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Congrés Català de Filosofia
¿CABE LA RECIPROCIDAD EN NUESTRO CEREBRO DE MONO?
Patrici Calvo
Departamento de Filosofía y Sociología
Universitat Jaume I
[email protected]
Resumen: Recientes estudios sobre las bases cerebrales del comportamiento humano están
evidenciando que los seres humanos se encuentran predispuestos a cooperar con sus semejantes
en distintos contexto de actividad, incluso en un ámbito tan competitivo como el económico, y
que, además, es un comportamiento que la gran mayoría de los agentes implicados considera
como exigible y deseable para sí mismo y para los demás. Tras esta desviación del modelo
preponderante subyace la capacidad humana de reciprocar, la cual le permite establecer
relaciones interpersonales capaces de satisfacer objetivos comunes y altamente beneficiosos
para todas las partes implicadas. El objetivo de esta comunicación será dar cuenta del lugar que
ocupa la reciprocidad en nuestro cerebro humano; las características que lo configuran —
especialmente el fundamento moral que lo permite y le da sentido— y su posibilidad y
potencialidad en el terreno práctico.
1. Introducción
En The Fable of the Bees or, Private Vices, Publick Benefits, Bernand Mandeville
retrata al ser humano como un animal insaciable y maniatado por sus pasiones que hace
servir la razón como instrumento para satisfacer su natural propensión egoísmo (1714).
De ahí que, a diferencia de otros pensadores de su tiempo que veían en el contrato social
el elemento clave para el desarrollo y subsistencia de las sociedades, para Mandeville lo
importante era concretar en la práctica una economía asentada sobre la libertad
individual y la competitividad, ya que sólo éste permite satisfacer plenamente los
intereses y deseos de cada uno de los individuos que la componen.
La impronta dejada por The Fable of the Bees or, Private Vices, Publick Benefits
sembró las mimbres de una corriente de pensamiento económico forjada sobre los
fundamentos de una racionalidad de carácter completa y perfecta y de una metodología
individualista. En tanto que animales egoístas cuyo principal objetivo en la vida es
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lograr el máximo bienestar personal, los seres humanos son por naturaleza
autointeresados, por lo que todo esfuerzo por lograr la cooperación entre agentes en
cualquier contexto de actividad humana —especialmente en el ámbito económico— es
baladí sin una coerción externa que obligue a cumplir con lo pactado. Por ello, el
método propicio para el estudio del hecho económico es aquel que se ciñe al análisis del
comportamiento individual, dejando al margen los grupos, colectivos o sociedades, así
como la posibilidad de establecer relaciones interpersonales basadas en la confianza y el
respeto mutuo de los acuerdos establecidos
Esta corriente de pensamiento influyó notablemente en la irrupción del pensamiento
marginalista a partir de 1871. Propuesta por Hermann H. Gosen y desarrollada por
Williams Jevons, Carl Menger, Léon Walras y Alfred Marshall principalmente, la
propuesta destaca por introducir en la teoría tanto el cálculo matemático y el
individualismo como fuente y método de estudio del comportamiento económico como
dos aspectos dominantes: un principio de maximización que convirtió el egoísmo en el
fundamento de toda conducta racional del agente económico y un concepto de
sustitución al margen que consagró la búsqueda de la eficiencia en el centro de las
preocupaciones de la ciencia económica (Caballero y Garza, 2010: 61-91). Con ello,
muchas de las cuestiones que tradicionalmente habían formado parte del estudio del
hecho económico, como los principios y valores éticos, las instituciones, o los
sentimientos y las emociones, fueron poco a poco cayendo en el olvido por su
intangibilidad, convirtiéndose de esta forma en expresión de la irracionalidad e
inconsistencia del comportamiento humano. El problema ahora era dedicar esfuerzos
para hallar soluciones plausibles al uso eficiente de los recursos escasos, por lo que todo
lo demás quedaba al margen de la reflexión puramente económica, dando paso al
llamado neoclasicismo económico.
Desde ese momento, y a pesar de que la ética ha tenido un peso específico en toda
teoría económica —desde Aristóteles a Adam—, el proceso de racionalización
promovido por la modernidad apostó claramente por un modelo económico
desvinculado del ámbito moral y forjado desde el positivismo y la tecnocracia
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principalmente (Conill, 2006b: 114). Es decir, se centró en el funcionamiento eficiente y
la objetividad, manteniéndose al margen de valores, normas y sentimientos morales y
erigiéndose sobre un enfoque egoísta y completo de racionalidad que, como argumenta
el premio nobel de economía de 1998 Amartya Sen, supone un rotundo «rechazo de la
visión de la motivación relacionada con la ética» (1989: 33).
La impronta dejada por el discurso marginalista no quedó reducida al ámbito
puramente económico. Con el paso del tiempo, su visión del ser humano —en tanto que
homo oeconomicus—, fue calando todo ámbito de actividad humana, como la política,
la educación, el derecho o la familia, transformando incluso “nuestro modo de pensar,
de analizar las cosas y de actuar en lo privado y en lo público” (Conill, 2006b: 120).
Sin embargo, actualmente existen voces discordantes respecto a la verdad de tales
fundamentos. Este proceso crítico se ha venido constituyendo desde que en Theory of
Game and Economic Behavior (1944) los matemáticos John Von Neumann y Oskar
Morgenstern propusieron los juegos de estrategia —el dilema del prisionero, el juego
del ultimátum, el juego del dictador, etcétera— como fuente y método de estudio del
comportamiento racional del agente económico. Pero lejos de lo esperado en primera
instancia, que se trataba de una herramienta plausible para la observación,
matematización, contrastación y predicción de la conducta humana en un contexto
competitivo como el económico, la proliferación de contradicciones cuya demostración
no resultaba posible sin la negación de la propia teoría, abrió una brecha insalvable en
su pretensión de completitud.
Este hecho también ha sido corroborado por algunas de las ciencias emergentes,
como la neuroeconomía. Ésta, desde una economía de carácter conductual y
experimental que aúna los juegos de estrategia con las últimas tecnologías en extracción
de imágenes de la actividad cerebral, ha conseguido demostrar empíricamente el
importante papel que desempeñan los sentimientos y emociones en todo proceso
racional de toma de decisiones, especialmente aquellos que emanan de principios y
valores morales. Desde este punto de vista se evidencia que el ser humano está
predispuesto a cooperar con sus semejantes en un contexto tan competitivo como el
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económico. No sólo porque con ello puede conseguir equilibrios óptimos capaces de
satisfacer un máximo beneficio para todos los agentes en relación, cosa que el egoísmo
no logra. También porque se trata de un comportamiento que la gran mayoría de
implicados considera tanto exigible como deseable para sí mismo y para los demás.
Para los estudios neurocientíficos, tras esta desviación del modelo preponderante
subyace la capacidad humana de reciprocar. El ser humano actual, por consiguiente, no
es tanto el reflejo de la homogeneidad comportamental y motivacional que
supuestamente regía el comportamiento de los primitivos cazadores-recolectores, sino el
resultado de un proceso genético-cultural cuya evolución ha desembocado en un ser
heterogéneamente emotivo, sentiente y comportamental capaz de concretar objetivos
comunes con sus semejantes, coordinar las acciones y comprometerse en su
satisfacción.
Los datos que está aportando la neuroeconomía y otras disciplinas de las
neurociencias abren, pues, una brecha insalvable para las teorías sustentadas sobre la
racionalidad perfecta y completa que supuestamente guía al agente en los procesos
relacionales y de toma de decisiones dentro de los distintos contextos de actividad
humana. Este hecho es especialmente significativo, puesto que promueve desde el
propio ámbito económico una economía cordial — relacional, emotiva y reflexiva—; es
decir, una economía que no da la espalda a los mínimos de justicia que marcan el límite
irrebasable de una sociedad con un nivel post-convencional de desarrollo moral, a
aquellas emociones y sentimientos prosociales que subyacen a una acción interpersonal
dirigida a satisfacer objetivos comunes y altamente beneficiosos para todos agentes en
relación, ni a la crítica de lo vigente.
El objetivo de esta comunicación será dar cuenta del lugar que ocupa la reciprocidad
en nuestro cerebro humano; las características que lo configuran y le dan sentido —
especialmente su fundamento moral— y su generación y potencialidad en el terreno
práctico. Para ello, en primer lugar se mostrarán las principales aportaciones de las
neurociencias —especialmente la neuroeconomía y la neuroética— al estudio de la
reciprocidad en humanos; en segundo lugar se incidirá en los aspectos morales de tales
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aportaciones, aunque proponiendo orientaciones para su desarrollo desde un punto de
vista ético-crítico; finalmente, en tercer lugar se reflexionará sobre la emergencia y
desarrollo de la reciprocidad en el terreno practico, especialmente en cuanto a su valor
para las instituciones y organizaciones económicas y políticas.
1. Neuro-reciprocidad: bases neuronales de la cooperación humana
La teoría de juegos neuronales nace en 2001, cuando el premio nobel de economía de
2002 Vernon Smith junto con Kevin McCabe, Daniel Houser, Theodore Trouard y Lee
Ryan comienzan a aplicar los juegos de estrategia como método de estudio de las bases
cerebrales del comportamiento del agente económico. La diferencia entre ésta y otras
posturas de la teoría de juegos, como la tradicional y la evolutiva, radica en su intento
por predecir el comportamiento del agente económico a través de la observación de su
actividad cerebral, no de su comportamiento, aunando de este modo los juegos de
estrategia y las técnicas de extracción de imágenes.
La neuroeconomía —dentro de la cual se inserta la teoría de los juegos neuronales—
había comenzado su andadura unos años antes. Concretamente en 1996, tras la
publicación de «On the Neural Computation of Utility» de Peter Shizgal y Kent
Conover. Sin embargo, los primeros experimentos se centraron principalmente en el
estudio del comportamiento animal y no utilizaron los juegos de estrategia como
método para el estudio de la actividad cerebral. Con la publicación de «A Functional
Imaging Study of Cooperation in Two–Person Reciprocal Exchange» (McCabe et al.,
2001) se dio un salto cualitativo tanto para esta emergente disciplina como para la
propia teoría de juegos. Por un lado, porque la teoría de juegos aportaba experiencia y
solidez, y por tanto mayor confianza en sus resultados, a los novedosos estudios
neuroeconómicos. Principalmente, porque la base teórica de los juegos había sido
madurada durante más de cincuenta años, algo que no estaba al alcance de otras
disciplinas de las neurociencias que se vieron abocadas a tener que crear métodos
nuevos o adoptarlos de otros ámbitos de estudio. Y por otro lado, porque las técnicas de
extracción de imágenes cerebrales utilizadas por la neuroeconomía suponían un
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complemento excelente para poder consolidar la teoría. Ya no era necesario apoyarse en
la explicación ofrecida a posteriori por el sujeto de estudio sobre una respuesta dada,
ahora era su cerebro quien hablaba al mismo tiempo que se generaba la respuesta.
Desde sus inicios, la complementación entre teoría de juegos y técnicas de extracción
de imágenes proporcionó importantes avances en el campo de estudio de la racionalidad
económica. Entre otras cuestiones, la constatación de a) la implicación de los
sentimientos y las emociones en los distintos procesos racionales de toma de
decisiones; b) la posibilidad de establecer equilibrios óptimos altamente beneficiosos
para las partes en relación gracias a recursos intangibles como la confianza, la
reciprocidad y la reputación; y c) la implementación de la reciprocidad como condición
de posibilidad del establecimiento de relaciones interpersonales colaborativas.
a) El papel de los sentimientos y las emociones en los procesos racionales de toma
de decisiones: El tema de la heterogeneidad motivacional del agente y su papel
en los procesos racionales de toma de decisiones ha sido muy recurrente en un
buena parte de las disciplinas neurocientíficas. Ya en 1992 Antonio Damasio
proponía una estructura emotiva y reflexiva de la razón, indisociable en todo
proceso racional de toma de decisiones. Para Damasio, las emociones tienen una
base cognitiva y experiencial que se proyecta sobre la decisión a través de
sentimientos positivos o negativos vinculantes, generando sensación de rechazo
o proximidad ante las respuestas de uno mismo o de los demás (1992, 2003).
En esta misma línea de pensamiento, otros como Ernst Fehr y Bettina
Rockenbach (2003) han encentrado sus estudios en la implicación de los
sentimientos negativos en el rechazo de ofertas positivas a través de juegos de
estrategia, especialmente aquellas que siendo sustancialmente favorables para un
jugador, son rehusadas como castigo por lo que consideran un comportamiento
inapropiado. Por ello, sugieren que tras una racionalidad homogénea con
pretensiones de completitud como la adoptada por la teoría tradicional subyacen
graves deficiencias que la hacen inconsistente. Principalmente, porque pasa por
alto la capacidad de los jugadores de elaborar juicios morales; es decir, los
efectos negativos derivados de la aplicación de sanciones sobre aquellas
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acciones que éstos consideran injustas, puesto que el castigo tiene un alto coste
para el sancionado, pero también para aquel que inflige la sanción. Por tanto, de
la aplicación del castigo subyacen motivos para la acción derivados del
compromiso del jugador con aquellos valores, principios o normas de carácter
prosocial.
En este sentido, imágenes cerebrales captadas en participantes del juego del
ultimátum, por ejemplo, revelan que cuando el receptor de la oferta percibe una
respuesta como injusta, se activan distintas áreas de su cerebro: la ínsula anterior
—área relacionada con los sentimientos—, la corteza prefrontal dorsolateral —
área involucrada en la cognición— y la corteza cingalada anterior —área
implicada en el placer o la recompensa—. Dependiendo del grado de activación
de cada una de una de estas partes, el jugador toma una decisión u otra. Por
tanto, la decisión no está motivada sólo por el autointerés del jugador sino por
un conjunto de factores que determinan la respuesta final del jugador. Entre
ellos, la posibilidad de maximizar el beneficio, pero también el análisis de las
consecuencias derivadas, los sentimientos y las emociones prosociales que
llevan a los jugadores a preocuparse por el bienestar de los demás, o los valores,
normas, y principios morales por los cuales son capaces de comprometerse
independientemente de si ofrecen o no un resultado óptimo para el jugador.
a)
La posibilidad de la cooperación: El tema de la cooperación también ha sido
extensamente tratado desde las neurociencias. El estudio pionero en el uso de
los juegos de estrategia en la neuroeconomía (McCabe et al., 2001), por
ejemplo, señala que la activación neuronal de los participantes en juegos de
estrategia muestran un córtex prefrontal mucho más activo en aquellos
jugadores que mantienen estrategias cooperativas que en los que optan por no
hacerlo. Este hecho sugiere que la cooperación no autointeresada goza de
buena salud dentro en el ámbito económico, puesto que las bases del egoísmo
a) se encuentran muy alejadas del córtex prefrontal y b) carecen de actividad
reseñable cuando esta cooperación se pone en funcionamiento.
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Otros estudios neuroeconómicos relevantes en el campo de la relacionalidad en
un contexto de actividad humana como el económico, han destacado el valor
de ciertos recursos intangibles en su emergencia y potenciación: confianza,
reciprocidad y reputación. Entre ellos cabe destacar «Oxytocin increases trust
in human» (Michael Kosfeld et al.). Éste, mediante la implementación de un
juego de confianza, demuestra empíricamente que a) es posible alterar el
comportamiento
del
agente
económico
a
través
de
manipulación
neurofarmacológica, b) existe una relación directa entre los niveles de
oxitocina en el cerebro y la emergencia y potenciación de la confianza
implicada en los procesos cooperativos no autointeresados; y c) este tipo de
confianza permite que los agentes asuman mayores riesgos cuando buscan
maximizar el beneficio, pero sólo si estos se hallan vinculados con relaciones
interpersonales. Entre otras cosas, el estudio sugiere que la teoría económica
preponderante comete un grave error al analizar toda conducta cooperativa
desde un único punto de vista, puesto que las bases neurobiológicas de los
distintos tipos de relaciones observables en los juegos de estrategia responden a
áreas del cerebro diferentes y poco relacionados, por lo que interpretar la
acción colectiva partiendo de la posición autointeresada del jugador supone un
sesgo que impide interpretar correctamente la realidad subyacente.
También es significativo en este sentido «What motivates repayment? Neural
correlates of reciprocity in the trust game» (van den Bos et al., 2009), cuyo
objetivo es desentrañar los correlatos neuronales de la reciprocidad mediante
imágenes cerebrales extraídas a través de la implementación de juegos de
confianza. El estudio muestra que, por un lado, varias regiones del cerebro
asociados con los juicios morales (aMPFC, rTPJ), la recompensa y la
excitación (VS, IC) y la inhibición de los impulsos egoístas (ACC, rDLPFC),
trabajan conjuntamente cuando los individuos reciprocan. Por otro, que los
jugadores tienen una mayor predisposición a reciprocar cuanto mayor es el
nivel de confianza que debe asumir el primer jugador para relacionarse con los
demás y cuanto mayor es el beneficio que puede lograr el fiduciario por
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confiar, lo cual indica que los reciprocadores actúan teniendo en cuenta tanto
las consecuencias para sí mismos como para los demás. Y finalmente, que los
procesos individuales de toma de decisiones se hallan modulados por los
valores sociales que atesoran los diferentes jugadores. Por todo ello, el estudio
sugiere que un recurso intangible como la reciprocidad es un elemento clave
para la interacción social y que, además, la confianza recíproca es condición de
posibilidad de su implementación y desempeño.
Finalmente, cabe destacar al respecto «Indirect reciprocity provides only a
narrow margin of efficiency for costly punishment» (Ohtsuki et al., 2009),
donde se destaca el papel de un recurso como la reputación en la puesta en
marcha de procesos cooperativos no meramente autointeresados, como puente
bidireccional entre el acto recíproco y la confianza para implementarlo.
b) La reciprocidad como condición de posibilidad de la cooperación: Los
diferentes trabajos sobre el papel de los sentimientos y las emociones en los
distintos procesos decisorios y sobre las posibilidades de establecer equilibrios
óptimos apuntan a la reciprocidad como condición de posibilidad de una
cooperación no meramente estratégica capaces de maximizar el beneficio de
todos los implicados. De ahí que buena parte de los estudios neuroeconómicos
se hayan centrado en aspectos concretos de ésta, como por ejemplo las bases
neuronales del castigo altruista estudiado por «Altruistic punishment in
humans» (Fehr y Gächter) y «The efficient interaction of indirect reciprocity
and costly punishment» (Rockenbach y Milinski), una de las más significativas
aportaciones de los teóricos de la reciprocidad fuerte, o el proceso neuronal que
subyace a la reciprocidad humana durante las interacciones sociales estudiado
por «Neural correlate of human reciprocity in social interactions» (Sakaiya et
al., 2013). Éstos y otros estudios relacionados
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muestran que tras la
reciprocidad subyacen cuestiones importantes que obligan a reflexionar sobre
los márgenes de la racionalidad económica preponderante, así como una
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Para una mayor profundización de estos temas van den Bos et al., 2009; Ohtsuki et al., 2009; Strobel et
al., 2011.
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estrecha relación entre ésta y la posibilidad de concretar equilibrios desde los
que abordar objetivos comunes altamente beneficiosos para las partes
implicadas y/o afectadas. En primer lugar, la vinculación entre una actitud no
recíproca y la emergencia de emociones negativas en aquellos agentes que
cooperan. En segundo lugar, la percepción de que el castigo impuesto a los que
violan las reglas del juego está moralmente justificado. En tercer lugar, que
existe una relación directa entre la identidad del otro y reciprocidad humana
(persona vs. máquina). En cuarto lugar, los sentimientos positivos que
despiertan en los jugadores aquellas personas que llevan a cabo acciones
recíprocas (tit-for-tat vs. azar).
A través de estas cuestiones, la teoría de juegos neuronales está ofreciendo datos que
corroboran la necesidad de reconceptualizar la racionalidad económica para orientarla
hacia un nuevo paradigma emotivo y relacional. Entre otras cuestiones importantes, que
los comportamientos de los agentes en contextos altamente competitivos se encuentran
modulados por una heterogeneidad comportamental y motivacional que abarca desde el
egoísmo más básico hasta diferentes formas de altruismo o reciprocidad, que los juicios
morales tienen un papel relevante en los procesos de toma de decisiones dentro de la
economía, y que tras los sentimientos y emociones que posibilitan coordinar las
acciones subyace una dimensión estratégica, pero también moral. Tales cuestiones
sugieren la necesidad de llevar a cabo una ampliación de los márgenes de la
racionalidad económica en sentido emotivo y moral, y por tanto relacional,
introduciendo en la base de la información variables como los sentimientos y las
emociones prosociales y los valores, normas o principios que subyacen de los juicios
morales implicados en los procesos decisorios. De esto modo, rdo ello sugiere que la
reciprocidad humana más desarrollada se adentra en las fronteras de la
intersubjetividad, donde los afectados se reconocen mutuamente como seres capacitados
para emocionarse por uno mismo y por los demás y como interlocutores válidos
competentes para discernir discursivamente aquello que es justo, y por consiguiente
legítimo, y para elaborar y orientarse por juicios morales.
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2. Reciprocidad cordial: aspectos éticos de la relacionalidad humana
Partiendo de este nuevo punto de vista, economistas, sociólogos, antropólogos,
biólogos, politólogos, neurocientíficos, psicólogos y filósofos principalmente, han
venido trabajando tanto en la conceptualización del concepto como en la observación y
el desarrollo de estrategias y propuestas aplicables en diferentes ámbitos de actividad
humana, especialmente el económico; enfoques dispares que en su inmensa mayoría
han demostrado la miopía que subyace tras un modelo de economía axiomatizado y
forjado sobre la supuesta racionalidad perfecta y completa del agente económico que
deja a un lado tanto la reflexión crítica como los sentimientos y las emociones.
Así, se han evidenciado y propuesto modelos de reciprocidad en la práctica cuya
aplicación e implementación permite a los agentes proyectos conjuntos altamente
beneficiosos para las partes implicadas, como el altruismo recíproco de Roberts Trivers,
James Friedman y Robert Axelrod, la reciprocidad indirecta de Richard Alexander y
Robert Sugden, el egoísmo recíproco de Robert H. Frank, la reciprocidad social de
Elinor Ostrom, la reciprocidad fuerte de Samuel Bowles Bowles y Herbert Gintis entre
otros, la reciprocidad incondicional de Luigino Bruni, la reciprocidad transitiva de
Stefano Zamagni.
De todos estos modelos subyace la idea de una razón ultra-social o cooperativa que
permite a las implicados y/o afectados establecer y sostener procesos relacionales
interpersonales dentro de los distintos ámbitos de actividad humana (Tomasello, 2014b,
192-193). Una razón que, como muestran los experimento de Michael Tomasello,
emerge y se desarrolla durante los primeros años de vida del ser humano,
permitiéndoles comprometerse activamente en el seguimiento y cumplimiento de las
normas aprehendidas incluso cuando no existen expectativas de una recompensa
implícita, de una reprobación por incumpliendo por parte de una figura con autoridad, o
de coste cero para las acciones de castigo hacia quienes no cumplen con las normas.
Existe, pues, un horizonte normativo tras la cooperación que va más allá del parentesco,
del nepotismo o del potencial instrumental inherente a este tipo de comportamientos que
está ligado al reconocimiento de la dignidad del otro, a la vulnerabilidad de uno mismo,
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y a la estima hacia todo aquello de lo que se tienen buenas razones para valorar. Es
decir, concurre un tipo de reciprocidad que escapa a la mera instrumentalización de los
sujetos en relación y se adentra en el terreno del reconocimiento, de la cordialidad y de
la intersubjetividad y que es la base de toda cooperación y colaboración interpersonal
que quiere estar, por decirlo en palabras de Ortega y Gasset, “«a la altura de los
tiempos», con hiperestésica conciencia de la coyuntura histórica” (2004, 117).
Sin embargo, la gran mayoría de estos enfoques propuestos adolecen de un marco de
referencia capaz de orientar tales conductas recíprocas hacia el horizonte de actuación
que les da sentido y legitimidad. Y las que lo han intentado, como la reciprocidad
transitiva propuesta por el economista Stefano Zamagni2 , no han logrado ir más allá de
una importante pero insuficiente ética de la virtud o ética del perfeccionamiento,
preocupada por dilucidar prudentemente qué virtudes son parte constitutiva de un
carácter excelente de acuerdo con los intereses de una sociedad concreta para, entre
otras, permitir a los implicados desarrollar sus planes de vida buena en relación con los
demás. Todos ellos adolecen, pues, de un punto de vista crítico-reflexivo capaz de
introducir la propuesta en el nivel de desarrollo moral post-convencional de las
sociedades global actuales, por lo que pierden el sentido que les da credibilidad social.
Una propuesta que estaría en consonancia con estas ideas, es la reciprocidad cordial
que subyace del enfoque de ethica cordis desarrollado por Cortina en sus últimos
trabajos (2007a, 2007b, 2010, 2011, 2013). Ésta, en tanto que relación interpersonal
incondicional e incondicionada donde los seres competentes para hablar y actuar
reconocen mutuamente sus capacidades emotivas, sentientes y dialógicas para llegar a
entenderse y comprometerse sobre el marco de actuación y el desempeño de objetivos
particulares, colectivos o universalizables en cualquier ámbito de actividad humana,
permitiría a mi juicio introducir el necesario punto de vista moral en los distintos
enfoques de reciprocidad observados y desarrollados desde la socio-biología, la
economía evolutiva o la economía humanista para, desde ahí, orientar los
comportamientos implícitos hacia su necesaria legitimidad moral y sentido social.
2
Para profundizar en este tipo especial de reciprocidad Calvo (2013a).
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En este sentido, un enfoque de reciprocidad de carácter compasivo constituiría el
marco irrebasable de toda propuesta de reciprocidad que humanamente se precie,
marcando los mínimos de reconocimiento y respeto entre las partes implicadas y/o
afectadas sin los cuales no es posible construir una relación interpersonal con sentido
social y moral tendente al beneficio particular, colectivo o general. Por tanto, de este
tipo de reciprocidad subyacen diferentes rasgos básicos que la convierten en orientación
de la acción de toda relación reciproca; es decir, en condición de posibilidad de su
concreción e implementación:
A) Bidireccional: Se trata de una relación interpersonal y bidireccional que se
sustenta en el respeto mutuo hacia las capacidades emotivas, sentientes y
dialógicas de uno mismo y de los otros y la participación activa de las partes.
B) Cordial: Es una reciprocidad cuyo germen se encuentra en el desarrollo de
una razón compasiva donde lo racional es aquello que combina los
argumentos emotivos, sentientes y dialógicos de los implicados en los
proceso de satisfacción de un objetivo propio o mutuo.
C) Incondicional: Es una reciprocidad sustentada sobre relaciones de libertad,
donde no existe coerción externa posible que obligue a las partes a cumplir
con los compromisos de reconocimiento alcanzados. Está basada en
expectativas mutuas de comportamiento cuyo sentido y legitimidad le
otorgan fuerza de vínculo y obligación; pero no legal, sino moral.
D) Incondicionada: Es una relación cuya concreción no se haya limitada a la
respuesta proporcional del otro. Es decir, aunque exista un otro que no
reconozca a los demás en su dignidad, los demás sí reconocen en él su valor
como persona, puesto que la relación se encuentra intrínsecamente ligada con
el reconocimiento mutuo de quien se halla ante un otro que es absoluto, un
fin en sí mismo que aporta buenas razones para desear que se preserve
dignamente.
E) Vital: Es un reciprocidad que hunde sus raíces en el mundo de la vida,
vinculando su sentido e inviolabilidad a las experiencias de reconocimiento
mutuo sobre aquellas formas de vida concretas y ethos particulares.
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F) Comunicativa: Es una reciprocidad que se alimenta y enriquece del
compromiso y la participación activa y dialógica de todos implicados y/o
afectados.
G) Inclusiva: Es un reciprocidad que dirige su atención sobre todos los seres
humanos, sin distinción, con independencia de las diferencias y
particularidades de cada uno de ellos y de cuáles sean sus máximos de
felicidad.
H) Universal: Es una reciprocidad que mantiene una perspectiva intersubjetiva y
universal; es decir, cuyas expectativas en juego no responden al interés
particular y estratégico de individuos y sociedades concretas, sino al general
y legítimo que puedan tener todos los seres que merezcan ser considerados en
su dignidad. Del mismo modo, cuyo desempeño tiene efectos positivos sobre
todas las sociedades humanas y sus ciudadanos.
A través de estos rasgos básicos, la reciprocidad cordial se postula como condición
de posibilidad de la emergencia, desarrollo y desempeño de una cooperación no
meramente estratégica capaz de obtener óptimos beneficios en contextos económicos.
El reconocimiento y el respeto activo por lo reconocido genera vínculos sólidos entre
las partes interesadas que posibilitan una relacionalidad tendente a la satisfacción de un
máximo beneficio económico, ya sea propio o mutuo.
Por consiguiente, a mi juicio la reciprocidad se constituye como condición de
posibilidad de aquellos equilibrios óptimos capaces de generar altos beneficios entre los
implicados y/o afectados; es decir, entre los stakehoders cordiales de la empresa. Ahora
bien, una cosa son las distintas relaciones de reciprocidad que son capaces de establecer
y abordar con éxito los agentes en relación según sea el caso y otra muy distinta es el
marco necesario desde el cual pueden desarrollarse estos comportamientos altamente
beneficiosos para los implicados sin perder el horizonte de actuación que les da sentido
de existir y, por consiguiente, legitimidad moral y social para actuar. Todo
comportamiento recíproco que desee estar a la altura de una sociedad cordial —madura,
emotiva, sentiente, dialógica y comprometida— debería partir de ese mínimo que
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constituye el reconocimiento mutuo de hallarse frente a seres capaces de dialogar,
valorar, emocionarse, actuar y comprometerse en cualquier ámbito de actividad, incluso
el económico; de relacionarse cordialmente en busca de sentido sobre las distintas
cosas, experiencias, proyectos y decisiones del mundo vital.
Así, independientemente de su interés, los distintos enfoques de reciprocidad, como
el altruismo recíproco, la reciprocidad indirecta, el egoísmo recíproco, la reciprocidad
social, la reciprocidad fuerte, la reciprocidad incondicional o la reciprocidad transitiva
entre otras, deberían partir de ese mínimo irrebasable que representa el reconocimiento
de la dignidad de los agentes en relación; es decir, desde una reciprocidad cordial que
les permita estar a la altura de una sociedad cordial que reconoce y respeta activamente
las capacidades de sus ciudadanos.
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