Serás comunista pero te quiero

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SERÁS COMUNISTA, PERO TE QUIERO
Félix Luis Viera
Novela, 1995
E
ran verdaderas tormentas sexuales las que devastaban a Carmen de los
Ángeles. Noches fatigosas en las que últimamente, siempre, pasaba por despertares como estallidos con el clítoris a máximo vapor y otras en las que los sueños
eróticos venían en retahíla y también la despertaban. Se masturbaba ahí mismo, en
la cama. Masturbarse era sólo un escape hacia unas horas de sosiego. Estaba a su
favor que no quería hacerlo. Lo hacía sólo cuando ya se sentía al reventar. Y que
Dios, la Virgen de los Ángeles, su mamá, la crianza recibida, la Primera Comunión,
y todo lo demás, la perdonaran. Masturbarse era una triste forma de subsistir
sexualmente, como comer harina de maíz en lugar de carne podría serlo en otro
sentido. Entonces había que perdonarle este pecado. Eso pensaba. Eso me dijo
luego.
Hacía veintidós meses que no tenía relación con hombre alguno. En veintidós
meses no vio en los tipos que le fueron encima lo que ella creía que debía tener un
tipo que le fuera encima: alguien que no viniera nada más a fornicar, que tuviera
cierto halo de la maravilla con que están tocados los que ven en la luna, más que
un astro, eso: la luna, un misterio bueno para contemplarlo consternados como
una pareja de tórtolos o conejitos bajo la noche; alguien que además, por su porte,
se le viera garra de buen hombre de cama, alguien intrépido en el ataque y a la vez
vuelto hacia el centro de una sonrisa que machaque despacio y continuado en el
corazón como una brisa de abril, un tipo que en las sábanas fuera un gorila y en su
oído el toque faltante de la sinfonía.
Ni en la calle, ni en la Agencia, ni en el Club, ni entre los amigos de sus amigas,
había visto a nadie así luego de veintidós meses de dura brega por el camino de la
abstinencia. El asunto, me dijo luego, es que en la vida una no se puede entregar a
cualquiera, porque entonces se gasta a sí misma, probar no es probar por probar,
probar es probar con elementos de juicio, si no, la vida es un putero.
Después yo llegaría a la conclusión de que Carmen de los Ángeles llevaba en sí la
desgracia feliz de buscar lo perfecto, o lo más cercano a lo perfecto, que obraba
guiada por lo que, para sí, en este caso, era lo perfecto. Ese hombre ya no existe,
oh, Cristo, no lo veo, no lo quiero para siempre, lo quiero para un mes, un año,
hasta el infinito o hasta pasado mañana, pero ése, no otro. Se decía.
Llegué a la conclusión que digo porque llegué a la comprobada conclusión de que
Carmen de los Ángeles no tenía frenos para el despliegue del sexo, innovadora,
tenaz, en cada puesta del sexo, receptora de cada innovación propuesta, feroz y
enfurecible ante la ferocidad del varón, dadora de las vísceras del varón en un
combate sexual de largo aliento; pero, al mismo nivel, tenía el corazón de un
pajarito, del más tierno tal vez de los pajaritos. Ese era el asunto.
El tipo de veintidós meses atrás estaba bien calificado. Contaba con lo que ella
requería. Fueron seis meses de buena luz. Pero un día, mientras se echaban unos
tragos, díjole el tipo que se iba a Panamá, no porque siempre le hubiera gustado
Panamá, no porque allí hubiera hallado buenos negocios, sino porque quiso la vida
que se topara con una prieta panameña, de paso por San José, que era un carajo,
una panameña que parecía el confluir, el punto final de todas las hembras, y allá
me voy que allá me está esperando, y el que venga atrás que arree, le dijo.
El marido fue un hombre perfecto en el sentido doméstico, y bueno en lo
amoroso, en lo sentimental, pero un descalificado en lo sexual; o sea, notable
desproporción entre lo poético y lo carnal. Y ya sabemos los expertos que eso se
paga caro. Dinamita y flor necesita la mujer
La noche antes de conocerla, me dijo luego, había llegado a uno de esos
momentos clímax, pero esta vez le parecía el clímax de los clímax. Casi tres horas
estuvo sin dormir. Se masturbó dos veces casi consecutivas. Esa noche había
convocado a una fiesta en su casa porque cumplía veintinueve años. Los invitados
eran sus amigos y amigas de siempre, pero algunos, que ella esperanzadoramente
autorizó, llegaron con otros amigos que no lo eran de ella. Bebieron y comieron y
conversaron y cantaron e hicieron chistes como en todas las fiestas pero ella sentía
un tensor en las entrañas. Uno solo de los amigos de sus amigos logró
entusiasmarla un poco, pero resultó que cuándo quiso ser poético fue meloso, que
cuando quiso ser solícito fue circunspecto, que cuando se tomó cuatro o seis wiskys
comenzó a hablar mierdas deshilvanadas, y a esto agregarle que no tenía trazas de
hombre de empaque en la solitaria y anónima verdad de una habitación.
Pasóse esa noche del clímax de los clímax en estado próximo al desquicie.
Repasó y comprobó que ya su neurosis estaba afectando a su familia —que era, al
menos la más cercana, la que convivía con ella, de sólo dos: su mamá y Rosario de
Jesús. Su mamá era lo suficientemente vieja como para darse cuenta de por qué
pasaba lo que pasaba. Aguantaba, sufría su mamá. Tú tienes una clave muy
extraña, le decía a cada rato aludiendo a lo que, por pudor, por decencia no
mencionaba a las claras. Es como buscar el príncipe y el Tarzán en uno solo, le dijo
la última vez, cuando le aclaró que no le hablaría más del tema. Pero cuánto habría
seguido sufriendo, callada, su mamá, me dijo luego Carmen de los Ángeles. Y
Rosario de Jesús qué carajo iba a saber con nueve años, sólo que su madre con
frecuencia le chillaba durísimo y por gusto, por una falta que no lo era tanto. Pero
ella sabía que la estaba afectando, que de a diario y de gotica en gotica iba
afectando a la niña. Esa noche del clímax de los clímax yo ya estaba en Costa Rica,
justamente en San José, pero ella no lo sabía. Yo tampoco sabía que ella y toda esta
historia existían. Decíase esa noche: Oh, Cristo, ¿por qué yo soy así, precisamente
así?, ¿dónde está la verdad?, ¿cada cual tiene su verdad?, ¿es mi verdad la que me
daña?, ¿debo mandar al olvido a mi verdad? Oh, Cristo, no puedo más y tengo que
poder porque no puedo hacer otra cosa; soy así. Fue a la tarde siguiente cuando
nos conocimos.
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