Mentiras, estereotipos y antisemitismo en una era de guerra y

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Mentiras, estereotipos y
antisemitismo en una era de
guerra y revolución
(1914-década de 1920)
Entre los años 1903 y 1905, se publicaron, tan solo en Rusia, más de
3000 folletos, libros y artículos antisemitas. Una de esas obras fue Los
protocolos de los sabios de Sión, que, supuestamente, contenía las
actas de una reunión secreta entre líderes judíos —los llamados
“sabios de Sión”. En esa reunión, según los Protocolos, los “sabios”
planearon una conspiración para apoderarse del mundo.
En 1905, eran pocas las personas que se habían interesado en el
documento, pero, después de la Primera Guerra Mundial, se convirtió
en una conmoción mundial. Muchos creían que explicaba hechos,
aparentemente, “inexplicables”, como guerras, crisis económicas,
revoluciones y epidemias. La idea de una conspiración judía había
estado presente durante siglos, pero los Protocolos le dieron nueva
vida a esa creencia, y esta se mantuvo arraigada en la cultura popular
mucho después de que se dio a conocer que había sido un fraude, a
comienzos de la década de 1920. Para muchas personas, la Primera
Guerra Mundial y los hechos trascendentales que la siguieron
confirmaban la autenticidad del documento, sin importar que la
evidencia demostrara lo contrario.
CUESTIONES DE LEALTAD EN TIEMPOS DE GUERRA
La Primera Guerra Mundial se desató no por una conspiración judía,
sino por un asesinato en Sarajevo, la capital de Bosnia. El 28 de junio
de 1914, un serbio de Bosnia que pertenecía a un grupo nacionalista
extremo asesinó al archiduque Francisco Fernando, el heredero al
trono del Imperio austrohúngaro, el cual controlaba la mayor parte de
Europa central. Solo dos meses después, el mundo estaba sumergido
en una guerra que duró cuatro años, se luchó en tres continentes y, al
final, afectó treinta naciones. De un lado estaban las Potencias
Centrales —el Imperio austrohúngaro, Alemania y el Imperio
otomano— y los países que apoyaban a este grupo. Del otro lado
estaban los Aliados —Serbia, Rusia, Francia y Gran Bretaña— y los
países que apoyaban
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UN ODIO CONVENIENTE: LA HISTORIA DEL ANTISEMITISMO
a este otro grupo. Más de 19 millones de personas murieron durante
la guerra, aproximadamente la mitad de ellas eran civiles.
Winston Churchill, quien más adelante asumió el cargo como
primer ministro de Gran Bretaña, describió la terrible naturaleza de
esta “guerra mundial”:
Se acumularon todos los horrores de todos los tiempos, y no
solo los ejércitos, sino también poblaciones enteras fueron
arrojados a ese abismo. Los estados involucrados, altamente
educados, creyeron —no sin razón— que estaba en juego su
existencia misma. Ni los pueblos ni los gobernantes impusieron
límites a las acciones que, según creían, podrían ayudarlos a
vencer... Todas las ofensas contra la humanidad o el derecho
internacional fueron respondidas con represalias —a menudo
en mayor escala y durante más tiempo. Ni treguas ni
negociaciones atenuaron la lucha de los ejércitos. Los heridos
morían entre las líneas: los muertos se descomponían en el
suelo. Barcos mercantes, barcos neutrales y barcos hospitales
fueron hundidos en los mares, y todas las personas que
estaban a bordo fueron abandonadas a su suerte o murieron
mientras nadaban. Se realizó todo esfuerzo para imponer la
sumisión mediante el hambre a las naciones, sin importar ni la
1
edad ni el sexo.
EUROPA EN GUERRA (1914-1918)
Aliados
Los Poderes Centrales
Naciones neutras
Zonas de alto combate
Expulsión de población judía
En las áreas de mayor lucha durante la Primera Guerra Mundial en Europa,
particularmente en el este, vivía la mayoría de los judíos. Muchos quedaron atrapados
en el fuego cruzado.
Aproximadamente 400.000 judíos prestaban servicio en los ejércitos de las Potencias
Centrales, incluidos 300.000 que luchaban para el Imperio austrohúngaro. Entre los
que luchaban para los Aliados, había 300.000 judíos en el ejército ruso, y entre 4000
y 5000 en las fuerzas armadas estadounidenses.
Cuando las personas se involucran en una guerra de tal
magnitud, la búsqueda de enemigos se centra no solo en los
ejércitos extranjeros fuera de las fronteras de su país, sino también
en enemigos —reales e imaginarios— dentro de esas fronteras.
Durante la Primera Guerra Mundial, varios gobernantes, generales y
ciudadanos comunes acusaron a las minorías vulnerables de sus
propios países de traición y deslealtad. En el Imperio otomano, los
armenios cristianos fueron las principales víctimas. En la mayor parte
de Europa oriental, particularmente Rusia, los judíos fueron el blanco
de ataque. Eran considerados desleales, a pesar de que más de
300.000 judíos lucharon, generalmente con distinción, en el ejército
ruso. De hecho, los judíos lucharon en todos los ejércitos que fueron
parte del conflicto; por ejemplo, 100.000 prestaron sus servicios en el
ejército alemán.
Las acusaciones de deslealtad tienen consecuencias, sobre todo
en la zona de guerra, y, según el Comité Judío Estadounidense, “la
mitad de la población judía del mundo estaba atrapada en un rincón
de Europa oriental completamente alejado de los territorios neutrales
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y del mar”. El Comité Judío Estadounidense había sido fundado
en 1906 por judíos estadounidenses que querían proteger a los
judíos de Rusia de los pogromos (consulte el capítulo 11). Luego,
diez años más tarde, temían por la seguridad de los judíos en toda
Europa oriental y central.
La guerra en Europa se luchaba en dos frentes o líneas de batalla.
En el frente occidental, que se extendía desde Bélgica hasta Suiza, los
dos bandos estaban atascados en una guerra de trincheras, cada uno
determinado a acabar con el otro. Ninguno era lo suficientemente
fuerte como para lograr una victoria decisiva. En el frente oriental, sin
embargo, grandes franjas de territorio cambiaban una y otra vez, de un
bando a otro.
Mentiras, estereotipos y antisemitismo en una era de guerra y revolución (1914década de 1920)
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En los comienzos de la guerra, los rusos adquirieron el control de
una gran parte de la provincia austriaca de Galicia y, luego,
bombardearon el estado germánico de Prusia oriental. A medida que
la guerra continuaba, los alemanes prevalecían. En una batalla librada
cerca de la ciudad de Tannenberg, en agosto de 1914, los alemanes
casi destruyen al ejército ruso. Para sacar provecho de esa victoria, los
alemanes adoptaron una táctica ofensiva. En un período de dos
meses, controlaron la parte noroeste de la Polonia rusa, y partes de
Lituania y Ucrania. Mientras los rusos emprendían la retirada,
incendiaron casas, granjas y comercios. Millones de personas —tanto
judíos como cristianos— se quedaron sin hogar.
Ante los ojos del gobierno ruso, no todos los civiles sin hogar eran
leales. Durante la guerra, un dramaturgo y periodista judío que se
hacía llamar S. Ansky viajó por los pequeños pueblos, o shtetels,
esparcidos por la Zona de Asentamiento y por la provincia de Galicia
controlada por los rusos, para proporcionarles ayuda a las
comunidades judías de allí y para investigar acusaciones que
afirmaban que los judíos espiaban para los alemanes. Resumió sus
hallazgos de la siguiente manera:
Al principio, los difamadores hicieron su trabajo de manera silenciosa
y furtiva. Pero pronto se sacaron las máscaras y acusaron a los judíos
abiertamente...
Desde los generales hasta las personas de menor rango, los oficiales
sabían qué sentían por los judíos el zar, su familia, el personal en
general y los [comandantes], y, por lo tanto, se esforzaban por
superarse entre ellos en su antisemitismo. Los reclutas eran menos
negativos, pero el hecho de escuchar el veneno de sus superiores y
leer acerca de la traición de los judíos día tras día hizo que ellos
también comenzaran a sospechar de los judíos y a odiarlos...
Cada comandante y cada coronel que cometía un error había
encontrado una manera de justificar su crimen, su incompetencia, su
negligencia. Podían hacer que todo fuera legítimo al culpar a un espía
judío por las fallas que ellos habían cometido. Los oficiales, que
aceptaban tales mentiras en contra de los judíos sin cuestionarlas ni
investigarlas, ajustaban con rapidez las cuentas con el acusado...
La persecución alcanzó proporciones descomunales…Cuando el
ejército ruso atravesaba muchos pueblos y aldeas, especialmente
cuando había cosacos [miembros de la caballería de elite del ejército],
se llevaban a cabo pogromos sangrientos. Los soldados incendiaban
y destrozaban vecindarios enteros, saqueaban los hogares y negocios
de los judíos, asesinaban a docenas de personas sin motivo, se
vengaban del resto, les provocaban la más horrible humillación,
violaban a las mujeres, herían a los niños... Un oficial ruso comentó
que había visto a cosacos “jugando” con un judío de dos años: uno de
ellos lanzaba al niño en alto y los otros lo atrapaban con sus espadas.
Después de eso, era fácil creer lo que aparecía en los periódicos
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alemanes cuando escribían que los cosacos les cortaban los brazos y
las piernas a las personas, y enterraban vivas a sus víctimas.
Con la convicción de que todo judío era espía, [el gobierno ruso]
comenzó a expulsar a los judíos de los pueblos más cercanos al
frente de batalla: primero, solo expulsaban a individuos y, luego, a
comunidades enteras. En muchos lugares, deportaban a los judíos y a
los alemanes étnicos a la vez. Este proceso se esparció cada vez
más con el correr de los días. Finalmente, todos los judíos —un total
de más de doscientos mil— fueron deportados de las provincias
Kaunas y Grodno.3
En una reunión en San Petersburgo, N. B. Shcherbatov, el ministro
del Interior ruso, confirmó las acusaciones hechas por Ansky y otros
judíos. Les dijo a sus compañeros oficiales que, a pesar de que “a uno
no le agrada decir estas cosas”, los oficiales del ejército estaban
atribuyéndoles a los judíos “actos imaginarios de sabotaje en contra de
las fuerzas rusas” para poder “responsabilizar a los judíos de las fallas
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y las derrotas del propio [ejército] en el frente”. Otro oficial destacó
que los judíos “están siendo expulsados del [frente oriental] con látigos
y acusados... de ayudar al enemigo” —sin la intención de distinguir al
culpable del inocente. Él temía que, cuando estos refugiados llegaran a
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nuevas áreas, lo harían con “un espíritu revolucionario”.
Hacia fines del verano de 1915, el ejército ruso había desplazado
forzadamente a más de 600.000 judíos. Un representante no judío del
parlamento ruso describió la expulsión de la provincia de Radom:
La población entera fue desterrada en pocas horas durante la
noche…Ancianos, inválidos y paralíticos tuvieron que ser cargados
en brazos por otras personas porque no había medios de
transporte. La policía. . . trató a los refugiados judíos como si
fueran criminales. En una de las estaciones, por ejemplo, la
Comisión Judía de Gómel no pudo ni siquiera acercarse a los
trenes para brindar ayuda a los refugiados ni para darles alimentos
y agua. En uno de los casos, un tren que transportaba a las
víctimas estaba completamente sellado y, cuando finalmente lo
abrieron, la mayoría de los presos estaban moribundos, dieciséis
personas padecían escarlatina y una persona, tifus.6
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UN ODIO CONVENIENTE: LA HISTORIA DEL ANTISEMITISMO
Miles de familias judías fueron desalojadas durante la Primera Guerra
Mundial. Algunas se vieron obligadas a partir por la guerra, pero
muchas otras fueron expulsadas de sus hogares porque los rusos
veían a sus integrantes como posibles traidores.
Los soldados que “atrapan” a los niños pequeños con sus espadas
y los oficiales de policía que obligan a “ancianos, inválidos y
paralíticos” a abandonar sus hogares forzadamente no están
protegiendo a su país de la traición. Al contrario, ven a los judíos
acorde a los estereotipos y no como seres humanos. Un estereotipo es
más que una etiqueta o un juicio de valor acerca de un individuo sobre
la base de características reales o imaginarias de un grupo. Los
estereotipos deshumanizan a las personas al reducirlas a categorías;
en este caso, los oficiales trataban a los bebés y a los paralíticos como
traidores a pesar de la evidencia y la lógica.
1
R. S. Churchill y Martin Gilbert, Winston S. Churchill (Londres, 1966-)
4: 913-914, citado en Paul Johnson, Modern Times: The World from
the Twenties to the Eighties (Tiempos Modernos: El Mundo desde los
Años Veinte hasta los Años Ochenta) (Nueva York: Harper & Row,
1983), 13.
2
The American Jewish Committee (El Comité Judío Americano), The
Jews in the Eastern War Zone (Los Judíos en la Zona Este de Guerra)
(Nueva York, 1916), 7.
3
S. Ansky, The Enemy at His Pleasure: A Journey Through the Jewish
Pale of Settlement During World War I (El Goce del Enemigo: Un
Recorrido por la Zona de Residencia durante la Primera Guerra
Mundial), edición y traducción, Joachim Neugroschel (Nueva York:
Henry Holt, 2004), 4-7.
4
Arkhiv Russkoi Revolutsii (Berlin, 1926), 18: 43-4; Michawel
Cherniavsky, traducción y edición, Prologue to Revolution (Prólogo a la
Revolución) (Englewood Cliffs, NJ, 1967), 39-43, 56-72, 85-87, 121123, 194-195, citado en David Vital, A People Apart: The Jews in
Europe, 1789-1939 (Un Pueblo Aparte: los Judíos en Europa, 17891939) (Nueva York: Oxford University Press, 1999), 655.
5
6
Ibid.
“Evreyakaya Zhizn,” 9 de agosto, 1915, 19-20, citado en The
American Jewish Committee (El Comité Judío Americano), The Jews in
the Eastern War Zone (Los Judíos en la Zona Este de Guerra), 62-63.
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