La Cooperación en los campos - Ministerio de Agricultura

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1931
Enero.
SERVICIO DE PUBIICACIONES AGRICOLAS t
^
Eatas •Hajaa• ae remiten gratfa a quien lae pide.
Año XXV.
Núm.2.
MINISTERIO DE ECONOMIA
w°
DIRECCIÓN GENERAL DE AGRICULTURA
^^ .4-m^-^„D,
La Cooperación en los campos,
por AI`TTONIO GASCON ^11IIRAD70N, Jefe del Servicio de Publicaciones Agrícolas.
I.-Solución que se impone.
Gracias a las predica^iones de unos y otros, la idea se va
abriendo camino. Hay ya muchos convencidos de que tos agricultores no podrán defenderse bien si no se orgauizan cooperativamente. Cada uno debe esforzarse en producir lo mejor, lo
más abundante y lo más barato po^ible. De adquirir con ventaja
ciertos materiales, de allanar dificultades de carácter general y,
sobre todo, de vender los productos, deben encargarse ]as grandes organizaciones. Esta es hoy la fórmula casi universalmente
admitida. Y más cuando se trata de productos destinados en
buena parte a la exportación.
La solución cooperativa se impone. Es buena por sí, como
único remedio estable y definitivo, a diferencia de otros, capa ^
ces sólo de calmar pasajeramente el dolor local.
Es buena, además, porque facilita y aumenta la eficacia de
otros recttrsos también útiles. Tal ocurre, por ejemplo, con la
marca común. Cosa excelente para cieterminados productos,
pero quc perderá lo mejor de su virtud y será un manantial inagotable de complicaciones si muchos pueden usar de ella por
separado. En cambio, será de sixma sencillez y de incontrastable fuerza en manos de una gran organización.
Paxa muchos productos, hace falta una fuerte propaganda
-^en el Extranjero. Una gran organización cooperativa nacionalr
por la mayor confianza que inspiraría desde el primer momento, podría hacer esa propaganda eficaz en menos de la mitad
del tiempo y con menos de la cuarta parte de g^asto que otra entidad cualquiera.
Aluchos problemas parciales no podrán resolverse bien sin
amplio uso del crédito. Pero los agricultores aislados no lo encontrarán tan fácil, tan abundante ni tan barato como los agricultores organizados.
Ciertas cargas fiscales, cuando no se eviten, dejarán de tener
importancia repartidas sobre una gran masa.
Hay regiones en que ]a solución del problema agrario está
en aumentar el número de los poseedores de la tierra. Y«está
reconocido que el movimiento en favor de ]a pequeña propiedad
requiere para su estabilidad el pleno uso de la Cooperación».
Palabras del informe final de la Comisión oficial inglesa.
Algo parecido ocurre con tantas otras cosas que podrían citarse también como ejemplo.
Además, ha de tomarse en cuenta otro aspecto. «La Cooperación es valiosa, no sólo porque mejora la condición económica de ]os agricultores, sino también pcr su influencia moral y
social» (Buxton, ministro inglés de Agricultura, julio de 1924).
«La Cooperación bien entendida es una verdadera escuela de
economía política y de justicia económica» (Schulthess, presidente de Suiza, 1921). «^ los méritos comúnmente atribuídos a
la Cooperación hemos de añadir el de obrar como organismo de
paz social y de moralización económica». (Chaveau, senador
francés, 1923 )
Claro que la Cooperación no es una varita mágica que todo
lo pueda y con la cual se ]ogren toda clase de milagros. La
Cooperación no podrá evitar que haga frío en invierno y calor
en verano. Pero los agricultores organizados cooperativamente
aprovechan mejor las épocas buenas y padecen menos en las.
malas.
En este respecto, la Cooperación es mucho más eficaz que la
accióci de los Gobiernos. Esto de pedir la solución a los que
mandán es muy humano. Sucede aquí y en todas partes. Hay
medidas que se pueden pedir, se deben pedir y se deben conseguir. Pero cuando a los agricultores no se ]e^ ocurre otra cosa,.
están perdidos.
Primero, porque en esto, como en todo, se cumple inexorablemente la sentencia de «Ayúdate y se te ayudará». Los agricultores galeses se reunieron en una gran asamblea ahora ltace
-3un año y allí se dijo con aplauso generai: «Si quien exclamó
hace siglos «no esperéis demasiado de los príncipes» viviera
hoy, diría: «No esperéis demasiado de los políticos». Es tonto
pedir la salvación a los demás cuando la tenemos en iiuestra
manor.
Segundo, porque los Gobiernos pueden en esto menos de lo
que parece a primera vista. «La industria agropecuaria tiene
derecho a la ayuda del Gobierno... El bienestar general de la
nación exige que la población rural goce de los mismos beneficios y disfrute cíe las mismas comodidades que los habitantes
de las ciudades. Una vez que el Gobierno ha agotado sus recursos en favor de la agricultura, aun quedan en pie ciertos problemas, y éstos, en su rrtayoría, sólo pueden resolverse mediante el cooperativismo». Son palabras recientes de Hyde, el actual
Ñlinistro de ^lgricultura de los Estados Unidos.
La solución cooperativa se impone. Estorbarla en alguna
forma implica un delito de lesa Agricultura.
Il.-Lesa Agricultura.
He dicho en otra ocasión, y he de repetir ahora, que la sotución cooperativa se impone. Y el estorbarla, sea en la forma
que fuere, implica un delito de lesa Agricultura.
Que la estorben quienes sacan su ganancia de la imperfecta
situación actual y creen ver su negocio amenazado, es cosa muy
humana. Pero estorbarla quienes padecen las consecuencias de
tal situación y no tienen otra salida sino la organización cooperativa, es, además de un delito de lesa Agricultura, un intento
de suicidio.
Puede haber quien se halle en tan especiales circunstancias,
que de momento no le reporte ventajas la unión cooperativa. Son
muy pocos. Serán cacla vez menos. Debe interesarles, de todos
modos, la nueva solución con vistas al mañana. Y aun cuando
fueran una excepción permanente, su caso nada probaría.
Puede haber quien no esté conforme con el plan propuesto.
Debe apresurarse a impugnarlo abiertamente. Si su juicio adver•
so está equivocado, pa.ra que le den explicaciones y le saquen
del error. Si acertó a señalar un defecto o una inadvertencia
del plan, para corregirlos en beneficio de todos. Y si llegó a demostrar que el plan es decididamente malo, habrá probado at
mismo tiempo su propia capacidad, y estará en la obligación
moral de hacer otro plan mejor o colaborar en él.
Si algún día los productores se exceden en la defensa de su
-4interés y lesionan el del consumidor u otro cualquiera también
legítimo, hará obra de justicia quien se esfuerce en contrarrestar el exceso.
Todo tiene justificación, o defensa, o siquiera disculpa. Todo,
incluso la hostilidad solapada de algunos que se Ilaman amigos
de los productores, y aun de algunos, productores ellos mismos,
pero en quienes concurre otro interés que predomina. Todo menos la pasividad inconsciente de esas personas a quienes afecta
de un modo grave el caso y asisten a su desarrollo, sin etiterarse de nada, con menos interés del que pondrían al presenciar
una película de asunto extranjero. Cuando, en realidad, no son
ellos simples espectadores, sino los protagonistas del drama.
Y serán las víctimas, si se descuidan. rSon bobos? zSon suicidas? ^Qué ^on? No lo sé.
Más absurdo criterio y más grave delito de lesa Agricultura
me parece el de esos otros que se tienen por cucos refinados y,
pasándose de listos para caer en el abismo de la simplicidad,
dicen poco más o menos: «Para resolver este problema, para mí
tan interesante, han ideado un plan coopérativc que me parece
bien. Pero todos los planes humanos tienen sus quiebras. Dejemcs a otros correr las riesgos del aprendizaje. Y si al cabo de
dos o tres años de experiencia les va bien y el triunfo es claro,
entonces entraremos».
Como si dijeran: «Pechen otros con los peligros y molestias
de cazar la res. Trabajen y gasten aderezándola y guisándola.
Si les sale bien, cuando esté la mesa puesta y percibamos el
olorcilló apetitoso e incitante, ya nos acercaremos reclamando
un puesto y una ración.»
^Serán tan franci^canos los afortunados luchadores que no
se lo hagan pagar bien?
Añaden algunos, persistiendo en su idea: «Más vale pagar
caro sobre seguro que arriesgar poco de antemano, aun pareciendo inuy razonable el plan». Linda salida para formulada por
un jugador de lotería, como suelen ser quienes tal dicen.
Además, el razonamiento es del todo falso. Y el despeñadero
del error está en aplicar un mismo criterio a situaciones muy
diferentes.
Hablan de un nuevo arado, uua prensa nueva, un trigo o una
forrajera más productivos, de reproductores más seleccionados
para mejorar el ganado. Alguien ha de hacer los primeros ensayos. Quien se retrase podrá ir más sobre seguro, a cambio de no
aprovechar las ventajas de la innovación durante el tiempo de
la espera. Y a cambio a veces de que otros se sitúen mejor.
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Trátase ahora de una epidemia. Las víctimas son incontables. Hay quien recomienda un remedio y quien recomienda
otro. Todo hombre avisado estudiará el caso, pedirá consejo a
personas entendidas de su confianza y pondrá en práctica, desde luego, el remedio elegido. Quien quiera ver antes los resul•
tados obtenidos por los demás podrá esperar la contestación en
el cementerio.
Si, en lugar del caso de epidemia, consideramos el de incenciio o el de inundación, fácilmente se llegará a conclusión análoga.
Pensemos ahora en la lucha con un enemigo común. Hartos
de sufrir la opresión se deciden algunos a combatir. Salen y em•
prenden la lucha. EI resto de la familia, tan numerosa que sólo
con soplar todos a una derribarían al enemigo, se queda asomado a las ventanas, con el siguiente propósito: «Si nuestros hermanos vencen al enemigo, saldremos, les diremos que han hecho bien y nos llamaremos a la parte en los resultados de la victoria. Si son vencidos, esperaremos a que entren maltrechos, les
llamaremos locos y les diremos que aprendan a ser prudentes
como nosotros.» Algunos dirán indignados que esto es criminal.
Puede que lo sea, pero no quiero entretenermé en examinarlo.
ilJigo, sí, que me parece idiota, senciilamente. ^No setá probable
que el enemigo, en realidad más débil, re^uite vencedor por haberle opuesto sólo una pequeña parte de la fuerza d.isponible?
tNo será seguro que, después de zurrar a los que lucharon, imponga su ley y haga pagar cara la inmerecida victoria a toda la
numerosa y abúlica familia?
No es lícito esperar. Haga cada uno lo que cr^a mejor, pero
haga algo. :^leter la cabeza bajo el ala y dejar pasar los aconte^
cimientos es propio de grullas.
«Tenerse en pie juntos o colgar separados» fué el lema de la
gran campaña cooperativa de California. Bien pudiera serlo
ahora en España. Los detalles difieren; pero la situación es la
misma en el fondo.
I1L-Las cooperativas y los intermediarios
«Nadie afirmará que la Cooperación se propone suprimir
^:ompletamente el comercio intermediario. Lejos de ello, apre•
cia en su justo valor su técnica perfecta, elaborada en el transcurso de lós siglos, y tiene en cuenta el riesgo que aco.mpaña ai
ejercicio del comercio, La Cooperación no lucha sino contra los
procedimientos de rapiña en el comercio, y por esto, la concu-
rrencia y la colaboración con las empresas comerciales que regulan los precios es lícita y necesaria.»
Tal dijo hace años W. Wygodzinski, autorizado economista.
Esta es 1^ verdadera doctrina. Pero el hecho es que algunos co^
operatistas y muctíos comerciantes (no todos, sea dicho en justo
honor de la clase) piensan que Ias cooperativas y los intermediarios han de estar sin remedio en lucha perpetua. Ya he combatido más de una vez esta creencia. Conviene ahora insistir,
ampliando el argumento.
Nace el error de generalizar para todos los casos lo propio
de algunos. La Cooperación no va contra los intermediarios en
masa y por el simple hecho de ser tales. Va contra los abusivos
(los de procedimientos de rapiña y los dominadores de un campo que no es suyo). Va también contra los innecesarios y los
ineficaces. Romper el fuego de buenas a primeras contra un
movimiento cooperativo naciente es como declararse incluído
en alguno de esos grupos. O es miedo que ofusca y hace adelantarse con agresiones reales a una agresión imaginaria.
En los últimos cincuenta años, y gracias a los adelantos de
la técnica, el coste medio de la producción se abarató en un
20 por 100. En cambio, el de la distribución se ha triplicado casi.
Como ahora se llega a donde en 1880 no se llegaba ni en sueños,
el gasto ha debido aumentar algo, a pesar de que los mismos
adelantos de la técnica tienden al abaratamiento. Por ejemplo,
el coste material de transporte ha disminuído, a igualdad de
distancia. Pero el haber triplicado el total coste de la distribución prueba que ésta es complicada en demasía y está hipertrofiado su organismo.
De una parte, hay excesivo número de intermediarios. Miles
de fracasados en diferentes profesiones, sin capacidad ni base
adecuada, se meten a corredores, comisionistas, agentes, o
abren una tiendecita en barrio donde ya hay doce tiendas sobrantes. Esto va en daño de los productores, de los consumidores y de los elementos comerciales verdaderamente capacitados.
De otro laao, hay los fuertes, con temperamento de conquistador, ansiosos de dominio. Hace siglos, habrían descubierto y
conquistado nuevas tierras, puéstose al frente de temerarias
caravanas, organizado expediciones marítimas. Ahora prefieren
asaltar el puente que va de la producción al consumo, hacerse
fuertes en él y cobrar un peaje indebido, con daño de todo el
mundo, incluso de la gran masa de comerciantes útiles.
El detalle más significativo para distinguir a los intermedia-
^
-^ -
rios es su actitud respecto al margen entre el precio pagado por
el consumidor y lo percibido por el productor. Unos tienden a
reforzar esa diferencia. Los otros aprovecharán al vuelo cuantas ocasiones ventajosas se les presenten; pero su tendencia g^eneral es a reducirla en conjunto. A ello aplican el resultado de
su experiencia, su ingenio, su habilidad. Cuan.do logran hacer
una economía en el coste de la distribución, es justo que, en premio, disfruten de una buena parte. Y si se enriquecen, mejor.
No habrá sido en daño de nadie y redundará en bien de la co
lectividad.
Nada más eficaz contra los intermediarios indeseables, ni a
favor de los convenientes, como el desarrollo de las cooperativas. Con productores fuertemente organizados y consumidores
fuertementemente organizados también, no hay abusos de poder
posibles. Cooperativas y comerciantes útiles, en noble competencia, se empujan mutuamente a perfeccionar sus procedimien
tos. Los calamitosos, los rapaces y las cooperativas mal guiadas son justamente expulsados del campo. Cuandó el comercio
presta sus servicios en condiciones satisfactorias, las cooperativas no sienten la necesidad de avanzar, ni encuentran facilidad para ello. Y el desarrollo de las cooperativas, como éstas
no lo hacen absolutamente todo por sí, representa un aumento
en las corrientes de tráfico y nuevos empleos para la sana actividad. Por otra parte, las grandes organizaciones cooperativas
no marchan sin el concurso de personal entendido.
No se trata de suposiciones teóricas. Está ^ a ocurriendo en
la realidad. Oigamos a Branson, que estudió sobre el terreno la
organización de ]a agricultura danesá:
«?Vo es a los interme iiarios a quienes va el grueso del dinero
del consumidor, sino a los labradores. Encontré muchos intermediarios en Dinamarca; pero son los in;ermediarios prec^sos^
y los agricultores tienen bastante buen sentido para conocer
cuá^íes lo son. No hay querellas entre las organizaciones agrícolas y los intermediarios. Trabajan juntos con mutua ventaja.
Unos y otros prosperan y están satisfechos. Ni unos ni otros
osan tratar a la otra parte poco limpiamente, pues las malas
prácticas provocan la quiebra tanto para los labradores como
para los comerciantes. En cuanto a los interme.liarios super
fluos, desaparecieron de Dinamarca hace tiempo, o los más de
ellos, pues los agricultores los persiguen como a la caza.»
Y en otro lugar de su obra dice: «E1 que no pertenece a nin
guna cooperativa es mirado como un ser estrafalario... Cada
uno se esfuerza en hace'r producir a su explotación lo más y
mejor que puede, en cantidad y calidad. Las cooperativas agrícolas hacen lo demás... Así es como se han hecho ricos por la
Cooperación y como han enriquecido ellos a su vez a los co
merciantes, los banqueros, los fabricantes y los navieros.»
Con tal idea, hice constar en mi ponencia, aprobada unáni^
memente en el Congreso de Sevilla (septiembre de 1929), que
«el desarrollo de la Cooperación debe ser fuerte, pero no agresivo, dando tiempo (casi siempre lo da ya su misma evolución
natural) a que todo trabajo honrado se reacomode a las nuevas
circunstancias y sig^a teniendo la justa recompensa».
Por fortuna, hay ya en España comerciantes que aprecian
todo esto debidamente. Una de mis grandes satisfacciones ha
sido la de ver acogidos con simpatía en revistas comerciales mis
artí^ulos lanzando la idea de crear el Instituto de Cooperación
y Obras Sociales. Pronto llegaremos a la ayuda directa, como
ocurre ya en los mismos Estados Unidos.
Impreata de Tulio Cosano, 'Torija 5-Maár^d.
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