Bargalló, M.; Forgas, E.; Garriga, C.; Rubio, A.; Schnitzer, J. (eds.) (2001): Las lenguas de especialidad y su didáctica, Tarragona: Universitat Rovira i Virgili, pp. 207-219. 13. LAS LENGUAS DE ESPECIALIDAD Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN DE MASAS: LA VULGARIZACIÓN DE LOS TECNICISMOS A TRAVÉS DE LA PRENSA María Herrera Rodrigo Universitat Rovira i Virgili En esta Comunicación nos proponemos reflexionar sobre el papel de los medios de comunicación de masas en la vulgarización y difusión del léxico de especialidad, y también, en contrapartida, sobre la validez testimonial del discurso periodístico, y sobre todo de la prensa escrita, como registro del uso de los términos especializados por el hablante común. 1. INTRODUCCIÓN Uno de los rasgos definidores de las lenguas de especialidad es su carácter restringido; sin embargo, sería absurdo negar la presencia de tecnicismos en la lengua común, y su empleo, más o menos propio, entre los hablantes no especialistas. Frecuentemente introducimos temas especializados en las conversaciones cotidianas, de manera que nos vemos en la necesidad de utilizar las terminologías específicas de las áreas correspondientes. Tiene lugar así un proceso de vulgarización posibilitado por la notable elevación del nivel cultural que se deriva de una mayor facilidad de acceso a la educación de amplias capas de la sociedad, y, en la práctica, canalizado prioritariamente a través de los medios de comunicación social. 2. EL HABLANTE COMÚN Y LAS LENGUAS DE ESPECIALIDAD Un objetivo fundamental de la escolarización, además del de fomentar el desarrollo de las aptitudes, actitudes y otras formas de conducta requeridas por la sociedad, es transmitir los conocimientos sobre el mundo que nos rodea: de los objetos de nuestro entorno natural y social y de los fenómenos en los que intervienen. Este proceso de enseñanza-aprendizaje se realiza de forma gradual: de un acercamiento global y poco compartimentado se va pasando progresivamente a una mayor parcelación y especialización, lo que implica la asunción del vocabulario específico de cada área de conocimiento o de experiencia, de manera que una persona es tanto más culta cuantos más conocimientos en diversos campos puede acreditar. Por supuesto, no acaba en la escuela nuestro contacto de hablantes no especialistas con los vocabularios especializados. A medida que avanza nuestro proceso de socialización y vamos introduciéndonos en el mundo de los adultos, encontramos numerosas ocasiones de relación con distintas parcelas de especialidad que afectan considerablemente a nuestras vidas y cuya terminología nos vemos obligados a conocer si queremos aprender a desenvolvernos con éxito en nuestro medio social. Cuando accedemos al mundo del trabajo, por ejemplo, empezamos a familiarizarnos con el léxico del derecho laboral; si tenemos ocasión de alquilar o comprar una vivienda, nos introducimos en el complicado mundo del mercado inmobiliario y de las hipotecas; si nos convencen para suscribir un plan de pensiones, se nos abren las puertas del no menos críptico ámbito de los seguros... Cuando hacemos la declaración de la renta, en nuestras múltiples y diversas relaciones con la Administración... en fin, a diario tenemos ocasión de enfrentarnos a lenguajes especiales que son sutilmente diferentes del lenguaje común y que, sobre todo, utilizan una terminología específica, en principio nada transparente para los no iniciados. Estos contactos con determinadas áreas de especialidad son a veces conflictivos, porque hay profesionales que utilizan un lenguaje especializado en contextos comunes más que por inercia o por incapacidad de adaptarlo a las posibilidades del interlocutor, con una clara intencionalidad jergal, bien para impresionar, e incluso intimidar, al no especialista, y obtener así ventajas sobre él en el intercambio comunicativo -que puede ser de carácter comercial o judicial, por ejemplo-, o bien por un absurdo empeño en demostrar una superioridad social que no es tal, sino todo lo contrario. Esta ha sido, probablemente, una de las razones del uso y el abuso de la terminología especializada por parte de los médicos en la consulta durante siglos: como instrumento de prestigio y de poder sobre el paciente, empequeñecido -y angustiado- bajo el peso de la ciencia de quien parece tener toda la potestad sobre su salud; de ahí la utilidad de los placebos y la funcionalidad de la mala caligrafía, e incluso mala ortografía: la famosa letra de médico, que garantiza la confidencialidad y causa efectos hipnóticos sobre la gente sencilla. Afortunadamente, esto ya no es así en la mayoría de los casos; hoy en día se considera un derecho inalienable del paciente conocer todo lo relativo a su enfermedad: su historia clínica, el diagnóstico y el pronóstico, en términos comprensibles para él, y los centros hospitalarios suelen tener normativas explícitas en este sentido. Cada vez es mayor el esfuerzo del estamento médico-sanitario por vulgarizar los conceptos científicos en su relación con el paciente, y traducirlos a un lenguaje lo más común posible, pero también el enfermo, por su parte, está cada vez más informado sobre la terminología asociada a las enfermedades más frecuentes -información que intercambia con la familia, amigos y compañeros de trabajo- y sobre las menos habituales, su formación general, más completa, le permite documentarse en el diccionario, en la enciclopedia o en las obras de divulgación. 3. LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN DE MASAS COMO DIFUSORES DE LOS TÉRMINOS DE ESPECIALIDAD La curiosidad natural por las novedades producidas en los ámbitos científicos y tecnológicos, muchas de las cuales suelen afectar directamente a nuestras formas de vida, es incentivada y satisfecha con creces en la enseñanza secundaria, etapa de gran actividad en la adquisición de términos especializados; pero una vez superado el proceso de formación general, para la mayoría de la gente sólo encuentra continuidad en la información conseguida a través de los medios de comunicación social, que nos van dando cuenta puntual de los progresos que se producen en el conocimiento del mundo, de las aplicaciones prácticas en las que se materializan tales descubrimientos y, consecuentemente, de los términos que los designan. Es cierto que la invasión de términos especializados que se da en la lengua común puede producir el fenómeno de saturación del vocabulario pasivo, como advierten Arntz y Picht (1985: 40), o incluso la desterminologización: "el oyente comprende con imprecisión o erróneamente muchos de los tecnicismos difundidos por los medios de comunicación y no puede emplearlos correctamente" (Ibíd.); pero eso siempre dependerá de su nivel cultural y de su interés por desfacer los entuertos acudiendo al diccionario, a la enciclopedia o a la bibliografía de divulgación específica. Y, en cualquier caso, los propios periodistas son muy conscientes de su función didáctica y vulgarizadora de las informaciones que tienen que transmitir, y acostumbran a estar pendientes, no sólo de los temas que son noticia, sino también de los que despiertan un interés generalizado en el público, cuyas limitaciones conocen perfectamente e intentan ayudar a superar. 3.1. LA RADIO La radio, el medio de comunicación social más popular, cuenta con una audiencia muy heterogénea, tanto en lo que se refiere al nivel socioeconómico como al nivel de instrucción, porque los aparatos receptores son baratos, por una parte, y porque escucharlos no exige ni siquiera saber leer, por otra. Además, no se requiere toda la atención del oyente, que puede ir siguiendo sus programas favoritos como actividad complementaria que no entorpece la realización de otra principal: muchas personas tienen la costumbre de escuchar la radio mientras trabajan, sobre todo si se trata de un trabajo manual. Estas dos circunstancias, junto con el carácter efímero del mensaje auditivo, que no está reforzado por el complemento visual, hacen que el lenguaje radiofónico tienda a igualarse por abajo, y, efectivamente, se caracterice por la sencillez de su discurso. No parece, por tanto, el medio más adecuado para favorecer la introducción de neologismos en la lengua común, aunque sí contribuye a propagar los más difundidos por otros medios, y que empiezan a ser conocidos por el ciudadano de a pie. Por otra parte, la facilidad de llevar en un bolsillo el transistor conectado, e incluso la posibilidad de escucharlo a través de unos discretos auriculares, la proximidad física, en definitiva, se traduce en una mayor proximidad emocional, que multiplica la capacidad de persuasión del medio radiofónico, reforzada por la confianza que inspiran en el oyente las voces cálidas de los locutores, la mayoría de los cuales mantienen los mismos programas en antena durante años. Esta facilidad de formar opinión en el auditorio se potencia, por ejemplo, en las tertulias, en las que intervienen periodistas especializados y profesionales de ámbitos diversos, en función de los temas de los que se trate y que, por supuesto, no pueden dejar de utilizar las lenguas especiales propias de sus áreas respectivas. Es del todo evidente la voluntad didáctica y vulgarizadora de estas tertulias radiofónicas, aunque suelen conceder mayor atención a los asuntos relacionados con la política -y con el derecho, por lo tanto, dada su progresiva judicialización-, temas que prefieren frente a los científicos y técnicos, de los que sólo les interesan los grandes bombazos informativos, como el de la Viagra, por ejemplo. En cualquier caso, los magacines radiofónicos suelen incluir gran número de espacios de divulgación sobre los más diversos asuntos y ámbitos temáticos, entre los que no faltan los relacionados con la ciencia y la tecnología, y en los que no pueden dejar de utilizar cierto número de términos especializados, siempre con gran prudencia. En España, los programas de este tipo, junto con los deportivos de la noche, son seguidos con mucho interés desde hace décadas por los más diversos grupos sociales: la fidelidad de los taxistas a determinadas emisoras, según su procedencia social o sus tendencias políticas, es ya proverbial, así como la de las llamadas marujas, que deben gran parte de su formación cultural a los programas matinales, sintonizados con asiduidad durante años. 3.2. LA TELEVISIÓN Para calibrar el valor de la televisión como medio divulgador de conocimientos específicos y, por lo tanto, de términos de especialidad, basta con recordar cuánto hemos aprendido desde nuestra infancia o juventud con los informativos, los documentales y los reportajes de todo tipo: el léxico de la flora y la fauna ibéricas, con los programas de Rodríguez de la Fuente; el del mundo submarino con Jacques Cousteau; el de la circulación y la seguridad vial con Paco Costas; el de la geografía de los pueblos de España con José Antonio Labordeta; el de la historia de la América hispana con Miguel de los Santos; el de la selva amazónica con De la Quadra Salcedo; el de la cocina popular con Elena Santonja y con Karlos Arguiñano; el de la salud con Sánchez Ocaña y con el Dr. Beltrán; el de los deportes, sobre todo en el intenso período de los Juegos Olímpicos del 92; el de la meteorología, con los diversos hombres y mujeres del tiempo que han arrebatado el monopolio a Mariano Medina y su famoso anticiclón de las Azores... Una televidencia novata aún pudo seguir atónita por este medio los primeros pasos de la humanidad por la Luna y todas las peripecias de la aventura espacial, y los documentales de divulgación científica introducen en el salón de nuestras casas las imágenes más insólitas que los investigadores pueden captar a través de los microscopios más avanzados, facilitando la comprensión de los conceptos más complejos. La terminología especializada se nos hace, a veces, tan familiar que nos atrevemos a manejarla sin complejos, pretendiendo emular a los expertos... 3.2.1. LA PUBLICIDAD Otra forma de penetración de tecnicismos a través de la televisión se produce también mediante la publicidad, ya que aunque el mensaje publicitario puede darse en cualquier medio de comunicación suele ser el televisivo el más impactante y de mayor eco social. A este respecto, cabe considerar el hecho de que los consumidores son cada vez más exigentes y menos impulsivos, como consecuencia de una mayor formación que favorece las actitudes críticas. Por otra parte, los productos son cada vez de mayor calidad y se parecen demasiado entre sí, de manera que los publicistas deben concentrarse en demostrar razonadamente las singularidades de la calidad de la marca que promocionan mediante explicaciones científicas vulgarizadas y, sobre todo, con la utilización de una terminología, apropiada o no, que aporta connotaciones prestigiosas. De esta forma llegan a la lengua común gran cantidad de tecnicismos de cuatro ámbitos, fundamentalmente: el de la automoción, el de los productos de limpieza doméstica, el de la cosmética y el de la alimentación. Es evidente la extraordinaria productividad en el lenguaje publicitario de ciertos prefijos, seudoprefijos y sufijos de connotaciones claramente científicas: bio-, extra-, hexa-, hiper-, maxi-, micro-, mini-, super-, ultra-; y también: -ada, -al, -ancia, -ante, -encia, ente, -ción, -ida, -ble, -miento... aunque algunos términos parezcan inventados exclusivamente por y para la publicidad: bioalcohol, tensoactivos... El caso es que la publicidad propone modelos de vida que nos llevan a cambiar nuestras costumbres, y con ellas también nuestro vocabulario, en el marco de una cultura del bienestar que nos hace obsesionarnos con la higiene, la salud, la belleza, la comodidad y la seguridad: así, diariamente nos duchamos con un gel de Ph neutro, desayunamos un yogur con bífidos, vamos al trabajo en un coche con servofrenos y airbags, comemos verduras cultivadas biológicamente, por la tarde jugamos al paddle, salimos a tomar un refresco light con los amigos, y, después de cenar un plato precocinado que calentamos en el microondas, lavamos la vajilla con un detergente biodegradable. 3.3. LA PRENSA Sin embargo, nos inclinamos a pensar que es el extraordinario desarrollo y difusión de la prensa en España durante el último cuarto de siglo el que ha favorecido la configuración del marco cultural idóneo para acelerar las transformaciones sociales de las últimas décadas, como por otra parte viene ocurriendo desde el siglo XVIII. Poco tiempo después del cambio de régimen comenzó a decaer la extraordinaria vitalidad de los semanarios de temática cultural y política -más o menos encubierta- que tan decisivo papel desempeñaron durante los últimos años del franquismo. La prensa diaria, algo oscurecida en ese período por el protagonismo de las revistas, resurge renovada y con entusiasmo reformador. Se fundan nuevos periódicos, algunos de los cuales no logran sobrevivir, y la competencia por el mercado obliga a introducir importantes modificaciones. Tanto los suplementos dominicales como las cuadernillos diarios se han ido convirtiendo desde entonces en un elemento imprescindible e inseparable de los diarios de información general. Estos suplementos especiales fueron promovidos inicialmente con el objetivo de atraer no sólo a los clientes de la competencia, en esa carrera sin fin del quién da más que degenera en el regalo de objetos absurdos, sino también a los lectores de los semanarios, al ofrecerles, junto con la información diaria, una información en profundidad sobre temas muy concretos, uno cada día de la semana: deportes, salud, economía, motor, ocio y cultura, ciencia y tecnología..., invadiendo, además, el dominio de las revistas especializadas, cuyo público lector es, sin embargo, mucho más restringido que el de la prensa diaria. Estas publicaciones en concreto constituyen probablemente la más importante vía de penetración y difusión de las terminologías científicas o técnicas entre el público no especializado, puesto que, por un lado, hay un cierto consenso que tiende a identificar el léxico de la prensa con el estándar de la lengua del ciudadano de cultura media, y por otro, el discurso del periodismo impreso está más próximo a las lenguas especiales, que se identifican más con la escritura que con la oralidad. Y efectivamente, casi todos los lexicógrafos reconocen en los prólogos de sus diccionarios que documentan básicamente en la prensa las voces de nuevo uso; es más, los diccionarios de la lengua común no suelen dar crédito a un neologismo hasta que no lo ven publicado en los periódicos, porque, si no está muy extendido -y puede ser, incluso, una creación personal del redactor-, probablemente empezará a estarlo a partir de ese momento, dependiendo del prestigio del autor y del número lectores que tiene; tal es el poder de la palabra escrita frente a la oral, y sobre todo de la palabra impresa, sobre el hablante. España alcanza sin holguras la cifra propuesta por la UNESCO de una difusión de un centenar de ejemplares diarios por cada mil habitantes como índice para la consideración de país desarrollado desde el punto de vista informativo, y se queda a menos de la mitad de la media europea; sin embargo, se calcula que cada ejemplar puede ser leído por cuatro o cinco personas, lo que aumenta bastante el número de lectores de prensa periódica. Además, se trata de lectores que ejercen a su vez cierta influencia en su entorno social, ya que, de acuerdo con las investigaciones sociológicas del Estudio General de Medios, el perfil del lector de diarios en nuestro país es el de un hombre, de 25 a 44 años, de clase media-media, con estudios secundarios, casado y cabeza de familia, que vive en Cataluña, en una ciudad de más de 50.000 habitantes; datos que aceptamos -con todas las prevenciones que nos merecen las frías estadísticas- porque nos ayudan a admitir el alto grado de representatividad con respecto al hablante medianamente culto de nuestro idioma. 4. UN EJEMPLO CONCRETO EN LA PRENSA: EL DICCIONARIO DE PALABRAS NUNCA OÍDAS ANTES DE 1976 El domingo 5 de mayo de 1996, con motivo de la celebración del vigésimo aniversario de la fundación del diario EL PAÍS, apareció en los quioscos un número extraordinario de EL PAÍS Semanal en el que se pasaba revista a esos cuatro lustros que fueron, precisamente, los del cambio, los de la transición política española de la dictadura a la democracia. Entre la cincuentena de artículos que van dando cuenta de cómo hemos evolucionado los españoles en todos los ámbitos: la familia, el trabajo, la dieta, la salud, la religión... nos encontramos con un cuadernillo titulado Diccionario de nuevos términos, presentado en portada como un Diccionario de palabras nunca oídas antes de 1976 (v. anexo). Se trata de una selección de la que Álex Grijelmo -su autor- excluye deliberadamente las que son de formación legítima mediante prefijos, sufijos o afijos; las siglas puras y duras; los nombres propios; los gentilicios... Una selección tal vez incompleta, pero muy representativa -si le concedemos al periodista esa capacidad intuitiva, o de observación, que caracteriza a estos profesionales- de una época y unas preferencias de ciertos ámbitos científicos y técnicos. Nos parece irreprochable, además, como muestra significativa de la lengua común porque El País es -según la Oficina de Justificación de la Difusión- el diario más difundido en España desde hace al menos tres lustros, solamente aventajado en los últimos cuatro años por Marca, la decana de las publicaciones especializadas en deportes. De las 166 nuevas palabras o acepciones recogidas en este breve diccionario, no todas son, por supuesto, términos científicos o técnicos, aunque manejaremos aquí un concepto amplio de especialidad1 que nos permita comprobar cuáles son las áreas temáticas de interés desde el punto de vista del aporte de tecnicismos a la lengua común. Descontadas las palabras no marcadas diatécnicamente tenemos un total de 135 vocablos de especialidad, lo que representa un 84,3% de los neologismos del corpus. Se trata ahora de observar el tratamiento que reciben estos tecnicismos en los diccionarios académicos (DRAE 1970, DRAE 1984, MANUAL 1989, DRAE 1992) y en dos de los más recientes diccionarios generales en CD-ROM (VOX 1996 y LAROUSSE 1996), con la finalidad de comprobar el proceso de reconocimiento del uso común y los criterios de 1 De acuerdo con las obsevaciones de M. Teresa Cabré: "Materias científicas como las experimentales, las exactas, las humanísticas o las económicas y jurídicas; técnicas como las ingenierías, la construcción o las comunicaciones; ámbitos especializados de actividad como el deporte, el comercio o las finanzas, generan tipos de textos que difieren en algunos puntos de los tipos comunicativos considerados habituales y propios de la lengua común" (1993: 135). marcaje diatécnico. Los motivos del empleo de los diccionarios académicos son obvios: el DRAE de 1970 -el vigente en 1976, fecha de partida del repertorio léxico estudiado- nos sirve de referencia sancionadora de los términos aceptados hasta ese momento, el DRAE de 1984 y el DRAE de 1992 son los siguientes jalones normativos, y, entre estos últimos tenemos el Diccionario Manual e Ilustrado de la Lengua Española de 1989, con un criterio menos restrictivo, y en el que encontramos ya documentados varios de los términos que nos interesan. En cuanto a los diccionarios no académicos, hemos seleccionado las versiones electrónicas del Diccionario General de la Lengua Española Vox y el Gran Diccionario de la Lengua Española Larousse -aparecidas ambas, precisamente, en 1996, fecha límite del corpus analizado-, sobre todo porque se caracterizan por registrar abundantes tecnicismos y neologismos en general. En el Larousse, por ejemplo, "se ha puesto especial interés en incluir aquellas palabras y acepciones de uso habitual en los medios de comunicación: prensa, radio y televisión, y en revistas de difusión cultural, técnica y científica", según declara Mª Antonia Martí en la Presentación del diccionario. Igualmente, Manuel Alvar Ezquerra cita entre las fuentes de información en el Prólogo de 1987 al DGILE Vox: "desde la observación atenta a la lengua empleada en los medios de comunicación durante los últimos años, al examen minucioso de obras de carácter científico y técnico de las más variadas disciplinas". Efectivamente, comprobamos que ninguna de las palabras reseñadas o las acepciones que se indican están registradas en el DRAE de 1970, salvo cuantificar y tertuliano que, sin embargo, aparecen como neologismos en el corpus de EL PAÍS, tal vez por su extraordinaria significación y vigencia actuales; puesto que suele discutirse mucho últimamente sobre el peligro de extinción de decenas de vocablos cada año -de auténtica catástrofe ecológica hablaba Juan José Millás con motivo de la presentación de su libro El orden alfabético-, justo es reconocer aquí la recuperación de dos palabras casi en desuso, sobre todo por la preferencia de cuantiar y contertulio. En el DRAE de 1984 tenemos ya chequeo, estrés y servofreno. Pero donde comienza a aparecer una cantidad considerable de estos tecnicismos es en el MANUAL de 1989: baffle, cajero automático, cátering, chip, coaligarse, Contra, ecu, etarra, gay, liderar, márketing, menú (informático), peatonal, sida, ultraligero, windsurf y zulo. En el DRAE de 1992, que es una de las ediciones más permisivas, se aceptan: aberzale, aerobic, alta definición, ayatolá, blanquear, busca, contestador, culebrón, disquete, efecto invernadero, formatear, microondas (horno), parabólica y ratón (de ordenador); aunque también es cierto que no aparecen algunas recogidas en la anterior edición del MANUAL2. Entre el Vox y el Larousse, los de 1996, tenemos ya un gran número de las restantes palabras o acepciones. Figuran en ambos: airbag, compact disc, confrontación, crack, eurócratas, éxtasis (droga), hardware, infografía, joystick, karaoke, liberado (sindical), lifting, light, liposucción, máiling, máster, mitinero, multipropiedad, okupas, patera, pins, posicionarse, privacidad, puenting, rafting, software, squash, telemando, triatlón, ultraligero, videoclip, videoconsola, virus informático, y walkman. Aparecen además únicamente en el Vox: carrilero, ecotasa, esponsorizar, ilegalizar y senderismo. Sólo figuran en el Larousse: CD-ROM, créditos (nómina), créditos (académicos), descodificador (de televisión), euro, fletán, glásnost, internauta, Internet, lambada, prime time, rap, realidad virtual, reality show, seropositivo, skinhead (aunque no 'skins'), teletienda, topless y top-model. Y, finalmente, no aparece en ninguno de los diccionarios consultados una buena cantidad de los tecnicismos del corpus: achique (fuera de juego), Acta Única, balseros, batasuno, batzoki, bífido, boat people, cintateca, contrato basura, deflactor, escanear, felipista, finger, gore, Goretex, grapos, grunge, guerrista, halfcourt, homofobia, intifada, limpieza étnica, mediático, millardo, monoparental, mountain-bike, notebook, paddle, perestroika, políticamente correcto, scud, sorpasso, toque (estilo de juego), ultrasur, yuppy y zapeo. Como vemos, incluso los diccionarios más abiertos al tecnicismo manifiestan cierta prudencia frente a los términos demasiado recientes, de vocación efímera o claramente anecdóticos, como la mayoría de los de este último grupo, aunque otros serán recogidos inevitablemente en sucesivas ediciones, por su frecuencia de uso y 2 Cátering, gay, windsurf y zulo. por su destacada significación en la lengua común. Salta a la vista la gran cantidad de anglicismos, sobre todo en el ámbito de los deportes, los medios audiovisuales, la informática, la tecnología o la economía, que son precisamente las áreas más abundantes en neologismos en el corpus, aunque es en el campo de la política donde encontramos la mayor cantidad de términos de especialidad que han pasado a la lengua común. En cuanto a los sistemas de marcaje diatécnico -o simplemente temático-, las observaciones más interesantes afectan precisamente a estos dos últimos diccionarios consultados. Sorprende la escasez de marcas temáticas o de especialidad en el Vox, lo cual podemos interpretar como índice del alto grado de integración de la mayoría de los términos de especialidad en la lengua común; en cambio, la abundancia de marcas en el Larousse más que por el motivo contrario, creemos que se orienta a facilitar el acceso temático, ya que en este caso se diseñaron conjuntamente la versión en papel y la versión en CD-ROM del diccionario. 5. CONCLUSIONES De los medios de comunicación de masas, son la radio y la televisión las únicas fuentes de información para muchas personas de escasa formación cultural, y aun teniendo gran importancia como difusoras de neologismos y, consecuentemente, de tecnicismos, parece mucho más significativa la capacidad didáctica y vulgarizadora de la prensa, a la que generalmente acude una audiencia más cualificada. Eso no quiere decir que la prensa generalista pueda permitirse utilizar sin contención las lenguas especializadas, porque "la presencia de palabras eruditas no explicadas refleja la incapacidad del redactor para comprender y transmitir una realidad compleja", como muy bien advierte el Libro de Estilo de EL PAÍS; bien al contrario, "los periodistas tienen la obligación de comunicar y hacer accesible al público en general la información técnica o especializada" (1996: 31). Pero cuando una novedad científica o técnica despierta el suficiente interés por su trascendencia, o por ser insólita, curiosa o chocante- como para generar decenas de artículos y comentarios, durante semanas, en todos los diarios, en la radio y en la televisión -como la clonación de la oveja Dolly, por ejemplo-, los términos asociados dejan de ser eruditos para el lector común medianamente culto, y pasan a formar parte de un acervo léxico que sin duda debe poseer como un elemento más de socialización: por ejemplo, si quiere participar en la tertulia del café con los compañeros de la oficina. Tal vez sorprenda comprobar la circularidad de la difusión de los tecnicismos a través de la prensa, proceso que pasa por su documentación en los diccionarios de uso: entre la bibliografía que acredita Álex Grijelmo se encuentra el Diccionario de voces de uso actual (1994), dirigido por Manuel Alvar Ezquerra, que, por cierto, toma como fuentes documentales varios números de algunos de los periódicos y revistas más leídos en España, entre los que se encuentra, por supuesto, EL PAÍS... En definitiva, la prensa utiliza los diccionarios de neologismos para certificar un uso generalizado que, a su vez, los diccionarios de neologismos documentan en la prensa... Probablemente, es inevitable e incluso necesaria esta mutua influencia -esta interacción, diríamos, empleando otro tecnicismo de moda- como lo es también que la prensa desempeñe ese doble papel de medio vulgarizador y difusor de los términos científicos y técnicos, por un lado, y de documento testimonial a la vez de su difusión generalizada entre los hablantes de cultura media, dada la dificultad de elaboración de corpus adecuados para la investigación. Un instrumento de gran utilidad, en este sentido, parece ser el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) recién introducido en la red de Internet por los investigadores de la Real Academia. De acuerdo con lo dicho en su presentación pública, realizada en Madrid en el mes de marzo de 1998, pretende ser una muestra representativa y equilibrada del español de los últimos veinticinco años (inicialmente de 1975 a 1999), y nace con una voluntad de actualización constante y de complementación del Corpus Diacrónico del Español (CORDE), el otro gran proyecto en ejecución. No parece muy elevada la proporcionalidad de los discursos orales (10%), pero al menos tienen alguna presencia, y se incluye también textos teatrales, todo lo cual es ya un avance con respecto a corpus anteriores. Una y otra vez se alude en los prólogos de los diccionarios al constante progreso científico y técnico y a sus repercusiones en el léxico de la lengua común. No en vano la historia del español corre paralela a la voluntad de convertirlo en lengua de ciencia, propósito que ya impulsó la labor de Alfonso X, y antes aún, de la Escuela de Traductores de Toledo. Con todo, es cierto que nuestra época se caracteriza especialmente por un fuerte impulso de la investigación científica y técnica, que se traduce en un crecimiento desorbitado de las terminologías. La labor de los medios de comunicación social favorece singularmente la propagación y vulgarización de los descubrimientos y de los léxicos asociados. Es enorme su responsabilidad en el empeño de conseguir la actualización del idioma sin que pierda su identidad, lo que despierta gran preocupación en la Academia, como demuestra uno de sus más ilustres miembros, Fernando Lázaro Carreter, en El dardo en la palabra, obra nacida y crecida precisamente en las columnas de la prensa. Sin embargo, en un alarde de optimismo, nos inclinamos a pensar que los periodistas son cada vez más conscientes del problema y están cada vez más preparados para desempeñar su trabajo con total profesionalidad. BIBLIOGRAFÍA Agencia Efe (1995), Manual de español urgente, Madrid, Cátedra (11ª ed. del Manual de estilo). 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