Ficha Vitolo -5 - Renacer Buenos Aires

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FICHAS DE DANIEL Y GABRIELA VITOLO
ESCUCHAR AL CORAZÓN Y PENSAR CON ËL
Hacia una nueva forma de vida
Qué difícil se hace para los padres a quienes se nos han muerto hijos, lograr paz y serenidad
.Poder procesar la pérdida de modo que la misma se positivice, no nos ahogue, y nos sirva como
experiencia de vida, como enseñanza. Es toda una meta esta búsqueda, pero es lenta, tortuosa, y
en el camino se encuentran muchos obstáculos. Quizás porque nos ceñimos a los procesos
mentales, racionales, o porque pretendemos encontrar, desde la razón pura, desde la mente, una
explicación, una respuesta, sobre el sentido, el motivo, o el significado de la pérdida. Desde
nuestra experiencia, nos ha resultado útil intentar explorar otros caminos, y por ello acercamos
estas breves reflexiones de trabajo al Grupo, para su análisis y discusión.
(Daniel y Gabriela Vítolo)
EL PENSAMIENTO DEL CORAZÓN
La muerte de nuestro hijo nos enfrenta con el gran dilema de la vida en general, y de la nuestra
en particular. Luego del impacto inicial, del shock, donde nada tiene sentido y todo parece
absurdo, no sabemos quienes somos, indefectiblemente se nos presenta el período de
elaboración del duelo y de la pérdida.
Y allí vienen las preguntas, el dilema, la angustia de no poder saber buscar, y de tampoco
entender detrás de qué respuesta, ni -tampoco- de qué pregunta vamos.
Buscamos las respuestas para el misterio de nuestro hijo; las que respondan el misterio de su
vida y de su muerte. Y, en definitiva, también buscamos respuestas que iluminen la noche de
nuestra propia muerte.
Es que la angustia es tanta; la sensación de desprotección, de soledad, de dolor, son tan
patéticas, que se presenta en nosotros, que se presenta en nosotros una profunda sed y necesidad
de comprender, de entender, de encontrar significado a lo ocurrido.
Y allí nos ponemos a pensar. Afectamos todas nuestras neuronas, toda nuestra mente, todos
nuestros conocimientos, a esta empresa enorme de “pensar”, en la búsqueda de “
...entender”.
Sin embargo...no encontramos respuesta alguna.
Es que, con frecuencia, y desde la costumbre tan apegada a nosotros, de querer racionalizarlo
todo, encaramos caminos que nos llevan a senderos sin destino ninguno, tratando de
aprehenderlo todo con la razón. Llegar a la comprensión de lo que nos pasa desde y por la
cabeza, por medio –exclusivamente- de la inteligencia.
Nos olvidamos entonces de nuestro principal medio de pensamiento, que es el corazón. Y
encontrarnos con esta novedad, con esta olvidada costumbre humana; y hacerla carne conlleva a
una larga lucha nuestra; como la de todos los hombres.
Tenemos ya internalizado, pegado, como si fuera un acto meramente reflejo, el principio de que
“tenemos la cabeza para pensar”; de que el proceso de pensamiento y entendimiento, pasa por
la cabeza, por el cerebro, por eso que llamamos “mente”.
Sin embargo, parecería ser que no es esto lo que nos enseñan nuestra experiencia personal,
nuestros principios religiosos, ni los maestros espirituales. Las Escrituras y la experiencia de
quienes han accedido a obtener la paz y serenidad, parecen insinuar en forma directa una idea
distinta.
En efecto; insiste el salmista en recordar que “Dios ha dado al hombre un corazón para
pensar”; y nos recuerda el proverbio: “Por encima de todo guarda tu corazón, porque de él
brotan todas las fuentes de la vida”.
Salomón pidió al Dios como única gracia “...un corazón que entienda...para discernir” , y le
fue concedido “un corazón sabio e inteligente”, “...un corazón tan dilatado como la arena a la
orilla del mar”.
Un corazón que puede ser también reflexivo, y que puede acceder a la comprensión, a la
búsqueda de razones y de respuestas. La Virgen –señala la Escritura- “...guardaba todas esas
cosas y las meditaba en su corazón”.
Ezequiel habla de la necesidad de “un corazón nuevo”, los profetas recurren sistemáticamente
a actitudes de “desgarrar el corazón”, y a la búsqueda de un “corazón puro”
Es decir que podemos llegar a estar muy lejos de la verdad, y de nuestra recuperación, si
buscamos “pensar”, “entender”, “comprender” e –inclusive- “cuestionarnos” desde la “mente”.
Como tantas veces se ha recordado, la distancia más grande del mundo es de 40 cm.; que es la
distancia que separa la mente del corazón.
Y esa distancia se convierte, a veces, en un abismo insondable, en un precipicio insorteable, que
impide y bloquea la comprensión; comprensión que, para los cuestionamientos existenciales del
ser humano, no puede obtenerse desde la mente, sino desde una razón más profunda, que es la
del corazón.
Si comprender es abarcar o rodear por completo una cosa, lo más objetivamente posible, esa
comprensión sólo puede venir desde el corazón. Y en especial de un corazón puro; sin
prejuicios emocionales, sin historia, sin heridas. Un corazón abierto y desgarrado, un corazón
que deja ver su más pura esencia y conformación .
LAS RESPUESTAS DEL SILENCIO
“Cuando el hombre se detuvo a interrogarse no ya sobre un aspecto particular y
accidental de su vida, sino sobre la existencia como tal, no sobre un significado parcial,
sino su sentido global...como primer paso...calló. Comprendió que lo esencial se escucha
callando, se escucha en la medida en que callamos las miles de preguntas con las que
ahogamos la respuesta, la pregunta última y primera. Calló y buscó su lugar, un lugar más
vasto, un valle más abierto que su desfiladero mental, más dilatado que su aparato
conceptual, con menos laberintos que su oído carnal; buscó sucorazón, su oído cordial.”
(Hugo Mugica, “Kyrie Eleison, Un método de meditación cristiana”)
Ello tiene especial importancia en el tránsito por el dolor y el sufrimiento, lo que ha sido
considerado muchas veces no sólo un gran misterio del hombre –misterio quizás mayor que el
de la vida-, sino también el fundamento íntimo de la existencia histórica del hombre.
Y la búsqueda de sentido y respuestas frente al dolor, generan –justamente- este conflicto entre
la mente y el corazón.
¿Dónde buscar la paz y la serenidad, que tanto necesitamos en este momento?
Si esperamos la respuesta desde fuera; si la pretendemos dada como receta o fórmula estamos
perdidos. Nunca llegará. Y no llegará porque es imposible que alguien tenga receta para otro, o
que existan fórmulas mágicas aplicables a cada una de las personas que sufren y, al mismo
tiempo, a todas ellas. Sería el contrasentido de admitir que las personas no son individualmente
únicas. Sería destruir el misterio propio del hombre; su identidad, su carácter común y
diferenciado de existencia. Sería pretender ignorar el milagro mismo de la Creación.
Del mismo modo, si lo que buscamos es encontrarnos con nuestra propia esencia, mal podemos
imaginar que la respuesta está fuera nuestro. Por el contrario, es dentro nuestro donde debemos
buscar. Una respuesta surgida de nosotros, desde nuestra más profunda intimidad, para el
problema y el cuestionamiento que nos conmueve.
Y allí las opciones son claras pues no hay más que dos fuentes a las cuales recurrir para un
proceso de razonamiento: la mente y el corazón. Distinta naturaleza para cada una de ellas. Y
distintos modos de funcionamiento. Una pugna entre dos sistemas, entre dos realidades, entre
dos perspectivas.
La lucha que se presenta entre la mente y el corazón –si no se hace prevalecer en algún
momento una sobre otra- bloquea toda posibilidad de progreso en nuestro camino, ya que las
razones de ambos difieren ymutuamente se anulan..
La mente y el corazón mantienen una relación dialéctica, en una suerte de conflicto de poderes.
Hay que descartar que mantengan por siempre una relación amigable, al igual que también
podemos descartar que sus relaciones sean permanentemente hostiles. Muchas veces coinciden,
y otras tantas discrepan, sin descartar que hasta se enfrenten.
Y ello ocurre, según nos parece, frente alas dos grandes pasiones del hombre: el amor y el dolor.
En el estado actual de nuestro proceso de duelo, y del tránsito del dolor –hecho carne en
“sufrimiento”-, es donde el conflicto aparece patente. La mente y el corazón están enfrentados.
Y allí viene el dilema: tenemos que elegir, o al menos, privilegiar.
La razón dela mente nos muestra objetivamente –salvo un bloqueo- cosas que no queremos
aceptar; pero que son realidades. Que nuestro hijo ha muerto; que ya no lo volveremos a ver; y
que la vida sigue su curso. Una cruda realidad tan impactante como fría. El pasado , el presente
y el futuro. ¿Por qué?. No lo sabemos. Pero es así.
Es decir, que lo que la mente nos brinda son sólo datos – reales por cierto aunque no nos gusten, pero no respuestas. Y si en ella buscamos respuestas, difícilmente las encontraremos; menos
aún las respuestas que buscamos, aquellas que puedan llevarnos a obtener paz y serenidad.
Y ello es así, también en la medida en que la mente no tiene procesos espontáneos de
pensamiento, o mejor dicho de “razonamiento”, sino que requiere de nuestro esfuerzo, de que la
alimentemos con preguntas y elementos para el proceso de razonamiento que lleve a la
respuesta. Proceso de razonamiento que –por otra parte- viene condicionado por todos los filtros
culturales, formativos y conceptuales. Como lo llama Mugica: un “aparatoconceptual”
Por el contrario el corazón es espontáneo. Sólo late, se hincha, se dilata, se contrae, se alegra,
sufre, se brinda, se repliega, pero desde sí, y por sí solo. Pero, además,” piensa”
Y brinda razones propias, genera sentimientos distintos de los de la mente. Recuerda cuántas
veces hemos dicho –desde nuestra adolescencia- ese viejo latiguillo de que “...el corazón tiene
razones que la razón no comprende”.
Si de elecciones se trata, entonces, parecería que lo “razonable” –aunque resulte paradójico-es
buscar al corazónpara que sea quien lleve adelante nuestro “razonamiento “ en este proceso y en
este tránsito.
Pero...¿cómo podremos escuchar al corazón si no callamos; si lo ahogamos a preguntas; si no lo
dejamos que se tome su propio tiempo? ¿Cómo podremos entender su mensaje si no dejamos –
por obra de la mente- que el corazón se exprese a su manera?. Que razone como sólo él sabe?
Este es un camino de trabajo al cual te invitamos. A que juntos intentemos aprender a buscar y
recibir una nueva forma de respuesta.
La que llega sola, la que brota de lo más íntimo.
La que brota de un proceso que desplaza la mente para dejar que el corazón hable y genere
respuestas. Con su ritmo, con su latido, con su tiempo, con su forma. Enviando esos mensajes
que trascienden cualquier cuestionamiento mental. Brindando sensaciones para nuestra vida; y
llevándonos desde la intuición inicial, hasta el conocimiento profundo, final, de que aún
tenemos –aunque de otra forma- a nuestro hijo en nosotros; y su amor pleno.
Para ello debemos callar y dejar que el corazón hable.
Sólo así- nos parece- podremos hallar paz y serenidad desde el misterio de la vida y de la
muerte de nuestro hijo. Y desde allí, en una proyección que nos lleve a una nueva forma integral
de vida. Desde un corazón puro y sabio, reflexivo y profundo. Inquieto por los misterios del
hombre, de la vida y de la muerte, del sufrimiento y de la paz. Desafiante pero comprensivo.
Sereno y bondadoso. Sensible pero sólido.
Una nueva forma de vida y de pensamiento. Obra de nuestros hijos muertos, y presencia viva de
ellos en nosotros. Desde su propio silencio; y desde ese silencio que permite que el corazón
hable; y que nosotros lo escuchemos.
Intentémoslo. Aún es tiempo de cambiar para bien desde el dolor.
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