12 Lunes 11 Reportaje Enero 2016 Editor: Elvia Reyna Co-editor gráfico: Sergio Ruiz Lima “Mi Dios así lo quiere” La madre de Joaquín el Chapo Guzman de 87 años sabe utilizar el respeto que su vástago tiene entre vecinos y militares MEXICO.- L a madre de ‘El Chapo’ Guzmán no se esconde. Reporteros del semanario sinaloense Ríodoce la entrevistaron en su casa dos veces durante las últimas semanas, y ahora se reproducen aquí las conversaciones. En ellas se revela una mujer religiosa y aguerrida que, por ejemplo, deja en manos de Dios el destino de su hijo pero toma en las suyas la suerte de un rancho confiscado por la Marina. Así, antes de la captura del líder del Cártel de Sinaloa aseguró: “Mi Dios no quiere que esté preso; por eso él pone los medios para que él salga y el gobierno no entiende eso”. Y consciente de que ‘El Chapo’ es una leyenda, la señora de 87 años sabe utilizar el respeto que su vástago concita entre vecinos y militares: “Por lo pronto –le dijo al marino que custodiaba su finca incautada– quisiera llevarme esos puerquitos que andan por ahí regados”. “¡Por favor, lléveselos!” LA MADRE DE UNA LEYENDA Justo cuatro días antes de la captura de Joaquín El Chapo Guzmán, Consuelo Loera Pérez, madre del capo, había enfrentado a los marinos para exigirles que le devolvieran un rancho asegurado por las autoridades, junto con cientos de cabezas de ganado, pero también para aclararles que estaría duro que atraparan a su hijo. Entonces la señora confiaba en que, al menos en el futuro inmediato, a su hijo no lo tocarían. “Si está libre es porque Dios acomodó todas las condiciones para que se escapara, y por eso anda libre, porque mi Dios así lo quiere”, dijo entonces doña Consuelo. El arresto entonces se antojaba lejano porque, para la gente de Badiraguato, El Chapo, más que un capo, era un mito, como lo era también para los marinos que se dirigían a doña Consuelo como “la madre de una leyenda”. Todo se había iniciado el lunes 4 de enero. Doña Consuelo estaba molesta porque el pasado 10 de diciembre el gobierno le había asegurado su rancho La Lagunita. Durante tres semanas, la señora Loera esperó a que le desalojaran su propiedad, hasta que ya no quiso esperar y, armándose de un valor inusitado, hizo algo que nadie en la sierra se habría atrevido a realizar: enfrentar a los marinos. “Es que me tomaron el rancho, oiga, y no sé por qué razón. Y con todo mi ganado ahí, sin comer y sin beber; Dios guarde se me muere algún animalito, y quién responde por eso”, argumentaba entonces. Un día antes, el domingo 3 de enero, la señora Loera dijo a su gente que iría a reclamar a los marinos, y tanto trabajadores como familiares intentaron disuadirla, pues temían que fueran a agredirla. Fue así que ese lunes, en punto de las 11 de la mañana, doña Consuelo se subió a su camioneta y ordenó que la llevaran a su rancho, cerca de Bacacoragua, para pedir a los marinos, “de buena manera”, que desalojaran su propiedad, la cual no tenía nada que ver con las actividades de su hijo El Chapo, sino que era una herencia de sus padres. En el pueblo, al enterarse de aquella visita, asumieron la decisión con humor, y otros con preocupación; lo cierto es que para cuando doña Consuelo emprendió camino, seis camionetas con al menos 70 pobladores de La Tuna, Huixiopa, El Barranco, Arroyo Seco y La Palma se habían solidarizado con ella y, acarreados o no, la acompañaron. Contrario a su hijo, doña Consuelo no iría armada a enfrentar a los marinos, sólo llevaría su Biblia, la misma que dice haber leído al menos en cuatro ocasiones y de la cual es capaz de recitar pasajes de memoria. Los sierreños, hombres, mujeres y niños, dudaban por su parte que esas cavilaciones divinas funcionaran con los marinos, que tenían fama de violentos y estaban armados hasta los dientes, pero a esas alturas sólo restaba esperar que nada malo ocurriera. LOS LUNES NI LAS GALLINAS PONEN Cuando doña Consuelo Loera y su gente estaban como a 100 metros de arribar al rancho, los marinos se pusieron en guardia, apretaron sus armas, y de un grito ordenaron a los conductores de las seis camionetas que ya no avanzaran, de lo contrario dispararían. Doña Consuelo apretó su Biblia, y los conductores de las camionetas detuvieron la marcha de los vehículos en seco. Por un momento los sierreños dudaron y temieron por sus vidas, y todos se parapetaron en las cajas de las camionetas doble rodada en donde iban. A lo lejos, los marinos corrían de un lado a otro para instalarse en puntos estratégicos al tiempo que preparaban sus armas, pues a simple vista desconocían a qué se enfrentaban. Apenas una semana antes les habían matado a dos compañeros en Angostura, y la nueva orden era ya no confiarse. Doña Consuelo bajó entonces de Tomaron el rancho, y no sé por qué razón. Y con todo mi ganado sin comer y sin beber; Dios guarde se me muere algún animalito... pues ya estaría de Dios”, pero no les durará mucho el gusto CONSUELO LOERA PÉREZ