Lección 6 La muerte de Cristo y la Ley Sábado 3 de mayo Era imposible que el pecador guardara la ley de Dios, que era santa, justa y buena; pero esta imposibilidad fue eliminada por la imputación de la justicia de Cristo al alma arrepentida y creyente. La vida y muerte de Cristo en beneficio del hombre pecador tuvieron el propósito de restaurarlo al favor de Dios, impartiéndole la justicia que satisfacía los requerimientos de la ley y hallaría aceptación ante el Padre. Pero siempre es el propósito de Satanás invalidar la ley de Dios y tergiversar el verdadero significado del plan de salvación. En consecuencia, ha originado la falsedad de que el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario tenía el propósito de liberar a los hombres de la obligación de guardar los mandamientos de Dios. Ha introducido en el mundo el engaño de que Dios ha abolido su constitución, desechado su norma moral, y anulado su ley santa y perfecta. Si él hubiera hecho esto, ¡qué terrible precio habría pagado el Cielo! En vez de proclamar la abolición de la ley, la cruz del Calvario proclama con sonido de trueno su inmutabilidad y carácter eterno. Si la ley hubiera podido ser abolida, y mantenido el gobierno del cielo y la tierra y los innumerables mundos de Dios, Cristo no habría necesitado morir. La muerte de Cristo iba a resolver para siempre el interrogante acerca de la validez de la ley de Jehová. Habiendo sufrido la completa penalidad por un mundo culpable, Jesús se constituyó en el Mediador entre Dios y el hombre, a fin de restaurar para el alma penitente el favor de Dios al proporcionarle la gracia de guardar la ley del Altísimo. Cristo no vino a abrogar la ley o los profetas, sino a cumplirlos hasta en la última letra. La expiación del Calvario vindicó la ley de Dios como santa, justa y verdadera, no solamente ante el mundo caído sino tamRECURSOS ESCUELA SABATICA © bién ante el cielo y ante los mundos no caídos. Cristo vino a magnificar la ley y engrandecerla (Fe y obras, pp. 121, 122). Domingo 4 de mayo: Muertos a la Ley (Romanos 7:1-6) El testimonio de Pablo es: “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? [el pecado está en el hombre, no en la ley]. En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató” (Romanos 7:7-11). El pecado no mató a la ley, sino que mató la mente camal en Pablo. “Ahora estamos libres de la ley —declara él— por haber muerto para aquélla en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos 7:6). “¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso” (Romanos 7:13). “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). Pablo llama la atención de sus oyentes a la ley quebrantada y les muestra en qué son culpables. Los instruye como un maestro instruye a sus alumnos, y les muestra el camino de retomo a su lealtad a Dios. En la transgresión de la ley, no hay seguridad ni reposo ni justificación. El hombre no puede esperar permanecer inocente delante de Dios y en paz con él mediante los méritos de Cristo, mientras continúe en pecado. Debe cesar de transgredir y llegar a ser leal y fiel. Cuando el pecador examina el gran espejo moral, ve sus defectos de carácter. Se ve a sí mismo tal como es, manchado, contaminado y condenado. Pero sabe que la ley no puede, en ninguna forma, quitar la culpa ni perdonar al transgresor. Debe ir más allá. La ley no es sino el ayo para llevarlo a Cristo. Debe contemplar a su Salvador que lleva los pecados. Y cuando Cristo se le revela en la cruz del Calvario, muriendo bajo el peso de los pecados de todo el mundo, el Espíritu Santo le muestra la actitud de Dios hacia todos los que se arrewww.escuela-sabatica.com pienten de sus transgresiones. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16) (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 249-251). En sus enseñanzas, Cristo mostró cuán abarcantes son los principios de la ley pronunciados desde el Sinaí. Hizo una aplicación viviente de aquella ley cuyos principios permanecen para siempre como la gran norma de justicia: la norma por la cual serán juzgados todos en aquel gran día, cuando el juez se siente y se abran los libros. El vino para cumplir toda justicia y, como cabeza de la humanidad, para mostrarle al hombre que puede hacer la misma obra, haciendo frente a cada especificación de los requerimientos de Dios. Mediante la medida de su gracia proporcionada al instrumento humano, nadie debe perder el cielo. Todo el que se esfuerza, puede alcanzar la perfección del carácter. Esto se convierte en el fundamento mismo del nuevo pacto del evangelio. La ley de Jehová es el árbol. El evangelio está constituido por las fragantes flores y los frutos que lleva. Cuando el Espíritu de Dios le revela al hombre todo el significado de la ley, se efectúa un cambio en el corazón (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 248, 249). Lunes 5 de mayo: La Ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:1-8) Al presentar las demandas vigentes de la ley, muchos han dejado de describir el infinito amor de Cristo. Los que tienen verdades tan grandes, reformas tan decisivas que presentar a la gente, no han comprendido el valor del sacrificio expiatorio como una expresión del gran amor de Dios al hombre. El amor a Jesús y el amor de Jesús por los pecadores fueron eliminados de la experiencia religiosa de los que han sido comisionados para predicar el evangelio, y el yo ha sido exaltado en lugar del Redentor de la humanidad. La ley ha de ser presentada a sus transgresores no como algo apartado de Dios, sino más bien como un exponente de su pensamiento y carácter. Así como la luz del sol no puede ser separada del sol, así la ley de Dios no puede ser presentada adecuadamente al hombre separada de su Autor divino. El mensajero debiera poder decir: “En la ley está la voluntad de Dios. Venid, ved por vosotros mismos que la ley es lo que Pablo declaró: ‘santa, justa y buena’”. Reprocha el pecado, condena al pecador, pero le muestra su necesidad de Cristo, en el cual hay abunRECURSOS ESCUELA SABATICA © dante misericordia, bondad y verdad. Aunque la ley no puede remitir el castigo del pecado, sino cargar al pecador con toda su deuda, Cristo ha prometido perdón abundante a todos los que se arrepienten y creen en su misericordia. El amor de Dios se extiende en abundancia hacia el alma arrepentida y creyente. El sello del pecado en el alma puede ser raído solamente por la sangre del sacrificio expiatorio. No se requirió una ofrenda menor que el sacrificio de Aquel que era igual al Padre. La obra de Cristo, su vida, humillación, muerte e intercesión por el hombre perdido, magnifican la ley y la hacen honorable. Han estado desprovistos de Cristo muchos sermones predicados acerca de las demandas de la ley. Y esa falta ha hecho que la verdad fuera ineficaz para convertir a las almas. Sin la gracia de Cristo, es imposible dar un paso en obediencia a la ley de Dios. Por lo tanto, ¡cuán necesario es que el pecador oiga del amor y poder de su Redentor y Amigo! Al paso que el embajador de Cristo debiera presentar claramente las demandas de la ley, debiera también hacer comprender que nadie puede ser justificado sin el sacrificio expiatorio de Cristo. Sin Cristo, no puede haber sino condenación y una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego y una separación final de la presencia de Dios. Pero aquel cuyos ojos han sido abiertos para ver el amor de Cristo, contemplará el carácter de Dios lleno de amor y compasión. Dios no aparecerá como un ser tiránico e implacable sino como un Padre que anhela recibir en sus brazos a su hijo arrepentido. El pecador clamará con el salmista: “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmo 103:13). Toda desesperación es eliminada del alma cuando se ve a Cristo en su verdadero carácter (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 435, 436). “Por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20); pues “el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). Mediante la ley los hombres son convencidos de pecado y deben sentirse como pecadores, expuestos a la ira de Dios, antes de que comprendan su necesidad de un Salvador. Satanás trabaja continuamente para disminuir en el concepto del hombre el atroz carácter del pecado. Y los que pisotean la ley de Dios están haciendo la obra del gran engañador, pues están rechazando la única regla por la cual pueden definir el pecado y hacerlo ver claramente en la conciencia del transgresor. La ley de Dios llega hasta aquellos propósitos secretos que, aunque sean pecaminosos, con frecuencia son pasados por alto livianamente, pero que son en realidad la base y la prueba del carácter. Es el espejo www.escuela-sabatica.com en el cual ha de mirarse el pecador si quiere tener un conocimiento correcto de su carácter moral. Y cuando se vea a sí mismo condenado por esa gran norma de justicia, su siguiente paso debe ser arrepentirse de sus pecados y buscar el perdón mediante Cristo. Al no hacer esto, muchos tratan de romper el espejo que les revela sus defectos, para anular la ley que señala las tachas de su vida y su carácter (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 256, 257). Martes 6 de mayo: El poder de la Ley Pablo dice que “en cuanto a ley” —en lo que respecta a actos externos— era “irreprensible”; pero cuando discernió el carácter espiritual de la ley, cuando se miró en el santo espejo, se vio a sí mismo pecador. Juzgado por una norma humana, se había abstenido de pecado; pero cuando miró dentro de las profundidades de la ley de Dios, y se vio a sí mismo como Dios lo veía, se inclinó humildemente y confesó su culpa. No se apartó del espejo ni se olvidó qué clase de hombre era, sino que experimentó verdadero arrepentimiento ante Dios y tuvo fe en nuestro Señor Jesucristo. Fue lavado, fue limpiado. Dice: “Tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí”. El pecado entonces apareció en su verdadero horror, y desapareció su amor propio. Se volvió humilde. Ya no se atribuyó más bondad y mérito a sí mismo. Dejó de tener más alto concepto de sí mismo que el que debía tener, y atribuyó toda la gloria a Dios. No tuvo más ambición de grandezas. Dejó de desear venganza, y no fue más sensible al reproche, al desdén o al desprecio. No buscó más la unión con el mundo, posición social u honores. No derribó a otros para ensalzarse él. Se volvió manso, condescendiente, dócil y humilde de corazón, porque había aprendido su lección en la escuela de Cristo. Hablaba de Jesús y su amor incomparable, y crecía más y más a su imagen. Dedicaba todas sus energías a ganar almas para Cristo. Cuando le sobrevenían pruebas debido a su abnegada labor por las almas, se inclinaba en oración y aumentaba su amor por ellas. Su vida estaba escondida con Cristo en Dios, y amaba a Jesús con todo el ardor de su alma. Amaba a cada iglesia; se interesaba en cada miembro de iglesia, pues consideraba que cada alma había sido comRECURSOS ESCUELA SABATICA © prada con la sangre de Cristo (Comentario bíblico adventista, tomo 6, pp. 1075, 1076). El apóstol reconoce los reclamos de la ley pero no se rebela contra ella porque le revela su verdadera situación; tampoco le dice a la ley: “Límpiame, purifícame”. Lo que hace es mirar al Calvario, caer sobre la Roca, Cristo Jesús, y quebrantarse. Es el arrepentimiento del cual no hay que arrepentirse. Sabe que “por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16), porque no está en la capacidad de la ley salvar, sino condenar; no puede perdonar, sino convencer; no puede reducir el rigor de sus reclamos, ni dejar de lado uno solo de sus requerimientos, puesto que al hacerlo, dejaría sin efecto los mandamientos restantes. La ley no puede salvar ni rescatar al que perece. Hay una sola esperanza para el pecador. ¿Son las ceremonias externas? ¿Es el cumplimiento riguroso de los deberes religiosos? ¿Son las penitencias, las oraciones y la meditación? ¿Son las donaciones a los pobres y las acciones meritorias? No; ninguna de estas cosas producirá la salvación del alma... Nadie puede estar delante de Dios confiado en sus propios méritos. Los que serán salvos lo serán porque Cristo pagó la deuda completa; y el ser humano no puede hacer nada, absolutamente nada para merecer la salvación. Cristo dice: “Porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Entonces, ¿de quién es el mérito? Todo pertenece a nuestro Redentor... Es la gracia de Cristo la que atrae al pecador hacia él, y solamente en él hay esperanza de salvación. El ser humano es indigno de recibir cualquier favor de Dios; pero cuando Cristo llega a ser su justicia, puede pedir y recibir, porque lo hace en su nombre y mediante sus méritos. Cristo cargó con la penalidad de la ley para que pudiéramos tener su gracia, pero esto no significa que podemos prescindir de la ley. Pablo pregunta: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley (Romanos 3:31) (Signs of the Times, 10 de noviembre de 1890). Miércoles 7 de mayo: La Ley impotente El pecador ve la espiritualidad de la ley de Dios y sus eternas obligaciones. Ve el amor de Dios al proveer a un sustituto y una seguridad para el hombre culpable, y ese sustituto es Alguien igual a Dios. Esta manifestación de gracia para con el mundo en el don de la salvación llena al pecador de asombro. Este amor de Dios hacia el hombre derriba toda barrera. El hombre viene a la cruz, que ha sido www.escuela-sabatica.com puesta a mitad de camino entre la divinidad y la humanidad, y se arrepiente de sus pecados de transgresión, porque Cristo ha estado atrayéndolo hacia él. Él no espera que la ley lo limpie de pecado, porque no existe ningún elemento perdonador en la ley para salvar a los transgresores de ella. Él mira el sacrificio expiatorio como su única esperanza, en virtud del arrepentimiento delante de Dios -porque las leyes de su gobierno han sido violadas- y considera la fe en nuestro Señor Jesucristo como lo único que puede salvar al pecador y limpiarlo de toda transgresión. La obra mediadora de Cristo comenzó en el mismo momento en que comenzó la culpabilidad, el sufrimiento y la miseria humana, tan pronto como el hombre se convirtió en un transgresor. La ley no fue abolida para salvar al hombre y para lograr su unión con Dios. Pero Cristo asumió el papel de ser su garante y libertador al hacerse pecado por el hombre, a fin de que el hombre viniera a ser la justicia de Dios en y por medio de Aquel que era [y es] Uno con el Padre. Los pecadores pueden ser justificados por Dios únicamente cuando él perdona sus pecados, los libra del castigo que merecen, y los trata como si fueran verdaderamente justos y como si no hubieran pecado, recibiéndolos en el favor divino y tratándolos como si fueran justos. Son justificados únicamente por la justicia de Cristo que se acredita al pecador. El Padre acepta al Hijo, y en virtud del sacrificio expiatorio de su Hijo, acepta al pecador (Mensajes selectos, tomo 3, pp. 220, 221). El primer paso hacia la reconciliación con Dios, es la convicción del pecado. “El pecado es transgresión de la ley.” “Por la ley es el conocimiento del pecado” (1 Juan 3:4; Romanos 3:20). Para reconocer su culpabilidad, el pecador debe medir su carácter por la gran norma de justicia que Dios dio al hombre. Es un espejo que le muestra la imagen de un carácter perfecto y justo, y le permite discernir los defectos de su propio carácter. La ley revela al hombre sus pecados, pero no dispone ningún remedio. Mientras promete vida al que obedece, declara que la muerte es lo que le toca al transgresor. Solo el evangelio de Cristo puede librarle de la condenación o de la mancha del pecado. Debe arrepentirse ante Dios cuya ley transgredió, y tener fe en Cristo y en su sacrificio expiatorio. Así obtiene “remisión de los pecados cometidos anteriormente”, y se hace partícipe de la naturaleza divina. Es un hijo de Dios, pues ha recibido el espíritu de adopción, por el cual exclaRECURSOS ESCUELA SABATICA © ma: “¡Abba, Padre!” (El conflicto de los siglos, p. 521). Jueves 8 de mayo: La maldición de la Ley (Gálatas 3:10-14) Los símbolos y las sombras del servicio ceremonial más las profecías, daban a los israelitas una visión velada y borrosa de la misericordia y de la gracia que serían traídas al mundo mediante la revelación de Cristo. A Moisés se le reveló el significado de los símbolos y de las sombras que señalan a Cristo; él vio el fin de lo que iba a desaparecer cuando, a la muerte de Cristo, el símbolo se encontró con la realidad simbolizada [“tipo” y “antitipo”]. Él vio que únicamente por medio de Cristo el hombre puede guardar la ley moral. Por la transgresión de esta ley el hombre introdujo el pecado en el mundo, y con el pecado vino la muerte. Cristo se convirtió en la propiciación por el pecado del hombre. El brindó su perfección de carácter en lugar de la pecaminosidad del hombre. Tomó sobre sí la maldición de la desobediencia. Los sacrificios y las ofrendas anunciaban de antemano el sacrificio que él iba a hacer. El cordero sacrificado simbolizaba al Cordero que debía quitar el pecado del mundo. Lo que iluminó el rostro de Moisés fue que vio el propósito de lo que iba a desaparecer, que contempló a Cristo como revelado en la ley. El ministerio de la ley, escrito y grabado en piedra, era un ministerio de muerte; sin Cristo, el transgresor era dejado bajo la maldición de la ley, sin esperanza de perdón. Dicho ministerio no tenía gloria en sí mismo; pero el Salvador prometido, revelado en los símbolos y las sombras de la ley ceremonial, hacía gloriosa la ley moral. Cristo llevó la maldición de la ley, sufriendo su castigo; llevando a su término el plan por el cual el hombre había de ser puesto en condiciones de poder guardar la ley de Dios y ser aceptado por medio de los méritos del Redentor; y mediante su sacrificio se proyectó gloria sobre la ley. Entonces, la gloria de lo que no iba a perecer —la ley de Dios, de los Diez Mandamientos, su norma de justicia— fue vista claramente por todos los que contemplaron el fin de lo que iba a perecer. “Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”. Cristo es el Abogado del pecador. Los que aceptan su evangelio lo contemplan a cara descubierta; ven la relación de la misión de él con la ley, y reconocen la sabiduría de Dios y su gloria como reveladas por el Salvador. La www.escuela-sabatica.com gloria de Cristo se revela en la ley, la cual es una representación de su carácter, y la eficacia transformadora de él se siente en el alma hasta que los hombres llegan a ser transformados a su semejanza. Son hechos participantes de la naturaleza divina, y crecen más y más a semejanza de su Salvador, avanzando paso tras paso en conformidad con la voluntad de Dios, hasta que alcanzan la perfección. La ley y el evangelio están en perfecta armonía. El uno sostiene al otro. La ley se enfrenta con toda su majestad a la conciencia, haciendo que el pecador sienta su necesidad de Cristo como la propiciación por el pecado. El evangelio reconoce el poder y la inmutabilidad de la ley. “Yo no conocí el pecado sino por la ley”, declara Pablo. El significado del pecado, inculcado por la ley, impulsa al pecador hacia el Salvador; y el hombre, en su necesidad, puede presentar los poderosos argumentos proporcionados por la cruz del Calvario; puede reclamar la justicia de Cristo, pues es impartida a cada pecador arrepentido (Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1096). Viernes 9 de mayo: Para estudiar y meditar El Deseado de todas las gentes, pp. 706-713. 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