entrevista: cristián venegas, chofer del transantiago

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ENTREVISTA: CRISTIÁN VENEGAS, CHOFER DEL TRANSANTIAGO
Por CAROLINA MOSSOÂ
“AquÃ- en la 103, Dios es mi copiloto―
Su micro no tiene rosarios colgando ni stickers religiosos. Sin embargo, Venegas dice que en sus casi cuatro meses
como chofer de los troncales capitalinos siempre ha sentido que “tiene a alguien a su lado―: que lo llena de paciencia ante
la hostilidad de los pasajeros, y lo defiende del ingrato sistema de transporte que a más de cinco millones de chilenos
actualmente nos maneja.
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Cristián Venegas es casado, tiene dos hijos, vive en Independencia y antes de convertirse el pasado 18 de enero en
chofer del Transantiago, fue taxista durante diez años. “En todos esos años una sola vez me asaltaron―, relata y
cometan que más peligroso fue el reto s de su señora en la casa que el mismo atraco de los maleantes. “HabÃ-a sido
una mala noche, asÃ- que sólo andaba con $1.500. Me robaron eso, un reloj que me habÃ-a costado cinco lucas y mi
argolla de matrimonio...―
Y su señora pensó que era mentira ¿no?... ¡si hay muchos que lo hacen!
(Risas) AsÃ- no más fue. Porque también me habÃ-an robado una argolla (la muestra) y la encontré debajo del asiento.
“¿Y justo no encontraste el anillo de matrimonio, no?―, me dijo bien enojada cuando le conté. Â
Cristián es fanático de las carreras de caballos, y cuenta que se guarda al menos $10.000 de su sueldo para ir a
apostar. “Generalmente voy al Hipódromo, porque me queda cerca de al casa, a cinco cuadras. Ayer, por ejemplo, fui al
Gran Premio Hipódromo Chile y acerté al ganador: Cónsul Romano―, explica orgulloso. También, relata que trabajó
mucho tiempo en montaje industrial y como pintor, y que llegó a transformarse en chofer de Alsacia porque un amigo le
pasó el dato. “Yo miraba con recelo a los que manejaban las micros amarillas. Encontraba que los choferes eran
maleducados, groseros, y que la gente también era bien pasada pa’ la punta. Nunca me imaginé trabajando en esto..
pero aquÃ- estoy. Dicen que la necesidad tiene car’hereje―, recuerda.
Y es que a Venegas, a sus 43 años, no le costó nada entrar al mundo del Transantiago. “Fue más rápido que encontrar
cualquier otra pega porque tengo cuatro tipos de licencia, di las pruebas y listo. Incluyendo las pruebas y los exámenes
médicos, fueron como dos semanas―, indica. Pero, a pesar de que lleva sólo un par de meses, dice no estar contento:
“La verdad es que no estoy muy a gusto, porque es muy estresante esta pega. La gente se cree con el derecho de hacer
lo que quiere, hace sonar el timbre a cada rato... pegan el dedo porque quieren bajarse en cualquier parte y eso no es
asÃ-. Los paraderos están establecidos y la gente no respeta eso: no quiere aprender o no quiere entender simplemente―.
¿Y sigue existiendo tanta hostilidad al sistema, como en los inicios?
“Depende del recorrido, eso influye bastante. Por ejemplo, en este recorrido –el 103- no hay tanta evasión: la mayorÃ-a d
la gente paga y también respeta los paraderos... aunque siempre hay excepciones. Pero si te hablo de otro recorrido, el
105 por ejemplo, que viene de la José MarÃ-a Caro hacia Renca, ahÃ- la gente se cree con el derecho de simplemente
no pagar. Tratan al chofer como quieren y si se les ocurre que uno pare en una esquina que no es paradero y no lo
hace, te llenan de garabatos e insultos. De hecho a varios colegas los han golpeado....―.
¿Y siempre ha trabajado en este recorrido?
No, a nosotros nos van cada dos semanas cambiando. Yo ya me sé cerca de ocho recorridos (siempre troncales, y los
100). Esta semana yo, por ejemplo, hice el 105, el 104 que viene de La Florida, y este, el 103.
¿Y cómo es el trato de la empresa? ¿Siente que son mejores las condiciones respecto a las micros amarillas?
En cierta forma yo creo que sÃ-. Por ejemplo, yo no trabajé en las amarillas, pero conversando con colegas ellos me
dicen que en las amarillas estaban mejor, porque trabajaban por porcentaje, por boleto, y de repente cuando uno le
decÃ-a “Jefe, me lleva por gambita―, el chofer accedÃ-a porque esos $100 eran para él. AquÃ- no sucede eso, aunque i
aquÃ- hay gente que me dice “la tarjeta está mala, le pago el pasaje a usted―. Yo no puedo hablar por mis colegas, pero
menos yo no acepto eso y los dejo pasar no más.
Son las 11 de la mañana de un dÃ-a domingo bien soleado, y la avenida Pedro de Valdivia se ve despejada. En la micro
de Cristián Venegas, apenas van unas veinte personas, y en la esquina de Bilbao se escucha, impaciente, el timbre
para bajarse donde no hay paradero. El chofer, con cara de cómplice, me mira para demostrarme lo que antes me
decÃ-a era cierto: como la señora que pega ahora su dedo al timbre, quebrantando los nervios del pobre Cristián
Venegas, deben ser millones. Por eso ahora, me confiesa, ya está buscando otro trabajo.
“Es que no puedo más, asÃ- no se puede trabajar. Llego a soñar con el maldito timbre, y la gente no toma conciencia de
que uno también es humano―, explica, acongojado.
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Generado: 25 November, 2016, 01:34
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¿Y en qué rubro estás buscando pega?
Quiero volver al montaje industrial, ya tengo algo visto. Puede ser en Mejillones o en San Antonio. AhÃ- se trabaja en el
sistema de “20 por 10―, asÃ- que igual tendrÃ-a tiempo para estar con mi familia.
¿Y qué opinan tu mujer y tus hijos de tu trabajo?
A la mujer le da lo mismo en qué uno trabaje, mientras lleve platita para comer y podamos mantener a la familia. Mis
hijos, el Isaac de 5 y la Génesis de 9, están felices. Siempre se quieren subir a la máquina y les llama la atención lo
grande que es.
Conforme vamos avanzando hacia Departamental, la micro se va llenando. El sonido de las tarjetas Bip y el timbre de
bajada ya se hacen monótonos, entre el ruido del motor cuando Cristián acelera. Su horario de trabajo es de 8:45 a
17:00, aproximadamente, aunque aclara que siempre hay imprevistos y ese horario pocas veces se cumple.
“El viernes pasado, por ejemplo, quedé en panne. VenÃ-a en el 105, a las 7 de la mañana, iba por el paso sobrenivel,
pasado Lo Valledor, y de repente la máquina no me avanzaba a más de 20 km/hr. La micro iba repleta, 170 personas
más o menos, y les tuve que decir que se bajaran porque habÃ-a una falla en la máquina. Ni le cuento la sartalá de
cosas que me gritaban pero ¿qué le iba a hacer? ¡Si soy chofer, no mecánico!, les decÃ-a. Y llevé la máquina al
depósito. Se subió el mecánico, la revisaron y al final no era nada terrible, era la suspensión. Es un botón que hay
que apretar cuando una pasa por lomos de toro, para que la máquina suba y no choque, y seguramente, como la micro
iba tan llena, pasó a apretar la tecla. Pero me llevé puros retos gratis. ¡Anduve feliz todo el dÃ-a!―, ironiza.
Cristián tiene la tez morena y no es muy alto. Viste, de punta en blanco, su uniforme de Alsacia y sonrÃ-e, amable a los
pasajeros.
Contabas que te vas a ir de este trabajo ¿volverÃ-as alguna vez?
En tres o cuatro años más, si cambia el sistema, a lo mejor. No lo podrÃ-a asegurar. La vida tiene muchas vueltas y uno
no sabe dónde puede llegar. Yo era uno de los que blafesmaba contra los taxistas y al final, me compré un auto y
estuve taxeando 10 años.
Y asÃ- como una vez te asaltaron en el taxi, ¿no te da susto que te pase algo en la micro? A varios choferes les han
pegado o agredido...
Es que yo soy muy creyente, y sé que siempre tengo a alguien al lado.
¿Algo asÃ- como: “Dios es mi copiloto?
SÃ-, aquÃ- en la 103 Dios es mi copiloto.
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