El amor de un bohemio - Actividad Cultural del Banco de la República

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CUENTOS BOGOTANOS
él
amor de un bohemio
1898
PAPELERÍA DE SAMPER MATIZ
BOGOTÁ
·
'
.
.
JULIÁN PÁEZ M .
(Fotograhado de la R evista .Ilustrada)
El amor de un bohemio
PRIMERA
PARTE
Existe gran diferencia entre p etardista y boh emi o, v
gran necesidad de establecer la distinción.
En qué se parecen? En que uno y otro necesitan de
vivir en compañía ó en asocio d e otro sé r, condi ción sin
la cual es imposibl e concebir la existe nc ia de ningun o de
los dos.
.Y en qué se distinguen? En que el petardista se ap ega á un individuo para engullírselo y vivir de él, mi entras
el bohemio busca un consocio para compartir con él escase ces y opulencias, hambres y harturas, orgías y asceti sm os.
El petardista es un estómago, el bohemio es un cerebro; mejor dicho, el bohemio es la tinta,. el petardista es el
papel secante: el uno graba, el otro absorbe. H é a q uí la
distinción.
y hay petardistas de variadisimas esp ecies, com o hay
bohemios de bohemios. Para mí - y perdóneme la Hi storia - Cristóbal Colón fue un bohemio de la gloria, el p etardista lo fue América Vespucio. El uno, audaz, ',aventu-'"')
•
rero, más genio que sabio, hundió su mirada en lo ignoto,
y descubrió la... América; el otro, prudente, calculador. mas
geógrafo que genio, se engulló un Continente.
*'*' *
Como la gloria, el amor tiene sus bohemios. U no de
ellos, Pepe, es quien me ha dado tema para este artículo.
4
EL AMOR DE UN BOHEMIO
Esta mañana vino á mi cuarto y sin más a ni más b,
me despertó. Restregándome los ojos y con el mal humor
inh er ente á qui en deja el sue ño cont ra la voluntad de su
du eiio, pregunté:
-¿ Quién diablo s viene á estas horas?
-Yo!
-Linda respu est a! . . . Pero quién es yo ,tt
- Yo, la p ersona que habla; M, aquella con qUIen se
habla ; él, aquella á quien descueramos . . .
- Ah! eres tú , Pep e? .. Déja tu gram ática, que es
p ro fesió n de necios , abre un poquito la ventana, y díme á
q ué ...
-A qué d eb es el honor de mi visita? dijo Pepe, á la
vez qu e abría, cu an g ra ndes eran, puerta y ve n tana.
-Que sea el honor, pues ... Pero díme: ¿ deseas que
me coja una pulmonía, que abres así todo lo que hallas al
p aso ?
- N ecesito luz y aire ! exclamó,
- y p ara enco nt ra rlos vienes á ventilar rm cuarto á
g-iorlloP
-Es que necesito charlar contigo también ...
-Asunto urg en te?
-Urgentísimo !. .. N ecesit o que me prestes . . _
-Plata? exclam é asustado , creyendo que Pepe se hubiese vuelto loc o.
- N ó, hombre, qu é plata. _ . Pr éstarne tu atención,
nada más . .. Tú ne cesitas argumento para esos cuentos que
escribe s en tus noches de insomnio, y que vendes al otro
día, como papel al peso, por un o ó dos duros _.. Yo te
traigo un o .. .
- Un duro? dij e. alargando instintivamente la mano.
- Nó, qu é duro! Un argumento .. _
EL AM OR D E U N BOH EMIO
.................
~
5
,
,
- T e perdono la madrugada, pu es . .. Arriba con tu
argumento y gracias por él.
-Los bohemi os somos boh emios en todo, dij o Pep e
acercando un ba úl á mi lech o y se ntá ndose . E n el a mo r
también lo somos. E l amor para nosotros es un a fruta ex quisita ydelicada de la cual, como de todo placer, estamos
prontos á hartarn os ó á abstenernos, seg ún el caso. Sabemos que en los banquetes del gran mundo se sirve esa fruta, unas veces rellena como lech ón, otras en ensalada com o
pescado, y lo má s frecuente es qu e la coman con servad a en
su propio jugo. Nosotros somos más originales: la com emos como las aves . __
- Cómo es eso?
- E n el árbol y á picotazos . '. .
- D eliciosa ! exclamé castañeteando la lengua.
-Cómo te saboreas, gol oso! ___ Pero para comerla
a sí es preciso, como aconseja D. Vicente Montero, i r donde
'
la haya . . . Esto es laborioso, es nuestro mérito.
- y sí se encuentra? pregunté con irrespetuosa incredulidad.
- Cómo, que si se encuentra! respondió Pepe con
acento de querella. ¿ También perteneees á esos imbéciles
escritores del día, que no creen ni en la frescura de la aurora, únicamente porque se levantan tarde? . . Esos tontos
tienen el alma achicharrada , y sus escritos, como el hiel o,
todo lo quem:;¡.n y esterilizan. ¿ Acaso yá han tocado con
su dedo tu corazón?
-No, Pepe, afortunadamente nó; continúa.
- P ues bien. Díme: ¿ has visto frutas en los parques
de Bogotá?
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El. AMOR DE UN BOHEMIO
- N ó.
- A ves ?
- Pocas.
- P or qu é?
-Porqu e las p ersiguen los hombres.
- . E so es : temp us edax, horno edacior! ex clamó Pepe
sentenci osam ente. ] .u égo agregó: Sí, se ño r : el tiempo come,
p ero el hom bre come más
Creo que así se traduce ese
guirigay?
- -- Pa rece qu e sí, qu erido. Continúa.
- Si el hombre co me , es decir, de stru ye más que el
ti empo, de modo qu e ni frutas ni aves deja en los parques,
¿ cóm o q uieren hallar fresca, en los centros de la ciudad,
esa fruta d e qu e vamos hablando? Dej emos al gran mundo
qu e la coma rell en a, en ensala da ó en su jugo, ó como
qui era, p ú o nosotros no tenemos cóm o sazonad a así. Por
eso abandonamos los centros y nos echamos á rodar por
esas calles solitarias , alejadas, que van hacia afu era, como
huyendo de la ciudad, repletas de silencios simpáticos, y
e x entas de carros estrepitosos, aguadores, burros y policiales ; y allí
_
- ¿ y allí sac an vient re d e mal año?
-Poco á poco! replicó Pepe. Nada de sacar vientre
de mal año
T ien es unas exp resione s tan crudas!
- Sa bes, Pepe, que tu s susceptibi lidades me dan una
id ea?
- Cu ál, si no es-una nueva barbaridad?
_
- L a de qu e est ás enamorado.
-Linda adivinanza! Gran perspicacia la tuya !
-y estás ,comiendo
la fruta á picotazos _. _
,
-Principié, pero _
-Pero qu é?
EL AMOR DE UN BOHEMIO
7'
-Esa es mi historia, pero me interrumpes á cada palabra. Si callas, continúo. Si nó
me voy á dormir.
-Callaré hasta el fin, Pepe, te lo prometo.
-Bien, dijo Pepe, acercando más el baúl. En una de
las calles más silenciosas y tranquilas del barrio de Las
Nieves se halla situada una casita tan pequeña que apenas
da estrecho espacio por el lado de la calle á un portón angesto y á una ventanita. Por el portón, de continuo cerrado, nada se ve del interior de la casita; pero por la ventana, durante el día abierta, alcánzase á ver mucha luz y
mucha flor en el diminuto patio, y mucha flor y mucha luz
en la salita á que aquella ve nta na corresponde.
Hace un año, en mi s vagamundas correrías de bohemio,
pasé una tarde por allí. La casita por su pequeñez y por
la soledad y el silencio qu e la rodean, tiene cierto encanto
misterioso que llama la atención de artistas y poetas; hay
a:lgo allí que intriga el corazón y atrae las miradas. Pues
bien': yo miré al través de la ventan ita. Allá, colgado al
muro, vi un cuadro de la Virgen Dolorosa, una mesita al
pie con dos modestos búcaros colmados de geranios, alegrías, zulias y violetas; cerca de la mesa estaba hilando
una anciana de cabellera" blanca, que; cual aureola de luz,
enmarcaba un rostro albo y hermoso que imponía como
una Majestad y atraía como una visión de gloria. Y cerca'
de la ventana se encontraba, costura en mano y los ojos
sobre la costura, una muchacha bella, fresca y simpática,
de esas cuya presencia inspira por sí sola bienestar y alegría.
Yo, sin madre, sin hogar, arrojado al mundo comohoja seca que no tiene rama que le dé su savia, experimenté, al contemplar aquel gracioso y tranquilo cuadro"
algo desconocido, intangible, inexplicable: un deseo ardiente de gozar de aquella calma santa, de aquella especie
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8
. . .....,
E L AMOR D E UN BOHEMIO
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.
de cielo que envolvía en calladas ondas á la anciana y á la
niña. Hasta entonces no me vi solo en la vida y sufrí algo
como nostalgia de hogar ó como un vago anhelo de tumba.
Aquella tarde fue la prim era de mi vida en que volví á mi
cuarto, triste y cabizbajo ; por la noche, en vez de dormir,
pensé' en mi madre y lloré . . _ i Cu ántas soleda des asomaron á mi espíritu!
E n la tarde del siguiente día volví por aquella calle y
miré también aq uella sala con sus flores y su Dolorosa, y
la niña que cosía y la anciana qu e hilaba. Y luégo, varias
tardes , se sucedieron así , todas p arecidas como las olas de
u n lago. i Cuánto placer delicado acarició entonces mi alma
y cuánto sueño despertó en mi mente!
Un día, no te importa saber cómo, fui presentado en
la casa. i Qué delicia la mía cuando vi ese silencio de hogar, silencio que habla, ese cuchicheo perpetuo de las flores
que esperan en sus tiestos la caricia de la mano que las
r iega, ese suave y discreto frou-frou de las almas que se
estrechan y viven unidas! j Cu ánto bi enestar experimenté
al penetrar en aquel mundo, tan distinto del estrepitoso en
que he vivido!
La historia de ese ho gar es se ncilla : te la referiré en
cuatro palabras. La anciana es viuda y ciega y se llama
Magdalena : la jo ven tiene diez y ocho años, cose, con lo
cual logra, á duras penas, sost ene r los g'as tos de un modesto menaj e, y re sponde al nombre de Rosa. Su vida toda
puede verse desde la ventana: el trabajo continuo, la paz
del alma. Nada de aspiraciones á ruidos ni á pompas. Mad re hija se hallan bien allí bajo las miradas de Dios. Fui
recibido en aquella misma salita con franca cordialidad; la
a nciana siguió hilando y R osa, después de interrumpir S11
t rabajo por un momento, me dij o:
é
I
EL AMOR D E UN BOHEMIO
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-Caballero, con perdón de usted
sig uió cosiendo.
-Soy importuno, acaso? pregunté un tanto turbado.
-No, señor ;yor qu é? exclamó Rosa con viveza.
-Mi hija, dijo la anciana, ha adquirido la costumbre
de no interrumpir su trabajo aun en presencia de los visitantes. U st ed, puesto qu e ha sido admitido en la casa,
debe conocer desde el principio estas costumbres . . _ y soportarlas.
-Agradezco mucho, señora, que se me crea digno de
esta confianza, respondí.
Tales fueron las primeras frases que n os cruzamos. Esta
franqueza presidió todas nuestras relaciones. A la tercera
visita yá sabían ellas de pe á pa la vida mía, con todas su s
sinuosidades, referida por mí, sin que se so rp rend iera n ni
enarcaran el ceño cuando llegué á referir alguna de mis calaveradas. Rosa reía entonces y la anciana exclamaba:
-Cosas de la juventud!
.
- -Yo también supe, unas vece s contado por -R osa y
otras por la anciana, cuánto 'han luchado por la vida aquellos dos seres. Rosa quedó sin padre en los primeros años,
y la anciana perdió la vista poco tiempo después. Hace
cinco años que 'aq uella niña, aquel ángel, aquel héroe de
los hogares, es la única fuente de vida del suyo. i Cómo n~
admirarla!
- y cómo no amarla, no es cierto, Pepe? interrumpí.
Pepe se sonrojó como un niño sorprendido en falta" y
murmuró:
-Verdad que sí la amo!
- y se lo has dicho también? ¡picarón !
-También!
-Y .•.. vamos! Es necesario sacarte todo con tirabuzón: ella te corresponde, no 'es cierto?
10.
EL AMOR DE UN BOHEMIO
.- T alvez no, dijo Pepe suspirando.
-Cómo, que nó! N o amarte
á ti, poeta, m USICO,
pintor, buen mozo, noble; á ti, que madrugas á despertarme para pintarme á Rosa con tanta delicadeza y gracia que
me has hecho enamorar de ella; á ti, no amarte!
juro
por· la fe de los bohemios que eso es imposible!
-Y, sin embargo, esa es la verdad.
-Yen qué lo conoces? cuéntame tus acciones de
amor.
-Primero, cuando yá con ella adquirí alguna confianza, le hice una acuarela que representaba la salita, con la
madre en la penumbra, y ella recibiendo la plena luz por
la ventana. Me esmeré en el parecido de los retratos, y
Rosa se entusiasmó al mirar el cuadro.
-Lástima que mi madre no pueda ver esto! exclamó ·
con una lágrima engarzada en las pestañas.
-Las pobres ciegas no podemos admirar á los pintores
Pero, ya sabes. hija, que tus ojos me desempeñan __ .
N os parecemos en el cuadro, hija?
-Mucho, madre; pero el señor me
. me mejoró.
Yo no soy tan _... tan bella! exclamó con entusiasmo.
-Déjalo, hija, que exagere un poco _... Eso es de
los artistas .. _. Yo, por mi parte, le agradezco esta exage:..
ración de la belleza de mi hija! Y los ojos muertos de la
anciana parecieron, de veras, recobrar su luz perdida, para
mirarme con gratitud. Rosa me miró también, se puso roja
como la grana y salió corriendo con el cuadro.
Al oír esta relación, dije á Pepe:
-No está malo lo de la acuarela; es una buena entradita _.. y ¿ que más? por supuesto que le hiciste versos.
-Sí, hombre; por cierto muy malucos
_
-Bueno; que sean malucos. Pero cómo los recibió
Rosa?
El
A'HHI.
DE UN
UOHI·MIO
l'
-Ella es tan buena, tan culta, qut! los recibi6 bien ....
-Pero hasta donde lIego 10 bien?
-Se los aprendi6 de memoria. ..
- y te queja.s de esto, Pepc? No seas tonto! .... Rosa
te ~lma como te amara yo, si fuera ,llujer!
-No, hombre, aguarda, que 110 he acabado !
-Veamos; que mas hay? Una serenata tambicn Ie
diste, y compllsiste unos valses y los bauti7.aste Rosa?
-Como 10 sabes ?
-Cualldo s,' va)' sr viclIr, )' Sf' l'stci junto . .. Fepc, ItO os
afrelltiis / No averigues como 10 sc. y dime: la noche de la
serenata chirri6 la ventana, y que mas? ..
-Que lleg6 el momento grave ...
-Y Ie hablaste de matrimonio, y hubo concilio de fanlllia, y te aceptaron, y vas a casarte. y eso es 10 que vicnes
contarme. no es verdad? VaJiente cuento. Eso nada tiene
de novel a !
- T e engafias !
-No hablaste de matrimonio?
a
-Sf!
-Entonces? .. No comprendo.
-Un dla nos hallabamos con Rosa en la ventana. Yo
acahaba de conseguir LIlla regular colocaci6n : g-anaba como
sueldo fijo $ T 50. Se 10 refer! a Rosa, y agregue que ...
que ...
-Que si consentia en hacertc feliz ... 0110 pronto! no
te atragantes !
-Eso es ...
- y que contest6?
-Yo vivo para mi madre! murmuro, sefialando can
un guii'io de ojos la anciana.
a
-Diablo! eso es mas grave de 10 que suponJa ... Par
BANCO DE LA REPUBLICA
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A
CA ..·.1..
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AN
l
~RANGO
~·Ol'
-,
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EL AMOR D E U N BOHEMIO
supuesto que le argumentaste, que vivirían los tres, y fa
madre como un Dios en medio de los dos, etc., etc.
-'-y nada valió! Dijo que ella no quería verm e fatigado jamás con su mad re, que los deberes de esp osa la
distraerían de los d e hija. En fin, fue inexorable!
- y tú, en con secuencia, dijiste ha sta luégo y pusiste
pies en p olvorosa ?
-No ... '
-Yeso?
-Porque R osa me suplicó que siguiera visitándola, y
me lo suplicó por la anciana. Sin embargo, poco después
forj é un viaje. Duré ausente algún tiempo. Volví hace poc os días, y me hallé con una tarj etita de Rosa ... Mírala.
Tomé la esquela y leí :
" Pe p e : N ecesito hablar con usted. ¿ Tendrá la bondad de ve nir ? Su amiga, Rosa. "
- y fuiste al momento?
-Nó. Hasta ayer ...
-¿ Y hallaste la casita en el mismo puesto, la ve ntanita
no se ha fugad o, la ancian a sig ue hilando, y la niña cose
que cose? ..
-Nada de eso . T odo ha varia do. Rosa me hizo indicar por un amigo su nueva dirección ... Hoy viven ellas
en una casita de campo, chiquita cuanto se quiera, pero
g raciosa y blanca co mo una paloma, y rodeada por un cinturón de sa uces y madresel vas . Al entrar hallé á Rosa en
un jard ín de unos p oco s palmos en cuadro, rodando sus
violetas y claveles; me vio, soltó la irrig adora y un ramillete que tenía en la mano , y , en vez de decirme: Buenos
días !
-Somos felices, Pepe, somos felices! me gritó, sonriente y di áfana como una aurora. Me dio la mano y me
EL AMOR DI!: UN
...... ................................................................................
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HOHEMIO
,
.,
.
hizo entrar inmediatamente á la reducida estancia de la
anciana.
-Aquí está Pepe, madresita! exclamó.
-Ah, señor Pepe, dijo la anciana volviendo el rostro
hacia donde me hallaba, y alargándome la mano. i Y qué
ausencias tan prolongadas las de usted! Y cómo lo habíamos esperado ; porque Rosa me ha dicho que usted volvería ... Lo hemos p ensado mucho, ¿ verdad, R osa? _.
Rosa no respondi ó, pero me miró, sonri ó, se so nrojó ..•
-Bajó los ojos, tosió, etcétera, etcétera, interrumpí
para librarme de aquel enorme chubasco de agudos en ó, ó,
qu e se me aparataba.
-Eso es .. _
- y luégo? Acába, qu e me desesperas con tus divagaci on es ! __ . ¿ Cómo fueron á dar á esa casita?
-Allá voy. Aguárda. __ Ah, señor Pepe, volvi ó á decir la anciana; con que nos acompaña á las duras y no á
las maduras: eso no es de buenos amigos! _.. Si supiera
usted que somos tan felices! Figúrese que es nu éstra esta
casita, nuestra casita, tan linda! .. _ Yo no la veo, pero me
siento tan bien en ella. _' Y nu éstra, figúrese usted! caída
del cielo! __ . Pero Rosa le referirá todo
Mucho me alegra qu e usted haya vuelto __ ' Hija: unas fresas para el señor Pepe, fresas y curubas de nuestra huerta.
La anciana siguió hablando por largo rato de su casita, pero yo no la oía. Estaba desesperado por hablar
con Rosa. Por fin llegó el momento.
-Quiere venir al jardín?
Aquí sí qu ~ puede hacer
lindas acuarelas! _., Con permiso, madresita, llevo á Pepe.
-Llévala, hija, llévala _. _
y salimos.
•
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EL AMOR DE UN BOHEMIO
.............................................................................."
.
- Somos felices, Pepe, me dijo Rosa apenas nos halla mos solos. Lo esperaba para contarle nuestra dicha.
Un día de esos en que se sienten con mayor rigor los
golpes de la suerte, recibí la sigu iente carta, dirigida á
mamá:
" Respetada señora: En alguna ocasión "el esposo de
usted me dio su firma como fiador en un Banco. Yo no
pude cumplir dentro del plazo fija do, y él tuvo qu e desembolsar el dinero, no sin penosos sa cr ificios, H oy cumplo
con el deber de hacer la devolución á su digna viuda, con
los intereses respectivos. A djunt a hallará usted la suma de
$ 4,000, á que asciende todo. Es en vano que .ust ed trate
de indagar por el nombre del que hoy apenas llen a un
deber de conciencia."
Yo no salía de mi asombro; tomé la carta, la releí,
y no supe qué decir á Rosa. Esta continuó así: Esta casita es n uéstra; tenemos, además, en un Banco una s urna
de dinero que nos da un corto rédito, p ero con él vivimos
con algún desahogo. Ahora sí, Pepe, mi madre no será una
carga para usted ___ El trabajo de usted y el mío bastarán
á nuestra vida modesta. __ ¿ Quiere, Pepe, si no me ha olvidado, que
, seamos felices? y me extendió la mano.
-Gracias, Rosa, no puedo! respondí temblando. Ahora yo soy pobre. La guerra me hizo perder mi colocación y . . .
-"-No importa, Pepe, dijo Rosa con voz de súplica.
Con lo que tenemos basta para to dos!
- N o, dije; ahora yo seré la carga de la cas a y ___ no
quiero . __ no quiero. Sean ustedes felices !
Rosa, mustia, angustiada, quiso detenerme, p ero yo yá
estaba de spidi éndome de la anciana. __ y aquí estoy. - A nimal ! grité á Pepe, sacudiéndole fuertemente.
EL AMOR D E U N BOH EMIO
Has sido un animal, lo sabes ? has matado á esa pobre niña . • _ á esa infeliz anciana. __ Te am aban, y por tu delicadeza brutal las has ase sinado __ .
-Maldita revolución! dij o Pepe en el colmo de la desesperación, y quitando de su mejilla un a lágrima con el en vés de la mano.
- Anda y díle á Rosa inmediatamente, a ho ra mismo,
lo oyes? que te aguarde
unos días; y trabája, trabája
con ardor, con fe, con rabia. __ Una muj er as í no se deja Ir
de entre las manos.
Pepe salió _.• d esalado yriervioso ...
SEGUNDA
PARTE
Buenos seis años han pasado desde que escribí, sin intención de continuar, la primera parte de este episodio. Hace pocos días, buscando un papel viejo, di con el que relata
los amores de Pepe y Rosa. Las cuartillas están ajadas, roLiS á trechos, amarillentas; cuesta trabajo á ratos descifrar
lo que dicen: qué mucho que' así se hallen, cuando mi alma,
que dicen espíritu inmortal, se exhibe también arrugada, revejida, llena de borrones; aquí una lágrima cayó sobre el
recuerdo de un placer; allí un arañazo se llevó de calle el
párrafo en que relataba un afecto. Pobre alma mía!
.
Desde que hallé las cuartillas de Pepe y Rosa, juzgué
que el episodio se hallaba incompleto, y me di á averiguar
por la vida de Pepe; á quien no veía hacía mucho tiempo.
Recuerdo, sí, que poco después de la ruptura intempestiva de sus. amores con Rosa, lo visitaba yo muy á menudo en su cuartico de artista del pasaje que llaman La
Flauta y lo hallaba siempre entregado con febril actividad
á sus trabajos. Era aquel cuarto un maremagnum aturrulladar, un revoltillo incomprensible, el caos del arte. Aquí una
acuarela principiada, allá la modelación no acabada de un
busto y al pie el trozo de greda amasada que había de servirle para concluír el trabajo; al otro lado, en un rincón, un
famoso
crayon que representaba una hermosa cabeza de
,
mujer; sobre el escritorio unas estrofas, las mascarillas de
Pío 1 x, Voltaire y Napoleón colgadas al m uro, hábilmente
EL AMOR' DE UN BOHEMIO
'17
colocadas sobre un cuadro en q!le se hallaban una pluma y
una espada, coronadas por un birrete. Enfrente, fijo también al muro, el candor colombiano; y por el suelo, en la
mesa, en los asientos, en la cama, en los baúles, un aguacero de vistas, grabados, dibujos y pinturas de todas clases.
Libros, pocos, eso sí, y es observación que hice ent?nces y
he confirmado después, que los artistas y poetas entre nosotros, no son muy dados á la lectura. Lástima es tal abandono!
Pepe trabajaba en aquellos tiempos. Jamás volvió á
hablarme de Rosa, y parecía esquivar toda conversación
que le trajese el recuerdo de ella. Cuanto á remuneración
de sus trabajos, parece que sí obtenía alguna, pero la vida
bohemia no permite el ahorro, de modo que Pepe se hallaba siempre escaso de dineros.
Una vez salió conmigo, tenía en su cartera unos reales que había acabado de recibir: se le acercó una mendiga rodeada por un enjambre de muchachitos harapientos,
escuálidos, llorosos, que cantaban Tengo hambre] la cartera
de Pepe se abrió y un mantoncito de billetes como de tres
pesos pasaron á manos de la mendiga. Seguimos andando
y un amigo llamó aparte á Pepe y vi abrir de nuevo la cartera.
Luégo calculó lo que le quedaba y me invitó. á almorzar. Rehusé en un principio, pero hube de aceptar, debido
á repetidas y urgentes instancias. Mi resistencia hubiera
herido profundamente la delicada susceptibilidad de Pepe,
y hasta me hubiera costadoIa pérdida de su amistad.
Almorzamos opÍparament~, nada faltó. Pepe hizo servir hasta Champagne. Resultado ·: la cartera quedó vacía.
Así son esos seres primorosos, aunque algo desbaratados,
ql,1e llaman bohemios en esta tierra.
2
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EL AMOR DE UN BOHEMIO
,
......................................................................................................................................................................................
.
Poco después de aquellas visitas, Pepe varió de aposento, yo m e di con t esón á mis labores y no nos volvimos
á ver.
***
Esta mañana, después de los largos días de invierno
pasados, logró el sol abrir una especie de túnel por entre
las montañas de nubes g rises que nos lo habían ocultado, y
llegó jadeante y mohino hasta la ti erra. Un sol anémico y
acatarrado (es verdad que no había podido calentarse ni
con la caminada de 48 millones de leguas que acababa de
hacer) , pero era al fin y postre, sol. Lo vi asomar tímido y
avergonzado como muchacho de escuela que vuelve á ella
después de novillos y teme el castigo, saltaba furtivo de
mata en mata y se metía por entre las hojas para dar aviso
á las. flores de que yá estaba ahí; las flores que estaban
medio dormidas, despertaban al contacto de aquel visit ante,
y, en su sorpresa, se ponían rojas como la grana. Pobres
flores : siemp re tan pudorosas!
Después d e saltos y piruetas entre los cuatro pobres
queridos tiestos que forman el jardín de mi madre, el sol
se acercó poco á poco hasta la puerta de mi cuarto y se
echó por el suelo humil dem ente como perro regañado.
A l verlo . _. _sol tentador l,
Boté lejos la pluma y
salí.
Los cerros t odavía no habían logrado desembarazarse
de la capu cha de algo dó n qu e los cubre en in vierno ; tan
sólo á trechos se veía roto aquel molesto cobertor como
por alg ún colérico ara ña zo, y los jirones d esprendidos voltegeaban de aquí para allí, y se agarraban á los árboles, á
las rocas, á los escarpes desnudos. Aunque el sol no calentaba, corría un a brisa ve nida de la serranía, el frío no era
mortificante. E l cie lo se de spejaba poco á poco, y yá se
y
EL AMOR DE UN BOHEMIO
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veían en él anchos manchones de un delicioso azul pálido.
La sabana parecía ampliarse y echar á lucir con coquetería de desposada su faldón verde, por todo el espacio que
abarcaba la mirada. Todo parecía resucitar; hasta las mulas
del tranvía como que eran menos perezosas, las paradas
menos largas, las campanillas resonaban con cadencias de
concierto. Yo me dejaba arrastrar con indolencia de rey,
contemplaba todo aquello y me sentía feliz.
Allá del riachuelo del Arzobispo, oí que me llamaban.
Miré, y vi que de una ventana coquetamente enmarcada
entre tupid o follaje de hiedras y madreselvas me hacía señas un hombre: era Pepe!
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- Pare
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y "
aje.
,.'* '*
Era Pepe, es cierto, pero no el alegre bohemio, el artista decidor, el camarada festivo y generoso ; era un Pepe
envejecido, desalentado, adolorido y
propietario!
Ahorraré á mis lectores nuestros saludos y abrazos,
por demás naturales después de seis años de no habernos
visto. Almorzamos juntos también esta vez. Después del
almuerzo, en que brilló por su ausencia la alegre charla de
otros tiempos, pero que de voré con apetito digno de mis
días de escolar, en medio de bocanadas de humo de un
buen cigarro y saboreando el delicioso licor negro que contenía una tacita de porcelana, rompí el silencio y dije:
- y bien. _ ~ . y esto?
-N o trabajes nunca para hacerte rico, exclamó á
modo de respuesta y como saliendo de un sueño ; trabája
nada más que para entretener la vida, para no hastiarte
con ella y dejarla en mitad del camino. Los ricos verdade-
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EL AMOR DE UN BOHEMIO
ros nac en pa ra ricos, ti en en gusto en serlo y saben serlo.
Nosotros los artistas bohemios no s asfixiamos en m edio de
la comodidad. Esto de tener á todas horas un lecho propio
que no s abrigu e, sin te mor á que el inexorable patrón venga á a rrojarn os á la calle por faltarnos ve inte duros ; esto
de hallar lista á todas h or as nu estra pi tanza sin necesidad
de ocurrir al bolsill o del camarada ó á los siempre meritorios ardides bohemios; esto de carecer de la santa urgencia del trabajo, de no tener que acabar en pocas horas y en
medio de mil afan es el cuadro, el yeso ó el escrito que se
nos ha en comend ado y q ue se nos reclama con insist encia ;
todo es to no es para nosotros, no s cansa, nos hastía, embota nuestro cerebro, quita su diligencia y agilidad al
músculo .. . .
- y á qu é viene esa t u esp léndida p eror ata? le dij e
mientras él volvía al estado de amarga somn olencia en que
había perman ecido tod o el tiempo qu e h ab íamos pasado
juntos. Supon go que has qu erido d em ostrarme que la pobreza, aqu élla inso len te y desver gonzada de nu estros ti empos, es un Paraíso. P ues bien : si Paraíso es, yo procuraré
ser el Adán arrojado de é l. Pe ro tu p erorat a no me dice
nada de lo qu e quiero sabe r : ¿ p or qu é te hallas aquí, de
quién es est a casa, qu é ha sido de tu vida, cómo "estás, qué
hay de. . . en fin, de tu s amores?
- Soy un animal! ex clamó ; pero tú lo eres igualmente. N o te dije, es cierto, q ue esta casa es mía, bien mía,
óyelo bi en; p er o t ú de biste adivinarlo .
-Adivinarlo. _. yo .. . y por qu é?
Pepe quedó p ensati vo, so ñado r, hu ndid o en sí mismo.
Después de un ins tante tomó un so rbo de café, lu égo dijo:
- Cie rt o. yo no te h abía dicho nada. E sta soledad en
qu e vivo me ha acos t um b ra do á co nve rsar co n mi propi o
EL A MOR DE UN BO H E MI O
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pensamiento. .. E l mon ólogo va larg o y desesperante !.. - .
Pu es bi en: recu erdas q ue, desp ués de __ . . d e . _.. d e aquella esccna . . __
Parecía q ue estas palabras le de sgarraban la garganta.
_. __ Aque lla escena, continuó, que te referí en una
madrugada . .. E ntonces yo era feliz !. .. En fin, ¿ recue rdas qu e yo me d i á t rab ajar, con tesó n, co n asi duidad, de
día y de noche?
-Sí, lo recu erd o.
-Pues bi en: ese traba jo y mi falta de higi ene me p roduje ro n una enfermedad, una fiebre cereb ral, de la cual sa lí
vivo, gracias á mi fuerte organización . Mi convalecencia,
<1ue pasó en el Hospital, fue rápida. Pronto ad q ui rí fuerzas,
y me di cu ent a de mi sit uac ió n. Pensé en el porven ir, que
jamás me hab ía preocupado . La enferme dad hab ía obrado
un cambio completo en mi cerebro. El órgano de la posesividad había des pertado en mí, es decir, yá no era bohemio!
Me di á trabajar con mayor te só n, más enérgicamente;
pero h abía un defecto : no sabía ahorrar. E l bohemio igno ra esta ciencia, y Bogotá, en general,
ignora también,
po rq ue no hay cómo ejercitarla . N uestras cajas de ahorros
está n por ve r, y t odo el mundo está ob lig ado á ser botarat e, espe cialmente los ob reros, qu e nunca podemos reuriir
grandes cantidades ni h ay para qu é, exi sti en do el maldito
papel-m on eda .. _. cómo aho rrar ? era mi afán de toda
hora .
_
1:
A ho rrar, ahorrar !_. . Recuerdo que á fuerza de encerrarme logré reunir una suma, muy pequeña, es cierto,
pero la mayor que había p oseído, cuando llegó á mi cuarto
un amigo cu ya madre estaba enferma y á punto de ser
arrojada de la casita en que vivían. . . La suma se fue, qué
remedio!
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EL AMOR DE UN BOHEMIO
Poco "desp ués leí un periódico en que anunciaban unos
lotes que podían comprarse por mensualidades. La operación era tentadora, y además, correspondía á mi necesidad
de ahorrar. A verigüé cómo era la cosa: un lote de 1,092
varas cuadradas pagaderas á razón de $ 16-70 mensuales.
Calculé mis fuerzas, hice las cuentas de lo que yo podía ganar normalmente, resté de eso lo de mis más necesarios
gastos, y vi, con sorpresa, que podía muy bien meterme en
la compra de un lote. Con los pocos ahorros que tenía, volé
á la oficina, pagué dos mensualidades anticipadas, hiciéronme la escritura del lote que yo escogí, contiguo á cierta
casita de que te hablé algún día y .... aquí me tienes dueño
de lo que pisamos.
-¿Y la casa, pregunté, y las mensualidades subsiguientes y todo esto ?
-Vamos, si quieres, á pasear la casita, dijo Pepe levantándose, y sigo mi historia. U na vez que me vi convertido en propietario, de la noche á la mañana, y que tuve
necesidad de ahorso y premio á" mi trabajo, sentí febril ansiedad de poseer más, se centuplicó mi actividad; ' cada
hora, 'cada día, "e ran contados por mí por "un real, por un
peso más. No perdía un minuto y me volví económico, quizá exageradamente guardador. Comprendí entonces por
qué los ricos son miserables .... En pocos meses pude pagar el lote.
El mismo vendedor me aconsejó sembrar eucalipt us
en el terreno. Sembré, negocio que me salió bueno. Al
fin de seis años tenía yo aquí cien eucaliptus, que vendí
á razón de $ 12. Esto era un bosque, aún quedan algunos troncos. Con $ i,200, producido de los eucaliptus, emprendí la construcción de la casita: yo mismo pinté el plano, dirigí su construcción, la he adornado, la he amado como
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EL Al\IOR DE UN BOHEMIO
á mi hija .... Míra; esta es la salita, dos alcobas allí; al
otro lado, mi cuarto de trabajo, con ventana para el camellón y con vista inmediata sobre el j.ardín, un cuarto que
destinaba para .. _. camína lo vernos.
Entramos á un cuartito gracioso y delicadamente arreglado, abrigado, cariñoso. Plantas trepadoras se agarraban
al marco de la ventana y las flor es asomaban á atisbar con
curiosidad aquel aposento. Había amor allí: si no era mano
de madre la que había arreglado todo eso, era la de un novio caballeroso y delicado. Indudablemente Pepe de stinaba
este cuartito para Rosa.
Aproveché la ocasión de estar allí y dije brutalmente:
-Siéntate, Pepe, y dime: Rosa?... y á tienes casa,
has' aprendido á vivir, sabes qu e el trabajo y el ah orro te
librarán de la pobreza, yá no eres una carga, como d ecí as...
Este cuarto, sencillo, gracioso y elegante, me está dici endo
que era el destinado para Rosa. __ . Ella te amaba, te dijo
que quería ser tu esposa; la ciega, la pobre anciana, te amaba también __ .. ¿ Dónde está Rosa?
Pálido, tembloroso, convulso el labio, centellante la
mirada, l~vantóse Pepe, me agarró por un brazo, me llevó á
la ventana y, señalándome una casita al pie del cerro, me
dijo con voz sorda y cavernosa:
-Allá!
El dolor, la cólera, el desprecio, el desencanto, el arñór
herido de Pepe se reconcentraron en esa palabra. Tuve lástima de aquel hombre.
Siguió un largo silencio. Pepe se paseaba por el cuarto
y arrojaba miradas coléricas á la casita del frente.
- y bien, dije cuando pasó algo aquella crisis.
-Pues bien, dijo Pepe colocando dos asientos en la
ventana: tú no eres un idiota para no haber comprendido
que en toda mi laboriosidad, mis ahorros, mis economías,
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EL AMOR DE UN BOHEMIO
mis cuidados, mis privaciones, mis vigilias, la renuncia á
mis amistades, á Jos placeres que ellas me proporcionaban,
el sacrificio continuo que he hecho, durante cada uno de los
minutos de seis años, han tenido por único impulso, por
única mira, por premio solo y exclusivo aguardado tanto
tiempo, el amor de esa mujer .. __ Sí, traerla aquí, decirle:
esto es tuyo: míra tu cuarto, este es el puesto de tu piano,
aquel cuartito es para tu madre, estas son las flores que te
gustan, aquí pondremos el retrato que te hice; de aquí, de
esta ventana, podrás ver tu otra casita, á donde iremos todos los días; en este patio podrás cultivar tus flores; allá,
en tu alcoba, estará la Dolorosa que tántos años las ha
acompañado ____ Oh! todo esto quería decirle, y
.
- y no se lo has dicho, animal? _. __ Ahora mismo
vas; vamos, yo te acompaño hasta la puerta .... Pero vamos, hombre, muévete!
Pepe alzó la cabeza y me miró: nunca olvidaré aquella mirada, aquel semblante atrozmente martirizado y cadaveroso, aquella lágrima engarzada en su pestaña, única compañera quizá de ese 'cora z ón que se desbarataba, lágrima que
brillaba con radiación fúnebre, como estrella solitaria en
.
cielo de tempestad
Abracé la cabeza de Pepe que ardía como la de un febricitante, y oí que me decía con voz entrecortada:
-No vamos ____ Ella se casa!
-Se casa! grité. Se casa, y no contigo?
Pepe lloró. Las lágrimas son alivio eficaz. Yo lo veía
llorar, y casi sentía placer. __ Y luégo dicen que las mujeres
son las que aman, las que sienten, pensaba yo.
U na vez calmado, Pepe continuó:
-Sí, se casa. Hace hoy ocho días me lo dijo ella misma. Se casa con un anciano respetable y, sobre todo, según he averiguado después, muy rico
Que como yo ha-
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.
bía callado tanto tiempo, que su madrecita estaba muy enferma , que ella , sola en el mundo . .. En fin, que estaba
comprometida!
- Mald itas mujeres! exclamé con rabia.
E PÍL OGO
D os meses han corrido desdé mi visita á Pepe. Otro
acceso de fiebre cerebral, con una qu e otra manifestación de
locura, de verdadera locura, lo han tenido al borde del sepulcro ...
. - R osa, Rosa, R osa! g rit aba en su d eliri o. _. La acua rela que le hice al viej o es de los dos. _. L a vend ió, sí, la
vendió, y Rosa es rica. _.. Pero yo la llevo aq uí, aquí, y
nadie me la quita de aquí!
y al de cir esto Pepe go lp eaba con rudeza su corazón.
Un año, dos años, cuatro, di ez, mil a ños ! decía otras
veces __ . Mil años, y no t ermino este cua dro _. . E sta pincelada se borra, sí, se borra siemp re que llego al h ospital. __
El hospital __ . Muy solo! . _. Mis amigos ____ Julián _. __
Rosa, Rosa, Rosa!. _.
Uf! el viejo __ . va á borrar el cuádro! N óóó! gritaba estentóreamente y se agitaba con desesperaci ón!
Después de estos accesos venían la inercia, el so por, co mas asustadoras.
Hace veinte días, en uno de estos momentos de so rnno- lencia, cuando más an gustiados nos hallábamos y los médicos estaban en dar por terminada su tarea, golpearon á la
puerta de la quinta. Sal í, y me hallé con una joven morena,
pálida, de ojos rasgados y brillantes, de mirada profunda é
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EL A'M 0 R DE UN B0HEMIO
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inquisidora, á quien acompañaba una vieja sirvienta. Sin
más que verme me dijo:
-Usted es. __ ?
-Sí, señora! respondí sin dejar que acabara.
- E ntonces, usted sabe quién soy?
-Sí, señorita. Tenga la bondad de entrar.
-Cómo si~e ? _. Podré verlo? me , dijo entrando á
la salita y sentándose.
-Voy á consultar á los médicos, señorita.
-Consultar! ___ Pero bien merezco esta detención!
exclamó. _ _ Vaya usted pronto, por Dios! agregó con angustia.
'*' *'*'
•
-Doctor, dije muy quedo al m édico que estaba pulsando al enfermo.
-Mande usted?
-Tenemos ot ro médico en la casa.
Frunci ó el ceño y dijo con desdén:
-Que siga !.. Parece que yo no soy inconveniente! ..
y fue saliendo de la pieza.
-No, doctor: ese médico es Rosa! le dije.
-Rosa! exclamó el doctor, quizá un poco recio.
-Rosa! dijo P ep e en medio de 'su sueño. Dónde está
Rosa?
-J uguemos el todo por el todo, me dijo el doctor al
oído. Luég o contestando á Pepe, pronunció con claridad.
-Rosa está aquí.
- Aquí, sí, aqu í es tá conmigo .. _ murmuró Pepe.
- N o, dijo el doctor: viene á verlo.
El enfermo pareció conmoverse, y algo como la contracción de una son risa plegó su s labios.
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-El doctor conferenció con los otros médicos unos
momentos.
-Que éntre la señorita, me ordenó lu égo ... ~ . La situaci ón es desesperada _. .. Además, ella es la verdadera y
natural medicina! agregó hablando consigo mismo.
Corrí á la salita. Rosa ·estaba en la puerta.
-Puede entrar, señorita ... .
-Primero, dijo, debo advertir á usted, caballero, que
es de acuerdo con mi madre como me permito dar este
paso
.
Inclinéme ante aquella señoril ingenuidad.
El doctor salió al encuentro de Rosa y la dijo:
-Señorita: soy el médico. E s la última prueba lo que
se va á hacer. T~ngo confianza _. _ Acérquese usted al enfermo, llámelo en voz baja, de modo que él crea estar soñando ....
-Rosa .. _ Rosa! gritó P ep e en estos momentos.
-Vaya usted, dijo el médi co, em p uja ndo suavemente
á Rosa hacia el aposento _.. y qu e Dios haga lo demás !
agregó.
-Rosa! volvió á gritar P ep e.
-Aquí estoy, Pepe! dij o la pobre runa con acento
tan tierno, tan cariñoso, tan acariciador, que todo el aposento se llenó de melodía. P ep e abrió los ojos ....
-Quién está ahí? dijo con rudeza.
-Soy y o, Pepe; soy y o, R osa, que vengo á visitarlo. _.
El enfermo arrojó sobre ella una larga y profunda mirada colmada de amor y d;e amargura.
-Usted. _. con que usted? .. No .... Usted no viene aquí!
Luégo cerró los ojos , palideció más aún y quedó rígido sobre el lecho,
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EL AMOR D E UN BOHEMIO
-Se mu ere! g ritó Rosa. E l médico acudió.
N o supimos á qu é horas hubo de retirarse Rosa. La
noche fue de angustia horribl e. El enfermo, presa de exaltada fiebre en ocas io nes, de sop or comatoso en otras, en
que el p ulso filiform e y t enuísimo p or instantes, g olpeab a
luégo com o un bord ón, nos hizo esperar su muerte d e un
momento para otro. Ma nchas cárdenas subían á sus mejillas y frente, como los an uncios de un a congestión; en veces los ojos de Pep e se abrían desmesuradarn ente y la lengua p arecía no ca be r entre la bo ca. Los cá ust icos menu'd earon.
E l sue ño se no rma lizó á la madru gada, la respiración
se hizo fácil , igual ; el enfermo se tranquilizó.
- Pulsación normal,
7d , ex clamó el doctor con
se m blante alborozado. D ur mam os tranq uilos ! ag regó.
y se tendió en una silla. Yo no pude hacer lo mismo.
Aguardé el desen lace de tal crisis.
E l enfermo sig uió durmiendo; el clelirio y la an gustia
habían desa p arecido.
•
E l sueño me venció ! U na voz me hi zo despertar.
- R osa? no estaba aquí Rosa? decía Pe pe.
-Sí estuvo aq uí
vin o á verlo, conte staba el doctor,
pero usted le dijo que se fuera.
- Que vuelva, de cía P ep e con ac ento firme" exento
de las fibr aciones de febricitante. Q ue vuelva !
Díganle
que yá estoy bue no .
E ran las ocho de la mañana. R osa estaba en la quinta
desde tempran o y esperaba en la salita las órdenes del
do ctor.
El docto r la hi zo entrar y me dijo al oído :
- E st á salvo! ____ Magní fica enferme ra !
.
Lu égo, llevándome aparte; agregó:
EL A,l\fOR DE, UN BOHEMIO
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.._
..
-Pobre muchacha! .. _. ' Mañana me atribuyen esta
curación y yo me dejo decir que lo curé, y tengo que hacerlo así para no desprestigiar la profesión. . .. y sin ella,
sin esa amante niña, hoy quizá estuviera muerto, idiota ó
loco nuestro enfermo! Dejémoslo!
...........
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*'*' *
Gracioso fue el papel de Rosa aquel día: tomó posesión de la casa y mandó allí como antigua y muy conocida
ama. Todos nosotros, hasta el doctor, le obedecíamos ciegamente. A menudo enviaba á la vieja sirvie.nta á la vecina casita á informarse por el estado de su anciana madre; y
lo demás era consagrarse á Pepe con religiosidad.
.Así siguieron unos tres días, durante los cuales Pepe
se reponía admirable y prontamente. Pasados algunos más,
Rosa llamó aparte al doctor y á mí , y nos dijo:
-Puesto que ustedes han sabido lo anterior, según
supongo, deben saber lo demás: no ha mediado entre Pepe
. y yo explicación alguna : parece qu e él teme tratar el asunto de mi matrimoni o, no qui er e darse cuenta de por qué
estoy aquí. Todav íafrunce el ceño en ocasiones y tiene
momentos de enfermo, qu e h e procurado desbaratar con
alguna manifestación de mi cariño. Pues bien: Pepe duró
mucho tiempo sin volver á casa, yo creí que me había 01~idado ó que nada había sentido jamás. Las mujeres pobres tenemos en nuestra sociedad algo como obligación de
casarnos para no quedar desamparadas .... Mi madre anciana, enferma, ciega, yo pobre; un caballero, aunque anciano, hombre de honor, pidiendo mi mano hace cinco
años . . . . Acepté .... Sufrí, mi madre también sufrió, Dios lo
sabe! Ni ella ni yo olvidábamos á Pepe . ... U n día, por
3°
EL AMOR DE UN BOHEMIO
casualidad, supimos que Pepe estaba enfermo de gravedad,
que se moría: no me engañé -las mujeres no nos engañarnos en estas cosas - en atribuírme esa enfermedad. Me
convencí entonces de que él me amaba de veras y se lo
dije á mi madre.
-Antes tú corazón y.la vida de 'ese muchacho, que
todos Los miramientos sociales _.. Anda á ver á Pepe! dijo
mi madre. Yo arreglaré lo demás.
Ella no pudo venir _. _ está enferma. _. En fin: después sabrá usted todo.
Ese día me presenté aquí. Dos días después estaba roto
mi compromiso con el otro señor ... Soy libre, pues. Tengan la bondad, ustedes, que han acompañado á Pepe en su
enfermedad, que lo han salvado, de decirle que .. _ que __ .
que vengo á ver si nos hacemos mutuamente felices.
•
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