Salitre en Perú

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Epoca del Salitre
El empleo del salitre peruano desde la década de 1830 significó un éxito de proporciones. Desplazadas así la
nitrerías artificiales, se inició una dura competencia entre el salitre de Tarapacá y el proveniente de Bengala
(India), que hasta entonces abastecía necesidades de los campos europeos.
El bajo precio del salitre tarapaqueño desplazó al producto hindú. Frente a la sostenida demanda en Tarapacá
se instalaron "Oficinas de Paradas". Estas era un fondo de cobre o fierro donde se disolvía a fuego directo el
caliche, un estanque para clarificar el caldo, y bateas en que se efectuaba la cristalización.
En cuanto al comercio del salitre se realizaba en el Callao, pasado hacia 1840 a efectuarse en Valparaíso, sede
de habilitadores y de agencias comerciales inglesas.
A partir de 1850, la industria salitrera de la Primera Región atrajo a ingleses y chilenos. Personajes como
Tomás y Angel Custodio Gallo, la firma Cousiño y Garland y Pedro Gamboni introdujeron el empleo del
vapor en el proceso de lixiviar el salitre, base de las oficinas de
máquina, capaces de trabajar con caliches de escasa ley.
El comercio y la banca de Valparaíso habilitaron a numerosos
industriales para la renovación tecnológica y la construcción de plantas
de avanzado diseño. Esto es el caso, de la empresa Gibbs y Cía.,
contribuyó al nacimiento de la Compañía de Salitres de Tarapacá.
Además se solucionó el problema de transporte a través del ferrocarril.
Las veinticinco oficinas de la región de La Noria fueron unidas al
puerto de Iquique por la sociedad Ramón Montero y Hnos., amparada
con un privilegio exclusivo del gobierno peruano.
En 1875 el gobierno peruano expropió las salitreras de Tarapacá y
emitió Certificados Salitreros. Durante la Guerra del Pacífico dichos
certificados decayeron el 10 por ciento de su valor, oportunidad
aprovechada por el inglés John T. North quien compró la mayoría de
los papeles con créditos de bancos chilenos y los aportó como activo
a sociedades formadas en Londres. Se le llamó el "Rey del Salitre".
Capitales ingleses controlaban hacia fines del siglo XIX el 60 por
ciento de la industria del salitre.
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Para movilizar la producción salitrera a puertos y subir el
abastecimiento de alimentación, combustible y agua necesarios para
la población e industria, se construyeron entre 1870 y 1903
ferrocarriles que servían a todos los cantones de producción.
Con el comienzo de la Primera Guerra Mundial y el consiguiente cierre
de los mercados tradicionales, la crisis industrial salitrera adquirió
caracteres de extraordinaria gravedad. Alemania, principal importador
europeo y, Francia estaban dedicados a acondicionar sus economías
a las necesidades surgidas del conflicto. El transporte, monopolizado
por los beligerantes, dificultó el despacho del abono. Además, fueron
drásticamente restringido los créditos extranjeros.
También se introdujo el nitrato sintético lo que desencadeno el fin de la historia salitrera. La creciente
necesidad mundial de abonos
nitrogenados y la guerra, incentivaron a que los países europeos, en
especial Alemania desarrollara su propio abastecimiento sobre la
base de sulfato de amonio sintético.
El éxito de éste alcanzado desplazó paulatinamente a la producción
chilena la que en 1910 representaba el 65 por ciento de los abonos
nitrogenados consumidos en el mundo. Esta bajó al 30 por ciento en
1920 y al 10 por ciento hacia 1930. En los años 50 la producción de
salitre en Chile representaba sólo el 3 por ciento del consumo
nacional.
En la actualidad la explotación salitrera está en manos de la Sociedad
Química y Minera de Chile (Soquimich), empresa privada que
mantiene en explotación dos oficinas en la Región de Antofagasta.
Se estima un nuevo auge de esta industria debido al alto precio
alcanzado por el yodo y la revalorización mundial de los abonos de
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origen natural.
La Tragedia de la Escuela Domingo Santa María de Iquique
Autor: Mario Zolezzi Velásquez
IV.− Después de la Tragedia:
Los pampinos, abatidos y defraudados, en su casi totalidad regresaron en trenes a las oficinas. Un gran
número de sus compañeros quedaron para siempre bajo tierra iquiqueña. Había terminado su terrible odisea en
la Capital del Salitre. El 24 de diciembre abrió sus puertas todo el comercio mayorista. Volvió la actividad en
casi todas las fábricas locales, y se regularizó el servicio de trenes al interior. Para consolidar la normalidad en
Iquique y la pampa, el crucero Esmeralda se
dirigió a Coquimbo para traer al regimiento Arica. En el transporte Maipo arribo una fuerza del regimiento
Carabineros destinada a cubrir guarnición en las salitreras. En enero de 1908 los salitreros se comprometieron
al sostenimiento de los carabineros encargados del mantenimiento del orden en la pampa.(26) El 25 de
diciembre salió de Montevideo el crucero Sappho rumbo a Iquique, a donde arribó el 7 de enero de 1908. La
llegada de ese buque de Su Majestad produjo gran
satisfacción en la colonia británica.
Las autoridades recibieron cordialmente a los marinos extranjeros. Después del cruento acontecimiento
muchos obreros bajaron a Iquique con sus familias para dirigirse al sur. Comenzó también la emigración de
trabajadores peruanos, bolivianos y argentinos. La tragedia del 21 causó mucha impresión en Lima. El
Comercio lamentaba, que en este
contienente, donde el problema social recién principia a delinearse se susciten ante una de sus manifestaciones
que, se mantenía aún en los límites de una resistencia pasiva, conflictos tanto o más crueles y sangrientos, que
aquellos de que suelen ser, periódicamente teatro los viejos países de Europa. El diario daba a conocer que
entre las víctimas se hallaban trabajadores peruanos, noticia que ha repercutido aquí dolorosamente por la
forma brutal en que la victimación se ha
realizado.(27) El Tarapacá, en su edición del 26 de Diciembre, condena la forma y desarrollo revolucionario y
sedicioso impreso por sus cabecillas a la huelga de los trabajadores de la pampa. Enseguida expresó: que no
puede censurarse a la autoridad por las medidas violentas que tomó para hacer cesar ese estado de cosas, tan
profundamente irregular y pernicioso para el orden social establecido.
El conocido abogado Horacio Mujica en el mismo diario, el 28 de Diciembre, en un artículo titulado
Enseñanzas de la Huelga, expresó: Saquemos de ello enseñanzas de la Huelga, curemos el mal en su fuente,
en su raíz, en sus causas verdaderas, evitemos que el mal se produzca y no tendremos necesidad de imponer
por la fuerza soluciones que sólo el derecho y la justicia y sobre toda la convicción de ésta debe producir. En
la Memoria de 1907, el delegado Fiscal de
Salitreras, fechado en mayo de 1908, señala la necesidad de dictar una legislación que contemple las
relaciones de patrones y obreros, mire por el bienestar material y moral del trabajador y sus familias en la
pampa, y se asegure eficazmente el exacto cumplimiento de todas las disposiciones que se dicten.(28)
V.− Conclusión:
Leopoldo Castedo califica este deplorable suceso como un baño de sangre(29) Gonzalo Vial escribe que los
hechos de Iquique no tuvieron justificación. Los huelguistas no cometieron ningún desorden importante, ni
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amenzaron a la población, los patrones o la autoridad; ni pretendieron sustituir a ésta. Se hallaban además,
desarmados. En fin lo pedido por los huelguistas no era irrazonable, ni se mostraron inflexibles
discutiéndolo.(30) El pampino era solidario pero le faltaba la unidad y ésta la logró en el crítico año de 1907.
Tras largos años de se refrenados sus impulsos de reivindicación social, al fin estalló la gran huelga en la
provincia de Tarapacá. Esta representó una clara demostración de la fuerza de los trabajadores de la pampa
ente el agobiado gobierno de Pedro Montt y los prepotentes salitreros, lo que puso de manifiesto en forma
destacada la existencia de la Cuestión Social en Chile.
El gran movimiento se desarrolló en pleno auge de la industria del oro blanco, durante la existencia de la
República Parlamentaria que nació luego de la derrota del régimen de Balmaceda en los campos de batalla en
1891. En la cruenta lucha fraticida los obreros de las oficinas prestaron a la causa rebelde valiosos servicios en
los frentes laboral y de guerra para la obtención de la victoria final de los enemigos de Balmaceda, entre los
cuales se hallaban Pedro Montt, Rafel 2º
Sotomayor y Roberto Silva. Esta actitud de los pampinos se debió a la represión balmacedista en la Oficina
Ramírez que echó en masa en brazos de la revolución a los trabajadores de las salitreras, según indica
Encina.(31) Años más tarde la ingrata República Parlamentaria insensible a las demandas obreras, reprimió
sangrientamente la huelga de los pampinos tarapaqueños.
La acción militar del 21 de Diciembre de 1907 significó un golpe doloroso y paralizante para el movimiento
obrero del salitre de Tarapacá y una advertencia para el de la provincia de Antofagasta, donde no estalló el
movimiento huelguístico.
De esta forma, el desarrollo de la industria salitrera, vital para la economía nacional continuó sin
perturbaciones de este
tipo por muchos años.
Cementerio de la Pampa Salitrera
III. EL PERÍODO DEL GUANO Y DEL SALITRE
El capítulo de la evolución de la economía peruana que se abre con el descubrimiento de la riqueza del guano
y del salitre y se cierra con su pérdida, explica totalmente una serie de fenómenos políticos de nuestro proceso
histórico que una concepción anecdótica y retórica más bien que romántica de la historia peruana se ha
complacido tan superficialmente en desfigurar y contrahacer. Pero este rápido esquema de interpretación no se
propone ilustrar ni enfocar esos fenómenos sino fijar o definir algunos rasgos sustantivos de la formación de
nuestra economía para percibir mejor su carácter de economía colonial. Consideremos sólo el hecho
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económico.
Empecemos por constatar que al guano y al salitre, sustancias humildes y groseras, les tocó jugar en la gesta
de la República
un rol que había parecido reservado al oro y a la plata en tiempos más caballerescos y menos positivistas.
España nos quería y nos guardaba como país productor de metales preciosos. Inglaterra nos prefirió como país
productor de guano y salitre. Pero este diferente gesto no acusaba, por supuesto, un móvil diverso. Lo que
cambiaba no era el móvil; era la época.
El oro del Perú perdía su poder de atracción en una época en que, en América, la vara del pioneer descubría el
oro de California. En cambio el guano y el salitre −que para anteriores civilizaciones hubieran carecido de
valor pero que para una civilización industrial adquirían un precio extraordinario− constituían una reserva casi
exclusivamente nuestra. El industrialismo europeo u occidental −fenómeno en pleno desarrollo− necesitaba
abastecerse de estas materias en el lejano
litoral del sur del Pacífico. A la explotación de los dos productos no se oponía, de otro lado, como a la de
otros productos peruanos, el estado rudimentario y primitivo de los transportes terrestres. Mientras que para
extraer de las entrañas de los Andes el oro, la plata, el cobre, el carbón, se tenía que salvar ásperas montañas y
enormes distancias, el salitre y el guano yacían en la costa casi al alcance de los barcos que venían a
buscarlos.
La fácil explotación de este recurso natural dominó todas las otras manifestaciones de la vida económica del
país. El guano y el salitre ocuparon un puesto desmesurado en la economía peruana. Sus rendimientos se
convirtieron en la principal renta fiscal. El país se sintió rico. El Estado usó sin medida de su crédito. Vivió en
el derroche, hipotecando su porvenir a la finanza inglesa.
Esta es a grandes rasgos toda la historia del guano y del salitre para el observador que se siente puramente
economista. Lo demás, a primera vista, pertenece al historiador. Pero, en este caso, como en todos, el hecho
económico es mucho más complejo y trascendental de lo que parece.
El guano y el salitre, ante todo, cumplieron la función de crear un activo tráfico con el mundo occidental en un
período en que el Perú, mal situado geográficamente, no disponía de grandes medios de atraer a su suelo las
corrientes colonizadoras y civilizadoras que fecundaban ya otros países de la América indo−ibera. Este tráfico
colocó nuestra economía bajo el control del capital británico al cual, a consecuencia de las deudas contraídas
con la garantía de ambos productos, debíamos entregar más tarde la administración de los ferrocarriles, esto
es, de los resortes mismos de la explotación de nuestros
recursos.
Las utilidades del guano y del salitre crearon en el Perú, donde la propiedad había conservado hasta entonces
un carácter aristocrático y feudal, los primeros elementos sólidos de capital comercial y bancario. Los
profiteurs directos e indirectos de las riquezas del litoral mpezaron a constituir una clase capitalista. Se formó
en el Perú una burguesía, confundida y enlazada en su origen y su estructura con la aristocracia, formada
principalmente por los sucesores de los encomenderos y
terratenientes de la colonia, pero obligada por su función a adoptar los principios fundamentales de la
economía y la política liberales. Con este fenómeno −al cual me refiero en varios pasajes de los estudios que
componen este libro−, se relacionan las siguientes constataciones: "En los primeros tiempos de la
lndependencia, la lucha de facciones y jefes militares aparece como una consecuencia de la falta de una
burguesía orgánica. En el Perú, la revolución hallaba menos definidos, más retrasados que en otros pueblos
hispanoamericanos, los lementos de un orden liberal burgués. Para que este orden funcionase más o menos
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embrionariamente tenía que constituirse una clase capitalista vigorosa. Mientras esta clase se organizaba, el
poder estaba a merced de los caudillos militares. El gobierno de Castilla marcó la etapa de solidificación de
una clase capitalista. Las concesiones del Estado y los beneficios del guano y del salitre crearon un
capitalismo y una
burguesía. Y esta clase, que se organizó luego en el 'civilismo', se movió muy pronto a la conquista total del
poder".
Otra faz de este capítulo de la historia económica de la República es la afirmación de la nueva economía como
economía prevalentemente costeña. La búsqueda del oro y de la plata obligó a los españoles −contra su
tendencia a instalarse en la costa−, a mantener y ensanchar en la sierra sus puestos avanzados. La minería
−actividad fundamental del régimen económico implantado por España en el territorio sobre el cual prosperó
antes una sociedad genuina y típicamente agraria−,
exigió que se estableciesen en la sierra las bases de la Colonia. El guano y el salitre vinieron a rectificar esta
situación.
Fortalecieron el poder de la costa. Estimularon la sedimentación del Perú nuevo en la tierra baja. Y acentuaron
el dualismo y el conflicto que hasta ahora constituyen nuestro mayor problema histórico.
Este capítulo del guano y del salitre no se deja, por consiguiente, aislar del desenvolvimiento posterior de
nuestra economía. Están ahí las raíces y los factores del capítulo que ha seguido. La guerra del Pacífico,
consecuencia del guano y del salitre, no canceló las otras consecuencias del descubrimiento y la explotación
de estos recursos, cuya pérdida nos reveló trágicamente el peligro de una prosperidad económica apoyada o
cimentada casi exclusivamente sobre la posesión
de una riqueza natural, expuesta a la codicia y al asalto de un imperialismo extranjero o a la decadencia de sus
aplicaciones por efecto de las continuas mutaciones producidas en el campo industrial por los inventos de la
ciencia. Caillaux nos habla con evidente actualidad capitalista, de la inestabilidad económica e industrial que
engendra el progreso científico (3).
En el período dominado y caracterizado por el comercio del guano y del salitre, el proceso de la
transformación de nuestra economía, de feudal en burguesa, recibió su primera enérgica propulsión. Es, a mi
juicio, indiscutible que, si en vez de una mediocre metamorfosis de la antigua clase dominante, se hubiese
operado el advenimiento de una clase de savia y élan nuevos, ese proceso habría avanzado más orgánica y
seguramente. La historia de nuestra posguerra lo demuestra. La derrota −que causó, con la pérdida de los
territorios del salitre, un largo colapso de las fuerzas productoras− no trajo como una
compensación, siquiera en este orden de cosas, una liquidación del pasado.
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