La figura legal del menor maduro (mature minor) en materia

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D ER EC HO EN SOC IED AD , N .º 6.
Enero del 2014
Revista electrónica de la Facultad de Derecho, ULACIT–Costa Rica
La figura legal del menor maduro (mature
minor) en materia sanitaria a partir del
artículo 12 de la Convención sobre los
Derechos del Niño
Luis Rivera Ayala52
Resumen
La idea de que un menor de edad pueda expresar su opinión libremente en todos los asuntos que lo
afectan, en función de su edad y madurez, no era muy aceptada en la legislación interna. Sin
embargo, todo cambia cuando hablamos de un niño que esté en condiciones de formarse un juicio
propio, pues el niño es sujeto de derecho internacional de acuerdo con la Convención sobre los
Derechos del Niño. En los sistemas legales de derecho continental, esta disposición deriva en el
principio de ejercicio progresivo de las facultades. En la common law, a través de su desarrollo
jurisprudencial, se constituye toda una institución del derecho contemporáneo: el menor maduro.
Este artículo pretende exponer el contenido jurídico de esta figura, partiendo de la Convención
sobre los Derechos del Niño y el análisis comparativo de la legislación interna nacional y extranjera
subsecuente a dicho instrumento internacional.
Palabras clave: niños, niñas y adolescentes; doctrina del menor maduro; interés superior; ejercicio
progresivo de las facultades; Convención sobre los Derechos del Niño.
Abstract
The idea that a child can express their views freely in all matters affecting them, in accordance with
their age and maturity, was not accepted in domestic law. However, everything changes when it
comes to a child who is capable of forming his own, as the child is subject of international law
52 Profesor de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Panamericana, El Salvador. Licenciado en Ciencias
Jurídicas por la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, El Salvador. Diplomado en Formación Pedagógica
para Profesionales por la Universidad Francisco Gavidia, El Salvador. Profesor con especialidad en Ciencias Sociales.
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according to the Convention on the Rights of the Child. In the civil law legal systems this provision
leads to the principle of progressive realization of the faculties. In the common law, through the
jurisprudential developments, it is an institution of contemporary law: the mature minor. This article
aims to clarify the legal content of this figure based on the Convention on the Rights of the Child
and the comparative analysis of the domestic and foreign domestic law subsequent to that
instrument.
Key words: children and adolescents; mature minor doctrine; superior interests; progressive exercise
of the powers, Convention on the Rights of the Child.
Introducción
Según la Declaración de los Derechos del Niño del 20 de noviembre de 1959 (en adelante “DDN”),
adoptada en la Resolución 1386 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, “el niño, por su
falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida
protección legal, tanto antes como después del nacimiento”. Como consecuencia directa, el 2 de
septiembre de 1990, la Asamblea General adoptó en su Resolución 44/25, un instrumento
internacional vinculante para los Estados contratantes, a saber, la Convención sobre los Derechos
del Niño (en adelante “CDN”), cuyo efecto sería directo tanto en la legislación estatal como en el
sistema interamericano53.
Dicho instrumento resulta trascendental para el reconocimiento de los derechos del niño 54, en el
marco del derecho internacional de los derechos humanos, sobre todo porque la CDN constituye un
marco legal que, al incorporarse al derecho interno a través de los mecanismos de recepción de
derecho internacional, enriquece al derecho interno con principios, normas e instituciones propias
de la doctrina de protección integral de los niños. Además, no puede omitirse el desarrollo legislativo
interno que produce en la materia, como parte de las obligaciones internacionales contraídas por los
Estados parte.
53
La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha reconocido en la opinión consultiva oc-17/2002, del 28 de agosto
de 2002, condición jurídica y derechos humanos de los niños (en adelante “oc-17/2002CrIDH”), párr. 29, que “[e]l gran
número de ratificaciones pone de manifiesto un amplio consenso internacional (opinio iuris comunis) favorable a los
principios e instituciones acogidos por dicho instrumento, que refleja el desarrollo actual de esta materia. Valga destacar,
que los diversos Estados del continente han adoptado disposiciones en su legislación, tanto constitucional como
ordinaria, sobre la materia que nos ocupa; disposiciones a las cuales el Comité de Derechos del Niño se ha referido en
reiteradas oportunidades”.
54
Cabe advertir que en este artículo emplearemos los términos “niños” o “niños” para referirnos también a la “niña”, el
“adolescente” y la “adolescente” en razón de que la CDN los comprende dentro de dicho término, sin prejuicio de
utilizar estas denominaciones específicas en contextos que así lo requieran.
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Al tratarse de un instrumento de tan amplia ratificación en el plano internacional, existe la
posibilidad de extrapolar el contenido jurídico tanto de la jurisprudencia internacional como
extrajera en la materia, pues, en esencia, se trata de un mismo contenido jurídico. Tal es el caso de
la figura del mature minor, la cual no es propia del derecho continental. Si bien esta figura ha tenido
su desarrollo en senda jurisprudencia de la common law, la cual construye con toda propiedad su
contenido jurídico, no significa que se trate de un elemento extraño al ordenamiento jurídico de los
sistemas legales continentales, pues la casuística tiene similares connotaciones a las que se presenta
la resuelta en la common law. A esto debe sumarse que el artículo 12 de la CDN establece elementos
jurídicos propios de la figura que se ven condicionados solo técnicamente en la legislación interna.
De ahí que en esta oportunidad nos ocupemos del tema.
La doctrina de protección del niño
Los conceptos de niñez y adolescencia carecen de contenido jurídico en sí mismos por ser
conceptos socio-históricos, cuyas características han condicionado el trato, la crianza y la forma de
ver de los adultos hacia los niños y adolescentes a lo largo de la historia. Por ejemplo, en Roma se
aprecia una superioridad del adulto frente al niño, tanto en aspectos jurídicos como en aspectos
sociales, fundada en criterios biológicos y legales que establecen distinción entre menor y mayor de
edad, infante, púber e impúber (Buaiz, 2007, pp. 20-21). Entre los siglos XVI y XVIII, el niño
aparece equiparado al adulto tanto en aspectos legales como sociales, en razón de considerar al niño
como un adulto en pequeño, dicho de otro modo, un adulto en potencia. Según lo exponen
Newman y Newman (1989,) en las realidades sociales y económicas de la época, se generó “la
opinión de que el niño era una propiedad o un recurso económico” (p. 24), lo que se comprueba
con la fuerza de trabajo que representaban los niños para las familias campesinas de Inglaterra del
siglo XVI, o la esclavitud bajo la cual nacían los hijos de padres esclavos en Norteamérica.
Esta noción se vería afectada por la concepción humanista de Rousseau, en su obra El Emilio,
respecto al niño visto como individuo que “tenía derecho a un ambiente donde se satisficieran sus
necesidades personales” (Newman y Newman, 1989). Aunque en un principio dicha concepción fue
rechazada por los parlamentos de París y Suiza, por sobreponer a la persona frente al Estado, con el
paso del tiempo resultó trascendental para el desarrollo de la legislación contra el trabajo infantil
(Newman y Newman, 1989), de la doctrina internacional de protección integral del niño y de su
desarrollo legislativo actual en el derecho interno en forma de leyes de protección integral.
En el derecho internacional comenzaron a gestarse un conjunto de máximas jurídicas procedentes
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del derecho interno que se dirigían al reconocimiento y protección de los derechos del niño. En la
Declaración de Ginebra de 1924 sobre los Derechos del Niño (en adelante “DGDN”) aparece,
grosso modo, un antecedente, al mencionar que “el niño debe ser puesto en condiciones de
desarrollarse normalmente”. Pese a que las disposiciones de la DGDN solo constituyeron normas
de carácter potestativo, su contenido dogmático fue acogido dentro del derecho interno, sobre todo
el de los sistemas de la common law.
En sentido similar, la DDN postulaba la noción de protección integral al niño a través de principios
“para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad” (principio 6). Claro, la DDN presenta un
desarrollo superlativo frente a la escueta redacción de los deberes de la DGDN pues, entre otras
razones, la noción continuó desarrollándose en los informes y documentos de organismos
especializados y de las organizaciones internacionales cuya actividad giraba en torno al bienestar del
niño. A esto deben sumarse los aportes de la psicología del desarrollo, en su comprensión de la
niñez como una etapa vital y de la adolescencia como un concepto sociológico.
El principio 2 de la DDN declara:
el niño gozará de una protección especial y dispondrá de oportunidades y servicios, dispensado todo
ello por la ley y por otros medios, para que pueda desarrollarse física, mental, moral espiritual y
socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y dignidad. Al
promulgar leyes con este fin, la consideración fundamental a que se atenderá será el interés superior
del niño.
Dicho principio establecía una vinculación consuetudinaria internacional a los Estados parte, la cual
sentaba las bases para la regulación convencional de la doctrina internacional de protección integral
del niño y de la regulación legal en el plano interno. La CDN cumpliría este propósito al reconocer
“los principios sociales y jurídicos relativos a la protección y el bienestar de los niños” (p.1)
configurados en los instrumentos internacionales que le precedían, por lo que esta se constituyó en
un instrumento vinculante en materia de derechos humanos de la niñez y la adolescencia.
Posteriormente, se adicionarían a este corpus iuris 55 convencional, los protocolos facultativos
relativos a la Participación de los Niños en los Conflictos Armados, de 2000, y a la Venta de Niños,
la Prostitución Infantil y la Utilización de los Niños en la Pornografía, de 2002.
55
La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha reconocido en el caso de los “Niños de la Calle” (Villagrán Morales
y otros) Vs. Guatemala. Fondo, párr. 194, la existencia de este “muy comprensivo corpus juris internacional de
protección de los niños”.
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Este corpus iuris recoge lo que conocemos hoy como doctrina internacional de protección de la niñez
y la adolescencia. Claro está, junto a estos instrumentos internacionales que regulan específicamente
la materia, hay que considerar los otros instrumentos que componen la Carta Internacional de
Derechos Humanos y otras disposiciones del derecho regional que resultan aplicables en los
derechos de la niñez y la adolescencia. Asimismo, no podemos omitir su desarrollo en los actos
normativos de las organizaciones internacionales y especializadas, como OIT, UNICEF o el Comité
de los Derechos del Niño. De modo que la doctrina internacional de protección integral de la niñez
y la adolescencia es todo un complexus.
Interés superior y ejercicio progresivo de las facultades
El principio del interés superior es quizá el principal aporte de la doctrina internacional de
protección de la niñez y la adolescencia al ámbito jurídico (principio 7 de la DDN y art. 3.1 de la
CDN). Su contenido jurídico constituye un criterio de interpretación tanto en sede judicial como
administrativa, un criterio orientador de la técnica legislativa y un criterio de aplicación de la norma
respecto al niño. De hecho, el derecho interno lo incorpora a través de sus mecanismos de
recepción, por su efecto directo en el ordenamiento jurídico interno y la técnica legislativa56.
Pero más allá de la precisión que el legislador pueda darle al interés superior al detallar sus elementos
en la norma de derecho interno, su contenido jurídico esencial ya está determinado por el derecho
internacional. De ahí que para el Comité de los Derechos del Niño, en su observación general Nº 14
sobre el derecho del niño a que su interés superior sea una consideración primordial (en adelante
“CRC/C/GC/14”), párr. 6, el interés superior tiene una triple naturaleza jurídica: a) como un
derecho sustantivo, porque debe tomarse en cuenta para tomar una decisión respecto a distintos
intereses como “garantía de que ese derecho se pondrá en práctica siempre que se tenga que adoptar
una decisión que afecte a un niño, a un grupo de niños concreto o genérico o a los niños en
general”; b) como un principio jurídico interpretativo fundamental, claro está en el marco del corpus
iuris internacional, sobre el entendido que “si una disposición jurídica admite más de una
interpretación, se elegirá la interpretación que satisfaga de manera más efectiva el interés superior del
56
Existen algunas definiciones legales incorporada en la legislación interna, como el artículo 12 de la Ley de Protección
Integral de la Niñez y la Adolescencia (en adelante “LEPINA”), de El Salvador, que define el interés superior como
“toda situación que favorezca su desarrollo físico, espiritual, psicológico, moral y social para lograr el pleno y armonioso
desenvolvimiento de su personalidad”; el artículo 3 de la Ley 26061 de Protección Integral de los Derechos de las Niñas,
Niños y Adolescentes, de Argentina, que recoge la misma noción al decir que es “la máxima satisfacción, integral y
simultánea de los derechos y garantías reconocidos”; o el artículo 5 del Código de la Niñez y la Adolescencia, de Costa
Rica, que lo relaciona con aquello que “le garantiza el respeto de sus derechos en un ambiente físico y mental sano, en
procura del pleno desarrollo personal”. Otras lo imprimen en la finalidad de la ley, como la Lei 8096, Estatuto da
Criança e do Adolescente, de Brazil, que lo pretende “assegurando-selhes, por lei ou por outros, meios, todas as oportunidades e
facilidades, a fim de lhes facultar o desenvolvimento físico, mental, moral, espiritual e social, em condições de liberdade e de dignidade”.
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niño” y; c) como una norma de procedimiento a través de la cual “el proceso de adopción de
decisiones deberá incluir una estimación de las posibles repercusiones (positivas o negativas) de la
decisión en el niño o los niños interesados”, con sus respectivas garantías procesales.
Por lo anterior, el principio del interés superior se vuelve un elemento inmerso en las instituciones
del derecho de la niñez y la adolescencia, así como toda la actividad que gira en torno a esta. Sin
embargo, este principio no constituye garantía de efectividad en la práctica, pues el margen de
discrecionalidad que imprime en las autoridades públicas o privadas a las que se encuentra sujeto el
niño, crea en sí mismo cierta situación de inseguridad jurídica respecto a su autonomía como
persona. De ahí que
el Comité ya ha señalado que “lo que a juicio de un adulto es el interés superior del niño no puede
primar sobre la obligación de respetar todos los derechos del niño enunciados en la Convención".
Recuerda que en la Convención no hay una jerarquía de derechos; todos los derechos previstos
responden al "interés superior del niño" y ningún derecho debería verse perjudicado por una
interpretación negativa del interés superior del niño (CRC/C/GC/14, párr. 4).
Así, los parámetros del principio del interés superior no son de carácter absoluto, pues su
invocación por parte de una autoridad pública o privada no significa, de manera inmediata, que una
determinada resolución esté conforme a este, del mismo modo que la invocación de la ley no lo es
en sí misma de la justicia y la equidad. Esto conlleva a la necesidad de interpretar el principio del
interés superior del niño junto con otros conceptos jurídicos de la CDN, como la autoridad parental
y el ejercicio progresivo de las facultades, lo que explica la no existencia de una jerarquía de derechos
en el corpus iuris internacional de los derechos de la niñez y la adolescencia. A su vez, implica tener
en cuenta “un enfoque basado en los derechos” que también permite la intervención del niño como
garantía de su “integridad la integridad física, psicológica, moral y espiritual holísticas” así como el
respeto de su dignidad humana (CRC/C/GC/14, párr. 5).
Correspondientemente, el artículo 12 de LEPINA impone un criterio legal obligatorio para toda
autoridad judicial, administrativa o particular, al ponderar cada situación en concreto a través de
considerar como sus elementos determinantes:
a)
La condición de sujeto de derechos y la no afectación del contenido esencial de los mismos;
b) La opinión de la niña, niño o adolescente; c) Su condición como persona en las diferentes etapas
de su desarrollo evolutivo; d) El bienestar espiritual, físico, psicológico, moral, material y social de la
niña, niño o adolescente; e) El parecer del padre y madre o de quienes ejerzan la representación
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legal, según sea el caso; y, f) La decisión que se tome deberá ser aquella que más derechos garantice
o respete por mayor tiempo, y la que menos derechos restringe por el menor tiempo posible57.
La legislación interna de protección integral de la niñez y la adolescencia refleja muy bien la
evolución del paradigma en el corpus iuris internacional: de un carácter tuitivo positivista, en el cual el
niño solo era objeto del derecho que lo protege, hasta el carácter progresivo actual que mira al niño
como un ser en desarrollo, y por tanto, un sujeto de derecho. Claro está, reconocer al niño como
sujeto de derecho no implica su inmediata equiparación con el adulto, pues por principio de realidad,
continúa siendo un ser que están desarrollando su personalidad. Tal como ha reconocido la oc17/2002CrIDH, párr. 41:
la mayoría de edad conlleva la posibilidad de ejercicio pleno de los derechos, también conocida
como capacidad de actuar. Esto significa que la persona puede ejercitar en forma personal y directa
sus derechos subjetivos, así como asumir plenamente obligaciones jurídicas y realizar otros actos de
naturaleza personal o patrimonial. No todos poseen esta capacidad: carecen de ésta, en gran medida,
los niños. Los incapaces se hallan sujetos a la autoridad parental, o en su defecto, a la tutela o
representación. Pero todos son sujetos de derechos, titulares de derechos inalienables e inherentes a
la persona humana.
De ahí que el carácter progresivo actual del corpus iuris internacional contenga otro principio conexo
al interés superior, a saber, el ejercicio progresivo de las facultades, el cual se encuentra en esencia en
los artículos 5 y 14.2 de la CDN, cuando menciona que debe permitírsele al niño “el ejercicio de su
derecho de modo conforme a la evolución de sus facultades”, lo que incluye, claro está, la
consideración de su edad, grado de madurez y demás condiciones individuales para el ejercicio de
sus derechos. De hecho, si el corpus iuris internacional tiene por objeto garantizar las condiciones para
el desarrollo normal del niño y el desarrollo pleno de su personalidad, una condición lógica
57
En legislaciones homólogas, se encuentran criterios similares. En el artículo 5 del Código de la Niñez y la
Adolescencia de Costa Rica, se dispone que para “la determinación del interés superior deberá considerar: a) Su
condición de sujeto de derechos y responsabilidades. b) Su edad, grado de madurez, capacidad de discernimiento y
demás condiciones personales. c) Las condiciones socioeconómicas en que se desenvuelve. d) La correspondencia entre
el interés individual y el social”. El artículo 3 de la ley 26061 de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños
y Adolescentes de Argentina alude a la consideración de dicho principio debiéndose respetar en el niño “a) Su condición
de sujeto de derecho; b) El derecho de las niñas, niños y adolescentes a ser oídos y que su opinión sea tenida en cuenta;
c) El respeto al pleno desarrollo personal de sus derechos en su medio familiar, social y cultural; d) Su edad, grado de
madurez, capacidad de discernimiento y demás condiciones personales; e) El equilibrio entre los derechos y garantías de
las niñas, niños y adolescentes y las exigencias del bien común”.
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resultante de su finalidad es que el niño pueda convertirse en adulto responsable dentro de la
sociedad. Esto implica dejar al niño ejercer sus facultades en correspondencia a su desarrollo como
ente bio-psico-social en virtud de su interés superior, pues de acuerdo con la CRC/C/GC/14, párr.
4 “el objetivo del concepto de interés superior del niño es garantizar el disfrute pleno y efectivo de
todos los derechos reconocidos por la Convención y el desarrollo holístico del niño”.
En El Salvador, el artículo 10 de LEPINA establece el principio de ejercicio progresivo de los
derechos, al decir que:
los derechos y garantías reconocidos a las niñas, niños y adolescentes serán ejercidos por éstos de
manera progresiva tomando en consideración el desarrollo evolutivo de sus facultades, la dirección y
orientación apropiada de sus padres o de quien ejerza la representación legal, y de las disposiciones
establecidas en la presente Ley”.
Este principio presenta un cambio al paradigma tradicional que se tenía del niño en la legislación
interna, pues solo le reconocía facultades progresivas de forma discrecional en forma de reglas 58 .
Pero lo más importante es que abre la posibilidad para que un niño pueda actuar legalmente con
mayor capacidad en aquellos asuntos que le afectan directamente. Claro está, ello conlleva una
dimensión compleja de la realidad concreta del niño en el plano jurídico, al concebirlo como sujeto
de derecho con capacidad legal limitada en virtud del desarrollo armónico de su personalidad.
La figura legal del mature minor en el common law
Tanto en la common law como en el derecho continental, se reconoce por regla general que el niño no
puede equipararse al adulto cuando se lo concibe como sujeto de derecho. Sin embargo, en la
práctica dicha consideración no constituye un cisma insoslayable para el ejercicio de derechos
subjetivos de una persona que no ha alcanzado la mayoría de edad, tal como lo hemos expuesto.
Esta consideración jurídica se aprecia sobre todo en sistemas en los cuales la ley no cristaliza por
completo el fenómeno jurídico, como la common law, que a través de su jurisprudencia y el sistema de
58
Sus efectos ya aparecían en la legislación de familia antes de la LEPINA. Específicamente, el Código de Familia (en
adelante “CF”), establecía la posibilidad de que un hijo administre los bienes que ha adquirido con su trabajo si ya ha
cumplido catorce años (CF, art. 228), fuera asociado en la administración de los bienes tutelares (CF, art. 317) o
manifestara su conformidad con la adopción cumplidos los doce años (CF, art. 174). Incluso se les permitía ejercer la
autoridad parental sobre sus hijos, aun si ellos mismos se encuentran bajo autoridad parental de sus padres o tutela (CF,
art. 210) o la capacidad especial para reconocer su paternidad (CF, art. 145). En la Ley Procesal de Familia (en adelante
“LPrF”) ya se reconocía al niño el derecho a ser oído en los procesos que lo afecten si ha cumplido doce años (LPrF,
art. 7).
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precedentes ha formulado toda una doctrina legal en torno a la figura del menor maduro.
En Estados Unidos, uno de los más importantes precedentes judiciales para la construcción de la
minor mature doctrine es Smith v. Seibly, 72 Wn.2d 16, 431 P.2d 719 (1969), en el cual el juez Shorett
determinó respecto a un menor de edad: “appellant was married, independent of parental control and financial
support and it was for the jury to decide if he was sufficiently intelligent, educated and knowledgeable to make a legally
binding decision”.
En este caso, el apelante tenía dieciocho años, cuando la mayoría de edad era veintiuno, y se le
reconoció la capacidad para otorgar su consentimiento por escrito para ser sometido a una
intervención quirúrgica en las mismas condiciones que un adulto. Del razonamiento que hace el juez
en la sentencia se desprende que se considera que un menor es maduro si tiene la suficiente
inteligencia, educación y el conocimiento para tomar decisiones legales, lo cual comprobó con sus
circunstancias individuales de estar casado, libre de autoridad parental y capacidad financiera propia.
De hecho, el juez cita otro precedente que respalda este criterio:
as we stated in Grannum v. Berard, 70 Wn.2d 304, 307, 422 P.2d 818 (1967): "The mental capacity necessary to
consent to a surgical operation is a question of fact to be determined from the circumstances of each individual case.
El criterio de considerar las circunstancias individuales en cada caso formula la necesidad de
encontrar, en razón de la equidad, un parámetro para determinar cuándo un sujeto tiene capacidad
suficiente para dar su consentimiento y cuando no, en asuntos que atañen a su integridad personal,
lo que llevaría a la revisión del umbral entre una persona capaz o incapaz en virtud de la edad. De
ahí que se revisara el grado de madurez como circunstancia para apreciar individualmente en el caso
al tratarse de un menor de edad.
Dicho caso sentó un importante precedente para la doctrina del menor maduro y continuaría
desarrollándose tanto en tribunales internos como en tribunales extranjeros, como aquella situación
jurídica en la que un menor de edad está en condiciones de autodeterminarse válidamente en
cuestiones sanitarias a través de aceptar o rechazar un determinado tratamiento que afecte su
integridad personal.
En otro caso, Cardwell v. Bechtol, 724 S.W.2d 739, 67 A.L.R4th 479 (1987), la Suprema Corte de
Tennessee determinó que,
whether a minor has the capacity to consent to medical treatment depends upon the age, ability, experience, education,
training, and degree of maturity or judgment obtained by the minor, as well as upon the conduct and demeanor of the
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minor at the time of the incident involved. Moreover, the totality of the circumstances, the nature of the treatment and
its risks or probable consequences, and the minor's ability to appreciate the risks and consequences are to be considered.
Guided by the presumptions in the Rule of Sevens, these are questions of fact for the jury to decide.
En el mismo sentido, la Suprema Corte de Kansas había reconocido en el caso Younts v. St. Francis
Hospital and School of Nursing, Inc., (205 Kan. 292, 469 P.2d 330) (1970) que
in such cases the sufficiency of a minor's consent depends upon his ability to understand and comprehend the nature of
the surgical procedure, the risks involved and the probability of attaining the desired results in the light of the
circumstances which attend.
Ante esta realidad, algunas legislaciones estatales incluyen la figura del minor mature dentro de sus
disposiciones, como la Emancipation of Minors Act de Illinois, sección 2-3, que define al menor
maduro como “a person 16 years of age or over and under the age of 18 years who has demonstrated the ability and
capacity to manage his own affairs”.
En Gran Bretaña, la sección 8 (1) de la Family Law Reform Act. (1969) dispone que:
the consent of a minor who has attained the age of sixteen years to any surgical, medical or dental treatment which, in
the absence of consent, would constitute a trespass to his person, shall be as effective as it would be if he were of full age;
and where a minor has by virtue of this section given an effective consent to any treatment it shall not be necessary to
obtain any consent for it from his parent or guardian.
En la jurisprudencia y legislación expuesta hasta este momento, se observa que, por regla general, un
menor de edad carece de capacidad para otorgar su consentimiento ―positivo o negativo― ante un
tratamiento médico. Sin embargo, dado que se trata de una persona en desarrollo, se le reconoce
una capacidad limitada en virtud de su grado de madurez y edad. Ahora bien, tanto la jurisprudencia
citada como la legislación muestran un límite de edades a partir de los dieciséis años en aquellos
adolescentes considerados mature minor. ¿Significa esto que un menor de dieciséis años no puede ser
considerado un menor maduro?
En el caso Gillick v. West Norfolk and Wisbech Area Health Authority [1985] 3 All ER 402, de
Gran Bretaña, Lord Scarman reconoce que
subsection (3) leaves open the question whether the consent of a minor under 16 could be an effective consent. Like my
noble and learned friend Lord Fraser, I read the section as clarifying the law without conveying any indication as to
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what the law was before it was enacted. So far as minors under 16 are concerned, the law today is as it was before the
enactment of the section. Nor do I find in the provisions of the statute law to which Parker LJ refers in his judgment
in the Court of Appeal (see [1985] 1 All ER 533, [1985] 2 WLR 413) any encouragement, let alone any
compelling reason, for holding that Parliament has accepted that a child under 16 cannot consent to medical treatment.
También la Suprema Corte de Tennessee, en Cardwell v. Bechtol, 724 S.W.2d 739, 67 A.L.R4th 479
(1987), sostuvo:
we do not, however, alter the general rule requiring parental consent for the medical treatment of minors. We observe
here that under the Rule of Sevens, it would rarely, if ever, be reasonable, absent an applicable statutory exception, for
a physician to treat a minor under seven years, and that between the ages of seven and fourteen, the rebuttable
presumption is that a minor would not have the capacity to consent; moreover, while between the ages of fourteen and
eighteen, a presumption of capacity does arise, that presumption may be rebutted by evidence of incapacity, thereby
exposing a physician or care provider to an action for battery.
De modo que en la common law, los parámetros cronológicos no son los únicos determinantes de la
capacidad de decidir que se reconoce al mature minor en el ámbito sanitario, pues solo establecen
presunciones de falta de capacidad que pueden ser refutadas con pruebas científicas y la
consideración de los factores individuales en el caso concreto. De ahí que el criterio del mature minor
no esté asociado con una edad determinada sino con circunstancias que concurren en una persona
menor de edad y que configuran su capacidad de decidir en asuntos que afectan su salud.
La figura del menor maduro en el derecho interno a partir del contenido de la CDN
Habiendo esbozado, grosso modo, la doctrina del menor maduro en la common law, cabe preguntarse
si es posible o no encontrar un paralelo en el derecho continental. Tal situación se vuelve relevante
al considerar que la casuística que se presenta es la misma tanto en un sistema legal como en el otro,
pues se trata de sujetos de derecho con capacidad de goce plena, pero con capacidad de ejercicio
limitada. Aunque en un contexto tradicional se hablaría de una incapacidad el corpus iuris
internacional de los derechos de la niñez y la adolescencia, esto llevaría a replantear dicho concepto
hacia un paradigma de corte progresivo, en el cual, con el reconocimiento del ejercicio progresivo
de sus facultades, se concibe en el niño una capacidad en desarrollo que no está constreñida de
forma rígida al criterio cronológico.
Desde esa perspectiva, en el derecho interno aparecen elementos legales y jurisprudenciales que nos
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permiten construir las máximas jurídicas del contenido de la figura del menor maduro. Sin embargo,
considerando que estos ordenamientos encuentran un sustrato común en la CDN resulta más viable
avocarnos a este instrumento internacional en busca de dicho contenido jurídico. Aunque la CDN
no menciona la figura del menor maduro, tal como la desarrolla la doctrina de la common law, sí
encontramos la esencia de su contenido jurídico en el artículo 12 de la CDN:
los Estados Partes garantizarán al niño que esté en condiciones de formarse un juicio propio el
derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que afectan al niño, teniéndose
debidamente en cuenta las opiniones del niño, en función de la edad y madurez del niño.
El primero de estos elementos es el término “niño”. Según el artículo 1 de la CDN “se entiende por
niño a todo ser humano menor de dieciocho años de edad”. Sin embargo, dicha definición no
establece un criterio rígido, pues continúa “salvo que, en virtud de la ley que le sea aplicable, haya
alcanzado antes la mayoría de edad”. Por sí mismo, el término “niño” carece de significado jurídico,
pues su contenido está integrado por la concepción socio-histórica, e incluso biológica, de la
persona. De ahí que su contenido jurídico se vea determinado por “la ley que le sea aplicable”, claro
está, respetando los derechos enunciados en la CDN (art. 2.1 CDN).
Se comprende, entonces, que el concepto de niño de la CDN abarca también a la “niña”, el
“adolescente” y la “adolescente”, de acuerdo con las distinciones de edad que hace el artículo 3 de
LEPINA. A estas categorías debe sumarse, además, la de “joven”, pues el artículo 2 de la Ley
General de Juventud (en adelante “LGJ”) reconoce dicho estatuto a la persona comprendida entre
los quince y veintinueve años, de modo que el joven o la joven comprendidos entre las edades desde
quince hasta dieciocho años están incluidos dentro de la categoría de niño de la CDN.
El segundo elemento lo conforma “un juicio propio”. El niño, como sujeto en desarrollo, está
aprendiendo de lo que le rodea a través de la interiorización de patrones de conducta y
comportamientos que se dan en su entorno. Esto conlleva un proceso cognitivo de construcción de
su personalidad y, por tanto, de criterios y opiniones autónomas. Desde la perspectiva jurídica, lo
relacionamos con el derecho a la autodeterminación (self-determination), que deviene de los derechos
humanos fundamentales a la integridad personal y la libertad. En concreto, lo podemos relacionar
con el derechos a la libertad de expresión, de pensamiento, de conciencia y religión (arts. 13.1 y 14.1
CDN).
Para el jurista, es todo un reto determinar lo que debe entenderse por “juicio propio”, pues las
obras de consulta nos remiten a otros términos complejos como sensatez y prudencia. De hecho, ni
siquiera puede establecerse en nombre de la seguridad jurídica un concepto legal para determinar lo
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que se entiende por “juicio propio”, porque redundaría en la incertidumbre de un razonamiento
jurídico cristalizado en una norma, que puede o no corresponder a una realidad concreta. De ahí que
se advierta la necesidad de establecer jurídicamente en cada caso, si un niño se ha formado o no un
juicio propio respecto a un asunto. A este respecto, el derecho se ve en la necesidad de recurrir a los
aportes objetivos y sistematizados de las neurociencias y las disciplinas psicológicas.
Ello no significa que el juez deba convertirse en un psicólogo ni tampoco en neurocientífico para
poder apreciar tales circunstancias, pero tampoco que el juez pueda prescindir de dichos criterios
profesionales en el momento de tomar una decisión. Afortunadamente, el artículo 4 de la LPrF le
permite al juez auxiliarse de un equipo multidisciplinario integrado por especialistas, que le permita
apreciar la situación sin omitir aquellas circunstancias que exceden de lo jurídico. Entonces, aunque
corresponde al juez determinar en un caso concreto si un niño tiene o no un juicio propio respecto a
un asunto que le afecta, para establecer si el niño está o no en condiciones de formarse un juicio
recurre a un acto sanitario, lo que justifica la participación de especialistas en calidad de peritos, tales
como los especialistas del Instituto de Medicina Legal, quienes tienen facultades para “establecer la
capacidad mental de una persona en materia civil” (art. 8 literal c del Reglamento del Instituto de
Medicina Legal “Dr. Roberto Masferrer”), el Instituto Salvadoreño para el Desarrollo Integral de la
Niñez y la Adolescencia, la Procuraduría General de la República o de otros especialistas con los que
no cuenten dichas instituciones.
De ahí que el contenido concreto del “juicio propio” lo encontremos en aportes científicos
extrajurídicos que ilustrarán al juez a través de los medios probatorios (arts. 51 LPrF; 375 y 389 del
Código Procesal Civil y Mercantil). Sin ánimo de establecer un conjunto de criterios taxativos
mencionaremos los aportes de Piaget y Kolhberg desde la perspectiva de la psicología del desarrollo.
Aunque ambos científicos estudiaron el desarrollo moral en la persona, desde perspectivas
concurrentes, es Piaget quien formula una teoría coherente y progresiva del desarrollo cognitivo, es
decir, la forma en que los niños cambian la forma de pensar durante su desarrollo; de modo que
ambas perspectivas son necesarias para observar el “juicio propio” construido en el niño.
Para Piaget, el desarrollo cognoscitivo surge como “resultado combinado de la maduración del
cerebro y el sistema nervioso y la adaptación al ambiente” (Rice, 1997. p. 44). Esto implica que hay
un progreso biológico-genético del organismo, maduración, que condiciona la actividad del
organismo para intervenir en su ambiente e interactuar con el resto de organismos que le rodean en
la interacción social (Woolfolk, 2010, p. 32). De ahí que proponga la existencia de fases progresivas
en el desarrollo cognoscitivo del niño: etapa sensoriomotora, desde el nacimiento hasta los dos años,
en la que el niño tiene experiencias sensoriales con su actividad motriz; etapa preoperacional, de los
dos a los siete años, en la cual el niño adquiere y maneja el lenguaje simbólico del ambiente que le
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rodea; etapa de las operaciones concretas, de los siete a los doce años, en la que el niño tiene
capacidad de razonamiento lógico, pero limitado a lo que experimenta; y etapa de las operaciones
formales, de los doce años en adelante, en la cual el niño aprende a pensar en términos lógicos
propositivos más abstractos que emplean tanto razonamientos inductivos como deductivos (Rice,
1997).
Desde la perspectiva de Kohlberg, el desarrollo moral viene de la interacción entre la maduración
biológica del individuo y las experiencias que tiene con el mundo que le rodea, visión compartida
por Piaget, de modo que el desarrollo moral está condicionado a que exista la madurez necesaria y
las interacciones sociales de la persona (Armstrong y Sarafino, 1988). Piaget ya planteaba que cuando
los niños aprenden a observar las cosas desde diferentes perspectivas, hacen juicios morales más
firmes, lo que confirma la relación entre desarrollo moral y crecimiento cognitivo (Papalia, Wendkos
y Duskin, 2001).
Con base en su proposición, definió tres niveles en el desarrollo moral, relacionados con la edad
subdivididos en etapas: moralidad pre-convencional, de los cuatro a los diez años, como la primera
experiencia del niño con las cuestiones morales, haciendo énfasis en el control externo de su
conducta de acuerdo a patrones externos; moralidad convencional, de los diez a los trece años, en la
que los niños observan los patrones de los demás y los va interiorizando; y moralidad postconvencional, que ocurre durante la adolescencia temprana59, la edad adulta temprana o puede no
ocurrir nunca, en la que el adolescente desarrolla al máximo el razonamiento moral y tiene un
control interno de su conducta basado tanto en los patrones observados como en su razonamiento
sobre lo correcto y lo incorrecto y decidiendo autónomamente entre posibilidades contradictorias
entre sí (Craig y Baucum, 2009).
Ambos criterios científicos ofrecen una perspectiva apreciativa más compleja para el jurista, pues
plantea la posibilidad de que un niño de doce años, que se encuentra en teoría en la etapa de las
operaciones formales de su desarrollo cognitivo y con desarrollo moral post-convencional, tenga un
juicio propio respecto a un asunto concreto que afecte su salud con similar o igual capacidad que la
tendía un adulto, claro está, sin omitir la posibilidad de que un niño menor a esa edad también pueda
tomar dichas decisiones. Pero al mismo tiempo presenta problemas al intentar determinar cuando
un niño puede formarse su “propio juicio” respecto a un asunto que afecte su salud pues tanto
Piaget como Kohlberg advierten que las personas alcanzan las fases de desarrollo cognitivo y moral
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UNICEF (2011) reconoce que la adolescencia temprana está comprendida entre los diez y catorce años de edad, y
que en ella se da un mayor desarrollo del cerebro, pues la cantidad de neuronas aumenta, de modo que, se reorganizan
las redes neuronales y repercuten sobre la capacidad física, emocional y mental del niño. Además, comienza el desarrollo
del lóbulo frontal, parte del cerebro a la que corresponden el razonamiento y la toma de decisiones.
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en edades diferentes a las establecidas en sus modelos y en algunos casos ni siquiera los alcanzan.
Más allá de esas consideraciones de carácter psicológico, al juez le corresponde la operación jurídica
de verificar de acuerdo con la sana crítica, en un caso concreto, si un niño tiene una opinión
autónoma respecto a un asunto que afecte a su salud, es decir, su propio juicio basado en sus
derechos a la libertad de expresión, de pensamiento, de conciencia y religión que le reconoce el
artículo 14 de la CDN, los cuales ejerce de manera progresiva y conforme a la evolución de sus
facultades (art. 94 de LEPINA). Sobre todo, porque estas categorías subjetivas son elementos del
derecho fundamental y humano a la integridad personal que atañen a la integridad psíquica y moral
del niño, y su limitación de forma arbitraria puede tener efectos nocivos para la persona al atacar su
aspecto más personal y lesionar su dignidad misma, así como incurrir en violaciones a los tratados
internacionales contra la tortura. De ahí que la CDN imponga a los Estados parte la obligación de
establecer las condiciones para que el niño pueda formarse un juicio propio.
El tercer elemento es el “derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que
afectan al niño”. De acuerdo con el artículo 13 de la CDN, el derecho a la libertad de expresión del
niño abarca “la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de todo tipo, sin
consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o impresas, en forma artística o por
cualquier otro medio elegido por el niño”. En el ámbito sanitario, se puede apreciar este derecho en
dos facetas concomitantes. La primera es de carácter pasivo e implica que el niño tiene el derecho a
solicitar y recibir información del personal sanitario a sus servicios, pero especialmente del médico
que lo atiende de forma directa, respecto a su estado de salud y procedimientos que le realizan. La
segunda es de carácter activo: opinar y decidir en razón de sus facultades progresivas sobre los
asuntos que afecten su salud. Lo anterior impone al médico la obligación, derivada de la CDN, de
dar la información al niño en términos apropiados para su edad y grado de madurez (Corbella, 2006)
e incluyendo la naturaleza del procedimiento, riesgos, beneficios y alternativas para su caso en
concreto, los cuales se consideran elementos indispensables para que todo paciente pueda dar su
consentimiento fundamentado (Young, 2001).
Esto plantea un problema en el momento de determinar la cantidad de información y la forma en
que debe ser presentada al niño. A ese respecto Corbella (2006) señala que
las condiciones de madurez del menor son las que determinan el tipo de información que debe
recibir y el grado de capacidad para consentir, lo que deberá examinarse en cada caso, en aplicación
del principio jurídico de aceptación de la progresiva capacidad de obrar de los menores (p. 111).
Claro está, esa capacidad de decidir no debe confundirse con la capacidad legal para realizar actos
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jurídicos, pues según Highton y Wierzba (como se cita en Kraut (1997), la capacidad de decidir en el
ámbito sanitario corresponde a
la posibilidad de expresión de la voluntad, previa comprensión del acto médico y de sus
consecuencias sobre la vida y la salud, de la facultad de comparar las ventajas alternativas, además de
la posibilidad de sobreponer al medio, la angustia y al nerviosismo que conlleva una situación de esta
índole (p. 150-151).
Además, encuentra obstáculos con la práctica médica de persuasividad al momento de informar al
paciente de su estado de salud a fin de inducirlo en un determinado sentido que recomienda el
médico. Tal como reconoce Vélez (1996), “a veces los médicos y el equipo de salud, influenciados
por un falso cientificismo atropellan los derechos de los menores y la ley civil debe defenderlos” (p.
96), incluso en nombre de su interés superior. A este respecto, en la CRC/C/GC/14, párr. 34, el
Comité de Derechos del Niño advierte que si bien
la flexibilidad del concepto de interés superior del niño permite su adaptación a la situación de cada
niño y la evolución de los conocimientos en materia de desarrollo infantil. Sin embargo, también
puede dejar margen para la manipulación: el concepto de interés superior del niño ha sido utilizado
abusivamente por gobiernos y otras autoridades estatales para justificar políticas racistas, por
ejemplo; por los padres para defender sus propios intereses en las disputas por la custodia; y por
profesionales a los que no se podía pedir que se tomaran la molestia y desdeñaban la evaluación del
interés superior del niño por irrelevante o carente de importancia.
Lo anterior supondría una violación directa a la CDN, pues resulta contrario a derecho que en
nombre del interés superior se invaliden los derechos de los niños, sobre todo por su carácter de ius
cogens alegado por algunos autores (Carmona, 2012, pp. 539, 540). De ahí que Corbella (2006) señale
que “la información se dará en forma comprensible al desarrollo de la madurez del menor, ya que en
base a la misma tiene la capacidad para decidir prestando su consentimiento a la actuación sanitaria”
(p. 111). Pero también implica respetar la libertad que el niño tiene para expresar su opinión en los
asuntos que le afecten. La CRC/C/GC/12, párr. 22, explica que en la CDN,
“Libremente" significa que el niño puede expresar sus opiniones sin presión y puede escoger si
quiere o no ejercer su derecho a ser escuchado. "Libremente" significa también que el niño no
puede ser manipulado ni estar sujeto a una influencia o presión indebidas. "Libremente" es además
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una noción intrínsecamente ligada a la perspectiva "propia" del niño: el niño tiene el derecho a
expresar sus propias opiniones y no las opiniones de los demás.
De ahí que en la CRC/GC/2003/4, párr. 32:
antes de que los padres den su consentimiento, es necesario que los adolescentes tengan
oportunidad de exponer sus opiniones libremente y que esas opiniones sean debidamente tenidas en
cuenta, de conformidad con el artículo 12 de la Convención. Sin embargo, si el adolescente es
suficientemente maduro, deberá obtenerse el consentimiento fundamentado del propio adolescente
y se informará al mismo tiempo a los padres de que se trata del "interés superior del niño" (art. 3).
El cuarto elemento lo constituyen “las opiniones del niño, en función de la edad”. Este parámetro
establece un criterio que está muy relacionado con los aportes de PIAGET respecto al desarrollo
cognoscitivo del niño, los cuales ya acotamos anteriormente. Ejemplo de ello es que el artículo 3 de
LEPINA marca los doce años como la edad para distinguir entre la niñez y la adolescencia
considerado que niño es la persona desde el instante de la concepción hasta los doce años y que el
adolecente está comprendido en entre los doce y los dieciocho años. También caben en el concepto
el y la joven entre los quince y dieciocho años (art. 2 LGJ).
A efectos legales, la distinción entre niñez y adolescencia, a razón de su edad, nos permite tener un
parámetro de interpretación para el principio del ejercicio progresivo de los derechos,
comprendiendo que un adolescente tiene, por su edad, mayores facultades para ejercer directamente
sus derechos. De ahí que dicho parámetro nos conduzca a la noción de que un adolescente tiene
mayor capacidad para tomar decisiones respecto a asuntos que afecten su salud como menor
maduro, lo cual no significa que un niño no pueda hacerlo también, pues el contenido esencial de la
figura del menor maduro exige que se analicen las condiciones de cada sujeto en el caso concreto. A
su vez, el reconocimiento de un estatuto legal especial para el joven que equipara en derechos al
adolescente con la persona joven que ha cumplido la mayoría de edad nos pone de frente ante una
realidad: que el adolescente-joven debe tener más capacidad para tomar decisiones que afectan su
salud como menor maduro en virtud de sus derechos a “la libertad de pensamiento, de conciencia,
de acción, de religión o creencias, de expresión, de opinión” y que en razón de su “derecho a la
integridad personal, que se reconozca su integralidad en su dimensión biológica, psicológica,
afectiva, espiritual, moral y sociocultural” (art. 9 literales g, h, k de LGJ).
De modo que, el rango de edad y los respectivos estatutos legales que se reconocen a la niñez, la
adolescencia o la juventud son un parámetro que vincula al juez al determinar las capacidades de
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decisión de una persona comprendida en esas edades a fin de que su decisión no afecte el resto de
derechos de su esfera jurídica personal. Sin embargo, el criterio cronológico legal no es suficiente
ante la obligación de considerar las circunstancias individuales en cada caso. De hecho, desde la
perspectiva de la ética médica Vélez (1996,) “cuando un menor tiene capacidad de decisión puede
dar un consentimiento informado y este debe respetarse, cualquiera que sea su edad”, de modo que,
“no está ligada a una edad cronológica” (p. 95). De ahí que cualquier persona menor de dieciocho
años pueda ser considerada un menor maduro a efectos de decidir sobre asuntos que afecten su
salud y dar su consentimiento fundamentado al concurrir en él o ella los elementos que señala el
artículo 12 de la CDN.
El quinto elemento son “las opiniones del niño, en función de la (…) madurez”. Woolfolk (2010),
señala que, como proceso, “la maduración se refiere a los cambios que ocurren de manera natural y
espontánea, los cuales, en su mayoría, están programados genéticamente” (p. 26). Según la
CRC/C/GC/12, “la “madurez" hace referencia a la capacidad de comprender y evaluar las
consecuencias de un asunto determinado, por lo que debe tomarse en consideración al determinar la
capacidad de cada niño” (párr. 30). De modo que la madurez es una condición de la integridad
personal dentro de la esfera jurídica de un individuo.
Es este elemento del artículo 12 de la CDN el que esencialmente configura la figura legal del menor
maduro. Para su determinación, se toman en cuenta el resto de elementos que ya hemos
desarrollado. Cabe agregar que aunque por lo general se asocia madurez a la mayoría de edad en
virtud del criterio romanista heredado en el derecho común, la capacidad en materia sanitaria no
corresponde a la capacidad legal, tal como lo expresan los autores que hemos citado. Entonces, la
madurez no se asocia a un parámetro rígido cronológico pues, como lo expresa la CRC/C/GC/14,
“a medida que el niño madura, sus opiniones deberán tener cada vez más peso en la evaluación de
su interés superior” (párr. 44).
En sentido concreto, en el caso Belcher v. Charleston Area Medical Center and others, 422 S.E.2d
827 (1992), 188 W. Va. 105 se reconoce que:
whether a child is a mature minor is a question of fact. Whether the child has the capacity to consent
depends upon the age, ability, experience, education, training, and degree of maturity or judgment
obtained by the child, as well as upon the conduct and demeanor of the child at the time of the
procedure or treatment. The factual determination would also involve whether the minor has the
capacity to appreciate the nature, risks, and consequences of the medical procedure to be performed,
or the treatment to be administered or withheld.
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En la actualidad del derecho continental, hablar de las facultades progresivas del niño aun resulta un
concepto novedoso, y a veces demasiado moderno, para la tradición jurídica construida sobre el
legado romanista del derecho común y sus instituciones. De ahí que su aceptación resulte menos
complicada en los sistemas legales de la common law, pues su constante evolución a partir de la
equity y la razón conllevan una renovación permanente y progresiva de sus componentes jurídicos.
Ello no implica la inexistencia de la figura legal del menor maduro en el derecho continental, pues a
modo de esbozo, con los elementos jurídicos expuestos la hemos analizado a partir del artículo 12
de la CDN.
Conclusión
Aunque la figura legal del menor maduro en el ámbito sanitario ha sido desarrollada ampliamente en
la jurisprudencia de la common law también la podemos encontrar en el derecho continental a partir
del artículo 12 de la CDN y las legislaciones que en su consecución aparecen en el orden interno. En
consideración a esta, se entiende que el niño tiene la capacidad para decidir sobre asuntos que
afectan su salud, pues dicha capacidad no corresponde a la capacidad legal que viene dada por la ley
en razón de la mayoría de edad, sino de sus derechos humanos y fundamentales como persona y los
principios del interés superior y el ejercicio progresivo de sus facultades que le reconoce la CDN.
De modo que, la figura legal del menor maduro en materia sanitaria no lesiona el interés superior si
se trata de un niño, que de acuerdo con su madurez, sea apto para decidir sobre asuntos que afecten
a su salud. De hecho, se trata del ejercicio progresivo de sus facultades conforme a su interés
superior desde la perspectiva de la CDN, visión compartida con el derecho interno en la medida que
reconoce a todos niños y adolescentes como sujetos plenos de derechos que pueden ejercer
directamente sus derechos “tomando en consideración el desarrollo evolutivo de sus facultades”
(art. 5 de LEPINA).
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