Redalyc.Peligro, proximidad y diferencia: negociar fronteras en el

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Alteridades
ISSN: 0188-7017
[email protected]
Universidad Autónoma Metropolitana Unidad
Iztapalapa
México
LEAL MARTÍNEZ, ALEJANDRA
Peligro, proximidad y diferencia: negociar fronteras en el Centro Histórico de la Ciudad de México
Alteridades, vol. 17, núm. 34, julio-diciembre, 2007, pp. 27-38
Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa
Distrito Federal, México
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=74711468003
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ALTERIDADES, 2007
17 (34): Págs. 27-38
Peligro, proximidad y diferencia:
negociar fronteras en el Centro Histórico
de la Ciudad de México*
ALEJANDRA LEAL MARTÍNEZ**
Abstract
DANGER, PROXIMITY AND DIFFERENCE: NEGOTIATING SOCIAL
BOUNDARIES IN MEXICO CITY’S HISTORICAL CENTER. This
article analyzes the ambiguous position of artists, students and young professionals who have settled in
Mexico City’s Historical Center within the context of
the current “rescue” project in the area promoted by the
local and federal governments together with the private
sector. It also investigates the way in which such ambiguity is reflected on the (re)creation of class and social
boundaries. For these people who inhabit the Historical
Center, it involves a quotidian negotiation of proximity
and difference against two horizons: their immediate
physical and social environment and the “rescue”
project, including the symbolic and material violence
that accompanies it.
Key words: social boundaries, ambiguity, habitability,
violence, ethnography, Historical Center, middle classes
Resumen
En el presente artículo se analiza la ambigua posición
de artistas, estudiantes y jóvenes profesionales que se
han establecido en el Centro Histórico de la Ciudad de
México en el contexto del proyecto de “rescate” que impulsan los gobiernos federal y local, junto con la iniciativa
privada. Asimismo, se investiga cómo esta ambigüedad
es reflejada en la (re)creación de fronteras sociales y de
clase. Se propone que para estas personas habitar el
Centro Histórico implica una negociación constante, cotidiana y situacional de su proximidad y diferencia
frente a dos horizontes: el entorno físico y social en el que
se establecen y el proyecto de “rescate”, incluyendo las
violencias materiales y simbólicas que lo acompañan.
Palabras clave: fronteras sociales, ambigüedad, habitabilidad, violencia, etnografía, Centro Histórico, clases
medias
Introducción
F
ebrero de 2007, un domingo por la tarde. Me encuentro en la azotea de Minerva 23, un edificio de departamentos remodelado durante el más reciente proyecto de “rescate” del Centro Histórico, y que es habitado
por artistas o personas vinculadas al arte y la cultura.1 Converso con una pareja que vive en el edificio (Leti,
estudian-te, y Carlos, funcionario público) y con tres artistas jóvenes que habitaron en él y aún lo visitan
* Artículo recibido el 04/05/07 y aceptado el 05/11/07. Este artículo forma parte del trabajo que realizo para la tesis doctoral
en Antropología Sociocultural en la Universidad de Columbia, Nueva York. Mi investigación de campo fue posible gracias
al financiamiento proporcionado generosamente por la Wenner Gren Foundation for Anthropological Research y el Departamento de Antropología de la Universidad de Columbia.
**Doctorante en Antropología, Universidad de Columbia. 452 Schermerhorn Extension, 1200 Amsterdam Avenue, Nueva York,
NY 10027. [email protected]
1
El nombre de la calle y el de todas las personas que se mencionan en este artículo han sido cambiados.
Peligro, proximidad y diferencia: negociar fronteras en el Centro Histórico...
continuamente. Todo esto en el contexto de una
investigación sobre el establecimiento de grupos de
clase media en el sur-poniente del Centro Histórico.2
Sentados alrededor de una mesa de playa, el único
mobiliario en la azotea, hablamos de múltiples temas.
La conversación deriva en el recuento de incidentes,
historias y anécdotas en torno al edificio, entre ellos
un accidente que tuvo lugar unos meses atrás, cuando
durante una fiesta uno de los presentes cayó de la azotea al patio de la vecindad contigua, sin consecuencias
graves. Les comento a mis interlocutores que un joven
habitante de esa vecindad habla del día en que un
yuppie se cayó de la azotea. “¿Ven? Yo siempre dije que
somos unos yuppies”, reacciona uno en tono irónico.
“¡Bueno fuera!”, es el comentario de otro, incómodo
por ser percibido como un yuppie.3
Como en otras ocasiones, la plática se dirige hacia
una reflexión sobre la peligrosidad del centro y la
forma en que “el barrio” o “la comunidad” los percibe.
A menudo estas preocupaciones van acompañadas de
reflexiones acerca de las actitudes consideradas necesarias para vivir en el centro: una dosis de espíritu
aventurero y la capacidad para descifrar “reglas no escritas” y lograr establecer acuerdos tácitos con sus habitantes. Por otro lado, son recurrentes en la conversación elementos del paisaje urbano que contribuyen
a la sensación de tranquilidad: la nueva iluminación
de la calle, las parejas de policías que patrullan regularmente la zona, los nuevos establecimientos de consumo.4
En este encuentro, al igual que en muchos otros
que presencié durante mi investigación, se esbozan
los contornos de una colectividad huidiza conformada
por estudiantes, artistas, promotores culturales y jóvenes profesionales que han sido atraídos hacia el
Centro Histórico a partir del proyecto de “rescate”5 y
repoblamiento, que desde hace algunos años impulsan
los gobiernos local y federal, junto con la iniciativa pri2
3
4
5
vada. En este caso, las fronteras de la colectividad
emergen con relación a las categorías sociales del
yuppie y el chavo de la vecindad, así como al posicionamiento de estas personas frente al entorno físico y social del Centro Histórico y al propio proyecto de rescate.
El presente artículo analiza la manera en que los
jóvenes que han llegado a vivir a Minerva 23 negocian
su proximidad y diferencia frente a estos horizontes
en su habitar diario en el Centro Histórico. Mediante
la discusión de varios registros etnográficos –anécdotas,
relatos, conversaciones– argumento que los autonombrados nuevos vecinos del centro ocupan una posición
ambigua y aparecen como mediadores entre el entorno y el proyecto de rescate, incluyendo las violencias
simbólicas y materiales que lo acompañan. Asimismo,
investigo cómo esta ambigüedad se articula con la producción y reproducción de fronteras de clase y cómo
éstas emergen a través de las relaciones y encuentros
cotidianos que los habitantes de Minerva 23 sostienen
con los sectores populares que viven en el sur-poniente
del Centro Histórico.
El artículo se compone de tres partes. En la primera
sección presento las estrategias de los planificadores
del proyecto para construir un corredor cultural en el
sur-poniente del Centro Histórico que incluyen transformaciones materiales, la introducción de un aparato
de seguridad, el fomento del arte y la cultura, y la apertura de nuevos espacios de esparcimiento y consumo.
También analizo las violencias simbólicas y materiales
que este proceso conlleva. En la siguiente sección estudio cómo la posición ambigua de los nuevos vecinos se
vincula con sus nociones sobre el peligro del entorno y
sus deseos de seguridad. En la tercera parte exploro la
manera en que se reproducen las fronteras sociales y
las diferencias de clase en la proximidad. Finalmente
ofrezco una breve reflexión teórico-metodológica respecto a los temas abordados a lo largo del ensayo.
La metodología utilizada consistió en la observación participante y en entrevistas a profundidad llevadas a cabo entre enero
de 2006 y marzo de 2007 con diferentes actores que participan en el proyecto de revitalización del Centro Histórico: residentes, artistas, líderes comunitarios, inversionistas, planificadores y funcionarios públicos. Con el objetivo de reducir la escala
de observación y análisis seleccioné algunos sitios representativos a los que dediqué mayor atención. Uno de estos espacios
fue precisamente Minerva 23, edificio de ocho departamentos y dos accesorias remodelado en el año 2004 por la Inmobiliaria Centro Histórico, empresa dedicada a promover el repoblamiento mediante la compra y remodelación de inmuebles para
vivienda y comercio. De acuerdo con el perfil diseñado por los propietarios, ha sido en su mayoría habitado por parejas jóvenes y personas relacionadas con el arte y la cultura que poseen una alta movilidad residencial, incluyendo estancias en el
extranjero. La renta mensual de los departamentos es aproximadamente de cinco mil pesos y el rango de edad de sus habitantes va de los 25 a los 45 años. Durante un año asistí a las actividades sociales y culturales que se llevaban a cabo en
Minerva 23, en las cuales participaban muchos de sus habitantes –comidas, cenas, fiestas, exposiciones–. Hacia el final de
mi investigación realicé entrevistas a profundidad a la mayoría de las personas que ocupaban el inmueble en ese momento,
así como a personas que lo habitaron anteriormente y que siguen en contacto con los residentes actuales.
Este término surge en países industrializados en los años setenta para describir a jóvenes profesionales con alto poder adquisitivo que establecen su residencia en centros urbanos. Véase Smith (1987).
Todas las citas etnográficas están tomadas del diario de campo o de entrevistas grabadas que se realizaron entre enero de
2006 y marzo de 2007.
La palabra “rescate” aparece entrecomillada puesto que con ella me refiero a un proyecto específico que se detallará más
adelante. Sin embargo, para aligerar la lectura del texto, en adelante la escribo sin comillas.
28
Alejandra Leal Martínez
Una rica e intensa forma de vida
en el Centro Histórico
La calle de Minerva se encuentra en el corazón de la
zona denominada corredor cultural por los planificadores y promotores del Programa de Rescate del Centro Histórico de la Ciudad de México.6 A diferencia de
anteriores intentos de revitalización, este proyecto ha
puesto especial énfasis en el repoblamiento, impulsando el desarrollo tanto de la oferta habitacional para
sectores de clase media y alta, como la seguridad pública. También en contraste con planes previos, la iniciativa privada –en la figura del empresario Carlos
Slim, quien realizó una importante inversión inmobiliaria en el centro– ha jugado un papel prominente,
trabajando en conjunto con los gobiernos federal y local desde julio de 2001.7
Por parte del Gobierno del Distrito Federal, la implementación del proyecto fue confiada al Fideicomiso
Centro Histórico. En estrecha colaboración con propietarios e inversionistas privados, este organismo supervisó los trabajos de rehabilitación durante su primera
etapa (2002-2006), que incluyeron el remozamiento
de 37 manzanas en la zona occidental del centro, la
reubicación del comercio informal fuera de las zonas remodeladas y la introducción de un programa de
seguridad pública para abatir el crimen y la transgresión a la ley.8
De manera paralela, Carlos Slim, quien fue nombrado presidente del Comité Ejecutivo del programa
de rescate, creó dos instancias que trabajan en estrecha colaboración para llevarlo a cabo: la Fundación
del Centro Histórico, organización no lucrativa encargada de generar nuevas condiciones de habitabilidad
mediante programas sociales, artísticos y culturales;
y la Inmobiliaria Centro Histórico, empresa que trabaja
en la compra y remodelación de inmuebles para vivienda y comercio, así como en reactivar el mercado
inmobiliario en la zona y generar ganancias.9
Entre los múltiples proyectos específicos impulsados, la Fundación del Centro Histórico, apoyada por
6
7
8
9
las autoridades locales, se dio a la tarea de promover
un corredor cultural en el área delimitada por el Eje
Central Lázaro Cárdenas al poniente, Mesones al norte, 5 de Febrero al oriente y avenida Izazaga al sur, en
donde la Inmobiliaria Centro Histórico realizó una inversión significativa. El argumento para sustentar esta
denominación fue que ahí existían importantes espacios culturales como el Ateneo Español y la Universidad del Claustro de Sor Juana, que congregaban a
estudiantes, intelectuales y artistas. El objetivo, según
la descripción de la Fundación, es “potenciar una rica
e intensa forma de vida” en el sur-poniente del Centro
Histórico. Así describió el proyecto uno de sus iniciadores en una entrevista:
Estaban todos los elementos aquí en el corredor cultural
como para hacerlo un poco a propósito. (…) Estaban los
inmuebles, estaban las instituciones, estaban los espacios.
Entonces se me ocurrió un poco cómo generar un círculo
donde la gente o los artistas o los creadores pudieran encontrar donde vivir, donde producir, donde exhibir y donde vender y que se hiciera este círculo donde se dieran las
cosas. (…) Tienes un hotel, este hotel lo transformas en residencias, estas residencias provocan que gente viva aquí,
entonces como viven aquí tienen que convivir, y como conviven, pues gestionan proyectos nuevos, y está la Fundación del Centro Histórico que recibe esos proyectos nuevos
y les da salida. Entonces está increíble, porque está el
chavo músico que quiere un lugar donde tocar, baja y
platica con el cuate del lobby y entonces resulta que el cuate del lobby presenta video y entonces el viernes el cuate
toca con una presentación de video.
La forma en que este planificador observa y describe
el espacio del corredor cultural está mediada por modelos globales de renovación urbana en los cuales las
industrias culturales han desempeñado un papel central (Smith, 1996). Si bien las condiciones socioeconómicas y culturales de la Ciudad de México son incomparables con las de ciudades que han vivido procesos
semejantes, como Londres, Nueva York o Barcelona,
En abril de 1980, el centro de la Ciudad de México fue transformado en Centro Histórico mediante un decreto que lo declaraba “zona protegida de monumentos históricos”. Este decreto delimitó la zona en dos grandes perímetros: el perímetro “A”
incluye a la ciudad colonial y el “B” abarca el crecimiento de la ciudad durante el siglo XIX. La primera etapa del Programa
de Rescate del Centro Histórico se concentró en la zona occidental y sur-occidental del perímetro “A” (véase Monnet, 1995).
Para una discusión sobre otros proyectos de recuperación del Centro Histórico, véase Peniche Camacho (2004).
Véase el comunicado emitido conjuntamente por el presidente Vicente Fox y el jefe de Gobierno del Distrito Federal Andrés
Manuel López Obrador el 3 de julio de 2001 en <www.cyp.org.mx/chcm/comunicado3julio.html>.
En diciembre de 2006, Marcelo Ebrard, el recién electo jefe de Gobierno del Distrito Federal, creó la Autoridad del Centro
Histórico, encabezada por la doctora Alejandra Moreno Toscano. Desde principios de 2007 este nuevo órgano ha continuado
los trabajos de rehabilitación, concentrándose, entre otras cosas, en el remozamiento de las calles que integran el corredor
cultural –incluyendo la calle de Minerva– que habían quedado fuera de las 37 manzanas intervenidas en la primera etapa.
A pesar de ser dos organizaciones distintas, en la práctica, trabajan como una sola institución. La mayoría de mis informantes
se referían a ambas como “la Fundación”.
29
Peligro, proximidad y diferencia: negociar fronteras en el Centro Histórico...
éstos son inspiración y un punto de referencia importante para los planificadores y consumidores del
corredor cultural. Por un lado, les proporcionan conocimientos y técnicas para desarrollar una operación de
bienes raíces rentable, y, por otro, son el origen de una
identidad urbana y de formas de consumo que interpelan a grupos sociales similares alrededor del mundo.10
De este modo, con la mirada puesta en el escenario
internacional, el planificador se distancia del espacio
local en donde pretende implantar estos modelos. Su
mirada se concentra en algunos edificios y en otros elementos arquitectónicos como las plazas públicas, que
potencialmente pueden ser resignificados, y pasa por
alto las relaciones sociales que conforman el surponiente del Centro Histórico, que en su descripción
aparece como un espacio vacío. Imagina una colectividad que al habitarlo hará posible el corredor cultural
–compuesta sobre todo por artistas y consumidores de
arte y cultura–, sin tomar en cuenta la presencia de los
habitantes de la zona, sus características, necesidades y problemas.
La zona sur-poniente presenta algunas particularidades que la diferencian de las zonas de mayor marginación hacia el oriente, así como de las más prósperas
hacia el poniente. El Programa Parcial de Desarrollo
Urbano del Centro Histórico del año 2000 la define
como un área de uso habitacional mixto con una combinación de comercio y servicios en planta baja y vivienda en planta alta, cuyas condiciones de habitabilidad corresponden a una población de ingresos medios
bajos (Gobierno del Distrito Federal, 2000). Un elevado
número de los edificios de vivienda en esta zona fue
beneficiado por el Programa de Renovación Habitacional Popular de 1985, gracias al cual los habitantes son
dueños de sus departamentos (United Nations Centre
for Human Settlements, 1987; SEDUE, 1987). Si bien
después de los temblores de 1985 hubo un periodo de
movilizaciones sociales vecinales en demanda de vivienda y de mejores condiciones habitacionales, que generaron un alto nivel de integración colectiva entre sus
habitantes, en la actualidad la zona carece de cohesión
o de organizaciones vecinales extensas, lo que la distingue de otras áreas en donde existen fuertes lazos de
identificación barrial (Tamayo Flores, 1999). Según el
mismo Programa Parcial, el sur-poniente registra un
deterioro físico y social que se refleja en el mal estado
de gran parte de sus inmuebles, así como en la presen-
10
cia de actividades delincuenciales y de contaminación
(Gobierno del Distrito Federal, 2000).
Sin considerar estas características, los planificadores y promotores del corredor cultural recurrieron a
una serie de estrategias para atraer a los artistas y, en
general, a jóvenes interesados en vincularse a los circuitos del arte y la cultura que, desde su perspectiva,
conformarían el corredor cultural. Rehabilitaron varios
inmuebles para vivienda, incluyendo dos viejos hoteles,
ofreciendo rentas accesibles que iban desde 1 500 pesos al mes por cuarto hasta cinco mil pesos en departamentos de una o dos recámaras. También reclutaron
a creadores, promotores y personas relacionadas con
el arte y la cultura para que llevaran a cabo la promoción de la oferta de vivienda dentro de sus propias redes sociales. En efecto, la mayoría de los residentes de
Minerva 23, y sobre todo los que llegaron en los inicios
del proyecto, afirman haber sido atraídos por la idea de
vivir en una comunidad de artistas y al mismo tiempo
tener acceso a recursos y apoyos para su trabajo.
Paralelamente los promotores organizaron eventos
artísticos en plazas públicas y edificios propiedad de
la Inmobiliaria Centro Histórico: la “Toma del Señorial”
en febrero de 2004, un viejo hotel de paso que más
tarde fue remodelado para residencias estudiantiles;
“De aquí y de allá: La toma de Vizcaínas” en agosto del
mismo año, que consistió en intervenciones de diversos
artistas en la Plaza de las Vizcaínas y en las accesorias
del ex convento del mismo nombre. Además organizaron “circuitos colectivos” en mayo y agosto de 2005
–actos con duración de 24 horas en los cuales participaron diversos espacios culturales de la zona con el
fin de atraer a nuevos visitantes para recorrer las calles
del corredor cultural (Ibarra, 2006).
De acuerdo con los planificadores, el objetivo del
proyecto del corredor cultural es rescatar el espacio
público del abandono, el deterioro y la criminalidad
por medio del arte y la cultura y revitalizarlo para todos. Al respecto, la vocera de la Fundación del Centro Histórico explica: “La intención es que, caminando,
la gente que vive en el Centro Histórico, y aquella
que lo visita, descubra que estos sitios están vivos, que
tienen actividad propia y que pueden integrarse en el
momento que deseen…”11
Sin embargo, como han descrito algunos autores
con relación a proyectos similares, los planificadores y
promotores poseen ideas particulares sobre lo que
Los artistas jóvenes han constituido una gran fuerza en la transformación de los espacios centrales para las clases medias
(gentrification), no sólo por contar con mayor movilidad espacial, sino porque han sido generadores de la imaginación de lo
que Sharon Zukin ha descrito como estilos de vida urbanos, conformados por un conjunto de distinciones y marcadores de
estatus. Véase Zukin (1998).
11
Vocera de la Fundación del Centro Histórico, en Reforma, 15 de mayo de 2005.
30
Alejandra Leal Martínez
constituye un espacio vivo y habitable y sobre cuáles
son sus usos apropiados o correctos (Deutsche, 1988;
Jones y Varley, 1994; Hiernaux, 2006). En este sentido,
los discursos y las prácticas de rescate de los centros
urbanos y de los centros históricos llevan implícitas
una serie de violencias tanto simbólicas como materiales: la intervención sobre espacios concretos ignorando las formas de vida y las relaciones sociales que
los conforman; la violencia policial contra personas
asociadas con el desorden y el peligro (habitantes de
vecindades, comerciantes informales, indigentes); el
incremento del valor del suelo, que conduce al desplazamiento de sus habitantes más vulnerables.
Como lo expresa la noción de toma, las intervenciones artísticas en el sur-poniente del Centro Histórico promueven la apropiación del espacio por parte de
sectores que no lo frecuentan. Buscan revestir los espacios públicos con nuevos significados y establecer
conexiones entre el paisaje urbano existente y el horizonte cultural de sus nuevos consumidores. Los promotores pretenden despojar al entorno, desde elementos arquitectónicos concretos como una plaza colonial
hasta las calles de la zona, de asociaciones negativas
como el deterioro y la peligrosidad, dotándolo de un
nuevo sentido. En otras palabras, el propósito es convertir al Centro Histórico en un nuevo Centro Histórico
retomando su carga simbólica, patrimonial e histórica y transformándolo en un espacio significativo para
las clases medias educadas. Asimismo, intentan fomentar la apertura de nuevos lugares de consumo, como
galerías, espacios culturales, cafés y restaurantes,
que resulten atractivos para la población que quieren
captar. Así resume un ejecutivo el trabajo de la Fundación del Centro Histórico en los últimos cinco años:
“Hemos trabajado en la recuperación de los inmuebles,
en llevar más gente a vivir, en llevar más gente a trabajar, en que haya nuevos conceptos, en que haya de
alguna manera una oferta, que tú como vecina tengas
donde comer”.
A pesar de haber sido interpelados por algún aspecto del proyecto del corredor cultural y del rescate –la
posibilidad de relacionarse con otros artistas, el estado de los departamentos remodelados, el monto de las
rentas–, las visiones, expectativas y experiencias de
los habitantes de Minerva 23 no necesariamente coinciden con las de los planificadores. Sin embargo, como
veremos en la siguiente sección, al apropiarse del espacio y hacerlo familiar, ellos experimentan en lo cotidiano
las contradicciones y tensiones del proyecto de rescate,
y de manera involuntaria y ambigua personifican la
violencia simbólica y material que lo acompañan.
31
Peligro, proximidad y diferencia: negociar fronteras en el Centro Histórico...
Violencia y seguridad: “No es fácil
integrarte cuando acabas de llegar”
A principios de 2007, la calle de Minerva presentaba
varios elementos que contrastaban con su anterior fisonomía. Tres edificios remodelados sobresalían entre
el resto de los inmuebles que no habían recibido mantenimiento desde su regeneración durante el Programa
de Renovación Habitacional Popular en 1985. Entre
los comercios ubicados en las plantas bajas, imprentas,
zapaterías, talleres y restaurantes, destacaban algunos
espacios de consumo recién inaugurados: dos cafés,
un restaurante-bar, dos galerías que promovían el trabajo de artistas jóvenes y un centro cultural. La remodelación de un callejón que conecta a Minerva con la
calle contigua en un espacio peatonal con nueva iluminación representaba la transformación de infraestructura urbana más notoria en el corredor cultural.12
Por otro lado, destacaba la presencia de elementos de
la Policía Bancaria e Industrial (PBI) que recorrían las
calles a pie durante el día y en patrullas por la noche,
así como de cámaras de circuito cerrado ubicadas en
las esquinas.
Para los habitantes de Minerva 23, las transformaciones materiales de la calle, los espacios culturales
y los nuevos sitios de consumo son elementos que hacen más habitable la zona y que contribuyen a su tranquilidad. Leonor, una joven artista, lo expresó de la siguiente manera: “como nuevo vecino agradeces un
espacio [cultural] como [éste]. Dices ‘ahí hay gente
como yo’ (…) No es fácil integrarte cuando acabas de
llegar”. Sin embargo, lejos de la rica e intensa forma
de vida proyectada por los planificadores sobre un
lugar vacío, estas personas se enfrentan a un espacio
conformado por múltiples relaciones sociales, usos,
formas de vida, historias, afectos; atravesado por tensiones y problemas específicos como la falta de servicios,
la contaminación, el ruido y la violencia. Además, se
apropian de un lugar significativo para una población
local que reacciona ante las transformaciones del
entorno.
En conversaciones y entrevistas con personas que
han vivido durante muchos años en Minerva y sus alrededores encontré una multiplicidad de respuestas
ante los cambios de la zona, lo cual refleja la composición heterogénea del sur-poniente del Centro Histórico.
Algunos percibían con entusiasmo la nueva iluminación, la presencia policial y las actividades culturales
organizadas por el centro cultural propiedad de la Fundación. Otros hablaban con recelo de los edificios re12
32
modelados y de sus habitantes, y subrayaban su exclusión de los eventos culturales y artísticos y de los
nuevos espacios de consumo. Muchos propietarios
veían con buenos ojos el incremento del valor de sus viviendas, en contraste con personas que alquilaban o
habitaban predios en condiciones jurídicas imprecisas,
quienes temían ser desalojadas.
En una de mis últimas visitas a Minerva 23, a fines
de marzo de 2007, Leti, quien junto con su novio Carlos vivía ahí desde agosto de 2005, me contó, preocupada, que la inmobiliaria retiraría la vigilancia privada del edificio argumentando la necesidad de reducir
costos. Unos meses antes, la Policía Bancaria e Industrial que trabajaba en el edificio había sido sustituida
por una compañía de vigilantes civiles, lo cual generó
descontento entre los inquilinos. Pero el retiro completo de la vigilancia o incluso su disminución a un turno
por día lo consideraban inaceptable. Según Tamara,
fotógrafa que acababa de cumplir un año en Minerva 23, no existían las condiciones para que se retirara
la vigilancia, pues la seguridad de la zona continuaba
siendo precaria y el edificio aún contrastaba fuertemente con el entorno. Por su parte, Omar, artista escénico y residente desde mediados de 2005, pensaba
que el grafiti pintado en la puerta de entrada unos días
antes era una señal de que volvía a manifestarse la
hostilidad hacia el edificio que, según él, había disminuido considerablemente en los últimos meses. La
razón de esta nueva oleada de agresiones, argumentaba
Omar, eran las promesas incumplidas por los planificadores y promotores del corredor cultural a los pobladores tradicionales de la zona, entre ellas la organización de nuevas actividades culturales para niños
y adultos. De acuerdo con Omar, los habitantes de
Minerva 23 y otros edificios similares pagaban las
consecuencias de la falta de interés y seriedad de
los planificadores.
En la reacción de mis informantes ante la posibilidad de quedarse sin vigilancia se refrenda la ambigüedad de su posición en el Centro Histórico, por un
lado, con relación al entorno y, por el otro, con relación
al proyecto de rescate. Para estas personas, habitar el
Centro Histórico involucra una negociación constante,
cotidiana y situacional de su proximidad y diferencia
frente a estos horizontes, que ocurre en la sociabilidad entre vecinos, en sus discursos cotidianos y en la
forma en que interpretan e interactúan con el entorno
local. La oscilación constante entre ambos horizontes
hace posible y al mismo tiempo desestabiliza su vida
en el Centro Histórico en el contexto del rescate.
En septiembre de 2007, el Gobierno del Distrito Federal comenzó a trabajar en la remodelación de toda la calle, que incluye
su peatonalización.
Alejandra Leal Martínez
Esta posición ambigua se manifiesta con mucha
claridad en la sensación de peligro y en la necesidad
de seguridad. En este caso, los vecinos mostraban
preocupación de ser “abandonados” por los planificadores del proyecto, a pesar de la posibilidad latente de
ser agredidos o violentados por otros habitantes de la
zona. La ansiedad frente a un peligro difuso pero latente que se actualiza en forma intermitente –a veces
en efecto se suscitan incidentes violentos– expresa no
sólo la percepción de una amenaza real, sino también
miedos y estereotipos de clase. Al mismo tiempo, como
se nota en los comentarios de Omar, mis informantes
evidenciaban preocupación por ser objeto del enojo de
una población descontenta por su exclusión del proyecto cultural y de rescate, es decir, por ser identificados
con los planificadores o con el proyecto mismo y, de
manera muy destacada, con la violencia que conlleva.
Como veremos más adelante, en última instancia esta
preocupación surge de su propia imposibilidad de
establecer con claridad si forman o no parte de esta
violencia.
A pesar de que muchos afirmaban que la peligrosidad de la zona había disminuido considerablemente
desde la remodelación del edificio en 2004, el peligro
y la necesidad de seguridad eran temas recurrentes
durante mi trabajo de campo dos años más tarde. Las
conversaciones entre vecinos en las que tuve oportunidad de participar y, de forma muy significativa, la
circulación de relatos sobre incidentes desagradables
o violentos manifestaban la ambigüedad de las fronteras sociales de este grupo y contribuían a la conformación discursiva de una identidad colectiva o de un
nosotros. En otras palabras, en la circulación de relatos sobre experiencias propias y ajenas se negocia la
proximidad y diferencia frente a la realidad del Centro
Histórico, por un lado, y el proyecto de revitalización
y repoblamiento, por el otro.
Como afirma Rossana Reguillo, mediante la formulación, narración y circulación de relatos se construyen
visiones y valorizaciones compartidas de la ciudad, las
cuales permiten hacer legible y domesticar el espacio
urbano (Reguillo, 2004: 38). Según la autora, los relatos marcan zonas de fragilidad o vulnerabilidad para
distintas personas y grupos sociales, como es el caso
de ciertos espacios urbanos genéricos, los barrios pobres, los mercados populares, algunas plazas y calles,
que son marcados por una especie de peligro a priori
representado por figuras peligrosas, los robachicos o
los desconocidos, que amenazan la seguridad de los
sujetos (Reguillo, 2004: 40).
En el caso que nos ocupa, los relatos construyen y
procesan una realidad cercana y a la vez distante; familiar, en cuanto forma parte del lugar del que se apro-
pian como hogar, y, al mismo tiempo, desconocida y
amenazante. Las fuentes del peligro no son espacios
urbanos genéricos y abstractos, sino sitios específicos como “la vecindad de la esquina” y figuras concretas
como “los chavos” o “las pandillas” que se congregan en
diversas plazas y calles cercanas y que además son
asociados con acontecimientos e incidentes particulares: un día que “nos aventaron jitomates”, una noche cuando “se metieron al edificio”, un periodo en el
que dirigían “miradas hostiles”.
Uno de estos relatos, que circulaba a menudo entre
mis informantes, hace referencia a un incidente acaecido en mayo de 2005 y que es considerado un hito
respecto a la seguridad de la zona. Eduardo, un joven
artista de recursos económicos limitados que llegó a
vivir ahí en 2004 con la expectativa de penetrar las redes sociales de creadores con mayor trayectoria, organizó una fiesta en su departamento. De acuerdo con la
narración del propio Eduardo, la fiesta transcurría
como lo habían hecho muchas otras, con gran movimiento de los invitados entre distintos departamentos.
Desde la azotea Eduardo escuchó gritos que venían
del interior. Al llegar a su departamento se topó con
que “cinco chavos de la vecindad de aquí abajo”, según
sus propias palabras, habían entrado a la fiesta y
amenazaban con asaltarlos, a pesar de que no iban armados. Cuando uno de los “chavos” intentó sin éxito
romper una botella para utilizarla como arma detonó
un enfrentamiento a golpes que terminó con la huida
de los “chavos” seguidos por Eduardo y otros vecinos
e invitados.
Alguien había llamado a la policía y a los pocos minutos llegó una patrulla. Los policías intentaron ingresar a la vecindad a donde habían entrado “estas personas”, pero varias mujeres paradas en la puerta les
impidieron el paso. Según Eduardo, los “chavos” esperaban encontrar “a puros yuppies indefensos” que con
facilidad serían amedrentados, pero para su sorpresa
encontraron a gente “bien curtida”, personas “de barrio”. Al contarme esa historia, una vecina que no estuvo presente enfatizó que la intención de “estos chavos”
era robar, puesto que imaginaban, debido al contraste
del edificio con el resto de la calle, que quienes lo habitaban eran gente con dinero, pero se percataron de “que
no tenemos tampoco como gran cosa más que ellos”.
Al posicionarse como gente “de barrio” haciendo referencia a su pasado en una colonia popular o al subrayar que no tienen “gran cosa más que ellos”, estas
personas marcan una diferencia con el proyecto de
rescate, es decir, se distancian de los planificadores,
asociados con una operación de bienes raíces y con el
desplazamiento de los habitantes pobres de la zona.
En otras palabras, buscan implantarse en el corazón
33
Peligro, proximidad y diferencia: negociar fronteras en el Centro Histórico...
del “barrio” insistiendo en que no son los “yuppies
indefensos” que, desde su punto de vista, perciben los
demás habitantes de Minerva.
Ahora bien, una lectura más profunda revela un
movimiento en sentido inverso en la narración de este
incidente: la construcción de dos colectividades mediante la figura de la violencia. Es decir, la violencia
aparece como mediadora de la relación entre dos grupos sociales, el primero conformado por la gente pobre
que hostiliza a aquellos percibidos como ricos. Es pertinente aclarar que los incidentes violentos que ocurren
en la calle de Minerva no sólo están dirigidos hacia los
residentes de Minerva 23 o edificios similares. Por el
contrario, los grupos de jóvenes dedicados al narcomenudeo han hostilizado a otros habitantes de la calle
durante años, incluso mediante agresiones físicas y
asaltos. No obstante, el relato que nos ocupa extrae la
violencia de sus manifestaciones cotidianas y la erige
como una figura que delimita y divide a dos colectividades que en última instancia aparecen como antagónicas. En este sentido, representa de manera evidente
la oscilación que he venido discutiendo hasta ahora,
al igual que la porosidad e indeterminación de las fronteras sociales de estos nuevos residentes del Centro
Histórico.
Después de este hecho y la consecuente amenaza
de varios habitantes de Minerva 23 y otros inmuebles de dejar el Centro Histórico, la Fundación creó un
centro cultural en esa calle. Este lugar abrió sus puertas a principios de 2006 con la misión de “atenuar el
impacto [del proyecto de rescate] y sanear la zona”,
según lo expresó un miembro de su equipo de trabajo.
Por otro lado, ante las quejas de los residentes, se reforzó el aparato de seguridad y vigilancia en el interior
de los edificios remodelados, mediante la colocación de
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elementos de la Policía Bancaria e Industrial, que un
año más tarde serían sustituidos por una compañía
de vigilancia civil. Como ya mencioné, los habitantes de
Minerva 23 conciben a esta vigilancia como un elemento crucial para su tranquilidad. Cuando los dueños
del edificio amenazaron con disminuir o retirar estos
servicios de seguridad se generó gran preocupación
entre los inquilinos.
Al demandar vigilancia, estas personas se posicionan dentro de la lógica económica del proyecto de
rescate, es decir, se establecen como clientes o consumidores que demandan el cumplimiento de las promesas que les hicieron los planificadores, incluida la seguridad. Al hacerlo, marcan una diferencia con otros
habitantes de la zona que no son clientes del proyecto
y se mueven en dirección de los planificadores. Adicionalmente, la presencia policial y de vigilancia civil en
Minerva 23 crea una especie de refugio –el interior del
edificio– frente a un exterior violento y, por ende, genera una aparente estabilización de la frontera que los
separa del entorno. Por consiguiente, el aparato de seguridad no sólo sitúa a los habitantes de Minerva 23
en proximidad con el proyecto de rescate, sino que los
hace equiparables con él: la diferencia o línea que divide su propio habitar del proyecto de rescate se torna
ilegible.
Al estar basadas en los mecanismos de seguridad
y en las transformaciones materiales del espacio, las
nuevas condiciones de habitabilidad del Centro Histórico están atravesadas por la violencia del rescate. En
otras palabras, los elementos con los que se identifican
los nuevos residentes y que propician su disfrute del
Centro Histórico como espacio residencial conllevan
la amenaza de que su presencia sea indistinguible del
rescate y sus violencias. En la exigencia de sus privilegios como clientes y participantes del rescate y en su
simultáneo distanciamiento de las violencias que éste
causa sobre el entorno se manifiesta la marcada ambigüedad de su posición.
La manera en que esta ambigüedad atraviesa sus
sentidos de la seguridad y del peligro y amenaza el lugar que han construido como propio en el Centro Histórico aparece en el siguiente relato sobre un incidente
acaecido en diciembre de 2006. Mariana, estudiante de arte y una de las primeras residentes del edificio
y que ahora lo frecuenta con asiduidad, me contó que
dos personas que asistieron a una fiesta en Minerva 23
fueron asaltadas frente a una vecindad cuando salieron
a comprar cervezas.
De regreso [de la tienda] les hicieron bolita como ocho
güeyes, [y les dijeron] “saca todo lo que traes güey”, y pues
empezaron a sacar sus cosas y les quitaron las chelas y
Alejandra Leal Martínez
[uno de ellos] se echó a correr, se vino para acá. [El otro]
se quedó solo y me cuenta que en el momento en que ya iba
a huir lo agarraron de la cintura, lo tiraron y lo empezaron
a patear, le quitaron su chamarra, le quitaron su bolsa,
le quitaron todo lo que traía, y lo querían meter a la vecindad y le gritaban “bonito, bonito, por bonito güey” y el
güey ni siquiera, o sea, es morenón, ni siquiera pues, más
bien es un resentimiento de que si vienes a este edificio te
voy a joder.
La violencia dirigida a los amigos de Mariana –un
asalto y una fuerte golpiza– aparece codificada en el
relato en términos de diferencias y resentimientos de
clase. Es decir, la víctima es golpeada por “bonito” y
por visitar Minerva 23. Otra cosa que el relato revela
es que la indeterminada posición de los habitantes de
Minerva 23 en el Centro Histórico impregna también
la creación de fronteras de clase, expresada aquí en la
utilización de los términos bonito y morenón. Este acto
violento desestabiliza las nociones de la narradora con
respecto a las diferencias de clase fundadas en criterios
específicos de belleza y color de piel.
En la siguiente sección me interesa explorar más
claramente la relación entre la ambigua posición de
los nuevos vecinos del Centro Histórico y la aparición
de fronteras sociales y de clase. Analizo el modo en que
estos residentes producen y reproducen estas fronteras en la contigüidad con sectores populares en el
contexto ambiguo y tenso que he venido describiendo
hasta ahora.
Contigüidad y distancia:
“Es barrio, esto es barrio…”
Más que la dimensión espacial de las fronteras o la
manera en que delimitan territorios con límites claros,
como la trabajan, por ejemplo, Mike Davis (1990) para
la ciudad de Los Ángeles, Teresa Caldeira (2000) en
São Paulo o Angela Giglia (2001) en la Ciudad de México, me interesa analizar cómo las fronteras sociales
y de clase se reconstituyen cotidianamente. En un estudio sobre trabajadoras domésticas en Río de Janeiro,
Donna Goldstein (2003) presenta un sugestivo argumento acerca de la forma en que se reproducen y naturalizan las diferencias de clase en la sociedad brasileña,
por un lado, en relaciones de proximidad e intimidad
entre trabajadoras domésticas y las familias que las
emplean, y, por otro, mediante una serie de signos y
marcas de estatus.
Resulta evidente que en el caso que analizo en este
artículo la proximidad entre distintas clases sociales no
implica necesariamente relaciones de intimidad como
las descritas por Goldstein, pero sí una contigüidad
poco común en la Ciudad de México, caracterizada por
una creciente segregación espacial. No obstante,
Goldstein ofrece elementos analíticos para entender
cómo se reproducen las diferencias de clase y las fronteras sociales en los encuentros cotidianos. Investiga
cómo ciertos guiones culturales son reproducidos en
estas interacciones, por ejemplo la noción de “hablar
correctamente” o de portar el cuerpo de forma adecuada, lo que equivale a observar las interacciones de
clase como un “juego de signos” en el que el capital cultural de las clases medias se hace visible y reproduce
la diferencia y las jerarquías sociales. Un claro ejemplo
es el sentido del humor de las trabajadoras domésticas,
que a menudo es percibido por las clases medias como
inapropiado o “fuera de lugar”.
Como vimos en la sección anterior, los chavos de la
vecindad constituyen una figura central frente a la que
se trazan los contornos de la colectividad de los habitantes de Minerva 23 o de los nuevos vecinos, así como
sus fronteras sociales. Estos “chavos” y otros habitantes del “barrio” como la “señora de las tortillas”, el “señor de los jugos”, los “niños que juegan en el callejón”,
el “gandalla que se apropia de la calle”, son construidos
como “personajes” que median la relación con el entorno y sus habitantes. Aquí tomo la metáfora de
MacIntyre, para quien los personajes –tal como sucede en ciertas tradiciones teatrales– son inmediatamente
reconocibles para el público y definen las posibilidades
del argumento y la acción. Lo que diferencia a los personajes de otros roles sociales es que articulan asociaciones histriónicas con asociaciones morales (MacIntyre,
1981: 27).
Si bien es cierto que los personajes son un factor
fundamental para la relación de los sujetos con el espacio urbano, puesto que forman parte de las geografías simbólicas que éstos construyen para dar sentido
a la ciudad, en este caso los personajes median entre
una realidad cercana, el propio espacio residencial,
y una realidad lejana e inasible, un barrio popular del
Centro Histórico de la Ciudad de México. Dicho de otro
modo, los personajes proporcionan cierta familiaridad
con el entorno y a la vez sirven como una especie de
barrera que reproduce el distanciamiento. Merece la
pena mencionar que algunos de los nuevos vecinos han
establecido relaciones cercanas con otros habitantes
de la calle. Empero, lo que me interesa destacar es el
papel que cumplen los personajes en la manera en que
interpretan el entorno como una totalidad. Éstos, además, personifican distintos atributos morales frente a
los cuales los habitantes de Minerva 23 negocian su
proximidad y diferencia con el entorno del Centro Histórico y el proyecto de rescate.
35
Peligro, proximidad y diferencia: negociar fronteras en el Centro Histórico...
Los residentes tradicionales de Minerva y sus alrededores son nombrados ellos, el barrio o la comunidad,
es decir, son percibidos como una colectividad más o
menos homogénea con características positivas como
la solidaridad, sobre todo frente a los nuevos, y con negativas como la suciedad, el desinterés en mantener el
entorno en buenas condiciones, la falta de conciencia
cívica, la agresividad y el resentimiento social. Asimismo, en conversaciones y relatos como los que he discutido en este artículo se entretejen ideas particulares
sobre los usos apropiados del espacio y se revela el papel que juegan los hábitos, los gustos y las formas de
consumo en la reproducción de las diferencias de clase.
Durante una entrevista, Carlos me contó algunos
roces que ha tenido con “la gente del barrio”, como “la
señora de la tienda”, quien, según él, incrementa arbitrariamente los precios de sus productos: “Yo por no
querer ir hasta el Oxxo le compro aquí, pero tengo que
pagarle la plusvalía de no ir hasta el Oxxo, no estoy de
acuerdo.” En una ocasión, Carlos la confrontó y la
amenazó con notificar a la Procuraduría Federal del
Consumidor, ante lo que la señora reaccionó con enojo
y desconcierto: “Se sacó mucho de onda de que un
güey se pusiera a cuestionar sus precios y su forma de
hacer business, que además era súper tradicional.”
Una noche en que Leti y él regresaban del cine notaron un automóvil estacionado frente a la tienda al
que le habían roto los vidrios. Carlos se molestó porque
la señora y otras personas “que siempre están ahí sentadas afuerita de la tienda” parecían no haberse percatado del incidente:
Entonces agarro y me volteo a la tienda y le digo a la señora: “¿ya vio que le dieron un cristalazo a este compa?”
[Ésta responde:] “ay, no, no me di cuenta. ¡A que hora ha
de haber sido!” (…) Y dije “pues está cañón que pasen estas cosas aquí y que no nos demos cuenta”. Como diciendo “oiga, pues no chingue, si ve que alguien le pega un
posición de superioridad. Hace visible su capital cultural al presentarse como un agente que propone, por
una parte, denunciar el delito, y, por la otra, se adjudica la tarea de sacar a la gente de su pasividad y falta de interés.
Otros elementos fundamentales en la reproducción de la diferencia de clase y en la construcción de
un interior y un exterior son las nociones de belleza y
los criterios estéticos, clásicos signos de clase. Éstos
aparecen con nitidez en el modo en que los habitantes
de Minerva 23 hablan de su edificio, al que describen
como un elemento esencial para su disfrute de la vida
en el Centro Histórico. Por un lado, por ser una “antigua vecindad” remodelada, su configuración espacial
con un área central a la que hacen frente todos los
departamentos propicia el encuentro y la convivencia
entre vecinos. Por otro lado, éstos hablan del excelente
trabajo de remodelación, que destaca la belleza arquitectónica del edificio y ofrece un gran contraste con el
resto de la calle. Así lo expresó un vecino durante una
entrevista: “En el momento en el que entras al edificio
pues ya se te olvida todo lo de afuera.”
Este afuera es descrito como una calle relativamente
tranquila en comparación con otras zonas del Centro
Histórico, por la ausencia de vendedores ambulantes
y por el escaso tránsito vehicular; pero al mismo tiempo Minerva es percibida como “fea” y “sucia”. Se habla
en forma negativa sobre todo de dos edificios ubicados
frente al 23, de los pocos inmuebles que quedaron fuera del programa de Renovación Habitacional Popular
y que presentan un alto grado de deterioro.
El despliegue de estos criterios estéticos en la interpretación del entorno no sólo establece una diferencia
con éste, sino que acerca a los nuevos vecinos a los planificadores y a su visión del espacio urbano. Esta cercanía genera preocupación y ansiedad, como sin duda
se expresa en una entrevista colectiva con varios habitantes de Minerva 23:
cristalazo a un coche, haga algo”. (…) El punto es que hay
que también involucrar a la gente de manera muy política
Daniel: Yo me hice amigo de gente de ahí [del edificio de
pero consistente.
enfrente] y, este, me decían, “pues es que no mames,
güey, ¿cómo quieres que los veamos?, o sea, si aquí en-
En la narración de estos encuentros aparecen varias figuras mediante las cuales se lleva a cabo la diferenciación. Por un lado están las formas de vida y las
prácticas tradicionales que además son asociadas con
comportamientos negativos, como incrementar arbitrariamente el precio de los productos. Éstas contrastan
con una modernidad personificada por Carlos y sus
referencias a la ley y a las instituciones. Más aún,
mediante la expresión de que no es posible “que no nos
demos cuenta”, Carlos se posiciona como parte del
barrio y al mismo tiempo marca una diferencia y una
36
frente vivió el… los amigos de los amigos de mis tatarabuelos, güey, y mis amigos vivían ahí”, y de repente...
Leti: …los lanzan...
Daniel: Ajá, les dicen, “se pueden quedar aquí, pero ahora
en lugar de pagar 500 pesos van a pagar cinco mil varos”,
¿no? Pues obvio que no lo van a hacer, entonces a esa gente la mandan a, bueno no la mandan, se van...
Leonor: …los desalojan…
Omar: …los desalojaron, sí...
Daniel: ...a la periferia de la ciudad, que es un lugar, pues,
lindo (esto lo dice en tono irónico y todos ríen). Yo acabo
Alejandra Leal Martínez
de estar ahí justamente y dije, no mames, y pues obvio
que se enojan, y tienen toda la razón, pues sí...
Leti: …estás invadiendo sus espacios...
Daniel: ...es barrio esto, es barrio.
De regreso a la discusión de la sección anterior,
resulta evidente que la relación de los habitantes del
23 con lo que definen como ellos –la abstracción de
una población altamente diferenciada– está atravesada
por dos formas de violencia: primero, ellos o el barrio
son asociados con conductas negativas e incluso
violentas, sobre todo los chavos de las vecindades. Segundo, existe la violencia misma del rescate, que a
menudo es utilizada como explicación o causa de las
agresiones. Es decir, ésta es considerada una reacción
lógica de ellos frente a los recién llegados que viven en
un edificio remodelado del que han sido desalojados
otros habitantes de la calle.
Vemos entonces como un punto fundamental en la
conformación de la colectividad de los habitantes de
Minerva 23 y de sus fronteras sociales frente al entorno una sensación de corresponsabilidad por el desplazamiento que detona el proyecto de rescate, lo cual
evidencia una vez más la profunda ambigüedad en
que se hallan. En última instancia, como he argumentado en este texto, es la porosa y a menudo ilegible
frontera que los separa de la violencia del rescate la
que amenaza su habitar en el Centro Histórico.
Consideraciones finales
Me gustaría concluir con algunas consideraciones
teórico-metodológicas sobre el trabajo presentado. En
primer lugar, me interesa subrayar el mérito de reducir
la escala de observación y análisis. Esta apuesta metodológica y analítica permite al investigador capturar
ciertas dimensiones de lo social que escapan a otras
metodologías. En este caso, la observación participante
de largo plazo en un espacio social acotado arroja claridad sobre los afectos, las tensiones y las contradicciones que atraviesan el habitar de un sector específico
de las clases medias. Esto posibilita a la vez abordar
la conformación de fronteras entre clases, su reproducción y recomposición en la vida cotidiana. De igual
modo permite desagregar la reapropiación del Centro
Histórico por sectores medios y altos, señalando que
es un proceso conformado no sólo por múltiples intereses económicos y políticos, sino también por los deseos, expectativas y miedos de los grupos sociales que
establecen su residencia en este espacio, quienes ocupan una vaga posición en él.
En segundo lugar, las ideas presentadas en este
artículo están en conversación con estudios que abordan el surgimiento de nuevas formas de segregación
espacial y social en las ciudades contemporáneas.
Existen excelentes trabajos que han demostrado la
centralidad de la amenaza del crimen y del afecto colectivo del miedo en la proliferación de enclaves fortificados, espacios cerrados y comunidades amuralladas
(Caldeira, 2000; Giglia, 2001; Low, 2001). Más allá de
las demarcaciones físicas producidas por elementos
arquitectónicos, el caso que aquí he discutido, caracterizado por la cohabitación de distintos grupos y clases
sociales en un espacio acotado, me permite atender la
dimensión temporal de las fronteras sociales, es decir
la manera en que éstas son producidas, negociadas e
interrumpidas mediante relaciones e interacciones entre distintos grupos sociales y, de manera muy señalada, observar cómo atraviesan la vida cotidiana de
los sujetos. Asimismo, el análisis de distintos registros
como el relato (Reguillo, 2004) y el rumor (Das, 1998)
enriquece el enfoque temporal de las fronteras, ya que
mediante estos registros se producen visiones y afectos
compartidos y se configuran formas de habitar y experiencias del espacio urbano.
Finalmente, este trabajo busca dialogar con investigaciones acerca de la violencia como un fenómeno que
cruza e impregna la vida cotidiana y que designa múltiples experiencias: que abordan la violencia más allá
de sus manifestaciones en actos de brutalidad (Das y
Kleinman, 1997). Algunos autores han estudiado la
naturalización y rutinización de la violencia en la vida
cotidiana de sectores marginales (Goldstein, 2003;
Scheper-Hughes, 1992; Wacquant, 2001); sin embargo,
los signos y los efectos de estas formas de violencia cotidiana en los sectores medios y altos han sido poco
estudiados. Mi investigación observa este fenómeno al
explorar cómo personas amenazadas por una violencia difusa pero latente personifican a su vez una
amenaza para otros a través de sus propias formas de
habitar.
En el caso aquí expuesto, el peligro del entorno se
entrecruza con la violencia material y simbólica del rescate: la transformación física del sur-poniente del
Centro Histórico y la concomitante presencia de nuevas formas de vida que resultan excluyentes para una
buena parte de la población local y, en última instancia,
el encarecimiento del valor del suelo. En otras palabras
mi trabajo analiza cómo estas violencias atraviesan la
vida y los lugares de aquellos que colonizan el Centro
Histórico, haciendo posible y a la vez desestabilizando su apropiación de esta zona como un espacio
residencial.
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Peligro, proximidad y diferencia: negociar fronteras en el Centro Histórico...
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