Mi madre murió cuando yo tenía 16 años, mi casa era

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Testimonios que interpelan
“Mi madre murió cuando yo
tenía 16 años, mi casa era un
ambiente insoportable, así que
un día agarré mis pocas cosas
y jale pa’ Tijuana, estuve allá
como 10 años. En ese tiempo
trabaje mucho, pero también
me gastaba todo lo que ganaba en vicios. Me sostenía de
puros trabajitos. Pero desgraciadamente, el camino de las
drogas es bien traicionero y
se posesiona de ti; un día perdí el control, tome una droga
que no debía haber tomado y
entonces quise robar un carro.
Ingresé a la cárcel por eso”.
Después de una breve estancia en la
cárcel, fue a trabajar a Estados Unidos de manera ilegal:
“Si me gustó estar allá, trabajé
bien... pero el vicio era mayor
y más barato”.
Julio regresó a Tijuana con 24 años
de edad, sin saber nada de su familia, con un círculo de amistades que
lo incitaban a drogarse y un futuro
borroso y negativo. Las historias en
condiciones adversas suelen ser fatales, pero en ocasiones, la voluntad
de un hombre es más fuerte que sus
debilidades y encuentra el camino
para salir adelante.
“La vida es a veces como la
ruleta rusa, al que le toca, le
toca y pues a mí no me tocó y
estoy muy agradecido por eso.
A mí me pudo haber matado
la droga, o los pleitos en que
me metía, también pude haber
contraído SIDA porque me
inyectaba heroína durante un
tiempo, pero no, nada. Eso es
tentar al diablo y salir vivo del
infierno. Pero de eso no me
siento orgulloso, me ha dado
mucha vergüenza saber que
fui así”.
En Tijuana, Julio conoció a María,
quien ahora es su esposa. En el noviazgo él hizo un esfuerzo por alejarse de las drogas, pero sin éxito.
Al cabo de cuatro años, la relación
se vino abajo y la muchacha, originaria de León, Guanajuato, regresó
a su tierra al no encontrar oportunidades de trabajo y perder confianza
en que Julio se recuperará.
“Cuando Mary se regreso
con sus papás, yo me sentí
muy mal, muy culpable. Ahí
empecé a tener un sueño que
era que ella regresará, y el
sueño se convirtió en deseo o
ilusión. Después de seis años
que se fue la hice mi esposa.
Creo que así funciona la esperanza, de pronto sueñas que
puedes estar mejor y te pones
en acción. Así un día te inyectas ya no de droga sino vida
y sales a la calle a hacer realidad tu sueño, a cumplir tu
deseo y a vivir la esperanza.
Porque para mí es eso la esperanza: desear algo que sabes
que es posible. Es saber que
eres capaz de superarte, de
buscar mejores cosas para ti y
de trabajar por ello”.
Cuando mantenía su noviazgo con
María, ella lo intentó ayudar acompañándolo a grupos de apoyo, a
doctores y a psicólogos.
“Yo prácticamente le decía
que ya no podía, ella también,
me aguantó todavía tres años
con mi vicio, fuimos a diferentes partes, resbalé siempre.
Porque además estaba lo del
dinero, nada peor que un drogadicto pobre. Intentas robar,
te denigras para conseguir dinero y te hundes en el vicio y
en la pobreza”.
La esperanza de que podía dejar el
vicio y recuperar a su novia, nació
cuando su relación terminó y él tenía una adicción severa.
“Dicen que hay que tocar
fondo, pero no es mi caso.
Cuando Mary me dejo, y
con justa razón, al extrañarla y sentirme culpable, un
día pensé que tal vez había
sido muy ciego, y que Dios o
quien quiera que sea me había
puesto a María en el camino,
no para que yo le fastidiara la
vida como lo hice, si no que
era una oportunidad de vida y
yo no la había querido tomar.
Entonces me empeñe en descubrir si era cierto que había
oportunidades para aquellos
que las despreciamos.
“Me casé con Mary, no ha
sido fácil, y hubo años muy
malos. Yo recaí un par de
veces todavía en la adicción.
La situación económica nos
era muy difícil. Yo quería superarme, darle a mi esposa
lo que merece. Pero hay que
conseguir el pan de cada día
y no había trabajo, luego te
deprimes y otra vez caes en
el hoyo. Pero todo eso son
pruebas, para que reafirmes
tu confianza y tu esperanza”.
Julio tiene ahora 47 años, se sabe joven aún para hacer muchas cosas y
darles una carrera profesional a sus
dos hijos que son adolescentes. Su
esposa apenas estudia la secundaria abierta y con los ahorros de diez
años ya compraron un terrenito.
“Quizá voy a tardarme unos
añitos en construir mi casa.
Pero un árbol crece de una
semilla y un hombre crece de
la esperanza”.
Fuente: México y su esperanza,
IMDOSOC, Fund. León XIII, IAP,
México, 2003, págs. 23-26
Signo de los Tiempos – enero 2013
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