El momento final de una era

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PAÍS: España
LUNES
FRECUENCIA: Diario
65
PÁGINAS: 6518 DE MAYO DEL 2015
O.J.D.: 89305
TARIFA: 9843 €
E.G.M.: 545000
ÁREA: 425 CM² - 40%
SECCIÓN: CULTURA
18 Mayo, 2015
LLL
AMC
Análisis
Raquel Crisóstomo
PROFESORA DE LA UIC
El momento final
de una era
C
El creador de Mad men no tiene
miedo a decepcionar con el desenlace. Preguntado sobre si siente que
debe darle a cada personaje un momento final, Weiner aseguraba: «No
siento que le deba nada a nadie». Y
añadía: «Todo lo que puedo decirle
es que estamos contando una historia y esta es la conclusión natural
de la historia». ¿Cómo acabará todo?
Las especulaciones abundan. ¿Habrá un gran salto en el tiempo? Quizá. ¿Saltará Don desde la ventana,
como parecen profetizar los créditos en el inicio de cada capítulo? Sería horrible.
Sea como sea, por todo lo ofrecido
hasta ahora, máximo respeto. Y hasta siempre, Mad men. H
e de interpretaena». Probableurgir una serie
Mad men, y no soestuario; su sutiles no rima con
en.
segunda mitad
final de Mad men
sodio, Finiquito,
al era el clásico
¿Eso es todo lo que
r versión de Peta parece hacerro momento de
ncial. Y también
es que, quizá, esotra cosa que exulares.
EVOLUCIÓN
DE LA AUDIENCIA EN EEUU
En millones de telespectadores por temporada
PRIMER
CAPÍTULO
ÚLTIMO
CAPÍTULO
3,5
3,5
2,8
3,0
2,5
2,7
2,7
2,4
2,3
2,3
2,0
2,0
1,5
3,4
2,9
1,8
1,2
0,9
1,0
0,5
0,0
TEMPORADA
1
2
3
4
5
6
7
ómo va a acabar Mad
men. ¿Se suicidará Don?
¿Será feliz? Son preguntas que me han formulado. Pero, ¿es tan importante
su final? En las series, como en la
vida, lo importante es el mientras
tanto, el discurrir de las tramas, el
progreso de las acciones y el tiempo. Y en Mad men, de los silencios y
las pausas. Porque la serie de Matthew Weiner es de cocción a fuego lento, se deleita en los momentos visuales como en los cuadros
del pintor del silencio, Hopper.
En la cesta de besos de Peggy, en el
disparar a las palomas y en el Zou
Bisou Bisou de Megan. En Mad men
caminan acompasados momentos vitales de los personajes con
momentos cruciales de la historia, y descubrimos cómo la historia incide en nuestras vivencias particulares, algo de lo
que a veces no somos del todo
conscientes. En un ejercicio
metatelevisivo, las series
también influyen en nuestros recorridos vitales.
Lo agridulce marca el sabor de este plato televisivo,
así como las vidas de sus protagonistas. De la hormiguita Peggy,
de la paciente Joan, de la rubia
Betty y de tantos otros que hemos
dejado por el camino como el incomprendido Salvatore Romano,
el elegante Lane Pryce o el entrañable Bertrand Cooper. El sabor
agridulce solo se vio interrumpido por momentos fuera de tono
que sorprendían al espectador,
vibratos que lo sacaban de importantes reflexiones existenciales
como la de la decisión de Joan en
The other woman, para abofetearlo
con una dosis de realidad desmedida, o cuando Michael se automutila un pezón en un ataque de
locura en The runaways. En una serie en la que reina la contención,
los silencios, las ausencias y los
deseos no realizados de muchos
personajes, estos momentos esporádicos recordaban cuán extraña se nos puede hacer la realidad
a veces, igual que la presencia de
la violencia y especialmente de la
muerte y del suicidio.
No interesa saber la última escena, la última revelación, porque ya sabemos cómo es Don y
que no cambiará. Es un carismático impostor nato, un superviviente con una identidad creada
a su justa medida, como sus trajes de corte impoluto. Asistimos
a su derrumbe existencial en más de
una ocasión y a sus momentos epifánicos (la campaña de Lucky Strike, el
carrusel de Kodak). Sabemos desde
que vimos los títulos de crédito que
Don es un personaje en caída libre,
disimulada como si le fuera ajena,
ya que al final reencontramos a su
oscura silueta recostado en un sofá
y con un old fashion en la mano. La insoportable levedad del ser y la eterna
apariencia de desafectación por las
pequeñas tragedias cotidianas. Hasta el nombre del cóctel es síntoma de
que se adapta a los nuevos tiempos.
Porque Don se ha hecho a sí mismo
y se ha construido según el viejo paradigma capitalista del sueño americano, que a partir de Vietnam deja
de funcionar. Don no evolucionará
porque el único personaje susceptible de hacerlo es la adolescente Sally
«La serie de Matthew
Weiner es de cocción a
fuego lento, se deleita en
los momentos visuales»
Draper: ha asistido como espectadora privilegiada a cómo se va resquebrajando la perfecta máscara paterna, la de una generación, una época.
Por eso, en el episodio de la llegada
a la Luna, Sally no besa al chico con
aspecto de quarterback, sino al tímido. Porque las dinámicas están cambiando y la mostración de las mismas también: la felicidad en la séptima temporada ya no es ir al volante
de un coche caro. La diferencia generacional aún radica en que Sally puede romper con estos paradigmas, pero Don no puede confesar sus fantasmas: desprenderse de la máscara es
un alto precio laboral y social.
El momento final no importa en
tanto que nada va a cambiar. Es el final de unos personajes, de una serie y de una época. Lo que está claro
es que la serie no perderá su esencia
agridulce, y que seguramente los anhelos de los personajes no se resolverán al final, como en la vida. Tampoco cambiará la esencia del Don que
conocemos y que quedará al son de
My way en el olimpo de los grandes
personajes. Al fin y al cabo, lo que
convierte a la serie en una narración tan atractiva es que habla de
nosotros, del espectador contemporáneo, de sus miedos, de las fobias y
de las inquietudes. Cuestiones que
tampoco cambian, que permanecen
y que nos definen como humanos.
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