geo von lengerke

Anuncio
ÁLVARO PABLO ORTIZ
GEO VON LENGERKE:
CONSTRUCTOR DE
CAMINOS
Dirección Cultural
ÁLVARO PABLO ORTIZ
GEO VON LENGERKE:
CONSTRUCTOR DE
CAMINOS
Dirección Cultural
Colección
Temas y Autores Regionales
Bucaramanga, 2008
© Universidad Industrial de Santander
Colección Autores y Temas Regionales
Geo Von Lengerke: Constructor de Caminos
Álvaro Pablo Ortiz
Dirección Cultural
Universidad Industrial de Santander
Rector UIS: Jaime Alberto Camacho Pico
Vicerrector Académico: Álvaro Gómez Torrado
Vicerrector Administrativo: Sergio Isnardo Muñoz
Vicerrector de Investigaciones: Óscar Gualdrón
Director de Publicaciones: Óscar Roberto Gómez Molina
Dirección Cultural: Luis Álvaro Mejía Argüello
Impresión:
División de Publicaciones UIS
Comité Editorial:
Armando Martínez Garnica
Serafín Martínez González
Luis Álvaro Mejía A.
Primera Edición: Diciembre de 2008
ISBN:
Dirección Cultural UIS
Ciudad Universitaria Cra. 27 calle 9.
Tel. 6846730 - 6321349 Fax. 6321364
[email protected]
Bucaramanga, Colombia
Impreso en Colombia
CONTENIDO
Prólogo
13
Introducción
17
Presencia alemana en Santander
23
Lengerke y la Alemania de su tiempo
29
Hipótesis en torno a la llegada de Lengerke
a Santander
39
Estética del paisaje santandereano
53
Lengerke y el tema de los migrantes
alemanes en Santander
63
Intérprete y dinamizador del tesón
santandereano
73
Todos los caminos conducen a Montebello
85
Hacedor de puentes y caminos
99
Auge y declive de una corteza medicinal
111
Nacidos para el coraje
122
Génesis y culminación de un conflicto
137
Propósitos similares
145
Los caminos del cuerpo
157
Dos días que estremecieron a Bucaramanga
165
5
Muerte y perpetuación de una leyenda
185
La imagen de Lengerke en el tiempo
193
Los caminos de la sensibilidad
201
¿Lengerke inspirador del protagonista
de la novela “De sobremesa”?
211
¿Otra posible coincidencia?
219
Conclusiones
225
Bibliografia
239
AGRADECIMIENTOS
La publicación de esta biografía habría sido en extremo
dificultosa de no haber mediado el concurso, en diversos
ordenes, de las siguientes personas con quienes tengo
una deuda de gratitud permanente: Silvia Rocío Ramírez
Rueda, María del Rosario García, Adriana Otálora Buitrago, Teresa Barón Wilches (+), Catherine Paola García
Serrano, Gloria Pinilla, Francia Helena Ospina, Jaime
Álvarez Gutiérrez, Enrique Serrano, Siegfried Striegel,
Juan Esteban Constaín, Manuel Mancini y Señora, Rosalina Heilbraum, Adrián Serrano, Rafael Serrano Prada,
Augusto Pinilla, Hernán González Parada, Rafael Salamanca Parada, Donaldo Ortiz Latorre, Simón José Ortiz
Pinilla, Miguel Malagón, Benjamín Ardila Duarte, Pablo
Serrano, Gilberto Ayala Vargas, Sergio Rafael Serrano,
Camilo Bernal Kosztura y Lina María Quintero.
7
DEDICATORIA
A mi tío Alonso Ortiz Lozano, quien a sus noventa años
celebrados recientemente en Bucaramanga, me hizo
prometerle en tono entre cálido y categórico que antes
de vivir junto al todopoderoso el tiempo de la eternidad,
quería ver publicada la biografía de Geo Von Lengerke.
9
“El conjunto mágico es el puente, un puente que esté
en todos los caminos. El camino y el puente son lo mismo,
ambos unen tierra y hombres”
Pedro Gómez Valderrama, “La otra Raya del Tigre”
“Canto a los hombres orgullosos de llamarse constructores
de caminos. Canto a sus cuerpos casi minerales, formados
por terrones y por bloques. Los canto en el Alba, con las
azadas al hombro, porque ellos son el verdadero ejército.
Yo os canto selva humana que avanza, postes y
pilotos, generación de robles que nadie se atreve a podar. Os
canto a vosotros que habeís roto el cráneo de Adán, creyéndolo una roca.
Os canto librando la batalla contra la tierra obscura, que a todos os devorará con ansia, prolongando, no
obstante, el plazo a los más fuertes”
Aurelio Arturo
“Los caminos son ríos petrificados y los ríos, caminos caminantes. Caminos humanos y ríos divinos, caminos y
ríos y ríos y caminos”
Rafael Ortiz González
“El Camino del Opón no es dudable que podría
contribuir a facilitar del comercio, dejando libertad a los
traficantes para que eligiesen éste o el de Honda, según
11
les fuese cómodo, y procurándose la limpieza de aquél de
las malesas en que abunda, con tambas o rancherías, cuya
omisión ha sido tal vez causa de que se abandone o sea poco
frecuentado”
Relación del Virrey José Solis Folch de Cardona, 1760
“Caminante, son tus huellas el camino, y nada
más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar.
Al andar se hace camino y al volver la vista atrás, se ve la
senda que nunca se ha de volver a pisar”
Antonio Machado, “Campos de Castilla”
12
PRÓLOGO
Escribir trae consigo su gloria y su condena. “El que lo
probó lo sabe”, como dijera magistralmente don Félix
Lope de Vega. Cada libro lleva consigo el alma sutil de su
autor, incluso aunque éste no se lo proponga. Hay quienes
sin descanso están rebuscando entre resquicios de viejos
asuntos para descubrir personajes y acciones que revelan
el alma de toda una época ida. Con Geo von Lengerke
hay que escudriñar el espíritu oculto de los cambios que
tuvieron lugar en Santander durante la segunda mitad del
siglo XIX, y con el de la inmensa mayoría de los colombianos de hoy.
Entre los anaqueles yacen, casi como cadáveres, libros
olvidados, periódicos amarillentos y manchados de sepia
que muestran huellas del feroz paso del tiempo. Fotos viejas, personajes llenos de encanto, proezas de otros tiempos
que palpitan cerca de nosotros, pero que curiosamente no
se ven. La ruta de los pueblos hacia sí mismos es incierta
y si no fuera por la aparentemente fortuita aparición alentadora y abrupta de ciertos personajes que desentrañan
tesoros, casi como arqueólogos de días idos, no lograrían
traducirse en lecciones efectivas estas hazañas, sean estas
buenas o malas, y sólo al cabo de muchos años refulgen
con gracia nueva los oros y los tesoros.
13
Lengerke representa al hombre audaz, lleno de esperanza
en el futuro y también cargado con el fardo del pasado. Un
verdadero explorador de una tierra indómita, telúrica, casi
primitiva, pero dotada de un potencial formidable. Esta
consideración hace de la biografía de este titán germánico,
un hito para nuestros días, en los que los individuos
cuentan tan poco en la realización de grandes empresas,
hazañas si se quiere.
Álvaro Pablo Ortiz, investigador de larga experiencia en
estas lides del desciframiento, ha prodigado en este libro
todos los recursos para sacar a la luz la faz recóndita
del aventurero alemán de prodigiosa vitalidad y espíritu
visionario: un hombre, un talante, un pueblo que ya no
existen, pero que existieron plena y profundamente;
lo que era posible investigar sobre la figura señera de
Lengerke personaje cargado de reminiscencias y de mitos
relacionado con esa Colombia de antaño, ese Santander
decimonónico que no comprendemos, pero que sin duda
persiste en cada uno de sus hijos. Esta grandeza difunta
respira a nuestro lado otra vez, como testimonio de un
mundo ya demudado y sólo perceptible en los viejos
cementerios, que como el de la legendaria Zapatoca, que
recuerda con su estampa a quienes la habitaban y cómo
se vivía en tales lejuras. Los muchos hijos de Lengerke,
su descomunal voluntad de trabajo, su pericia y su tino,
junto con los reclamos que en ese tiempo se hicieron por
la procacidad y desafuero de sus costumbres, todo está
aquí, muy bien dispuesto para el lector ávido de bellas
descripciones y agudos comentarios.
El libro que retrata la epopeya de Lengerke se las tiene que
ver pues con esa Colombia al tiempo provinciana y telúrica de los días de la construcción de caminos, de los casi
míticos ferrocarriles y planchones sobre el Magdalena,
atrapada en las redes que ella misma se tendió, enclavada
14
entre el aislamiento y la mojigatería, para mostrar una
sorprendente historia de audacia y de valor, y también la
precariedad en la que cada cosa respiraba el aliento de
una atronadora autenticidad.
Lengerke tiene ecos que se traducen en efectivas realizaciones y obras de trascendencia colectiva que resultaron
decisivas para el Santander y la Colombia de aquellos
años distantes. Las empresas, la audacia de poner en
escena obras gigantescas, las desmesura de las mismas,
el vigor psicológico y la tenacidad necesarias para sacar
prácticamente de la nada tales proezas son los testimonios
principales que ha dejado el paso de este personaje sui
generis por nuestro paradójico país. Curiosamente, estos
personajes suelen ser hombres signados por un trágico
destino, cosa que se ve clara también en la biografía que
Álvaro Pablo Ortiz ha escrito y que le da a su libro un
valor de testimonio extraordinario y pertinente.
Lengerke tiene tanto que decir a los colombianos de hoy,
y no sólo por cuanto hizo, sino por lo que significó en
un momento en el que un halo de timidez y de torpeza
llenaba con su vaho las instituciones nacionales, halo que
no se habría despejado del todo con el tiempo. En la línea
de los héroes de Thomas Carlyle, el hombre de acción, el
avezado soñador que apresta los medios para realizar al
menos una parte de sus sueños es, tal vez, el arquetipo que
aquí queda reseñado con mayor fuerza. Dificultades para
su obra si hubo y muchas, pero el impulso de este hombre
supo deshacer entuertos y superar obstáculos que se creían
invencibles o que ni siquiera habían sido previstos.
En verdad, esta tenacidad legendaria ya estaba en el pueblo santandereano de aquellos días, y lo que hizo Lengerke
fue despertarla, aprestarla para metas más ambiciosas,
desatarla del nudo rural y provinciano en el que palpitaba
15
oscuramente su corazón por entonces. Fue de este modo
como se pudo hacer patente el Santander republicano,
las desestabilizadoras ideas liberales del siglo XIX, en
un mundo tan marcadamente conservador, y también sus
ecos posteriores, que se sintieron con fuerza en la Guerra
de los Mil Días y en la historia convulsiva de Colombia
entera en el siglo XX.
Esta biografía magnifica, llena de gracia por su tema,
está -además de todo lo dicho- admirablemente escrita,
en un español claro y profundo, con la coloquial cercanía
del buen cronista y la seriedad y prolijidad del magnífico
erudito. Se trata, a todas luces, de un libro de excepcional
valor histórico, pleno de luz y de buen tino sobre un bello
mundo que parecía perdido, pero por virtud de nuestro
autor, recuperado de sus tinieblas.
ENRIQUE SERRANO
16
INTRODUCCIÓN
El año pasado, el Departamento celebró los ciento cincuenta años de la creación de la Constitución del Estado
Soberano de Santander, configurando así un ideal colectivo
en torno –como lo afirma el historiador Armando Martínez
Garnica-, a un gran proyecto de región. Durante los casi
veinte años de vigencia de esta Constitución, un hombre,
un alemán para ser más precisos, formó parte importante
de una sociedad que se debatía entre el aislamiento a la
manera de una fuerza centrípeta y una actitud proclive
a fuertes gestos de modernidad, es decir, apostándole al
fenómeno de las fuerzas centrífugas. A estas últimas se
adhirió el extranjero, condición ésta que se fue minimizando, en la medida en que demostró en grado sumo su
profundo afecto por una tierra que en la acertada expresión
de Carlos Nicolás Hernández Camacho, “antes que una
geografía es un territorio del alma”. Pero además, a la
luz de una hospitalidad franca y abierta, consignaba y lo
sigue haciendo hasta el presente aquello de que “todo el
que pise suelo santandereano es santandereano”.
Treinta años vivió Geo Von Lengerke amando, enfrentando y transformando una “topografía llena de soberbia”.
Su impronta fue de tal magnitud, que son pocos los
santandereanos que se han negado en el tiempo a hacer
de las ejecutorias comerciales, empresariales u de infrae17
structura vial realizadas por el germano, las veces de un
referente obligado. Por el contrario, la lista es numerosa.
Abundantes ensayos y artículos sobre la parábola vital de
Lengerke así lo testimonian. Artículos y ensayos, unos de
alto rigor historiográfico y otros, como suele suceder en
nuestro medio, plagados de lugares comunes hasta llegar
a una insistencia casi enfermiza, en donde por lo mismo,
la retórica, la diletancia y la pedantería, reemplazan la disciplina investigativa que conlleva al manejo de procesos
de interacciones, de actores y factores concatenados, en
lo que debe ser una decantadora revisión de los modelos
interpretativos y propuestas historiográficas recientes,
partiendo de una reflexión sobre la relación de la historia
con las ciencias sociales y las humanidades.
En últimas, el derrotero a seguir debería ser el siguiente:
coherencia analítica e intención de intelección que deberá
balancear la narrativa, sea cual sea la temática historiográfica a seguir. En esa línea de conducta intelectual, y frente
al personaje que nos ocupa, merecen entre otros destacarse
los siguientes nombres propios: Mario Acevedo Díaz,
Juan de Dios Arias, Benjamín Ardila Díaz, Enrique Otero
D’Costa, José Fulgencio Gutiérrez, Horacio Rodríguez
Plata, Simón S. Harker, Roberto Harker Valdivieso, Gustavo Otero Muñoz, Luís Serrano Gómez, Eduardo Rueda
Rueda, Carlos Arturo Díaz, Martiniano Valbuena, Alfred
Liévano, Rodrigo de J. García Estrada, Carlos Dávila
Ladrón de Guevara, Amado Antonio Guerrero Rincón,
Jacques Aprile-Gniset, Isaías Ardila Díaz, David Church
Jonson, Ernesto Volkening, el ya mencionado académico
Armando Martínez Garnica, Enrique Biermann, Aida
Martínez Carreño, Marina González de Calá, Alberto
Escovar, María Fernanda Duque Castro y desde luego,
Pedro Gómez Valderrama. En efecto, inspirado en la mejor
tradición de la novela histórica con cultores del género
como Stendhal, Balzac, Flaubert, Walter Scout, pasando
18
por Thomas Mann, Augusto Roa Bastos, Miguel Otero
Silva, Ramón J. Sender, Gabriel García Marquez, etc.
Gómez Valderrama logró un formidable equilibrio en su
novela “La otra raya del tigre” entre la historia y la ficción,
al punto que ambas, como si de hermanos siameses se
tratara, quedaron férreamente unidas. Esto para no hablar
del poder descriptivo advertido en cada página del texto de
la recreación que hace del protagonista central, Geo Von
Lengerke ubicado, asumido, proyectado y perfilado desde
un manejo circular del tiempo, en donde el pasado es un
eterno presente, hasta hacerle sentir al lector sensible e
imaginativo, que Lengerke no ha muerto; que sigue –como
el alucinante paisaje santandereano-, de cuerpo presente;
que nunca ha cesado de construir puentes y caminos, que
su voz varonil sigue resonando por los amplios corredores
de sus haciendas, que su obsesión por los embarques de la
Quina sigue vigente; que su exaltación del alcohol y del
sexo continúan; que sus abismos interiores son también
los nuestros, lo mismo que sus contradicciones; que su
mundanidad, que sus escisiones emocionales traducidas
en exquisito refinamiento y desaforada sordidez, nos tocan
de cerca, por la condición humana que los afirma y los
reafirma en una suprema dualidad inarmónica.
Bajo estos antecedentes, no ha sido asunto fácil escribir
o mejor, reescribir sobre un personaje tan multifacético
como lo fue Geo Von Lengerke. Un personaje al que en
modesto concurso y sin excluir limitaciones y vacíos de
diversa índole, hemos querido abordar de manera crítica
y contextualizada, privilegiando y posicionando en este
proceso lo significativo y coyuntural, en un esfuerzo por
establecer vasos comunicantes entre los diferentes actores, factores y circunstancias que contribuyeron a tejer
y también a destejer el proyecto del liberalismo radical
al interior de lo que se denominó el Estado Soberano de
19
Santander. Se trata pues, con otras palabras, de abordar
las ejecutorias de un hombre que consecuentemente o
no, actuó al lado de una franja relativamente amplia de
migrantes alemanes como él, creando industrias y contribuyendo en medida nada despreciable a la articulación
del comercio con los centros internacionales de la época,
mediados por un afán modernizador, librecambista y
cosmopolita.
Suele afirmarse que la historia está constituida por hechos
–tal y como lo proclaman los abanderados de la historia
positivista- lo cual no es absolutamente cierto. La historia
–y es lo que pretendemos desarrollar y demostrar en las
páginas que siguen-, de acuerdo con la temática y periodización escogidas, se constituye en procesos que son los
que otorgan sentido a la realidad. Los hechos existen, pero
a condición de que estén relacionados entre sí, constituyendo un discurso histórico que es, en últimas, el que da
significado a los hechos, entrelazados entre sí, otorgando
a la realidad una razón, un sentimiento, una conciencia,
un acervo ideológico y una proyección en el tiempo.
No es posible insistimos, acercarnos a la historicidad
concreta a través de mecanismos descarnados, de una
historia sin rostros, sin risas, sin llantos, sin pasiones, sin
profundizar en lo cotidiano y lo permanente, al mismo
tiempo. La apuesta por un “todo coherente”, es también
la nuestra. Apuesta planteada en su momento por Fernand
Braudel, Bloch, Labrousse, Lucien Febvre y en nuestro
medio con historiadores como Jaime Jaramillo Uribe,
Germán Colmenares y Margarita Garrido.
De ahí entonces, la necesidad de estudiar y comprender a
Lengerke en su temporalidad histórica, en su “situación
epocal”, sin la cual no es posible, destacar las actitudes
burguesas, europeizantes, asociativas, que configuraron
20
a la postre hasta hacerlos tangibles, una serie de actos
propositivos bajo el trasfondo de una escenografía colectiva revestida en más de una ocasión frontal, temeraria
y crucial, de una fascinante y trágica complejidad, como
la santandereana.
21
PRESENCIA ALEMANA
EN SANTANDER
Leo S. Koop con los socios de Bavaria: Crónica Mujica, Emil Koop, Carlos
Castello, Leo S. Koop y Pablo Lorent
(Fotografía de Isaías Canano, 1886)
Tomado de: Boletín Cultural y Bibliográfico. Banco de la República, Santafé
de Bogotá, Colombia. 1993. p.47.
23
¿
Fue Lengerke el primer alemán en pisar suelo santandereano? Ciertamente que no. Hacia atrás y concretamente bajo el reinado de Carlos V, un factor económico,
permitió en virtud del mismo, una serie de concesiones
que el emperador le hizo a los mayores financistas de la
Europa del momento, que valga la aclaración, se hallaban
en la órbita política de la casa de Austria. Estos financistasestaban representados por la casa comercial alemana más
conocida como la casa Fugger de Ausburgo, emula la de
los Welter. En síntesis apretada, el monarca (dado el precario estado en que se encontraba la hacienda imperial),
dependía de estos banqueros alemanes en términos de
préstamos y transferencias de dinero. Estas concesiones
arriba mencionadas, que el emperador les hizo a tales
prestamistas en América, eran la compensación y el estímulo a dichos aportes económicos.
Lo anterior, explica que una cuota de poder germánica
de la casa Welter, protegida y legalizada por la corona
española y para el caso que nos interesa, descubrieron los
llanos orientales y parte de las tierras de la cordillera oriental. Estas exploraciones tuvieron en Ambrosio Alfinger
al más representativo y protagónica alemán quien inicialmente llegó a la Isla de Santo Domingo y posteriormente
(1529), entró a la ciudad de Coro (Venezuela), de la cual
fue gobernador. En una expedición hacia el interior llegó
a las selvas del Valle de Upar, más adelante, continuó el
25
viaje remontando el Río Lebrija. En esa correría, no exenta
de dramatismo y penurias, Alfinger, exploró a Cacotá y
bajó por el río de oro, montando su campamento militar
en la meseta en que años más tarde (1622), Bucaramanga
iniciaría su lento proceso fundacional, al punto que durante dos siglos este núcleo permaneció sin experimentar
desarrollos notorios, como sí los tuvieron poblaciones
vecinas como Girón o Matanzas y a mayor escala Vélez
y Pamplona. Su condición pues, durante muchos años,
fue la de un simple caserío.1
Finalmente Ambrosio Alfinger extendió su radio de acción a los páramos y las tierras que hoy forman parte de
la provincia santandereana de García Rovira. En 1533
el alemán sufrió una muerte trágica a manos de los indomables indios Chitareros2 muy cerca de Chinácota. Una
1
Así es Bucaramanga. Dirección editorial, María Paz Amaya,
Asesoría editorial, Aida Martínez Carreño, Dirección Artística, Mónica Bothe. Ediciones Gamma S.A., Bucaramanga, Colombia, 1997,
p.19.
2
Las comunidades indígenas más caracterizadas que
poblaban el territorio santandereano eran las siguientes: los
Carares, Opones y Yarigüíes, quienes habitaron los márgenes del
Río Magdalena; los Guanes de cuyo talante altivo y guerrero han
dado fe numerosos estudios, se habían hecho fuertes en la región
central, vale decir, en lo que hoy serían el municipio de los Santos, parte del municipio de Piedecuesta, con presencia también en
Barichara, San Gil, Socorro, Charalá, Oiba y otras regiones vecinas.
El conquistador español Martín Galeano (quien fundó la población
de Vélez hacia 1539), junto con sus tropas, realizó numerosas expediciones punitivas contra este grupo aborigen, dada su tenaz
resistencia al invasor extranjero probada y demostrada en la modalidad de la guerra irregular, o guerra de montañas, de sombras y
montañas, que por cierto y valga la coincidencia, fue también constante histórica de largo aliento en la península Ibérica. Modalidad
ésta que a la manera de un lastre ha perdurado en nuestro medio
hasta el presente. Por estar y otras razones, los santandereanos
registran con íntimo orgullo la memoria de la belicosidad de los
Guanes, llegándose a afirmar que éstos, inspirados desde “la ciega
religión del coraje”, se suicidaron en masa para no subsistir a la
implacable dialéctica de los vencedores y los vencidos. Entre la
26
lúcida visión de conjunto sobre el impacto germánico en
los primeros años de conquista en suelo firme americano,
la trae Germán Arciniegas al sostener lo siguiente:
El imperio español en América, en realidad, no lo hace
Carlos V llamando a los Welter y los Fugger: lo hace
el pueblo. Aquí no triunfan los comerciantes ni los
banqueros, ni en Venezuela se hace nada convirtiendo a
los soldados en deudores de los comerciantes tudescos
y recurriendo a las astucias que enriquecieron en Europa a los creadores del capital mercantil. Lo que aquí
triunfa es el capital humano. No comercial: pelear. No
llevar libros de contabilidad: poblar. Federmann, no
obstante la vastedad de sus campañas, terminó siempre
reduciendo sus conquistas a una Victorio comercial.
No le importó despoblar a Maracaibo: lo que quería
era acuñar moneda a imagen y semejanza de lo que
hacían los Fugger en todo el imperio europeo de Carlos V. los conquistadores alemanres que han cenido
a América en el Siglo XVI no representan sino las
armas y el dinero, no son sino soldados y banqueros,
son la expresión brutal de ambiciones sensuales que
se queman en su propio fuego. Que distancia más
numerosa literatura existente sobre el tema, recomendamos por
su juiciosa confrontación de fuentes primarias y secundarias, el
texto de Isaías Ardila Díaz, El pueblo de los Guanes, Raíz gloriosa
de Santander. (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1986), y
la original interpretación de esta etnia, fruto de largas horas de estudio y de dispendiosos análisis comparativos, contenida en la obre
de Jaime Álvarez Gutiérrez (que ha merecido como suele suceder
en nuestro medio, tan hostil y mezquino ante los triunfos en franca lid, del otro, más elogios a nivel internacional que nacional),
Los Guanes, con el código, las claves, los glifos y la revelación
de su increíble calendario. (Editorial Cabra Mocha, Bucaramanga,
Colombia, 2004). El otro grupo, el de los Chitareros, tuvieron su
principal zona de asentamiento en el nordeste, entre el río de oro
y la ciudad de Pamplona. De estos grupos nos detendremos especialmente, cuando corresponda, en los Yarigüíes.
27
grande la que separa el espíritu de un Alfinger3, un
Welter o un Federmann, del espíritu que representará
siglos más tarde un sabio liberal y comprensivo como
Humboldt, para quien el destino de América habría de
ser su libertad y su independencia. En este vastísimo
teatro de Venezuela, que ha visto surgir y desaparecer
a Alfinger, Federmann, Seissenhofer, Hohermuth, a
que sus sombras se confundan con las sombras de la
muerte o del olvido para que empiecen a formarse
esas humildes ciudades españolas, de barro y paja,
con sólo una casa blanca de adobe y teja: La Iglesia y
una o dos campanas que muchas veces cuelgan de las
ramas de un árbol. Ciudades humildes, que van siendo
el crisol en donde se funde la nueva raza, el nido de
donde surge el nuevo mundo.4
3
Si bien las excepciones son en el fondo la confirmación a
la regla, habría que hacer una salvedad con Ambrosio Alfinger. En
el documentado cubrimiento que hace el historiador santandereano Enrique Otero D’Costa, afirma que “la figura de Alfinger (léase
también Dalfinger), estudiada y analizada con detención e imparcialidad, es muy potra de la que hasta hoy himos conocido; en vez
de aquel guerrero borrascoso que nos han descrito las crónicas,
surge el capitán prudente, en vez del soldado cruel, el hombre
compasivo y considerado con sus semejantes. En él se reunían la
dualidad del guerrero y el estadista, del aventurero y el práctico
burgués, del soldado precavido, más arrecido y temerario cuando
las circunstancias lo exigían. Es bien sabido, por otra parte, que
le establecimiento de los alemanes en Venezuela no fue bien mirado por los conquistadores españoles; las medidas comerciales de
aquellos, tendientes a monopolizar cierta clase de negocios, sus
astucias de mercaderes finos, su falsa posición de advenedizos,
y aún sus puntos luteranos, les atrajeron grandes prevenciones y
malquerencias”. (Enrique Otero Dacosta, Cronicon Solariego, Editorial Vanguardia, Bucaramanga, Colombia, 1972, p. 432).
4
Germán Arciniegas. Los Alemanes en la conquista de
América. Editorial Losada, S.A., Buenos Aires, Argentina, 1941. pp.
258-259. Para una sustancial complementación de este tema véase
la monumental obra en dos tomos, de Ramón Carande, Carlos V y
sus banqueros,Editorial Crítica, Barcelona, España, 1990.
28
LENGERKE Y LA
ALEMANIA DE SU
TIEMPO
Tarjeta Postal de la casa de la familia Lengerke en Dohnsen, Alemania.
Tomado de: Boletín Cultural y Bibliográfico. Banco de la República, Santafé
de Bogotá, Colombia. 1993. p.50.
29
Copia de la partida de nacimiento de Geo von Lengerke quien nació en
Alemania, el 31 de agosto de 1827.
Tomado de: Boletín Cultural y Bibliográfico. Banco de la República, Santafé de Bogotá, Colombia. 1993. p.48.
El certificado de bautismo de Lengerke reza así:
Extracto del libro de bautizados de la congregación
evangélica luterana Hale- dohsen, año 1872. Nombre de Familia. Von Lengerke. Nombre: Georg Ernst
Heinrich (Jorge Ernesto Enrique). Nacido el 31.3.1827
en: Dohnsen. Nombre, profesión y dirección de los
padres: Von Lengerke, Abraham, comerciante y Emilie
Lutterlob, de treinta dos años. Nombre Profesión y
dirección de los testigos de bautismo: 1.Julio Georg
Bierbaum, comerciante en Braunschweig, 2.Georg von
Lengerke, comerciante en Bremen, 3.Señora Henriette
Charlotte, Wilhemina, Rudolphina Geller nacida en
Lutterlch en Braunschweig. Escrito y extracto 3.451.
Halle del 10.6.1982. Señora escribiente del juzgado
de la ciudad: Ernestina Heder, nacida: Lütterlich en
Hannover.5
Para la fecha en que nace Lengerke, Dohnsen, cerca de
la ciudad de Bremen, pertenecía a la antigua provincia
de Bodenwerder, lo que posteriormente, y durante la vigencia de la “Guerra Fría” se llamó la Alemania Federal,
bajo el reinado de Federico Guillermo IV. Fue Lengerke,
el penúltimo de siete hijos, nacido y crecido en el seno
de una familia noble y acomodada de Alemania, donde
5
Datos suministrados en la década de los ochenta por la
Embajada de la República Federal Alemana en Bogota.
31
la vocación y la práctica del comercio, que sin duda lo
heredó Lengerke, eran una constante. Por cierto, la casa
donde nació Georg Lengerke (conocido más adelante en
Santander como Don Geo), en Dohnsen, aún existe y tiene
el nombre de casa Von Lenkerke. Su padre falleció el 22 de
agosto de 1831, cuando el penúltimo de sus hijos contaba
con escasos 4 años de edad, quedando como era y sigue
siendo de rigor en estos casos, su madre como cabeza de
hogar, procurando darle las mejores costumbres y la mejor
educación a sus siete hijos. Geo Von Lenkerke, al parecer,
no fue inferior a los esfuerzos de su madre. Desde muy
niño dio muestras de una inteligencia superior, que para
su entorno doméstico y social, auguraban hacia futuro, un
destino brillante. Estudió Ingeniería, carrera que en Alemania lejos de ser inusual, era una profesión recurrente,
que en esa variable, no hace sino confirmar el profundo
arraigo, vinculación y afecto, que los alemanes profesan
por las ciencias exactas y por el pragmatismo como actitud
de vida. Comparativamente hablando, estos rasgos, han
pecado por su ausencia en la Península Ibérica, donde el
verbalismo, la retórica, los saberes especulativos, y en
donde las aspiraciones a nivel de estudios medios y superiores se reducían –como condición además de ascender
en el escalafón social-, a sacar legiones de gramáticos,
abogados y en muy alto porcentaje, teólogos maestros en
artes (léase filosofía). Esto sumado a la obsesión por la
“limpieza de sangre”; a demostrar por vía de la realidad
o del subterfugio, antecedentes nobles o de Hidalguía,
hacían que la elites miraran con suicida desdén lo que ellas
denominaban la práctica de “oficios bajos y viles”, que
expresado con otras palabras, se traducía en un rechazo
contundente a toda forma de oficio manual, en donde a
la luz de estos criterios, incluso en un momento dado, el
oficio de cirujano se asimilaba al oficio de Barbero.
32
Estos patrones “modélicos” los reforzaban en sus Colegios
Mayores españoles y en los que fundaron en sus provincias
de ultramar. Esto para no hablar de la exclusión en estos
planteles educativos de “los judíos, los judíos conversos,
los judíos marranos, los moriscos, los gitanos y demás
razas infames”. De manera tal, que la curiosidad científica no ha sido pese a excepciones notables, plaza fuerte
de la cultura española y sí por el contrario de Alemania.
Estudiosos de esa proyección anímica sociocultural de
España en nuestro medio como Emilio Yunis Turbay,
Germán Puyana García y Enrique Serrano, sin desestimar
pese a la vigencia de la leyenda negra la profunda “Marca
de España” que ha quedado entre nosotros, en orden a
una serie de legados más sustanciales y positivos, han
subrayado, no obstante, en distintos contextos interpretativos, por vía de la genética, la sociología o la novela
histórica, nuestra inveterada propensión a reproducir los
esquema arriba señalados. Los dos primeros de los citados,
ven en nuestra proverbial tendencia a la impuntualidad,
a la indisciplina individual y colectiva, a una sociedad
que aún ostenta rezagos feudales; en una sociedad donde
la investigación científica no es ni mucho menos la primera de las prioridades, nuestra propensión al paisanaje,
al compadrazgo, a la compincharía y al clientelismo, en
detrimento de la meritocracia y el sentido asociativo;
nuestra propensión a abrazar como diría Miguel de Unamuno, “un sentimiento trágico de la vida”, amainado en
parte por un sentido del humor rayano muchas veces en la
ironía y el sarcasmo; nuestra tendencia a polarizar actos,
circunstancias y realidades no matizadamente como debería ser, sino en blanco y negro, de acuerdo a la fórmula
“al pan, pan y al vino, vino”; el culto a la muerte, nuestro
regionalismo a ultranza, nuestro provincialismo mental en
consecuencia, nuestra oscilación entre el servilismo y la
soberbia; el desaforado uso y abuso de los diminutivos;
33
la envidia, el arribismo, la tendencia a la rotulación, a la
descalificación, o por el contrario, a la genialización del
otro; nuestra condición mesiánica y la falacia de decirnos,
sentirnos y pasar como un conglomerado de seres felices
ante propios y extranjeros.
El último de los citados, Enrique Serrano demuestra en
su última novela “Donde no te conozcan” en medio de un
lenguaje impecable y unos soportes históricos muy bien
fundamentados, los aportes, esos sí científicos, empresariales, enmarcados por pensadores de primera línea y por
cultores de las prácticas higienistas y de la sutileza, como
fue el caso de las Españas Moriscas y Sefardíes, y de las
cuales Serrano está convencido de que ellas constituirían
y explicarían “las raíces secretas de nuestra nacionalidad”;
raíces provenientes de moriscos y judeos conversos que
podrían aclarar aún más actitudes culturales y de vida,
en regiones tan definidas por lo caracterizadas como
Antioquia, Nariño y Santander. No es gratuito, entonces,
que la ya aludida novela, empiece en las Españas de los
Siglos XI al XV y culmine el la villa de Zapatoca, en
“el año del Señor de 2006”. De otra parte, quien escribe
estas líneas, está íntimamente convencido, al igual que
Enrique Serrano, que uno tiende a detestar lo que se le
parece demasiado. En ese sentido y más por vía del sentido
común y del análisis comparativo, que de la exploración
de fuentes documentales, Colombia es uno de los países
hispanoamericanos que temperamentalmente, en palabras,
hechos y talantes, afortunados o desafortunados, más se
parece a las Españas. Guardadas proporciones, una relectura del “Lazarillo de Tormes” y en general, de la picaresca
española, permite comprender mejor al “vivo”, al “avispado” colombiano de ayer y de hoy, al que ha hecho de la
expresión “¡Aproveche!”, “¡Aproveche que nadie lo está
viendo!”, no sólo la asimilación de una condición ladina,
sino de una razón de ser, moldeada y enmarcada por el
34
ocultamiento, la simulación, o por la apuesta a jugar a
un bajo perfil, a medrar de “agache”, a “tirar la piedra y
esconder la mano”, a no dar “papaya”, etc.
De no presentarse la posibilidad de una especie de mesa de
negociación histórica con las Españas, nos seguirá siendo
bien difícil, reconstruir con sensatez un pasado común,
una historia colectiva, mientras nos resistamos entre otras
cosas, a aceptar que el patriciado criollo santafereño y
payanés al matar a su padre español quedaba ya hecho
desraizado y desmemoriado del pasado, sólo podremos
vivir de verdades a medias. Decir que el hombre nuevo
americano, en este caso el colombiano, nace con la independencia, toda vez que en virtud de ella “cesó la horrible
noche”, es simulación institucionalizada, a la que ya es
hora de ponerle punto final.
Pero volvamos a Lengerke. En esa Alemania que cobijó
25 años de su vida y en la que se produjo el tránsito de
Federico Guillermo IV a Otto Von Bismarck, políticamente hablando; se sabe que estudió ingeniería y que
dominaba con propiedad aparte del idioma materno, el
inglés, el francés, el italiano, y que al menos conocía los
rudimentos del griego y el latín. Estos mínimos datos están
de hecho admitiendo una de las más serias limitaciones
con las que han tropezado los estudiosos del personaje en
cuestión: la de no haber podido establecer por diversas
razones, una relación puntual, cronológica y detallada de
los avatares de Lengerke en su madre patria. Limitaciones
que a modo de compensación, intentan subsanar estos
vacíos rodeando de misterio al alemán, y del misterio al
mito y a la leyenda, sólo hay un paso.
Dos Alemanias, decíamos, lo tuvieron por fuerza, sin
embargo que tocar: la de Federico Guillermo IV, Rey de
Prusia y la del “Canciller de Hierro”, Otto Von Bismark,
35
estando ya posicionado en su condición de migrante en
el Estado Soberano de Santander. La primera de ellas,
asimila con un vigor no exento de idealismo, las características principales del Siglo XIX. En efecto el Siglo
XIX es el Siglo de la conciencia histórica; también de la
filosofía y las ideas, en donde los nombres y los audaces
planteamientos de Marx, Hegel, de Dilthey, de Enrique
Heine, de Hölderlin, desde luego el de Göethe, el “Júpiter
de Weimer”, el de Kleist y el de Novalis, en el terreno de
la renovación poética y literaria, convivirán con una sociedad industrial sin corazón, al punto que podría pensarse,
que las máquinas y el tren de vapor, eran más importantes
que el alma de las gentes. Cada nación europea, incluida
la que nos ocupa, vivirá en mayor o en menor grado, un
estado de constante agitación en la que se materializa el
enfrentamiento entre dos fuerzas que no quedaron ni mucho menos resueltas luego de la restauración napoleónica
de 1814. Vale decir, el fervor revolucionario que todavía
duerme con sobresaltos en los corazones románticos, y
el conservatismo que aspira a la tranquilidad que otorga
la continuidad de las instituciones6.
Revoluciones y contrarrevoluciones, discursos y manifestaciones obreras, exigencias cada vez más crecientes de
industria y comercio, fuerte flujo migratorio a norteamérica, luchas a favor de la democracia y luchas a favor de una
revolución social de fondo (tal la frustrada revolución de
1848), se suceden casi sin tregua. Búsqueda afanosa, casi
desesperada de alternativas políticas acentúan el clima de
inestabilidad por el que atraviesa Alemania. Hay los que
piden entonces a gritos, la perpetuación de la Monarquía,
los que por el contrario, abogan por un régimen republi6
Juan Esteban Constaín, La formación del mundo contemporáneo, Universidad del Rosario, Facultades de Ciencia Política y
Gobierno y de Relaciones Internacionales, Centro Editorial Universidad del Rosario, Bogotá, D.C., 2005. pp. 63-64.
36
cano, por un sufragio escalonado o paritario; no podían
faltar tampoco los partidarios del anarquismo o de la autocracia, los panfletarios, los progresistas, los radicales,
etc. Pugnas y tensiones que abonan también el terreno para
la publicación de noveles históricas y la presentación de
obras de teatro privilegiando una temática urbana, política
y social, burgués o proletario, de oposición, en síntesis:
al retomar nuevamente la que a la postre fue la abortada
revolución de 1848, tenemos que afirmar de entrada que
su artífice, que el hombre de esta revolución fue el Rey de
Prusia Federico Guillermo IV, que aspiró sin conseguirlo,
a la reconciliación entre el Estado de Prusia y tradicionales
elementos políticos de Alemania.
Valga el símil, Prusia era la pequeña Alemania. Prusia
estaba vinculada directa o colateralmente a todas las
regiones alemanas, con la excepción de Baviera. ¿Sería
capaz, era la pregunta, el Rey Federico Guillermo IV de
llevar a feliz término la reunión de Prusia y Alemania?
¿Sería el hombre adecuado para lograr que entre otras cosas, Prusia pudiera concentrar una vinculación federativa
con los reinos de Sajonia y Hannover, moviendo luego
a los demás Estados a que se sumaran a ella y concluir
una unión con la monarquía austriaca, haciendo de este
acto una federación indisoluble basada en el derecho
internacional? No. No era el hombre para tamaña hazaña
política. Bismarck, en cambio se hará vocero del pasado
alemán hasta lograr actuar en su nombre, con el ánimo
de dinamizarlo. ¿Cuál fue la estrategia de fondo que a la
postre lo llevó a la consolidación de resonantes victorias
militares y sobre todo, diplomáticas?
Con alta dosis de realismo político comprendió que dos
tendencias antagónicas habían impedido el sueño dorado
de la unidad alemana: la de 1848, de corte liberal, tolerante, “Republicana de espíritu y socialista de corazón”; y
37
la otra tradicional en grado sumo, monárquica, fiel a las
coordenadas trazadas por la Santa Alianza. El secreto:
combinar las dos tendencias a favor de Prusia. ¿Cómo?
Separando poco a poco a Prusia de la Santa Alianza, ponerla a continuación como el norte de un vasto movimiento
nacional, previa eliminación de Austria. Enemigo de toda
confederación, quería por el contrario y en sus propias
palabras, “que el águila prusiana extienda sus alas protectoras y domine desde Memel hasta Donnersberg”7. Con
relación a la revolución de 1848, la que de haber triunfado
prometía en la mente de sus principales gestores, la instauración de “un paraíso terrenal”, es preciso subrayarla
una vez más, puesto que con ella y desde ella, comienza
a tejerse una de las primeras hipótesis que explicarían y
justificarían la huída de Lengerke a lejanas y extrañas
latitudes, como quiera que se supone, que participó activamente en la misma.
7
Valentín Veit. Historia de Alemania. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, Argentina, 1947. pp.460-462.
38
HIPÓTESIS EN
TORNO A LA LLEGADA
DE LENGERKE A
SANTANDER
El vapor en el Río Magdalena
Tomado de: Archivo personal
39
A esta primera hipótesis se adhiere sin reservas Ernesto
Volkening8, a quien también sin reservas, no dudamos en
8
Abogado Renano –con estudios de derecho en las universidades de Hamburgo, Francfort, Berlín, Heidelberg y Erlangen- Ernesto Volkening (1908-1983), arribó a Colombia en 1934 al iniciarse
la primera gestión presidencial de Alfonso López Pumarejo, más
conocida como “La Revolución en Marcha”. Durante su larga permanencia en el país y hasta su muerte, cumplió como acertadamente lo explica el coordinador de letras y filología hispánica de la
Universidad de Antioquia, Juan Guillermo Gómez García, un papel
que desde su atipicidad “no es difícil de calificar de modesto. Pues
si bien no se sumó al carnaval de los profetas de todas las tendencias que empezaron a hacer su agosto ideológico en la profunda crisis que se vivió en las décadas posteriores, lo cierto es que Volkening prefirió mantenerse al margen de la formación institucional de
la vida académica del país” (Juan Guillermo Gómez García, “Los
pasos perdidos de Ernesto Volkening”, artículo entre otros incluidos en el texto de su autoría bajo el título: Colombia es una cosa
impenetrable” Ediciones Ántropos Ltda., Bogotá D.C., Colombia,
2006, pp.305-329). En ese sentido su caso fue diametralmente opuesto al de un Ernesto Guhl, al de un Juan Friede, al de un Paul
Rivet, al de un José María Ots’capdequi, o al de un Pablo Vila, o un
José Prat, o un Luís de Zuleta, para no hablar de Clemente Airó, de
un Francisco de Abrisqueta, de un Victor Frankl, o de un Antonio
Trias Pujol, quienes sí participaron activamente y con espíritu innovador en diversas plazas académicas del país. Volkening se limitó
por el contrario, a llevar –sin perder en ese gesto ni el decoro, ni un
pudor intelectual llevado al extremo-, una existencia signada por
la marginalidad y las angustias económicas. Si de dineros se trata,
los pocos ingresos que percibía este intelectual independiente, al
que no le faltaron detractores de turno, se derivaban de sus colaboraciones en la Revista Eco, editada y auspiciada por Don Carlos
Buchholz, y sobre todo, de otra actividad poco rentable en el país
de ese y otros momentos: la traducción. El caso de Volkening, que
no es desde luego el último, patentiza a modo de dramático recado
y advertencia, el desamparo tradicional del intelectual en nuestro
medio.
41
calificar como uno de los más lúcidos interpretes de la
magistral novela de Pedro Gómez Valderrama, “La otra
Raya del Tigre”. A bocajarro, Volkening ve en Geo von
Lengerke, a un hombre que padece, si así se puede decir,
el síndrome del refugiado, de aquel que como una suerte
de Ulises emprenderá un azaroso peregrinaje, una odisea
casi a ciegas, sin tener como aliciente, que si lo tuvo el
mítico griego, una Penélope esperando más temprano que
tarde su arribo a buen puerto, al de Ítaca por supuesto. Un
refugiado, bastante sui generis, de acuerdo a los rasgos
psicológicos y temperamentales que se le han atribuido
y que lo acompañan en su errancia y que ya nunca lo
abandonarán jamás: soñador de largo aliento y también
pragmático a ultranza, hiperactivo a marchas forzadas y
también víctima de lo que hoy denominan los especialistas como una personalidad bipolar; bebedor compulsivo,
mujeriego de tiempo completo, lector empedernido de
Hölderlin, Kleist y Novalis, y también de densos manuales
de ingeniería; predicador de valores típicamente luteranos
o calvinistas como el ahorro, la previsión, la austeridad
y el trabajo elevado a la dignidad de un sacramento, pero
dilapidador y propiciador de ambientes cortesanos, -y ya
radicado en Santander-, trascendiendo como principal
protagonista, a “Guarapo, Champaña, Vino Blanco y Enaguas”; proclive en ocasiones a la tolerancia y en otras a la
psicorrígidez; virtuoso del piano y excelente conversador;
emotivo, y a la vez calculador, encantador y sombrío al
unísono. Oscilando siempre entre mareas de altas y bajas
intensidades, como si se tratara de un electrocardiograma,
o mejor como si Apolo y Dionisios, pugnaran por apoderarse simultáneamente de su voluntad, unas veces de
hierro y otras frágil como la que más.
42
El señor Geo von Lengerke es un refugiado, en tal
calidad, marcha a la larga procesión de aquellos que
en el transcurso de los últimos cuatro siglos tuvieron
que abandonar sus solares por la mala suerte de profesar un credo religioso o adherir a una concepción
política diferente de la oficial) o por ambos motivos
a la vez, como sucedía cuando el soberano aún le
dictaba el catecismo al súbdito); los calvinistas flamencos bajo el régimen de Felipe II, los hugonotes
franceses a raíz de la revocación del Edicto de
Nantes, los Nobles de Francia en los días del terror
jacobino. Los revolucionarios alemanes, austriacos,
húngaros e italianos que en 1849 fueron derrotados
por los ejércitos de Prusia, de los Habsburgos y del
Zar Nicolás I. Sea que al correr de los años se torna
cada vez menos probable el anhelado derrumbe del
régimen que obligó al rebelde a buscar refugios en
otros países, llega inevitablemente el momento en que
la necesidad de hacer cara al hic et nunc se impone
a la esperanza de regresar. Quiéralo que no, una fase
de su existencia que, al principio parecía un estado
transitorio, tiende entonces a convertirse en estado
definitivo. Cabe suponer que las consideraciones de
esa índole habrán influido en su decisión de quedarse,
de echar raíces en tierra ajena. Sicológicamente, esa
solución es la más plausible, la que mejor se ajusta
al temperamento de un hombre inquieto, lleno de
energía, hecho para la pelea, la acción, las grandes
obras. Geo von Lengerke, sin embargo, también es
un soñador a su manera, pero de sueños que claman
por tornarse realidad y ser llevados a la práctica sin
demora, ya, ya. Y al soñador que hay en él le aventaja
el merchant adventurer de hiperbórea estirpe, mitad
mercader, mitad pirata, un tipo astuto, batallador, mujeriego, bebedor consuetudinario, de pocos escrúpulos
y propenso al sibaratismo. La revolución de 1848, le
43
daría la libertad, el espacio vital indispensable para
el desenvolvimiento de sus talentos, un campeón de
acción a la medida de su estatura. Así lo esperaba Don
Geo, sin sospechar que habría de encontrar todo eso
en pocos años después, en Zapatoca.9
La otra hipótesis, que por recurrente termina siendo
sospechosa, es la que pretende justificar la llegada del
tudesco a Santander, dado que “un día su altivez, su
decoro y valentía le obligaron a trabar duelo a sable,
deporte muy común entre los jóvenes de Alemania, con
un rival a quien la muerte se encargó de ahuyentar del
combate, sin que Lengerke mancillara culpablemente su
acero, que sólo brillaba con desnudez desafiante en las
fiestas imperiales”10.
Esta hipótesis, la del duelo, nos parece de acuerdo a
nuestra interpretación, que sí ha calado tanto, hasta
volverse lugar común, es porque ésta coincide y empata
con ciertos rasgos socioculturales, de fuerte y arraigada
influencia hispánica, de los que el santandereano se
siente profunda e íntimamente orgulloso. En ese sentido,
suelo y honor están estrechamente conectados. El duelo
presume la defensa de la honra, de una honra cimentada
y traducida en orgullo de casta y de religión. Honor, que
al faltar en un individuo, índica que se trata de un “mal
nacido”; por el contrario el honor hace las veces de presea
de todo “bien nacido” y se asume incluso con vehemencia
extrema, como una virtud de orden interior, espiritual;
como un estado permanente de dignidad consciente con
la que el hombre puede presentarse sin mácula y sin
9
Ernesto Volkening. Evocación de una sombra. Editorial
Ariel S.A., Santa Fe de Bogotá, Colombia, 1998, pp.126-129.
10
Bejamín Ardila Díaz, en el prólogo del Libro Lengerke de
Luis Serrano Gómez, Imprenta del Departamento, Bucaramanga,
1948, p. 111.
44
sombra de duda y sin menoscabo de todo el conjunto de
su integridad, primero ante Dios, luego ante sí mismo y
posteriormente, en ese proceso de concatenación, ante sus
semejantes, o mejor, ante sus iguales. Esta triada, llevada
hasta sus últimas consecuencias, en escenarios plenos de
externalidad, hacían que el que era ofendido en su honra
o dignidad y no tomaba el desquite, no era digno de vivir,
de hacerse a un concurso social favorable, o bien, tenía
que optar por uno de estos dos caminos: la venganza a ese
su honor ultrajado en materia grave, y con la venganza su
rehabilitación “ante el qué dirán”, o la muerte. Derecho al
desquite, pero bajo la condición de un desquite frentero,
cara a cara, anteponiendo siempre el pecho, para evitar a
toda costa “cicatrices en la espalda”.
Este culto al sentimiento del honor, decíamos, forma parte
sustancial del “ethos” santandereano. Forma parte de
su idiosincrasia, es la voz de la sangre que tiene en este
pueblo singular fuerza de naturaleza, de paisaje, proclive
como es, al imperio de la justicia y de la rectitud. Es más,
al propio Lengerke le convenía, en un escenario como el
santandereano, presentarse de entrada, fuese o no cierto,
como el hombre que vengó en duelo determinadas ofensas
que amenazaban con vulnerar su honor. Ese culto al honor,
es a su vez un culto a la hombría, una reafirmación de la
estructura patriarcal santandereana. Vistas así las cosas,
bajo una sumatoria de suposiciones, la leyenda del duelo
favoreció pues, al germano. Venía precedido de una fama
de guapo, de valiente, de “arrecho”, para ser más precisos.
Buena parte del folklore santandereano, trasunto fiel del
hispánico, es una copla memoriosa de esa concepción del
sentido del honor, de ese espíritu arriscado del santandereano. Veamos algunos ejemplos:
45
“Las patas pa’ dar patadas;
las manos pa’ manotear;
los dedos pa’ persinarse
y el machete pa’ matar!”
“El valor de mi compadre
es valor tan de lo jiero
que cuando se topa solo
él mesmo se tiene miedo”
“Yo soy claro como el agua
de firme como el acero;
que palabra que yo diga
de no cumplida me muero”
“A fiestas a Guavatá
yo no dejo de venir,
vusté dice que me matan:
yo nací para morir”
“Mi mama se llama hacha,
mi taita machete jué;
hijo de hacha y machete:
qué buena finca seré”11.
El sentido del honor constituye entonces, uno de los más
insoslayables hechos sociológicos en Santander.
Con motivo de las invasiones arábigas, la expansión semita y la reconquista, una nueva dinámica
que llega hasta nosotros, se siente en España. El
honor está ligado a valores de pureza de sangre, de
transmisión de linaje, ranciedumbre en la creencia
religiosa “cristiano viejo” que la Inquisición agitó
11
Juan de Dios Arias. Folklore Santandereano. Imprenta del
Departamento, Bucaramanga, 1942, pp. 168-169.
46
exitosamente segregando la comunidad peninsular y
que luego repunta en Santander con las luchas políticoreligiosas. Honras y deshonras de un antepasado
antiguo, se proyectaban en forma positiva o negativa
sobre sus descendientes de manera indefinida, generando distinciones o derechos, “honores” heredados
y discriminaciones por igual razón. Así jugaron confrontándose para clasificar a cada individuo, pureza
contra impureza de sangre, nobleza frente a villanía,
cristiano viejo versus cristiano nuevo, etc. Versiones
que vivieron y aún se transmiten las ciudades y grupos
más tradicionales en Santander.
A los estímulos positivos que fuerzan al Ego a mantenerse dentro del código de honor, se añaden mecanismos
que colaboran en defender las afrentas de la honra,
puntillo, amor propio, vergüenza etc. Que puede sufrir
un santandereano por obra de otros. Estas afrentas,
agravios, insultos, menoscabos de la honra, mancilla
del honor, etc., tienen una reglamentación para sancionar al culpable y devolver intacta la honra a quien
la ha perdido por la lesión. Van desde la muerte del
ofensor, hasta castigos personales, o resarcimientos
económicos. Un “mentís” puede significar la más
grande ofensa para un hombre de honor, o de “palabra” como se dice y la cultura varonil santandereana,
así lo consideraba dando derecho al ofendido a matar
a quien de este modo lanzaba semejante ignominia a
la cara. El miente en Santander es un reto, que exige
la reacción violenta del cuestionado.
En Santander, como se trataba de personalidades más
practicantes de los principios del código de honor y
como rezago de las contiendas bélicas, los hombres
siempre iban armados, condición que facilitaba la respuesta inmediata y mortal. Se recuerda en un pueblo
47
de provincia que hace unos pocos años, un señor de
las altas clases se vio en el apuro de “sacar la cara y
el pecho” por la honra de su hermana, había tenido
relaciones prematrimoniales con agravantes de embarazo, siendo el padre de estrato bajo. Al saberlo,
el hermano ofendido salió ostensivamente a la plaza
mayor del pueblo revólver en mano, gritando a todo
pulmón que iba a “lavar la honra” de su hermana
matando al seductor, buscándolo pública y ostensivamente por todos los recodos posibles.
Con esta publicidad, el pueblo se dio cuenta que tenía
ante sí a un hombre de honor; que tenía vergüenza
y vengaba la afrenta recibida y la de su hermana.
Después de hacer pública su denuncia y la decisión de
sancionar la falta, se llegó a la casa del seductor que
trabajaba inadvertido. Le dio muerte y expulsó luego
a la pariente del hogar. La sociedad vio que había
vengado la honra familiar, la suya y la de la muchacha
seducida y aplaudió a rabiar su conducta. Aunque
acusado formalmente, fue absuelto unánimemente por
los jurados de conciencia. Se impuso a la ley la cultura
del honor y se aprobó el acto homicida.
Afrentas de la naturaleza como la anteriormente
expuesta, hacen que el código del honor encuentre
incentivos para hacer efectivos los principios de clara
procedencia hispánica de “valer más”, o de “valer
menos”. Expresiones como “defienda sus derechos”,
“póngase bien los pantalones”, no “sea pingo”, “haga
valer los suyo”, “pelee por lo suyo”, “tiene que responder por su mamá y por sus hermanas”, confirman
lo anterior. Todavía, en más de una vereda campesina,
se perfilan imágenes varoniles rayanas en algunos
casos en lo mítico, en donde se desbordan las cara-
48
cterísticas agresivas. Se mantiene en ellas un estado
permanente de alerta, de inestable equilibrio que se
pierde al menor roce y desata la agresividad.12
Ahora bien, al margen del poco asidero de esta hipótesis,
no hay duda de la aureola de romanticismo, espíritu aventurero, caballerosidad y pasión, que gravita alrededor del
duelo, sea con sable o con espada. Esta práctica, era común
en los ámbitos académicos alemanes. ¿Era entonces
inusual, inaceptable que Lengerke hubiese participado
en esta actividad y más con los presuntos antecedentes
nobiliarios que lo rodeaban?
Como en Inglaterra, también en Alemania el derecho
a llevar armas era originariamente un privilegio
reservado a la nobleza dado que eran los militares por
excelencia. Pero ya en la Edad Media este privilegio
se había extendido a los miembros de la Universidad
y fue defendido obstinadamente por los estudiantes
en épocas posteriores siempre que las autoridades
estatales, municipales y universitarias trataron de reprimirlo o de limitarlo. De hecho, los duelos constituían
un elemento fundamental en esa “libertad académica”
que los estudiantes alemanes del Siglo XIX seguían
proclamando para sí. El arma equivalía a un símbolo
del modo de ser de los estudiantes alemanes y de un
honor viril sin tacha. Ese honor estudiantil establecido
por las corporaciones tenía un carácter estamental y
se parecía demasiado al concepto del honor –altamente individualizado y escasamente fundamentado
desde el punto de vista teórico- que caracterizaba a
las “asociaciones de antiguos estudiantes” formados
por burgueses (ilustrado). A la vista de estas motiva12
Virginia Gutiérrez de Pineda y Patricia Vila de Pineda,
Honora, Familia y Sociedad en la Estructura Patriarcal. El Caso de
Santander. Universidad Nacional de Colombia, 1992, pp.54-56.
49
ciones basadas en instituciones e ideologías, no es
sorprendente que los académicos formaran junto a los
oficiales, el contingente más numeroso en las estadísticas de duelos y así algunas diferencias de opinión en
el terreno jurídico, o científico acabaron por traducirse
en desafíos. También algunas diferencias de orden
político fueron si no dirimidas, sí resueltas de forma
honorable en algún claro de bosque al amanecer.13
Otra de las hipótesis que puede revestir asideros exentos
de leyenda, es la que formulamos a continuación, orientados nuevamente por el sentido común y el análisis
comparativo que no por vía de una documentación inexistente o inexplorada hasta la fecha. La hipótesis es la
siguiente: Geo von Lengerke, y su caso no fue ciertamente
el único, decidió lanzar su mirada hacia América, con el
propósito en modo alguno descabellado (a no ser por la
dosis de romanticismo que la antecedía), de ensanchar
sus horizontes mentales, emocionales y económicos. Su
caso, decíamos, no era excepcional.
En ese sentido, al barón Alexander von Humboldt, lo sucedieron –y la lista no es corta- una serie de viajeros que
se dieron a la tarea de explotar el territorio colombiano
durante el Siglo XIX. Bajo esta perspectiva, exploradores,
científicos, comerciantes, diplomáticos, aventureros,
ingenieros militares, hasta pasar a contrabandistas o
estafadores extranjeros dejaron por escrito con mayor
13
Joseph María Fradera y Jesús Millán (Editores). Las burguesías europeas del siglo XIX, sociedad civil, política y cultura.
Colección Historia – Biblioteca Nueva – Universidad de Valencia,
España, 2000, p. 392. como un valioso refuerzo documental alrededor de la historia del duelo, véase la obra de Richard Cohen. Blandir la espada (Ediciones Destino, Barcelona, España, 2002), que se
puede leer como una historia social alternativa de occidente, toda
vez que aborda los grandes temas inherentes a la caballerosidad, a
la necesidad de competir en franca lid y esa elusiva cualidad de lo
que los hombres llaman “honor”.
50
o menor objetividad, según su grado de elaboración
intelectual, sus impresiones del clima, los hombres, las
regiones colombianas, las ciudades y las costumbres. En
orden a la relevancia de sus autores, tenemos que destacar
los relatos del francés Jean Baptiste Boussingault; el del
ingeniero militar Agustín Codazzi; el del francés Eliseé
Reclús; el de otro francés de alto vuelo, Pierre d’Espagnat;
el del suizo Ernst Röthlisberger; el del argentino Miguel
Cavé; los alemanes Alphins Stübel y Wilhem Reiss, etc.
A los anteriores nombres, es preciso agregar los de una
serie de colombianos de primera línea que de acuerdo
a experticias, se preocuparon en ofrecer no sólo una
descripción geográfica de las regiones que recorrieron,
sino también de establecer un enjuiciameinto de su estado
social, económico, cultural y moral. Nombres como los
de Joaquín Acosta Pérez, Tomás Cipriano de Mosqueera,
Ezequiel Uricochea, José María Samper, Rufino José Cuervo, Florentino Vezga, José Joaquín Borda, Medardo Rivas, Salvador Camacho Roldán, Carlos Cuervo Márquez,
Santiago Pérez Triana, Aquileo Parra y en lugar privilegiado Manuel Ancizar, quien en su peregrinación de Alpha
por las provincias del norte de la Nueva Granada (1851),
recorrió a profundidad las regiones de Zipaquirá, Ubaté,
Chiquinquirá, Saboyá y poblaciones que guardan relación
estrecha con la temática que hemos ido abordando, como
las de Vélez, Socorro, Barichara, San Gil, etc. Aparte de
los intentos estadísticos, de las líneas preparatorias para un
diccionario geográfico, de serias reflexiones etnográficas,
el libro parece sobre todo destinado a la divulgación de
su credo político y económico (que en más de un punto
coincide con el del propio Lengerke): La lucha contra la
superstición y la idolatría y el estímulo de las actividades
benéficas y los oficios productivos que eleven el estado
51
pauperizado de algunas de esas regiones, a una mejor
calidad de vida14.
¿Por qué aceptar entonces, no sin ciertas reservas esta
última hipótesis: la de un hombre, la de un alemán, que
con el estigma del refugiado político o no, con un presunto homicidio a cuestas, llega a tierras santandereanas
impulsado por otros móviles, entre otros los de buscar la
conexión con las metrópolis europeas, para el intercambio
comercial; por qué no insistir, sin desconocer otras ecuaciones de su parábola vital, que su preocupación –muy
alemana, por cierto- es pragmática y que por serla lleva la
postulación implícita de un ethos del trabajo como presupuesto de la conquista del paisaje, sin que necesariamente
esta visión técnica-empresarial, lo prive del derecho al
ensoñamiento? ¿Por qué no volver a subrayar que la tierra
a donde llegó también le dejó una fuerte impronta?
El hecho, ese sí histórico, es que a sus veinticinco años
Geo von Lengerke llegó a Colombia, haya sido o no por
la ruta del Catatumbo a través del río Zulia, o por el río
Magdalena, y que en 1852 ya está pensando en alternativas de progreso para Santander15, previa subyugación y
arrobo ante la topografía que estaba dispuesto a dominar
y transformar.
14
Ver: Alberto Gómez Gutiérrez, Al Cabo de las Velas. Expediciones Científicas en Colombia Siglos XVIII , XIX y XX. Instituto
Colombiano de Cultura Hispánica, Santafé de Bogotá, 1998.
15
Serafín Martínez González, La imaginación liberal: hipótesis para una lectura de “La otra raya del Tigre”. Instituto Caro y
Cuervo, Santafé de Bogotá, 1994.
52
ESTÉTICA
DEL PAISAJE
SANTANDEREANO
Cañón del Chicamocha
Fotografía: Camilo Bernal Kosztura, 2001.
53
Cañón del Chicamocha
Fotografía: Camilo Bernal Kosztura, 2001.
54
Sin incurrir en el error de apostar a favor de la tesis del determinismo geográfico, hoy afortunadamente revaluado, y
que en su época de mayor “boom” hizo que en nuestro medio Francisco José de Caldas, escribiera su texto sobre “El
influjo del clima sobre los seres organizados”, en donde a
manera de dogma, sostenía que el clima y los alimentos
influyen directamente sobre los vicios y también sobre las
virtudes de los hombres, no podemos negar, sin embargo,
su condicionante influjo. No es lo mismo nacer y crecer
teniendo a la costa Atlántica o Pacífica como escenario
de fondo, que haber nacido y crecido frente a un paisaje
sometido a un compás que da el ritmo a la combinación
por ejemplo, de las montañas y llanuras, en términos de
distancias y horizontes, sol y colorido. Dígase lo que se
diga, el paisaje para aquellos que todavía poseen sensibilidad y un sistema nervioso central evolucionado, es una
bella escena que la naturaleza ofrece a los sentidos, para
apaciguarlos o exaltarlos, para invitarlos a la extroversión
o a la introversión, al goce o a la nostalgia, a la sensualidad o al estoicismo, a la contemplación desinteresada, o
a la contemplación utilitaria. Nadie en todo caso, puede
negar su realidad física, que se impone con el imperativo
de su presencia. Cuando el paisaje, el que sea, el circundado por el mar o por cadenas montañosas, o por valles
y sabanas o por desiertos, hace “química” con el hombre;
con los Lengerkes, para no perder el hilo propuesto, penetra en él por las ventanas de unos ojos con capacidad de
55
asombro, por lo oídos, logra inquietar su imaginación,
produce estremecimiento o sensación de serenidad, o de
provocador y tentador desasosiego. Cuando el grado de
compenetración hombre-paisaje es intenso y visceral,
tendríamos que afirmar que ésta interrelación lo que en
verdad está generando es un estado del alma, un estado
de conciencia.
¿Sabría Georg Ernst Heinrich von Lengerke en 1852, lector voraz de Göethe, Novalis, Schiller, Hölderlin, Kleist
y Hoffman, que otros teutones, “vistiendo el coleto de
cuero de los Espira, los Federmann, los Hohermuth y
sobre todo los Dalfinger” como los pinta Volkening, tres
siglos y medio atrás, habían transitado por estas mismas
tierras santandereanas que en definitiva y en lo sustancial
y en lo representativo de ellas, parecían y siguen pareciendo al observador sensible e imaginativo en términos
de topografía como un desesperado grito hacia Dios desde
la soledad? ¿Habría sentido en efecto Dalfinger y el resto
de su expedición que contaba entre sus filas también con
españoles como Esteban Martín, en una sucesión de ires
y venires hacia la región del Coro, Venezuela, la tentación
de posesionarse de estas tierras ariscas, tal como él, Lengerke lo estaba sintiendo ahora en 1852, con el egocéntrico
propósito de “domesticarla”, de “civilizarla”, de subordinarla al “ideal de lo práctico”, de empeñarse a fondo como
de hecho se empeñó para sacarle provecho tangible a este
desolado pero imponente y alucinante rincón terrestre,
hacia esa verticalidad convertida en roca; hacia ese paisaje
que a la luz del Génesis recuerda al mundo en el tercer
día de su creación? ¿Habría sentido Ambrosio Dalfinger,
caballeroso él, pero no tan caballerosa la tropa a su mando,
al recorrer esta geografía, amotinada, austera y brusca,
que de las impresiones emanadas del mundo circundante
nacen sensaciones que se transforman en sentimientos de
las más variadas posibilidades? Supiera o no supiera de los
56
Alfingers, de los créditos rayanos en el agiotismo que los
Welser y los Fugger le facilitaron a Carlos V emperador
de España, lo cierto es que Don Geo, se estaba preparando
para aceptar el reto que impone esta topografía. ¿y quién
que se respete no es idealista, entusiasta y emprendedor
a los 25 años?
¿Quién puede resistir y más cuando se proviene de un
país proclive a la acción, el voto de confianza que una
naturaleza como la que estamos describiendo parece
extender –previa condición- sólo a los que “en palabras
y en actos parecen igual que el hierro”, para establecer a
continuación una tregua? Sobre el paisaje santandereano,
habitado por una casta de hombres austeros y laboriosos,
hechos a medida y semejanza de la inclemencia del clima
y a una pobreza “digna y limpia”, se han pronunciado
mediados por la vivencia, la literatura, la poesía, la fotografía y la pintura, los exponentes más esclarecidos de
la inteligencia santandereana, con admirable y entrañable
persistencia.
Comprende la geografía física del departamento de
Santander una superficie de 30.537 Km2.16 Los cinco
factores substanciales de todo paisaje ambiental –forma,
situación, extensión, riqueza y clima- han generado dentro
de la imagen tradicional del hombre santandereano una
propensión casi adictiva a la reciedumbre, al sentido autonómico, y por qué no decirlo, a un aislamiento altanero.
Colombia, y Santander no se escapa a esa condición, ha
sido un país fragmentado por la geografía. La afirmación
no quiere expresar que estemos condenados por ella; tan
sólo que la geografía ha actuado para desunir comunidades
antes que para facilitar su unión. Esta grandeza, y si se
quiere, esta suerte de imperativo Geológico por parte de
16
DANE, Censo de 1985.
57
una naturaleza como la santandereana, parece invitar por
dura, abrupta, desolada y generosa en rocas minerales
como el plomo, el uranio, el sílice y las calizas, al inconformismo y al desarrollo de una fuerza anímica que
todavía no ha logrado, por y a consecuencia de su radical
individualismo, proyectarse con sentido asociativo. Esta
estética geográfica de belleza insensual, apabullante por lo
brutal, se advierte en escenarios naturales como el cañón
del Chicamocha o a través de las estrechas cuencas de San
Joaquín y Onzaga, o en el expresivo páramo de Guantiva
o en los dominios turbulentos de los ríos Sogamoso, Fonce
y Suárez.
De esta manera, y en palabras de José Manuel Prada
Sarmiento:
El aislamiento impuesto por las ásperas breñas ha
producido el hábito en el santandereano de valerse
sólo y le ha infundido confianza en el propio esfuerzo
creador. La región arriscadas, de escasas planicies y
abundantes serranías, no da lugar al habitante sino de
extasiarse un segundo en la profunda y ardiente hoya
de sus ríos o de cuando en cuando, en las faldas de las
cordilleras para asentar un pueblecito en un recodo.
Semejante bravura de la tierra ha contribuido a la
recta personalidad de sus gentes, al amor a la pequeña
y mediana propiedad que da autonomía económica,
base de la autonomía personal, arraigo a la tierra
mientras más ingrata más querida, y un gran amor a
la libertad.17
Esa geografía singular, que tanto ha contribuido a afirmar
y a reafirmar un talante que se resiste, por lo mismo a
acogerse la ley del mínimo esfuerzo, a mirar al piso o a
17
José Manuel Prada Sarmiento, Ensayos en torno al hombre.Bogotá, Colombia, 1790. p.45.
58
los lados, a tolerar cualquier demostración de genuflexión,
es llevada “pecho adentro” por todo santandereano que
se precie de serlo. Escuchemos en este sentido a Alfredo
García Cadena, economista visionario y quien fuera
Gobernador de Santander, cuando decía:
Dentro de las breñas santandereanas, una raza de
trabajadores ha sabido vencer con tozudo empeño
aragonés y con la enseña de recias tradiciones navarras y asturianas18, las aristas y los obstáculos de
una topografía abrupta y agresiva, indócil al brazo
18
García Cadena al igual que muchos otros santandereanos,
han afirmado que las corrientes de sangre española que más predominaron en el departamento, fueron de asturianos, aragoneses,
navarros y en menor proporción catalanes y andaluces. Una lectura del grupo regional asturiano lo describe como fuerte, sobrio,
ágil, laborioso, celoso de sus derechos y conservador de las tradiciones. Su lealtad, su honradez y su franqueza le son proverbiales.
El aragonés por su parte, es sobrio, altivo, incansable, laborioso,
sincero, tenaz y amante de la independencia. Parecidos rasgos socioculturales presentan los navarros. En lo que tiene que ver con
los catalanes, éstos tienen fama bien ganada de ser excelentes
trabajadores, ahorrativos, serios y secos en el trato y con instintiva repulsión por el servilismo, y marcadamente individualistas.
Sobre una probable penetración andaluza a Santander, habría que
reconocer que en no pocas ocasiones es fuertemente notoria la
concurrencia de tipos y apellidos de origen morisco, revaluadotes
de alguna inmigración mudéjar, aún no puesta en claro, pero de
la cual dan prueba elocuente, entre otros muchos, los Benavides,
en Vélez, los Albornoz en el Socorro, y en otras áreas rurales y
urbanas, los Albarracín, los Rincón y los Medina; los Galán, los Almanza, los Cediel, los Alcantuz, los Almonacid y los Arcila. De otra
parte, el amor santandereano por los buenos caballos, por las armas de fuego y por las llamadas armas blancas, por el culto a la
jardinería, a la cultura del agua, a la higiene personal, serían otras
tantas características heredadas del árabe español. No se puede
desdeñar así mismo, el ancestro extremeño. Apellidos detectados
en esa caracterizada región de la Península Ibérica, coinciden con
los más comunes apellidos de viejas y raizales familias santandereanas, como Mantilla, Plata, Pinzón, Tapias, Silva, Franco, Sarmiento, Peralta, Santos, Quijano etc. Independientemente de los vacíos
documentales existentes a ese respecto, es innegable el alto grado
de influencia española –incluido el judío converso- en el grupo étnico santandereano.
59
esforzado del hombre de la montaña; duro el duro
suelo a la labor del arado; pobre la capa vegetal de
formación rocosa; aislados hasta ayer los centros de
producción nacional y extranjero por el tajo cortante
de sus cordilleras; trágica la lucha de sus hombres
en busca de una convivencia que encontrara formas
a los anhelos de libertad y a la interpretación de una
democracia capaz de traducir en fórmulas concretas
el mejoramiento colectivo. Surgida la industria de
hondas raíces terrígenas que han hecho su ambiente
a la vocación popular, desde el tiempo de la colonia,
ante la topografía despeñada de nuestro suelo y la
aridez de la mayor parte de nuestras tierras, los
pobladores de Santander canalizaron sus esfuerzos
hacia las industrias manuales, que convirtieron en
centros fabriles a las provincias del sur. Dentro de ese
ambiente de laboriosidad, la industria unicelular ha
seguido alimentando el trabajo popular y afirmando
el recio individualismo que caracteriza todas las
manifestaciones de nuestra cultura, convirtiéndose
muchas veces en obstáculo de nuestro progreso o
en motivo fundamental de derrota colectiva ante el
desplazamiento que han sufrido nuestras industrias
locales en la concurrencia nacional. Así la Quina
movilizó la ambición de una fuerte estirpe de luchadores, muchos de ellos provenientes del exterior, que
desafiaron la inhospitalidad de la selva virgen en busca
de la corteza amarga, cuyo producto impulsó nuestro
desarrollo económico; industria que un día amaneció
desplazada, en franca bancarrota por la competencia
técnica de los ingleses en las Indias orientales. La
tierra de Santander, no obstante, es por fortuna, para
noble orgullo de nuestra estirpe de rudos, solitarios y
a veces ciegos luchadores, baluarte invencible de un
concepto de democracia que jamás permitirá allí atentar contra los detentadores de sus derechos, sencillo y
60
viril ante sus conductores, digno más que ningún otro
en las relaciones con la autoridad, guarda como una
tradición la vieja consigna aragonesa para proclamar
a su Rey: “nosotros, cada uno de los cuales vale tanto
como vos y que unidos valemos más que vos” .19
Estas reflexiones que hemos ido desarrollando en torno
al influjo recíproco entre “fuerza telúrica” y “fuerza
anímica”, cobran una hondura casi metafísica en la atormentada prosa de Tomás Vargas Osorio. Escuchemos
a Vargas Osorio nacido en Oiba en 1908 y fallecido en
Bucaramanga en 1941:
El drama del alma santandereana es este: la aspiración
a la medida. Repulsión de lo sobrante y de lo accidental que, como en el paisaje, se confabulan y amotinan
contra lo que es ser puro y por lo tanto puede vivir
de sí mismo en soledad. Hemos escrito la palabra
“soledad”. La soledad es el acento predominante en
este paisaje. Acaso resida aquí la causa del peculiar
modo de ser y de conducirse en la vida el santandereano. El santandereano es en su vida material de una
sobriedad ascética que contrasta con el soberbio lujo
de su vivir interior. No existe tal vez un tipo humano
civilizado y culto que profese al confort un más profundo desdén: que todo esté limpio y basta; en cambio,
tratándose de su vida espiritual su ascetismo se trueca
en un insatisfecho anhelo de riquezas y esplendores
que llega, las más de las veces hasta las refinadas
voluptuosidades del sibaritismo, la tierra seca y pobre
lo induce a buscar en su vida interior la compensación
de los que la naturaleza, avara, le negó, y de ahí que
19
Alfredo García Cadena, Unas ideas elementales sobre
problemas colombianos. Preocupaciones de un hombre de trabajo.
Publicaciones del Banco de la República, Imprenta del Banco de la
República, Bogotá, Colombia, 1956, pp. 78-79.
61
en Santander la cultura sea una auténtica necesidad,
casi podríamos decir que de carácter biológico.20
Paisaje que deja honda impronta, no sólo en propios
sino también en extraños. Tal el elocuente ejemplo de
Lengerke, al que el escritor Pedro Gómez Valderrama
-reafirmándose una y otra vez en su tesis de que la historia se reescribe siempre como una búsqueda de claves
humanas o en la postulación de otra lógica que permite
descubrir nuevos sentidos alternativos-, pone a reflexionar
y a cuestionarse, como si esas reflexiones e interrogantes
se hicieran al unísono con el paisaje que el alemán tiene
antes y luego de 1852 ante los ojos:
Después de haber visitado otros sitios, piensa ¿por
qué se quedó en Santander? No fueron sólo la quina,
los sombreros, el tabaco. Fue la cordillera, fueron
los riscos. Fue esa estructura furiosa, fue el deseo de
abrir caminos y puentes en una topografía llena de
soberbia. Soberbia, piensa. Aquí las gentes dicen “soberbia” para significar cólera. La cólera se equipara
al orgullo satánico. Pero la verdadera soberbia es la
naturaleza misma. Le parece que los espíritus de las
gentes son, también como la tierra y que también ha
logrado abrirles caminos y establecerles puentes. Ha
nacido otra vez en este cerro.21
20
Tomás Vargas Osorio; Segundo Algevis. Santander: Alma
y Paisaje. Editorial UNAB, Bucaramanga, Colombia, 2001, pp. 1617.
21
Pedro Gómez Valderrama, La otra raya del Tigre. Siglo
XXI Editores, Colombia, 1977, p.113.
62
LENGERKE Y EL TEMA
DE LOS MIGRANTES
ALEMANES EN
SANTANDER
Caja Fuerte de Geo von Lengerke
Fotografía cortesía del Dr. Jaime Álvarez Gutiérrez, Bucaramanga
63
De entrada, tenemos que afirmar en este punto, que en
Colombia no existe migración, luego de la época colonial,
organizada, dirigida, que obedezca a un plan preestablecido o coyuntural, sino una limitada entrada al país de
elementos extranjeros que por regla general ingresan de
manera espontánea e individual. A esto se debe agregar, el
hecho de que las leyes nacionales vigentes que regulan la
entrada al país son en extremo inadecuadas para atender
los complejos problemas inherentes a la migración, entre
los que se deben tener en cuenta factores de orden político,
sociales y económicos. Esto no significa de ninguna
manera que la nación se haya caracterizado por tener
sesgos xenofóbicos. En mirada retrospectiva y a modo de
paréntesis necesario, de los mandatarios colombianos del
siglo XX, Eduardo Santos, quien rigió los destinos del país
de 1938 a 1942, fue el que más atención y visión a futuro
le prestó al tema de la migración extranjera, y particularmente, a la que se desprendió del éxodo republicano por y
a consecuencia de la Guerra Civil Española (1936-1939).
Gracias a su trayectoria diplomática cumplida en Europa y
a sus simpatías ideológicas por la España que había instaurado la denominada Segunda República, alrededor de cuyo
contexto se había aglutinado una nómina de españoles de
primera línea tanto en el campo de la ciencia como en el
de la pedagogía, la literatura, el arte, vislumbró la posibilidad que para el desarrollo cultural, científico y educativo
de Colombia, tendría la captación de esa inteligencia en
65
el exilio. Importante sentido coyuntural si tenemos en
cuenta, como ya se expresó, que a Colombia no puede
considerársela como una nación abierta estatalmente al
fenómeno migratorio. Esta política, en el fondo, no hace
cosa distinta a seguir la secular tradición del país de no
favorecer en el ámbito del Estado la migración extranjera.
Desterrando entonces otro lugar común, lo correcto es
afirmar que el presidente Santos fue proclive a auspiciar
espacios favorables a los transterrados republicanos, desde
una serie de gestos estrictamente personales, admitiendo,
recomendando y auspiciando españoles en nuestro medio,
con quienes tenía, aparte de lazos de amistad, afinidades
ideológicas.
De ahí, entonces, a luz de las anteriores consideraciones,
que al constatar la llegada a Santander en las postrimerías
del Siglo XIX; de cerca de cincuenta alemanes, nos parezca no una “minicolonia”22 como lo expresa Enrique
Biermann, sino una cifra astronómica. Adicional a ésto, y
volvemos a Biermann, es importante subrayar, que si bien
la presencia alemana en Colombia no ha sido en modo
alguno numerosa, como si lo ha sido en otras áreas del
continente americano como Brasil, Paraguay, Uruguay
y desde luego, Argentina o Chile, si ha sido de hondo
impacto desde una perspectiva no cuantitativa sino cualitativa, por sus actividades en el comercio, la industria, la
educación, las ciencias, las artes, etc.23
Bien avanzado el Siglo XIX se desplazó a Bucaramanga una formidable inmigración, anhelante de
novedosas experiencias. La mayoría de sus integrantes
22
Enrique Biermann. Distantes y distintos. Los emigrantes
alemanes en Colombia 1939-1945. universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Bogotá, D.C., Colombia, 2001.
p.79.
23
Enrique Biermann, Op. Cit, p.80.
66
provenían del imperio alemán. Todos ellos iniciaron
su aventura sin vínculos previos con los colombianos.
Mantenían ilusiones sobre un país privilegiado, con
tierras de promisión, con dos mares, corrientes fluviales y consolantes esperanzas para encontrar el
futuro de sus hijos y de posteriores generaciones.
Los alemanes siguieron entrando esporádicamente
a Bucaramanga porque sus coterráneos establecidos
con fortuna les comunicaban la bonanza. Bonanza
como la de la Quina. Esos árboles con la corteza
medicinal nacían libremente en nuestros bosques y en
sus alrededores empezó a erguirse una corriente de
comerciantes alemanes ávidos del progreso percibido.
Pablo G. Lorent inauguró bodegas para la compra de
quina en Bucaramanga, Vélez y el Socorro y desplazó
a los cosecheros hasta Barrancabermeja y lejos de
los bordes del Opón para arrancarle a los árboles
el ropaje que cubría sus esbeltos troncos. También
financió la construcción de caminos de penetración. Su
empresa no se detuvo ante ningún obstáculo. En ella
murieron incontables hombros con la fiebre amarilla y
la esperanza naciente. El sacrificio comprometió a los
trabajadores y fue la ofrenda colombiana al comercio
de París y de las principales ciudades de Alemania.
Y también la prueba de una riqueza de pan coger que
atrajo hacia nosotros a Koppel y Scholls, a Lorent, a
Lengerke, y a muchos otros alemanes, exportadores de
Quina y después empresarios agrícolas al amparo de la
adjudicación de baldíos, iniciada antes de 1870 cuando
las autoridades miraron hacia las selvas cercanas. Es
preciso reconocer además, que desde lejanas épocas
Bucaramanga y en general Santander, ha ligado parte
con la vilculación de los alemanes. Ambrosio Alfinger,
Humboldt, Carlos Uterman, contratado en 1871 en la
misión pedagógica que trabajó en Santander y Alberto
Blume, pedagogo quien llegó a nuestro territorio en
67
1872 para fundar la Escuela Normal de Varones,
Koop, Joopel, Müller, Breuer, Umbreit, Schrader, Gast,
Reeder, Bletz, Langebach, Hederich, Goelkel, Wiesner,
Bluhm, Fritsch, Keller, Wessels, Trebert, Hoffman,
Stünkel, Strauch, son una muestra entre otros tantos
apellidos de origen alemán. Algunos de estos alemanes
llegaron con sus esposas, pero la mayoría contrajeron
matrimonio con santandereanas, de ahí los numerosos
descendientes que forman hoy parte sustancial de la
santandereanidad.24
En efecto, otros germanos antes y después de la llegada
de Geo von Lengerke, se instalaron en Santander. Menos
propensos a la leyenda y a los mitos fundacionales, fueron
importantes hombres de empresa y recios trabajadores.
Así en San Gil se fundó en 1874 una sociedad, que encabezada con el nombre de Biester y Strauch, se dedicó
no sólo a actividades mercantiles y comerciales, sino
que además estableció una fábrica de sulfato de quinina,
aprovechando las bondades medicinales de la corteza
de la Quina, y cuyos productos fueron bien acogidos en
los mercados del exterior. Esta importante empresa fue
abandonada hacia 1880.
De otra parte, la más grande hacienda cafetera de
Santander fue creada por una parte del flujo migratorio
alemán, en el municipio de Rionegro. Nombres como
el de Germania o el de la Hacienda Prusia, aún resultan
familiares para los pobladores de San Vicente de Chucurí
y de Zapatoca. Pero además, la extensa región de páramos
y planadas, ubicada en la cima de la cordillera oriental
entre Pamplona y Bucaramanga tomó desde el Siglo XIX
y hasta el presente, el nombre de Berlín. No era para nada
ni extraño ni inusual que, en un momento determinado, los
24
Roberto Harker Valdivieso, Bucaramanga, los inmigrantes
y el progreso, 1492-1992. s.e., si., s.f., p.46-47.
68
santandereanos hablaran de Bremen, Hamburgo, Prusia
y Berlín, con la misma familiaridad con que se referían a
Vélez, Socorro, San Gil o a Barichara.
Es de dominio público que la fábrica de cerveza Bavaria
se inició en el Socorro, gracias al decidido concurso de
los hermanos Leo y Emil Koop. A estas alturas podemos
afirmar que tanto Lengerke como la gran mayoría de
los alemanes que pisaron suelo santandereano, más que
la pretensión de ser terratenientes (aunque también lo
fueron), tuvieron el indiscutible acierto de haber abierto
los ojos del santandereano de finales del Siglo XIX hacia
el mundo exterior. En ese orden fueron unos lúcidos mediadores en su afán de lograr el tránsito de una mentalidad
de aldea a una mentalidad universal, impulsando como
lo hicieron el comercio, la industria, el refinamiento, las
vías de comunicación y la educación. Sobre el notable
desarrollo alcanzado por esta última variable, se pronunció
el historiador Horacio Rodríguez Plata:
Fue el Estado de Santander el que durante la Federación llevó a mayor desarrollo la educación entre
todos los del país. Toda una generación que fuera
orgullo de ese Estado y deshecha aciagamente dentro
del remolino de la política y de las luchas de partidos,
pero que llegó a colocar el nombre de Santander entre
los primeros de la República, se formó entonces en
tan esclarecidos claustros. Pero las guerras civiles,
que han sido factor de atraso de nuestro pueblo,
pronto dificultarían los auxilios oficiales, despedirían
a los maestros, harían emigrar a los alumnos de sus
pueblos a empuñar las armas fraticidas y por último
arrasarían toda la inmensa y costosa obra educativa
llevada a cabo con tantos sacrificios. Sería imperdonable no recordar que a ella quedaron eternamente
vinculados al lado de los profesores alemanes, dos
69
eximios educadores, quienes sucesivamente ocuparon
la Superintendencia de Instrucción Pública del Estado:
Don Dámaso Zapata y el doctor Daniel Rodríguez
Pinzón. A su meritoria e infatigable labor se debe en
inmensa parte el éxito cultural de aquellos tiempos
que la historia local y nacional reconoce con el justo
apelativo de la “edad de oro” en la educación del
Estado de Santander.25
Indudablemente, esta migración germana, se preocupará,
en el territorio de la “Otra raya del tigre”, por desarrollar
actividades previstas para resistir el paso del tiempo, para
traer una cultura cargada de sentido universal, para vivir
en tierras llenas de privilegios pero también de adversidades, la “dignidad del peligro”, para desarrollar oficios,
para rediseñar la arquitectura urbana, para someter la
topografía al progreso, para propiciar una “ascesis” del
trabajo transformador, sin renunciar en estos gestos, ni al
ideal de la belleza ni a la capacidad de asombro, incluida
también la frivolidad, la mundanidad y el sibaritismo. En
el fondo, estos hijos del Imperio Alemán, partidarios a
favor o en contra del más agresivo de los nacionalismos
(en el cual se exaltaba el poder el Estado, el autoritarismo,
el derecho al expansionismo u el militarismo de corte
prusiano), quisieron demostrar en pleno auge del liberalismo radical en Santander, su fe en la razón, la ciencia y
el progreso, su testimonio ante las nuevas innovaciones
técnicas y científicas, su compenetración y participación
activa con “la cultura de los ferrocarriles”, con la de las
“máquinas cosechadoras”; con la de “la navegación a
vapor”, en medio de la “disciplina y el orden”; rasgos
típicos de una nación conformada tradicionalmente por
soldados, ingenieros y filósofos racionalistas.
25
Horacio Rodríguez Plata. “La Primera Escuela y el Colegio
del Socorro”, en: Revista Estudio, Bucaramanga: Centro de Historia de Santander, números 108-111, 1941, p.79.
70
En la constatación histórica de estos hechos tangibles, de
estos aportes de un núcleo humano trabajador por esencia
y por excelencia, hay que evitar sin embargo, presentar
una “leyenda rosa” con relación a la migración, sea la de
los alemanes, o la de otras áreas occidentales, sin desestimar otras geografías. Bajo este contexto, y el tema ha
ido cobrando hoy por hoy enorme vigencia, la migración
supone también “una antropología de los sentimientos”, en donde la soledad, la pérdida de la autoestima,
la depresión, la nostalgia, el desarraigo, el empezar de
cero, también tienen su propio y aterrador espacio. No
toda migración conlleva necesariamente a la “búsqueda
de el dorado” o a la imagen Roussouniana entre ingenua
y perversa privilegiando al “buen salvaje americano”,
los lugares incontaminados, vírgenes, paradisíacos, ni
tampoco aquello de que “vuestra civilización es vuestra
enfermedad”, en el decir de “Poetas Malditos” como el
formidable Rimbaud. No. La migración como proceso de
realidad social, implica también desde esta perspectiva,
un entrecruce de relaciones y sentimientos encontrados de
odios y amores, de dependencia y libertad, de esperanzas
y desesperanzas, alegrías y tristezas, certezas y frustraciones etc., obviamente que toda migración obedece a la
necesidad de un cambio, a empezar en otros lugares una
nueva existencia, sí, de acuerdo, pero no un cambio de
tal impacto que no sólo pone en evidencia, sino también
en riesgo los fundamentos del propio ser. La migración
en sus aspectos más sombríos implica el síndrome “de
dejarlo todo atrás”; personas, objetos, lugares, idioma,
cultura, costumbres, clima, alimentación, en ocasiones
pérdida de la profesión, del status alcanzado, de tener que
recodificar realidades, afectos y sentimientos no ya en la
cercanía de, sino en la lejanía de… La migración en sus
aspectos más negativos es sinónimo de exilio, y el exilio
es “el dolor que queda después del arrancamiento”, del
desmembramiento, de la taxidermia de lo entrañable. Hay
71
quienes logran construir en la lejanía como Lengerke un
“segundo hogar” y “una segunda oportunidad sobre la
tierra”, en donde los contrastes, lejos de ser un choque
brutal que amenaza con fracturar lo más significativo y
valorado, son un motivante, un equilibrio entre lo que uno
fue y lo que uno es ahora.
Lengerke, lo hemos ido percibiendo, sucumbe y se deja
arrastrar ante la seducción misteriosa de un paisaje y de un
conglomerado humano, con el que logra unos bien altos
niveles de empatía. Pero no todo migrante, logra arribar
a buen puerto, o en su defecto a “la tierra prometida”. No
todos los alemanes tuvieron en Santander la misma buena
suerte de Lengerke –como se verá más adelante- y si en
feroz contrapartida, unas experiencias de vida traducidas
en un bagaje de ilusiones perdidas.26
26
Sobre las experiencia potencial y explícitamente
traumática que puede producir el fenómeno de la migración y la
diferenciación y similitudes desde una perspectiva psicoanalítica
entre emigración y exilio, véase el texto de Leo y rebeca Grinberg,
Psicoanálisis de la migración y del exilio, Alianza Editorial, Madrid,
España, 1984.
72
INTÉRPRETE Y
DINAMIZADOR
DEL TESÓN
SANTANDEREANO
Sello en la papelería comercial de Geo von Lengerke
Archivo Personal
73
Lengerke había llegado, decantando toda clase de impresiones, incluidas las peripecias de su azaroso viaje,
pleno de expectativas, había llegado desde Bremen, había
llegado a un territorio que poco tiempo después, en consonancia con disposiciones constitucionales, sería más
conocido como el Estado Soberano de Santander. Otras
ocho regiones27, organizadas antes en Departamentos,
cantones o distritos, merecían la misma denominación.
¿Qué tipo de coordenadas políticas y socioculturales
le servirían para orientarlo en su ya visible deambular
por las calles de Bucaramanga y más adelante, iniciándose la década de los sesenta, radicado ya en Zapatoca?
Repitámoslas en atención a una mayor profundización:
las de una sociedad caracterizada por un rígido “Código
de honor”, fundamentado a su vez, en el trípode tierrasangre-filiación política.
Las características de los Guanes no fueron de
sometimiento, razón por la cual fueron disminuidos
prontamente; el español es el grupo mayoritario quien
impuso su cultura; buena parte del territorio no es
fértil si se compara por ejemplo con el Valle del Cauca
o con el altiplano cundiboyacence, entonces, el espíritu
de trabajo surge de domar esas breñas y aprovechar
las regiones fértiles; no fue el actual Departamento
27
Esos otros ocho Estados Soberanos fueron los de Antioquia, Boyacá, Magdalena, Bolivia, Cundinamarca, Cauca, Tolima y
Panamá.
75
de Santander, una región de grandes haciendas, sino
todo lo contrario, planteándose desde el principio un
régimen de pequeña propiedad en donde en muchos
casos el campesino no llega a ser propietario, situación
que genera una diferenciación social muy marcada con
pocos accesos de ascenso social para el campesino
raso que trabaja en el cultivo de tabaco o de la caña de
azúcar; generando a su vez que la mujer y los hijos se
vean obligados a trabajar fuertemente el campo y las
artesanías. Se polarizan entonces las clases sociales,
una alta, rica, en términos de Santander jerarquizada,
digna y distante; y una pobre, sometida y dependiente
en más de un caso. La defensa de sus ideas y de su territorio ha sido permanente, su proceso migratorio fue
tardío, selectivo y aportativo en alto grado. El elemento
formativo es Santander, fue dado por las parroquias,
quienes impartieron normas, control y orden social.
De donde por lo mismo, se generaron patrones de autoridad y poder; jerarquización en cabeza del párroco,
autoridad y control sobre la población; patriarcalismo,
normas y ética fundamentadas en la religión católica,
honor y deber, y una sociedad estratificada donde a
la cabeza estaba el blanco. Por este motivo, la fecha
de erección de una parroquia es un evento importante e imprescindible para la ubicación histórica de
cualquier municipio en Santander, justamente porque
demarca una etapa.28
Contrastan con este quietismo, con este ordenamiento
cultural cerrado y férreo, los nuevos ordenamientos
constitucionales, que apuntan a un discurso declarativo
que venciendo la tentación tan propia entre nosotros
por lo mediático, perfila el sendero por que la sociedad
28
Patricia Vila de Pineda, Aspectos culturales. Estudio de
Impacto Ambiental para la Línea de Transmisión Sochagota – Guatiguaía, Bogotá, ISA – Consultoría Colombiana, 1996, pp.3-4.
76
–con un sentido creativo y un espíritu moderno- debía
encaminarse.
Esa constitución del Estado Soberano de Santander
puso en el horizonte la razón de unos ideales republicanos y democráticos, una concepción de la ciudadanía cimentada en las libertades individuales y en
la aseveración de su autonomía; una secularización
de las costumbres, una estrategia de integración con
el mundo vivió del comercio internacional a través de
la construcción de caminos y ferrovías que rompieran
los obstáculos del aislamiento. Es de advertir que una
novela ejemplar de nuestra cultura como es la “Otra
Raya del Tigre” del escritor Pedro Gómez Valderrama,
tome su aliento épico de estos ideales de la cultura
política del Siglo XIX y consiga en su entramado narrativo dar expresión estética a las fuentes de sentido
que con seguridad abrevan en el universo semántico de
la Constitución del Estado Soberano de Santander. Ahí
está prefigurada la épica de modernidad en la hazaña
de abrir caminos y colonizar tierras, en la empresa
comercial que se abría paso por entre las más duras
dificultades, en la intensa penetración de una proeza
secularizadora de la vida social.29
A pesar de la probada hospitalidad santandereana, que no
siempre se advierte en primera instancia dados los rasgos
temperamentales de sus moradores que se resumirían
como bien lo señala Aída Martínez Carreño en la “inexpresividad de los afectos, la cortedad del lenguaje emocional
y el temor al ridículo ante la más mínima manifestación
29
Álvaro Beltrán Pinzón, “Santander: nuestra vocación de
identidad” en: Santander la aventura de pensarnos, Universidad
Industrial de Santander, Bucaramanga, Colombia, 2005, p.12.
77
de debilidad”30, lo cierto, es que de acuerdo a imágenes
estereotipadas que en nuestro medio pululan, el forastero,
despierta inicialmente más recelo y prevención que no
la política de brazos abiertos. Si además ese forastero
ya ha sido calificado de “Luterano”, como quien dice de
“Protestante”, pronto a nombre de las más caprichosas
ecuaciones, esa postura religiosa se hará sinónima de
ateísmo, de anticlericalismo, de herejía, de transgresión
en últimas.
El problema de otra parte, tiende a agudizarse aún más
cuando ese foráneo, busca dentro de una gran sentido de
la iniciativa, introducir otros esquemas, otras visiones
del mundo, que al principio, pese a la novedad (y todo lo
novedoso y lo llamativo, termina más temprano que tarde
en ejercer un efecto talismánico), amenazan con alternar
un orden establecido, sustentado más desde la tradición
y lo consuetudinario, que no por audaces propuestas personales o constitucionales. Si algunas, o muchas de esas
propuestas están además justificadas a favor del lujo, no
es difícil pensar que la constante práctica de la austeridad por parte del santandereano, sufrió un choque, por
cuanto que eso, el lujo, más que asimilarse a crecimiento
en términos de calidad de vida, puede y de hecho sucede,
hacerse sinónimo de artificios, de excesos y de vanidades.
En un medio como en el santandereano, y no sólo en éste,
en que la Parroquia como ya lo manifestábamos, hacía
las veces en lo social de un eje gravitacional, es fácil
proseguir con la retractación, toda vez, que en sus manifestaciones más extremas, el lujo resta sencillez, fuerza
interior, arrastra a los hombres a los “falsos placeres”,
al “debilitamiento del alma, la mente y el cuerpo”; así
30
Aída Martínez Carreño, “Mitos e interrogantes sobre los
atributos propios de las gentes de Santander”, en: Santander la
aventura de pensarnos, Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, Colombia, 2005, p.30.
78
como las cosas, el lujo es, por añadidura, responsable de
la corrupción de las costumbres y del hundimiento moral
de pueblos y ciudades.31 Bajo este contexto, sólo habría
derecho a un lujo, al lujo sagrado, en oposición al lujo
profano; al lujo advertido a nivel de toda la ornamentación
en capillas, iglesias y catedrales. Lujosas las vestiduras
talares. Lujosas la mitra y el báculo. Lujosos los cálices
y los copones. Lujosos tanto el despacho como la casa
parroquial. Lujosas las casullas, cíngulos y bonetes.
Lujosos los retablos. Lujosos el púlpito y el altar mayor.
Y no necesariamente nos acompaña la ironía en esta reflexión. Para propios y extraños la arquitectura religiosa
santandereana sigue siendo motivo de admiración. Lo
que queremos volver a subrayar, es que ante la austeridad
asumida como un estilo de vida, las iniciativas comerciales
de lengerke, chocaron, lo cual es plausible y razonable,
con el imaginario colectivo. Antes de su loable obsesión
por trazar puentes y caminos, Geo von Lengerke, había
establecido casas comerciales en Bucaramanga, en donde
a modo de miscelánea, o de bazar Persa, se vendía desde
lo pensado hasta lo impensado; machetes, cuchillos,
pantalones de dril, pasando por vajillas de impecable
diseño y textura, porcelanas chinas, perfumes, linos de
Irlanda, licores de las más afamadas marcas de la época,
vestidos para mujeres, pianos, muebles de mimbre, sillas
inglesas de montar, armas, pólvora, jabones, artículos de
tocador, almendras, nueces, caviar, salmón, paté, quesos,
jamones, especias. Se vendían también reproducciones
de obras famosas (que fueron por su temática piedra de
escándalo):
31
Sobre la evolución histórica del concepto del lujo, y sobre
sus efectos benéficos o disolventes en el ámbito de lo colectivo,
véase a Pilles Lipovetske y Leyente Roux, El lujo eterno. De la era
de lo sagrado al tiempo de las marcas. Editorial Anagrama, Barcelona, España, 2003.
79
pinturas de Rubens, de Rembrandt, de Botticelli32; eran y
valga el símil, estas casas de comercio, especies de “Home
Centers”, de “Pepe Gangas”, de “Almacenes el Éxito”,
etc. casas, que venciendo resistencias y acusaciones,
como aquellas en las cuales los autores de los dramáticos
sucesos de 1879, “miniguerra” civil entre los abanderados
del librecambismo y los sectores artesanales, y sobre los
cuales se hará un abordaje cuando corresponda, les hacían
un enjuiciamiento ético al núcleo comercial germánico,
en el sentido de “haber irrespetado a las costumbres y a
la moral, de tener sus casas llenas de láminas obscenas,
de haber propagado el alcoholismo en Bucaramanga, de
tener concubinas, de realizar orgías y, finalmente, de ser
protestantes unos y ateos los otros”33.
Antes de lo que en verdad, serían trágicos sucesos, Geo
von Lengerke –en nuestra interpretación-, haciendo uso
de un gran sentido táctico-estratégico, se fue haciendo
merecedor de amplios votos de confianza por parte de
las elites locales, respecto de sus gestiones comerciales.
Elites, que por otra parte, ya habían estado de cuerpo
presente en plazas fuertes europeas, o estadounidenses.34
32
Armando Martínez Garnica. “Guarapo, Champaña y Vino
Blanco. Presencia Alemana en Santander en el Siglo XIX”, en: Boletín cultural y bibliográfico, Biblioteca Luís Ángel Arango, Volumen XXIX, Número 29, 1992, pp.45-46.
33
Mario Acevedo Díaz, La cultura Pico de Oro: Historia de
un conflicto social, Bogotá, Colcultura, 1988, p.245.
34
Las elites colombianas, los letrados, los notables, los adscritos a la “República de los cuñados”, los gramáticos, o como
se les quiera calificar, siempre tuvieron la tentación de lo extranjero, o si se prefiere, la inclusión de su acervo cultural, de un
ideario cosmopolita. En la larga etapa colonial, cuando España era
considerada potencia mundial, era una constante verificable documentalmente, que el español americano, mal llamado “criollo”,
tenían que ir a la propia Península Ibérica para complementar su
formación; la militar, la intelectual, la clerical, la jurídica, etc.
80
Fenómeno que fue relativamente común también a otras
elites regionales. Ese voto de confianza extendido no
sólo a Lengerke –al que siempre hay que mirarlo dentro
de una medida de conjunto- sino a otros alemanes, y a
otros migrantes extranjeros, tendrá como su extensión
más generosa, la creación del Club del Comercio. Analizando la composición de los socios del club en cuestión,
se advierte casi de inmediato, que este club refleja “la
síntesis de la unidad en la diversidad y la pluralidad en la
diferencia”, en el acertado decir del filólogo e historiador
Carlos Nicolás Hernández Camacho. En efecto, a los
Por España pasaron, entre otros españoles americanos, Simón Bolívar, Jorge Tadeo Lozano, Antonio Villavicencio, Sucre y bajo otras
circunstancias mucho menos amables, Antonio Nariño, Sinforoso
Mutis, etc. Cuando ya no eran las Españas sino Inglaterra la que
dominaba el escenario mundial, las elites buscaban afanosamente
por cuenta de la intriga o de la meritocracia, cargos diplomáticos
en Londres o en Liverpool, estableciendo, por otra parte, contactos
y convenios comerciales. Obviamente, dentro de este periplo, en
este tránsito de la periferia al centro de Francia y Estados Unidos,
estaban igualmente previstos en la Agenda. Este flujo se acentúa
todavía más durante la vigencia del liberalismo radical. Casi sin
excepción las personalidades más representativas de este controvertido y largo período político, accedieron al exterior. Tales los
casos de Tomás Cipriano de Mosquera, del General Rafael Uribe, de
Carlos Holguín, de Rafael Núñez, de José María Samper, etc., que
buscaran en los centro europeos mencionados, fuentes de modelos
políticos viables para su aplicación en nuestro medio, empeñado
como estaba, en la labor de construcción del Estado-Nación. Así
las cosas, Europa se constituye en lo político, en escuela del liberalismo, en reafirmación republicana, en influjos educativos, en
asumir los viajes al exterior, como “viajes civilizadores”. Viajes
que a la luz sobre todo del ideario liberal, serán más positivos en la
medida en que las ciudades europeas sean efectivamente modelos
de tolerancia religiosa, cosmopolitismo, industria, comercio, luz,
fábricas, ferrocarriles, con la intención de fondo, de transplantar
al país dichos modelos, para ponerle fin a la larga noche colonial. Barcelona, Marsella, Burdeos, y Bruselas, Suiza y Alemania,
serían entonces para estas elites, referentes también obligados en
el intento de crear una “cartografía” liberal. Para este tema, el
de la cultura cosmopolita de las elites políticas colombianas, se
recomienda la lectura imprescindible del texto de Fréderic Martínez, El nacionalismo cosmopolita, Banco de la República, Bogotá,
Colombia, 2001.
81
comerciantes de filiación política liberal o conservadora
los aglutina un mismo y apetecible objetivo: “Poner la
ciencia y la tecnología al servicio del Estado Soberano
de Santander, creándose a continuación una dinámica de
comunicación” con Bogotá, que por variadas razones y
factores, permite un enriquecedor ejercicio de emulación,
sin desatender en este otro proceso, y como otros importantes vasos comunicantes en lo social, lo industrial y lo
comercial, a Venezuela y Barranquilla.
Inmigrantes como Geo von Lengerke, prontamente exploraron el comercio, invirtieron considerables sumas
de dinero en propiedad raíz, construyeron bodegas y
locales, constituyeron firmas comerciales para la importación y exportación de productos. Los resultados
del proceso económico, el contacto iniciado con el
exterior, fortalecido en grande a partir de la segunda
mitad del siglo XIX, y su rápido desarrollo ocurrido
en un periodo aproximado de 25 años, se reflejará no
obstante previas resistencias, casi inmediatamente en
las costumbres y en los gustos de los bumangueses.
Los inmigrantes trajeron consigo, además de métodos
modernos para efectuar transacciones comerciales,
nuevas costumbres y modalidades de sociabilización,
un ejemplo de lo anterior es la casa “El Tívoli”35,
construida por el alemán Geo von lengerke en Bucaramanga durante la década de 1850. Ubicada en
la sexta cuadra de la calle Real, tenía un gran salón
35
Estimamos de gran valor en este punto, el juicioso estudio de la arquitecta y poeta Liliana Rueda Cáceres. En cuerpo y
alma: casas bumanguesas 1778-1966. Editorial UNAB, Bucaramanga, Colombia, 2005; por cuanto que en éste, aparte de ofrecer una
visión retrospectiva de la arquitectura doméstica en Bucaramanga,
establece con hondura los modos de vida de las personas que en
ellas habitaron y los factores socioculturales relacionados íntimamente, “desde el alma”, con el contexto arquitectónico donde se
desenvolvieron.
82
con dos juegos de bolo, sala de billar, cantina, jardines
y un patio con dos trapecios. La influencia alemana
manifestó igualmente en el gusto por la cerveza y el
brandy servido en las nuevas tabernas que surgieron
en la ciudad, las cuales invitaban a sentarse apaciblemente, a diferencia de la costumbre colombiana
de quedarse parado detrás del mostrador para apurar
su bebida.
La influencia se hace sentir también en la fotografía
y en el vestuario. En el primer caso, los santandereanos posaban ante telones de inspiración francesa,
objetos y muebles importados habían reemplazado
las jipijapas de Girón por los cubilotes parisienses. Se
retrataban con la mirada perdida en el vacío; posan
sentados o de pie, sostienen el sombrero en la mano,
o se apoyan elegantemente en un bastón extranjero.
Los inmigrantes fueron bien recibidos por los comerciantes bumangueses, orgullosos en todo momento de
sus genealogías que los emparentaban con familias
de claro origen español. La fisonomía, el acento, las
costumbres y ante todo, el conocimiento de nuevas
normas de comercio, facilitaron a los forasteros ser
tratados con amistad y la posibilidad de compartir su
vida social y familiar. En gesto recíproco, estos extranjeros, comenzando por Lengerke, asimilaron pronto los
conceptos y las costumbres de la vida santandereana,
aprendieron el idioma e introdujeron expresiones muy
propias de la región36 en su lengua aunque fueron instruidos en la religión católica, recibiendo educación
“a la colombiana”. Igualmente, adoptaron el vestuario
de la región: la ruana y los zamarros fueron prendas
de uso diario y con ellos posaron orgullosos ante la
36
Véase Luís Flórez, El Español hablado en Santander, Imprenta Patriótica del instituto Caro y Cuervo, Bogotá, Colombia,
1965.
83
cámara fotográfica. La mayor riqueza trajo también
mayores comodidades, mayores exigencias. El gusto y
el lujo se hacían sentir y transformaban gradualmente
el sistema de vida de todas las clases sociales.37
37
Marina González de Cala, El Club del Comercio y Bucaramanga, 125 años de Historia. Club del Comercio de Bucaramanga
S.A., 1997, pp.19-21.
84
TODOS LOS CAMINOS
CONDUCEN A
MONTEBELLO
Interior de la Hacienda Montebello de propiedad de Lengerke, en Zapatoca.
Tomado de: Boletín Cultural y Bibliográfico. Banco de la República, Santafé
de Bogotá, Colombia. 1993. p.56.
85
A inicios de los sesenta, alternando simultáneamente con
sus actividades comerciales en Bucaramanga, Lengerke
se encuentra instalado en Zapatoca. En relación con
esta población, todo parece indicar que su prosperidad
económica durante el siglo XIX, sumada su vocación
educativa, religiosa y colonizadora, la hizo significativo
baluarte, con ecos que aún resuenan con vigor en el presente. Fue fundada el 13 de octubre de 1743 por Franco
Basilio de Benavides, cura vicario del pueblo de Guane,
en compañía de otros notables como Melchor de la Prada,
Cristóbal de Rueda, Antonio Rueda Ortiz, José Serrano
Solano, Isidro de Acevedo y Salvador Gómez. Cuna de
educadores, sacerdotes, historiadores, ingenieros, periodistas, médicos, agrónomos y ganaderos, Zapatoca ha hecho de la tradición un concepto dinámico y de su espíritu
austero, previsivo, ahorrativo y empresarial, un propósito
colectivo. Por estas y otras razones, nos parece que este
núcleo humano merece, justamente por su singularidad,
una serie de reflexiones. A primera vista, llama en efecto
la atención, su severa y organizada disciplina municipal y
de parroquia, de escuelas y colegios, de una consagración
total y sin desmayos al trabajo, al punto de convertirlo en
“la medida de todas las cosas”, y de un expansionismo, en
donde combatir lo “férreo” con una educación igualmente
“férrea”, parecía ser el “ábrete sésamo” de su dinamismo
histórico.
87
Cultores a muerte de la practicidad, su concepto del sentido de la riqueza, su actitud ante las propias ganancias, su
actitud ante la competencia, su temperamento empresarial
–agudo, perspicaz e ingenioso-, su espíritu emprendedor,
la propensión a la “racionalización y metodificación”
de la vida, exaltación de la templanza, cerrar honesta y
rectamente “el trato” comercial desde luego, hace que
apunte pese al honroso calificativo de “la ciudad levítica”
como también se conoce a Zapatoca, a otro trasfondo,
que mediante ejercicio asociativo, recuerda los valores
y virtudes inherentes al protestantismo en general, y al
calvinismo en particular; o en el sentir del escritor Enrique
Serrano, a una “Zapatoca hebrea”, sefardita, vale decir,
judeo conversa.
El temperamento del converso de ser discreto, de
llevar una doble vida para no generar sospecha, caracteriza al colombiano que siempre carga una especia
de provisional moralidad para que nos dé crédito.
¿Documentación? Cómo van a haber documentos si
es una historia de renegados, de personas que buscaban una nueva vida con una identidad nueva. Lo
que menos querían era dejar huella. Deseaban lavar
el pasado, y esto fue tan efectivo que ahora ni siquiera
nos preguntamos sobre esta situación. A nuestros historiadores poco les ha importado conocer realmente
de donde venimos. Es aterrador pensar que nunca ha
sido prioridad el conocer nuestro origen.38
Un hijo ilustre de la región y actual director del diario “El
Frente” de Bucaramanga, Rafael Serrano Prada, resume
con vehemencia y orgullo, los principales rasgos socio38
Sergio Villamizar, “Enrique Serrano, el novelista de los
orígenes de Colombia” en: Macondo Revista Dominical, Santa Marta, 2 de septiembre de 2007, p.5.
88
culturales de esta población santandereana, que le fue tan
entrañable a Lengerke.
La vocación por el ahorro, la tenacidad en el trabajo,
la perseverancia en la lucha, por unos ideales, han
despejado caminos que muchas familias de origen
humilde han recorrido hasta llegar a las más altas
dignidades del Estado, con el orgullo de la honradez
que ha sido la principal virtud de esta raza laboriosa.
La capacidad creativa de los zapatocas se destaca
en Colombia porque son gentes inteligentes, con una
inmensa vocación por el trabajo y la productividad.
Bajo la filosofía de que “los grandes capitales nacen
de las pequeñas economías”, nuestros paisanos son
metódicos y ahorrativos. En las principales ciudades
de la costa norte de Colombia, en Bogotá, en Barrancabermeja y en muchas otras latitudes, han surgido
empresas industriales y comerciales que se han hecho
a base de esfuerzo y sacrificio teniendo siempre en
cuenta que “el que ahorra en la juventud asegura su
futuro para la vejez”39
En su ya clásico texto, “La ética protestante y el espíritu
del capitalismo”, Max Weber, afirma entre otras cosas:
Cuando se pasa revista a las estadísticas profesionales de aquellos países en los que existen diversas
confesiones religiosas, suele ponerse de relieve con
notable frecuencia un fenómeno que ha sido vivamente
discutido en la prensa y la literatura católicas y en los
congresos de los católicos alemanes: es el carácter
eminentemente protestante tanto de la propiedad y
empresas capitalistas, como de las esferas superi39
Rafael Serrano Prada, Cuando Zapatoca Despierta! Sistemas y Computadores Ltda., Bucaramanga, Colombia, 1998, pp.173174.
89
ores de las clases trabajadoras, especialmente del
alto personal de las modernas empresas, de superior
preparación técnica o comercial. Conviene tener en
cuenta un hecho que hoy vuelve a ser olvidado: la
Reforma. La Reforma protestante que no significaba
únicamente la eliminación del poder eclesiástico sobre la vida, sino más bien la sustitución de la forma
entonces actual del mismo por una forma diferente.
Más aún: La sustitución de un poder extremadamente
suave, es la práctica apenas perceptible, de hecho casi
puramente formal, por otro que había de intervenir de
modo infinitamente mayor en todas las esferas de la
vida pública y privada, sometiendo a regulación onerosa y minuciosa la conducta individual atendiendo
a su fisonomía económica.40
¿Suena disparatado, pensar entonces, que Lengerke percibió en el sector regional santandereano al que nos hemos
venido refiriendo, parte al menos de los valores, virtudes
y estereotipos que han tipificado al alemán de ayer y del
presente? ¿Acaso laboriosidad, practicidad, diligencia,
olfato comercial y espíritu empresarial, no formaban parte
de su propio programa de vida? Ya se dijo que Lengerke
era Luterano por tradición y por formación de hogar.
Pero eso no constituye en Alemania ningún misterio. Es
obvio. Para la Colombia parroquial, y también es obvio,
el luteranismo de Lengerke, como el de sus otros coterráneos, como el de las misiones pedagógicas germanas,
fue motivo de satanización. Pero eso no invalida la argumentación; entre los zapatocas y los alemanes, al margen
del antagonismo entre creencias, había un “acuerdo en lo
fundamental”. Lengerke representa en su primera versión
de viajero-peregrino-refugiado, la noción de “movimiento”, en un entorno de quietud y de letargo generalizados
40
Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Ediciones Península, Barcelona, España, 1969, pp.28-29.
90
en nuestro país. La gran excepción a esta letargo (como
otros la advirtieron en Antioquia) la halló en el espíritu
emotivo y laborioso de la gente de Santander, contra cuya
laboriosidad conspiraba sin embargo el “estado crónico
de la guerra regional”. Su luteranismo, volvamos al
punto, era más fachada que realidad. Lo apropiado sería
afirmar que Lengerke, más que luterano, era un librepensador, más aún: “fue carbonario en Alemania y masón en
Colombia”41. Para un país de “mayoría abrumadoramente
católica”, eso era más grave, o por lo menos equivalente
a Luterano. El grueso de la población era católico; la
parroquia lo dominaba y lo controlaba todo. En otras palabras, la nación la hicieron los curas. La determinaron, la
registraron, la estudiaron e influyeron sobre ella. Tuvieron
250 años para hacerla antes de que cualquier autoridad
política de una importante envergadura lo hiciera. Esta es
una nación derivada de factores eclesiásticos.
Este hecho, tuvo como contrapartida a la dirigencia del
liberalismo radical, que sin excepción, estaba adscrita
a esta forma de “secretismo” a esta fraternidad de corte
internacional, a esta sociedad velada, que inculcaba y que
sigue inculcando entre sus miembros, la tolerancia, la
prudencia, el rechazo frontal, a todo tipo de fanatismo, sea
político o religioso. Su ideal supremo: la libertad. Su culto:
el de la razón: su aristocracia: la de la ciencia. Su objetivo
principal: fomentar el progreso espiritual y material del ser
humano. Masones fueron entonces42 José Hilario López,
José María Melo, José María Obando, Tomás Cipriano
de Mosquera, Manuel Murillo Toro, entre otros, y dentro
del contexto que nos interesa, masones fueron Eustorgio
Salgar, Solón Wilches, Aquileo Parra, Dámaso Zapata,
41
Pedro Gómez Valderrama, La otra raya del tigre”, Op.
Cit., p.266.
42
Véase Américo Carnicelli, Historia de la Masonería en
Colombia, dos tomos, Impreso en los talleres de la cooperativa
nacional de artes gráficas Ltda., Bogotá, Colombia, 1970.
91
amén de la mayoría de librecambistas y renombrados
comerciantes santandereanos43. Núcleo éste con el que
43
María Fernanda Duque Castro, historiadora de la Universidad del Valle, ha advertido con indiscutible acierto el fenómeno
de formación de redes de familias notables para el caso específico de los comerciantes de Bucaramanga en las postrimerías del
Siglo XIX. En orden a este factor, sobresalieron dos clanes principalmente: por un lado, el que se generó entre los liberales David
Puyana, Ulpiano Valenzuela y sus parientes cercanos, y por otro, el
que formaron conservadores como Adolfo Harker, Juan Crisóstomo
Parra, Obdulio Estévez y Reyes González entre otros. En el caso
concreto de Don David Puyana, éste mantuvo vínculos cercanos con
extranjeros, sobretodo alemanes e italianos, privilegiando siempre
en este proceso los nexos familiares prueba fehaciente de ello es
que no sólo si hija Isabel contrajo nupcias con Gustavo Wolkman,
socio de Lorent, Keller & Cía., sino que se unió en sociedad con su
hijo José y con frecuencia trató de congregarse con sus parientes
por línea materna. De esta manera, junto a su tío David Figueroa,
importaba artículos extranjeros; con Luis Francisco Ogliastri, su tío
político, constituyó en 1867 la compañía Puyana & Ogliastri; y con
Raimundo Rodríguez, su otro tío político, se asoció para explotar
los estancos de aguardiente de algunos distritos. En este punto,
de acuerdo con la legislación del Estado Soberano de Santander,
a excepción de los licores que tenían como base el aguardiente
o alcohol destilado de caña de azúcar, todos los demás eran de
libre introducción. De modo tal, que aprovechando con fino olfato
económico las posibilidades que este ramo ofrecía, algunos extranjeros dedicaron parte sustancial de sus energías y capitales a la importación de brandy, vinos y champaña. Retomando a Lorent, éste
sobresalió como uno de los extranjeros más meritorios de la localidad, ocupando altos cargos como el de cónsul alemán en Bucaramanga y gerente del Banco de Santander. Pariente de Lengerke,
fundó la compañía Lengerke y Lorent. Antes, Geo von Lengerke
había realizado una serie de transacciones con George Göelkel,
siendo además, durante muchos años su apoderado. Bien por nexos
familiares o bien por la interacción de intereses económicos, lo
cierto es que tanto los comerciantes bumangueses como los extranjeros, realizaron importaciones en forma conjunta como un
gesto estratégico para superar con éxito el tema de los altos costos de capital requerido y la fluctuación del costo de las aduanas.
Con otras palabras, los nexos familiares con migrantes extranjeros
fueron frecuentes y actuaron como elementos de cohesión no sólo
de las redes familiares del grupo, sino de los negocios. Se trataba de una relación simbiótica. Este encadenamiento de intereses
económicos, de juegos de poder, de matrimonios mixtos, de aceptación social, etc., quedaría incompleto, de no advertirse como sí
lo ha hecho la ya mencionada académica María Fernanda Duque
92
Lengerke se interrelacionaba de tú a tú. La ya comentada
Constitución de 1857, es de inequívoca filosofía masónica
de acuerdo a la consagración de los siguientes derechos:
la vida, la libertad personal, la libertad de cultos, la libre
asociación, la libre empresa, la propiedad, la inviolabilidad del domicilio y la libertad de educación. Sin esa mano
extendida al “hermano masón”, Lengerke para más señas,
es probable que sus “macroproyectos” y Montebello fue
uno de ellos44, hubiesen sido irrealizables.
Montebello, a medio camino entre una concepción feudal y renacentista del mundo, pretendió ser por parte de
Lengerke, la simbiosis afortunada entre romanticismo
y pragmatismo. La Hacienda, en ese orden de ideas, no
fue inspirada para el aislamiento que medrara un “lobo
estepario” sino como un verdadero centro de irradiación
en lo cultural y lo comercial. Montebello se constituye
así en el otro norte –mundano y secularizante-, que competirá en mecanismos de control cohesión y expansión,
con el otro norte, que ya hemos subrayado: el de la parroquia. Evoque o no Montebello reminiscencias feudales,
la hacienda tenía unos propósitos muy definidos, como
eran entre otros, el haberla diseñado no para darle la
espalda a Santander, como han pensado algunos, sino
todo lo contrario: habitar en Montebello era estar en
Santander, con Santander y para Santander. Más de uno,
Castro, el papel que esta unión de liberales y extranjeros como
Lengerke, desempeñó la masonería, que “se convirtió en el báculo
mediante el cual pudieron ensanchar sus relaciones con poderosos
comerciantes o compañías comerciales de masones localizados en
Venezuela, las Antillas, Norte América y Europa”.
44
Si bien nunca alcanzó la categoría de municipio, es innegable la influencia económica y social que para la época representaba
la hacienda en la región, sosteniendo un diálogo activo con Zapatoca, Bucaramanga y el resto del Estado Soberano de Santander. Actualmente, el territorio que otrora se encontraría ocupado por los
vastos terrenos de la Hacienda de Lengerke, constituyen la vereda
de Montebello, adscrita al municipio de Betulia.
93
sin embargo, podría argumentar en gracia de discusión,
y en base a la personalidad ciertamente compleja, dual y
contradictoria del alemán, que Montebello, fue pensado
y construido, para que este pudiera vivir a sus anchas la
condición despreciativa y arrogante de un “ave solitaria”,
o bien, para consolidar una imagen diametralmente diferente: la de un águila rampante que desde Montebello se
propone abrazar y predicar además desde el ejemplo, el
camino de la “occidentalización” en su forma burguesa,
cosmopolita y liberal. Podría pensarse también que esta
Hacienda resumía en sí misma, no sólo las complejidades
de su principal fundador, sino también las que se vivían a
nivel local y nacional para la época, como era constatar
las numerosas guerras civiles que marcaron a Colombia
del Siglo XIX, dadas entre otras causas y actores, por los
conflictos entre las elites respecto a la organización de la
sociedad y a la repartición del poder político y económico,
existiendo confrontaciones, y no sólo verbales, y diversos
ensayos, con sus teorizantes de turno, que se debatían en
torno a las fórmulas de centralismo y federalismo, clericalismo y secularismo, régimen presidencial o parlamentario, librecambio y proteccionismo económico. No nos
parece entonces, aunque no subestimamos la posibilidad
de un Montebello pensado, soñado y concretado para el
desarrollo de un ideal contemplativo; más bien queremos
ver en dicha hacienda, ubicada en las riberas del río Chucurí o Sogamoso, y que acto seguido, por medio de una
trocha de herradura, se comunicada precariamente con el
todavía inadvertido en su prometedor potencial, dada su
realidad para ese momento, de infeliz rancherío; de ahí,
la necesidad de establecer una finalidad perfectamente
clara: el trabajo como uno de los elementos nucleadores
de un proyecto modernizador; el trabajo como ideal, no
únicamente en el sentido de una formación que proporciones unas experticias técnicas, sino también como modelador de actitudes morales y éticas –volvemos al tema
94
de una ética más de corte protestante-, correspondiente a
la sociedad capitalista y su ideal de hombre productivo:
disciplinado, formalizado, para quien “el tiempo es oro”
y con capacidad para adaptarse a las circunstancias cambiantes.
En otra y ya aludida perspectiva, Montebello será sinónimo de refinamiento, de espacios propicios a la ensoñación,
pero también a la practicidad; a la voluptuosidad, al goce
de los sentidos, al “¡¡Hurra a la carne!!”; al galanteo, la
seducción, al escándalo, al comentario, al chisme… a los
“sinvergüenza” reemplazando a la “vergüenza”. Lengerke
quiso hacer de Montebello un espacio a su imagen y semejanza. En esa intencionalidad, la mejor biografía de este
migrante es pues, su propia casa, su propia hacienda, Montebello. Suma de esperanzas y desesperanzas, de noches
nombrables e innombrables, de rendirle pleitesía según
las oscilaciones anímicas, a Apolo por largas temporadas
y a Dionisio por otras tantas. Pero casa “con alma”, con
el alma desgarrada que le imprimió Lengerke. Oswald
Spengler, el controvertido autor de la decadencia de occidente, sabía a ciencia cierta lo que a nivel físico, simbólico
y humano, significa la casa, entendida en últimas, como
“morada primordial del ser”; como prolongación de una
corporeidad y de una memoria; de ciclos vitales ininterrumpidos o interrumpidos; de modeladora, según las circunstancias de fisuras, inconsistencias y readecuaciones
de distinta índole, o bien, como formadora de un carácter,
que se torna aún más recio y sólido, porque sólidos y
recios, son los cimientos, los muros y las paredes de esa
casa. Casas coherentes y consecuentes con un discurso,
con una historia pretérita, con una composición étnica
determinada, con una genética y unos códigos ancestrales convertidos por otras vías en amplios ventanales, en
corredores infinitos, en zaguanes; de solares y caballeriza
y capilla y muchas habitaciones y muchas voces y risas
95
de muchos niños. Casas con huerta, con patios interiores,
casas inmensas. Patios con fuentes y aromas enervantes,
que emulaban en su diseño arquitectónico consciente o
inconscientemente, ese legado del “árabe español que
todo lo ganó y todo lo perdió”.
La casa es la expresión más pura que existe de la raza.
A partir del momento en que el hombre, haciéndose
sedentario, no se contenta ya con un simple abrigo, y se
construye una habitación sólida, aparece esa expresión
que dentro de la raza “hombre” –elemento del cuadro
biológico- distingue una de otras las razas humanas
en la historia universal propiamente dicha, corrientes
de existencia, preñadas de significación mucho más
anímica, psíquica.
La forma primaria de la casa es algo que el hombre
siente que con el hombre crece, sin que éste sepa nada
de ello. Como la concha del molusco, como la colmena
de las abejas, como el nido de los pájaros, posee la
casa su evidencia interior: y todos los rasgos de las
primitivas costumbres y formas de la existencia, de la
vida conyugal y familiar, de la estructura colectiva,
se hallan reproducidos en la planta de la casa y sus
principales partes plenas de sentido: vestíbulo, pórtico,
atrio, gineceo. Basta comparar la planta de la antigua
casa sajona con la de la casa romana y otras casas,
para comprender que el alma de aquellos hombres y
el alma de sus casas son una y la misma.45
Montebello tenía alma, alma para la ensoñación, y alma
para la acción; alma para contemplar u alma para transformar; alma asumida como pura fuerza de ser y alma
asumida como arrolladora fuerza expansiva. Alma inundada en ocasiones de sencillez y austeridad y otras de
45
Oswald Spengler, La Decadencia de Occidente, Tomo II,
Editorial Espasa-Calpe, S.A., Madrid, España, 1983, p.145.
96
boato, cortesía, lujo y erotismo. Alma para la molicie y
alma para la productividad.
Hay un hecho singular en su existencia (la de Lengerke): La fundación de Montebello. Cuántos dineros
invirtiera en un sueño que no pudo realizar, no lo sabemos. Quiso fundar una ciudad, proyectó una capilla
como el gran solitario de Ferney, ya que otras eran
sus filosofías y creencias…
Lengerke importó para montar en Montebello una de
las más grandes maquinarias de ese entonces, aspirando a la fabricación de azúcares y chocolates, a la
destilación en grande escala de alcoholes de todas
clases, pilanza de arroz y de café, molida de toda
especie de granos, aserrías de madera, etc. etc., en
Montebello se formó pronto una numerosa población
urbana, con capilla católica, cementerio general,
hospital, hostería, tiendas, cantinas y muy buen mercado público. Mantenía Lengerke en esa hacienda
unas trescientas mulas para movilizar la numerosa
carga de mercancías extranjeras con que provenía
a sus depósitos y almacenes de Zapatoca, San Gil,
Socorro y Bucaramanga, a la vez que para conducir a
Barrancabermeja, en vía para el exterior, sus grandes
cargamentos de tabaco en rama, sombreros de jipijapa,
café, tagua, cacao, anís, añil, otros tintes vegetales y
la corteza de la Quina, etc. como puede verse, en un
tiempo récord, Geo von Lengerke, le está ofreciendo
a Santander una opción de vida en la tierra y no de
guerra en el desierto. La ofrece porque en su naturaleza hay una necesidad vital de Santander, que fue
el mundo escogido por él, entre toda la América a la
que el varón Alexander von Humboldt señaló como
futuro de la humanidad. Ahora, parafraseando al
poeta y novelista Augusto Pinilla, desde la hacienda
97
de Montebello, él, Lengerke, se había convertido en
el “candelabro que iluminaba todos los rincones de
Santander”.46
46
Benjamín Ardila Díaz en el prólogo al texto Lengerke de
Luís Serrano Gómez. Op. Cit, p. 112.
98
HACEDOR DE
PUENTES Y CAMINOS
Camino de Lengerke
Tomado de: Boletín Cultural y Bibliográfico. Banco de la República, Santafé
de Bogotá, Colombia. 1993. p.55.
99
Independientemente –y el problema por su importancia
ameritaría un estudio- de si el comercio y otras expresiones laborales han sido para los santandereanos una
“necesidad”, un “modo de vida”, o un “fin en sí mismo”,
Lengerke las abordará con un entusiasmo rayano en lo
febril, bajo la premisa de involucrar al santandereano tanto
a nivel de mentalidad como en la práctica en las nociones
de progreso y de modernidad. No nos parece descabellado
entonces, volver a suponer que Lengerke pondrá todo su
concurso para que la gran fuerza anímica tan propia del
santandereano se movilice –previa toma de conciencia de
la misma- a favor de la incorporación efectiva de recursos
técnicos en la región.
¿Si ese hombre, que como el santandereano es esencialmente “carácter”, y desde ese carácter, es a manera de un
acto reflejo, un hombre fuerte; de “valor”, cómo hacer,
parece preguntarse Lengerke y el resto de alemanes que
lo secundan en sus proyectos, para que pueda surtir de su
trágico aislamiento individual y colectivo? La respuesta
a ese dilema la dará el propio Lengerke: construyendo
puentes y caminos, con el fin de que ese “carácter”, ese
“valor” y esa estrecha relación “hombre-naturaleza”, se
irradien desde la externalidad. Sin puentes y caminos,
al santandereano le había tocado durante la rebelión
comunera pronunciar la famosa frase “pero el Rey está
muy lejos”, y ahora en las postrimerías del complejo y
101
contradictorio Siglo XIX, le tocaba decir: “El Estado está
muy lejos”.
En todo cambio, en toda alteración de una parte o de todas
las partes de un orden establecido, se gana, pero también
se pierde. Vencer “resistencias”, implica muchas veces
fracturar una tradición. Eso explica que el autor de “La
otra raya del tigre”, ponga al principal protagonista a
reflexionar a partir de una serie de sentimientos, que por
encontrados desgastan y torturan:
Dijo Lengerke antes de salir de una de sus largas peregrinaciones, que le descorazonaba tener que romper,
a veces, los caminos de los españoles, y cortarlos con
su propio camino cuando no lograba seguirlos en la
misma dirección. No sabía por qué, pero le parecía
estar cortando un ser vivo, un depósito de recuerdos
de todas las gentes que lo transitaron. En cada uno
de los caminos hay acumuladas todas las vidas de un
pasado. Caminos con alma, con vida, que una buen
día se ven interrumpidos. Lo mismo que de pronto las
vidas se suspenden. Fueron muchas las ocasiones en
que los recorrió, mirando el corte preciso, el punto de
donde debía desprenderse el ramal hacia un destino
nuevo. Cuando emprendía el camino iba siempre pensativo, se hubiera dicho que buscando la manera de
herir menos ese ser casi vivo. Como va ahora, hasta
que se le encienda, casi como un deseo, la urgencia
de trazar la línea nueva.47
Los caminos para Lengerke, son caminos “civilizadores”.
No obstante, lo indómito parece permanecer siempre en
la tierra-mater y en los indios, o en sus palabras y no sólo
suyos, en los “salvajes” que nacen de la misma, y esto
47
Ibidem. P.107.
102
hasta cierto punto lo entiende el alemán. Porque no es sólo
el hecho escueto, de ingeniero avezado o improvisado, de
abrir caminos, es abrirlos en una topografía en estado de
amotinamiento. El criterio de fondo que mueve el de negarse a concebir la democracia y el pensamiento libre, sin
entrada en la modernidad. Porque él, como hijo legítimo
del discurso histórico que le tocó vivir, participa de una
noción burguesa de democracia fundamentada y soportada
en el desarrollo del “capitalismo”. En Santander, como
en el resto del país, y sin desconocer los esfuerzos del
liberalismo hacia esa dirección, la noción de democracia
en el sentido moderno del término, era poco menos que
desconocida.
La vida según este alemán y, de otros alemanes incluido
su propio sobrino Paul G Lorent, son los caminos. El
peligro que en su sentir obstaculiza este ideal tendiente a
amplificar horizontes culturales y comerciantes era el de
“las Guerras crónicas”, que estancan el progreso, ya que
degradan la estima de la propia existencia. Por otra parte,
el indígena no entiende el orden conceptual que justifica
la ampliación de la infraestructura física. El indígena no
necesita de caminos para atravesar la selva, las espesuras, en este caso, del Opón y del Carare de lado a lado.
El nativo está inmerso dentro de una serie de categorías
mítico-mágicas opuestas franca o veladamente a las típicas categorías lógico-racionales del mundo occidental.
Para el individuo precolombino la concepción del tiempo
no es lineal sino circular. Para el “hombre primitivo”, la
naturaleza no es un “ello” como sí lo es para el occidental,
sino un “tú”.
Lengerke se empeñará durante treinta años en mostrarle
y demostrarle al santandereano lo que él concibe como
el verdadero sentido del comercio, esto es, entenderlo
no tanto como el afán de la riqueza por la riqueza, sino
103
también como la posibilidad, además de real, de poder
“disfrutar” de una serie de productos provenientes de
casi todo el orbe, de practicar un ideal autonómico, pero a
condición de que esa autonomía no se siga confundiendo
con aislamiento. La vida no se concebiría, no sería razonable, si faltase la posibilidad de “tener algo que organizar”
y algo en “donde dejar huella”. Pero Lengerke, no es
sólo la fría y calculadora mirada de un pragmático. No.
El fondo romántico que se apoderaba también de su ser,
le hacía pensar que los caminos conservan una perpetua
cordialidad con el hombre y una especie de incitación y
de esperanza y de ofrecimiento, por encima de sus condiciones primarias, de su vialidad tradicional o innovadora,
y de todas las dificultades que pudieran interrumpirlos.
Los caminos hablan, esperan, hipnotizan, son tan
variados como los sentimientos y tienen personalidad
como el hombre que los transita. Muchos son amables,
atrayentes, apacibles, como si hubieran sido abiertos
exclusivamente para el paso lento de los enamorados
y no para la sandalia curtida del caminante, otros se
desenvuelven entre vegetaciones paralelas que los enjuncarían de nuevo, si ya no fuera tan claro, tan inconmutable el cumplimiento de su destino. Pero lástima
grande, de los caminos colombianos sólo hay veloces
apuntamientos, algunos discursos inaugurales, copias
de leyes, ordenanzas y contratos, citas sin importancia
o sin detalle, páginas fugaces en fin, que no pueden
configurar siquiera una síntesis biográfica, mucho
menos una historia completa, seria, documentada, a
pesar de que todos los caminos, los sobrevivientes, los
abandonados y los ya desaparecidos, están estrechamente ligados a la historia colombiana que de todos ellos se sirvió de una manera o de otra al configurarse. El
camino, cualquier camino, que algo lleva y algo trae,
establece y encadena profundos vínculos, distiende el
104
calor de la hermandad, moviliza un sin fín de motivos
nacionales, y ya que resulta un acto mental común
recordar el sistema circulatorio del organismo humano
al hablar de la función de los caminos. Todavía los hay
en las montañas y en las serranías, torcidos, estrechos,
ondulantes, con un movimiento tan irregular como el
de las nieblas viajeras de cuyo encuentro helado y
transparente no siempre suelen librarse, pero que en
ningún caso afecta la persistencia con que cumplen
su destino, la servicial y perpetua obligación que
tienen de enlazar las distancias o de separar lo que
parezca inseparable, de mediar en fin, bien o mal en
el desarrollo de la vida humana.48
Entendía Lengerke, a riesgo de hacernos fatigantes en
la reiteración, que Santander, y no sólo Santander, vivía
encerrado dentro de sí mismo y con la mirada puesta
hacia el interior como hacia un foco convergente. Esta
confluencia de todo el potencial humano y económico
hacia el interior, impedía el posicionamiento de “fuerzas
centrífugas”, sobre la mirada técnica, sobre el gesto progresista, sólo reforzaba la lamentable tendencia a enrutar
el destino individual y colectivo bajo el mandato de “fuerzas centrípetas”. De ahí, la obsesión casi patológica, por
hacer caminos. ¿Cuáles?
Lengerke no sólo intervino directamente en la construcción del camino entre Bucaramanga y Barrancabermeja sobre el río Magdalena, sino que igualmente
importante fue el contrato firmado por el teutón con
el ayuntamiento de Zapatoca en 1860, para mejorar y
rectificar la vía entre la ciudad y el sitio conocido como
el Naranjito, pasando por San Vicente de Chucurí. Tres
48
Alberto Montezuma Hurtado, Introducción a la Historia
de los Caminos Colombianos. Impreso en la sección de artes gráficas – Cafam, Bogotá, Colombia, 1983, pp.22-23.
105
años después obtuvo el privilegio del gobierno santandereano para construir el camino de Zapatoca a Bucaramanga. Con posterioridad construyó los caminos
entre Bucaramanga y el Puerto de Botijas sobre el río
Lebrija, el de Girón a la Ceiba, el que unió el camino
de Sogamoso con el de Bucaramanga, el de Girón al
Puerto de Marta en el río Sogamoso, que incluyó un
puente sobre el mismo río y otro puente sobre el río
Suárez que llevó el nombre de su constructor y que
funcionó hasta 1946. el gobierno de Santander vio la
necesidad de dar salida a productos como el café, el
tabaco, la quina y las artesanías, entre otros, por el
río Magdalena para ser transportados por barco hacia
el exterior del país. En marzo de 1864 el empresario
extranjero Francisco Grelett inició las gestiones para
abrir un camino hacia el río Magdalena a través de
la ciénaga de Paturia, en atención a una licitación
publicada derivada de la Ley 5 de octubre de 1858. el
contrato firmado por Enrique Coop. Representante de
Grelett y Eliseo Ramírez, subsecretario de Hacienda,
concedía una serie de derechos de exclusividad, cobro
de peajes, la concesión de tierras baldías49, exención
49
Víctor Manuel Patino presenta una breve recapitulación
de la asignación de tierras baldías en Colombia como parte del
fenómeno de colonización promovido desde el mismo Estado. La
gran virtud de Geo von Lengerke, y debemos recalcarlo aquí, fue su
empecinada obstinación por la construcción de caminos, los cuales
además de permitirle hacer uso de sus conocimientos de ingeniería
le permitieron un ascenso vertiginoso en los negocios, así como
generaron un escenario de prosperidad económica para el entonces
Estado Soberano de Santander:
“En 1834 se dictó la Ley 838 de 6 de mayo sobre colonización
y reparto de baldíos (Correa, op. cit., 38). En 1842 el decreto
legislativo del 27 de mayo asigna doce fanegadas a cada una de
las personas que atendían en los tambos o posadas a los caminantes (Ibíd., 40). De allí en adelante son docenas las disposiciones sobre colonización, que al parecer no tuvieron efecto
visible. Muchas personas se abstuvieron de aceptar sólo tierras
solitarias y selváticas, para acceder a las cuales no había cami-
106
de impuestos y servicio militar obligatorio a sus trabajadores, a cambio de construir, en tres años, con su
propio peculio, un camino que comunicara a Bucaramanga con el río Magdalena partiendo desde el punto
el Naranjo, en jurisdicción de Girón (hoy caserío de
Lebrija), hasta llegar a la ciénaga de Paturia.50
En un meritorio artículo en que la fuerza expresiva e incluso poética ocupa más de una página y que para nada
riñe con las nutridas y serias fuentes documentales que
lo sustentan, el arquitecto Alberto Escovar, para fortuna
del lector inquieto, amplía de manera minuciosa los anteriores datos.
Desde su hacienda Montebello, que abracaba las
tierras baldías otorgadas por el Estado Soberano
de Santander en 1862, Lengerke soñó con su red de
caminos. En este lugar también construyó su refugio
que erigió y decoró a la manera de un “castillo alemán” y en donde se acuñaba moneda propia, la cual
permitía realizar transacciones internas. Así mismo,
se izaba la bandea alemana, se cantaba el himno y se
nos. Algunas tierras fueron asignadas en regiones periféricas
como Caquetá y Casanare, a donde muy pocos se atrevían a
establecerse. La colonización sólo se dio en forma consistente,
cuando con la división de los resguardos quedó mano de obra
libre (caso del Valle del Magdalena) o cuando la presión de la
población sin tierras (caso de la colonización antioqueña), se
buscaron nuevas oportunidades de trabajo. Sin ser tan espectaculares como esas o la de Santander con Geo von Lengerke,
en otras regiones de los países ecuatoriales empezó el proceso
a mediados del siglo XIX, pero se hizo más acelerado y destructivo a partir de la 3ª década del presente, por las causas que
se puntualizaron en los capítulos XXI y XXII”.
Víctor Manuel Patiño, La Tierra en la América Equinoccial. Biblioteca Familiar Presidencia de la República, Imprenta Nacional,
Colombia, 1997. p.254.
50
Rodrigo de J. García Estrada. Los extranjeros en Colombia, su parte en la construcción de la Nación (1810-1920). Editorial
Planeta, Colombia, S.A., Bogotá D.C., 2006, pp. 137-138.
107
disparaba un cañón que Lengerke había hacho traer
de Europa. Fue desde aquí que quiso comunicar a
Santander con el río Magdalena y por consiguiente,
con el mar y el resto del mundo. El 31 de diciembre
de 1863 Lengerke firmó con el gobierno del Estado
Soberano de Santander, el contrato par ala apertura
del camino desde Zapatoca hasta el puerto fluvial
de Barranca. La idea era que abierto este camino se
podría construir un puente sobre el río Suárez, para
reemplazar el método de la cabuya. Sin embargo, este
proyecto tuvo que prolongarse hasta 1868, cuando
finalmente la asamblea del Estado contrató a Lengerke
para la construcción del puente. Lengerke estaba obligado a construir el camino en cuatro años; tenía que
edificar una bodega en el puerto y unos tambos a lo
largo de la vía, y se comprometía a tenerla transitable
por veinticinco años. Luego de este plazo las obras
revertirían de manera inmediata al Estado. A cambio
recibía un privilegio, también de veinticinco años, para
cobrar peaje sobre las importaciones y exportaciones
que circularan por el camino. Así mismo recibía una
suma de dinero y 12.000 hectáreas de tierras baldías.
Dentro de las obras de Lengerke merece mencionarse
especialmente la construcción del puente sobre el rió
Suárez, en el sitio conocido como de los Ruedas, que
permitiría la fácil comunicación entre Guane y Zapatoca a través de una estructura colgante de “cables
de alambre”. Este puente debía tener “dos metros
veinticinco de ancho, sin llevar en su construcción más
trabajo de madera que las tablas del piso… sujetas con
tornillos, para facilitar su relevo” tenía un plazo de dos
años para su construcción y recibía como beneficio un
privilegio de veinte años para explotarlo, así como un
“máximun de pasaje por el puente” igual al del puente
de sube (que todavía se conserva). La inauguración se
realizó en 1872 y contó con la presencia del presidente
108
del Estado Soberano de Santander, Solón Wilches,
quien durmió para la ocasión en Barichara. Por otra
parte, el camino a Barrancabermeja fue concluido en
1867. En este punto es necesario aclarar que Lengerke,
por encima de las razones prácticas que lo llevaron
a construir sus caminos, estaba también interesado
en la inmediata valorización de las tierras recibidas
por la apertura de éstos, así como en la reventa de
los terrenos a colonos atraídos por el comercio de la
vía, y también en el cobro de los derechos de peaje
a los usuarios. Sin embargo, y diez años después de
haber culminado la construcción del camino a Barrancabermeja, Lengerke tuvo que sucumbir ante unos
enemigos que defendieron su tierra a sangre y fuego:
los Yariguíes. En efecto, para 1878 el camino estaba
completamente abandonado.51
Esa fecha, 1878, comienza a anunciar el ocaso de Lengerke. Sólo le quedarían cuatro años más de vida. Cuatro
años, que darán fe de un hombre quebrado psicológicamente, perdido para sí mismo y para la externalidad, y en
donde ahora sus enemigos no serán los Yariguíes sino la
insoportable sensación que le toma su cuerpo y su alma
por asalto, haciendo que todo le repugne: el dinero, su
gloria, sus empresas, sus recuerdos, el desprecio, el hastío,
el cansancio de la vida; un hondo remordimiento de estar
vivo; un profundo pesar de no estar muerto.
51
Alberto Escovar, “La cicatriz de Lengerke”, en Barichara,
300 años de historia y patrimonio, Letrarte Editores Ltda., Bogotá,
D.C., Colombia, 2005, pp.120-124.
109
AUGE Y DECLIVE
DE UNA CORTEZA
MEDICINAL
Cinchona Oblogifolia Var α (Bis)
Tomado de: Revista de la academia colombiana de ciencias exactas, físicas
y naturales. Volumen II, año 1938, número 7, agosto, septiembre y octubre.
Editorial de la litografía colombiana, Bogotá. P. 395.
111
Cinchona Oblogifolia Var α (Bis)
Tomado de: Revista de la academia colombiana de ciencias exactas, físicas
y naturales. Volumen II, año 1938, número 7, agosto, septiembre y octubre.
Editorial de la litografía colombiana, Bogotá. P. 395.
Lengerke no fue el único en asumir con criterio utilitarista y por ende, comercial, las bondades medicinales de
la Quina. Entre otros antecedentes, el de José Celestino
Mutis, pareciera tener al respecto luz propia. Fiel como
el que más al discurso ilustrado español que propugnaba,
aparte de otros gestos reformistas, la necesidad de implementar y fomentar el “conocimiento útil”, lo hará
extensivo no sólo al campo educativo, sino también al de
la minería, y por supuesto, -como director que fuera de
la Real expedición de 1783 a 1808 (años de su muerte),
a la ubicación de plantas “útiles”, que por lo mismo, permitieran reflexiones comerciales. Con otras palabras, el
gaditano buscaba: “el honor de la nación, la utilidad de
lo público, la extensión del comercio, la ventaja de las
ciencias, la riqueza del erario y la gloria de los gobernantes
que tales empresas prohijaran”52.
De hecho, el primero en emprender el cultivo de la
Quina y en demostrar, en nuestro medio, sus bondades
medicinales, fue Mutis. A ese efecto, en Mariquita, sede
que fuera de la expedición Botánica durante largo tiempo,
había grandes plantíos de este árbol. Un dato importante,
no suficientemente puntualizado y que respondió a otros
intereses económicos, fue la presencia del sabio en territorio santandereano entre 1767 y 1770. Esta estadía se
fundamentó en el deseo de Mutis de explorar nuevas posi52
Memorial a su majestad Carlos III / Santafé, 20 de junio
de 1764). En: Guillermo Hernández de Alba (1947:15)
113
bilidades en el área de la mineralogía. Para ese propósito,
se desplazó al “Real de la montuosa Baja en las Vetas de
Pamplona”. Si bien en ese momento la Baja y las Vetas
dependían de la provincia de Pamplona, posteriormente,
hacia 1841, los feligreses de la capilla de Vetas solicitaron
al gobernador de Pamplona su desagregación y su erección
como distrito parroquial independiente.
Pese a esta condición de autonomía, la Ley 25 de 1869
del Estado Soberano de Santander, fusionó a las aldeas de
Baja y de Vetas en una sola, que se denominó California,
disfrutando en la actualidad de su estatus de municipio.
A principios del Siglo XX llegaron a esa región una serie
de financistas franceses que crearon una compañía minera
con sede en París llamada la Francia Gold.
Con motivo de la primera guerra mundial, la mayoría de
estos empresarios regresaron a Europa, permaneciendo,
sin embargo, algunos apellidos como los Pallié, que se
entronizaron y se prolongaron en Santander. Japoneses,
canadienses y alemanes, se dieron cita más adelante en
esta zona inmensamente rica en yacimientos de oro y
uranio. En la hora presente, los canadienses han vuelto
nuevamente a explorar la zona. Este aspecto específico,
el de la minería en Santander, amerita una investigación
pormenorizada y concluyente, que hasta la fecha no se
ha realizado, y que permitiría en otro escenario y en
otro tipo de análisis, establecer el impacto sociocultural,
como resultado de este flujo extranjero, en las zonas
mencionadas.
En 1907, llegaron a la región de la Baja y Vetas
los ingenieros mineros Edmon Brochon y F. Pincan
quienes ya habían trabajado en las minas de África
del Sur. Al mes de estar investigando los terrenos
114
por cuenta de la Francia Gold, el primero retornó a
París, con un informe técnico y Pincan, entre tanto,
encontró una magnífica veta a unos seis kilómetros
de “llano redondo” y que él bautizó con el nombre
de “la Francia”. Al finalizar el año volvió Brochón
con 28 técnicos franceses más: calculistas, geólogos,
químicos, mineralogistas, dibujantes, etc., y clavaron
sus toldas en llano redondo. De Francia traían desde
el agua destilada y los palillos, hasta la pesada
maquinaria. Esta la subieron desde Barranquilla, río
Magdalena arriba hasta las bocas del Lebrija y luego
ésta hasta Puerto Santos. Allí los negros la recibían y
la ponían en los cajones que unas gruesas mulas traían
trocha arriba por las vegas del río Suratá, hasta las
plantas que los franceses montaban en California.
Por cierto, las humildes gentes que vendían víveres
y algunas mercancías a los franceses, o merodeaban
en los alrededores, se escandalizaban de cosas muy
ingenuas. De noche se congregaban en el salón principal, los ingenieros, técnicos y capataces, y bebían
buen vino galo y si celebraban alguna fiesta grande,
eran aún más alegres y cantaban canciones de su patria. Los que lograron traer sus esposas vivieron allí
con ellas, y mantuvieron relaciones de amistad con
algunas matronas de Bucaramanga. En los archivos
existen cartas, por ejemplo, de la esposa de don David
Puyana, dueño de la hacienda de “Bábega” en la
Matanza, quien invitaba a la señora de Brochon a
visitarla (Don David le arrendaba a la compañía los
potreros de su hacienda para más de cien bestias).
Años después, empezaron a pintarse los ranchos y los
caminos con rubias y bellas cabezas de muchachos y
muchachas. Un nuevo mestizaje se estaba cumpliendo,
como años atrás sucedió en las regiones de las quinas
y de los sombreros de nacuma, cuando la migración de
115
alemanes se cruzó de nuevo con la mestiza sangre de
los arios que Ambrosio Alfinger y sus soldados habían
hecho en la invasión a las tierras de Santander.53
Volviendo sobre los pasos de José Celestino Mutis, un
hermano suyo, Manuel, recabará en suelo santandereano
en 1768, casándose poco tiempo después en Bucaramanga
con Ignacia Consuegra, dejan numerosa descendencia
que aún hoy forma parte sustantiva y entrañable del departamento de Santander. Aunque Mutis no era muy dado
a proporcionar noticias detalladas sobre sus hermanos y
familiares más cercanos (con la excepción de sus sobrinos
y particularmente, de Sinforoso), se conoce un oficio del
virrey Pedro Messía de La Cerda, con fecha 14 de diciembre de 1769, en donde comunica que a su hermano Manuel
se le ha otorgado la Alcaldía Mayor de Bucaramanga.
Siete hijos tuvo Manuel Mutis Bosio: Sinforoso, José,
Facundo, Dominga, Justa, Bonifacio y Micaela. Con motivo de la muerte de Manuel, ocurrida en la población de
Mompox el 24 de octubre de 1786, José Celestino se hizo
cargo de sus numerosos sobrinos acudiendo a su propio
peculio para educarlos y para inculcarles “Respeto a Dios
y al Rey”, subrayamos además que durante su estadía en
Santander, el sabio “descubrió” (1769) a un inteligente
y prometedor joven que con el correr del tiempo habría
de ser el catedrático, sacerdote, botánico y naturalista
Juan Eloy Valenzuela y Mantilla, a quien llevó consigo a
la capital del Virreinato, matriculándolo, en 1770, en el
Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 54 Además
de su desempeño burocrático, Manuel Mutis se dedicó
a actividades comerciales, adquiriendo con frecuencia
53
Flaminio Barrera, Narraciones de Provincia, Imprenta del
Departamento, Bucaramanga, 1965, pp.23-24.
54
Álvaro Pablo Ortiz, Reformas Borbónicas, Mutis catedrático, discípulos y corrientes ilustradas 1750-1816, Centro Editorial,
Universidad del Rosario, Bogotá, D.C., Colombia, 2003, p.31.
116
mercancías en Cartagena de Indias.55
En concordancia con el triunfo del libre comercio, amplios sectores de la economía santandereana, orientaron
sus intereses hacia la explotación de aquellos productos
agrícolas, o en su defecto, silvestres que disfrutaban de
mayor demanda en el mercado internacional. En el Siglo
XIX las exportaciones regionales se inclinaron hacia el
tabaco primero y posteriormente, hacia la quina y el café.
Los ciclos de bonanza de estros tres productos se podrían
sintetizar así:
- 1848-1875: Auge del tabaco.
- 1860-1882: Auge de la quina.
- 1865-1930: Auge del café.
Con relación a la quina, su proceso fue más fugaz y
traumático que el del tabaco y el café. Una verdadera
fiebre, la “fiebre de las quinas” asoló las hasta entonces
inexploradas selvas del Valle del Magdalena entre 1860
y 1882. Y aunque el Estado Soberano de Santander se
vinculó tardíamente a la explotación de esta corteza medicinal, ya producía en 1880 el 60% de las exportaciones
nacionales, estimadas en unas 15 mil toneladas de cascarilla. Sin embargo, la quina, como ya había ocurrido
con el tabaco, tenía sus días contados. Efectivamente,
tal y como había ocurrido con el tabaco, las tecnificadas
y sofisticadas plantaciones de las colonias inglesas la
borrarían muy pronto de las estadísticas del comercio
mundial.
55
Sobre las actividades comerciales de Manuel Mutis, y en
general de la llegada y vida de la familia Mutis en Santander, resulta de interés el trabajo de Simón S. Harker. “Los Mutis”, Revista
Estudio. Órgano de la Academia de Historia de Santander. Edición
Especial sobre “los Mutis en el Territorio Libre de Santander”. Año
LII, No. 293, Bucaramanga, julio a septiembre de 1984, pp.14-15.
117
Pero entre tanto, y durante más de veinte años, la quina
santandereana llegó a movilizar hasta siete mil trabajadores que devastaron las selvas del Opón y Carare, en
un concurso colectivo que contribuyó a enriquecer a los
exportadores regionales y extranjeros asentados en Bucaramanga y en otras poblaciones santandereanas.
Este espíritu, “el espíritu de filo-exportismo” en que
estaba empapado el país encauzaba hacia la producción para la exportación las energías que buscaban
ocupación distinta a las de la rutina agrícola o minera,
o de la política. El auge del cultivo del tabaco había
sido el primer éxito efectivo de los que querían que el
país tomara ese camino. En él influyó de la manera más
inmediata la política económica. En los demás casos
–añil, quinas, café- no hay esa conexión tan directa
entre cierta forma de política económica y el vuelo de
una producción determinada, pero la tendencia general de la política económica, toda la tendencia de la
vida nacional en ese momento, favorecía (como venía
favoreciendo desde años antes) la producción para la
exportación. Cuando, como es el caso de estos nuevos
montajes agrícolas, se trata de pocas empresas, cada
una relativamente grande, hay que hacer una parte
especialmente importante a las ideas corrientes en la
comunidad sobre lo que a ella le conviene en materia
de producción, a la simpatía con que se miran ciertas
actividades y a los que a ellas se dedican, a la opinión
y los actos de los hombres salientes. Cuando la política
pro-exportista gozaba de auge y se tomaban medidas
para favorecerla (en particular, inclinado hacia esa
finalidad el sistema viario del país) encontraban especial acogida entre los que querían ser bien vistos
en su grupo, las actividades que tendían a ayudar a
ello: sembrar tabaco “quinear”, “tancar” añil, poner
118
cafetadas, eran ocupaciones que tenían gran “prestige
value”.56
Ahora bien, y tal como lo señala Alberto Escovar, la
explotación de la Quina en Santander se dio de dos maneras. Por una parte, estaban los quineros que hacían sus
negocios de manera individual y le vendían la corteza a un
comerciante exportador. Y por otra, existía el negocio organizado desde una empresa de explotación. En este caso
el trabajador era pagado a destello y hacia parte de una
cuadrilla de “cascarilleros”, bajo las órdenes de un capataz
o como asalariados de la compañía. Ésta fue la modalidad de explotación más frecuente en Santander y estuvo
principalmente en cabeza de dos compañías, la primera
de ellas propiedad de Geo von Lengerke, y la segunda,
de Manuel Cortissoz, con el que el primero tendrá, como
se verá más adelante serios enfrentamientos, por y como
consecuencia de la adjudicación de tierras baldías. No hay
duda, entonces, que Lengerke vivirá en sí mismo el auge
y el declive de la Quina. Como ya se ha podido visualizar,
los ingleses, a los que habría que sumar a los holandeses,
se habían llevado para sus colonias la semilla de las que
eran consideradas de las mejores quinas, estableciendo
extensos cultivos industriales. Allí “se aprovecharon de
una mano de obra barata, mejoraron científicamente las
plantas y los cultivos, y terminaron por quedarse con el
monopolio de la quina, eliminando el ciclo comercial
de esta corteza en Santander y en nuestro país”57. No es
apresurado afirmar, entonces, desde ahora, que el ocaso
de Lengerke, que se cierra con su muerte ocurrida en
1882, se debió al entrecruzamiento de los siguientes factores: el vertiginoso desplome de las exportaciones de la
56
Luis Ospina Vásquez, Industria y Protección en Colombia 1810-1930, Biblioteca Colombiana de Ciencias Sociales FAES,
Medellín, Colombia, 1979, pp.273-274.
57
Alberto Escovar, “La cicatriz de Lengerke” Op Cit. p.118.
119
quina en los mercados internacionales, por las razones
ya expuestas; las rivalidades comerciales y por ende personales que se suscitaron entre Lengerke y Cortissoz; el
desgaste que supuso para Lengerke y sus trabajadores los
continuos enfrentamientos con los Yariguíes, y por último,
los trágicos hechos sucedidos en el mes de septiembre de
1879 en Bucaramanga.
Su hondo drama existencial, es el de un ser humano que
gradualmente se va quedando sin asideros de diverso tipo.
Sin asideros económicos; sin asideros locales, cuando él
siempre quiso ver en el progreso de lo local la grandeza
y la identidad de una nación; sin asideros emocionales.
Registrando con dolor la ausencia de legítimos interlocutores, de afectos en el caso de la mujer, que trascendieran
lo ocasional y lo clandestino. A modo de paliativo, y
sabiendo de antemano, que el remedio resultaba peor
que la enfermedad, se entregó en cuerpo y alma a la bebida, para esquivar una realidad cada vez más afrentosa.
Tomaba para olvidar y tomaba para olvidar que tomaba. El
espejo ya no lo reflejaba, lo culpaba. Si antes jugó a jugar
la vida responsable o irresponsablemente, con diques de
contención o desbordadamente, ahora jugaba a no vivirla.
Tomaba seguía tomando, para planear en medio de la
euforia del guarapo, la champaña, el vino blanco, el vino
rojo, el brandy o la cerveza, otros horizontes, cada vez
más quiméricos, más inalcanzables. Ahora lo que estaba
magnificando era el punto límite, el grito, la perplejidad.
Bien podría haber dicho como el poeta Alberto Ángel
Montoya: “Estoy solo y yo no sé de nadie que como yo
en el mundo haya estado tan solo”.
La quina… cuantos sinsabores, cuantos desgastes por
cuenta de la maravillosa corteza.
120
La quina… o mejor la actividad de los “quineros”, es otra
historia que el departamento de Santander, en inadmisible
lujo, se ha negado a asumir. ¿Hasta cuando va a postergar
lo que fue una gesta regional, con los acentos épicos que
tiene toda gesta que se respete? ¿Qué de la cotidianidad
de esos miles de trabajadores, que desafiando vicisitudes
de todo orden, se internaban en las selvas en pos de la
corteza medicinal; de la “alquímica corteza”? ¿Qué de sus
aciertos y desaciertos como colonizadores? ¿Cuáles eran
sus referentes obrero patronales, afectivos, alimenticios,
cuáles sus giros semánticos?
121
NACIDOS PARA EL
CORAJE
Estribos y lanza de Geo von Lengerke
Fotografía cortesía del Dr. Jaime Álvarez Gutiérrez, Bucaramanga
123
Los Yariguíes, aunque ya fueron mencionados, merecen
un comentario más extenso. Conquistados por Bartolomé
Hernández de León hacia 1551, esta agrupación indígena
nunca pudo, sin embargo, ser completamente doblegada.
Era tal su grado de belicosidad que incluso la fuerza expedicionaria comandada por el alemán Ambrosio Alfinger
experimentó en carne propia los permanentes asedios a
los campamentos, bajo la modalidad de “la guerra entre
sombras”, y la decisión irrevocable de este reducto de
batirse hasta la muerte con teutones e íberos. Los ríos
Opón y Carare fueron muchas veces testigos de sus encarnizados enfrentamientos con el blanco. Incluso hasta
bien avanzado el Siglo XIX –y que lo diga Lengerke-, los
yariguíes impidieron con sus gritos de combate, con sus
emboscadas de las que hicieron un arte y con sus flechas
envenenadas el avance del proceso de apertura vial que en
esas zonas desarrollaba un grupo de migrantes alemanes
con el primero de los citados a la cabeza.
Para corroborar lo anterior es necesario retomar nuevamente “La otra raya del tigre”. En ella leemos apartes
como los que siguen y que nos incumben:
Para los indios, el camino era la desgracia, la total
destrucción de su mundo. Vigilaban continuamente.
Sus flechas diezmaban, pero la respuesta era todavía
más cruel. Los arrieros armados no se aventuraban
125
sino en grandes grupos y los combates eran mortales;
los trabajadores debían estar rodeados de una drástica
protección, o se negaban a salir.
Muchas fueron las expediciones del indio Carlos contra los trabajadores del camino de Barranca. Lengerke
recordaría siempre la carta de Klaus Bridler dirigida
a Apohr, viejo empleado de Montebello, y que comenzaba: “con el peón Antonio Sinuco remito a usted cincuenta y cinco flechas que yo personalmente he sacado
ayer del cadáver de Máximo González, asesinado por
los indios el día primero de los corrientes.58
De estos indomables indígenas, que en un momento dado
vivieron en lo que hoy comprende buena parte del territorio donde está enclavada Zapatoca, sobreviven unos
cuantos en estado “natural” a lo largo de las riberas de
los ríos del Opón y Carare.
Ya hemos advertido, que en el transcurso de la segunda
mitad del Siglo XIX las contradictorias concesiones de
tierras baldías, la anarquía resultante del caótico tráfico de
bonos, favorecen el despegue de sociedades tanto comerciales como territoriales. Unas persiguen establecer sendas
líneas de comunicación entre los centros correspondientes
al eje Vélez-Socorro-San Gil-Bucaramanga y el río,
para darle el escenario más apropiado a la exportación
e importación mercantilista. Otras aspiran en otro giro
económico, al dominio territorial para la exportación de
nuevos y prometedores productos con alta demanda en
los mercados europeos: tabaco, añil, la quina, el caucho
o la tagua silvestres en los bosques vírgenes propios de
tierra caliente.59
58
Pedro Gómez Valderrama, La otra raya del tigre”, Op.
Cit. p.250.
59
Jacques Aprile-Gniset, Génesis de Barrancabermeja,
126
Ya hemos referenciado, al que de hecho es un experto
en el tema urbanístico, Jacques Aprile. Pues bien, si de
detractores de Lengerke se trata, este francés egresado de
la Universidad de la Sorbona, es uno de los principales.
De entrada califica (en consecuente tono con la corriente
historiográfica del materialismo histórico), al alemán
de “conquistador del Siglo XIX, en el original sentido
militar de la palabra: conquista un territorio exterminando
aborígenes”60.
Pero las andanadas reales o tendenciales no terminan ahí.
En otra panorámica ubica a Lengerke colocando a favor
de sus intereses económicos (cosa que en principio fue
cierta) a dos reconocidos dirigentes del Estado Soberano
de Santander: en primera instancia a Eustorgio Salgar y
posteriormente, a Solón Wilches.
De otro lado, un alemán, traído por Lengerke al país había
sido nombrado en un cargo que le cayó como anillo al
dedo: Director general de caminos. “Quizá dice Jacques
Aprile, gracias a estos apoyos logra dilatar y a la postre
ganar sus repetidos pleitos de incumplimiento”. Los descalificativos continúan. En efecto, en lo que corresponde
a toda una década, la de 1870 y 1880, ve a Lengerke ya
no sólo como un “genocida” sino como un “depredador”
de los recursos naturales, inaugurando en ese sentido una
“época de pillaje” de dichos recursos, traducida en una
economía de mera recolección de materias primas en bruto, fruto del saqueo indiscriminado de los medios naturales
de producción: caucho, tagua, quina, leña, maderas de otro
tipo, etc. en este contexto )¿o descontexto?), Lengerke será
sinónimo de “aventurero”, de “mercader buscando en las
Instituto Universitario de la Paz, Bucaramanga, Colombia, 1997,
p.16.
60
Jacques Aprile, Génesis de Barrancabermeja, Op. Cit,
p.18.
127
selvas del Opón y del Carare el golpe de fortuna”, de “ave
de rapiña”, de marcada insensibilidad frente a la serie de
avatares de los numerosos trabajadores a su cargo, etc.
Enemigo frontal del espíritu librecambista, Jaques Aprile
acusa a Lengerke, no sólo de adquirir monopolios y de
fortalecer en Bucaramanga la posición social y política de
la colonia germana, “sino que éstos, los monopolios, van
arruinando las economías locales, que antes de la llegada
de él, y de otros alemanes eran prósperas y florecientes.
Obviamente, el historiador francés está completamente de
acuerdo con la “violenta protesta social” que se desató en
la ciudad de Bucaramanga, los días 7 y 8 de septiembre
de 1879.
Pero el tema que más obsesiona a este experto en la historia del urbanismo, es el de los yariguíes, donde Lengerke inaugura “el capítulo más vergonzoso del cuento:
La historia de la conquista militar y violencia del Opón
– Carare durante la República, a solicitud y en beneficio
de los extranjeros, a nombre del capitalismo mercantilista europeo del Siglo XIX. Este “genocidio y su historia
alrededor del mismo, está viciada para Aprile-Gniset de
antemano: “la escribieron los mestizos considerándose
“civilizados” y actuando en pro del progreso contra la
arbarie de los indios “salvajes”61. Se trata pues de una
61
Incurre Jacques Aprile en el error de examinar el pasado
con las categorías del presente, acomodando además su ideología
personal en esa mirada. Hay algo en sus apreciaciones que recuerda un informe línea “American Walsh”, cuando no la inclinación,
por demás válida, hacia la reflexión ecologista. Quizás incurre también en esa visión entre ingenua y romántica, que por cierto tuvo
en Francia a sus principales exponentes y defensores, consistente
en asumir el universo indígena, como sinónimo de lo puro, lo incontaminado, donde hombre y naturaleza son un todo. Si nos detenemos en el calificativo de “salvajes” que ciertamente utilizaba
Lengerke, el resto de sus coterráneos y la dirigencia santandereana, para referirse a los yariguíes, no es exactamente para defender
un proceso de satanización encarnado en el “otro”, sino para contextualizarlo a la luz de determinados antecedentes. Antes que un
128
historia escrita desde las posiciones ideológicas de los
agresores, y con la doble carga racista de los europeos y
de los acomplejados mestizos santandereanos”.
lengerke, o que un Solón Wilches o que un Aquiles Parra, emplearan
el duro calificativo, ya españoles americanos como Caldas, Pedro
Fermín Vargas y otros, privilegiaban bajo el modelo ilustrado de
la que Francia fue la principal inspiradora, la reflexión relativa
al control del hombre sobre la naturaleza, que en últimas significaba la victoria de la razón y de la cultura sobre la barbarie. Así
el primero de los nombrados, Francisco José de Caldas y Tenorio,
establece en su ya subrayado texto “del influjo del clima sobre los
seres organizados”, las diferencias según él, entre la civilización
y el orden, por un lado, y lo salvaje y el desorden por el otro. En
la presentación de estas ideas sobre la naturaleza se muestran los
sujetos ilustrados y se erige una autoridad para ordenar, no sólo
la naturaleza, sino, la sociedad. El punto de vista de un Caldas,
no hace en el fondo cosa distinta a efectuar el desplazamiento de
una representación dominante del “salvaje” esencialmente religiosa a otra, más filosófico-científica. Este punto de vista tributario
de varias corrientes de pensamiento que buscaban, a partir de un
modelo económico y haciendo una apología al trabajo, definir al
hombre esencialmente como un productor. Aquí se aprecian bien
dos de los mecanismos de “naturalización” de la diferencia cultural, legitimados por el discurso de la ciencia. El primero es la
construcción de oposiciones estigmatizadas; la civilización es el
polo positivo de una oposición, mientras que el lugar del “otro”,
el salvaje, es considerado incompleto. Algunas de las oposiciones
que define ese primer mecanismo son: racionalidad, irracionalidad, civilización-barbarie, limpieza-suciedad. El segundo mecanismo, íntimamente vinculado con el anterior, hablará del “otro” en
estrecha asociación con la falta de racionalidad y con lo que sería
una “humanidad improductiva y por añadidura, disminuida”. De
esta manera, el “triunfo de la nación civilizada, europea y mestiza
en la mente de los ciudadanos colombianos se logró mediante la
más completa estigmatización del ser indígena y de su cultura”.
Para esa temática, se recomienda especialmente el conjunto de
ensayos que el historiador cartagenero Alfonso Múnera, agrupa en
su texto denominado: Fronteras Imaginadas. La construcción de las
razas y de la geografía en el Siglo XIX colombiano. Editorial Planeta
Colombiana S.A., Bogotá, Colombia, 2005. en su obra Múnera revela cómo a lo largo de un siglo, y con reflejos que perduran hasta
el presente, se diseñó un modo dominante de pensar un proyecto
de nación en términos profundamente racistas, por cuenta de las
elites regionales, que por lo mismo, colocó en estado de cuarentena a gran parte del colectivo nacional.
129
Más que un progresista que luchó incansablemente para
sacar al santandereano de su tradicional tendencia al individualismo a ultranza y a la insularidad, Jacques April
ve fundamentalmente en Geo von Lengerke, a un organizador de expediciones punitivas contra los yariguíes, con
la intencionalidad explícita de borrarlos de la faz de la
tierra. No vamos, desde luego, a negar el hecho de un
Lengerke que obtiene para sí y para sus trabajadores un
armamento que además se lo proporciona el propio sector gubernamental del Estado Soberano de Santander.
Lo que sí se observa, y no sin cierta preocupación, es la
lectura tan horizontal y reduccionista que April hace de
este episodio en concreto.
¿Por qué no admitir, sin justificar el hecho en cuestión,
que Lengerke en su duro proceder contra los yariguíes fue
consecuente con un discurso, que aparte de suyo era el de
toda una época? Influenciado, como ya se expresó, por
una ética protestante, que por sus características permite
pasar con relativa facilidad de un discurso religioso a uno
económico y a otro de corte racista. De ahí que el aborigen que se coloca en contravía de los ideales de ciencia
y progreso, sea tratado como una especie de “Filisteo”
indeseable al que es lícito, incluso exterminar. ¿No fue
acaso lo que le sucedió al nativo que ocupaba las grandes
praderas de la actual Norteamérica, al sufrir como sufrió
los rigores del discurso calvinista que previamente había
conquistado a la otrora católica Inglaterra? ¿Cómo negar
lo que en términos generales fue la irrupción de un capitalismo a secas que impulsó toda la reforma protestante
sin más posibilidades que el estigma de lo nuevo?
El triunfo del asentamiento puritano, la extensa prosperidad material, el rápido crecimiento territorial y
la presencia de blancos y negros, todo ello dio una
cualidad especial a la manera en que los Estados
130
Unidos recibieron u desarrollaron el pensamiento
racial de la Europa occidental. Y sin embargo, el
pensamiento racial norteamericano también fue peculiarmente británico. Como colonos ingleses, los
nuevos americanos se sintieron herederos de una larga
tradición anglosajona-teutónica. En los siglos XVII y
XVIII, mucho antes de que surgiese un concepto anglosajón específicamente racista los norteamericanos
compartieron con los ingleses una fe en las libertades
políticas e individuales del periodo anglosajón. De ahí
que no fuera motivo de extrañeza el ataque científico
al indio como inferior y prescindible, que abundó entre 1830 y 1850. La posición científica predominante,
en el decenio de 1840, era que los indios estaban
condenados por causa de su inferioridad innata, que
estaban sucumbiendo ante una raza superior y que
esto era para bien del país y del mundo. La impotencia
del gobierno federal ante las matanzas de indios en
California durante los años cincuenta y sesenta ha de
considerarse ante la difundida “opinión intelectual y
popular de que el remplazo de una raza inferior pero
una superior no era sino el cumplimiento de las leyes
de la ciencia y de la naturaleza. Aunque la idea de
trasladar a los indios a tierras del oeste, lejanas y copo
codiciables, se había sugerido después de la compra
de la Lousiana en 1803, esta sugerencia originalmente
incluía a los indios que desearan conservar su modo
de vida. Los indios que se oponían a la asimilación
a veces eran invitados a trasladarse más allá del
Mississippi, pero los que daban señales de aceptar
las formas externas de la civilización blanca fueron
alentados a perpetuarse en las tierras, trabajarlas,
legarlas a sus herederos y transformar su modo de
vida. El traslado de los indios tal y como se desarrolló
entre 1815 y 1830, fue un rechazo de todos los indios
como indios, no simplemente un rechazo de los indios
131
no asimilados, que no podían aceptar el estilo de vida
norteamericano. Qué poco guardaban de aquellos que
estaban dispuestos a afirmar no sólo que los indios
eran capaces de mejorar, sino que en el estado en que
existían eran espacialmente felices. Esta idea había
existido en cierta forma desde la época de los primeros
contactos, pero en el Siglo XVIII la idea del indio como
noble salvaje que revelaba en su espléndida simplicidad las debilidades y los vicios de una Europa caduca,
llegó a ser tema importante de los literatos europeos.
Aún más, esta imagen del indios como noble salvaje
se debía también admirar e incluso emular.62
No desechemos, pese a la innegable ferocidad de los
yariguíes, que ésta, en más de una ocasión hubiese sido
utilizada a modo de una cortina de humo o como práctica distractiva, para justificar fracasos comerciales y
empresariales, el mismo Lengerke pudo haberse servido
de este tipo de argucias, tal y como se desprende de la
siguiente carta que escribió de su puño u letra el 5 de
julio de 1878:
… yo no estoy en posesión actual del privilegio que se
me concedió para la apertura de aquel camino: ¿y por
qué? Porque los salvajes de los desiertos que habitan
en los bosqiu4es que atraviese el Camino, se han
apoderado de el y en el han sacrificado a pasajeros y
jornaleros, razón por la cual desde enero del presente
año no he encontrado ni a peso de oro jornaleros ni
arrieros que quieran trabajar ni conducir arrías por
aquel camino, por temor de ser sacrificados por las
felchjas de los salvajes. De tales hechos es sabedor
tanto el gobierno ejecutivo del Estado como el legis62
Reginal Horsman, La raza y el destino manifiesto. Orígenes del anglosajonismo racial norteamericano, Fondo de Cultura
Económica, México, 1985. pp.263-164.
132
lativo, de quienes he recabado con razones poderosas
el auxilio de gente armada para darles garantías a los
jornaleros y arrieros y la única contestación que he
recibido ha sido su profundo silencio.
(…) Si el comercio de Zapatoca está sufriendo de aquel
camino, yo sufro mucho más que él, porque considero
perdido todo el capital que pasa de doscientos mil
pesos ($200.000), que se han invertido en la apertura
y establecimiento de él, aparte de los valores de los
tambos, que han sido destruidos por los salvajes (…)
Como el gobierno por su parte no ha cumplido con el
deber que ha tenido de darme garantías y seguridades,
para el sostenimiento del camino que conduce al
puerto de Santander, hoy me veo en la imprescindible
necesidad de renunciar, como formalmente renuncio,
al privilegio que tengo en el camino. (…)63
Diezmados, por no decir, exterminados por completo, los
yariguíes a nombre del progreso, cuando se opusieron con
valor temerario a la apertura de caminos y a la explotación
de la quina en sus zonas de influencia, desaparecieron
por añadidura, en dato que estremece, de “los atlas de
etnología colombiana”.
¿Cuándo se extinguió esta etnia indígena, que nunca pudo
ser subyugada? ¿Fue Lengerke realmente el “abadón
exterminador” de la mismas? ¿Cuándo desapareció,
volvemos a preguntar, este grupo de origen caribe que
en la época colonial había enfrentado al capitán Juan de
Angulo, a Benito Franco, a Martín Gómez, y a don Juan
de Borja?
63
Archivos de la Gobernación de Santander.
133
Los indios estuvieron tranquilos en sus refugios hasta
la época de las quinas, durante la cual hubo actividad
en estas regiones. Un alemán llamado Geo von Lengerke fundo una hermosísima hacienda llamada Montebello, situada en la falta oriental de la cordillera de
la Paz, en donde tenía la excentricidad de domesticar
un caimán, con el que ocasionaba terribles pánicos
a sus visitantes. Construyó un camino que partía de
Zapatoca, pasaba por su finca, cruzaba los cerros
de la Paz y el Omir, pasaba por la Vizcaína, antigua
localización de la ciudad de León; seguía por la Mesa
de Caballeros e iba al puerto de Peña de Oro, sobre el
río Oponcito. Por este camino se exportaban grandes
cantidades de Quina. Entonces hubo algunos choques
con los indios, pero no de consideración, pues las
quinas se recolectaban en los climas templados, en las
partes altas de estas regiones, y los indios siempre han
ocupado las bajas. Pasada nuestra última revolución
de tres años, el entusiasmo de los zapatocas, la raza de
espíritu más expansionista de Santander, consiguió la
construcción de la trocha de Barranca a San Vicente,
y que atravesaba por el corazón de la región ocupada
por los últimos rastros de los yariguíes. En años de
1920 bajaba quien este escribe por el río Oponcito y
paso frente al campamento de Carlos, último cacique
de los yariguíes. Dos indias estaban en el puerto, una
llamada Guare y la otra María. Al dirigir la proa de
nuestra canoa hacia la orilla, una de ellas huyó hacia
el interior, y la otra nos esperó. Desembarcamos; le
preguntamos a la que esperó, por el indio Carlos, y
ella nos contestó: “Indio malo murió”. Entramos al
interior del pequeño descubierto, y allí en la casa estaba la otra mujer, la que nos informó que Carlos había
sino mordido por una culebra verrugosa. Preguntamos
en donde había sido enterrado, y nos llevaron a un
extremo de la roza, en donde se veía todavía la tierra
134
removida. Allí nos descubrimos ante la tumba del
último yariguí.64
Lengerke, personaje multifacético, se preocupó hasta
donde pudo, por estudiar las costumbres y el dialecto de
estas irreducibles comunidades aborígenes que habitaban
el occidente de Santander. Muchas de estas indagaciones
que remitía a modo de comunicados con regularidad a
Alemania, lamentablemente se perdieron, no así, algunas palabras del dialecto de estos grupos del Opón y del
Carare, que fueron publicadas en 1878, en la Revista
Zeitzchrift für Ethnologie de Berlín. Ese vocabulario indígena fue recuperado por el historiador nariñense Sergio
Elías Ortiz, y ampliado posteriormente por los sociólogos
Roberto Pineda Giraldo y Miguel Fornaguerra, al igual
que el Fundador del Instituto Etnológico Nacional, Paúl
Rivet. Gracias al concurso del Presidente Eduardo Santos,
Rivet pudo radicarse en Colombia, en la década de los
cuarenta; encontrando en nuestro medio, una suerte de
oasis, que lo salvó de “la persecución que su francesismo
y su amor sin límites a la libertad le acarrearon de parte
del nazismo invasor de su patria.65
64
Francisco Andrade “El último yariguí”, en: Boletín de
Historia y Antigüedades, Volumen XXXI, Bogotá, Colombia, mayo –
junio de 1944, Números 355 – 356, pp.573-574.
65
Véase, Homenaje al profesor Paúl Rivét, Editorial ABC,
Bogotá, Colombia, 1958, p.15; pp.63-67 y pp.192-201.
135
GÉNESIS Y
CULMINACIÓN DE UN
CONFLICTO
Atribuida a GAVASSA
David Puyana Figueroa s.f.
Tomado de: Fotografía en el Gran Santander. Desde sus orígenes hasta 1990.
Banco de la República, Departamento Editorial, Bogotá, Colombia, p.87.
137
Ya se han venido puntualizando factores de orden externo, que poco a poco disminuyen “el poder de pequeño
potentado tropical” como califica Ernesto Volkening
a Lengerke. No sólo es, y retomamos la temática, la
vulnerabilidad de la quina frente a las oscilaciones del
mercado mundial donde crece la oferta de la corteza y
bajan los precios, hasta arrojar como fatal resultado, que
afecta terriblemente al empresario y comerciante alemán,
un desastre económico de proporciones mayúsculas, que
sin exagerar lo hiere de muerte, acelerando su inminente
final. Ya no podrá seguir contando con el “hambre de
la materia prima”, como coyuntura a su favor, y que le
permitió exportar la corteza medicinal a gran escala, para
descargarla a continuación en los grandes puertos, línea
Londres, Amberes, Ámsterdam, Copenhague, Hamburgo
y Bremen. Ya su lucha, hasta resultar infructuosa no es
solamente con las incontrolables operaciones de la bolsa
internacional. Ahora tendrá que vérselas además con un
despiadado competidor Manuel Cortissoz66. ¿Cómo llegó
este judío de las Antillas a Santander, y cómo igualmente,
66
Si bien ya se ha hecho mención de Manuel Cortissoz, no
sobra señalar que entre los comerciantes extranjeros radicados en
Bucaramanga, disfrutó de gran fama y prestigio, a la que sin duda
contribuyó el hecho de formar parte estrecha de la casa barranquillera A. Wolff & Cía. que en 1877 estableció la sociedad en Comandita M. Cortissoz & Cía. Plenamente establecida y consolidada
la sociedad, y aprovechando el notable incremento que entre 1877
y 1881 alcanzó el precio de la quina, Cortissoz se involucró a fondo
en la producción y exportación de dicha corteza medicinal.
139
llegaron él y su familia a Colombia? La historiadora barranquillera Adelaida Sourdis Nájera explica muy bien
el tránsito de estos hebreos de Curazao hasta llegar a
ejemplificar a la elite de comerciantes judíos radicados
en Barranquilla promediando el Siglo XIX.
Jacob Cortissoz Pinto y su hijo Ernesto Cortissoz Álvarez-Correa, fueron líderes connotados de la comunidad
y pioneros e inspiradores de importantes iniciativas
que impulsaron el desarrollo de la ciudad portuaria y
del país. En efecto, además de los negocios bancarios y
de producción de cerveza, los Cortissoz incursionaron
en otras actividades no menos lucrativas: fabricación
de fósforos, aserríos, y dos importantísimas iniciativas: el acueducto de Barranquilla emprendido por
Jabob y el transporte aéreo que inmortalizó a su hijo
Ernesto. No sólo emprendió Jacob Cortissoz iniciativas de negocios. La vida social de la comunidad (en
este punto – la afirmación es nuestra- encontramos
sorprendentes coincidencias con Lengerke), fue también preocupación suya. La moda de los clubes como
espacios de socialización entre hombres –se trataba
de una sociedad machista- nació en Inglaterra y en
Francia, en el Siglo XVIII, y en Barranquilla tuvo gran
acogida entre los comerciantes y hombres de negocios.
En 1870 se había fundado el Club del Comercio por
iniciativa de Martin Wessels. En 1882 Jacob organizó
junto con 34 conciudadanos el segundo Club Social
de la ciudad, el afamado “Club Barranquilla”, que
perduró durante cerca de un siglo. Familiares y amigos
muestran a Jacob como padre amante y preocupado,
dueño de profundas convicciones morales, en donde
se descubren los valores hispánicos de la honra y el
honor, y la ética burguesa del ahorro, la frugalidad,
la tolerancia y la seriedad en los negocios.
140
No podemos dejar pasar otra coincidencia, o mejor otra
constante. Una relectura de la Barranquilla de finales del
Siglo XIX permite advertir lo que ya habían advertido
los Cortissoz, esto es que en esa Barranquilla, las dos
colonias de migrantes más importantes y posicionadas
eran la sefardita y la alemana. Gran número de germanos
establecidos en la ciudad, se dedicaban con energía y
entusiasmo al comercio y los negocios. Lejos de lo que
pudiera pensarse a nombre de los lugares comunes, hebreos y alemanes coexistían en medio de la mayor de
las cordialidades. Colombia, en el decir de más de un
estudioso, era un país germanófilo y más Barranquilla o
Santander. En Bogotá, por el contrario, había más empatía
con Inglaterra y Francia. Tercera constante: los Cortissoz,
incluido Manuel, fueron como Lengerke, simpatizantes, y
no sólo simpatizantes, sino miembros activos de la masonería. Sea el momento de afirmar que las logias masónicas
más importantes del país han sido las de la Costa Atlántica
y Santander. Cuarta constante: si bien los Cortissoz eran
judíos provenientes de las Antillas, se educaron con alemanes, viajaron a Alemania y particularmente a Bremen
(tan cercano a Lengerke), y tuvieron muchas amistades
con gentes oriundas de esa nación.
En lo que respecta a Manuel Cortissoz, éste se estableció
en Santander, se casó en Bucaramanga y tuvo una familia
numerosa. Pero todos ellos se dispersaron después.67
En enfrentamiento posterior entre “el judío curazaleño”
y Lengerke puede resumirse en síntesis apretada de la
siguiente manera, teniendo el problema de la quina como
telón de fondo, y acudiendo para ellos, una vez más a “La
otra raya del Tigre”:
67
Hilda Strauss Cortissoz y Miguel García Bustamante,
Ernesto Cortissoz, Conquistador de Utopías, Talleres de Lerner
Ltda., Bogotá, Colombia, 1994, p.30.
141
El secreto de la explotación, la habilidad del manejo,
las granes extensiones concedidas por el Estado de
Santander, eran de Lengerke y Cía. Parecía en aquel
momento que todo el poder estaba reunido en manos
del alemán, que desde Montebello manejaba el imperio. Pero la política conspiraba. Como en los años
del virreinato, se mezclaba con la cabeza febrífuga: el
poder central, desdeñoso y desconfiado de la soberanía
de los Estados, daba sus pasos para asegurar sus fines.
Un buen día, se supo en el Socorro que el gobierno
de Nuñez ya había entregado la inmensa concesión
de treinta mil hectáreas a la compañía formada de la
noche a la mañana por Manuel Cortissoz, venezolano
de nacionalidad y judío curazaleño o portugués, venido tiempo atrás a las tierras de Venezuela, y ahora
afianzado en Colombia con brillantes conexiones en la
secretaría de la Hacienda de la Unión. Manuel Cortissoz había establecido casa en Bucaramanga, frete a la
de Lorent, el cónsul alemán. Y reclutando quineros arruinados, vagabundos vencidos, gentes desarraigadas
por las guerras civiles, había puesto en las áreas de su
concesión un ejército de peones armados que pisaban
los terrenos de Lengerke, su concesión desconocida
por el gobierno nacional. Por el camino de barranca
circulaban los peones pendencieros; se trababan en
guerrillas con los indios y con los hombres de Lengerke. Confiscaban los bultos de quina, cerraban los
caminos, mataban y asolaban.68
Ésta que bien podría denominarse la “guerra de la quina”,
desgastó a la larga a los dos competidores a nivel más
de tradición oral que de otro tipo de comprobación, se
comentaba que Lengerke estaba dispuesto a enfrentarse
68
Pedro Gómez Valderrama, La otra raya del tigre”, Op.
Cit.. p.223.
142
a duelo con Cortissoz; duelo69 que este cobardemente
rehuyó.
A lo largo de toda esta problemática Lengerke contó
con el apoyo incondicional del General Solón Wilches.
Finalmente, esta “guerra” la perdieron ambos, no por lo
que anticipadamente se pensaba sería una guerra política
entre el Estado Soberano de Santander y el Gobierno de la
Unión, sino por virtud del declive de la quina en los mercados internacionales, como ya lo habíamos expresado.
El enfrentamiento, pues, había sido provocado a modo
de detonante por la demanda externa de un producto,
la quina, y se extinguió cuando se presentó la “sensible
decaída del precio de la corteza”70.
Fueron estos indicadores internacionales los que se impusieron fría y contundentemente sobre los intereses comerciales del sector empresarial germano-santandereano,
antagónicos con los intereses económicos de los negociantes bogotanos, más inclinados a promover fábricas
de loza y de paño, fábricas de cerillas, además de fábricas
de vidrios y de papel.
69
Dentro de la dualidad leyenda-realidad que sigue envolviendo la parábola vital de Geo von Lengerke, el tema del duelo y
las motivaciones para llevarlo a cabo: dejar a paz y salvo el honor,
que ha sido afrentado y mancillado, necesariamente tendría fabulada o realmente que contar con un espacio en Santander, para
ese efecto, en donde él, Lengerke debía demostrar enarbolando
su virilidad como la mejor de las preseas, su perfil de triunfador.
No solamente, se le atribuye desde esta perspectiva el inconcluso
duelo con Manuel Cortissoz, sino con David Puyana, acaudalado
comerciante, de “mezcla inopinada de irlandés y judío”, que logró
grandes beneficios económicos, primero cuando obtuvo la renta
de los aguardientes y más adelante, cuando funda su primera hacienda, cuando a la vez construye la enorme casa de la Cabecera
del Llano, en los Altos de Bucaramanga, desde donde se divisan el
cerro de Palonegro y el Alto de Girón y Ruitoque. Ambos, Lengerke
y Puyana se detestaban profundamente.
70
Jacques Aprile, Génesis de Barrancabermeja, Op. Cit.,
p.23.
143
PROPÓSITOS
SIMILARES
Familia Solón Wilches y sus hijos
Copia en albúmina 13X19cm s.f.
Propiedad: Familia Barón Wilches, Bucaramanga.
Tomado de: Fotografía en el Gran Santander. Desde sus orígenes hasta 1990.
Banco de la República, Departamento Editorial, Bogotá, Colombia, p.80.
145
Primer Ensayo de Fotograbado
Por: J.M. Ramírez M.
Málaga.
Tomado de: Corona Fúnebre del General Solón Wilches, 1894. Tip. Mercantil de Bucaramanga
Esta afirmación, la de una identificación en los propósitos,
es la que mejor permite tipificar los nexos de amistad y de
otro tipo, entre Lengerke y el General Solón Wilches en la
población del cerrito (1835), ubicada en le corazón mismo
de la provincia de García Rovira, y que con el transcurrir
del tiempo se convertirá en la figura más protagónica y
carismática del Estado Soberano de Santander. Realizó
el futuro caudillo liberal, estudios de ciencias políticas y
de jurisprudencia en los severos y exigentes claustros de
San Bartolomé y del Colegio Mayor de Nuestra Señora
del Rosario, sonde asimiló con dedicación ejemplar, que
sin el acatamiento y el respeto por la ley, es imposible
garantizar la noción del bien común y de salud social.
Como gobernante regional y como administrador, el General Wilches da muestras de estar fuertemente imbuido
de un espíritu visionario y progresista en el marco de la
ideología liberal. Al igual que Lengerke, Solón Wilches,
conocido también como “El León del Norte”, entendió
con claridad, que entre las regiones que configuraban a
Colombia, existía un intercambio –como bien lo analiza
Lázaro Mejía Arango71- de bienes y personas especialmente limitado, y cada una de tales regionales, por el
aislamiento era independiente y obligadamente autosu71
Lázaro Mejía Arango, “Verdades e inexactitudes sobre el
radicalismo”, en Economía Colombiana, Revista de la Contraloría
General de la República, Edición 315-316, Bogotá, D.C., Colombia,
julio-octubre de 2006, p.135.
147
ficiente. Por ser el espacio regional tan extenso y estar,
además internamente fragmentado por accidentes geográficos, en muchos casos, y Santander no fue la excepción,
existía una marcada situación de insularidad entre zonas
al interior de la misma región. Las condiciones derivadas
del gran distanciamiento geográfico entre áreas y poblaciones, se veían agravadas por la inexistencia de caminos
o vías apropiadas de comunicación y, de esa manera la
circulación de productos resultaba muy restringida.
Como resultado forzoso de esa condición, coexistieron en
todo el país muchos mercados, la mayoría de los cuales no
alcanzó siquiera la dimensión regional. La inexistencia de
un mercado nacional fue el lamentable efecto de esta situación: sin mercados consolidados en los niveles nacional
y regional y ausente de competencia en le nivel global, la
agricultura apenas creación débilmente, sin el aliciente de
la productividad, y la mayoría de las veces con productos
de baja calidad. Así las cosas –captadas por Lengerke y
Solón Wilches-, solamente la posibilidad de productor para
el exterior era favorable. En ese “salir hacia fuera”, la alternativa de transporte a vapor por el río Magdalena “arteria
que fuera de la Patria”, aseguraba costos razonables. La
oferta de transporte para enviar los productos era creciente,
con la posibilidad de fletes económicos que aprovechaban
carga de compensación. El tabaco, la quina, el añil y el
algodón, tan propios de la región santandereana, no eran
productos de lo que los economistas denominan “productos de acelerada perecibilidad” ni exigían condiciones de
producción, cosecha, tratamiento, empaque y transporte
especialmente dispendiosos. Las condiciones del mercado
internacional en las postrimerías del Siglo XIX, estaban
pues, servidas en bandeja de plata para los productores
colombianos y extranjeros, si pensamos, como estamos
pensando en Santander, su desaprovechamiento habría
sido a todas luces imperdonable.
148
Consecuentemente con estos esquemas, el camino de
García Rovira a Casanare, el ferrocarril de Cúcuta, el
ferrocarril de Bucaramanga al Magdalena (que se denominaba por aquel entonces el “ferrocarril de Soto”),
fueron el resultado de su profundo conocimiento de la
realidad local. Enfrentando no pocos obstáculos, derivados en gran arte de una mentalidad como la colombiana
poco dispuesta en general a aceptar planes a mediano y
a largo plazo y sí a secundar la cultura del “ya”; del “sírvame rápido el almuerzo”; del “lo necesito para ahora”;
del “para mañana es demasiado tarde”, logra que en julio
de 1881 el pueblo de las riberas del Magdalena conocido
como “Monte Cristo”, que servía de punto de partida del
ferrocarril; fuese bautizado solemnemente por el entonces
jefe departamental de Soto, don Francisco Ordóñez, con
el nombre de Puerto Wilches.
El General Solón Wilches Calderón dirigirá los destinos
del Estado Soberano de Santander en 1870 y posteriormente, en 1878 hasta 1884, época en que fue también
candidato a la presidencia de la República. Su lema: “Escuelas y caminos, respeto a Dios y a la Constitución”. Fue
un lema revolucionario para el momento. Lo es, porque
desde éste, se apostaba a facto del “conocimiento útil”, de
una democracia entendida como tolerancia y sana controversia, y sobre todo, un lema que buscaba materializarse
en una impresionante red de comunicación vial. Este despliegue pragmático se demoró sin embargo, medio siglo72
para poder cantar victoria. Vicios del ayer y que persisten
todavía en el hoy, conspiraron contra el proyecto: las contiendas civiles, el regionalismo a ultranza, el caos administrativo, la envidia (que en Santander asume las veces de
72
Una relación de los pormenores, que explican las décadas
de atraso del ferrocarril de Wilches, es la que proporciona Gustavo
Arias de Greiff, en su obra La Mula de Hierro, Carlos Valencia Editores, Bogotá, Colombia, 1986.
149
una pandemia), los trámites burocráticos, el conformismo
reinante, la inercia y la incomprensión, bloquearon una
iniciativa que sólo se hará realidad ¡hasta 1932!
Solón Wilches, lo mismo que Geo von Lengerke, soñaba
con un Estado Soberano de Santander intercomunicado
a plenitud con otras regiones, bien nutrido, pleno de una
auténtica educación para la democracia, superando las
pugnas fraticidas, garantizando ese su ideal, por legiones
de ingenieros, agrónomos, técnicos, agricultores, industriales y, por educadores de perfil laico, exentos de cualquier
tipo de fanatismo. Su amistad con lengerke fue un hecho
cumplido, como también lo fue su respaldo incondicional
a los proyectos comerciales y empresariales del alemán.
Ante los ojos tenemos una carta que por sí sola, corrobora
lo anterior:
1880. Socorro, septiembre 15.
Señor Geo von Lengerke, Zapatoca.
Muy distinguido amigo:
Acaba de llegarme su apreciable de ayer que me
apresuro a contestar, como lo hice con su telegrama
de la misma fecha.
Ví las castas adjuntas, las que en lugar de hacerme
ver motivos de alarma, creo que lo que hay es preocupación por parte de los competidores en la especulación comercial. Ellos están temiendo ataques del
Gobierno y por eso manifiestan aprestarse y tratan
de intimidar para sacar lucro de sus amenazos. La
especie con relación á Avendaño es inexacta, porque
él ha llegado á esta ciudad, con le fin de ver peones
que debían haberle ido y que ya no le irán, y así serán
las demás especies que se propagan.
Lo que nosotros necesitamos es mucha cordura en
nuestros procedimientos y mucha actividad para darle
ensanche á las operaciones de la empresa, y evitar a
150
todo trance procedimientos de violencias, pues con el
ejercicio del derecho que tiene la “compañía industrial
de Santander” y las influencias legales y morales que
habrá de ejercer, habrá combatido con justicia toda
competencia indebida. Si los competidores cometen
abusos, tanto peor para ellos, entonces se obrará como
se debe ejercitando el derecho que la ley establece.
Mientras estén pendientes las reclamaciones con el
Gobierno Nacional, es cuerdo no situar fuerza armada en Zapatoca, porque con la actitud amenazante
comprometeríamos el éxito de nuestras reclamaciones,
pues ha de saber usted que el Gobierno Nacional le
han informado que el Gobierno del Estado y ellos lo
que quieren es cometer abusos y atacar todo derecho,
y ante todo, debemos justificarnos para moralizar la
empresa procurándole apoyo en la opinión pública y
que su impulso sea irresistible, usted comprende perfectamente, que una vez que el Estado se penetre como
está sucediendo ya del objeto laudable que se propone
el Gobierno en la avocación con la casa de usted, dándole trabajo á todo el mundo, ensanchando la industria
y la riqueza y sacando recursos para realizar la redentora empresa del ferrocarril, no habrá quien la pueda
combatir, y todo el que lo haga se desprestigiará;
además que el Gobierno Nacional se convencerá de
nuestro buen proceder y nos apoyará decididamente.
Ahora mismo acabo de recibir telegrama de Bogotá
en que se me participa que el secretario de hacienda
está vacilando en punto á sostener la adjudicación á
Granados y González y que aguarda determinación
del Dr. Núñez, para atender á la revocatoria pedida
por el Gobierno del Estado; lo cual quiero decir tácitamente reconoce que esta solicitud del Gobierno es
legal y justa, pues sino fuera así, él habría resuelto ya
confirmando la adjudicación; una vez que él mismo fue
quien dictó la resolución.
151
Con tino, pues, todo lo obtendremos, por ahora lo que
debemos hacer es aumentar mucho los trabajadores,
para lo cual sepa usted que se me han ofrecido muchos
de todas partes, y especialmente de García Rovira, de
donde vendrán pronto con sus respectivos jefes.
Nada debemos temer, no hay qué preocuparnos por
nada, tener mucha fé y calma para obrar con energía
en le momento preciso y para no dejarnos sorprender
con artimañas; hay por tanto que comunicar valor y
confianza á todos los miembros de la empresa. Mandaremos un posta o un comisionado inmediatamente
donde el Dr. Rafael Núñez, á quien ya le telegrafié.
Saludo atentamente á todos los miembros de su casa y
al Sr. Serrano y quedo aguardando sus órdenes.
Con la estimación de su muy adicto amigo,
Sólon Wilches.
Es urgente probar, como ya se lo dijo Antonio, la efectividad de las minas de carbón que existen dentro de
los terrenos de la adjudicación a Granados y González,
vean el artículo 1.121 del Código Fiscal Nacional.73
Una carta, con la extensión de la que hemos reproducido,
no es exactamente una carta protocolaria o una fórmula de
cortesía, en ella, con un gran sentido diplomático, Solón
Wilches, unas veces tácitamente y otras explícitamente,
demuestra la incondicional defensa de los intereses
económicos de Lengerke, que en el fondo, son también sus
propios intereses, en el marco de una sólida amistad. En
ese contexto, el documento reviste gran valor, pues aunque
no se menciona franca y categóricamente una lectura entre
líneas, nos remite una vez más al tema de las quinas, y a
la controvertida, por no decir arbitraria concesión hecha
por el gobierno de la Unión a Manuel Cortissoz, a Miguel
Díaz Granados y a Nepomuceno González, de veinte mil
73
Archivo Personal.
152
hectáreas que en buena parte se superponían a las tierras
de Lengerke.
De las meritorias ejecutorias del General Wilches, da fe
su nominación a la candidatura presidencial por cuenta
del radicalismo liberal en 1883. El otro candidato, y quien
fue finalmente el triunfador, era Rafael Núñez que contó
además con el respaldo de los conservadores. Cobró tal
fuerza la candidatura de Wilches, que el mismo Núñez,
con quien el General había tenido diferencias en el pasado
inmediatamente anterior, lo felicitó en los más cálidos y
elocuentes términos. Esos giros insospechados del “Regeneracionista”, no hacían sino reflejar un temperamento
impredecible, polémico, que en lo ideológico hará un tránsito igualmente insospechado, al pasar de su condición de
secretario de hacienda de Tomás Cipriano de Mosquera, y
que de acuerdo a las funciones inherentes a dicho cargo,
fue el firmante del famoso decreto de desamortización
de los bienes de manos muertas, a establecer mucho más
adelante, una alianza táctica-estratégica con Miguel Antonio Caro, indiscutible y formidable “eminencia gris”
del conservatismo. Frente a ciertos matices “utópicos”
del radicalismo liberal, Núñez fuertemente influenciado
por la tesis del “realismo político” del sociólogo Herbert
Spencer, la hará efectiva, sobre todo, en el tema de la
Iglesia Católica a la que privilegió en la carta magna de
1886, asumiéndola como antes lo haría Bolívar, “como
uno de los más importantes resortes políticos, y por ende,
de poder”. He aquí el tono de la misiva:
Señor General Solón Wilches, Bogotá, octubre 26 de
1884.
Estimado General y Amigo:
Terminadas que han sido las elecciones de ese Estado
(el de Santander), me es grato saludarlo y felicitarlo
pro la parte importante que usted ha tenido en el
153
término de las desavenencias que allí ocurrieron.
El Señor General González tiene encargo mío de hacerle una visita, y de hacerle verbalmente también esta
misma sincera y expontánea manifestación. Si usted
viniese al Senado próximo, tales sus antiguos amigos
procuraríamos contribuir á que su permanencia en
esta ciudad le fuese muy agradable.
Reciba usted estas líneas como expresión sincera de
los íntimos sentimientos de su antiguo amigo y compatriota que lo estima de veras,
Rafael Nuñez.74
Más sorprendente es la carta que le envía el payanés y
conservador Sergio Arboleda, al General Wilches, con
fecha noviembre 30 de 1882, cuando este todavía era
Presidente75 del Estado Soberano de Santander, y de la
cual, transcribimos los párrafos que en nuestro parecer
son los más dignos de ser tenidos en cuenta.
En primer lugar, querría que usted me dijera con la
franqueza propia de su tierra, si no tiene inconveniente
para ello, cómo procedería usted en el caso de que,
74
Archivo Personal.
75
Los gobernantes del Estado Soberano de Santander, han
sido los siguientes en estricto orden cronológico: 1857 octubre, Dr.
Estanislao Silva; 1858 octubre, Dr. Manuel Murillo Toro; 1858 febrero, Dr. Vicente Herrera; 1859 enero, Dr. Manuel Murillo Toro;
1859 enero, Dr. Vicente Herrera; 1859 marzo, Dr. Evaristo Azuero;
1859 abril, Gerenal Eustorgio Slagar; 1860 noviembre, Dr. Ulpiano
Valenzuela; 1860 enero, Dr. Antonio María Pradilla; 1860 febrero,
Dr. José M. Villamizar; 1860 febero, Dr. Marco A. Estrada; 1860 septiembre, General Leonardo Canal; 1861 agosto, General Eustorgio
Salgar; 1861 septiembre, General Santos Gutiérrez; 1862 diciembre, General Pedro O. Jácome; 1864, Dr. José M. Villamizar; 1864,
Dr. Victoriano D. Paredes; 1864 junio, Rafael Otero Navarro; 1864
Dr. Narciso Cadena; 1868, General Eustorgio Salgar; 1869, General Solón Wilches; 1872, Dr. Narciso Cadena; 1874 octubre, Dr.
Germán Vargas; 1876 mayo, Dr. Marco A. Estrada; 1876, Francisco
Muñoz; 1878, General Solón Wilches; 1884 septiembre, Dr. Narciso
González L.; 1886 marzo, Dr. Antonio Roldán.
154
aceptada su candidatura por los independientes, el
partido Radical que no tiene en mira principios sino
hacerse de cualquier modo con el poder, le prestara
su apoyo. Además, me sería muy satisfactorio poder
decir á mis amigos cuáles serían las ideas cardinales
y la política de usted sobre los puntos siguientes:
instrucción pública primaria y profesional, mejoras
materiales por cuenta de la nación, arreglo del crédito
público; inteligencia y aplicación del artículo 91 de la
Constitución en casos de guerra civil, reforma de la
ley actual de orden público y de la orgánica de fuerza
pública en cuento autorizan indirectamente la violación de las garantías personales, maneras de poner
término a los conflictos que han surgido de la cuestión
impropiamente llamada religiosa y al abuso de conceder á los Estados, con mengua de su soberanía,
auxilios del tesoro de la Nación para sus necesidades
especiales y á los particulares gracias, donaciones y
pensiones que agravan de día en día las contribuciones
y fomentan la miseria general.76
Así se haya valido Sergio Arboleda de la carta a Wilches
como excusa para someter al radicalismo liberal a un
juicio de responsabilidades, no menos cierto es que el
payanés veía en Wilches a un probable Presidente de la
República. Cosa, que como se sabe no sucedió. Hasta la
fecha, el único santandereano que ha logrado conquistar
esa dignidad ha sido Aquiles Parra. Lo cual dentro de la
fatalista visión del mundo que se le atribuye al santandereano, sería una muestra más (nosotros preferimos afirmar
que es otro lugar común, o al menos una verdad parcial),
del “sino trágico de la inteligencia santandereana”.
Solón Wilches Calderón, en virtud de su vida y ejecutorias,
constituye sin lugar a dudas para el Departamento y para el
76
Archivo Personal
155
resto del país, paradigma de virtudes civilistas, castrenses
y republicanas. Instantes antes de morir el 14 de octubre
de 1893 en la población de Concepción (Provincia de
García Rovira), expresó así el ideario de lo que fuera una
existencia puesta al servicio de los otros:
Me voy donde el Todo poderoso, donde no hay intrigas
ni traiciones. Mis enemigos se quedan abajo y yo los
perdono.77
Inicio de la Construcción del Ferrocarril de Wilches
Archivo Personal
77
Raúl Pacheco Blanco, El León del Norte. General Solón
Wilches y el Constitucionalismo Radical. (SIC) Editorial Ltda., Bucaramanga, Colombia, 2002, p.257.
156
LOS CAMINOS DEL
CUERPO
Desnudo
Fotografía: Camilo Bernal Kosztura, 1994.
157
Más que el Lengerke empresario o hacedor de caminos o
enfrentado a indomables comunidades indígenas, lo que
ha prevalecido a nivel del imaginario popular y no popular,
han sido sus presuntas o verídicas proezas sexuales, a tal
punto, que ha terminado por rayar en la morbosidad y en
el amarillismo. Numerosas afirmaciones pretenden dar fe
con inevitables signos de admiración, de lo que sería una
sexualidad desbordada, compulsiva, que como cualquier
fuerza totalitaria que se respete, dominaba jerárquicamente a Lengerke, se apoderaba de su yo, invitándolo
a la transgresión y al desmandamiento. En sociedades
de corte patriarcal y también en las que no lo son, este
vigor genésico, primitivo, liberado de toda capacidad
de autocontrol, que nos hace recordar en otra variable
la fuerza primigenia, demoníaca, subterránea, advertida
en las pinturas y los dibujos de un Luís Caballero, lejos
de reducir al ostracismo al protagonista, es privilegiado
por el entorno. No es exagerado aseverar entonces, que
evocar a Lengerke equivalía a evocar a un semental. Expresiones como las siguientes, así sea en tono velado, lo
dan a entender:
“Nunca se casó, pero tuvo muchas amantes, generalmente,
mujeres del pueblo”. Pero las de la elite tampoco se salvan: “estuvo enamorado de la bella Manuela Martínez,
quien luego sería esposa de David Puyana”. “Su fama de
Galán era tan grande, que ninguna mujer visitaba sola su
159
almacén, ni soltera ni casada”. “Tuvo más de 500 hijos
naturales”. “Tuvo innumerables concubinas”. “Realizaba
orgías en su hacienda de Montebello”. Incluso al clero le
costaba disimular su admiración por quien era “todo un
macho (¿O un toro?) reproductor”: Mejorará la raza”. “A
la larga que importa si no es católico, si es un buen trabajador”. “Se decía que en la parte residencial de la casona
de Bucaramanga las paredes estaban llenas de peligrosos
cuadros de mujeres desnudas, escenas escabrosas, pinturas obscenas; que casi todos los vinos, la champaña, el
brandy que importaba, estaban destinados a su casa y a
las terribles saturnales: sus cenas, eran cenas adánicas”.
“Hacía “escalas” sexuales en Zapatoca, Socorro, San
Gil, Barichara, Vélez… pero también las hacía a nivel
internacional, en Bremen, en Munich, en Viena, en Praga,
en Hamburgo”. “Cantaba y libaba, y reía y fornicaba”.
Los demás alemanes también fueron merecedores de
admiración por la eficiencia de sus arrestos varoniles.
“En diez años la cabalgata colmó las provincias de Soto
y del Socorro, de los hombres silenciosos y rubios que
procreaban infatigablemente, regando ojos azules, y matas
de pelo dorado sobre la población”.
La leyenda o la realidad del ejercicio desbocado de su
sexualidad, como puede apreciarse, perduran. En un
medio como el nuestro, sobreinformado en lo frívolo
y superficial y desinformado en lo esencial, es preciso
recordar, ese vergonzante seriado que fue llevado a la
pantalla chica por “RCN-Televisión”, en donde un galán
digno de mejor causa, Guy Ecker, en su papel de interpretar a Lengerke, privilegió para satisfacción de la audiencia, capítulo tras capítulo, la sexualidad del alemán,
traducida en unas formas de mujer, de muchas mujeres,
de verdaderas legiones de mujeres. Esa es, instintos, la
desafortunada y arraigada imagen que ha predominado:
la de quien penetró en las zonas cerradas al hombre del
160
común, en lo abismal y orgiástico, en lo oscuro y excitante,
al lado de la exaltación del alcohol. Cabelleras y manos y
ojos de mujer y champaña. Siempre dispuesto a copular.
Esa el la imagen prevaleciente: Sexo y vino, vino y sexo.
¿La mujer? Un simple instrumento de placer, una realidad hecha carne, esperando seducir e igual ser seducidas
por el empresario germano. Esa actitud tendenciosa que
magnifica una sola faceta y desestima otras, produce otra
de tantas descontextualizaciones a las que nuestro país es
tan pagado.
A nombre y a favor de una visión de conjunto debemos
preguntarnos: ¿Bajo qué influencias y modelos ideológicos y socioculturales ejercía Lengerke su derecho a la
sexualidad? ¿Cómo aborda Pedro Gómez Valderrama esta
problemática? En “La otra raya del tigre”, el erotismo se
inscribe también en el horizonte del difusionismo liberal, a
partir del cual es refigurado el protagonista Geo von Lengerke, este colonizador, es decir, el portador y portavoz
en Santander de la civilización burguesa la compulsión
liberal que determina su voluntad de conquista, ubica el
erotismo en le eje de poder.
El amor auténtico tiende a la reciprocidad. Es, entonces,
la más profunda experiencia de la comunicación, que
sólo se da en el encuentro dialógico de esas dos historias
que se aproximan en la sensualidad del erotismo hacia la
profundidad de la vida. Pero, cuando se la resitúa en el eje
del poder, todo se malogra como un solitario ejercicio de
la autoridad. Precisamente, uno de los términos que más
se reitera en dicha novela para referirse a la sexualidad es
la palabra posesión, la cual, como verbo o como sustantivo, actualiza preferentemente el sentido de apropiación
que, por supuesto, corresponde a la investidura colonial
con la que ha sido configurado Lengerke. Es concomitante también con el marco del difusionismo liberal en
161
cuyo interior Geo von Lengerk impone un proceso de
penetración que es conquista territorial y erótica a un
mismo tiempo, desbragada colonización que abre caminos
como mujeres “porque las mujeres y los caminos tienen
el poder de conducir a los hombres”, y así mismo, porque
el progreso es también la civilización del cuerpo, ese non
castus embellecimiento de la raza que avaló veladamente
el obispo de Pamplona.
Pero, abordado desde una perspectiva masculina, el amor
es entendido como posesión del cuerpo escindido del
espíritu, sólo espacio corporal para la satisfacción de las
urgencias elementales para las cuales una mujer siempre
es accidental; el cuerpo como trofeo del aventurero y del
mercader, o, simplemente, como el objeto para el derecho
de pernada, pero que la novela en mención describe como
el homenaje de las campesinas que lo poseían como si
fuera un dios. Es entonces la colonización del cuerpo la
que subyace temáticamente bajo la coartada del erotismo.
Hay, no obstante, otras variantes en el desarrollo de este
tópico, como la que propugna por el ejercicio de la libertad erótica, con un sentido contestatario, que subvierte
esa cultura de catecismo en la que se sustenta el orden
señoril.78
Otro lugar común de largo aliento, y que nos hemos
propuesto desterrar como ya lo hemos hecho con otros
tantos, es el que tiene que ver con la sobreestimación del
aporte nórdico –a lo Lengerke- en Santander. Sin negar
una parcial y además visible impronta, compartimos las
apreciaciones de la ya citada socióloga Patricia Vila de
Pineda.
78
Serafín Martínez González, La imaginación liberal:
hipótesis para una lectura de “La otra raya del tigre”, Op. Cit,
pp.104.105.
162
Por otro lado, la herencia en los rasgos físicos de los
santandereanos, ojos claros, pelo mono, que se achaca
a los alemanes, proviene de migraciones tardías de
españoles que habían llegado de la región de Cantabria y las montañas de Burgos. Al acabarse la mano de
obra indígena, este fue un migrante que llegó como
agregado a laborar directamente la tierra; trajo su
familia y también trajo animales domésticos, siendo
uno de ellos la “china” que utilizaban para carga,
comían su carne y tomaban su leche este ejemplo
muestra cómo llegan estso migrantes con su grupo familiar consolidado y se aíslan a trabajar en las tierras
santandereanas y encajan perfectamente en el sistema
establecido previamente por la religión católica en la
cual muchos de sus representantes provenían también
de la madre patria.79
El reconocido genetista Emilio Yunis Turbay, establece
por su parte, la siguiente consideración:
Lengerke y el grupo de jóvenes galantes y solteros,
que llegaron en búsqueda de riquezas y algo más,
diseminaron sus genes desde Santander hasta el Valle
de Tenza en Boyacá. La vigencia de esos genes la
demuestra la genética, con marcadores específicos
en la región, zonas donde se multiplicaron y cuyo
rastro se puede seguir con claridad; por otra parte,
una observación elemental registra fenotipos propios
que combinan rasgos típicamente indígenas en menor
proporción al lado de rasgos mayoritariamente hispánicos.80
79
Patricia Vila de Pineda, Op. Cit., p.13.
80
Emilio Yunis Turbay, ¡Somos Así! Editorial Bruna Comercializadora, Bogotá, D.C., Colombia, 2006, p.100.
163
DOS DÍAS QUE
ESTREMECIERON A
BUCARAMANGA
Anónimo
Asesinos del 7 y 8. 12.5X17cm. 879c.
Propiedad: Leonor de Rangel, Bucaramanga.
Tomado de: Fotografía en el Gran Santander. Desde sus orígenes hasta 1990.
Banco de la República, Departamento Editorial, Bogotá, Colombia, p.86.
.
165
La historiografía nacional de corte más tradicional ha
emitido tanto en textos como en ensayos un juicio inquisitorial adverso al fenómeno del libre cambio apoyado
por los liberales radicales a lo largo de casi veinte años.
Muchos analistas han coincidido en señalar que tanto la
eliminación como la rebaja sustancial de los derechos de
importación produjo un impacto negativo en la industria
potencial del país –como guardadas proporciones había
sucedido otro tanto en las postrimerías de las colonias
con la apertura comercial de España auspiciada por el
reformismo borbónico-, y echó en saco roto la posibilidad
de contar con un desarrollo manufacturero que habría sido,
en el sentir de los analistas, la redención de la economía
nacional. De otro lado, estos detractores de la libertad
comercial, al establecerse un modelo económico favorable en exceso a los importadores, se estaba, en virtud
de esta política, renunciando de hecho y de derecho a la
soberanía económica del país y permitiendo que fueran
los países extranjeros, entre los que Inglaterra contó
con los espacios más privilegiados, productores de las
mercancías importadas por Colombia, los que tuvieran
todos los beneficios de producción y definieran en cierta
medida los avatares de la economía nacional. Por último,
y aquí ya podemos empezar a referirnos directamente a
Santander, las opiniones adversas al librecambio, palabras
más, palabras menos, señalan que la apertura comercial
puesta en práctica por los radicales, con defensores acér167
rimos de la misma, cuando no como pioneros, como el
santandereano Florentino González, fue la causa del atraso y la pauperización de ciertas regiones colombianas,
especialmente, las de la zona oriental.
No obstante, a través de una nueva y más decantada lectura, los exponentes de las nuevas corrientes académicas
han rechazado la demonización de que ha sido objeto el
librecambismo, preconizado por los Radicales y han defendido sin visceralidades, como única alternativa posible
de desarrollo económico en sus reflexiones gubernamentales y constitucionales, la adopción de dicha práctica. La
onclusión general de estos estudiosos81 es que la nación
81
Estudiosos como Roberto Junguito, Miguel Urrutia, Rudolph Hollmes, etc. han adoptado a partir de la década de 1990
una postura en pro del libre cambio y de la internacionalización
de la economía, como una alternativa de política económica y de
desarrollo para el país. Siguiendo el análisis historiográfico de Jesús
Antonio Bejarano, es de resaltar que “Las relaciones colombianas
con Gran Bretaña y aún con Alemania, que fueron tan esenciales
al menos hasta la Primera Guerra Mundial, no han sido todavía
estudiadas. Por lo que hace al comercio exterior, especialmente e
invaluable trabajo de José Antonio Ocampo abre perspectivas completamente nuevas sobre la segunda mitad del siglo XIX: el tabaco,
la quina, el café, en fin, los aspectos sustantivos del modelo exportador de este período reciben un tratamiento analítico y empírico
de inigualable rigor. A ello habría de agregar que se ha producido
un replanteo, empíricamente bien fundado, de las hipótesis más
corrientes sobre el comercio exterior colombiano, que conduce a
nuevas perspectivas de análisis”. Jesús Antonio Bejarano. Historia
Económica y Desarrollo. La Historiografía económica sobre los Siglos XIX y XX en Colombia. CEREC, Santafé de Bogotá, 1994. pp.141142. Por su parte, y remitiéndonos directamente al trabajo de
José Antonio Ocampo en su obra Colombia y la economía mundial,
1830-1910, Afirma que “La primacía de las exportaciones en el desarrollo colombiano del Siglo XIX no fue resultado de una decisión
de la burguesía colombiana, ni de una (política económica) que se
escogiera entre una serie de alternativas posibles, como algunas
interpretaciones históricas lo sugieren, sino de condiciones objetivas, tanto internas como externas. La ideología librecambista que
surgió para expresar esta primacía del desarrollo exportador fue,
así, el resultado de condiciones materiales concretas; es decir, una
ideología históricamente necesaria y no una política económica
errada”. José Antonio Ocampo en su obra Colombia y la economía
168
colombiana, en el atardecer del Siglo XIX, no tenía opción
distinta que implantar una economía abierta y establecer
como base del crecimiento doméstico el modelo de las
exportaciones agrícolas. Si hacemos el ejercicio de despojarnos de visiones que oscilan entre la ingenuidad, el romanticismo o “los gritos libertarios” sacados de contexto,
no podemos menos que aceptar, así sea a regañadientes,
que el país en uno de los periodos más complejos de su
historia, no podía en medio del fragor de las guerras civiles
– que por sus características y el escenario rural en que
se desenvolvieron, si condujeron al atraso y la miseria-,
no podía darse el lujo de desestimar unas condiciones de
producción y de transporte favorables a las exportaciones
del campo, sobre todo, en una coyuntura en la que los
mercados mundiales demandaban constantemente los
productos de la oferta exportable nacional y estaban dispuestos a pagar por ellos un buen precio.
Argumento éste, que no logran ni quieren asimilar los
detractores del libre cambio. De ahí, la andanada descalificadora contra sus exponentes y la magnificación del
bando contrario, el de los artesanos. Desde esa óptica, el
mundial, 1830-1910, Tercer Mundo Editores – Fedesarrollo, 1984,
p. 25. Finalmente, en un valioso trabajo de comprensión de la
economía desde una perspectiva histórica, Oscar Rodríguez realiza
una crítica al determinismo histórico que implica tal reflexión, argumentando en su trabajo que buena parte de la política librecambista se efectuaba como consecuencia de la política comercial
de naciones que como Inglaterra, los países Bajos (y en el caso de
Lengerke, Alemania), quienes promovían el mantenimiento de una
balanza comercial positiva como estrategia para la generación de
una mayor riqueza. Así, a mediados del Siglo XIX Colombia recibe en su política económica la influencia del pensamiento clásico,
adoptando como resultado de tal reflexión la libertad de comercio y libre cambio, “la corriente principal en materia de teoría
económica para esa coyuntura histórica estaba representada en
las tesis librecambistas”; situación que sin embargo, convirtió a
Colombia en un socio comercial abastecedor de materias primas.
(Oscar Rodríguez. Estado y Mercado en la Economía Clásica. Universidad Externado de Colombia, Santafé de Bogotá, 2000.)
169
mencionado Florentino González, sería sin más “un comerciante proimperilista”, en cambio el sastre Ambrosio
López, se convierte en “escuela de lucha política”, eso
para no hablar de la iconización del General José María
Melo, “el golpe del 17 de abril del 1854 no fue una aventura militarista ni una jugada egoísta y autoritaria de Melo
y sus soldados. Fue una valiente lucha política llevada a
cabo por la coalición de diversos sectores populares, que
unidos a algunos militares de ancestro también popular,
decidieron defender sus intereses y sus derechos, de los
ataques y de los privilegios del sector dominante compuesto por la oligarquía comerciante-importadora radical
y terrateniente conservadora”.
¿Quién ha dicho que el proteccionismo por sí solo tenía la
virtud de hacer desarrollar una industria? ¿Se han detenido
los detractores del libre cambio a reflexionar en este hecho
primario a saber: que el proteccionismo concedía privilegios que permitían a los nacionalistas producir y vender
sin el esfuerzo de mejora continua que exige la competencia industrial, obligando a los consumidores a pagar altos
precios por los productos? ¿Cómo podía pretender el país
vender sus productos al exterior si a su vez no adquiría e
importaba bienes de los países extranjeros?
En síntesis, el radicalismo liberal pretendió equilibrar
(y aceptamos, que no siempre con éxito, como también
aceptamos que hay competencias económicas que desde
sus motivaciones son por esencia desleales y desventajosas), el desarrollo de las exportaciones agrícolas con la
complementaria apertura de las aduanas para los productos provenientes del exterior. Entendemos, que el conflicto
entre artesanos y librecambistas, tuvo en Santander sus
más graves consecuencias. Lo entendemos, porque ya
desde finales de la colonia, Santander ofrecía un arquetipo
170
muy definido de lo que es un desarrollo regional cimentado en un modelo comercial-artesanal.
Este malestar que venía incubándose de tiempo atrás,
estallará con furia incontenible en la ciudad de Bucaramanga los días 7 y 8 de septiembre de 1879. Los protagonistas de esta furia popular fueron los miembros de
la sociedad democrática más conocida como “la culebra
pico de oro”. Esta sociedad, que también llegó a actuar
desde la clandestinidad, atribuía, y en toda acusación hay
verdades completas, a medias, o ninguna, atribuía a la red
de comerciantes alemanes y bumangueses, el monopolio
de la riqueza. Los hechos escuetos fueron los siguientes:
en 1878, año en que debían llevarse a cabo las elecciones para elegir al Presidente del Estado Soberano de
Santander, para el bienio 1878-1880, bajo los lineamientos
constitucionales de 1863, las urnas le otorgaron el triunfo
al General Solón Wilches, candidato de los “independientes” y por añadidura de los artesanos. Extraña postura
política si se tiene en cuenta su indisimulable apoyo a los
librecambistas alemanes, empezando por Lengerke.
Sin embargo, el General comenzó mal su mandato
al designar a Pedro Rodríguez E. como nuevo jefe
o prefecto de la provincia de Soto, cuya capital era
Bucaramanga. El nuevo prefecto era compañero de
armas del General Wilches y simpatizante de la sociedad de la culebra pico de oro. Aprovechando estas
circunstancia, designó como Alcalde de Bucaramanga
a Pedro Collazos Puyana, con malos antecedentes
en las misma sociedad. El nuevo funcionario, si bien
pertenecía a una de las familias más distinguidas
de la ciudad, tenía un carácter violento y profesaba
poca o ninguna simpatía hacia los comerciantes y la
clase alta. Así quedó demostrado entre otras cosas en
su posesión como Alcalde, cuando nombró entre sus
171
colaboradores a miembros tan controvertidos como
Juan de la Cruz Ruilova para director de la cárcel y
a Antonio Navarro como comisario de Policía y en
un homenaje que ofrecieron en su honor anunció que
en su mandato tendría por objeto limpiar la ciudad
de Bucaramanga de los elementos corrompidos del
comercio y de los alemanes.82
Estos cuatro personajes: Rodríguez, Collazos, Ruilova
y Navarro, serán los responsables de los graves sucesos
por acontecer. En efecto, el detonante primero correrá por
cuenta de Pedro Rodríguez, cuando Alberto Fritsch, de
nacionalidad alemana lo confrontó para exigirle el pago
de una deuda, que llevaba cerca de un año sin cancelarle.
Lejos de asumir con ponderación lo que era un justo
reclamo, Rodríguez, procede a agredirle físicamente a
Fritsch, para amenazarlo de muerte a continuación. No
contento con la golpiza propinada al alemán, Rodríguez
cínicamente acepta un igualmente cínico homenaje de
desagravio ofrecido por sus áulicos. Allí retoma sus andanadas antigermánicas al expresar que “…los alemanes
eran unos limpios que habían venido a hacer fortuna; que
el comercio no sabía lo que era una pueblada pero que
muy pronto lo sabría”.
Guillermo Schrader, cónsul alemán en Bucaramanga,
reaccionó rápidamente contra las ofensas verbales y físicas de que fuera objeto su coterráneo. En lo que siempre
se ha llamado una paradoja, el cónsul, sabiendo que Rodríguez detestaba a los alemanes, pero sabiendo también
que era el prefecto de la provincia de Soto, no le quedaba
más remedio, que solicitarse –gesto estéril- protección
para la colonia alemana. En su petición de garantías para
82
Enrique Gaviria Liévano, El liberalismo y la insurrección
de los artesanos en contra del librecambio, Universidad de Bogotá,
Jorge Tadeo Lozano, Bogotá D.C., Colombia, 2002, p.198.
172
sus paisanos, Schrader recibió como contra respuesta
de Rodríguez evasivas, mentiras y promesas falsas. Los
acontecimientos se precipitan. Son ahora crónica de una
muerte anunciada”. Se pierde la perspectiva; súbitamente
Bucaramanga reemplaza “la tibieza de su clima”, “el
desparpajo y hospitalidad de sus gentes”, “la posibilidad
de formar a su amparo una riqueza, atrayendo gentes de
todas las latitudes”, para convertirse en una versión del
“Far West”. Ha llegado el 7 de septiembre. Dentro de la
diferenciación que hacían los romanos de la antigüedad
entre días fastos y nefastos, éste, sin duda, es un día nefasto.
7 de septiembre. Día programado para darle vía libre
a las elecciones para el consejo municipal en las que
los miembros de la “pico de oro” habían concentrado
todo su interés. Ello explica la elaboración de un listado
compuesto casi en su totalidad por representantes de la
sociedad de artesanos en cuestión. Como contraparte,
la elite comercial bumanguesa, presentó también otro
listado en la que tenían cabida, con nombres propios las
tres facciones políticas más posicionadas: los radicales,
los conservadores y los independientes. Luego de una
serie de amenazas, que más pronta que lentamente iban
enrareciendo el ambiente, y que arrojó como un primer resultado el retiro de los jurados que estaban prestos a velar
por la pureza del sufragio del listado de los comerciantes.
Avanzada la tarde, triquitraques y voladores anunciaban
con estruendo la victoria de la lista correspondiente a la
sociedad de la culebra pico de oro. Al margen de todos
estos insucesos, el Coronel Obdulio Estévez, de filiación
política conservadora, regresaba de su hacienda, y cuando
atravesaba el atrio de la principal Iglesia de la ciudad hacia
un lote en busca de pasto para su cabalgadura, se encontró
frente a frente con los amotinados. La respuesta de éstos
ante su presencia fue arrebatarle la vida por medio de un
173
disparo que se le incrustó en la espalda. Moribundo fue
llevado al Cabildo. Allí expiró ante las expresiones soeces
e la multitud arremolinada. Ya muerto, su cuerpo fue escupido y profanado. Declaraciones posteriores confirmaron
que el asesinato de Estévez corrió por cuenta de Juan de
la Cruz Delgado Ruilova.
8 de septiembre de 1879, año que partió en dos la historia
de la que ya era la pujante ciudad de Bucaramanga. Según
relatan las crónicas de las época, a las cuatro de la tarde la
Iglesia de San Laureano estaba dispuesta para las honras
fúnebres del Coronel Obdulio Estévez. Obviamente los
“notables” de la ciudad, sin descartar uno que otro artesano, se congregaron para seguir con devoción o sin ella,
la solemnidad de los oficios litúrgicos previstos para estos
trances. Al interior de la Iglesia muchas personas estaban
armadas. La tensión se hacía por momentos insoportable.
Todos los concurrentes, armados o no, esperaban la más
mínima coyuntura para protestar airadamente por el vil
asesinato (¿y qué asesinato que se respete no es vil?). lo
que sobrevendrá a continuación, confirma una vez más,
que bastan en ocasiones unos pocos minutos para que
la existencia individual y colectiva dé un giro de 180
grados.
Los oficios se desarrollaban en latín del más puro
acento. Durante la ceremonia entró al templo el
alguacil Cecilio Sánchez quien llevaba debajo de su
manta una lanza. Desde la puerta del templo el Alcalde
Delgado Ruilova le hizo señas con el de que se aproximara hasta el sitio en donde se encontraba José María
Valenzuela, uno de los más prestigiosos bumangueses
allí presentes. Alguien le gritó entonces a Valenzuela
que lo iban a asesinar. Un movimiento ágil lo salvó. Se
atrincheró entonces cerca al cura oficiante, Santiago
Mantilla, y cuando fue a disparar su revólver se hirió
174
en una mano. Sonaron luego varios disparos dentro del
templo. Uno de ellos hirió mortalmente a Sánchez. La
confusión fue terrible. Por la puerta que hoy permite la
salida hacia la calle 37, partieron el cura y los vecinos
de la villa en busca de protección mientras que por
la principal hacían su entrada los integrantes de la
“culebra pico de oro”. La Iglesia había quedado vacía.
Sólo estaba el cadáver del Coronel Obdulio Estévez
que permaneció hasta el día siguiente. En la casa de
Bolívar, antes propiedad o residencia de Alberto Fritsh,
penetraron en presurosa carrera algunos de los Mutis,
de los Bretón, Ernesto Müller, José María Valenzuela y
otros personajes fatigados por la carrera y atemorizados por la insolencia de sus perseguidores. El histórico
palacio que antes había sido morada del Libertador
Simón Bolívar fue asegurado desde adentro por los
refugiados que disparaban sus armas en busca de la
legítima defensa frente a los integrantes de la “culebra
pico de oro”. Pero los artesanos fueron superiores en
armas y esfuerzos. Penetraron al interior de la casa
mientras Luís Eduardo Mutis y Ernesto Müller seguían
disparando sus armas para permitir que Valenzuela y
los demás saltaran las paredes hacia las casas vecinas.
Aquellos se salvaron. Pero Mutis escondido en una
pieza vio cuando derribaron la puerta. Entonces una
bala de Remington le atravesó la pierna derecha. Al
siguiente día falleció ante el lamento de la sociedad
que tenía en él un ejemplo de virtudes. Los miembros
de la “culebra pico de oro” mantenían el fragor de
la asonada. Le dieron luego un tiro en el estómago
al joven Samuel Gómez Padilla. Las gentes armadas
recorrían la aldea. El licor era repartido en le propio
recinto municipal. Varias casas fueron saqueadas.
Los alemanes Christian Goelkel y Germán Hederich,
ancestros de familias que honran a Santander, cayeron
asesinados cuando trataron de impedir el saqueo a
175
la casa de la señora Luisa Valenzuela. El cadáver de
Goelkel quedó tendido en la calle toda la noche. La
madrugada del 9 tampoco fue grata a los habitantes
de Bucaramanga. En las calles había cadáveres. Las
familias seguían huyendo en busca de protección. Los
revolucionarios estaban tirados en las calles víctimas
del exceso de licor. En la hacienda de don David Puyana, allá en la “cabecera del llano”, en Rionegro y en
otros sitios cercanos al vecindario, los del comercio
se habían concentrado después de su éxodo y estaban
armados para su defensa. Así le notificaron al jefe de
Soto. El 10 de septiembre entró a la ciudad el General
Wilches. Al final el General destituyó a Rodríguez y
nombró en su reemplazo a su pariente cercano, don
Marco Aurelio Wilches. También ordenó el traslado
de un contingente militar acantonado en Pamplona
para reemplazar a los comprometidos en los sucesos
del 7 y 8. Luego regresó al Socorro para instalar la
Asamblea del Estado.83
Una pregunta ineludible surge: ¿Cómo vivió Lengerke, e
igual, cómo fue su participación en las lamentables jornadas de 7 y 8 de septiembre? Todo indica que el alemán
no vivió en carne propia, por encontrarse en Zapatoca,
el desbordamiento de la ira popular. Nos resistimos, sin
embargo, a aceptar que no estuvo de cuerpo presente en
el lugar de los acontecimientos. Esta vez, en su derecho
como novelista a contar con la ficción, Pedro Gómez
Valderrama, tampoco soporta que Geo von Lengerke
haya brillado por su ausencia, en un escenario que le
permitía acrecentar su leyenda, reafirmando una vez
más su fama de “arrecho”, de cojonudo, de macho bien
bragado. No. En verdad sí estuvo. Claro que estuvo. Las
gentes lo vieron haciéndose fuerte y poniéndole el pecho
83
Gaceta del Socorro, septiembre 11 de 1879.
176
a los amotinados artesanos. Siempre estuvo ahí. Es más,
todavía hoy sigue ahí.
Lengerke está atrincherado en su almacén, acompañado de Strauch, Müller y Manuel Otero. En la
zarabanda de la Iglesia, salió al atrio al oír los
primeros disparos; sin apresurarse les dijo a los demás
alemanes que hicieran otro tanto; dentro de la Iglesia;
entre gritos de mujeres y revuelos de faldas. En el
atrio, le atacaron tres mozos desconocidos, dos tiros
le rozaron la cabeza roja. Alzó la mano y fríamente los
puso fuera de combate, cada uno con una bala en el
cuerpo. Alcanzó luego a evitar dos o tres desmanes de
los democráticos; vio luego cómo ante la huida de los
del comercio, la pelea se desplazaba hacia las casas
cercanas, y resolvió organizar un contraataque eficaz.
Con sus dos compañeros cabalgó por las calles aterrorizadas, y se atrincheraron en el almacén.84
Ya no la ficción, sino la historia, es la que menciona a
Lengerke, y también lo vuelve a hacer con Manuel Cortissoz, pero dentro de consideraciones colaterales alrededor
de lo que fueron los episodios del 7 y 8 de septiembre.
La noche (testimonio de un testigo que no quiso revelar
su nombre), la pasamos saltando tapias de casa en casa
para reunirnos amigos y desconocidos; pero ávidos
todos de acordar algún plan para salir a defender a
nuestras familias, llegamos a reunirnos como unos
treinta hombres en esa primera noche y entre ellos el
señor Santiago Samper B., quien propuso que fuésemos
por los solares hasta la casa en que tenía su almacén
el señor Manuel Cortissoz (de origen judío) para pro84
Pedro Gómez Valderrama, La otra raya del tigre”, Op.
Cit. p.207.
177
ponerle compra de ochenta carabinas85 “Winchester”
bien dotadas, que tenía ese señor (en aquel, tiempo
había libre comercio de armas). Con trabajo logramos llegar a las tapias del patio del señor Cortissoz
y el señor Samper, comisionado por todos, le propuso
compras por las carabinas, pero dicho seños le dijo
que no podía venderlas porque no le convenía que esas
gentes (los artesanos) supieran que él había facilitado
armas, pues en ese momento estaban tomando champaña en un almacén y consideraba su situación muy
delicada. Tuvimos pues, una gran decepción porque
todos estábamos resueltos y deseábamos salir a dar un
combate para libra la población de aquel vandalaje
y rescatar o amparar a nuestras familias porque estábamos convencidos que con las ochenta carabinas
habríamos despejado en poco tiempo las montoneras
que se habían ido formando en las calles atraídas por
el pillaje y que según cálculos, eran más de ochocientas personas. El resto de aquella aciaga noche y parte
del día siguiente, lo pasamos en grande angustia pero
combinando una salida, para reunirnos a los peones
del comerciante alemán muy acaudalado, señor Geo
von Lengerke, que sabíamos debían llegar armados
en protección de los habitantes; pero como ese plan
podía desarrollarse en la segunda noche, dadas las
distancias, yo no pude contener mi impaciencia y salí
disfrazado de artesano, de casa del señor Koppel, en
busca de mi 4espada, la cual había dejado en casa del
doctor Rudesindo Otero, en compañía de mi cuñada y
de aquel benemérito ciudadano. … Al fin llegó la noche
85
La afirmación es cierta, debe recordarse que la Constitución de Rionegro (1863) en uno de sus articulados, permitía la
compra y el libre tráfico de armas en el territorio nacional, lo cual
produjo una proliferación de ejércitos particulares. En la parte correspondiente a la sección segunda, garantía de los derechos individuales, se lee en el artículo 15: “La libertad de tener armas,
municiones, i de hacer comercio de ellas en tiempo de paz”.
178
con todos sus horrores; los que pudimos salir de la ciudad nos reunimos con la gente de Lengerke y entramos
a la población librando un combate del cual resultaron
trescientos bandidos presos y encarcelados.86
Mal haríamos, en presentar una visión unilateral de los
hechos acaecidos en Bucaramanga. Por lo mismo, y a
nombre de la otra cara de la moneda, no se puede ni se
debe desestimar la versión e los artesanos. En efecto,
varios de los principales responsables capturados pro
las autoridades, y que fueron procesados y reducidos a
prisión, pretendieron justificar su accionar a través de
una extensa hoja volante, en la cual, luego de establecer
los antecedentes de la llegada de migrantes europeos a
la ciudad de Bucaramanga, pasan acto seguido, a hacer
un enjuiciamiento moral, político y económico a dicho
sector, incluido el de los comerciantes bumangueses.
Desde luego, esta diagnosis desde el punto de vista de
la clase artesanal, no esconde lo que tradicionalmente
se denomina una lucha de clases; un odio de clases entre explotados y explotadores. Este último, y la historia
abunda en ejemplos, fue el principal detonante. De esa
especie de “memorial de agravios”, que lleva la firma de
los principales implicados como Pedro J. Collazos, Juan
de la Cruz Ruilova, Juan de Jesús Quiroz, Antonio Navarro, Alejandro Pradilla, Clímaco Rueda, Marcelina Vega,
y otros, transcribimos por su importancia, los siguientes
apartes:
…No es que seamos enemigos sistemáticos de los
europeos. Fuera de nosotros semejante pensamiento,
porque bien sabemos lo útiles que son para el desarrollo del comercio, de las artes y de toda mejora
material. Tampoco nos quejamos de la inmigración
86
Mario Acevedo Díaz, La culebra Pico de Oro, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, Colombia, 1978, pp.238-239.
179
alemana que ha tomado puesto en Cúcuta, el Socorro
y otros puntos del Estado; sus costumbres privadas
han sido muy diversas de las de los alemanes de esta
ciudad, á los cuales sí ésta les debe mucho de su ornamento y de su prosperidad, es á semejanza de las
galas de la ramera apocalíptica, que las ostentaba a
costa de su honor.
… Pues bien, por ese odio justo que el pueblo honrado
les ha profesado á estos corrompidos alemanes y su
secuaz el comercio (se refieren al club del comercio),
ellos nos han apostrofado llamándonos guaches, canallas, plebe; y tratando de ocultar la verdadera causa
de nuestra división, la imputan a envidia por ser ellos
ricos, nobles, caballeros, gente decente…
…José María Valenzuela, flagelador de arrieros,
peones y criados y cargado de dinero como un señor
feudal.
…No os pese lo sucedido, oh santandereanos desnaturalizados! Porque si bien es cierto que vais á
echar de menos las infernales orgías y bacanales con
que os obsequiaban esos “gentleman”, el foco de
infección que devoraba a Bucaramanga se acabará.
Otros extranjeros vendrán de mejores costumbres,
sobrios, no dados al alcohol ni al mosto; recatados,
no lascivos y lujuriosos, industriosos, no entregados
a la molicie.87
Quien ignoró el papel de fiscales de la moral pública que
se arrogaron los artesanos, acusando con vehemencia
suma a los alemanes de ser los principales transgresores
de la misma, e ignorando igualmente como lo afirma
David Church Jonson, que varios de ellos eran asiduos
lectores del “Girondino” y deseaban que se implantara el
87
Sucesos de Bucaramanga, Socorro, Imprenta de Sandalio
Cancino, 1879, pp.3-4.
180
socialismo88, pensaría de acuerdo a los párrafos trascritos
arriba, que está escuchando o leyendo la más enardecida
e intolerante de las pastorales, de las homilías, plenas de
celo apostólico; lo mismo que también podría pensar,
con ingenuidad o en retorcida lógica, que Bucaramanga,
era toponímicamente hablando, otro de los nombres para
designar a Sodoma y Gomorra. Lo que no se puede negar,
despojando a los sucesos de septiembre de su inevitable
lastre retórico y conjetural a que somos tan dados los colombianos, es que había dos clases socales en conflicto,
en donde los intereses económicos de los alemanes y de
la elite Bumanguesa se oponían a los de los artesanos. Sin
desconocer datos como los que trae Salvador Camacho
Roldán, en el sentido de que en Santander en la década
de los setenta se consumía más de 1,5 millones de pesos89
en mercancía extranjera, en donde por ende, y a modo de
ejemplo, los “sombrereros” poco o nada podrían hacer en
términos de competencia frente a los mercados internacionales, estamos en el fondo, ante un fenómeno que bien
podría calificarse de “contrareformismo antirradical” por
parte de los artesanos, así como en el pasado, la rebelión
de los comuneros, también había tenido un fuerte acento
contrareformista.90 Aunque ninguna circunstancia es igual
a otra, en ambos casos, concurrieron factores que interrumpieron el libre curso de las economías tradicionales.
88
David Church Jonson, Santander siglo XXI, cambios socioeconómicos, Carlos Valencia Editores, Bogotá, Colombia, 1984,
p.200.
89
Salvador Camacho Roldán, Escritos varios. Tomo I, Bogotá, 1892, 1893, 1895. p.619.
90
Para un recuento detallado del primer caso consúltese el
texto de John Leddy Phelan, El pueblo y el rey, donde demuestra
que uno, por no decir que el principal factor que condujo al alzamiento comunero, fue su rechazo frontal a la noción de un Estado
dinámicamente intervencionista como promotor de la prosperidad
económica tanto en la Península Ibérica como en las provincias de
Ultramar.
181
La consecuencia inmediata y también hacia futuro como
resultado de los enfrentamientos entre los “pico de oro” 91 y
los empresarios y comerciantes germanos y bumangueses,
fue la de un visible atraso en las actividades comerciales
que afectó a todas las partes. Por lo pronto y como solución
mediática, más de un comerciante emigró, como el varias
veces mencionado José María Valenzuela, quien vendió
sus propiedades y con su esposa Concepción Mantilla
Orbegozo se radicó en Bogotá. Otro tanto hizo Guillermo
Schrader con su esposa Isabel Valenzuela, mientras que
sus hijos optaron pro radicarse en Alemania; caso también
el de Leo Koop, el de Santiago Samper Brusch, el de los
hermanos Mariano y Federico Tovar, etc. eludiendo la
trillada y anacrónica retórica marxista, con sus lecturas
planas y su mesianismo velado o explícito, su tendencia
al reduccionismo, en donde el pobre es bueno por el sólo
hecho de ser pobre, y el rico malo por el sólo hecho de
ser rico; de ahí la necesidad de propugnar por el triunfo,
como objetivo “salvífico” de un redentor colectivo llamado el proletariado; lo cierto es que Bucaramanga vivió
en carne propia el choque entre tradición y modernidad,
entre lo que “siempre fue así” y lo que debería ser, entre
fuerzas centrípetas y fuerzas centrífugas. Se ha olvidado
además, en lo que sería a la vez gesto de arribismo, tan
91
Sea el momento de explicar el apelativo. Este corresponde a la habilidad que se le atribuía a este sector artesanal
para expresarse verbalmente. Esta habilidad, que no empieza ni se
agota con esta sociedad artesanal, y frente a la cual, lo más producente sería calificarla de “cultura verbalista”, es propia de nuestra
idiosincrasia y es la que permite explicarnos por qué en nuestro
país tendemos a endiosar, a cualquiera que hable bien o que hable
largo o inclusive que hable largo aunque no lo haga bien. Esta “incontinencia palabrera” es herencia hispánica. No en balde, se ha
dicho que cuando un español no habla es porque está muerto. Pero
una cosa es la verbosidad; utilizar al otro como excusa para escucharnos a nosotros mismos, y otra muy distinta, nuestra vigilancia
lingüística, que nos hace –aunque no seamos muy conscientes de
ello-, hablar el mejor castellano de Hispanoamérica, superando
además con creces, al castellano que habla el peninsular promedio. Vigilancia lingüística que también cobija al pueblo raso.
182
común a todo colombiano que se respete de serlo, que los
pico de oro, como lo advierte Marina Cala de Gonzáles,
tenían posiciones aseguradas dentro del ejecutivo local y
regional, sólo les bastaba adquirir dominio en el cabildo
de Bucaramanga, oportunidad que se les presentaba en
las elecciones de septiembre de 1879.92 Atraso pues, o a
modo de consuelo, un receso largo en el tiempo en las
actividades comerciales.
Las consecuencias de los sucesos de septiembre,
fueron incalculables: la ciudad se vio entregada a
un movimiento fatal de retroceso; los negocios se
paralizaron; las empresas de todo género decayeron
considerablemente; las familias que contaban con
facilidades pensaron en domiciliarse en otros lugares,
y algunas lo hicieron así; el Banco Santander acordó
llevar a cabo su liquidación; y lo propio hicieron algunas casas de comercio importantes; los trabajadores
no encontraban nada en qué ocuparse, y todo quedó
entregado a la inacción.
Vino el inevitable proceso de las recriminaciones que
en breve tiempo motivó el que muchos alemanes, solteros todavía, determinaran regresar a su patria y otros
se trasladaron a vivir en la capital de la República y
en la ciudad de Barranquilla. Una inmigración alemana, aún más numerosa, que se estaba organizando
en Berlín, según se da cuenta en documentos que reposan en nuestro Archivo del Ministerio de Relaciones
Exteriores, quedó definitivamente suspendida. El mal
se habría podido conjurar, si se hubiera puesto, de
una y otra parte, el contingente de la moderación y de
la cordura. Más, por desgracia, una y otra cosa fal92
Marina Cala de González. El club del Comercio y Bucaramanga. 125 años de historia. Club del comercio de Bucaramanga
S.A., Bucaramanga, Colombia, 1997. p. 37.
183
taron a todos, no excusando ocasión para zaherirse.93
Enconadas las pasiones, y colocados en la pendiente
de dos bandos, fue imposible impedir que rodaran al
abismo.94
Por y a consecuencia de esta noche émula a escala micro
de “Waalpurgis”, se desató todo un escándalo diplomático,
que en honor a la verdad, fue tan desproporcionado,
rozando incluso, los límites de la cursilería, como los
condenables hechos de septiembre. En el plano internacional, el Estado Soberano de Santander fue acusado y a la
vez condenado por los actos y omisiones de funcionarios
públicos conforme a la denominada responsabilidad internacional del Estado. El asesinato de los súbditos del
Imperio alemán Christian Goelkel y Hermann Hederich
y las heridas de que fuera objeto Ernesto Müller, le
significaron al país a manera de indemnización, tenerle
que pagar a sus herederos la suma de setenta y cinco mil
pesos, a la vez que se exigió izar la bandera imperial alemana, al tiempo que se disparaban veintiún cañonazos.
Sin embargo, ese acto, el de rendirle honores militares
a la bandera de una nación extranjera, bajo presión, fue
rechazado silenciosamente por la sociedad bumanguesa
en pleno, que como un solo haz de voluntades, se negó
a concurrir al evento, y es que en circunstancias como
éstas, todo se puede perder, menos la dignidad; todo se
puede negociar menos los principios. Sobre la “razón de
Estado”, se impuso la del código del honor, la del carácter,
y la del repudio visceral a todo aquello que se traduzca
en injusticia y conformismo.
93
Si los comerciantes alemanes y bumangueses calificaban
de plebe, guaches, ignorantes y canallas a los artesanos, éstos por
su parte, periódicamente, se dedicaban a colocar en las paredes
de las casas comerciales letreros tales como “Muerte al cónsul alemán”, “Muerta a los extranjeros”, “Viva el 8 de septiembre”, “Viva
Pedro Collazos y los inocentes que lo acompañaron”.
94
Marina Cala de González. El club del Comercio y Bucaramanga. 125 años de historia. Op.Cit. p.50.
184
MUERTE Y
PERPETUACIÓN DE
UNA LEYENDA
Calle de Lengerke en Zapatoca, Santander.
Fotografía Cortesía de Silvia Rocío Ramírez Rueda.
185
Tumbas de Lengerke en Zapatoca
Fotografía cortesía de Sergio Rafael Serrano Prada.
El cuatro de julio de 1882, falleció Lengerke en una
antigua casona de su propiedad, rodeado de un reducido
número de amigos. Antigua casona que más adelante fue
demolida para edificar el Colegio Salesiano Santo Tomás,
que independientemente de su alto nivel académico, es
un monumento al mal gusto, a la “estética del horror” y
el resultado de un crimen arquitectónico más, entre otros
tantos, que nuestro medio ha cometido. Poco antes de su
deceso, quiso escriturar sus bienes muebles e inmuebles
a su sobrino Paul Lorent, tal como se desprende del Instrumento Público No. 239 de la Notaría de Zapatoca,
del 18 de agosto de 1880. Aparecen relacionados en la
escritura en cuestión: una casa ubicada en la segunda
cuadra debajo de la plaza pública, avalada en $2.000 de
ley; la Hacienda de Montebello, en el distrito de Betulia
(hoy municipio), en la cual hay 200 mulas. Hacienda
valorizada en $40.000; los potreros que quedan a uno y
otro lado del camino a Barrancabermeja con sus casas en
la jurisdicción de Betulia, o sea, para ser más precisos, la
hacienda “El Florito”, valorizada en “10.000 de ley; los
derechos y acciones derivados del denominado “Puente
Lengerke” y estimados en $3.000.
Si al momento de su muerte, había poca gente, no fue así
como suele suceder, al día siguiente. Se habla entonces,
de un “desfile reverente” que cruzó por el costado sur de
la población, llevando sus restos mortales a la cumbre
187
que por el occidente enmarca la hispanizante villa. No se
oyeron “dobles de campanas, ni responsos”. La razón:
Geo von Lengerke nunca se convirtió al catolicismo. Lo
cual no fue obstáculo como lo anota Armando Martínez
Garnica95, para los despliegues de generosidad, el respeto
y las buenas relaciones que mantuvo con el estamento
religioso. ¿No hizo traer acaso la imagen del Señor de
los Milagros de Girón?
Geo von Lengerke fue sepultado en lo que hoy se conoce
como el cementerio antiguo de Zapatoca; en el lugar
reservado para los suicidas, o como en su caso, para los no
creyentes. Bajo una losa de mármol, de carrara para más
señas, enviada por su madre desde Alemania, reposan los
restos de quien en sus últimos años daba visibles muestras
de ser un derrotado por la vida, una derrota producida en
gran medida por el desplome de los precios de la quina
y por el uso y abuso de las bebidas alcohólicas. Dice
Alberto Escovar:
El fragmento de camino que comunica las poblaciones
de Guane y Barichara, en su momento parte de esa ruta
soñada y construida por Lengerke, que unía al Socorro
con Barrancabermeja, con el río y luego con el mar, fue
restaurado en 1996. Habían pasado entonces 129 años
desde su culminación y el recuerdo de este mítico alemán se encontraba tan presente en ese momento como
cuando decidió emprender su construcción. pocos
sabían con certeza qué lo había llevado a abandonar
su patria para internarse en las selvas santandereanas.
De su experiencia comercial así como de la explotación
de la quina ya nada se sabía; tampoco se hablaba de
95
Armando Martínez Garnica. “Guarapo, Champaña y vino
blanco. Presencia Alemana en Santander en el Siglo XIX”, En: Boletín Cultural y Bibliográfico, Biblioteca Luís Ángel Arango, Volumen XXIX, Número 29, 1992, pp. 37-46.
188
los yariguíes cuyo nombre ahora sólo se utilizaba para
anunciar locales comerciales.
Resulta increíble pensar que después de tanto tiempo
el espíritu del camino también estaba intacto, y quizá
esto levó al entonces director general del Instituto
Nacional de Vías, Guillermo Gaviria Correa (19622003), a liderar su conservación y recuperación física.
En el fondo él sabía, como Ulises, Lengerke o cualquier
caminante de todas las épocas, que ese trozo de camino
representa al mismo tiempo el viaje y la vida. Y que
éstos sólo terminan cuando se inicia ese último viaje,
el de la muerte. Gaviria Correo murió temprano, en
la mitad del viaje, y fue enterrado bajo un árbol a la
orilla de ese camino que se empeñó en recuperar y
mantener activo, sin saber que se convertiría en su
último compañero. Lengerke fue sepultado en Zapatoca, bajo una sencilla cruz de mármol, y su tumba se
encuentra cercada por una reja de hierro decorada
con sus iniciales.96
1882. En ese año, moría un hacedor de caminos, de industrias, de casas comerciales, una especie de Rothschild.
Un hombre que en vida, cuando todo parecía sonreírle, se
había tratado de tú a tú con los más altos representantes
del clero, la política y el ejército. Un hombre que demostró con creces, aún en momentos de profundo desaliento,
que también hace parte estrecha de un territorio no quien
nace en él, sino quien muere en él. Sus restos mortales
no han conocido aquello de “Dale señor del descanso
eterno”. Un permanente fluir de gentes se detiene a diario,
respetuosa y en actitud reverencial ante su tumba, como
si el que yaciera en ella hubiese sufrido un proceso de
santificación. Velas rojas, muchas velas rojas, la circundan
a la manera de una guardia de corps. Para nada importa
96
Ibídem, pp.128-129.
189
en este ritual cotidiano que esté enterrado en el terreno
reservado a los suicidas, los protestantes o los masones.
Se dice que el alemán hace milagros, que Dios está de su
parte. Diariamente, zapatocas y no zapatocas, le piden
una serie de favores. Los primeros, piden que a través
de su mediación, sus negocios sean prósperos, que los
acreedores, de haberlos, dilaten al máximo el cobro de las
deudas, que el agua se transforme en brandy, vino blanco,
champaña, o en el peor de los casos, en guarapo. Que las
solteras puedan conquistar marido, y los solteros puedan
conquistar esposas, que los hijos puedan estudiar ingeniería, contabilidad o derecho, a condición de que una vez
haya concluido el pregrado, se curse una especialización
en derecho comercial, en derecho tributario o en derecho
financiero. Que esos restos mediante alguna señal audible
o inaudible le otorgue más bravura futura a la ya innata
bravura advertida en cachorros doverman, al colocarles
nombres recios, secos, talismánicos y contundentes: Kaiser, Junker, Bismarck, Rommerl, Fritsh, Lengerke…
La vida de un hombre como la de Don Geo, sujeta al ritmo
del hacerse y del deshacerse, en constante claro-oscuro,
unas veces elevada y renovada y otras aniquiladas desde
la base misma, reclama por un guión cinematográfico97,
diferente a los que con mayor o menor fortuna, para no
hablar de los que hacen sentir “pena ajena”, en donde un
director al estilo Herzog, Saura o Almodóvar, y el protagonista, ojala del corte de un Clauss Kinsky, den fe de ese ser
humano de excepción, que enfrentó su paso por el mundo
bien con espíritu romántico, bien con pragmatismo sumo,
bien con sobrevaloración del “Eros” y del “Thanatos”,
97
Entre los intentos más afortunados está el documental “Lichtverlonerer Wege. Die Kolumbianische Legende Geo von
Lengerke” (“Luz de caminos perdidos. La leyenda colombiana de
Geo von Lengerke”), Anita av Produktión, Berlín, 1997, un film de
Mechthild Katsorke.
190
bien con euforia o con desazón suprema, escindido en
su personalidad hasta parecer camino y túnel, claridad y
encrucijada, boyante en lo económico, y deudor moroso,
entablando pleitos judiciales y demandado pro igual
motivo, corajudo como pocos y roto emocionalmente, al
mismo tiempo.
¿Será que así de dispares, indelebles y contradictorias en
su impronta y en sus cicatrices son también las “rayas del
tigre”? Allá en Zapatoca están sus huesos. En una de las
más formidables expresiones del territorio santandereano.
Tierra, paisaje y alma colectiva, que él Georg, Ernst,
Heinrich von Lengerke, hijo de Abraham y de Emile, amó
hasta el “delirium tremens”.
191
LA IMAGEN DE
LENGERKE EN EL
TIEMPO
Geo von Lengerke a los 16 años
Tomado de: Zapatoca una imagen de la provincia colombiana. Litocamargo
Ltda., Bogotá D.E., 1985, p.8.
193
Geo von Lengerke a los 35 años
Tomado de: Zapatoca una imagen de la provincia colombiana. Litocamargo
Ltda., Bogotá D.E., 1985, p.9.
El cronista José Joaquín García describe así sus impresiones sobre Lengerke:
Era persona de agradable trato y de fisonomía distinguida y simpática; cortés y amable, al par que
obsequioso y de genio alegre, supo con sus buenas
prendas captarse la estimación general. Sobresalía
en las reuniones por sus buenas ocurrencias, y daba
marcadas muestras de cultura, particularmente por el
respeto que siempre manifestó en actos públicos por la
religión dominante, que no era la que él profesaba, lo
que le atrajo muchas simpatías. Fue también introductor: fundó una respetable casa comercial que aún subsiste (1896) hoy bajo la razón de Lorent y Wolkmann;
construyó varios edificios y contribuyó en mucho a dar
impulso al progreso material de la localidad.98
Otro tanto hace el ya varias veces citado Benjamín Ardila
Díaz:
Atraído por la belleza y prodigalidad de Girón, se
dio a la tarea de fundar un pueblo en su hacienda “El
corregidor”. Cuando transitamos por aquellos parajes
que han dado a Santander la riqueza del oro, del tabaco y del cacao, vemos una antigua casona sobre cuya
portada aún leemos sus iniciales como grabadas en la
98
José Joaquín García. Crónicas de Bucaramanga, Imprenta
del Departamento, Bucaramanga, Colombia, 1944. p.28.
195
perpetuidad de un escudo: GVL. Los años se fueron
escurriendo en inundaciones y realidades hasta que
tropezamos con él en Zapatoca por 1858. ignoramos
por qué su dinamismo buscó un oasis en la placidez
de la aldea. Zapatoca le atrajo y lo sedujo. Pero en
el olvido del burgo, su espíritu inquieto, ambicioso de
conquistas, oteó el horizonte y se entregó a recorrer
las selvas, a buscar riquezas por todos ignoradas. Por
montes de San Vicente descubrió la quina, la tagua, el
caucho, y a los mercados extranjeros llegaron sus envíos que pro acá pagaba con holguras y larguezas.
Numerosas peonadas trepaban los caminos con materiales para el puente que él tendiera sobre el Suárez.
Las fiestas populares se animaban con la bohemia
elegante de aquel señor que tenía un sentido inteligente
del dinero; en los hogares en antes entregados a la
oración y al reposo, las manos de nuestras mujeres
tejían la blancura de los sombreros, que llegaron a los
mercados del exterior; por las hondonadas del Suárez
se cultivaba el tabaco, y Lengerke era un creador de
industrias en un pueblo que le amaba y le admiraba
aún en la alegría y despreocupación de sus perdonables orgías.
Atacado por dolencias del cuerpo y del alma, se
retiraba a las plazas del Suárez, junto al “puente de
Lengerke” y allá estrangulaba el fastidio de las horas
con la lectura y la meditación.
Eduardo Rueda Rueda, brillante abogado que conoció en
su niñez a Lengerke, escribió más adelante, sus impresiones sobre el alemán:
Entiendo que Lengerke dominaba muy bien el piano y
recuerdo que un día me sentó en sus piernas y ensayó
cantar, acompañándose en el piano, un aire alemán
que los circunstantes le aplaudieron. Revelaba en todas
196
partes una cultura social exquisita y admirada. Era
apenas de regular estatura, pero bien formado, musculazo y esforzado. Su tez era blanca, su cabello rubio
oscuro, bien poblado y ya algo cano en sus temporales.
Circuló siempre y sin reservas, la especie de que una
conocida, hermosa y arrogante señora, poseída de
extravagantes antojos por el estado de gravidez en que
se hallaba, le había pedido a su marido que obtuviera
permiso adecuado para darle ella a Lengerke en su
ancha y tersa nuca, por debajo del nacimiento de su
ondulante cabello, un prolongado beso; a lo cual
éste accedió gustoso, sólo que tuvo que ostentar por
largo tiempo las huellas de un intenso mordisco que la
dama, para satisfacer ampliamente su ardiente deseo,
le propinó salvajemente.
Tuve sobrada ocasión de verlo, tratarlo y conocerlo,
puesto que mi padre –don Abdón Rueda Otero- le
administró algún tiempo su hacienda de Montebello
y allí murió en el año de 1878. Después en Zapatoca,
iba yo casi a diario a su casa, en amistad con sus hijos
impúberes, Federico y Guillermo, mis compañeros de
escuela y que fallecieron tempranamente. Me obsequiaba juguetes y bagatelas y me levantaba a pulso en
sus manos.
Murió en Zapatoca en su propia gran y hermosa casa
de oficina y habitación, a la edad de unos cincuenta y
cinco años. Expiró a las tres de la tarde del día cuatro
de julio de 1882.
Esa fecha y luctuoso acontecimiento se han mantenido
muy presentes en mi memoria, tanto por el afecto
infantil que le profesaba a Lengerke, como porque
para mí fue hondamente sensible, a la vez que incomprensible, que al cadáver de un personaje que en vida
se codeó con las más altas potestades y dignidades
eclesiásticas, civiles y militares, que fundó templos
católicos y santuarios, que magnánimo derramó a
197
manos llenas la filantropía, la caridad y la humanidad
sin distingos de ninguna clase, que en fin, colmó de
favores a Santander, como ningún otro antes ni después
lo haya hecho, hubiera sido prohibido rotundamente,
bajo pena de pecado mortal, acompañarlo a su última
miserable morada. ¿Por qué? Por su credo cristianoprotestante aunque inocuo y no practicante.99
Los recuerdos de Eduardo Rueda nos invitan a dos grandes
reflexiones: la que tiene que ver con el tema del entierro
de Lengerke, por un lado, y la que tiene que ver con el
tema del piano por el otro. La muerte siempre se enmarca
en un complejo conjunto de representaciones (sistemas
de creencias y de valores, esquemas simbólicos, relaciones jerarquizadas), y genera comportamientos (ritos,
conductas) colectivos más o menos codificados según las
particularidades de la cultura, los lugares y las épocas.
Lengerke no escapó, no podía escapar a este hecho cultural. Su condición de librepensador, ya lo sometía de
hecho, a un proceso de exclusión. No importaba que vida
hubiese sido generoso, respetuoso del estamento católico
y benefactor del mismo. Ahora era una figura fuera de
la ley, un alejado de Dios. Alejar al máximo su cadáver
de las imágenes santas, era impedir que esas imágenes y
que esos santos intercedieran por su alma. El suyo era un
cadáver en cuarentena, sometido a hambre y sed de reliquias. Colocarlo en pie de igualdad con los suicidas, era
negarle el derecho al refugio, al confort, y a la esperanza,
derivadas de las facultades taumatúrgicas que siempre se
la han atribuido a las reliquia, a las imágenes.
99
Eduardo Rueda Rueda. “El suroeste de Santander y Lengerke”, en Revista Huellas Históricas, No. 9, Bogotá, Colombia,
abril de 1954, pp.-23-24.
198
Por el sólo hecho de profesar otro credo, o de no profesar ninguno, no merecía ser enterrado en “suelo santo”.
Debía ser enterrado entonces, como efectivamente así se
hizo, en “suelo profano”. Había que hacerlo, dado que su
incredulidad en materia religiosa lo convertía en un “desvalorizador del más allá”, al que sólo le cabía merecer en
suerte el “más acá”, o sea, el hundimiento inexorable en
la nada. Su cadáver no había contado con el visto bueno
de la Parroquia.
Y la parroquia en Santander lo era todo, con curas, que
hicieron su labor calladamente, eficazmente, durante
largos siglos. Que con transigencia o intransigencia le
dieron a las poblaciones un soporte basado en patrones
de carácter religioso, con base a una pertenencia muy
cercana a lo que podríamos llamar una armonía o una
búsqueda de armonía esencialmente teológica. Queramos
o no aceptarlo, esos 250 años nos hicieron como somos y
explican, en gran medida, lo que hemos sido.
Geo von Lengerke
Tomado del libro de Horacio Rodríguez Plata, La inmigración alemana
al Estado Soberano de Santander en el Siglo XIX, Editorial Kelly, Bogotá,
D.E., Colombia, 1968.
199
Erasmo M. del Valle
Geo von Lengerke
Copia en albúmina 9X5.3cm.1869
Tomado de: Fotografía en el Gran Santander. Desde sus orígenes hasta
1990. Banco de la República, Departamento Editorial, Bogotá, Colombia,
p.86.
LOS CAMINOS DE LA
SENSIBILIDAD
Piano de Lengerke
Tomada de la Película: “Luz de Caminos Perdidos: La Leyenda colombiana
de Geo von Lengerke”, Dirigida por la cineasta alemana Mechthild Katzorke, Anita AV Produktion, Berlín, Alemania, 1997.
201
Piano
Fotografía: Camilo Bernal Kosztura, 2008.
El piano… trátese del piano cuadrado o del piano vertical, trátese de su doble vida: instrumento musical y un
elemento del mobiliario, trátese del piano de cola o del
piano de concierto, lo cierto, es que este sólido instrumento musical se ha caracterizado por formar parte entrañable de la sensibilidad burguesa y aristocrática. Serafín
Martínez González ha quien hemos venido siguiendo de
cerca dice:
La copresencia en la cotidianeidad burguesa, quizás
por la versatilidad de su teclado y por el pedal de resonancia, el piano ofrecía mejores posibilidades técnicas
para la expresión de la sensibilidad burguesa; por esta
contigüidad con los ámbitos privados y culturales, el
piano asume tales dimensiones expresivas y se resemantiza como uno de sus grandes símbolos, aparte de
las consabidas de distinción y refinamiento.
Por esa vía se pueden establecer otras valencias de
significación que se adhieren a su complejo semántico;
la sugestión de los nocturnos románticos, los rituales
eróticos que se registran como una evocación metonímica de los claroscuros salones intimistas. Vistas
así las cosas, el piano se inscribe y se prodiga también
en las filosofías del progreso; es otros elementos civilizatorio; está hecho para educar la sensibilidad y los
sentidos; es una conquista más del eurocentrismo. Así
203
el piano, y el que tocaba Lengerke era marca playel, se
convierte en mensajero de cultura y redención.100
No se necesita hacer un gran esfuerzo mental, para advertir que Lengerke tenía y mantenía con el piano unos
intensos canales de comunicación. En ese orden de ideas,
intérprete e instrumento se convierten en una sola entidad,
se funden. Lengerke, y valga el símil, “le hacía el amor al
piano”. Este instrumento musical le permitía darle salida
a su mejor yo, a sus pasiones más refinadas. Pero además,
en esta intimidad del teclado, como si de otro camino se
tratara, el piano hace las veces de un “médium” evocándole voces, parajes, vivencias infantiles, agradables unas,
traumáticas otras, de su Alemania de origen.
En efecto, el piano además de otra forma de camino, era
sobre todo, el puente que unía a este migrante con su tierra
natal. No cabe duda, si aceptamos que Lengerke era un
virtuoso del piano, que cierto tipo de mujeres, -las que
usualmente son consideradas de clase alta-, se sentían
literalmente subyugadas al oírle cantar y tocar a un mismo
tiempo. Nos parece estarlo viendo… sus manos acarician
las teclas. Su voz se permite en este delicado ejercicio una
mezcla entre lo sagrado que es la melodía y lo profano
que es su humanidad pugnando por sublimizarse. Puesto
a escoger entre la glorificación teórica y práctica del
trabajo y la glorificación del piano, optó en periodos de
gran soledad, por esta última. Al tocar, se sentía con más
conciencia de arraigo, puesto que unía dos mundos.
Al tocar, se sentía como un “hombre de poder”, dado que
al interpretar y reinterpretar melodías, el creador y el recreador, se anteponía al “homus economicus”. De otro lado
100
Serafín Martínez González, La imaginación liberal: hipótesis para una lectura de “La otra raya del Tigre”. Instituto Caro y
Cuervo, Santafé de Bogotá, 1994.
204
el piano, entre otras simbologías, es símbolo de solidez, de
noble sedentarismo; inseparable como objeto de las casas
con alma, cuando las casas tenían alma. Por lo mismo, el
teclado es un camino de ida y vuelta, pero más de vuelta
que de ida. El piano era, su complemento obligado en el
aislamiento. El piano le acrecentaba la condición que él
más amaba: la de ser libre.
Prosigamos evocando el recuerdo de Lengerke en el
tiempo, Horacio Rodríguez Plata, cuyo texto le sirvió a
Pedro Gómez Valderrama en gran medida para la fundamentación histórica de su novela, inscribe la imagen del
alemán en el siguiente contexto:
Un hecho interesante, que muestra muy bien el amor
de Lengerke por su patria lejana y su voluntad adoctrinadora de moderno conquistador, se manifiesta en
haber traído desde Alemania101 hasta su haciendo de
Montebello, un obús que había servido en la batalla
de Sedán. Todos los domingos, después del pago de
los numerosos peones de aquel verdadero y próspero
latifundio, los reunía para izar la bandera alemana en
la carraleja fronteriza y cantar el himno del Imperio.
En esa ceremonia, me lo refirió quien fuera testigo, se
disparaba con pólvora de fogueo el artefacto bélico.
El dueño de la hacienda había traído igualmente una
perra salchicha (dachs-hund) a la que tenía especial
cariño y era su compañera inseparable. En uno de
esos domingos, el animal se introdujo a dormir en
la boca del Obús, y al dispararlo el señor Lengerke,
tuvo la pena de ver a su adorada perrita “en átomos
101
Al menos en dos oportunidades Lengerke retornó a Alemania, presumiblemente para adelantar contactos y convenios comerciales, pero sobre todo, para visitar a su madre a la que profesaba,
como todo hijo que se respete, el más profundo y devoto de los
afectos, abrumándola con los regalos más inverosímiles: pieles de
jaguar, flechas, vasijas y momias indígenas.
205
volando”. Mi informante me decía que este para él
doloroso episodio, le aumentó aún más su afición a la
bebida y le causó un serio trauma psíquico.
Muchas cosas más podrían decirse de la accidentada
vida de este hombre singular y emprendedor, tales
como la muy curiosa de que trajo a su hacienda un
inmenso caimán, al que domesticó, cuál no sería la
sorpresa de los visitantes cuando el peligroso saurio
entraba a la sala o a la cocina como si fuese un perro
casero. En un gran estanque vecino pasaba el resto de
su tranquila y bien alimentada existencia.102
Martiniano Valbuena, a su turno dejó esta semblanza del
fundador de pueblos constructor de puentes y caminos, así
como pleno de curiosidad científica y antropológica.
Era un hombre de excelente buen humor, de trato
agradable, cortés y amable, y bien visto en sociedad.
Tocaba el piano y el violín con mucha maestría y era
generoso hasta el derroche. Su mesa era abundante
y espléndida, pero sus comensales tenían que estar
alerta, porque se preparaba unas salsas en que el ají
estaba listo a das su más desesperante picor, que a
veces mezclaba hasta en el chocolate. En sus famosos
cocteles reunía todas las capas sociales, pues en una
totuma grande vertía el rubio champán, el rosáceo
cognac, los exquisitos vinos del Rhin y el indígena y
popular guarapo.
Amaba entrañablemente a su madre, pero ella tampoco
se libraba de los sobresaltos que le daba, enviándole
pieles de culebras, de tigres, etc., y artefactos hachos
por los indios, fotografías de estos y de los bosques,
para decir a la buena y angustiada señora que su vida
102
Horacio Rodríguez Plata, La inmigración alemana al Estado Soberano de Santander en el Siglo XIX, Editorial Nelly, Bogotá,
D.E., Colombia, 1968, pp.106-107.
206
corría entre tales seres. La gran dama le llamaba con
afán en sus cartas, pero el genial germano estaba muy
amañado en nuestro país, que sólo dejaba por cortas
temporadas para visitar el suyo y sus familiares.
Remata por el último Rodríguez Plata con esta anécdota
enmarcada en lo trágico-cómico:
Como epílogo un tanto melancólico de aquella masiva
inmigración, refiero una anécdota que oí de labios del
ilustre historiador santandereano don Enrique Otero
D’costa, y que pinta al mismo tiempo el cierto respeto
reverencial que se le tuvo a los alemanes y la decadencia física y moral de muchos de ellos que, atraídos
por algo primitivo, aún existente entonces en la tierra
que los acogió, se dedicaron con inusitada frecuencia
al consumo de bebidas alcohólicas, especialmente de
las que entonces fabricaban con tanta abundancia
nuestras clases populares.
Un día del año de 1895, encontrábase profundamente
dormido, en estado lamentable, tendido en el piso de
tierra de una chichería en Bucaramanga, uno de aquellos inmigrantes. Con todo, veíasele rastro noble, ojos
azules, barba semiroja y vestido que debió ser limpio y
elegante., dos cigarreras que entraron al destartalado
ventorrillo, se quedaron contemplándolo. Una de ellas
preguntó intrigada_ -¿Quién será ese señor? Y la otra
respondióle nostálgicamente: -ahí donde lo ves, este
caballero era un alemán.103
Finalmente contamos con le testimonio de Mario Acevedo
Díaz, que junto con Ernesto Volkening, son quizás los
únicos en extender un manto de duda razonable, sobre
103
Horacio Rodríguez Plata. “La Primera Escuela y el Colegio
del Socorro”, en: Revista Estudio, Bucaramanga: Centro de Historia de Santander, números 108-111, 1941, p.79.
207
las hipótesis que todavía se siguen manejando, en injustificable ausencia de interpretación, en torno a la llegada
de Lengerke a Santander:
Un buen día del año de 1852 hizo su entrada en Bucaramanga un alemán que habría de tener gran influencia
en el desarrollo de la región en las décadas siguientes:
era el ciudadano Geo von Lengerke, quien estableció
desde su llegada negocios de exportación de cigarros,
tabaco en rama y sombreros de jipijapa. Proveniente
de una familia noble de la ciudad de Braunschweig,
había tenido que emigrar de su país por causas que
nunca fueron bien dilucidadas, aunque se cree que ha
consecuencia de un duelo a sable, común entre los
estudiantes alemanes, y en el que había herido mortalmente al hijo del duque gobernante de dicho Estado.
Otras versiones sobre su exilio y traslado a América
se dieron entonces y se han repetido ahora, inclusive
en una novela muy afamada sobre su vida, pero ellas
pertenecen más bien al género de la leyenda. La presencia y la actividad múltiple de este alemán, así como
la ley del librecambio que favorecía el desarrollo de la
actividad comercial, vendrían a ejercer profunda influencia en la región y especialmente en el centro natural
de ella, que lo era la hasta entonteces modesta aldea de
Bucaramanga y pronto (1857) elevada a la categoría
de capital del Estado Soberano de Santander, recientemente creado. Lengerke inició desde un principio una
inusitada actividad en el ramo comercial estableciendo
negocios con firmas del puerto hanseático de Bremen,
a donde exportaba los productos de la región., este
comercio se realizaba en un principio por la vía más
expedita al mar, que lo era la ruta de Cúcuta por el río
Zulia hasta la ciudad de Maracaibo. Lengerke apreció
rápidamente las dificultades del transporte a través de
una ruta internacional que resultaba ilógica teniendo
208
cercana la vía fluvial del río Magdalena. Así fue como
este alemán, con ojo avizor, descubrió muy pronto que
el progreso de estas zonas interandinas estaba estancado, mientras no se superaran los obstáculos que
producían su aislamiento. La única solución a estas
dificultades era promover la construcción de vías de
buenas especificaciones que conectaran los aislados
centros del interior con la ruta fluvial.
La actividad comercial que se inició entonces transformó a Bucaramanga, en el curso de pocos años, en
uno de los centros más importantes del país. A cambio de nuestro comercio de exportación, se llegó a la
importación de toda clase de artículos hasta entonces
exóticos en nuestro medio. En un periódico de la época
encontramos este anuncio que da una idea de la variedad de artículos exóticos que hoy desconocemos:
“En este acreditado establecimiento se encuentra
abundante surtido de Salmón de Morton, Columbia
River, en aceite y en tomate, ostras, langostas en dos
salsa, pasteles de hígado de ganso, lampreas, bacalao.
Vino tinto saint emilien tres clases. Vino madeira en
damajuanas y en cajas. Ginebra de Holanda. Revólveres Smith y Wesson finísimos y cápsulas. Vino de
quina. Cigarrillos legitimidad (de Cuba), frescos. Mil
cosas más…”104
104
Mario Acevedo Díaz, La culebra Pico de Oro, Op.Cit,
pp.27-28.
209
¿LENGERKE
INSPIRADOR DEL
PROTAGONISTA
DE LA NOVELA “DE
SOBREMESA”?
Carátula de la Primera Edición de la Obra De Sobremesa
de José Asunción Silva
211
Hay quienes, que como nosotros, han sostenido que Lengerke bien podría ser el inspirador del personaje central,
José Fernández, de la novela “De sobremesa” escrita
poco antes de su muerte por José Asunción Silva. Antes
de establecer dicho paralelo, nos parece que si de coincidencias se trata, y llama la atención que el hecho haya
pasado desapercibido, son las que existen entre el propio
Silva y Lengerke. Veamos: si Lengerke asume la tripleta
comerciante-empresario-colonizador, José Asunción se
identifica en la primera faceta. Su padre Ricardo Silva,
de origen santandereano, tuvo un almacén comercial que
conoció épocas de esplendor, y que tenía como objetivo
de fondo aportarle a Bogotá iniciativas de progreso. A su
muerte, su hijo asumió las actividades comerciales de su
progenitor, montando un almacén al estilo europeo, que
recuerda por los productos que allí se vendían a los que
Lengerke ofrecía en Bucaramanga: artículos de arte para
regalo; muebles dorados de fantasía; láminas y espejos,
sobretodos y jerseys; calzado de salón y para el campo;
cortes famosos para traje; medias de seda y de hilo de Escocia; géneros para muebles, perfumería etc.105 Poco antes
de su trágico final, el poeta estaba empeñado en instaurar
en la capital la cultura del baldosín, de los azulejos, de los
mosaicos. Para tal efecto, montó una fábrica que fracasó
estrepitosamente.
105
Enrique Santos Molano, José Asunción Silva, El corazón
del Poeta. Planeta Colombiana Editorial S.A., Bogotá, Colombia,
1966, p.749.
213
Pero ahí no terminan las coincidencias. Si Lengerke
es antes y después de su llegada a Santander; Silva en
proceso inverso, y a nombre del cosmopolitismo, será
antes y después de su estadía por espacio de dos años en
París. Si Lengerke hizo de Montebello un centro de irradiación cultural y empresarial, ya no Silva, pero sí dos
tíos suyos pretendieron hacer de la Hacienda del “Hato
Grande” (hoy residencia campestre de los Presidentes de
la República), una especie de Montebello sabanero. Si
Lengerke en sus últimos años de vida, quedó sumido en la
bancarrota económica, más dramático fue en ese sentido
lo que el autor del “Nocturno” tuvo que afrontar, como
quiera que sobre él pesaban a la manera de una espada
de Damocles, cualquier cantidad de juicios ejecutivos,
de multitud de acreedores, y de una serie de embargos
como resultado de estas acciones judiciales. El infortunio
comercial de Silva fue de tal magnitud, que llegó incluso
a tener un escenario kafkiano, cuando su propia abuela,
Mercedes Diago Gómez, estuvo a escasos centímetros de
meterle pleito, aparte de tratarlo de la peor manera.
Si Lengerke era de origen noble, Silva formaba parte
estrecha de la aristocracia bogotana. Si lengerke fue
socio fundador del club de Soto (más adelante Club del
Comercio), José Asunción Silva figuraba como uno de
los primeros socios del Jockey Club. Si en el club del
comercio se reunía y se sigue reuniendo la elite santandereana, en el Jockey lo hacía y lo sigue haciendo la elite
bogotana. Si Lengerke se empeñó a fondo para “universalizar” a Santander, otro tanto pretendió José Asunción
Silva con su ciudad de origen. Si a Don Geo y al resto
de migrantes alemanes los acusaron de atentar contra la
moral pública, a Silva, en infamante y maldiciente especie
que subsiste hasta el presente, velada y soterradamente
(por aquello de que “a mi no me consta, pero cuando el
río suena piedras lleva”), lo acusaron de prácticas inces214
tuosas. Si Lengerke en vida ya era una leyenda, Silva lo
será después de muerto. Si Lengerke hablaba y escribía
correctamente el castellano, el autor de “Sobremesa”, leía
y hablaba francés, inglés, italiano y gracias al concurso
de Baldomero Sanín Cano, aprendió alemán –gracias a la
intimidad intelectual- que los unía.106 Si Lengerke fue tildado de descreído, frío e indiferente en materia religiosa,
al poeta le endilgaron el mismo calificativo.
Si Geo von Lengerke, fue enterrado en lo que hoy se
conoce como el cementerio antiguo de Zapatoca, a modo
de un “Apartheid” en el lugar reservado a los suicidas
y a los de credos religiosos diferentes al catolicismo,
Silva, por las circunstancias que motivaron su muerte, fue
enterrado en le lugar del cementerio previsto y destinado
para los suicidas, por cierto, muy cerca del basurero.
Sólo treinta y dos años después (Silva había muerto en
1896), para vergüenza de vergüenzas, y en ceremonia
clandestina, fueron exhumados sus restos y trasladados al
cementerio central, en donde reposan hasta la fecha en el
panteón de las familias Silva Fortuol y Silva Gómez, junto
a su abuelo paterno, a sus padres y a sus hermanos.
Si la tumba de Lengerke es una de las más visitadas,
la de José Asunción, no se queda atrás. Si Lengerke se
debatió a lo largo de su existencia entre mareas de alta y
baja intensidad, Silva pasaba, igualmente de la euforia al
más invencible de los hastíos. Lengerke refinado, Silva
también. Lengerke mundano, Silva también. Si Lengerke
tocaba con maestría el piano, ya no el poeta, pero sí su
hermana Elvira, tenía fama de ser una virtuosa de este
instrumento musical. Lo que sí está claramente establecido
es que el autor de “Gotas Amargas”, de “Día de difuntos”,
de “Don Juan de Covadonga”, de “los maderos de San
106
p.540.
Enrique Santos Molano, José Asusnción Silva, Op.Cit.
215
Juan”, entre otros poemas de sutil e impecable textura,
importaba pianos de cola, en donde las marcas alemanas
llevaban la delantera. Si el alemán chocó en más de una
ocasión contra la mediocridad del ambiente, al bogotano
le correspondió otro tanto.
Finalmente ambos, en sus respectivos escenarios, experimentaron la conciencia de vaciedad, de tedio, el
sentimiento de incomunicación y amenidad ante una
realidad no siempre amable, y sí mediocre y ruin, pacata
y mezquina, envidiosa y plana.
Establezcamos ahora, si es que las hay, las coincidencias
entre Lengerke y “José Fernández”. La siguiente y extensa cita permite afirmar sin necesidad de glosarla, que
efectivamente sí las hay:
Llegará el día en que el actual déficit de los balances
sea un superávit que se transforme el caminos, en
carreteras, en ferrocarriles indispensables para el
desarrollo de la Industria, en puentes, muchos puentes,
que crucen los ríos torrentosos, en todos los medios de
comunicación de que carecemos hoy, y cuya falta sujeta
a la patria, como una cadena de hierro y la condena
a inacción lamentable.
Logrado esto, se hará conocer la tierra nueva y desbordante de riquezas en los mercados europeos gracias
a agentes fiscales que los recorran y a los esfuerzos
de una diplomacia sagaz, ampliamente renteada y escogida entre la flor y nata de los talentos nacionales.
Los bonos depreciados antes serán una inversión tan
segura como los consolidados ingleses, y colosales
empréstitos lanzados por los Hutk y los Rothschild y
suscritos en condiciones favorables permitían completar los resultados perseguidos en la constante labor.
La inmigración atraída por el precio mínimo a que se
216
harán las adjudicaciones de baldíos en los territorios
hoy desiertos, afluirá como un río de hombres, como
un amazonas cuyas ondas fueran cabezas humanas y
mezclados con las razas indígenas, con los antiguos
dueños del suelo que hoy vegetan sumidos en oscuridad miserable, con las tribus salvajes, cuya fiereza y
gallardía nativas serán potente elemento de vitalidad,
poblará hasta los últimos rincones desiertos, labrará el
campo, explorará las minas, traerá industrias nuevas,
todas las industrias humanas. Para atraer esa inmigración civilizada, colosales steamers de compañías
subvencionadas por el gobierno con sumas que permitan reducir a un mínimun, suprimir casi, el costo
del pasaje, cruzarán el Atlántico e irán a recoger a
los tripulantes, ansiosos de nueva vida, en los puertos
de la vieja Europa.
La capital transformada a golpes de pica y de millones
–como transformó el Barón von Haussman a Parísrecibirá al extranjero adornada con todas las flores de
sus jardines y las verduras de sus parques, le ofrecerá
en amplios hoteles refinamientos de confort que le
permitan forjarse la ilusión de no haber abandonado
el risueño home.107
La dimensión sexual que como ya se manifestó ha sido
sobrevalorada cuando de Lengerke se trata, no puede, sin
embargo, dejarse de lado en éste, atentos como estamos,
a establecer una serie de analogías.
¡Hurra a la carne! ¡Afuera voz de mis tres Andrades
sedientos de sangres, borrachos de alcohol y de sexo,
que tendidos sobre los potros salvajes, con el lanzón
en la mano, atravesábais las poblaciones incendiadas
107
José Asunción Silva, Poesía y Prosa, Edición a cargo de
Santiago Mutis Durán y J.G. Cobo Borda, Instituto Colombiano de
Cultura, Bogotá, Colombia, 1979, pp.177-178.
217
atronándolas con nuestro grito: “¡Dios es pa reírse dél,
el aguardiente pa bebérselo, las hembras pa preñarlas”. Grita, voz de mis llaneros salvajes: “¡Hurra a
la carne”. …”cuando rendidos ambos de lujuria y de
cansancio, borrachos de champaña helada, la Rousset
comenzaba a adormecerse con la hermosa cabeza sobre los almohadones blandos, una furia inverosímil me
crispó de pies a cabeza, al pensar, con toda excitación
del alcohol en el cuerpo, en los insultos groseros que
nos habíamos prodigado en la hora anterior, entremezclándolos de caricias depravadas y en mis planes
de vida racional y abstinente, deshechos por la noche
de orgía.108
108
José Asunción Silva, Poesía y Prosa, Op.Cit. p.188.
218
¿OTRA POSIBLE
COINCIDENCIA?
Carátula de la Primera Edición de la Obra Pax
de Lorenzo Marroquín
219
Si en la novela De Sobremesa, que José Asunción Silva
escribió a marchas forzadas creemos haber encontrado,
actuando y viviente bajo otro nombre a Lengerke, bien en
su faceta, que es la que más hemos querido destacar, de
comerciante y empresario, en donde su talento práctico
iba de la mano de un refinamiento cultural y de una visión
romántica del mundo –y sabido es que todo romántico
que se precie de serlo, termina, y no podemos menos que
recordar en ese sentido, la imagen que el Griego tenía
del destino, de ese “Fatum”, contra el que el hombre
nada puede y que sobre todo, parece ensañarse contra
los espíritus más depurados y selectos –termina a la larga
en naufragio u tragedia; creemos haberlo encontrado de
“carne y hueso”, en otro tipo de devenir bajo la histórica
figura del Conde Bellergade, formando parte sustancial del
eje narrativo bajo el cual se mueve la novela Pax escrita
por Lorenzo Marroquín (Bogotá 1856- Londres 1918)
en 1907, y de la cual se han hecho cualquier cantidad de
reediciones. Lorenzo Marroquín, al igual que otra serie
de colombianos, en un fenómeno que todavía no ha sido
lo suficientemente estudiado, como tantos otros episodios
de la historia nacional, que vislumbraron en el afuera, la
posibilidad de superar la cortedad de miras y la tendencia
al enclaustramiento, a la “antigrecia”, que a principios del
Siglo XX y aún bien avanzado éste, vivía el colombiano
medio, inmerso aún dentro de una mentalidad de aldea,
y dentro de un conformismo no exento de soberbia, que
221
le hacía sentir y proclamar a los cuatro puntos cardinales
que este era el mejor de los mundos posibles. Si bien Marroquín, y eso no es ni mucho menos un deshonor, hizo
suyo un fuerte ideario católico y tradicionalista, también
es cierto, que era un hombre de formación enciclopédica,,
presto siempre a darle salida a sus múltiples inquietudes
intelectuales, a las cuales les quiso dar cabal respuesta a
través de múltiples viajes. Esa condición, la de viajero
infatigable le ha sido reconocida tanto por sus apologistas
como por sus detractores. Defensor a ultranza de los fueros
de la tradición nobiliaria hispánica y no hispánica, es la
que nos permite advertir el interés del autor por resaltar
a personajes como el Conde Ballagarde, “el hombre de
las grandes empresas y de la inmensa energía”, que en el
seguimiento de coincidencias y analogías que nos hemos
impuesto, y en donde la música Wagneriana ácere hacer
las veces de un derrotero a seguir, dentro de una atmósfera
intelectualizada y obsesionada por el problema estético.
…¿Y su empresa?...
- Como te dije anoche, Bellergade tiene una idea
salvadora, un producto colosal: la canalización del
Magdalena, y la colonización de todas las selvas que
baña el río; y el contrato con el gobierno ya quedó
firmado.
La Nación aprenderá al fin a conocer a esos hombres,
a desconfiar de ellos. Nosotros, guiados por el General
Ronderos, desplegaremos doble energía contra esos
bárbaros y contra la naturaleza salvaje… es preciso
que la empresa se lleve a cabo, y se llevará.
- ¡Bah! Yo iré a esas selvas; echaré los caimanes del
río, haré un gran puerto; donde braman los tigres,
pitarán las locomotoras, y donde hay selvas espesas,
levantaré ciudades.
Y siguieron así, embriagándose con sus propias ideas,
discutiendo todos los pormenores, escrutando el por-
222
venir, esbozando sus sueños de lucha, de prosperidad y
de progreso; sí realizarían la conquista de esas selvas
inmensas, enmarañadas, cubiertas ahora de pantanos,
pobladas de fieras; el río, convertido en un canal profundo, permitiría el tránsito de buques de alto bordo,
que subirían con las muchedumbres de inmigrantes y
bajarían con los productos de esas fecundas regiones;
vendría el despertar de un mundo descubierto, adivinado, pero no conquistado todavía; y de ese mundo
virgen, intacto, e incalculables riquezas ocultas en
la sombra de los bosques, saldría luego un rumos de
vida y un himno de resurrección, el clamoreo de las
campanas y los yunques en las aldeas nuevas; la agitación, el hervor gozoso de las ciudades que surgirían
en medio de los plantíos risueños; y entre el estrépito
de la industria, la barahunda del comercio y el rodar
del oro, millones de hombres felices, ricos, gozando
de la paz, bendecirían, aclamarían a los fundadores
de esa prosperidad y esa grandeza.109
Hasta aquí las coincidencias, que nos hacen sentir, aunque
sean sólo eso, coincidencias, a un hombre, Lengerke, que
en vida contó con un dilatado horizonte mental, invitando
a la navegación, a la conquista, a la aventura; que tuvo
el acierto de producir ideas pragmáticas y la capacidad
para desarrollarlas y propagarlas, a conquistar y colonizar
vastos territorios, a avanzar siempre, aún en contra de
su propio temperamento, con un poder de irradiación,
con el que quiso dominar los cuatro puntos cardinales, y
que para poder apreciar y valorar el carácter del pueblo
santandereano en toda su magnitud, no dudó en marchar
hombro a hombro con él.
109
Lorenzo Marroquín, Pax, Editorial Bedout, Medellín, Colombia, 1971, pp.67-668.
223
CONCLUSIONES
225
Si algo captó Geo von Lengerke a su llegada a tierras
santandereanas –hecho que por demás lo atrajo era, que
bien el Estado Soberano de Santander era parte sustancial
de la patria, también se hacía singular en la diferencia,
actuando como una unidad específica, como individualidad que en el devenir histórico nacional –debido a sus
marcadas diferencias con el resto del país- se ha aislado
en más de una ocasión de éste, incluso de manera “voluntaria”. Los problemas que afectan al departamento son
los mismos problemas generales que afectan al todo, pero
son asimilados y procesados de una manera peculiar por
la santandereanidad, por el espíritu y el alma y el código
de honor del hombre santandereano que busca encarnar
hacia el futuro aquello que lo “diferencia” en alto grado
del resto de los colombianos. Y es que el hombre santandereano es “carácter”; “pura fuerza de ser”. En la fortaleza
de su carácter y de su voluntad, estriba su esperanza, y
en la malversación instintiva, visceral de la misma, sus
contradictorios virajes, sus inexplicables o explicables retrocesos. Es cierto que lo anterior ha impedido en muchos
aspectos, y más cuando nos situamos en las postrimerías
del Siglo XIX, el desarrollo del departamento, pero también es cierto que un espíritu de lucha, con el que Lengerke
se identificó a fondo, planteado desde sus más remotos
orígenes, desde la misma y estrecha relación hombrenaturaleza indómita, ha hecho del hombre y de las mujeres
227
nacidos en el territorio de “La otra raya del tigre” unos
hombres y unas mujeres recias, de “valor”.
Sin embargo, durante mucho tiempo, este “más valer” de
clara raigambre hispánica, previsto para proteger la honra
de la deshonra, la fama de la infamia, la vida de la muerte
(entendida esta muerte, más que física, como muerte civil,
social y moral)110, permaneció durante mucho tiempo
actuando bajo el modelo de unas fuerzas, ya varias veces
mencionadas: las fuerzas centrípetas.
En ésto, sumado a otros factores, lo que hace que Lengerke y otros migrantes alemanes se preguntasen: ¿Cómo
lograr que este elemento humano de excepción, sobre
conciencia individual y colectiva de dicha fuerza, es decir
reemplazando la fuerza centrípeta por la “fuerza anímica”,
o sea, cobrando plena conciencia de sí mismo? ¿Cómo
lograr sin fracturar la tradición hispánica, de la cual la
tradición libertaria) de acuerdo con el llamado “derecho
de resistencia”, tan sólidamente argumentado por un Palacios Rubio, o un Montesinos, como el padre Mariana, o
un Francisco Suárez), es connatural a la primera? ¿Cómo
lograr que el culto al honor tan exaltado por el santandereano, hasta llevarlo a situaciones límites, pueda derivarse
también en la costumbre de unos pactos comerciales, de
una cultura de compraventa, evitando precisamente desde
el honor, las imputaciones de actos e intenciones que
eventualmente, pueden lesionar el buen nombre, la reputación y la honra? ¿Cómo y bajo que modelos se podría
lograr que todo lo que históricamente honorable que se
encuentra en el santandereano, y que es mucho, se pueda
colocar a la “altura de los tiempos” mediante la apuesta
por el progreso material, entendido éste como la mejor
solución al fenómeno del aislamiento, la insolidaridad y
110
J.G. Peristiany, El concepto de honor en la sociedad mediterránea, Editorial Labor, S.A., Barcelona, España, 1968, p.81.
228
el individualismo, evitando esa movilización empresarial
y de recursos técnicos, no se constituya en una forma de
disolución de toda una filosofía de la vida?
Lengerke entendía que la falta de tradición debilita a los
pueblos. Pero tradición no es tradicionalismo. Tradición es
una acumulación de pasado que domina el presente y que
lleva en sí misma una potente capacidad de renovación.
De esta manera Lengerke, y no sólo él, actuó dentro de la
“dinámica de la tradición”. El resultado: el influjo y flujo
de una corriente agroexportadora e importadora. Buena
parte de esta inserción del Estado Soberano de Santander
en el horizonte internacional, se debió al impulso de
Lengerke y de otros alemanes, partidarios desde luego,
de la era de la libre concurrencia que había expandido
la economía del capital a nuevas alturas y hacia nuevas
fronteras111, en donde Inglaterra, era el epicentro de las
revoluciones productivas y Bremen y Hamburgo, pro
su parte, las plazas fuertes de la corriente agroexportadora y manufacturera. Agroexportación que inseparable
de nombres y apellidos típicamente teutones, Geo von
Lengerke, Pablo Lorent, Alexander Koppel, Guillermo
Schrader, Guillermo Müller, los hermanos Koop, etc. contribuyó a generar una dinámica económica de doble vía:
aumentaron los flujos del mercado interno y se elevaron
las importaciones y las exportaciones.
Ya vimos, sin embargo, que una orientación republicana,
no exenta de haber sido libérrima y anticlerical en demasía,
impulsó como nunca antes lo había registrado hasta ese
momento, el devenir histórico de la nación colombiana, el
desenvolvimiento de las actividades productivas, generando una reactivación económica, cultural, arquitectónica y
111
Carlos Nicolás Hernández, Alfredo Camelo, Aguachica,
Historia de un Camino. Unidad Editorial Universidad Incca de Colombia, Bogotá, Colombia, 1990, p.138.
229
estética de alta significación histórica para el proceso de
modernización material, e institucional del país. Logros
indiscutiblemente, pese a nuestro inveterado “Espíritu de
facción”, que en lo que más le concierne al presente texto,
conoció episodios de alta tensión, como los que tuvieron
que ver con círculos de artesanos exaltados que bajo la
dialéctica del resentimiento, el ataque verbal, los puños, el
machete y el revólver, y que sin negar la validez de varias
de sus demandas, reprobaron el libre comercio, imbuidos
en un “odio hirviente”, exigiendo prerrogativas para las
producciones domésticas.112
Según como se mire, los artesanos apuntaban con menor o
mayor beligerancia a una apropiación, que nos atrevemos
a denominar “micro”, del espacio geográfico y a un control
económico y político del mismo. Los alemanes y la elite
empresarial santandereana, buscaban esa apropiación
geográfica, económica y política, pero desde una visión
“macro”. Una pregunta, sin embargo, nos sigue asaltando,
a pesar de los intentos por contestarla en páginas anteriores: ¿Qué tan extensa e importante era la red de comercio
durante la vigencia constitucional del Estado Soberano
de Santander?; ¿Qué intereses concretos existieron tras
el trazado de caminos, puentes y ferrocarriles? O bien,
¿Qué grupos y personas se opusieron a su desarrollo y
por cuáles razones?
Si Lengerke se convirtió en el prototipo alemán del progreso en Santander, bien podríamos afirmar lo mismo de
Don David Puyana, minimizando para dicha reflexión sus
roces permanentes con el primero, y sin restarle méritos
a otros migrantes germanos y a otros empresarios santandereanos.
112
Carlos Nicolás Hernández, Alfredo Camelo, Aguachica
Historia de un camino. Op.Cit. p.133.
230
Don David, bumangués de pura cepa, y con mucho
de judío, sin embargo, por la línea de su madre doña
Ramona Figueroa, descendiente de familia hebrea
de curazao, los D’Costa, se trazó un vasto programa
de acción, iniciado con la exportación de sombreros
de Jipijapa (paja de nacuma o toquilla), y al efecto,
partió con un cargamento, vía Maracaibo, hacia la
Habana, en donde pagaban altos precios pro esa
mercadería, aparte de que más adelante, emprendió
en grande explotaciones agrícolas. Como un jefe militar que acomete una campaña de fondo, comprendió
que se necesitaba en su campamento un sitio que
fuese el cuartel general y centro de operaciones (el
otro Montebello decimos nosotros) y se entregó a la
tarea de descuajar el monte que estaba al oriente de
Bucaramanga, donde edificó una casa que en su sencillez hace pensar en un palacio, y que por su amplitud
estaba destinada a ser la morada de una familia tan
numerosa como una tribu. A la casa se entra por un
zaguán, hasta llegar al patio enorme y claustreado, que
es un jardín a la usanza terrígena, provisto de cuartos
espaciosos, acá, la gran sala de recibo, y allá, el gran
comedor. Más adentro, el segundo patio, con la cocina,
las habitaciones de la servidumbre. En la planta baja,
un cuarto de proporción suficiente para los galápagos,
las herramientas de labranza, los aperos. Y hacia abajo
el llano y el sendero de la villa, que a poco no más se
tropezaba con el tejar, en cuyos hornos se cocieron
los pisos, techos y acueductos de la hermosa morada,
campesina y palatina a la vez. Como salida del talento
de un hombre que, sin saberlo ni imaginarlo, era a un
mismo tiempo un patriarca bíblico y gentil hombre a la
moderna. Así se levantó la casa señorial que se conoce
con el nombre de la “Cabecera del Llano”.113
113
Aurelio Martínez Mutis, Biografía de Helena Mutis, o un
país alrededor de una mujer, Bogotá, Imprenta Nacional, 1954,
pp.132-133.
231
Lengerke… el alemán que se enamoró del pasado glorioso
y de la dura vida del santandereano. Lengerke… el hombre
que logró colocar a favor del progreso al legitimación
del poder establecido, el hombre que recreó y revalidó y
rediseño una imagen colectiva. El hombre que le apostó
no a la aventura vil, sino a la noble aventura. El hombre
que le puso otros muros de sostén al Santander, esta vez
como oxigenación de la tradición y propugnando por
hacer a punto de puentes y caminos, un nuevo cañón del
Chicamocha de aquí hasta la eternidad.
El hombre que pudo haber dicho además sin la menos dosis de arrogancia en la expresión: “Nada de los humano me
es ajeno”. En todo lo que hizo, se involucró hasta el fondo.
Si alguien vivió intensamente el acierto y el desacierto fue
él. No dudó jamás en entregarse al conocimiento de los
seres y de las cosas, con vital desenfreno. De ahí el interés
de muchos por detenerse única y exclusivamente en sus
“odiseas eróticas”. Contaba para ello, con la voluptuosidad del oído, la de la vista, la del tacto, la del olfato y la
del gusto. Sin negarse a la serenidad, a la comodidad y al
sosiego, fue también clamor de abismo. Nunca miró los
toros desde la barrera; nunca contempló el mundo a través
de una vitrina. Supo de amores y desamores, de risa franca
y llanto compulsivo. Tenía el encanto de los impredecibles
y los contradictorios. Por eso, unas veces lo encontramos
fuerte, otras exaltado, y no pocas, derrumbado.
Supo de triunfos y fracasos, de pleitos judiciales que entabló114 y que le entablaron. Lector voraz, nunca hubiera
114
Pleitos como el entablado contra Francisco Gálvis, que
le adeudaba a Lengerke la suma de mil doscientos ochenta y tres
pesos con setenta y cinco centavos, por concepto de la compra de
una mercancía. En su alegato, del que posteriormente desistió, el
alemán argumenta que “el señor Galvis tiene el deber de la hombría de bien i la honradez i la lei le imponen de pagarme”. (Archivo
Personal).
232
leído, si se nos permite esta transposición de tiempo, modo
y lugar, manuales de autoayuda, por la sencilla razón de
que aún bordeando como bordeó los límites de la locura,
tuvo siempre conciencia de su propia valía; cuando fue
violento, tuvo el suficiente cuidado, de no traducir esa
violencia, en violencia del alma contra sí mismo. Es
más todo su ser se hubiese rebelado contra aquellos que
siempre están “divinamente”, a los que todo les sale
bien, a los que nunca se enferman, a los que desconocen,
o dicen desconocer, el sudor frío, hermano del miedo y
del terror; y largas noches de insomnio, dado que duermen a pierna suelta, que no saben lo que es sentir la voz
entrecortada ante una situación que se sale de las manos.
Este estar permanentemente bien; este suplantamiento de
la vivencia, en la cual la sordidez también está contemplada, por las llamadas leyes del éxito, las que sean, nos
suscita prevención, rechazo, sospecha y desconfianza. En
cambio, el poema de Porfirio barba Jacob intitulado “Un
hombre” parece hecho a la medida de un Lengerke y en
general, para los que han asumido su condición humana
descartando de antemano la victoria fácil, la aureola de
la genialidad y la impostura, para improvisar el gesto, el
ademán resuelto, y la “fuerza anímica” que el destino les
negó de plano.
…los que no sentís el gusano de una cobardía que os
roce sin cesar las raíces del ser,
los que no merecéis ni un honor supremo ni una suprema ignominia.
los que gozáis las cosas sin ímpetus ni vuelcos…
… los que no habéis gemido de horror y de pavor,
como entre duras barras, en los abrazos férreos de
una pasión inicua, mientras se quema el alma en fulgor
iracundo, muda, lúgubre, vaso de oprobio y lámpara de
233
sacrificio universal, ¡vosotros no podéis comprender el
sentido doloroso de esta palabra: Un hombre!.115
Si algo fascina entonces de Lengerke, es que fue y se
comportó como un ser humano en el sentido más radical
del término. Ahora sí entendemos la inspiración que desde
la fascinación llevó a Pedro Gómez Valderrama a escribir
“La otra raya del Tigre”, obra de la que no quisimos prescindir como referente, ni en lo histórico por razones más
que obvias, ni en lo literario, por el recio acento varonil,
entre otros acentos, que su lectura depara. Obra que por
decantada, por interesante, por mantenernos en cada una
de sus páginas pensativos, intrigados y alterados a un mismo tiempo le hacen justicia en primer lugar a Santander,
que más que un territorio es una “condición del alma” y
en segundo lugar, para gloria de las letras nacionales.
En realidad, el escritor siempre es un coleccionista
de recuerdos. Naturalmente, en el caso de “La Otra
Raya del Tigre”, son vivencias que quedaron muy impresas en mí desde que era niño. Yo oía a mi padre que
contaba de todas esa cosas, y, naturalmente, se refería
mucho a mi abuelo. Mi abuelo estuvo a punto de que
lo fusilaran en Zapatoca, en una de las invasiones de
los conservadores. Eso, naturalmente, me hizo vivir
muy de cerca los acontecimientos. Además, en esa
época yo iba a Zapatoca frecuentemente. En realidad
creo que el pueblo no había cambiado nada desde la
época de su fundación, a mediados del siglo pasado,
la época de Lengerke, y conservaba su ambiente, las
viejas casas, las viejas tradiciones, todo, exactamente
como había sido, eso me facilitó mucho reconstruir
los hechos y, también desde luego, la tradición oral;
115
Porfirio Barba Jacob, Obras Completas, Ediciones
Académicas Rafael Montoya y Montoya, Medellín, Colombia, año de
MCMLXII, pp. 244-245.
234
mi padre, mis tías, las conversaciones de familia,
todo eso iba aumentando el caudal y, naturalmente,
completé mis materiales con estudios y con una serie
de investigaciones.116
Ahora también, aceptamos por acertado, el balance final
que Horacio Rodríguez Plata hizo de este alemán, que
entre las victorias fáciles y el camino del dolor, escogió
a este último.
Geo von Lengerke buscó en una parte de Colombia
el destino de su propia alma, creyó encontrarlo, escrutó su cielo, recorrió sus selvas, navegó sus ríos,
construyó vías, tendió puentes, estimuló el comercio,
sintió el hálito vivencial de una raza más hispana que
indo-hispana, se fundió física y espiritualmente con
ella y trató de despertarla de un letargo ancestral y
multi-centenario. Cuando se es verdadero hombre, y
Lengerke lo era, y no se puede morir por la tierra de
origen solamente, se va a morir por otra que igualmente identifica sus propios sueños. Acá llegó para
vivir nuestras tragedias, las guerras civiles, para
solidarizarse con nuestros esfuerzos, para hermanarse
con nosotros. A esa tierra que lo acogió, le quitó el velo
que la cubría, la conquistó y la poseyó. A la tierra y
a las gentes hay que llegar así. No a la ventana sino
al recinto.
Hombre soberbio, no le importaron los límites artificiosos que le imponía una sociedad pacata, ni tampoco
lo detuvo la conformidad ambiental, chocó contra una
tradición y sin violentarla pudo modificarla en gran
parte. Hizo contratos, sí, pero siempre los cumplió.
Para él, como para las gentes santandereanas de su
116
Entrevista a Pedro Gómez Valderrama realizada y publicada por Margarita Vidal, Entre Comillas, Planeta Colombiana Editorial, S.A., Bogotá, Colombia, 1999. p.125.
235
tiempo, la palabra valía más que una escritura pública.
A las tremendas dificultades que tuvo que afrontar,
clima, asaltos de aborígenes, selvas, competencia,
resistencia social, fanatismo, opuso una indomable
voluntad, una energía y una generosidad que hacían
proselitismo, y murió en la briega como todo un hombre. Por tanto, no hay que mirarlo desde el punto de
vista mercantilista, sino como al extranjero gallardo y
generoso que vino a servir, sirviéndose a sí mismo, pero
dejando una huella tan positiva que hoy salta a la vista
u que no podrá jamás desconocerse. Fue un romántico,
no de los que expresan su alma en los versos, sino en
la acción. Él continúa a los grandes germanos que
vinieron acá en otros tiempos, como Humboldt en
primer lugar, para ser descubridores no tanto de una
geografía física ya más o menos conocida, cuando
para convertirse en divulgadores de las posibilidades
promisorias de una comarca y de un pueblo.117
A la cepa hispánica que llegó a Santander con sus variables de judaizantes y de moriscos118, hay que agregar
pues, la marca germánica, más que la de las huestes de
Alfinger, la de Lengerke y otros coterráneos. Pedro Gómez
Valderrama retrata, en medio de un poder descriptivo que
no tiene nada que envidiarle a un Balzac, a un Faulkner, a
un Dumas, a un Stendhal, la llegada triunfalista, a galope
tendido, de estos alemanes a Santander; “hambrientos de
materias primas”, de aventuras, de sexo, de porvenir.
117
Horacio Rodríguez Plata. “La Primera Escuela y el Colegio
del Socorro”, en: Revista Estudio, Bucaramanga: Centro de Historia de Santander, números 108-111, 1941, p.79.
118
De sumo interés resulta la lectura que se desprende del
primer capítulo del trabajo de María del Rosario García, “Construcción de la Identidad durante la ocupación y gobierno hispánico del
territorio”, que forma parte del texto igualmente de su autoría,
Identidad y Minorías Musulmanas en Colombia, Editorial Universidad del Rosario, Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de
Relaciones Internacionales, Bogotá, D.C., Colombia, 2007.
236
El abuelo ve pasar la cabalgata de rubios tudescos,
los ve rebasar las vegas de Girón y comprometerse
en el descenso hacia el Suárez. El grupo canta, van
todos con la carabinas en bandolera, con revólveres
al cinto, y algunos con instrumentos musicales. Varios
traen esas mujeres altas, de largos huesos, de cabello pajizo, de nostálgico mirar azul, pero los más se
proveerán de lo que da la tierra; no una sino muchas
veces han corrido y correrán peligro por la mujer
del prójimo. Requiebran con galanura, con decisión,
acostumbrados al asentimiento. La cabalgata produce
un soberano estruendo. Llegará a Zapatoca, donde ya
Lengerke ha establecido la casa de comercio. El ruidoso grupo bebe brandy, van poco a poco saliéndose
de sus cabales…119
Geo von Lengerke (1827-1882). Paz en su tumba. Paz
en la de Pablo Lorent. Paz en la de Strauch. Paz en la de
Goelkel, en la de Hederich, en la de Leo Koop. Paz en
la de Ernesto Müller. Paz en la de Guillermo Schrader.
Paz en las tumbas de Abraham y de Emilie, los progenitores de un hombre al que procuraron educar ellos
y Alemania, en la “dignidad del peligro”; el resto de esa
educación, correría por cuenta de la proverbial franqueza,
del hondo sentido hospitalario, de la cultura del trabajo,
de mirar siembre de frente y de “profundizar la mirada
ante el adversario”, inherentes al santandereano de ayer,
hoy y siempre. Inherente a un pueblo que todavía cree
en el ademán resuelto, en la palabra “empeñada y sin
regreso”, en rostros graves y adustos, que justamente
por graves y adustos, son sabios; y en corazones firmes;
dueño intransigente de su destino individual y colectivo.
Un destino hecho a la medida exacta de “los altos, los
duros, los broncos estoraques”. Un destino para dotar al
119
Cit.
Pedro Gómez Valderrama, La otra raya del tigre”, Op.
237
hombre de una fe, desterrando desde ella, en un combate
cuerpo a cuerpo, toda tibieza; sabiendo que el valor es la
cualidad que transforma una posibilidad en realidad, un
razonamiento en acción. Asimilando este proceso también
al del amor, que no se explica sin la acción de un encanto
inexplicable.
238
BIBLIOGRAFÍA
239
FUENTES PRIMARIAS
- ANÓNIMO. “Decreto de honores al señor Geo von Lengerke”, en: Gaceta de Santander, Socorro, viernes 7 de julio
de 1882, año XXIV, No. 1580, p.1.
- ANÓNIMO. Gaceta de Santander, Socorro, jueves 10de
diciembre de 1868, p.894. (En donde la Asamblea del Estado finalmente contrató a Lengerke para la construcción
del puente “Lengerke”, proyecto que había contado con el
aval del gobierno del Estado Soberano de Santander desde
el 31 de diciembre de 1863, en que las partes firmaron el
contrato para la apertura del camino desde Zapatoca hasta
el puerto fluvial de Barranca).
- ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN, Sección “República”, Fondo “Gobernaciones”, Tema “Lengerke”, Tomo
23, folio 378.
- Carta de Geo von Lengerke al Señor Jefe Departamental
desistiendo de la demanda contra Francisco Galvis, Bucaramanga, 11 de febrero de 1865 (Archivo Personal).
- Carta de Rafael Núñez al General Solón Wilches, Bogotá,
octubre 26 de 1884 (Archivo Personal)
241
- Carta de Sergio Arboleda al General Solón Wilches, Bogotá, noviembre 30 de 1882 (Archivo Personal)
- Carta de Solón Wilches a Geo von Lengerke, Socorro,
septiembre 15 de 1880 (Archivo Personal).
- Carta de Solón Wilches a Rafael Núñez, Socorro 8 de
noviembre de 1884 (Archivo Personal)
- VON LENGERKE, Geo. “Palabras del dialecto de los
Indios del Opón. Palabras indias dictadas por un indio de
la tribu de Carare”. Seitschrift für Ethnologie, T. 10, p.
306, Berlín, 1878.
BIBLIOGRAFÍA ESPECÍFICA
-
ACEVEDO DÍAZ, Mario. La culebra pico de oro. Instituto colombiano de cultura, Bogotá, Colombia, 1978.
-
ACUÑA, Luis Alberto, Santander y Antioquia, 1948.
-
AMAYA CADENA, Miguel. Geografía e historia de
Santander. Librería Stella, Bogotá, Colombia, 1959.
-
AMAYA, María Paz (Dirección Editorial); MARTÍNEZ
CARREÑO, Aída (Asesoría Editorial); BOTHE, Mónica
(Dirección Artística). Así es Bucaramanga. Ediciones
Gamma S.A., Bucaramanga, Colombia, 1997.
-
ANÓNIMO. Libro Azul de Colombia. J.J. Little y Ives
Compang, New York, 1918.
242
-
ANÓNIMO. Presencia alemana en Colombia, Bogotá,
Mayr y Cabal, 1993.
-
ANÓNIMO. Sucesos de Bucaramanga, Socorro, Imprenta de Sandalio Cancino, 1879.
-
ANÓNIMO. Zapatoca, una imagen de la provincia
colombiana. Litocamargo Ltda., Bogotá, Colombia,
1985.
-
APRILE-GNISET, Jacques. Génesis de Barrancabermeja, Instituto Universitario de la Paz, Departamento de
Ciencias Sociales, Bucaramanga, Colombia, 1997.
-
ARANGO CANO, Jesús. Inmigración y colonización
en la Gran Colombia. Talleres Editoriales de Librería
Voluntad S.A., Bogotá, Colombia, 1953.
-
ARCINIEGAS, Germán. Los alemanes en la conquista
de América. Editorial Losada S.A., Buenos Aires, Argentina, 1941.
-
ARDILA DÍAZ, Isaías. El pueblo de los Guanes, raíz
gloriosa de Santander. Bogotá, Instituto Colombiano de
Cultura, 1986.
-
ARDILA DÍAZ, Isaías. Zapatoca, Ariel Ltda. Impresores
– Editories, Bogotá, Colombia, 1988.
-
ARIAS, Juan de Dios. Folklore santandereano, Imprenta
del Departamento, Bucaramanga, Colombia, 1942.
-
AYALA OLAVE, Hernando. Caminos de historia en el
Carare-Opón. Bogotá, Colombia, 1999.
243
-
BARRERA, Flaminio. Narraciones de Provincia.
Imprenta del Departamento, Bucaramanga, Colombia,
1965.
-
BIERMANN STOLLE, Enrique. Distantes y distintos.
Los inmigrantes alemanes en Colombia. Universidad
Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas,
Bogotá, Colombia, 2001.
-
CAMACHO ROLDÁN, Salvador. Notas de Viaje. Librería Colombiana Camacho Roldán y Tamayo, Bogotá,
Colombia, 1905.
-
CARANDE, Ramón, Carlos V y sus banqueros. 2 Tomos,
Editorial Crítica, Barcelona, España, 1990.
-
CHURCH JOHNSON, David. Santander. Siglo XIX.
Cambios socioeconómicos, Carlos Valencia Editores.
Bogotá, Colombia, 1987.
-
COHEN, Richard. Blandir la espada. Ediciones Destino
S.A., Barcelona, España, 2003.
-
COLOMBIA. Constitución Política de los Estados Unidos de Colombia sancionada el 8 de mayo de 1863. Bogotá, Imprenta y estereotipía de Medardo Rivas, 1871.
-
CONSTAÍN, Juan Esteban. La formación del mundo
contemporáneo. Universidad del Rosario, Facultades de
Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales, Centro Editorial Universidad del Rosario, Bogotá
D.C., Colombia, 2005.
-
DÁVILA LADRÓN DE GUEVARA, Carlos. (Compilador), Empresa e historia en América Latina. Un bal-
244
ance historiográfico. Tercer mundo editories, Bogotá,
Colombia, 1996.
-
DÁVILA LADRÓN DE GUEVARA, Carlos. (Compilador). Empresas y empresarios en la historia de
Colombia. Siglos XIX-XX. 2 Tomos, Grupo Editorial
Norma, 2003.
-
DÁVILA LADRÓN DE GUEVARA, Carlos. El empresariado colombiano. Una perspectiva histórica.
Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Estudios
Interdisciplinarios, Bogotá, Colombia, 1986.
-
ESCOVAR, Alberto. “La cicatriz de Lengerke”, en:
Barichara 300 años de historia y patrimonio, Alberto
Escovar y María Soledad Reyna Editores, Talleres de
D’Vinni Ltda., Bogotá, Colombia, 2005, pp.103-129.
-
FLÓREZ, Luís. El español hablado en Santander. Imprenta Patriótica del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá,
Colombia, 1965.
-
FRANDERA, Joseph María; MILLÁN, Jesús. Las burguesías europeas del Siglo XIX. Sociedad civil, política
y cultura. Colección Historia, Biblioteca Nueva, Universidad de Valencia, España, 2000.
-
GALVIS, Simón F. Monografía de Barrancabermeja,
Imprenta E. Salazar, Bucaramanga, Colombia, 1965.
-
GARCÍA BUSTAMANTE, Miguel, Ernesto Cortissoz,
conquistador de utopías. Bogotá, Colombia, 1994.
-
GARCÍA CADENA, Alfredo. Unas ideas elementales
sobre problemas colombianos. Publicaciones del Banco
de la República, Bogotá, Colombia, 1956.
245
-
GARCÍA ESTRADA, Rodrigo de J. Los extranjeros en
Colombia. Editorial Planeta Colombiana S.A., Bogotá
D.C., Colombia, 2006.
-
GARCÍA, José Joaquín, Crónicas de Bucaramanga,
Imprenta del Departamento, Bucaramanga, Colombia,
1944.
-
GAVIRIA LIÉVANO, Enrique. El liberalismo y la
insurrección de los artesanos contra el librecambio.
Universidad de Bogotá, Jorge Tadeo Lozano, Bogotá,
Colombia, 2002.
-
GÓMEZ GUTIÉRREZ, Alberto. Al Cabo de las Velas.
Expediciones científicas en Colombia Siglos XVIII, XIX y
XX. Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, Santafé
de Bogotá, Colombia, 1998.
-
GÓMEZ PICÓN, Rafael. Magdalena río de Colombia.
Editorial Antena Ltda., Bogotá, Colombia, 1948.
-
GÓMEZ VALDERRAMA, Pedro. La otra raya del tigre.
Siglo XXI Editores de Colombia, Bogotá, Colombia,
1977.
-
GONZÁLEZ DE CALA, Marina. El club del Comercio
y Bucaramanga. 125 años de historia. Club del comercio
de Bucaramanga S.A., Bucaramanga, Colombia, 1997.
-
GUASSA V., Edmundo. Reminiscencias del comercio
bumangués, Papelería América Editorial, Bucaramanga,
Colombia, 1983.
-
GUTIÉRREZ DE PINEDA, Virginia; VILA DE PINEDA, Patricia. Honor, familia y sociedad en la estructura
246
patriarcal. El caso de Santander. Universidad Nacional
de Colombia, Bogotá, Colombia, 1992.
-
HARKER MUTIS, Adolfo. Mis recuerdos. Biblioteca
“Santander”, Vol. No. XXIII; Bucaramanga, Colombia,
1955.
-
HARKER VALDIVIESO, Roberto. Bucaramanga. Los
inmigrantes y el progreso, 1492-1992. s.e., s.i., s.f.
-
HERNÁNDEZ, Carlos Nicolás; CAMELO, Alfredo.
Aguachica, historia de un camino. Unidad Editorial Universidad Innca de Colombia, Bogotá, Colombia, 1990.
-
MARTÍNEZ CARREÑO, Ayda; MARTÍNEZ GARNICA, Armando; HERNÁNDEZ, Carlos Nicolás; GUERRERO, Amado Antonio; GARCÍA QUINTERO, Felipe.
Santander: la aventura de pensarnos. Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, Colombia, 2005.
-
MARTÍNEZ GONZÁLEZ, Serafín. La imaginación
liberal: hipótesis para una lectura de “La otra raya
del tigre”, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, Colombia,
1994.
-
MARTÍNEZ MUTIS, Aurelio. Biografía de Elena Mutis o un país alrededor de una mujer. Bogotá, Imprenta
Nacional, 1954.
-
MARTÍNEZ, Frédéric. El nacionalismo cosmopolita.
Banco de la República, Bogotá, Colombia, 2001.
-
MEDINA, Arístides. (Director). Leyes del Estado Soberano de Santander, compiladas en el año de 1878,
Socorro, Imprenta del Estado, 1878.
247
-
MONTEZUMA HURTADO, Alberto. Introducción a
la historia de los caminos colombianos. Impreso en la
sección de Artes Gráficas – CAFAM, Bogotá, Colombia,
1983.
-
MORENO DE ANGEL, Pilar. El Daguerotipo en Colombia, Fondo Cultural Cafetero, Bogotá, Colombia,
2000.
-
MORENO GÓNZÁLEZ, Leonardo. Espacio político,
territorio y guerra entre los yariguíes según fuentes
etnográficas de los Siglos XVI – XVIII. Universidad
Cooperativa de Colombia, Seccional Barrancabermeja,
2000.
-
OSPINA VÁSQUEZ, Luis. Industria y Protección en
Colombia, 1810-1930. Biblioteca Colombiana de Ciencias Sociales FAES, Medellín, Colombia, 1979.
-
OTERO D’COSTA, Enrique, Cronicón solariego. Editorial Vanguardia, Bucaramanga, Colombia, 1972.
-
OTERO MUÑOZ, Gustavo. Wilches y su época. Imprenta del Departamento, Bucaramanga, Colombia, 1936.
-
PACHECO BLANCO, Raúl. El león del Norte. El general Solón Wilches y el constitucionalismo radical. Sic
Editoria Ltda., Bucaramanga, Colombia, 2002.
-
PERALTA DE FERREIRA, Victoria, Bosquejo Histórico
del Comercio en Bogotá. FENALCO – Bogotá – Cundinamarca, Laudes Editores, Bogotá, Colombia, 1988.
-
PERISTIANY, J.G. El concepto del honor en la sociedad
mediterránea. Editorial Labor S.A., Barcelona, España,
1968.
248
-
PRADA SARMIENTO, José Manuel, Ensayos en torno
al hombre. Bogotá, Colombia, 1970.
-
RODRÍGUEZ PLATA, Horacio. La inmigración alemana al Estado Soberano de Santander en el Siglo XIX,
Editorial Kelly, Bogotá, D.E., Colombia, 1968.
-
RUEDA CÁCERES, Liliana. En cuerpo y alma: Casas
bumanguesas 1778-1966, Editorial UNAB, Bucaramanga, Colombia, 2005.
-
RUEDA GUARIN, Tito Edmundo, Santander Estado
Soberano del Alma, Impresión y Diseño, J.A.S. Impresores, Barranquilla, Colombia, 1999.
-
SÁNCHEZ SANTAMARÍA, Ignacio. Geografía comercial y económica de Colombia y los países con los cuales
negocia. Bogotá, Colombia, 1925.
-
SERRANO BLANCO, Manuel, El libro de la raza. Imprenta Departamental, Bucaramanga, Colombia, 1941.
-
SERRANO GÓMEZ, Luis. Geo von Lengerke. Imprenta
del Departamento, Bucaramanga, Colombia, 1946.
-
SERRANO PRADA, Rafael. ¡Cuando Zapatoca despierta!. Sistemas y Computadores Ltda., Bucaramanga,
Colombia, 1998.
-
SERRANO, Eduardo. Historia de la Fotografía en Colombia, Museo de Arte Moderno de Bogotá, OP Gráficas,
Ltda., Bogotá, Colombia, 1983.
-
SOMBART, Werner. El burgués, Alianza Editorial, S.A.,
Madrid, España, 1972.
249
-
SOURDIS NÁJERA, Adelaida. El registro oculto. Los
sefardíes del caribe en la formación de la nación colombiana, 1813-1886, Academia Colombiana de Historia,
Bogotá, Colombia, 2001.
-
SPENGLER, Oswald. La decadencia de Occidente. 2
Tomos, Editorial Espasa-Calpe S.A., Madrid, España,
1983.
-
VALBUENA, Martiniano. Memorias de Barrancabermeja, Editorial El Frente, Bucaramanga, Colombia,
1947.
-
VALDERRAMA BENÍTEZ, Ernesto. Real de Minas de
Bucaramanga 1547-1945. Imprenta del Departamento,
Bucaramanga, Colombia, 1948.
-
VALENTÍN, Veit. Historia de Alemania. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, Argentina, 1947.
-
VARGAS OSORIO, Tomás; ALGEVIS, Segundo. Santander, alma y paisaje. Editorial UNAB, Bucaramanga,
Colombia, 2001.
-
VARIOS. Fotografía en el Gran Santander. Desde sus
orígenes hasta 1990. Banco de la República, Departamento Editorial, Bogotá, Colombia, 1990.
-
VILA DE PINEDA, Patricia. Aspectos culturales. Estudio de impacto ambiental para la línea de transmisión
Sochagota - Guatiguaía, ISA. Consultoría Colombiana,
1996.
-
VOLKENING, Ernesto. Evocación de una sombra.
Editorial Ariel, S.A., Bogotá, Colombia, 1998.
250
-
WEBER, Max. La ética protestante y el espíritu del
capitalismo. Ediciones Península, Barcelona, España,
1969.
-
WILLS, Guillermo. Observaciones sobre el comercio
de la Nueva Granada. Bogotá, 1831.
-
YUNIS TURBAY, Emilio. ¡Somos Así!, Editorial Bruna,
Bogotá, Colombia, 2006.
BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA
-
ACADEMIA COLOMBIANA DE HISTORIA. Homenaje al Profesor Paul Rivét. Editorial ABC, Bogotá,
Colombia, 1958.
-
ÁLVAREZ GUTIÉRREZ, Jaime. Los Guanes, con
el código, las claves, los grifos y la revelación de su
increíble calendario. Editorial Cabra Mocha, Bucaramanga, Colombia, 2004.
-
AVERBACH, Erich. “La cicatriz de Ulises”. En: Mimesis. Fondo de Cultura Económica, México, 1979.
-
BEJARANO ÁVILA, Jesús Antonio. Historia Económica y Desarrollo. La historiografía económica sobre los
Siglos XIX y XX en Colombia. CEREC, Bogotá, 1994.
-
CALDAS, Francisco José. “Estado de la geografía del
virreinato en cuanto a la economía y el comercio”. En:
Semanario del Nuevo Reino de Granada, Fondo Popular
de Cultura, Bogotá, Colombia, Tomo I, 1942.
251
-
CARNICELLI, Américo, Historia de la masonería colombiana. Tomo II, 1833-1940. Cooperativa Nacional de
Artes Gráficas Ltda., Bogotá, Colombia, 1975.
-
DE VARGAS, Pedro Fermín. Pensamientos Políticos
Siglo XVII y Siglo XVIII, Procultura, Bogotá, Colombia,
1986.
-
DE ASTIGARRA, Luís. “Discurso sobre el medio más
asequible de fomentar el comercio activo de éste Reino,
sin prejuicio del de España”. En: Correo curioso, erudito
y mercantil de la ciudad de Santafé de Bogotá, Bogotá,
Imprenta Patriótica, Núm. 41, 24 de Nov., 1801.
-
GARCÍA, María del Rosario. Identidad y minorías
musulmanas en Colombia. CEPI, Centro de Estudios
Políticos Internacionales, Facultades de Cienica Política
y Gobierno y de Relaciones Internacionales. Editorial
Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia, 2007.
-
GÓMEZ GARCÍA, Juan Guillermo. Colombia es una
cosa impenetrable. Ediciones Ántropos Ltda. Bogotá,
Colombia, 2007.
-
HOSSMAN, Reginald, La raza y el destino manifiesto.
Orígenes del anglosajonismo radical norteamericano.
Fondo de Cultura Económica, México, 1985.
-
LIPOVETSKY, Guilles; ROUX, Elyette. El lujo eterno.
De la era de lo sagrado al tiempo de las marcas. Editorial
Anagrama S.A., Barcelona, España, 2004.
-
MARROQUÍN, Lorenzo. Pax. Editorial Bedout, Medellín, Colombia, 1971.
252
-
MEJÍA RIVERA, Orlando. La muerte y sus símbolos.
Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia,
2000.
-
OCAMPO, José Antonio. Colombia y la economía
mundial, 1830-1910, Tercer Mundo Editores – Fedesarrollo, 1984.
-
ORTÍZ, Álvaro Pablo. Reformas Borbónicas, Mutis
catedrático, discípulos y corrientes ilustradas 17501816. Centro Editorial Universidad del Rosario, Bogotá,
Colombia, 2003.
-
PALACIOS, Marco; SAFFORD, Frank. Colombia.
País fragmentado, sociedad dividida. Editorial Norma,
Bogotá, Colombia, 2002.
-
PATIÑO, Víctor Manuel. La Tierra de la América Equinoccial. Biblioteca Familiar Presidencia de la República.
Imprenta Nacional, Colombia, 1997.
-
PHELAN, John Leddy. El Pueblo y el Rey. Carlos Valencia Editores, Bogotá, Colombia, 1980.
-
PORTER, Roy. “Historia del Cuerpo Revisada”. En:
Formas de Hacer Historia, Alianza Editorial S.A., Madrid, España, 2003.
-
PUYANA GARCÍA, Germán. ¿Cómo somos? Los
colombianos, reflexiones sobre nuestra idiosincrasia
y cultura. Quebecor World. Bogotá S.A., Bogotá, Colombia, 2000.
-
RODRÍGUEZ Oscar. Estado y Mercado en la Economía
Clásica. Universidad Externado de Colombia, Santafé
de Bogotá, 2000.
253
-
SANTOS MOLANO, Enrique, El corazón del poeta
José Asunción Silva. Planeta Colombiana Editorial S.A.,
Santafé de Bogotá, Colombia, 1996.
-
SERRANO, Enrique. Donde no te conozcan. Editorial
Planeta Colombiana S.A., Bogotá, Colombia, 2007.
-
SILVA, José Asunción. Poesía y Prosa. Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá D.E., Colombia, 1979.
-
VIDAL, Margarita. Entre Comillas, Planeta Colombiana
Editorial S.A., Bogotá, Colombia, 1999.
PUBLICACIONES PERIÓDICAS
-
ANDRADE, Francisco, “El último Yariguí”, En: Boletín
de Historia y Antigüedades, Volumen XXXI, Bogotá,
Colombia, Mayo-junio de 1944, números 355-356,
pp.563-574.
-
DÍAZ PIEDRAHITA, Santiago. “El trayecto colombiano
de Humboldt”. En: Credencial Historia. Bogotá, Colombia, febrero de 2000.
-
DUQUE CASTRO, María Fernada. “Comerciantes y
empresarios de Bucaramanga (1857-1885): Una Aproximación desde el neoinstitucionalismo”. En: Historia
Crítica, Revista del Departamento de Historia de la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los
Andes, No. 29 – Enero – Junio 2005, Bogotá, colombia,
pp. 149 – 185.
254
-
HARKER, Simón S. “Los Mutis”, Revista Estudio.
Órgano de la Academia de Historia de Santander. Edición Especial sobre “los Mutis en el Territorio Libre
de Santander”. Año LII, No. 293, Bucaramanga, julio a
septiembre de 1984, pp.14-15.
-
MARTÍNEZ GARNICA, Armando. “Guarapo, Champaña y vino blanco. Presencia Alemana en Santander
en el Siglo XIX”, En: Boletín Cultural y Bibliográfico,
Biblioteca Luís Ángel Arango, Volumen XXIX, Número
29, 1992, pp. 37-46.
-
MEJÍA ARANGO, Lázaro. “Verdades e inexactitudes
sobre el radicalismo”. En: Economía colombiana. Revista de la Contraloría General de la República. Edición
315-316, julio-octubre de 2006, pp.130-145.
-
RODRÍGUEZ PLATA, Horacio. “La primera escuela y el
colegio del Socorro”. En: Revista Estudio Bucaramanga.
Centro de Historia de Santander, Números 108-111,
1941. pp.65-79.
-
RUEDA RUEDA, Eduardo. “El Suroeste de Santander
y Lengerke”. En: Revista Huellas Históricas No. 9,
Bogotá, Colombia, abril de 1954, pp.18-25.
-
SAFFORD, Frank. “Empresarios Nacionales y Extranjeros en Colombia durante el Siglo XIX”. En: Anuario
colombiano de historia social de la cultura. No. 4, Bogotá, Colombia, 1969, pp.87-111.
-
TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto. “Los Artesanos
en las ciudades neogranadinas”. En: Boletín Cultural y
Bibliográfico. 10:2, Bogotá, Colombia, 1967, pp.332339.
255
-
TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto. “Los Extranjeros
y grupos étnicos en los gremios neogranadinos”. En:
Boletín Cultural y Bibliográfico, 1965, Bogotá, Colombia, pp.24-32.
-
VILLAMIZAR, Sergio. “Enrique Serrano, el novelista
de los orígenes de Colombia”. En: Macondo Revista
Dominical. Santa Marta, 2 de septiembre de 2007, p.5.
256
Colección Temas y Autores Regionales
- Santander: La aventura de pensarnos
- El mundo Guane: Pioneros de la arqueología en Santander
- Historia oral del sindicalismo en Santander
- Luis A. Calvo. Vida y Obra
- Juan Eloy Valenzuela y Mantilla (Escritos 1786 - 1834)
- De literatura e Historia: MANUELA SÁENZ
entre el Discurso del Amor y el Discurso del otro
- Agenda Liberal Temprana
- Historia de la radiodifusión en Bucaramanga
(1929 - 2005)
- La Alianza Nacional Popular (Anapo)
en Santander 1962 - 1976
- Cultura, Región y Desarrollo
- Ensayos críticos sobre la obra de Elisa Mújica
- José Antonio Galán
Episodios de la guerra de los comuneros
- La óptica del camaleón y otros relatos
- Demasiados jóvenes para morir
Cuentos de la generación del abandono
- Emociones de la guerra
Relato de la guerra de los mil dias en el Gran Santander
Descargar