INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA POLÍTICA SOCIAL PARA LA REDUCCIÓN DE LA POBREZA Conferencia del Dr. José Luis Machinea Secretario Ejecutivo de CEPAL Ciudad de México 28 de Septiembre de 2004 Deseo agradecer muy especialmente a los organizadores de este Seminario la invitación a participar de estas jornadas. La agenda del debate, el calibre de los panelistas reunidos para las diferentes sesiones y la audiencia convocada son elementos que de por sí mueven nuestro interés. Creo que las autoridades de México y los responsables de este encuentro han tenido una excelente idea al plantear la pregunta que sirve de guía a esta presentación: ¿por qué una política social de estado? Quiero sí aclarar de entrada que la presentación que sigue no aspira a brindar lecciones ni a dictar cátedra. En general, tal postura sería poco provechosa y, en particular, dada la materia en cuestión, mi propósito no va más allá de compartir con ustedes algunas ideas respecto del interrogante que se ha planteado. 1 El primer elemento a mencionar es que más allá de los avances en el plano político y algunas mejoras indudables en el terreno económico –aunque sin haberse materializado hasta ahora en altas y estables tasas de crecimiento-, la región entra al nuevo milenio con una deficiencia considerable en la construcción de ciudadanía. Pese a los esfuerzos realizados, la materialización de los derechos civiles y sociales de parte significativa de la población aún está lejos. Gran parte de la población de nuestros países vive una escasa titularidad de sus derechos ciudadanos. En el terreno jurídico y político, tal situación se manifiesta en una desigualdad fundamental en el acceso a la justicia y en una escasa participación en las decisiones políticas. En las esferas económica y social se traduce en disparidad de oportunidades, ausencia de elementales mecanismos de protección frente a la inestabilidad laboral, bajos ingresos, impedimentos a la movilidad social, particularmente para las mujeres, los indígenas y los afro-descendientes, desconocimiento de la diversidad étnica y cultural, e indefensión frente al infortunio. De allí que el principal desafío que enfrenta la región al iniciarse el nuevo siglo es el de construir sociedades más equitativas, donde es la equidad la vara fundamental con que debe medirse la calidad del desarrollo. I. Exclusión social, pobreza, desigualdad distributiva y crecimiento. Magnitudes del problema La persistencia del fenómeno de la pobreza durante los años recientes se vincula, como señalaré a continuación, con la desigualdad distributiva y el bajo crecimiento económico 2 que experimentó la región. Los cambios ocurridos durante los noventa –apertura económica, volatilidad de crecimiento, incremento del desempleo y flexibilidad laboral sin protección social- se agregaron a un cuadro social que adolecía de graves deficiencias aún bajo el anterior modelo de crecimiento. De acuerdo con las últimas estimaciones de la CEPAL sobre pobreza e indigencia, si bien entre 1990 y 2003 el porcentaje de personas en la pobreza disminuyó está caída se explica por lo ocurrido en la primera mitad de los noventa. Entre 1990-1997 la población bajo la línea de pobreza pasó de 48.3% a 43.5% para mantenerse alrededor de estos guarismos a lo largo de la década y alcanzar el 44,4% en 2003 (227 millones de personas). La población en situación de indigencia también disminuyó entre 1990 y 1997 pasando del 22.5% al 19%, pero también se registró un leve deterioro hacia el 2003 hasta alcanzar un 20% (103 millones). Junto a la persistencia de los niveles de pobreza e indigencia, la distribución del ingreso en América Latina tampoco ha mostrado resultados alentadores, ostentando la lamentable característica de ser la región más inequitativa del mundo (Grafico 1). Después de un deterioro casi generalizado durante la década perdida de los ochenta, los noventa no mostraron signos alentadores, ya que en la mayoría de los países la distribución del ingreso, medida por el índice de Gini tendió a estancarse o siguió deteriorándose. 3 Gráfico 1. Regiones del Mundo: Coeficiente de concentración de Gini 1997-2002 (Concentración del ingreso per cápita a partir de grupos decílicos) a tin La ica be é r ri m a A el C y Fuente : Banco Mundial, World Development Indicators En particular, los países que empeoraron la distribución del ingreso son aquellos donde la misma era relativamente mejor, mientras que las pocas mejoras se dieron en aquellos países con peor distribución del ingreso (Grafico 2)Esto reafirma la enorme rigidez que caracteriza la desigualdad en la distribución del ingreso en América Latina, factor que indudablemente limita las posibilidades de avanzar hacia el objetivo de reducción de la pobreza y el cumplimiento de las metas del milenio. 4 Gráfico 2. América Latina (17 países): Evolución del coeficiente de concentración de Gini Total Nacional 1990-2002 Fuente : Banco Mundial, World Development Indicators No corresponde discutir aquí las razones de la desigual distribución del ingreso. Pero sí es pertinente señalar que esa irritante desigualdad distributiva explica en gran medida dónde estamos hoy en términos de pobreza y de su lenta disminución a través del tiempo. Si el crecimiento económico fuera acompañado de una menor desigualdad, el aumento del ingreso tendría mayor impacto en la reducción de la pobreza. Por otro lado, es obvio recordar que lo que observamos en materia de ingresos es reflejo de lo que ocurre con una también muy desigual distribución de los activos, principalmente, tierra, capital, educación y tecnología. Y a este respecto, América Latina parece haber hecho pocos progresos a lo largo de su historia, especialmente cuando se la compara con otras 5 regiones del mundo en desarrollo. Precisamente, en varios países de Asia que crecieron aceleradamente en los últimos años, este fenómeno estuvo precedido de una sustancial redistribución de ingresos y, en algunos casos, de activos físicos, como así también de un amplio acceso a la educación. Este es uno de los factores que explica el gran proceso de expansión económica, y por qué esa expansión dio lugar a una considerable reducción de la pobreza. En contraste, América Latina no sólo no distribuyó activos sino que el bajo y volátil crecimiento económico contribuyó a agravar la situación de los grupos más vulnerables de la población. CEPAL ha analizado en diversos trabajos las razones que subyacen detrás de las bajas tasas de crecimiento de la región que no reiteraremos aquí. Inclusive, contrariamente a las visiones más optimistas que se expresaban a mediados de la década pasada sobre la solidez del crecimiento regional, CEPAL aconsejó una lectura más balanceada indicando las “luces y sombras” que dejaban entrever las políticas económicas en boga. Eso ahora corresponde al pasado y sólo interesa subrayar que esta discusión sobre las orientaciones de las políticas, en especial del diseño macroeconómico y del papel del estado, es esencial para el crecimiento y, por las razones explicadas, también para la equidad social. En esencia, el punto a rescatar aquí es que la macroeconomía ordenada junto a la yuxtaposición de algunas reformas que perfeccionen los mecanismos de mercado son ingredientes necesarios pero no suficientes para consolidar el crecimiento. En nuestro reciente documento presentado al Período de Sesiones, CEPAL ha insistido en la necesidad de vertebrar políticas diferenciadas para una estructura productiva también diferenciada –y que hemos caracterizado con un funcionamiento de “tres velocidades”: 6 empresas en la informalidad, pequeñas y medianas empresas con claras dificultades de acceso (financiamiento, tecnología, capacitación, mercados externos) y grandes empresas, en muchos casos multinacionales, que operan en la frontera tecnológica. Tal como sugieren diversas experiencias nacionales, cuando las reformas de los años pasados se aplicaron con mayor conciencia de estas diferencias los resultados, medidos en términos de crecimiento económico, han sido mejores. No es de extrañar que este cuadro de débil crecimiento haya estado acompañado también por un lento crecimiento del empleo. Su expresión más visible es el ascenso de los índices del desempleo abierto –que pasaron de 6,9 a 10,5% entre comienzos de los noventa y la actualidad- y de una mayor informalidad laboral. Como consecuencia de esto, las condiciones de protección social se han deteriorado. La flexibilidad de los mercados de trabajo asociada a la apertura y a las reformas cambió la lógica de la protección social asociada al trabajo que había prevalecido hasta comienzos de los ochenta. La vulnerabilidad y la ausencia de protección social alcanzaron también a los asalariados de algunos sectores. El porcentaje de asalariados urbanos formalmente afiliados a algún sistema de seguridad social declinó en toda América Latina La flexibilidad laboral en una época de bajo crecimiento aumenta la desprotección social relacionada al empleo. La insuficiencia e incertidumbre en el empleo cuando no existen mecanismos de protección adecuados, que respeten ciertos estándares mínimos, se traduce en un dramático menoscabo de la integración y protección social y de la realización de capacidades humanas. Más aún, cuando el desempleo se convierte en un fenómeno prolongado o sistemático para ciertos grupos, debilita seriamente la cohesión 7 social en torno al proyecto colectivo y mina los canales democráticos de participación, a lo cual se suma la desprotección de los hogares ante imprevistos (pérdida de beneficios de salud), además de agravar situaciones de pobreza. II. ¿Qué podemos decir del gasto social? En contraste con los indicadores anteriores, la evolución del gasto público pone de relieve un hecho positivo y significativo. Después de una década donde el gasto social per cápita disminuyó un 28%, los noventa se caracterizaron por un importante aumento de los recursos destinados a los sectores sociales (educación, salud, seguridad y asistencia social, vivienda y servicios básicos). Gráfico 3. América Latina (18 países): Nivel del gasto social per cápita en 1990-1991, 1996-1997 y 2000-2001 (Dólares de 1997) Fuente : Cepal, División de Desarrollo Social, base de datos sobre Gasto Social. a/ Corresponde al promedio simple de 16 países, excluidos Bolivia y El Salvador. 8 Entre el bienio 1990-1991 y 2000-2001, el gasto social por habitante se elevó un 58 por ciento como promedio en la región, de 342 a 540 dólares per cápita. Este fuerte aumento fue generalizado en todos los países, si bien hay países como El Salvador, Honduras, Nicaragua y Venezuela donde dicho aumento fue menor (Grafico 3). Sin embargo, es importante notar la gran heterogeneidad del gasto social entre países. Efectivamente, el gasto social en Argentina supera los 1600 dólares por habitante en el 2000-2001, pero es inferior a los 100 dólares en El Salvador, Honduras y Nicaragua. Ello es consecuencia de la diferencia en el ingreso por habitante entre países, pero también de la proporción del ingreso destinada al gasto social en los países de la región (Gráfico 4). De cualquier manera, cabe destacar de que a pesar de la disminución del ingreso por habitante entre 1997 y 2003 la relación entre el gasto social y el PIB aumentó del 10% en el bienio 199091 al 13.8% en 2000-01. Gráfico 4. América Latina (18 países): Gasto social como porcentaje del PIB en 19901991, 1996-1997 y 2000-2001 Fuente : Cepal, División de Desarrollo Social, base de datos sobre Gasto Social. a/ Corresponde al promedio simple de 16 países, excluidos Bolivia y El Salvador. 9 Sin embargo, la desaceleración de la economía a partir de 1998 hizo que el aumento del gasto público social continuara a un ritmo inferior al de los inicios de la década de los noventa. En efecto entre 1991 y 1997 el gasto social por habitante creció a una tasa anual de 6.3%, en tanto que en el período 1998-2001 lo hizo a una tasa de 4.2%. En esos mismos períodos, el producto interno bruto por habitante creció como promedio en la región a tasas de 2.1% y 0.2% respectivamente. Estas cifras muestran que si bien el gasto social tuvo un comportamiento pro cíclico, los recursos destinados a los sectores sociales, particularmente educación y salud, fueron protegidos durante los años de mayor deterioro de las condiciones económicas. Recién en 2002, la enorme retracción del PIB registrada en Argentina y en Uruguay, cercana a 11% en ambos países, y en Venezuela (9%) se tradujo en una disminución absoluta del gasto social por habitante. ¿Por qué entonces estos mejores datos del gasto social no alcanzan para revertir el afligente cuadro social? Primero, porque los elementos del contexto económico que ya mencionamos arriba condicionan seriamente los impactos positivos de las políticas públicas de provisión de servicios sociales. En segundo lugar, porque subsisten debilidades intrínsecas a las mismas: baja eficiencia, objetivos poco claros, falta de articulación, clientelismo político, corrupción. En tercer lugar, y con una ponderación no menor, intensidad del esfuerzo y diseño de los instrumentos. En muchos casos, los postulados de una mayor cohesión social no han estado representados en las decisiones de la agenda pública. De otra manera se podría afirmar casi de manera contra-factual, el volumen de recursos fiscales, las redistribuciones de activos y de acceso a la educación habrían resultado más efectivas. Aunque es obvio que las posibilidades concretas de 10 efectuar estos procesos, no se reducen a la voluntad política. Más bien, es necesario preguntarse cuáles son las circunstancias económicas, sociales y políticas por las cuales estos procesos pueden ponerse en marcha. Por otro lado, la postergación de la agenda pública, confinó a las políticas sociales durante mucho tiempo al incómodo lugar de respuestas poco imaginativas. En muchos países, los programas sociales tendieron a copiar y replicar a escala reducida los atributos de Estado de Bienestar europeo desconociendo que su premisa central no se cumplía: el mercado de trabajo está plagado de informalidad, segmentación y a él se integra sólo una parte de la población. III. Exclusión social, crecimiento económico y gobernabilidad. En las secciones anteriores hemos insistido en cómo los factores económicos constituyen una limitación seria para disminuir la exclusión social y aliviar la pobreza de nuestros países. Deseo cerrar esta parte de la presentación destacando la causalidad inversa. En la medida que estas condiciones de alta marginalidad y dualismo social permanecen inalterables, éstas constituyen un obstáculo al crecimiento económico. Un ejemplo claro en el cual se resumen también otros indicadores sociales es la educación. Sabemos que ésta es uno de los mecanismos más efectivos de integración social y a la vez el medio por la cual se inyectan conocimientos, se dinamiza la actividad productiva y se elevan los ingresos. Otro caso que constatamos en forma diaria son las dificultades de acceso al crédito, en especial para los micro-emprendimientos y las pequeñas empresas. La informalidad en la que se encuentran sumergidas, la ausencia de colaterales sólidos, les 11 impide disponer de crédito, lo cual limita la inversión y el crecimiento. Los ejemplos podrían multiplicarse, pero todos apuntan en una misma dirección. Por un lado, es claro que el dualismo y la exclusión social limitan las posibilidades de expansión económica y de ahí el interés y la urgencia de su corrección. Y, por otro lado, en presencia de estas condiciones de elevada desigualdad y pobreza, los mecanismos de mercado operan con grandes imperfecciones o simplemente están ausentes, con lo cual es difícil romper este cerrojo donde se perpetúa el bajo crecimiento y la pobreza. Todas estas son dificultades muy serias, pero que deben servir como premisa a la hora de identificar las restricciones que rodean a las políticas públicas en el área social. Además, los recursos destinados al gasto social no pueden ser independientes del nivel de desarrollo de cada país, aunque como veremos mas adelante, en muchos casos un compromiso respecto al nivel de los ingresos fiscales es indispensable si queremos mejorar la situación en que nos encontramos. De ninguna manera sugiero la conformidad con el status quo, pero sí de un balance realista de los resultados y recursos que pueden movilizarse con este propósito. Sería equivocado suponer que este cálculo de posibilidades es abstracto y exento de urgencias. Muy por el contrario: la obtención de logros concretos en este frente deviene de la necesidad de sostener la gobernabilidad. La desilusión con las reformas de los noventa y con los gobiernos democráticos que la están llevando adelante puede llevar al populismo y a sistemas menos democráticos. 12 IV. Construcción de las Instituciones de Política Social. Objetivos En las secciones I y II he insistido en varias relaciones entre la dimensión económica y la social señalando la influencia de una sobre la otra y viceversa. Es hora de referirnos a la construcción de instituciones sociales. En especial, a los objetivos que deberían perseguir estas instituciones. El tema es complejo y puede ser abordado desde diversos ángulos. Pero para seguir con el método ensayado en las secciones previas, parece útil también repasar brevemente lo ocurrido en la región con el caso de las instituciones económicas. El desarrollo económico requiere del funcionamiento armónico de una variada gama de instituciones para el desarrollo y buen funcionamiento de los mercados, tales como el imperio de la ley y el orden y derechos de propiedad bien definidos, sean públicos o privados, la promoción de la competencia y la regulación de los mercados imperfectos, el logro y la preservación de la estabilidad macroeconómica y financiera. Uno de los logros más importantes de la última década es, sin duda, la mayor credibilidad en las instituciones encargadas de la gestión macroeconómica. Bajo principios similares se adoptaron reformas en los sectores públicos, en los organismos responsables de la política fiscal –reglas fiscales, normas legales destinadas a fortalecer la solvencia fiscal, principios de eficiencia en la descentralización de los servicios públicos, etc. Con similares propósitos de otorgar credibilidad a la política pública han ido surgiendo Bancos Centrales independientes. Diversos factores han contribuido a la mayor credibilidad de las instituciones depositarias del manejo macroeconómico: definiciones de competencias y mandatos consensuados 13 políticamente y normas legales concomitantes, incorporación de personal técnico competente, recursos económicos necesarios para la gestión, etc. Pero, sin duda, un elemento sobre el cual se ha basado este capital es el establecimiento de objetivos claros que se establecen como mandato a ser cumplido por las instituciones en cuestión. Claridad de objetivos y manejo de recursos son dos definiciones de naturaleza política que le han otorgado fuerza a las mismas. Siguiendo este concepto en las secciones siguientes pretendo elaborar sobre lo que considero deben ser objetivos claves en la construcción de instituciones sociales. 1. Universalidad El concepto implica garantizar a todos los ciudadanos, precisamente en virtud de tal condición, determinadas protecciones o beneficios fundamentales que se consideran necesarios para que participen plenamente en la sociedad en que viven. Como tal, dicho principio busca que todos los miembros de la sociedad cuenten con la certeza de que ésta les asegura un nivel y una calidad de bienestar considerados básicos, que deben ser los máximos que permita el desarrollo económico en un momento dado. Esta universalidad es la que genera cohesión social y pertenencia y, en última instancia, la gobernabilidad indispensables para la construcción de un consenso social. Si bien el principio de universalidad apunta a asegurar la protección par quien no pueda autónomamente acceder a ella en forma definitiva, parcial o temporal, por razones involuntarias, ello no necesariamente significa que el acceso a los servicios sociales se deba otorgar siempre de manera enteramente gratuita o automática, sin que medie una 14 contribución específica, el pago de impuestos generales o una prueba de medios. Sin embargo, la universalidad no es contraria a la posibilidad de establecer criterios de selectividad o focalización. Puesto que la falta de universalidad afecta principalmente a los más pobres, la selectividad o focalización debe entenderse como el instrumento, o conjunto de instrumentos, que permiten orientar las acciones, particularmente la asignación de subsidios, para que la población más carente acceda a los servicios y garantías sociales básicas. Por ello, la focalización no debiera ser el objetivo de la política social, sino una condición que, bien aplicada, hace más eficaz la universalización de los programas sociales y por ello constituye también parte integral de una política social de Estado. 2. Solidaridad La solidaridad supone una participación en el financiamiento y en el acceso a las protecciones sociales que sea diferenciada, según las capacidades económicas o los niveles de riesgo de las personas. Esta se estructura fundamentalmente en la definición del financiamiento del sistema de derechos y prestaciones, mediante el aporte obligatorio y diferenciado de los miembros de la sociedad (aporte en proporción a la capacidad económica), mientras las prestaciones sociales (servicios, beneficios o garantías) se reciben en forma obligatoria (educación) o según necesidades diferenciadas (salud), dentro de límites económicos y condiciones de calidad socialmente fijados. 15 La solidaridad se instrumenta a través de los programas de gasto público y de la tributación que, dentro de los límites de eficiencia, debe apuntar a la progresividad gravando a los sectores de más capacidad contributiva. Por otro lado, en la protección financiada con contribuciones específicas (seguridad social en el ámbito de la salud, pensiones y desempleo, y acceso a servicios públicos esenciales), la solidaridad entre contribuyentes se expresa en el diseño de sistemas de subsidio cruzado entre estratos de ingreso y grupos de riesgo. En estos últimos casos, con cierta frecuencia también se encuentran esquemas de financiación total o parcial de impuestos generales. Ahora bien, las estructuras de solidaridad pueden variar en intensidad y extensión. Los sistemas demasiado fragmentados plantean un gran riesgo para la consolidación y legitimidad de la estructura social (sistemas duales). Un énfasis en la solidaridad, que desvincule excesivamente el valor de las prestaciones de las contribuciones, puede inducir a la evasión. 3. Eficiencia. El principio de eficiencia, tercero en la lista pero de importancia equivalente, debe orientar la organización y gestión global de los servicios y prestaciones sociales, para asegurar la universalidad y solidaridad, los estándares de calidad, y asimismo la minimización de los costos y la maximización de los resultados. La eficiencia demanda una adecuada transparencia y una continua evaluación de los resultados. 16 La búsqueda de la eficiencia implica que se establezca una estructura de incentivos que permita el mejor uso y asignación de los recursos en cada actividad y entre diferentes actividades; que el interés de los actores de maximizar sus beneficios coadyuve al cumplimiento de los objetivos y a maximizar la eficiencia global de la estructura de los sistemas de protección; y, finalmente, que los beneficios que se logren en cada área tengan las menores consecuencias perversas sobre otras esferas del desarrollo social o económico. V. Atributos en la construcción de instituciones para una mejor ciudadanía social Los tres fines comentados arriba –universalidad, solidaridad y eficiencia- no tienen una traducción sencilla en la práctica y a la hora de decisiones concretas. Las políticas sociales tienen características que las hacen muy demandantes en términos de la calidad institucional que requieren para ser exitosas. Ello como consecuencia de que son altamente redistributivas, frecuentemente cruzan límites jurisdiccionales y requieren de movilización en todo el territorio, involucran a varios actores políticos en distintas etapas del proceso de implementación, atienden a un problema con características multidimensionales y tienen un importante componente temporal. Esta es una diferencia importante con lo que se señaló arriba respeto de las instituciones encargadas de la gestión macroeconómica, donde existe una correspondencia más estrecha entre objetivos e instrumentos. 17 Siendo así corresponde preguntarse si no es posible acaso, señalar algunos atributos comunes que podrían ser tomados en cuenta a la hora de reflexionar sobre la construcción de instituciones sociales. Las instituciones que satisfagan estos atributos serán en la mayoría instituciones de orden intermedio, que obviamente serán más eficaces en la medida que interactúen con instituciones de orden superior y una estabilidad político económica que contribuya a la consolidación de las instituciones clave de la política social. Un primer aspecto es la presencia de reglas claras, explícitamente acordadas y que permanezcan en el tiempo. Las dos primeras contribuyen a la transparencia y solidez, la segunda tiene que ver con que la intervención sobre lo social, especialmente cuando no es asistencial y focalizada sino universal y estructural, requiere sostenibilidad en el tiempo para consolidarse y rendir los resultados esperados. Precisamente, la “razón política”, sobre todo vinculada con la competencia electoral, reclama resultados rápidos y visibles que muchas veces la política social no puede dar (caso de la educación, cuyos resultados se hacen visibles en el largo plazo). Entonces la única manera de mantener políticas sociales de impacto diferido (pero estructural o exhaustivo), es no someterlas a esa razón política. En efecto, tienen que ser políticas de Estado. Para esto se requiere un Pacto fiscal y un Acuerdo Político y Social. El primero porque sin un monto mínimo de recursos es casi imposible pensar que se pueden atender las demandas sociales. El segundo, porque sin un acuerdo social y político es difícil que se pueda mantener ciertas políticas en el mediano y largo plazo. Esto no significa que los 18 gobiernos no puedan cambiar ciertos aspectos de las políticas sociales. De lo que se trata es que cada gobierno no intente refundar el país, y con ello las políticas sociales asociadas. Se trata, por último, partiendo del pacto fiscal y de un acuerdo político social, de “blindar” aquella parte del gasto social que se considera más importante. Esta definición cumple con un doble propósito. Por un lado, la prioridad recibe el acuerdo político explícito en el ámbito parlamentario y, por otro lado, se aseguran los recursos fiscales para el financiamiento que permite la continuidad en el tiempo de los programas incluidos en dicha definición. Un segundo atributo es que las instituciones deberían atender el requisito de gestión eficaz. Gerenciar programas sociales, especialmente los que tienen carácter focalizado y orientados a grupos de riesgo, no es lo mismo que en otras áreas de la economía. El modelo gerencial debe ser el adecuado para llegar a las poblaciones carenciadas. De lo contrario el esfuerzo no alcanzará a los más necesitados. Esto requiere dos ingredientes. Por un lado el desarrollo de capacidad técnica permanente en los organismos sociales –la continuidad de actores clave, tal el caso de los responsables de los programas sociales. Por el otro, se requiere institucionalizar la transparencia de la información, información para el diseño, la evaluación de los resultados y la rendición de cuentas y, muy especialmente, para que los sectores a los que se pretende llegar con el programa tengan conocimiento de los medios con que cuentan para mejorar su situación. Esta es la mejor manera de terminar con el clientelismo político. Los programas deben estar condicionados a los progresos que se hagan en este 19 ámbito: padrones con los beneficiarios, evaluación y rendición de cuentas. De esta forma, la constitución de cuerpos técnicos encargados de los programas así como la publicidad de información sistemática junto a mecanismos externos de control, pueden ser vistos como innovaciones institucionales. Un tercer elemento es la capacidad para articular entre instituciones de la política social. Esta necesidad surge de las características multidimensionales de los temas sociales. El concepto es claro pero su aplicación difícil: en la medida que hemos afirmado que existen actores múltiples, donde la intervención tiende a ser cada vez más comprensiva y donde los programas específicos tienen propósitos relacionados, resulta clave la articulación. A ella van asociados beneficios netos: se evitan superposiciones y se reducen costos. Es necesario avanzar hacia la integración de cierto conjunto de programas. ¿Caben sugerencias específicas o modelos particulares para realizar esta coordinación? De partida la respuesta es negativa: las soluciones son particulares y deben ser concebidas para cada realidad social y política. También es cierto que deben descartarse posiciones extremas idealizando la posibilidad de construir “mega-planes” de corte integral, donde el planificador social dispone de la información y los resortes de acción. Tal conceptualización es equivocada. No obstante, la necesidad de coordinación es real y ha alentado diversas soluciones: Gabinetes Sociales, donde se articulan diversos ministerios y autoridades sectoriales; Consejos de Políticas Sociales, o también la conformación de una Autoridad Social. Se 20 suele sostener que dicha Autoridad Social permitiría avanzar en mejorar la coherencia intertemporal e intersectorial. La cuestión es quienes integran ese gabinete social, cuál su capacidad técnica y cuál su verdadero poder. Al respecto caben dos consideraciones. Por un lado, yo creo que lo que debiera existir es una secretaría técnica que informe, proponga y a su vez incorpore directivas del Gabinete Social. Por otro lado, esa autoridad de coordinación no debe quitarle el poder en el manejo de los programas a los ministros y por lo tanto no es conveniente que haya un súper ministro del área porque ese debilita el poder político de los distintos ministros. Si bien no hay recetas únicas, parece conveniente que ese gabinete social esté presidido por una autoridad política –idealmente, el Presidente o Vicepresidente dependiendo de las modalidades políticas del funcionamiento del gabinete en cada país.. De esa manera la negociación del presupuesto para los temas sociales estará mejor coordinada. De otra manera, el ministerio de Hacienda se convierte de hecho en esa autoridad social al priorizar ciertos pedidos sobre otros. El cuarto elemento es el de participación y reclamo –empoderamiento, según suele decirse frecuentemente, o simplemente “voice” para usar el conocido término hirshmaniano. Es importante fortalecer y estimular la participación de la población en la asignación de recursos y la definición de prioridades y programas. Una capacidad importante para desarrollar en la región y potenciar la participación ciudadana es acercar los trabajos del gobierno, con la sociedad civil y las ONG, armando redes de colaboración que incorporen los diferentes actores sociales y aprovechen los voluntariados. Creemos que este es una camino que contribuye a vigorizar la democracia 21 con un contenido real y no supone el debilitamiento de los mecanismos de representación tradicionales. Al contrario, debería reforzar la vigencia de los mismos. Frente a la mala gestión, la corrupción o el abuso no hay mayores alternativas, de ahí la necesidad de incentivar la participación. Esta participación tiene que estar institucionalizada a distintos niveles. Es necesaria la coordinación. Por un lado a través de Consejos Políticos Sociales en el ámbito nacional y por el otro a través de Consejos municipales, pero eso tiene que ver con el punto que viene (descentralización). Además, la participación de la Sociedad Civil es muy importante para ayudar a mantener la continuidad de ciertas políticas sociales, es decir, puede ser la voz de la continuidad, de los objetivos de largo plazo. Quinto, las instituciones sociales deben concebirse para atender estas afligencias sociales tomando debida nota de las dimensiones territoriales. Es en esta dimensión espacial de la cuestión donde las políticas públicas, especialmente aquellas que convergen sobre los procesos de descentralización juegan, como veremos, un papel central. También tiene que ver con la posibilidad de que la gente se haga oír. En cuanto a la prestación de servicios sociales la descentralización es presentada habitualmente como una alternativa interesante; sin embargo, no está exenta de problemas. Hoy son muchos los gobiernos que se han embarcado en procesos signados por políticas que responden al denominador común de “descentralización”. Sin embargo, su orientación es dispar, según sea la dirección sobre las que se construyeron las 22 federaciones y los estados nacionales. El proceso de descentralización reciente tiene dimensiones políticas y económicas, y comprende de manera especial a la provisión de servicios sociales. En el plano político, mientras que en la década de los 80 las autoridades locales eran elegidas democráticamente sólo en 6 países, hoy en día en 123 países las autoridades locales son elegidas por el voto popular. Naturalmente estas tendencias están relacionadas con el proceso general de consolidación y profundización democrática del continente latinoamericano. En el plano económico y fiscal, los gobiernos subnacionales también están jugando un rol más importante en la gestión de los asuntos públicos. En menos de veinte años, la participación promedio de los gobiernos subnacionales en el total el gasto público pasó de 8% a 15% del total del gasto. No obstante, existen significativas diferencias entre países: mientras que en Argentina, Brasil y Colombia el gasto ejecutado por los gobiernos subnacionales representa más del 40% del gasto público consolidado; en Costa Rica, Dominicana y Panamá menos del 5%. Por otro lado, en Barbados y Bahamas los gobiernos centrales están a cargo de todo el gasto público. La descentralización ha comprendido de manera no despreciable el diseño de las políticas sociales y la provisión de dichos servicios, fundamentalmente, educación y salud. En gran parte de los países de la región, la administración de los servicios está siendo traspasada a los gobiernos subnacionales. 23 Las ventajas son evidentes. Construcción de una democracia más profunda, estar cerca de los beneficiarios para que estos puedan exigir, reconocimiento de la realidad regional, etc. Los eventuales problemas no son menores: aumento del clientelismo, pérdida de eficiencia por la existencia de cuadros no preparados, aumento de la inequidad en ausencia de mecanismos de compensación, etc. Debemos avanzar hacia la descentralización, pero la velocidad y la secuencia no es un tema menor. La descentralización debe ser gradual, hay que capacitar, compensar, regular, generar incentivos para un buen comportamiento, y evaluar, para lo que la información es esencial. En particular, antes de descentralizar es importante evaluar la capacidad institucional del gobierno que va a recibir la nueva función. El agregado subnacional esconde realidades muy diversas y significa diferentes capacidades materiales, humanas y financieras. Estas prevenciones bastante obvias acerca de la descentralización, no siempre han estado presentes en la práctica. Lamentablemente, mucho de la racionalidad del proceso se ha perdido frente a las urgencias fiscales y de ajuste macroeconómicos desnaturalizando así los otros principios. Como es sabido, se ha hecho menos progreso en materia de descentralización de recursos fiscales, no obstante que en teoría no son fenómenos disociados. Existen restricciones económicas además de político-institucionales. Dada la desigualdad regional al interior de los países, no resulta sencillo apelar a bases locales de tributación. Por la misma razón, la fuerte disparidad territorial en la distribución del ingreso, no solo requiere un delicado diseño de los esquemas de transferencias de igualación, sino que le pone un límite a muchas de las iniciativas descentralizadoras. 24 En la medida que la descentralización supone la asignación de nuevos roles a las distintas instancias del gobierno se requiere asimismo el fortalecimiento institucional del gobierno nacional. Corresponde a este nivel reforzar su papel formativo, regulador y orientador del proceso y a las municipalidades y las instancias intermedias del gobierno la modernización de su capacidad técnica para asumir con mayor eficacia la prestación de servicios básicos, asegurar la participación de la comunidad en el seguimiento y en la evaluación de la gestión pública territorial. Sexto, la mayor mezcla público-privada en la provisión y financiamiento de los servicios han implicado nuevos y significativos desafíos regulatorios. Esto es particularmente visible en sectores como la salud y la previsión social, donde se presentan considerables complejidades de medición de calidad y acceso a los distintos tipos de prestaciones y servicios. Las materias en las cuales se deben desarrollar las normas y actividades reguladoras comprenden, en primer lugar, la protección del acceso. Esto implica prevenir y sancionar prácticas de exclusión o discriminación, y garantizar la posibilidad de elección dentro de los marcos establecidos. En segundo lugar, la regulación debe establecer las normas de calidad y contenidos de los servicios, tales como el uso de protocolos de atención clínica y los contenidos curriculares de la educación escolar. En tercer lugar, debe promover la eficiencia en la gestión, mediante el establecimiento de parámetros y estándares de costos y rendimientos, así como reglas para fijar tarifas. En cuarto lugar, la regulación debe 25 asegurar condiciones de competencia y organización del mercado que eviten prácticas indeseables como la competencia desleal o monopólica y el establecimiento de barreras de entrada, tales como formas de integración vertical u horizontal no deseables. En quinto lugar, se debe asegurar y promover la producción, disponibilidad y acceso a información veraz y oportuna sobre los recursos, metas e impacto de los diversos servicios sociales, como coberturas efectivas, costos unitarios, evaluación de logros académicos, índices de morbimortalidad y desnutrición, condiciones de hacinamiento, etc. Finalmente, la organización de la regulación debe contar con las instancias que permitan arbitrar los conflictos entre proveedores y la población usuaria. Para asegurar la independencia del esquema, la regulación debe estar a cargo de entes especializados, que en algunos casos pueden ser autónomos, sin perjuicio de la responsabilidad pública global, y para ello se deben fortalecer los entes que cumplen tareas formativas, reguladoras y de supervisión. Puede tener sentido crear una capacidad regulatoria que coordine a través de criterios generales la conducta de los entes reguladores sectoriales. Esa autoridad tiene la ventaja de permitir que se apliquen criterios generales en las políticas sectoriales y, de alguna manera, es el equivalente a la autoridad social desde la óptica de la regulación. Séptimo, es necesario crear instituciones donde los ciudadanos hagan valer sus derechos sociales. Sus derechos a ciertos niveles de educación, salud o alimentación. Desde ya que 26 esos derechos individuales deben enmarcarse en los derechos colectivos, para que el cumplimiento de los mismos no afecte a los segundos. VI. Conclusiones A lo largo de estas páginas se han señalado distintos elementos que hacen a la construcción de una institucionalidad social. Se ha enfatizado primero cómo las dimensiones económicas condicionan los resultados y viceversa. Se ha señalado también que la tarea de construir instituciones sociales enfrenta restricciones profundamente enraizadas en la historia de la región y que la réplica del Estado de Bienestar ha fracasado frente a la realidad latinoamericana. Hemos afirmado que la búsqueda de una solución genuina implica elevar la consideración y preocupación por la equidad social en la agenda pública y en la acción gubernamental. Y también apuntamos que una macroeconomía solvente y una acción decidida sobre el desarrollo productivo son también ingredientes necesarios para el desarrollo social. Sin embargo, la política social tiene la difícil tarea de conciliar objetivos y necesidades de corto y lago plazo, que demandan multiplicidad de actores e instituciones. Esto es, en el ámbito social no existe una nítida y transparente correspondencia entre objetivos, instrumentos e instituciones. Al respecto proponemos la conveniencia de privilegiar ciertos fines y atributos básicos como elementos sobre los cuales construir y articular esta compleja institucionalidad social. 27 Entendemos que la forma práctica, operativa, de llevar a cabo esa tarea es a través de un Pacto de Cohesión Social de manera de conciliar eficazmente no sólo los aspectos de diseño y gestión sino también los requerimientos financieros. Tal como ha sido delineado por la CEPAL en su documento Desarrollo Productivo en Economías Abiertas, este pacto social se construye sobre el pilar macroeconómico y productivo, pero también incorpora un pacto fiscal. El sentido del mismo es reunir los aspectos de solvencia fiscal con la construcción de consensos sobre la magnitud y funciones del estado junto con el desarrollo de estructuras y administraciones tributarias sólidas. Esto tiene que ir acompañado por una mayor transparencia y evaluación del gasto público, que permita aumentar la productividad del mismo en todos los niveles de gobierno. Dada la importancia del gasto público social en la distribución del ingreso, el pacto fiscal debería constituirse en una herramienta central para guiar la acción pública en el terreno social. BIBLIOGRAFIA Adelantado, José; Noguera, José; Rambla, Xavier y Sáez, Luis (1998), “Las relaciones entre estructura y políticas sociales: una propuesta teórica”, en Revista Mexicana de sociología, N° 3, México. 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