hijo desde hace cuatro o cinco
generaciones y no se ven en ellos fortunas súbitas en que se pasa de la indigencia a la
opulencia; el último recaudador nombrado tenía más de 50.000 escudos de patrimonio
familiar cuando asumió el cargo.
Con este alegato, consiguieron anular la disposición y los recaudadores de Borgoña conservaron su particular estatuto.
En este mismo sentido defendían las prerrogativas de su tesorero. Cuando, en
1665, se inició un pleito62 entre los señores Antoine Bossuet y Thomas Berthier,
tesoreros generales de los Estados Provinciales, y Charles Bretagne, señor de Orain, recaudador general de la Hacienda (y luego su sucesor Jean Bretagne), relativo
al dinero que los primeros debían entregar al segundo los Estados les ofrecieron
el apoyo de su procurador síndico. El caso permitió recordar la diferencia entre la
hacienda del rey y la de los Estados Provinciales. La primera, según estos últimos,
correspondía al, «dinero ordinario pagado desde antaño»63, o sea la parte de las
17.666 libras 13 sueldos y 4 dineros del octroi ordinario, 86.000 libras por el mantenimiento de guarniciones y 16.000 libras por salarios de los tenientes de mariscales.
En cambio, correspondía a los tesoreros de los Estados recaudar el dinero extraordinario concedido por ellos y sus Electos, tales como el donativo extraordinario, las
subsistencias y cuarteles de invierno, la exención de la gente de guerra, el precio
de las composiciones y asientos que se hacían con el rey, «sea cual sea la causa y
el modo». Los tesoreros de los Estados tenían, «derecho y posesión para pagarlos
directamente al Trésorier de l’Épargne64», a menos que hicieran un pago directo en
virtud de libramientos y cartas de pago de dicho tesorero, tal y como, según decían,
61. Así, cuando Antoine Bossuet quiebra a principio de los años 1670, por haber huido uno de sus agentes
parisinos, los Estados se vieron obligados a pagar las 160.000 libras que faltaban en sus cajas y se habían prometido
al Príncipe de Condé. Loiseau, 2011. Los Estados se convertían asimismo en prioritarios cuando se liquidaban los
negocios de un tesorero o recaudador en quiebra, beneficiándose de la declaración real de 1669, que les reconoció:
«los mismos derechos de privilegio y preferencia concedidos al rey sobre los de sus propios oficiales». Este derecho
fue confirmado en 1752, cuando los recaudadores particulares comenzaron a utilizar el mismo privilegio con respecto
a sus agentes (siempre que los acuerdos firmados entre ellos se hubieran efectuado ante escribano).
62. ADCO, C 3420.
63. Se precisa que es dinero destinado al descargo del rey en la provincia.
64. N.d.t.: Trésorier de l’Épargne. Se trata de un tesorero creado en el marco de las reformas de Francisco I en
1523–1524, que reunía fondos procedentes del Dominio y de las rentas extraordinarias, operándose así una forma de
centralización de las rentas. El responsable dependía directamente del rey.
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«se usa en Bretaña, Languedoc, Provenza, Béarn y otros países dotados de Estados
[Provinciales]»65.
Defendiendo a sus tesoreros, los Estados expresaban su concepto de los pagos
que hacían a las cajas del rey. Todo lo que se concedía por libre voluntad y salía del
marco de las imposiciones antiguas —cuyo valor ya no variaría—, debían recaudarlo
sus agentes y no el recaudador general del monarca en la provincia. Esta retórica se
utiliza cada vez que surgen litigios entre estas clases de oficiales, para delimitar los
campos de intervención de unos y otros66. En el año 1752, se confirmó una vez más
lo que defendían los Estados. Se reconocieron al recaudador general 1.727 libras 15
sueldos y 6 dineros de derechos sobre la recaudación del donativo ordinario y el
impuesto de guarniciones, cantidad que le debía entregar el tesorero general de los
Estados Provinciales; su derecho a percibir todas las imposiciones extraordinarias
quedaba de este modo perfectamente consolidado.
También los Estados velaron por la posibilidad de que su tesorero remitiese el
dinero recaudado en derechura al Trésorier de l’Épargne, sin que se le obligara a remitirlo a un Banco central, como se contempló en 1719 con la experiencia Law. En
aquel entonces, el abogado de los Estados, Raviot67, señaló que los recaudadores de
la provincia no eran oficiales, pues, «no se podía suponer que manejaban dinero del
rey y sólo se les consideraba como recaudadores particulares y encargados de recaudar el dinero de la provincia y remitir los fondos bajo las órdenes de los Estados y los
señores Electos». Si el tesorero de los Estados Provinciales remitía los impuestos al
Banco, se le tendría que considerar, «depositario público», cosa que no era. Raviot
insistió en que uno de los privilegios principales de la provincia era su facultad de
administrar su propia hacienda. Dicha, «prerrogativa, se veía aniquilada o por lo
menos mermada, si se aplicaba a esta economía particular unas reglas generales
que se dictan para el gobierno del dinero del rey y la Hacienda del Estado, lo que
ni siquiera los ministros más absolutos y autorizados quisieron intentar en tiempos de Luis XIV». Para el mismo abogado, «la provincia es como una gran familia,
cuyos tutores son los señores Electos. El rey y sus ministros no se entrometen en
la administración de los bienes de esta familia». Con la defensa de tales principios,
expresaba el temor de que la reforma contemplada minara el crédito de la provincia pues, añadía Raviot, si el tesorero de los Estados Provinciales, «convierte el dinero en billetes de banca, no hay duda de que el crédito de la provincia se reduce
aún más. Mucha gente no confía en los billetes y se alarmará. Imaginará que si se
le paga una vez con billetes, se le pagará siempre así. Estos billetes, que ahora son
65. Según los Estados, esta distinción se enunció treinta años atrás, cuando se concedieron los donativos voluntarios extraordinarios, «subsistencias, exenciones de la gente de guerra, e hicieron asientos y composición». Así,
la Guerra de los Diez Años (1635–1645) tuvo un papel decisivo en la definición de las relaciones financieras entre
Borgoña y la monarquía.
66. La teoriza el jurista Raviot en 1719, cuando distingue entre la Hacienda del Estado, administrada por depositarios públicos, es decir oficiales nombrados por el rey que habían prestado juramento de fidelidad, y, la Hacienda
de la provincia, cuya gestión corresponde a los recaudadores de los Estados Provinciales. También distingue entre
«dinero del rey», sometido a un régimen jurídico válido tan sólo en el marco de la «administración de la Hacienda
del reino», a la que no pertenece la administración particular de la provincia ni el dinero provincial. Papon, 2005,
489–490.
67. ADCO, C 3419.
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Estados Provinciales y oficios de hacienda en el reino de Francia (siglos XVI a XVIII) 
buenos, pueden perder valor, y ya nadie querrá hacer negocios con la provincia».
Tras el fracaso de la experiencia Law, la tentativa no cuajó y se mantuvo la forma
tradicional de circulación del dinero entre la provincia y la cima del Estado.
Para poder considerar, a continuación, la realidad del poder de nombramiento
de los Estados, conviene distinguir varias fases. Hasta principios de la década de
1630, cuando el sistema se organizaba en la práctica, lo ejerció la propia asamblea
por medio de sus Electos. A partir de entonces, estuvo en manos de los Condé, que
pasaban a controlar el cargo de gobernador de la provincia: los tesoreros, y tal vez
los recaudadores, se elegían entre sus protegidos68. Después del período 1640–1660,
marcado por la Fronda y el exilio del Gran Condé, se consolidó dicho control. Antoine Bossuet, tesorero de 1652 a 1673, pertenecía a una familia de clientes de los
Condé, y Thomas Berthier, recaudador alternativo en aquellas fechas (1662–1671),
era secretario ordinario del Gran Condé. Los Chartraire, que tomaron el control
de la tesorería a finales del siglo XVII, presentan características comparables, ya que
asumen al mismo tiempo la función de intendente de los príncipes en Borgoña. Se
abre un paréntesis en 1740, fecha de la muerte de Luis Enrique de Borbón, porque su
sucesor Luis José de Borbón es demasiado joven para asumir las responsabilidades
de gobernador (no lo hará hasta 1754) de modo que, durante su minoría, se nombró
al duque de Saint-Aignan como comisario del rey ante los Estados Provinciales. En
1742, se transfiere el sistema de designación de cargos y empleos de hacienda desde el espacio político borgoñón de la casa de Condé hasta el poder central69. Esta
reforma quedó anulada en el artículo VIII de la declaración solemne de 30 de julio
de 1752.
En los años 1770 se vuelve a poner en tela de juicio dicha facultad de nombramiento de los Estados Provinciales70 cuando un tal señor de Gouvilliers, recaudador del condado de Charollais, obtiene del rey la futura de su oficio para sus dos
hijos en 1772 y 1776, sin su pertinente mediación. La ocasión llevará a los Estados
a presentar amonestaciones en las que reutilizarán los argumentos clásicos71. Para
ellos, su facultad de nombrar recaudadores era, «un derecho fundamental de su
constitución»72, que no se podía poner en tela de juicio. Su obligación era presentar
a sus elegidos al rey porque, reconocían, «la provincia no debe tener oficiales que
no complazcan a su soberano» pero, en su opinión, la necesidad del acuerdo real no
limitaba su derecho de nombramiento, sino que presuponía su existencia, puesto
que, «el rey sólo quería admitir sujetos elegidos, nombrados y presentados por la
provincia». Si el rey se arrogaba el poder de nombrar, «sería para él una prerrogativa no sólo poco importante, sino también perjudicial para sus intereses, porque
68. En 1632, cuando se nombra a Barthélémy Moreau, síndico de los estados y de Dijon, como recaudador particular de esta última bailía, en su contrato con los Electos se precisaba su nombramiento, «siguiendo el dictamen y
bajo la autoridad de monseñor el príncipe». ADCO, C 3430.
69. ADCO, C 2995, reglamento de 14 de mayo de 1742.
70. La administración central nombra al tesorero de los Estados a partir de 1779. Legay, 2011, 75.
71. ADCO, C 4333.
72. No existe prescripción alguna para este derecho, pues se originaba en la constitución de la provincia y, «la
provincia, conservando su constitución, no puede perder los derechos que dependen de ella de forma necesaria».
En general, los Electos consideraban que toda administración tenía derecho a nombrar y elegir a los responsables
del manejo de sus caudales.
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la provincia se vería obligada a confiar sus fondos a oficiales no elegidos por ella
y la equidad no toleraría que fuera responsable ante Su Majestad». Ellos mismos
se consideraban más capaces de apreciar las cualidades de los sujetos a elegir, «y
que por consiguiente el bien del servicio exige que se les deje la elección de ellos»,
y citan, para ilustrar su argumentación, el caso del señor de Boisquillon, recaudador de las imposiciones de la bailía de Auxonne. Éste habría empleado, «el dinero
de su renta en especulaciones ruinosas que acabaron con toda su fortuna», lo que
se debía, según los Estados, a su calidad de forastero, «que no había sido elegido y
nunca lo habría sido por los Estados». En su respuesta, el rey, invocando el reglamento de 1742, se reserva sin embargo, «como antaño», el derecho a nombrar al
tesorero general y los recaudadores particulares. Esta coletilla invita a pensar que
la monarquía habría atentado anteriormente contra un particularismo borgoñón,
sin que sepamos si la iniciativa cuajó o no73.
3.2. BRETAÑA
No existe tanta información sobre estos puntos en el caso de Bretaña, donde la creación del sistema de los oficios de hacienda fue posterior. El estatuto de los recaudadores de sus Estados Provinciales en el siglo XVIII presenta sin embargo bastantes
afinidades con el elaborado en Borgoña al filo del siglo XVII. El contrato concluido con los recaudadores en 1718 precisaba que los Estados no les podían retirar el
cargo sino reembolsándoles el precio pagado por adquirir las rentas constituidas
en su provecho74. Se observa aquí también una tendencia a la perpetuación de individuos o familias en los mismos cargos y todos los recaudadores son hombres
de negocios y banqueros que manejan varias rentas a la vez. De Gennes controla
las de Rennes y Saint-Malo en los años 1780; a partir de 1782, Lannux de la Chaume75 gestiona las de Tréguier y Léon; Gratien de Comorre, cuyo padre Gratien de
Saint-Maurice controlaba la de Saint-Brieuc (1773–1780), recauda la de Tréguier
añadiéndole la de Vannes cuando muere su suegro Bourgeois en 1786. Los recaudadores extraordinarios eran también responsables de rentas ordinarias del fogaje
y tenían estrechos vínculos con los arrendadores de los devoirs. Entre los socios de
la familia Kerlivio, que arrienda los devoirs en 1766, están Mazurié —recaudador
de los fogajes de Léon—, Gratien de Saint-Maurice —recaudador de los fogajes de
Saint-Brieuc—, otro Gratien (des Bordes) pariente del anterior y principal cabeza
del negocio, así como el cuñado de éste, Bourgeois, quien adquirió en 1764 la renta de los fogajes de Vannes76. En la compañía Baudoin, que obtiene el negocio en
73. Esta intervención poderosa del poder real corresponde al período de restablecimiento de una forma de control directo que se da durante los ministerios de Terray y d’Aiguillon. Nada demuestra que el ministerio mantuviera
esta dirección después del advenimiento de Luis XVI en 1774.
74. Los recaudadores del fogaje están exentos de curatela y otros cargos públicos.
75. Lannux pertenece a una gran familia de negociantes de Morlaix.
76. En 1768, 1770 y 1772 Gratien y Bourgeois formarán una sociedad que intenta en vano recuperar su
arrendamiento.
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Estados Provinciales y oficios de hacienda en el reino de Francia (siglos XVI a XVIII) 
1770 y 1772, también se nota la presencia de Lannux —recaudador de los fogajes de
Tréguier—, yerno de Gratien, y Mazurié —recaudador de Léon77.
A diferencia de lo que pasó en Borgoña con los cargos de recaudadores particulares, el precio del recaudador del fogaje extraordinario se eleva mucho en Bretaña
en el siglo XVIII, duplicando al inicial en casi todos los casos. Por orden decreciente, alcanza las 134.500 libras en el obispado de Nantes después de la quiebra del
recaudador Bellabre (1770), 120.000 libras en Rennes y Vitré (1777), 100.000 libras
en el obispado de Léon (1782), 80.000 libras en el obispado de Saint-Brieuc (1773),
60.000 libras en el de Tréguier (1777) y 22.000 libras en el de Dol. Una razón para
ello es que, en 1734, el fondo destinado al pago de salarios se elevó en 10.000 libras,
a compartir entre los recaudadores a proporción del precio de su oficio, considerando el creciente número de rentas que recaudaban a raíz del encabezamiento
del décimo dinero y el aumento de la capitación78. También se debe a una forma de
especulación, pues los recaudadores podían elevar sus ganancias invirtiendo en
beneficio propio los caudales obtenidos de sus propias rentas antes de entregarlos
al tesorero79.
Tanto los Estados Provinciales de Borgoña como los de Bretaña supieron crear
así un personal específico que se impuso en el paisaje institucional frente al personal real. Cabe preguntarse por el significado que tuvo todo este proceso para
las dos provincias. El esfuerzo de las dos asambleas por disponer de recaudadores
dependientes expresa, primero, una voluntad profunda y duradera de distinguir
entre rentas ordinarias y extraordinarias. Entre las primeras se encuentran las del
patrimonio real pues, según un ideal ya ilusorio pero al que las poblaciones no
querían renunciar, «el rey debe vivir de lo suyo». El resto se constituye como rentas extraordinarias que requerían del consentimiento de los Estados y debían ser
recaudadas por recaudadores particulares. Como los Estados Provinciales de Borgoña consiguieron, más o menos desde la Edad Media, que se reconociera que todo
impuesto directo era extraordinario pudieron, como vimos, crear más temprano
sus propios recaudadores. En Bretaña, la herencia ducal era distinta. Su esfuerzo
fue tanto más tardío cuanto que sus Estados Provinciales prefirieron el impuesto
directo para costear el donativo voluntario. Sólo cuando se les obligó a recurrir al
fogaje extraordinario, concebido inicialmente como empréstito, dejaron que su tesorero instituyera en las diócesis los correspondientes encargados de secundarlo.
Como en Borgoña, el sistema se consolidó tras la creación de impuestos directos
nuevos a finales del reinado de Luis XIV, como la capitación y el décimo dinero.
Detrás de todo este esfuerzo, se encuentra siempre la idea de que el dinero concedido por los Estados Provinciales era una contribución voluntaria, negociable, de
77. Bellabre, recaudador de los fogajes de Nantes, es socio de la compañía Bainville en 1768. Bourgeois está en
la compañía Lizy en 1774. Rebillon, 1932, 615.
78. Cuando se encabezaron la capitación y el décimo dinero en 1734, el tesorero de los Estados recibió 35.000
libras añadidas por encargarse de su recaudación.
79. Armand Rebillon relata la reacción del tesorero de los Estados La Lande Magon cuando supo que el oficio
de Bellabre, recaudador de los fogajes en Nantes y en quiebra, se había vendido por 134.500 libras en lugar de las
110.000 o 115.000 que él imaginaba. «Esto demuestra hasta qué punto los compradores y otros participantes en la
subasta contaban con el rendimiento del manejo del dinero». Carta a Margat, 23 de abril de 1770. Rebillon, 1932,
614.
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la cual eran responsables y cuyo control debían conservar. En consecuencia, necesitaban controlar las cajas en que entraba el dinero y afirmar la diferencia entre los
oficiales del rey y los de la provincia. Esta circunstancia resulta obvia en el caso de
Borgoña80. En los casos de la capitación y el décimo dinero, la existencia de recaudadores particulares dependía de la capacidad de ambas provincias para repartir y
recaudar por sí mismas la suma concedida, puesto que dichas rentas se encabezaron.
¿Qué trascendencia tienen las distinciones establecidas? ¿Qué alcance efectivo
tuvieron los poderes adquiridos por los Estados Provinciales? El poder real parece
haber vacilado entre una política de control de este personal y el respeto de su autonomía. En Bretaña, los recaudadores fueron sucesivamente agentes del tesorero
(1643–1693) y recaudadores reales (1693–1711), antes de volver al estatuto de agentes
de los Estados que conservaron hasta la Revolución. En Borgoña, los períodos de
afirmación del poder monárquico se tradujeron en una vigilancia mayor sobre los
nombramientos, sin olvidar el hecho de que a partir de los años 1630 los Condés
desempeñaron un papel de potentes mediadores por parte de la provincia, contribuyendo a reducir el margen de maniobra de los Estados Provinciales. El poder
real intervino modernizando las prácticas contables provinciales, en particular en
los años 1660, en paralelo con lo que sucedía en todo el reino de Francia. Además,
supervisó las operaciones tocantes al personal, confiándolas en Bretaña al intendente, concertado con representantes de los estamentos. También asumió la responsabilidad de las operaciones de reembolso de 1711 o la venta de nuevos oficios
en 1718. A pesar de todas estas interposiciones, nunca se puso en tela de juicio la
capacidad de los Estados Provinciales de dotarse de un personal financiero específico. En el caso de Bretaña, esta circunstancia se puede considerar incluso como
una señal más de la afirmación de su asamblea provincial en el siglo XVIII.
Se entiende de este modo que la monarquía preservara el sistema, al observar
el papel que desempeñaba en las relaciones financieras establecidas con los países
dotados de Estados Provinciales. Cuando los Electos de Borgoña se opusieron en
1716 al inventario de los bienes de sus recaudadores que había sido exigido por la
cámara de justicia, pusieron de realce la calidad de los elegidos, añadiendo que el
inventario podía arruinar su crédito en la provincia. Y precisaron que:
el público que les presta las sumas que necesitan para satisfacer las cargas de la provincia confía en ellos, y no hubo alteración en esto hasta hoy; su caja siempre se consideró como lugar y depósito en que se podía dejar el dinero con seguridad, retirándolo
fácilmente. (…) si se obligara a los recaudadores a dar declaraciones, se alarmaría en
seguida al público y la confianza se aniquilaría y, como los recaudadores no podrían
hacer más empréstitos, la provincia no sería capaz de pagar sus rentas, que constituyen la fortuna principal de todas las familias de Borgoña y las partidas del Tesoro real.
80. Así se entra en una lógica de contrato que, para los Estados, no se trataba de una mera formalidad sino un
acta que comprometía a las partes firmantes. La importancia del contrato se manifiesta en el ceremonial de su firma,
descrita por Dubuisson-Aubenay para la sesión de los Estados de Bretaña de 1636. Bourdeaut, 67 (1927).
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Estados Provinciales y oficios de hacienda en el reino de Francia (siglos XVI a XVIII) 
Aunque la idea no es nada original, debemos considerar a los recaudadores, más
que perceptores de fondos, individuos capaces de anticipar dinero a los Estados
Provinciales entretanto que cobran los impuestos, es decir, como intermediarios
indispensables entre los Estados y los contribuyentes. Por eso en Borgoña, como en
Bretaña, se recurrió a ellos en momentos de fuerte presión fiscal o de crisis, tanto a
través de la venta de cargos como del incremento de sus salarios. La perpetuación de
los recaudadores, de los que el poder real no podía prescindir, tendría que interpretarse como una muestra más de su incapacidad para pedir préstamos directamente o
de la necesidad de recurrir a intermediarios, fueran cuerpos de oficiales o asambleas
de Estados. A la inversa, el interés de estos Estados Provinciales por su personal financiero, revelaría su voluntad de conservar cierto control sobre unos fondos que
sí eran capaces de movilizar y preservar las bases de su propio sistema crediticio.
4. ELEMENTOS PARA UNA CONCLUSIÓN
Resultaría muy conveniente la decisión de profundizar en el estudio en algunos de
los puntos observados. En particular, la posibilidad de emprender un estudio prosopográfico sobre el personal financiero situado al servicio de los Estados Provinciales,
tanto en Borgoña como en Bretaña, para observar qué vínculos existen entre los
recaudadores del rey y los de la provincia para poder destacar las redes constituidas
al filo de los siglos: redes principescas organizadas en torno a los Condés en Borgoña, redes financieras en ambas provincias en cualquier caso. También resultaría útil
tratar de averiguar los mecanismos utilizados para la circulación del dinero entre
las cajas provinciales y las centrales, para conocer así el margen de maniobra de
que disponían los oficiales reales y los agentes de los Estados, así como sus relaciones. La situación no será la misma, en todo caso, para Borgoña que para Bretaña.
Resulta, por último, asimismo deseable establecer comparaciones con otros países
europeos en los que pudieran observarse situaciones semejantes.
De forma más general, el análisis de la actuación de los recaudadores de los Estados Provinciales nos invita a profundizar en la reflexión sobre aquello que los contribuyentes consideraban dinero del rey, interrogándonos sobre la ideología y las
competencias profesionales de aquellos que «gobernaban» de forma cotidiana los
negocios de la provincia. En el estado actual de la investigación, se observa, tanto
en Bretaña como en Borgoña, una voluntad de los Estados de controlar al personal
encargado de recaudar el dinero para la monarquía. Estas provincias, dotadas de
privilegios cuando se agregaron a la monarquía, se esforzaron por mantener una
distinción entre lo efectivamente debido al rey y lo que se le concedía tras deliberación previa. Esto se tradujo en la construcción de un sistema venal muy parecido al
que regía en los oficios reales. El fondo pagado en consecuencia por los titulares de
las distintas funciones, servía a la vez como fianza por las sumas que manejaban y
como parte de las contribuciones recaudadas por la monarquía. Ésta aceptó el mantenimiento de la distinción aunque, en la práctica cotidiana, conservó su derecho a
controlar la elección de los titulares de los principales cargos —como se evidencia
en Borgoña, donde fue determinante la influencia de los Condés en los siglos XVII
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y XVIII—, las contribuciones que se recaudaban y los pagos que se efectuaban. En
ambas provincias, los oficiales de los Estados estaban sometidos sin embargo a la
jurisdicción de la Cámara de Cuentas. Aparentemente, tanto Bretaña como Borgoña tuvieron en este punto menos autonomía que el Languedoc, cuyo Tesorero de
la Bolsa escapaba en lo esencial a la jurisdicción de la Cámara de Cuentas, Aides81
y Finanzas de Montpellier. En los tres casos, no obstante, las élites locales, en su
esfuerzo por disponer de su propio personal de hacienda, estaban manifestando
su decidida adhesión a la gestión parcialmente descentralizada de sus respectivas
provincias.
81. Cfr. nota 14.
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Estados Provinciales y oficios de hacienda en el reino de Francia (siglos XVI a XVIII) 
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UNIFORMIDAD FISCAL VERSUS
TERRITORIOS PRIVILEGIADOS
EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII:
LOS CASOS DE NAVARRA Y CANARIAS
FISCAL UNIFORMITY VERSUS PRIVILEGED
TERRITORIES IN EIGHTEENTH CENTURY SPAIN:
THE CASES OF NAVARRE AND CANARIES
Sergio Solbes Ferri1
Recibido: 25/03/2014 · Aceptado: 03/06/2014
http://dx.doi.org/10.5944/etfiv.27.2014.13704
Resumen
El trabajo se organiza desde una doble reflexión. Por un lado, el éxito o el fracaso
en la aplicación de los proyectos de reforma fiscal diseñados para su imposición
en el conjunto de la Monarquía española en la primera mitad del siglo XVIII. Por
otro lado, el éxito o el fracaso en la defensa de los privilegios fiscales de Navarra y
de Canarias, territorios en los que Felipe V no pudo, ni quiso, imponer el derecho
de conquista tras la guerra de Sucesión. Analizamos estas especificidades con la
intención de conocer aquellos aspectos que perduran en el tiempo y aquellos que
desaparecen. Finalmente, tratamos de reflexionar sobre si el resultado final es la
consecuencia necesaria de un proyecto de reforma preconcebido o de una simple
adaptación a las circunstancias propias del devenir histórico. Apostamos por la
primera solución, así que tratamos en integrar los cambios implementados con el
pensamiento y los programas de reforma diseñados por Alberoni y Patiño.
Palabras clave
Real Hacienda; siglo XVIII; Canarias; Navarra; Alberoni; Patiño
Abstract
This study is organized from a double perspective. Firstly, the success or failure in
the implementation of projects designed to reform taxation in the whole Spanish
monarchy during the first half of the eighteenth century. On the other hand, the
success or failure in defending the fiscal privileges of Navarra and Canarias, territories in which Philip V could not impose the right of conquest after the War of Succession. We analyse these specificities with the intention of meeting those aspects
1. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
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that remain and those that disappear. Lastly, we try to reflect if the final status is
the result of a preconceived reform project or a simple adaptation to the circumstances of the historical development. We focus on the first solution, so we try to
relate the implemented changes with the Alberoni and Patiño reform programs.
Keywords
Royal Finances; 18th century; Canary Islands; Navarra; Alberoni; Patiño
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Uniformidad fiscal versus territorios privilegiados en la España del siglo XVIII 
0. INTRODUCCIÓN
La pertinencia de continuar reflexionando sobre los procesos históricos que progresivamente han impuesto una supuesta uniformización fiscal en España a lo largo de los tiempos parece que se mantiene hoy día plenamente vigente. Mucho se
ocupó la historiografía al uso de analizar en este sentido la introducción, por derecho de conquista, de una tributación de base castellana en los reinos de la Corona
de Aragón con el fin de suspender su particular régimen tributario y equipararlo
al resto del país a través de los famosos «equivalentes». Sin embargo, hoy en día se
tiende a insistir, por una parte, en el carácter pragmático de la política desarrollada
en la Corona de Aragón, recordando los compromisos adquiridos tras los iniciales
decretos de Nueva Planta así como los debates habidos entre los propios miembros del equipo de gobierno encargados de aplicar dichas disposiciones2. También
se tiende, por otra parte, a matizar la idea de que la Monarquía española tendió a
uniformizar sus planteamientos fiscales a nivel territorial en esa misma coyuntura,
destacando que existen otros territorios históricos que conservaron y mantuvieron
sus particularismos fiscales durante todo el siglo XVIII, como consecuencia en buena medida del apoyo prestado a la causa de Felipe V en el conflicto sucesorio. Me
estoy refiriendo a los casos de Navarra, Canarias y también las Provincias Vascas.
Las distintas líneas de investigación que particularmente he podido desarrollar
a lo largo de estos últimos años me han ofrecido la oportunidad de estudiar con
cierto detalle la evolución de la Real Hacienda en Navarra y también en Canarias
durante el siglo XVIII, así como la renta del tabaco en este mismo contexto histórico,
como ejemplo de reformas a escala nacional y contrapunto, por tanto, a la cuestión
territorial. De estos tres ámbitos de investigación proceden mis actuales reflexiones.
1. LA ORDENACIÓN FISCAL EN LA ESPAÑA DE LA PRIMERA
MITAD DEL XVIII Y LA CUESTIÓN DEL PRIVILEGIO TERRITORIAL
El rey necesita dinero. La posibilidad de reducir el gasto es inadmisible para la soberanía del monarca, así que la alternativa pasa por el aumento de ingresos o el
recurso al crédito: esto ha sido siempre así y también lo es en este momento histórico. El análisis del crédito no se abordará en este estudio, aunque pensamos que
es clave de bóveda de todo el sistema; tampoco nos ocuparemos de los gastos. Así
que, concentrados en la necesidad de aumentar los ingresos, necesitamos comenzar matizando que, en la primera mitad del XVIII, se mantuvo presente en la conciencia de monarcas y gobernantes la idea de que las posibilidades contributivas de
sus súbditos habían alcanzado un tope insuperable en la segunda mitad del siglo
XVII. Cualquier reforma tributaria debía partir, al menos en la teoría, de lo que se
conoce como la necesidad del «alivio de los vasallos», es decir, de la imposibilidad
teórica de incrementar la presión fiscal para no acogotar el desarrollo económico de
2. Gay Escoda, 1982. Giménez López, 1994. Fernández Albadalejo, 2001. Iñurritegui, 2007. Dedieu, 2010.
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la nación3. Si seguimos considerando la posibilidad de incrementar ingresos, pero
sin aumentar la presión fiscal, las alternativas se reducen a la opción de suprimir
privilegios personales —solución dificultosa sin alterar las bases políticas y sociales sobre las que se sustenta el Antiguo Régimen—, privilegios territoriales, incrementar gabelas que no perjudiquen el desarrollo económico o tratar de introducir
ajustes administrativos y de gestión para simplificar el recaudo y mejorar el control
de las rentas. Aumentar, en definitiva, los valores netos puestos a disposición de la
Monarquía sin alterar las bases fiscales vigentes.
Como es bien sabido, el sistema tributario español, como el de la práctica totalidad de las monarquías del Antiguo Régimen, se define por una compleja superposición de ámbitos contributivos y figuras fiscales4. Coexiste la exacción de la fiscalidad
real, foral, eclesiástica, señorial y municipal, pudiendo subdividirse cada una de ellas
en una cantidad enorme de expedientes de recaudo y conceptos contributivos, muchos interrelacionados, caracterizados en último término por recaer básicamente
sobre el consumo de los lugares y la actividad comercial. La recaudación fiscal se
sitúa en la práctica sobre el nivel municipal y la presión fiscal sobre el mundo del
comercio, lo que nos traslada al mundo de la negociación de la Monarquía con las
élites municipales y comerciales que preside el contenido de este monográfico.
Cabe señalar sin embargo que, afortunadamente para los que estudiamos esta
compleja temática, la práctica recaudatoria manifestó en el siglo XVIII una tendencia
a agrupar contribuciones con el objeto de ahorrar costes de gestión. De este modo,
todo el cúmulo de expedientes y tributos puede organizarse, concretamente en el
caso de la Real Hacienda, alrededor de tan solo cinco grupos impositivos que surgen
como resultado de la mencionada agregación de diferentes vías de recaudación.
El primero y principal grupo se le conoce con el término de rentas provinciales y
agrupa a un buen número de imposiciones que recaen sobre el consumo interno de
los diferentes lugares y municipios de un territorio. Dichos conceptos se recaudan,
en los inicios del XVIII, por cupos asignados a las diferentes provincias, los cuáles
servirían como referencia para su habitual arrendamiento. El RD de 26/XII/1713 estableció finalmente que, desde 1714, todos los ramos de Rentas provinciales debían
correr unidos bajo el control de un único arrendatario por provincia, lo que consolida definitivamente su integración como concepto único5.
El segundo grupo en cuestión es el llamado de rentas generales y agregados, que
agrupan a toda una serie de tributos recaudados en las aduanas de los puertos secos
o de mar de toda España y que se aplican evidentemente sobre la actividad comercial desarrollada a través de ellos. Su composición es absolutamente heterogénea y
muy difícil de sistematizar, como vamos a tener ocasión de comprobar en los casos
particularmente analizados en este estudio, pero forman en cualquier caso un solo
bloque más o menos unificado6.
3. Idea desarrollada en González Enciso, 2003.
4. Ideas extraídas de los estudios clásicos los de Artola, 1982, 279–294; Fontana Lázaro, 1980, 15–29; Pieper,
1992, 97–158; o Merino Navarro, 1987.
5. Más tarde se podrán recaudar estas rentas por administración directa sin necesidad de modificar la esencia
de dicha planta. Véase Zafra Oteiza, 1991 y Angulo Teja, 2002.
6. García-Cuenca Ariati, 1983, 237–262; García-Cuenca Ariati, 1991, 59–71; Pulido Bueno, 1993.
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Uniformidad fiscal versus territorios privilegiados en la España del siglo XVIII 
El tercer grupo se refiere a las rentas estancadas o monopolios para la producción,
distribución y venta de determinados artículos, dispuestos por y para el beneficio
fiscal de la Corona. Destaca sobremanera entre todos ellos el caso del estanco o renta del tabaco que llegará a diseñar una ordenación administrativa y contable propia
equiparable en tamaño y funciones a la de las anteriores de rentas provinciales o
generales. También pudo acabar generando ingresos netos superiores en muchos
territorios a los apartados anteriores y, sobre todo, no sujetos a consignaciones preestablecidas7. Además, si alguna imposición podía justificarse como no detractora
del desarrollo económico nacional, estaríamos hablando precisamente de ésta.
En cuarto lugar, encontramos el capítulo dedicado a remesas de Indias, que agrupa
ingresos derivados de cualquier tipo de actividad económica directa o indirectamente relacionada con América8. Esto incluye la recaudación en Indias del quinto real
correspondiente a la Corona, pero también los impuestos generados por el tráfico
de ida y de retorno, así como cualquier otra inversión productiva desarrollada por
la Corona en Indias. La mayor parte de estos caudales son recaudados o recibidos
en Cádiz, en donde se derivan hacia una tesorería particular llamada depositaría
de Indias y desarrollan particularismos de gestión poco estudiados hasta la fecha9.
No podemos olvidar, en quinto y último lugar, a las rentas eclesiásticas que percibe la Corona como resultado de la contribución directa negociada entre ella misma
y las autoridades eclesiásticas. Los fondos provienen en origen de la recaudación
de diezmos eclesiásticos y otros conceptos complementarios como el subsidio, la
cruzada o el excusado, siendo transferidos directamente por estas autoridades, sin
inspección intermedia, a las correspondientes cajas de la Real Hacienda.
La práctica de la recaudación, insistimos, es la que termina por consolidar esos
grupos de ingresos que tan útiles resultan para este estudio al tratar de examinar
la adaptación de cada territorio a la norma general. En orden inverso al expuesto,
hablaríamos en definitiva de que la Corona debe negociar con la Iglesia la transferencia directa de unos fondos ya recaudados hacia un fondo individualizado en
las cuentas de la Real Hacienda; que cualquier actividad generadora de caudales
relacionados con Indias sería fiscalizada por la Casa de la Contratación y la depositaría de Indias; que los monopolios tienen características específicas de gestión y
recaudación, unas circunstancias que se aplican absoluta y especialmente sobre la
renta del tabaco; que las rentas generales se vinculan por definición con el ámbito
del comercio y los negocios fiscalizados a través de las aduanas, de modo que la Corona necesita generar un entramado administrativo particularizado para establecer
gravámenes y formas de recaudo aceptables; y que, por último, la recaudación de
rentas provinciales se relaciona con los municipios y sus correspondientes élites locales por tanto, con intereses situados por ambas partes alrededor de la recaudación
de sisas y tributos municipales, así como la gestión de los depósitos municipales de
7. Rodríguez Gordillo, 2002a y 2002b; Escobedo Romero, 2007; Grupo Greta, 2002 (www.grupodeestudiosdeltabaco.com); González Enciso & Torres Sánchez, 1999; Luxán Meléndez, Solbes Ferri & Laforet
2000.
8. Barbier, 1980, 335–353.
9. Walker, 1979. García Baquero, 1976. Álvarez Nogal, 1998, 453–488. Solbes Ferri, 2014.
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caudales. Dejando aparte los dos grupos gestionados por negociación directa entre
las partes —la Iglesia y, en buena medida, el comercio con Indias—, los otros tres se
gestionan en la práctica mediante la hasta entonces poco habitual administración
directa —con funcionarios impuestos y pagados por la Corona— o el arrendamiento
de rentas en pública subasta al mejor postor. La segunda alternativa se traduce en
una inmediata rentabilidad de la imposición a cambio de la transferencia del control de la renta a manos privadas, que puede llegar a alterar la esencia del tributo.
El recurso a la administración directa garantiza en mayor medida la imposición de
lo legalmente dispuesto y concebido por la Corona, a cambio de cargar con unos
costes salariales y gastos de recaudación que reducen considerablemente los beneficios netos de la renta.
El esquema de tributos y formas de recaudo expuesto presenta obviamente una
base muy influenciada por el modelo castellano que finalmente se impuso. Sobre
esta base, podemos comenzar a matizar las condiciones y circunstancias particulares de cada espacio territorial, que es lo que acaba dando personalidad propia a
los casos de Canarias y de Navarra. Los particularismos de ambos territorios se sitúan sobre la base de sus respectivos privilegios. El privilegio regio consiste, precisamente, en la concesión a un territorio determinado, por un motivo concreto, de
una excepción sobre la normativa general que suele traducirse en la exención de un
tributo o una práctica comercial determinada, fórmulas privativas de recaudación
o la sujeción voluntaria por parte del monarca a una serie de condiciones referidas
al uso condicionado del producto de las rentas reales.
Es lo que sucedía históricamente en los reinos de la Corona de Aragón, pero también —dentro de la Corona de Castilla— con el de Navarra, las Provincias Vascongadas, las islas Canarias o la propia capital de la Monarquía. La Corona de Aragón
perdió la mayor parte de sus particularidades tras su derrota en la guerra de Sucesión
y la imposición de los decretos de Nueva Planta. Lo que se estaba disponiendo es
la cancelación, por derecho de conquista, de sus antiguos privilegios como consecuencia de una desafección probada a la triunfante Monarquía borbónica. Quedaban suprimidas sus haciendas forales, absorbidas sus rentas privativas y sustituidas
por contribuciones equivalentes a las castellanas. La ausencia, no obstante, de esa
misma desafección en el resto de territorios privilegiados, impide la imposición del
derecho de conquista; aparte de que tampoco existe en Felipe V ninguna voluntad
o intención de suprimir unos privilegios antiguos, bien merecidos, bien ganados
y bien conservados (dadas las circunstancias). De este modo, estos espacios territoriales sí conservarán, hasta bien entrado el siglo XIX, un régimen hacendístico
y fiscal legalmente diferenciado, que sigue estando basado en la vigencia de unos
privilegios otorgados para ser descontados sobre la base tributaria común.
Puede comenzar a evidenciarse en nuestro planteamiento una aparente incongruencia. Hablamos, por un lado, de la conservación de privilegios territoriales en
determinados territorios y, simultáneamente, de que una de las pocas vías para el
aumento de los ingresos netos de la Real Hacienda consiste precisamente en la supresión de privilegios territoriales. ¿Cuál de estas dos premisas se impone sobre la
otra en el siglo XVIII? La respuesta es que ninguna de las dos triunfa absolutamente. Durante el desarrollo de la centuria asistiremos a una permanente negociación
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política entre las partes afectadas, que se traduce en reformas funcionales aplicadas
por la vía administrativa y nunca coercitiva. A través de esta ruta «indirecta», muchas de las excepcionalidades tributarias de los territorios históricos van quedando
alteradas en buena medida; pero no ocurre lo mismo en todos los casos, puesto que
muchas de ellas se conservan incólumes al finalizar el siglo —las aduanas privativas
de Navarra o la ausencia de impuestos sobre el consumo en Canarias, por ofrecer
alguna referencia adelantada. No hablamos por tanto del triunfo ni del fracaso absoluto de las reformas que los gobiernos de Felipe V trataron de imponer en este
nivel territorial.
2. LOS SISTEMAS FISCALES DE NAVARRA-CANARIAS
Y LAS REFORMAS BORBÓNICAS
i. Navarra10: En el reino de Navarra se mantiene durante todo el Antiguo Régimen
el principio de que los ingresos de la Corona, obtenidos por recaudación de rentas
reales en territorio foral, debían ser utilizados por el monarca dentro de las fronteras del reino. Lo que se recauda en Navarra se gasta en Navarra. El rey podrá en
consecuencia sufragar gastos miliares, de administración y justicia ocurridos en el
reino, mediante los dos expedientes que son tradicionales: los donativos de las Cortes y la renta de las aduanas (que en Navarra recibe el nombre de «tablas»). Existe,
sin embargo, una Hacienda foral creada en 1642 y financiada mediante retenciones sobre los anteriores tributos y nuevas rentas establecidas sobre determinados
productos cuya libre distribución fue quedando prohibida11. Así, la introducción de
rentas estancadas se verifica en el caso de Navarra por la vía de las haciendas forales.
De hecho, la modificación más trascendente del siglo XVIII se refiere, a nuestro juicio, al momento en que la Hacienda foral entrega el control de la renta del tabaco
a la Hacienda real (1717). Detectamos de este modo la presencia de rentas provinciales, generales y tabaco, pero nada relacionado con caudales de Indias —Navarra
no tiene salida al mar— ni contribuciones eclesiásticas, que están sometidas a un
régimen particularizado12.
ii. Canarias13: Tras la conquista y colonización de las Islas Canarias a finales del
siglo XV, la Corona de Castilla dispuso automáticamente un entramado gubernativo
y fiscal definido por la esencia del trato diferenciado y privilegiado, con el objetivo
de paliar las dificultades generadas por la distancia y el despoblamiento, así como
para potenciar el desarrollo demográfico y económico del archipiélago14. Dicho privilegio se tradujo, en primer lugar, en exención de tributos sobre el tráfico interno
de bienes de consumo —la alcabala castellana, germen de las rentas provinciales.
Así, la financiación de los gastos militares, de administración y justicia solo podía
10. Artola, 1978; García-Zúñiga, 1993; Solbes Ferri, 1999a.
11. Junto al estanco del tabaco (1642) se introdujo el impuesto de extracción de lanas (1642), impuesto sobre sentencias (1645), retenciones sobre el Servicio de Cortes (1654) y estanco del chocolate (1678). García-Zúñiga, 1992.
12. Solbes Ferri, 2005, 73–100.
13. Bethéncourt Massieu, 2002 y Solbes Ferri, 2009.
14. Aznar Vallejo & Ladero Quesada, 1980, 77–108 y Aznar Vallejo, 1983.
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recaer sobre unos derechos de aduanas que la condición insular impone naturalmente en cada una de las islas15. La vigencia de la necesidad del privilegio se mantuvo,
sin embargo, en la aplicación de importantes reducciones sobre la tributación por
almojarifazgos en las aduanas canarias pues, frente al 15% que es norma habitual, se
exigirá en este caso el 6% sobre el valor de los géneros —tanto a la entrada como a
la salida— y tan solo el 2,5% en el caso de la navegación a Indias. El tercer privilegio
exclusivo para los canarios, se refiere precisamente a la autorización para navegar
directamente a Indias sin pasar ni tributar en la Casa de Contratación de Sevilla16.
No contamos, en este caso, con la opción de las rentas provinciales, pero sí con
rentas generales y remesas de Indias, detectándose asimismo la presencia de rentas eclesiásticas y estancadas. La tributación eclesiástica decimal se impuso normalmente en las islas en el momento de la conquista, de modo que hay que incluir
como ingresos reales la percepción del porcentaje otorgado por la Iglesia sobre el
producto de su recaudación, las conocidas como tercias reales —inicialmente las
dos novenas partes del producto decimal. Se encuentran asimismo establecidos en
favor de la Real Hacienda los beneficios económicos derivados del monopolio real
sobre la venta de las orchillas (un colorante textil muy demandado por los mercados europeos). Los tres conceptos básicos para la tributación real en Canarias —almojarifazgos, tercias y orchillas—, tan diversos en su origen, quedaron finalmente
asociados en la práctica recaudatoria a la gestión de la red aduanera. Es decir, tanto
unos como otros depositaban físicamente su producto en las aduanas del país, que
tendían posteriormente a derivarlos hacia la aduana de Santa Cruz de Tenerife, que
se va convirtiendo en depósito o tesorería de caudales para la Real Hacienda en
Canarias.
La novedad tributaria del siglo XVII resulta, también en este caso, la imposición
en 1636 de la renta del tabaco, admitido en Canarias a la vez que en el resto de la
Corona de Castilla y sin obstáculo alguno, por su condición de regalía y la ausencia
de Hacienda foral en este caso17. El monopolio quedará, sin embargo, arrendado por
juro perpetuo de heredad a una casa de comerciantes de Tenerife, como veremos,
lo que aparta a la Real Hacienda del control de la renta durante casi setenta años,
precisamente hasta el año 1717.
En resumen, las reformas borbónicas podrán aplicarse, en cada caso, sobre tres
expedientes particulares que ni siquiera son coincidentes para ambos casos. En el
caso navarro la tributación real se basa en los servicios de las Cortes, las aduanas
y el tabaco. En el caso canario en las aduanas (que agregan rentas eclesiásticas y el
monopolio de la orchilla), el tabaco y la particular relación derivada del permiso
para navegar a América.
15. Solbes Ferri, 2009, 27–49.
16. Rumeu de Armas, 1947–1991; Peraza de Ayala, 1952–1977; Morales Padrón, 1955.
17. Melián Pacheco, 1986.
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2.1. RENTAS PROVINCIALES O EQUIVALENTES:
EL DONATIVO DE LAS CORTES DE NAVARRA
Y EL ARBITRIO DONATIVO DE CANARIAS18
I. Navarra: El donativo o servicio de Cortes es la concesión que los navarros ofrecen
al monarca, normalmente en dinero, cuando son reunidos en Cortes Generales.
Su característica definitoria es la voluntariedad teórica de su concesión, tanto en
cuanto a la cantidad ofrecida, como el sistema de recaudo escogido. El tradicional
se basa en los expedientes de cuarteles y alcabalas. El cuartel (abonado cuatro veces al año) consiste, en origen, un impuesto directo sobre la propiedad que toma
la tasación de la riqueza territorial como referencia para el reparto de las cargas
entre los vecinos contribuyentes. La alcabala o «veintena» es similar al tributo castellano con imposición indirecta sobre el tráfico comercial, con la particularidad
de que el porcentaje aplicado en Navarra no es del 10 sino del 5%. La práctica recaudatoria llevó a convertir unas contribuciones que recaen sobre los propietarios
y el comercio en un reparto fijo a cada municipio por la cantidad estimada sobre
esta base, cuyo recaudo posterior quedaba al cargo de unas justicias municipales
que recurrieron a la práctica del encabezamiento para situar los pagos sobre fondos comunes. El tribunal real de la Cámara de Comptos decidía y comunicaba las
cantidades asignadas a ciudades, villas y lugares del reino para requerirlas al pago
en los plazos establecidos19. El valor fijo de los expedientes determinó que el único
modo de incrementar la concesión fuera aumentar el número de cuarteles o tandas
de alcabala otorgados; así, en el siglo XVII, el tipo habitual era de cuarenta cuarteles y cuatro tandas por año de concesión. Sobre ella se fueron estableciendo toda
una serie de mercedes, exenciones y consignaciones que reducían enormemente
los beneficios netos del Servicio de Cortes, en contra de la Corona y a favor de las
mismas élites territoriales que habían conseguido esquivar la contribución original.
La presión ejercida por la Corona en las difíciles circunstancias del reinado de
Felipe IV determinó que, en las Cortes de 1652, se introdujera una fórmula adicional llamada Servicio Extraordinario, que tuvo la virtud de convertir al sistema
ya descrito en Servicio Ordinario. Este nuevo concepto se basaba en la entrega al
monarca de una cantidad de dinero libre de consignaciones preestablecidas y sin
la obligación de gastar en Navarra. Su recaudo se efectuaría por cuenta de la Diputación (la Hacienda foral había sido creada en 1642, como dijimos) y por medio
de un expediente diferente, como es el reparto por fuegos, según un apeo a realizar
por las instituciones forales. A partir de aquí, se repite el fenómeno ya expuesto,
pues los municipios disponen de la opción de pagar con fondos propios o repartir
a cada vecino la cantidad estipulada.
No puede sorprendernos el hecho de que las primeras decisiones tomadas por
la monarquía en el siglo XVIII se refieran a la aplicación del real valimiento sobre el
producto de rentas reales en Navarra (1706 y 1716) para que el producto neto de los
18. Solbes Ferri, 1999a, 44–57, 100–119 y 128–135.
19. Salcedo Izu, 1981.
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Servicios de Cortes fuera puesto íntegro en manos de la Real Hacienda. En 1709,
el servicio extraordinario fue dotado además con la condición su entrega de contado por parte de la Diputación a la tesorería real, financiando la operación con sus
propias rentas, para recaudarlo posteriormente por su cuenta y riesgo.
El momento de la imposición de los decretos de Nueva Planta en la Corona
de Aragón, con el fin de la guerra, anuncia que para el «viejo reino» había llegado
la hora de la verdad. Alberoni pretendía el establecimiento de una contribución
anual y regular en cada territorio que fuera suficiente para hacer frente a los gastos militares y administrativos propios y que, a través de una vía alternativa, cada
uno de ellos contribuyera en cierta medida a los gastos generales de la Monarquía.
El cumplimiento de la primera obligación se situaba sobre las aduanas así que el
último requerimiento corresponde a los Servicios de Cortes. En el decisivo congreso de 1716–1717, el expediente de cuarteles y alcabalas quedó sometido a una
especie de valimiento perpetuo y se impuso una nueva fórmula de recaudo de los
donativos, que recaía directamente sobre el mundo del comercio, a través del conocido como expediente de mercaderías —más adelante, y con su consolidación, se
le conocerá como nuevo impuesto. Dicho expediente se basa en la exigencia a los
mercaderes naturales de los mismos derechos de importación que hasta entonces
recaían sobre los extranjeros, los cuáles serían gestionados por una Hacienda foral
que adelantaría a la tesorería sus futuros rendimientos de contado y que sería por
tanto la encargada de negociar los pagos con el mundo del comercio. En definitiva, las élites locales habían visto cancelados sus intereses sobre la recaudación de
los donativos y las élites comerciales habían sido incluidas en la recaudación de
los mismos. El concepto general de contribución a través de un Servicio de Cortes, en lugar de imposición del mecanismo de las rentas provinciales, no se altera
sin embargo en absoluto.
El modelo de concesión sería revisado y quedaría complemente definido en
las siguientes Cortes de 1724–1726: servicio ordinario liberado de consignaciones
preestablecidas; actualización de apeos para el reparto por fuegos, con entrega de
contado del dinero por parte de la Diputación; consolidación del expediente de
mercancías como imposición permanente con entrega de contado por parte de la
Diputación20. Cuando en 1743 Ensenada reúne de nuevo a las Cortes navarras, ya
no se discute el modelo de concesión, sino su disponibilidad. Finalmente, el valor
completo de la concesión podría llegar a entregarse de contado por parte de las
instituciones navarras a la Corona21.
II. Canarias: La realidad de las dificultades presupuestarias del Real Erario en el
siglo XVII provocó, también en este caso, la necesidad de aumentar el volumen de
las contribuciones otorgadas en favor de la Corona. Para no perder el estatus legal
de sus prerrogativas, nada mejor que el recurso a la opción de un donativo, voluntario y temporal, que evitase la imposición forzosa de otras contribuciones más
gravosas. El donativo —no existe el Servicio de Cortes, obviamente— se abonaba
20. Experimentaría sucesivas modificaciones en su aplicación. Véase Solbes Ferri, 1999a, 198.
21. Los donativos otorgados en la segunda mitad del XVIII y primer tercio del XIX en Rodríguez Garraza, 1974,
133–145, 205–227 y 267–270.
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en este caso de forma limitada y coyuntural por los Cabildos insulares. La necesidad
de generar liquidez y disponibilidad de fondos para atender a las demandas de la
Corona, determinaba que las cantidades acordadas fueran adelantadas por las autoridades locales para ser posteriormente recaudadas por su cuenta. Sin embargo,
como no existe en este caso otra fórmula tributaria que los derechos de aduanas,
las diferentes concesiones fueron traduciéndose en recargos sobre la tributación
de los almojarifazgos. En 1659, el cabildo tinerfeño consolidaba en este sentido la
fórmula de un expediente, denominado expresamente arbitrio-donativo del Uno por
Ciento, por tratarse de la acumulación de un punto porcentual sobre el conocido
6% de almojarifazgos. Dicho recargo sería gestionado por los mismos empleados
reales de aduanas, pero en nombre de los cabildos, y llevando cuenta aparte de sus
rendimientos.
La hora de la verdad a que hicimos referencia para el caso navarro, también sonaba para los canarios y, en este caso, adoptó la forma de un Reglamento del Comercio
publicado en el año 1718. Dicho reglamento consolida la existencia indefinida del
recargo del uno por ciento, a cambio del compromiso real de suspensión de demandas de donativos, de destinar 15.000 rsv anuales para construcción y reparación de
fortificaciones y, lo que es más importante, de la suspensión de cualquier designio
de imponer el sistema de rentas provinciales. Como compensación, se ordenaba
la transferencia de la gestión y rendimientos pecuniarios del tributo desde los cabildos hasta la Real Hacienda, que no dudaría lógicamente en agregarla al grupo
de rentas generales junto con almojarifazgos, tercias y orchillas. Todavía hubo una
novedad en la percepción de los derechos aduaneros, también agregada a rentas
generales, que es consecuencia de la creación del Real Almirantazgo en 1737 pues,
entre los efectos destinados a su financiación, se incluyó una partida de 15.000 rsv
anuales situada sobre el comercio de Canarias22.
Podemos pensar, por tanto, que la Corona considera que las élites comerciales
insulares estaban en condiciones de aumentar sus contribuciones por rentas generales. En cambio, no hizo ningún amago de imponer las rentas provinciales o
algún equivalente, ningún tipo de imposición sobre el consumo interno, así que la
fiscalidad regia continuaría recayendo sobre el tráfico comercial.
2.2. REMESAS DE INDIAS: LOS NAVÍOS
DE LA PERMISIÓN DE CANARIAS23
I. Canarias24: En la primera mitad del siglo XVI se autorizó sin cortapisas, como
vimos, la navegación directa desde Canarias a Indias. El primer límite impuesto
a este tráfico, consecuencia de la presión ejercida por la Casa de la Contratación
22. El recaudo del dinero podría repartirse, según la RC de 24/7/1737, sobre los navíos de Indias, los exportadores de vino o aguardiente y, sobre todo, por imposición de derechos de anclaje en los puertos canarios (García-Cuenca Ariati, 1983, 251–252).
23. Solbes Ferri, 2009, 173–220.
24. Lobo Cabrera, 1992.
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sevillana, fue el establecimiento entre 1564 y 1566 —de forma simultánea a la creación del sistema de flotas— de unos jueces de registro en Tenerife, Gran Canaria
y La Palma encargados de revisar la composición de los tráficos y garantizar que
los canarios comerciaran exclusivamente con sus propios productos. Estos jueces
dependían de la Casa de Contratación de Sevilla y tenían capacidad para efectuar
registros, recaudar contribuciones e imponer sanciones. En consecuencia, los rendimientos obtenidos no pertenecían a la Real Hacienda de las islas, sino a la Casa
de la Contratación, por lo que debían derivarse hacia la Depositaría de Indias de
Cádiz. En las primeras décadas del siglo XVII se introdujeron nuevas limitaciones
sobre el tonelaje de exportación autorizado y puertos de destino, siempre alejados
del ámbito de actuación de las flotas (fundamentalmente La Habana, La Guaira y
Campeche). Entre 1652–1656 las atribuciones de los jueces de registro fueron transferidas a un único juzgado superintendente de Indias ubicado en el puerto de Santa
Cruz de Tenerife, con subdelegados en Gran Canaria y La Palma25.
El ya mencionado Reglamento del Comercio de 1718 sirvió asimismo como pauta para establecer la nueva regulación borbónica26. Sin introducir grandes modificaciones, se consolida un nuevo marco legal, sólido y permanente. Sus preceptos
básicos pueden resumirse en tres aspectos: concentración del movimiento de navegación en Santa Cruz de Tenerife, fortalecimiento de la autoridad del juez superintendente tinerfeño frente a los subdelegados pero con separación simultánea
de su juzgado del control del producto de los derechos reales en favor de la nueva
administración de rentas generales27. El tráfico de exportación fue limitado a 1.000
toneladas anuales (vinos y aguardientes en la práctica), reservado para naturales
que viajasen en buques de fabricación nacional28. Se aplicaba la prohibición de importar grana, añil, perlas y tabaco así como metales preciosos —solo se autoriza la
moneda amonedada en proporción limitada—, autorizando la traída del resto de
coloniales tales como azúcar, cacao, palo-tinte y cueros. La exclusión del tabaco
resulta determinante para nuestro caso, como veremos.
Hemos podido estimar los distintos tipos contributivos establecidos a la salida
de los géneros en algo más del 10% del valor de la carga transportada, un margen
bastante favorable. De todos modos, la ganancia del comercio indiano no se encuentra en la exportación sino en los retornos de coloniales y, sobre todo, en su
reexportación hacia Europa29. Este movimiento comercial también generaba su
correspondiente apartado fiscal, con derechos reales exigibles en Santa Cruz de
Tenerife (donde debían retornar y registrarse los navíos) por valor de un 5% para
importaciones y un 2% para reexportaciones. Los ingresos derivados de estos últimos apartados superaban significativamente a los derechos de exportación. Los
empleados del juzgado de Indias mantendrían sus funciones relativas al control y
25. Peraza de Ayala, 1952/1977, 80–81. La Superintendencia de Indias en Rumeu de Armas, 1947/1991, t. I,
276–333 y t. III, 614–679; Peraza de Ayala, 1952/1977, 307–314 y Morales Padrón, 1955, 111–112.
26. El texto del Reglamento del Comercio de 1718 en García Bernal, 1982, 777–792.
27. Inicialmente puesta al cargo de intendente, contador y tesorero. Tras la desaparición de la intendencia, este
cargo fue relevado por el de administrador general.
28. García-Baquero, 1976, 166–170.
29. Peraza de Ayala, 1977, 157.
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registro de navíos, concesión de licencias y ajuste de contribuciones, pero la ejecución de abonos, cartas de pago y el ordenamiento contable en general quedaba
separado de la esfera de su actuación para ser transferido a la Real Hacienda. Un
oficial dependiente del contador quedaría encargado de controlar abonos y remitir
los fondos al nuevo tesorero general de las islas; la posterior liquidación de salarios
y gastos del juzgado de Indias correría por cuenta del mencionado tesorero.
II. Navarra: Los navarros, mientras tanto, quedaban sencillamente excluidos de
cualquier tipo de habilitación para el comercio con Indias, incluso con posterioridad
a la aplicación de los decretos de libre comercio de 1765 y 1778. La justificación de la
Corona a la hora de adoptar su decisión se basa en la decisión voluntaria de los navarros de conservar sus aduanas. Así, mientras el territorio se mantuviera separado
del resto del mercado nacional, no estaría autorizado para comerciar con América.
2.3 RENTAS GENERALES30
I. Navarra31: La Corona dispone en Navarra, como derecho de regalía, de la posibilidad de recaudar gravámenes aduaneros que se traducen en impuestos indirectos
ad valorem sobre el movimiento comercial. El control de esta fuente de ingresos,
se organiza mediante una serie de oficinas dispuestas en fronteras y puntos estratégicos denominadas tablas término que, por extensión, dan nombre a la renta en
su conjunto. Por derechos de exportación se exige el veinte-uno sobre el precio
del producto (5%) y por derechos de importación el treinta-uno (3,33%), quedando
exentos de esta última gabela los productos de primera necesidad introducidos por
naturales. Esta baja presión fiscal viene acompañada por una serie de exenciones
y privilegios que acaban dando a Navarra una configuración muy próxima al libre
comercio, con reducción de derechos de exportación sobre los excedentes productivos del reino (lana, vino y productos de las ferrerías) y con exención de derechos
de entrada aplicada como norma general.
La exigencia de reformas, que también afectó a este apartado, se fue traduciendo
en sucesivas concesiones por parte del reino sobre la base descrita. En las Cortes
de 1709, quedó voluntariamente dispuesto el registro obligatorio de mercancías en
tránsito en manos de naturales. En el año 1713, fue publicado un arancel, complemento del castellano de 1709, que establecía una contribución fija del 3% sobre las
mercancías en tránsito. En las Cortes de 1716–1717 se introdujo, como sabemos, el
expediente de mercancías que pone fin a la exención de derechos de entrada de los
naturales. Con todo, la gran ofensiva se produjo cuando Alberoni trató de imponer
la supresión completa de aduanas internas, con vistas a la formación de un mercado interior unificado, trasladando las fronteras aduaneras de Navarra al Pirineo.
Los caudales obtenidos por la exacción de contribuciones aduaneras servirían para
sostener el edificio administrativo de la autoridad real en Navarra, reduciendo la
30. Solbes Ferri, 1999a, 57–75 y García-Zúñiga, 1993, 320–324.
31. Solbes Ferri, 1999a, 57–76, 86–100 y 143–170.
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libertad comercial de los naturales y la introducción fraudulenta de productos franceses en Castilla. El tribunal navarro de Comptos quedaría relevado de la dirección
de la renta para transferir su gestión a los órganos centrales de gobierno32.
El traslado quedó efectivamente dispuesto en abril de 1718, pero retirado en
diciembre de 172233. La presión de vascos y navarros, unida a la caída de Alberoni,
resultó efectiva. Pero en ningún caso se trata de una reposición incondicionada:
en 1723 fue publicado un nuevo arancel sobre tributación de géneros en tránsito y,
en las Cortes de 1724–1726, se dispuso el registro obligatorio de los naturales y la
vigencia plena del expediente de mercancías. De hecho, el posterior giro político
adoptado por Patiño favoreció incluso el retorno al sistema de los arriendos del producto de aduanas, con el objeto de obtener los fondos necesarios para garantizar el
funcionamiento de la administración regia al menor coste posible34. Efectivamente,
aunque el sistema habitual de gestión hasta el siglo XVIII fue el arrendamiento, las
aduanas navarras habían sido mayormente gobernadas por administración directa
entre 1700 y 1727, seguramente por falta de candidatos35. Sin embargo, entre 1728
y 1748, se retornó al sistema de arriendos, con la firma de siete contratos trienales
consecutivos que alcanzaron unos valores cercanos al medio millón de rsv que garantizaban el pleno sostenimiento de las funciones reales en Navarra36.
Esta situación fue finalmente resuelta por Ensenada, con su decidida exigencia
de introducción de la administración directa para trasladar el gobierno de las aduanas de Navarra a la Dirección General de Rentas. En 1749, se impuso este sistema de
gestión, se incrementó la plantilla de empleados del resguardo aduanero, se autorizó
a los guardas de los reinos fronterizos a entrar en Navarra persiguiendo fraudes, se
publicó un nuevo arancel de derechos y se vinculó el castigo de los contrabandistas
a las severas leyes de Castilla37. La Cámara de Comptos fue dotada con 450.000 rsv
anuales —un valor semejante al de los últimos arriendos— transferidos del producto de las aduanas navarras que debía destinar al abono de los gastos propios de
la administración real en Navarra. La renta de aduanas de Navarra comenzó muy
pronto a generar valores superiores a los 700.000 rsv anuales.
II. Canarias38: Las modificaciones administrativas se inician, en este caso, con el
RD de 19/2/1716 que ordena situar el producto de las tradicionales rentas aduaneras y agregados de Canarias bajo la autoridad de un nuevo administrador general
de rentas generales. Doce años se mantuvo Montero de la Concha en el ejercicio
de dicho cargo hasta que, en 1728 y al igual que ocurre en el caso de Navarra, Patiño admite la posibilidad de retornar al método de los arrendamientos. Hubo dos
32. Zafra Oteiza, 1991, 53.
33. El traslado aduanero fue aprobado por la RO de 31/08/1717 aunque en Navarra no se hizo efectivo hasta el
20 de abril de 1718. Sobre la ordenación aduanera aplicada, un análisis más detallado de las causas de su fracaso y
del proceso de reposición de las aduanas en sus anteriores demarcaciones, véase Solbes Ferri, 1999a, 150–52, 157
y 170–178.
34. Los valores pecuniarios en Solbes Ferri, 1999a, 193.
35. Parece que el conflicto sucesorio y la posterior incertidumbre tuvieron mucho que ver con una probable
ausencia de candidatos al arriendo. Hernández Escayola (2004, 30–32) considera que, al menos durante la etapa
1707–1716, la Cámara de Comptos no hubiera podido arrendar la renta por falta de candidatos.
36. Solbes Ferri, 1999a, 192, cuadro 4.1.
37. RD 2/11/1748 e Instrucción Real de 23/12/1748 (Solbes Ferri, 1999a, 226–243).
38. Solbes Ferri, 2009, 147–172.
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Uniformidad fiscal versus territorios privilegiados en la España del siglo XVIII 
contratos sexenales consecutivos —por valores algo superiores al medio millón de
rsv— que garantizaban asimismo el mantenimiento de la administración del rey
en las islas. En 1740, tras la suspensión de pagos ocurrida el año anterior y como
consecuencia de las modificaciones adoptadas en consecuencia, las aduanas de Canarias retornaron de nuevo al sistema de administración directa como fórmula de
gestión que mantendrían durante el resto de la centuria. El administrador general
contaría a partir de entonces con la presencia de un contador y de un tesorero encargado de la gestión de caudales, un cuerpo del resguardo bastante numeroso en
los puertos de Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria, además de los
correspondientes visitadores de aduanas39.
Las dificultades técnicas para la imposición de la administración directa de rentas generales en Canarias fueron algo menores que en Navarra. La oposición, en
este caso, parece ejercerla la figura del comandante general de las islas, máxima
autoridad militar y civil del archipiélago, que había retenido hasta entonces en su
poder cierta capacidad de intervención sobre caudales y empleos relacionados con
la Real Hacienda en Canarias40. Evidentemente, su autoridad se resentía mucho con
el nombramiento del administrador general pero, todo parece indicar que efectivamente perdió buena parte de su control sobre los caudales del Erario, pese a la
constante oposición que ofrecieron estos comandantes durante todo el siglo41.
2.4. RENTAS ESTANCADAS: LA RENTA DEL TABACO
I. Navarra42: Los estancos son regalías que determinan la prohibición del curso y
venta libre de un producto situado bajo el control monopolista de la corona. Este
recurso fiscal fue especialmente utilizado en la España del XVII, siendo el del tabaco,
establecido en Castilla en 1636, el de mayor proyección de todos ellos43. A diferencia
de Canarias, el reino de Navarra quedó inicialmente excluido de la aplicación del estanco hasta que el rey Felipe IV dotaba en 1642 con su producto a la Hacienda foral.
El caso es que, durante la segunda mitad del XVII, aumentaron tanto los ingresos
de la Hacienda foral derivados del arrendamiento de la renta como el contrabando
de tabacos realizado a través del reino con dirección a Castilla. Un objetivo claro
de la nueva dinastía borbónica sería el de hacerse con el control absoluto del estanco del tabaco y de sus crecientes ingresos, para uniformizar su gestión en todo
el territorio nacional.
Recordemos que no había reparo moral alguno en incrementar la tributación
por esta vía concreta, pero la propiedad del estanco navarro por parte su Hacienda
foral debía ser necesariamente respetada por la monarquía. Por instigación de Alberoni, supo diseñarse sin embargo una fórmula privativa, sugerida por la Cámara
39. Solbes Ferri, 2008a y Solbes Ferri, 2009, 147–171.
40. Álamo Martel, 2000.
41. Solbes Ferri, 2009, 93–115.
42. Solbes Ferri, 1999a, 135–143 y 179–185.
43. Rodríguez Gordillo, 2002a.
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de Castilla, para hacerse con el control del monopolio navarro sin alterar la legalidad vigente. La propuesta fue presentada en las Cortes de 1716–1717 y contemplaba la opción de solicitar la cesión de la renta en arriendo perpetuo por parte de la
Hacienda foral a la Hacienda real, bajo los precios y condiciones vigentes. El reino
podría conservar la propiedad teórica del estanco, pero no su gestión. El congreso
navarro tuvo que admitir la propuesta, procurando simplemente convertir la cesión
de perpetua en temporal para hacer necesaria su renovación periódica44.
La verdadera trascendencia de la decisión se conoció tras el fracaso del traslado
de las aduanas al Pirineo, pues el absoluto control del estanco se convirtió en una
eficaz fórmula de intervencionismo regio en Navarra. La Instrucción Real de finales
de 1722 divide el territorio foral en partidos administrativos tabaqueros dispuestos
bajo el cargo de empleados reales cuyos poderes se sitúan por encima de las justicias municipales o empleos aduaneros; se incrementa el número de miembros del
resguardo del tabaco para formar un cinturón defensivo integrado con los guardas
de aduanas, soldados de los puertos y los guardas de fronteras de Aragón y Castilla45. El incremento del gasto, que llegó a superar el nivel de ingresos de la renta en
Navarra, se daba por bueno a cambio de los beneficios derivados de la reducción
del contrabando. Las Cortes de 1724–1726 ratificaron los cambios y renovaron el
contrato de cesión con sorprendente facilidad.
Navarra se había convertido en una provincia administrativa más en el ámbito
del estanco general, con su control administrativo y económico transferido a las
instituciones centrales, gestionada bajo administración directa, abastecida desde las fábricas de Sevilla, con tarifas de venta dictaminadas por el gobierno central y empleados reales encargados de su resguardo y administración. La función
de la Hacienda foral se limitaba, en este caso, a recordar al monarca la necesidad
de renovar los contratos de cesión y a percibir cerca de 90.000 rsv anuales por la
conservación de la propiedad teórica del estanco. La implantación de un sistema,
uniforme y centralizado en toda la Monarquía culmina con la imposición efectiva
de la administración directa en todas las administraciones provinciales españolas
a partir del primero de septiembre de 173146. Solo se mantiene la excepción vasca.
Aún hubo un momento en el que todo el proyecto estuvo a punto de cancelarse, que es cuando Campillo decidió reintegrar la gestión del estanco a la Hacienda
foral en mayo 1742 para adaptarla al modelo vasco. Esta institución la retendría
durante dos años en su poder, hasta abril de 174447. En cualquier caso, Ensenada decidió devolver la renta a la dirección general, circunstancia que volvió a
ser sancionada por las Cortes de 1743–1744. Se introdujo en este punto, además,
una planta reforzada de empleados que incrementaba el tamaño del personal
44. Solbes Ferri, 1999b, 325–331.
45. Instrucción Real de Agosto de 1722. Solbes Ferri, 1999b, 331–335.
46. RD 20/12/1730 e Instrucciones de 9/8/1731 y 10/8/1731; administración directa aplicada a partir de 01/09/1731;
Instrucción de 26/1/1740. Véase Escobedo Romero, 2007, 363–430 y Solbes Ferri, 2008b, 121–174.
47. Reintegración a la Diputación foral por RC de 22/4/1742; retorno al sistema de arriendo por RO de 27/10/1743
(véase Solbes Ferri, 1999b, 347–349). Hernández Escayola destaca la influencia necesaria de Fermín de Goyeneche,
asentista en la Corte cercano al gobierno de Campillo, a quien le fue consignado buena parte del producto del tabaco para el pago de deudas que con él mantenía la Real Hacienda (Hernández Escayola, 2004, 123–124).
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Uniformidad fiscal versus territorios privilegiados en la España del siglo XVIII 
administrativo-contable en Pamplona hasta las sesenta personas y el de los miembros del resguardo por encima de las doscientas personas, para reemplazar a un
Ejército no demasiado eficiente en sus funciones de vigilancia aduanera. Dicha estructura es la que vendrá a combinarse, en 1749, con la administración directa de
la renta de aduanas48. El espectacular déficit inicial, tendió a reducirse progresivamente por el rápido incremento de los ingresos49.
II. Canarias50: El archipiélago canario se vio incluido, como dijimos, en la imposición desde 1636 del estanco del tabaco en la Corona de Castilla. Los cabildos insulares fueron las instituciones inicialmente encargadas de fiscalizar el arbitrio pero,
en 1647, la Corona decidió poner en manos del comandante general de Canarias el
gobierno conjunto del estanco51. Muy pronto, en 1650, el cosechero y comerciante
de vinos de Tenerife Baltasar de Vergara y Grimón (futuro marqués de Acialcázar)
concertaba con Felipe IV un asiento por valor de 80.000 ducados a cambio del cual
adquiría a perpetuidad y por juro de heredad el arriendo del estanco del tabaco en
las siete islas52. Al igual que en Navarra, muy pronto comenzaron los litigios entre
las partes, por considerar el fisco insuficiente la cantidad de dinero percibido por
razón del arrendamiento y por la generalización del tráfico ilícito de tabacos entre
América y Europa a través de Canarias.
Como en el caso anterior, con la publicación de la Real Cédula de 11/4/1717 el gobierno trataba de imponer la administración directa sobre el estanco del tabaco de
Canarias53. La primera secuela fue el nombramiento de un juez factor específico para
la renta en agosto de 1717, que traía la misión de recuperar el monopolio enajenado
(compensando a los herederos de Acialcázar), confiscar el tabaco ilegal, eliminar
la corrupción e independencia de arrendadores insulares e impedir el lucro de comerciantes particulares. Su fracaso fue absoluto, como demuestra su salida precipitada de Santa Cruz de Tenerife cuatro meses después de su llegada. El necesario
respaldo legal vino a ofrecerlo el Reglamento del Comercio de 1718 que abolía, como
sabemos, la posibilidad de que los canarios comerciaran en las islas con tabaco. El
encargado de aplicar la normativa sería el nuevo Intendente de Canarias, José Ceballos, nombrado en esas fechas como máxima autoridad jurídico-administrativa
de las islas54. Su asesinato en junio de 1720 constituye un último acto de rebeldía
de las tradicionales estructuras de gobierno de la sociedad isleña frente el proceso
de reforma que le estaba siendo aplicando55.
48. Solbes Ferri, 2007, 437–460. El ámbito de actuación del resguardo tabaquero quedó dispuesto en las
fronteras Norte y Oeste de Navarra, mientras las fronteras Sur y Este estarían vigiladas por guardas castellanos y
aragoneses. El resguardo de aduanas se incorporará a esta misión con cincuenta miembros asignados a la Ribera de
Navarra. Véase Solbes Ferri, 1999a, 17, cuadro n.º 3.
49. Solbes Ferri, 2007, 437–460 y García-Zúñiga, 1994, 136–137.
50. Solbes Ferri, 2009, 127–145.
51. Solbes Ferri, 2006, 120–148; Melián Pacheco, 1986; Luxán Meléndez & Bergasa Perdomo, 2003,
135–151.
52. Luxán Meléndez, 2007, 461–495.
53. Melián Pacheco, 1986, 101–126.
54. Dubet, 2011.
55. Kamen, 1964, 369–396; Peraza de Ayala, 1970, 565–579; Hernández González, 2000, 319–347; Hernández González, 2007.
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La reforma de la renta del tabaco se retoma en agosto de 1721 con la llegada a las
islas del futuro director del estanco Martín de Loynaz. Este personaje se concentró en la misión de recuperar para la Real Hacienda el gobierno económico de la
renta, sin interferir con el poder jurídico y militar del capitán general. El problema
de la enajenación se solucionó consignando sobre los rendimientos del estanco el
abono a los herederos de Acialcázar de un canon anual de 58.050 rsv56. La Hacienda
confiscó tabacos y se determinó la obligación de surtir la administración con géneros oficiales procedentes de Sevilla o Cuba. Pero lo más significativo es la creación
de una planta administrativa de empleados reales totalmente independiente de la
de rentas generales: es la primera renta no agregada al sistema de rentas generales
y que mantiene por tanto personalidad propia. Sus empleados controlarían la recepción y distribución del producto, así como la gestión de los caudales obtenidos
por ventas. El dinero obtenido no estaría sometido a consignaciones previas ni a
la obligación de ser invertido en las islas, de modo que partiría temporalmente con
dirección a la Depositaría de Indias57.
Cuando Loynaz parte de Santa Cruz de Tenerife en 1725, las islas Canarias se
organizan como una administración provincial más, perfectamente integrada en
el seno de la dirección general del monopolio. La oficina principal estaría situada
en Santa Cruz de Tenerife y el resto de islas dependería de ella para la recepción
de los géneros y la remisión de caudales. El resguardo se concentraría, integrado
desde 1740 con el de rentas generales, en el puerto de Santa Cruz de Tenerife y el
de Las Palmas de Gran Canaria.
3. CONSIDERACIONES FINALES: IMPROVISACIÓN
O PROYECTO PRECONCEBIDO
Las dos premisas principales de este estudio se han visto matizadas en su justa
medida tras nuestro análisis. Hay que concluir, por una parte, con la afirmación
de que las diferencias fiscales a nivel territorial subsisten y perduran en la España reformista del siglo XVIII. En efecto, ni el reino de Navarra ni las Islas Canarias
experimentaron una transformación radical de sus bases y privilegios fiscales que
fuera comparable a la impuesta en la Corona de Aragón. La segunda proposición
resulta asimismo incuestionable: la conservación y el mantenimiento de sus privilegios no eximió a estos territorios de la introducción de cambios significativos en
relación con la administración y gestión de rentas reales.
La contribución por donativos de Cortes se consolida en Navarra como alternativa al sistema de rentas provinciales o equivalentes. La ausencia de imposiciones
sobre el consumo se mantiene en Canarias durante todo el Antiguo Régimen. Pero
hemos podido intuir una cierta corrección o represión de los intereses locales asociados con el tiempo a estas contribuciones de carácter municipal, así como una
56. Una cantidad muy semejante a los 87.529 rsv que se abonaban en Navarra a la Hacienda foral.
57. Hasta que en la década de 1760 se consideró la posibilidad de destinar estos caudales a la construcción y
reparación de fortificaciones en las islas. Véase Solbes Ferri, 2010, 2011 y 2012.
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cierta tendencia a implicar al mundo del comercio en la financiación de las contribuciones reales. El privilegio de la navegación canaria a Indias tampoco se toca,
sino que se consolida y regula sobre la base del Reglamento del Comercio de 1718, que
implica la transferencia de su tributación desde la Casa de Contratación a la Real
Hacienda. Simultáneamente, las reformas administrativas aplicadas sobre rentas
generales y renta del tabaco transforman a ambas en expedientes perfectamente
integrados dentro de un modo homogéneo que la Monarquía está implantando
en todos los niveles. Los ingresos aduaneros todavía presentan algunos aspectos
tributarios ciertamente particularizados, reflejo difuso de los antiguos privilegios,
pero tanto el cuerpo de comercio navarro como el canario han asistido en realidad
al remate de su anterior situación de libre comercio a raíz de la aplicación estricta
de las exacciones aduaneras previstas y, sobre todo, por la oposición decidida de
la autoridad al contrabando de tabacos. De hecho, ambos territorios transitan entonces desde la categoría de centro a la de periferia, por lo que a esta actividad se
refiere, circunstancia aprovechada para trasladar estos tráficos a las fronteras de
Portugal, Gibraltar, Provincias vascas y Cataluña. También parece claro que, a raíz
de la imposición de la administración directa en ambas rentas, todos los mecanismos de control y gestión de rentas reales se concentraron en manos de empleados
de la Real Hacienda, en perjuicio de las instituciones forales, de los propios tribunales reales de Navarra o del entorno del comandante general de las Islas Canarias.
En resumen, algo hemos podido avanzar en una línea de análisis relativa a la
conservación de privilegios territoriales, reformas borbónicas exitosas, reducción
de los intereses de las élites o recuperación del control de rentas reales. Parece que
el objetivo de aumentar los ingresos de la Real Hacienda, sin alterar la base fiscal,
sí pudo lograrse con éxito en el caso de los territorios estudiados. La última cuestión clave que nos queda por responder en estas consideraciones finales se refiere expresamente a si estas circunstancias obedecen a la aplicación de un plan de
acción preconcebido y coordinado o son fruto de la más absoluta improvisación.
Nos inclinaremos por la primera respuesta e incluso señalaremos directamente a
los responsables intelectuales del mismo: Alberoni en el diseño inicial y José Patiño
como ejecutor final.
Los objetivos políticos y los propósitos de reforma fiscal de Alberoni no se presentaron nunca de una forma sistematizada, sin embargo, hemos podido conocer la intervención de su equipo entre los años 1716 y 1718 en la reformulación de
todas y cada una de las muchas figuras fiscales comentadas en nuestro estudio58.
Su propósito último, tomado en gran medida de Orry, estaba diseñado para que
cualquier territorio nacional fuera capaz de contribuir a su propio sostenimiento y
participar activamente en los gastos generales de la Monarquía. Así, el donativo de
los navarros cumplirá con la función de entregar a la Real Hacienda unos caudales
libres de consignaciones preestablecidas, mientras que el final del libre comercio
y la recuperación de la renta del tabaco deben generar los caudales que permitan
58. En particular Patiño, Hinojosa o Campoflorido para cuestiones referidas a la organización de la Real Hacienda (véase Dubet, 2008 y 2011).
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al rey financiar su administración en este reino. Los rendimientos del sistema de
rentas generales y agregados de Canarias sostienen por su parte el edificio de la
administración real, mientras que la recuperada renta del tabaco genera en este
caso los caudales de libre disposición que son remitidos a la Depositaría de Indias.
El éxito de las reformas de Alberoni fue, sin embargo, relativo porque las aduanas
navarras se mantuvieron en sus antiguas demarcaciones, el intendente Ceballos fue
asesinado y fue necesario sustituir la figura del intendente general por la del administrador general, entre otras muchas cuestiones. Sin embargo, resulta innegable
que fue él quien mantuvo el propósito decidido de liquidar el libre comercio en
ambos territorios y recuperar el control de la renta del tabaco, asumiendo incluso
las necesarias transferencias pecuniarias a la Diputación foral y a los herederos de
Acialcázar o la escasísima rentabilidad de la renta del tabaco en Navarra.
Será Patiño, con su característico pragmatismo, el encargado de consolidar el
efecto práctico de los avances obtenidos. Su prioridad fue siempre más económica
que política; su preocupación principal son los apuros financieros de la Corona59.
En su Memoria, presentada a fines de 1726 tras ser nombrado Secretario de Hacienda en octubre de ese año, nos ofrece las claves que explican los fundamentos de su
política60. El ministro divide su concepción y estimación de los rendimientos de
las figuras fiscales pertenecientes a la Real Hacienda en tres grandes apartados, a
saber: generales, tabaco y provinciales.
I. El ministro estima que las rentas generales experimentan la pérdida anual de
más de una cuarta parte de su valor económico real como consecuencia de la falta
de un arancel uniforme, el fraude y las múltiples exenciones vigentes. Su proyecto
de reforma pasa por la aplicación de un plan concertado con naciones extranjeras y
comerciantes que trafican con América, para disponer un nuevo método de gestión
de las aduanas. Dicho método debería traducirse en más y mejores pujas para su
arrendamiento, por la seguridad y certeza de unas regulares y cuantiosas recaudaciones. En este contexto, se entiende el retorno de las reformadas rentas generales
de Canarias y Navarra a la situación de arrendamiento en 1728, con el objeto de
financiar la administración real en ambos territorios al menor coste posible.
II. La opción de Patiño por el incremento de ingresos vía tabacos sobresale entre
todas las figuras fiscales como la mejor posible, pues sus ingresos sí son mejorables,
sin repugnancia en cuanto al conocido «alivio de los vasallos», por tratarse de un
consumo voluntario y basado en el vicio. Su planteamiento es, sin embargo, que la
mejor forma de aprovechar sus posibilidades de recaudación pasa, al contrario que
en el caso de las aduanas, por la imposición de la administración directa del estanco
general como fórmula para garantizar la aplicación de las consignas gubernativas
¡y de los precios de venta estimados! La aplicación de la Universal Administración
de la renta del tabaco en toda España, el primero de septiembre de 1731, incluirá sin
matices los espacios territoriales de Canarias y Navarra, donde la administración
directa es una realidad desde años atrás.
59. Pulido Bueno, 1998; Pérez Fernández-Turégano, 2006; Dubet, 2012.
60. Canga Argüelles, 1834, II, 113–116.
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Uniformidad fiscal versus territorios privilegiados en la España del siglo XVIII 
III. La opinión, por último, explícitamente expresada por el ministro sobre las
rentas provinciales habla por sí sola: «pues si bien las provinciales tienen fundadas
reglas para su manejo y dirección, adolecen tanto en [la dirección] como en su recaudación de abusos gravosos a los pueblos y a VM no favorables en la práctica de los
abonos, que disminuyen los productos en beneficio de los arrendadores, en conducciones, reducciones e intereses que causan considerables mermas al erario»61. Ni el
concepto tributario, ni el sistema de recaudación, ni el sistema de dirección son del
agrado de Patiño. Su financiación a partir de impuestos locales resulta susceptible de
generar todo tipo de exenciones favorables a los privilegiados; los arrendamientos
benefician a los grupos de comerciantes y financieros participantes en las pujas; el
aumento de la presión fiscal no se traduce, en definitiva, en ventajas seguras para
el Real Erario sino en beneficios probables para las élites locales o comerciales. Para
proceder a ejecutar la reforma de ciertas bases fiscales, mucho más en esta coyuntura histórica, hace falta un convencimiento en el modelo a aplicar mucho mayor
que el expuesto. No puede extrañarnos en consecuencia que Patiño permitiera e
incluso fomentara la continuidad inalterada de la situación preexistente en Navarra
y Canarias en relación con la ausencia definitiva de rentas provinciales. También
nos permite explicar la circunstancia de que las escasas novedades introducidas en
la ejecución de los servicios de Cortes o en la organización del comercio con Indias
manifiesten, en todo caso, cierta tendencia a la supresión de los privilegios de estas
élites locales y comerciales.
Las iniciativas de Patiño no son originales y se encuentran en buena medida
adaptadas de las sus predecesores, pero fue capaz de estructurar un programa de
reconstrucción política y económica cuyas orientaciones sirvieron para su propio
momento histórico y se mantuvieron en buena medida durante los años siguientes62.
El nombramiento de José Campillo en 1741 pero, sobre todo, el ascenso en mayo de
1743 del marqués de la Ensenada a los más altos cargos de gobierno de la Monarquía,
simbolizan la continuidad de la línea política trazada y defendida por Patiño. Tan
solo hubo una modificación, aunque trascendente, sobre el modelo expuesto en la
Memoria de Patiño: la introducción de la administración directa en el gobierno de
las rentas generales, incluyendo tanto a Canarias en 1740 como a Navarra en 1749,
con la integración de sus respectivos resguardos. Ensenada tendría en mente, sin
duda, el éxito relativo obtenido con la introducción de la administración directa del
tabaco y pensaría sin duda que la exacción de derechos aduaneros se encontraba
lo bastante consolidada como para generar los necesarios ingresos a través de su
administración directa, beneficiándose así de la posibilidad de aplicar una política comercial coherente en todo el mercado nacional63. Los resultados prácticos se
ajustaron básicamente a lo esperado, al menos hasta los últimos años del siglo.
Alberoni, Patiño y Ensenada habían contribuido a diseñar el camino para reformar aquello que se consideraba imprescindible modificar, incluso en territorios
que conservaban sus privilegios históricos tras haber apoyado la causa de Felipe V.
61. Canga Argüelles, 1834, II, 113.
62. Pulido Bueno, 1998, 345–350.
63. Gómez Urdánez, 177–220.
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Sergio Solbes Ferri
Los poderes locales tuvieron que aceptar a regañadientes cambios que modificaban
sustancialmente prácticas habituales propias de siglos anteriores —libre comercio
o control autónomo de la recaudación— porque a cambio les permitía conservar
amplios espacios de poder —gestión de las transferencias pecuniarias a la Diputación foral o la continuación del permiso de navegación a Indias. El caso es que
todas las partes podían sentirse relativamente satisfechas. Es ésta una vía de negociación, que excluye la imposición del derecho de conquista y cualquier alternativa de carácter coercitivo, poco estudiada por una historiografía tradicionalmente
concentrada en la espectacularidad de imposiciones forzadas como las aragonesas
o los propósitos de la Única Contribución. Pero sus resultados, sin duda, fueron
óptimos y destinados a perdurar con el tiempo.
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EL NÚCLEO Y EL ENTORNO:
LA REAL HACIENDA EN EL SIGLO XVIII
THE NUCLEUS AND THE ENVIRONMENT: THE ROYAL
TREASURY IN THE EIGHTEENTH CENTURY
Jean Pierre Dedieu1
Recibido: 25/03/2014 · Aceptado: 27/05/2014
http://dx.doi.org/10.5944/etfiv.27.2014.13705
Resumen
La Real Hacienda española del siglo XVIII se caracteriza por una falta de flexibilidad
que impide su adecuación a las necesidades cambiantes del momento. No procede
ésta ni de una falta de conocimientos técnicos, ni de una supuesta timidez de los
dirigentes, sino del hecho de que los condicionantes materiales y cognitivos que
conforman en aquel momento el funcionamiento de todas las haciendas estatales
europeas imponen estrechos límites al desenvolvimiento de las mismas, a menos
de insertar el núcleo institucional propio de la administración de Hacienda en un
contexto político que garantice una colaboración sin reserva de las clases pudientes
del reino, dando por esta vía flexibilidad al conjunto. Lo consiguió Inglaterra. Imitarla implicaba desechar el modelo absolutista que los Borbones querían imponer.
Las reformas de la Real Hacienda de principios de siglo, fueron un acierto técnico;
pero al reducir la participación de las élites del reino en el sistema, hicieron aún
más difícil la solución del dilema.
Palabras clave
Real Hacienda; España; siglo XVIII; Administración
Abstract
The most characteristic feature of Spain’s eighteenth century Real Hacienda was an
inflexibility that prevented it from keeping up with changing needs. This inflexibility did not stem from a lack of technical knowledge or supposed timidity of the
leaders but rather the material and cognitive constraints impinging on all Europe’s
public finance systems at that time. This hobbled them unless they managed to
strike up some sort of working relationship of unreserved collaboration with the
powerful classes and thus imbue the whole set-up with flexibility. England managed
to do so. Emulating this model would imply eschewing the absolutist model that
the Bourbons wished to impose. The early-century reforms of the Real Hacienda
1. CNRS / Framespa / IAO-ENS Lyon.
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were a shrewd step, but trimming the participation of the elites of the realm made
the dilemma even more difficult to solve.
Keywords
Real Hacienda; Spain; Eighteenth Century; Administration
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El núcleo y el entorno: la Real Hacienda en el siglo XVIII 
0. INTRODUCCIÓN
A primera vista, conocemos bien la Real Hacienda española del siglo XVIII2. Tenemos,
desde antiguo, una idea razonable, aunque mejorable, del monto y de la evolución
de sus ingresos3 y de su nivel de endeudamiento4. Tenemos, desde hace poco, un
conocimiento correcto de las principales reformas que sufrió5. Varios estudios van
desvelando la historia de cada una de las «rentas reales» que alimentaban sus arcas6, así como la de otras vías de financiación improvisadas para hacer frente a las
urgencias crónicas del Tesoro7. Muchos detalles del aparato institucional quedan,
por su aspecto técnico, reservados a un puñado de especialistas pero, merced a la
movilización reciente de fuentes excepcionales8, están en vía de aclaración, devolviendo a fenómenos hace poco sino ignorados, o por lo menos infravalorados, su
debido protagonismo9. Los adelantos recientes de nuestro conocimiento de la Real
Hacienda del siglo XVII permiten poner su historia en el XVIII en su debido contexto nacional10 e internacional11. Y sin embargo, me atrevo a decir que entendemos
poco de lo que importa de verdad.
Podemos describir fenómenos que ocurrieron en el núcleo institucional de los
organismos que componen el sector administrativo titulado Real Hacienda, el que
figura en las «Guías» del mismo nombre que se publican en la época y en los papeles
de la Secretaría del despacho correspondiente12. Mal vemos qué procesos relacionan estos datos técnicos, especialmente los que recientemente se pusieron sobre el
tapete, con otros aspectos de la historia de conjunto de la Monarquía. Tenemos un
conocimiento técnico. Nos falta un conocimiento político. Algo intuimos, desde
luego. Bien entendemos que las reformas fiscales de la Nueva planta no se pueden
aprehender fuera del contexto global del momento; que las reformas de 1712–1718,
tan fundamentales en la configuración futura de la Real Hacienda, tuvieron repercusiones políticas graves. Hace tiempo que vemos en el fracaso del Catastro de la
Ensenada13, en el fracaso de las tentativas de crear un banco nacional14, en el éxito
de los vales reales15, indicadores de las relaciones de poder entre el rey y el reino, y
que leemos el hundimiento final de la Real Hacienda como un síntoma y una causa
a la vez del divorcio entre el rey y el reino que llevó a la catástrofe de 180816. Pero
2. Abreviaturas utilizadas: Archivo General de Simancas: AGS, Secretaría y Superintendencia de Hacienda: SSH
y Obra de Ripia & Gallard, con el año de la edición manejada: RG-año.
3. Cuenca, 1981; Pieper, 1992; Fernández Albaladejo, 1977.
4. Tedde de Lorca, 1987.
5. Dedieu & Ruiz Rodríguez, 1994; Dubet, 2008a y 2011a; Torres Sánchez, 2012.
6. García-Cuenca Ariati, 1986 y 1994; Mugartegui, 1990; Rodríguez Gordillo, 2000; Zafra Oteyza, 1991.
7. Torres Sánchez, 2013.
8. RG-1795.
9. Dubet, 2008b y 2011b; Torres Sánchez, 2012 y 2013.
10. Castro, 2004; Dedieu, 2000.
11. Jurado Sánchez, 2008; Torres Sánchez, 2009.
12. Torres Sánchez, 2013.
13. Camarero Bullón, 2007; Matilla Tascón, 1947.
14. Tedde de Lorca, 1988; Torres Sánchez, 2012.
15. Herr, 1989.
16. Artola Renedo, 2013.
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Jean Pierre Dedieu
falta todavía explorar, a pesar de tentativas meritorias pero parciales17, la articulación
entre ambos aspectos, o sea cuáles son los mecanismos propios de la Real Hacienda
que enlazan ésta con el sistema político en el que se desenvuelve.
El presente trabajo pretende contribuir a aclarar este punto, describiendo los factores técnicos que relacionan el núcleo central, técnico, duro, de la Real Hacienda,
con el contexto político, que lo condiciona y que transforma a su vez la configuración institucional de la Real Hacienda. Apuntaremos, brevemente, un conjunto de
fenómenos que, bien se sitúan en la periferia del núcleo y constituyen el interfaz
entre éste y el entorno social, son comunes a ambos mundos y al vertebrarlos, contribuyen a su articulación. No hay que esperar de las páginas que siguen novedades
en cuanto a hechos factuales, sino tal vez una articulación distinta de los mismos
que dé del conjunto una imagen algo más coherente.
1. LA PARADOJA
La problemática del presente trabajo surgió de la redacción de una síntesis sobre
la Real Hacienda que emprendimos a petición de los estudiantes del seminario de
Historia moderna de la Universidad Complutense. Al tener que exponer la evolución del sistema de financiamiento de la Monarquía en el siglo XVIII, caímos en la
cuenta de que el fracaso que la historiografía unánime le atribuye resultaba inexplicable a la vista de las ecuaciones con las que íbamos sintetizando su evolución
institucional.
Tomando una visión global del fenómeno, en efecto, la ecuación fiscal de España
a fines del siglo XVII es la siguiente:
[1] P = Pr + Ps + Pm + Pf + Pe
Desarrollando Pr, obtenemos:
[2] Pr = E(V + I + G + Msal + Mtab + Fe + Fi + ΔOe)
Así que:
[3] P = E (V + I + G + Msal + Mtab + Fe + Fi + ΔOe) + Ps + Pm + Pf + Pe
Lo que equivale a:
[4] Pr = E (V + I + G + Msal + Mtab + Fe + Fi + ΔOe) = P − Ps − Pm − Pf − Pe
En las que:
17. Torres Sánchez, 2012 y 2013.
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El núcleo y el entorno: la Real Hacienda en el siglo XVIII 
E
Fe
Fi
G
I
Msal
Mtab
P
Pr
Ps
Pm
Pf
Pe
V
ΔOe
eficacia de la gestión de la Real Hacienda
contribución eclesiástica a la fiscalidad real (tercias, cruzada y similares)
contribución de la hacienda indiana
impuestos sobre la circulación de mercancías
conjunto de los impuestos encabezados
monopolio de la sal
monopolio del tabaco
producto fiscal total
ingresos netos de la monarquía
producto de la fiscalidad señorial
producto de la fiscalidad municipal
producto de la fiscalidad foral
producto de la fiscalidad eclesiástica
producto de la dialéctica gracia/mérito, venalidad incluida
variación del endeudamiento de la Hacienda Real en España.
En negrillas figuran las variables que el Estado no puede modificar (en términos
económicos: las variables inelásticas)18; en itálicas las variables cuyo producto depende enteramente del volumen de los flujos económicos sobre los que descansan,
en las que la política real incide poco de todos modos, ya que no se pueden subir
los tipos sino de forma marginal sin desencadenar un mecanismo de rendimientos
decrecientes.
Se ve que al rey sólo le quedan tres factores sobre los que actuar:
A.Una expansión hacia adentro, aumentando su propia fiscalidad, a) incrementando la eficacia del sistema recaudatorio; b) extrayendo más recursos de los
intercambios mérito/gracia;
B.Una expansión hacia afuera, entrando a saco en fiscalidades ajenas.
C.Le quedan además tres frentes de progresión, en monopolios y derechos sobre mercancías circulantes, pero allí todo depende de factores externos que
se encuentran en gran parte fuera de su alcance.
Las reformas llevadas a cabo por Felipe V entre 1707 y 1718 inciden sobre los
apartados B y Aa y significan:
A.La integración en la Real Hacienda de las haciendas forales más importantes,
así como un notable aumento de su producto por la creación de los equivalentes y la introducción en la Corona de Aragón de otras figuras fiscales típicas
de Castilla;
B.En Castilla, la reorganización de las figuras fiscales principales, con su vertebración en cuatro grandes bloques (rentas provinciales y equivalentes, rentas
18. I, por el hecho de que los encabezamientos difícilmente se pueden tocar de hecho (Torres Sánchez, 2013,
139–238, confirmando la historiografía anterior); ΔO, por la desconfianza de los prestamistas hacia la Monarquía
como consecuencia del valimiento casi absoluto de los juros a fines del siglo XVII (Dedieu, 2012).
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Jean Pierre Dedieu
generales, renta de la sal y renta del tabaco) estructurados según la forma en
que se cobran;
C.La creación de un aparato cobrador estructurado en cuatro administraciones,
cada una especializada en una de las rentas principales, organizadas según
líneas similares, homogéneas, claramente jerarquizadas, y exclusivamente
dedicadas al cobro;
D.La creación de una tesorería general como administración especializada en los
pagos, que por primera vez se separan institucionalmente del cobro; tesorería
que centraliza todos los ingresos, lo que mejora de forma impresionante la
información sobre el estado de la Real Hacienda puesta a disposición de los
órganos ejecutivos de la Monarquía y, por lo tanto, la calidad de su gestión.
La ecuación [3] pasa entonces a leerse:
[3] P = (E + ΔE) (V + I + G+ Msal + Mtab +Fe + Fi + ΔOe + Pf + ΔE(Pf)) + Ps + Pm + Pe
Y la ecuación [4]:
[4] Pr = (E + ΔE) (V + I + G + Msal + Mtab + Fe + Fi + ΔOe + Pf + ΔE(Pf)) = P − Ps − Pm − Pe
La nueva formulación registra estos adelantos organizativos que, a pesar de la
insatisfacción manifestada posteriormente por los propios gestores del sistema19,
nunca se pondrán en tela de juicio, sino que más bien se intentarán perfeccionar.
Lógicamente, el producto fiscal tenía que aumentar. Y aumentó. Pero pronto el
sistema dio pruebas de una notable inelasticidad y los ingresos se estancaron otra
vez (figuras 1 y 2).
El fenómeno es especialmente notable en las rentas cobradas por encabezamiento (rentas provinciales y equivalente), cuanto más si se tiene en cuenta el que
entre 1720 y 1780, la población española creció alrededor de un tercio, y los precios aumentaron en un 50%20. En términos globales, una duplicación del producto
global en aquel período, tal como se produce, compensaría apenas el peso de estos dos factores, dejando de lado los posibles efectos de un aumento del PIB que
quedaría de hecho sin imponerse. O mejor dicho, como lo sugiere el desglose por
rentas, que el crecimiento del PIB asumió buena parte del aumento de los ingresos, quedando los otros dos postergados. El consumo de la sal había tocado techo.
Solo se mantiene el producto de la renta mediante la imposición a los pueblos de
cupos de consumo anual obligatorio, repartiendo el ayuntamiento a los vecinos
las cantidades necesarias para llegar al monto prefijado21. El producto del impuesto aumenta en los últimos años del siglo a base de recargos cada vez más brutales,
culminando con uno de 24 reales la fanega en 1795 —rebajado a 14 reales el año
19. Y las críticas de casi todos los historiadores que se ocuparon del tema, proclives a perder el sentido de las
perspectivas.
20. Reher & Ballesteros, 1993.
21. García Jiménez, 1998.
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El núcleo y el entorno: la Real Hacienda en el siglo XVIII 
Figura 1: Ingresos fiscales anuales de la Monarquía española en España, 1713–1779 (Millones (M)
de rv)
RP
RG
TB
Sal
EQ
CR
Varios
Total
1722
62,1
25
24,3
17
26,5
10
15
178,9
1730
57
20,7
34,6
12,4
28
18,8
24,4
195,9
1735
58,2
24
43,7
14,2
28,1
17,2
51,4
208,7
1740
55,9
18,1
41,1
13,9
28
17,6
26,1
200,7
1750
62,6
34,5
61
16,3
27,8
20,2
56,9
279,3
1759
89
61
66
20
35
24
9
304
1774–78
74,2
45,9
79,9
24,2
27,8
34,2
102,9
389,1
1782–92
109
156
78
29
28
36
65
500
1799
137
59
64
56
34
39
73
461
Figura 2: Ingresos fiscales anuales de la Monarquía española en España, 1713–1799 (M rv).
Índices sobre la base 100 de 1722
RP
RG
TB
Sal
EQ
CR
Varios
Total
1722
100
100
100
100
100
100
100
100
1730
92
83
142
73
106
188
163
110
1735
94
96
180
84
106
172
343
117
1740
90
72
169
82
106
176
174
112
1750
101
138
251
96
105
202
379
156
1759
143
244
272
118
132
240
60
170
1774–78
119
184
329
142
105
342
686
217
1782–92
176
624
321
171
106
360
433
279
1799
221
236
263
329
128
390
487
258
Leyenda: RP: rentas provinciales; RG: rentas generales; TB: renta del tabaco; Sal: renta de la sal; EQ:
equivalente y rentas reales antiguas de la Corona de Aragón; CR: contribución del clero (tercias, subsidio,
cruzada); Varios: apartados no desglosados: papel sellado, siete rentillas, lanas, lotería, hierbas, sosa,
contribución de los municipios, aposento, penas de cámara, aguardiente donde no se cobraba con las
rentas provinciales, y similares.
Elaboración propia, a partir de: Uztáriz, 1724; AGS SSH leg. 2354, «Noticia del valor líquido que tuvieron
todas las rentas y ramos de la Real Hacienda… desde… 1730 hasta… 1742» (1730–1742); AGS SSH leg. 2354,
«Estado del valor de las rentas de SM correspondientes al año de 1751 con parificación del que tuvieron
en el de 1750» (1750–1751); 1759: Pieper, 1992, 307 y 161 (no desglosamos, al sospechar diferencias en el
desglose de la autora con el resto de nuestra serie). AGS SSH, leg. 293, «Estado de los productos que en un
quinquenio, comprendido desde el año de 1774 hasta el de 1778… han entrado efectivos en la Tesorería
mayor de la guerra…», una vez sacadas las remesas de Indias y las existencias en cajas. Torres Sánchez,
2013, 411–413, da 347M al desglosar de forma distinta los ingresos de Indias. 1782–1799: Cuenca, 1981.
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siguiente— , que puso el precio de la misma en 56 reales, o sea más del doble de lo
que era en 176622. Lo mismo pasa con la renta del tabaco, con el agravante de que
el producto no responde a las subidas del tipo de imposición23. Sólo en los últimos
años del siglo se atrevió la Monarquía a subir los encabezamientos de las rentas
provinciales, con la revisión de 1785 y la sistematización del derecho de puertas en
las capitales; luego con la creación en 1790 de un «derecho de internación» que
recargaba, además de los aranceles de aduana habituales, los productos importados
en su venta final24; por fin con una revisión general de encabezamientos, basada en
una encuesta sistemática de la actividad económica del reino de Castilla, pueblo
por pueblo25. El apartado de productos varios es el que muestra más elasticidad. Se
trata de un sinfín de rentas cortas que, sumadas todas, llegan a representar cantidades apreciables. El escaso monto de cada una, el hecho de que recaigan muchas
de ellas sobre productos de reducido consumo aunque de alto precio, les da una
flexibilidad que no tienen figuras fiscales mayores, las cuales son políticamente
más sensibles porque afectan al conjunto de la población y cuyos aumentos no se
pueden hacer con toda discreción26. El problema es que no se puede gobernar un
país a base de ingresos menudos.
Mención aparte merecen las rentas generales. Se trata casi exclusivamente en
el siglo XVIII de derechos de aduana sobre el comercio internacional y el comercio
con América. Resulta obvio su peso creciente y su flexibilidad (figura 3). Llegaron
a representar, en los años inmediatamente anteriores al principio de las guerras revolucionarias, un tercio de los ingresos fiscales de España. Elasticidad, rendimiento, posible manipulación en pro de la economía nacional, tienen todas las ventajas
posibles. Sólo les faltaba robustez. Eran muy sensibles a situaciones bélicas, precisamente cuando aumentaban las necesidades del Estado (Cuenca, 1981). En esto se
parecían a las remesas de Indias.
Los gestores de la Real Hacienda eran conscientes del problema. Orientaron sus
esfuerzos principalmente y con acierto, hacia las rentas provinciales, que aparecen
como la única figura fiscal de suficiente entidad como para sostener la monarquía.
La primera y más ambiciosa tentativa de revisión, conocida como Catastro de La
Ensenada, aunque oficialmente llamada Única contribución (1749–1776) y de la que
se hablaba desde 1732, fue efectivamente lanzada en 1749, aparcada en 1757, pero no
se renunció oficialmente a ella hasta 1776 (Matilla, 1947; Camarero Bullón, 2007).
La segunda, la tentativa de nueva planta y revisión de encabezamientos de rentas
provinciales de 1785–1786, sistematizaba los derechos de puertas como método de
percepción (RG1805/I, 282–317). Tuvo cierto éxito, aunque no significó la revolución
que esperaban sus promotores. Así que uno de los rasgos más característicos de la
Real Hacienda del siglo XVIII, anotado por la historiografía, reside de hecho en su
incapacidad a reformarse; como si los profundos cambios institucionales que sufrió
22. RG-1805, VII, 61 y García Jiménez, 1998, 57.
23. Rodríguez Gordillo, 2000.
24. RG-1832, III, 17.
25. RG-1805, II, 131.
26. Principio bien conocido de las ciencias fiscales.
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El núcleo y el entorno: la Real Hacienda en el siglo XVIII 
a principios de siglo la hubiesen anquilosado. Este rasgo persistirá en el siglo XIX.
El sistema sufrirá entonces grandes cambios aparentes, con la agregación al fisco
real de la fiscalidad señorial y eclesiástica; sin embargo, seguirá en el fondo igual
hasta principios del siglo XX27. Parece como si fuera más fácil reformar el sistema
político entero de la nación que no la administración de hacienda. ¿Por qué?
Figura 3: Ingresos fiscales anuales de la Monarquía española en España, 1713–1799 (M rv).
Porcentajes de cada apartado en el total de ingresos anuales.
RP
RG
TB
Sal
EQ
CR
Varios
Total
1722
35%
14%
14%
10%
15%
6%
8%
100%
1730
29%
11%
18%
6%
14%
10%
12%
100%
1735
28%
11%
21%
7%
13%
8%
25%
100%
1740
28%
9%
20%
7%
14%
9%
13%
100%
1750
22%
12%
22%
6%
10%
7%
20%
100%
1774–78
19%
12%
21%
6%
7%
9%
26%
100%
1782–92
22%
31%
16%
6%
6%
7%
13%
100%
1799
30%
13%
14%
12%
7%
8%
16%
100%
2. EL NÚCLEO Y LA PERIFERIA. LA ADMINISTRACIÓN
DE HACIENDA Y SUS AUXILIARES
La solución a esta paradoja se encuentra en el hecho de que la administración de
hacienda sólo constituye una parte del sistema fiscal que alimenta la vida del Estado. Depende, por un lado, de condicionantes técnicos que le imponen reglas de
funcionamiento y limitaciones insuperables. Depende por otra parte de sistemas
auxiliares que vertebran sus relaciones con la sociedad, sistemas auxiliares cuya
existencia se deriva de los propios condicionamientos técnicos arriba mencionados.
La meta a alcanzar es un equilibrio óptimo dentro de estas coordenadas; equilibrio
que no puede ser el del núcleo del sistema sólo, sino del núcleo con todos los sistemas auxiliares en los que se tiene que apoyar. Defenderemos la hipótesis de que
reformas racionalizadoras del núcleo, como las que se dieron en el siglo XVIII español, pudieron tener, y tuvieron en efecto, repercusiones negativas sobre las relaciones del mismo con los aparatos auxiliares, debilitando la globalidad del sistema.
27. Los textos de la Reforma de Mon, publicados por Francisco Comín (Comín Comín, 1988), reproducen en
efecto los reglamentos de la reforma de 1785, y no constituyen la revolución hacendística que muchos se empeñan
en ver en ellos.
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2.1. LOS FACTORES CONDICIONANTES
2.1.1. La obligación fiscal
La obligación fiscal, tal como se conocía en el Antiguo Régimen, tenía las características siguientes:
ˆˆ No era exclusiva del Estado, sino que beneficiaba a todos los organismos rectores de la sociedad, Estado, municipio, Iglesia y señorío.
Correlato del punto anterior: los rectores de la sociedad —la Iglesia y la nobleza— no pagaban teóricamente el impuesto real ya que por su trabajo diario
contribuían a tareas de gobierno similares a las que perseguía el rey.
ˆˆ El impuesto nuevo tenía que ser consentido por los contribuyentes. El impuesto ya transformado en costumbre por el tiempo pasaba a ser propiedad
de quien lo cobraba28.
Correlato del punto anterior, el sistema fiscal real quedaba de hecho congelado a menos que el rey aceptara la reunión de Cortes con verdadero poder
de negociación fiscal. Lo que no se dio de la muerte de Felipe IV en adelante.
ˆˆ Impuestos nuevos se podían crear por derecho de conquista a raíz de una
rebelión, como ocurrió con la Nueva Planta. Pero implicaba una guerra civil
previa. Un alto precio, y un resultado incierto. Se podían imponer también
como medidas provisionales para hacer frente a urgencias que amenazaban
la colectividad, con la condición de no perpetuarse. La única tentativa de
mantener a largo plazo un aumento autoritario significativo de la presión
fiscal terminó en el golpe de estado de 1808.
ˆˆ Una vez que el gobernante había cobrado el dinero, éste era suyo y lo podía
gastar como quería. El consentimiento del contribuyente concernía el impuesto, de ninguna forma el uso del dinero, a pesar de tentativas de las Cortes
en los siglos XVI y XVII para imponer cierto control al respecto.
→→ Consecuentemente, existía una fuerte desconfianza del reino hacia sus
dirigentes, que sospechaba (con razón) de alegrías gastadoras para fines
puramente dinásticos.
→→ Consecuentemente también, las cifras del gasto tendían a ser un dato
estratégico de primera importancia en política interior, y como tal no se
tenían que divulgar.
→→ Por fin, el gasto tendía siempre a ser superior a los ingresos, ya que ningún
organismo controlaba la generación de deuda pública y que tal generación
apenas tenía consecuencias para el gobernante29. El sistema de financiación del Estado tendía a funcionar en tensión, cuando no en sobretensión,
sin reservas apreciables.
28. Este punto no plantea el menor problema para los teóricos del Estado desde fines de la Edad media hasta el
siglo XIX, por lo menos los que no escriben en un sentido puramente absolutista, que siempre representaron una corriente de opinión minoritaria. Quod omnes tangit, ab omnibus tractari et approbari debet. Es la base de las relaciones
entre el rey y las cortes en todo el siglo XVI y el XVII, y hasta 1834 siguieron las ciudades de Cortes aprobando cada
seis años la renovación de los millones (Lorenzana Puente, 2010, II, 21).
29. Dedieu, 2014.
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El núcleo y el entorno: la Real Hacienda en el siglo XVIII 
Figura 4: Catastro de La Ensenada. Estado del pueblo de Grandas
AGS, DGR, I, leg. 1889. Agradecemos a Laura Borragan, doctoranda de la Universidad Pablo de Olavide, la
comunicación de este documento. Su tesis versará precisamente sobre los condicionamientos técnicos y
sociales que presidieron a la elaboración del Catastro de La Ensenada.
2.1.2. La falta de información sobre dónde para la riqueza
La ausencia de contabilidad de empresa —por lo menos de contabilidad públicamente disponible—, la ausencia de catastro, hacen que la información sobre la ubicación de la riqueza no transcienda del ámbito local. Para los técnicos de hacienda
de la época, éste era un punto fundamental, el primero en su lista de prioridades.
De disponer la administración de la información detallada que perseguía, no
parece claro si la hubiese aprovechado, a falta de las técnicas de síntesis necesarias. Véase por ejemplo el estado del pueblo de Grandas, en Asturias (figura 4),
elaborado para el Catastro de la Ensenada, del que su autor era lo suficientemente
orgulloso como para mandarlo a sus jefes pidiendo un plus de calidad. Bonito por
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cierto. Aprovechable, no. Lo mismo se puede decir de otros documentos, todavía
más espectaculares bajo este punto de vista, tal el resumen de la provincia de León
preparado por la administración del Catastro30. Los agentes de la administración
de Hacienda del siglo XVIII no saben sintetizar. Para ellos, dar una visión global significa yuxtaponer la información referente a cada una de las entidades interesadas,
reduciendo el tamaño de la letra y apretando todo lo que puedan para que el ojo lo
pueda abarcar todo de una sola mirada; para luego proceder a analizar los datos,
caso por caso.
ˆˆ Todo ello hace que la gama de las posibles figuras fiscales sea limitada a las
que no exigen un conocimiento detallado previo de la situación, es decir a la
lista siguiente: a) la contribución voluntaria a cambio de un favor personal,
que puede o no formalizarse en venta; b) la imposición por encabezamiento,
negociada con el contribuyente, o mejor todavía, un colectivo de contribuyentes; c) el monopolio y la venta a través de una red de estanqueros; d) la
imposición de mercancías circulantes en puntos de paso obligado.
ˆˆ Con la circunstancia de que, aún para cobrar de una cualquiera de estas formas, la Real Hacienda necesita intermediarios en posesión de cierto volumen
de información local.
2.1.3. El peso agobiante de la distancia
Debido a la distancia, la Monarquía hispánica, tenía de hecho dos sistemas de hacienda, el uno en Europa, el otro en América. Se Comunicaban por muchos canales
—y no sólo por las remesas de Indias a Sevilla— pero funcionaban por separado y
difícilmente se podían movilizar conjuntamente los recursos de ambos, hasta los
últimos años del siglo XVIII, como veremos. El problema era tanto más agobiante
cuanto que América proporcionaba recursos equivalentes a los de los territorios
europeos y que la Monarquía, al sentir unánime de los políticos de toda Europa y
de buena parte de sus dirigentes, no existía como gran potencia sino porque poseía
América. El problema no escapó a la atención de los historiadores, pero nunca, que
sepamos, se abordó, como se merece, bajo el ángulo fiscal: no existe ninguna historia de la Real hacienda que abarque la Monarquía del siglo XVIII como un todo,
Indias incluidas en pie de igualdad con España, y que trate las remesas de Indias
como un flujo interno, no como una aportación externa. Es un silencio asombroso.
De forma más sutil, la distancia incidía de forma notable sobre la organización
de la Real Hacienda en Europa. El problema consistía en mantener irrigado por un
flujo constante de numerario el sistema de tesorerías que, repartidas a lo largo de
la geografía nacional, efectuaban los pagos. Era tarea punto menos que imposible
en ausencia de reservas numerarias estratégicas. Tornaba inevitables los atrasos
30. AGS, DGR, I, leg. 1889.
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El núcleo y el entorno: la Real Hacienda en el siglo XVIII 
puntuales en los pagos, aún en momentos en que la Real Hacienda, en su globalidad, no carecía de fondos.
ˆˆ Para solventar la dificultad, se crearon instrumentos de crédito para uso de
la Real Hacienda, algunos basados en desvirtuar instrumentos de control del
movimiento de fondos —como las cartas de pago.
ˆˆ Surgió alrededor de la Real Hacienda de un grupo de financieros que gravitaban alrededor de la misma y traficaban con su papel de caja.
ˆˆ Y se generó deuda pública por la vía de estos instrumentos de crédito31.
2.1.4. Contribuciones extra-fiscales
Los impuestos caracterizados como figuras fiscales sólo representaban una parte
de los recursos que el gobernante podía levar de sus vasallos o súbditos. El rey ingresaba, en metálico, en especies y en servicios hechos, mucho más de lo que manejaba oficialmente la Real hacienda. El hecho es notorio en los sistemas políticos
clasificados como feudales. Todos los estudios recientes subrayan la importancia
fundamental que tenía este elemento contributivo en el funcionamiento de los sistemas de gobierno también en la época moderna. Los historiadores de la Monarquía española estuvieron entre los primeros en tomar consciencia este fenómeno32.
Podemos clasificar las contribuciones extra-fiscales en dos apartados:
ˆˆ Las contribuciones en especies derivadas de obligaciones vinculantes que
pesaban sobre los vasallos. Por ejemplo, el deber de defensa. Todo habitante
tenía que participar cuando un peligro amenazaba su comunidad, con sus
bienes y con su persona. En nombre de esta obligación, los Estados contemporáneos impusieron hasta en época reciente servicios militares de entidad
a sus ciudadanos. En nombre de esta obligación la Monarquía del siglo XVIII,
por su parte, creó, tanto en España como en Indias, un impresionante servicio
de milicias, que desempeño un papel fundamental en las guerras revolucionarias y de la independencia. Estas obligaciones proporcionaban al Estado
no sólo material humano, sino igualmente equipamientos, bienes y servicios
organizativos que corrían a cargo de particulares y de comunidades locales.
Bajo el mismo concepto se tienen que clasificar la participación en el trabajo
de la administración fiscal de los magistrados municipales que repartían y
colectaban en España las rentas provinciales, o el trabajo de los tolderos de
la renta de la sal, que distribuían el producto al por menor33. Estas contribuciones extra-fiscales se caracterizaban por su flexibilidad, su capacidad de
movilización rápida, cuando no instantánea. La administración real no podía
31. Dedieu, 2014.
32. Thompson, 1976; en último lugar Torres Ssánchez, 2013, 29–130, que muestra la pervivencia del hecho
en siglo XVIII.
33. García Jiménez, 1998.
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proporcionarles más que un marco institucional general. La preparación y
puesta en obra de estos recursos corrían a cargo de las autoridades locales.
ˆˆ Las contribuciones extra-fiscales pro merito. El sistema político descansaba
en el intercambio de méritos adquiridos por el súbdito, a cambio de mercedes graciosamente concedidas por el superior. La posición social del súbdito
dependía en gran parte de tales mercedes. Buena parte de la influencia del
superior se derivaba de los recursos que los súbditos ponían a su disposición
para adquirir méritos34. Las relaciones de méritos están llenas de indicaciones sobre tales contribuciones. Contabilizan como méritos deberes que hoy
en día consideraríamos como pura obligación. Pero también hablan de una
inmensa cantidad de servicios extraordinarios, que no se fundamentaban en
ninguna obligación, pero que aportaban al monarca recursos a los que la vía
ordinaria institucional no le daba título alguno.
→→ Correlativamente, la venalidad se puede interpretar como un paso al límite de la dialéctica de la gracia y del mérito, en el que el intercambio
toma la forma de un contrato que explicita lo que en la práctica habitual
permanecía implícito.
2.2. LOS SISTEMAS AUXILIARES
2.2.1. Financieros
Los sistemas auxiliares financieros eran imprescindibles en tres sentidos para el
funcionamiento de la Real Hacienda.
Primero, para la financiación de la actividad diaria de la institución. Como vimos, la distancia planteaba un problema de alimentación de las oficinas terminales
locales de pago. Como vimos también, éstas funcionaban de forma estructural en
tensión. Tanto la transferencia de los fondos necesarios como la creación de los
instrumentos de crédito negociables necesarios para hacer frente a los inevitables
incidentes de pago, a la fuerza tenían que descansar sobre un tejido de relaciones
de negocios basadas en la confianza, entre profesionales acostumbrados a trabajar
juntos. Podían ser agentes de la Real Hacienda a la par que empresarios, o puros
empresarios trabajando desde fuera con papel del Estado. Crear un banco de Estado que asumiera, de un lado, las técnicas y prácticas de la instituciones financieras
privadas poniéndolas, de otro lado, al servicio de la Real Hacienda hubiera sido la
única forma de prescindir de ellos, o a lo menos de limitar su influencia.
Segundo, para la financiación del déficit a largo plazo de la Real Hacienda. Las
necesidades de financiamiento para garantizar la fluidez de la caja eran una cosa.
Las necesidades de financiamiento a medio plazo para hacer frente a variaciones
imprevistas del gasto eran otra. Administrar un Estado significa hacer frente a lo
imprevisible: una guerra, una hambruna que necesita subvencionar la compra de
34. Dedieu, 2010b.
174
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El núcleo y el entorno: la Real Hacienda en el siglo XVIII 
granos, y otros imponderables por el estilo. Sin reservas, hay que recurrir al mercado financiero. Aquí también se necesita un intermediario bancario. O bien se tiene
un banco de Estado, o bien la Hacienda se tiene que apoyar en bancos privados, de
mayor calado que los anteriores por la magnitud de las operaciones en juego.
Tercero, para asientos y arrendamientos. Un Estado puede gestionar la recolección del impuesto bien en administración directa, bien en arrendamiento. Puede
administrar directamente los servicios que proporcionan los recursos (bienes y servicios) que el ejército, la marina o las administraciones necesitan para su funcionamiento diario, o puede contratar empresas que le abastecen conforme los términos
de un contrato, como si de una institución privada se tratara. Ninguno de los dos
sistemas tiene ventajas tales que permita descartar absolutamente al otro. Todo es
cuestión de circunstancias. Las contratas estatales suelen ser altamente especializadas y exigentes en cuanto a volumen y flexibilidad. Las empresas que de ellas
se hacen cargo tienen que ser empresas —o asociaciones de empresas— grandes y
que dispongan de una extensa red de agentes.
2.2.2. Informantes y cobradores locales
Eran imprescindibles para el funcionamiento de la Real Hacienda determinados
grupos que a nivel local le sirvieran de auxiliares, tanto para la extracción material de la contribución del contribuyente de a pie, como para la transmisión de la
información necesaria a la determinación de la misma. Debían tener las características siguientes:
ˆˆ Un buen nivel de información, ya que una de sus funciones principales consistía en el reparto de las contribuciones entre los miembros de su comunidad
y, en su caso, la negociación de encabezamientos con las autoridades fiscales.
ˆˆ Una posición de autoridad dentro de su comunidad, condición esencial para
adquirir la información necesaria, para extraer la imposición y para comprometer a la comunidad en los convenios que pactaban con la superioridad. En
muchos casos, aunque no en todos, ocupaban puestos de mando en las instancias de gobierno locales, especialmente municipales.
ˆˆ Relaciones fluidas con las instancias superiores con las cuales negociaban. En
la mayoría de los casos se insertaban en redes de influencia que subían hasta la corte, aunque ellos mismos tuvieran un ámbito de influencia personal
geográficamente más reducido35.
ˆˆ Una fuerte implicación en la dinámica social y política local, que les facilitara la
búsqueda de apoyos de alto nivel para preservar o mejorar su posición, aporte
que justificase la inversión de tiempo y dinero en tareas de intermediación.
35. Burgos Esteban, 1994, 162–170.
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2.2.3. «Buscamercedes»
Eran personas que no basaban su relación con la Real Hacienda en posición institucional alguna (aunque podían detentarla por otra parte), sino en el intercambio
mercedes/gracia de que hablamos en el punto 2.1.4.
No eran estrictamente imprescindibles, pero hacían más fácil el funcionamiento
del aparato hacendístico al proporcionar recursos extra que engrasaban la mecánica, no sólo en términos de contribución monetaria sino también prestando a la
acción del ente cobrador el peso de su autoridad social, y al ser, por otra parte, el
vivero donde se reclutaba buena parte de los informantes y cobradores voluntarios.
Su relación con el aparato de la Real Hacienda se fundamentaba en el intercambio de elementos que, por su esencia, no se pueden definir como instituciones jurídicamente perfiladas y que se derivan del ejercicio absoluto del poder soberano.
Su relación la entablan pues con el elemento del aparato de gobierno que asume el
ejercicio de la soberanía.
ˆˆ Entregaban directamente los recursos que aportaban al soberano, proporcionando a éste recursos independientes de la voluntad del reino, recursos
que daban al rey, frente al reino, un margen de libertad del que sin ellos no
dispusiera.
Esta relación, por su carácter no jurídico, era por definición lábil y altamente afectiva.
El volumen de los recursos que aportaron difícilmente se puede medir, ya que
sólo en parte se concretaba en aportaciones monetarias y que éstas, cuando tenían
lugar, pocas veces se contabilizaban rigurosamente36, ya que socialmente importaba
en este tipo de relaciones «que no [sonara] el dinero»37. Todo indica sin embargo que
fue un elemento capital, no sólo por el volumen de su aportación directa, sino por
el efecto palanca que tenía su movilización al desencadenar otras contribuciones38.
La historiografía actual recalca que los «buscamercedes» eran tan imprescindibles
a cualquier acción del Estado, entre ellas la leva del impuesto, como el aire a los
seres humanos.
2.3. PERSIGUIENDO UNA IMPOSIBLE OPTIMIZACIÓN,
UNA BREVE CRONOLOGÍA
2.3.1. El equilibrio descentralizado del siglo XVII
En el siglo XVII, el sistema de financiamiento de la Monarquía en Europa había logrado un punto de equilibrio bastante aceptable. Descansaba sobre:
36. Torres Sánchez, 2013, 29–130.
37. Andújar Castillo, 2004.
38. Thompson, 1997.
176
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El núcleo y el entorno: la Real Hacienda en el siglo XVIII 
ˆˆ Una descentralización masiva de la gestión del aparato administrativo. Cada
reino tenía su hacienda propia, conforme a su constitución política propia.
Los fondos se administraban, tanto en cuanto ingresos como a pagos, sobre
una base local. Centenares de cajas particulares iban cobrando los impuestos
pagados en su entorno inmediato, y efectuaban directamente con este dinero los pagos que se les asignaban. Disponían de hecho de una amplia autonomía, que significaba una cuasi libertad para hacer efectivo el pago o no, y
de elegir el momento del mismo. No se les exigían cuentas sino muy de vez
en cuanto. Estaban en gran parte en manos de miembros de las oligarquías
locales, que habían comprado los cargos del rey, bien personalmente, bien a
través de los municipios.
ˆˆ La coordinación entre estos múltiples actores la efectuaban unas cuantas
empresas, algunas de gran tamaño, otras más modestas, especializadas en el
arrendamiento de rentas reales y los asientos de Estado, y a la vez muy activas
en el campo comercial o financiero privado. Ponían al servicio de su actividad
estatal los agentes y contactos que usaban para sus negocios no-estatales.
ˆˆ Los órganos centrales de la Real Hacienda se limitaban a garantizar y dar legalidad a estas operaciones y, en reducida medida, a seleccionar los actores
autorizados para tomar parte en las mismas. Desde su punto de vista el sistema era subóptimo, ya que minoraba fuertemente su capacidad de acción.
Dependía de hecho el gobierno central de la voluntad de los agentes locales
para la obtención efectiva de los recursos necesarios a los fines que le interesaban de verdad, es decir la gran política. Para obviar este inconveniente,
el gobierno real tenía que encontrar recursos propios, independientes de las
figuras fiscales habituales, que no pasaran por el sistema de cobranza y pago
habitual. De ahí el desarrollo del intercambio de mercedes por recursos, a
veces formalizado como venta.
¿Cual era la efectividad del sistema?
ˆˆ Desde el punto de vista del reino, el sistema tenía la ventaja de limitar la presión fiscal efectiva al nivel que deseaban las oligarquías locales, de reforzar los
sistemas locales de poder, de sujetar las instituciones centrales a la voluntad
de tesoreros que eran al mismo tiempo miembros y representantes de las
oligarquías locales.
ˆˆ En cuanto a su eficacia global, difícilmente permitía al Estado llevar a cabo
una gran política. Aún cuando el sistema estuviera bien proveído de fondos,
el Estado no era dueño de ellos. Juntar de antemano una masa de maniobra
financiera para una empresa cualquiera le era de todo punto imposible. El
conjunto tenía sin embargo una gran elasticidad. Cuando el reino se creía
amenazado en sus obras vivas, sabía generar los recursos necesarios para su
defensa. Véase la crisis castellana de los años 1640 o los dos episodios de ocupación de Madrid por los austracistas durante la Guerra de Sucesión.
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2.3.2. El equilibrio centralizado del siglo XVIII
Los Borbones no podían aceptar el equilibrio antiguo, por el concepto que tenían
de la monarquía, bastante más desligado de la oligarquía del reino que el que fomentaban los Austrias de España; porque también se daban probablemente cuenta
de que otros Estados estaban alcanzando niveles de eficacia hacendística superiores
al que proporcionaba el equilibrio descentralizado en términos de movilización de
recursos, y que una revisión del mismo era necesaria para seguir compitiendo en
el espacio internacional.
Consiguieron un primer triunfo, accidental en cierto sentido, al integrar las
haciendas forales de la Corona de Aragón a la hacienda castellana, creando de esta
forma un bloque español único. No llegaron a unificar la Hacienda de la Monarquía,
ya que la de Indias seguía institucionalmente y desde el punto de vista contable desvinculada, pero simplificaron de forma notable el sistema a la par que aumentaron
su rendimiento. En efecto, no fue una pura agregación, sino que la Nueva Planta
revisó en profundidad el sistema fiscal de los territorios interesados, introduciendo
los impuestos castellanos, algunos (el equivalente) en una forma modificada que
anunciaba los planes futuros que tenían para Castilla. Se pudo hacer sin contrapartidas políticas por hallarse estos territorios sujetos al derecho de conquista.
Entre 1713 y 1718 introdujeron los Borbones en el sistema fiscal estatal castellano los cambios más importantes que sufrió éste entre la Edad Media y el siglo XX.
No cambiaron su base, pero procedieron a reformas administrativas que tendían
a aumentar la eficacia global del aparato administrativo y consecuentemente las
cantidades netas puestas efectivamente a disposición del gobierno sin incrementar de forma notable, por lo menos en un primer momento, la extracción fiscal.
La meta consistía en maximizar los recursos disponibles, sin tener que dar nada a
cambio, algo que difícilmente se podía hacer si se introducían nuevos impuestos
(véase 2.1.1.).
Se agruparon bajo un solo concepto, el de rentas provinciales, unos sesenta impuestos anteriormente existentes en Castilla. Se decidió que el monto que tenía
que pagar anualmente cada municipio se negociaría en bloque con un sólo interlocutor, el intendente de la provincia a la que pertenecía el pueblo, y se pagaría en
bloque a un único cobrador, el arrendatario —de mediados de siglo en adelante,
el administrador real— los sesenta y pico impuestos en la provincia, que de ahí en
adelante, se arrendarían —o administrarían— juntos. Sin embargo, las limitaciones políticas imperantes impidieron una verdadera refundición de todos en una
sola figura fiscal. Siguió existiendo cada renta por separado. La novedad era que se
cobraban juntas.
Las rentas reales principales se juntaron en cuatro grandes bloques, según la forma en que se cobraban. Las que se pagaban por encabezamiento, es decir las rentas
provinciales; las que se pagaban por cobro de derechos en puntos de obligado paso
sobre las mercancías circulantes, llamadas rentas generales; el monopolio de la sal;
el monopolio del tabaco. Para cada uno de estos bloques se creó una administración
única, con instancias nacionales, provinciales y locales, en tres niveles claramente jerarquizados; administraciones pobladas por agentes del Estado o por agentes
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El núcleo y el entorno: la Real Hacienda en el siglo XVIII 
de compañías arrendatarias estables, estrechamente controladas en todo caso por
el Estado.
Se estableció la regla de que el aparato cobrador se limitaría a cobrar, y dejaría de
efectuar pagos. Para estos, se creó una administración nueva, la Tesorería general,
con una red de Tesorerías de ejército en las provincias, totalmente centralizada y
totalmente regulada por formalidades contables rígidas y dotadas de mecanismos
de auto reforzamiento, que garantizaban un alto grado de transparencia en sus operaciones. Semejante ordenación permitió reconocer explícitamente la bancarrota
rampante que la Real Hacienda arrastraba desde 1638 y liquidar sus efectos.
ˆˆ Correlativamente, desaparecieron las oficinas locales, hasta entonces en manos de miembros de las oligarquías locales y dotadas de una gran autonomía,
que actuaban de amortiguadores entre las exigencias fiscales de la del rey y el
contribuyente. Significó una reducción drástica de la complejidad e imprevisibilidad del sistema de pagos, tornándose menos necesaria su regulación
por compañías privadas. Significó la adquisición por los órganos centrales de
la Monarquía de la posibilidad de manejar a su antojo el producto de los impuestos y consiguiente posibilidad de llevar a cabo una política exterior activa.
ˆˆ Tuvo ello por consecuencia una reducción drástica de los espacios de negociación de la Real Hacienda con sus auxiliares, tanto por la desaparición de
muchos de estos espacios, como por la reorganización y reglamentación de
los que subsistían.
ˆˆ En cuanto a la efectividad de estos cambios, los acontecimientos posteriores
mostraron que el nuevo sistema seguía permaneciendo en un estado subóptimo, aún desde el punto de vista del rey, por su notable inelasticidad. Garantizó al rey la disponibilidad de lo que tenía, y un margen de progresión
limitado al margen de progresión que tenían las rentas reales entonces disponibles. A pesar de notables esfuerzos (Catastro de la Ensenada, reforma fiscal
de Floridablanca en 1785–1786), no consiguió nunca extender el ámbito de
su imposición. Le cerró también al rey muchas de las facilidades de crédito
de que disponían sus antecesores39. No solucionaba para nada el problema
de la integración de América. Los esfuerzos realizados para hacerla rendir
más sólo tuvieron un éxito limitado, ya que chocaron rápidamente con el
aumento de los gastos de administración que generaban y la resistencia de
las poblaciones locales.
2.3.3. La divina sorpresa: la integración de América
Las remesas de América siempre siempre tuvieron un papel fundamental en la
historia financiera de la Monarquía española. Sin embargo, mientras no pasaron
de ser remesas, mientras se impuso la necesidad de transferir materialmente los
39. Dedieu, 2014.
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fondos en metálico a España debido a la ausencia de contra-flujos financieros con
que compensar, mientras la hacienda americana puso a disposición de España no
sus ingresos brutos, sino sus sobrantes netos, lo que hacía que el grueso de ella no
se podía agregar sino parcialmente a la masa de maniobra de la Real hacienda, limitando así de forma drástica su papel estratégico, la Monarquía en su conjunto no
sacó de sus Indias todo el partido fiscal que hubiese representado tener el sistema
americano continuidad con el europeo. La cuestión se volvió tema de vida o muerte
a mediados del siglo XVIII, cuando el auge de Inglaterra (véase abajo) amenazó directamente el imperio. Las reformas emprendidas entonces no dieron, sin embargo,
los resultados fiscales apetecidos40. El problema de la continuidad lo alivió de forma
inesperada el invento de los vales reales. Medida de urgencia, arbitrada para paliar
el bloqueo inglés durante la Guerra de la Independencia de América, eran bonos al
4%, garantizados por los fondos que poseía la Real Hacienda en América, aunque
provisionalmente no tenía acceso a ellos. Era una novedad importante. En el siglo
XVII, nunca se habían dado juros en Europa sobre rentas cobradas en Indias. Por
primera vez, la Real hacienda levantaba dinero en Europa con papel explícitamente
garantizado por sus ingresos americanos en América. Los vales tuvieron una gran
aceptación en el comercio, que necesitaba en aquel momento una inyección monetaria fuerte para paliar los efectos de la crisis provocada por el conflicto. De esta
forma, la Real Hacienda restablecía una relación de confianza con el mundo de los
negocios, uno de sus auxiliares tradicionales, un tanto marginado por las reformas
de principios de siglo.
Esta medida de urgencia, vista en un primer momento como provisional, se
volvió permanente cuando, finalizada la guerra, el comercio pidió que los vales se
mantuvieran. Significaba que, desde entonces, la Real Hacienda podía tirar papel
inmediatamente disponible y aceptado, sobre sus recursos situados donde estuvieran situados, tanto en Indias como en Europa.
Paralelamente, empezaban a dar sus frutos las medidas tomadas unas décadas
antes, que levantaban parte de la pesada tutela estatal sobre el comercio de Indias. El
crecimiento del mismo generó unos ingresos aduaneros impresionantes que explican el salto que da, en aquella época, el producto de las rentas generales (figura 1).
El restablecimiento de la confianza entre la comunidad financiera y la Monarquía
significó también que se le volvieron a abrir las arcas del crédito y que el rey pudo
colocar varios empréstitos en el mercado internacional y nacional, por primera vez
desde la gran bancarrota de Felipe V41.
Quedaba en gran parte solucionado con los vales, de forma flexible, sencilla y
elegante, uno de los problemas recurrentes de la Real Hacienda. Esto le aportó al
rey facilidades de financiación que llevaron a la catástrofe. Las necesidades de la
guerra contra Francia primero, contra Inglaterra después, se financiaron con la
emisión masiva de vales nuevos. Se habían emitido alrededor de 450 millones de
reales al final de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos. Se emitieron
40. Torres Sánchez, 2013, 409–410.
41. Dedieu, 2014.
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prácticamente 1800 millones de reales entre 1794 y 1799. Hubo que encontrar garantías. Los fondos de la Real Hacienda en América eran claramente insuficientes,
de modo que se echó manos de las posesiones de las fundaciones religiosas en Europa (1798), y en América (1804). Con esta medida, se puede afirmar que la integración fiscal de América se volvía plenamente efectiva. Al precio de un coste político
enorme: la medida desequilibró muchos patrimonios de particulares y comunidades americanos, para fines puramente europeos. Fue una de las bases del divorcio
entre ambos hemisferios42.
3. CONCLUSIÓN: EL EQUILIBRIO ÓPTIMO, INGLATERRA
El fracaso de la Real Hacienda española del siglo XVIII es un tema historiográfico de
los más clásicos. Hace falta relativizarlo. No se puede atribuir a un atraso técnico:
desde este punto de vista, la Real Hacienda está a la altura de cualquier institución
extranjera similar. España, por otra parte, no es la única en fracasar. La Monarquía
francesa le hace compañía e incluso se hunde antes, posiblemente por no tener unas
Indias de donde sacar un alivio provisional. Es, por fin, un hundimiento relativo.
El Estado de Carlos III ejerce decentemente sus funciones: invierte en infraestructura, mantiene el orden, da a sus agentes los medios necesarios para administrar
correctamente el país, todo ello sin déficit notable. El hundimiento lo provocaron
las guerras, guerras llevadas en una escala inaudita, por concursar en ellas un competidor equipado con recursos que él solo poseía: Inglaterra.
Inglaterra consiguió en efecto optimizar el aparato financiero del Estado dentro
de las coordenadas que se imponían entonces a todos los reinos por igual. Lo consiguió no tanto a base de reformar la Real Hacienda, como el sistema político que la
sostenía. Los cambios políticos de fines del siglo XVII y su desarrollo en el siglo XVIII
terminaron por entregar de hecho el poder ejecutivo a la oligarquía. Desapareció
así la oposición entre rey y reino, las dos instancias políticas supremas, y con ella
los gastos de intermediación que conllevaba el arreglo permanente del equilibrio
inestable que regía sus relaciones. Ello posibilitó reformas con las que los hacendistas continentales soñaban como metas inalcanzables. Se estableció a mediados de
siglo un sistema eficaz de tasación indirecta, que gravaba un abanico de productos
de semilujo o de lujo (té, maltas, ron, ginebra, azúcar) que afectaban a todas las clases sociales; con procedimientos y formalidades (almacenes vigilados y guías) que,
al hacer a todos los actores de la cadena de distribución responsables del pago del
impuesto, permitían una eficaz represión del contrabando y movilizaban para ello
a las élites locales, en cuyas manos residía la administración territorial. Las sisas
proporcionaban una sólida base de fondo —entre las dos terceras y las tres cuartas
partes de los ingresos en tiempo de paz— y crecían automáticamente al paso del nivel de vida de la población. Manifestaban también una notable elasticidad puntual,
42. Valle Pavón, 2012.
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ya que en caso de urgencia se podían subir los tipos43. La adaptación principal a las
necesidades del momento lo proporcionaba la tasación directa, que afectaba a casi
todos los propietarios por igual, bajo las especies de la land tax concedida al rey
en 1692. Relativamente modesta, implantó sin embargo el principio del impuesto
universal. En caso de necesidad se subían fuertemente los tipos, que se rebajaban
una vez terminada la emergencia. Una magnífica prueba de la capacidad de reacción del sistema inglés y de la universalidad del impuesto que imperaba en el país,
lo proporcionó en 1797 la introducción del income tax, que se fundamentó en una
encuesta sobre el producto nacional bruto y la contribución respectiva de los distintos sectores al mismo, que, merced a la colaboración de todos y al excelente punto
de partida que proporcionaban los archivos de la land tax, se llevó a cabo en menos
de un año, dando a la administración una base de trabajo eficaz44. Resulta de ello
que durante todo el siglo XVIII el nivel de imposición per capita en Inglaterra fue en
términos medios tres veces superior al francés y que, durante las guerras napoleónicas, llegó a serlo cinco veces45. Todo, insistimos, descansaba en la confianza que
sentían las oligarquías inglesas hacia su Estado, en la publicidad de las magnitudes
de la Real Hacienda, y en el control de los electos, es decir del reino, sobre el gasto.
Estas mismas bases sustentaban el sistema de crédito que, bajo los auspicios del
Banco de Inglaterra, garantizaba la capacidad de respuesta de las finanzas estatales
inglesas y fomentaba el ahorro de gastos de intermediación, como mostramos en
otro trabajo46.
Puestas en este contexto, las reformas de la Real Hacienda española toman su
verdadero sentido. Mientras que en Inglaterra las reformas políticas preceden a las
reformas técnicas y condicionan la eficacia de éstas, en España las reformas técnicas se hacen sin tener en cuenta el sistema político. Mientras que en Inglaterra las
reformas técnicas fomentan la confianza y la participación de las clases dirigentes
del país, en España, al reducir el papel de las instituciones auxiliares de la Real Hacienda que éstas dominan, al transformar el cuerpo de hacienda en una tecnocracia
cerrada sobre sí misma, fomentan la desconfianza. El fracaso de la Monarquía española no fue técnico. Fue político. Por no haber entendido, o por no querer entender, que lo político condiciona lo técnico y no a la inversa. Por no querer entender
que no se gobierna un país contra el sentir de sus élites. Dicho de otra forma, por
enfrentarse con el duro hecho de que la situación internacional hacía necesaria la
consecución de un equilibrio optimizado del sistema hacendístico incompatible
con el sistema político vigente.
43. Rule, 1992, 290 ssq.; Basil, 1960.
44. Watson, 1960, 395 ssq.
45. Mathias & O’Brien, 1976; Plessis, 2006.
46. Dedieu, 2014.
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El núcleo y el entorno: la Real Hacienda en el siglo XVIII 
Figura 5: Renta de la sal, 1792. Provincias y cabezas de partido
Figura 6: Renta del tabaco, 1792. Provincias y cabezas de partido
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Figura 7: Rentas generales, 1792. Provincias y cabezas de partido
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TRES MODELOS DE GESTIÓN
DE LAS HACIENDAS PROVINCIALES.
FRANCIA, SIGLOS XVII–XVIII
THREE MODELS OF MANAGEMENT THE PROVINCIAL
FINANCES. FRANCE, 16TH AND 17TH CENTURIES
Marie-Laure Legay1
Recibido: 25/03/2014 · Aceptado: 11/05/2014
http://dx.doi.org/10.5944/etfiv.27.2014.13706
Resumen2
El artículo estudia las formas de gobierno provincial a través de la cuestión financiera. Aborda primero el juego de los actores, que permite entender cómo la hacienda
rige el funcionamiento de la monarquía, en tanto cuerpo social encabezado por
un soberano apoyado, sin embargo, por sus miembros. Las asambleas de estados
forman parte íntegra de la monarquía contractual y, en este sentido, es imposible
disociarlas de la cabeza política. Se abordan después los objetivos de la gestión de
Versalles. La organización estatal orienta sus decisiones de gestión en función de
varios límites y condicionantes. Naturalmente, la guerra pesó en las decisiones de
gobierno, limitando vías de financiación posibles, fuera de la intermediación de
bancos y oficiales. Combinando el estudio de los juegos de actores y el de los objetivos de gestión, es posible identificar modelos de gobierno financiero entendidos
como dinámicas de funcionamiento de las organizaciones, mejor que como lógicas
institucionales.
Palabras clave
Hacienda; modelo; provincias; Francia; siglos XVII–XVIII
Abstract
The article looks at provincial forms of government from the financial standpoint.
First of all it addresses the stakeholders and their modus operandi, showing how the
treasury governed how the monarchy worked, as a social body headed by a sovereign who is supported, however, by its members. State assemblies form an integral
part of contractual monarchy; as such it is impossible to disassociate them from
political leaders. It then moves on to the management objectives of Versailles. State
1. UMR-CNRS 8529 Irhis. Université de Lille III.
2. Traducción de Anne Dubet, con la colaboración de Rafael Torres Sánchez.
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organisation takes its decisions under various limits and constraints. Naturally,
warfare weighed heavily in the government’s decisions, limiting possible financing
outlets outside the intermediation of banks and officials. Bringing these two strands
together then enables us to identify models of financial government understood as
real up-and-running organisations rather than mere institutional logic.
Keywords
Finances; patterns; provinces; France; seventeenth and eighteenth century
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Tres modelos de gestión de las haciendas provinciales. Francia, siglos XVII–XVIII 
0. INTRODUCCIÓN3
Cuando se estudian los estados provinciales4, se observa hasta qué punto la hacienda se inserta en la vida política y como las partes y agentes implicados participan
en el juego político. Cada deliberación, cada petición, cada memorial de reparos,
cada representación, cada amonestación, cada carta, cada diario de viaje de cualquier diputado, cada borrador … aborda cuestiones de hacienda. Por eso, tal vez
se pueda afirmar que existe una lectura de la vida política a través del estudio de
la hacienda. En este sentido, se puede invertir el proceso de análisis y considerar
la cuestión financiera no sólo como el medio, sino como la esencia de la política.
Esta visión es de un crudo realismo. No obstante, no la desmienten los magníficos
análisis de la economía del don, la idea de que el orden político-financiero remite en primer lugar al orden divino. Para los teólogos, la buena administración del
erario real supone a la vez su distribución y una justa participación de los vasallos,
proporcional a su dignidad5.
El caso de los estados provinciales ofrece la posibilidad de observar cómo la hacienda rige el funcionamiento político de la monarquía, en tanto cuerpo social en
cuya cabeza se encuentra un soberano sostenido sin embargo por sus miembros. Las
asambleas de estados forman parte indisoluble de la monarquía contractual y, en
este sentido, no se las puede disociar de la cabeza política. La hacienda provincial,
por lo tanto, sólo se entiende a través del vínculo político entre dos entidades y el
juego de los actores. Esto es lo que queremos demostrar en un primer momento,
antes de abordar los objetivos de la gestión de Versalles. La organización estatal
está sometida a condicionantes que orientan sus decisiones de gestión. La guerra,
naturalmente, pesa en las decisiones de gobierno, limitando las posibles vías de financiación, fuera de la intermediación de la banca y las corporaciones de oficiales.
Con Necker, el gobierno central renuncia a todo proyecto de creación de nuevos
impuestos para contentarse con solicitar el crédito a los cuerpos e intermediarios
financieros. Así, intentaremos definir la forma de gobierno provincial de la hacienda
basándonos en las dinámicas de las organizaciones, en lugar de las lógicas institucionales, que no dan cuenta de la cuestión de forma satisfactoria.
3. Abreviaturas utilizadas: Archives départementales: AD, Archives Nationales, París: AN. Se indica el departamento a continuación. Bibliothèque Nationale, París: BNF.
4. Legay, 2001a.
5. Beraud, Faccarello et al., 1992. Bieler, 1959. Clavero, 1991. Zemon Davis, 2003.
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1. EL JUEGO DE LOS ACTORES
EN LA NEGOCIACIÓN FINANCIERA
LA HISTORIOGRAFÍA CLÁSICA DE LAS HACIENDAS
PROVINCIALES: CENTRALIZACIÓN Y RESISTENCIA
Todavía hoy en día se conciben demasiado a menudo las haciendas provinciales
como el objeto de un enfrentamiento entre unas instancias locales representativas
y un poder soberano deseoso de unificar su gestión. Si no se puede negar que las
reformas de los Valois cubrieron el reino de administraciones de recaudación (edicto de Cognac, 1542) y de sendas oficinas de hacienda (1577)6, se interpretó durante
mucho tiempo la reivindicación de la identidad política y jurídica del «país» como
la mejor defensa contra su sumisión a un «centro» geográficamente exterior e institucionalmente extraño. Se trataba de no decaer, convirtiéndose en provincia. La
etimología de la palabra expresa la relación de subordinación y dependencia que
se establecía entonces en beneficio de la capital, sede de la autoridad suprema7. Ya
durante el reinado de Carlos VIII, la monarquía francesa se valió del vocablo «provincia», sustituyéndolo a las antiguas expresiones feudales y señalando así el ejercicio
uniforme de su imperium en el territorio. En el siglo XIX, Alexis de Tocqueville, en
su obra L’Ancien Régime et la Révolution, evoca la provincia como un territorio privado de toda «virilidad política» e incluso considera a los estados provinciales que
se mantuvieron hasta 1789 en Artois, Béarn, Bretaña, Borgoña, Cambresis, Flandes,
Languedoc…, como «miembros muertos» del régimen, incapaces de la menor acción autónoma desde que Sucomminlly y Richelieu les impusieron su autoridad.
Sus veleidades de «resistencia» parecían condenadas al fracaso.
En efecto, todo indica que el poder central emprendió una política voluntaria de
reducción de las autonomías provinciales a principios del siglo XVII. En 1603, Sully
estableció una elección en Agen8, y luego otras en el país de Cominges, en Armagnac
después de la reunión de los feudos de Gascuña a la corona en 1607 y, por fin, en
cinco países de Guyena. En 1622, los ministros de Luis XIII también se propusieron
crear electos en Languedoc. Como para Guyena, el proyecto parece remontarse a
los tiempos de Sully, ya que el preámbulo del edicto de creación de las elecciones
en esta provincia (julio de 1629) evoca la intención de Enrique IV de someterla al
régimen común. Posteriormente les tocó al Delfinado y la Normandía, provincias
que perdieron sus estados en tiempos de Richelieu, en nombre de la gran necesidad de los negocios9… La guerra contra España, a partir de 1635, puso freno a esta
política. De nuevo, la administración de hacienda tuvo que buscar composiciones
6. N.d.t.: En cada généralité o jurisdicción de receptoría general residen oficiales llamados comúnmente, desde
1552, tesoreros generales, o sea tesoreros de Francia o generales de la hacienda. Con la rápida multiplicación de los
oficios se constituyen bureaux des finances en cada généralité. Se componen de una serie de oficiales encargados de
la recaudación y la rendición de cuentas
7. Dupont-Ferrier, 1929, 241–267.
8. N.d.t.: Una circunscripción fiscal en los países en que el impuesto directo de la taille era personal. Las elecciones se sitúan entre la généralité y la parroquia. Sus responsables, los electos (élus), son oficiales del rey. En los países
con estados provinciales, la taille solía gravar directamente las tierras (taille réelle) y no había elecciones.
9. Thuau, 2000. Hickey, 1986. Prentout, 1925.
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con los proveedores de fondos. Después, nunca manifestó una determinación tan
clara para limitar la acción de los estados provinciales. Así, no se llegaron a aplicar
las veleidades de reducción de las autonomía.
Conviene añadir que la dinámica de centralización que condujo a transformar
el territorio en provincia no se tradujo únicamente en el vacío político de los territorios afectados. La mutación del «país» en un marco administrativo llamado a
ser uniforme, en monarquías nacionales como Francia, corrió pareja con una nueva forma de participación de las élites en el aparato de Estado en construcción. En
este sentido, evolucionaron las relaciones entre el centro y la periferia del reino:
las propuestas de servicia en las organizaciones sociales tradicionales, aides10 y servicios, fueron prorrogadas no en tanto contrapartidas de la sumisión al soberano
sino como contrapartidas del reconocimiento del aparato de Estado, tal como lo
describió Max Weber, o sea una dirección administrativa y los medios de gestión que
la acompañaban. Algunos historiadores consideraron que era un reconocimiento
forzoso: la institución de intendentes, por así decirlo, habría impuesto una tutela
sobre las administraciones provinciales, privadas de sus prerrogativas financieras.
Tal lectura hace poco caso del ideal nobiliario de servicio.
EL APORTE DE LA SOCIOLOGÍA DE LAS ORGANIZACIONES.
LA REGULACIÓN RECÍPROCA
Damos cuenta de un realtyp, en palabras de Otto Hintze11, es decir una forma del
Estado inscrita en un contexto institucional particular (el mantenimiento de estados
provinciales): lejos de constituir «miembros muertos» de la administración francesa, como quiere la historiografía tradicional, las asambleas de estados, de forma
paradójica, volvieron a cobrar vida en un contexto de monarquía centralizada. Ésta,
después de condenar al silencio a parte de los estados todavía convocados durante
el reinado de los dos primeros Borbones, utilizó las asambleas restantes para retransmitir la decisión del rey, extender al conjunto de los vasallos la universalidad
de la ley central y desplazar lejos de la corte el acto administrativo. Consecuencia
de esta instrumentalización, los estados provinciales, convertidos en «comisarios
del rey»12 en numerosos sectores de la administración, se valieron por su parte de
su nueva legitimidad (comunicada por el centro y ya no basada en la existencia de
privilegios provinciales) para extender aun más sus medios de acción, participando
en la decisión de Versalles, y para incrementar su tutela sobre sus administrados.
La paradoja enunciada (vitalidad de las asambleas provinciales en una monarquía
centralizada) desaparece si se acepta considerarla bajo el enfoque sociológico de las
organizaciones administrativas. Según esta lectura, las organizaciones territoriales
10. N.d.t.: Imposiciones indirectas, extraordinarias en su origen, que gravan esencialmente los alimentos de
primera necesidad.
11. Véase la publicación en francés de sus ensayos de historia social comparada, seleccionados y presentados
por Hinnerk Bruhns (Hintze, 1991).
12. El término figura en numerosos encabezamientos de reglamentos de las asambleas, usurpando así el título
de los intendentes (commissaires départis).
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constituyen «sistemas político-administrativos» cuya base de acción es la negociación. Aquí, ya que la negociación no puede hacerse más en torno al monto de la
imposición (función inicial de los estados provinciales), se articula en torno a las
parcelas de poder delegadas. Este compromiso basado en el intercambio entre la
puesta en obra de las decisiones centrales y el reconocimiento de las autoridades
provinciales constituye una forma de regulación del sistema burocrático de Versalles. Es obvio, el sistema político-administrativo del siglo XVIII no tiene las mismas
bases y funciones que el que Pierre Grémion puso de relieve, en los años 1960, en
Le pouvoir périphérique [El poder periférico]13. Los contextos institucionales son radicalmente distintos. En ambos casos, sin embargo, la centralización administrativa
hace que el representante del poder central en la provincia se vea obligado a actuar
con la «gente principal» del lugar. En los «países» dotados de estados provinciales,
éstos tienen una legitimidad política que permite asimilarlos en cierto modo a los
que son elegidos democráticamente en la Quinta República de Francia. Hubo una
verdadera «regulación recíproca» entre los gobernadores e intendentes por una
parte, representantes del rey, y por otra los diputados de las asambleas. Por ejemplo, se reunían en unas conferencias particulares antes de la apertura de los estados para decidir colectivamente de la estrategia a seguir. Está comprobada la existencia de estas conferencias informales en varios lugares, en Artois, pero también
en Languedoc. Así, según Arlette Jouanna, en vísperas de la votación del donativo
gratuito, gobernador e intendente visitan a los tres o cuatro prelados principales y
a algunos barones14.
A veces, el sistema se bloqueaba, interrumpiéndose la regulación bajo el efecto
del absolutismo real o la fronda provincial. No obstante, las conclusiones del estudio
son decisivas: la centralización de Versalles no sólo no suprimió todo poder local,
sino que al contrario reanimó la burocratización de la administración. La dinámica
propia de la lógica administrativa engendró nuevos comportamientos, estrategias
de actores que van más allá de la lógica institucional.
LOS ESTADOS PROVINCIALES COMO RELEVO EN LA GESTIÓN
HACENDÍSTICA EN LA PROVINCIA EN EL SIGLO XVIII
El gobierno real siempre se enfrentó a la necesidad de hallar quien tomara el relevo de la ejecución de sus decisiones en las provincias. En el siglo XVIII, sin embargo, las soluciones adoptadas hasta aquel entonces tanto en los «países» de estados
(administración de las asambleas de estados e inspección del intendente) como en
los de elecciones (administración del intendente) se pusieron en tela de juicio por
tres razones. Por una parte, la multiplicación de las competencias administrativas
del Estado obligó a la Real Hacienda a encontrar fuentes de financiación provincial
para sus proyectos. Por otra parte, la gravedad de la cuestión fiscal le llevó a intentar
13. Gremion, 1976. Dupuy & Thoenig, 1983.
14. Jouanna, en prensa.
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reformas que supusieran un mínimo consentimiento de parte de los gobernados
y por lo tanto una nueva forma de participación de éstos en la actividad ejecutiva.
Por fin, las élites nobiliarias locales formularon en aquella época sus pretensiones
al gobierno de la provincia y negociaron su participación en la puesta en obra de
las competencias estatales, reclamando para sus representantes el monopolio del
gobierno local, fuera de la inspección de los intendentes. Estos factores combinados
incitaron a Versalles a reconsiderar estos apoyos locales tradicionales, integrando
nuevos grupos sociales en contratos tácitos de atribución del poder provincial.
De este modo, se alteraron las relaciones entre el centro y las periferias en provecho del estamento noble y a expensas del tercer estado. En las provincias con
estados, el poder central se apoyó, hasta mediados del siglo XVIII, en dos grupos de
interlocutores. El primero, en relación directa con el centro político, se componía
de los representantes del alto clero, arzobispos, obispos, a menudo presidentes de
las asambleas provinciales y mediadores en conflictos relativos a la adaptación de
las directivas centrales en el territorio. Formaban el segundo grupo unos miembros
del tercer estado (representantes de las ciudades u oficiales de los estados, en particular) que pertenecían a menudo a la clientela de los prelados o la del intendente. Las competencias técnicas, administrativas y jurídicas de los miembros de este
segundo círculo aseguraban una buena ejecución de las decisiones centrales en las
provincias. En este esquema, los representantes de la nobleza quedaban al margen y
sacaban poco provecho social del ejercicio del poder local político o administrativo.
La toma en consideración de las pretensiones nobiliarias puso en tela de juicio
esta doble vía de ejecución y trastornó los equilibrios políticos locales. En las frondas y la nobleza provincial se originaron nuevas relaciones de autoridad que, en
varias partes, colocaron a las ciudades y comunidades bajo la tutela, ya no tanto de
los intendentes como de las asambleas dominadas por los privilegiados. El proceso provocó querellas entre estamentos que derivaron en conflictos políticos. Esto
explica la denuncia del papel de las asambleas que hizo Robespierre en su primer
panfleto político, À la nation artésienne, sur la nécessité de réformer les États d’Artois
[A la nación de Artois, de la necesidad de reformar los estados de Artois] (1789), libelo
que autentificamos y editamos con su estudio crítico en 200115.
2. ¡«HACER FRUCTIFICAR A LA PROVINCIA
EN MATERIA DE HACIENDA»!
La vocación principal de la provincia fue financiera. La hacienda era «el arte de
asignar, cobrar y luego distribuir la porción de intereses que corresponde a los
soberanos en la comodidad pública», según François Véron de Forbonnais16. Sometidas, debajo de algunas condiciones, a la autoridad de un poderoso monarca,
las provincias fueron organizadas en lo esencial para atender a las exigencias del
15. Legay, 2001b.
16. Véron de Forbonnais, 1758, vol. I, 2.
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poder central, sometiéndose a una lógica contributiva en un marco «nacional».
Como se sabe, el Estado moderno francés sabía «hacer fructificar a sus provincias
en materia de hacienda», como se solía decir en la Veeduría General de Hacienda.
La historia de las relaciones entre centro y periferias parece incluso resumirse en
esta observación de los medios de que se valió el Estado para atraer las riquezas de
las provincias. Para el marqués de Mirabeau, esta explotación sistemática era una
ofensa para la personalidad de las provincias. «¡Hacer fructificar a una provincia en
materia de hacienda! ¡Válgame Dios! Esta frase supone —¡y hasta qué punto!— que
nos acostumbramos al lenguaje y las ideas de la codicia y la opresión», escribía en
L’ami des hommes17. Sin embargo, se sometió la provincia. Incluso llegó a transformar esta vocación financiera en su ventaja, su señal propia de identidad. Las propias provincias con estados provinciales se adaptaron a la lógica financiera de la
administración real. Para sobrevivir, las asambleas terminaron subrogándose en los
derechos del rey, tomando el relevo de su autoridad para convertirse en agentes del
fisco. La provincia se construyó una nueva identidad gracias a su historia financiera.
REGÍMENES FISCALES E IDENTIDAD FINANCIERA
En materia de fiscalidad directa, la mayor diferencia entre las provincias era la existencia o no de un «catastro». El vocablo designa aquí un documento, livres terriers
en Gascuña, compoix en Languedoc, cuadernos de centésimo dinero en Artois…,
que describía los bienes raíces de cada comunidad, la extensión de cada tierra o
propiedad, el grado de fertilidad y la proporción en que cada propiedad debía contribuir al pago de las cargas. Tal documento, donde lo había, permitía repartir el
impuesto directo, la taille y sus equivalentes, en función de la importancia de la
tierra explotada, su valor o superficie. Se hablaba en este caso de taille réelle. A falta
de catastro, los agentes del fisco imponían una taille personal, intentando evaluar
de forma arbitraria las facultades de cada uno, sin soporte proporción a su riqueza.
Esta oposición entre países de taille réelle y países de taille personnelle se debe matizar. En efecto, los responsables de su distribución en las regiones de taille personnelle
solían tomar en cuenta el valor de los fondos de los contribuyentes en sus evaluaciones18. A la inversa, los catastros propios de los países de taille réelle tardaban en
ponerse al día, por lo cual el reparto resultaba menos equitativo. Sin embargo, se
debe reparar en la diferencia de régimen entre las provincias porque revela culturas
opuestas y reacciones divergentes frente al impuesto19.
17. Mirabeau, 1759, 159.
18. Véanse por ejemplo Blanchard, 1997; Maillard, 1998.
19. Tres grupos de provincias disponían de evaluaciones cuantificadas de las explotaciones en la época moderna, antes de las reformas del catastro del siglo XVIII. Primero, las provincias cuyo derecho consuetudinario seguía
basándose en principios romanos relativos en particular a la propiedad. El Languedoc y la Provenza, herederos de la
Galia narbonesa, constituían provincias de taille réelle y poseían evaluaciones catastrales para repartir el impuesto.
El Delfinado pertenecía a la misma familia jurídica. En el Norte, las provincias conquistadas en los Países Bajos españoles (Artois, Flandes, Hainaut) también eran provincias de taille réelle. El impuesto directo se recaudaba en base a
una proporción (vigésimo o centésimo dinero) del valor de los bienes raíces del catastro en el siglo XVI, en tiempos
del duque de Alba en Artois (1569), en 1587 y luego en tiempos de los archiduques Isabel y Alberto en las provincias
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Más que las tailles, las barreras de los impuestos arrendados por el rey delimitaban territorios provinciales, áreas de coacción o libertades a las que los habitantes
no podían permanecer insensibles. Disponer de sal y tabaco cuando le convenía a
uno, como era el caso en Alsacia, el Franco-Condado y Flandes, era un privilegio
que, sin duda, mantenía vivo el espíritu provincial. Frente a la gabelle que gravaba
la sal, se distinguía entre provincias exentas de cualquier impuesto, esencialmente
en las periferias del reino, países de grandes gabelles, países de petites gabelles, en el
sureste, los países de salinas del noreste, los de quart-bouillon en la costa de Normandía y los países exentos. La monarquía no logró unificar los regímenes de gabelle,
lo mismo que en el caso de las tailles. Francisco I lo intentó en vano. Se enfrentó a
violentas insurrecciones en las provincias cuyas costas marítimas producían una
sal excelente. En la Saintonge, el pueblo mató en 1547 a ocho oficiales de la renta
de la sal. Los habitantes de Périgueux maltrataron y expulsaron a los individuos
enviados allí para publicar el edicto de la gabelle20. En 1548, la Guyena y la región de
Angoulème se sublevaron a su vez. El monarca cedió y el suroeste logró comprar la
contribución en 1549. Así, las formas de la percepción variaron de una provincia a
otra hasta fines del Antiguo Régimen.
La fragmentación del reino para la percepción de los derechos aduaneros en las
mercancías era tan compleja como en el caso de la gabelle. En el siglo XVII, se distinguía entre las provincias de la Étendue, es decir las doce provincias-généralités, a
las que se deben añadir algunos «países» pequeños. Comerciaban libremente entre sí y los derechos de las aduanas exteriores eran altos en la tarifa establecida por
Colbert en 1664. Las «provincias reputadas extranjeras», o sea algunas treinta y
cinco généralités y pequeños «países», no conocían esta tarifa. En ellas se aplicaban
veintiuna tarifas distintas sobre las mercancías intercambiadas entre ellas, con la
Étendue y con el extranjero efectivo. Los regímenes de percepción de los derechos
sobre alimentos y bebidas, llamados aides, también eran complejísimos y se basan
en distinciones sutiles entre los «países de aides» y los «países exentos». También
se deberían repartir las provincias en distintas categorías en función de su participación en el pago de los derechos de franc-fief y de nouvel acquêt21, los derechos de
control de las actas notariales —las provincias de Flandes, Hainaut, Cambresis y
Artois se encabezaron, Alsacia obtuvo dispensa— o el papel sellado — los antiguos
Países Bajos, Alsacia y el Franco Condado obtuvieron la exención.
Por así decirlo, la historia financiera de Francia confirmó la excepción provincial.
La provincia se definía por su régimen fiscal. El Rouergue, verbigracia, siempre se
distinguió del Quercy. El contencioso era antiguo. Su objeto era el reparto de las
imposiciones, la tarifa, entre los dos «países». Ya se había planteado en 1533 y en
de Flandes y Hainaut. Un tercer grupo se puede identificar: se trata de las circunscripciones financieras del suroeste,
las généralités de Montauban y, más tarde, Auch. Allí había «países» de elecciones, todos de taille réelle, y «países»
dotados de estados provinciales como Béarn, cuyo catastro, revisado en 1644 y 1656, fue la base del reparto comunal.
20. Répertoire universel et raisonné de jurisprudence civile, criminelle, canonique et bénéficiale… de Guyot, t. VII,
París, 1784, 688, entrada gabelle.
21. N.d.t.: El franc-fief era un feudo concedido a un plebeyo. Como esta concesión infringía la regla común,
debía pagar un derecho de franc-fief al rey, en principio, el valor de la renta de un año cada veinte años. El plebeyo
que adquiría un nuevo feudo debía pagar el derecho de nouvel acquêt.
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1669. Se volvió a plantear cuando la comunidad de Montauban creó la asamblea
de Alta Guyena en tiempos de Necker. Esta querella por el reparto permitía poner
de realce la naturaleza financiera de las dos provincias: se recordaba que el Quercy
había comprado su derecho a no pagar la gabelle, mientras que el Rouergue sí la
pagaba; el primero pagaba un derecho de quarentin que el otro no pagaba. En suma,
las dos tierras no tenían nada en común22. Asimismo, se abordaron a menudo las
diferencias fundamentales entre Guyena y Languedoc. La cuestión de la integración administrativa del condado de Caraman dio la oportunidad de recordar que
la Guyena no conocía el derecho de franc-alleu del que el Languedoc disfrutaba23;
la primera no pagaba la gabelle, el segundo, sí. Finalmente, el edicto de reunión de
mayo de 1779 separó al Caraman de la Guyena, considerando que su fiscalidad era
más similar a la del Languedoc24. En todas estas querellas de agregación administrativa, la hacienda pesó más que los antiguos vínculos entre señores y vasallos.
CONTRIBUCIÓN A LAS RENTAS
Diversidad de los regímenes fiscales, diversidad de las administraciones, pero unidad de la lógica contable de un poder central que sabe estimar lo que puede esperar de una provincia.
Desde las obras de Mirabeau, se planteó a menudo la cuestión de la contribución respectiva de las provincias a las rentas del reino. Ya señalamos, hablando de
Languedoc y Bretaña, que el marqués pretendía promover las virtudes a la vez administrativas y financieras de estos cuerpos intermedios, comparando las cargas de
las provincias con estados y las de los «países» de elecciones. El debate fue intenso,
pero los datos permanecieron oscuros. Un observador ilustrado escribía en 1766:
«debemos admitir que nada es más incierto que la base en la que se podría asentar
en Francia un sistema de administración… Es lo mismo en el caso de las imposiciones»25. En 1780, el rey confesó, en un discurso que bien ilustra la debilidad de la
monarquía, su ausencia de luces sobre las capacidades respectivas de cada généralité:
A nosotros corresponde examinar algún día, a la luz de nuestra sabiduría, si las proporciones de la taille y la capitación establecidas entre las diversas généralités son conformes a sus riquezas respectivas. Pero si este estudio nos lleva a introducir algún cambio
en el reparto de dichas imposiciones, lo mandaremos en una ley similar a ésta26.
22. BNF, Ms Fr. 11 388, f.º 98. Requête présentée au Roy par la communauté de Montauban.
23. N.d.t.: El franc-alleu es una tierra libre de derechos señoriales. Fueron desapareciendo muchas de estas tierras desde los siglos finales de la Edad Media, ante la ofensiva de los señores y del rey, en particular en el siglo XVII.
En 1617 se proscribieron los de Guyena. Bély, 1996, 49–50.
24. AN, H1 1044, informe núm. 1 sobre la agregación a Languedoc del condado de Caraman. 136 documentos.
25. AD de Indre-et-Loire, C 336, manuscrito «Description des trois provinces de Touraine, Maine, Anjou et dénombrement de leur population (1762–1766)» [Descripción de las tres provincias de Turena, Maine y Anjou y censo
de su población (1762–1766)], discurso preliminar.
26. Decrusy, Isambert, Jourdan, Recueil général des anciennes lois françaises, t. XXVI (1e janvier 1779 à 3 mars 1781),
271, n.º 1267: «Déclaration sur la taille et la capitation».
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Tres modelos de gestión de las haciendas provinciales. Francia, siglos XVII–XVIII 
Cuadro 1: Contribuciones de cada généralité en 1787, en libras tornesas
Una libra vale 20 sueldos, un sueldo vale 12 dineros (resp. livre, sol, denier).
Service historique de la Défense, Vincennes, A 4 L III/1, «Examen statistique du Royaume de France
en 1787, établi sur des documents officiels» [Examen estadístico del Reino de Francia en 1787,
basado en documentos oficiales].
Généralités
Contribución total
Contribución por hab.
Aix
15.000.000 libras
19 libras 18 sueldos
Alençon
14.740.000 libras
29 libras 16 sueldos
Amiens
15.540.000 libras
28 libras 10 sueldos
Auch
9.000.000 libras
13 libras 18 sueldos
Besançon
9.680.000 libras
13 libras 14 sueldos
Burdeos
14.400.000 libras
Bourges
8.000.000 libras
15 libras 12 sueldos
Caen
15.560.000 libras
29 libras 16 sueldos
Châlons
22.180.000 libras
26 libras 16 sueldos
Dijon
21.180.000 libras
19 libras 3 sueldos
Grenoble
12.180.000 libras
17 libras 15 sueldos
9.440.000 libras
18 libras 19 sueldos
14.800.000 libras
20 libras 3 sueldos
8.900.000 libras
13 libras 15 sueldos
La Rochela
Lila
Limoges
16 libras
Lyon
19.340.000 libras
Metz
7.140.000 libras
19 libras 9 sueldos
Montauban
11.800.000 libras
22 libras 5 sueldos
Montpellier
37.000.000 libras
22 libras 1 sueldo
Moulins
10.180.000 libras
17 libras 17 sueldos
Nancy
11.180.000 libras
12 libras 19 sueldos
Orléans
20.380.000 libras
28 libras 4 sueldos
114.000.000 libras
64 libras 5 sueldos
Pau et Bayonne
9.400.000 libras
13 ivres 18 sueldos
Perpiñán
2.940.000 libras
13 libras 15 sueldos
Poitiers
12.680.000 libras
17 libras 16 sueldos
Rennes
28.880.000 libras
12 libras 10 sueldos
Riom
13.100.000 libras
18 libras 16 sueldos
Ruán
27.780.000 libras
29 libras 16 sueldos
Soissons
11.640.000 libras
25 libras 17 sueldos
París
Estrasburgo
Tours
Valenciennes
Isla de Córcega
30 libras
9.140.000 libras
14 libras 1 sueldo
30.380.000 libras
22 libras 8 sueldos
5.840.000 libras
20 libras 15 sueldos
600.000 libras
4 libras 17 sueldos
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No faltaron, sin embargo, encuestas sobre la hacienda de cada provincia. Las
«investigaciones» de Sully sobre las cuentas de las généralités iniciaron el movimiento. Las memorias de 1697–1698 destinadas a la instrucción del duque de Borgoña también fueron una fuente de conocimientos para la Veeduría General. El
ministro Desmarets, quien deseaba sacar un balance de la guerra de Sucesión de
España, obtuvo datos importantes de todos los intendentes. En 1745, Philibert Orry
se interesó a su vez por las facultades comparadas de los pueblos de los departamentos de los intendentes27. Clément Laverdy abrió en 1764 una encuesta sobre
«los puntos fuertes y débiles de cada généralité». En particular, quiso saber si, fuera
de la taille, la cebada y los cuarteles de invierno, la capitación y los vigésimos dineros, no existían «algunas imposiciones particulares no incluidas en los cuadros
que vuestra merced envía cada año al Consejo»28. Así, el ministerio de Hacienda
intentaba obtener informaciones exhaustivas sobre la fiscalidad provincial. En los
años 1770, sus servicios lograron establecer una «estadística económica y financiera de cada généralité»29. Conviene explotar sus resultados con la mayor prudencia.
Sin embargo, dan la medida de los considerables progresos de la fiscalidad estatal.
Necker también planteó el rendimiento financiero de cada provincia en su De l’administration des finances de la France [Sobre la administración de la hacienda de Francia], publicado en 1784 y 1785. Comparadas con el número de habitantes, sus datos
mostraron que la contribución de cada provincia a las rentas del Estado dependía
esencialmente de su riqueza económica, y no de su régimen jurídico, «países» de
elecciones o de estados. El cuadro 1 muestra la clasificación de las généralités presentada oficialmente en 1787.
Fuera de la Isla de Francia, las provincias que más rendían para el Estado eran
el vasto Languedoc, la provincia de Tours, Bretaña, y luego Normandía (Ruán), la
Champaña, Borgoña… Si se compara esta clasificación con la que propone Françoise Bayard para los años 1600–1610 y 1630–1648, se nota que las rentas del centro de Francia rindieron menos a finales del Antiguo Régimen30. Mientras que en
tiempos de Enrique IV y Luis XIII, significaban, por su importancia institucional,
buena parte de las rentas del Estado, las provincias del centro (Bourges, Limoges,
Moulins, Montauban, Riom…) ya no representaron más que una pequeña parte en
tiempos de Necker. En cuanto a la clasificación de las contribuciones por habitante, sitúa a la cabeza de todas, después de la Isla de Francia y la provincia de Lyon,
a las provincias de Normandía. Globalmente, las ricas tierras de la llanura parisina
parecían contribuir más que las pobres tierras de las montañas graníticas de Jura y
los Pirineos, cuya participación en el esfuerzo nacional era proporcional a sus pocos
recursos agrícolas. La última gran encuesta se debe a la asamblea constituyente en
1790. Se conocen sus resultados, explotados por Robert Snerb31. El reparto entre las
27. Gille, 1964, 38. De Dainville, 1952, 49–68.
28. Circular de 3 de mayo de 1764, citada por Gille, op. cit., 41.
29. AN, H1 158847. Maurice Bordes, en su tesis sobre la intendencia de Auch, señala que se redactó esta estadística antes de reorganizarse la administración general de los derechos de control, franc-fief e insinuación de 1777.
Bordes, 1957.
30. Bayard, 1991 et 1992.
31. Schnerb, 1936.
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Tres modelos de gestión de las haciendas provinciales. Francia, siglos XVII–XVIII 
provincias-généralités, en función de su respectiva carga fiscal, es similar a la clasificación de Necker.
Naturalmente, se puede discutir el valor de estos datos. Sin embargo, bien revelan el éxito de la integración de los territorios en una lógica contributiva moderna,
es decir más o menos proporcional a sus facultades. Fuera de los casos de Córcega,
Alsacia y Lorena, provincias que, según parece, no contribuyeron a las rentas de
la monarquía de forma proporcional a sus riquezas, las généralités alimentaban el
erario real en función de sus capacidades. Es patente que en el seno de cada provincia pervivieron importantes disparidades y la monarquía nunca consiguió que
la fiscalidad fuera equitativa para los individuos. Sin embargo, a nivel del reino, sí
logró dividir el territorio en unidades contributivas relativamente equivalentes.
CONTRIBUCIÓN A LOS GASTOS
Se sigue desconociendo la contribución de las provincias a los gastos del reino.
Para estimar los esfuerzos de cada généralité, es preciso escudriñar las relaciones
financieras entre París y las provincias, en particular la manera como los fondos
llegaban a los administradores (intendente o estados provinciales) que asignaban
gastos en el país. Por lo general, cada partida de gasto se asignaba en las rentas del
lugar en que se efectuaba y sólo el producto excedente de las rentas se enviaba directamente al Tesoro real. Éste pagaba o en dinero efectivo, o en libramientos sobre
las provincias. Los libramientos de los recaudadores generales eran promesas de
pago y constituían una suerte de papel-moneda que permitía evitar el transporte
físico del dinero de la provincia hasta París y luego de París a la provincia. Así, los
recaudadores pagaban en el lugar los salarios de los oficiales locales y las deudas,
mientras que los intendentes asignaban en la renta recaudada por estos mismos
recaudadores los gastos de obras, cebada, … La primera caja común de las rentas
generales se creó al mismo tiempo que el banco de Law, en 1716. Por la acción combinada de la caja y el banco, se buscaba limitar el transporte de dinero en especie:
Las provincias, a menudo vacías de dinero a causa de las conducciones que hacían
los recaudadores, cuando éstos no encontraban letras de cambio bastante seguras o
ventajosas para ellos, ya no tendrán que padecer este inconveniente, pues el banco
siempre entregará, con seguridad y sin plazo de espera, el dinero que se deberá traer
al Tesoro, sin recurrir a conducciones, salvo en los casos en que la provincia tendrá interés en recurrir a conducciones para pagar lo que debiere32.
Desapareció el banco de Law, pero los recaudadores, gracias a sus libramientos,
siguieron siendo los banqueros del Tesoro real. Asignaciones y libramientos eran
dos formas de conservar el dinero en el lugar de la recaudación.
32. AN, E 3848, citado por Bruguière, 1989.
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En los «países» dotados de estados provinciales, el ministro no controlaba del
todo los fondos. Tenía que dialogar. Para ello, necesitaba un interlocutor que conociera el estado exacto de la hacienda y tuviera facultades para tratar y negociar los
fondos que se sacarían de las rentas. Ésta fue una de las mayores funciones de los
diputados de las provincias en la corte. La correspondencia del intendente Pierre
Cardin Lebret nos indica así que el Veedor General Desmaretz pidió por primera
vez a la asamblea de Provenza que enviara a París un diputado permanente, «para
la conversión de las asignaciones en cartas de pago del tesoro real»33. Al señor de
Cervières se le encargó la asignación de veinte millones de gasto sobre el donativo
gratuito y la capitación de esta provincia. Para las asignaciones sobre las imposiciones de Artois, Desmarets contaba con los servicios del abogado Mabille, diputado
en la corte. Las operaciones se hacían así:
ˆˆ Se fijaba el monto de los impuestos que una provincia debía al rey.
ˆˆ El intendente preparaba el estado de las asignaciones que proponía hacer en
estos impuestos, para las deudas ejecutivas que se pagaban en la provincia.
ˆˆ Por otra parte, redactaba un estado complementario, para los gastos que se
libraban para el pago de la cebada, las obras, etc.
ˆˆ El intendente enviaba las listas al Veedor General y el Intendente de Hacienda, que debía proporcionar las órdenes correspondientes.
ˆˆ Al mismo tiempo, enviaba la lista de las asignaciones a la asamblea de los
estados provinciales. Éstos enviaban un diputado a la corte para que tratara
directamente con las oficinas del Intendente de Hacienda en París, a veces
sin consultar al intendente34.
En la persona del diputado de la provincia, el ministro disponía de un medio
para controlar las rentas propiamente provinciales que los estados no entregaban
al recaudador general de hacienda.
Según Véron de Forbonnais, la conservación de los fondos en la provincia fue
cada vez menos evidente. En tiempos de Sully, escribe, «todavía no se había descubierto el arte de multiplicar ad infinitum las cajas y los tesoreros inútiles, trayendo
a la capital con elevados costes los fondos que deben volver, pocos días después, a
las mismas provincias» 35. De hecho, se le conoce a Sully por haber puesto orden en
los negocios financieros del reino. Sus Œconomiques royales [Economías reales] manifiestan sobremanera su deseo de «suprimir la excesiva cantidad de oficiales que
destruían las rentas del rey, en particular los Trésoriers de France36, que no pensaban
sino en malversar y robar»37. Sin embargo, ¿tenía razón Véron de Forbonnais cuando
describía el estado de las cajas provinciales en el siglo XVIII? ¿No sería víctima del
33. BNF, Ms Fr. 8 956, f.º 209. Fondo Lebret.
34. AD del Pas-de-Calais, 2C 244, carta del diputado ordinario, 10 de julio de 1715.
35. Véron de Forbonnais, 1758, vol. I, 91.
36. N.d.t.: En cada généralité, un bureau des finances compuesto de un número creciente de oficiales llamados
Trésoriers de France et Généraux des Finances gestionaba colegialmente el patrimonio del rey y la fiscalidad. Bély,
1996, 186–187.
37. Sully, 1988, t. II, 106.
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Tres modelos de gestión de las haciendas provinciales. Francia, siglos XVII–XVIII 
tópico de la terrible miseria de las provincias? Muchos autores también pensaban
que «todo el dinero de la renta de las tierras [se dirigía] a París»38. Sin embargo, lo
que sabemos de la vida de las provincias en el siglo XVIII no invita a creer que las
cosas fueron empeorando. En los «países» dotados de estados provinciales, cuando
la totalidad de las asignaciones era inferior a la cantidad debida por la provincia,
el alcance se transmitía al ejercicio contable siguiente. En países de elecciones, las
operaciones contables eran más numerosas; era inevitable, dado el gran número
de oficiales. Pero ¿las rentas del país pasaban de forma masiva por la capital?
¿Qué parte de los impuestos de una provincia o généralité se gastaba en el mismo lugar? Es difícil reconstituir el cálculo porque residían varias cajas, reales o
provinciales (en el caso de los países dotados de estados provinciales), en la misma
généralité. Además de las cajas de los colectores de las parroquias, los recaudadores
particulares de la taille y el recaudador general, existían numerosas tesorerías, por
lo que es imposible reconstituir el conjunto. Para hacerse una idea aproximada del
dinero gastado en cada généralité, sería preciso tomar en consideración todas las
operaciones de estas cajas. Como más, conocemos los movimientos contables de las
rentas generales de la hacienda. Examinemos la del departamento de Lila, de la que
dependían las dos provincias de Flandes (la Valona y la marítima) y las provincias
de Cambresis, Hainaut y Artois. En 1776, ingresaron en esta caja 1.506.050 libras
procedentes de diversas rentas, las aides ordinarias y los donativos de los «países»
mencionados. La caja gastó en la provincia el 45% (pagando los salarios de los oficiales) y «remitió» al Tesoro real el 55% del total39. Una segunda cuenta, el mismo año,
refiere una renta de 1.832.591 libras procedentes de la capitación y las aides extraordinarias. El 95% se remitió al Tesoro Real40. Una tercera cuenta menciona 2.610.121
libras procedentes del vigésimo dinero. El 99% se destinó a la caja de los réditos de
rentas creada en 1764 para reducir las deudas del reino41. Al mismo tiempo, las administraciones particulares de las provincias de Flandes marítima y Valona, de Artois y de Hainaut (Valenciennes) disponían, después de pagar a la receptoría general
de la hacienda lo debido al rey, de un sobrante que gastaban también localmente
en diversos destinos. Así, sería difícil proponer una reconstitución exhaustiva del
gasto de una provincia. Sí pudimos reconstruir para el año 1782 los movimientos
de las cajas provinciales más importantes del Norte (Flandes, Hainaut, Cambresis y
Artois), responsables de las imposiciones directas. En esta reconstitución, resultado de la comparación entre fuentes locales y nacionales, conviene destacar que los
fondos que permanecían en la provincia, asociados a los que el Tesoro real asignaba
en el recaudador general de Lila en el estado del rey o como descuentos, llegaban
a un total de unos tres millones; los fondos destinados a París (Tesoro real, caja de
los réditos de rentas, etc.) alcanzaban los seis millones. Así, la tercera parte de las
sumas recaudadas por medio de impuestos directos permanecía en las provincias,
lo que constituía un notable recurso para el clientelismo local.
38. Voyer d’Argenson, t. V, 1858, 324.
39. AN, P 5359, año 1776.
40. AN, P 5367, año 1776.
41. Ibidem.
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Cuadro 2: El circuito del dinero público en las provincias septentrionales en 1782
Destinación de los fondos recaudados en provincias septentrionales en
1782 : la parte de la monarquía y la de la provincia
Departamento de
FLANDRE WALLONNE
Gastos en el
departamento
Al rey
Departamento de
FLANDRE MARTIME
Gastos en el
departamento
Al rey
Departamento de
HAINAUT et
CAMBRESIS
Al rey
Gastos en el
departamento
Departamento de
ARTOIS
Al rey
(según AD
Nord, C 573,
1782)
(según AD
Pas-de-Calais,
2C 216, 1782)
1. 872 510 lib.
2. 220 086 lib.
3. 620 400 lib.
=665 013 lib.
Gastos en el
departamento
=1 712 996 lib.
1. 491 982 lib.
2. 108 530 lib.
3. 341 550 lib.
?
= 942 062 lib.
(1 122 743 lib. Solo para castellanías, sin la contribución de las
ciudades. Según AD Nord, C 573, 1782)
1. 471 457 lib.
2. 482 899 lib.
3. 635 342 lib.
=1 589 698 lib.
1. 560 987 lib.
2. 544 400 lib.
3. 1 100 000 lib.
?
= 2 205 387 lib.
=1 220 311 lib.
(2 208 332 lib. según AN, H1 36, p. 131, 1781)
BUREAU DES FINANCES DE LILA
Cuenta n° 3 : se recaudaron
Cuenta n° 1 : se recaudaron
2 697 293 lib. en los vigésimos
2 396 939 lib. En las aides
dineros del rey y “sols pour livre” ordinaires e imposiciones
(según AN, P 5367)
diversas
Cuenta n° 2 : se recaudaron
1 355 918 lib. en fondos de la
capitación
(según AN, P 5367)
(según AN, P 5364)
2 636 933 lib. (97%)
A LA CAJA DE LOS
RÉDITOS Y
EXTINCIONES DE
RENTAS O AL TESORO
REAL
204
1 928 800 lib.
(80%)
5 a 10 % para fondos
entregados a tesoreros
generales de gendarmerías, de
fortificaciones, de caminos,
canales y puertos) y 5 a 10 %
para sueldos de oficiales y
pago de réditos de rentas
1 175 743 lib.
(86%)
(reconstrucción de los
palacios de París)
1 073 441 lib.
149 511 lib. (11%)
para el total de las cargas del
estado del rey, o sea el estado
previsional de los gastos
descontadas de la capitación a causa de los descargos,
moderaciones y menoscabos de rentas
AL TESORO REAL
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Tres modelos de gestión de las haciendas provinciales. Francia, siglos XVII–XVIII 
El análisis permite ver con claridad los recursos financieros en que se apoyan los
actores para co-gestionar el territorio: el privilegio, es obvio, pero éste no resulta
suficiente cuando se quiere identificar el funcionamiento de las haciendas provinciales; conviene evaluar lo que las propias provincias sacan de la fiscalidad real. El
crédito, por fin, permitió a numerosos cuerpos políticos negociar con facilidad el
reconocimiento de su propia gestión. Como veremos, la contribución de las provincias a la deuda sería finalmente el medio de negociación más pertinente.
3. MODELOS DE GOBIERNO DE LAS HACIENDAS PROVINCIALES
Se pueden discernir en el siglo XVIII varias lógicas de regulación financiera. Éstas
variaron en función de los ministros, las provincias, los objetivos inmediatos de la
gestión real. Se pueden reducir a tres.
LA LÓGICA CONTRIBUTIVA
Como Richelieu cuando Francia participó en la Guerra de los Treinta Años, Colbert
supo imponer la tutela real a las haciendas provinciales sin recurrir sistemáticamente a la supresión de las asambleas. Otros medios podían servir. Ésta es la serie
de medidas que adoptó en la provincia de Artois, entre 1660 y 1683, para controlar
la destinación de sus gastos — sin tomar en consideración las exigencias de Louvois para la provisión del ejército:
1 660 Restablecimiento de los Estados provinciales
1661 Reducción de las deudas de la provincia
1662 Intromisión en el nombramiento del agente de negocios de la provincia
Establecimiento de oficinas de traites42
Visita a los encargados de la gabelle
1663 Colbert de Saint-Pouange exige la revisión del repartimiento del impuesto directo
Carta del rey que impide gastar más de 20.000 libras en gratificaciones.
El Consejo suprime las oficinas de las cinco compañías de arrendatarios reunidas
(Cinq Grosses fermes) establecidas en 1662
1669 Reglamento del impuesto directo, que exenta a los privilegiados y ciudades
1670 Colbert invita a los estados provinciales a reunir 40.000 libras de fondo para las
manufacturas
Segundo intento de establecer oficinas de traites (Lillers, Marquion)
Establecimiento de las cantinas militares
1671 Louvois ordena no se gasten más de 25.000 libras en gratificaciones
1673 Orden de realizar obras de fortificaciones a expensas del país, «a falta de fondos
del Tesoro real»
42. N.d.T.: Las traites eran derechos aduaneros recaudados a la entrada y la salida de las mercancías en las
fronteras del reino y en ciertas fronteras interiores. Se pagaban de forma distinta en «L’Étendue» y las provincias
«reputadas extranjeras», como se señala arriba.
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1 678 Colbert manda prohibir en Artois la cultura del tabaco en tres zonas limítrofes
con Picardía
1679 Orden de reunir un fondo permanente para mantener las fortificaciones.
1680 Se confía al intendente la adjudicación y el asiento del octroi43 de los cuarteles
1683, 16 de febrero: Se confía la adjudicación de las rentas arrendadas de la provincia al intendente
Se comprueba aquí que Colbert intentó limitar los gastos honoríficos, prefiriéndoles objetos más útiles, controlar las adjudicaciones,… en suma, integrar a la provincia en una lógica contable, un área comercial y una organización fiscal comunes
al reino. Así, su política prolongaba la de Sully y Richelieu. Sin embargo, Colbert lo
consiguió sin tener que crear elecciones.
En el siglo XVIII, la resignación dio lugar a una colaboración más asumida de los
estados provinciales con el poder central. Ya en 1695, la creación de la capitación dio
la oportunidad a los estados de Languedoc y Artois de apoyar al rey, poniendo a su
disposición la administración fiscal de la provincia: estas asambleas prefirieron en
aquel entonces repartir y recaudar el impuesto por sí solas, para que no vinieran a
hacerlo unos agentes del Estado. Dieron un paso más en este compromiso al lado
del rey cuando se instituyeron el décimo dinero en 1733 y los vigésimos dineros en
1756, ya que pidieron permiso para subrogarse al rey, para tener más facultades de
coacción sobre sus contribuyentes44. En efecto, el impuesto del vigésimo dinero
puso fin a la inmunidad fiscal que preservaba a las provincias de la financiación
de la guerra. Como lo mostró Michel Morineau, los derechos fiscales creados para
la Guerra de Sucesión de Austria (1744–1748) pesaron esencialmente sobre París,
mientras que las provincias, según sus estimaciones, sólo participaron en la financiación de este conflicto en una cuarta parte45. El Veedor General Machault puso
fin a esta situación repartiendo en todo el territorio la financiación de la deuda, a
la que se destinaba el vigésimo dinero. El nuevo impuesto tendía a reducir el papel
de los estados provinciales que se habían mantenido en pie. Recaudado por cuenta
del rey, daba más peso al intendente, encargado de elaborar las listas de contribuyentes, «lo cual es el gran objeto», con la ayuda de directores y contadores46. Sin
embargo, en las provincias en que había conservado el control, la nobleza consiguió
que se reemplazara la administración directa por una recaudación organizada bajo
su dirección (1756). Para hacerlo, asumió los derechos del rey, es decir que obtuvo
el derecho de apremiar y el de encarcelar a los contribuyentes recalcitrantes.
Ésta era una conclusión lógica en la evolución de las relaciones financieras entre provincia y capital. Lo mismo que el «país» se integraba en la corona para convertirse en la parte de un todo, las cajas y el dinero provincial se refundían en las
cuentas reales. Las instancias provinciales, aunque fueran inicialmente autónomas,
43. N.d.T.: Derecho sobre mercancías pagado a la entrada de las ciudades. Aunque pertenecía a las ciudades, el
monarca se valía de parte de su producto.
44. Ibidem, 204–208.
45. Morineau, (1980).
46. AN, H1 849, pièce 34, carta de Le Nain, 23 de febrero de 1750.
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Tres modelos de gestión de las haciendas provinciales. Francia, siglos XVII–XVIII 
estaban condenadas a convertirse en agentes fiscales o desaparecer. En Alsacia, por
ejemplo, «como todo se ha convertido en interés común, las libranzas de los intendentes, como los libramientos de los recaudadores, se pagan exactamente en los
plazos previstos»47.
LA LÓGICA PARTICIPATIVA: EL MOMENTO
DE LA MUNICIPALIZACIÓN
La erosión de la cohesión jurídica de las comunidades, que la creación del vigésimo
dinero aceleró, hizo que los cuerpos administrativos y políticos competían entre sí
por obtener el control de la gestión de las haciendas locales. En los años 1760, este
enfrentamiento se radicalizó porque el gobierno, a falta de reforma fiscal, se propuso actuar a nivel de la gestión local, para liberar a las ciudades y comunidades
de sus deudas y controlar mejor sus gastos. Se trataba de una importante reforma
financiera que pretendía fijar los gastos ordinarios, incluyéndolos en alguna manera
en un presupuesto, ejerciendo un estrecho control sobre los gastos extraordinarios.
No obstante, el gobierno no estuvo libre sino que debió tomar en consideración
las presiones nobiliarias, que le condujeron a un embrollo administrativo bastante
decepcionante.
Llamamos «partido provincial» a la corriente política nobiliaria que, en la línea
del círculo formado en su tiempo en torno al duque de Saint-Simon, se propuso
tomar el control del gobierno local en detrimento en particular de los intendentes.
Este partido, dirigido por grandes figuras como el príncipe de Condé o Loménie de
Brienne, con el apoyo de Choiseul, orientó la ambición reformadora de la Veeduría
General. El partido provincial se organizó en Francia en los años 1740 en torno a una
idea sencilla: las provincias languidecían a causa de las vejaciones de los asentistas
y la excesiva exigencia fiscal. Conocemos bien literatura nobiliaria que se remonta
a los últimos años del reinado de Luis XIV.
Después de la Guerra de los Siete Años, el partido provincial se fue adaptando
a la corriente fisiocrática y se amplió su presencia. Ya insistimos en este encuentro
inédito entre los discípulos de Fénelon y los de François Quesnay en los años 1750
y 176048. Los reformadores del Estado podían reunirse en torno a un mismo objetivo: una reforma fiscal asociada a una nueva participación de los gobernados en la
actividad de los gobernantes, para recoger la formulación de Roland Mousnier. Las
nuevas disposiciones fiscales adoptadas a partir de 1759, en particular la subvención
territorial de Silhouette, inspiraron a Mirabeau una Théorie de l’impôt [Teoría del
impuesto] (1760) en la cual basó la idea de un impuesto sobre la renta neta de todos
los propietarios. «El soberano y los propietarios del producto neto, he aquí lo que
compone al Estado», escribió más tarde49. La reforma a cambio de las asambleas.
47. Dupin, 1913, t. II, 178.
48. Legay, 2005.
49. Citado por Baker, 1985, 481, a partir de Mirabeau, 1775, 198.
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Éste era el contrato social que el Estado francés pudo firmar con la élite propietaria
recompuesta, sorteando así la oposición de las corporaciones de oficiales.
El partido provincial tuvo algunos éxitos, porque compartía una de las preocupaciones básicas de la Veeduría General desde Laverdy50: el deseo de «municipalizar»
la gestión local. La «municipalización» se entiende en la acepción amplia de la palabra, como una alternativa a la administración de los comisarios reales. Se opone
en efecto a la vía de la administración autoritaria de la hacienda, apoyándose en
comunidades políticas más o menos modernizadas. Aunque sus objetivos de gestión son ambiguos y podrían ser perfectamente tradicionales, la municipalización
busca responsabilizar a los actores de la vida económica para mejorar la gestión de
los negocios públicos. Esta política se puso en obra parcialmente y en diversos niveles en el reino de Francia. Se aplicó a las ciudades (la reforma de Laverdy de 1764),
las provincias (las asambleas creadas entre 1766 y 1787) y las comunidades rurales
(promoción de los síndicos municipales, supresión del apremio solidario sobre los
contribuyentes51). Suponía el reconocimiento de la responsabilidad política y jurídica de entidades administrativas intermedias, nuevas o tradicionales, encargadas
de la gestión de los negocios, y a la vez la delegación de dicha gestión.
La municipalización se inscribía en un proyecto liberal, deseoso de fomentar la
agricultura y el comercio para elevar el rendimiento fiscal. Laverdy se inspiró en
las ideas de las economistas de su tiempo, en particular Isaac de Bacalan52, y basó
su política financiera en el desarrollo económico. A nivel financiero, tal municipalización ofrecía una ventaja evidente: permitía obtener una participación colectiva
en las operaciones fiscales (reparto y recaudación), pero también hacer ahorros por
economía de escala, controlando el gasto y dejando que las comunidades implicadas costearan con impuestos parte de las cargas, como las relativas a la ordenación
territorial. A nivel político, por fin, la municipalización tranquilizaba a los diversos partidos nobiliarios, unánimes a la hora de deshacerse del intendente. Desde
la provincia se percibe claramente la estrategia del Veedor General, quien se dirige
en derechura al recaudador general de Lila, Delaunay de Saint-Valéry, pidiéndole
una memoria sobre los diferentes ramos del comercio y la agricultura y los medios
para fomentarlos y elevar así el rendimiento fiscal:
No se trata de las aclaraciones que puede obtener del intendente, sino de las que me
pide a mí, a que debo responder. La intención del ministro es conocer lo que puede
contribuir al incremento de la recaudación o serle contrario53.
Suscitando investigaciones económicas, prescindiendo del intendente, consolidando a las élites locales, Laverdy inauguró una gestión local original que se inspiraba en gran medida en las propuestas del partido provincial. En su memorial de
50. Sobre Laverdy, véase Felix, 1999.
51. Legay, 2005, 189–198.
52. Felix, 1999, 181–221.
53. AD Nord, C Flandre wallonne, registre 1455: carta de Vanderlinde, empleado del recaudador general, a los
grands baillis, 13 de febrero de 1766.
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Tres modelos de gestión de las haciendas provinciales. Francia, siglos XVII–XVIII 
1766, De la Ric, miembro del parlamento, favorable al restablecimiento de los estados del Delfinado, sacó a relucir una serie de argumentos que trataban de la utilidad
de las asambleas para el comercio y la agricultura, pero también para la hacienda
real, en particular porque la institución podría hacer empréstitos por cuenta del
rey54. La misma estrategia de co-gestión prevaleció en las ciudades en que Laverdy
puso su reforma en obra a partir de 1764. Estrechamente asociada a la liquidación
de las deudas, la reforma pretendió también responsabilizar a los actores de la vida
pública implicando estrechamente a los cuerpos en la gestión de los negocios. Una
de sus ambiciones consistió en la voluntad de volver a los preceptos colbertistas
de 1683, separando netamente el gasto ordinario del extraordinario: se fijaban las
primeras por cédula real, con la prohibición de pasar de la suma prescrita; se sometían las segundas a la aprobación de las asambleas de la gente principal de las
ciudades, consultándose al intendente y pidiendo la homologación de los tribunales
soberanos para adquisiciones, enajenaciones y empréstitos y la del Consejo para
pensiones, gratificaciones y construcciones o reparaciones que se salían del marco
del mantenimiento ordinario55. Este nuevo rigor en la gestión del gasto requería la
participación de demasiados actores. No se pudo poner en práctica de forma eficaz antes de 1771. Sin embargo, el estudio de sus objetivos obliga a matizar las afirmaciones de John Bosher, para quien el gobierno no supo imaginar una verdadera
gestión del gasto antes de 178056. Asociada a la política de reducción de las deudas,
la reforma de Laverdy pretendía, al fijar el gasto ordinario y homologar cualquier
gasto extraordinario, imponer una lógica de presupuestos en la gestión.
LA APUESTA DE LOS AÑOS NECKER
Además de la recaudación de los impuestos, el Estado real solicitó el crédito de las
provincias. Esta captación de los ahorros de los provinciales sigue sin evaluarse
bien, aunque fue sistemática a partir de la Guerra de Sucesión de Austria. Se hizo
por medio de las fianzas aportadas por cuerpos constituidos, como los estados provinciales. Para el período de 1740 a 1789, estos hicieron sesenta empréstitos: once
durante la Guerra de Sucesión de Austria, doce para costear la de los Siete Años,
veinte durante la de Independencia de América, diecisiete en los años de paz. En
el reparto entre las provincias, ocupan el primer plano Borgoña y el Languedoc. En
efecto, hicieron dos empréstitos los estados de Artois, diecisiete los de Borgoña,
ocho los de Bretaña, uno los países de Bresse, Bugey y Gex, dos los de la provincia
marítima de Flandes, veinte los de Languedoc y diez los de Provenza57. Esta clasificación pone de realce la dominación de Languedoc, con un total de 164.120.000
libras prestadas. Le siguen Borgoña (58 millones), Bretaña (42,5 millones, pero conviene recordar que esta provincia pidió prestados 40 millones para comprar los
54. AN, H1 1674, pièces 94 et 95.
55. Bordes, 1957, 258.
56. Bosher, 1970, 78.
57. Legay, 2002, 151–171.
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Marie-Laure Legay
derechos del dominio en 1759), Provenza (28,1 millones), Flandes (12 millones para
la provincia marítima), Artois (3,3 millones) y por fin los «países» de Bresse, Bugey
y Gex (180.000 libras). En total, los «países» dotados de estados provinciales lograron movilizar cerca de 330 millones para la monarquía. Según el informe de Lebrun
presentado a 22 de septiembre de 1790 en la Asamblea Nacional, los empréstitos
de los «países» de estados representaban más del 9% de la deuda de la monarquía
(127 de un total de 1.358 millones)58. El informe de Gareshé corrobora estas informaciones, estimando en 1791 la deuda de los «países» dotados de estados en 160
millones, de los cuales 121 se pidieron prestados para socorrer al rey59. El esfuerzo
de las provincias se incrementó rápidamente durante la Guerra de Independencia
de América (1776–1783), pues antes de ella, los empréstitos de los estados provinciales para el Tesoro sólo representaban el 1,8% del servicio anual de la deuda del
reino; después del conflicto, correspondían al 2,7%60. Conviene notar que a fines
del Antiguo Régimen, los modos de financiación tradicionales de la monarquía
cedieron lugar al crédito de las instituciones corporativas. Como lo mostró David
Bien, la estabilidad financiera de éstas era susceptible de atenuar la crisis de confianza general61. Así, lejos de poner trabas a la acción financiera de los ministros,
los estados provinciales acompañaron su política. Incluso sacaron partido de esta
colaboración, como Bretaña, quien fue fiadora del empréstito de 40 millones de
1750 para comprar los derechos del dominio.
Deseoso de alcanzar el crédito de estos cuerpos, Necker no prolongó ni los intentos de reforma fiscal de la época de Philibert Orry o de Machault, los dos ministros
neocolbertistas, ni la vía liberal de municipalización. Sí adjuntó a los intendentes
unas asambleas provinciales (1787), en las que se duplicó la representación del tercer estado, pero sólo se trataba de una vía institucional híbrida. Estos cuerpos no
fueron dotados de la responsabilidad financiera con que soñaban los liberales.
Al concluir este análisis, podemos comprobar por lo tanto cómo las lógicas de
gobierno de la provincias, contributivas o participativas, se bloquearon. Los últimos ministros de la Hacienda no consiguieron una evolución del modelo de gestión construido en los siglos XVI y XVII, cuando una economía de subsistencia dominaba y requería la inspección de intendentes para atenuar los efectos del fisco
sobre los campesinos. En el siglo XVIII, cuando los capitales se desplazaban, por el
empuje comercial y manufacturero, era preciso que la hacienda tuviera otras bases, controlándose mejor a los intermediarios financieros, recaudadores, tesoreros,
quienes se apoyaban en mercados cada vez más arriesgados. Después del fracaso
58. Vührer, 1886, t.1, 339.
59. Archives parlementaires de 1787 à 1860, op. cit., Primera serie (1787–1799), t. 24, 12 de abril de 1791, p. 715.
60. En 1775 el total de los intereses de la deuda y de los fondos anticipados montaba 119.752.753 libras [Vürher,
1886, t. I, 257]. Los intereses de los empréstitos de los estados de Languedoc para el Tesoro real montaban 1.093.490
libras, los de los estados de Borgoña 412.900 libras, los de los estados de Bretaña 299.955 libras y los de las comunidades de Provenza 369.140 libras. En 1787, el conjunto del interés de la deuda pública se estimaba en 285.000.000 libras
y los intereses de los empréstitos contratados por el rey en los países con estados provinciales montaban 7.600.000
libras [AN, A 4 LIII/1: «Examen statistique du Royaume de France en 1787, établi sur des documents officiels»]. En 1791,
el interés anual de las deudas de los estados se estimaba en 5.743.000 libras [Archives parlementaires de 1787 à 1860,
op. cit., Première série (1787–1799), tome 24, 12 avril 1791, p. 716].
61. Bien, 1987.
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Tres modelos de gestión de las haciendas provinciales. Francia, siglos XVII–XVIII 
de la institucionalización de la deuda (bancarrota de Law, dirección autoritaria de
la caja de descuentos), se acudió a los cuerpos constituidos para garantizar nuevos
empréstitos, vía fácil de financiación de la guerra que permitía evitar una reforma
fiscal y contable que comportaba demasiados riesgos políticos.
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MISCELÁNEA
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LOS ANTIGUOS VIZCAÍNOS
DE BENJAMIN CONSTANT.
LA ELECCIÓN DE CARGOS PÚBLICOS
EN EL SEÑORÍO DE VIZCAYA (1500–1630)
THE ANCIENT BASQUES OF BENJAMIN CONSTANT.
THE ELECTION OF PUBLIC OFFICIALS
IN THE LORDSHIP OF BISCAY (1500–1630)
Juan José Laborda1
Recibido: 23/01/2014 · Aceptado: 17/05/2014
http://dx.doi.org/10.5944/etfiv.27.2014.13707
Resumen
Este artículo estudia la paulatina formación de un sistema electoral en Vizcaya
durante los dos primeros siglos (1500–1630) de vigencia de sus singulares leyes, denominadas «Fueros» (1452 y 1526–1876). Las características y las funciones de los
miembros elegidos en las históricas instituciones vizcaínas se parecen mucho a las de
los modelos que Benjamin Constant definió como de «la libertad de los antiguos».
Palabras clave
Vizcaya; bandos; elecciones; Real Ejecutoria de 1549; Concordia de 1630
Abstract
This paper studies the gradual formation of an electoral system in Biscay during
the first two centuries (1500–1630) of validity of their unique laws, called «Fueros»
(1452 and 1526–1876). The features and functions of elected members in the historic
Biscay institutions closely resemble those of the models that Benjamin Constant
defined as «the liberty of the ancients».
Keywords
Biscay; bandos (medieval factions); elections; Royal Decree of 1549; Agreement of
1630
1. Correspondiente de la Real Academia de la Historia.
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Juan José Laborda
DE LA LIBERTAD DE LOS ANTIGUOS VIZCAÍNOS
Este trabajo es deudor de mis meditaciones sobre el famoso texto de Benjamin
Constant (Lausana, 1767–París, 1830): De la liberté des anciens comparée à celle des
modernes. Discours prononcé à l’Athénée royal de Paris en 18192 y su relación con las
instituciones públicas que tuvo el Señorío de Vizcaya durante el Antiguo Régimen,
o más precisamente, durante los siglos en que los Fueros de 1452 y 1526–1876 regularon y organizaron la vida de los vizcaínos dentro de la Monarquía hispánica3.
En las páginas siguientes intento describir y explicar cómo se institucionalizó el
Señorío desde la perspectiva electoral. Fue un proceso histórico, y como tal, socialmente contradictorio y políticamente imperfecto. En Vizcaya las guerras banderizas
—un largo conflicto civil que se inscribe dentro de la crisis del régimen feudal y del
surgimiento de las Monarquías autoritarias europeas— terminaron con el Fuero de
1452, que fue un pacto entre la Corona y los representantes de la sociedad vizcaína
relacionados con el poder del Reino de Castilla, y que además estaban conectados
con el comercio de la ría de Bilbao.
La singularidad del régimen foral vizcaíno encuentra en su sistema electoral tradicional uno de los elementos más característicos, comparable a otras singularidades vizcaínas, como la dualidad jurídica de las anteiglesias y villas, o la jurisdicción
exclusiva para los vizcaínos en la Sala de la Real Chancillería de Valladolid (en tanto
todos eran nobles)4. Como se podrá conocer unas líneas más adelante, las normas
que regularon las elecciones para los distintos niveles de gobierno en el Señorío de
Vizcaya fueron aceptadas casi un siglo después de la aprobación formal del primer
Fuero vizcaíno; y su aceptación definitiva, con un consenso que duraría hasta la
derogación foral del siglo diecinueve5, se logró con la Concordia de 1630.
Esas normas electorales, aunque, como tales, fueron raras en la Europa del Antiguo Régimen, sin embargo compartieron los rasgos característicos de los sistemas
de gobierno que entonces se basaron en la elección de los cargos u oficios políticos.
Benjamin Constant fue el primero que supo distinguir la diferencia de los cargos electivos «antiguos» con los «modernos», y estos últimos aparecieron con la
Revolución Gloriosa británica de 1688, y después, con la Revolución Francesa de
1789. Con su extraordinario estilo literario6, Constant contrapone los contemporáneos sistemas representativos liberal-democráticos con aquellos otros de siglos
2. Constant, 1819, 1997, 589
3. Laborda, 2012, 257.
4. La Sala de Vizcaya en la Real Chancillería fue consecuencia de la llamada «hidalguía universal». Por causas
históricas, los habitantes de un territorio obtuvieron la condición de nobles, y ese hecho es excepcional incluso
en Europa. La Sala, para entender su significado, puede compararse con la actual Sala de lo Militar del Tribunal
Supremo español; los vizcaínos eran juzgados como «hidalgos infanzones», y como escribió el licenciado Andrés de
Poza (1585), los «infanzones» tenían un significado militar, pues su función no era otra que defender a los otros dos
estamentos u órdenes de la sociedad, el clero y el pueblo sin privilegios.
5. El último diputado general, elegido dentro de la parcialidad «oñacina», fue el historiador Fidel de Sagarmínaga y Epalza (1830–1894), durante el bienio 1876–1878, que dejaría el cargo el 27 de febrero de 1877 al entrar en
vigor la abolición foral con la ley de 21 de julio de 1876 (que ha sido derogada en la Disposición Derogatoria 2 de la
CE de 1978).
6. Rawls, 2007, 246.
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Los antiguos vizcaínos de Benjamin Constant 
anteriores, desde la Grecia clásica hasta los modelos republicanos que se mantuvieron en Europa a lo largo del Antiguo Régimen.
Aunque Constant no se refiere expresamente a ninguna, es evidente que su
Lausana natal, y las demás comunas de la Suisse romande —calvinistas y de lengua
francesa—, son sus referencias a esos gobiernos electivos que él definió para siempre
como «de la liberté des anciens». Además, su discours fue también una discusión
con su compatriota, y casi vecino de nacimiento, el ginebrino Jean-Jacques Rousseau (1712–1778).
La «volonté générale» de Rousseau se inspiró en la política comunitaria de ciudades con gobiernos electivos como Ginebra, Lausana y aquellos casos europeos
parecidos, entre los cuales se encontraban entonces las instituciones públicas de
Vizcaya. Para el ginebrino, no pasó desapercibido ese ejemplo: sus alabanzas a las
virtudes del gobierno reunido bajo el árbol de Guernica tuvieron una gran influencia posterior; la nostalgia por la pérdida de una manera de gobernar, mitificaron
los rasgos de la Junta General y el Gobierno Universal, dando origen a corrientes
políticas tradicionalistas, nacionalistas, anarquistas e incluso con influencia ideológica del comunismo leninista7.
La discusión entre las dos concepciones históricas de la libertad (o de la democracia), que inició Benjamin Constant, llegará hasta nuestros días.
En sus orígenes, la naciente democracia liberal representativa encontró en los
antiguos sistemas electorales —que fueron casos parecidos a los forales vascos—,
una alternativa que tenía a su favor el respaldo social de la tradición y de la religión;
alternativa ideológica, pues los antiguos sistemas no sólo fueron incompatibles con
el carácter representativo y la pluralidad política de sus electos, sino que rechazaban los derechos de las minorías, la libertad de pensamiento y la de conciencia. En
otro lugar he relatado cómo los vizcaínos del Antiguo Régimen se gobernaron con
las pautas que Constant definió para los sistemas políticos «de la liberté des anciens»; unas pautas tan ajustadas al modelo antiguo que llevarían a los vizcaínos
hasta el tópico de castigar con el ostracismo a los disidentes8. Aunque esos ejemplos
7. Rousseau convivió con Manuel Ignacio de Altuna y Porta (1722–1762), el «vizcaíno» de «Las Confesiones»,
aunque se trataba de un guipuzcoano, alcalde de Azpeitia, caballerito ilustrado, y colaborador de Munibe. Rousseau
afirmó que los vascos eran, por la pureza de su gobierno, «el pueblo más feliz del mundo». Su afirmación: «Bajo un
árbol reunidos, los campesinos toman siempre las decisiones justas», ejemplifica sus ideas sobre una democracia no
representativa. www.seminariodefilosofiadelderecho.com/Biblioteca/R/confesionesrousseau.pdf . William Wordswooth
(1770–1850), y su poema sobre el árbol de Guernica, popularizará los elementos románticos del antiguo régimen vizcaíno de gobierno. Caro Baroja, 1989, 353, llama la atención sobre el hecho de que los tradicionalistas coincidieran
nada menos que con Rousseau en su glorificación del gobierno foral vizcaíno.
8. Constant, 1819, 1997, 610: «Tout exil politique est un attentat politique. Tout exil prononcé par una assemblé pour de prétendus motifs de salut publique, est un crime de cette assemblé contre le salut public, qui n’est
jamais que dans le respect des lois, dans l’observance des formes, et dans le maintien des garanties». En Laborda,
2012, 306, me refiero a un ejemplo de ostracismo que tiene los mismos elementos que definió Constant: «El episodio
de represión con Tomás de Ibargüen nos sitúa al Señorío como ejemplo ‘de la liberté des anciens’, aunque después
del estudio de Elizabeth Rawson, el castigo al individuo discrepante, en situaciones como las descritas, se inserta
dentro de lo que esa autora denomina ‘tradición espartana’. Destaca en ella la función política de los éforos, unos
magistrados que vigilaban el cumplimiento de las normas por todos los miembros, sin excepción, de la comunidad.
Elegidos por la asamblea, su capacidad para escudriñar las infracciones en el cumplimiento de lo decidido en ella,
alcanzaba a los monarcas, disponiendo en nombre de aquella sociedad la máxima fuerza disciplinaria y penal. El
acuerdo, insólito, que la Junta General vizcaína votó el 11 de octubre de 1686 contiene elementos de esa tradición: la
asamblea era más de hómoioi, de ‘nobles o pares igualitaristas’, que de polítes, de ‘ciudadanos libres’; el título que les
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Juan José Laborda
se refirieron a «los antiguos», Constant los menciona en las páginas de su discurso
en los que discute los argumentos de Rousseau abiertamente; la asamblea rousseauniana de ciudadanos justos, aunque tenía antecedentes antiguos, contenía las
semillas del totalitarismo, como después vio Jacob L. Talmon9.
A mediados del siglo veinte, las dos formas o categorías de la libertad política de
Benjamin Constant, y sus correspondientes regímenes de representación electoral,
dieron lugar a nuevos debates, en los que se comparó las entonces llamadas democracias formales, con las democracias reales o populares10. El colapso de los Estados
comunistas pareció zanjar el debate. Pero la fascinación que siempre han poseído
las propuestas «naturales» de democracia plebiscitaria —y con cargos elegidos revocables en todo momento de su mandato—, abrieron de nuevo el debate sobre
los dos modelos de representación11, sólo que ahora la alternativa a la democracia
representativa se encuentra en los movimientos sociales que se han denominado,
genéricamente, como «los indignados»12.
Aunque el debate actual sobre las instituciones democráticas no se apoye en
relatos históricos, como sucedió no hace muchos años, sino en apreciaciones basadas en encuestas sociológicas, el conocimiento de cómo funcionaron realmente
las sociedades del pasado será siempre muy útil para que ese debate no caiga, como
tantas veces en el pasado, en fantasías y en errores, muchas veces resultado de la
manipulaciones interesadas. Ésa es la intención que subyace a este estudio sobre
el régimen electoral del antiguo Señorío de Vizcaya.
ELECCIONES TRADICIONALES EN EL ANTIGUO
GOBIERNO DE VIZCAYA
Con la creación en el año 1500 del Regimiento General se profesionaliza y se da
carácter permanente al gobierno del Señorío de Vizcaya. El mandato de los cargos del Regimiento duraba dos años, aunque en algunas ocasiones conflictivas el
ejercicio del mando se prolongó más tiempo. A partir de 1549, cuando se reguló el
sistema electoral, el Regimiento General estaba constituido por el corregidor (que
era nombrado por el monarca) más los representantes electos por el Señorío: dos
diputados, 12 regidores, dos síndicos, dos consultores, un tesorero y dos escribanos
que oficiaban como secretarios. Como tal, el Regimiento era un órgano delegado
de la Junta General.
otorga la condición de vizcaínos es el klerós, la herencia o heredad que no puede ser hipotecada, ni vendida, salvo,
claro está, cuando se trata de ‘traidores a la patria’, como la del desgraciado Ibargüen.»
9. Talmon,1966.
10. Sartori, 1979, 1987. Bobbio, 1993. Della Volpe, 1969. Cerroni, 1972.
11. Cerroni, 1972, 86, al estudiar los dos modelos de representación y de ciudadanía señala así los rasgos del
modelo antiguo: «en el mundo antiguo el individuo pertenece, para utilizar las palabras de Taine, a su comunidad
como la abeja a su colmena, como la hormiga a su hormiguero, ya que no es más que un organ dans un organisme.»
12. La Asamblea del Sol aprobó en su octava resolución «la democracia participativa y directa en la que la ciudadanía tome parte activa». Véase http://es.wikipedia.org/wiki/Democracia_participativa y http://www.attac.es/15m
-hartos­-de-la-estafa-y-la-impunidad/
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El corregidor mantenía la unidad política del conjunto en nombre del rey. Aunque hubo intentos —como el de septiembre de 151413— de separar definitivamente
las villas del cuerpo del Señorío, nunca la monarquía aceptó el nombramiento de
un corregidor para cualquiera de sus partes integrantes (a pesar de que los cometidos de éste se ejercían en Castilla en unidades urbanas de realengo). Mientras la
rivalidad banderiza se prolongó, no se pudo unificar políticamente Vizcaya, algo
que las dos partes enfrentadas, sin embargo, moralmente deseaban14.
Hasta la Real Ejecutoria de 1549, el Señorío no dispuso de un sistema electoral
con respaldo jurídico15. La negativa a institucionalizar los bandos debió mantenerse
hasta los años cuarenta, de conformidad con las prohibiciones del Capitulado de
Chinchilla16. Hacia 1545, el corregidor licenciado Acuña quiso arbitrar un procedimiento electoral en el que se contaba con las parcialidades —la versión no bélica
de los bandos—, pero todo terminó en los tribunales. Las merindades de Vedia y
Arratia estaban a favor, pero Uribe, Busturia, Marquina y Zornoza impugnaron la
iniciativa, que terminó, por su importancia, en el Consejo Real17.
Los años posteriores al proyecto de Acuña fueron crispados: los corregidores Hernández y Serrano tuvieron que vérselas con Juntas Generales en las que los bandos
acudían armados y a caballo para elegir los Regimientos18. Aunque probablemente
la resolución contó con un grado desigual de aceptación entre los grupos partidarios, lo cierto es que el sistema electoral que entonces se aprobó serviría para todo
el periodo foral19.
Las Ordenanzas electorales se basaban en dos principios: cada anteiglesia se definía para votar como adscrita a uno de los dos bandos, y los procuradores de todas
ellas elegían al Regimiento o gobierno vizcaíno por insaculación.
«La adscripción de las anteiglesias al bando oñacino o al gamboíno fue el resultado de la opción adoptada por mayoría de los vecinos de cada municipio»20. Cuando
en 1630 las villas se incorporaron a este régimen electoral, también decidieron en
concejo abierto a qué parcialidad iban a votar21. Mientras en las anteiglesias hubo
escasas tensiones a la hora de decidirse por un bando, las villas de Bilbao, Guernica
y Marquina declararon que iban a votar alternativamente por cada uno de ellos. En
Bermeo, donde hubo polémica para decidir el bando, el corregidor lo echó a suertes, adscribiéndose así la villa dentro de la parcialidad gamboína22.
13. Monreal, 1974, 97.
14. Monreal, 1974, 126.
15. Zabala Montoya, 2005, 85–124.
16. Zabala Montoya, 2005, 87. Laborda, 2012, 156. Garci López de Chinchilla fue miembro del Consejo Real
de los Reyes Católicos, experto en pacificar malhechores feudales; fue enviado a Vizcaya para reducir la prepotencia política de los «parientes mayores banderizos» y no tuvo otra fórmula para lograrlo que separar las villas de las
anteiglesias en los órganos comunes de gobierno del Señorío. Con esa fórmula, el poder feudal de los «cabezas de
bando» se debilitó al dividirse éste entre las villas y las localidades rurales, beneficiando a los grupos sociales que se
identificaban con el corregidor del Rey y con el Fuero como norma común de convivencia en Vizcaya
17. Monreal, 1974, 451.
18. Zabala Montoya, 2005, 88.
19. Monreal, 1974, 451.
20. Monreal, 1974, 445.
21. Monreal, 1974, 446.
22. Monreal, 1974, 446.
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A fines del siglo XVII se hizo una pequeña reordenación electoral de las localidades; pero sólo en 1714 desaparecieron «las repúblicas alternas» para pasar a un
sistema plenamente «bipartito»23.
TIPOS SOCIOLÓGICOS DE LOS ANTIGUOS VIZCAÍNOS
He estudiado en otro lugar24 el proceso de institucionalización del Señorío de Vizcaya, proceso que formalmente tuvo lugar entre 1452 (fecha de aprobación del Fuero viejo o Fuero de albedrío) y 1526 (fecha en la que se aprobó el Fuero sancionado
por el emperador Carlos V y que estaría en vigor hasta su completa derogación en
1876). Pero las fechas de aprobación del primer Fuero, y la reforma y sanción real
del segundo y definitivo, no establecieron un antes y un después en la historia de
Vizcaya. La institucionalización foral del Señorío de Vizcaya fue un proceso histórico, y como tal estuvo sujeto al azar de los acontecimientos; lo que significa que
sus límites temporales se dilataron, en todo lo referente a las clases sociales y a los
grupos políticos de aquella sociedad, a tiempos mucho más amplios que los que
enmarcan las fechas de 1452 y 1526.
En estas páginas pretendo demostrar que los «parientes mayores» condicionaron el desarrollo institucional del Señorío hasta la Concordia de 1630 —cuando
se unificó el gobierno del Señorío. Utilizaré para ello los datos y las conclusiones
que se encuentran en el clásico libro de Gregorio Monreal, básicamente los que se
refieren a lo que este autor denomina, con acierto, «mecánica electoral de toda la
época foral»25. También me serviré de mis propias investigaciones. Para lo que interesa ahora, las resumo en los siguientes hechos:
1. La aprobación de los dos Fueros supuso —el primero más que el segundo—
el establecimiento de límites legales al poder tradicional de los «parientes
mayores» y de sus respectivos «bandos» feudales.
2.Los hidalgos vizcaínos fueron el grupo social que impulsó la redacción de
ambos Fueros, y por eso —apoyándome en la intuición de Julio Caro Baroja—
los he denominado gentry, por la pequeña y mediana nobleza inglesa que fue
protagonista de la singular historia de las Islas Británicas.
3.Los «parientes mayores» terminaron por sumarse al «consenso foral». Eso
sucedió en 1471, cuando las tropas de los caudillos oñacino y gamboíno derrotaron a Pedro Fernández de Velasco —un aristócrata al que el rey Enrique IV
de Castilla había nombrado «virrey de Vizcaya»— en la batalla de Munguía.
A partir de esa victoria, cesó el enfrentamiento banderizo en Vizcaya, y el
23. Monreal, 1974, 448. También hubo anteiglesias ( y concejos encartados) alternas: Baracaldo, Begoña, Derio, Tres Concejos, Zalla, Murueta, Ajánguiz, Mendata, Galdames, Ereño, Nachitúa, además de las villas de Larrabezúa, Ermua, Marquina y Guerricaiz.
24. Laborda, 2012, 83–206.
25. Monreal, 1974, 451.
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Señorío se convirtió en una unidad política estabilizada, y que se manifestó
leal a los (futuros) Reyes Católicos.
4.El consenso en torno a las leyes e instituciones que constituían el Señorío
de Vizcaya comprendió a los «parientes mayores», y también a sus «bandos»
feudales, unos clanes con los que se combatió durante las «guerras banderizas», y que después entraron al servicio de los Reyes Católicos en Vizcaya.
5.Dos hechos que son simbólicos de la influencia ancestral de esa nobleza tradicional vizcaína:
a) al llegar la paz, los bandos «oñacino» y «gamboíno» mantendrán su capacidad para aglutinar a la sociedad vizcaína, bien que transformados en
«parcialidades» electorales. En los demás territorios vascos, donde la nobleza banderiza fue derrotada por la Hermandad de las villas y por la Monarquía, los apelativos banderizos (oñacinos y gamboínos) se dejaron de
usar, incluso en Guipúzcoa, a pesar de que esos linajes eran originarios de
allí; el que esas denominaciones se dejaron de usar procedió de su incapacidad para canalizar institucionalmente a sus respectivas sociedades. Por
el contrario, esas dos «parcialidades» sirvieron en el Señorío como cauces
electorales hasta la derogación foral.
b) El pariente mayor oñacino, don Juan Alonso de Mújica y Butrón, y su correspondiente par gamboíno, don Juan de Arteaga y Gamboa, ambos aparecerán destacados en texto del Fuero de 1526: «Que a continuación (del
corregidor Pedro Girón de Loaysa) figuren en el acta los dos cabezas de
linajes —escribí en mi libro26— subraya el sentido de acuerdo que encierra
el trámite reformador del Fuero».
6.Por lo tanto, la Monarquía se encontró con que los «parientes mayores»
mantenían intacto su antiguo poder social dentro de las nuevas estructuras
del Señorío de Vizcaya. Como ninguno de los dos Fueros establecieron unos
sistemas electorales para designar los «cargos» u «oficios» de los distintos
órganos de gobierno del Señorío —desde los fieles regidores que se elegían
anualmente en las anteiglesias hasta el gobierno vizcaíno elegido cada dos
años—, la conflictividad se mantuvo hasta que en 1630 se llegó a un acuerdo
definitivo. Éste fue conocido como la «Concordia de 1630», y, además de establecer un sistema electoral basado en las «parcialidades oñacina y gamboína», el acuerdo sirvió para unificar las instituciones del Señorío de Vizcaya:
la Junta General o congreso; y el gobierno vizcaíno o Regimiento General (a
partir del año 1500); y después de 1645, la Diputación General.
7.Ayudándome con los «tipos de dominaciones» que Max Weber definió en
varias de sus obras, he distinguido las siguientes noblezas vizcaínas para la
época que estudio:
a) «Cabeza de bando», «pariente mayor», «banderizo» u otras denominaciones (que aparecen en las crónicas de Lope García de Salazar27) se
26. Laborda, 2012, 184.
27. García de Salazar, 1476, 1993.
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corresponden con tipos sociológicos a los que aplico definiciones como
nobleza tradicional y también nobleza carismática. El concepto de aristocracia es apropiado para los linajes de aquellos antiguos «parientes mayores»; se fusionaron con la alta nobleza castellana de duques, marqueses y
condes a partir del siglo XVI; esa aristocracia fue conocida en su tiempo
como «grandeza». El vizconde de Chauteaubriand28 acertó con su intuición cuando escribió: «La aristocracia cuenta con tres épocas sucesivas:
la época de la superioridad, la época de los privilegios, la época de las vanidades: al salir de la primera, degenera en la segunda y se extingue en la
última». La evolución de la nobleza banderiza se ajusta a los tipos y a las
épocas que sugirió el vizconde en sus memorias.
b) La nobleza provincial se formó a partir de esa gentry de hidalgos que impulsó la aprobación del primer Fuero para así emanciparse de la dominación
tradicional y carismática de los «parientes mayores» y de sus «bandos»
feudales. Estuvo formada por distintos tipos sociales: b1)-Propietarios de
«casas y caserías», muchas veces vinculadas en mayorazgos. b2)-Mercaderes
y comerciantes que tenían sus negocios en las villas, fundamentalmente
en la villa y puerto de Bilbao. b3) -Dentro de esta última clasificación se
encuentran los «patricios», un grupo de mercaderes caracterizado por
dominar el Consulado y Casa de Contratación de Bilbao y que consiguieron, a partir de la segunda mitad del siglo diecisiete, hacerse con la
exportación de la lana de la Mesta y sus retornos comerciales, principalmente los paños extranjeros. Este patriciado tenía propiedades rurales, y
normalmente arrendaba sus «casas y caserías». b4) -Más próximos a tipos
burgueses estaban los mercaderes y comerciantes dedicados a la importación de mercancías ultramarinas, azúcar, cacao y, sobre todo, tabaco. Este
último producto, que era controlado en un Estanco por la Hacienda de la
Monarquía, se introducía al amparo de las exenciones tributarias forales,
y era vendido fraudulentamente fuera de Vizcaya; a partir de la segunda
mitad del siglo XVII, el tabaco dio origen a unas industrias que elaboraban
«tabaco fábrica de Bilbao», fundamentalmente unos molinos que entraron en decadencia a partir de los «Capitulados» que el Señorío suscribió
con el ministro José Patiño en 1727.
La «nobleza provincial» comprendía a otros tipos profesionales de una
sociedad en la que la condición hidalga se predicaba de todos los vizcaínos.
La «hidalguía universal» fue la ideología que dio conciencia de unidad a la
«nobleza provincial»; empleo esta denominación por el hecho de que en
1676 se creó el título de «padres de la provincia», que eran antiguos diputados generales del Señorío; la «provincia» aparece entonces como el contenido del Señorío, y los «padres de la provincia» fue la versión que la «nobleza
provincial» presentó como alternativa a los «parientes mayores». Frente a la
28. Chateaubriand, 2006, 15.
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dominación carismática de los antiguos banderizos, la «nobleza provincial»
basó su hegemonía política en el formalismo de las leyes, de los privilegios
forales.
8.Con el Fuero de 1526 se generalizó la hidalguía a los vizcaínos y a todos los
que probasen ser descendientes de vizcaínos y no habían perdido, por matrimonio u otras causas, su condición de nobles. La ideología de la «hidalguía
universal» se extendió también a los campesinos, dueños o arrendatarios de
las «casas y caserías», y a otros sectores populares, en especial los oficios y
profesiones que estaban ligados a la economía mercantil de un puerto como
Bilbao. He aplicado la denominación «pueblo con pretensiones» para describir esos sectores populares, que tuvieron conciencia de su hidalguía porque
participaban en las elecciones para designar los gobiernos locales y también
el «Gobierno Universal del Señorío de Vizcaya»; y por eso, también tuvieron
conciencia de su poder.
Mateo Echávarri, un prestigioso escribano, redactó en 1631 un panfleto titulado Pretensiones de Vizcaya29; ese año comenzaron los motines del Estanco
de la sal, y fue entonces cuando Echávarri formuló la teoría del Fuero como
pacto entre el rey y el pueblo de Vizcaya.
Entre 1680 y 1727 «el pueblo con pretensiones» y la «nobleza provincial»
dominaron políticamente el Señorío, desbancando a la «nobleza tradicional»
de los antiguos banderizos. Después de la revuelta de 1718, y de los Capitulados de 1727, «el pueblo con pretensiones» se separó de las élites vizcaínas.
LA «MECÁNICA ELECTORAL» DE LOS «ANTIGUOS VIZCAÍNOS»
He esquematizado definiendo quiénes eran «los antiguos vizcaínos». Resumiré
ahora la «mecánica electoral» con la que elegían los cargos u «oficios» de los diferentes niveles de gobierno del Señorío de Vizcaya. Mostraré, de acuerdo con Monreal y partir de mis propias investigaciones30, el proceso que condujo a disponer de
un sistema electoral aceptado por todos los vizcaínos, y que fue clave para lograr
la Concordia de 1630.
Como anteriormente he señalado, el corregidor licenciado Acuña, después de
un prolongado conflicto en Vizcaya y en los tribunales del Reino, consiguió que las
Ordenanzas que había redactado en 1545 fuesen aprobadas por el Consejo Real en
1549. Esas Ordenanzas electorales contenían una novedad, pues rectificaban radicalmente las prohibiciones de Chinchilla de «institucionalizar los bandos»: ahora
se basaban en organizar el cuerpo electoral mediante las «parcialidades» oñacina
y gamboína.
Lo que en el siglo XV hubiera sido malo para la autoridad de los Reyes Católicos
en Vizcaya, en 1549 era la solución que la monarquía encontraba para resolver un
29. Laborda, 2012, 237
30. Laborda, 2012, 253.
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problema que se arrastraba en Vizcaya desde la época del Fuero de 1452. La autoridad del rey era incomparablemente mayor con Carlos V que con los Reyes Católicos, cuando estos últimos estaban saliendo de un período de guerras civiles. Ahora
las autoridades reales —el corregidor de Vizcaya en primer lugar— sabían que las
«parcialidades» eran el único método para articular electoralmente el Señorío; esas
dos agrupaciones ya no implicaban la amenaza de los antiguos «bandos» feudales; y
además en 1549, las autoridades reales podían apoyarse en los gamboínos sin serios
inconvenientes, ya que los oñacinos —como los bandos en general— no tenían el
mismo poder de un siglo atrás.
Las Ordenanzas de 1549 fueron «el texto básico al que se atuvo la mecánica electoral de toda la época foral, con pequeñas variantes, introducidas posteriormente
por uso o por disposiciones expresas de la Junta» (General de Guernica)31.
La mecánica electoral funcionó con las siguientes fases temporales:
1.Cada anteiglesia vizcaína enviaba a su fiel procurador a la Junta General de
Vizcaya (en Guernica) para ejercer la función de elector.
2.Los distintos fieles procuradores entraban —cada uno en representación de
su localidad— en la Iglesia de Santa María la Antigua de Guernica acompañados por dos escribanos y del corregidor. El texto de la disposición de 1549
estaba escrito para evitar influencias ancestrales, que hoy calificaríamos de
coacciones caciquiles: «los fieles procuradores (…) ellos solos, e non otra
persona alguna se entren en la yglesia de Guernica a donde suelen hazer las
dichas elecciones».
3.Todos los fieles procuradores que representaban localidades «oñacinas» escribían (los escribanos ayudaban a los que no sabían escribir) sus nombres en
«cédulas» (papel o pergamino para escribir) «las quales cédulas sean yguales,
e se echen dobladas en un cántaro, e rrebueltas».
4.Después de revueltas se sacan tres cédulas y los tres nombres que en ellas figuran serán los tres electores de la parcialidad «oñacina», que tendrán que
elegir la mitad de los puestos del Gobierno vizcaíno, los correspondientes a
esa parcialidad.
5.Los electores no podrán pertenecer a localidades contiguas: «los dichos tres
eletores (sic) que ansí salieren no han de ser de anteyglesias juntas y vecinos,
sino que entre un eletor e otro aya Anteyglesia en medio.» La medida tiene
una clarísima intención contraria a los parientes mayores; los Butrón y los
Avendaño tenían sus influencias distribuidas por comarcas, y a la altura del
siglo XVII, los Butrón seguían dominando en localidades que eran limítrofes,
por ejemplo, Gatica (donde estaba el «palacio» de Butrón), Urdúliz, Lauquíniz, Urdúliz, Plencia, Barrica y Sopelana32. La dominación feudal o tradicional
estaba basada en lealtades personales que en aquella época suponían, la mayoría de las veces, también vínculos de vecindad.
31. Monreal, 1974, 451
32. Laborda, 2014, 350
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6.El corregidor y los escribanos tomarán el juramento a los tres electores: «elegirán por oficiales del dicho Señorío las personas de más conciencia, onrradas
(sic), entendidas y abonadas que mejor convengan para la buena gobernación
del dicho Señorío».
7.Cada uno de los tres electores —«cada uno apartadamente por sí»— elegirán
la mitad de los puestos del Gobierno vizcaíno: «un diputado, seis rregidores e
un síndico e un bolsero e un escribano e un letrado». Cada elector tiene que
proponer suplentes para todos los puestos u oficios: «dichos electores elijan
dobladas personas por oficiales de los que han de ser».
8.Los electores introducen el doble de cédulas para cada puesto en el el cántaro, excepto para el oficio de regidores «porque por ventura no se podrían
hallar diez y ocho personas tales».
9.Para elegir al diputado de la parcialidad oñacina, cada uno de los electores
introduce sus dos cédulas. En esta fase es donde un niño «de tierna edad»
culmina esta fase: revueltas las cédulas todas iguales y dobladas, la primera
que el niño «sacare, el que saliere scripto por ella sea diputado por los dos
años primeros».
10.Se procederá de la misma manera para los puestos que también son sólo uno
a elegir por los electores de la parcialidad33.
11.Para elegir a los seis regidores no rige la regla de doblar su número por parte
de cada uno de los tres electores. Cada uno de éstos introducía en el cántaro
cuatro nombres para elegir regidores: «Las seis primeras cédulas que sacare el
tal niño, los que viniesen scriptos en ellas sean rregidores por los dichos dos
años». Si entre los seis nombres que el niño extraía del cántaro había alguno
repetido se sacaban otras cédulas para completar los seis regidores, y sus correspondientes suplentes. En el caso de que siguiesen faltando nombres, los
electores volverían a introducir en el cántaro dos cédulas nuevas cada uno.
12.También se previó reglas particulares para elegir los oficios de «letrados» o
«consultores del Señorío». Como no había muchos letrados dónde elegir, la
norma preveía: «que los tres electores entre sy comunicando elijan un letrado, y si no se concertaren, cada uno de los tres electores elijan el suyo en su
cédula, y metidos en el cántaro, la primera que sacare el niño sea letrado por
los dichos dos años.»
13.Terminada la operación con los oñacinos, se efectuaba lo mismo con la parcialidad gamboína, que pasaba a designar la otra mitad del gobierno del Señorío.
14. La última regla revela cuáles fueron los problemas más constantes para institucionalizar las elecciones en Vizcaya: «Otro sí que ningún cavallero ni pariente mayor se halle presente en las dichas elecciones so pena de cincuenta mil
maravedís».
Los cargos duraban dos años y no podían entrar en el sorteo siguiente, pues los
puestos del Gobierno vizcaíno tenían una solución de continuidad de al menos un
33. El puesto de bolsero (más tarde: tesorero) fue único en el gobierno del Señorío; correspondía su nombramiento alternativamente a uno y otro bando. A partir de 1718, ese puesto desapareció del gobierno vizcaíno.
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mandato. Esta exigencia evitó que en Vizcaya no se diese la venta y amortización
de cargos públicos que fue común en Castilla.
HACIA LA CONCORDIA DE 1630 QUE UNIFICÓ
EL GOBIERNO VIZCAÍNO
Darío de Areitio reprodujo la serie de Regimientos elegidos a partir del siglo XVI34.
La serie de diputados que encabezaron los Regimientos vizcaínos entre 1559 y el
año 1630 —cuando se unificó el Señorío— son una prueba elocuente del dominio
de los parientes mayores y sus linajes en el sistema gubernamental foral35.
Aunque los cargos de diputados se sometían a la suerte de la insaculación, durante setenta años esos puestos máximos fueron ocupados por miembros de las
familias de los jefes oñacinos o gamboínos en una proporción que descubre una
intención voluntaria. Los parientes mayores Butrón, Avendaño o Arteaga se hicieron presentes regularmente en los gobiernos vizcaínos hasta la Concordia de 1630.
Durante este primer periodo se aseguró que los votos satisficiesen el deseo —o
la necesidad— de que los parientes estuviesen en la cúspide del régimen foral.36
Como las relaciones de origen feudal se adaptaron al juego institucional, lo probable fue que los electores vizcaínos recibieran previamente instrucciones o sugerencias acerca de los nombres propios con los que cubrir los cargos de cada bando
o parcialidad. Monreal estudió cómo un sistema electoral que se fundamentaba en
el sorteo podía ser orientado hacia la consecución de un resultado deseado. Aplicando una sencilla combinatoria a los seis electores, la posibilidad de que resulte
elegido un candidato aumenta más cuantas más veces aparezca su nombre en la
cédula del elector. Pero como éste es seleccionado a suertes, no sería raro que cada
bando hiciese «campaña»37 por su candidato (y «pariente mayor»), mediante una
consigna que se hacía circular entre los representantes de las localidades de la parcialidad. Las coincidencias o concentración de votos a favor de un candidato señalan, a juicio de Monreal, «una presión anterior sobre el ánimo de los electores,
hecho que presupone una estructura social determinada»38.
La investigación de Mikel Zabala Montoya sobre los enfrentamientos en las
Juntas Generales, anteriores a la Concordia de 1630, evidencian que los parientes
mayores y los bandos condicionaron la política vizcaína más que el antagonismo
entre las villas y la Tierra Llana39. Sin embargo, la opinión de este autor no coincide
con la mía pues considera que los dos parientes, y los dos bandos, se enfrentaron
para «fortalecer el papel de la Tierra Llana como bloque»40.
34. Areitio, 1943, véase cuadro anejo.
35. Laborda, 2012, 179 y 600. Véase cuadro anejo.
36. Labayru, 1903, V, 675.
37. Monreal, 1974, 462.
38. Monreal, 1974, 310, 460.
39. Zabala Montoya, 2005, 85
40. Zabala Montoya, 2005, 89: «Porque, con toda probabilidad, en la base de este desacato subyacía el deseo
de activar los mecanismos de solidaridad agnaticia por parte de los grandes linajes (con independencia del posicionamiento que cada uno de ellos adoptase en aquella jornada) al efecto de fortalecer el papel de la Tierra Llana como
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Los antiguos vizcaínos de Benjamin Constant 
Hasta la Real Ejecutoria de 1549, en la que se regularon las elecciones con las
parcialidades41, éstas —«en consonancia con la política general imperante destinada
a la superación de las banderías»42— no formaron parte del sistema de votaciones.
Zabala señala cómo los gamboínos preferían que el recuento se hiciese por merindades, ya que sus rivales oñacinos dominaban un mayor número de anteiglesias43.
El objetivo de un sistema de votación estrictamente paritario —como acabará estableciéndose con la reforma electoral de 1714— ha sido siempre un objetivo
gamboíno: «Lo cierto es que los gamboínos perseguían una equiparación de ambos
bandos en el Gobierno, dado que era mayor el número de Anteiglesias oinacinas
(sic) y éstas imponían un mayor número de oficiales de su partido»44. Estos factores se pondrán de relieve en la Junta General de 30 de marzo de 1546. A través del
expediente judicial que se abrió por los graves incidentes ocurridos en esa asamblea, podemos conocer cómo se desarrolló la competencia política en momentos
de tensión institucional en el Señorío.
Las parcialidades congregaron nutridos grupos armados45. Los gamboínos estaban irritados con el corregidor saliente a quien querían someter a juicio de residencia. Al parecer, vecinos de la villa de Bermeo se habían aliado con Juan de Artega
y Gamboa, el pariente mayor gamboíno, para ir contra el representante regio. Los
bermeanos estaban opuestos a las levas de marinería, y a los gravámenes del 3%
sobre cuantas mercancías se cargasen en los puertos. Arteaga tenía también otros
motivos: Hortuño de Arteaga, un allegado suyo, había sido procesado por el corregidor. El pariente mayor gamboíno exteriorizó su animadversión al rehusarle el
saludo a la primera autoridad del Señorío. Con el orgullo característico de un noble
caballeresco, Arteaga también se negó a cederle un asiento en la presidencia de la
Junta, que ocupaba él mismo. Este típico episodio sobre preferencias y honores, en
la Guernica de 1546, era un lenguaje sobre el poder interpretado ante los ojos de los
presentes. Como era previsible, Gómez González de Butrón, el pariente mayor de
la competencia, solícito, le ofreció al atribulado corregidor su propio asiento. Seguramente para mantener su autoridad, y para no ir debiendo favores en público, el
corregidor no aceptó el ofrecimiento del jefe oñacino «por mucho que le porfió»46.
En la causa judicial que se abrió después contra Arteaga, las destempladas manifestaciones de este pariente mayor para no cederle la silla presidencial revelan que,
a la altura de 1546, las relaciones feudales banderizas seguían teniendo entidad. El
corregidor entrante, Juan Serrano Vigil, le rogó educadamente a Arteaga que le diese
bloque. Gómez González de Butrón y Juan Arteaga escenificaron en aquella ocasión, desempañando ambos papeles
tan antagónicos como complementarios, unos comportamientos necesarios para mantener una ordenación social
—o al menos institucional— en pleno proceso de transformación.» (Esto último está referido «al fortalecimiento de
los núcleos urbanos»). Esta conclusión se repite a lo largo del artículo contradiciendo, a mi juicio, los documentos
y el análisis del autor.
41. Véase la segunda de las precisiones de este apartado.
42. Zabala Montoya, 2005, 87
43. Zabala Montoya, 2005, nota n.º 6: «Este pleyto se trató sobre que la parcialidad ganvoína pretendía que
la mitad de los oficiales del Regimiento abían de ser ganvoínos; y la oñacina lo contradecía, por ser en mayor parte
en los botos de las anteyglesias, y que ansy abía de tener más ofiçiales.»
44. Zabala Montoya, 2005, 88.
45. Zabala Montoya, 2005, 88.
46. Zabala Montoya, 2005, 88.
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Juan José Laborda
el asiento al saliente, y aquél «tornó a rresponder al dicho don Juan que no haría
aunque le costase siete vidas, o veinte vidas, la una de las dichas palabras; dixo otras
a este propósito, encareciendo mucho que no daría el dicho asiento poniendo en
comparación de hello al Condestable, que no save este testigo a qué propósito»47.
Zabala sostiene en una nota que «la irreverente mención al Condestable debía
obedecer a las contrapuestas reacciones que generarían en Bizkaia las recientes
peticiones de soldadesca oficiadas por aquél para la defensa de Nafarroa»48. En el
texto entrecomilla «aunque el Condestable viniese o se lo mandase», frase que no
figura en el apéndice documental de su trabajo. Creo que la exclamación de Arteaga tuvo un sentido distinto a «la irreverencia»: los vizcaínos que asistieron a la
escena sabían que era antigua la vinculación del bando gamboíno con el linaje del
condestable49, cosa que desconoció el testigo, pues «es nuevamente venido a esta
tierra» 50.
Estas declaraciones fueron hechas por el bachiller Gil Fernández, testigo a favor del corregidor. La impresión que obtenemos del pleito es que las parcialidades
mantenían el principio de no declarar ante la jurisdicción del corregimiento, confiando en que su particular justicia resolviese sus enfrentamientos como grupos
clánicos. El bachiller Gil Fernández describió así la reunión en Guernica: «este
testigo vio al dicho don Juan acompañado en la dicha Junta con muchas personas
jentes (sic), que a su parecer serían más de doscientos hombres, o poco menos que
son de Vizcaya todos los más dellos, yban con sus lanças y dardos y espadas»51. La
siguiente pregunta en el interrogatorio la respondió de la siguiente manera: «que
nunca avía visto al dicho don Juan, hasta en la dicha Junta no le conocía; y allí en la
dicha Junta oyó deçir, preguntando que quién hera, le respondieron que don Juan
Arteaga, y que hera pariente mayor de los gamboínos»52.
Las declaraciones finales del testigo vienen a poner en crisis la tesis de que las
parcialidades eran un mero expediente electoral, o que éstas jugaban en realidad a
fortalecer la Tierra Llana frente a las villas: «Y estando en la dicha Junta, una persona dixo, aviendo dado las graçias don Juan Butrón al dicho licençiado Agustín
Hernández (el corregidor censurado por los bermeanos y por Arteaga) de lo que
avía fecho en el ofiçio, y deçiendo lo que avía tenido buena yntençión en lo que avía
fecho en el dicho ofiçio, y otras palabras a esta provisión, que an y hera rraçón que
se suplicase a Su Majestad le hiçiese mercedes, y respondió un hombre que ansí lo
deçía la parte; y entonces respondió el dicho: en las de la parte gamboína deçimos
lo contrario; y por eso save y le pareçe a este testigo que el dicho don Juan es de
vando de Gamboína» 53.
47. Zabala Montoya, 2005, 114.
48. Zabala Montoya, 2005, nota 11.
49. Laborda, 2012, 87. En este libro sostengo que los gamboínos se diferenciaban de los oñacinos por su lealtad
a la Monarquía y por su mayor vinculación con la economía capitalista exportadora.
50. Zabala Montoya, 2005, 114.
51. Zabala Montoya, 2005, 114.
52. Zabala Montoya, 2005, 114.
53. Zabala Montoya, 2005, 115.
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Los antiguos vizcaínos de Benjamin Constant 
«Una parte contraria a la otra parte», ¡y por eso el bachiller sabe que se trata del
bando gamboíno! La cohesión de los grupos sociales agrupados en parcialidades,
tanto en las villas como en el infanzonazgo o infanzonado54, hace que la sociología
política vizcaína esté lejos de un sistema de sufragio y de decisiones de patrón individual. Cuando el propio Juan de Arteaga y Gamboa responda al juez en el proceso,
le aclarará: «este testigo no tiene más boto (sic)de que tienen los cavalleros de su
calidad, que fue como sus antepasados, y como siempre ha sido hasta aquí, porque
le pareçe que es serviçio de sus Majestades y bien de la República de este Señorío,
porque siempre es conmigo (sic) a de tratar esto»55.
No se conoce la sentencia, si es que la hubo, sobre estos incidentes56. Sin embargo,
la que emitió el Consejo en 1549 debió tener en cuenta el endémico enfrentamiento
entre los dos bandos: el alto órgano de la Monarquía asumió la necesidad de que los
bandos se institucionalizaran en parcialidades, y que se repartiesen paritariamente
las localidades vizcaínas.57
Fue un triunfo de los gamboínos frente a los oñacinos. Y tuvo una coherencia
con la actitud histórica de los primeros, siempre más identificados con los designios monárquicos. Como no podía ser de otro modo, los oñacinos no aceptaron
la sentencia del Consejo, y este hecho mantuvo sin cerrar las discrepancias hasta
comienzos del siglo siguiente58.
El último episodio de enfrentamientos institucionales provocados por las parcialidades sucedió entre 1590 y 1595. Años de dificultades internacionales y económicas para la Monarquía hispánica; en Vizcaya se agudizó la confrontación política
entre los dos bandos.
Aunque Zabala no repara en ello, los oñacinos mantienen su reluctancia al sistema electoral; se opondrán a que las villas se incorporen a los Regimientos Generales; y saldrán derrotados políticamente ante los gamboínos, que actuarán conjuntamente con las villas y con sus partidarios en la Tierra Llana.
Con el trasfondo de la petición real de una leva de marinería, el Regimiento
vizcaíno entra en crisis el 31 de agosto de 159059. Los representantes oñacinos proponen que la Tierra Llana se reúna separada de las villas. El corregidor aceptó la
iniciativa de este grupo, y solicitó a los representantes de las villas que dejasen el
Regimiento, lo que produjo el airado abandono del órgano de gobierno por parte
de los apoderados gamboínos. Ante esta situación de envites partidarios, el corregidor consiguió que el Regimiento se reuniese al día siguiente para aprobar medidas
urgentes relacionadas con las aportaciones del Señorío a la defensa60.
Pero los oñacinos no se resignaron. Juan Gómez de Butrón denunció al diputado gamboíno, Domingo Ortiz de Arana, ante el Consejo de Guerra, lo que fue
54. Monreal, 2005, 61: «From the moment when it was diffused and the established in Bizkaia, the Castilian
term hidalgo prevailed in naming this social category, but also there is prevalent the equivalent Navarrese-Aragonese one in denominating as the Infanzonazgo the territory inhabited by hidalgos.»
55. Zabala Montoya, 2005, 115.
56. Zabala Montoya, 2005, 115.
57. Zabala Montoya, 2005, 115.
58. Zabala Montoya, 2005, 90.
59. Zabala Montoya, 2005, 97.
60. Zabala Montoya, 2005, 98.
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Juan José Laborda
censurado por el síndico gamboíno como una práctica antiforal61. Contrastando
esos nombres con la lista de miembros de los Regimientos que Darío de Areitio publicó62, se descubre que el diputado denunciado era un Arteaga, pariente mayor o
familiar de este apellido, pues se trata de Domingo Ortiz de Arana Arteaga. El Butrón denunciante ha sido el permanente miembro oñacino del gobierno vizcaíno
desde 1571, sólo fuera de él, por imperativo legal, los bienios alternos, situación en
la que se hallaba cuando denunció a Ortiz de Arana en 1590, para regresar al cargo
de diputado en el bienio 1591 a 159363.
La división institucional bordeó la ruptura. Las villas llegaron a acuñar un sello
propio para afirmarse frente a la Tierra Llana. Sin embargo, tal vez por las presiones del corregidor (preocupado por el asunto de las levas de marineros), se logró
una reunión conjunta del gobierno del Señorío en enero de 159164.
El acuerdo de unidad se deshizo cuando se supo que el encargado de hacer las
levas era Juan Alonso de Butrón y Mújica65. Como su nombramiento no estaba claro,
a iniciativa de los dos síndicos se propuso someter a votación ese encargo. Entonces
el núcleo de apoderados oñacinos y las villas portuarias se negaron a votar, viendo
su segura derrota. Los puertos estaban a favor de Juan Alonso de Butrón porque
éste les había prometido una escuela de instrucción naval para todo el Señorío66.
La mayor parte de los apoderados —no sólo los gamboínos— acusaron a los jefes
oñacinos «de no aceptar los designios de la mayoría»67.
Las villas votaron de manera diferente, lo que también pone en crisis la tesis de
que constituían un bloque opuesto a las anteiglesias. Zabala, ante esto, formula un
comentario teleológico: «Esta cuestión alejaría largo tiempo a ciertas villas de la
estrategia política dominante del bloque, imposibilitando su unidad de acción»68.
Lo que tuvo lógica fue la respuesta gamboína: designaron a Martín de Avendaño
y Gamboa como comisionado opuesto al representante de los oñacinos69.
El corregidor Gómez de la Puerta reorientó su política sobre las levas apoyándose
decididamente en la facción gamboína. Los oñacinos y las villas portuarias rechazaron medidas que dejaban a Juan Alonso de Butrón en desigualdad de condiciones.
Por el contrario, las mismas favorecían al diputado Ortiz de Arana Arteaga, acusado
por la otra parte ante el Consejo de Guerra70: «Esto provocó la ira de los oinacinos
(sic) y villas disidentes, que solicitaron la salida de las Villas de la asamblea, lo que
no aceptó el corregidor»71.
El 29 de noviembre de 1591, el nuevo gobierno vizcaíno encabezado por Martín
de Avendaño se decantó por la política que este pariente mayor venía defendiendo.
61. Zabala Montoya, 2005, 98.
62. Areitio, 1943, véase Cuadro anejo.
63. Zabala Montoya, 2005, 98.
64. Zabala Montoya, 2005, 98.
65. Zabala Montoya, 2005, 99.
66. Zabala Montoya, 2005, 99.
67. Zabala Montoya, 2005, 99.
68. Zabala Montoya, 2005, 99.
69. Zabala Montoya, 2005, 99.
70. Zabala Montoya, 2005, 99.
71. Zabala Montoya, 2005, 99.
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Los antiguos vizcaínos de Benjamin Constant 
Los gamboínos se sintieron fuertes: presentaron a Gómez de la Puerta una solicitud
de convocatoria de regimientos conjuntos, apoyada por la parcialidad gamboína y
por trece villas. Advertían a los oñacinos que si continuaban con su actitud obstruccionista harían valer los acuerdos adoptados por mayoría. De hecho, el Regimiento
General se reunió ese mismo día sin que los oñacinos y las villas de Bermeo, Durango, Lequeitio, Ermua, Plencia y Rigoitia estuviesen presentes72: «Al día siguiente, los asistentes iban a ratificar de manera definitiva la ruptura con los ausentes
mediante la aprobación de la convocatoria de Regimientos Generales siempre que
fuesen solicitados por la mayoría de sus miembros»73.
Estos enfrentamientos de raíz feudal están haciendo evolucionar un sistema
«consociativo»74 de adopción de decisiones, a otro en el que la votación mayoritaria será la única regla para decidir los asuntos que son propios del Regimiento o
gobierno vizcaíno.
Los gamboínos hicieron una maniobra definitiva en ese año de 1591: elevaron
una petición al rey para que los marineros vizcaínos sirviesen agrupados con oficiales naturales de su tierra, y con salarios garantizados. Ante esto «se deshicieron
los regimientos»75, en otras palabras, se terminaron las maniobras sectarias, propias
de los antiguos bandos.
Aunque las divisiones se prolongarían aún unos años, el 30 de marzo de 1593 se
adoptó un compromiso que definía las reglas para alcanzar acuerdos, manteniendo
la unidad institucional que se estaba afianzando en Vizcaya.
Zabala, acertadamente, resume: «mientras los gamboínos eran por entonces
proclives a un fluido entendimiento con las Villas, la parcialidad oinacina (sic) defendía el mantenimiento de la dualidad institucional. Así, en tanto los oinacinos
(sic) proponían la celebración inicial de regimientos particulares para después tratar en común los temas de interés general, el bloque gamboíno era partidario de la
asamblea inicial conjunta para después abordar por separado las cuestiones que a
cada uno de los cuerpos correspondiese en exclusiva»76.
La «residencia» al corregidor Gómez de la Puerta, en 1595, como era previsible,
fue borrascosa. Los dirigentes oñacinos, encabezados por Juan de Ibargüen (futuro
diputado en el bienio de 1618), intentaron leer un memorial con ochenta agravios
cometidos por el corregidor y su teniente. No lo lograron. Se produjo entonces
una bronca memorable, pues este tipo de alborotos iba a remitir en el futuro. El
corregidor fue insultado con gritos que le llamaban «bellaco», «ladrón», «traidor»,
y por si faltara algo peor, «morisco». Reiteraron sus raciales deseos de «ahorcarlo o quemarlo». Las dos autoridades así amenazadas salieron de la Junta General
arropadas por los dirigentes gamboínos77. El nuevo corregidor, Mandojana Zárate,
en el Regimiento General de 25 de mayo de 1595, asistió a la «victoria gamboína»78:
72. Zabala Montoya, 2005, 101, nota 75.
73. Zabala Montoya, 2005, 101.
74. Lijphart, 1987.
75. Zabala Montoya, 2005, 101.
76. Zabala Montoya, 2005, 102.
77. Zabala Montoya, 2005, 106.
78. Zabala Montoya, 2005, 108.
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Juan José Laborda
todas sus propuestas (desde las levas hasta las convocatorias y las nuevas votaciones
efectuadas por el gobierno vizcaíno), fueron aprobadas por la Real Justicia. Martín
Avendaño fue reconocido como comisionado en la Corte, en lugar de Gómez de
Butrón; decisión que contó con los votos gamboínos y también con los de la mayor
parte de las villas79.
El camino hacia la Concordia de 1630 estaba expedito: iba a aparecer la Diputación General o gobierno de un Señorío de Vizcaya unificado.
EPÍLOGO
Unas pocas palabras que aclaran este trabajo. La literaria referencia a Constant en
el título, unido al sintético análisis histórico con que desarrollo el contenido del
subtítulo, pueden llevar a pensar que La elección de cargos públicos en el Señorío de
Vizcaya (1500–1630) es algo parecido a un ensayo.
No fue tal, sino que es un estudio basado en comprobables hechos históricos,
al que se le podría aplicar el calificativo de científico, con todas las reservas que el
oficio de historiador tiene para aspirar a la seguridad de la ciencia.
Para que un trabajo histórico merezca fiabilidad científica, hoy en día sabemos
que debe poseer un relato riguroso de los hechos del pasado, y a la vez, disponer
de los métodos científicos del análisis histórico. Relato sin análisis apenas eleva la
narración histórica del nivel de la mera crónica.
Ésa es la función que alcanzó el discurso de Benjamin Constant sobre la «libertad
de los antiguos y los modernos». Con su análisis permitió que descubriésemos la
diferencia radical que, por ejemplo, había entre un procurador votado en la Vizcaya
del siglo diecisiete, y un diputado elegido en ese mismo territorio a principios del
siglo veintiuno. Fechar cuándo los elegidos tuvieron la nueva condición de representantes sin mandato imperativo, en otras palabras, el moderno parlamentario
con mandato representativo de nuestras democracias liberales, es la tarea del historiador, tarea que no fue ni es fácil, pues nada menos que los distintos seguidores
de Jean-Jacques Rousseau, desde su tiempo hasta hoy, no vieron la diferencia, o no
quisieron dar importancia a lo que veían, entre uno y otro tipo histórico de representante elegido, y sus derivadas respecto a la naturaleza del Estado correspondiente, el reconocimiento o no de los Derechos individuales y de las libertades públicas,
etcétera. Constant abrió un fecundo campo de estudio para la ciencia política, y
algunas de las contribuciones académicas sobre ese tema en Italia, Gran Bretaña y
Estados Unidos aparecen citadas en las páginas anteriores, y desde luego han sido
la base de mi análisis histórico.
También conviene aclarar el relato histórico que hago en este artículo. Y de nuevo
las ideas de Constant me han permitido precisar que la Vizcaya del Fuero de 1452
era diferente a la del Fuero de 1526, y que la elección de los cargos en las instituciones públicas vizcaínas variaron sustancialmente con el paso del tiempo: en el año
79. Zabala Montoya, 2005, 109.
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Los antiguos vizcaínos de Benjamin Constant 
1500 cuando se creó el gobierno del Señorío; en 1549 cuando se aprobó el régimen
electoral definitivo; y en 1630 cuando se unificó la representación de los vizcaínos
en la Junta General de Guernica.
De 1500 a 1630: ése es el período temporal de mi relato histórico. Son los mismos años durante los cuales el Señorío de Vizcaya se convirtió en un modelo de la
«libertad de los antiguos». También fueron años en los que Vizcaya sería diferente
a los demás territorios vascos, y cuando la definición de vizcaíno resultó ser más
un privilegio que un locativo geográfico. Durante este período de la historia del
Señorío, en el que «Fueros y nobles» forman una especie de sintagma histórico, y
que yo me atreví a denominar «la edad clásica foral», la singularidad vizcaína se
manifestó con los rasgos y elementos que Constant atribuyó a los sistemas de gobierno anteriores a los liberal-democráticos. Pero entrado el siglo dieciocho, y con
los cambios asociados a la nueva dinastía y a la nueva cultura ilustrada, la singularidad del Señorío fue paulatinamente desapareciendo: «el Señorío fue una más de
las «provincias exentas», especialmente en todo lo referido a particularidades fiscales; desde entonces «lo vasco» sustituyó al término «vizcaíno», con un parecido
significado»80.
Esto sucedió en una época que está fuera de los límites temporales de este artículo. Pero es conveniente conocer la pérdida de la singularidad vizcaína, y con ella
los rasgos fundamentales de los «antiguos vizcaínos», porque así el argumento de
mi relato histórico tiene fechas acotadas, y al mismo tiempo no cae en las visiones
retrospectivas de la Historia, casi siempre anacrónicas.
80. Laborda, 2010, 580.
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CUADRO ANEJO
Linajes banderizos entre 1559 y 1726 en el Gobierno vizcaíno
BienioDiputado oñacinoDiputado gamboíno
1559
Lope de Lujarra
Juan de Basurto81
82
83
1561 Juan González de Butrón Antonio de Arexmendi
1565
Gonzalo Ibáñez de Ugarte
Juan de Basurto
1567
Martín Ruiz de GarecaPero Ruiz de Aguirre
1569
Diego Pérez de Asúa
Diego de Arteaga
1571
Juan Gómez de Butrón
Sancho García de Aldape
1574
Gracián de Meceta
Martín de Avendaño y Gamboa
1576
Juan Gómez de Butrón
Juan de Bizcarrondo
1578
Gonzalo Ibáñez de Ugarte
Martín de Avendaño
1582
Juan Gómez de Butrón
Ochoa Ortiz de Olaeta
1584
Gracián de Meceta
Sancho García de Aldape
1586
Juan Gómez de Butrón
Martín Ruiz de Arteaga
1589
Juan Ibáñez de Aulestia
Domingo Ortiz de Arana Arteaga
1591
Juan Gómez de Butrón
Martín de Avendaño
1593
Antonio de Urdaibai
Martín Ruiz de Arteaga
1596
Martín Ruiz de Gareca
Martín de Avendaño
Martín de Barroeta
1599
Antonio Múgica84
1602
Gracián de Meceta
Ortuño de Alcíbar
1605
Sancho Martínez de Echavarría
Martín de Avendaño
1607
Antonio Butrón y Urquiaga
Juan Galíndez de Beléndiz
1611
Juan de Ibargüen
El capitán Mendoza de Arteaga
1613
Gonzalo de UgartePedro Ortiz de Zubiaur
1616
Luis de Butrón
Martín de Avendaño Arandia
1618
Juan de Ibargüen
Martín de Aldape
1620
Juan Ortiz de Asúa
Bernardino de Gamboa
1622Pedro de Urazandi y Asúa
Martín de Axpe
1624
Lope de Basurto y Echevarria
Martín de Munibe
1626
Juan Ortiz de Asúa Guecho y Martiartu
Hortuño de Urízar
1628
Juan Martínez de Luno
Juan Galíndez de Beléndiz
1630Pedro de Urazandi y Asúa
Iñigo de Avendaño y Artunduaga
1632
Gonzalo de Ugarte
Diego de Irusta
1634
Juan de Múgica
Martín de Munibe
1636
Francisco de Butrón
Domingo López de Eguía
81. En letra cursiva, linajes de nobles y de mercaderes destacados.
82. El Gobierno duró hasta 1565.
83. Cursiva y negrita, linaje de parientes mayores.
84. En negrita, existen dudas de que pertenezca al linaje de los parientes mayores.
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Los antiguos vizcaínos de Benjamin Constant 
BienioDiputado oñacinoDiputado gamboíno
1638
Francisco Hurtado de Urrutia
Ignacio de Azurduy y Arbolancha
Martín de Munibe COS
1640
Antonio Adán de Yarza COS85
1642
Juan de Trauco
Antonio Arrieta Mascarúa
1644
Juan Sanz de Oca
Martín de Gamboa Munditíbar
1646
Juan Ortiz de Arestieta
Juan de Llano y Velasco
1648
Antonio Allende COS
Damián de Echévarri
1650
Antonio Adán de Yarza
Juan de Aldape
1652
Juan Antonio de Basurto
Pedro Sarricolea
1654
Juan de Busturia
Diego Victoria de Lecea
1656
Pedro de Meceta y Albiz
Martín de Berroeta
1658
Antonio de IrazagorriaPedro de Gareca y Zubiaur
1660
Fernando de Oca Diego de Lezama
1662Pedro de SaraviaPedro de Mendive
1664
Juan Francisco del Campo
Francisco de Sierralta
1666
Fernando de Barrenechea
Juan de Barraicúa
1668
Juan del Barco
Benito de Urquizu
1670
Rodrigo de Goitia
José Antonio Mendoza de Arteaga
1672
Andrés de Ansótegui
Jacinto de Echévarri y Bilbao
1674
Antonio Adán de Yarza
Juan Tomás de Beléndiz
1676
Juan Antonio de Basurto
Francisco de Robles
1678
Nicolás Antonio del Barco
Juan Antonio de Zumelzu
1680
Agustín de Montiano del Barco
Ignacio de Irusta
1682
Juan Antonio de Meceta
Diego Ordóñez de Barraicúa y Asúa
1684
Joaquín de Ugaz
Agustín Ibáñez de la Rentaría
1686
Juan Crispín de Novia
Juan de Aldonegui
1688
Tomás Fernando de Nárdiz
Juan Manuel de Esterripa
1690
Felipe de Orúe
Francisco Antonio Aparicio
1692
Juan Marín de Llano
Juan de Eguía
1694
Juan Antonio de Urdaibai
Antonio Miguel de Zaldúa
1696
Carlos de IrazagorríaPedro Fernández de Mugártegui
1698
Juan Bautista de Ugarte
Pedro de Gamboa y Munditíbar
1700
Francisco Antonio de Ugarte
Antonio Miguel de Zaldúa y Ugarte
1702
Francisco Antonio de Salazar
Martín de Basurto y del Barco
1704
Diego Ortiz de Zárate
Ordoño de Barraicúa
1706
Gregorio de Otalora
Domingo de Zaldúa
1708
Francisco Fernando de Barrenechea
Juan Tomás de Escoiquiz
1710
Juan Antonio de Meceta
José Ignacio de Castaños
1712
Agustín Pedro de Basurto
José Francisco de Meceta
1714
Baltasar de Epalza
Agustín Domingo de Larragoiti
1716
Juan José de Castaños
Iñigo Ortiz de Velasco
1718
Enrique Manuel de Arana
Miguel Antonio de Castaños
1720
Juan Víctor de Landázuri
Antonio de Lezama
1722
Juan Ignacio de Larrínaga
Francisco Ignacio de Olaeta
1724
José Nicolás de Allende Salazar
Juan José Larragoiti
1726
José Antonio de Zubialdea
Diego Allende Salazar y Gortázar
85. COS: Caballero Orden de Santiago.
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Juan José Laborda
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ENTRE EL RECHAZO FRONTAL
Y LA ACEPTACIÓN CON CONDICIONES:
CÓNSULES EXTRANJEROS EN LOS PUERTOS
VASCOS ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XIX
BETWEEN THE FRONT REJECTION AND
THE ACCEPTANCE WITH CONDITIONS:
FOREIGN CONSULS IN THE BASQUE PORTS
BETWEEN 16TH AND 19TH CENTURIES
Álvaro Aragón Ruano1
Recibido: 07/05/2014 · Aceptado: 11/10/2014
http://dx.doi.org/10.5944/etfiv.27.2014.13708
Resumen2
El presente artículo analiza el establecimiento de cónsules de naciones extranjeras
en los puertos vascos, desde el siglo XVI hasta la primera mitad del siglo XIX. Y lo
hace en un lapso de tiempo tan amplio, precisamente para poder valorar las constantes y diferencias producidas. Para ello se ha hecho uso de los fondos del Archivo
General de Gipuzkoa, del Archivo Histórico de la Diputación Foral de Bizkaia, del
Archivo General de Simancas y de la Sección de Consejos Suprimidos del Archivo Histórico Nacional, así como de la abundante bibliografía existente. El estudio
demuestra que durante el período de estudio hubo una oposición frontal al establecimiento de representación consular extranjera —más tajante en San Sebastián
que en Bilbao—, por considerarse que era una erosión del orden foral. Sin embargo,
existió un tratamiento diferenciado en función de la nación pretendiente y de su
peso específico en la economía local.
Palabras clave
cónsules; comercio; fueros; Guipúzcoa; Vizcaya; ss. XVI–XIX
Abstract
The aim of this article is to analyse the setting up of consuls of foreign nations in
the Basque ports, from the 16th century to the first middle of the 19th century. The
1. Universidad del País Vasco.
2. Abreviaturas utilizadas: Archivo de la Casa Hériz (ACH), Archivo de la Casa Ramery (ACR), Archivo General
de Gipuzkoa (AGG-GAO), Archivo General de Indias (AGI), Archivo General de Simancas (AGS), Archivo Histórico
Nacional (AHN), Archivo Histórico Provincial de la Diputación de Bizkaia (AHPDB), Archivo de la Real Chancillería de
Valladolid (ARCHV).
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research tries to establish the constants and changes in the long term. In order to
that, documents from the General Archives of Gipuzkoa, Historical Archives of
Biscay, General Archives of Simancas and the National Historical Archives of Spain
have been used, as well as the huge bibliography existing. The research shows that
during the period analysed there was a full opposition to the establishment of a
foreign consular representation —stronger in San Sebastian than in Bilbao—, due
to being considered as a violation of local laws. However, there was a differ treatment depending on the nation and its specific weight on the local economy.
Keywords
consuls; trade; local laws; Gipuzkoa; Biscay; 16th–19th centuries
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Entre el rechazo frontal y la aceptación con condiciones 
0. INTRODUCCIÓN
Si bien el papel y funciones de los cónsules de extranjeros fueron importantes a
lo largo de la Edad Moderna, la indefinición jurídica de esta institución perduró
hasta bien entrado el siglo XIX; de hecho la jurisdicción de los cónsules extranjeros
supuso una excepción en la jurisdicción territorial de los estados, al menos hasta
la época contemporánea, cuando en la mayor parte de Europa los modelos propios
de la Edad Moderna fueron siendo sustituidos por otros nuevos3. Hasta entonces
las potestades jurisdiccionales, los privilegios y las inmunidades de un cónsul dependieron de los usos y costumbres locales, generalmente ratificados por acuerdos
bilaterales, más allá de lo regulado en los tratados diplomáticos o de la legislación
del estado de origen; en el caso francés, el alcance de las medidas adoptadas únicamente alcanzaron a la jurisdicción civil y criminal de los cónsules4. En general,
los lugares de acogida tendieron a considerarlos meros agentes comerciales de sus
comunidades, haciendo hincapié en su carácter estrictamente comercial, para que
de esa forma no disfrutasen de privilegios e inmunidades que, en principio, únicamente les correspondían a los embajadores y ministros diplomáticos5. Además, nunca fueron reconocidos los elementos comunes de un estatus consular compartido;
por tanto, las variantes y casuísticas fueron variadas, llegando incluso a producirse
la coexistencia de modelos divergentes en un mismo territorio6.
También fueron divergentes durante todo el período moderno la teoría y la praxis
de las principales funciones comerciales. A pesar de que los teóricos del momento
definieron el consulado de extranjeros como una institución útil para los comerciantes y el desarrollo comercial, aunque sin especificar los servicios que prestaban
y los beneficios que reportaban, en la praxis sus principales labores se desarrollaron
en el campo de la información sobre los productos y mercados, de la protección
de los intereses comerciales y de las funciones jurisdiccionales7. Básicamente, los
cónsules desempeñaron dos funciones: una comercial, tratando de favorecer y promover el comercio entre aquellos a quienes defendían y quienes les acogían, y otra
política, velando por la observancia de los tratados de comercio, protegiendo a los
súbditos a quienes representaban y evitando cualquier operación que dañase los
intereses de su gobierno. Además, la institución siempre estuvo marcada por una
cierta ambigüedad, en ocasiones exacerbada por los propios interesados, pues su
fuerza residía precisamente en la hibridación entre su papel público, como representantes de sus soberanos, quedando por tanto protegidos por cierta inmunidad
diplomática, y su actividad privada8. Los cónsules fueron considerados como garantes del comercio y la navegación de las comunidades a las que representaban. En
algunos casos —muy lejos del vasco—, el consulado fue un órgano corporativo de
representación diplomática y un tribunal con leyes propias, con cierta autonomía,
3. Aglietti, 2012, 221–256.
4. Aglietti, 2012, 40–61 y Mézin, 1997, 37–40.
5. Labourdette, 1988 y Zamora Rodríguez, 2013, 108–109.
6. Aglietti, 2013, 107 y 117.
7. Bartolomei, 2013, 248–250 y Poumarède, 2011, 195–196.
8. Girard, 2006, 241–242 y Zamora Rodríguez, 2013, 104–105.
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centrado en la defensa y protección de sus comunidades, frente a la arbitrariedad
de los poderes locales, en la vigilancia de las normas internacionales y en el envío
de información a sus cortes9.
La presencia de comerciantes extranjeros en los territorios vascos —proporcionalmente mayor en Guipúzcoa que en Vizcaya, por su proximidad a la frontera francesa10— es temprana y se remonta a tiempos medievales. No obstante, es
a partir del siglo XVI cuando, atraídos por su posición estratégica y los privilegios
comerciales de que gozaban, se establecieron colonias de extranjeros procedentes
de los principales estados europeos. Ello les permitió participar en el enorme mercado y riquezas del Imperio español. Tanto en Bilbao como en San Sebastián los
comerciantes extranjeros debían cumplir una serie de formalidades, consideradas
por ellos como un trato riguroso y maltrato, aunque, como muy bien advierte Rey
Castelao, estas medidas no fueron exclusivas del territorio vasco y deben ser analizadas en perspectiva11: no podían alquilar casa por cuenta propia, debiendo vivir
como inquilinos de naturales; en caso de querer naturalizarse, debían probar su
hidalguía y limpieza de sangre; no se les permitía ocupar puestos de paz y guerra12.
De todas formas, en el ámbito europeo es imprescindible huir de generalizaciones
y encasillamientos, pues no todos los extranjeros sufrieron dicho rechazo, ni con
la misma intensidad, ni todos los comerciantes naturales rechazaron a los extranjeros. En realidad, los lazos e intereses mercantiles —marcados por un claro utilitarismo13— estaban por encima de cuestiones nacionales, raciales o religiosas14.
1. ENTRE EL RECHAZO Y LA ACEPTACIÓN15:
DISCURSOS OFICIALES Y EXTRAOFICIALES
A lo largo de la Edad Moderna los consulados no sufrieron grandes cambios, simplemente se adaptaron a los cambios producidos por la expansión demográfica de
los contingentes extranjeros, por el alcance de sus actividades y por su situación
jurídica en la Monarquía Hispánica, y dependieron de la política exterior y los
acuerdos diplomáticos internacionales16. A finales del siglo XVI, se intentó el establecimiento de cónsules y vicecónsules de naciones extranjeras en los puertos
cantábricos, sobre todo en Santander, Bilbao y San Sebastián, coincidiendo con
los cambios que se estaban produciendo por entonces en los mercados europeos17.
Precisamente, hacia la década de 1580 se iniciaron las primeras quejas en torno
al excesivo número de extranjeros en Guipúzcoa y Vizcaya. A la cabeza de dichas
quejas se situaron los comerciantes locales, quienes se hallaban inmersos en una
9. Aglietti, 2011b, 297–307; Contino, 1983, 75–113 y Crespo Solana, 2001, 177–188.
10. Garay Belategui, 2006, 187–191; Lamikiz, 2010, 34–40 y Rey Castelao, 2003, 25–26.
11. Rey Castelao, 2003, 33–34.
12. Aragón Ruano, 2009, 161–183; Bartolomei, 2011, 123–144 y Herzog, 2006, 130–143.
13. Bartolomei, 2001, 125.
14. Fusaro, 2007, 389–393; Trivellato, 2009 y Windler, 2002, 468–478 y 2003, 68–73.
15. De alguna forma, este planteamiento es deudor de García-Baquero González, 2003.
16. Crespo Solana, 2011, 375–376.
17. Grafe, 2014, 5–8.
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Entre el rechazo frontal y la aceptación con condiciones 
estrategia de confrontación con los comerciantes extranjeros, a fin de reducir su
excesivo número y de recuperar el control sobre el comercio en los puertos de Bilbao o San Sebastián. En la mencionada fecha, la Diputación de Guipúzcoa envió
una solicitud al rey para que ordenara la exclusión para el desempeño de cargos de
gobierno de los extranjeros avecindados, quienes al parecer intentaban entrar en los
gobiernos concejiles y ostentar cargos de paz y guerra18. Sin embargo, no sería hasta
la siguiente década cuando el conflicto estallaría. Este se originó a consecuencia de
la oposición que las autoridades de la provincia y los comerciantes guipuzcoanos
mostraron al establecimiento de cónsules extranjeros en San Sebastián. Franceses
e ingleses eran los comerciantes más numerosos en San Sebastián, con motivo de
sus negocios mercantiles, y quienes más frecuentaban sus puertos con bastimentos
y otras mercaderías. Es lógico, por tanto, que sus gobiernos quisieran conservar en
ella un representante, cuyo principal cometido —al menos el oficial— consistía en
encauzar la actividad comercial de sus connacionales, facilitando la comercialización de sus productos y la resolución de los conflictos que se suscitasen19.
En general, lo que caracteriza a los territorios vascos durante toda la época moderna y parte de la contemporánea es su rechazo frontal al establecimiento de «cónsules» como tales, aunque, como se verá, hubo un comportamiento diferenciado en
función de la nación. Curiosa actitud cuando ellos mismos tuvieron y pretendieron
tener sus propios cónsules en los principales puertos europeos y peninsulares, como
atestiguan los conocidos casos de Siracusa en 1498 o Sevilla en 154720. En realidad,
el rechazo no era tanto hacia la figura de procurador o representante, sino hacia
el cargo de cónsul instituido con todas sus prerrogativas, aquellas que suponían
jurisdicción y cobro de cánones o derechos para el mantenimiento del cargo. Por
eso, el título aplicado por las autoridades vizcaínas y guipuzcoanas al cargo sufrió
ciertos cambios en su denominación, pasando de ser «cónsul de la nación», a «diputado de la nación» en 1744 o «agente comercial» en el siglo XIX; la imposibilidad
de reconocer cónsules obligó a ingleses y franceses a utilizar subterfugios legales
y a adoptar el carácter de meros agentes, sin reconocimiento oficial21. Si bien aparentemente se trata de un mero juego semántico, el debate de fondo era mucho
más trascendental. En las numerosas ocasiones en las que se pretendió establecer
el cargo de cónsul en Guipúzcoa o Vizcaya, las autoridades provinciales dejaron
claro que rechazaban el cargo de «cónsul» tal y como lo entendía la Corona y se
venía ejerciendo en otros puertos de la Corona como Cádiz o Lisboa:
…como vn procurador para que tenga a cargo las caussas que se les ofrecieren del qual
tienen necesidad para su trato e contrato…y en toda ella [provincia] pueda cobrar de
todos los dueños e maestres de naos de la nación francessa que a esta dicha Provincia
e a sus puertos de mar vinieren cargados de bastimentos e mercaderias o a se cargar
en ella todos los derechos e provechos que se les deuieren en la forma e manera que
18. Reguera Acedo, 2005, 492.
19. Para una visión general sobre las funciones de la institución véase Aglietti, 2013; Mézin, 2006, 43–49; Pradells Nadal, 1991, 209–262 y 1992; Ulbert, 2006, 13–17 y Zamora Rodríguez, 2013, 103–167.
20. AGS, Registro General del Sello, Legajo 148906, 15 y AGI, Indiferente, 1964, Legajo 10, fols. 178 rº y vº.
21. Pradells Nadal, 1992, 39.
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los demas consules de Lisboa y Cadiz y otros puertos de mar de estos mis reinos lo
suelen cobrar, sin que en ello nadie le ponga estorbo ni, impedimento alguno pues es
por bien comun de ellos…».
Las autoridades locales consideraban que tal nombramiento lesionaba las exenciones y privilegios forales, pues implicaba el establecimiento de nuevos derechos que
dicho agente percibiría de todas las embarcaciones francesas que llegasen a puerto22.
Pero, ¿cuáles eran en realidad las funciones del cónsul? La declaración del propio
Juan de Laclaux en 1604 nos muestra que —como en otras latitudes—, en primer
lugar, debía actuar como «…procurador jeneral de los de la dicha nacion francés»,
y como tal ayudarles y favorecerles. Es decir, básicamente se ocupaba de auxiliar
a los mercaderes transeúntes de su nación. Curiosamente, quienes más se opusieron a su establecimiento fueron precisamente los comerciantes extranjeros residentes en los puertos vascos. En segundo lugar, a la llegada de algún barco francés al puerto, debía avisar al visitador del Santo Oficio de la Inquisición para que
llevase a cabo la pertinente visita, en la que debía actuar como intérprete; función
esta habitual entre los cónsules de la época23. En tercer lugar, debía acudir con el
maestre, capitán o mercader a casa del escribano a hacer las correspondientes manifestaciones y petición de la licencia de descarga. En cuarto lugar, debía asesorar
a los extranjeros sobre las leyes, costumbres y derechos locales, cuestión esta muy
importante en el caso vasco, dadas las peculiaridades forales de dichos territorios.
En quinto lugar, en caso de pleito, intentar que las partes llegasen a un acuerdo y,
en caso contrario, asesorarles para que eligiesen al mejor letrado, así como auxiliarles en caso de apelación24.
Quienes ocuparon el cargo de cónsul o vicecónsul en Bilbao y San Sebastián
respondían a unas características comunes que más o menos se repetían en todos
los casos. En primer lugar, se trataba de comerciantes que operaban con y desde los
puertos vascos, aunque su origen podía ser diverso, y compaginaban ambas labores, es decir, el comercio y la labor consular. Precisamente, su elección por parte de
los comerciantes extranjeros residentes en una plaza o por decisión real se debía a
su prestigio y por considerar que era la persona más adecuada para el cargo, aunque no fuese el comerciante más importante o próspero. En casos excepcionales,
como el de Juan Martínez de Argarate entre 1592 y 1596, Ricardo Bermingham en
1815 o Francisco Brunet en 1825, los elegidos eran comerciantes vascos con fuertes
lazos comerciales y fraternales con la colonia de comerciantes de un país, con los
que compartían intereses y a quienes se elegía para actuar como representante o
procurador. Sin embargo, en la mayoría de los casos eran comerciantes extranjeros que llevaban ya muchos años residiendo en Bilbao o San Sebastián, dedicados
al comercio de intermediación entre América y Europa —aunque, en algún caso
aislado, también podían ser transeúntes.
22. AGG-GAO, jd it 2693, 2 y jd aji, 1, 30.
23. Gautier, 2006, 86–93 y Rothman, 2009, 783–788.
24. AGG-GAO, jd it 2693, 2 y jd im 2/22/48.
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Entre el rechazo frontal y la aceptación con condiciones 
En realidad, la actividad más lucrativa que desarrollaban era el contrabando,
que compartían con los comerciantes naturales. Si bien fueron elegidos por sus
monarcas para vigilar y evitar el contrabando con productos estratégicos, aquellos
ignoraban que muchos de ellos participaban de ese lucrativo negocio ilegal y fraudulento25. Bilbao y San Sebastián fueron verdaderos centros contrabandistas, aprovechando su situación fronteriza con Francia y que contaban con un régimen legal
diferenciado del resto de los puertos de la Corona, lo que los convertía en puertos
francos, a pesar de su pequeño tamaño y tráfico en comparación con otros puertos
como Sevilla o Cádiz. El cargo, por tanto, les permitió en numerosas ocasiones obtener una posición privilegiada y deshacerse de competidores de la misma nación,
al denunciar a sus connacionales ante las autoridades de origen, provocando así su
arresto o castigo, o la confiscación de sus barcos. No obstante, hay que reconocer
que en ocasiones se encontraban entre la espada y la pared, puesto que debían hacer cumplir las órdenes reales y aplicarlas sobre sus compañeros y connacionales, lo
cual les colocaba en una difícil situación. Un caso revelador es el del cónsul inglés
en San Sebastián, Guillermo Frankland, entre 1685 y 1700, quien en 1697 envió una
denuncia ante los cinco Lores de la Tesorería británica por cuestiones aduaneras,
ya que existía la sospecha desde 1696 de que los vinos que se exportaban desde San
Sebastián a Inglaterra podían ser vinos franceses fraudulentamente consignados
como españoles. Tras un largo proceso de comprobaciones, testificaciones y juicios,
de los que salieron absueltos los acusados, las autoridades británicas consideraron
que Frankland había actuado contra la Corona y protegido a los comerciantes, pues
en realidad, como alegaron éstos durante el juicio, fue él quien les había concedido
los aquites de embarque. Fue por ello por lo que Frankland fue destituido en 170026.
A pesar de lo dicho hasta ahora, no se debe caer en el error de generalizar, pues
las diferencias en el tratamiento y aceptación de los cónsules extranjeros son manifiestas. En primer lugar, las diferencias son geográficas, puesto que las autoridades guipuzcoanas fueron más vehementes que las vizcaínas a la hora de rechazar
dicho cargo. En segundo lugar, el tratamiento no fue el mismo, dependiendo de la
nacionalidad, puesto que quienes mayores reparos sufrieron fueron los cónsules
franceses, frente a los británicos, holandeses, daneses, portugueses o americanos
que apenas tuvieron problemas. Las causas de esta curiosa actitud deben buscarse
en el fondo del conflicto, esto es, en la defensa de la libertad de comercio, perfectamente protegida por los fueros, y del contrabando, pieza esencial para el sostenimiento económico y social de los territorios vascos.
En nuestra opinión, es altamente interesante analizar el discurso de ambas partes.
Por el lado extranjero, se justifica la presencia del cónsul en la necesidad de protección ante las vejaciones locales. No obstante, no son los propios comerciantes los
interesados en la designación del cargo, al que generalmente se oponen, sino las
autoridades reales, que son quienes, en la mayoría de las ocasiones, sin mediar la petición de dichos comerciantes, designan unilateralmente a uno de los comerciantes
25. Lamikiz, 2008, 88 y 2010, 33 y Alloza Aparicio, 2006, 93–95 y 136–139. Para el caso francés véase Faivre
D’Arcier, 2006, 170–173 y 2007, 63–66.
26. Santoyo Mediavilla, 2008, 49–60.
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para que ejerza el cargo. Esto revela que la verdadera finalidad de los detentores del
cargo de «cónsul», el de las compañías en las que mayoritariamente estaban encuadrados y el de sus gobiernos era acaparar el tráfico comercial legal desarrollado a
través de San Sebastián, sobre todo con América, y controlar y utilizar el comercio
ilegal mantenido desde el mismo con los principales puertos atlánticos.
Por su parte, el rechazo local se basaba en cuatro argumentos: el encarecimiento
del comercio a consecuencia del establecimiento de derechos añadidos; la pérdida
del control local del comercio con puertos extranjeros, que pasaría a manos de los
cónsules; la interrupción del contrabando y, con ello, la lesión de los intereses regios sobre todo relacionados con la importación de pertrechos navales y armas; y,
en el caso particular de Francia, también la acusación de quintacolumnistas del rey
de Francia, en un territorio fronterizo; hecho especialmente relevante en épocas
de enfrentamiento mutuo.
2. «CÓNSULES DE NACIÓN» DURANTE LOS SIGLOS XVI Y XVII
Según Real Orden enviada al capitán general de la provincia, Juan Velázquez, los
mercaderes franceses residentes en San Sebastián, encabezados por Vicente Cadio
(Codion o Ladrón), ante las vejaciones y maltratos que recibían por parte de las justicias locales, nombraron por primera vez en 1592 como cónsul a Juan Martínez de
Argarate, vecino de la misma ciudad, y solicitaron exequatur. En mayo de 1593 las
autoridades de la Provincia, reunidas en las Juntas Generales de Zumaya, y las de la
villa de San Sebastián, encabezadas por su alcalde Jorge Le Yun, consideraban que
el nombramiento de Argarate como «cónsul de la nación francesa» lesionaba las
exenciones y privilegios de Guipúzcoa, pues implicaba el establecimiento de nuevos
impuestos que dicho agente trataba de percibir de todas las embarcaciones francesas que llegaban al puerto. Por ello, hicieron acudir ante sí al mencionado Cadio.
Sin embargo, en su declaración, Cadio afirmaba que había sido el propio Argarate
quien se había ofrecido a varios comerciantes franceses y bretones para ejercer dicho cargo, quienes le otorgaron su poder ante escribano público para que ejerciera
el cargo y un compromiso verbal para que cobrase un ducado por cada navío mayor
de quince toneladas. Sorprendentemente, negaba que los comerciantes franceses
hubiesen experimentado ningún agravio en San Sebastián, pues muy al contrario
siempre se les había tratado de forma justa, sin necesidad de cónsules. Más aún,
acusaba a algunos grandes comerciantes naturales de estar implicados en el proceso de establecimiento de cónsul, pues en el acuerdo establecido con Argarate se
contemplaba la obligación de presentar anualmente sus cuentas a Miguel de Beroiz
y Juan de Amézqueta, dos de los principales comerciantes de la villa. Aunque las
Juntas Generales de Zumaya decretaron en contra de su establecimiento, parece
que Argarate continuó ejerciendo su función, obligando a los barcos franceses que
arribaban al puerto de San Sebastián al pago de cánones, hasta al menos 159627.
27. AGG-GAO, jd im 2/22/18; jd aji, 1, 30 y AGS, Estado, 2867.
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Entre el rechazo frontal y la aceptación con condiciones 
Iniciado el siglo XVII, se produjeron nuevos intentos franceses por establecer
un cónsul en San Sebastián. En 1604, el ya mencionado Juan de Laclaux (o de la
Clau), vecino de Bayona, presentó una Real Cédula otorgada por Enrique IV que le
permitía actuar como cónsul en Sevilla, Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, Gibraltar,
Bilbao y San Sebastián. Pero sus desvelos fracasaron, pues las autoridades provinciales, el corregidor y la villa de San Sebastián se opusieron28. Dichas instituciones
alegaban un cuádruple perjuicio. Primeramente, la introducción de nuevos derechos, que perjudicaría las exenciones de las que gozaba Guipúzcoa y encarecería las
importaciones francesas, que garantizaban el abastecimiento de la población (trigo,
haba, cebada, vino o pescado) y el mantenimiento de la paz social. Juan de Laclaux
pretendía cargar sobre las averías un escudo por cada navío: 2/3 sobre la carga del
navío y 1/3 sobre el propio navío. Además, las traducciones serían cobradas aparte y a voluntad. En segundo lugar, el acaparamiento del comercio de mercancías
francesas que arribaban a San Sebastián, que hasta la fecha estaba en manos de los
comerciantes locales. En tercer lugar, la interrupción del contrabando de armas,
municiones y efectos navales (artillería, campanil, cizalla, cobre, pólvora, balas,
plomo, estaño, brea, alquitrán, cáñamo, lonas, metales y municiones), altamente
estratégicos para la Armada Real y la Corona, ya que la denuncia de los infractores y su posterior castigo en Francia acabarían retrayendo a sus connacionales. En
cuarto lugar, el traslado de información sobre las fuerzas militares de las plazas de
San Sebastián y Fuenterrabía, así en período de guerra como de paz29.
En las Juntas Generales de Elgóibar celebradas en 1606, San Sebastián volvía
a mostrar su contrariedad, aunque en esta ocasión por el establecimiento de un
cónsul inglés que exigía a las naves inglesas un 2% cuando arribaban al puerto,
alegando contar con título otorgado por su monarca. Ante esta situación, la Diputación de Guipúzcoa hizo comparecer al comerciante Jaymes Huych (o Viche)
y le informó de la exención de que gozaba la provincia con respecto al cobro de
derechos en sus puertos y, por tanto, de la ilegalidad de sus prácticas. En su alegación, dicho comerciante hacía responsable a la Real Compañía Comercial Inglesa,
quien le había designado para tal cargo, con el cometido de administrar su tráfico
comercial, fiscalizar y controlar el tráfico de los restantes mercaderes ingleses. Curiosamente, y a diferencia de lo que ocurrió en el caso francés, el establecimiento
del cónsul inglés —siempre y cuando renunciara al cobro de derechos— fue permitido por la Diputación30.
Juan de Laclaux volvió a intentarlo en 1612 y en 1624, aunque en sendas ocasiones fue rechazado, mientras que cónsules ingleses como Valentín Morgan y Guillermo Flankland serían posteriormente admitidos. El francés elevó una petición,
aprovechando el viaje del embajador francés duque de Umena a la corte española,
que fue contestada con una Real Cédula redactada en Valsáin a 8 de octubre de
1612, por la cual Martín Arano de Balencegui, proveedor de las Reales Armadas en
esta provincia, debía informar sobre la costumbre que hubo en lo pasado sobre este
28. AGG-GAO, jd im 2/22/48; jd it 2693, 2 y AGS, Estado, K 1451, (1604) 1 y (1612) 124.
29. AGG-GAO, jd im 2/22/46.
30. AGG-GAO, R14.
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particular; dicho informe manifestaba que la introducción de aquel funcionario
no convenía al servicio del rey y de la provincia, pues no permitiría el comercio de
productos vedados desde Francia, tan necesarios para la Armada real, por lo que
finalmente su petición fue desestimada. En la segunda ocasión, se dirigió al Corregidor de la provincia otra Real Cédula concerniente al mismo asunto, con fecha
de 19 de diciembre de 1623. En ella se le solicitaba la nómina de los que estuviesen
desempeñando el oficio, con qué títulos lo hacían, y, en caso contrario, si habría
extranjeros aptos y de confianza que pudieran desempeñarlo con ventajas para el
Real Servicio. El corregidor Juan Méndez de Ochoa respondía el 11 de febrero de
1624 diciendo que no existía nadie con ese perfil y que no confiaba en ninguno de
los mercaderes extranjeros de la villa porque se dedicaban al contrabando, y advertía que, caso de aumentar la presión sobre ellos, algunas voces le habían alertado
del peligro de que se dirigiesen a San Juan de Luz y desde allí entrasen por Navarra
y Aragón — como de hecho ya estaba ocurriendo31. Los letrados consultados por la
Diputación coincidían en acusarles de participar en el contrabando desde las islas
británicas, afirmando que en Guipúzcoa no existía cónsul alguno ni costumbre de
haberlo32. Tampoco entonces llegó a establecerse cónsul alguno, ni agente consular
en Guipúzcoa33.
En Vizcaya la porción de comerciantes genoveses, milaneses, portugueses, franceses, ingleses, holandeses y hanseáticos también fue alta34. No obstante, su excesivo
número no generó preocupación —y abierta hostilidad— hasta fines del siglo XVI,
debido a que una vez avecindados, pretendían ostentar cargos de paz y guerra. Por
regla general, el Señorío se opuso al establecimiento de cónsules con jurisdicción
sobre sus connaturales, aunque ello no afectó a solicitadores y procuradores de mercaderes; en 1624 alegaba que era el Consulado de Bilbao el encargado de satisfacer
las necesidades de todos, tanto naturales como extranjeros35. En la década de 1640
algunos mercaderes ingleses solicitaron la restauración del cargo de cónsul que, al
parecer y según ellos, había estado funcionando, de forma discontinua, durante el
siglo XVI. Nuevamente, como en ocasiones anteriores, dicho proyecto no llegó a
realizarse, principalmente por la oposición de los mercaderes locales y de la gran
mayoría de los ingleses. Dicho cónsul debía gestionar la asistencia legal, garantizar
el respeto de los tratados de paz, proteger a sus mercaderes de los impuestos injustos, organizar la elección de una comisión auxiliar integrada por cuatro mercaderes
ingleses, que se encargaría de los asuntos de los mercaderes fallecidos en territorio
vizcaíno, controlar el comportamiento comercial de los ingleses, decidir sobre las
quejas españolas acerca de la calidad de las importaciones inglesas, e informar al
Parlamento inglés sobre sus negocios. La mayoría de los comerciantes ingleses residentes en Bilbao no confiaba en sus compatriotas y consideraba que su establecimiento controlaría su actividad, generaría retrasos y corrupción, e incluso serviría
31. AGS, Patronato Real, Legajo 15, documento 10.
32. Esta fue una acusación muy habitual en toda la Corona. Crespo Solana, 2009, 369.
33. Gorosábel, 1907, 49–59 y AGS, Estado, 2867.
34. Garay Belategui, 2006, 185–210 y Lamikiz, 2010, 33–40.
35. Guiard Larrauri, 1972, 54–57 y 304.
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Entre el rechazo frontal y la aceptación con condiciones 
a algunos para apropiarse de los negocios ajenos; en definitiva, confiaban más en
las autoridades y justicia local, por lo que rechazaron el proyecto36.
A partir de la segunda mitad del siglo XVII el conflicto se exacerbó. En 1660 Carlos II de Inglaterra, quien procedió al nombramiento de cónsules afectos a la causa
realista, en detrimento de la red consular republicana que se encontró a su llegada
al trono, concitando las reticencias de los propios mercaderes ingleses en los puertos extranjeros y del poderoso lobby de casas comerciales londinenses, nombraba
cónsul inglés en Bilbao a John o Juan Reid (o Royde), residente en dicha villa desde
al menos 1647–165037. Los monarcas español38 e inglés le confirmaron en el cargo,
a la vista de que ciertos comerciantes ingleses no le reconocían, asignándole derechos del 0,5% sobre todas las mercancías importadas. Ante esto, el Señorío de Vizcaya mostró su disconformidad, oponiéndose a su nombramiento, alegando que
no había habido jamás cónsul inglés en Bilbao, que la asignación y pago de tasas
iban contra el fuero y que era el Consulado quien tenía jurisdicción para administrar justicia en lo relativo al comercio. Por tanto, los propios comerciantes ingleses
residentes en la villa fueron los que se opusieron al nombramiento y los que solicitaron a su monarca que derogara todo lo contenido en su Real Orden. Coincidían
con las autoridades locales, pues alegaban que jamás había habido cónsul anterior
a Reid y que era el Consulado el que aplicaba justicia en todos sus casos, por lo que
le pagaban ciertos derechos. Su temor era doble: por un lado, caso de perdurar la
obligación del 0,5% la contribución se duplicaría; y por otro, la duplicidad de justicias les granjearía indefectiblemente la enemistad de las autoridades locales, perjudicando sus intereses y negocios en la villa. A pesar de todo, Felipe IV confirmaba
en su cargo a Juan Reid el 14 de diciembre de 1662, anteponiendo así los intereses
propios de la Corona: según alegaba dicha Real Cédula, dicho nombramiento no
iba contra el Fuero e interesaba conservar la paz con Inglaterra, principal aliado de
España frente a Luis XIV39.
Un año antes, por contra, el Señorío había rechazado los intentos de nombrar
un cónsul francés para los mercaderes franceses en San Sebastián y Bilbao. El mercader Francisco Noel, residente en Bilbao, que fue designado por Luís XIV como
cónsul en Galicia Vizcaya y Guipúzcoa, recibió el beneplácito de Felipe IV por Cédula
Real del 20 de septiembre de 166240. Sin embargo, el señorío de Vizcaya no quiso
aceptarlo, alegando, en primer lugar, que dicha Real Cédula había sido obtenida
de forma siniestra, pues suponía que en Vizcaya y Guipúzcoa habían existido cónsules que cobraban derechos, lo cual no era cierto. En segundo lugar, al contrario
de lo que ocurría en los casos de Cádiz y Sevilla, no llegaban grandes navíos con
ropa, sino pequeñas embarcaciones de 12–30 toneladas, tripuladas por 5 o 6 hombres, con mantenimientos de trigo, cebada, haba y otros comestibles, por lo que
no era necesario un cónsul. En caso de exigírseles derechos, todos los productos
36. Grafe, 2005, 203–204 y 2014, 7–8.
37. Barbour, 1928, 553–578 y Grafe, 2005, 198 y 228. AHDFB, Consulado 0009/007.
38. AGS, Estado, 4192. Concretamente fue confirmado el 28 de febrero de 1661.
39. Guiard Larrauri, 1972, 304–307.
40. Ibid., 307. AHDFB, Consulado 0009/007. Para auxiliarle en San Sebastián eligió a Juan de Briand y en Laredo
a Andrés de Saravia, AGS, Estado, 4192.
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se encarecerían, puesto que los maestres de los barcos importadores los cargarían
sobre los fletes, en las averías o en los mantenimientos, con lo que al final los perjudicados serían los pobres de la provincia y los navíos de guerra que se aprestaban
en territorio vasco. En tercer lugar, jamás se había permitido el establecimiento de
cónsules. Por último, en Vizcaya era la Casa de Contratación o Consulado quien
desempeñaba las labores de traducción41. Como en casos anteriores, los propios
mercaderes franceses se unieron al Señorío para solicitar su revocación.
El 20 de diciembre de 1685, trasladado a San Sebastián, Noel era nuevamente
designado por el rey francés —y ratificado por el español— para actuar como cónsul en toda la costa guipuzcoana y vizcaína por espacio de tres años, desde enero
de 1685 hasta diciembre de 1687. Las autoridades provinciales recurrieron en esta
ocasión al pase foral, comunicando al monarca que se obedecía pero no se cumpliría
lo contenido en la Real Cédula, pues el nombramiento iba contra los fueros. Consideraban peligroso albergar en territorio guipuzcoano un francés con tal poder,
que podría lesionar y encarecer el contrabando de pertrechos militares (cáñamo,
pólvora, velas, brea y lona) y el comercio de mercancías habituales, o trasmitir informaciones sobre dicho presidio en tiempo de guerra, en un momento en el que
estaba siendo complicado controlar el creciente número de franceses en San Sebastián, quienes participaban en la extracción de oro y plata. Todavía entre octubre
1687 y enero de 1688 se seguía requiriendo, por medio del Duque de Canzano, a las
autoridades guipuzcoanas que, ante la nueva petición del embajador de Francia del
10 de diciembre de 1687, se le admitiese42. No había ocurrido lo mismo con Valentín Morgan, irlandés residente en la misma villa, con nombramiento aprobado por
Real Cédula de 21 de marzo de 1661. La Diputación accedió a que el Corregidor le
diese posesión de sus funciones meramente comerciales, incluido el cobro de los
derechos que le correspondían por razón de su empleo, que desempeñó sin aparente novedad hasta que en 1685 fue reemplazado por Guillermo Frankland43.
William Frankland, que en ocasiones aparece como Guillermo Francland, Frank­
lant, Franquelan, Franklin, Francquelin o Francolín, fue uno de esos muchos comerciantes ingleses —unos noventa entre 1610 y 1664— que se asentaron en Bilbao
entre 1630 y 1650. Dichos mercaderes combinaban el trabajo de agente para otro
mercader con sus negocios propios, para lo que se valían de sus vínculos familiares
y de parentesco. William Frankland, que se había asentado hacia 1633 acompañando
a su padrastro Abraham Rutter, obtuvo la naturalización en 1646, tras casarse con la
bilbaína Marina Sáenz de la Redondilla Larrazabal44. En la década de los cincuenta
aparece haciendo labores de traductor para otros comerciantes ingleses45. En los
años ochenta se trasladó a Guipúzcoa: por Real Cédula despachada en Madrid el
5 de julio de 1685 se confirmaba su nombramiento como cónsul en San Sebastián;
efectivamente, Frankland presentó dicha Real Cédula en el ayuntamiento de San
41. AGG-GAO, jd im 2/22/36.
42. AGG-GAO, jd im 2/22/48 y AGS, 4191, 4192 y K 1658, (1688) 29.
43. Gorosábel, 1907, 56–57.
44. Grafe, 2005, 196–202 y 222. AHDFB, JCR1511/003.
45. AHDFB, JCR0165/022 y 0609/002.
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Entre el rechazo frontal y la aceptación con condiciones 
Sebastián y en las Juntas Generales que se estaban celebrando en Azcoitia el 8 de
septiembre de 1685, siendo aceptado, bajo el pretexto de no ir contra los fueros.
Sin embargo, en la última Junta de Segura de 1685 fue acusado de extorsionar a sus
connacionales: concretamente, Oliverio Mayo, maestre inglés del navío Endevour,
que llevaba 18 años haciendo el mismo trayecto a San Sebastián y Bilbao, le acusaba de haberle exigido derechos por valor de 100 reales de plata cuando llegó a San
Sebastián cargado de trigo. La Casa de Contratación y Consulado de San Sebastián, creado en 1682, se oponía al establecimiento de los cónsules francés e inglés,
alegando que Valentín Morgan, quien por entonces se había trasladado a Bilbao,
nunca justificó el título de cónsul cuando vivía en San Sebastián ni presentó documentación, si bien jamás exigió derecho alguno. Ignacio de Portua le sustituyó en
el cargo interinamente, hasta que llegó Frankland. El sobrino de Valentín Morgan,
Pedro Morgan, mercader irlandés y hombre de negocios, residente en San Sebastián desde 1666, jamás fue cónsul ni sustituto de cónsul de la nación inglesa, si bien
había favorecido a los maestres ingleses, escoceses e irlandeses, quienes le ocupaban en sus negocios, por lo que algunos le daban agradecimientos y otros no. Sin
embargo, Frankland, bajo el pretexto de ser cónsul, pretendió desde un principio
cobrar los derechos. Incluso, se inmiscuyó en causas civiles y criminales en las que
estaban implicados los de su nación, retrayendo así —según aseguraba el Consulado— la llegada de mercaderes y barcos ingleses: había hecho detener a más de 30
navíos ingleses que, de cuenta de Pedro Morgan, llevaban en retorno a Inglaterra
hierro y otros productos de la provincia46.
En consecuencia, el caso fue remitido al licenciado José de Lazcaibar Balda, quien
dictaminó en 1686 en contra de la continuidad del consulado inglés, basándose
en los autos que en 1604 se establecieron contra Juan de Laclaux. Lazcaibar aconsejaba a la Diputación de Guipúzcoa que investigase si persistían las tres razones
que motivaron entonces el rechazo. Los franceses, mientras tanto, aprovecharon
la coyuntura para proseguir con sus gestiones a favor de un cónsul. Los abogados
de la provincia que respaldaron el informe de Lazcaibar eran conscientes de que la
presencia de un cónsul francés hubiese perjudicado el contrabando, los intereses
de la Armada Real, la construcción naval, el abastecimiento alimenticio y el último
Tratado de Conversa — vigente desde 167547. Los comerciantes de San Sebastián
arremetieron contra el cónsul inglés, pues su presencia lesionaba el contrabando
desde los territorios bajo dominio inglés, sobre todo en el caso del trigo irlandés,
bastimentos, bacalao, estaño y cobre. Con Juan de Aztina a la cabeza, los mercaderes
consideraban los 100 reales de plata de derechos exigidos por Frankland altamente lesivos, pues afectaban a las exportaciones de hierro a Inglaterra, que por aquél
entonces, 1687, ascendía a unos 10.000 quintales anuales48. Coetáneamente, entre
1689 y 1692, aunque como simple procurador sin jurisdicción, en Bilbao quien ostentó el cargo fue Nicolás Huttchings49.
46. AGG-GAO, jd im 2/22/46 y AGS, Estado, 7604.
47. Alberdi Lonbide, 1996, 227–258 y Lugat, 2006, 301–308.
48. AGG-GAO, jd im 2/22/48.
49. Guiard Larrauri, 1972, 308–311.
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La diferencia en el tratamiento del cónsul inglés y francés a comienzos del siglo
XVII se debe buscar en el peso específico de cada uno de dichos comercios con el
puerto de San Sebastián. Si bien el comercio francés siempre fue altamente estratégico e imprescindible, a partir de la década de los años ochenta, como sostiene
Xabier Alberdi50, se produjo el incremento del tráfico comercial con Inglaterra o,
cuando menos, un aumento de su impacto en el seno del comercio guipuzcoano.
Posiblemente, la actitud frente a los cónsules ingleses tuvo mucho que ver con la protección de las exportaciones de hierro vasco a los mercados ingleses, en un momento
complicado y de reconversión para el sector siderúrgico guipuzcoano y vizcaíno51.
Detrás del rechazo a los cónsules franceses e ingleses, al menos en el caso guipuzcoano, estaba la salvaguarda del contrabando y de la libertad de comercio, como
prueba la actitud ante los cónsules holandeses y daneses, que fueron admitidos
tanto en San Sebastián como en Bilbao. En 1647 Enrique Willemsen, embajador
de Dinamarca en la corte española eligió a Joachim Sehart, natural hamburgués,
como cónsul de la nación danesa en San Sebastián, Cádiz, Sanlúcar y Málaga52. Por
su parte, desde la ratificación de la Paz de Münster, los holandeses erigieron sus
primeras legaciones en la costa vasca, aprovechando vínculos comerciales previamente existentes desde hacía tiempo, gracias al comercio de la lana y del cobre báltico, esencial para la acuñación de moneda de vellón. En 1648 fue San Sebastián,
mientras que en 1649 les tocó el turno a Bilbao, Cádiz, Sevilla, Málaga y Alicante53.
Pedro Van Ooischott (u Orischott) ejerció como cónsul en Guipúzcoa, Vizcaya
y Cinco Villas, es decir, en Santander, Bilbao y San Sebastián, entre 1650 y 1665,
siendo sustituido en 1666 por Adrián Tourlon, que actuó como mero solicitador
o procurador, sin percibir derechos ni exenciones u honores54. Como cónsul de
los Estados Generales de las Provincias Unidas en toda Cantabria y comisario del
príncipe de Orange en las presas que hicieren los súbditos de dichos Estados Generales, Tourlon residió en Bilbao y nombró, tras la muerte de Gerardo Basintart
en 1687, a Simón Farvaques, mercader vecino de Ámsterdam, como su vicecónsul
en San Sebastián. Las dificultades y acoso sufridos en Vizcaya por Tourlon fueron
numerosos y prácticamente desde todas las instancias. En marzo de 1683 el embajador de Holanda se quejaba del agravio que el administrador de la renta de las
lanas de Vizcaya le había hecho a Adrian Tourlon, a quien tenía preso en casa con
apercibimiento de 2.000 ducados de multa y secuestro de bienes, acusándole de
haber embarcado en Laredo 62 sacas de lanas sin pagar derechos. En 1684 el cónsul
holandés en Bilbao se quejaba de las vejaciones que el corregidor de Vizcaya hacía
a los holandeses, a quienes registraba concienzudamente en busca de bienes franceses. Las vejaciones también llegaron por parte de las autoridades municipales,
50. Alberdi Lonbide, 2013, 688–696.
51. Aragón Ruano, 2011, 109–149.
52. AGS, Estado, 4192.
53. En realidad, la primera constatación de un cónsul de los Estados Generales en España es anterior, pues ya en
1615 se produjo en Sevilla la apertura de una oficina o comptoir de la Sociedad para el Comercio de Levante, antes
del fin de la Tregua de los Doce Años, Crespo Solana, 2000, 33.
54. González González, 1994, 166–167; Guiard Larrauri, 1972, 308 y Herrero Sánchez, 2000, 62–67. AGS,
Consejo Real de Castilla, 613, 5.
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Entre el rechazo frontal y la aceptación con condiciones 
principalmente los años 1685 y 1686. En primer lugar, se les exigió a él y a su mujer
que diesen información de nobleza y limpieza de sangre, requisitos imprescindibles
para el avecindamiento, bajo amenaza de expulsión en 24 horas. Sin embargo, esa
orden fue revocada por orden de la Diputación de Vizcaya del 21 de noviembre de
1686, por la que se les permitió habitar en Bilbao, siempre y cuando no se entrometiesen en acto alguno de vecino, ni gozasen privilegio, honor o exención alguna.
En segundo lugar, siendo extranjero, se le prohibió que comerciase a comisión con
las mercancías que se le remitían desde el norte y la Ciudad de Vitoria, en perjuicio
de los mercaderes de Bilbao55.
En San Sebastián el establecimiento del cónsul holandés se produjo, posiblemente, debido al auge del comercio ilícito con las colonias americanas —los holandeses
se valían de intermediarios donostiarras y de sus redes en América. A diferencia de
franceses e ingleses, dichos cónsules nunca quisieron imponer derechos ni controlar el comercio o ejercer su jurisdicción, puesto que su principal finalidad era
la de apropiarse de la mayor cantidad posible de metales preciosos llegados desde
las Indias. Desde mediados del siglo XVII y gracias al sistema de navíos de permiso,
San Sebastián se convirtió en uno de los principales puntos de comercio ilícito con
Indias, a través del puerto de Buenos Aires y el Río de la Plata56.
3. DE «CÓNSULES» Y «DIPUTADOS» A «AGENTES
COMERCIALES» ENTRE LOS SIGLOS XVIII Y XIX
A partir del siglo XVIII la situación cambió parcialmente, principalmente a consecuencia del advenimiento de la nueva dinastía borbónica y de la propia evolución
del cargo de cónsul que, por un lado, heredó de la etapa anterior su papel en defensa
de los intereses de los mercaderes y, por otro, adquirió el papel de defensor de los
intereses de los estados, situación que crearía no pocas contradicciones57. De todas
formas, las pretensiones de los cónsules en los puertos vascos fueron reiteradamente rechazadas58. Habiendo conseguido la nación francesa tener Juez Conservador
privativo, cargo que ocupó Pascual de Villacampa, aunque se le restringió a la corte
en 1711, en 1703 la Corona francesa volvió a intentar el establecimiento de un cónsul en Bilbao con Juan de Capdevilla (O Cap de Ville) y en San Sebastián con Pedro
Guilliberti, para tres años, entre octubre de 1703 y diciembre de 1706. El Señorío
se opuso a Juan de Capdevilla, alegando que tampoco a Adrián Tourlon se le había
admitido en Bilbao por cónsul, a pesar de mediar Real Cédula de aprobación, y residió en ella como «agente, correspondiente o factor» de los de su nación59. En el
caso de San Sebastián, los problemas comenzaron inmediatamente, pues Guilliberti
55. AGG-GAO, jd im 2/22/47; AHN, Consejos Suprimidos, Consejo de Castilla, Legajo 51474; AGS, Estado, 3983,
3984 y 3986; y AHDFB, Consulado 0058/005 y 007.
56. Alberdi Lonbide, 2010, 175–188.
57. Aglietti, 2011a, 42 y Pradells Nadal, 1992, 32.
58. Gorosábel, 1907, 53–54.
59. Ibid., 51–52. AGG-GAO, jd im 2/22/57; AHN, Consejos Suprimidos, Consejo de Castilla, Legajos 51439 y 12594
y AHDFB, Consulado 0010/012 y 0657/003.
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(Guilibert o Gilbert) intentó ejercer jurisdicción independientemente de la justicia
de la ciudad y exigir derechos del 2% a cada navío. Sorpresivamente, la Diputación
de Guipúzcoa aceptó la presencia del cónsul francés, a lo que se opuso radicalmente San Sebastián, suscitándose así un pleito que concluyó finalmente en 1713 con
la aceptación por parte del Consejo de Castilla de la revocación del cargo. No obstante, la actitud de las autoridades provinciales parece más una maniobra contra
el creciente poder y predominio de San Sebastián y su Consulado de Comercio,
fundado en 1682, puesto que en dicho año 1713 se felicitaban por el resultado del
pleito, en 1714 de la eliminación del cónsul inglés y en 1726 adoptaban nuevamente
medidas contra su presencia.
Efectivamente, el 13 de enero de 1714 el rey de Inglaterra, Jorge I, concedía patente para ejercer de cónsul inglés en Guipúzcoa, Vizcaya y Santander a William
Frankland. A pesar de ello y de la mencionada Real Orden de 1685, guipuzcoanos y
vizcaínos se opusieron, reclamando nuevamente su derecho a no admitir cónsules
extranjeros. La patente de Frankland fue retenida hasta que el rey determinase qué
hacer, aunque no dejaba de sorprender que se opusiesen a un cónsul que ya había
ejercido como tal en tiempos de Carlos II. El asunto parece que seguía sin ser resulto en junio de 1715 y no consta que finalmente ejerciese en los puertos vascos,
por lo que debemos sospechar que finalmente no fue admitido. Tampoco en 1717,
cuando volvió a repetirse su nombramiento y su rechazo60. El 17 de agosto de 1726
Baltasar Montero, contador general del Ejército y Provincia de Castilla, informaba desde Salamanca que ante él había comparecido David Dunbar con un papel
firmado en San Sebastián el 29 de julio por el teniente general Luis Fernández de
Cordova, que certificaba su nombramiento como cónsul inglés para aquella plaza.
El 1 de agosto de 1726 se le había instado a desplazarse a Salamanca mientras se determinaba sobre su despacho de cónsul. Efectivamente, David Dunbar recibió el 2
de marzo de 1726 de manos de Jorge I patente como cónsul de la nación británica
en San Sebastián. Como argumento para sus peticiones, presentó un traslado dado
en San Sebastián en 1698 del uso y cumplimiento que la Diputación de Guipúzcoa había hecho en el caso de Guillermo Frankland en 1685, que se ha descrito con
anterioridad. Finalmente, la Junta de Extranjeros, visto el informe negativo de los
Consejos de Estado y Castilla, al igual que se había hecho con los cónsules franceses
y precisamente para que otras naciones no se viesen privilegiadas, «no habiéndolo
habido jamás en Guipúzcoa de ningún soberano», estableció que nunca se diesen
semejante cédulas, más aún teniendo en cuenta que debían ser nombrados con
aquiescencia de las partes61.
En 1737 se reprodujo el enfrentamiento, al aceptar las autoridades provinciales
un cónsul francés en la ciudad —con ese título desde 1662—, a instancia de Martín
de Bergeret, uno de los Directores Generales de la Compañía Francesa de Tierra.
En 1735 dicho director propuso a Juan de Bousignac, comerciante francés residente
en San Sebastián, dedicado al comercio de hierro y de productos coloniales, a fin
60. AGS, Estado, 6826, 26 y 47.
61. AGS, Estado, 7590 y 7604.
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Entre el rechazo frontal y la aceptación con condiciones 
de certificar los aquites o certificados de los tabacos que arribasen a San Sebastián
desde Francia. Previamente fue Bernardo Arocena y Falcorena quien, por encargo de la Compañía de Mar, desempeñó dicho cargo. A pesar de estar prohibido el
libre comercio de tabaco en Francia, aunque se permitía su exportación al extranjero, grandes partidas, aparentemente destinadas a San Sebastián —8.000 sacos
anuales—, acababan en puertos franceses. En dicho fraude aparecían implicados
los comerciantes de la ciudad, que proporcionaban a los dueños o maestres de las
embarcaciones los correspondientes aquites falsos, en los que se expresaba la llegada ficticia a San Sebastián. Bousignac descubrió gracias a sus pesquisas que unos
1.500 sacos se quedaban en San Sebastián, destinados al consumo interno, mientras
que el resto era reintroducido en Francia de contrabando. En 1737 el Consulado de
San Sebastián inició acciones contra Bousignac, que acudió a la Diputación, siendo
autorizado a continuar con su labor. Según el Consulado, la privativa jurisdicción
en materia comercial de la que se hallaba instituido le habilitaba para la certificación de aquites de forma exclusiva, marginando a cualquier cónsul. El conflicto de
competencias entre las autoridades consulares y las provinciales fue inevitable62.
Este caso demuestra que la Diputación nunca aceptó cónsules franceses, aunque
si aquellos agentes consulares que estaban al servicio de grandes compañías francesas, como una forma de erosionar el poder jurisdiccional del Consulado. Desde
su fundación, el Consulado pretendía extender su jurisdicción a toda la costa guipuzcoana, mientras que las autoridades provinciales aspiraban a salvaguardar los
Fueros y libertades de la provincia. Ello obligó a las autoridades francesas a recurrir
al subterfugio de adjudicar las tareas consulares a comerciantes de origen francés
residentes en San Sebastián, caso de Bousignac, quien mantenía correspondencia
con el Conde de Maurepas, a la sazón Secretario de Interior y Marina de Francia.
Precisamente, en 1744 le advertía del gran desarrollo del comercio fraudulento
francés en San Sebastián —del que él tan lucrativamente participaba63— y de la necesidad de establecer de manera oficial un cónsul francés. Bousignac, bajo el título
de «Diputado» de la Nación francesa, comenzó a hacer uso de sus funciones en
San Sebastián, a pesar de no haber obtenido la cédula de aprobación por parte de
la Corona española. Las autoridades provinciales le retiraron el título por medio de
los Alcaldes de San Sebastián. El 25 de agosto de 1749 una Real Orden reprobaba la
conducta de la Diputación, ordenando la restitución del cargo a Bousignac, por la
atención debida al rey francés. En realidad, se desaprobaba que la Diputación hubiese intentado recoger un título expedido por un monarca extranjero. Durante la
Guerra de la Pragmática Sanción, el alcalde de San Sebastián solicitó a Bousignac
su mediación ante la corte francesa, para que finalizasen los ataques a barcos holandeses. A pesar de ello, jamás le fue reconocida legalmente su calidad de cónsul de
Francia, aunque sí de facto. Un Real Decreto establecido en 1765, tras el que estaba
el Consulado, limitaba las facultades de los cónsules extranjeros, convirtiéndolos
en meros solicitadores, agentes o procuradores, sin capacidad jurisdiccional sobre
62. AGG-GAO, jd im 2/22/78. Crespo Solana, 2009, 363–394.
63. AGG-GAO, jd im 2/22/84 y CO LCI 4145.
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sus compatriotas. Siendo nuevamente Diputado de la nación francesa entre 1789
y 1790, Juan de Bousignac, junto a Pedro Queheille, fueron acusados de no haber
abonado el pago de derechos. Alegaban estar exentos de dicho pago, al ser productos de tránsito, conducidos por barcos españoles. La mayoría del cargamento estaba
compuesto por vinos que habían recibido de tránsito desde Bayona con destino al
reino de España. Un auto del Corregidor de Guipúzcoa les obligó el 26 de noviembre de 1789 al abono de los derechos contraídos. Ambos acataron la sentencia y
embolsaron las cantidades demandadas64.
En 1787 el embajador de Francia en Madrid, Duque de Vauguyon, de paso por
San Sebastián, antes de la obtención del exequatur o licencia de Carlos III, notificó al capitán general de la provincia y al Consulado de San Sebastián que el rey de
Francia había concedido a Juan Pedro Blanqué el título de Diputado de la Nación
francesa, para el cobro de ciertos derechos o el despacho de aquites. El problema
surgió porque al parecer Blanqué —que había sustituido en el cargo a Esteban de
Cabarrus— había empezado a desempeñar su comisión y a cobrar derechos sin
haber presentado su patente al pase foral de las autoridades provinciales. En concreto, en 1788 Blanqué envió a Alejandro Groisard, capitán del Bergantín El Correo
de Nantes, armado en Bayona, un despacho mandándole comparecer en 24 horas
en Pasajes, para presentar sus cartas de mar y el rol de la tripulación, conforme a
las ordenanzas francesas. A consecuencia de ello, Esteban de Cabarrus le envió a
Blanqué una carta de reprobación por su conducta, contraria a la Justicia provincial y a la jurisdicción consular de San Sebastián, advirtiéndole de que no contaba
con autoridad judicial, sino simplemente con derecho de representación. Cabarrus
le exhortaba a ser más moderado, pues él mismo había sido quien «le ha hecho
nombrar o habiendo entrado de fiador de su conducta». La Diputación, viendo que
carecía del exequatur, preparó para éste una exposición con la súplica de que se le
denegase este requisito. Pero por acuerdo posterior, esta representación no tuvo
curso, a causa de las pocas esperanzas que había de un resultado favorable, según
las noticias remitidas por el agente en Corte, después de conferenciar con el oficial del ministro de Estado encargado del ramo. Las Juntas Generales celebradas el
mismo año, no solo decretaron que se recogiese la exposición enviada a la corte,
sino que autorizaron la exacción de derechos a las embarcaciones francesas por el
Diputado de la misma nación. Y todo ello a pesar de que, según las ordenanzas del
Consulado de la Ciudad —capítulo 6, artículo 27—, la concesión de aquites o tornaguías tocaba privativamente a su Prior y Cónsules, quienes también se debían
encargar de las diferencias que se suscitasen entre comerciantes, capitanes de navío
y maestres de embarcaciones.
Durante el siglo XVIII, el último representante francés que hubo en Guipúzcoa
fue el ciudadano Dupuy, cuya elección fue comunicada a la provincia en Real orden de 25 de octubre de 1798, teniendo como principal cometido el de averiguar si
los corsarios franceses llevaban marineros sujetos a la inscripción marítima y el de
prender a los desertores. La Diputación, a quien Dupuy presentó el título, le dio
64. Alberdi Lonbide, 2013, 701–702.
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Entre el rechazo frontal y la aceptación con condiciones 
el uso foral con cláusula de que se entendiese con las justicias locales respectivas
para la aprehensión de los desertores, y la de que se abstuviese de ejercer todo acto
jurisdiccional. Dupuy dependía del Comisario principal de Marina residente en
Bayona, quien le prescribía las instrucciones para su comisión: entre otras, debía
dirigirse a las autoridades civiles y militares del país para obtener los auxilios que
pudiese necesitar en el cumplimiento de sus funciones. Sin embargo, también él
cometió excesos, tales como el embargo de barcos o el arresto de marineros, que
provocaron la reacción de las autoridades provinciales65.
En Bilbao la reacción de los comerciantes naturales contra los extranjeros se
inició con la introducción en las ordenanzas de 1699 de un capítulo por el que se
prohibía a los extranjeros disponer de encomiendas, comisiones y factorías a través de naturales. Ya en 1714 consta la presencia de un cónsul francés, La Loire, que
tuvo ciertos enfrentamientos con los mercaderes locales e incluso con sus compatriotas al querer desviar hacia Santander el comercio francés, como ya habían
hecho los ingleses, en respuesta al decreto consular que prohibía el cargamento de
mercancías en barcos no españoles66. Sabemos que en 1789 Germán Laurencín era
cónsul de Francia y José Brodehirs lo era de Inglaterra. En ambos casos, los cónsules no exigían derecho alguno ni se entrometían en la jurisdicción ordinaria del
alcalde, Prior y Cónsules del Consulado, limitándose a proteger a la tripulaciones
de embarcaciones naufragadas y a suministrar a los marineros el viático para que
regresasen a su destino67. Es por ello por lo que su presencia fue aceptada por las
autoridades y comerciantes del Señorío y no parece que tuviesen una estancia tan
conflictiva como en el caso Guipúzcoa. En 1799 Juan Planté fue nombrado cónsul
de la República Batava en Santander y Costa desde Ribadeo a Fuenterrabía68.
Durante el siglo XIX la situación no cambió en exceso, al menos en lo que perduró el sistema foral. En 1805 en San Sebastián y Pasajes ejerció las funciones de
cónsul francés Ratier, aunque sin haber presentado a la Diputación el título que le
autorizase, ni haberse dado a entender de otra manera oficial, elegido por Henry
Ranchour, comisario de relaciones comerciales de Francia en Santander. Ratier se
dedicaba a colocar en los roles de tripulación de los barcos franceses los certificados de entrada y salida, según acostumbraban los cónsules en otros puertos; a él
acudían los barcos franceses con el rol y el pasaporte, la manifestación de la carga,
a cambio de lo cual exigía 40 reales, como ocurría en Santander. Ante esto la corporación municipal de San Sebastián se opuso a la admisión de semejante empleado
público, en cuya vista cesó en sus funciones, y desapareció de la provincia sin haber
querido exhibir su nombramiento69. En su lugar, bajo el concepto de «agente comercial de Francia», fue elegido Santiago Blandín, vecino de la ciudad, autorizado
por Real Orden de 23 de mayo de 1806, mientras que para Bilbao era elegido Pierre
Émile Beger. Conforme la Diputación con los principios emitidos en este dictamen,
65. Gorosábel, 1907, 53. AGG-GAO, jd im 2/22/107 y 112.
66. Basurto Larrañaga, 1983, 54 y 57.
67. AGG-GAO, jd im 2/22/107.
68. ¿Se tratará acaso del ya mencionado Juan Pedro Blanqué? AGS, Consejo Supremo de Hacienda, 253, fol. 53 rº.
69. AGG-GAO, jd im 2/22/115.
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admitió a Blandín en el ejercicio de las funciones de agente comercial, que desempeñó con alguna controversia, pues se le acusó de dar pasaportes y de exigir derechos
de tonelaje a los barcos franceses70. Dichos nombramientos se produjeron en un
contexto en el que Carlos IV aceptó que los cónsules fuesen admitidos aunque no
tuviesen exequatur o patente. A consecuencia de ello, el encargado de negocios de
Prusia solicitó el 15 de septiembre de 1806 que se permitiese a algunos negociantes
de su nación la calificación y obligaciones de «comisarios de relaciones comerciales de la nación» en Bilbao y San Sebastián sin patente ni exequatur, pero quedó el
expediente sin resolver. Al contrario, el embajador de Portugal consiguió en 1801
que Guillermo Lefebre y José Joaquín Ramos Inzarte, con Real Orden otorgada el
24 de junio de 1801, fuesen aceptados como «agentes comerciales» de Portugal en
Bilbao y San Sebastián-puerto de Pasajes, respectivamente. También se le permitió a Inglaterra el nombramiento de vicecónsul en Guipúzcoa a favor de Ricardo
Bermingham, vecino de San Sebastián, nombrado por el cónsul Jorge Warre71.
A Blandín le sucedió entre 1817 y 1835 Lorenzo Francine también como agente comercial de Francia en San Sebastián, donde residía y de dónde era vecino,
—mientras en Bilbao era elegido Monsieur Regnandin—, cuyo título se le expidió
en 1816 por el cónsul general de aquella, Durant Saint Audis, residente en Madrid.
Este nombramiento fue aprobado por Real Orden de 9 de marzo del mismo año,
comunicada para su ejecución al capitán general de la provincia por la primera Secretaría de Estado y del despacho. Francine empezó a ejercer sus funciones sin presentar su patente al pase de la Diputación, la cual advertida de semejante novedad
se opuso frontalmente y le requirió que cumpliese con dicho requisito de la legislación foral, cosa que finalmente llevó a cabo. Consiguientemente, la Diputación
de Guipúzcoa no reconoció en Francine carácter público alguno, y sus funciones
solamente fueron toleradas en concepto de mero agente comercial para promover
y activar los negocios mercantiles de los individuos de su propia nación desde 1821.
Por eso jamás le permitió dar pasaportes ni certificados, recibir informaciones de
testigos con juramentos, intervenir en los naufragios de barcos, poner en su casa
escudo de armas de Francia —como pretendió en 1823 en su casa posada de Pasajes,
obligándosele a quitarlo—, acto totalmente prohibido en territorio español para
los cónsules y permitido únicamente para los embajadores y ministros de similar
rango, ni el ejercicio de otro acto que denotase jurisdicción, autoridad o carácter de
empleado público. Este caso demuestra que los cónsules y vicecónsules españoles
en los puertos extranjeros tenían mayores privilegios que sus homónimos extranjeros en España, pues se les restringía cualquier tipo de distintivo: la mencionada
práctica era permitida en países como Francia y Portugal, siempre y cuando no se
dedicasen al comercio72. Residente en San Sebastián, Lorenzo Francine eligió en
1825 dependientes a Félix Latasa en Irun-Fuenterrabía, Juan Bautista Gorostidi en
Guetaria y Juan Mariano de Uzcanga en Deva y a José Joaquín Barroeta Aldamar
como delegado en Pasajes. Cuando viajaba a Francia, a atender sus propios negocios,
70. AGG-GAO, jd im 2/22/116.
71. AGG-GAO, jd it 2693, 2 y AGS, Consejo Supremo de Hacienda, 253, fols. 91 rº y vº, y 97 rº y vº.
72. Aglietti, 2013, 109–112.
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Entre el rechazo frontal y la aceptación con condiciones 
acostumbraba a dejar en su lugar a Bertrand Dupeyron. Finalmente, cuando en 1835
se retiró por sus problemas de salud a Biarritz, le sustituyó el Barón Vigent con iguales condiciones. En 1840 el embajador francés residente en Madrid quiso realzar el
carácter de éste, dándole el título de cónsul, sobre cuya pretensión el ministro de
Estado pidió informe circunstanciado a la Diputación de la Provincia, que persistió
en su actitud73. En Bilbao, por su parte, en 1842 el elegido fue Juan Lagoaner, quien
contó con el correspondiente exequatur, aunque en 1843 le sustituyó Juchereau de
St. Denis, mientras que en 1848 el elegido fue Domingo Donato Enrique de Aries74.
En el caso del cónsul inglés, se tiene noticia de que en 1824 fue nombrado como
agente comercial para las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa, con residencia en
Bilbao, Juan Clark, quien delegó sus funciones con título subdelegado de agente
comercial en San Sebastián en Francisco Brunet, comerciante local, el cual seguía
ejerciendo el cargo en 1837, sin autoridad o jurisdicción alguna, aunque pudiendo
mediar en las controversias entre mercaderes, maestres o marineros. Brunet solicitó a la provincia el 22 de abril de 1825 que se le admitiese como subdelegado de
agente consular. Ante tal petición, la provincia eligió una comisión compuesta por
Manuel de Aramburu y Joaquín de Barroeta Aldamar, quienes dictaminaron que la
Provincia se debía negar a dar el pase al nombramiento. Todavía en 1837 José Manuel
Brunet, hijo del anterior e intitulado vice-cónsul de Inglaterra, envió un oficio a la
Provincia, pues no le había reconocido ni le reconocía su cargo, acompañado de los
originales de la patente del cónsul y el regio exequatur. En dicho exequatur, otorgado
por Isabel II, se especificaba que no podía realizar acto alguno de jurisdicción, permitiéndosele únicamente la interposición de su arbitrio en las controversias entre
mercaderes, maestres o marineros británicos. La mencionada Real Orden mencionaba que «…es súbdito español por cuya razon no conviene al buen orden publico,
que goce enteramente el fuero, prerrogativas y libertades de que estan en posesion
los cónsules y vice-cónsules cuando son extrangeros transeuntes y subditos de la
potencia a quien sirven…». Dichas prerrogativas y fuero se le guardaban en caso
de las materias a tratar con ministros, cónsules y comerciantes de la nación, en los
cuales de ninguna forma se podían mezclar las justicias ordinarias, estando sujeto a ellas únicamente en todas las causas civiles y criminales. A cambio se le debía
permitir que llevase los derechos y emolumentos que le correspondiesen. ¿Tal vez
en el rechazo tuvo que ver la potencia comercial inglesa en la época?75
También hubo en este período representación de otros países como Portugal,
Rusia o los jóvenes Estados Unidos de América. Por Real orden de 19 de agosto de
1807 se mandó que nuevamente José Joaquín Ramos Inzarte, de nación portugués,
fuese reconocido por agente comercial de la misma ciudad y puerto de Pasajes,
aunque sin patente ni exequatur. El consulado aceptó su cargo, pero recordándole
que los cónsules no tenían jurisdicción alguna, ni podían imponer contribución
alguna; únicamente, se les permitía ejercer como árbitros en conflictos entre sus
compatriotas. En 1815 el ministro de Rusia pidió que se reconociese a Pedro de
73. AGG-GAO, jd im 2/22/122.
74. AHDFB, Junta de Comercio 0053/041, 0080/005 y Bilbao Antigua 0357/001/017/013.
75. AGG-GAO, jd im 2/22/131 y AHDFB, JCR0310/004.
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Olavarria como agente de la nación rusa en Bilbao76. Por último, por Real orden de
17 de febrero de 1827, Luis Frith en San Sebastián y Francisco Javier Calo en Bilbao
fueron autorizados para ejercer las funciones de agente comercial de los Estados
Unidos de América, aunque sin patente ni exequatur. Pero habiéndose opuesto la
provincia a la admisión de semejante empleado, su nombramiento quedó sin efecto. El razonamiento expuesto por las autoridades guipuzcoanas demuestra que
aunque no fueron admitidos como cónsules, los agentes comerciales intentaban
actuar como tales:
Aunque los agentes comerciales carezcan real y efectivamente de juridiccion y debieran
ser en sustancia unos meros procuradores de los subditos de las Naciones ermanas,
es cierto y la esperiencia lo demuestra que a su establecimiento ha sido consiguiente el abuso de las facultades, ingeriendose a proveer de todo genero de documentos,
exigiendo quantiosos derechos y aun a ejercer casi la autoridad de unos verdaderos
consules con pretensiones y a intervenir siempre en todos los negocios y diferencias,
inventarios y testamentarias de los vasallos de las potencias a quienes representan, en
perjuicio evidente de la jurisdicción ordinaria del caballero corregidor, alcaldes y tribunal de comercio, en cuyos juzgados desde las epocas mas remotas han hallado los
extranjeros la justicia con la imparcialidad que necesitan…
Por ello, en las Juntas Generales de Segura y Zumaya de 1817 y 1825, siguiendo el
ejemplo de otras más antiguas, se mantuvo el rechazo al establecimiento y admisión de tales agentes. Sin embargo, en Bilbao si se admitió la elección de Manuel
de Urioste de la Herrán, en 1833, y la de Máximo de Aguirre, en 1836, ambos vecinos
de la villa77.
4. CONCLUSIONES
Los cónsules de extranjeros tuvieron una situación y evolución muy similares en los
territorios europeos durante la Edad Moderna. De hecho, las funciones que se les
suponían eran muy similares en todos los casos, aunque en la práctica las diferencias fueron manifiestas, dependiendo de la realidad institucional de cada territorio.
A pesar de las similitudes, fue precisamente ese factor el que marcó la diferencia
de los territorios vascos, con respecto al resto. La defensa de los fueros y de los privilegios comerciales fue esencial en la reacción de las autoridades locales frente a
los cónsules; Guipúzcoa primó la defensa del contrabando y la libertad comercial,
en un territorio que, no debemos olvidar, tenía frontera directa con Francia y contó a lo largo de gran parte del siglo XVIII con una Compañía comercial privilegiada
como la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas (1728–1784), que le permitió el
comercio directo con América. A lo largo de la Edad Moderna y comienzos del siglo
76. AGG-GAO, jd im 2/22/118.
77. Gorosábel, 1907, 58–59. AGG-GAO jd im 2/22/132; ACR, 6, 4, fol. 14; ACH, Pío Elizalde (1795–1836), 18, 839
y AHDFB, AJ00183/012 y Bilbao Antigua 0301/001/001/031/025.
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Entre el rechazo frontal y la aceptación con condiciones 
XIX, el rechazo a la presencia de representación consular extranjera fue sin duda
más tajante en San Sebastián que en Bilbao. En líneas generales, desde finales del
siglo XVI en aquellos casos en los que se permitió la existencia de cónsules, se hizo
bajo la premisa de que no pudiesen ejercer jurisdicción ni cobrar derechos a sus
connacionales y con denominaciones tales como solicitador, procurador, agente
comercial, etc. No obstante, es evidente el diferente tratamiento en función de la
nacionalidad y del peso de los respectivos comercios en las economías locales y en
cada momento. Durante el siglo XIX la situación no cambió en exceso, al menos
en lo que perduró el sistema foral. Persistió la oposición de las autoridades locales
y provinciales al establecimiento de cónsules, aunque se permitió la existencia de
agentes comerciales, sin jurisdicción. Por ello, jamás pudieron dar pasaportes ni
certificados, recibir informaciones de testigos con juramentos, intervenir en los
naufragios de barcos, poner en su casa escudo de armas, ni el ejercicio de otro acto
que denotase jurisdicción, autoridad o carácter de empleado público.
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LA INSTITUCIONALIZACIÓN
DE LA IDEOLOGÍA RELIGIOSA
EN LA EDAD MODERNA: UN NUEVO
CONCEPTO PARA LA HISTORIA CULTURAL
INSTITUTIONALIZATION OF RELIGIOUS
IDEOLOGY IN THE MODERN AGE:
A NEW CONCEPT FOR CULTURAL HISTORY
Pedro Miguel Plaza Simón1
Recibido: 13/02/2014 · Aceptado: 26/03/2014
http://dx.doi.org/10.5944/etfiv.27.2014.13709
Resumen
Institucionalización cultural es un concepto gracias al cual se pueden comprender
mejor las relaciones entre las estructuras mentales y las instituciones políticas. Al
fin y al cabo una vieja aspiración de la Historia cultural a la que la institucionalización puede ayudar a conectar con la Historia política, social e incluso económica,
ya que a veces no han logrado coordinar sus interpretaciones desde el comienzo de
su desarrollo historiográfico. El presente artículo busca definir el concepto a través
del ejemplo del Renacimiento español, mostrando cómo el Catolicismo proyecta sus
propios valores doctrinales hacia las instituciones políticas y sociales de la época.
Palabras clave
institucionalización cultural; confesionalización; Historia cultural; ideología religiosa; sacramentos
Abstract
Cultural institutionalization is a concept by which we can explain the relations between mental structures and political institutions. It can be useful to connect this
approach with the political, social and even economic history in an ancient aspiration of Cultural history. Disciplines that sometimes failed to coordinate their
interpretations since beginning of the historiographical treatment. We can trace
the process for example during the Spanish Renaissance, showing how Catholicism
projected their own doctrinal values into social and political institutions of the age.
Keywords
cultural institutionalization; cultural history; religious ideology; sacraments
1. Doctorando en Historia Moderna, UNED.
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Pedro Miguel Plaza Simón
0. INTRODUCCIÓN
La década de los 70 supuso para la historia una importante renovación. Así, justo
cuando España vivía su transición política, aparecía en nuestro país un libro básico,
La cultura del barroco2 de José Antonio Maravall, que introducía a la historiografía
española en su particular renovación. Suponía la llegada de las últimas teorías sobre
historia cultural en un intento de ésta por ahondar en temas sociales y no quedar
en la pura superficie de la obra artística.
Apenas dos años antes Peter Burke había modernizado la historia cultural con
El Renacimiento italiano: cultura y sociedad en Italia3, que demuestra en su propio
título que la cultura no puede quedar desgajada de un contexto social e influye en él
decisivamente. Es esta una conclusión innovadora ya que anteriormente la relación
no era considerada decisiva, en especial en la vía de retorno, ya que el hecho de que
la sociedad influía en la cultura sí que parecía ser algo evidente desde el principio
y comúnmente admitido.
Paralelamente desde Francia la revista Annales empieza a desarrollar un nuevo
giro en su tratamiento histórico y nacía la Nouvelle Histoire, un planteamiento basado en una nueva relación de la historia con las ciencias sociales y la primacía de
un concepto básico, el de la Historia de las Mentalidades, aunque no dejan de ser
estructuras sociales provenientes de la Cultura, algo que une ambos conceptos de
manera indisoluble.
Pero, cuando parecía que el matrimonio entre ambas corrientes, mentalidades y
cultura, iba a ser inevitable, los diferentes desarrollos de todas estas tendencias han
llevado a la Historia cultural a un callejón sin salida. La principal razón viene dada
por que no se han desarrollado conceptos claros que las unan, ni una metodología
capaz de relacionarlas de forma clara, al menos desde una perspectiva funcional
que sirva de herramienta para estudiar los acontecimientos históricos. Una carencia que ha acompañado a la disciplina histórica durante cuarenta largos años.
Muchos historiadores han hablado durante todo este periodo de crisis, problemas
y dificultades, aunque la definición que ha tenido más éxito sobre la situación que
se vive quizá sea la de «desmigajamiento de la historia», popularizada por Dosse4.
Quizá resuma la situación Miguel Ángel Cabrera en unas líneas de su Historia,
lenguaje y teoría de la sociedad, donde podemos leer.
De hecho, este desmigajamiento de la historia acabó provocando incluso, para algunos,
una autentica crisis disciplinar, fruto de la excesiva dispersión temática y de la consiguiente imposibilidad de elaborar síntesis integradoras5.
Y es que sencillamente parece que la Historia cultural coincide en identificar
la cultura y las mentalidades como una de sus bases, aunque resulta complicado
2. Maravall, 2002, (1975)
3. Burke, 2001, (1972)
4. Francois Dossé desarrolla este análisis en Dossé, 2006.
5. Cabrera, 2001, 26.
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hilarlas entre sí y aún más incardinarlas en el complejo mundo de la sociedad donde política y economía siguen siendo las claves todopoderosas que designan los
acontecimientos culturales y sociales.
El último gran representante de Annales, Roger Chartier, señala más problemas
entre los que se encuentra la propia indefinición del concepto historia cultural,
resultando entonces…
…un gran riesgo no poder trazar una frontera segura y clara entre historia cultural y
otras historias: la historia de las ideas, la historia de la literatura, la historia del arte, la
historia del arte, la historia de la educación, la historia de los medios de comunicación,
la historia de las ciencias…6
Desmigajamiento, indefinición…, sin duda algunos de los peligros que acechan
a la Historia cultural de nuevo cuño, siempre en busca de su definición desde su
fundación.
Por lo que se refiere a la Historia Moderna quizá la propuesta expositiva y analítica actual más solvente, o al menos la de mayor acogida en el ámbito cultural, pasa
por ser la que ofrecen las teorías relacionadas con estudio de la confesionalización
que ha venido a sustituir al tradicional contrapunto Reforma-Contrarreforma y que
proviene de un concepto comúnmente asumido tras la definición de Reinhard y
Schilling. En él se circunscriben los cambios producidos en la modernización7 que
repercuten no sólo a las instituciones convencionales, sino que es extrapolable a
hábitos y costumbres.
En ese sentido, los sistemas confesionales ofrecían un modelo excelente, pues ponían a disposición de la sociedad todo un conjunto de normas y valores que abarcaban tanto la vida privada como pública, llenando de contenido y sentido la vida de los
contemporáneos8.
Claro que tampoco conviene asociar la parte con el todo, según se desprende del
concepto de confesionalización, puesto que en la introducción de la mentalidad
religiosa en las instituciones lo importante no es el ejemplo concreto de determinada influencia de religiones concretas (católica, luterana, calvinista…), como sí el
puro hecho de la influencia de nuevas estructuras ideológicas en la sociedad en un
sentido más abstracto. Busco con ello no excluir así valores individuales, valores
marginales e incluso valores subliminales. Algo que refuerza algunos otros problemas que presenta la historia cultural y que expusiera Geoffrey Lloyd, que considero
que se pueden aplicar igualmente a la teoría de la confesionalización.
6. Chartier, 2005, 22. El capítulo primero de este libro (pp. 13–29) analiza precisamente este aspecto y señala
algunos de las críticas y problemas que ha generado la llamada Nueva Historia Cultural.
7. Otro de los conceptos claves de este historiador alemán es este «modernización», referido al proceso de
cambios desarrollados en la edad moderna entre los que se encuentra la confesionalización.
8. Ruiz Rodríguez & Sosa Mayor, 29 (2007) 285
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Pero esta manera de pensar borra, al recurrir a lo colectivo, la originalidad de cada expresión singular, y encierra, en una coherencia ficticia, la pluralidad de los sistemas de
creencias y de las modas de razonamiento que un mismo grupo o un mismo individuo
pueda movilizar sucesivamente9.
Además, esta concepción confesional minimiza la realidad en la percepción de
que también hay valores laicos que se institucionalizan, valores que no terminan de
adaptarse al concepto de confesionalización. Es por ello que habría que recurrir a
otro concepto más amplio y genérico como el de disciplinamiento social que vendría
a englobar el conjunto de procesos sociales tendentes a generar un mayor control
sobre una sociedad cambiante. Un concepto que no obstante se encuentra en el
periodo íntimamente ligado al anterior pues según señala Po-Chia Hsia «sin diciplinamiento social no hay confesionalización católica»10. Subyace en ambos casos
la necesidad de explicar la finalidad última de los cambios. Al fin y al cabo dependería de si lo que se pretende es un mayor control social o una sencilla transmisión
de un sistema ideológico, algo que, sin embargo, no pretendemos plantear en este
trabajo, pues requería un análisis más completo.
Analizar por qué o el para qué —en definitiva la finalidad de los procesos analizados— es quizá el quid de la cuestión, aunque parece por el momento un objetivo lejano para la historiografía. En ese sentido tal vez analizar el cómo sí pueda
resultar un paso útil para futuras reflexiones.
Por el momento nos planteamos en este trabajo la forma en la que la idea pasa
a constituir parte del organismo político y social y no la prevalencia del disciplinamiento o la confesionalización en su finalidad, aunque pensamos que, como paso
previo, puede ser útil para la comprensión de alguno de los procesos más interesantes para la historia moderna.
1. LA TRANSMISIÓN DE IDEAS
A TRAVÉS DE LA INSTITUCIONALIZACIÓN CULTURAL
Precisamente en esta línea integradora entre mentalidad y cultura es donde quizá
debamos procurar encontrar nuevos elementos sintéticos que logren ubicar cada
aspecto histórico en su parcela.
En relación a este objetivo planteo una historia cultural que cuenta como principal intención la ordenación desde otra óptica de conceptos, en la que mentalidad,
cultura, sociedad, política y economía encuentren definidos mas claramente sus
espacios y uno de los conceptos claves para lograrlo es el de instituciones culturales
que quisiera desarrollar en este artículo. Gracias a él encontramos un primer paso
en el que la mentalidad se proyecta a la sociedad de forma directa, sin tamices, en
9. Chartier, 2005, 20. Sobre el análisis de Lloyd, véase Lloyd, 1996.
10. Po-Chia Hsia, 25 (2007) 36.
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un ejemplo de que esto ha sido así en importantes momentos de la historia, si es
que no lo es siempre.
Es ahí donde esbozamos el concepto de institución cultural que supone el eslabón entre la idea y la sociedad y cómo aquella obtiene un sentido amplio en la
mentalidad colectiva, pasando de ser algo individual o limitado a algo social.
Identifico el momento en el que mejor se puede observar en la Historia Moderna, en concreto en la transición desde la edad Media, donde se puede rastrear el
proceso con toda claridad, en un mundo en el que la mentalidad religiosa alcanza
a todos los rincones de la sociedad y afecta de forma radical su evolución.
Contextualizo el fenómeno en la España del Renacimiento y la Contrarreforma,
aunque supongo que algo parecido ocurre en cualquier lugar de Europa, claro que
variará en función de la religión o ideología de cada lugar pues mientras que, en
otros lugares la influencia protestante cambia las variables, en España es el catolicismo más duro el que influye en el desarrollo de las instituciones.
Chocamos, no obstante, con la eterna futilidad del concepto «mentalidad», lo
que hace necesario concretar qué preceptos mentales en particular son los que se
incardinan en las instituciones y no esa abstracta indefinición de ideas y prácticas
religiosas a las que alude la confesionalización. En ese ejercicio de concreción es
donde pretendemos dar un paso más.
Por el momento este artículo sólo pretende observar fundamentalmente la forma
en que se ha producido esta institucionalización en algunos casos e identificar algunas de las ideas que gozan de mayor éxito en su implantación social. Unas ideas que
son mayoritariamente religiosas y que se identifican con la doctrina religiosa. Esto
no es obstáculo para que existieran muchas otras de calado puramente civil, pero
su análisis deberá llevar un mayor esfuerzo investigador, por ser menos evidentes.
De momento, nos quedamos con la institucionalización puramente religiosa,
que resulta muy explícita, y sirva como muestra la influencia que ejerce la penitencia sobre la Inquisición. Una organización que debe mucho a la proyección social
y política de un principio doctrinal e ideológico como es este sacramento.
En definitiva el repertorio más patente de ideas institucionalizadas parten de
los sacramentos, los cuales creo conveniente analizar con mayor detenimiento.
2. LA PROYECCIÓN SOCIAL DE LOS SACRAMENTOS
Buscando en la variedad ideológica católica no cabe duda que uno de los principales repertorios de preceptos religiosos institucionalizados en la sociedad —por no
decir que el que más— procede de los sacramentos11.
Cabe apuntar, y de ahí viene el sentido del concepto, que literalmente los sacramentos católicos se institucionalizan en actitudes sociales, instituciones stricto
11. No soy el único en detectar esta tremenda influencia en la sociedad del momento, véase Fonseca Montes,
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sensu, organizaciones y en definitiva en el entramado social en general. Pasamos a
observarlo analizando la expansión de los sacramentos uno por uno.
Valga con observar la pura esencia del «primer sacramento» —no ordinalmente,
sino por trascendencia—, que es el Santísimo Sacramento o Corpus Christi, esencia
básica de la religión católica. Esta sublimación del «Sacramento» nos va a llevar a
un increíble desarrollo de todo lo relacionado con su impartición y expansión, ya
que se convierte en el auténtico centro de la práctica religiosa católica. De hecho, el
rabioso desarrollo que alcanza la eucaristía en el periodo viene definido por la centralidad del Santísimo Sacramento y la comunión, expresión en la que se adscribe.
Explicada ya la naturaleza y propiedad del nombre, se ha de enseñar que la Eucaristía
es verdadero Sacramento, y uno de los siete que siempre se ha adorado y venerado
religiosamente la Santa Iglesia. Porque quando se hace la consagración del caliz, se
llama misterio de la fe. Demas de esto (…) la misma razón y naturaleza del Sacramento
convence esta verdad12.
Ni que decir tiene que es precisamente la misa, a la que se asocia el sacramento, la que ocupa la centralidad de la ideología religiosa en la sociedad del periodo.
Claro que la ebullición de la eucaristía y los cambios en torno a ella no son el único
fenómeno cultural relacionado con el fenómeno.
La fiesta del Corpus, exhibición pública del Sacramento triunfante, ocupará
en el XVI la centralidad de la proyección cultural en su aspecto festivo e incluso la
Semana Santa en origen se desarrolla como una expresión más de exhibición del
Corpus desde la ortodoxia religiosa asociada a la última cena, origen del misterio.
Sin embargo, la Semana Santa se acabará decantando hacia un mayor influjo de la
vía externa de la celebración de la pasión, aunque al fin y al cabo, relacionándose
con otro sacramento, el de la Penitencia13.
Pero volviendo al Corpus, el «Sacramento» por antonomasia, la iglesia a través
de indulgencias promociona su difusión hasta el punto de ser la parte fundamental
de la vida religiosa, claro que eso no queda ahí. La profundización del primero y
principal de los sacramentos tiene su proyección incluso social a través de la articulación de la vida religiosa en las parroquias en torno a la expansión de las cofradías
del Sacramento, «las cofradías de Minerva», que se establecen en el siglo XVI a lo
largo y ancho del mundo católico y que van a constituir la vía de relación fundamental con la parroquia y el fiel. Algo básicamente promovido desde la concesión
de indulgencias.
12. San Pío V. Catecismo del Santo Concilio de Trento para Párrocos, Valencia, Benito Monfort, (edición de 1782),
p. 140. Hay copia en la Biblioteca Valenciana (BV) Fondo antiguo, Signatura: XVIII/937. También hay varias copias
digitales en Internet.
13. La Semana Santa nace como un intento de organizar los elementos penitenciales y sacramentales coincidiendo con la celebración de la Pascua. En la trilogía pascual Jueves de la Cena, Pasión y Resurrección se delimita la
influencia de los sacramentos, ocupando el eje principal los asociados al Corpus, no obstante la evolución posterior
da como resultado una «hipertrofia penitencial» producida por otros factores de tipo cultural.
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En el Concilio Mediolanense III (…) se manda a los Parrochos que publiquen y hagan notorias a los fieles las Indulgencias que la Sede Apostólica tienen concedidas los cofrades,
y a los que no lo son, en reverencia del santísimo sacramento. Lo mismo se manda en
el Concilio Maediolanense V.
(…) Primeramente concede su santidad (Paulo V) a todos los cofrades del Santísimo
sacramento, que el dia primero que se escrivieren por cofrades, estando confesados y
comulgados, ganen Indulgencia plenaria y remisión de todos sus pecados.
(…) Juan XXII instituyó la procesión del dia del Corpus, confirmola el concilio
Tridentino…14
Como consecuencia de estas indulgencias y de la necesidad de los parroquianos
de articular su vida religiosa activa de alguna forma, el mundo parroquial se articula
en función de estas cofradías que protagonizan la vida cultural especialmente desde mediados del siglo XVI. Está claro que la misa no es un invento moderno, pero
también lo está que en este periodo alcanzará un nuevo estatus, una modificación
notoria y una proyección social y cultural sin precedentes.
Clara parece esta institucionalización del sacramento eucarístico y su profunda
proyección social, aunque no es el único que experimenta esta evidente materialización cultural. Vemos sencillamente que una idea religiosa, la eucaristía, puede
acabar influyendo en organizaciones, cofradías, grandes eventos, pero continuamos
con la lista.
Alguien pudiera entender que lo que pueda resultar evidente en el caso de la
Eucaristía o la Penitencia, que hemos relacionado con la Inquisición, podría dudarse en el caso del Bautismo y éste pudiera tener una menor incidencia social e
institucional. Nada más lejos de la realidad.
Los cristianos se distinguían, al igual que ahora, por el hecho de estar bautizados,
pero el trámite iría cambiando. En la edad Media bastaba que uno dijera estarlo y
vivir entre la comunidad cristiana para ser considerado como tal. A partir del siglo
XVI la cosa cambia y se generalizará la tendencia de llevar un censo escrito de los
que estaban bautizados.
En investigaciones locales15 se ha estudiado el proceso de la evolución burocrática
de los sacramentos en distintas partes del país, algo extensible a muchos lugares de
España, ya que por ejemplo se generaliza la costumbre por parte de los obispados
en la tercera década del siglo XVI de recoger los datos relativos al bautismo en libros
de registro de aquellos que recibían el sacramento. También se incorporaban los
nombres de los padres y algún otro dato que nos llevaría a establecer que sólo la
generación anterior, de principios del XVI, llegaría a estar «fichada» como cristiana.
Anteriormente se habían llevado a cabo iniciativas puntuales promovidas desde
tiempos de Cisneros —y aún anteriormente16— en la que se propuso a finales del
14. de Rivera, A., Historia Sacra del Santísimo Sacramento, Madrid, Impresor Luis Sánchez, 1626, p. 281. Hay
copia física en la Biblioteca de la Universidad Complutense y varias digitales en Internet.
15. Por citar uno al que he tenido mayor acceso Carrillero Martínez, 1995, para Albacete. El caso de esta
provincia es muy útil porque recoge información de la influencia de hasta tres diócesis, Toledo, Cuenca y Cartagena,
ya que la provincia no existía en el siglo XVI.
16. Incluso a mediados del XV se recoge la iniciativa del Obispo de Burgos, Alonso de Cartagena, quien había
ordenado la inscripción de bautizados en su diócesis.
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siglo XV la creación de unos libros de matrícula donde se encontraban censados todos los cristianos de cada parroquia. Algo que se generalizaría en el siglo siguiente
al igual que otros libros de matrimonio, confirmación o de finados.
Pero no será hasta el decreto de Felipe II de 156617 cuando se generalizará esta
costumbre, única que puede garantizar la pertenencia real a la iglesia católica y sólo
después de este momento un «censo de cristianos» puede llegar a ser una realidad.
La necesidad de ser cristianos a través del bautismo tenderá por tanto a convertirse en una necesidad también administrativa con lo que los propósitos de iglesia
y estado confluyen ya decisivamente. Así observamos que se «institucionaliza» el
sacramento, superando el aspecto puramente ceremonial e iniciático con el que se
le asocia y llegando a ser una clave para lo que hoy denominaríamos ciudadanía.
Seguramente la necesidad, y casi obligación, de pertenecer a una comunidad
religiosa cualquiera en la edad Media no hacía necesario que se llevara un censo,
pues la pura relación personal era más que suficiente junto a unos ritos comunes
para garantizar la pertenencia a un credo.
En la Moderna pertenecer a la iglesia empieza a suponer además notables ventajas entre las que se encuentra el hecho de pasar por «cristiano viejo», algo que no
sería del todo demostrable hasta bien entrado el siglo XVI cuando se generaliza la
inscripción en los libros. Además, con la confesionalización pertenecer a la iglesia
se iguala con pertenecer al estado ya que no se desarrollan paralelamente archivos
civiles sólidos y la base censitaria de unos y otros registros es la misma.
Una sociedad que quería avanzar necesitaba censos y necesitaba archivos, en definitiva necesitaba desarrollar una institución burocrática. Así pues, cabe concluir
que el sacramento del bautismo y su proyección cultural pueden llegar a influir en
la potenciación de la burocracia. Curiosamente mientras que esta costumbre de
elaborar censos de cristianos proviene del XV, desde mediados del XVI comienza la
de elaborar censos civiles de contribuyentes en un proceso que resumimos en la
lista de Alvar Ezquerra sobre los documentos existentes en Simancas.
Averiguaciones de alcabalas para los años de 1552, 1561 (…), 1585, 1596–97 (…). Informaciones con finalidad tributaria (…) Recuento de 1571 para la distribución de moriscos. (…)
Censo de los obispos de 1587. De índole demográfica y desigual calidad. (…) Censo de
1590–91. Finalidad fiscal. Datos demográficos y fiscales. Impresionante por el territorio
que cubre. (…). En las contadurías Generales de Simancas, hay datos también fiscales
para los pueblos en el XVI y en diversos momentos18.
De todas formas no existe, que yo sepa, un estudio documental lo suficientemente profundo para establecer con toda rotundidad que la elaboración de censos
del reinado de Felipe II provenga de la costumbre de los obispos de llevar a cabo
sus libros de matrícula. De hecho, tampoco pretendo afirmarlo, pero no me cabe
duda de que la influencia de las prácticas burocráticas religiosas en la creación de
17. Reder Gadow, 2007, 16.
18. Alvar Ezquerra, 1993, 27.
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LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA IDEOLOGÍA RELIGIOSA EN LA EDAD MODERNA 
un clima de desarrollo de la burocracia estatal es evidente, máxime cuando encontramos uno de ellos, el denominado censo de los Obispos, que guarda relación
completamente directa de ambos mundos pues el censo civil es realizado en base
a los datos aportados por la iglesia.
No obstante hay que decir que existe cierta alternativa como la tendencia, que
era costumbre entre los municipios en tiempos de Carlos I, de llevar la contabilidad
de vecinos pecheros lo que dio lugar al Censo de Pecheros de 1528. Sin embargo, a
la hora de realizar un censo más global Felipe II se decantará en 1587 por apoyarse
más en los libros de las parroquias que en los de los concejos, lo que nos apunta a
reforzar la idea de institucionalización sacramental del Bautismo19.
Y seguimos con el repaso sacramental que nos ocupa, pues conviene aclarar
que el sacramento de la confirmación no es en la iglesia antigua sino un remedo
del bautismo que se realizaba entre los dos y los siete años20 y que no adquiere la
condición que tenemos hoy de él, de carácter independiente y tendente a reforzar
el compromiso adulto con la iglesia. De hecho, hasta el Concilio Vaticano II no adquiere carta de naturaleza, por lo que habría que eliminarlo de la lista o al menos
considerarlo una parte del anterior.
Vista la salvedad, encontramos el punto más significativo: que la institucionalización es una tendencia clara de la que no se escapa ningún sacramento y que se
extiende a los demás, Matrimonio, Orden sacerdotal… La diferencia entre el antes y
el después del siglo XVI será que pasan de ser una realidad espiritual y casi simbólica, a estar registrados, respetados y a marcar las pautas de comportamiento social
y cultural de los cristianos, es decir, a estar institucionalizados.
Y por si fuera poco, el contexto de definición confesional estará muy presente
pues el rechazo que experimentan los protestantes hacia algunos sacramentos produce un efecto reafirmante de ellos entre el catolicismo. Esta influencia podemos
rastrearla a través del caso del Matrimonio, que fue rechazado en su condición de
sacramento tanto por Lutero como por Calvino.
En lo que sí ambos estaban de acuerdo era de que se trataba de un contrato, sin trascendencia de gracia, pero con todas las obligaciones y deberes que un compromiso de
este tipo requería; entonces, los reformadores, al renunciar a la sacramentalidad del
matrimonio, también le negaban a la Iglesia el poder legislativo que sobre este tema
tenía, cediéndolo al Estado21.
Quizá ésta fuera una de las razones por las que se reforzó el sentido del sacramento y su indisolubilidad entre el catolicismo, un nuevo sentido del matrimonio
19. Los libros de bautismo serían lo más cercano a un censo en el siglo XVI, esto excluía a las minorías y a los no
bautizados del censo, e identificaba bautizado con habitante. La influencia que esto pudiera tener en la confesionalización de la sociedad e incluso en procesos como la expulsión de los moriscos no ha sido evaluado de ninguna
forma.
20. Situación sobre 1606 cuando los mecanismos sociales de pertenencia al catolicismo exigen un mayor compromiso. Todo refuerzo en la fe cristiana es poco cuando ya se ha producido el grueso de la confesionalización social
y está experimentando su evolución barroca.
21. Figueras Vallés, 2003, 57.
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que se llevaba de forma muy relajada antes del Concilio de Trento, pero que, al no
existir tradición previa, esta nueva forma de entender la institución matrimonial,
ya en forma de sacramento, experimentaba no pocos incumplimientos pues no se
ajustaba a costumbre.
Pero el análisis del Matrimonio nos permite incluso establecer una mayor precisión en relación a su institucionalización efectiva puesto que Trento supone el
inicio del proceso mientras que el final podríamos estipularlo a mediados o finales
del XVII. Así lo refiere Kamen.
En zonas como Champagne, los compromisos verbales que constituían la forma de
matrimonio anterior a Trento, habían desaparecido a finales del siglo XVII, y lo mismo
parece haber ocurrido en Barcelona, porque se mencionan poco o nada en los tribunales diocesanos después del decenio de 1670, lo cual sugiere que un siglo después de
Trento las reformas se habían consolidado22.
Por ello, en todos los estudios realizados sobre procesos de la Inquisición cabe
destacar que encontramos una amplia casuística en ese sentido y los procesos contra
la poligamia son abundantes, prueba de la nueva forma de entender el matrimonio
que se refuerza en su regulación y observancia frente a las prácticas de matrimonio
irregular previas que ni tan siquiera requerían la presencia de un sacerdote. Todo
ello en un contexto en el que el patriarcado se instala con fuerza y relega el papel
de la mujer a un segundo plano.
Las consecuencias de la nueva visión del matrimonio, al margen de las penales,
son numerosas y variadas. Por citar alguna, reafirma el sentido de sucesión en la
familia, quedando ahora regulado por la legitimidad del matrimonio, algo que tal
vez desde la edad Media se venía gestando en las clase nobiliarias que debían de
administrar la continuidad de los títulos nobiliarios, pero con una base poco seria.
Mientras tanto no influía en nada en las clases populares en las que el matrimonio
era más un deseo y costumbre que una institución. Este refuerzo del matrimonio
está en consecuencia relacionado con la sucesión y con el papel del hijo primogénito en la sociedad. Al fin y al cabo la instalación de una sociedad patriarcal que se
impone en la edad Moderna.
Instituciones como el mayorazgo adquieren una nueva razón de ser, al igual
que el sentido de la clausura entre las mujeres, por citar algunos ejemplos de instituciones en las que influye el nuevo matrimonio. La familia reorganiza sus roles
en una visión que afecta notablemente a la vida privada. Una proyección cultural
y social evidente en la proyección institucional en la que un nuevo sacramento se
ve claramente envuelto.
Algo parecido a lo del matrimonio ocurre con la ordenación sacerdotal y su característica más destacada, el celibato, observándose que en el clero existía tradicionalmente un importante arraigo de una visión más laxa del sacramento previa
a su institucionalización efectiva, que tiene lugar con Trento, en paralelo al cambio
de visión sobre el matrimonio.
22. Kamen, 1998, 264.
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LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA IDEOLOGÍA RELIGIOSA EN LA EDAD MODERNA 
Sobre las incidencias del proceso podemos seguir alguna de sus consecuencias
a través de uno de los pecados que comporta y que fue especialmente seguido por
las autoridades: la solicitación.
Así el número de solicitaciones —relaciones entre sacerdotes y devotas, aprovechando el poder de confesión y la capacidad de aplicar la penitencia— juzgadas por
la inquisición en el siglo XVI es muy numeroso. Es ésta una de las consecuencias de
esta institucionalización sacramental del orden, que va a suponer una auténtica
transformación del clero en el XVI formulada desde Trento de una forma marcadamente piramidal.
Resuelto ya el mismo sacrosanto Concilio, con los mismos Presidentes y Legados de la
sede Apostólica, a emprender el restablecimiento de la disciplina eclesiástica en tanto
grado decaída y pueblo cristiano; ha tenido por conveniente principiar por los que gobiernan las iglesias mayores…23.
…Y así sucesivamente transmitir las reformas hasta los estratos más bajos del
clero. Claro que, como bien indica Jorge René González Marmolejo24 refiriéndose
a los casos de licitación, este sacramento estaba unido indefectiblemente a otro, el
de la Penitencia, ya que el delito tenía lugar sólo cuando se producía un abuso en
el terreno de la confesión, momento en el que se aplica la también la penitencia,
dado que los sacramentos, al igual que otras referencias doctrinarias, se entremezclan entre sí. Una complejidad conceptual de la que huirá la reforma protestante.
Esto enlaza en el rechazo de este tipo de sacramentos por parte de los reformistas,
que en el caso de Lutero no terminaba de contemplar la Penitencia y la confesión
propiamente sacramentos, por lo que adquiere una postura dubitativa. Por contra,
Calvino sí que dejará claro que el único verdadero sacramento es el del Bautismo,
relegando los demás a la inservibilidad.
Pero volviendo al sacramento del Orden sacerdotal, entremezclado con la penitencia que supone la licitación, vemos que en este caso no existe una aplicación
tan efectiva y clara en tiempos como la que se produjo en el Matrimonio y todavía
en 1741 sigue habiendo discusión que intenta definir Benedicto XIV con su Bula
Sacramentum Poenitentiae en la que se señala que…
Y cada uno de los sacerdotes (…) en el acto de la confesión sacramental (o en los prolegómenos y lugares destinados a ello) intentaran solicitar o provocar acciones deshonestas e indecentes con palabras, signos o movimientos o mediante el tacto o a través
de escritos dados para ser leídos entonces o después, o mantuvieran con ellos conversaciones y tratos ilícitos y deshonestos con temeraria osadía25.
Claro que pese a lo llamativo de esta actividad la actividad sacerdotal no se limita al campo de la confesión e incluso es algo menor, pues entre los cometidos
23. Iglesia Católica, Concilio de Trento, 1785, 100.
24. González, 2002.
25. Ibid p. 27.
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del sacerdote el que juega un papel más importante es otra tarea: la celebración de
eucaristía. A esto hay que sumarle la administración del resto de sacramentos. Al
fin y al cabo el Orden sacerdotal es subsidiario de todos los demás ya que faculta al
ministro para la administración en exclusiva de la totalidad de sacramentos. No es
por tanto un sacramento universal por lo que crea un papel intermediario básico
en quien lo imparte, quedando indisolublemente unido al resto. Por esta razón lo
que se acaba definiendo el estatus del nuevo sacerdote postridentino será el nuevo
orden sacerdotal, aunque de todas formas siempre en la cúspide encontraremos
para esta figura la primacía que obtiene con la administración del Corpus.
La imagen del sacerdote que poco a poco se desarrolló en la Iglesia, estaba fuertemente troquelada por la idea veterotestamentaria del sacerdote oferente. El sacerdote es
sobre todo el que celebra el santo sacrificio de la eucaristía, el que realiza el sacrificio
de cristo en la liturgia. El resto de las imágenes arquetípicas que giraban en torno al
sacerdote en la historia de las religiones fueron menos contempladas (…)26.
Y es que entendemos que el Orden sacerdotal juega un importante papel en la
vida social moderna y, en concreto, en el catolicismo, aunque también quede asociado al sacramento de la Eucaristía.
No obstante, profundizar en el auténtico sacramento sacerdotal va a suponer
no pocas consecuencias para el clero al que se le exige condiciones morales muy
superiores que a los simples feligreses, algo que se va gestando especialmente después de Trento en un proceso que no siempre resultará fácil. La «domesticación»
del sacerdocio será ardua y duradera, pero, por no centralizar el proceso en el clero
y su sacramento más particular, seguimos con un análisis más amplio.
No cabe duda que si hubiera que establecer la primacía sacramental en la cúspide
se encontrarían la trilogía Eucaristía/Comunión/Corpus, mientras que la Penitencia
quedaría en reñida pugna por mantener el lugar de privilegio en influencia social,
aunque ya hemos visto que otros, Bautismo, Matrimonio u Orden sacerdotal, no
le andan a la zaga en importancia.
No obstante antes de observar con detenimiento el sacramento de la Penitencia,
nos queda hablar de la unción de enfermos, que, pese a no estar en la cúspide, no
deja de ser importante y es que deberíamos relacionarlo con el radical cambio que
vive la cultura de la muerte en estos momentos.
De hecho, una de las principales repercusiones de la carencia de este sacramento
podía ser que las almas quedaran vagando por un mundo intermedio entre cielo y
tierra en el purgatorio, aunque el crecimiento del culto a las ánimas y el temor que
se expandió en el orbe católico sobre esta posibilidad fue motivado por muchos
otros más factores que la incidencia de este sacramento. No obstante, parece claro
que la idea del purgatorio fue decisiva en la sociedad Moderna pues tuvo no pocas
repercusiones sociales, llegando incluso a las económicas. Seguimos a Martínez Gil
para comprender su importancia.
26. Grün, 2002, 22–23.
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En efecto, ante la imposibilidad de saber si un alma ha sido ya liberada, era preciso hacer continuamente «oraciones, Missas, limosnas, sufragios, aniversarios, fundaciones
de beneficios y obras pías, por las benditas almas, para que las libre Dios de las penas».
Los sufragios eran muy beneficiosos a las almas y meritorios a quienes los hacía. Estaba
claro que quien no las hiciera sería pagado con la misma moneda después de su muerte27.
Probablemente la incidencia de este sacramento es menor en el cambio de visión sobre la muerte que quizá al revés, ya que es la nueva cultura de la muerte la
que estimula en este caso la importancia del sacramento, lo que de paso sirve para
observar que los cambios mentales están íntimamente emparentados entre ideas
de distinta procedencia y que la interrelación entre las ideas concretas y el contexto
cultural siempre es de ida y vuelta.
En cualquier caso no podemos entender Unción de enfermos fuera de la nueva
cultura de la muerte ampliamente desarrollada en el siglo XVI. Y es que durante este
siglo existirá una notable preocupación por el aspecto trascendental de la vida. Este
aspecto es fácil de ejemplarizar y se observa en un crecimiento por la preocupación
de morir en gracia de Dios. Las misas por aquellos que no lo logran se acabarán
convirtiendo en una auténtica obsesión, observando todos los estudios un notorio
crecimiento, pues
Además de los sufragios que cada persona dedicaba a sus difuntos, la iglesia había establecido un culto especial que tenía a todas las ánimas del purgatorio por destinatarias.
En la mayoría de las parroquias existía una cofradía de las ánimas y las constituciones
sinodales alentaban su creación allí donde no la hubiese todavía. Todos los días las ánimas tenían su momento en la vida cotidiana de una comunidad, el marcado después
de ponerse el sol por el toque de ánimas…28.
Pero, ya que también quiero incidir en las relaciones entre mecanismos mentales y procesos sociales, políticos y hasta económicos, considero que hay que abrir el
campo de estudio al máximo, ya que los procesos institucionales no significan nada
si no adquieren una proyección social significativa y es ahí donde quiero ahondar
en su evolución.
En cualquier caso y vista la notable institucionalización del espíritu sacramental
en la sociedad, las repercusiones sociales de este crecimiento son amplias y podemos
también rastrear algunos de sus efectos no sólo en la mentalidad, sino también en
política o economía.
3. MÁXIMAS CONSECUENCIAS DEL PROCESO
Ya hemos visto anteriormente que de cada sacramento deviene una interesante
proyección a través de cofradías, en este último caso de ánimas, muestra de que las
27. Martínez Gil, 2000, 503.
28. Ibid. p. 509.
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ideas simples religiosas pueden devenir en estructuras complejas, pero igualmente
influir en mecanismos más complejos como los políticos y económicos.
De esta forma la simple idea del miedo al purgatorio pudo hacer que infinidad de
capitales fueran destinados por vía de sufragios a las arcas de la iglesia lo que tuvo
consecuencias económicas importantes como fue el aumento de la acumulación
de capitales en manos muertas.
Pese a la mayor influencia de tal o cual sacramento, no cabe duda que la institucionalización sacramental en su conjunto influyó decisivamente para crear
una sociedad confesional, aunque parece claro que ésta se estaba gestando desde
finales del XV.
La primacía del Corpus, la ordenación sacerdotal, el miedo al castigo divino, la
Penitencia y los demás sacramentos e ideas religiosas contribuyeron a una nueva
visión de la sociedad en la que el clero cobró un inusitado protagonismo creciendo
notablemente en número e influencia y modificando costumbres, sociedad y economía. Algo que sólo en el aumento de vocaciones ya es notable.
Este aumento de cifras (de religiosos) es bastante perjudicial para la sociedad de su
tiempo: eran las ciudades las que sostenía a los conventos y al clero secular, y además
la concentración de propiedad en manos muertas dañaba enormemente su economía29.
Eso sólo en lo que se refiere al número de ordenados. Súmensele sufragios, donaciones o la fiebre de las misas para comprender la repercusión que pudo tener el
proceso en la economía.
De todas formas tampoco quiero, y no es el fondo de este artículo, hacer un
análisis profundo de movimientos de capital e influencias sociales motivadas por
la institucionalización sacramental, pues llevaría una mayor reflexión y trabajo de
datos, sino sólo hacer ver cómo, desde la ideología y a través de instituciones culturales podemos adentrarnos en el estudio de instituciones políticas, tal y como veíamos con la burocracia, o en la economía, como intuimos ahora. En definitiva una
sugerencia para nuevas metodologías en la Historia cultural y de las mentalidades.
Pero seguimos con las consecuencias de la institucionalización sacramental.
Esto afectará también a un sentido más externo de los mismos. Según señala Ladero Quesada30 ya era costumbre en la edad Media celebrar las bodas o los bautizos
y aún los entierros por todo lo alto, aunque en el siglo XVI esta situación llegará al
paroxismo. Hay familias que llegan a arruinarse con una boda o que gastan toda la
herencia en los festejos del entierro. Tal será la situación que las autoridades deberán intervenir para limitar los derroches y al mismo tiempo la vertiente moral de
tales excesos, una costumbre que alcanza su máximo apogeo del día de todos los
Santos cuando se recuerda la memoria de los finados. Sirva un texto del sínodo de
Mondoñedo en 1541 para observar la forma en que se desarrollaba.
29. Torres Sánchez, 1991, 21.
30. Ladero Quesada, 2004.
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LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA IDEOLOGÍA RELIGIOSA EN LA EDAD MODERNA 
En los mortuorios que hazen y (allí) el día de los finados, que es otro día de Todos los
Santos, comen y beven y ponen mesas dentro de las iglesias y, lo que es peor, ponen
jarros y platos encima de los altares, haziendo aparador de ellos31.
Este tipo de textos se repiten continuamente en los distintos sínodos provinciales y son una auténtica preocupación de las autoridades religiosas que no logran
contenerlos, al contrario por ejemplo que la eficacia mostrada con el Orden sacerdotal o el Matrimonio donde si acabará observándose algún éxito.
Así el Orden sacerdotal será uno de los sacramentos más transformados después
de Trento. Frente a los dispendios propios de los curas medievales los del dieciséis
deberán sufrir unas exigencias morales propias de su condición en todos los aspectos.
Otro aspecto de su reforma lo encontramos en la prohibición al clero de participar en espectáculos públicos no decorosos como son las fiestas populares o el
teatro. De hecho, donde únicamente se consiguen logros con la vía prohibicionista
es en fiestas propias del clero y valgan los ejemplos de la fiesta del obispillo o la de
los locos.
Pero la creación de una nueva casta sacerdotal es tan evidente que no es cuestión
de abundar en ello. En este sentido baste con recordar algunas de las constituciones
sinodales de Sevilla, que nos sirven igualmente, observando su fecha, para ver que
el primer impulso contrarreformista había sido insuficiente y es necesario ahondar
en el sacramento en pleno siglo XVII. En aquel entonces incluso se recurre a una
especie de toque de queda.
El [clérigo] que fuere hallado andar de noche después de la campana segunda de queda, sin justa causa (mayormente en habito deshonesto) sea preso por nuestro Alguazil
mayor, i castigado por nuestros juezes; i si llevare armas, o instrumentos de musica,
aunque sea a cualquier hora de la noche, las pierda, i los dichos instrumentos, i incurra
en pena de mil maravedis, i de seis dias de carcel32.
Es así por esta vía como se irá consiguiendo poco a poco el auténtico «Orden sacerdotal» a través de la extirpación del clero de su condición popular y creando una
élite intermediaria entre los deseos espirituales de la población y su consecución.
Una división que por otra parte incidirá en la división entre religiosidad popular y
religiosidad oficial, de la cual nos ocuparemos sólo ligeramente ya que los mecanismos que relacionan ambas visiones son bastante complejos. Antes atenderemos al
que hemos dejado en último lugar del análisis, el sacramento de la Penitencia, que
junto al de la Comunión/Eucaristía/Corpus constituyen los más altos hitos ideológicos del proceso.
Y es que de todos ellos y su tendencia a la institucionalización el de la Penitencia
es quizá el mejor entendido. De hecho, ya hemos sugerido la proliferación de las
31. Ibid. p. 78.
32. Niño de Guevara, F., Constituciones del Arçobispado de Sevilla», Sevilla, Alonso Rodríguez Gamarra, 1609, f.
58 v. Hay copia en el Archivo General del Arzobispado de Sevilla y también ediciones digitales. También aparece en
la recopilación de textos sobre sínodos sevillanos realizada por Sánchez Herrero & Núñez Beltrán, 2012.
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cofradías penitenciales cuya externalización y objetivo es celebrar las fiestas. También cabe interpretar la institución de la Inquisición como un organismo encargado de impartir penitencia a herejes y heterodoxos, aunque se den otras influencias
ideológicas, por supuesto. Por otro lado comentábamos la estrecha relación existente entre confesión y penitencia, lo que nos habla a las claras de la importancia
de este sacramento en el periodo.
Al igual que en el caso del Santísimo Sacramento, donde la procesión tiende a
externalizar el acto a través de la celebración del Corpus, en el de la Penitencia la
fiesta es más radical con la Semana Santa de referente, pero incluso se suman en
este sentido los actos públicos de los procesos inquisitoriales que viven un inusual
crecimiento en el XVI, además se producirá la presencia masiva de penitentes en
otras fiestas más alegres como son rogativas y celebraciones de primavera.
Y su influencia no queda sólo ahí. Lo intuimos sólo con echar un vistazo a la
amplia gama de acciones penitenciales existentes.
(Las penitencias sencillas) consistían en oraciones, peregrinajes, misas, disciplina —látigo, flagelo, uso del látigo,etc—, ayunos y multas…
Hasta el siglo XIII las penitencias sencillas fueron voluntarias. Por ejemplo, ir a una
cruzada era una penitencia. Con la inquisición se hicieron obligatorias. El inquisidor
Bernardo Gui, a su vez las dividió en mayores y menores. Las peregrinaciones a Compostela, Roma, Colonia y Canterbury, eran penitencias mayores…
Penitencias menores eran las peregrinaciones a iglesias cercanas, en los días de
fiesta, o las que anualmente se hacían a ciertas iglesias especiales33.
Las penitencias graves eran más o menos por este orden la infamia, la tortura,
la cárcel, las galeras o la hoguera; aunque en este último caso ya no se habla de penitencia, sino de ejecución ante la impenitencia pues la pena de muerte supone el
remate al sacramento, instituyéndose como la alternativa para aquel que no quiere
realizar penitencia mayor. Un sentido de Penitencia que adquiere una evidencia
punitiva y acabará insertada en el marco judicial de occidente34.
Además vemos que la Penitencia, en tanto que motivación última para el desarrollo de actividades culturales, se halla presente en numerosos acontecimientos
de las edades Media y Moderna, desde las cruzadas a la Inquisición, pasando por
las peregrinaciones; una muestra de que el sentido de institucionalización de la
Penitencia es más universal de lo que parece en el orbe católico y que su sentido
temporal es más amplio que la etapa asociada con la confesionalización. Mirándolo
desde una posición radical y viendo la relación expresada en la cita, podemos incluso preguntarnos. ¿Hay algún proceso cultural medieval importante que no esté
relacionado con la Penitencia?
Tal es su expansión que su regularización ha sido una preocupación desde la
edad Media para el Vaticano y queda reglada antes de Trento, por lo que el concilio
33. Splendiani, 1997, 54.
34. Incluso en el ámbito anglosajón utilizan el término «penitenciaría» como un sinónimo sencillamente de
cárcel, algo que enlaza con esta institucionalización y que trasciende el ámbito puramente católico.
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LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA IDEOLOGÍA RELIGIOSA EN LA EDAD MODERNA 
ya no se verá obligado a legislar sobre este sacramento, simplemente a recordar su
influencia en la visión católica ante la puesta en duda de los protestantes.
Si alguno dixere, que la penitencia en la Iglesia católica no es verdadera y propiamente
Sacramento instituido por Cristo nuestro señor para que los fieles se reconcilien con
Dios quantas veces cayga en pecado despues del Bautismo; sea excomulgado35.
Claro que conviene no olvidar que el sacramento estrella en la ortodoxia, el fundamental en la institucionalización en el siglo XVI seguirá siendo la Comunión y la
Eucaristía. En ese sentido el texto del concilio no puede ser más explícito.
Es común por cierto a la Santisima Eucaristia con los demas Sacramentos, ser símbolo o significacion de una cosa sagrada, y forma o señal visible de la gracia invisible;
no obstante se halla en él la escelencia y singularidad, de que los demas Sacramentos
entonces comienzan a tener la virtud de santificar cuando alguno usa de ellos; mas en
la Eucaristía existe el mismo autor de la santidad antes de comunicarse: pues aun no
habian recibido los Apóstoles la eucarista de mano del Señor, cuando el mismo afirmó
con toda verdad, que es lo que les daba era su cuerpo36.
Un Santísimo Sacramento que —como vemos— «se halla en él la escelencia y
singularidad», algo que en lo social da lugar a una profunda proyección cultural
con infinidad de cofradías que se expanden por todos los lugares de la cristiandad
y a la explosión de una fiesta como el Corpus Christi. De hecho, la iglesia lo tendrá
en elemento central de la religiosidad tridentina, aunque en la práctica y con el empuje de la religiosidad popular y otros factores políticos y sociales, pierda terrero
con respecto a la Penitencia. La «rivalidad» Sacramento/Penitencia está servida37.
Con todo vemos que la base ideológica de los cambios en la edad Moderna en
España es en buena parte conducida por esta institucionalización ideológica en la
que los sacramentos afectan a la sociedad modificándola notablemente. Una vía
interesante para explicar el paso del aspecto ideológico al material durante el periodo que va desde los Reyes Católicos hasta el siglo XVII en el que la estructura
social acaba fundamentándose en estas instituciones.
De hecho, la institución de la Inquisición representa al sacramento de la Penitencia, pero también pasa por recibir otras influencias de los mandamientos de la
ley de Dios, entre ellos el de amar a Dios sobre todas las cosas o no tomar su nombre en vano38. Herejía y Blasfemia que serán dos de los delitos más perseguidos y
que podían costar la vida al acusado.
35. Iglesia Católica, Concilio de Trento, 1785, 223
36. Ibid., p. 161.
37. Trento va a ser la raíz de la cultura religiosa posterior, pero más bien por la posterior interpretación que se
hace de su mensaje. Por lo que respecta al posicionamiento doctrinal es evidente su posicionamiento en favor de los
aspectos sacramentales frente a los penitenciales.
38. También a obras de Misercordia como «corregir al que erra», aunque no quiero anticipar el discurso.
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Pero si esta noción de Penitencia asociada a castigo presenta influencias notables
hasta en cuestiones como el derecho o la política, no es menos cierta la incidencia
en la evolución de las clases sociales.
Lo observamos en la dualidad existente entre la celebración oficial del catolicismo, más ortodoxa, y la popular, donde se observa una mayor influencia penitencial.
En el lenguaje de la época acaba por identificarse la palabra Sacramento, genérica
y con mayúscula, con la comunión. El Santísimo Sacramento quedará identificado
con la hostia consagrada, siendo el elemento central del catolicismo, hasta el punto que podremos hablar de celebración sacramental para referirnos exclusivamente al desarrollo de la Eucaristía y sus formas externas identificadas con el Corpus
Christi. Por contra, para referirnos a otras celebraciones de contenido pasional ya
es obligado hablar de celebraciones penitenciales, especificando su condición.
Las cofradías sacramentales serán por tanto las referidas al cuerpo de Cristo, celebración de la misa o fiesta del Corpus, mientras que las cofradías penitenciales se refieren al desarrollo de prácticas relacionadas exclusiva con este sacramento concreto.
Esta apropiación del nombre genérico y su poderosa fuerza institucional ha llevado a que incluso antes de Trento se buscara la primacía para la comunión y la
eucaristía, aunque instituciones como la Inquisición o fenómenos como la expansión de la celebración cultural penitencial hacen que se establezca cierta pugna en
su incidencia social y cultural.
Pero será a partir de Trento precisamente cuando la lucha entre la visión sacramental y la penitencial llegue a su apogeo. Lo apreciamos en la fiesta de la Semana
Santa, que inicialmente se origina con un sentido sacramental de celebración de la
Santa Cena y misa de las misas. Sin embargo, el envoltorio penitencial que la rodea
irá cobrando protagonismo hasta el punto que acaba siendo el más evidente de la
celebración, haciendo incluso olvidar el primigenio.
Sobre este particular no quisiera extenderme pues llevaría mucho más espacio,
pero sí que tengo que señalar que la pugna cuenta además con un componente social de primera importancia, ya que el pueblo participa en el fomento del aspecto
festivo penitencial externo, frente a la ortodoxia que prima el sacramental.
La dualidad religiosidad oficial-popular está servida, siempre con las debidas
reservas a un proceso complejo39, y será una de las consecuencias más importantes
a nivel social de la institucionalización sacramental llevada a extremos.
Sin entrar en mayor profundidad, cabe citar siempre a Sánchez Herrero en todo
aspecto relacionado con el estudio de la Semana Santa y en éste también, pues en
las cofradías penitenciales se darán cita diversos comportamientos, incluida la expresión extrema de la Penitencia.
Entiendo que una cofradía de Semana Santa o de Pasión es la asociación de fieles, en la
mayoría de los casos exclusivamente laicos, que une otros elementos: en primer lugar
la contemplación de la Pasión y Muerte de Cristo, y en segundo lugar la imitación de
39. En efecto la identificación de lo penitencial con lo popular es insuficiente ya que existen otras actitudes
populares incluso antipenitenciales. Del mismo modo existen no pocos poderes públicos interesados en fomentar
lo penitencial en la sociedad.
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LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA IDEOLOGÍA RELIGIOSA EN LA EDAD MODERNA 
los dolores de Cristo en su Pasión y Muerte por medio de una penitencia pública que
se concreta en la autoflagelación (y se concretó también en otras formas de penitencia) llevada a cabo durante una procesión o estación de penitencia efectuada uno de
los días de Semana Santa40.
Una expresión de penitencia popular, la los disciplinantes, ampliamente extendida en la sociedad del momento, aunque con unas repercusiones importantes en
el desarrollo social. En definitiva parece que en el trasfondo de la proyección social
los elementos penitenciales gozan de un gran popularidad que incluso pretenderá
ser limitada por la ortodoxia que deja clara la postura privilegiada del sacramento
eucarístico.
Con todo, una dualidad Sacramento/Penitencia entendida desde la posición formal e informal de la religiosidad, que será otra de las importantes consecuencias de
la institucionalización sacramental. Claro que la doctrina católica no se ve limitada
a los sacramentos. Dentro de su complejidad conviene seguir viendo algunos otros
elementos doctrinales.
4. ¿SÓLO LOS SACRAMENTOS?
Me inclino a pensar que precisamente los sacramentos experimentarán un mayor
arraigo institucional en el mundo católico debido precisamente a la revisión que los
protestantes realizan de ellos y que lleva a los católicos a redefinir y conceptualizar
mejor su sentido, aunque no son las únicas influencias ideológicas religiosas que
se institucionalizan. Incluso determinadas advocaciones claves en la cosmovisión
católica, como son diferentes cultos a los santos o a la Virgen, se institucionalizan
en forma de costumbres, celebraciones y cofradías en otro ejemplo de plasmación
ideológica en forma de instituciones culturales.
Además, ya he comentado que los mandamientos de la ley de Dios también están presentes especialmente en los primeros momentos de institucionalización
religiosa. Así la Inquisición nace con una finalidad, entre otras, como es hacerlos
cumplir en la sociedad y citaba los dos primeros a través de la lucha contra la herejía y la blasfemia. ¿Pero qué hay de los demás mandamientos?
Del tercero, santificarás las fiestas, se observa una obsesión llamativa en el momento por llevar a cabo un calendario festivo acorde con una religiosidad profunda
que lleva a un fenómeno de santificación de fiestas muy evidente.
La mezcla de influencias festivas procedentes del mundo pagano y del mundo
religioso cuya consecuencia sobre las fiestas populares va a ser que se emprenda
una especie de evangelización endógena, a fin de santificarlas al máximo. Un propósito complicado que exige una vigilancia continua puesto que, y así lo señalaba el
propio Erasmo de Rotterdam, incluso hasta en las fiestas eclesiásticas se observan
desviaciones.
40. Sánchez Herrero, 2003, 22.
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cuantas supersticiones se ven entre ciertas gentes. Cada gremio procesional lleva en
procesión a su santo patrón, troncos enormes son llevados a hombros con el sudor de
muchos que, de vez en cuando, deben recuperar sus fuerzas con un trago. Hay que
llevar en un carro estatuas que representan personas y hechos de los santos, mientras
que van diciendo cosas ridículas… Son vestigios del paganismo…41
Sobre el cuarto mandamiento, «honrarás a tu padre y a tu madre», se incardina
perfectamente en lo relacionado con el sacramento del Matrimonio que ya veíamos,
relacionado con el nuevo sentido de familia que se desarrolla en la edad Moderna,
por lo que tiene importante cabida en la sociedad.
También, según pondrá de manifiesto Peter Burke, se puede hasta llegar a su
instrumentalización con fines políticos y propagandísticos para aumentar la legitimidad de las monarquías.
Las analogías se trataban no como creaciones humanas sino como paralelismos objetivos. Los argumentos políticos daban por sentada su realidad, alegando, por ejemplo,
que la oposición a los reyes era incompatible con el mandamiento «honrarás a tu padre
y a tu madre». Podemos, por tanto, hablar de una «mentalidad mística», destacando
su analogía con el concepto de participación mística42.
Más complicaciones de interpretación empiezan a generar los mandamientos
sucesivos ya que una sociedad Moderna eminentemente violenta difícilmente puede articular mecanismos para poner fin a las muertes, y nos referimos al quinto
mandamiento. Sólo algunos intentos por erradicar la muerte en los duelos pueden
contemplar de alguna forma un espíritu dirigido a limitar los excesos violentos,
inspirados en este mandamiento. Igualmente en momentos de paz como la Pax
Hispanica de Felipe III se podría detectar cierta tendencia piadosa, aunque resulta
evidente que hay un mayor peso de las influencias económicas y políticas que de
otras de tipo moral para su implantación.
Además, en sentido contrario la institucionalización de la tortura y la muerte,
que lleva aparejada la Inquisición, llevarían a plantear toda clase de objeciones sobre
una aplicación política o social de el mandamiento «no matarás». En consecuencia
no se podría afirmar del todo que exista una clara institucionalización del mismo,
al menos al mismo nivel que en casos anteriores, y mucho menos comparado con
los sacramentos.
Algo mejor lo lleva en esta proyección ideológica el mandamiento de «no cometer actos impuros» y lo relaciono con el noveno, «no consentirás pensamientos ni
deseos impuros». De hecho, desde la religión sí que se exhorta a la purificación de
los actos y costumbres. Esto se aprecia en multitud de tendencias que van desde la
santificación de las fiestas, ya comentada, que procuraría evitar también excesos
41. Erasmo de Rotterdam en Modus Orandi, recogido por Martínez & Burgos García, 2002, 158.
42. Aunque me parecen insuficientes estos conceptos intermedios entre mentalidad y política, sí que se percibe la diferencia cualitativa entre concepto mental y su institucionalización. Lástima que Burke no ahondara en el
concepto. Véase en Burke, 1995, 123.
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sexuales de las fiestas del amor, hasta experimentos sociales como el llevado a cabo
por Felipe IV en cuanto a la prohibición de la prostitución, pasando por la santificación del matrimonio que veíamos anteriormente. De ellas, la experiencia más
llamativa sean precisamente esos intentos por erradicar la prostitución de los que
nos da cuenta Rafael Alcaide.
En 1623 Felipe IV ordenaba que «en adelante, en ninguna ciudad, villa ni aldea de nuestros reinos, se pueda tolerar, y que en efecto, no se tolere, lugar alguno de desorden,
ninguna casa pública donde las mujeres trafiquen con sus cuerpos». Con esta prohibición y el castigo añadido de deportación para las prostitutas se fueran cerrándose
durante los últimos años del reinado de Felipe IV y la minoría de edad de Carlos II, pero
también que el ejercicio de la prostitución pasase a la clandestinidad y se ejerciera de
manera totalmente incontrolada43.
En cualquier caso desde una perspectiva global el sentido institucionalizador
del mandamiento no es apreciado tan nítidamente y parece menor en el caso de
los mandamientos que con los sacramentos. Terminando el muestreo, «no robarás», «no dirás falso testimonio, ni mentirás» o «no desearás los bienes ajenos» no
tienen tanta incidencia social en un mundo en el que comienza a desarrollarse un
sentido de la propiedad diferente, del acaparamiento o del ascenso social a cualquier precio y con un mundo del hampa que empieza a extenderse en el que apenas
si rastreamos movimientos en un sentido de adopción de esas recomendaciones
sino al contrario.
No obstante sí que es cierto que en la legislación real se produce un incremento
de penas por robo durante el siglo XVI, pasando a ser más duras las condenas. Así
ocurrió en 1552, cuando se generaliza la pena a galeras.
Mandamos a todas las justicias de nuestros reynos, que los ladrones que conforme a
las leyes (…) deben ser condenados en pena de azotes, de aquí en adelante la pena sea,
que los traigan a la vergüenza, y que sirvan quatro años en nuestras galeras por la primera vez, siendo el tal ladron mayor de veinte años…44
Sólo unos años más tarde el propio Felipe II subió la pena a seis años de galeras.
Sin embargo no se puede señalar que exista evidencia de que se produzcan estos cambios por motivos puramente morales pues, hasta la utilidad del servicio en
galeras, influiría notablemente una razón de estado y por supuesto la lucha contra
el incremento de la delincuencia que está detrás de todo el proceso. Como mucho
podría contribuir la mentalidad religiosa a que el endurecimiento de penas tuviera
cierta legitimidad espiritual.
43. Alcaide, 2001, 282.
44. Carlos IV, Novísima recopilación de las leyes en España, t. V, Madrid, Imprenta Real, 1805, p. 349. Ed fascímil,
2.ª edición, BOE, 1993, (Colección: Textos Históricos). Recopila las leyes españolas vigentes en el periodo, algunas
desde la edad Media. Esta en concreto es del reinado de Felipe II.
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No obstante sí que podría existir algún tipo de influencia más directa en casos
de la de la represión de la «usura», vista por la iglesia como un robo y desarrollada
legislativamente por algunos reyes y concilios. Incluso en este campo habría un
importante desarrollo institucional con proyectos como los Pósitos o los Montes
de Piedad —una especie de precedentes de las Cajas de Ahorro—, que buscan el
intercambio y los préstamos sin abusos y con sensibilidad social frente al tradicional prestamista medieval que dio lugar a no pocos conflictos. Sobre los Montes de
Piedad y Erarios, destacar que su influencia puede ser evidentemente religiosa, pero
su complejidad nos podría llevar a entender cierta visión de justicia social unida a
ideas económicas más profundas. No obstante, de alguna manera el pensamiento
religioso está presente en su espíritu.
Pero estos Montes Pingues, y Montes de Dios, pues quitaran usuras y moatras, tendran todo el caudal de los Erarios, haziendo ellos el consumo de todas las entradas de
los abundantes, reforçando los Erarios, y desterrando pecados, y logros: los quales en
Italia, y en otras partes no cessan45.
En cualquier caso considero que este tipo de institucionalización de los mandamientos es sólo complementaria a la anterior y no es tan acusada, tal vez debido
a que no existe ni tanta voluntad social de asumirla, ni el sentimiento de reacción
ante las prácticas de la Reforma, que básicamente sí que asume los mandamientos.
La cosa será diferente en relación al siguiente elemento de institucionalización, que
sí tiene una proyección evidente y quizá de las más directas.
5. LA INSTITUCIONALIZACIÓN
DE LAS OBRAS DE MISERICORDIA
Uno de los procesos más importantes de la estructuración social del siglo XVI pasa
por ser la creación de la institución de la Beneficencia que viene a sustituir a prácticas antiguas de solidaridad privada y colectiva cuyo máximo reflejo cultural venía
dado en la edad Media por el desarrollo de «caridades». A través de ellas se procedía
a socorrer al pobre en sus necesidades dentro de la comunidad rural especialmente
en momentos de celebración.
En las ciudades existía otro tipo de solidaridad que tenía su proyección en los
gremios, que asistían las necesidades de los diversos colectivos, además de otras
actividades informales de solidaridad étnica o grupal.
Con la llegada de la edad Moderna será la iglesia la que termine acaparando la
solidaridad, ayudada en las ciudades por las cofradías que establecen nuevos criterios con una base religiosa más profunda. Entre los servicios que prestará la nueva
beneficencia están: dar de comer al hambriento o dar de beber al sediento, es decir,
45. Luis Valle de la Cerda fue uno de los principales promotores de la institución que, si bien, no llegó a funcionar
en el periodo. Biblioteca de la Universidad Complutense (BC) Valle de la Cerda, L. Desempeño del patrimonio de su
majestad, 1600, f. 51 v. Biblioteca Hca/Fondo antiguo, BH FLL 14023.
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dos de las obras de misericordia que propone la iglesia. Supone esto que la beneficencia acabará institucionalizando la misericordia cuyas obras son asumidas como
su principal actividad.
Simplemente con enumerarlas ya nos hacemos una idea de su influencia ideológica puesto que coinciden exactamente con las funciones que se atribuye la iglesia
en el siglo XVI. Así no es extraño que vaya surgiendo en el periodo un incremento
de publicaciones con este motivo principal y ya en 1530 vio la luz un libro, el Tractado muy utile de las obras de misericordia, de Alexander Anglús; mientras que posteriormente en 1592 el Obispo de Tarazona, Diego de Yepes, escribió otro, Discursos
de historia varia. Ambos tratan en profundidad y divulgan las obras de Misericordia
que quedaron definidas institucionalmente precisamente en ese siglo46.
Observando su naturaleza, se dividen las obras de Misericordia en dos tipos, las
espirituales y las corporales.
Entre las primeras encontramos las que sirven de base ideológica a la evangelización, «enseñar al que no sabe», «dar consejo al que lo necesita» y «corregir al que
erra». Con ellas se dan la mano la instrucción, la evangelización y, en una visión
más estricta, la imposición doctrinal.
La evangelización tiene lugar precisamente desde finales del siglo XV al amparo de la conquista de las Indias cuando se desarrolla sistemáticamente un sistema
de conversión al cristianismo basado en la acción de las órdenes religiosas como
franciscanos o dominicos. Si bien existían estas órdenes desde mucho antes, no es
hasta este periodo cuando cobran especial protagonismo en la confesionalización
y se convierten en parte esencial de la sociedad.
Paralelamente se desarrolla otro tipo de evangelización dirigida a sectores de la
sociedad española no adscritos a la religión católica, judíos y moriscos, a los que
se lleva a cabo programas de evangelización endógena. Ante la insuficiencia de los
mecanismos simples se creará la Inquisición que da un paso más en la evangelización para abordar la conversión forzada en un instrumento de instauración de la
fe más efectivo.
Con todo no pocas instituciones modernas estarían influenciadas por las obras
de Misericordia de forma decisiva.
Cabe señalar que instrucción y educación acabarán identificadas con la transmisión de la doctrina religiosa, por lo que todo tipo de educación o enseñanza «al
que no sabe» acaba convirtiéndose en transmisión doctrinal. Algo que no siempre
fue así, aunque a medida que avanza el siglo XVI la vertiente evangelizadora de la
enseñanza se reforzará.
Los planteamientos generales estudiados por Cárceles Laborde se ven alterados por la
decadencia socioprofesional del modelo de humanista que dominó a principios de siglo,
desplazado por el encargo que de la enseñanza hacen los textos concilares a dómines
y párrocos, la consiguiente orientación de las escuelas a la enseñanza de la doctrina y,
46. Paralelamente se establece un debate profundo sobre la forma en la que se debe tratar al pobre con Luis
Vives o Miguel de Giginta, dos de los nombres más destacados.
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finalmente, la irrupción hegemónica de órdenes religiosas como escolapios y jesuitas,
que acaparan la formación y, sobre todo, imponen su modelo doctrinal y pedagógico47.
Sobre el resto de obras de Misericordia espirituales no me detendré al no estar
suficientemente desarrolladas institucionalmente, excepto la de «Rogar a Dios por
los muertos y por las almas perdidas», algo que incide especialmente en la cultura
de la muerte, que comentábamos anteriormente, o el purgatorio, de lo que ya he
hablado. Sin embargo dejaré para el final este punto y su repercusión institucional.
Antes quisiera mencionar la extraordinaria expansión que en este campo tienen
las obras de Misericordia corporales con interesantes proyecciones sociales, entre las
que se encuentran la obligación de alimentar y asistir al pobre en general, a través
de la posada o el vestido. A este respecto son innumerables las instituciones que se
articulan para su desarrollo; desde los propios conventos, hasta las cofradías, que
se arrogan estas atribuciones, pasando por concejos y también hospitales donde se
centraliza la atención al pobre en cumplimiento de las obras de misericordia.
La Beneficencia es ambiciosa pues amplía el simple socorro a la atención a enfermos, discapacitados y personas débiles a otros aspectos tan dispares como la
redención de cautivos, la asistencia a los peregrinos o la sepultura de los muertos,
es decir, obras de Misericordia. Al fin y al cabo «dar de comer al sediento, dar de
comer al hambriento o dar posada al peregrino» se encuentran en el trasfondo de
la nueva sociedad confesional.
Los ejemplos son infinitos y sirva de ejemplo un caso que extraemos de las fiestas: la evolución en el desarrollo de las caridades.
Unas caridades que proceden de la tradición comunal medieval, pero que en el
siglo XVI son asumidas no sólo por las órdenes religiosas sino por cofradías, parroquias, cabildos o ayuntamientos.
Claro que si una obra de misericordia toma cuerpo institucionalmente es la de
«enterrar a los muertos» que cobra una inusual proliferación al igual que el sacramento de la Unción de enfermos en la cultura de la muerte, que se expande a partir
de la Contrarreforma. En ella juegan un especial protagonismo las cofradías, aunque
comienzan a establecerse algunas diferencias. Véase si no el texto de los estatutos de
la Archicofradía de la SS Resurrección de los españoles en Roma, de finales del XVI
Acerca de enterrar a los muertos, si el difunto fuere rico, tocará solo a la Archicofradía
hallarse al enterramiento con los mas Cofrades que ser pudiere: quando por orden de
los Priores fuere intimado, y si fuere pobre, y no dexare con que se enterrar, la Archicofradía le hara el entierro con moderacion48.
Y es que en efecto quiero señalar otra incidencia y no es otra que, del igualitarismo medieval vamos a pasar a una sociedad clasista que se manifiesta hasta en
47. Infantes, 2003, 51. Sobre Concepción Cárceles Laborde, véase Cárceles, 1993.
48. Cofradía Resurreción de Cristo, Estatutos de la Archicofradía de la SS Resurrección de Christo nuestro
redentor de la nación española de Roma» Roma, Esteban Paulino, 1603, p. 45. Hay copia digital, aunque la primera
edición corresponde a 1582 y se puede encontrar en (BC) Biblioteca Hca/Fondo antiguo, BH FLL 13867 (2).
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los entierros. Igualmente resume el sentido de la nueva Beneficencia: atención a
los pobres sí, pero distinción de los ricos. También se establecerán diferencias entre los que no quieren trabajar con respecto a los que no pueden, que se convertirán en los auténticos beneficiarios de la institución, algo que resume la esencia
del periodo.
Las bases de solidaridad en la vida tradicional al fin y al cabo se han desintegrado y de ahí pasaremos a un desarrollo institucional de la Caridad a través de la
Beneficencia, cuyo ejercicio lo controla el clero que durante todo el XVI teoriza sobre el asunto. A finales de la centuria parece que la solución pasa por las Casas de
Misericordia que curiosamente terminan incluso adoptando el mismo nombre de
las obras que las inspiran.
El principal teórico de las Casas de la Misericordia fue M. Giginta, quien en su obra
Tratado del remedio de los pobres, publicado en 1579 en Coimbra contemplará como
«solución» a la indigencia, el levantamiento de inmuebles destinados al «albergue de
mendigos»49.
Precisamente el sentido físico del inmueble nos ayuda a entender mejor este
caso y también el sentido profundo de la institucionalización, aunque de nuevo los
matices diferenciadores están presentes. Frente al concepto de hospital adquiere
un sentido excluyente hacia el «falso pobre», pues añade un sentido sociopolítico
de control, algo que no contemplaban los viejos hospitales, herederos de la vieja
caridad medieval.
No obstante observamos el proceso a través de uno de los siempre completos
estudios realizados por Aranda Doncel, en este caso a través de la Cofradía de La
Santa Caridad de Córdoba50, que es un resumen de la situación en aquella provincia, aunque perfectamente extrapolable a otras provincias en sus rasgos básicos.
Según este estudio la cofradía de la Caridad habría nacido a finales del siglo XV,
aunque durante el XVI vive en su seno un proceso de aristocratización, lo que supone algo parecido a lo que ocurre en la sociedad en general. Con todo en 1594 se
reelaboran los estatutos, aplicando importantes novedades, dado también el crecimiento de la institución.
La Cofradía de la Santa Caridad protagoniza a lo largo del siglo XVI un dilatado periodo
de esplendor y auge que se materializa en un rico patrimonio que genera sustanciosas
rentas. La pujanza económica intensifica la labor asistencial que viene desarrollando
desde el momento de su fundación51.
La Cofradía se compromete a repartir alimentos entre los pobres durante cuatro momentos al año coincidiendo con eventos festivos, además del auxilio en el
49. Alba Pagán, 2006, 397.
50. Aranda Doncel, 2006, 123–150.
51. Ibid, p. 129.
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hospital, a lo que se le va sumando la dotación de doncellas pobres, la redención
de cautivos o la inevitable atención a los entierros.
Obras de misericordia, en un auténtico resumen de lo que suponía la asistencia
social del periodo.
Pero no será, aunque sí la primera, la única cofradía similar de Córdoba ni en
España que ve la eclosión del nacimiento de este tipo de cofradías en las primeras
décadas del siglo XVI, paralela a la creación de numerosos hospitales. La «nueva
caridad», o Misericordia, parece estar consolidada antes de mediados de siglo justo cuando se empieza a reprender por vía legislativa las caridades particulares. La
institucionalización de la Misericordia y en general la asistencia social se ha consumado, aunque a finales del siglo adquiere un sentido social mucho más complejo.
La sociedad consolida el nacimiento de las clases y con ellas los extremos que
se desarrollarán en un doble sentido: distinción y marginalidad.
Relaciono estas implicaciones de tipo social precisamente para observar que de
la mentalidad inicial vamos derivando hacia otras vertientes más profundas de la
sociedad en su tiempo. Una aplicación del modelo teórico institucional en un análisis global de la sociedad.
Y en ese sentido me he dejado para el final la obra de misericordia relacionada
con el ruego a los difuntos y almas perdidas, ya que, a la hora de dedicarse a rogar
por el alma de los difuntos, una institución que adquiere una proyección notoria
dedicada en exclusiva a esta obra, son los conventos de clausura. Se trata de otro
ejemplo de proyección directa de obra de misericordia a institución, aunque por
supuesto otras influencias, como son la evolución social de la familia, el desarrollo
del patriarcado y el nuevo papel de los segundones, también influirían en su potenciación. Sin embargo la misión principal de estas instituciones no deja de ser
una obra de misericordia: rogar por las almas de vivos y difuntos.
El caso es que los conventos viven un inusitado crecimiento a finales del XVI, al
igual que fundación de obras pías y patronatos dedicados a la dotación de doncellas,
bien para el matrimonio —lo que enlazaría con el nuevo sentido del sacramento ya
observado—, o bien para su ordenación monacal. No cabe duda de que del fenómeno institucionalizador pueden extraerse interesantes conclusiones, incluso sobre la
situación de la mujer y su cambio social al hilo de las transformaciones con nuevos
problemas que surgen de forma colateral ya que precisamente el nuevo estatus del
matrimonio crea nuevos problemas como es el del papel social de la mujer en una
sociedad patriarcal.
Por ello se incrementará la preocupación por casar a mujeres humildes, quienes
debían aportar una dote al matrimonio. Algo imposible para muchas de ellas, máxime aquellas metidas en la compleja red asistencial y procedentes en muchos casos
de los hospitales donde se han criado. De hecho, mientras que al hombre huérfano procedente de un hospicio se le encaminaba al aprendizaje de algún oficio o a
la carrera militar, las mujeres tenían una complicada salida sólo siendo posible el
matrimonio o el convento, ya que no pueden optar a las tradiciones matrimoniales
rurales comunales basadas en la unión irregular.
En el primer caso, el del matrimonio, Sánchez Herrero nos habla de los mecanismos por los que las cofradías sevillanas desarrollaban la dotación de doncellas.
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Se comenzaba por la difusión por la ciudad o lugar de la noticia que se iba a proceder a
dotar doncellas, para que las que quisieran y tuvieran las condiciones previstas se inscribieran (…) En todos los casos se trataría de doncella, huérfana, pobre, honesta, honrada
y virtuosa, en algunos casos se añade «hija de cristianos viejos» (…)52.
Aunque en este caso nos interesa más la creación y dotación de doncellas para
conventos, que es la institución que estábamos analizando con más detenimiento.
En este caso recurrimos a un ejemplo mexicano, aunque plenamente integrado en
el contexto español.
Sin embargo, la piedad barroca también creó grandes dificultades para los conventos.
El de Santa Inés de México fue fundado en 1600 por Diego Caballero e Inés de Velasco,
quienes hipotecaron sus ingenios de azúcar y propiedades para crear una institución
que recibiera profesas sin dote. Caballero dejó establecido que para la recepción de
monjas «capellanas» se prefería a sus parientas sobre otras, y a las suyas propias sobre
las de su mujer. La dotación especificó la recepción de 33 monjas pobres, huérfanas,
españolas, doncellas y honradas, a seleccionarse entre las que más riesgos corrieran y
tuvieran mayor necesidad53.
Vemos con claridad que la nueva institucionalización religiosa de la época empieza a crear problemas sociales propios y en este caso la solución pasa por desarrollar nuevas instituciones igual y más claramente basadas en preceptos cristianos
como la Misericordia. Con este proceso auto-regenerativo la institucionalización
alcanza una madurez incuestionable y un desarrollo de amplía magnitud.
En cualquier caso finalizo así un sucinto repaso de elementos doctrinales básicos
proyectados en la sociedad. Seguramente habría más, aunque considero que es ya
una muestra significativa y nos puede permitir hacer algunas reflexiones.
6. CONCLUSIONES
Cabe destacar que he ahondado en las implicaciones sociales que las nuevas instituciones nos ofrecen con la creación de una sociedad polarizada con grandes
diferencias entre ricos y pobres o bien en problemas de creación de nuevas marginalidades y es que de la historia de las mentalidades hemos derivado a un análisis
histórico algo más complejo.
Sin embargo, el objetivo principal de este artículo no es profundizar demasiado
en aspectos sociales ni extraer demasiadas conclusiones, sino simplemente dar un
primer paso para intentar conseguir elaborar una historia completa desde la proyección directa de la mentalidad en las instituciones y llegar a observaciones de
tipo social, político y hasta económico.
52. Sánchez Herrero, 2003, 155.
53. Lavrin, 1996, 378.
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Evidentemente estas instituciones de las que hablo tienen unas características
diferentes a las convencionales que presentan un sentido más material, relacionado
muchas veces con lo inmueble, o un origen tangible, que parte de la fundación por
parte de un determinado personaje histórico en un momento histórico puntual y
pese a que las personas no dejen de ser una cristalización de las ideas de su tiempo.
Frente a ellas las instituciones que propongo provienen de las ideas y no tienen
por qué desarrollar un sentido material o una mayor concreción temporal y política, sino influir en la creación y potenciar el desarrollo o la modificación de instituciones convencionales. Al fin y al cabo, una generalización de costumbres en
la sociedad es perfectamente una nueva institución, pues la diferencia sólo viene
dada por la mayor o menor proyección exterior, generalización y aceptación social
y su reflejo en instituciones convencionales.
Así pues definiríamos institución ideológica o cultural de la siguiente manera:
«aquella idea que ha alcanzado un nivel de proyección colectiva suficiente como para
influir en la vida social». Estas instituciones pueden desarrollar un universo organizativo y material posterior, aunque no será requisito ya que pueden incluso afectar
a instituciones preexistentes o bien quedar sólo en el mundo de las costumbres.
A lo largo de este artículo nos hemos centrado en un tipo de institucionalización cultural de la mentalidad de origen religioso por ser de vital importancia en
un periodo estudiado, aunque debe quedar claro que no es la única ya que otras
poderosas instituciones de tipo laico ajenas a un sentido de confesionalización
también afectan al periodo, aunque no las atendamos por el momento.
A nivel cultural las proyecciones más interesantes son las ideológicas y entre
ellas fundamentalmente las sacramentales. En la cúspide encontraremos una división que mediatiza la sociedad y la cultura: la división entre una visión penitencial de la cultura y otra sacramental. Curiosamente la penitencial se ha instalado
en la cultura de forma omnipresente desde la edad Media, algo que ha marcado la
mentalidad de los hombres durante el periodo y que con la expansión oficial de lo
sacramental pretende superarse. Una pugna entre dos visiones de la religión: la vía
sacramental y la vía penitencial. Algo que será una constante del Renacimiento.
También es fundamentalmente renacentista la proyección de las obras de misericordia hacia instituciones. Tanto que es en este periodo donde se fundamenta
todo el sistema moderno de beneficencia que al fin y al cabo es una proyección muy
directa de preceptos ideológicos hacia instituciones, en la línea del concepto que
pretendemos formular.
Quizá queda por definir la finalidad última de la institucionalización, pues puede
deberse a una expresión de disciplinamiento social o bien a una bienintencionada
labor evangelizadora, aunque este planteamiento queda lejano para este estudio
pues deberá ser analizado desde nuevas variables. Un «para qué» que dependería
de muchos otros factores y que estaría en el fondo del debate del disciplinamiento social, por lo que sería necesario un análisis más concienzudo y sosegado, con
nuevos elementos de análisis.
Con todo, quedémonos en el nuevo concepto teórico más idealista y platónico
de institucionalización que por sí, y en la medida de lo posible, puede resultar útil
para acceder al conocimiento de sociedades pasadas.
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¿PÉRDIDA DE ESPAÑA? EPIFANÍA
DE UN ESPACIO PÚBLICO
Y RECONFIGURACIÓN DE IDENTIDADES
EN LA ESPAÑA DE CARLOS II
LOSS OF SPAIN? EPIPHANY OF A PUBLIC SPACE
AND RECONFIGURATION OF IDENTITIES IN
SPAIN DURING THE REIGN OF CARLOS II
Héloïse Hermant1
Recibido: 05/09/2014 · Aceptado: 07/10/2014
http://dx.doi.org/10.5944/etfiv.27.2014.13710
Resumen2
En los años 1670, la débil cohesión de la monarquía agregativa católica y la quiebra
del ideario imperial alimentan una crisis política cuya conciencia aguda lleva hasta
el paroxismo una crisis identitaria gestada desde hace un siglo. En tal coyuntura,
los asaltos al poder de don Juan José de Austria mediante el arma tipográfica edifican constelaciones textuales heterogéneas —auténticas guerras de plumas— cuya
dinámica actúa en la manera de un crisol identitario. Erigido en salvador de la patria frente a los validos de la regente Mariana de Austria, don Juan aparece tanto
como líder o cristalizador de combinaciones identitarias inéditas. La epifanía de
un espacio público original rearticula las relaciones entre el rey y las comunidades políticas. A partir del imperativo de gubernamentalidad, el surgimiento de un
cuerpo político comunicacional replantea la cuestión de la identidad en términos
de articulación de la monarquía y de estilo de gobierno con un desplazamiento al
terreno de lo práctico.
Palabras clave
Juan José de Austria; Monarquía hispánica; identidad; publicística; crisis
Abstract
In the 1670’s, the fragile cohesion of the catholic composite monarchy and the
crumbling of the imperial ideal together trigger a political crisis which culminates
in an identity crisis which has been in development for a century. In this particular
context, don Juan José de Austria’s attempts to seize power through the command
1. Centre de la Méditerranée Moderne et Contemporaine, CMMC-EA1193, Université de Nice, Sophia Antipolis.
2. Agradezco mucho a Élise Montjarret por su diligente ayuda en la corrección de mi castellano.
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of print generate a vast, heterogeneous spectrum of texts, which entail genuine
quill pen wars, whose dynamics acts as an identity melting pot. Seen as the saviour of the monarchy standing against the queen’s favourites, don Juan is not only
a leader: he also catalyses the development of new combinations of identities. The
advent of an original public sphere reshapes the relationships between the king and
the political communities. As a consequence of the necessity of political efficiency,
the emergence of a communication-aware political body reformulates the identity question in terms of remodelling the monarchy and of shifting the focus of the
government towards practical grounds.
Keywords
Juan José de Austria; Spanish monarchy; identity; propaganda; crisis
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¿Pérdida de España? Epifanía de un espacio público y reconfiguración de identidades 
EN LOS AÑOS 1670, la débil cohesión de la monarquía agregativa católica y la
quiebra del ideario imperial agravado por un sentido de agotamiento general alimentan una crisis política cuya conciencia aguda lleva hasta el paroxismo una crisis
identitaria gestada desde hace un siglo. En tal coyuntura de incertidumbre reflexiva,
el protagonismo de don Juan José de Austria erigido en salvador y restaurador de la
patria frente a la amenaza de una nueva «pérdida de España» constituye un observatorio esclarecedor que permite escapar de una alternativa rígida entre «antiguo»
y «moderno»3. Entre las numerosas figuras tutelares que la publicística le asignó,
las de Moisés, de Prometeo y de «Salomón oblicuo» abren un paso para analizar
en clave identitaria su actuación política antes y después de su llegada al poder. El
príncipe aparece tanto como foco de proyección o de redefinición de identidades a
veces disonantes, como líder o cristalizador de combinaciones identitarias inéditas
que se manifiestan tras la epifanía de un espacio público original que no se confunde
ni con la esfera aclamativa al servicio del soberano ni con la esfera de la Ilustración.
Los asaltos al poder de don Juan mediante el arma tipográfica edifican constelaciones textuales heterogéneas —auténticas «guerras de plumas»— que le permiten resistir sin desobedecer abiertamente y le facilitan una ascensión en el seno de
los arcana imperii contra la voluntad de la regente obligada a ceder sin estallido de
violencia. En este proceso, la cuestión identitaria resulta medular en la medida en
que cada bando intenta monopolizar el «label de españolidad». Pero más allá de reivindicaciones que reactivan componentes tradicionales, la dinámica textual actúa
en la manera de un crisol identitario que ubica el planteamiento dentro de nuevas
coordenadas, es decir en términos de identidad procesual, interactiva y relacional
arrancada a un horizonte territorial estrictamente local. Además, el entrechoque
de culturas y de posturas autoriales al calor de las polémicas produce interferencias
entre discursos y lenguajes de diferente índole (jurídicos, históricos, encomiásticos,
polémicos, escolásticos, religiosos) y pone en cuestión la sumisión sistemática a la
tradición de las autoridades en el terreno de la eficacia práctica.
En este artículo intentaré aclarecer en qué medida las guerras de plumas orquestadas por don Juan se relacionan con una problemática identitaria y de qué modo
las dinámicas textuales y el trenzado de canales de movilización edifican públicos
y agrupaciones colectivas heterogéneas e inéditas a escala de la península. La epifanía de un espacio público original tiende a rearticular las relaciones entre el rey
y las comunidades políticas, lo que invita, en un segundo momento, a analizar el
cuerpo político inédito que se viene cuajando mediante las guerras de plumas de
don Juan. Tal enfoque posibilita atisbar la arquitectura coyuntural de España nacida de la alianza juanista y superar la oposición moderno/antiguo. Así que, en un
tercer momento, examinaré a partir del imperativo de gubernamentalidad, cómo
el surgimiento de un cuerpo político comunicacional replantea la cuestión de la
identidad en términos de articulación de la monarquía y de estilo de gobierno con
un desplazamiento al terreno de lo práctico.
3. Sobre el protagonismo de don Juan José, véase: Maura & Gamazo, 1911–1915; Sánchez Marcos, 1983; Kalnein, 2001.
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Las «guerras de plumas» de la minoría de Carlos II son polémicas de libelos que
oponen dos bandos agrupados alrededor de un campeón: don Juan y los validos de
la regente Mariana. El corpus consta de unos 2.000 papeles heterogéneos (cartas
abiertas, manifiestos, sátiras, avisos, memoriales, sermones, pronósticos, jeroglíficos,
gacetas, etc.) que defienden o combaten al partido juanista. Mediante la contextualización precisa de cada texto, esta configuración dual permite reconstruir unas
secuencias de libelos articuladas en torno a un mismo objetivo que se relacionan
con la evolución del equilibrio de las fuerzas. Estas guerras de plumas constituyen
el nervio de «campañas de opinión» que abarcan otros medios de movilización
como marchas sobre Madrid, rumores o discusiones políticas4.
Al presentarse tanto como la víctima propiciatoria de un gobierno inocuo como
el consejero perfecto en pos del bien público, don Juan oculta una querella personal debajo de problemas de índole más general (problemas institucionales, respeto
de los fueros, definición de la soberanía) de modo que la palestra abarca todo los
debates pendientes de la monarquía5. Tal retórica permite resistir sin desobedecer
abiertamente y transforma una lucha de facciones en movimiento de opinión a escala de la península siguiendo tres etapas. Primero la facción que es una agrupación
heteróclita de personas descontentas que intentan alcanzar su objetivo gracias a la
intriga. Segundo, el partido que llega a ser mediante un proceso de «desingularización» de la causa juanista. Dicho proceso permite, bajo la forma de un manifiesto,
exponer reivindicaciones claras susceptibles de conseguir más partidarios. Durante
estas etapas, las redes clientelares y la sociabilidad entre individuos que se conocen
y forman parte de un mismo ámbito social y cultural, son esenciales. Este partido
pasó a ser un movimiento de opinión cuando, superándose la lógica de redes, se redactaron libelos para convencer a públicos heterogéneos. Dichos libelos defienden
intereses categoriales o se dirigen simultáneamente a diversos destinatarios, multiplicando en un mismo escrito los registros de cultura, idioma y creencia. Este dispositivo permite incluir a nuevas capas sociales y diversificar los modos de adhesión
(oportunismo, instrumentalización, adhesión racional, esperanza mesiánica, etc.).
A raíz de las dinámicas de publicación, estas guerras de plumas rearticulan las
relaciones entre el rey y las comunidades políticas con claras implicaciones identitarias. Primero porque el tema de la identidad erige el zócalo de la disputa. Al definirse
como el partido de los «verdaderos españoles, amadores de la patria», cada bando
descalifica a sus adversarios estigmatizándolos como enemigos públicos portadores
de una alteridad demoledora. Esta dinámica reactiva componentes tradicionales
de definición de una «hispanidad» mediante una serie de oposiciones: catolicidad
contra herejía y su calco político, prudencia cristiana contra un maquiavelismo
4. Hermant, 2012. El libro consta de un catálogo cronológico de miles de papeles recogidos en bibliotecas y
archivos europeos y estadounidenses.
5. Voto de la verdad que participe al orbe el clarín de la fama, 1669, Real Academia de la Historia (=rah), 9/643, ff.
217r–274r. Censura del memorial de España por un extrangero afecto a España y celoso de su mayor bien, rah, 9/3600,
ff. 83r–85v. La libertad de los ojos, ingenuidad de la lengua, Archivo Histórico Nacional (=ahn), Estado, Libro 912, ff.
106r–113r. En este artículo conservamos la ortografía de la época.
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¿Pérdida de España? Epifanía de un espacio público y reconfiguración de identidades 
asemejado a un ateísmo político6; traidores contra amadores de la patria7; defensa de virtudes propias de un genio español contra el triunfo del amor propio, caja
de Pandora de los vicios8. Estos enfrentamientos remiten explícitamente a un esquema Pérdida/Restauración de España que cifra los acontecimientos en clave de
castigo divino frente a la quiebra de genuinos valores españoles. El texto nitardista
titulado Afectos de un buen Español llama a los aliados del jesuita a tomar las armas
para combatir a don Juan, nuevo Conde don Julián:
Al arma amigos, que los leales no se han de conocer en la prosperidad sino en la ocasión. De Consuegra salió la perdida de España. En su Alcazar la Cava dio ocasión a su
deshonor con su decompostura: de alla fue Conde don Julián. Plegue a Dios que no
sincope el nombre, y no se haga memoria de su ominoso nombre en nuestros Anales.
No faltan eclesiasticos Oppas, ni quienes descendiendo de su noble estirpe se parezcan a los hijos de Vitiza9.
En cuanto al Libro nuevo de la Perdida de España por Mariana, condena una Corte
infernal bajo el yugo de un «Duende»10 anticristo y vitupera contra una «Reyna-Ruina» para desembocar sobre la llamada a un don Juan restaurador de la patria11.
En resumidas cuentas, los actores dibujan un mismo retrato identitario centrado
en la noción de fidelidad a Carlos II, que hace hincapié en la pertenencia congénita
a un cuerpo político-místico cementado por el amor al rey. Tales componentes se
rearticulan para deslindar la gramática de los sentidos de pertenencia. En realidad,
esta identidad católica abarca dos lecturas políticas que se disputan el monopolio
de la verdadera España. Una visión arrimada a la idea de majestad susceptible de
arropar la figura de un rey autoritario de índole soberanista12. Otra visión promovedora de un gobierno jurisprudencial respetuoso de los consejos y los fueros, tal
y como se desprende de las cartas abiertas de don Juan13.
6. Unos textos difamatorios acusaron a Nitardo por ser luterano (Esdrújulos al rey sobre el gobierno, Biblioteca
Nacional de España (=bne), ms. 2582, f. 146r) y a Valenzuela por ser mahometano (Gran Turco y su Mahoma, bne,
ms. 22.659, f. 39r).
7. Unos papeles perfilan a un don Juan afrancesado y apoyado por Catalanes sospechosos: Avisos de Barcelona,
bne, ms. 8349, f. 9r. El maese Nicolás en un carta ficticia ridiculiza a don Juan José asemejado al «mal francés»: «[la
Reyna] esta tomando sudores por el mal frances, que dice la pegaste con el espíritu, traje y bigotes a la francesa, y
parece cierto tenías en el corazón los doce pares, cuando a ella la dejaste tan lastimada y escribiste una carta tan
furiosa», Carta del maese Nicolas, bne, ms. 9397, f. 118r. Otros autores denuncian a unos validos extranjeros (un
Nitardo alemán o un Valenzuela italiano necesariamente maquiavelista) cuya condición y natural afecto por su señor originario imposibilitan que pertenezcan al cuerpo politico-mistico español: Representacion a la reyna madre de
Carlos II regenta y gobernadora del reyno en su menor edad, bne, ms. 18.208, ff. 26r–31v. El Desembozado, bl, Eg 327, ff.
122r–134v. Exortacion cristiana y politica al señor don Juan de Austria, bne, ms. 8180, ff. 185r–230v.
8. Satira contra don Fernando de Valenzuela: «Fernando a quien los soberbios llaman con razon Luzbel», bne, ms.
18.211, ff. 23v–25v.
9. bne, ms. 6384, f. 114r.
10. Apodo de Valenzuela.
11. ahn, Estado, libro, 880. Una sátira en títulos de comedias asemeja don Juan a la «Restauración de España» y
Nitardo a la «Perdición de España», Desvelo de Juan Rana en acomodar títulos de comedias a los sujetos que representan hoy en España, British Libray (=bl), Egerton (=Eg) 567, f. 105r.
12. Carta escrita por Don Toribio Asturiano, en 13 de marzo de 1669 a un amigo que se hallaba fuera de la Corte,
bne, Varios Especiales (=VE) 190–8. Papel en que persona de gran celo y amor al servicio de Su Magestad y de la Corona
propone forma y modo con que la Reina nuestra señora se ha de gobernar en la ocasion que don Juan viene armado y se
acerca de la Corte, bne, ms. 8349, ff. 240r–242v.
13. Carta de Consuegra de Su Alteza, bne, ms. 2033, ff. 1r–1v. Copia de diferentes cartas escritas por Su Alteza en
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El segundo vínculo con la problemática de la identidad es la toma de conciencia
del poder aglutinador de la publicística que permite pasar de un juego cortesano
habitual a un movimiento de opinión. En 1668 y en 1675 don Juan organiza una
campaña de opinión para defender sus intereses en nombre del bien público y del
amor al rey y a la patria mediante la movilización de las élites políticas. En 1668–
1669, mediante cartas abiertas impresas, don Juan exhorta a los ministros y a las
ciudades con voto en las Cortes a manifestarle su respaldo y pedir el exilio del valido. En 1675–1676, se erige en campeón de la grandeza, una élite natural por aquel
entonces frustrada por las prácticas arbitrarias de la reina-madre, a la vez que da
coherencia a salvas panfletarias destinadas a negociar una nueva repartición de la
soberanía. El príncipe intenta captar la legitimidad de los consejeros en su propio
beneficio para conseguir la caída de los validos. Al no singularizar su causa, supera
los conflictos personales que le oponen a las hechuras de la regente y consigue el
respaldo de élites políticas capaces de influenciar desde dentro los Consejos de la
monarquía. La tarea no resultaba tan difícil ya que los cambios institucionales introducidos por Mariana habían marginado a las élites tradicionales. Pero su empresa toma un giro imprevisto al abarcar un público más amplio de lo programado, lo
que cambia el sentido y las implicaciones del episodio. Las marchas sobre Madrid
hacen patente la implicación de un público de mayor amplitud. Estas paradas militares tenían que manifestar la determinación y la cohesión de las élites en torno
a don Juan. Sin embargo, en cada etapa de las marchas, el príncipe recibe marcas
de adhesión masiva del pueblo entendido tanto como masa de la población como
conjunto de las comunidades locales. Don Juan escenifica este consenso gracias a
un lenguaje ritualizado que «capitaliza» esta fuerza14. De modo que el príncipe se
encuentra a la cabeza de un amplio movimiento de opinión que sobrepasa el espacio curial hasta incluir todos los sectores de la sociedad. En consecuencia, en 1669,
los dos bandos se hacen eco del amplio respaldo en beneficio de don Juan, sea para
regocijarse, para lamentarlo o confesar el temor a un levantamiento general15. En
1677, el miedo a una guerra civil no había disminuido. Las fiestas celebradas en diversos puntos de la monarquía, organizadas por autoridades locales, en honor del
nombramiento de don Juan a la dignidad de Primer ministro, configuran una palestra en la que los estallidos universales de alegría están orquestados según trilladas escenografías simbólicas16. Los sermones pronunciados delante de un amplio
orden a la expulsion de estos reinos del Padre Juan Everardo desde la Torre de Lledó, bne, ms. 8355, ff. 146r–151v. Copia
de dos cartas del serenissimo señor don Juan de Austria. Barcelona 22 y 23 de enero de 1669, bne, VE 67–33. Copias de las
cartas que Su Alteza escribio a Su Magestad y ministros de la Junta de Gobierno y consejeros de Estado en 22 de febrero
de 1669, bne, VE 189–72.
14. Excelmo Señor. El haber excusado embarasar a Vuestra Excelencia (…), bne, R-38.033, 47–48. Relacion del viage
del Señor don Juan de Austria desde Zaragoza a Madrid, quando Su Magestad le llamo por su decreto, y la nobleza le
asistio a su lado y como partio de Zaragoza sabado a 2 de enero de 1677 y entró en Madrid a 23 de enero, bne, ms. 18.443,
ff. 237r–242r.
15. Carta del nuncio, a 9 de febrero de 1669, Archivum Secretum Vaticanum (=asv), Segretaria Stato (=ss),
Spagna, n.º 138, fol. 94r.
16. Relacion verdadera en que se refiere el notable regocijo que tuvo la Coronada Villa de Madrid el 23 de enero de
1677 por la gustosa y feliz entrada que hizo Su Alteza el señor don Juan de Austria en el Real sitio del Retiro, 1677. Relacion
breve y por mayor, de las demonstraciones de alegria con que Barcelona celebro la llegada a la Corte del príncipe don Juan
de Austria, Barcelona, 1677.
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¿Pérdida de España? Epifanía de un espacio público y reconfiguración de identidades 
público (en Santa María del Mar de Barcelona por ejemplo) recibieron aclamaciones de aprobación y orientaron la significación del episodio haciendo de don Juan
no solo un héroe sino también un salvador17. Pero ya antes de las marchas, algunos
grupos o individuos no solicitados por sí mismos en las guerras de plumas habían
intervenido en la palestra. Es el caso de los dominicos. En 1669, atacan a Nitardo
para ajustar cuentas con los jesuitas y obtener compensaciones corporativistas. Largos fragmentos de textos edifican bloques independientes en la querella que sirve
ahora de tribuna para un discurso que, aunque fortalezca la causa juanista, no lo
hace de manera prioritaria18. Por no hablar de un afán generalizado por los papeles
juanistas que llegaron a acumularse bajo forma de colecciones monumentales en
el momento en que los acontecimientos se desarrollaban y que, hoy, están depositadas en los archivos y bibliotecas19. La sorpresa inicial de don Juan da rápidamente
paso a una adaptación/orquestación de tal éxito, lo que muestra que la «opinión»
se revela de manera procesual a sí misma20.
Se puede comprobar la ampliación de los públicos gracias a los testimonios de
los dos bandos que se hacen eco del amplio respaldo en beneficio de don Juan21.
El nuncio Millini habla de «revolución» a la hora de calificar los acontecimientos
de 1676–1677 y evoca el «crescendo nel timbre d’una violenta sollevatione»22. Tal
ampliación de los públicos aparece también a través de la evolución del conjunto
de destinatarios de los publicistas que, a finales de la pugna, se esfuerzan por cautivar un público más amplio del que filtraba en los primeros textos Muchos indicios lo revelan: la emergencia del tema de la injusta repartición de los impuestos,
la inflexión de los universos culturales de los textos (los autores eligen en prioridad
referencias —Biblia, comedias, calendarios— que no excluyen ningún público sino
que los aglutinan), el aumento del número de pasquines a la vista de todos los transeúntes, etc. Esta dimensión original no se les escapó a los adversarios del príncipe,
como lo manifiesta la amargura de las siguientes líneas:
Ya han inficionado el aire con las repetidas quejas que en torno de lastima introducen
en las conversaciones de los mal entendidos, y enseñan a los niños, y a las mujeres,
y a quantos componen el vulgo, para que no haya rincon donde no se escuchen los
clamores contra el gobierno. (…) Para su fin han buscado razones y lenguajes acomodados a la diversidad de los genios, para que cada uno segun el suyo tenga prontas las
voces para el aleve grito23 .
17. Sobrecasas, 1677. Sandoval, 1677.
18. Un cavallero de la Corte de Madrid escribe a un religioso Dominicano, bne, VE 31–64. Carta de San Ignacio de
Loyola por Su Alteza el señor don Juan, bne, ms. 2034, fol. 43r–44v. Carta del Serafín Francisco para San Ignacio, bne,
ms. 2034, ff. 45r–46r. Esdrujulos contra los que escribieron la carta de San Ignacio, bne, ms. 2034, ff. 46v–47r.
19. Véase por ejemplo: bne, ms. 2034; ms. 6384; ms. 18.443; bl, Eg 327; Eg 354; Biblioteca de la Fundación Zabálburu, 73–273/73–278.
20. No resulta casual que de 1668 a 1669, en el corpus de los libelos de forma epistolar, se observa el paso de
destinatarios personificados (la reina, Nitardo, etc.) a destinatarios deliberadamente anónimos porque colectivos
(«los Españoles oprimidos»).
21. Voto que hizo a Su Alteza don Juan José de Austria uno de los tres grandes que fueron a Yta [sic] fue singular,
Biblioteca del Palacio Real, II-1147, ff. 184r–190r.
22. asv, ss, Spagna, n.º 148, ff. 135r–135v.
23. Memorial que dio a la reina nuestra señora un vasallo desta corona, Semanario Erudito, t. X, 260.
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Quizás el manifiesto de Torrejón de Ardoz proporciona el ejemplo más relevante24. En este texto, el príncipe se describe como el defensor de los españoles oprimidos y el portavoz de los pecheros, martirios de la crisis económica agravada por
la incompetencia de Nitardo. Hasta el punto de que don Juan se arriesga a irritar
a sus aliados de la nobleza: después de haber afirmado que representa al pueblo
oprimido, don Juan se dirige directamente a él a partir de febrero. En 1677, se percibe semejante inflexión en los sermones, las relaciones de fiestas o unos libelos.
Un impreso en forma de jeroglífico que relata la captura de Valenzuela en el Escorial, sustituyendo algunas palabras por grabados inspirados en un juego de la oca,
juego popular por excelencia a diferencia del ajedrez, lo ejemplifica bien25.
Los modos de circulación contribuyen también a la ampliación de los destinatarios. Los protagonistas accionan estructuras de comunicación ya existentes pero
que agudizan y transforman. En complemento de la red institucional de los consejos
y las ciudades con voto en las Cortes, don Juan acciona una red de aliados edificada
a lo largo de su trayectoria política: amistades militares, grandes de España entre
los cuales ministros, eruditos, religiosos. Además, en cada etapa de sus marchas sobre Madrid, el príncipe logra agrupar a un público heterogéneo que abarca todos
los sectores de la sociedad. Lo susodicho invita a tomar en cuenta dinámicas de
comunicación verticales que vinculan a los partidarios de don Juan y sus clientelas
conformándose con la geografía de los señoríos. Ahora bien, no hay que olvidar
dinámicas horizontales que corresponden con la circulación por los círculos cortesanos o por las redes eclesiásticas, sobre todo los trinitarios, los dominicos y los
franciscanos, abiertamente juanistas. A finales de 1668, la intensa difusión de libelos
preocupa a nitardistas ansiosos de leerlos para contestar los ataques, provocando la
integración de la poderosa red jesuita en el circuito de las guerras de plumas26. Por
último, lógicas más informales intervienen en relación con círculos de sociabilidad
y redes de intercambio de información que nacieron en el siglo XVII, a raíz de una
inagotable ansia por noticias indisociable de la aparición de los avisos. Los movimientos de opinión se apoyan sobre un mercado de la información preexistente cuya
matriz es la carta. Además, los círculos de sociabilidad y las redes de intercambios
se entrecruzan. Cuando virrey de Cataluña, don Juan trabó amistades sólidas con
un grupo de eruditos que consta de un núcleo principal en Zaragoza y núcleos menores en Huesca y Barcelona. Su brillante corte, su patronazgo, la creación de una
academia literaria y el protagonismo de su secretario Francisco Fabro Bremundan,
desempeñaron un papel clave en la constitución y la consolidación de esta red27. En
1668–1669, el círculo de Zaragoza participa en la difusión de los textos juanistas y
se transforma en plataforma de información al servicio del príncipe.
Estas dinámicas convergen y proporcionan a todos un acceso a los libelos. A
pesar de que los textos circulen sobre todo por la corte y de forma manuscrita, el
24. Cartas de Su Alteza para Su Magestad y marques de Aytona y carta que Su Magestad mando responder a Su
Alteza: todas escritas desde que Su Alteza llegó a Torrejón de Ardoz hasta que partio para Guadalajara, ahn, Estado,
libro 912, ff. 214r–217r.
25. asv, ss, Spagna, n.º 149, f. 645r.
26. La intensa correspondencia de Nitardo con jesuitas de España lo acredita: rah, 9/7190.
27. Kalnein, 59–60 (Zaragoza, 1989): 39–56.
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¿Pérdida de España? Epifanía de un espacio público y reconfiguración de identidades 
alejamiento de don Juan de Madrid favorece los rumores a raíz de los vaivenes de
emisarios entre la capital y Barcelona o Zaragoza. La capital se convierte en un hervidero de discusiones y de noticias verdaderas o falsas. Cabe añadir otras dinámicas
relacionadas con las imperfecciones de los circuitos iniciales de difusión. El protagonismo de individuos que utilizaron la polémica para sus propios fines introdujeron
nuevos protagonistas en el conflicto tanto como actor o como espectador/lector
mediante indiscreciones y operaciones de sabotaje28. Aprovechándose del interés
de amplios sectores de la población por lo político, tales indiscreciones remiten
también a lógicas mercantiles en las que la venta reemplaza la distribución29. A nivel de las ciudades, se observa la actuación de plataformas de comunicación como
los mentideros o las losas del palacio en Madrid, que destacan como auténticos
dispositivos híbridos que entremezclan la palabra, los textos y los rumores30.
Al amparo de un deber de resistencia entendido como suprema fidelidad y de la
reactivación discreta de la noción de civitas republicana, la movilización publicitaria
proyecta a los individuos dentro de un ámbito que traspasa el horizonte local31. Al
inscribirlos en un espacio más amplio y homogéneo —un espacio textual desmaterializado— a partir de un arraigo local, la dinámica cambia la percepción del «vivir
juntos» que no es nada menos que la esencia del nexo político. Desde este prisma,
las marchas sobre Madrid plasman una comunidad en construcción política, que
engloba a individuos procedentes de varios horizontes que se implican a raíz de
fundamentos heteróclitos y con distintos modos de adhesión. Determinados grupos hicieron una lectura política de los acontecimientos expresada de modo simbólico o mediante un discurso como los vecinos de Vallecas en 1669. Organizados
en corporaciones, éstos vinieron a debatir con don Juan para defender los intereses
de esta localidad proponiéndole en cambio dejar de abastecer a Madrid32. Además,
la composición social o regnícola de las dos marchas que implican a Aragoneses,
Catalanes, Valencianos y Castellanos resulta elocuente33. La matriz textual corrobora la idea. El conjunto de los colectivos de los cuales don Juan se autoproclama
el portavoz en sus cartas abiertas refleja la aglutinación de públicos y el cambio de
escala de proyección política: los consejos, los reinos, las ciudades, la nobleza, los
militares, Madrid, los pobres vasallos oprimidos, Dios y España. De esta forma, el
príncipe vincula a la par que individualiza unas comunidades de lectores y núcleos
de agrupación de vertebración identitaria de diferente índole (regnícola, local, social,
28. El duque de Alba y el duque de Osuna utilizan las guerras de plumas para sus propios fines. Así que el duque
Alba tiene copias de consultas relativas al enfrentamiento de don Juan con los validos que difunde o comenta en
cartas manuscritas o impresas, ampliando el lectorado de papeles reservados a los arcana imperii: Archivo del Duque
de Alba, Caja 96.
29. Escaparate de don Babiles para entretenimiento de las Navidades, Barcelona por Esteván Liberos, bne, ms.
2034, ff. 27r–30r.
30. Se encontrará un estudio detallado de los circuitos de difusión en Hermant, 2012, cap. IV. Para un análisis
de los dispositivos de comunicación de don Juan José de Austria, véase: Hermant, 2014, 162–174.
31. No puede el cuerbo ser mas negro, rah, 9/1058, ff. 228r–231v.
32. Maura & Gamazo, 1915, t. II, 25.
33. Don Juan sale de Zaragoza el 2 de enero de 1677 con un número reducido de hombres. En Ariza, la tropa
consta de 6.000 hombres (aragoneses, catalanes y valencianos). En Hita, 18 Grandes, acompañados por 2.000 hombres, se reúnen con el núcleo juanista. Cerca de Madrid, los efectivos rondan los 12.000 individuos procedentes de
todos los reinos. Sobre el episodio de la marcha y la cuestión del reino de Aragón en la crisis política de la minoría de
Carlos II, es importante consultar: Álvarez-Ossorio, 12 (1992): 239–292.
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etc.). El potencial de recomposición identitaria se manifiesta también mediante la
división que don Juan provoca dentro de la mayoría de los grupos preexistentes.
Hay dos noblezas34, los consejeros resultan divididos35, se encuentran jesuitas antinitardistas36, Aragoneses y Catalanes marianistas37, y pecheros valenzuelistas38, etc.
En suma, la eclosión de un movimiento de opinión exacerba las tensiones inherentes a la dimensión plural de los individuos para desestabilizar la jerarquía interna
de los sentidos de pertenencia y producir polarizaciones diferenciadas según los
individuos y los contextos39.
Los textos aragoneses y catalanes juanistas que sintonizan el discurso de la monarquía católica con la defensa de las identidades paccionadas ofrecen un buen
observatorio de las recomposiciones identitarias surgidas al hilo de las polémicas.
Al celebrar la nominación de don Juan como Primer ministro, unos sermones y
relaciones de fiestas perfilan la arquitectura de una España regenerada. En estos
textos, la matriz católica abarca el alegato a favor de los particularismos regnícolas,
induciendo a un replanteamiento interno sobre nuevos pilares, Aragón y Cataluña. Despojada de su tesitura castellano-centrista, la hermenéutica religiosa pierde
el poder deshistoriorizante y desterritorializante que cobró bajo el reinado de Felipe II. En efecto, a partir de Felipe II, la identidad católica asociada con la teoría
del Imperio particular fue concebida con el fin de superar la falta de coherencia
del conglomerado territorial monárquico gracias a su capacidad para disolver los
particularismos40. Ordenadas por una gramática amorosa y supeditadas a una esfera celeste, las relaciones entre los súbditos y el rey remiten a las del pastor con
sus ovejas o del padre con sus hijos de forma que estos intercambios obedezcan a
una lógica de sacrificio recíproco en la que el vínculo con el rey prevalece sobre los
otros en nombre de la salvación41. Pero en nuestro caso las identidades regnícolas
proceden a una captación de los rasgos de la monarchia in ecclesia en beneficio propio. Cifrada en clave espiritual, la marcha de Zaragoza a Madrid se plantea como el
34. La oposición se exacerba bajo el valimiento de Valenzuela en torno al antagonismo de la nobleza de servicio y de la nobleza de sangre, agravado por cuestiones de oportunismo político y clientelismo. El tema de las dos
noblezas resulta recurrente en la publicística. Se puede consultar, entre muchos otros papeles: La nobleza consulta
el oráculo de Jupiter, bne, ms. 9680, ff. 24r–25v. Romance que se cuenta en metáfora de aves, bl, Eg. 567, ff. 73r–74v.
Soneto contra los Grandes de España en tiempo de Valenzuela, bne, ms. 18.211, ff. 22v–29r. Señor Duende Marqués o
Valenzuela, rah, 9/1058, f. 150v. En 1676–1677, el Almirante de Castilla, el Condestable, el marqués de Agropolí, el
de Astorga son antijuanistas.
35. En 1669, el Consejo de Estado y él de Castilla publican consultas para apoyar a don Juan: bne, ms. 8349, ff.
10v–14v y ms. 8349, ff. 134v–135v. En la Junta de gobierno, el marqués de Aytona y Nitardo odian a don Juan mientras
que el cardenal de Aragón y Crespí de Valldaura son juanistas.
36. La correspondencia del General de la Compañía Juan Pablo Oliva da numerosas muestras de las reticencias
de Roma y de unos jesuitas de Madrid frente a la omnipresencia de Nitardo en la Corte: Cartas del padre Jacinto Pérez
al General Juan Pablo Oliva, Archivum Romanum Societatis Iesu, Assistentia Hispanae, Hisp. 92.
37. Contamos con unos ejemplos en la correspondencia del regente del Consejo de Aragón Cristóbal Crespí de
Valldaura con el jesuita Andrés Mendo: Archivo Histórico de la Universidad de Valladolid, Fondo de don Juan de la
Torre Orumbella, leg. 9621, s.n.
38. El arquitecto José de Olmo, protegido por Valenzuela, movilizó a albañiles y carpinteros para vigilar la capital
e impedir que don Juan regresara a Madrid después del fracaso de su encuentro con su hermano en noviembre de
1676. El proceso contra Valenzuela proporciona muchas informaciones con respecto a este propósito: ahn, Consejos
suprimidos, leg. 50.557. Sobre Olmo, véase: Blasco Esquivias, 4 (Madrid, 1991): 159–194.
39. Sobre esta concepción del individuo, véase: Lahire, 1998. En esta perspectiva, los estudios dedicados a
las redes proporcionan muchos elementos: Castellano & Dedieu (dirs.), 1998; Roullet, Spina & Szczech, 2011.
40. Clavero, 1992. Fernández Albaladejo, 1992.
41. Fernández Albaladejo, 2003, 82–104.
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¿Pérdida de España? Epifanía de un espacio público y reconfiguración de identidades 
tránsito milagroso del Pilar a Atocha, facilitando permanentes vaivenes entre patria
espiritual y terrestre que articulan el amor al rey sobre el amor a la patria con antecedencia de la segunda, en términos de fidelidad42. La historia organizada en clave
confesional vuelve a ser la epopeya del pueblo elegido vencedor de las tribulaciones
del tiempo mediante una nueva alianza con un rey pastor desdoblado en las figuras
de don Juan y Carlos II, calcado sobre el binomio Aarón-Moisés:
Pues te allas como niño, Tu Moyses, constituido ya Rey: Aaron tiene ingenio y experiencia. (…) Recibele bien, admitele gustoso, y hazle tu Primer ministro, comunicandole
cuanto se huviere de disponer en la Monarquia (…) Con tu hermano al lado yo te aseguro felicidad y acierto en todo. Ostendam vobis quid agere debeatis. Esto nos prometemos los leales Vasallos y Fieles Aragoneses, con la asistencia de Su Alteza al lado de
la Soberana Persona de nuestro Catolico Rey Carlos Segundo43.
El nuevo mito fundacional combina la autoliberación del pueblo elegido (juanista) con la liberación del rey encerrado en una corte infernal bajo el yugo de su
madrastra y su diabólico valido, para reafirmar el triunfo del ordo amoris conglomerante sobre el amor propio atomizante:
Al poner el pie enjuto en el Retiro, Iordan aunque seco de mayores riesgos, no le miras a Su Alteza custodia y racional arca de mas precioso tesoro que el que guardaba
la del Testamento? Esta ocultaba el Manna que era sombra de la verdad del pan vivo
que baxó de los Cielos; y aquella avia recibido la verdad misma en el cuerpo de Christo
Sacramentado. Las tablas de la ley que Dios inviolable, escrita no en tablas de piedra
sino en la carne purissima del coraçon mas leal, y generoso con el dedo altissimo, que
como ya he provado es el Espiritu Santo. La vara de Aaron que contenia el poder de
un primer Assistente de la suprema cabeça de la Monarquia de Israel encerrava aquella, y esta incluia la authoridad de un hermano del Rey del Español dominio, para obrar
prodigiosos contra enemigos de la fe y en beneficio de los vasallos (…). En imitar al
Dios de amor soberano nuestro monarca Carlos Segundo, y al lado de su real persona
Su Alteza se vincula el buen sucesso de sus operaciones; y se convence el acierto de
la eleccion, porque oy damos al Cielo rendidas gracias, y humildes agradecimientos44.
El nuevo solar catalano-aragonés aparece como el punto de arranque de una
proyección imperial continua consustancial a la defensa de la fe que pasa de la recuperación de Madrid y de la península por la reconquista de los territorios perdidos, hasta liberar todas las tierras sujetas a los heréticos. Unido a su hermano y
con el respaldo de la corona aragonesa, un autor afirma que el rey librado:
42. Relaciones de las solemnes fiestas que la nobilissima y leal Villa de Magallon ha celebrado a la feliz nueva de aver
passado el Rey Nuestro Señor Carlos II (que Dios guarde) a su real palacio de Madrid, desde el Retiro, en compania del
Serenissimo Señor don Juan de Austria, su hermano, Madrid, 1677, rah, 9/33656, n.º 18. Sobrecasas, 1677.
43. Sánchez del Castellar, 1677, 15–16.
44. Costa, 1677, 10–11.
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Castigar[a] la loca fantasia
Del Albigense, y ciego luterano,
Que con fiereza indomita procura
Mantenerse en su secta falsa, y dura.
La obediencia del bravo Lusitano,
Y de Holanda tambien, ver[a] felize;
Del Orbe triunfara [s]u Invicta Mano,
Que nada a [s]u Grandeza contradize:
En quanto del planeta hermoso abraze
La ardente Pyra, y la estremada cuna,
Que llama infeliz muere, si luz naze,
Resonora el Clarin de [s]u Fortuna:
[S]u azero victorioso a ser se aplaze
Fatal eclypse a la Otomana Luna45.
El padre Juan Antonio de Sandoval defiende también el ideario del imperio particular asentado sobre una misma matriz catalano-aragonesa:
La bienaventurança eterna conseguirán los dos mejores hermanos de nuestros Reynos,
que por sus virtudes heroycas merecen el titulo excelente de Dioses ego dixi diiestis &
filii excelsi. Aclamaralos el mundo destruydores de los males comunes, restauradores del
Español Imperio, reparadores de la Patria, a quien illustraran con nuevos triunfos, unidos
con laço indisoluble de amor para el venturoso logro de sus acertadas resoluciones46.
Lo susodicho nos invita a estudiar más cumplidamente cómo la epifanía de un
espacio público original tiende a rearticular las relaciones entre el rey y las comunidades políticas. El carácter coyunturalmente vertebrador de la publicística no solo
induce a la expresión de particularismos identitarios, sino que favorece su toma
en consideración y la constitución de un cuerpo político comunicacional recorrido
por la información, materia de una «nueva España».
Las campañas de opinión de don Juan obligan a sus adversarios a salir a la palestra pública. La amplitud de las guerras de plumas pone de realce un amplio partido
opuesto a los validos que los desacredita, forzándoles a dejar de ignorar a los descontentos. Triunfar en el campo de la polémica resulta primordial en la medida en
que las guerras de plumas desplazan los equilibrios de fuerzas a los libelos y hacen
creer en la evolución tal y como se refleja en el espejo de la publicística. El cambio
de actitud de Nitardo lo ilustra de manera elocuente. Después de una «toma de
silencio» teatral, no tiene más remedio que contestar a regañadientes con una consulta famosa47. Triunfar en el ámbito de la polémica y convencer la opinión resulta
45. Breve relacion de las fiestas y demonstraciones de alegria que se han hecho en la fidelissima ciudad de Barcelona,
1677, rah, 9.3656, n.º 33, s.n.
46. Sandoval, 1677, 15.
47. Copia de una consulta que hizo el señor Inquisidor General, confesor de la reyna nuestra señora respondiendo
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¿Pérdida de España? Epifanía de un espacio público y reconfiguración de identidades 
primordial en la medida en que las guerras de plumas trasladan los equilibrios de
fuerzas a los libelos y hacen creer en la evolución tal y como se refleja en el espejo
de la publicística. Así, las sátiras escenifican unos validos abucheados, ridículos y
débiles sin que la reina pueda cambiar en absoluto la tendencia. Tal impotencia
afianza la impunidad de los juanistas que se aprovechan de la situación para alimentar el temor a un levantamiento general que acaba paralizando al gobierno.
Del mismo modo, los textos polémicos y las marchas se fortalecen mutuamente:
la marcha proporciona la materia del discurso de los libelos que las convierten en
una prueba de la realización de los designios de la Providencia, estableciendo una
dinámica interactiva48. Ahora bien, la irrupción de la publicística como elemento
estructurante del juego político fragiliza el régimen de la autoridad. La palestra pública opone un régimen de la autoridad (por parte de la reina y sus validos) con un
régimen de la persuasión (por parte de los juanistas) que pasa por la impertinencia,
socavando las bases de un régimen absoluto. El recurso sistemático al anonimato
en los papeles de los dos bandos «desautoriza» la autoridad de unos «graves magistrados» cuyos razonamientos escolásticos y referencias a la Biblia se ven ignorados
o desbaratados por la mala fe49. La polémica hace enfrentarse la cultura jurídica
con la cultura escolástica, la cultura nobiliaria con la cultura clerical; entrechoca
el registro burlesco y el registro grave, la difamación y la autoridad de modo que
se convierte en un dispositivo en que las competencias, los saberes y los estatutos
relacionados con estos saberes se reclasifican según reglas que se inventan al hilo
de la pugna.
Además, los juanistas asociaron el arbitrio de la reina con el secreto y el secreto
con la tiranía. Tal asociación aparece claramente en el corpus dedicado al asunto
de Malladas y del garrote mal dado en que el secreto que rodea la ejecución de este
individuo dio paso a la violación de los fueros —Malladas es aragonés— así como
de los deberes del rey justiciero que tiene que pronunciar su sentencia en su consejo50. Al denunciar la opacidad de los arcana imperii, don Juan defiende una supuesta práctica de transparencia con la intención de demoler la coherencia de la red
nitardista. El príncipe abre una grieta en el espacio sacralizado de la polisinodia al
publicar consultas y votos de ministros51. Tales cambios del espacio de circulación
modifican la naturaleza de tales escritos que vuelven a ser subversivos al integrarse
en la polémica y desestabilizar a las autoridades. Basta con oír las lamentaciones
de un nitardista:
a una carta que escribió a Su Magestad el señor don Juan, de Consuegra, en 21 de octubre de este año, bne, ms. 18.208,
ff. 51r–62r.
48. Relacion del viage del Señor don Juan de Austria desde Zaragoza a Madrid, quando Su Magestad le llamó por su
decreto, y la nobleza le asistió a su lado y como partio de Zaragoza sabado a 2 de enero de 1677 y entro a Madrid a 23 del
mismo mes, bne, ms. 18.443, ff. 237r–242r.
49. Se puede comprobar la diferencia de índole de los papeles de cada bando al comparar los dos textos siguientes, respectivamente nitardista y juanista: Memorial en que cierta persona religiosa y celante de la gloria de Dios
delata al Santo Oficio la carta del señor don Juan del 21 de octobre de 1668 escrita de Consuegra a la reina nuestra señora,
bne, ms. 8363, ff. 338r–339v. Sueño del Bosco en que hay que discurrir sobre la materia que contiene, 1669, bne, ms.
18.443, ff. 21r–25r.
50. Representacion a la reyna, bne, ms. 18.208, ff. 26r–31v. Carta en que se discurren las materias presentes sin
pasion ni enojo, sino con verdad y celo, ahn, Estado, Libro 877, ff. 173r–180v.
51. Voto singular de Antonio de Conteras, bne, ms. 8349, ff. 20r–24r.
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¿Como se ha divulgado este voto? ¿Esto es consejo abierto? ¿Esto es juego de niños?
¿Donde esta el secreto y el misterio sagrado de los consejos de España? ¿Donde esta
la gravedad de aquellos autorizados senadores y aparece que aquellos magistrados heróicos se han trocado en matachines y figuras de entremeses pues si ellos profanan sus
deliberaciones que mucho que los Esportilleros los desprecien y quieran dar su parecer?52
Así que el rechazo ambiguo al secreto por parte de don Juan lanza una reflexión
dedicada a la importancia de la comunicación entre el rey y los súbditos lo que
abre paso no sólo a la expresión de particularismos identitarios, sino también a su
toma en consideración y a la constitución potencial de un nuevo cuerpo político
concebido como cuerpo comunicacional recorrido por la información. Unos libelos
alaban la sátira o la «murmuración», imprescindibles en la medida en que revelan
los problemas antes de que degeneren. Al tener un conocimiento intuitivo de las
normas no escritas, el populus se convierte en instrumento para lograr fines superiores. La «opinión pública» y la censura son las dos caras de una misma moneda
sin anterioridad de la primera. En 1676, unos libelistas ponen de relieve las virtudes
de la «toma de palabra» dentro de los límites de la prudencia cristiana, e incluso
de la murmuración53. En cuanto al autor de la Exortacion cristiana, suplica a Carlos
II que, para dar cuenta de las «quejas de los pueblos» y de las «violencias sufridas
por los pobres oprimidos por los poderosos, (…) se establezca un legislador para
avisar a los gobernadores»54. Se trata de institucionalizar un canal para transmitir
las dolencias del vulgus no a trompicones sino diariamente. El mismo año, unos
publicistas proponen hacer de las Cortes la piedra angular de la elaboración de la
decisión política. Estas asambleas constituyen la única institución que representa
fielmente la totalidad del reino y es capaz de presentar de manera exhaustiva las
quejas a los gobernantes. De modo que tienen que ser convocadas y consultadas
con frecuencia. Cada decisión del rey se asemejaría entonces a una decisión justa
tomada por el rey con su parlamento y sus consejos, a partir de los puntos elegidos
por el cuerpo social entero mediante el filtro de las ciudades55. Este ideal de diálogo
nunca interrumpido hace descansar la toma de decisión sobre el consenso de los
pueblos y conduce a unos libelistas a hacer hincapié en la importancia de la validación del populus56.
52. bne, ms. 7787, f. 47r.
53. Vida, muerte y milagros del Mariscal de Ancre Masacorral, Privado de la Reina Madre, María de Medicis y del Rey
Louis XIII su hijo, que es copia de don Fernando de Valenzuela, bne, ms 2034, ff. 61r–73r.
54. «Que con voces lastimeras pidan los pobres un refugio y que constituyais un legislador que avise a los que gobiernan», Exortacion cristiana, ibid., f. 218r.
55. «Son las cortes el antídoto contra las enfermedades publicas por que en ellas los pueblos libremente piden a
los reyes justicia y los sabios y justos suelen concederles mucho atendiendo a sus clamores. Es el reino de las ciudades y villas para que puedan tratar de sus necesidades, participando sus propios negocios y intereses, y todos lo que
toca al universal de la República. En ellas oyen los príncipes sus quejas y dolencias que de otra suerte no llegan a sus
oidos: por este medio se descubren las injurias y robos cometidos contra la hacienda de sus vasallos», ibid., f. 198v.
56. «El peso de los negocios, los debe fiar [el rey]de aquel que (…) tenga mejor semblante y sea mas amado
de los pueblos, mas desinteresado, no negandose a la parte que pudiesse manejar para irse haciendo cada dia mas
capaz y realizando una superintendencia sobre todos, (…) sino que intervenga el consentimiento de sus pueblos»,
ibid., f. 206v.
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¿Pérdida de España? Epifanía de un espacio público y reconfiguración de identidades 
Estas propuestas dejan vislumbrar el advenimiento de una opinión concebida
como instrumento de gobierno, tal y como la ha definido Sandro Landi57. Se trata
de un fenómeno ambivalente, desprovisto de legitimidad en un ámbito vertebrado
en torno al concepto de representación natural del conjunto por una melior pars,
aunque vuelve a ser un componente no bien definido del juego político. Concebida
como «saber del gobierno», la opinión tiene que ser canalizada, filtrada e interpretada por ministros competentes. Pero la opinión es una realidad bifronte. Tiene
una vertiente más inquietante en cuanto arma política. En las guerras de plumas,
la constitución de un público amplio remitió a objetivos pragmáticos58. La contextualización de los libelos, la finalidad que los publicistas otorgan a estos textos concebidos como vectores de acciones políticas en la línea de los trabajos de Christian
Jouhaud59, sin olvidar el estudio de la representación del «público» en los libelos en
relación con el léxico que sirve para nombrarle, muestran que el «pueblo» aparece
ante todo para blandir la amenaza de un tumulto60. Su movilización y la ostentación
de su respaldo proporcionaron armas más aún demoledoras cuando los libelistas
se mostraron conscientes de la emergencia de un espacio polémico con sus propias
leyes. De 1676 a 1677, se nota una progresiva saturación del espacio de publicidad.
Se trata de una captura programada por parte de los libelistas que anexionan cuantos géneros posibles politizándoles. Así que fagocitan la producción del momento
(calendarios, pronósticos, relaciones de fiestas, sermones, sátiras, avisos, geróglifos,
etc.). De tal modo, se esfuerzan por ampliar y fortalecer un público polimórfico en
expansión. Además, los publicistas planifican cada vez más varias recepciones de
sus escritos en función de distintos públicos e integran este hecho en la trama de
los discursos al servicio de su causa. Por último, se destaca una «memoria» de esta
literatura de debate que elabora esquemas a menudo reutilizados como las variaciones sobre el «Padre Nuestro», los «diálogos de los muertos», los «sueños», el
«juego del hombre» o las cartas ficticias. Por eso, tales crispaciones textuales no
tienen sólo una existencia. Tienen efectos acumulativos visibles en el seno de un
arco cronológico amplio. Así que los libelistas se mostraron muy conscientes de
la existencia de un espacio polémico propio y de los poderes de la publicidad. El
autor de la Carta en que se discurre nuevamente de las materias presentes lo expresa
recurriendo a la alegoría:
En el monte Liceo, que esta en Arcadia, había una fuente milagrosa que se llamaba
Agno; la qual si con blandura movían sus aguas con un ramo de enzina, al punto se
levantaba una niebla espesa, congelandose y condensandose en nube, al punto llovia.
El reino, compuesto de sus ciudades y Pueblos, es una fuente propiamente llamada
Agno; porque Agnus quiere decir cordero; y estos por donde oyen la voz por alli se
encaminan: componese de milagrosas aguas, de Grandes, Titulados, Ministros, Cavalleros e hijodalgos: el Pueblo es la enzima; que ya sabe Vuestra Merced es simbolo de
57. Landi, 2006. Catteeuw, 2013.
58. Hermant, 2011, 201–229.
59. Jouhaud, 1985.
60. Sátira, bl, Eg 327, f. 181r. Papel de cierta persona religiosa que se precia mucho de político y estadista, indiferente
y desapasionado, ahn, Estado, Libro 873, ff. 34r–64v.
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los hombres broncos, asperos y duros, como son los de la Plebe: estos movidos con las
voces y persuasiones de este, y de otros discursos semejantes causan tal efecto que
levaban nubes que no solo pueden causar lluvias, sino que arrojen reinos con que se
arruine el mundo61.
Tal concepción instrumental supone un uso demagógico de la palabra. El discurso aparece como una pantalla en mano de las élites para ocultar la defensa de
intereses particulares bajo el pretexto de defender el bien público. Los publicistas quieren actuar con la pluma. Muestran más que demuestran, valiéndose de la
difamación, la amenaza y la burla. Lo esencial permanece oculto para la opinión
común de modo que hay una multiplicidad de públicos que evolucionan al hilo de
las luchas y que se relacionan de manera específica con cada bando. Las interpretaciones y los diferentes niveles de lectura de los libelos no concuerdan siempre,
ni mucho menos. El movimiento de opinión juanista aglutina diversas opiniones y
diversos tipos de adhesión: oportunismo, instrumentalización, adhesión racional,
esperanza mesiánica, etc.
De ahí que el cuerpo político comunicacional que viene conformándose no
corresponde con un diálogo entre el trono y la «opinión». Las guerras de plumas
delimitan un espacio público codificado, donde las opiniones son formuladas, oídas y tienen impacto sólo de manera discriminatoria. Una opinión anónima, independiente de la pugna de los bandos, puede maniobrar para defender sus intereses
e imponer sus vistas. En 1669, los granadinos redactan un conjunto de textos (un
pasquín colgado en la catedral de Granada, cartas de las autoridades de la ciudad
al Consejo de Castilla y un Memorial de Andalucía impreso y divulgado en Madrid)
en menos de diez días62. En este caso, se puede mostrar que don Juan no intervino
nunca en esta producción textual aunque ocupe el centro de los discursos: los escritos granadinos oscilan entre adhesión e instrumentalización. Enseñan que una
opinión anónima, independiente de los intereses de los grandes, puede maniobrar
para defender sus intereses e imponer sus vistas63. Sin embargo, el episodio de la
Chamberga de 1669 muestra los límites de la expresión de las opiniones mediante
las guerras de plumas. Aquí, la salida a la palestra de una palabra impugnativa, la de
los madrileños hartos de las fechorías y pendencias del regimiento, adviene sólo a
través de la instrumentalización de dos protagonistas que se convierten en portavoz ante todo para negociar con la regente: don Juan y a continuación el Consejo
de Castilla. Con este fin, el príncipe recurre a una carta abierta mientras el Consejo
imprime consultas que transcriben las quejas de los informes de la Sala de Alcalde y
Corte. Estas dos entidades autoproclamadas protectoras de los oprimidos se valen
de la denuncia del regimiento a modo de trampolín. La eficacia de los libelos, sean
redactados por quienes sufren las exacciones o por las élites políticas, vuelve a ser
canalizada para afianzar primero la causa de don Juan y depués la del Consejo de
Castilla. Así que una de las fuerzas del movimiento de opinión juanista radica en
61. bne, ms. 8347, f. 112r.
62. Respectivamente ahn, Consejos, leg. 7179, n.º 11 y bne, ms. 2582, ff. 124r–129v.
63. Hermant, 2012, 299–303.
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¿Pérdida de España? Epifanía de un espacio público y reconfiguración de identidades 
su capacidad para absorber descontentos heterogéneos y edificar una caja de resonancia de las opiniones a escala de la monarquía64.
De manera general, no hay una «opinión» unitaria sino diversos públicos heterogéneos con diversos habitus sociales y culturales que conforman distintos registros de creencia. Estos públicos no comparten ni la misma legitimidad, ni el mismo
acceso a la información política o a los canales institucionales, para hacer oír su
voz. De forma simétrica, la publicización procedente de los centros de poder asume
formas diferenciadas y en su mayoría selectivas. Ahora bien, el episodio forma parte de un fenómeno social de mayor amplitud que desestabiliza la monarquía a raíz
del debate, de la contestación oral o escrita, de la llamada al público en nombre de
la representación de los reinos y de una reflexión dedicada a la opinión entendida
como categoría política. Así, la dimensión sistemática e inédita de estas guerras de
plumas nos invita a preguntar si no se entra de este modo en un nuevo régimen
de publicidad. Dicho régimen implicaría el paso de una política de visibilidad orquestada por el poder y dedicada a la prescripción a un espacio disputado donde
impera una falsa transparencia y en el cual las autoridades ya no son invulnerables
sino que salen a la palestra.
Para terminar, cabe subrayar las implicaciones identitarias procedentes de la epifanía de un espacio público, recentrando el análisis en la figura de Juan José. A
partir del imperativo de gubernamentalidad, el surgimiento de un cuerpo político
comunicacional replantea y desdobla la cuestión de la identidad en términos de
articulación de la monarquía y de estilo de gobierno con un desplazamiento al terreno de lo práctico.
Al amparo de la reivindicación de un mayor protagonismo en el gobierno universal por parte de los reinos y de la grandeza, una nueva configuración de España se
perfila a distancias de dos extremos identitarios todavía vigentes: un panhispanismo
austriaco vampirizante y la exaltación de particularismos regnícolas virtualmente
centrífugos y en lucha los unos contra los otros65. Un elenco de textos heterogéneos
se empeña en combinar una defensa de las identidades pactadas, que cobran un
relieve innegable, con una visión unitaria expurgada de todo castellanocentrismo.
En este marco, el arraigo territorial identitario experimenta significativas modulaciones en relación con la búsqueda de una patria communis66.
64. Hermant, 57/2 (2007): 43–70.
65. Botella, 31 (2005): 223–252. Floristán Imízcoz, 2004, 327–354.
66. No significa que la dimensión impugnatoria de las historias regnícolas haya disminuido. Hasta las guerras de
plumas de don Juan contribuyeron a acelerar el intercambio de memorias encontradas que aspiran a la pugna por el
poder el Discurso historico-foral, jurídico-político en orden al juramiento que los (…) reyes de Aragón (salva su real clemencia) deven prestar en el nuevo ingresso de su gobierno y la Defensa histórica por la antiguedad del reyno de Sobrarbe
de Domingo La Ripa, publicados los dos en 1676. Lo que provocó la respuesta del jesuita José Moret (Moret, 1677),
reanudando una polémica empezada en 1665, tanto como estimuló el oportunismo de Antonio Chavier (Chavier,
1686) que se aprovecha de la celebración de las Cortes navarras de 1677, así como tentativas centralizadoras castellanas como la de Pellicer (Pellicer, 1681). Pero sobre este trasfondo de identidades y «contra-identidades» en guerra
por el monopolio del solar hispano o un derecho «hispano» procedente del fuero juzgo o de los fueros de Sobrarbe,
la coyuntura más breve en la que nos ubicamos se caracteriza por tentativas originales para establecer un consenso
que preserve armoniosamente los particularismos sin renunciar a un conjunto integrador. Sobre la escritura de la
historia en la época moderna, véase: Kagan, 2009.
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El relato del secretario de don Juan, Francisco Fabro Bremundan, titulado Viage
de Carlos II a Zaragoza, la deja entrever67. El viaje del rey para cumplir los fueros en
1677 aparece como el desenlace de la marcha de Zaragoza a Madrid, es decir como
la materialización política de la alianza cementada en el Pilar. La trama narrativa
ajusta una visión unitaria de España, tras la escenificación de un soberano que vertebra la comunidad política en cada etapa del camino por Castilla y Aragón, con un
enfoque corográfico. En efecto, el autor restituye el pasado pretérito de cada localidad, siguiendo una lógica arqueológica que parte de la monumentalidad ofrecida
a la mirada con sus diferentes estratos temporales, para hundir al lector en épocas
remotas. Fabro Bremundan era un polígrafo franco-contado políglota apasionado
por la numismática, miembro del círculo de eruditos de Zaragoza que giraba en
torno a don Juan cuando ocupaba el puesto de Vicario general y en sintonía con
las opiniones y los métodos del criticismo histórico que empezaba a afirmarse68.
El recorrido histórico de cada localidad se apoya en fuentes de primera mano y
da lugar a una puesta al día del conocimiento que descarta las fábulas. Las glorias
religiosas, los vestigios de los valerosos celtíberos y la evocación de la reconquista
a partir de trazas materiales proporcionan la trama de la indagación. El reconocimiento de las identidades regnícolas, origen y meta del viaje, y la exaltación de
identidades ultralocales69 permiten desenlazar flujos amorosos responsables de la
milagrosa vertebración transterritorial70. Así que, en cuanto centro de gravedad de
un cuerpo comunicacional renovado gracias a don Juan, el rey es como una patria
communis parecida a la de Gracián en su Fernando el Católico71.
En la vertiente jurídica de los discursos juanistas, el ideario de patria communis
transterritorial encarnado por un rey ubicuo cede el paso a una patria communis
extraterritorial72. Madrid actúa como ciudad-mundo, sustrato de una curia regis que
abarca los reinos materializados por los consejos territoriales. El vigor de los particularismos regnícolas pasa más por un trabajo de actualización que de sanctuarización de los fueros en clave de gubernamentalidad en el que el rey adquiere un
protagonismo medular mientras las Cortes actúan como extensiones de los consejos
vinculándose de manera simbiótica con la metrópoli. Los escritos del Regente de
Aragón, Cristobal Crespí i Valldaura animado por simpatías juanistas, proporcionan una visión complementaria de ambas entidades que contribuyen al equilibrio
del cuerpo político al servicio de la administración real73. Las Cortes reactualizan
los fueros mientras el consejo los interpreta. La distinción tenue entre innovación
y aplicación/adaptación facilita superar las escasas convocatorias de las asambleas
67. Fabro Bremundan, 1680. Sobre este personaje, véase: Lamarque, 73 (1966): 237–244.
68. Orobitg, 2000, 89–115. Sobre el criticismo en la historiografía, véase: Stiffoni, 1989. Villanueva, 2004.
69. Tales identidades remiten al ámbito urbano de la patria chica: Alcalá de Henares, Guadalajara, Tortuera,
Ussed, Daroca, Muel, Zaragoza, Mallen, Tarazona, Agreda, Almenar, etc.
70. Deste este prisma, el relato del paso del reino de Castilla al de Aragón llama la atención. Los súbditos aragoneses entran a Castilla para llevar al rey a Aragón, simbolizando la continuidad de un reino al otro: op. cit., p. 25.
71. «Dondequiera que estuviere Vuestra Majestad es patria común para todos los moradores de dichos reinos»,
Gracián, Baltasar, Fernando el católico, Zaragoza, 1640. Citado en Fernández Albaladejo, 2006: 209.
72. Fernández Albaladejo, ibid.
73. Crespí de Valldaura, 1677.
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regnícolas74. El tratado que Lorenço Matheu y Sanz dirige a don Juan en 1677 para
celebrar las Cortes en el reino de Valencia en la continuidad del cumplimiento de
las de Aragón, aparece en sintonía con el discurso de Crespí que cita a menudo75.
La aclaración de las modalidades de toma del juramento, la acumulación de detalles prácticos extraídos de precedentes históricos y los cortos plazos de la escritura
resaltan el esfuerzo por defender y construir una identidad regnícola valenciana.
Ahora bien, sentado el marco contractual nacido del amor a la patria terrestre compartido por el rey y los súbditos, el protagonismo real adquiere un relieve decisivo
en la creación del derecho foral76. Resulta sintomático el ordenamiento del discurso. El autor no empieza describiendo la identidad regnícola, sino estableciendo la
razón de ser del consejo al rey partiendo de la cartografía semántica de la palabra
«corte». Pasa de las curias romanas a la curia regis, a la corte metrópoli para terminar con las Cortes, equiparadas con Dietas, Asambleas o Parlamentos y definidas
como «la congregación del pueblo universal de todo el Reino llamado por el Rey,
para tratar y resolver lo que conviene al buen gobierno y servicio de Su Magestad»77.
Este enfoque generalista, unitario y funcionalista sugiere una antecedencia, desde
un punto de vista lógico, de la figura del rey sobre unas Cortes asimiladas a una
herramienta para el consejo al soberano complementaria de la corte jurisdiccional
de la polisinodía. Según Lorenço Matheu y Sanz:
enseño a los hombres la necesidad de estos recursos el mismo Dios quando quiso criar,
pues dixo: Faciamus hominem; no hablo en singular, como cuando crió a tierra, los brutos
o las aves, sino en plural, para dejarnos a entender, que en las cosas arduas se necesitan
consejo: no porque su Divina Magestad necesite del, sino para que aprendiessemos que
en los casos de importancia se ha de proceder con madurez, premeditación y acuerdo78.
Asemejando la utilidad al rey, a la utilidad a la república y al bien común79, el
jurista defiende la legitimidad de un rey recién coronado para demorar su ida para
jurar los fueros según lo necesitan las urgencias del tiempo80. En su dedicatoria a
don Juan presenta la reintegración de Cataluña a España como la liberación del
yugo francés, armonizando la defensa de libertad regnícola con la autoría del rey81.
Así que, contenidos y preservados en los engranajes jurisdiccionales, los insuperables particularismos regnícolas pertenecen a un conjunto integrador, nunca disolvente, que tiende a difuminar un planteamiento identitario esencialista, inmóvil y centrífugo en beneficio de otro más jurisdiccional y móvil que mira hacia el
presente. Matheu y Sanz quiere sobre todo insistir en los rasgos específicamente
74. Arrieta Alberti, 1994; 2008.
75. Mateu y Sanz, 1677.
76. Gil Pujol, 2002, 109.
77. Mateu y Sanz, 1677, 3.
78. Ibid., 4–5.
79. «Podemos entender que quanto toca a la utilidad del Rey, como Rey, toca al bien común, y quanto toca al
bien de la República, asimismo», ibid., 249.
80. «Esta obligación se deve entender y siempre se ha entendido de suerte que vaya a jurar lo más aprisa que
los grandes negocios que cargan sobre los ombros reales se lo permitan», ibid., 62–63.
81. Sobre este punto, véase Gil Pujol, 2001, 217–250.
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valencianos, no asimilables ni inferiores a los particularismos aragoneses y catalanes, y hacer compatible la gubernamentalidad de la monarquía con la preservación
de los fueros, tal y como lo había hecho Pedro Calixto Ramírez, a menudo citado
en el tratado del valenciano, con la «regnicolización de la lex regia»82.
Las relaciones de fiestas y los sermones aragoneses y catalanes, ya evocados,
subvierten la identidad de la monarquía católica universal para defender los particularismos regnícolas y encierran diferentes equilibrios de poderes para restaurar
a España. En unos sermones, el reino de Aragón tiene el papel más relevante en la
nueva alianza juanista que salva a España de una pérdida, mientras que en otros le
corresponde a Cataluña o a la Corona de Aragón. Francisco Sobrecasas fundamenta
la monarquía católica sobre el Pilar de Zaragoza, «primera luz de la fe que ilustró
a España (…) de donde salió Su Alteza Serenissima para mejorar la Real Corona»83.
Presenta a los aragoneses como la tribu más insigne del nuevo pueblo elegido, una
tribu de Judá resucitada, que supera a las demás por su amor al rey, su devoción y
su protagonismo en la salvación de España en su marcha a Madrid:
Parece que estampó el Cielo en los passados siglos lo que en el dia segundo de enero
vieron en Zaragoça nuestros ojos. Esse dia el Precursor de nuestra paz, luzero del Austro, dio testimonio de su amor y fidelidad, pues sin detenerle la aspereza e las nieves, ni
el erizo del ivierno, se puso en campaña (…). La nube que guiava al Pueblo, como Astro
de los desiertos de Faraon, y enseñava y dirigia al Pueblo como oraculo de Dios, antes
que se erigiesse el Tabernaculo, descansava sobre el Real estandarte del Tribu de Juda.
Columna nubis semper stabat super vexillum filiorum Iuda, id est in parte illa, ubi castra
metabantur illi, dize el Abulense. Agravio parece se le haze al valeroso tribu de Efraim, de
donde salió el primer Capitan General Iosue, y a quien fió el cielo la superintendencia,
y gobierno de su Pueblo escogido. Tambien se dará por sentido Levi, tribu Sacerdotal,
cuya possession es Dios, ipse Dominus possessio eius est; pero, cessen las quexas de los
demás tribus, que el oraculo del Cielo ha de fixar su solio sobre el estandarte feliz del
tribu de Juda, pues para esta mayor suerte tiene prendas de meritos mayores. Quien
de los tribus fue el primero en servir?84
En cuanto al sermón de Pedro Martir Figueras, opera como una especie de naturalización de don Juan poniéndolo bajo la protección de Raymundo Peñafort,
«estrella catalana» que guía a los fieles vasallos para la redención de España y del
rey-niño:
La tercera estrella benevola en que dicho dia tuvo el Serenissimo Señor, el Señor DON
IUAN DE AUSTRIA, fue una estrella catalana, hija y patrona de esta Real y Nobilissima Villa,
como es nuestro S. Raymundo de Peñafort, pues en su gloriossissimo dia fue quando
entró por Primer Ministro de nuestro gran monarca CARLOS SEGUNDO85.
82. Fernández Albaladejo, 2006, 77.
83. Sobrecasas, 1677, 20 (la numeración es nuestra).
84. Ibid.,19.
85. Mártir Figueras, 1677, 15 (la numeración es nuestra).
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El patrón de Villafranca del Penedés, donde Pedro Mártir pronunció este sermón, cobra un papel decisivo en el éxito del príncipe que entra a Atocha el mismo
día del santo. Apoyándose en unos mismos argumentos, Raimundo Costa afirma
que el santo catalán —raymundo/Rex mundi— es el portero del cielo que abrió las
puertas de su casa (Atocha) al príncipe para que Carlos, otro Rex mundi —un rey
terrestre en vez de celeste—, pueda abrirle las puertas del Alcázar y las de su corazón86. La ambigüedad permanece en cuanto a la articulación de las identidades
alrededor del rey y su hermano: nunca se dice claramente si se trata de una posición de preeminencia o de reequilibrio con Castilla o bien de la reivindicación de
un principio de igualdad para todos los reinos peninsulares (aeque principaliter).
Otra arquitectura y otro tipo de cimiento político se desprenden de una interpretación cortesana de la secuencia, a raíz de papeles castellanos, aragoneses y catalanes que relatan una epopeya libertadora protagonizada por los «fieles vasallos»
procedentes de todos los reinos, en la marcha de Zaragoza a Madrid para salvar al
rey y a la patria87. Asemejada a una «tierra de promisión» o «de regalos» Madrid
vuelve a ser la patria communis del nuevo pueblo elegido de los juanistas:
Tierra de promision es Madrid-Corte abundantissima de regalos; (…) tenia dispuesto el
Cielo para que entrase en ella Su Alteza a pesar de enemigas contradicciones, siendo
guia y caudillo de los leales vasallos, pueblo de Dios escogido88.
El modelo de la familia reconfigura una España estructurada mediante redes
clientelares a partir de la figura de un rey/pater familias desdoblado en Carlos II
y don Juan. La monarquía renace de sus cenizas gracias a un acto voluntario de
amor por el rey y la patria terrestre que conforma la comunidad política en torno
al bastardo regio promovido tanto como campeón como encarnación de los celosos súbditos del rey e «imán» de los corazones:
Quieres acabar de conocer lo mucho que al Señor Don Iuan de Austria deven de amor
estos Reynos? Pues considera la fineza universal con que le veneramos, que este amor
nuestro es infalible consequencia del de Su Alteza. El Aguila de los Evangelistas San Iuan
que bevio rayo a rayo al Sol de Iusticia Christo reclinado en la cena sobre su sagrado
pecho las luces de mayor sabiduria, forma en una epistola este discurso y argumento
para obligar al amor de Dios a sus Discipulos. Nos ergo diligamus Deum, quoniam ipse
prior dilexit nos. Es la causa precisa para amar a Dios, el avernos amado primero Su Magestad. Es un amor piedra imán de otro amor: Magnes amoris amor. (…). ¿Como pues
no an de amar finissimamente estos Reynos al Señor Don Iuan de Austria, quando tan
liberalmente los a beneficiado Su Alteza con tan heroycas obras desde sus tiernos años?
86. Costa, 1677.
87. Ibid.
88. Sandoval, 1677, 10.
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Pero el esquema se complica con el protagonismo de los Grandes —primos del
rey— que se equiparan con el bastardo regio, «a un tiempo rey y vasallo», asemejado a un primus inter pares:
Un Primer Mynistro ha elegido Su Magestad en la persona de S. A. el Señor Don Iuan; y
con esso son todos los Excelentissimos Señores Grandes de Espana son validos. Como
lo han de ser todos, si solo uno es el nombrado? Porque todos essos señores tienen
talentos y meritos, para que tan gravissimo puesto, y para governar un mundo; pero
como reconozen por mirarlo a buena luz, que es S. A. por su sangre, persona, y talentos,
el que mas bien lo merece quando ven que se le ha dado el Talento de tamaña Dignidad, quadan tan gustosos, como si ellos mismos le tuvieran89.
De forma que, al encarnar el pueblo elegido de los juanistas, la nobleza forma
el nuevo zócalo de una España más integrada y recorrida por lazos clientelares. Al
evocar la llegada de los juanistas a Madrid, Juan Antonio de Sandoval escribe que:
Unido hermanablemente el cuerpo de la grandeza cortesana, se logró sin riesgo la entrada de mayor consequencia para estos Reynos. Siendo el Espiritu Santo divino Portero que franqueo las puertas que como buen Pastor dava el primer passo para tomar
sobre sus hombros la oveja perdida de una Monarquia Catholica90.
Al final, nuestro corpus revela diferentes sensibilidades en relación con las identidades forales y pactadas (predominancia de una vertiente jurídica o concepción
más territorial e histórica, reino como pedazo o como solar de España, etc.). Nos
enfrentamos con textos de negociación política que se esfuerzan en canalizar el
equilibrio de las fuerzas en beneficio propio, presionando a don Juan pero conservando una ambigüedad calculada que dibuja un mapa de los posibles. Esta constelación textual abigarrada converge en afirmar lo insuperable de las identidades
regnícolas a raíz de un amor por la patria terrestre91 y en defender las ventajas de
las élites provinciales. No desemboca sobre ningún programa sino que busca una
colaboración interesada con la corona en la que la protesta foral aparece como un
eslabón dentro de estrategias de mayor amplitud92.
En cuanto al gobierno de don Juan cuando primer ministro, se fundamenta
también sobre las especificidades del espacio público que se viene cuajando, alejándose de lo que había caracterizado hasta entonces un estilo español. Las polémicas
89. Costa, ibid., 20 (la numeración es nuestra).
90. Sandoval, 1677, 10. Raymundo Costa asemeja a los Grandes a las piedras del Templo de Salomón reedificado para la gloria de Dios y de España: Costa, ibid., 19.
91. Remitiendo a lo que el Profesor Fernández Albaladejo nombra «nacionismo» (Fernández Albaladejo,
2006, 225–234).
92. En suma, se trata de la gestación de lo que una corriente historiográfica nombró «neoforalismo», pero
con unos imprescindibles matices que permiten escapar del paradigma estatalista. Es decir un «neoforalismo» no
asemejable a un autogobierno, que no implique un repliegue del gobierno central (tomando en cuenta el control de
las insaculaciones por el gobierno central), que varía según los tiempos y los espacios, que no supone uniformismo
a escala del imperio (No existe solidaridad entre los Países Bajos y Aragón por ejemplo) y que consta de diferentes
vertientes (política, económica): Gil Pujol, 2001, 97–116. Álvarez-Ossorio, 2003, 1061–1089.
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facilitaron la toma de conciencia del poder aglutinador de la publicidad, del interés
de un amplio público por las cosas de la respublica y desembocaron en la discreta
reactivación de un ideario participativo de raigambre aristotélica93. Los libelistas lo
escenifican a través de un desencadenamiento mimético de virtudes procedente de
don Juan y que acaba incluyendo a todos los súbditos amantes del bien común. Las
virtudes ya no son incluidas en la persona del príncipe y esparcidas, constituyen
el cimiento de una comunidad política en camino hacia la redención y la superación material de la crisis. El Sueño del Bosco lo ejemplifica. Esta fábula publicada
en 1669, relata como Nauj (anagrama de Juan para don Juan José) liberó a la reina
—España por antonomasia— del monstruo de su valido. Pero este éxito caballeresco no constituye sino el primer eslabón de una reconquista moral individual que
sola permitirá la genuina regeneración de España:
Que ymportara decirme [don Juan José] el haver superado ymposible por la quietud
si se dejasen las cosas como antes estavan, que no baldrian el haver vencido jigantes
monstruosos si no bencemos en nosotros mismos por tontos de la vanidad, intereses,
codicia que son las fieras que continuamente nos estan acavando. Esta victoria, o principes cavalleros, es la que nos falta y alcançada podremos resistir a tan fuertes enemigos
estranxeros que quieren contratar esta corona, y no alcançada seremos vil despejo de
nuestros enemigos, a esta victoria os exorta mi zelo y apenas acabo quando tocando
las cajas en confusa boçeria se hallo guerra, guerra, arma, arma.
Lebantose entonces la reyna con balerosa resolucion: si en esto consiste el rremedio de los males presentes y futuros, yo quiero ser el exemplar primero, empiece el
bençimiento en mi desde luego, mando que se rreforme de criados y gastos superfluos
mi cassa. Lo mismo mando yo en la mia dijo Nauj y juntamente rrenuncio para guerra
contra infieles los gajes que goço en la cruzada. Prosiguieron los principes: pues nosotros despediremos excepto dos, todos los lacayos y rrenunciamos las mercedes y gajes frivolos como de alcaydias y de otros titulos superfluos. Prosiguieron los ministros
pues nosotros tambien renunciamos todos los gajes menos un consejo. Prosiguieron
los criados de la cassa real: pues nosotros contentandonos con solo la honrra de criado
familiares, renunciamos los salarios que por ello goçamos. Prosiguiendo los asentistas,
pues nosotros contentos con que se nos haga una merced moderada, perdonamos
quanto la real hacienda nos deve. Pues siendo eso assi, prosiguio gustossa la reyna: Yo
rreduzco a solo un tributo moderado quantos en el rreyno se pagan94.
Siguiendo una exhortación de don Juan, la reforma moral individual da lugar de
inmediato a resoluciones concretas que mejoran el estado de la monarquía. El sacrificio efectuado por la reina propulsa una dinámica agonística entre los súbditos
que empiezan anteponer el bien común al interés particular encerrándolos en una
93. «No puede el cuerbo ser más negro», ibid.
94. El sueño del Bosco, ibid., ff. 24v–25r. Desde esta óptica conviene notar que un movimiento senequista se
desarolló en torno a don Juan transformándole en foco de proyección de los idearios nobiliarios. La asimilación
coétanea de las figuras de don Juan y Carlos II facilitó difuminar la frontera entre la virtud del príncipe y la de los
cortesanos. Sobre este aspecto, me permito remitir a Hermant, 38 (2008b): 219–242. Sobre la importancia del dar
para el rey, véase Álvarez-Ossorio, 1995, 393–453.
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cadena ininterrumpida que vuelve hacia la reina para relanzar el impulso virtuoso,
amoroso, espiritual y terrestre.
Pero este espacio público en formación resulta ambiguo como lo hemos subrayado de modo que el príncipe oscila entre pedagogía y represión. Don Juan anda
obsesionado con las sátiras y las murmuraciones a la par que sale a la palestra con
el fin de justificar sus medidas políticas gracias a textos impresos de Francisco Fabro
Bremundan o del Padre Manuel Guerra y Ribera. La Visita de la Espera y del Tiempo se imprime a principios del ministerio del hermanastro del rey para explicar la
actuación económica de don Juan y la necesidad de dar tiempo al tiempo en vista
de una mejoría global de la coyuntura95. No resulta tampoco casual que Fabro Bremundan introduzca en España una gaceta, calco de la Gazette de Renaudot, que
resalta la trayectoria europea del príncipe que remite a su carrera política, su entorno y su biblioteca96. Durante la campaña militar desastrosa de Portugal en 1661,
Fabro Bremundan publicó en Madrid una gaceta efímera con el fin de defender el
crédito de su dueño superando el teatro de la guerra y la coyuntura inmediata, lo
que resulta en sí novedoso A finales de 1669, una gaceta antinitardista que relata los
acontecimientos del año desempeña un papel relevante, especialmente mediante
la publicación de consultas y otros documentos de los arcana imperii que cobran
un poder subversivo gracias al paso al impreso. En 1677, Fabro Bremundan edita
otra gaceta efímera con el apoyo de don Juan. Cuatro años más tarde, alcanza el
monopolio real de la publicación de su Gazeta de Madrid97. La pugna por el poder
lanzó también un debate sobre la competencia y la experiencia necesaria al servicio
al rey, en el que los validos de Mariana asumieron el papel de contra-modelos98.
Por último, la reflexión sobre el deber de resistir colocó el amor a la patria terrestre en el centro de la relación entre el rey y sus vasallos. La cuestión del respeto a los
fueros que culminó en 1676 con el debate sobre el Coram quibus99 y las agresiones
materiales y morales que Valenzuela acometió contra el mayorazgo de Castilla100
propiciaron la crispación del particularismo aragonés y el surgimiento de una identidad castellana hasta entonces atrapada entre un movimiento de hispanización
y una tendencia a la provincialización101. Aparece significativo que unos libelistas
equiparen a los castellanos con esclavos o con indios despojados de su patrimonio por un Duende maléfico, que toma los rasgos de varios opresores de la
95. Guerra y Ribera, Manuel, Visita de la esperanza y del tiempo, 1677, bne, ms. 8361, ff. 677r–692r.
96. Kalnein, 1989, 137–154.
97. Sobre el periodismo en España véase Chartier & Espejo, 2012.
98. Dudas políticas y teológicas, bl, Eg 354, ff. 147r–150r.
99. Este fuero fue esgrimido para obligar a Carlos II a irse a Zaragoza con el fín de neutralizar el partido de Valenzuela en el contexto del desastre del pronto retorno de don Juan a Aragón después de la llamada de su hermano
en noviembre de 1676: Discurso historico-foral, jurídico-político en orden al juramiento que los (…) reyes de Aragón (salva
su real clemencia) deven prestar en el nuevo ingresso de su gobierno, Zaragoza, 1676.
100. Aludiendo a Valenzuela y su clientela, un autor afirma que «Sobran muchas evidencias para restituir al
patrimonio las mercedes que injustamente han conseguido los poderosos con malas trazas o los encantos de los
aulicos, queriendo sirva a sus antojos y gustos profanos la sangre de los mas pobres vassallos, y que se conbierta
en sudor de todos los subditos solo en el uso y relajacion con que viven haviendo quedado por este camino tan
exhausto el patrimonio real que le falta caudal para las mas cortas necesidades», Exortacion cristiana, ibid., f. 218r.
101. Thompson, 1995, 177–216.
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¿Pérdida de España? Epifanía de un espacio público y reconfiguración de identidades 
Biblia o de la Antigüedad102. En cuanto a los reinos, y en primer lugar Castilla,
se encuentran reducidos:
a una tissica que los ha secando y los han puesto en estado de phantasmas, o esqueletos para ser terror y aviso y ejemplo de otros porque la hacienda del Rey nuestro señor
que es la sangre que alimenta este cuerpo, la manejan todos infielmente, tratando solo
de hacer propio caudal della con que los militares están enojados, los labradores viendo
que su trabajo y sudor sirve a los deleytes, sirve a los cortesanos diabólicos de Madrid,
desesperados los Grandes y los medianos ofendidos, viendo la mala distribución en
ofensa suya y de Su Magestad. (…) Como puede pues Vuestra Altesa [don Juan José]
callar teniendo a la vista lo referido (…) contra la conservación destos reynos, contra
el honor castellano103.
La importancia de la patria terrestre dotada de una dimensión jurídica, económica y afectiva104 ganó aún más protagonismo cuando, al contrario de Valenzuela, don
Juan apareció como el salvador de Cataluña frente a la amenaza francesa y como el
regenerador de Aragón gracias a unas medidas reformistas, a la aragonización de
su séquito y a la defensa de los intereses de las élites regnícolas en la corte105. Para
Lorenço Matheu y Sanz,
El señor don Juan el Segundo despues de diez años de sangrientas operaciones consiguio glorioso la pacificacion de Cataluña. Vuestra Altesa, siguiendo tan vitoriosas pisadas de este valiente campeon de quien deciende, fue el Iris que serenó la tormenta de
doce años, restituyendo a la obediencia de su padre el Gran Filipo (que goza de Dios) a
Barcelona y casi todo el Principado porque sino es Tarragona, todo lo demas padeció
la opresion de las armas francesas que la triunfante diestra de Vuestra Altesa saco del
con valor jamás imitado106.
En tiempos de desagregación de la monarquía (pérdida de Portugal y de Franco-Condado en 1678, rebelión de Mesina) don Juan proporciona el vínculo supremo
entre los reinos y los vasallos. Tales inflexiones surgidas de la crisis contribuyeron
a estructurar el gobierno económico y reformista del bastardo regio que unos novatores del siglo de la ilustración calificaron de moderno:
Este príncipe, y deve decirse aquí, fue el último de los Grandes Hombres que la Casa
de Austria produjo en España; quando murió, solo tenía cinquenta años. Sus talentos
superiores, su consumada experiencia, su valor, la elevación de su caracter, y su amor
102. Por ejemplo Coplas satíricas sobre la estancia de Valenzuela en Granada, ahn, Estado, Libro 912, ff. 273r–273v.
Exortacion cristiana, ibid., ff. 200v; 203r; 222v–223r. Libro nuevo de la Perdida de España por Mariana, 1676, ahn, Estado, Libro 880, f. 5r; f. 37r.
103. Exortacion cristiana, ibid., ff. 221v–222r.
104. Se encuentra una preocupación similar por una patria material, asimilable a un conjunto de hombres con
costumbres, leyes y recursos económicos, en el manual de educación para Carlos II de Pedro de Salcedo (Salcedo,
1671), en particular en el capítulo V intitulado «Que a los reyes se es debe criar enseñándolos a amar a su patria»:
58–67.
105. Kalnein, 2001, 310–330; Álvarez-Ossorio, 12 (1992): 239–292.
106. Mateu y Sanz, 1677, dedicatoria a don Juan José, s.n.
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a la Patria fueron inutiles a la Nación en los últimos años de su vida; porque no estuvo
bastante tiempo a la frente de los negocios, para poderla restablecer. Era preciso causar
una revolución general en el caracter, y el genio de la Nación, para volverle a dar aquel
alto grado de explendor (…). Esto no se podía hacer en pocos días107.
En vez de hacer la lista de las medidas de moralización y de recuperación material
de los reinos y de la juntas creadas en torno al primer ministro ya bien estudiadas108,
parece más relevante, en nuestra perspectiva, elegir un ejemplo paradigmático que
ilustre el estilo discrepante de la vía española tradicional. La Junta de alivios, requerida por don Juan tras el manifiesto de Torrejón de Ardoz para el «alivio de los
vasallos», proclamaba admitir todos los papeles particulares y apuntamientos de
pueblos y ciudades109. Las ciudades y los particulares podían comunicar sus propuestas a un organismo constituido a este propósito en contraste con las modalidades
acostumbradas que consistían en dirigirse al rey sin haber sido solicitado110. El investigador encuentra la mayor parte de estos textos no sólo en archivos de la polisinodia sino también bajo la forma de hojas sueltas impresas o copias manuscritas
que pertenecen a colecciones de papeles relativas a las guerras de plumas de don
Juan111. El interés no reside en el contenido de los proyectos, bastante tradicional,
ni siquiera en los resultados, ya que la Junta resultó muy efímera. La originalidad
aparece en las dinámicas de circulación que perfilan un espacio de publicidad propio fuera de las redes institucionales y a modo de una caja de resonancia. Así que se
recogen expresiones y argumentos sacados de las cartas abiertas de don Juan (carta
de Consuegra, carta de Torre de Lledó, manifiesto de Torrejón de Ardoz) que proporcionan una trama, la cual alberga la posibilidad de variaciones y desarrollos de
toda índole a la par que reflexiones o lamentaciones extraídas de unos libelos muy
populares como los Tres de la Fama, el Sueño del Bosco, El escaparte de don Babiles o
el Voto de la verdad112.
Lejos de asemejarse a la repetición idéntica de lo mismo, la tentativa de restauración de España en torno al bastardo regio opera una cristalización identitaria
original. Reconstituimos una constelación textual nacida de una profunda crisis,
107. bne, ms. 18.206, f. 132r.
108. Fernández Albaladejo, 2009, 451–478. Kalnein, 2001, 428–480; Sánchez-Belén, 4 (1992): 133–175.
109. Sánchez-Belén, 1 (Madrid, 1988): 639–667.
110. Dubet, 24 (París, 2000): 141–167.
111. Mayer, Manuel, Arbitrio para quitarlos [tributos] en Madrid y que todos los generos entren libres por las Puertas,
Madrid, 1669, bne, VE 47–34. Muñoz de Castillblanch, Antonio, Memorial con ocasion de la Junta que V. M. se ha servido de formar, Madrid, 1669, bne, VE 181–55; AGS, Consejo y Juntas de Hacienda, leg. 1912. Muñoz Suárez, Sebastián,
Memorandum sobre lo que debe discurrir la Junta de Alivios, Madrid, 1669, bne, VE 210–13; ms. 7787, ff. 7r–12r. Parenti,
Alejandro, Breve recopilación del remedio y alivio de esta Monarquía de España, Madrid, 1699, ahn, Consejo, leg. 7179.
Anotaciones políticas a la reforma que dizen haze S. M., 1669, bne, ms. 8180, ff. 71r–74v. Memorial a la Reina Nuestra
señora en que se da modo y forma para quitar los tributos, sin menoscabo de la Real Hacienda y con alivio general de los
vassallos, bne, ms. 6384, ff. 141r–146v. Memorial a la Junta de alivios, rah, 9/7120, n.º 259. El manuscrito 7787 corresponde a una colección de papeles en mayoría juanistas que llegaron a Valladolid durante la primera guerra de plumas
y el manuscrito 6384 es un conjunto de textos juanistas procedente de Aragón. Manuel Mayer es joyero de la corte,
Antonio Muñoz de Castillblanch es regidor de Cuenca y cabildo de Murcía.
112. Respectivamente: ahn, Estado, Libro 1009, ff. 51r–55r. bne, ms. 18.443, ff. 21r–25r. bne, ms. 2034, ff. 27r–30r.
rah, 9/643, ff. 217r–274r.
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¿Pérdida de España? Epifanía de un espacio público y reconfiguración de identidades 
constando de unos 2.000 textos imantados por don Juan sin que logre controlarla
del todo, ni mucho menos. Desde este escenario, se pueden abarcar dos registros
de reconfiguración identitaria que interfieren entre ellos, primero el yacimiento
del discurso de los actores y segundo, la dinámica de la publicística que conglomera
de manera imprevista colectivos heterogéneos. La epifanía de un espacio público
singular tiende a reorganizar las relaciones entre el rey y las comunidades políticas,
dando lugar a una identidad partidista inédita a nivel de la península, así como a
la rearticulación original de particularismos regnícolas preexistentes y a un nuevo
estilo de gobierno. Los textos analizados no son tratados sino textos de combate y
de negociación, a menudo ambiguos que remiten primero a lógicas conflictivas y
después de la llamada del príncipe al gobierno, a lógicas de consenso. Asentado el
amor por una patria terrestre y esgrimidos límites constitucionales al poder regio,
dibujan un mapa de los posibles que pueden concretar o no, y que resalta identidades interactivas y relacionales, arrancadas a un horizonte territorial estrictamente
local y arrimadas a un imperativo de gubernamentalidad. De esta forma, sin ruptura abierta, ni paradigma alternativo, ni voluntad de teorización, un cuerpo político inédito viene plasmándose de manera imprevista y efímera al hilo de la secuencia. El ambiguo alegato por la comunicación política en contra de la opacidad
del gobierno, las trasformaciones coetáneas de ciertas estructuras de intercambio
político, la búsqueda interesada del consenso del público —o el empeño en escenificar el consenso de un público que queda por definir— y la grieta en el régimen
de la autoridad sugieren un desplazamiento de una política de visibilidad orquestada por el poder y dedicada a la prescripción hacia un espacio disputado donde
impera una falsa transparencia y en el cual las autoridades ya no son invulnerables sino que salen a la palestra. Tal plasmación política de la «materia de España»
convertida en cuerpo comunicacional recorrido por la información se instala en
el terreno de lo «práctico» y deja aflorar una identidad colectiva en búsqueda de sí
misma, consciente de la fragilidad de sus fundamentos, susceptible de concretarse de manera original, pero que sigue desenvolviéndose en un marco confesional.
Finalmente, la imagen del «Salomón oblicuo» con la cual Juan Caramuel asoció
a don Juan al dedicarle su Arquitectura recta y oblicua ilustra este momento de intensa autorreflexión113. En esta obra, Caramuel se proponía refundamentar el arte
de la arquitectura sobre bases científicas (matemáticas, geométricas, entre otros
saberes) que integren la percepción del espectador y las distorsiones ópticas para
hacer proporciones perfectas, proclamando el derecho a no obedecer ciegamente
a las autoridades114. La plasticidad racional así reivindicada lanzaba el reto de reconstruir el templo de Salomón115, como intentó hacerlo un don Juan protector de
los novatores, empeñado en restaurar el cuerpo político comunicacional de una
España terrestre y celeste, en el terreno de lo práctico.
113. Caramuel, 1678.
114. Fernández-Santos, 2014.
115. Para Caramuel, el paradigma del templo de Salomón y de la arquitectura oblicua era el Escorial, una temática que encontramos en la publicística juanista para simbolizar la restauración esperada de España como lo hemos
señalado.
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¿Pérdida de España? Epifanía de un espacio público y reconfiguración de identidades 
Excelmo Señor. El haber excusado embarazar a Vuestra Excelencia en las dos últimas ocasiones de Flota, continuaándole las novedades y sucesos de Españañ ha sido juzgar a Vuestra
Excelencia en mayores cuidados, y ser las novedades que se han puesto escribir tan de sumo
desconsuelo, que por no aumentar a Vuestra Excelencia las en que se hallaba, he guardado
llegasen a sus oídos por mejor Coronista; pero ya que me parece veo a Vuestra Excelencia
con mas sosiego, me atrevo a tomar la pluma, para referir algunos sucesos de los que en este
tiempo ha avido, bne, R-38.033.
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HISTORIOGRAFÍA RECIENTE
SOBRE EL REINADO DE MARÍA TUDOR
RECENT HISTORIOGRAPHY
ABOUT THE REIGN OF MARY TUDOR
Alberto Viso1
Recibido: 08/07/2014 · Aceptado: 05/10/2014
http://dx.doi.org/10.5944/etfiv.27.2014.13711
Resumen
A partir de mediados de la década de los setenta surgen en el seno de la historiografía anglosajona una serie de corrientes revisionistas del reinado de María Tudor que alteran significativamente las interpretaciones anteriores. La inclusión de
postulados y datos inéditos generará en las últimas cuatro décadas una completa
reformulación del mito de Bloody Mary que será objeto de una estimulante controversia entre los revisionistas y los continuadores de las líneas historiográficas
precedentes. En los últimos años, además, también han visto la luz diversas monografías que coinciden en subrayar la trascendencia del reinado mariano, no sólo
en cuanto al concepto femenino de monarquía o queenship sino también para el
futuro devenir del reino inglés. La finalidad de este artículo es trazar una panorámica sistemática de las aportaciones realizadas por las diferentes corrientes historiográficas centradas en el reinado de María Tudor, desde los innovadores trabajos
de Pogson y Loach a mediados de los años setenta hasta las monografías más recientes de Duffy, Edwards o Porter.
Palabras clave
historiografía; Inglaterra; siglo XVI; María Tudor
Abstract
Since the mid-seventies a series of revisionists streams have emerged in the bottom of AngloSaxon historiography which altered the previous interpretations significantly. The inclusion of completely new data and assumptions will generate a
complete reformulation of Bloody Mary’s myth which will be the aim of a stimulating controversy between the revisionists and the ones who preferred the preservation of the status quo. During the past few years, several monographs have come
out and have also coincided in underlining the significance of Marian’s Reign, not
only in respect to the feminine concept of monarchy or queenship, but also for
1. Doctorando en Historia Moderna de la UNED.
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the future of the English Kingdom. The aim of this article is to sketch the outline
of a systematic outlook of the contributions made by different historiographical
streams focused on the reign of Mary Tudor, from the innovative Works signed by
Pogson and Loach in the mid-seventies till the most recent monographs by Duffy,
Edwards or Porter.
Keywords
historiography; England; sixteenth century; Mary Tudor
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HISTORIOGRAFÍA RECIENTE SOBRE EL REINADO DE MARÍA TUDOR 
0
Por primera vez en casi cinco siglos, el 17 de noviembre de 2008 se celebró en la
Abadía de Westminster el 450 aniversario de la muerte de María Tudor, primera
mujer que ciñó la corona de Inglaterra como soberana por derecho propio. Hasta
hace relativamente poco tiempo, hubiera sido impensable cualquier tipo de celebración ligada al reinado de la hija católica de Enrique VIII, considerada por la
memoria colectiva inglesa como una las figuras más controvertidas y siniestras de
su historia. La rehabilitación de su reinado es, hasta cierto punto, bastante reciente y se debe en gran parte al esfuerzo que en las dos últimas décadas han venido
realizando eminentes eruditos e historiadores para indagar con mayor precisión
y ecuanimidad en las vicisitudes y circunstancias que envolvieron este reinado de
tan sólo un lustro en el meridiano del siglo XVI. Un par de obras recientes, ambas
publicadas en 2011, rinden buena cuenta al respecto. Por un lado la monografía de
John Edwards, Mary I England’s first Queen2; y por otro, los ensayos reunidos por
Susan Doran y Thomas S. Freeman bajo el sugerente título de Mary Tudor: Old and
New Perspectives3. Leídas conjuntamente, sus páginas introducen una severa rectificación de la consideración que tradicionalmente se había dispensado a algunos
de los perfiles más determinantes del reinado y que afectan a la «form of Christianity» entonces desplegada, a la transcendencia e implicaciones que entrañaba el
matrimonio con Felipe de Habsburgo, o a la propia dimensión política y personal
de la reina y su actuación como monarca.
Ninguna de esas dos obras pueden sin embargo catalogarse como radicalmente
nueva, pues la rectificación y liquidación de ciertos supuestos analíticos que durante
décadas habían articulado el estudio de la materia bajo la elocuente divisa y poderosa imagen de María Tudor como «Bloody Mary», eran una tendencia historiográfica que se venía apuntando en las últimas décadas, especialmente en estos últimos
años. De hecho, tanto Edwards como los colaboradores del volumen coordinado por
Doran y Freeman habían suscrito recientemente una serie de investigaciones que
apuntaban ya en esa dirección. La misma en la que, paralelamente, y desde ángulos historiográficos bien distintos, venían situando sus obras monográficas autores
como Eamon Duffy4, Linda Porter5, Judith M. Richards6, Thomas F. Mayer7 o Anna
Whitelock8, entre otros. Es más, cuando el especialista que más sostenidamente
ha venido dedicando su obra al estudio de María Tudor, David Loades, reconocía
también en fecha reciente la revisión de alguno de sus anteriores planteamientos a
la que le habían inducido los trabajos de Knighton o Duffy, probablemente estaba
cerrando el mejor diagnóstico sobre la magnitud del viraje al que aludimos.
2. Edwards, 2011.
3. Doran & Freeman, 2011.
4. Duffy, 2009.
5. Porter, 2007.
6. Richards, 2008.
7. Mayer, 2000.
8. Whitelock, 2009.
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El mismo ciertamente comenzó a adquirir forma tiempo atrás, a mediados de la
década de los setenta, y más concretamente entre 1974 y 1975, cuando Rex Pogson
vino a poner en tela de juicio buena parte de los supuestos analíticos que una larga tradición historiográfica británica, coronada en las décadas centrales del siglo
por las poderosas e influyentes obras de autores como Geoffrey Elton y Arthur G.
Dickens, había elevado a la categoría de dogma historiográfico9. Incluso algo antes
de que entre 1964 y 1965 Elton y Dickens cerrasen dos de sus textos cruciales, el
primero su England under the Tudors10, y Dickens su English Reformation11, una novedad de cierta profundidad ya se había podido registrar en el panorama de consideración historiográfica del reinado de María Tudor. Vino de la mano de Hilda
F. M. Prescott y se dispuso en clave literaria, con recuperación de una imagen más
humana y trágica de la reina, bajo la innovadora titulación de Mary Tudor, the Spanish Tudor (1941), obra por la que obtuvo ese mismo año el galardón James Tait Black
Prize12. Hubo no obstante que esperar hasta la aparición en escena de Rex Pogson
para que la posibilidad de un cambio de paradigma historiográfico pudiera abrirse
paso, algo que en realidad Prescott ni tan siquiera había pretendido. Su Revival and
Reform abría un tiempo historiográfico nuevo al proclamar, ya de entrada, que el
sentimiento religioso de María Tudor no había sido una manifestación marginal ni
mucho menos impopular desde el momento en que una nada desdeñable parte de
sus súbditos había compartido la sensibilidad confesional de su reina. Pogson era
también consciente de que la persecución religiosa instigada por la soberana había
constituido un error de dimensiones dramáticas para la restauración del catolicismo en Inglaterra, porque había desembocado en la antipatía y rechazo de muchos
de los que en un principio la habían contemplado con aquiescencia y agrado. En
este artículo el autor afirmaba sin reparos que al proceso de restauración del catolicismo en Inglaterra había que atribuirle un innegable triunfo relativo, teniendo
en cuenta que María Tudor representó una de las primeras cabezas coronadas de
su tiempo en asumir el espíritu de la ya gestada e inminente Contrarreforma, y
trasladarlo a todo un conjunto de medidas reformistas —muchas de ellas a la vanguardia de su tiempo— que, a causa de este carácter novedoso y, en cierta medida
«revolucionario», acabaron por truncarse y naufragar definitivamente con el prematuro fallecimiento de la reina y del cardenal Reginald Pole, último arzobispo de
Canterbury católico y líder espiritual de ese catolicismo de línea reformista del que
tanto se había empapado durante su prolongado exilio italiano. Pogson tampoco
dudaba en atribuir a la soberana y al cardenal la responsabilidad de ese fracaso final
debido, en gran parte, a la incapacidad o falta de interés de ambos líderes por dejar
como legado una oposición católica organizada y militante, con un tejido social
9. Pogson, (1974): 249–265; y (1975): 3–20.
10. Elton, 1955.
11. Dickens, 1964.
12. Prescott, 2003. Sobre su figura y obra: Freeman, 2011: 98.
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estable y un liderazgo sólido e incontestable que fuese capaz de frenar la posterior
imposición del pragmático anglicanismo isabelino.
De un modo análogo, y en esos mismos años, Jennifer Loach se mantenía firme
en replicar a quien sostenía que la evidente esterilidad del reinado mariano se debía, entre otras causas, a su incapacidad manifiesta para utilizar la imprenta como
un elemento de extremada conveniencia y valor en la difusión propagandística
del régimen. Loach publica en esa época dos artículos, «Pamphlets and Politics», y
«The Marian Establishment and the Printing Press», en los que argumentaba que
el régimen mariano había instrumentalizado el uso de la imprenta con vigor y efectividad, aunque no con fines meramente propagandísticos, sino como herramienta
indispensable para la difusión de numerosos manuales, libros de sermones, recopilaciones de homilías y, sobre todo, del catecismo redactado por Edmund Bonner,
obispo católico de Londres que habían contribuido de modo perentorio a auxiliar
al clero inglés en su ingente tarea de restaurar el catolicismo romano en todas las
parroquias del país13.
Pero es sólo algunos años después cuando todo un auténtico despliegue revisionista se iniciaba con la publicación de una colección de ensayos editados por Jennifer Loach y Robert Tittler bajo el título genérico de The Mid-Tudor Polity, 1540–1560
(1980)14. En ellos, un elenco de destacados especialistas de la era Tudor afinaron
sus argumentos para analizar el reinado mariano con mayor escrúpulo ante lo que
ellos consideraban como simplificaciones y prejuicios derivados de las tradicionales visiones estereotipadas de otras épocas. Sobresale entre ellos el ensayo firmado
por Ann Weikel, quien ponía en entredicho la ampliamente sostenida teoría de
que el Consejo Privado de la reina fuera un avispero de facciones irreconciliables
que pugnaban sin tregua para hacerse con el favor de la soberana y, por ende, con
las riendas del poder. Las consecuencias de este sordo enfrentamiento se tradujeron, según las interpretaciones que habían dominado hasta entonces, en una total incapacidad en la tarea de gobernar el reino inglés, conduciéndolo a sumirse
en la inoperancia y el desacierto más absolutos. A tenor de estas circunstancias,
Weikel mantuvo que el Consejo Privado de María Tudor resultó ser mucho más
competente de lo que tradicionalmente se había juzgado ya que, de hecho, había
sido capaz de emprender con éxito algunas reformas administrativas15 que el reino
venía reclamando desde hacía décadas. El sensato pragmatismo con el que María
Tudor parecía inaugurar su primer año de reinado se reveló cuando resolvió conservar a su servicio a valiosos y experimentados hombres de estado que contaban
en su brillante currículo el haber servido con lealtad y eficacia a los dos monarcas
anteriores. Esta decisión de la soberana, en aras de la estabilidad del reino contribuyó a crear un clima de inicial perplejidad y decepción entre los fieles católicos
que habían permanecido a su lado durante los difíciles y comprometidos años del
reinado de Eduardo VI, pero que carecían de la experiencia, sagacidad y cautela de
13. Loach, (1975) y (1987).
14. Loach & Tittler, 1980.
15. Weikel, 1980: 73.
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los veteranos ministros enriqueños16. Weikel no dudó en defender esta afirmación
apoyándose en la elección por parte de la soberana de las tres grandes figuras sobre
las que se había de sustentar su gobierno: el Lord Canciller Stephen Gardiner, el
Lord del Sello Privado, Sir William Paget y el Lord del Tesoro, Sir William Paulet.
Todos ellos se habían forjado una prestigiosa y amplia reputación como avezados
estadistas en las últimas décadas y, aunque sus lealtades habían ido mutando según fueran las circunstancias impuestas por el soberano que ocupase el trono, conocían y manejaban perfectamente los engranajes de la compleja maquinaria que
componía el estado17.
A pesar de las notorias discrepancias que llegaron a existir entre los dos hombres
fuertes del régimen, Gardiner y Paget, éstas no fueron óbice para que se consensuasen las grandes decisiones de estado que determinarían el rumbo de Inglaterra
en el lustro que ocupó el reinado mariano. Una de las primeras y más delicadas
cuestiones con la que hubo de enfrentarse el Consejo fue la del matrimonio de la
soberana, asunto que trajo consigo algunas discrepancias y tensiones entre los partidarios de los candidatos mejor posicionados. El Lord Canciller Gardiner pronto se
alzó como el principal valedor del matrimonio de la reina con Edward Courtenay,
último descendiente masculino por línea directa de los Platagenet, y representante
de la opción matrimonial dentro del reino. Los partidarios de esta boda «nacional» desestimaron desde un principio la candidatura del pretendiente extranjero,
Felipe Habsburgo, por el creciente temor de que Inglaterra se convirtiera en un
reino satélite del imperio de los Austrias y se viera envuelta en los interminables y
ruinosos conflictos bélicos que Carlos V mantenía en diferentes y alejados frentes
con el fin de salvaguardar la unidad de su patrimonio18. La alternativa del matrimonio imperial fue bien considerada por William Paget y finalmente acatada por
el canciller Gardiner quien acabó por considerarla como la menos perjudicial para
la estabilidad política del reino. Este casi forzado consenso, en uno de los más cruciales asuntos del reinado como era el matrimonio de la reina, aleja, según Weikel,
el fantasma de un Consejo dividido e inoperante. La autora también mencionaba
que el gobierno de María Tudor no podía ser absurdamente responsabilizado ante
la historia de las calamidades y desastres naturales fruto de la adversa climatología
que azotó las Islas Británicas en los últimos años del reinado, y cuyas consecuencias más inmediatas fueron una concatenación de pésimas cosechas que sumieron
trágicamente al pueblo inglés en terribles hambrunas, epidemias y resentimiento19.
Junto a ellos, y en otro ensayo perteneciente a la misma obra, C. S. Davies proponía una interpretación diferente del conflicto bélico que estalló en 1557 entre
España y Francia y en el que Inglaterra se había visto inmersa por su alianza con
16. Loomie, 1963: 15–17.
17. Algunos de estos veteranos ministros llegaron a formar parte del Consejo de Isabel, como por ejemplo, veterano Sir William Paulet, quien siendo ya octogenario permaneció en su puesto como Lord del Tesoro en el nuevo
gobierno protestante. David Loades ha dedicado una monografía a este relevante hombre de estado que sirvió con
eficacia a cuatro de los cincos monarcas de la casa Tudor: Loades, 2008. También: Houlbrooke, 2010: 210–212.
18. Rodríguez Salgado, 1992: 127–131.
19. Weikel, 1980: 72–73.
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la Monarquía Hispánica20. Lo que la historiografía tradicional había considerado
como el mayor fracaso militar y político de María I, cuya inmediata consecuencia
se había traducido en la pérdida de Calais21, fue reinterpretado por Davies como
una iniciativa a la que una importante parte de la aristocracia inglesa se sumó con
entusiasmo para cicatrizar las heridas abiertas por las divisiones políticas y religiosas surgidas desde el advenimiento al trono de la hija católica de Enrique VIII. De la
misma manera, el autor señalaba que los ingleses valoraron su participación en la
guerra franco-española como una ventajosa manera de frenar la creciente expansión que la reforzada monarquía de los Valois había comenzado a emprender por
la frontera norte, lo que indudablemente pondría en riesgo permanente la fluidez
de las comunicaciones entre Inglaterra y el continente.
Sobre este trasfondo, y algo después, ya en 1986, Jennifer Loach edita un libro
basado en su tesis doctoral, Parliament and the Crown in the Reign of Mary Tudor,
en el que se realiza una profunda revisión del papel que el Parlamento jugó en el
reinado mariano. Loach echaba en el mismo por tierra la teoría de que María Tudor había mantenido unas tormentosas relaciones con los sucesivos parlamentos
reunidos a lo largo de los cinco años de reinado y afirmaba que la soberana había
manejado con destreza y talento todas las armas a su alcance para vencer algunas
de las reticencias que el Parlamento había mostrado en la toma de ciertas decisiones de estado cruciales. En este trabajo también se cuestionaba si la guerra contra
Francia había sido, contradiciendo a algunos historiadores como Elton, el «desastre final» que ponía la puntilla al ominoso reinado de la ya conocida como Bloody
Mary. Loach trata de demostrar documentalmente que la reina había sido apoyada mayoritariamente por su último Parlamento reunido en enero de 1558, y que
las debates de entonces se habían centrado más en la expulsión de los ciudadanos
franceses del territorio inglés y de tomar medidas concernientes a la defensa de la
costa sureste ante una eventual invasión francesa, que en la propia recuperación
de la plaza de Calais22.
Algunos años antes de la publicación del libro de Loach, en 1983, Robert Tittler
se había revelado como un revisionista más cauteloso en su volumen titulado The
Reign of Mary I23. Como logros destacados del régimen mariano, Tittler subrayaba,
entre otros, el progreso que se había realizado en el refuerzo del control real en la
periferia del reino, la modernización de una estructura fiscal medieval ineficaz, que
hubo de llevar a cabo con medidas como la reforma monetaria y la de la administración financiera en sí misma. Asimismo, señalaba que el impulso que durante este
lustro se dio a la marina mercante se había traducido en una considerable ampliación tanto de las rutas como de los intercambios comerciales y en una reforma del
sistema tributario de aduanas. Para Tittler también existieron sombras en el reinado de María Tudor que, de alguna manera, ocultaron la aparente buena gestión
20. Davies, 1980: 137–156.
21. La pérdida de Calais, último bastión del imperio angevino en el continente supuso un trauma nacional para
los ingleses que valoraron más su herido orgullo que el oneroso coste económico y militar de la plaza, que ni tan
siquiera compensaba el posible valor estratégico que aún pudiese tener.
22. Loach, 1986: 159–171.
23. Tittler, 1983.
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en esas facetas ya mencionadas; ejemplos claros son la equivocación evidente de
la iglesia mariana en optar por la vía de la represión, lo que sólo arrastró división e
incertidumbre; el resentimiento creado por el matrimonio español, y otros retrocesos destacados que se produjeron sobre todo en los dos últimos años, algunos de
ellos fruto de los desaciertos y de las desgracias personales de la propia reina.
Tittler concluía su trabajo realizando una reivindicación sobre el legado político que María dejó a Isabel, y que a juicio del propio autor, estuvo constituido por
numerosas medidas reformistas de carácter económico y social, la expansión del
comercio ultramarino, la organización militar, el impulso a la marina —no sólo
mercante sino también a la de guerra— y la necesaria reforma monetaria para
alcanzar una relativa estabilidad fiscal. Tittler aseveraba que Isabel Tudor fue lo
suficientemente audaz para adoptar estas medidas como propias y deshacerse del
indeseable lastre que suponían los dos pilares sobre los que se edificaba el régimen
de su antecesora: la alianza con España y la restauración del catolicismo romano.
Pese a todo, en ese momento no hay quizás un texto más determinante que consolidase el viraje historiográfico sobre el reinado de María Tudor que el de Christopher Haigh, quien recopilaba en un volumen con el revelador título The English Reformation revised24, una serie de ensayos altamente significativos en el que él mismo y
un grupo de conocidos tudoristas de la talla de R. H. Pogson, Gina Alexander, D. M.
Palliser, Ronald Hutton o Stephen Lander repasaban diferentes aspectos del reinado
de María Tudor, desplegando todo un compendio de postulados revisionistas cuyo
testigo sería recogido por las nuevas generaciones de historiadores surgidas en las
dos últimas décadas. En las contribuciones de Alexander, Palliser o el propio Haigh
se percibe claramente un desafío a la escuela tradicional de A. G. Dickens cuando
se pone en entredicho la teoría de que la restauración católica mariana había sido
un proyecto predestinado a ser un estrepitoso fracaso. La idea general compartida por estos tres historiadores es que el catolicismo, entendido como la manera
tradicional de vivir la fe, había pervivido entre los ingleses a pesar de las sucesivas
reformas religiosas de Enrique VIII y Eduardo VI, y que en 1553 todavía existía un excelente sustrato para que germinase con éxito la semilla de la restauración católica.
Haigh llegó a afirmar que los últimos años del reinado de María Tudor no habían
sido el revulsivo truculento para la posterior victoria del protestantismo de 1559,
pero sí una continuidad para que la fuerza del catolicismo se hubiese consolidado.
Haigh concluía su tesis sosteniendo que algunas de las medidas adoptadas por la
política religiosa mariana habían contribuido de manera perentoria a vigorizar el
sentimiento católico de todo el país.
2
La línea abierta por Pogson, Loach, Tittler y Haigh no significaba sin embargo que
a esas alturas pudiera darse por finiquitado el molde historiográfico forjado por
24. Haigh, 1987.
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Dickens o Elton en el que se acentuaba la reaparición del catolicismo como un factor desestabilizador. Es más, algunas de las monografías entonces publicadas continuaban en la senda de presentar a María Tudor como una tragic figure envuelta
en un destino cuyas circunstancias personales la abocarán a un dramático final.
Uno de los más destacados continuadores de la corriente tradicionalista es, sin
duda, Jasper Ridley, quien en 1973, cuando todavía no se había iniciado el debate
revisionista de manera efectiva, publicaba una monografía dedicada a la reina inglesa con el título Life and Times of Mary Tudor25. Ridley no dudaba en acentuar la
ferocidad y extrema crueldad de las persecuciones emprendidas contra los protestantes y la obsesión de la reina por devolver a Inglaterra al seno del catolicismo.
En su razonamiento la restauración de la old religion había traído consigo los omnipresentes temores y prevenciones que la nueva reina y su gobierno percibieron
ante conjuras pretendidamente urdidas tanto por el elemento protestante exiliado
en el continente como por la disidencia religiosa que salpicaba principalmente el
suroeste del reino. Del mismo modo que Dickens o Elton, Ridley aseveraba con firmeza que el matrimonio español había resultado ser una decisión tan equivocada
como la pertinaz pretensión de María Tudor por uniformizar confesionalmente
el reino. Las dramáticas consecuencias que este vano empeño arrastró consigo no
tardaron en manifestarse en forma de un sentimiento nacionalista exacerbado y
una creciente xenofobia que no sólo se extenderá a la monarquía hispánica, sino
también a todo el universo católico. Para Ridley estas dos circunstancias formarán
parte esencial de la identidad nacional inglesa durante largo tiempo:
Her policy of bringing back the papal authority, and her marriage to Spanish prince,
aroused the nationalistic prejudices and xenophobia of the English people; she failed
completely to deal with inflation and rising food prices; she involved England in a unsuccessful war and lost Calais; and the co-religionist and personal Friends of her victims
came to power after her death and gained control of the means of propaganda. For these
reasons, her name was remembered with horror by many generations of Englishmen26.
Algunos años después de la publicación de la obra de Ridley, y coincidiendo con
la apertura del debate revisionista en la segunda mitad de la década de los setenta,
Carolly Erickson publica una de las monografías de María Tudor que ha contado con mayor popularidad y divulgación en los países anglosajones, Bloody Mary
(1978) que a pesar de su elocuente título se mantiene prudentemente dentro de
una vía intermedia27. A pesar de sus esfuerzos por trazar una imagen imparcial de
la reina inglesa a lo largo de todo la narración, la autora no esgrime argumentos lo
suficientemente sólidos que ayuden a desmontar la reputación histórica de su biografiada. La historiadora americana alega que las enérgicas y virulentas reacciones
de las que María Tudor hizo ostentación como monarca habían sido producto no
sólo de una trágica existencia transcurrida, casi en su totalidad, en medio de una
25. Ridley, 1973.
26. Ridley, 1973: 216.
27. Erickson, 1978.
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insufrible zozobra, sino también de la propia brutalidad y fanatismo tan característicos de la época en la que le tocó vivir. La simpatía rayando en compasión que
Erickson sentía por la persona de María Tudor resulta innegable, y esa debilidad en
su capacidad de análisis constituye la principal razón para que transmita al lector
cierta falta de rigurosidad y compromiso.
Justamente, debatiéndose entre la visión tradicionalista y un tímido revisionismo se venía a situar David Loades, historiador que ha dedicado la mayor parte de
su obra a analizar la controvertida figura de María Tudor dentro de un contexto de
mayor reconocimiento por su legado y por su propia persona. Cuando todavía no
se había encendido la mecha del debate revisionista, Loades intentó desmarcarse
de las proposiciones más conservadoras de su mentor, Geoffrey Elton, con una tesis
doctoral que más tarde se publicó como libro con el título Two Tudor Conspiracies
(1965)28. En este trabajo, el autor rebate el argumento de la esterilidad del reinado
mariano, para dar paso a una visión más objetiva y menos mediatizada del mismo.
Loades incidió en la fortaleza demostrada en estos difíciles cinco años por la Corona inglesa que a pesar de estar por vez primera en manos de una mujer, logró salir
airosa de varias tentativas de desestabilización. María Tudor logró neutralizar al
elemento protestante que había entronizado ilegítimamente a Jane Grey y un año
más tarde aplastó la rebelión encabezada por Thomas Wyatt que había osado liderar
a los descontentos con las fatídicas consecuencias que el matrimonio español de la
soberana podía acarrear para Inglaterra. Por encima de todo Loades consideraba que
el reinado de María Tudor fue ante todo, el mejor legado de «educación política»
que su sucesora pudo tener, y lo condensaba en una frase memorable: «Survival
may have been the art of the possible, but success was the art of aceptable».
En la primera monografía que Loades dedicó exclusivamente a la reina inglesa,
Mary Tudor, A Life (1989)29, enfatizaba la fragilidad emocional de la soberana, a la
que creía profundamente traumatizada por los desdichados acontecimientos que
habían ido jalonando una existencia marcada por el desamor, la humillación y la
angustia permanente por perder la vida. En una de sus obras más recientes, que lleva
el significativo y revelador título de Mary Tudor, the tragical history of the first Queen
of England (2006)30, Loades no duda en diagnosticar el origen de la desgracia que,
según él, había perseguido a la primogénita de Enrique VIII a lo largo de su vida:
Mary’s real tragedy is that, like her own mother, she was born to be a royal consort,
the pious and dutiful wife of a powerful King. Instead she found that God had given
her the onerous duty of ruling a realm31.
En el periodo comprendido entre la publicación de su primera monografía sobre
María Tudor, en 1989, hasta la última de sus obras dedicada a la soberana inglesa,
Mary Tudor (2012), Loades confiesa que su visión general sobre el personaje no ha
28. Loades, 1992.
29. Loades, 1989.
30. Loades, 2006.
31. Loades, 2006: 12.
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sufrido prácticamente ninguna variación, pero sí ha ahondado más en el relevante e influyente papel político que su esposo, Felipe de Habsburgo, jugó como rey
consorte de Inglaterra. Una inmensa parte de la impopularidad del reinado se debió, según Loades, a la excesiva españolización del mismo, aunque su reina jamás
pusiera un pie fuera del país. La conclusión de Mary Tudor, the tragical history of
the first Queen of England, no puede ser más esclarecedora a este respecto:
If Mary’s failure can be attributed to a single factor, it was that she and her regime
were seen as insufficiently English. This was ironic, as she had never set foot outside
England, but the combination of a Spanish mother, a Spanish husband, and a cardinal
archbishop who had spent twenty years in Italy, the allegiance to a foreign pope and
dependence upon and imperial protector was all simply too much for her insular subjects. They were accustomed to rulers who defied Europe, in arms or in faith, and no
desire for the safety of a Habsburg embrace and a Universal Church32.
Aunque Loades admitía que no todos los fracasos acaecidos durante esos cinco
años podían ser achacados a la reina en persona (su falta de descendencia o las calamidades climatológicas que envolvieron gran parte del reinado), sí la responsabilizaba de errores y debilidades que erosionaron su acción de gobierno y su memoria.
Entre los fatales desaciertos del gobierno de María Tudor, Loades citaba la obediencia ciega de la reina a su escrupulosa, pero a menudo equivocada, conciencia y su
falta de compenetración y confianza con los miembros más valiosos de su Consejo
Privado. Esto último permitió que el embajador imperial, Simon Renard, influyera
en cruciales decisiones de estado en las que se mostraba totalmente incompetente
y que la arrastraron a cometer dos de los mayores errores de su reinado: la boda con
Felipe de Habsburgo y la reconciliación con Roma, dos aciagos acontecimientos que
han permanecido en la memoria colectiva inglesa como símbolo del entreguismo
de María Tudor a los intereses hispanos e italianos.
La apertura reposada de David Loades hacia las nuevas corrientes revisionistas
lideradas por Eamon Duffy o Charles Knighton se palpaba ya en su anteriormente
mencionada Mary Tudor (2012), una puesta al día de sus trabajos anteriores en el
que el propio autor realizaba la siguiente observación:
It is now nearly twenty years since I wrote Mary Tudor: A Life, and although I have not
changed my mind about her in striking ways, I have rethought aspects of her life and
reign. I have also learned more about Mary’s husband, Philip of Mary’s husband, Philip
of Spain, at this crucial stage of his career. I have benefited recently from collaborations
with Charles Knighton and Eamon Duffy, both of whom have —in different ways—
applied correctives to my established views33.
32. Loades, 2006: 219.
33. Loades, 2012: 6.
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La influencia que las nuevas corrientes historiográficas de corte revisionista
han ido dejando en los trabajos más recientes de Loades se manifiestan en los dos
aspectos en los que el historiador ha tratado de profundizar con mayor interés: la
entronización de María Tudor como primera reina soberana de Inglaterra, y no
como una mera consorte, y el escaso campo de actuación del que dispuso una mujer
limitada por sus firmes convicciones religiosas y, a la vez, dueña de una escrupulosa
e inconveniente conciencia, que se había visto obligada a asumir un rol masculino
para el que no estaba preparada. Para Loades, el primero fue el gran éxito de María
Tudor; el segundo, el indefectible origen de los sucesivos infortunios acaecidos a
lo largo de sus cinco años en el trono.
A principios de los noventa, y sobre ese trasfondo, Eamon Duffy rompía moldes con un riguroso estudio consagrado a la tradición religiosa en Inglaterra entre
1400 y 1580 titulado The stripping of the altars (1992). En él defendía básicamente la
premisa de que el catolicismo tardo-medieval no se encontraba en un estado ni de
decadencia ni de descomposición interna, sino que gozaba de una fuerte y pujante
tradición que se vio violentamente interrumpida por una Reforma que dio al traste con todo un sistema religioso edificado sobre una respetable teología que había
contado con el apoyo mayoritario del pueblo inglés. En el capítulo que Duffy dedicaba a analizar el sentimiento religioso en el reinado de María Tudor, el historiador
trató de aportar una visión distinta pero rigurosa del catolicismo mariano, al que
no dudó en definir como «vital, vigoroso, innovador e incluso imaginativo»34.
La respuesta de Duffy hacia lo que la historiografía tradicional ha venido a denominar como «Marian Reaction» fue contundente y estaba suficientemente documentada35. Para él, la historiografía que representaban eruditos como Dickens o
Elton estaba tan plagada de presuposiciones y limitaciones que no podían resistir
una investigación concienzuda y objetiva del reinado mariano; prueba de ello es
la ya citada magna obra de A. G. Dickens referente a la Reforma religiosa, en la que
únicamente se dedicaban veintinueve páginas al análisis del reinado de María Tudor, según subraya Duffy.
Duffy sostenía que, de entrada, se ha venido omitiendo, quizás deliberadamente, el fuerte apego que la mayoría de los ingleses sentían por muchos de los ritos y
tradiciones de la antigua fe y que fueron restaurados con enorme regocijo popular
a partir de 1553. Su tesis era que ninguno de los virajes confesionales auspiciados
por Enrique VIII y su hijo Eduardo VI habían despertado semejante expectación ni
un apoyo tan generalizado como la restauración católica mariana36. Y reaccionaba
también con determinación ante la aserción de Dickens de que la iglesia mariana
había fracasado totalmente en «descubrir» el espíritu de la Contrarreforma, argumentando que entre 1553 y 1558, poco existía de la denominada posteriormente como
«Contrarreforma», ya que las primeras sesiones de Trento se habían aplazado sine
die en 1552, y no fueron retomadas hasta 1561, tres años después del fallecimiento
34. Duffy, 1992: 524–564.
35. Este término, profusamente manejado en la obra de A. G. Dickens, pretende englobar todos los aspectos
referentes a la política religiosa del reinado de María Tudor.
36. Duffy, 1992: 524.
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de María Tudor y del cardenal Pole. Todos los decretos transcendentes y verdaderamente reformistas de Trento no fueron asimilados hasta la década de los sesenta,
por lo que no es factible que la iglesia mariana se hubiese hecho eco de ellos, aunque
en algunos aspectos Duffy mantenía que se adelantó a los mismos. Así lo afirmaba
en su Fires of Faith: Catholic England under Mary Tudor (2009)37, volumen centrado
en una rotunda defensa de la política religiosa del régimen de María Tudor y de los
logros alcanzados a lo largo del lustro en el que ocupó el trono.
En ese sentido, defendía que uno de los mayores éxitos de la iglesia mariana fue
estar gobernada por un clero extremadamente formado y muy comprometido con
la causa de devolver a Inglaterra al seno del catolicismo. Así, ya desde el inicio del
reinado se habrían acometido una serie de reformas de carácter confesional que
intentaron reinstaurar la fe romana sobre una serie de pilares básicos los cuales,
según sostenía Duffy, formarían la vanguardia de los decretos tridentinos de la
década siguiente. Entre las medidas adoptadas sobresalieron por su innovación la
promoción de una predicación preparada con solidez y eficacia, la utilización de
la imprenta para fines proselitistas y la estimulación a nivel parroquial del culto
católico en todas sus manifestaciones38. Tampoco este libro escapaba a la polémica
suscitada por Duffy en obras anteriores, ya que en él se mantenía, incluso más firmemente, que la iglesia mariana liderada por Reginald Pole había constituido un
modelo para la reforma tridentina continental, llegando incluso a poner en tela de
juicio la opinión generalizada de que las hogueras en las que ardieron varios centenares de personas hubieran sido innecesarias e impopulares. Duffy apuntaba que
el propio John Foxe había llegado a reconocer en The Book of Martyrs que la gran
mayoría de las ejecuciones se habían desarrollado sin incidentes destacados, añadiendo incluso que no se había tenido conocimiento de ningún síntoma alarmante
de desafección religiosa durante estos últimos años de reinado39.
Paralelamente a la publicación de Fires of Faith, Duffy colaboraba además en un
volumen de la colección «Continuum Histories» cuyo cometido era el de atraer a
una nueva generación de lectores hacia los episodios más destacados de la historia
de Inglaterra narrados por estudiosos considerados como clásicos en la historiografía
de su país. Estas peculiares ediciones contaban con la presencia de un historiador
contemporáneo de primera línea que seleccionaba aquellos pasajes más representativos de las mencionadas obras, a los que añadía un prólogo y un comentario crítico
en el que se trataba de poner de manifiesto la debilidad de los supuestos analíticos
sobre los que se sostenían las magnas obras de los historiadores tradicionales. La
elección de Eamon Duffy recayó sobre los capítulos que el historiador victoriano
James Anthony Froude había dedicado al reinado de María Tudor en su obra History of England from the Fall of Wolsey to the Defeat of the Spanish Armada40. Froude
había sido tremendamente crítico con el reinado mariano al que no había dudado
en calificar como una auténtica ruina y una de las peores calamidades que había
37. Duffy, 2009.
38. Doran, 2008.
39. Duffy, 2009: 83.
40. Froude, 1872.
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sufrido Inglaterra en varios siglos. Duffy encenderá la controversia al realizar un
juicio totalmente distinto de la reina a la que considera una figura maltratada y
ofendida a lo largo de casi cinco siglos en los que ha perdurado el enraizado mito
de «Bloody Mary».
Estas innovadoras y atrevidas tesis de Duffy encontrarán su contrapunto en
Bloody Mary’s Martyrs (2001), un nuevo trabajo de Jasper Ridley gestado como reacción a la creciente rehabilitación que la figura de María Tudor estaba experimentando a lo largo de las dos últimas décadas del siglo XX. Utilizando como fuentes
primarias esenciales The Book of Martyrs de Foxe y los testimonios escritos de los
reformadores John Knox y John Ponet, Ridley comparte, desde una visión moderna,
la indignación de estos hombres del siglo XVI por el martirio sufrido por los cientos
de disidentes religiosos asesinados en las hogueras entre 1554 y 1558.
Aunque Ridley llegó a reconocer las manifiestas imprecisiones de la narración de
Foxe, su libro es prácticamente una versión actualizada de la obra del reformador
inglés. Al igual que éste, Ridley se recreó en exceso con la descripción detallada de
los tormentos sufridos por los acusados de herejía en la hoguera y en actuar a modo
de hagiógrafo, a la hora de narrar las dramáticas muerte de los obispos y eminentes teólogos protestantes Cranmer y Latimer. A juicio de Ridley, la incapacidad de
María Tudor para engendrar un heredero fue asumido por la propia reina como un
castigo divino por tolerar la práctica de la «religión herética» en Inglaterra, lo que
determinó la implacable persecución y posterior castigo contra cualquier tipo de
disidencia confesional. El libro se cerraba con una petición del autor, dirigida a los
perseguidores de todos los tiempos, «para que expiasen por los crímenes cometidos por Bloody Mary y sus cómplices»41.
3
Será también en la primera década del siglo XXI cuando vean la luz diversas monografías con el cometido principal de reforzar la imagen de la iglesia mariana como una
fuerza innovadora, llena de energía que había cumplido con notable éxito la difícil
misión a la que se había consagrado. Thomas Mayer ha concentrado gran parte de
su carrera investigadora al estudio de la figura del cardenal Reginald Pole42, a quien
dedicó una extensa monografía titulada Reginald Pole, Prince & Prophet (2000), en
la que no dudaba en considerarlo como una de las personalidades internacionales
más destacadas del siglo XVI. Mayer es uno de los pioneros en investigar a fondo en
los archivos vaticanos y en los de la Inquisición la labor reformadora del cardenal,
previa a su regreso Inglaterra como legado papal y futuro reconstructor del catolicismo en su tierra natal. Es en este volumen donde se concede una importancia vital
al epistolario del cardenal, ya que Pole pasó la mayor parte de su vida escribiendo
especialmente sobre sí mismo, y estos testimonios epistolares no sólo han servido
41. Ridley, 2001: 117–119, 135–137 y 223–230.
42. Hasta el momento, habían sido muy escasas las obras dedicadas por completo a la figura del último arzobispo católico de Inglaterra. El referente más cercano es la biografía de Schenk, 1950.
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de base para trazar un análisis sobre su persona, sino que también han ejercido una
indiscutible influjo sobre las corrientes historiográficas que durante muchos años
han proyectado su interés en examinar la Reforma de Inglaterra.
Mayer se preocupó por presentar lo que él denominaba life as lived es decir, la
vida como se vivió, que en el caso del cardenal inglés fue considerablemente distinta
al life as written, la vida como se escribió, huyendo de esta manera de las posiciones
maniqueas que consideraban a Pole bien un santo o bien un diablo. La monografía
de Mayer se esforzaba considerablemente en presentarnos una visión del indiscutible papel protagonista que Pole había jugado en los diferentes momentos de su
carrera eclesiástica a favor de la Iglesia católica. El que había comenzado siendo un
protégé de su real primo Enrique VIII, acabó siendo su más injuriado enemigo por
haber tenido la osadía de reflejar por escrito en su renombrada De Unita Ecclesiae
su tenaz oposición al deseo del monarca inglés de divorciarse de su legítima reina
y provocar un cisma religioso sin precedentes en Inglaterra. La labor de Pole como
diplomático al servicio de la Iglesia, ejerciendo como gobernador del estado papal
de Viterbo y líder de la corriente reformista del catolicismo fue para Mayer el motivo de una profunda investigación y un detallado análisis, remarcando el hecho
de haber sido uno de los más firmes candidatos a la tiara papal en el cónclave de
1550, en el que no resultó elegido por la diferencia de un solo voto y porque además rechazó enérgicamente realizar cualquier tipo de campaña a su favor entre los
cardenales electores43. La obra tampoco pasaba por alto el papel protagonista que
Pole había tenido como arquitecto de la restauración católica inglesa y su influencia como legado papal ad latere así como último arzobispo católico de Canterbury,
para acabar siendo una víctima del papa Paulo IV y de sí mismo44.
Dentro de este marco común caracterizado por una nueva concepción y análisis de todos los rasgos distintivos que conformaron la peculiar esencia de la Iglesia mariana emerge con fuerza la obra de William Wizeman The Theology and
Spirituality of Mary Tudor’s Church (2006), en la que se pone de relieve el peso que
la propia teología católica, la espiritualidad y las estrategias para reevangelizar Inglaterra tuvieron en la conformación del nuevo estado católico45. El autor analiza
numerosos libros y textos religiosos publicados en el reino inglés entre 1553 y 1558
que subrayan la importancia de los factores mencionados con anterioridad y que
habían permanecido, quizás deliberadamente, olvidados por la mayoría de los historiadores del periodo. Wizeman no duda en comparar la vital trascendencia del
contenido de este material con el del que se publicó posteriormente en la Europa
continental de la Contrarreforma, llegando a conclusiones sorprendentes y sumamente controvertidas.
Según Wizeman, la Iglesia mariana gozó teológicamente de una gran coherencia y uniformidad, y se articuló sobre estos textos que algunos años más tarde sirvieron como base para la gran reforma que urgía emprender en la llamada Iglesia
43. Mayer, 2004.
44. Mayer, 2000: 1–12.
45. Wizeman, 2006.
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Universal46. A pesar de recibir de los dos reinados anteriores un legado plagado de
hostilidad hacia el catolicismo romano, y de tener que convivir en medio de las
complicadas circunstancias económicas y sociales que envolvieron aquellos años,
la Iglesia mariana habría sido, en su opinión, una institución que se distinguió
como una destacada militante de la defensa de la ortodoxia doctrinal y de la espiritualidad, aunque para Wizeman esta militancia habría quedado reducida para la
historiografía más tradicional, en el afán exterminador del elemento protestante,
ignorando que la sensibilidad religiosa de todos los católicos de la época los consideraban como una fuente de corrupción moral y doctrinal que debía desenraizarse de inmediato con los métodos más expeditivos. Para los teólogos marianos
la Iglesia de Inglaterra había sufrido la peor de las muertes posibles, la herejía, y
ante este hecho el deber que debían imponerse era el de devolverla a la vida pero
totalmente purificada y libre de la lacra herética. Esta revitalización eclesial podía
conseguirse a través de una nueva catequización47, de una predicación efectiva, del
reencuentro con la devoción más genuina y sobre todo, con el refuerzo de los siete
sacramentos, principalmente el de la controvertida eucaristía, tan mancillada por
la doctrina reformada48.
También es en 2006 cuando Eamon Duffy y David Loades editen conjuntamente
una colección de ensayos englobados bajo el título genérico de The Church of Mary
Tudor49, en el que especialistas en la época como los ya mencionados Thomas Mayer,
John Edwards y William Wizeman, o los propios editores, se unieron con Patrick
Collinson, Claire Cross o Lucy Wooding. Todos ellos emprendieron la minuciosa
labor de analizar desde diferentes perspectivas la sofisticación teológica y coherencia intelectual de la iglesia mariana50. El principal objetivo de este volumen fue, a
tenor de sus editores, explorar la teología, la práctica pastoral y la administración
eclesiástica de la Iglesia inglesa durante el reinado de María Tudor. No todos los
participantes en la obra compartían los mismos postulados analíticos a la hora de
examinar el legado de la iglesia mariana a la que diseccionan desde ópticas, a veces,
totalmente distintas51. Mientras que Lucy Wooding, en su ensayo The Marian Restoration of the Mass, acentuó el carácter insular del catolicismo mariano y la deuda
que éste había contraído con el humanismo enriqueño de las primeras décadas del
siglo52, el jesuita norteamericano Will Wizeman sostenía su ya conocida tesis de que
la iglesia mariana debía englobarse dentro de los movimientos reformistas católicos europeos que habían comenzado a fraguar la inminente Contrarreforma en el
continente. Wizeman ponía de esta manera en entredicho la célebre aseveración de
46. Uno de los textos que, a juicio de Wizeman, tuvo mayor relevancia fue Spiritual exercyses and Goostly meditations (1557) obra del dominico inglés William Peryn, quien como innovación de corte reformista incorpora una
espiritualidad basada en el cristocentrismo característico de Ignacio de Loyola. Durante gran parte del siglo XVII fue
una obra de referencia de numerosas órdenes religiosas, especialmente femeninas. Cfr. Wizeman, 2006: 3.
47. El primer catecismo dirigido a esta nueva catolización del reino fue obra de Edmund Bonner, Obispo de
Londres, quien sirvió como introductor para el que poco después redactaría Bartolomé de Carranza siguiendo las
directrices marcadas en el Sínodo convocado por el cardenal Pole en 1555.
48. Wizeman, 2006: 245.
49. Duffy y Loades, 2006.
50. Doran & Freeman, 2011: 11.
51. Loades y Duffy, 2006: introduction xv–xvi.
52. Wooding, 2011: 238–239.
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Dickens de que la iglesia de María Tudor «había fallado a la hora de intentar descubrir la Contrarreforma»53. El capítulo que John Edwards aportaba a este volumen se
basaba en la decisiva influencia religiosa que los clérigos españoles habían ejercido
sobre la edificación y estructuración de la restauración católica inglesa. Edwards
reivindicaba la destacada labor de Bartolomé Carranza, consejero y leal amigo del
cardenal Pole, al que había asesorado en temas tan cruciales como la reforma de las
universidades, la formación del clero y la necesidad de convocar un concilio nacional que elaborase, entre otros asuntos, un catecismo que regulara y sirviera de guía
para las buenas prácticas de la fe católica. Carranza será el artífice de los Comentarios sobre el Cathecismo christiano54, obra precursora de los posteriores decretos
tridentinos pero que, en aquel aciago 1559, significó para Carranza, ya por entonces
arzobispo de Toledo, el inicio de un largo y durísimo proceso inquisitorial55.
Ya en esa línea, centrado en la figura y contribución de Bartolomé Carranza a
la labor recatolizadora de Inglaterra, había sido editado algo antes por John Edwards y Ronald Truman, Reforming Catholicism in the England of Mary Tudor: The
achievement of Friar Bartolomé de Carranza, (2005)56. Esta obra colectiva contenía
una selección de doce ensayos, cuyos autores no solamente trataban de arrojar más
luz sobre la incuestionable labor que el dominico español desempeñó durante su
estancia en Inglaterra, sino que también analizaban su directa colaboración con el
cardenal Pole, encajándola dentro del amplio marco contextual del catolicismo de
mediados del siglo XVI. Resulta relevante y sumamente novedoso en este tipo de
trabajos realizados por especialistas del mundo anglosajón que encontremos la colaboración de un historiador español, en este caso la del vasco José Ignacio Tellechea
Idígoras, quien con su amplio conocimiento de la figura de Carranza, ofrece al lector una apasionante aproximación del personaje desde el punto de vista hispano57.
4
Paralelamente, y antes de cerrarse esa década, toda una serie de vías de abordaje para
el estudio de la figura de María Tudor y su reinado se formalizaron mediante las
monografías de Linda Porter, Mary Tudor, the first Queen (2007), Judith M. Richards,
Mary Tudor (2008) y de Anna Whitelock, Mary Tudor, England’s first Queen (2009)58.
Las tres historiadoras coincidieron en destacar como un verdadero hito histórico
el hecho de que María Tudor fuera la primera mujer que ciñese la corona de Inglaterra por derecho propio, alejándola de la trágica y siniestra envoltura de Bloody
Mary con el que ha sido conocida por la historiografía protestante de los últimos
cinco siglos. Uno de los propósitos que parece desprenderse de las tres obras, es el
53. Wizeman, 2006: 251.
54. Editado por primera vez en Amberes en 1558.
55. Edwards, 2006: 201–227.
56. Edwards & Truman, 2005.
57. Tellechea Idígoras, 2005: 21–31.
58. En la edición norteamericana se le ha titulado Mary Tudor, Princess, Bastard, Queen, New York, Random
House, 2009.
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intento de aproximar a la soberana inglesa a la élite de los monarcas renacentistas
que rigieron los destinos de Europa en la segunda mitad del siglo XVI. Porter, Richards y Whitelock presentaban así a la hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón
como el paradigma entre las mujeres de su tiempo, de princesa renacentista en la
que habían confluido relevantes talentos e inusuales cualidades: el conocimiento
de la lengua latina aprendida en su infancia de la mano del humanista Juan Luis
Vives, su sensibilidad musical traducida en su habilidad con el laúd y el canto, e
incluso aspectos de su vida personal, tales como su pasión por la moda, las joyas
y los juegos de azar, lo que entonces conformaban los rasgos más comunes entre
las mujeres de alta cuna de su época. El retrato trazado por Anna Whitelock sobre
María como reina de Inglaterra es el de una soberana pragmática, moderada, con
coraje y diligente en las tareas de Estado, una mujer cuyo éxito como gobernante
estuvo truncado por su prematura muerte, y cuya figura ha sido injusta e innecesariamente calumniada:
Mary called on her subjects [to live in quiet sort of Christian charity] and told them
that further religious change would be settled by [common consent], by act of Parliament. In the midst of popular unrest and fear of change, Mary had responded with
moderation and pragmatism59.
Por su parte, Richards argumentaba que María Tudor podría estar perfectamente
posicionada del lado más humanista e innovador de la Iglesia Católica de su tiempo,
al contrario de lo que pueda comúnmente pensarse. Al igual que Porter y Whitelock,
Richards se alejaba de la tradicional imagen de la reina como una mujer sanguinaria
y fanática para presentárnosla como una soberana que unía una nada desdeñable
inteligencia, una loable capacidad de trabajo y una enorme responsabilidad en las
tareas de gobierno. Para Richards, María supo continuar con éxito la espléndida
imagen de magnificencia proyectada por sus predecesores y que se mantenía sobre
los dos pilares básicos que constituían un gobierno firme y el mantenimiento del
solemne carácter sacro de la monarquía. Richards sostenía también con firmeza
que el matrimonio de María Tudor con Felipe Habsburgo apenas había diluido su
autoridad como soberana ya que otorgó a su esposo el hasta entonces insólito título de rey consorte en lugar de ofrecerle la coronación como rey soberano que él
esperaba, lo que sin duda hubiera implicado desde el principio, una total entrega
del gobierno del reino inglés a los intereses de la Monarquía Hispánica60.
En la misma línea de investigación que Richards, Porter señalaba que durante
el reinado de María I se habían alcanzado importantes y decisivos logros que tardaron cuatro siglos y medio en ser reconocidos por los historiadores dedicados a la
investigación del periodo Tudor. Estas acertadas medidas gestadas durante el lustro
mariano, como la apertura de nuevos mercados en el exterior, la modernización
de la legislación social y económica, la reforma del erario público y la acuñación de
59. Whitelock, 2010: 187.
60. Richards, 2008: 147–149.
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moneda junto con el nuevo Book of Rates61, han sido aceptadas sin reticencias por
la historiografía contemporánea. Linda Porter dejaba constancia de estas y otras
reformas emprendidas o proyectadas por el gobierno de María, pero cuyos méritos
han sido atribuidos, en muchas ocasiones, a Isabel Tudor:
With Philip gone, she must asume full responsibility and work with her advisers to
encourage commerce, improve fiscal management and tackle the question of social
and municipal reform. A number of the improvements she set in motion were developed by the Elizabethan government. But her sister never acknowledged the debt she
owed to Mary.
Tensions in traditional markets encouraged the search for new ones. The great age
of exploration is associated with Elizabeth, but Mary had her own adventurers. When it
became clear that there would be no immediate opening of South America to English
merchants, whatever hopes may have been raised by the marriage to Philip of Spain,
attention turned east. The first expedition looking for a north-easter passage was led
by Sir Hugh Willoughby and paid by Queen Mary62.
Contradiciendo la línea de investigación de influyentes tudoristas de las décadas de los sesenta y setenta como John Guyo Geoffrey Elton63, Porter no dudó en
poner de relieve que la corte de María Tudor, al igual que otras cortes europeas renacentistas de su tiempo, había gozado también de una floreciente e intensa vida
cultural desde los albores del reinado, fruto de la afición de la nueva reina por la
música y el teatro:
Mary’s reign saw achievements that have long gone unacknowledged. Hers was a cultured court, with a strong emphasis on music and drama. Thomas Tallis, one of the
greatest of English 16th century composers, was a Gentleman of Mary’s Chapel Royal,
as he had been in the reigns of Henry VIII and Edward VI. As a lay Singer, she would
have Heard his voice often. Mary was also fond of masques and plays, as she reminded the Master of the Revels in December 1554. Requiring him to provide the costumes
and props for a play by Nicholas Udall. Mary’s love of music and drama was an essential part of her character. These interests provided an important outlet for relaxation.
They were a necessary antidote for the sheer grind of government64.
Y de modo análogo, el epílogo con el que Linda Porter concluyó su libro puede ser considerado como una reivindicación del buen nombre de la reina a la que,
principalmente, la fama y la popularidad de la obra de John Foxe habían relegado
a un humillante y execrable papel en la historia de Inglaterra, según reconoce la
propia autora:
61. Volumen en el que se recogía la legislación concerniente a las tasas e impuestos del reino.
62. Porter, 2007: 369–370.
63. Guy, 1990.
64. Porter, 2007: 369.
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The blackening of Mary’s name began in Elizabeth’s reign and gathered force at the
end of the 17th century, when James II compounded the view that Catholic monarchs
were a disaster for England. But it was really the enduring popularity of John Foxe
which shaped the view of her that has persisted for 450 years. Attempts to soften her
image have been made, but their tendency to depict her as a sad little woman who
would have been better off as the Tudor housewife is almost as distasful as the legend
of Bloody Mary. To dismiss her life as nothing more than a personal tragedy is both
patronising and mistaken65.
5
La colaboración entre esta segunda oleada de revisionistas dio en 2010 como fruto
una vibrante colección de ensayos agrupados en el volumen Tudor Queenship: The
reigns of Mary and Elizabeth, editado por Anna Whitelock y Alice Hunt, y dirigidos
a profundizar en uno de los temas incorporados al debate con mayor perseverancia
y riqueza de matices: el concepto femenino de realeza o queenship como una arriesgada y transformada innovación del kingship masculino66. Destacadas figuras de
esta última generación de tudoristas firman los quince trabajos de este volumen que
contribuye de manera efectiva a modular una nueva aproximación a la monarquía
femenina de la segunda mitad del siglo XVI inglés. Será en este momento cuando el
reino experimente el sucesivo gobierno de dos reinas soberanas que actuarán como
instrumento de una serie de cambios profundos exigidos por esta nueva e insólita
realidad, que no solamente afectarán aspectos meramente políticos sino también a
asuntos tan fundamentales como la nueva organización de coronación, el vestuario
ceremonial o incluso la exhibición pública de los atributos reales propios de monarcas varones. Resulta así fascinante como Alice Hunt y Maria Haward describen
con detalle las profundas alteraciones que las dos reinas tuvieron que introducir en
multitud de ceremonias con tanta raigambre como la investidura de la Orden de la
Jarretera o en el propio ceremonial de coronación, tradicionalmente no adaptadas
para investir a una mujer con todo el poder soberano del reino67.
La mayoría de los historiadores que colaboraban en esta obra colectiva trataban
de dirigir su línea de investigación hacia lo que representó para la Inglaterra del
meridiano del XVI la ascensión al trono de una mujer como monarca por derecho
dinástico y en incidir sobre el valioso legado que María dejó a Isabel, que contribuyó en buena medida a convertirla en referente e icono de la Europa renacentista. A
lo largo de los sucesivos ensayos se procura además evitar los abruptos contrastes
orden político y confesional que existieron entre ambas reinas, para subrayar más el
concepto de realeza que ambas compartieron y del que fueron precursoras. Como
ya sucede en la mayoría de los trabajos de los nuevos revisionistas, la rehabilitación
de la figura mariana se ha convertido en la principal seña de identidad de su línea
65. Porter, 2007: 418.
66. Whitelock y Hunt, 2010.
67. Hunt, 2010 y Hayward, 2010.
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HISTORIOGRAFÍA RECIENTE SOBRE EL REINADO DE MARÍA TUDOR 
investigadora, y así en la misma introducción del volumen, redactado por Whitelock y Hunt, y sugerentemente titulada Partners both in throne and grave, ambas
historiadoras reivindican nuevamente la herencia política que María Tudor dejó a
su medio-hermana como pieza fundamental del éxito de la monarquía isabelina. Y
en la misma línea se incluiría la contribución de Judith M.Richards, que se centra
en la tesis de presentar a María y no a Isabel, como la auténtica normalizadora del
concepto de queenship68.
La profunda reexaminación a la que Richards ha sometido la figura de María
Tudor en todos sus trabajos ha dado pie a que eclosionen otros innovadores estudios como el que Jeri McIntosh aporta en Tudor Queenship, en el que se rebate con
fuerza la tradicional visión de María Tudor como una mujer cuya inestabilidad
emocional y bisoñez en los asuntos de estado la incapacitan para el buen gobierno del reino. Para McIntosh, la nueva reina traía consigo un amplio bagaje en el
arte de gobernar al haber ejercido directamente, durante los seis años del reinado
de Eduardo VI, como magnate y administradora de las extensas propiedades territoriales que le habían sido legadas en el testamento de su padre69. Pese a todo,
esa premisa mantenida por McIntosh sugiriendo la firmeza y efectividad con las
que María ejerció su papel como terrateniente e inmediata heredera al trono no es
compartida por David Loades, quien subraya que la entonces todavía Lady María,
no tomaba ninguna decisión, por intrascendente que ésta fuera, sin la aprobación
final de su primo el Emperador o el consejo de su amigo y aliado Simon Renard,
embajador imperial ante la corte inglesa. Loades avala su tesis con el testimonio
de su también prima, y hermana de Carlos V, María de Hungría, entonces gobernadora de los Países Bajos, y quien en sus intercambios epistolares con el Emperador
le sugiere que la extrema fidelidad de la prima inglesa a su persona, y su condición
de heredera a la corona, la convierten a medio plazo en una extraordinaria baza
para hacer de Inglaterra una fiel y valiosa aliada de la Monarquía Hispánica. De la
estrecha relación entre María y el Emperador también se hacía por lo demás eco el
embajador francés, Noailles, quien con una no disimulada preocupación y recelo
mantiene informado a su rey de los graves inconvenientes que surgirían en caso de
que María accediese al trono y se integrase dentro de órbita de su rival imperial70.
Tan sólo un año después, el hispanista inglés John Edwards publicaba la que,
hasta el momento, ha sido una de las más recientes monografías dedicadas a María
Tudor, Mary I, England’s Catholic Queen (2011), en la que Edwards analiza la figura
de la soberana de una manera novedosa, situándola en su contexto europeo, alejándose así de la tradicional perspectiva insular con la que muchos de su
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