Mira la vida Veo una chica bailando en una discoteca. Es simplemente preciosa, belleza en estado puro. No solamente por cómo se mueve, si no porqué desprende algo que hipnotiza. Tiene el cabello muy largo y brillante, de un color castaño diría, aunque puede que tenga las puntas de un tono un poco más rubio, seguramente por el sol del verano que ya echa de menos. Lleva un vestido blanco ajustado que resalta sobre su piel morena y le marca unas curvas pronunciadas. Se mueve con elegancia y pasión, sin importarle lo más mínimo lo que sucede a su alrededor. Levanta las manos al ritmo de la música y sacude la cabeza haciendo bailar su melena al compás de su cuerpo. Se gira. Tiene los ojos cerrados y sonríe, disfrutando de cada nota, sintiendo como cada vibración proveniente de los grandes altavoces le recorre el cuerpo con una excitación creciente. Veo un chico un poco más a la derecha apoyado a una columna. Lleva unos tejanos claros y una camisa azul marino, le queda bien. Tiene el pelo ensortijado, despeinado a propósito con cierto rastro de gomina. Sus ojos verdes como la hiedra buscan algo, o más bien a alguien. Entonces la encuentra y no puede despegar la mirada de su bello rostro. Quiere tenerla cerca, tan cerca que no respire, pero no se atreve a dar el paso. Mira al suelo y suspira profundamente. Bebe un poco del contenido del vaso de su mano derecha y relaja los hombros intentando aparentar despreocupación. Habla, pero sus palabras se pierden entre los gritos de la gente, las risas y la música a todo volumen. “Dime que es verdad que te quedas a bailar, dime la mitad y me puedo morir ya” leo en sus labios sedientos de amor. La escena cambia y ahora veo al chico y a la chica en clase. Ella está sentada delante de la pizarra y toma apuntes atentamente. De vez en cuando se coloca el pelo detrás de la oreja y muerde el lápiz, concentrada, observando lo que el profesor garabatea sobre no sé qué tema. Él la mira desde la última fila y escribe algo en su libreta. Ajeno a todo, solo presta atención a lo que está creando sobre la hoja de papel. La clase termina y la chica se le acerca. Él, nervioso, esconde la hoja en el cajón rápidamente y rojo como un tomate hasta las orejas la mira extasiado. Ella le habla, le pide ayuda para hacer el trabajo de historia y él contesta bobamente que por su puesto, que está deseando hacerlo. La chica sonriendo, abandona el aula y él vuelve a coger la hoja de papel escondida. Veo en ella algo maravilloso, veo el rostro de la chica perfectamente trazado, con la mirada risueña, el pelo suelto y una media sonrisa en los labios. Debajo se lee: “Dime que hay detrás de esa cara dibujada, dime si es normal que me pase esto que me pasa”. Ahora veo al chico solo en su casa. Está sin camiseta tumbado sobre la cama con los ojos cerrados. Tararea una canción medio dormido cuando de repente se levanta. No puede conciliar el sueño. Da una vuelta y se gira boca abajo. Da otra vuelta y se gira hacia la derecha. Da una vuelta más y se coloca mirando hacia la izquierda. Se incorpora, coge el cojín y lo arroja con rabia contra el suelo. Mira su ordenador encendido sobre la mesa y en la pantalla veo el perfil de Facebook de la chica. “Dime que eres real, no eres un sueño ni nada, dime quién da más y te entrego aquí mis armas” canta lentamente y con voz muy baja. Entonces se levanta de la cama y coge su móvil. Revisa sus mensajes una y otra vez esperando alguna señal de ella, pero no recibe nada. Abre su conversación y escribe: “Dime qué será todo esto que me pasa, dime dímelo ya porque ya no entiendo nada”. Acto seguido lo borra todo y deja el móvil bien lejos. Se vuelve a meter en la cama y sueña. Veo a la chica sentada en un banco. Lleva el pelo recogido en una coleta y unos pendientes dorados en forma de lágrima le conjuntan con sus ojos color ocre. Va vestida elegante, con una falda rosa claro y una blusa ancha de flores violetas. Mira a su alrededor en busca de alguien. El chico se le acerca por detrás y le cubre los ojos con las manos. A ella se le escapa un pequeño grito de sorpresa, pero enseguida ríe alegremente. Se gira y ambos se quedan mirando. El chico le da un suave beso en la mejilla y ella con ternura le besa en los labios. Se levanta y caminan cogidos de la mano hablando y bromeando sin dejar de sonreír. Al chico le brillan los ojos intensamente y el corazón se le acelera cada vez que le acaricia el brazo. Llegan a la playa y la coge en brazos. Ella pelea juguetona para que la suelte y una vez en el suelo empieza a tirarle arena. Él la persigue y le hace cosquillas hasta que ambos caen en la blanda orilla y se quedan allí, deseando que los segundos se conviertan en horas. Han pasado meses y ahora el chico piensa en voz alta: “Mira la vida como vuelve y te sorprende, mira la vida qué fondo tiene el cajón”. Ahora los veo en una cocina. No es muy grande y está llena de boles, harina y olor a chocolate. Supongo que se encuentran en casa del chico porque en la nevera hay una foto de él y sus padres en frente de la Sagrada Familia. La chica lleva puesto un delantal de cuadros rojos y blancos. Está mezclando varios ingredientes en un bol. El chico la mira ausente cuando de repente a ella le resbala la mano y el futuro pastel cae al suelo. Él se levanta de golpe, grita y marcha de la habitación dando un portazo. La chica esconde el rostro entre sus manos durante unos segundos. Luego se pone a limpiar, molesta. El chico vuelve a entrar al cabo de un rato. La abraza por detrás y le pide disculpas. Ella lo mira unos instantes y lo perdona con un beso no sin antes llenarle la cara de harina, riendo sin parar. Él también se ríe y provocador acerca sus labios a su oreja. “Dime que es verdad que te quedas a mi lado, dime una vez más que te gusto hasta enfadado” le susurra. Veo al chico en una floristería. Mira flores y más flores, ramos y más ramos pero ninguno le convence. Entonces ve un girasol y no duda ni un instante. Veo a la chica sentada en el suelo sobre una moqueta delante de una acogedora y calurosa chimenea. El cristal de la ventana está empañado y fuera el viento y el frío no dejan escapar a nadie que se aventure a salir a esas horas. El chico entra y se quita el abrigo. Tiene la nariz helada y roja. Se sienta delante de la chica y le entrega la sencilla pero bonita flor. Ella se emociona y lo tumba hacia atrás, tirándose encima de él. Los veo amándose y como dos peces en el agua, veo mover sus cuerpos a un ritmo vertiginoso, brillando como si de una estrella fugaz se tratara, dejando de ser dos cuerpos y uniéndose en una sola alma. “Dime dímelo ya que me miras y te mueres, dime dímelo más que sin mi tu ya no eres” se dicen entre caricias y besos. Pasa el tiempo. Veo como nieva, llueve y el frío no desaparece, el invierno no se acaba y el sol no sale. Veo como el corazón de ambos va quedando vacío y triste. Veo como discuten, veo como se gritan, veo como lloran, veo como no se hablan, veo como se esquivan y veo como dejan de quererse. Veo a una chica bailando en una discoteca. Lleva el pelo corto y oscuro. Sigue el ritmo de la música pero no levanta los brazos ni cierra los ojos. Veo a un chico apoyado en una columna un poco más a la derecha. Sus ojos buscan a alguien entre la multitud. Entonces la encuentra y la ve bailando, tan bella como siempre, desprendiendo esa pureza y elegancia que tanto habían hecho latir con fuerza su corazón. Ella baila, pero ya no baila sola, ahora baila con otro chico. Le sonríe como solía hacerle a él y le besa como solía besar sus labios y su cuello y cada parte de su cuerpo que nadie más conocía. El chico sale cabizbajo de la discoteca. Camina, camina y camina hasta alejarse de la ciudad. Llega hasta un pequeño campo lleno de girasoles y se sienta en la húmeda hierba del margen. “Mira la vida que regala todas las flores que tiene, aunque algunas las arranque con dolor” se dice a si mismo mientras arranca uno. Entonces lo veo llorar. Abro los ojos sin ver nada y busco el botón del móvil que pone pausa a la canción. La preciosa voz de Dani Martín calla. Me levanto de la cama y Nick, mi perro labrador, enseguida viene hacia mí. Le acaricio el hocico con cariño, lo cojo por el arnés y él me guía hasta el baño. Allí me lavo la cara y me siento en el borde del lavabo. Pienso en la canción que acabo de escuchar, en lo que me gusta la letra y en lo que me encanta imaginarme su historia, que cobre vida en mi mente y que me permite ver lo que mis ojos ya no pueden mirar, que me permite sentir la belleza de la vida aunque ya haya dejado de hacerlo porque esté, completamente ciega.