10 IDENTIDAD / Domingo 27 de marzo de 2016 *Bitácora Norteña La mejor novela negra de la historia Por Martín Romero [email protected] “El largo adiós” (1953) de Raymond Chandler (1888-1959) es una joya. Para Ricardo Piglia, lector compulsivo de novelas policiacas, este libro es “quizá la mejor novela policial que se haya escrito nunca”. Philip Marlowe, detective privado, aguanta de todo: madrizas, seducciones de mujeres bellas, chantajes de colegas corruptos. Además, fascina porque carga un arma demoledora: el sarcasmo. Más: es inteligente y carrilludo. Asimismo, no es de lengua tímida; pone los puntos sobre las íes al reflexionar sobre el comportamiento de la ley en su país. Una ley hecha por truculentos, pues la misma no brilla en las oficinas de gobierno: rechina en los güevos de los salvajes. Marlowe–lector de literatura, conocedor de Fiódor Dostoyevski, Gustave Flaubert, T.S. Eliot–también es directo y duro. Añado: feroz. Y lo debe ser porque así lo pide la realidad que enfrenta, a saber: la jungla urbana con sus matones profesionales (gángsteres y policías), con sus políticos degradados. Leamos este fragmento que nos sitúa frente a un Estado castigador, donde sobresalen los negreros profesionales en un mundo hamponesco escondido bajo esa palabra considerada un bálsamo: democracia: “Solo soy un simple ciudadano. Déjate de tonterías, Bernie. No tenemos mafias, sindicatos del crimen y pandillas de gángsteres debido a que los ayuntamientos y las legislaturas estén llenos de políticos corruptos y sus secuaces. El crimen no es la enfermedad, es un síntoma. Los maderos son como el médico que te receta una aspirina para un tumor cerebral, salvo por el hecho de que el poli siempre preferirá curarte con una porra. Somos un pueblo grande, brutal, rico y desenfrenado, y el crimen es el precio que pagamos por serlo, y el crimen organizado es el precio que pagamos por la organización. Nos acompañará durante mucho tiempo. El crimen organizado no es más que el reverso sucio de la fuerza del dólar”. Esas líneas de Marlowe aún siguen marcando la ruta de las fuerzas de poder en Estados Unidos, amén de que las novelas del género negro escupen esta clase de juicios contra el sistema estadounidense. Y verdaderamente da escalofríos observar que pasan las décadas y aún continúa la autocensura en muchos intelectuales y medios de información que adolecen de las agallas de un Chandler: hablar en voz alta sobre el avance y la consolidación de La Maña en terrenos del Tío Sam; hablar sobre la actividad violenta de los cárteles de la droga en muchas ciudades de la Unión Americana. O cómo el dinero del crimen organizado, millones de dólares, son parte del oxígeno que necesita el ultracapitalismo para seguir funcionando. Por otro lado, Marlowe viaja a Tijuana; se presta a darle un aventón a Terry Lennox, veterano de la Segunda Guerra Mundial, al aeropuerto (su esposa Sylvia, multimillonaria, es asesinada y a él le urge abandonar su país). El investigador privado es tajante–le exaspera nuestra ciudad–: “Tijuana no es nada: lo único que quieren allí son los dólares. El niño que se inclina sobre tu coche, te mira con enormes ojos melancólicos y te dice: ‘Diez centavos, señor, por favor’, en la próxima frase intentará venderte a su hermana. Tijuana no es México”. Pero Philip Marlowe en “El largo adiós” sucumbe ante Linda Loring, hermana de Sylvia, quien logra acostarse con él. Posteriormente, en otra novela titulada “La historia de Poodle Springs” (1959), indica Piglia, el mismo aparece casado con esa mujer. Así pues, a Marlowe le atraen los 8 millones de dólares que Linda dice tener. Por eso, Piglia es implacable con el personaje: “Marlowe se ha convertido en una suerte de Terry Lennox, el que vive de su mujer y a pesar de su elegancia–o gracias a ella–es un corrupto. Y ahora Marlowe parece su doble. Dos amigos, dos ‘losers’, casados con dos hermanas llenas de dinero”. Por otro lado, Raymond Chandler realiza una operación sorpresiva en “El largo adiós”. En una página perteneciente al considerado género menor–que es la novela policiaca–da cabida a la aparición de las formas de la alta cultura. Me refiero al capítulo 49. Amos, chofer negro que presta sus servicios a Linda, conduce un Cadillac a la morada de Marlowe; luego le pregunta a éste ‘El largo adiós’ es la obra cumbre de Raymond Chandler. sobre el significado de las palabras: “Me hago viejo...me hago viejo...me remango las perneras del pantalón”. El detective le responde que esas palabras de “La canción de amor de J. Alfred Prufrock”, del poeta Eliot, no significan nada. “Solo suenan bien”, agrega Marlowe. Y Amos, graduado de la Universidad Howard, le pregunta si le sugiere algo otras palabras de Eliot: “En el salón las mujeres van y vienen hablando de Miguel Ángel”. Marlowe suelta el chicote: “Sí...me sugiere que el tipo no conocía bien a las mujeres”. Pero no todo queda en una burla que formaría parte del catálogo de sarcasmos de Marlowe, pues Philip entraría a residir en el mundo de los acaudalados cuando se casa con Linda, hija del magnate Harlan Potter. Es como si el detective estuviera preparándose para cambiar de piel. Por eso, Ricardo Piglia nos dice que la escena donde Marlowe conversa con Amos sobre Eliot es “la cristalización y el marco del pasaje y la entrada en el mundo de los ricos. Esta escena es el puente entre dos mundos, cambia el régimen del género. Y es un libro (la mención a un libro y su memoria) lo que sirve de pasaje. El maravilloso equilibrio en la construcción de la novela se concentra en ese diálogo”. “El largo adiós” y su letra alucinante.