Teoria de los Opuestos

Anuncio
LAS DOS CARAS DE LA MONEDA
Todas las dimensiones espaciales y direccionales son opuestas: arriba y abajo se oponen,
dentro y fuera, alto y bajo, largo y corto, norte y sur, derecha e izquierda. Y todas las
cosas que consideramos importantes son un par de opuestos: bien y mal, placer y dolor,
Dios y el diablo, libertad y servidumbre. También nuestros valores sociales y estéticos
son siempre algo que se da en función de los opuestos: éxito y fracaso, bello y feo, fuerte
y débil, inteligente y estúpido. La lógica, por ejemplo, se basa en lo verdadero y lo falso,
la epistemología, de la apariencia a la realidad, la ontología, del ser al no ser. Nuestra
vida es una impresiones colección de opuestos.
Pero la naturaleza, al parecer, no sabe nada de este mundo de opuestos en que vive el
hombre. En la naturaleza no hay ranas verdaderas y ranas falsas, árboles morales e
inmorales, océanos justos e injustos. Ni siquiera especies bellas y feas.
Sin duda, es verdad que algunas de las cosas que llamamos opuestos existen
aparentemente en la naturaleza. Por ejemplo, hay ranas grandes y pequeñas. Pero es
algo que para ellas no es problema, no los precipita en paradojas de angustia. Incluso es
posible que haya osos listos y osos tontos, pero a ellos no les preocupa mucho. Nadie ha
descubierto complejos de inferioridad en los osos.
En la naturaleza se da la vida y la muerte, pero tampoco esto parece asumir las
dimensiones aterradoras que le asignamos los humanos. A un gato, por más viejo que
esté, no le invade el terror de la muerte. Se acurruca en algún lugar para morirse allí.
El dolor y el placer también existe en los animales. Cuando a un perro le duele algo, se
queja, pero si no le duele, se despreocupa. No le angustia el dolor futuro ni se queja del
dolor pasado, todo parece natural y simple.
Todo se remite al Génesis, que cuenta que una de las primera tareas confiadas por Dios
a Adán fue dar nombre a las plantas y los animales que existían en la naturaleza, pues
ésta no tenía etiquetas con sus nombres. Dicho de otra forma, a Adán le encargaron que
separase la complejidad de las formas y procesos de la naturaleza, y que le asignara
nombres. Estos animales se parecen entre sí, pero no se parecen en nada a aquellos
otros, de modo que a este grupo lo llamaremos "leones" y a aquel "osos".
Adán tenía que reunir los animales que eran similares y aprender a diferenciarlos
mentalmente de los que no se les parecían. Tenía que aprender a trazar una
demarcación, porque solo después de hacerlo podía reconocer las diferentes bestias y,
por consiguiente, nombrarlas. Dibujaba fronteras.
Su labor fue tan importante que aún hoy pasamos buena parte de nuestra vida
dibujando fronteras. Cada decisión que tomamos se basa en la construcción de límites.
Tomar una decisión significa trazar una frontera entre lo que se elige y lo que no se
elige. Estudiar medicina significa aprender con mayor claridad el límite entre la
enfermedad y la salud.
Lo que crea un par de opuestos es la demarcación como tal. Trazar fronteras es fabricar
opuestos. Antes de trazarla, no existían como tal. Y podemos empezar a ver que la vida
tal como la conocemos es un proceso de establecer demarcaciones. Y el mundo de los
opuestos es un mundo de conflictos.
Antes de la invasión de las fronteras y los nombres, si por ejemplo, Adán quería decirle
a Eva que era una burra, tenía que llevarla del brazo y salir con ella a buscar una burra,
indicársela y señalarla a ella. Pero ahora, gracias a la magia de las palabras, y del
lenguaje, le bastaba con decir: "Por el amor de Dios, cariño, si que eres burra".
El mero establecimiento de una frontera equivale a prepararse para el conflicto, y en
concreto para el conflicto de la guerra de los opuestos. Vivimos en un mundo de
conflicto y oposición porque es un mundo de fronteras. Y cuanto más firmes son
nuestras fronteras, más encarnizadas son las batallas.
Cuanto más me aferro al placer, más temo necesariamente al dolor. Cuanto más voy en
pos del bien, más me obsesiona el mal. Cuanto más éxito busco, mayor será mi terror al
fracaso. Cuanto mayor sea el afán con que me aferro a la vida, más aterradora me
parecerá la muerte. Cuanto mayor valor le asigne a una cosa, más me obsesionará su
pérdida.
Ahora bien, la forma en que ordinariamente intentamos resolver estos problemas es
tratar de extirpar uno de los opuestos. Afrontamos el problema del bien y del mal
procurando exterminar el mal. Enfrentamos el problema de la vida y la muerte
intentando ocultar la muerte bajo simbólicas inmortalidades. En filosofía, resolvemos
las oposiciones dejando de lado uno de los polos, o procurando reducirlo al otro. El
materialista se empeña en reducir su espíritu a materia, en tanto, el idealista se esfuerza
por reducir la materia a espíritu.
SIEMPRE TRATAMOS LA DEMARCACION COMO SI FUERA REAL Y DESPUES
MANIPULAMOS LOS OPUESTOS QUE CREAMOS. Y jamás cuestionamos la frontera
como tal. Y como creemos que ésta es real, imaginamos que los opuestos son
irreconciliables.
Y entonces consideramos que la vida sería perfecta si pudiéramos anular los polos
negativos e indeseables de todos los pares opuestos. Si tan solo pudiéramos conquistar
el dolor, el mal, la muerte, el sufrimiento, la enfermedad, para que solo hubiera bondad,
vida, alegría y salud... eso sería realmente vivir bien.
El progreso es simplemente avanzar hacia lo posible y alejarse de lo negativo. Y sin
embargo, después de SIGLOS DE ACENTUAR LO POSITIVO Y TRATAR DE
ELIMINAR LO NEGATIVO, NO HAY NINGUNA PRUEBA DE QUE LA
HUMANIDAD SEA MAS FELIZ O ESTÉ MAS EN PAZ CONSIGO MISMA. De hecho,
las pruebas hacen pensar lo contrario, que vivimos en la era de la angustia, de la
frustración, en la era de la desorientación en el reino de la abundancia.
Parece que el progreso y la infelicidad fueran el anverso y reverso de una misma
moneda. Porque la misma urgencia por progresar implica un descontento con el estado
actual de las cosas, de modo que cuanto más intenta uno progresar, tanto más
descontento se siente. Porque en nuestro intento de acentuar lo positivo y eliminar lo
negativo, hemos olvidado por completo que lo positivo sólo se define en función de lo
negativo.
Esta unidad interior de los opuestos se ve con mayor claridad en la teoría gestáltica de
la percepción. Según la Gestalt, jamás vemos algo si no es por su relación con el fondo,
que le sirve de contraste. Por ejemplo, algo que llamamos "claro", es en realidad una
figura sobre algo oscuro. Cuando en una noche oscura levantamos los ojos al cielo y
percibimos el brillo de una estrella, lo que en realidad vemos, no es la estrella por
separado, sino la totalidad del campo, la estructura "estrella brillante más cielo oscuro".
Sería posible que en este momento pudiera sentirme con mucho placer , cómodo y
complacido, pero jamás me daría cuenta de esto, si no fuera por la existencia de un
fondo de incomodidad y dolor. Por eso, el placer y el dolor se alternan y se puede
reconocer la existencia de cada uno. El intento de aislarlos es inútil.
Y es así como, cuando nuestro objetivos más que elevados, son ilusorios, nuestros
problemas más que difíciles, son absurdos.
Si existe un valiente dentro nuestro, existe un cobarde. Si existe un exigente, existe un
exigido. Si existe un rechazado, existe un rechazador. Lo que pasa es que sólo
registramos a uno de ellos, y evitamos al otro. Si existe el que siempre dice que "si", está
allí latente dentro nuestro, el que quiere decir que "no". Si quitamos la frontera,
entonces integramos los opuestos, y podemos decir "si" o "no" según se nos den las
ganas.
Fuente: La Conciencia sin Fronteras Autor: Ken Wilber
Descargar