Victoria y fracasos

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LA REVOLUCIÓN DE LA LIBERTAD
1. EL DERRIBO DEL MURO: ACCIONES Y RAZONES
Giovanni Sartori, titular de la cátedra Albert Schweitzer de la Universidad de Columbia de Nueva York y profesor emérito de la Universidad de Florencia, marcó un hito en el estudio de las ciencias políticas desde Italia cuando fundó y dirigió el Centro di Studi di Politica Comparata y consolidó la creación de la Revista Italiana di Scienza Politica. Giovanni
Sartori es también, para la generación larga de españoles que vivimos intensamente la Transición, el autor de Partidos
y sistemas de partidos, obra que descubrimos primero en inglés y que hoy amarillea en nuestras bibliotecas en una
casi mítica edición de bolsillo de Alianza Editorial. Teoría de la democracia y el ya citado Partidos y sistemas de partidos, obras esenciales para entender “esa cosa extraña” (y estoy citando al profesor Sartori) que es la política, constituyeron una brújula fundamental en la primera andadura de nuestra democracia.
Después de sorprendernos de nuevo, justo tras la mal llamada caída del Muro de Berlín, con un agudo análisis sobre
la democracia después del comunismo, con envidiable lucidez, Giovanni Sartori ha continuado ahondando en el entendimiento de nuestras sociedades, reflexionando sobre el reto que suponen su creciente diversidad y complejidad. Y son
paradigmáticos en esta teoría de la democracia que desgrana su obra los criterios para lograr una ciudadanía armónica que establece en Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, publicado en España en 2001, entre los que destaca
el de reciprocidad: tolerar a los intolerantes conduce a la extinción del tolerante. En otras palabras: apaciguar a los que
quieren acabar con nuestra libertad nunca funciona.
Giovanni Sartori ha abierto aún otro vector de análisis al filo del nuevo siglo. El provocador Homo videns: la sociedad teledirigida, propugna la libertad política como condición sine qua non de la existencia de las otras formas de libertades necesarias en una democracia: la libertad de opinión y la libertad de expresión, en particular. Y en este contexto, la noción de realidad, la ideología y la escala de trascendencia de los eventos cotidianos se configuran -y ése es su
análisis- a partir de la cultura de los media, dependiendo así de la visión de un reportero o, todavía más, del interés de
quienes controlan esos medios. La implicación de este fenómeno para el ámbito de una sociedad democrática adquiere matices peligrosos, de los que los españoles hoy somos, lamentablemente, muy conscientes.
El lema que preside la fecunda vida de Giovanni Sartori lo acuñó él mismo en una de sus primeras obras: “La libertad
implica actividad, participación en los asuntos de la comunidad política, acción positiva y también resistencia activa”.
VICTORIA Y FRACASOS
Giovanni Sartori
Para recordar lo que supuso la caída del Muro de Berlín, cuyo decimoquinto aniversario
hemos celebrado, debemos seguir el orden de los acontecimientos. Primera parada: Berlín. O
mejor dicho, dos momentos de Berlín, dos ciudades diferentes. El Berlín de 1948-1949 y el
Berlín de 1989.
En 1948, el bloqueo de Berlín desencadenó la Guerra Fría. Se hubiera desencadenado igualmente en cualquier momento, pero el factor determinante fue el bloqueo de Berlín. Cuarenta
años después, la caída del Muro provocó la caída del comunismo, y, poco más tarde, la caída
de la Unión Soviética.
Estos dos extraordinarios acontecimientos berlineses (1948-49 y 1989) supusieron un
punto de inflexión en el llamado “siglo breve”. No estoy muy convencido de su “brevedad”, pero
sí de que fue un siglo intenso y agitado. Una de las ventajas de ser mayor (ni que decir tiene
que también hay algunas desventajas) es que uno conoce la historia porque la ha vivido: uno
ha visto las cosas, las ha experimentado, en algunos casos incluso las ha tocado. Cuando los
historiadores empiezan a escribir sobre un asunto intentan, sin duda, hacerlo lo mejor posible.
Reconstruyen el pasado, y esta reconstrucción conlleva una interpretación; pero rara vez presentan sus estudios mientras ocurren los hechos.
Ana Palacio
La conferencia de Giovanni Sartori fue pronunciada el día 18-04-2005.
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En 1948-1949 Berlín fue rodeado y sitiado. El único vínculo de unión con Occidente era el
aeropuerto de Tempelhof. Por aquella época tuve la oportunidad de aterrizar en ese aeropuerto, y resultó ser toda una experiencia. Tempelhof no era más que un diminuto terreno cubierto
de césped en medio de la gran ciudad. Cuando aterricé (no recuerdo exactamente cuándo fue)
había una tormenta tremenda, con rayos y nubarrones negros. De pronto, el avión empezó a
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1. EL DERRIBO DEL MURO: ACCIONES Y RAZONES
descender en picado. Llegué a pensar que íbamos a estrellarnos. Pero no, ésa era la forma en
que tenían que aterrizar los aviones en ese tipo de aeropuerto. Y en aquel diminuto terreno de
césped rodeado de altísimos edificios, la facción occidental era capaz de entregar 6.700 toneladas de provisiones diarias, incluido el carbón. Recuerdo que los aviones aterrizaban y volvían
a despegar sin parar, cada dos o tres minutos. Era increíble, pero aun más lo era el esfuerzo
por ganar. Stalin pensaba que no tenían nada que hacer. ¿Cómo podían conseguir que Berlín
sobreviviera? Pero lo hicieron, durante un año entero.
Finalmente, Stalin se dio por vencido. ¿Por qué? Bueno, Stalin todavía no tenía la bomba atómica. Y en caso de que la hubiera tenido, no contaba con el sistema de distribución apropiado
ni con misiles. No podía correr el riesgo de implicarse en una guerra y decidió rendirse. Pero
ésa fue la última vez. Desde aquel momento hasta 1989, fue Occidente quien tuvo que ceder
una y otra vez. Cuando comenzaron las revueltas del Este de Europa, lo único que hizo
Occidente fue sentarse y mirar. No podía hacer nada más. A esas alturas, se había establecido la doctrina de la DMA: Destrucción Mutua Asegurada. La Destrucción Mutua Asegurada significaba que nadie podía correr el riesgo de iniciar una guerra contra la Unión Soviética.
Quiero recordar otra anécdota relacionada con aquel puente aéreo de Berlín. En 1949, estaba en Nueva York y coincidí con el General Clark, que había estado al mando del Quinto Ejército
en Italia. En 1944 había tenido la oportunidad de llegar a conocerlo bastante bien. Por aquel
entonces estaba destinado en California, y cuando lo vi en Nueva York me dijo: “Ya sabe, vine
en un avión con dos motores”; en aquella época anterior al jet, se solían utilizar aviones de cuatro motores para los vuelos transcontinentales, así que yo le pregunté: “¿Y eso, por qué?”. A
lo que me contestó: “No queda un solo avión de cuatro motores en Estados Unidos, están todos
en Berlín”.
El Muro se construyó la noche del 13 de agosto de 1961. Nadie se lo esperaba. Los servicios secretos occidentales de la época eran conscientes de que existía un plan para dividir y
sellar Berlín. Pero aquel agosto creyeron que todo estaba tranquilo y que no iba a pasar nada.
Demostraron muy poca previsión, porque la época de mediados de agosto es perfecta para las
sorpresas. Muchas guerras han empezado a mediados de agosto, por lo menos las grandes. El
Muro de Berlín se levantó en plena noche, ante la sorpresa de todo el mundo. Pero no se podía
hacer nada. El presidente Kennedy estaba de vacaciones y no quiso interrumpirlas. Adenauer
protestó, pero no con la energía suficiente. La única protesta que de verdad se dejó sentir fue
la del alcalde de Berlín. No fue hasta dos años después cuando Kennedy se pronunció al respecto y dijo aquello de “Ich bin ein Berliner”. Si hubiese pronunciado esas palabras el 14 de
agosto de 1961, quizás las cosas habrían tomado otro rumbo. Pero dos años después, al margen de ser un gran espectáculo, no tuvo ninguna consecuencia. El Muro se levantó, pero no de
manera inmediata. Berlín se cercó durante la noche, pero el muro final, el de cemento, no se
construyó hasta dos años después, en 1963. Cerca de 5.000 personas trataron de escapar.
Cuando uno miraba aquel muro, podía imaginarlas. Algunas incluso lo consiguieron. Era increíble. La libertad es absolutamente irresistible y, milagrosamente, algunos la alcanzaron.
En ese instante ocurrió un hecho extraordinario. Sólo un oficial de bajo rango compareció
en la conferencia de prensa donde se realizó ese comunicado. Los medios de comunicación
no dejaban de preguntarle “¿Cuándo, cuándo va a ocurrir eso?”. A aquel pobre hombre no le
habían dado instrucciones. Miró sus papeles y entonces masculló, “Ab sofort” (“desde ya
mismo”). Y eso fue todo. No estaba autorizado para decir “Ab sofort”, pero no sabía qué otra
cosa decir. Necesitaba instrucciones por escrito y no le habían dado ninguna. Por eso pronunció aquel “Ab sofort”, y en un par de días, nos enteramos de que cinco millones de personas
habían cruzado el Muro. No existe ningún tipo de acta ni de documento oficial que atestigüe
que eso se estaba produciendo, ni siquiera una hora después de que la gente empezara a cruzar la frontera. ¿Quién ordenó a la policía fronteriza que se retirara? No lo sabemos y, personalmente, creo que no lo hizo nadie. Los guardias se evaporaron, simplemente desaparecieron. Por
lo que yo sé, fue aquella expresión, “Ab sofort”, la que destruyó el Muro de Berlín.
Pasemos ahora al tema de la televisión. En Estados Unidos la conmemoración de este acontecimiento ha sido un auténtico fiasco. Cualquier otro programa de las tres grandes cadenas
nacionales tuvo más audiencia que la emisión sobre el Muro de Berlín. Se impuso la industria
del entretenimiento. Y las cadenas se lo tomaron con mucha calma. Se dijeron, “A la gente le
interesan los asesinatos, las tormentas o los terremotos. ¿Por qué les va a interesar el Muro
de Berlín?”. Ésa fue su justificación, algo que personalmente me resulta repugnante. A menudo suelo citar el cinismo de esta respuesta. Si la gente no está interesada, es sobre todo porque a lo largo de los años las propias televisiones se han encargado de restar interés al asunto. La gente reacciona ante lo que ve. Si no ve nada, si no se le informa sobre nada, evidentemente no puede estar interesada. Es una explicación muy sencilla. Este fiasco televisivo es
culpa de la televisión, y eso es algo que dice mucho de nuestro futuro. Fue sin duda el acontecimiento más importante de la segunda mitad del siglo XX, porque la caída del Muro de Berlín
supuso (aunque unos años después) la caída de la Unión Soviética, y, por tanto, la caída del
comunismo y un nuevo renacer de la Historia.
Evidentemente, no se trata de un acontecimiento plasmado en imágenes impactantes. Si se
hubiesen publicado buenas imágenes, como las de las Torres Gemelas el 11 de septiembre, la
gente habría querido ver más y más. ¿Pero qué es lo que vimos? Vimos masas de gente cruzando el Muro. Con diez minutos era más que suficiente. No se trataba de un acontecimiento
interesante visualmente, a pesar de que se trataba de un hecho de una importancia simbólica
sin parangón, comparable a la toma de la Bastilla. De hecho, la toma de la Bastilla, en sí, no
significó nada. En la Bastilla sólo había tres guardias y un puñado de prisioneros. En realidad
no pasó mucho más. No podría considerarse un asalto; los materiales se vendieron a constructores que ganaron una fortuna con aquellos restos. Aun así, el 14 de julio es la fiesta nacional
francesa porque la toma de la Bastilla simboliza el final del Antiguo Régimen. El Muro de Berlín,
en cambio, no consiguió convertirse en un acontecimiento con la misma categoría simbólica, a
pesar de tratarse de una historia real (y no una inventada en su mayor parte). Y no lo consiguió
porque, afortunadamente para Francia, en 1789 no existía la televisión; pero para nuestra desgracia, en 1989 ya había sido inventada.
Remontémonos ahora al 9 y al 10 de noviembre de 1989: la caída del Muro. En 1989, los
países del Este empezaron a volverse “desobedientes” y, de repente, Hungría abrió sus fronteras a Austria. Decenas de miles de alemanes del Este ya estaban ahí, esperando, y el gobierno de Alemania del Este se dio cuenta de que no se podía hacer nada para evitar que escaparan. Por eso declaró que estaba dispuesto a expedir permisos que permitirían a los alemanes
del Este cruzar el Muro y pisar, después de mucho tiempo, el Berlín occidental.
Dos citas condensan lo ocurrido en 1989. La primera es de Martin Malia: “Nada nos ha sorprendido más del comunismo que la forma en que salió de la historia”. Es una cita extraordinaria, porque todos sabíamos que los regímenes comunistas se estaban viniendo abajo, pero
nadie podía imaginar que el colapso se iba a producir tan rápidamente, o de la manera en que
ocurrió. La segunda es obra de Enzo Bettiza. Se trata de un epitafio: “En 1989, la nada implosionó y se tragó a sí misma”. Es imposible ser más conciso.
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LA REVOLUCIÓN DE LA LIBERTAD
1. EL DERRIBO DEL MURO: ACCIONES Y RAZONES
En 1990, poco después de la caída del Muro, escribí un pequeño panfleto, La democracia
después del comunismo. En él apuntaba que la democracia ya no tenía enemigos, pero ¿en qué
sentido y hasta qué punto no tenía enemigos la democracia? Yo sostenía que no existía una
contra-legitimidad con respecto a los países en los que el principio de legitimidad es la voluntad de la gente. Evidentemente, en los países teocráticos esa legitimidad no se aplica porque
es la voluntad de Dios y no la voluntad de la gente la que cuenta (en 1990 Fukuyama se olvidó del Islam). Pero en la medida en que las sociedades políticas se basan en el principio de
legitimidad democrática, en esa precisa medida, la democracia ha vencido al comunismo.
A pesar de esta premisa, fui víctima de una emoción excesiva (algo bastante inusual en mí).
Creía que el pensamiento ideológico podría vencerse y que podríamos volver al pensamiento
real. Y es que el pensamiento ideológico es sinónimo de no-pensamiento: está muerto, congelado, se trata de una mera repetición del pensamiento anterior. La gente deja de pensar en lo
que dice, se limita a transmitir el mismo lema. Esta preocupación queda reflejada en mis libros.
Siempre he combatido el pensamiento ideológico, y en aquel momento pensé que estábamos
ante el instante en que volvería el pensamiento real, la capacidad de pensar. En 1990 afirmé
que eso podría ocurrir para 2050, gracias al cambio generacional. Pero me temo que estaba
equivocado, porque, aunque la ideología del comunismo (la ideología, no la filosofía) falleció
definitivamente, nos encontramos con la fórmula de la corrección política, que viene a ser lo
mismo. Ahora, el mundo se divide entre personas políticamente correctas y personas políticamente incorrectas. Es equivalente a las divisiones ideológicas del pasado.
Existen dos aspectos a tener en cuenta en lo que respecta a este análisis de la era postcomunista. Uno de estos aspectos es la escena internacional. Una vez más, ha cogido a mucha
gente por sorpresa. Todos nos habíamos acostumbrado a la DMA –la Destrucción Mutua
Asegurada–, que nos había proporcionado una clara estabilidad. Con la DMA, nos encontramos
con un buen número de guerras secundarias y periféricas (África fue uno de los campos de batalla preferidos), pero los dos contendientes principales fueron sumamente cuidadosos. Tenían
que serlo. Todos pensábamos que si aquella suerte de mundo bipolar se llegaba a colapsar,
tendríamos más inestabilidad, aunque fuera una inestabilidad positiva, y no una inestabilidad
amenazante. De hecho, un extraño aspecto de nuestra actual inestabilidad con respecto a la
caída del “Muro de los Muros” es la reconstrucción de cientos de nuevos muros. Desde 1989
hemos asistido a noventa guerras locales que han reconstruido otros tantos muros, guerras
cuya intención era la de reconstruir pequeñas entidades nacionales. Algunas de ellas estaban
justificadas (las identidades nacionales existen), pero muchas de ellas eran, como mínimo, sospechosas. Derivaban de la aplicación del principio de que es mejor ser general en un país
pequeño que coronel en uno grande. Cuantos más países, más generales; y eso hace felices a
los generales (la única excepción a esta tendencia a la “reconstrucción del muro” fue la guerra
de Iraq de 1991). Por tanto, pasamos de una gran y única muralla a un montón de pequeñas
murallas. Tal vez los pequeños muros sean mejores que los grandes. Pero, una vez más, nos
hemos vuelto a encontrar con un nuevo muro, tan inmenso como el de antes: el islámico.
lizaciones y que es inútil negarlo. La diferencia reside en que este nuevo enemigo no está generando la respuesta que generaba el anterior. Contra el comunismo, la Guerra Fría unió al mundo
occidental, a pesar de que existía el riesgo de la guerra atómica. Pero ahora, cara a cara con
el nuevo enemigo, ha ocurrido justo lo contrario. Occidente no sólo no está unido, sino que se
está desmembrando y rindiendo.
La diferencia reside en que ya nos somos los mismos. Yo sigo siendo la misma persona que
era durante la Guerra Fría, pero las nuevas generaciones son diferentes. Y las nuevas generaciones, para bien o para mal, se parecen cada vez más al niño consentido del que hablaba
Ortega. Son blandos. Por lo general, estamos perdiendo valor, vigor y principios. Lo único que
quieren nuestras sociedades es vivir de la manera más feliz posible; no quieren plantarle cara
a las perspectivas menos agradables, a las posibilidades desagradables. Prefieren meter la
cabeza bajo tierra. En los años cuarenta y posteriormente, Occidente tenía la voluntad de resistir. Ahora no está tan claro. Y uno de los motivos por los que está poco claro se debe a que no
sólo las sociedades ricas han acabado convirtiéndose en sociedades blandas, sino que además seguimos teniendo al viejo enemigo entre nosotros. Oficialmente, los comunistas de tipo
estalinista han dejado de existir, pero sus huérfanos han decidido vengarse. Han perdido
Moscú, su casa madre, pero siguen combatiendo la democracia liberal. Les encantaría que la
democracia liberal fracasara y su nueva bandera es el tercermundismo. Y el tercermundismo
debilita profundamente nuestra resistencia.
Actualmente, nuestro problema más serio es que la izquierda sigue creyendo que la democracia liberal, y por consiguiente, la democracia occidental, es una democracia capitalista malvada. Con el fin de combatirla ha decidido abrazar el multiculturalismo en nuestras sociedades.
Y ésta es una guerra que no vamos a ganar si no nos damos cuenta de que estamos realmente en peligro.
El otro aspecto es la escena democrática (insisto una vez más, se trata de la escena democrática, no de la escena internacional). ¿Qué le ocurrirá a la democracia? De nuevo, dando
muestras de mi pesimismo y por lo tanto de mi cautela, vuelvo a recuperar una pregunta que
formulé en 1990 y que cito textualmente: “¿Resistirá la democracia a la democracia?”. Hice
esta pregunta porque es el enemigo quien nos mantiene unidos, quien nos mantiene movilizados. Y ahora no cabe duda de que tenemos un nuevo enemigo. Eso es lo que yo creo, al menos.
Como no soy diplomático, puedo hablar sin diplomacia. Creo que asistimos a un choque de civi48
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2. LA REVOLUCIÓN NECESARIA
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