enero‐abril, 2013 La caza de los demonios e n el «debate» sobre Julio Antonio Mella Felipe de J. Pérez Cruz Un nuevo 10 de enero nos trae el recuerdo de la joven vida del comunista cubano Julio Antonio M ella (1903), asesinado por los esbirros del imperio al mando dictador Gerardo M achado, en el M éxico convulso de 1929. Tanto en el pasado año, como en los que le antecedieron, esta efeméride ha convocado a recuentos y reflexiones en las que unos y otros autores han rendido el homenaje que M ella merece. Lo triste es que en tales acercamientos nos tropezamos con no pocas lecturas superficiales, erróneas interpretaciones e interesadas tergiversaciones. Resulta más que petulante la postura que se autoproclama poseedora de la verdad absoluta. La Historia puede leerse a través de diversas experiencias y posiciones ideológicas, culturales y cienciológicas. Sí, siempre reclamará la seriedad y respeto de quienes nos acerquemos al hecho histórico, en tanto base objetiva del conocimiento de lo pasado. Y precisamente aquí radica el problema: sobre M ella hay quienes escriben y reescriben con colosal irresponsabilidad. Estas fallidas incursiones no son solo un producto de la inexperiencia en el oficio del historiador. Observo con preocupación como la pobreza historiográfica acompaña e intenta dar visos de historicidad a aviesos propósitos ideológicos y políticos. Cierto es que la ola de descrédito contra la historia del movimiento comunista, realizada por los servicios de propaganda occidentales como parte del vasto plan de acciones corrosivas que acompañó la caída de la URSS y el campo socialista europeo, ha contribuido a deformar la percepción histórica de los acontecimientos que tuvieron a M ella como protagonista singular. Pero no todo se reduce al «montaje enemigo». En el seno del movimiento revolucionario y progresista —y Cuba no es una excepción— hay temas que no han sido suficientemente develados y discutidos. Hay demonios de los que debemos exorcizarnos o serán, una y otra vez, instrumentos para divisionismos y oportunismos de izquierda y derecha. El asesinato de Julio Antonio M ella y la sanción en su contra, que le fue aprobada por el primer Partido Comunista de Cuba tres años antes, en enero de 1926, han resultado temas de reiterada e inculta manipulación. De la sanción y el asesinato El día 5 de diciembre de 1925, inició Julio Antonio la famosa huelga de alimentos que se extendió durante diecinueve días. A pesar que esta acción constituyó un fuerte golpe político para la dictadura de Gerardo M achado, la dirección del Partido Comunista cubano objetó, tanto ideológica como políticamente, la acción del joven revolucionario. Pesaron las concepciones dogmáticas y obreristas enquistadas en los jóvenes partidos marxistas latinoamericanos, y no faltaron los empecinamientos absurdos y las malas pasiones, siempre en acecho, para dar su zarpazo de desamor y sinrazón. El resultado inmediato fue el juicio político y la separación del Partido de M ella y, con ello, la incomunicación de la dirección partidista, con quien en aquellos momentos se podía recibir y multiplicar, aprender y desarrollar, a favor de la causa revolucionaria. 36 El trascendido de la separación de M ella del Partido, que necesariamente llegó hasta las bases de comunistas, obreros e intelectuales revolucionarios de la época, sin dudas incubó el rumor de la «expulsión». Súmese que la sanción jamás tuvo un desmentido o confirmación pública oficial por parte del Partido Comunista de Cuba. Todo ello explica por qué, durante años, aquel desencuentro de M ella con la directiva del primer partido marxista y leninista cubano se convirtió en objeto de especulaciones y, sobre todo, de manipulación anticomunista. Hoy, sin embargo, nada justifica perderse en sutilezas o hipótesis. Existe un serio y significativo esclarecimiento de aquellos acontecimientos. Están publicados los documentos y testimonios de la época y existen sólidas investigaciones, primero de Alfredo M artín[1] y luego de Angelina Rojas[2], en la que estos investigadores cubanos abordaron con toda transparencia, el mencionado conflicto, y de cómo fue la Internacional Comunista, con el apoyo del Partido Comunista de M éxico, quien dirimió la situación creada a favor del joven sancionado y orientó a sus camaradas cubanos la suspensión de la sanción y el reintegro de M ella, con todos sus derechos, al seno del Partido. Para los historiadores que le niegan cualquier aporte a la Internacional Comunista, la actuación sabia en el manejo y solución de este complejo problema merece destacarse. M ella estuvo sancionado en el seno del partido cubano dieciséis meses: ¿Por qué ciertos articulistas siempre recuerdan «la expulsión» y olvidan la reintegración de M ella al Partido? Como he manifestado en otros momentos,[3] la situación creada ofrece un material valioso para entender las limitaciones del movimiento comunista y, también, los altísimos valores éticos, ideológicos y políticos que en sus filas prevalecían. Lionel Soto en su obra sobre La Revolución del 33 subraya el hecho que, en el M éxico de 1928, en la «Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos» (ANERC), M ella logra nuclear, dentro del amplio grupo de exiliados revolucionarios cubanos que lidera, a los militantes comunistas que habían tenido que abandonar el país por la represión de la dictadura machadista, como Alejandro Barreiro, miembro de Comité Central, e incluso, integrante del jurado que propuso la controvertida sanción en1926[4]. Ya en los días de 1928, el Partido Comunista cubano compartía los criterios de M ella, a contrapelo, sobre la «orientación» táctico estratégica de la Internacional Comunista. Rubén M artínez Villena, con el lideraz go efectivo del Partido dentro de Cuba, secundaba a M ella[5]. Esta realidad, vista desde los duros intercambios realizados en los momentos de la sanción, da la dimensión ética y política de salida de aquel conflicto y permite con justicia considerarlo como un hecho desafortunado y coyuntural. Explicitar esta verdad permite trascender la anécdota y fundamentar el proceso de la tan publicitada sanción en su ineludible historicidad. También hay documentos y testimonios de la época y sólidas investigaciones de los historiadores cubanos Froilán González y Adys Cupull[6], que prueban, de manera irrebatible, que Julio Antonio M ella fue asesinado por órdenes y con el financiamiento del dictador de turno Gerardo M achado, con la connivencia de varias autoridades mexicanas de la época y la segura anuencia y colaboración de los entonces incipientes servicios de inteligencia de los Estados Unidos. Para dar cualquier otra versión hay que probar que los documentos existentes son apócrifos, que los atestados policiales y los testimonios de quienes sí vivieron los acontecimientos son falsos. ¿Cómo puede rebatirse todo el grueso expediente documental y los sólidos razonamientos, con hechos fortuitos y especulaciones? ¿Por qué sumarse al acoso que, en el propio M éxico de la época, vivió la maravillosa militante comunista italiana Tina M odotti? La investigadora alemana Christhine Hatzky ha realizado una minuciosa constatación de cada tesis, sin importarle que tan seria o disparatara fuera, hurgó de nuevo en archivos —incluido el de la Internacional en M oscú—y llegó a la conclusión de la no existencia de «ningún indicio nuevo 37 referido a las sospecha de que M ella hubiera sido asesinado por sus propios camaradas».[7] Entre «estalinistas» y «trotskistas» M ella murió defendiendo su militancia en el Partido Comunista mexicano, sección de la Internacional Comunista, y este dato basta para entender su opción y mensaje. Pero tal militancia está lejos de ser un parte aguas. Julio Antonio M ella vivió en el vórtice de una tormenta de ideas y pasiones. La agudización de guerra política entre Iósif Stalin (1878-1953) y León Trotski (1879-1940), y la definitiva colocación de este último en una posición de completa beligerancia frente al Partido y el proyecto soviético, selló el debilitamiento del movimiento revolucionarios de la época. Faltó en repetidas ocasiones la mesura y el respeto por los revolucionarios que defendían otros puntos de vista y, en tal coyuntura, sin dudas brilló la honestidad y la posición unitaria de Julio Antonio M ella: La lucha contra el imperialismo de todas las fuerzas y tendencias —afirmaba M ella— es la lucha más importante en el momento actual... Ni en nombre del arte, ni de la ciencia, ni del derecho, ni de la libertad individual se puede ser ajeno a esta lucha. Quien no lucha es aliado del enemigo, ya que resta un brazo a la acción en los momentos en que todos deben luchar. Del joven líder cubano está probada tanto su admiración por León Trotsky como su militancia en el Partido Comunista, aún después de la división liderada por Trotsky en el partido soviético y en el movimiento comunista de la época. No hay dudas de la crítica a cualquier tipo de disidencia que mantenía días antes de caer baleado, pero también es vidente su oposición al seguidismo acrítico y la claudicación del leninismo que propugnaban los estalinistas. No se le conoce a M ella simpatía alguna por Stalin, y sí un fuerte conflicto con los principales seguidores del estalinismo que luego devinieron en el conocido grupo de oportunistas y pistoleros que tomó por asalto la directiva americana y colapsó en la región, la impronta revolucionaria de la Internacional Comunista[8]. Precisamente, ese grupo, que bajo la ofensiva estalinista fue copando los cargos directivos de algunos partidos y de la Internacional, intentó, en más de una ocasión, alinear a M ella con el trotkismo y, en consecuencia, separarlo y expulsarlo deshonrosamente de las filas del Partido y la Internacional. Poco después de la muerte de Julio Antonio, en el Partido mexicano y en otros del área, se producirían lacerantes procesos internos. En medio del rigor del combate clasista y de violentas arremetidas de la reacción burguesa y latifundista, la necesaria crítica y separación de los elementos claudicantes y traidores no siempre transcurrió como proceso de crecimiento político e ideológico en las organizaciones comunistas. Los métodos de purga sectaria y dogmática que irradiaba el estalinismo cobraron su cuota de víctimas e hicieron presa, de esos y otros errores, a muchas dirigencias comunistas latinoamericanas sometidas al «camarada mayor». La recién desaparecida figura de Julio Antonio M ella se mantuvo en el centro del debate. A sólo cinco meses de su muerte —junio de 1929—, alrededor de las tesis del revolucionario cubano, se desplegaron fuertes polémicas en la Primera Conferencia de Partidos Comunistas de América Latina celebrada en Buenos Aires. Allí se hicieron evidentes las contradicciones que, en los días finales de Julio Antonio, el grupo de comunistas que articulaba la ANERC ya tenía con la dirección del Partido Comunista mexicano. A lo que se sumó la fuerte crítica de la Internacional Comunista al Partido Comunista de Cuba, por mantener la tesis mellista en la cuestión de la alianza con las fuerzas nacionalistas. Desde las posiciones que había ocupado en la Internacional, los enemigos políticos de Julio Antonio 38 M ella se dieron a la tarea de calumniarlo aún después de muerto y, una y otra vez, intentaron fundamentar su «trotskismo». Basta como muestra significativa la justa ira de Rubén M artínez Villena, cuando de regreso de la URSS en 1932, en Nueva York, impide que se publique en Mundo Obrero, órgano del Buró latinoamericano de la Internacional Comunista, un artículo insultante sobre su entrañable amigo. A juicio de Rubén, de haberse consumado aquella publicación hubiera sido el «segundo asesinato de Julio Antonio M ella». En tal escenario se puede entender el hecho que, aunque M ella definitivamente no fuera trotskista, sus compañeros de lucha, que optaron por el trotskismo, se separaron y fueron expulsados del Partido Comunista, le consideraran como uno de sus «iniciadores», y que tal apreciación tenga legitimidad desde la perspectiva de la historia de su movimiento político. La historia es la que realmente transcurrió y no la que le gustaría a uno u otro contemporáneo. Así M ella, por su grandeza y honestidad, puede ser reivindicado por una y otra tradición revolucionaria. Tal realidad se proyecta con descomunal fuerza hacia nuestros días: ¿M orir asesinado siendo «estalinista» o «trotskista» demeritaría a Julio Antonio M ella como fundador de la Federación Estudiantil Universitaria, del primer Partido marxista y leninista cubano y de la Liga Antimperialista, líder del Partido Comunista y de los trabajadores y campesinos mexicanos, internacionalista sin par? ¿Y si el escenario se hubiera configurado de una u otra manera? Si M ella logra sobrevivir al atentado del 10 de enero de 1929. Si continuara su militancia junto a «los estalinistas» o, por el contrario, sus enemigos políticos dentro del Partido Comunista mexicano y la Internacional, lo separan del Partido acusado de «trotskista», o si su opción de continuidad de la lucha revolucionaria hubiese sido la de la oposición de izquierda… ¿Dejaríamos hoy, uno u otros herederos de aquellos revolucionarios de principios del siglo pasado, de considerar a M ella como NUESTRO, por estalinista o por trotskista? Para trascender y crecer Lo importante es develar, en aquellos acontecimientos complejos, las contradicciones que los propiciaron, las condiciones que, definitivamente, los desataron, las soluciones que entonces no se implementaron y la pertinencia de una reflexión para el hoy y el mañana. Si no entendemos esa historia de seres en conflicto de creación, en avances y retrocesos, derroche de heroísmos y pasiones encontradas: ¿Cómo podemos avanzar hoy?¿Cómo construir la unidad e impulsar la obra mayor, con todas y todos los que honestamente quieran revolucionar las circunstancias y con estas, su propia persona? Resulta fundamental hacer conciencia desde los «cómo» y los «por qué» en lo inadmisible de permitirnos repetir los mismos errores de desvinculación de las masas, elitismo y vanguardismo por decreto, burocracia de «cuadros» y estrechamiento de la democracia interna, intolerancia sectaria, dogmas prefijados, acusaciones mutuas, deslealtades y desencuentros.Y tan válidas son estas demandas para los socialismos, partidos y organizaciones revolucionarias que, a puro coraje transitaron la pasada centuria y llegaron al siglo XXI como frente a quienes, ahora mismo, emergen del torrente sociopolítico, emulan en creación heroica y pugnan, aún en caos, por construir sus propias utopías emancipadoras. Julio Antonio M ella supo dar su pelea de honor y pasión contra los demonios, que en su tiempo envenenaban las filas de la revolución. Sirva este recuento para ratificarnos que su lucha de entonces, aún nos convoca. 39 [1] Alfredo, M artín Fadragas: Mella. Nacimiento de un líder, Ediciones Extramuros, pp. 54-65, La Habana, 2001. [2] Angelina, Rojas Blaquier: Primer partido comunista de Cuba, t. I, pp., 52-58. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2005. [3] Felipe de J. Pérez Cruz: «M ella. Reflexiones en el año de su centenario», en Ana Cairo (Comp.), Mella: 100 años, pp. 308-318, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, La Habana, 2003. [4] Lionel Soto: La Revolución del 33, t. I, p 497, Editorial de Ciencias Sociales La Habana, 1977. [5] Juana Rosales García: Rubén Martínez Villena: por los caminos de Martí, Editorial Unicornio, La Habana, 2008. [6] Adys Cupull, y Froilán González: Julio Antonio Mella en medio del fuego: Un asesinato en México, Casa Editora Abril, La Habana, 2006. [7] Christhine Hatzky: Julio Antonio Mella: una biografía, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2008, pp. 347-354 [8] Felipe de J. Pérez Cruz: «Julio Antonio M ella y la Internacional Comunista», en www.cubasocialista.cu/texto/00988mella.htm. 40