CAPITULO XI GARDEL El morocho se cogía a la Ritana que era la

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CAPITULO XI
GARDEL
El morocho se cogía a la Ritana que era la esposa de Juan Garesio
que era el dueño del Chantecler y eso lo sabía todo el mundo. El
que lo salvó fue Ruggierito. Garesió lo quería matar al Morocho,
está bien que la Ritana era una puta y su nombre de guerra era
Madame Jean y que Juan Garesio lo sabía, pero que se la cogiera
Gardel era demasiado, porque Gardel ya era un capo, y ningún
capo se iba a coger a la mujer del Cafishio más grande Buenos
Aires, pero Ruggierito era más Grande que Garesio, porque era de
Avellaneda y de Barceló y del Riachuelo y del otro lado de la
Reina del Plata, del lado negro, del lado macho en serio, así que le
mandó sus matones a Garesio y bien clarito con muchos fierros en
la mano le explicaron que con el Morocho no se metieran que si
se metían con Gardel, el Chantecler iba a quedar hecho mierda y
que iban a matar a todos, a “Geranio”, o como mierda se llamara a
“la Britana” y a todas las putas, y Garesio sabía que Ruggierito
era un hombre de palabra. Así que lo dejó de joder al Morocho.
Además, Ruggierito, con la ayuda de Barceló, le había hecho
hacer a Gardel un documento de identidad que proclamaba que el
Morocho había nacido en Avellaneda, y así Gardel pudo tirar el
documento original a la mierda y con el falso limpiarse de la yuta
que lo perseguía cuando aún no era el Morocho sonriente del
Abasto y necesitaba de la protección de Ruggierito, que era de
verdad un hombre de palabra.
Que era un hombre de palabra estaba más claro que el agua.
Cuando lo mataron –a Ruggierito- la Porota, que fue otra sus
mujeres, Ana María Gómez, otra puta que amó mucho a
Ruggierito le dijo al comisario Habiague, el que llevó la
investigación del asesinato del capo de Avellaneda, le dijo eso,
que Juan había sido bueno pero lo dijo con solemnidad y sin
soslayar las diferencias por las que se separaron.
“Conservo de Juan los mejores recuerdos de mi vida. Fui su gran
amiga. Era todo un hombre. Hace algunos años nos habíamos
separado porque no congeniábamos. Sin embargo, y lo digo con
orgullo, Ruggiero me ayudó a crearme una posición holgada, sin
ningún interés. La vida de Juan es conocida por todo el mundo.
Sí, había cometido muchos errores, tal vez alguna mala acción.
Pero hizo todo el bien que pudo cuando su posición se lo
permitió. Puso toda su influencia al servicio de causas donde no
podía esperar ganancia alguna”.
Es indudable que tenía enemigos y enemigos de muerte. Sabían
éstos que de frente les resultaría imposible dominarlo, y tuvieron
que llegar a la emboscada para asesinarlo. Juan no fue un malevo.
Tenía el alma de un caballero. Jamás, nunca en los años que duró
nuestra amistad, Ruggiero negó su mano quien solicitó su auxilio.
Hasta a sus enemigos protegía cuando los veía caer en desgracia.
No puede ser un mal hombre quien siempre ayudó a sus padres.
Les compró una casita en Rangelagh, y en ella se refugiaba
cuando quería descansar algunos días. Tenía mala fama, yo lo
comprendo. Pero estaba lleno de bondad y sentimientos generosos
para los necesitados. Aquel que llegaba a su puerta tenía la
certeza de no pedir en vano”.
¡Cuántas mujeres lloraron a Ruggierito! ¿Cuántas discretas y en
las habitaciones de sus maridos formales, humedecieron sus
pañuelitos blancos por ese hombre soñado? ¿Cuántos hombres
existen y son apuestos y son capaces de asesinar y de jugarse la
vida? Ruggierito fue un asesino bienhechor.
Eso creía Rosa, que fue quien más lo lloró porque el cacatúa pasó
a ser con los años y las vueltas de la vida y gracias a Avellaneda,
y al Riachuelo y a los Burdeles, y al tango y a Gardel, y a Garesió
y a Barceló y gracias a todas las putas que lo amaron, que lo
amaron más de lo que amaron a sus novios formales y a sus
maridos, porque el amor es prostitución, eso creía Rosa que era
un genio y que leía a Baudelaire desde que un amante francés le
leyó esa frase que le cambió la vida: “el amor es prostitución”,
creía Rosa como Baudelaire y cuando lo mataron a Juan, porque
ella sabía que lo iban a matar, lo sabía desde que el mismo
momento en que le gritó a él, a Juan, a Juancito, desde el
lavadero, cuando ella se subió la pollera a propósito, y cuando el
temblaba y ella lo llamó, le pidió, le rogó, le gritó con toda su
alma y su cuerpo que se levantara, que se hiciera hombre.
“Mostramelá Juancito, mostramelá, Juancito, mostramelá,
Juancito, Juancito, Juancito, Juancito, Juancito, mostramelá, mi
amor Juan, Juan mi amor, hubiera querido besar tu sangre, tu
sangre como te besé y te ame Juan, Juan mi amor, mi macho,
nene, bebé, Juancito, te mataron Juan, en tu ley Juan, y yo ahora,
ahora que me baten Margot, Juan, lloro y me desangro con vos
Juancito del alma, Juancito de Avellaneda, de mi casa de tu
terraza y de mi casa, de tu nacer conmigo a la lujuria, Juan, a la
vida, Juan, mi nene, tu sangre también fue mi primera sangre,
porque fuiste vos al fin, el primero que estuvo en mí Juan. Mi
sangre fue tuya. El primero Juan, se fue mi vida Juancito, y ahora
que estás muerto y bien muerto vos lo sabés Juan, lo sabés ahora
más que nunca, envuelto en la bandera argentina, Juan, vos sabés
querido, sabés bien mi macho de siempre y para siempre que de
todas las putas de Avellaneda, vos lo sabés bien, Juan de mi vida
y de mi alma, de todas las putas de Avellaneda que tanto te
quisieron Juan, ninguna, pero ninguna Juan te quiso, como yo te
quiero”.
CAPITULO XII
JACOBO
Jacobo se llamaba Jacobo Silberman y era un ruso fuerte como un
ropero. Un tipo importante dentro de la Zwi Migdal. El había
ideado la revancha a tiros desde la choza de Raquel. El manejaba
varias casas en el centro y el mismo había sido el ideólogo de la
expansión de la organización hacia Avellaneda, sin temerle ni a
Barceló ni a Ruggierito.
Y fue él también el que ideó la idea de la tregua. Cuando Raquel
le contó lo de la masacre perpetrada por Benítez y por Flores,
Jacobo pensó primero en la venganza y después en una sociedad.
Días después del tiroteo en el Riachuelo le mando una carta el
mismísimo Ruggierito.
-Usted se salvó porque yo ordené que no lo mataran. Porque yo lo
quería vivo. Ahora quiero conversar con usted. Si se anima lo
espero bajo el Puente, el viernes a las 11 de la noche. Yo voy a ir
sólo y sin armas. Usted haga lo que quiera.
Ruggierito no podía resistirse a esa invitación. Jacobo entendía de
psicología. Iba a ir e iba a ir solo. Porque a macho no le iba a
ganar nadie.
Y fue.
Jacobo tenía una barba negra mal recortada y su rostro le
resultaba repugnante a Ruggierito.
Estaba efectivamente solo, parado solo como un espectro bajo el
puente.
Ruggierito llegó, curioso, más que temeroso.
-¿Quién mierda es usted y qué carajo quiere?
-Yo quiero lo que usted quiere.
-Mire viejo, yo no estoy para jodas ni para hacerla larga. El otro
día casi me mata y ahora juega a las adivinanzas. Hablé de una
vez o váyase a la concha de su madre.
-Quiero que trabaje para mí. Que lo deje a Barceló. Ese tipo lo va
a matar de verdad y usted no se da cuenta.
-¿Y para qué quiere que yo trabaje para usted?
-Porque usted se llama Juan Ruggiero y no Jacobo Silberman
como yo. Porque a un tipo como yo acá lo odian y a un tipo como
usted acá lo aman. Porque usted despierta menos sospechas que
yo. Porque nuestra organización es tan grande como la de Barceló
y porque usted cree que Barceló lo quiere a usted. Yo sé que lo
quiere matar.
-Váyase a la mierda. Le dijo Ruggierito antes de darse vuelta y
tomárselas.
Pero se quedó pensando.
LOS POEMAS DE ROSA
EL CUERPO
Una tarde, casi de noche, cuando volvía del cine Royal, Rosa
tomó su cuaderno de Poemas Mínimos, su pluma de vidrio que se
volvía azul y escribió con lágrimas en los ojos
No tengo más que esto
Ni mirada, ni palabras, ni pensamientos
No tengo más
Ninguna otra cosa
Ni sentimientos, ni pasiones, ni ideales
Ni esperanzas, ni principios, ni siquiera vanidades
No tengo nada más que esta hoguera
Que sólo quema
Aunque es helada
Como el vacío
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