Capítulo 8 Año 1870 Transformaciones y revoluciones: una visita al Londres de la reina Victoria MOVIENDO FICHA: LA ESTRATEGIA DEL OSO Juan Macro se sentía en su salsa explicándonos, como un profesor ante su pizarra electrónica, las armas más sofisticadas que podría utilizar el terrorismo internacional. En lugar de bombas, asesinatos selectivos o coches y aviones suicidas, quería que valorásemos los efectos directos y colaterales de utilizar los mercados financieros mundiales como base de una estrategia de destrucción. —Hace días, John nos sugirió considerar la posibilidad de que se utilizase un sistema de empresas ficticias y fraudes en cadena con operaciones cruzadas de créditos avalados por letras de cambio. En un plazo de entre tres y seis meses, 231 Momentos estelares de Econolandia Año 1870 - Transformaciones y revoluciones: una visita al Londres de la reina Victoria 1.000 millones de dólares, según su ejemplo, podrían llegar a quintuplicarse y sería muy difícil localizar a los responsables de aquel timo a gran escala. —Así es —confirmó John Business—. Se trataría de una acción que los terroristas tendrían muy pensada de antemano utilizando todas las posibilidades de intrincados circuitos con intermediarios en paraísos fiscales, falsas identidades y cómplices que nunca habrían conocido la envergadura real de las operaciones en que estaban colaborando. —Pues bien —continuó Juan—, dando vueltas a esta idea, me puse a pensar en otras posibilidades de mover grandes cantidades de dinero con cifras iniciales muy pequeñas. Es como el ejemplo clásico de utilizar una palanca para mover una gran piedra: la fuerza aplicada en un extremo se multiplica a lo largo del brazo de la barra metálica que actúa como palanca. A eso los financieros lo denominan «apalancamiento»: comprar o invertir por más valor de los recursos de que realmente se dispone. —¿Te refieres a todo ese complejo mundo de los mercados de futuros, opciones y otros derivados financieros? —interrumpí. —Naturalmente, Larry. Y las ideas básicas no son tan difíciles de entender. Veréis... No quiero aburrir a mis lectores con la murga técnica que nos soltó Juan durante más de una hora, moviendo sus manos por la gran pizarra electrónica para presentarnos los conceptos y ejemplos que tenía preparados. Creo que todo puede resumirse para nosotros, los interesados sólo en los resultados prácticos sin más preocupaciones técnicas propias de especialistas, en pocas palabras. La clave está en poder hacer apuestas a futuro sobre la evolución de la cotización en las bolsas u otros mercados financieros, comprometiendo sólo una cantidad que puede ser muy inferior a los beneficios que tendríamos si nuestra apuesta resulta correcta. En el fondo, la posibilidad de comprar o vender «futuros» es muy antigua. Recuerdo que Simón Ruiz, aquel comerciante y banquero de Medina del Campo, ya me habló, en 1570, de cómo en las ferias se comerciaba con cosechas futuras de productos agrícolas, que se adquirían y comprometían a un precio a pagar en una fecha y lugar acordados, cuando aún no existían físicamente. —Ahora viene lo más importante —nos dijo Juan con una sonrisa de complicidad—. Como se puede vender lo que no se tiene, lo único que importa es la diferencia de precios entre el momento en que se compra y en que se vende una acción de una empresa o cualquier otro activo financiero. —¿Y por qué eso es lo más importante? —pregunté. —Porque así se puede ganar (aunque también perder) mucho dinero con pequeñas inversiones —contestó Juan. —Yo sigo sin enterarme muy bien —insistí—. Todo esto de los futuros me suena, pero no termino de comprender ese milagro de ganar mucho exponiendo poco. —No digo que uno no exponga. De hecho es uno de los mercados con más alto riesgo: en poco tiempo, uno puede perder toda la inversión, aunque también es posible duplicarla, por ejemplo. —¿Te importa ponernos un ejemplo? —Veréis. Imaginaros que compro hoy, cuando una acción de una empresa vale 100 euros, un futuro sobre esa acción a un mes. Si comprase realmente la acción en bolsa, debería pagar 100, y si dentro de un mes la cotización estuviese en 110 habría ganado 10 euros, es decir el 10 por ciento de mi inversión. Pero si compro un futuro, podría arriesgar sólo 10 euros. Si en un mes la acción vale 110, ganaría también 10 euros, como en el mercado bursátil normal, pero ahora sería el 100 por cien de lo invertido. —Mira, Larry —terció John, que ahora se apuntaba al lado de los iniciados—. Es como un juego en que apuestas 232 233 Momentos estelares de Econolandia Año 1870 - Transformaciones y revoluciones: una visita al Londres de la reina Victoria todo lo que puedes ganar o perder. Si tienes 100 euros, no compras una acción por este valor, sino, por ejemplo, 10 futuros cada uno de ellos de 10 euros. Ahora con 100 euros puedes doblar tu capital, aunque también puedes perderlo si el movimiento de la bolsa es a la baja. —En realidad —precisó Juan—, las instituciones que administran esos mercados de futuros lo que hacen es reunir las apuestas de aquellos que quieren vender y de otros que desean comprar a un precio dado, garantizando el pago del que pierde al que gana. Al final, y después de estas y otras explicaciones complementarias, terminé de entender la jugada: yo podía comprar o vender un futuro sobre una acción a un plazo establecido y a un precio dado. Cada día yo ganaba o perdía lo que el precio de la acción subía o bajaba según en qué dirección apostaba. Y sólo tendría que depositar dinero por el riesgo razonable que tenía la operación. Si acertaba la dirección del cambio, iría ganando tanto más rápido cuanto más veloz fuese el movimiento su subida o bajada. En resumen, si acertaba una caída fuerte de la bolsa o una subida explosiva, mis ganancias podrían irse acumulando a gran ritmo. Aquí llegaba ya la idea central de razonamiento de Juan Macro sobre la posibilidad de que los mafiosos utilizasen los mercados de futuro como medio de enriquecimiento personal y de desestabilización social. —Unos terroristas —nos dijo— pueden provocar una caída bursátil mundial a través de los atentados tradicionales. Volar un edificio emblemático, una masacre colectiva, dejar sin abastecimiento eléctrico grandes ciudades, hacer explotar empresas importantes, conducciones petrolíferas.... Lo nuevo sería, aprovechando esa información privilegiada sobre acontecimientos futuros, hacer apuestas simultáneas vendiendo hoy a un precio de 100 lo que podrá comprarse a, pongamos, 50 dentro de uno, dos o tres meses. —¡A ver si lo he entendido! —protesté en aquel momento—. Los mafiosos apuestan esos 1.000 millones de dólares a que baja la bolsa en los próximos meses, porque saben que van a actuar sus cómplices del terrorismo. Pero, ¿cómo se desarrollarían los acontecimientos en la práctica? —Es muy fácil. Con esos 1.000 millones comprarían contratos de futuro sobre diferentes bolsas mundiales por valor 10 ó 20 veces superior. Esos contratos serían un compromiso de venta al precio actual dentro, por ejemplo, de un mes. El valor total de esos contratos sería, por tanto, de 10.000 ó 20.000 millones de dólares. Si en ese momento la bolsa está en un índice de 50 en lugar de 100, habrán ganado entre 5.000 y 10.000 millones, es decir, habrían multiplicado por cinco o diez su capital inicial. —¿Y quién correría con esa pérdida? —terció John, nuestro empresario amigo. —Lo que unos ganan, lo pierden necesariamente otros. Alguien habrá comprado, en su momento, esos contratos que nuestros terroristas quieren vender. Ellos pagan el doble de lo que valen al final del periodo de apuesta las acciones. Luego habrán perdido los 5 ó 10.000 millones de dólares que los otros ganan. A esta estrategia de venta de futuros algunos la llaman el «abrazo del oso»: si aciertan la marcha y no sueltan, terminan asfixiándote. —Bueno, ya has conseguido ponernos los pelos de punta. ¿Y ahora qué? —preguntó John, meciendo nerviosamente las gafas, como era su costumbre en momentos como aquellos. —Ahora —respondió Juan— debemos seguir estudiando otras posibilidades. Durante los próximos días voy a profundizar en las variantes de otros mercados financieros, como las opciones de compra y venta. Además, quiero ver qué posibilidades tienen los fondos de inversión de alto riesgo. Ya os contaré. 234 235 Momentos estelares de Econolandia —Pues yo no puedo ayudarte en esos follones financieros que me producen escalofríos y dolores de cabeza —añadí—. Prefiero enfrentarme a un viaje por las revoluciones del siglo XIX o incluso a la crisis bursátil de 1929. A lo mejor aprendo algo sobre cómo ha cambiado el mundo. REVOLUCIÓN, REVOLUCIÓN, REVOLUCIÓN... Viajar por el mundo en 1870 debía producir sensaciones muy contradictorias. Por una parte, estaban en el poder algunos de los «pesos pesados» de la historia: Victoria I de Inglaterra (que daría lugar a una época «victoriana»), Francisco José de Austria y su célebre esposa, la emperatriz Sissi, Alejandro II de Rusia, Guillermo I de Prusia y su poderoso canciller Otto von Bismark, el Papa Pío IX, Napoleón III de Francia.... Pero, por otra parte, todo esta grandeur escondía múltiples cambios de régimen, alianzas y guerras, revoluciones, ... Ya se habían producido infinidad de convulsiones y aún quedaban, en 1870, muchos escalofríos por venir. Políticamente, la Revolución Francesa de 1789, había sido seguida por otros movimientos de cambio en diversos países, más o menos radicales, y en especial por revoluciones hacia 1848 en Francia, Imperio Austrohúngaro y estados alemanes e italianos. Pero aún quedaban, disturbios locales aparte, la segunda revolución de Francia de la Comuna de París en 1871 y la gran Revolución Rusa de 1917. Hacia 1848 se habían producido, en varios países de Europa, una serie de acontecimientos que propiciaron los movimientos revolucionarios. Desde un punto de vista económico, nos encontramos con una sucesión de cosechas desastrosas (patata, cereales...) con la consecuente subida de los precios de productos alimenticios básicos. Socialmente, se 236 Año 1870 - Transformaciones y revoluciones: una visita al Londres de la reina Victoria añadía un movimiento de repulsa hacia la nueva maquinaria, a la que se hacía responsable del aumento de desempleo. Políticamente, crecía una clase media más formada y exigente en cuanto a su participación. La primera agitación revolucionaria importante de 1848 tuvo lugar nuevamente en Francia, con destrucción de imprentas, hilanderías y otros representantes del nuevo «maquinismo» industrial que estaba iniciándose. Curiosamente, esta Segunda República que termina con el reinado de Luis Felipe de Orleans, culmina en el nombramiento de Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del emperador, como presidente de la República y, dos años más tarde, con su proclamación como Napoleón III y el inicio de un Segundo Imperio que caerá precisamente en el año de mi viaje, 1870, con el emperador francés prisionero de las tropas de la entonces potente Alemania. Sólo 16 días después de la abdicación de Luis Felipe en Francia, dimite Metternich, el canciller austriaco que quiso dirigir el diseño de una nueva organización mundial en el Congreso de Viena. Todo empezó, precisamente en Viena, con múltiples manifestaciones a favor de una constitución liberal que fueron reprimidas por las tropas, y terminó con una invasión popular de la Dieta. Otras muestras de descontento se produjeron también en capitales del imperio como Praga y Budapest. Precisamente Praga, la capital de Bohemia, era la ciudad donde Fernando I había sido coronado en 1835. Las revueltas hacen huir al rey de Viena y abdica en favor de su sobrino Francisco José. Los movimientos autonomistas húngaros dentro del Imperio Austro-Húngaro son sofocados rápidamente, y se inicia una nueva época neoabsolutista con el joven emperador, que pronto anuncia su ideario político de que la autoridad del soberano no tiene más límite que su propia conciencia. 237 Momentos estelares de Econolandia Año 1870 - Transformaciones y revoluciones: una visita al Londres de la reina Victoria Sin embargo, los acontecimientos revolucionarios de 1848 se habían producido también en otros puntos de la ahora denominada Confederación Germánica cuya dieta o parlamento tenía su sede en Francfort, aunque estaba presidida, formalmente, por Austria. Los acontecimientos más graves tuvieron lugar en Berlín, la capital de Prusia. En cuatro días de luchas populares, con barricadas, se produjeron unas 300 muertes y el rey Federico Guillermo IV quiso calmar los ánimos con una retirada de tropas y el nombramiento de algunos ministros liberales. Pocos meses después, se inicia la contrarrevolución y se confirma la autoridad del gobierno del rey. Los brotes revolucionarios se extienden, aunque ya con menor fuerza, a otras ciudades como Venecia, Milán o Madrid. Rápidamente sofocados, parece que no tengan mayores consecuencias. Pero llevan en sí los gérmenes de profundas alteraciones. Sólo había que mirar cómo cambiaba el mapa del mundo según pasaban los años y me acercaba a 1870. En una pantalla electrónica de las que disponía el WIC pude ver cómo se alteraban fronteras y nacían países. En poco tiempo Alemania e Italia logran su unificación; Bélgica se independiza de los Países Bajos; Hungría, de Austria; y Grecia, Rumania, Bulgaria o Serbia del Imperio Turco. Sólo cuatro años antes del viaje que tenía programado a 1870, Prusia derrotaría militarmente a Austria e impondría sus ideas de un estado alemán separado de aquel país. En 1871, Guillermo I de Prusia sería proclamado formalmente emperador de Alemania y empezaría el II Reich, que duraría hasta 1914. Pero ya varias décadas antes la política panalemana del canciller Bismarck iba abriendo el camino a este desenlace. Una unión aduanera de los estados alemanes (Austria excluida) llevaba años cohesionando el mercado interno con la libre circulación de mercancías («Zolverein»). La pérdida de poder de Austria supuso una ayuda más a los movimientos unificadores de los estados italianos, liderados por el rey Víctor Manuel II de Cerdeña-Piamonte y que acababan de culminar en 1870 con el establecimiento en Roma de la capital del reino. El Congreso de Viena había confirmado la división territorial italiana. Austria mantenía Lombardía y el Véneto, más diversos ducados de su directa influencia; el papado extendía su poder territorial hasta zonas del Adriático; los Borbones conservaban Nápoles y Sicilia. En pocos años de alzamiento militar, con la ayuda principalmente de Napoleón III, Víctor Manuel II entraría triunfante en Roma el mismo año de mi viaje, 1870. Un año antes, el Papa había reunido el Concilio Vaticano I y afirmaba su poder espiritual (ya que había perdido casi el territorial) con la aprobación del principio de infalibilidad del pontífice. La pérdida de influencia de Turquía y la independencia de los países que se integraban bajo su dominio en la zona de los Balcanes, es paralela al expansionismo ruso y, en particular, a los resultados de la guerra ruso-turca de 1877-78, que se convierte en un éxito para los países de origen eslavo. La expansión rusa se había iniciado años atrás con Pedro I el Grande, que en 1703 edifica por entero una ciudad, San Petersburgo, en los territorios conquistados a Suecia y que suponen su salida al Báltico. Para dejar claras sus intenciones de permanencia en esa zona, traslada la capital del imperio de Moscú a San Petersburgo. El zar Alejandro I había conseguido expulsar a las tropas napoleónicas de un Moscú en llamas y sus ejércitos llegan incluso a acampar en París. Su poder y su prestigio hacen de él uno de los principales árbitros en la construcción de la nueva Europa, consolidándose la ocupación de Polonia. Las revueltas centroeuropeas de 1848 son rápidamente sofocadas por su sucesor, Nicolás I, al que se llega a deno- 238 239 Momentos estelares de Econolandia minar «el gendarme de Europa». Como ha ocurrido tantas otras veces en la historia, la disculpa de una defensa de la religión, un nacionalismo exacerbado y un espíritu visionario del líder, acaban en tragedia. Bajo el pretexto de defender a unos monjes ortodoxos, Nicolás I de Rusia decide dar un ultimátum a Turquía que termina en una guerra que se concentra en la península de Crimea en el norte del Mar Negro, entonces territorio otomano. En este caso el apoyo a los turcos les llega de una coalición anglo-francesa que ve con preocupación el creciente poder ruso. La muerte del zar Alejandro I, poco antes de la derrota rusa final con la toma de Sebastopol en 1855, complica aún más la situación. El Mar Negro pasa a ser considerado «protectorado europeo». En el momento de mi nuevo viaje, 1870, gobierna el zar Alejandro II, que dedica sus primeros esfuerzos a introducir una política más liberal en un país todavía anclado en pautas del pasado. Pocos años antes, ante la nobleza reunida en Moscú, el zar había dicho: «Más vale abolir la servidumbre desde arriba que ver su abolición por sí misma». Después de ésta y algunas otras reformas administrativas y judiciales, Alejandro II retomaría la vena expansionista, ahora principalmente hacia el sur con los territorios del Turkestán y hacia el este, donde arrebatarían a China su provincia marítima del norte del Mar del Japón, creando el importante puerto de Vladivostok, estación límite futura del célebre ferrocarril transiberiano. Pero esfuerzos reformistas interiores y expansión exterior serían cortados en seco en 1881 con su violento asesinato por un grupo terrorista. Entre las muchas vueltas y revueltas que da el acontecer histórico, poco a poco Europa se irá dividiendo en dos grandes bloques que terminarán enfrentándose en 1914 en la I Guerra Mundial. Por una parte, la Triple Entente con 240 Año 1870 - Transformaciones y revoluciones: una visita al Londres de la reina Victoria Gran Bretaña, Francia y Rusia. Por otra, la Triple Alianza con Alemania, Austria e Italia. Pero antes aún quedan muchos cambios. UNA ESPAÑA DE PELÍCULA Aparte de los módulos de viaje virtual, propios del WIC, disponía también de películas que revisaban países y épocas «a gusto del consumidor». En la consola central de proyección seleccioné «España», «1870» y «acontecimientos políticos». Me encontré con una España convulsa en que reinaba (es un decir) Amadeo I de Saboya, un rey extraño inventado por el general Prim. Asistí al asesinato del propio Prim en Madrid y a los acontecimientos finales de la sublevación de Barcelona, iniciada dos años antes. Antonio Canovas, un político conservador que resultaría clave durante los próximos años, cuando sería repetidamente jefe de gobierno alternándose con Sagasta, escribe una carta a Isabel II, en el exilio, en la que se ofrece a promover la vuelta del régimen monárquico en la persona de su hijo Alfonso (el futuro rey Alfonso XII) si ella abdica. Marqué ahora «1868» y me sumergí en un ambiente de rebelión total. Encontré Juntas Revolucionarias en diversas ciudades con la petición unánime de sufragio universal y regeneración social y política. Un levantamiento generalizado en Andalucía, bajo el mando del general Serrano (y del propio Prim) recientemente destituido a pesar de que fue uno de los pilares del régimen de la reina Isabel II, de la que incluso se decía que lo había tenido como amante y a la que ésta llamaba «el general bonito». El hecho es que las fuerzas isabelinas, comandadas por el marqués de Novaliches terminaron negociando con Serrano e incorporándose a la revolución triunfante, mientras Isabel II buscaba refugio en 241 Momentos estelares de Econolandia Año 1870 - Transformaciones y revoluciones: una visita al Londres de la reina Victoria Francia. En Madrid, se constituye una Junta Revolucionaria que se compromete a realizar elecciones inmediatas, mediante sufragio universal (hombres mayores de 25 años), en las que los progresistas llegan a obtener una tercera parte de las candidaturas. Se confía al general Serrano el establecimiento de un nuevo gobierno, como Regente, que de inmediato declara la libre enseñanza, la libertad de prensa, el derecho de reunión y asociación, la libertad de residencia y culto... Con estas proyecciones se sació mi ansia de conocimiento sobre la política en aquellas fechas. Mi vena de periodista me llevó, de inmediato, a seleccionar en la consola de mando el periodo del reinado de Isabel II, «1833-1868» y «acontecimientos económicos y sociales». Este procedimiento me permitía recorrer rápidamente los años y, si así quería, seleccionar entre la lista de acontecimientos correspondientes a cada fecha. Empecé marcando, en 1836, «Diligencias» y «Desamortización de Mendizábal». La primera proyección me permitió conocer cómo, tras la reorganización de la Compañía de Reales Diligencias, un viaje con 20 pasajeros se realizaba aún a poco más de 10 kilómetros por hora incluyendo paradas. Es decir, Madrid-Barcelona en un mínimo de tres días. Su coste: el equivalente a medio sueldo mensual de un obrero cualificado. El pequeño documental sobre la célebre «desamortización de Mendizábal», el Ministro de Hacienda de los inicios del reinado de Isabel II, mostraba la multiplicidad de monasterios y conventos de la iglesia con menos de 20 profesos, que se suprimieron por ley y se pusieron a la venta en subasta pública. Aquellas ideas precoces sobre «manos muertas», de las que había hablado con el conde de Campomanes hace más de medio siglo, se empezaban a poner en marcha. Me salté algunos acontecimientos modernizadores de aquellas fechas, para mí demasiado alejadas, de los años 40, como la fundación del Banco de Isabel II y del de Barcelona, la reforma de la Hacienda Pública, la ley de Bolsa, la regulación de las sociedades por acciones, la adopción del sistema bimetálico, oro-plata, con el real como unidad monetaria... Sin embargo, no quise pasar por encima del acontecimiento excepcional de la inauguración del ferrocarril BarcelonaMataró en 1848 y del Madrid-Aranjuez, tres años más tarde. Está claro que el ferrocarril era una gran revolución en el sistema de comunicaciones. La velocidad, desde sus primeros momentos, llegó a más que triplicar la de las diligencias y hacia 1870 se habían tendido ya más de 5.000 kilómetros. de línea férrea, dejando el trayecto de Madrid a la frontera francesa a la distancia de un día y menos de la mitad de su coste en diligencia. Era curioso observar la diferencia entre el antiguo viaje en diligencia y el moderno, cómodo, rápido y barato en ferrocarril, naturalmente siempre para los patrones de la época. Eso sí, entre los capitales privados dedicados al ferrocarril y los empleados en comprar bienes desamortizados, la España de aquellas fechas apenas tenía capacidad financiera para otras iniciativas y, entre ellas, la industrialización incipiente de la economía . De los 50 pasé por encima del inicio de los sellos adhesivos de correos y del tendido de la red telegráfica eléctrica o el comienzo de las obras del Canal de Isabel II para la traída de aguas a la capital, que hasta esas fechas realizaban cerca de 1.000 aguadores llenando sus cubas en las fuentes repartidas por la ciudad. Decidí pararme en «Banco de España» y «Diccionario geográfico-estadístico». En el primer documental pude observar los preparativos para la fusión de los Bancos de San Fernando e Isabel II en el nuevo banco central del país. Conocí a Ramón de Santillán, su primer gobernador, que ya había acumulado una amplia experiencia en la Administración como experto en las reformas de la Hacienda Pública. Me enteré de que, 242 243 Momentos estelares de Econolandia ante la escasez de metal de plata que estaba sufriendo toda Europa, se había introducido el doblón de oro o centén isabelino. Asistí a discusiones sobre una nueva ley de instituciones de crédito que permitiría el libre establecimiento de bancos de emisión de billetes. Una medida tan extraña desde una perspectiva actual, con emisión restringida incluso a un banco para un conjunto de países, se justificaba por el hecho de que el billete aún era considerado como una especie de pagaré, letra o libranza y no como papel-moneda de curso legal obligatorio. El otro documental se centraba en la obra de Pascual Madoz, un economista y estadístico de aquellos tiempos, miembro de la Real Sociedad Matritense de Amigos del País, otra de las ideas precursoras de Campomanes. Pude comprobar cómo una red de más de mil «ilustrados» reunía material sobre los más diversos aspectos de la realidad económica y social española, en un trabajo enciclopédico que se publicó en 16 volúmenes aunque el propio Madoz reconocía que tenía materiales para rellenar otros 100. Después de este monumental esfuerzo del Diccionario GeográficoEstadístico, aún tendría fuerzas para desarrollar la que se denominó «desamortización Madoz» a través de la recien creada Dirección General de Ventas de Bienes Nacionales, que se encargó de la realización de predios rústicos y urbanos, propiedades del clero, ordenes militares, cofradías, beneficencia y bienes comunales de los pueblos. De los años 60 sólo seleccioné «Peseta» y «Censo de Población». Sobre la nueva moneda española, la peseta, me quedé con la idea de que se introdujo en 1868 en monedas de oro (de 5 a 100 ptas), plata (de media a 5) y céntimos de cobre, sustituyendo al escudo de 10 reales como unidad monetaria. Respecto a los censos de población, recuerdo que en 1868 España tenía unos 16 millones de habitantes. Las principales concentraciones de población estaban en Madrid 244 Año 1870 - Transformaciones y revoluciones: una visita al Londres de la reina Victoria (unas 300.000 personas), Barcelona (cerca de 250.000) y Sevilla, Valencia o Cádiz-Jerez, cada una de ellas con más de 100.000 habitantes. El 80 por ciento de la población era analfabeta e, incluso en ciudades como Madrid, alcanzaba el 60 por ciento el número de personas que no sabían leer y/o escribir. Por cierto, en 1870 las fuerzas del ejército permanente eran de 80.000 hombres, pero había un servicio militar obligatorio por sorteo, muy protestado, del que se escapaban los exentos por causas físicas o familiares, por ejemplo, los hijos únicos de viudas; también los funcionarios, estudiantes de Derecho y los que buscaban un sustituto (personero o alquilón) por 8.000 reales, surgiendo incluso aseguradoras de quintas mediante una cuota anual que, según cuantía, aseguraba el pago directo o entrar en un sorteo del que salían los afortunados con la remisión. ENTRE ARTE Y CIENCIA; ENTRE ROMÁNTICOS Y RACIONALISTAS CIENTÍFICOS La conocida escultura «El Pensador», de Auguste Rodin, realizada en 1888, me parece todo un símbolo sobre el esfuerzo de reflexión que un hombre de finales del XIX tiene que hacer para entender las contradicciones entre las formas más habituales de vida y las corrientes predominantes de pensamiento. Para empezar, están las contradicciones entre las dos raíces diferentes que alimentan el romanticismo imperante, al menos durante la primera mitad de siglo. Por una parte, un romanticismo que arranca de los valores más tradicionales de la exaltación de lo nacional, de la nostalgia por la Edad Media ante el aburrimiento del anterior neoclasicismo. Es la ideología de la Unidad Italiana, del II Imperio 245 Momentos estelares de Econolandia Germánico, de la literatura de Walter Scott o José Zorrilla, de la reinvención del gótico en el palacio de Westminster o en el edificio de la Ópera de París. Por otra parte, está la raíz liberal y revolucionaria del romanticismo, del subjetismo frente a la razón, de la filosofía de Hegel o Nietzsche, de la literatura de Lord Byron o Espronceda, del socialismo utópico de Saint-Simón o Fourier. Sólo un socialista muy romántico y muy utópico podía inventar una Sociedad Armónica dividida en millones de falansterios o explotaciones agrícolas basadas en recolecciones agradables de árboles frutales y cuidados edificios para habitación y recreo de los más de mil individuos de cada comunidad. Lo realmente curioso es que todo esto sucede en un mundo en profundo cambio, con revoluciones reales que producen muertos, caídas de gobiernos y guerras; con grandes avances del pensamiento científico y constantes innovaciones tecnológicas que transforman la vida de las personas. En los 50 años anteriores al viaje que tengo previsto hacer a la Inglaterra victoriana de 1870 se han realizado los primeros descubrimientos bactereológicos de Pasteur; Nobel ha conseguido la dinamita; Darwin ha publicado El origen de las especies; Edison ha ideado el fonógrafo; Morse, el telégrafo; Ampère ha desentrañado algunos de los principios básicos de la electricidad y su transformación en fuerza mecánica... Pero el gran cambio proviene de las aplicaciones a los más diferentes campos de la máquina de vapor, inicialmente propuesta por Watt casi como una curiosidad científica. Transformar el vapor en energía suponía la posibilidad de hilaturas y telares mecánicos; de arados, barcos, locomotoras o martillos para la metalurgia, movidos a vapor. Por fin, la continuada dependencia de la energía animal e hidráulica se veía ahora ampliada por el empleo del carbón 246 Año 1870 - Transformaciones y revoluciones: una visita al Londres de la reina Victoria para producir gas. Pero, además, se dispone ahora de nuevos materiales y técnicas para la construcción, como el cemento en diferentes variantes; las combinaciones de vidrio y metal o de hierro y acero (la Torre Eiffel se levantaría en 1889); los primeros grandes túneles; el reciente canal de Suez, inaugurado sólo un año antes de mi viaje; los grandes puentes, como el de Brooklyn en Nueva York... Las consecuencias eran toda una nueva forma de trabajar y de vivir. Llegaba el maquinismo, las industrias se instalaban en ciudades donde se concentraba la población, la división del trabajo de la que hablé con Adam Smith se había generalizado. Ahora el operario debía utilizar menos su fuerza y habilidad manual pero, a cambio, pasaba a ser una pieza de un proceso que no dominaba. El proletariado tomaba conciencia de clase. En 1864 se creaba en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores, por la que tanto lucharon Marx y Engels. Ha llegado el momento de darme una vuelta por Londres en 1870 y poder hablar de todos estos cambios con Karl Marx, según había convenido con mis anfitriones del WIC. KARL MARX: FILÓSOFO, SOCIÓLOGO, ECONOMISTA... Y REVOLUCIONARIO Estaba a punto de cumplir otra de mis mayores ilusiones en estos viajes virtuales. Iba a tener la oportunidad de ver de cerca y charlar con Karl Marx, el gran revolucionario de las ideas y de la acción política del siglo XIX. Como hacía habitualmente en la preparación de mis andanzas por la historia, había procurado informarme algo sobre la vida de Marx. En el momento de mi visita tenía 52 años. Había nacido en Prusia, de familia judía conversa al cristianismo cuando él tenía seis años. Sus estudios universi247 Momentos estelares de Econolandia Año 1870 - Transformaciones y revoluciones: una visita al Londres de la reina Victoria tarios habían sido, formalmente, jurídicos, pero lo que le apasionaba era realmente la filosofía y la historia. Era un políglota devorador de libros, capaz de leer a Homero en griego, a Shakespeare en inglés, a Hegel en alemán, a Cervantes en español y a los socialistas utópicos franceses en su propia lengua. Sin duda alguna, era un ciudadano de un mundo global, cuando primaban los localismos. De él se ha dicho, con razón, que no tenía patria en el sentido geográfico habitual; su patria era la clase social opuesta a la burguesía, a la clase media o alta, propietaria de terrenos, comercios, talleres o fábricas en que se empleaban los trabajadores. Posiblemente el ser ciudadano del mundo fue no sólo producto de la globalidad de sus ideas y preocupaciones. También fue consecuencia de los cambios de residencia a los que le obligó la vida. Hasta los 25 años tuvo los traslados habituales en un joven que realiza estudios universitarios. De su pequeño pueblo de Tréveris, junto al Rin, en que nació, pasó a Bonn, Berlín y Colonia. Después, en sólo seis años, reside en París, Bruselas, de nuevo en Colonia y París, para terminar fijando su residencia en Londres, aunque con frecuentes viajes, consecuencia de su acción política. Cuando le visito lleva ya en la capital inglesa poco más de 20 años y allí morirá en 1883, a los 65 años de edad. Su esposa y compañera de fatigas, Jenny, le siguió en su ajetreada vida desde su juventud aguantando, con paciencia, su crónica escasez de recursos y su mala salud. Marx tuvo cinco hijos, tres muertos en su niñez, más uno natural con su ama de llaves. Jenny fue quien me abrió la puerta de su casa en Modena Villas, 1, enclavada en un barrio residencial de la zona norte de Londres, no muy lejos del Museo Británico, uno de los sitios más habituales de lectura para Marx. Era una vivienda con su pequeño jardín delantero, que mostraba que las estrecheces económicas ahora eran menores de lo que había sido habitual en etapas anteriores, cuando llegaron a vivir en sólo dos modestas habitaciones. Al entrar en el despacho de Karl Marx sólo pude fijarme en el desorden de papeles y libros por encima de mesas, sillas e incluso en el suelo. Mi atención, de inmediato, se centró en mi anfitrión. A pesar de que su cara la había visto antes en múltiples fotografías y dibujos, no podía apartar los ojos de aquel rostro redondeado por efecto de un largo cabello rizado que se unía con una amplia barba y un nutrido bigote. Todo el pelo era blanco, excepto una parte del bigote, como para contrastar con sus profundos ojos y un traje negro sobre el que pendía una lupa que llevaba colgada al cuello. —Me ha escrito hace unos días un amigo de Dublín, anunciándome que vendría a hacerme una entrevista un reportero de uno de los principales periódicos de allí. ¿Es usted, señor... Newsletter? —Así es —respondí de inmediato e intentando mostrar una seguridad que no tenía en ese momento—. Usted también creo que ha sido editor de periódicos, y ha escrito múltiples colaboraciones e incluso editoriales en periódicos del Rin, de Viena, de París y hasta en el New York Tribune. —¡Pues buen tema ha venido a recordarme! —me contestó Marx con un aire distante—. Le atiendo porque deseo difundir al máximo mis ideas políticas, no por complicidad entre colegas. Tengo que confesarle que he sido periodista sólo por dinero. El constante emborronar cuartillas para un periódico me aburre, me quita demasiado tiempo y me dispersa. Además, uno no es tan independiente como yo quisiera, sobre todo si ha cobrado al contado por cada artículo, como ha sido mi caso. —Pero usted tiene ahora una posición económica desahogada y, sin embargo, sigue publicando —protesté. 248 249 Momentos estelares de Econolandia Año 1870 - Transformaciones y revoluciones: una visita al Londres de la reina Victoria Aquí Marx me miró fijamente a los ojos y su rostro alcanzó una expresión de dureza que me hizo pensar, por un momento, que la entrevista podía haber terminado casi antes de empezar. Me habían advertido que mi interlocutor era dado a agrias discusiones, a la sátira mordaz y a la utilización de expresiones crueles e incluso groseras. Pero en segundos su expresión se relajó, encendió un cigarro y me contestó con voz suave o más bien cansada: —Yo nunca he tenido dinero; posiblemente eso es incompatible con un filósofo y mucho más con un revolucionario. Las teorías, querido amigo, son siempre grises, únicamente el business es verde. En este punto recordé lo mucho que había leído sobre sus penurias económicas. En los primeros años de su vida en Londres, hubo ocasiones en que no podía salir de la vivienda porque sus ropas estaban en la casa de empeño y no tenía dinero para comprar medicinas e incluso hasta papel de escribir. Durante mucho tiempo vivió realmente de la caridad de sus amigos. —Por otra parte —continuó Marx—, yo me considero un filósofo y un investigador social. Mi labor exige tiempo, lecturas y reflexión; no la inmediatez del artículo de prensa, aunque reconozco su utilidad como arma de difusión de ideas. Además, el lector de prensa pide crónicas de guerra, comentarios de noticias políticas de actualidad y no reflexiones sobre temas de fondo. —Sin embargo, usted ha escrito todo tipo de panfletos para su difusión, lo más amplia posible, entre la clase obrera. ¿No hay una cierta contradicción entre el filósofo profundo y el revolucionario práctico? —No sé si usted, realmente, no se entera o si quiere provocarme. ¿Tan difícil es entender que yo pueda escribir El Capital, cuyo primer tomo de los tres que tengo en marcha se publicó hace tres años, y que haya participado también activamente en el Manifiesto del Partido Comunista o en el Manifiesto fundacional de la Asociación Internacional de Trabajadores? —Si no le importa —contesté—, vamos a hablar por separado de su obra filosófico-económica y de su llamada a la revolución social, aunque para usted sean dos caras de la misma moneda. —Ya estamos con las simplificaciones propias de un periodista —interrumpió Marx. —Si usted me lo permite, señor Marx, quisiera empezar con su obra científica. ¿Cree que es una mezcla explosiva de la filosofía alemana de Hegel, la economía política inglesa de Ricardo y el socialismo utópico francés de Saint-Simon? —Si quiere utilizarlo como titular de la entrevista no vendría mal para mi vanidad personal y llamaría la atención sobre mi obra. Pero es otra simplificación que lleva a falsear mi pensamiento —respondió con vehemencia—. Yo me siento deudor de todos ellos y de otros cientos de pensadores, pero dentro de un sistema armónico que es personal y que da lugar a un edificio conceptual totalmente distinto. —¿Algo similar a lo que hubiera podido descubrir un Hegel transformado en economista o un Ricardo convertido al socialismo? En este punto, Marx quiso tomarse el tiempo necesario para explicar algunos conceptos básicos a un periodista aprendiz de todo y doctor de nada. Seguía fumando sin parar, como era su costumbre, e incluso sirvió un par de vasos de una bebida no identificable que tenía en una botella perdida entre libros. Me contó, con cierto detalle, que él perteneció desde su juventud al grupo de filósofos que se autodenominaron «hegelianos de izquierda». Entendí que el gran Friedrich Hegel, muerto ya ahora hace casi 40 años, había desarrollado un pensamiento con dos caras. La cara conservadora, que repudiaba los movimientos más liberales, justificaba al 250 251 Momentos estelares de Econolandia Año 1870 - Transformaciones y revoluciones: una visita al Londres de la reina Victoria Estado como la manifestación más elevada del espíritu y daba apoyo intelectual a la dominación del estado prusiano en que vivía. La cara más radical y potencialmente revolucionaria, proponía abordar los temas con un planteamiento dialéctico que concibe el mundo y los acontecimientos no como un estadio terminal, sino como procesos ininterrumpidos en que naturaleza y conciencia están sometidos a continua transformación. Cuando pensó que había entendido algo sobre el método hegeliano, pasó a aclararme su posición respecto a la evolución del pensamiento económico desde Adam Smith. —Aunque pueda sonar pedante, la verdad es que tardé cinco semanas en seleccionar lo poco aprovechable de esa basura económica. En el fondo, esta ciencia no ha progresado nada desde Adam Smith y David Ricardo, excepto en investigaciones concretas aisladas y, con frecuencia, extremadamente sutiles. —Muy duras me suenan sus palabras —protesté, más por escuchar su respuesta que por conocimiento directo del tema—. ¿No considera como grandes hitos del pensamiento económico de estos últimos años, las teorías de la población de Thomas Malthus, la teoría del valor-trabajo de Ricardo o los avances teóricos de John Stuart Mill? Según mencionaba a estos economistas, pensaba en lo que diferían de Marx por su posición social. Malthus, un pastor protestante; Ricardo, hijo de un banquero judío y agente de Bolsa de éxito; Stuart Mill, un gentlement inglés de alta posición social y política. —Mire, Newsletter, las ideas de Malthus son interesantes, pero fijarse en la relación entre población y disponibilidad de alimentos es eludir la cuestión básica de la generación de las rentas para comprar esos alimentos. Respecto a Stuart Mill, tuve con él varias conversaciones hace veinte años, cuando yo me iniciaba en estos temas económicos. Ahora veo bien que Mill estaba equivocado en muchas cosas. No puede admitir su idea de que la producción de bienes está sujeta a leyes inmutables independientes de la historia. —Y respecto a Ricardo, ¿no ha dicho usted mismo que es «ricardiano»? —Yo sólo soy marxista —contestó con una mueca que esbozaba una posible sonrisa—. Sé que debo mucho a los planteamientos de Ricardo, que había presentado el trabajo como la mejor medida del valor. Pero hay que ir mucho más lejos. No es la mejor medida sino la propia causa del valor. Sólo el trabajo puede producir plusvalía ya que las máquinas son «trabajo cristalizado» y, por tanto, su valor es igual al coste del trabajo que las produjo. —Es decir, que toda la economía estaba equivocada hasta que usted descubrió sus verdaderas raíces. —Mire Newsletter, percibo en sus palabras un cierto sarcasmo. Como intelectual tendría que contestarle que toda teoría es producto de las circunstancias sociales de la época en que nace y tributaria de las ideas de sus precursores. Como político y hombre de acción debo admitir que tiene razón. Hasta ahora, la economía no había entendido dos cuestiones esenciales: una, las leyes de la historia; otra, la explotación de unas clases sociales por otras. Reconozco que en este momento me di cuenta de que jugaba con demasiada ventaja. Yo sabía bien el empeño de Marx en un cierto determinismo histórico, con la lucha de clases como elemento conductor. Y sabía, también, del posterior fracaso de sus predicciones. Así que decidí ir por el camino de preguntas ingenuas, como las que podría hacer un interlocutor de Marx en sus tiempos: —¿Leyes de comportamiento en la historia? ¿Significa esto que se puede saber hacia dónde nos movemos, si va a haber o no guerras, o qué países van a dominar el mundo? —No estoy hablando de esa historia mezquina reducida a cifras de reinados y batallas. Me refiero al devenir profundo 252 253 Momentos estelares de Econolandia Año 1870 - Transformaciones y revoluciones: una visita al Londres de la reina Victoria de la historia, a una explicación filosófica de la historia de la humanidad, en que luchan las clases sociales más tradicionales por conservar el poder y de las nuevas, que las condiciones materiales generan, por conservarlo. —Bueno, pero eso no es una ley que permita detectar cambios. Es sólo una llamada de atención sobre la importancia de las relaciones socioeconómicas —argumenté para provocarle. —¡Es mucho más que esto! Aplicado al momento presente, nos avisa de que con las fuerzas productivas, tan gigantescamente acrecentadas, de los tiempos modernos, desaparece el último pretexto para la división de los hombres en dominantes y dominados, explotadores y explotados. Ya no es necesaria una pequeña minoría privilegiada que dirija la sociedad. Los conocimientos y las técnicas de producción son, cada día más, de dominio general. La burguesía ha cumplido ya su misión histórica, y a futuro sólo es un obstáculo que deberá eliminarse. —Amigo Marx. Ahora empieza a hablar más como un político revolucionario que como un científico social. Sólo queda un paso para el grito de «proletarios de todos los países uníos» y «comunismo al poder». —Naturalmente —afirmó con convicción a la vez que daba un puñetazo en la mesa de trabajo que nos separaba—. Hay que acabar con la injusticia de que el capitalista, dueño de los medios de producción, pague al obrero sólo una parte del valor que genera y se apropie de la plusvalía. Paga lo que el obrero necesita para malvivir y se apropia del resto. Ahora, la sociedad burguesa queda desenmascarada en su retórica hipócrita de orden social, igualdad de derechos y armonía de intereses. Necesariamente, la historia llevará a demoler ese caduco edificio social cimentado en la explotación de una inmensa mayoría del pueblo por una minoría insignificante. Según le escuchaba me venía a la cabeza una multitud de pensamientos contrapuestos. Por una parte, la satisfacción que Marx sentiría si supiese el respeto que han merecido muchas de sus ideas durante las siguientes generaciones. En el extremo contrario, el fracaso de sus predicciones sobre el fin del capitalismo, así como la debacle económica de los países comunistas. En todo caso, se sentiría cómplice de las dos importantes revoluciones que se producirían durante los siguientes años: la Comuna de París del año siguiente a mi visita y la Revolución Rusa de 1917. En plena efervescencia revolucionaria de 1848, Marx y su amigo de correrías políticas, Friedrich Engels, publican su Manifiesto del Partido Comunista. Años más tarde, se retira, desencantado, de la política activa hasta el extremo de referirse al partido como «una pandilla de asnos». Su verdadero triunfo político llega sólo seis años antes de mi entrevista, en 1864, cuando se constituye la Asociación Internacional de Trabajadores, integrando en el movimiento obrero desde el socialismo utópico al anarquismo más radical, y él pasa a ser miembro destacado del comité que debe redactar sus estatutos. Después, vienen años de lucha interna, hasta la escisión protagonizada por el anarquista ruso Bakunin en 1872. Al estrechar la mano de Karl Marx, una vez concluida la entrevista, veía en él una mezcla de gentleman anglo-alemán extraordinariamente culto y de rudo revolucionario sin patria. Seguramente, tampoco él pudo resolver sus propias contradicciones vitales. Vivió en la penuria, pero una gran parte de su vida a costa de Engels que, aparte de ayudas esporádicas, le asignó una considerable renta anual desde 1869 hasta su muerte en 1883. Pasó hambre y miserias como el más humilde de los obreros de la época, pero le gustaban el buen vino, los ahumados y el caviar. Fue un revolucionario expulsado, perseguido y, a la vez, un científico social que buscaba el respeto hacia sus ideas. 254 255 Momentos estelares de Econolandia Marx muere a los 65 años, con una salud que se ha ido debilitando como consecuencia de sus múltiples dolencias de hígado y páncreas; sus dolores reumáticos; sus continuos catarros, que terminan en tuberculosis; su falta de descanso por un insomnio crónico que le habituó a leer por el día y escribir por la noche. LA INGLATERRA VICTORIANA A Marx le toca vivir sus cerca de 35 años de residencia en Londres en pleno reinado de Victoria I, que discurre a lo largo de 64 años (de 1837 a 1901) y da nombre a toda una época de la vida inglesa. Desde el punto de vista económico, Gran Bretaña encuentra una prosperidad fruto de su temprana incorporación a la Revolución Industrial. Pero el proceso de cambio lleva también consigo deformidades sociales que se tratan de corregir con buenas intenciones aunque con escaso éxito. En el último cuarto de siglo, la economía en diversos países atraviesa por una serie de alteraciones de precios y salarios que conducen a la primera Gran Depresión de los tiempos modernos, antecedente de la posterior de 1929, que espero poder ver de cerca en mi próximo viaje. En 1870, el Gran Londres (ciudad y alrededores) tenía unos tres millones de habitantes y el Reino Unido superaba los treinta. Uno de cada seis habitantes de la Europa Occidental vivían en el Reino Unido. El mundo, por entonces, tenía cerca de 1.300 millones, más o menos un 50 por ciento por encima de la población 100 años antes. Las condiciones de alojamiento de la población trabajadora son muy precarias, pues se hacinan en núcleos urbanos degradados, en casas con poco espacio y escasa ventilación, muchas veces sótanos, buhardillas y pisos compartidos entre varias familias. 256 Año 1870 - Transformaciones y revoluciones: una visita al Londres de la reina Victoria Aproximadamente el 30 por ciento de la población de Londres vivía bajo el umbral de la pobreza, pero la moral victoriana de la época tendía a considerar que pobreza, vicio y delincuencia andaban de la mano. La pobreza pasa a considerarse como una amenaza para la sociedad en su conjunto y se intenta paliar con un sistema tradicional de asistencia caritativa, propio de una sociedad paternalista, pero inadecuado para una nueva sociedad más liberal y cambiante. Esa sociedad en transformación produce riqueza, pero también desigualdades crecientes, adulteración de alimentos, trabajo marginal para los más débiles y condiciones higiénicas que culminan en varias epidemias. Aunque la mano de obra infantil se regula en varias leyes, la realidad es que sigue utilizándose en labores secundarias pero peligrosas como la recogida de desperdicios debajo de las hiladoras mecánicas, la reparación de las hebras que rompían la tracción o el arrastre de vagonetas en las galerías de las minas. En la fecha de mi viaje, se calculaba que trabajaban unos 10.000 niños de 5 a 9 años (sólo uno de cada 100) y unos 250.000 de 10 a 14 (uno de cada cinco). El escritor Charles Dickens, que vivió en esa época (murió precisamente el año de mi viaje), caricaturiza esta mísera vida de niños y adultos en algunas de sus conocidas novelas, como Oliver Twist o David Copperfield. Él mismo vivió personalmente la penuria de trabajar a los once años en una fábrica de betunes en un lugar sombrío, sucio e infestado de ratas, por un salario ridículo de seis chelines semanales. Londres sufrió, en esas condiciones higiénicas, tres epidemias de cólera en un periodo de quince años a mediados de siglo. Se calcula que murió en conjunto más del 1 por ciento de la población de Londres, cerca de 40.000 personas. Por lo demás, los valores de la sociedad victoriana eran los propios de un estado confesional con la reina como cabeza visible de la Iglesia anglicana. Una sociedad que, para 257 Momentos estelares de Econolandia la clase media, suponía un ideal de feminidad que excluía a la mujer de la esfera pública y laboral, reservándola exclusivamente al cuidado de la familia. Las familias acomodadas tenían criados e incluso casas en las que una planta, habitualmente la superior, estaba dedicada a ellos. En fechas de mi viaje, en Gran Bretaña había más de un millón de criados para una población de 30 millones, la mayoría mujeres, que actuaban de cocineras, camareras, ayas o sirvientas. Una familia acomodada con más de 1.000 libras anuales de renta podía tener cinco criados: cocinera, primera camarera, aya, segunda camarera y lacayo. Precisamente, el economista y filósofo británico Stuart Mill fue uno de los primeros hombres en defender la igualdad de la mujer, como miembro de la Cámara de los Comunes en 1867. No consiguió su objetivo y publicó, dos años más tarde, un libro sobre la cuestión que tuvo posterior repercusión en muchos países. Mientras tanto, la sociedad victoriana acomodada hacía deporte y se dedicaba a ampliar el Imperio. Se establecen las reglas del rugby o del boxeo; se ponen en marcha los primeros campeonatos de golf o fútbol; se amplía el Imperio Británico con la permanencia en Canadá, la India, Australia, enclaves en el Extremo Oriente y extensas porciones de África, principalmente en el eje Egipto-Sudáfrica. En 1914 una quinta parte de la población mundial pertenecerá al Imperio colonial Británico. Ya es hora de que haga un último viaje virtual a ese mundo de principios del siglo XX, jalonado por la Revolución Rusa, dos guerras mundiales y la mayor crisis económica de la historia. 258 Capítulo 9 Año 1929 Fin de viaje con retorno al 2013: Nueva York-Cambridge-Mil Islas LA RED CRESO EN ACCIÓN James War, el ex-director de la CIA y propulsor de la Red Creso, repasaba una y otra vez el plan de operaciones, buscando cualquier posible fallo. Era el producto de muchos meses de trabajo, con sucesivos borradores que habían ido progresivamente perfeccionándose y destruyéndose para evitar posibles filtraciones. Su residencia estaba en las afueras de Washington, lo suficientemente cerca del centro de poder político como para conocer e influir; y lo bastante lejos como para poder vivir una vida discreta y pasar desapercibido. Ahora, estaba menos nervioso que en ninguna fase desde el inicio 259