HOMBRE ¿Qué nos dices de ti, Belén? ¿Por qué, con tan pocas palabras, nunca nadie ha dicho tanto? ¿Por qué tus molinos y tus lagos, me invitan a ponerme en movimiento? BELEN Yo no os digo nada. Simplemente acojo y callo. A mí, me ha tocado ser aquella ciudad, insignificante y pequeña donde, Dios que habitaba en lo alto, pensó en mí para descender sorprendentemente en la tierra. Yo no hablo mucho. Porque, aquel se ha dignado nacer en una de mis cuevas, ni tan siquiera me ha exigido comodidad, ni derecho alguno. HOMBRE Explícanos entonces; ¿qué se siente cuando Dios toca las entrañas de un pueblo? ¿Cómo has recibido ese anuncio de que, tú Belén, entre todas serías la preferida y la más bonita para Dios? BELEN ¿Qué es lo que yo he sentido? Un regalo inmerecido. A mí, por lo que se escuchaba en las sinagogas, por lo que anunciaban los profetas, siempre me pareció algo fuera de toda lógica. ¡Qué Dios se acordase de mí! Ni yo podía pretender tal huésped ni, tan ilustre huésped, alguien tan pobre y menor como yo. Aquella noche, de todas formas, siendo sencilla y maltrecha por fuera, me sentí la ciudad más preciosa y poderosa por dentro. ¿Se puede desear algo mejor? HOMBRE ¿Qué dijo María de ti? ¿Cómo te miró José? BELEN Nunca los olvidaré. Sus pisadas quedaron para siempre clavadas en la memoria y en el empinado de mis calles. Sus miradas, rotas por la angustia de lo que estaba a punto de ocurrir, son cristales que yo guardo en las ventanas de mis casas. Sus corazones, aún hoy, siguen latiendo en los hombres y mujeres que creen y esperan, como yo creí y me asombré en esa noche. Nunca olvidaré las palabras de María: tú, Belén, serás hoy la habitación donde daré lo que Dios, en Nazaret, me anunció. No podré olvidar el rostro de un José sereno y nervioso a la vez: tú, Belén, eres grande y sabia. En ti, mi vara descansará hasta el amanecer. Hasta el día, cuando camino de Egipto, por salvar a este Niño, tengamos que alejarnos de ti. HOMBRE Cuéntanos un poco de aquel Niño que, siendo hijo de quien fue, pasó desapercibido para la mayoría de tus habitantes. ¿Cómo fue el parto? ¿Quién asistió? ¿Tan severa fue la soledad y la indiferencia de los que lo esperaban y no se percataron de su presencia? BELEN Hablar de Jesús es imposible. Aquella noche no hubo palabras. Sólo gestos. Humillación. Ternura. Silencio. Tan sólo un canto, increíblemente angelical, se escuchaba allá al fondo de todo el Misterio. Ha pasado el tiempo y, ahora me doy cuenta, que aquellos himnos de gloria y de paz….sólo eran audibles, inteligibles para la gente que esperaba. Para los hombres que soñaban con la llegada de un Dios humanado. Siento que mis entrañas se acongojan cuando recuerdo aquel amor que, sin decir nada, hablaba tanto, todo lo decía, todo lo guardaba, todo lo expresaba, todo era pequeño aún siendo grande. El gemido del Niño era el llanto de un Dios que se dolía por la situación del mundo. Las caricias de María, eran adelanto de lo que en Viernes Santo, el niño que llegó a joven iba a sentir en su propio cuerpo El silencio de José era, tal vez, premonición de su ser y de su figura, de su fe y de su hondura: quiso que sólo brillará la luz en medio de las pajas. HOMBRE Hasta nosotros, Belén, ha llegado la noticia de que Dios nació en la indiferencia más absoluta. Que fue rechazado. Que muchas puertas se cerraron a su paso cuando, Dios, iba en carroza virginal, buscando posada...... BELEN Aquella noche me sentí avergonzada. Hoy siguen resonando en mi conciencia aquellas palabras de Juan: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron” Yo, os lo digo con el corazón en la mano, quise recibirlo en el más cálido hogar, en la mejor familia. Pero, Dios, se empeñó en nacer en una casa sin número, en una morada sin fuego, en un rincón sin más techo que el cielo estrellado. Pero, dejadme que os pregunte: ¿Acaso, entonces, hubierais sido vosotros distintos? ¿Acaso, con Dios, sois más acogedores hoy? ¿Acaso no le cerráis innumerables puertas? ¿Acaso no se congela su rostro divino, cuando os acercáis hasta El con un corazón peligrosamente frío? Hoy, yo, Belén, sigo naciendo, viviendo, actualizándome, proyectándome en vosotros. Son dos caras de una misma moneda: el sí o el no. Muchos de los que eran vecinos míos, dieron la espalda al mejor de los inquilinos nunca conocidos por mí. Algunos de los que, estando lejos de mis muros, dejaron todo y se apresuraron a otear el horizonte para, después de marchar tras un aleteo del ángel mensajero, postrarse ante la gruta con simple miel, leche o queso. Otros más, hicieron de aquellos días, un acontecimiento memorable para mí nombre: por unos momentos, me sentí palacio, imperio, reino, cuando tres regios personajes se fiaron de un astro y ofrecieron incienso, mirra y oro. Acompañadme, si queréis. Hoy -de nuevo- podemos hacer que se produzca ese milagro: DIOS ENMANUEL......CON NOSOTROS. Hoy, entre otras cosas, de Dios, he aprendido que para ser hombre, hay que ser primero pequeño...,niño. J.Leoz Navidad 2005. Velada-Oración (Parroquia de San Juan Evangelista de Peralta)