226 Testimonio sobrino

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XXXII aniversario de monseñor
Romero
Proseguir lo que
Monseñor hizo y fue
Jon Sobrino
La pascua de monseñor Romero sucedió hace 32 años, y hoy nos
preguntamos qué hacer con Monseñor. Es la misma pregunta que se
hicieron los cristianos de la segunda generación: qué hacer con Jesús
de Nazaret.
Jesús fue crucificado hacia el año 30, y unos treinta y cinco años después, Marcos, el primero en hacerlo, editó un evangelio. Para ello recogió tradiciones orales, más lo que averiguó por su cuenta, sobre la
compasión de Jesús hacia las multitudes, sus denuncias a los poderosos, las controversias sobre Dios y su oración al Padre.
Estructuró todo ello en forma de historia, siendo su punto culminante
la pasión que termina en cruz. Con audacia, afirma que Jesús muere
con un grito sin cercanía: “Dios mío, por que me has abandonado”. Y
al pie de la cruz, un pagano, el centurión romano, es quien le reconoce como “Hijo de Dios”.
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Pasado el sábado, unas mujeres van a la tumba para ungir el cadáver.
Se encuentran con que la piedra de entrada está corrida, y con un joven que les dice: “No está aquí. Ha resucitado. Vayan a contarlo a sus
discípulos”. Y el relato termina con estas palabras de nuevo audaces:
“Las mujeres salieron corriendo y fuera de sí; y de puro miedo no dijeron nada a nadie”. Tan sorprendente fue este final que, años después,
hubo que añadir otro más convencional.
Páginas 226. Junio, 2012.
¿Por qué escribió Marcos este “duro” evangelio? Ciertamente, comparte con los otros evangelistas que Jesús es la Buena Noticia de
Dios. Pero como escribe a una comunidad que sufre la persecución
en Roma, insiste en que el cristianismo no es cosa fácil. Es seguimiento de Jesús cargando con la cruz. Y enseña que “perdiendo la vida”
como Jesús, el cristiano “la gana”.
Recordar cómo procedió Marcos puede ayudarnos a hablar sobre
monseñor Romeo hoy. Hay una diferencia importante, pues Marcos
no tuvo biografías y discursos precisos de Jesús, como los que nosotros tenemos de Monseñor. Pero sí podemos aprender de Marcos
a encontrar en Monseñor un cristianismo recio, no lite. Y a dar gran
importancia al final de la vida de Monseñor.
Es lo que intentamos hacer a continuación. Tanto en Jesús como en
Monseñor su relación con Dios y con los seres humanos alcanzó una
profundidad inigualable al final de sus vidas. Por ello, de Monseñor
recodaremos su última carta pastoral, su último discurso, su última
homilía y su último retiro espiritual.
1. Su última carta pastoral. Monseñor, pastor del país
Está fechada el 6 de agosto de 1979, cuando Monseñor ya había hecho un largo camino en una situación sumamente conflictiva. Se veía
venir que la represión iba a desembocar en guerra, como así ocurrió.
Varias cosas podemos aprender todos, pensando sobre todo en las
iglesias, sus miembros y su jerarquía.
a) El título de la carta es “Misión de la Iglesia en medio de la crisis
del país”. Monseñor tomó en serio al país. No escribió un breve
mensaje, sino un texto de alrededor de sesenta páginas. Lo preparó durante varias semanas con un equipo de unas veinte personas bien capacitadas: economistas, sociólogos, teólogos, laicos y
sacerdotes, y personas en trabajo directo con el pueblo. También
envió una encuesta a las comunidades pidiéndoles su opinión
entre otros sobre estos temas: “quién es para usted Jesucristo”,
“cuál es el pecado fundamental del país”, “qué piensa usted de
la conferencia episcopal, del señor nuncio, del arzobispo de San
Salvador”, y tomó en cuenta las respuestas. Tuvo muy presentes
los documentos de los obispos latinoamericanos en Puebla que
acababan de ser publicados. Ciertamente, la opción por los pobres
y la idolatría.
b) En un país que estaba ardiendo, Monseñor “quiso pensar el país”,
sus problemas y los pasos hacia una solución. Con vigor y rigor
analizó y condenó las idolatrías. La primera, la absolutización de
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la riqueza y de la propiedad privada, que condenó como raíz de la
violencia estructural. Hoy en día apenas se habla con seriedad de
esa idolatría ni en la sociedad ni en la Iglesia. Y persiste el silencio sobre el imperialismo capitalista que provoca guerras y crisis
mundiales. La segunda, la absolutización de la seguridad nacional, ejército, cuerpos de seguridad, escuadrones de la muerte.
Son en la historia como el dios Moloch, que, en la mitología, exige
víctimas para susbsistir. Hoy, en formas diferentes, aunque muy
probablemente con las mismas últimas causas, en El Salvador y
en toda Mesoamérica vivimos con la “epidemia del homicidio”, de
10 a 13 al día. La tercera, la absolutización de las organizaciones
populares. En su carta pastoral de 1978 las defendió de forma sorprendente para un jerarca de la Iglesia, pues las organizaciones tenían a todos los poderes, y parte de la jerarquía, en contra. En esta
carta, insiste en el servicio de la Iglesia a las organizaciones, pero
les advierte también de sus fallos y peligros: no caer en idolatría
que se manifiesta en sectarismo entre ellas, poner la organización
por encima del pueblo, manipulación de la religión.
También trató otros graves problemas, como la violencia, que podía llegar a ser legítima, pero que históricamente era fuente de
innumerables males. Y propuso caminos de solución, como el diálogo, no sólo en razón de sus bondades abstractas, sino en base a
su urgente necesidad histórica. Y de todo ello saco una conclusión,
muy novedosa y audaz para la Iglesia: la pastoral de acompañamiento al pueblo sufriente, combativo y esperanzado.
Estas cartas pastorales son hoy beneficiosas y necesarias.
2.Su último discurso. Monseñor, sacerdote y teólogo
de los pobres
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Lo expresa bien lo que dijo en Lovaina en el discurso de aceptación
de un doctorado honoris causa el 2 de febrero de 1980. Empecemos
tres años antes. La semana después del asesinato de Rutilio Grande,
en las reuniones del clero, sacerdotes y religiosas propusieron celebrar, el día del funeral, una misa única en la plaza ante catedral para
mostrar la unidad masiva de la Iglesia, su repudio, su esperanza y
su compromiso. Monseñor solo tenía una dificultad que expuso con
sencillez y claridad: “El sacrificio de la misa da gloria a Dios. ¿No será
empequeñecer esa gloria cerrar las iglesias el domingo?”. Con la misma sencillez y claridad, un sacerdote dijo: “Monseñor, si mal no estoy,
un padre de la Iglesia –se refería a san Ireneo– dijo que “la gloria de
Dios es el hombre que vive”. Gloria Dei vivens homo. Monseñor quedó
sosegado en su espíritu y con decisión y entusiasmo celebró la misa
única. Tres años después, monseñor Romero dijo en Lovaina: “La gloria de Dios es el pobre que vive”. Gloria Dei vivens pauper. Puso en palabra teológica el meollo de lo que era día a día su práctica histórica.
Nadie ha hablado de los pobres como Monseñor. Y pocos los habrán
amado como él.
3.Su última homilía en catedral. Monseñor, a la vez,
hombre, de Dios y del pueblo sufrido
Son muy conocidas las palabras finales de su última homilía en catedral: “¡Cese la represión!”. Recibió el aplauso más atronador en tres
años. Las palabras no necesitan comentario. Solo quiero fijarme en la
argumentación de Monseñor: poner juntos a Dios y al pueblo sufrido.
Exigió a los soldados “dejar de matar” porque hay que obedecer la
ley de Dios, pero antes clamó indefensa y conmovedoramente. “Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos”. Y terminó conminando sin argumentación alguna: “En nombre
de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos
suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les ruego, les ordeno
en nombre de Dios, ¡cese la represión!”.
Para Monseñor en Dios hay ultimidad transcendente total. Y en el pueblo sufrido hay ultimidad histórica: sus lamentos. Los lamentos de los
que sufren suben hasta el cielo. Y Dios sale de su cielo para escucharlos. Razón tenía Ellacuría:
“Sobre dos pilares apoyaba Monseñor Romero su esperanza: un
pilar histórico, que era su conocimiento del pueblo… y un pilar
transcendente, que era su persuasión de que últimamente Dios es
un Dios de vida y no de muerte, que lo último de la realidad es el
bien y no el mal”.
Don Pedro Casaldáliga suele decir: “Todo es relativo menos Dios y el
hambre”. Para Monseñor la ultimidad está unificada: “Dios y el pueblo
sufrido”.
4.Su último retiro espiritual. Monseñor, solo ante
Dios.
Un mes antes de ser asesinado, monseñor Romero dejó escrito un
diario, comenzado el 25 de febrero, con sus apuntes de los ejercicios
espirituales. En ellos abre su alma a Dios, y se lo comunica a su padre
espiritual, Segundo Azcue. Escribe sobre tres cosas, aunque en orden
diverso al que guardamos aquí. Es un texto conmovedor y especial-
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mente importante para conocer lo mejor posible a monseñor Romero
desde lo que más le preocupaba.
a) “Me cuesta aceptar una muerte violenta que en estas circunstancias es muy posible”. Lo escribe solo ante Dios, pero en esos últimos días también habló públicamente sobre su muerte.
“He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirles
que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección. Si me
matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Se lo digo sin ninguna
jactancia, con la más grande humildad. Como pastor estoy obligado por mandato divino a dar la vida por quienes amo, que son
todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme.
Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi
sangre por la redención y resurrección de El Salvador”.
Palabras de total desnudez espiritual.
b) También habló con el Padre Azcue sobre “mi situación conflictiva
con los otros obispos”. El problema era suficientemente conocido.
Con la excepción de monseñor Rivera, el resto de obispos estaban
en su contra. En 1978 escribieron una carta pastoral sobre las
organizaciones populares, contraria a la de monseñor Romero y
monseñor Rivera. Menos conocidas fueron sus dificultades con el
Vaticano, pero en la Congregación de obispos querían destituirlo
como arzobispo. De su primera vista a Juan Pablo II (7 de mayo
1979) salió decepcionado y triste. En su segunda visita (30 de enero 1980) sintió comprensión y cariño. Años antes le hizo feliz la
visita a Pablo VI. “Coraggio”, le dijo el papa. Mencionamos todo ello
porque muestra cuán a menudo monseñor Romero estuvo solo
ante Dios, aunque en Roma también encontró consuelo y consejo
en el padre Arrupe y en el cardenal Pironio. Monseñor Romero debió preguntarse y preguntar a Dios: “Señor, ¿y tu Iglesia?”.
c) Lo que más me sorprendió fue leer su escrúpulo: “No ser tan cuidadoso como antes en general con mi vida espiritual”. Es enternecedor. Va más allá de la psicología y pienso que toca una fibra de
gran finura ante el misterio de Dios. Pocos días después de escribir
esas palabras dijo en su homilía dominical.
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“Quien me diera, queridos hermanos, que el fruto de esta predicación de hoy fuera que cada uno de nosotros fuéramos a encontrarnos con Dios y que viviéramos la alegría de su majestad y de
nuestra pequeñez” (10 de febrero, 1980).
A lo largo de su vida, monseñor Romero se fue empapando de Dios.
Murió empapado de Dios.
***
Así vemos a Monseñor desde sus últimos días: “Hombre de los pobres, hombre de su pueblo sufrido, hombre de Dios”.
Otros lo han dicho mejor y con menos palabras. Un campesino, cuando le preguntaron quién fue monseñor Romero, contestó instantáneamente: “Monseñor dijo la verdad. Nos defendió a nosotros de pobres.
Y por eso lo mataron”. El libro de María López Vigil, Piezas para un
retrato, termina con la historia de un pordiosero limpiando con un trapo la antigua tumba de Monseñor en la primera planta de Catedral.
Le preguntó por qué lo hacía y el pordiosero le contestó: “Porque él
era mi padre”. Y explicó. “Es que yo no soy más que un pobre. A veces
acarreo en el mercado con un carretón, otras veces pido limosna y a
veces me lo gasto todo en licor y paso la goma botado en la calle. Pero
siempre me animo. ¡Yo tuve un padre! Porque a los como yo se echaba
de ver el cariño que nos tenía. Por eso yo le limpio la tumba. Me hizo
sentir gente”.
Recuerdan al Monseñor en vida. Como Marcos, proclaman que monseñor Romero es “una buena noticia”. “Con él Dios pasó por El salvador”, dijo el Padre Ellacuría.
Nosotros hemos hablado de monseñor Romero más desde el final de
su vida, y la reflexión puede parecer sombría. Pero también desde
su final Monseñor ofrece esperanza. Jürgen Moltmann, el teólogo de
El Dios crucificado, escribió: “No toda vida es ocasión de esperanza,
pero sí lo es la quien por amor tomó sobre sí la cruz”.
Así fue la vida de Monseñor. Da esperanza verle caminar por los catones con su pueblo y escuchar sus homilías en Catedral. Y da esperanza su martirio.
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