1 AMOR Y UNIVERSIDAD SE ESCRIBEN CON HACHE Ángel

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AMOR Y UNIVERSIDAD SE ESCRIBEN CON HACHE
Ángel Gabilondo
Queridas amigas y queridos amigos, miembros de la comunidad universitaria, queridas
señoras y queridos señores:
Agradezco mucho que estén aquí presentes y en esta condición me voy a dirigir a
ustedes para decirles, en primer lugar, que amor se escribe con hache. Como saben el
título de una obra de Jardiel Poncela, es “Amor se escribe sin hache” y se trata de una
historia que narra las aventuras de Elías Pérez Seltz y Lady Brums. Hay más personajes,
pero ésta es una obra que es bien conocida y voy a empezar por leer cómo acaba ese
texto para proponer lo que voy a hacer como alternativa a la obra de Jardiel Poncela. Si
para Jardiel Poncela amor se escribe sin hache, para mí se escribe con hache. Y él
explica por qué es sin hache y dice así: “Por eso siguió Fermín, –el amor que no tiene
importancia alguna se escribe sin hache, no debe tomarse en serio el amor, amor se
escribe sin hache, hay que reírse de las cosas escritas sin hache. –Vienes a darme a mí
la razón, argumentó Zambombo, porque mujer se escribe sin hache. Naturalmente,
pues claro, porque tampoco a la mujer se la debe tomar en serio, porque para ser feliz,
para no sufrir, para no volverse pesimista y amargado no hay que buscar en la mujer
más que lo que yo busco, lo que se escribe con hache, la hembra”. Así acaba esta obra.
Por eso he dicho expresamente también queridas señoras, a las que tanto necesitamos
que estén asimismo aquí, en la universidad, con su imprescindible voz y palabra de
mujer, tantas veces silenciadas. Ya sé que Jardiel Poncela escribe con un sentido de
distancia y de ironía, pero quiero rebatir este final, no sólo por mi consideración de la
mujer, no sólo por mi consideración del amor, sino por mi consideración de la palabra
“amor”, que se escribe, quizá, con hache. Y de la universidad.
Con hache, que ha sido caracterizado como “`un signo ortográfico ocioso, mantenido
por una tradición respetable`. Estas son, pues, las claves de la letra h: ociosidad y
tradición respetable. Por ellas decidieron los italianos eliminarla y por ellas las han
considerado los hispanohablantes la letra fatídica, la trampa ortográfica y un caso
único de letra muda en español” (H, h. Ortografía fatídica, Gregorio Salvador y Juan
R. Lodares, Historia de las letras) Pero hay más: “Para E. Jardiel Poncela las cosas
importantes de este mundo se escribían con h, y sin ella las nimiedades: ayer y mañana
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no importan, lo importante es hoy; los alimentos principales se escriben con h: harina,
huevos, hortalizas; la sal de la vida es el humor, el hombre es el rey de la creación y,
para el misógino que era Jardiel, la mujer es menos interesante que la hembra. En este
juego radica la clave del singular título de su novela Amor se escribe sin hache” (ibid).
Empecemos por contar algunas historias y las historias con las que voy a iniciar tienen
que ver con el Banquete de Platón. En el Banquete, Agatón ha ganado un concurso de
poesía. Por eso, van a celebrar ese éxito con una conversación y con un beber conjunto,
pero quedan en proceder con cuidado: como ayer ya bebimos mucho, vamos a beber
hoy de modo razonable. “Hoy decimos a las doce y cuarto de la mañana hagamos una
conversación, hablemos de alguna cosa”. Y cuando Sócrates se encaminaba hacia el
banquete de Agatón, se encontró con Aristodemo y éste le preguntó: “¿A dónde vas?”,
–Al banquete que va a celebrar Agatón, que ha ganado un concurso de poesía, ¿no te
han invitado a ti?.
–A mí no.
–Pues tú te vienes conmigo.
–Pero ¿cómo me voy a ir contigo, si no me han invitado a mí?
–No te preocupes, tu te vienes conmigo y ya diremos algo allí.
–¿Y qué decimos?
–Y Sócrates responde, “no sé”.
Les quiero confesar que la ovación más grande que he recibido en mi vida fue en un
penal de Madrid, donde hablando ante 150 reclusos, en un momento determinado, uno
de ellos, de unos 30 años y que tenía cuatro hijos, me hizo una pregunta y cuando acabó
la pregunta le respondí, “no sé”. Y cuando dije “no sé”, se pusieron de pie los 150
presentes y me aplaudieron muchísimo. Así que la vez que más me han aplaudido en mi
vida fue por decir “no sé”. Después de decir “no sé”, traté de explicar un poco algunas
cosas y de hablar sobre aquello. No fue un “no sé” cortante. Fue un “no sé” de
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reconocimiento, un “no sé” también de aceptación del misterio de la vida de los otros,
sobre las que conviene a veces andarse lejos de consejas. Así que recuerdo ahora el
Banquete de Platón cuando le pregunta Aristodemo a Sócrates: “¿qué digo?” y Sócrates
responde: “no sé”. Dan ganas de decir, ¿tú no eras el sabio Sócrates?, tú eres el que
tiene que saber. Pues dice, “no sé”. Y luego añade otra frase: “Juntos los dos mientras
vamos de camino deliberaremos lo que vamos a decir”. Para mí es una frase
maravillosa. Ahí se va a empezar a atisbar lo que es el amor y es muy curioso cómo una
vez que llegan a la puerta, abre Agatón, se encuentra con Aristodemo y le dice:
–¿Y tú qué haces aquí?, ¿a ti quién te ha invitado?
Yo vengo con éste. Y se vuelve y éste, que es Sócrates, no está. Se encuentra alejado.
Es lo que hacen a veces los sabios. Alejado y ensimismado en sus pensamientos,
poniendo cara de pensador de Rodin, pero lejos. En cierto modo, le dejó solo allí.
Comprendo que Sócrates tuviera algún temor a entrar al banquete, porque entrar al
banquete era su muerte como sabio y la entrada en un espacio donde la palabra no era
propiedad de uno, sino una palabra compartida, una palabra dialogada, donde todos
tendrían que decir, donde lo que se dijera se diría a través de lo que dijera cada uno y no
dependería de que uno acertara y los demás tomaran nota. Se produce una cierta
sensación de que cambia el discurso, el discurso de un sabio frente a todos. Se inicia un
espacio compartido de diálogo, de confrontación, de debate y de conversación. Así que
ésta es la cicuta. Sócrates la tomó no sólo el día que murió, sino ya la comenzó a tomar
antes, cuando empezó a desplazarse desde la sabiduría hacia un espacio más de palabra
compartida. Frente a quien cree saberlo todo, sabérselas todas, se abre el espacio de
quien precisa escuchar y compartir.
Me gusta ese diálogo, me parece interesante. Se dicen cosas maravillosas, algunas de las
cuales citaré, porque entre esos discursos que hablaron sobre el amor, la clave es lo que
decidieron. Hablemos de Eros. Es su elección. Es la nuestra. Hay varios discursos sobre
ello, y uno excepcionalmente atractivo, que es el Diotima. Es un discurso, como se sabe,
en el que se dicen cosas del tipo, de que el amor tiene días. ¡Qué le vamos a hacer! Esa
es mi versión. El amor tiene días, es hijo de Poros y de Penia, hijo de la riqueza, de la
abundancia, y también de la penuria. A ratos exuberante, glorioso, atractivo, y a veces
anda descalzo y pobre. Hermoso, interesante. Pero, en todo caso, el amor es algo
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intermedio que entrelaza los divinos y los mortales. Empieza ahí a pronunciar un
discurso curioso. Me había quedado ya satisfecho porque me dedico a la Filosofía, o
mejor, soy profesor de Filosofía, a veces. Me encontraba satisfecho diciendo que la
palabra es palabra compartida, la palabra es palabra común, la palabra es una palabra de
diálogo, de conversación. ¿Será así la universidad? No es la autoridad impositiva de
uno. Es una palabra participada, se dice, a través de todos. Estaba tan contento, de que
hubiera acabado ahí el diálogo. Pero es que no concluye así. En un momento
determinado, irrumpe Alcibíades, en medio de una serie de juerguistas, flautistas,
cantantes y danzantes, que avasalla el lugar. Y cuando entra, se acerca a Sócrates, que
estaba sentado al lado de Agatón, y le dice: –Hola ¿que hacéis?
–
Pues nada, estábamos aquí hablando del amor. Y dice Agatón: –oye que yo
también estoy aquí.
–
Y señala Alcibíades: – ¡Uy! perdón no te había visto, (esto también pasa).
¿Estabais hablando del amor? Pues yo no voy a hablar del amor, yo voy a hablar
de ti, le señala a Sócrates. Y, además, ¿sabes lo que te digo?, que me gustas
muchísimo, que eres una persona para mí muy atractiva, y lo eres porque hablas
con tal rigor, con tal cuidado, hablas de tales cosas, vives de tal manera, que yo
en vez de hablar del amor, voy a hablar de ti.
Se ofrece entonces el elogio de Sócrates, el elogio de un modo de saber y de vivir.
A mí me pareció eso extraordinariamente interesante porque cuando acabó de hablar le
abrazó y le dio besos. Y me pregunto: ¿qué ha pasado, aquí? Ha ocurrido una cosa muy
deslumbrante. Por lo visto, lo decisivo no es hablar del amor, aunque es importante que
lo hagamos, sino hablar como un enamorado. Así que lo interesante no es hablar de la
muerte, sino hablar como un mortal, y lo determinante no es hablar acerca de algo, sino
hablar porque algo le tiene a uno y le hace decir. Y esto me parecía tan
extraordinariamente importe que hay algunos que se creen que son filósofos o
pensadores porque hablan de temas muy serios. “Fíjate si será pensador que en
cualquier almuerzo te saca el tema de la muerte o el tema del ser”. Ese no es un filósofo,
ese es un pesado. Conviene que no lo confundamos. A veces, el asunto consiste más en
hablar como un enamorado, o en el hablar como un mortal que en hablar de
determinados asuntos. Así que a mí me va a importar más, en principio, el modo y el
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desde donde yo les hable, que incluso lo que les diga. Es más, puede ocurrir que cuando
acabe de hablar no sepan ustedes muy bien que concluir. “Pero en concreto ¿que ha
dicho?” Quizá no se puedan llevar a casa una caja con las frases, como herramientas.
Sin embargo, tal vez algo nos ocurre a todos aquí, no porque yo lo diga, sino porque el
logos es quien hace sus cosas. Es palabra. Me apasiona la palabra, amo la palabra, tengo
pasión por la palabra, tengo dolores de palabras. En ocasiones no duermo por una
palabra que me falta y en esto no soy especial.
Digo esto porque en ello se distinguen los hombres y las mujeres de los animales. Los
animales, dice Aristóteles, tienen voz y la voz sirve para expresar el gusto y el disgusto,
el placer y el displacer, pero únicamente los hombres y las mujeres tenemos palabra,
porque la palabra sirve para expresar lo justo y lo injusto, lo conveniente y lo
inconveniente. Así que no sólo tenemos voz, cosa del gusto y del disgusto, sino que
también tenemos palabra, es decir, pasión por lo justo y lo injusto. Y en la palabra,
como somos seres de palabra, se juega la justicia, y la justicia como el amor son
palabras horizonte. ¿Qué pasa con las palabras horizonte?. Le pasa lo que pasa con el
horizonte, ¿Y qué pasa con el horizonte?, pues que el horizonte es de las cosas más
inquietantes que hay porque si uno se acerca al horizonte, el horizonte se aleja. De tal
manera que es muy difícil quedar a almorzar en el horizonte, toda vez que el día que
llegas al horizonte, el horizonte se ha ido a algún otro lugar. Y, entonces, ¿para que
sirve el horizonte? y dice Eduardo Galeano, “el horizonte sirve para caminar”.
Si esto es así, después de haber escuchado algo de lo que nos ha dicho Platón, de lo que
nos decimos con él, ya empezamos a tener algunas sospechas, que el amor no es
fundamentalmente el movimiento que conduce de uno a otro. No digo que no tenga que
ver con eso, digo que no es fundamentalmente el movimiento que conduce del uno al
otro, no es el movimiento del yo al tú, ni del tú al yo, no es el movimiento del yo-yo ni
del tú-tú. Es un movimiento, ya veremos, muy distinto. Es el movimiento que, en vez de
llevar del uno al otro, lleva a ambos en la dirección del algo otro. Insisto: “Juntos los
dos mientras vamos de camino deliberaremos que vamos a decir”. No sostengo que esté
mal lo interpersonal, o que no sea bueno que nos llevemos bien y que nos caigamos
bien, e incluso que seamos agradables, pero lo que se subraya es que el amor no es sólo
el movimiento que nos lleva de unos a otros. Es el movimiento que nos lleva juntos en
la dirección de algo otro, es el movimiento más bien de hacer causa común, de tener
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algo que ver con alguien, ¡qué bonita expresión! “tener algo que ver”. Hay gente con la
que se tiene tanto que ver, que sin ella no se ve, o al menos no se ven ciertas cosas.
Tener que ver con alguien es saber que sólo con él o con ella se ven determinadas cosas.
Por tanto el amor es más bien la proyección, el encaminarse juntos los dos mientras
vamos de camino deliberando qué decir en la dirección de un horizonte que puede ser la
justicia, y que incluso puede ser el amor mismo. Es decir, que el amor nunca es un lugar
ya de residencia, es siempre un desafío. El amor siempre está por venir.
Dichas estas cosas, todo esto estaría en la dirección de entender algo así como que hay
una imposibilidad de un encuentro absoluto. A estas alturas de la vida ya lo sabemos,
pero por si acaso, conviene que lo recordemos y conviene que lo recordemos por un
asunto muy importante, y es que nunca habrá absoluta posesión del otro, ni debe
haberlo. Hay gente que es poseedora, que es posesa, está poseída por su afán de poseer
y lo que quiere más bien es tener al otro, aprisionarlo, proveerse de él y, sin embargo,
tenemos una singularidad tan absoluta que no hay ninguna posibilidad de apropiarnos
del todo del otro, así que caminamos juntos los dos pero cada uno por su lado… Se
parece demasiado y mucho a las paralelas, que mantienen una cierta compañía, pero
sólo tienen un encuentro que es exactamente en el infinito. Este encuentro magnífico de
quienes van de camino y corren las peripecias y se la juegan uno con otro tiene que ver
con una cosa que es importante reconocer, la soledad constitutiva de todos los seres
humanos. Esto significa que nadie vivirá tu vida, nadie morirá tu muerte y nadie dirá tu
palabra. De tal manera que tu palabra, tu palabra justa, no es sustituible por la palabra
de nadie. Eres irremplazable, no tienes sustituto, eres un ser singular, nadie vivirá tu
vida, ni morirá tu muerte, porque nadie dirá tu palabra ajustada.
Y digo que es tan importante la vinculación de la palabra con la justicia, que una
palabra desajustada introduce alguna suerte de injusticia en el mundo. Da miedo seguir
hablando después de decir esto. Hay en la palabra una cierta vinculación con la justicia.
Una vez leí en un periódico que se había producido un accidente y se decía: “ha habido
sólo un muerto”. Que ha habido sólo un fallecido no le debió parecer a quien perdió la
vida pocos, pero al redactor le decepcionó extraordinariamente. Tal vez se desplazó en
busca de la noticia y después de hacer semejante traslado, conoce que ha habido sólo un
muerto. Para quien murió no fue un día cualquiera, pero el periodista, piensa: “vaya,
después de tanto trabajar para que se muera sólo uno”. Cada hombre es singular,
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irrepetible, insustituible, sin sustituto, y cada vez que muere alguien un poco de la
palabra fallece. De modo que tal vez, cada vez que alguien nace, se reanima y revive y
se recrea la palabra. Por eso, esta soledad constitutiva nos lleva a la necesidad de asumir
que sólo quien asume esa soledad es verdaderamente un ser singular, es verdaderamente
alguien singular y es decisivo ser singular.
Una vez en clase recordé una frase de René Char que dice: “desarrollad vuestra legitima
rareza”. Y un día fui a un café de Madrid y el camarero vestido de verde se giró y detrás
ponía en la camiseta en rojo, “desarrollad vuestra legitima rareza”. Y se volvieron otros
dos chicas y un chico, y detrás ponía también lo mismo; “desarrollad vuestra legitima
rareza”. Y les dije: y, esto, ¿de dónde ha salido? Y, me contestaron, es que aquí había
uno que había ido a estudiar a la universidad y el profesor le dijo: “desarrollad vuestra
legitima rareza”. Para que luego digan que la filosofía no tiene influencia social. Y, de
hecho, insisto, “desarrollad vuestra legitima rareza”. Para impulsar también la
singularidad, no de ser un rarito, sino de provocar una rarefacción.
Hay seres que tienen tal singularidad que cuando llegan a un lugar, las cosas son
distintas. Su mera presencia, su palabra, su modo de estar, de ser, de andar, de mirar
produce una situación distinta. Y quien no ha asumido esta propia soledad ¿sabe lo que
le pasa?, que tiene tendencia a culpabilizar al otro de que él está solo. Y esto es muy
frecuente. ¿Quién ha dicho que la pareja, el matrimonio o el amor logran eludir esa
soledad singular? y ¿quién ha sido el pánfilo que ha definido el amor como la
superación de la soledad constitutiva? No, no, de ninguna manera, quien no ha hecho
esa experiencia de soledad tiene un problema grave, le inculpa al otro de ella. Vive una
adolescencia constitutiva que le hace echar una y otra vez la culpa al otro de que él está
solo. Y qué esperas, si es que precisamente a eso que llamas soledad es tu propia
constitución como ser singular. Pero, ¿eso quiere decir que no quieres a los demás
porque estás solo? Considero que más bien no querer es echarle la culpa al otro de que
tú estás solo, ése es otro tema.
Dicho esto, subrayaré una cosa para animar: “el amor no es la eliminación de la
soledad”, pero es muchísimo más llevadera la soledad con otro, muchísimo más vivible
la singularidad, muchísimo más soportable la vida. Pero ¡de ahí a pensar que el otro va a
hacernos inmortales! Nosotros somos finitos, como dice Píndaro, somos efímeros, seres
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de un día. Eso quiere decir efímero, como el pan, como el periódico, de a diario. Y una
vez que nosotros tenemos ese carácter, podemos ser islas, seres aislados, pero las islas
siendo aisladas pueden constituir un archipiélago y el archipiélago es el conjunto de
islas unidas por aquello que les separa. Así que tenemos también la posibilidad de
comunidad, de asociación, de una tarea que hacemos conjuntamente. Y una universidad
es asimismo una tarea en común, una búsqueda en común.
Ahora les desvelo el título que era evidente, si somos distancia, si somos tiempo, si lo
que hay sobre todo es la experiencia de que uno es una distancia respecto de sí mismo,
de que uno no es que no coincida con los demás, es que uno no hay manera de que
coincida con uno mismo. El día que uno coincide con uno mismo se puede decir que ya
está acabado. Pero, ¿ustedes quieren estar acabados?. Yo no tengo ninguna prisa. Estar
acabado es bastante malo, estar acabado es estar finiquitado, estar finiquitado, es estar
finado. Y ¿saben lo qué es un finado? ¿Han oído hablar del finado? Pues cuidado con
estar acabado porque yo no tengo ninguna voluntad de estar acabado, porque solo se
está acabado cuando está uno muerto. Estamos aquí precisamente porque no nos
sentimos acabados, porque deseamos saber, crecer, mejorar.
Y toda vez que no estoy nunca acabado lo único que uno pueda esperar es ser un
hombre entero, una mujer entera, un ser de cuerpo entero. Pero entero no es lo mismo
que acabado, porque entero quiere decir íntegro. Esa palabra, integridad es la misma
palabra en castellano que la palabra entereza. La integridad es entereza y por eso uno no
está acabado. Y a veces la entereza consiste en aceptar que uno no está acabado, que
uno tiene deficiencias, fisuras, no es completo y tiene necesidades, que uno es en última
instancia finito y por eso el amor adopta la forma de una distancia que hay que saber
vivir y compartir con otro y acertar en la distancia. El exceso de proximidad puede ser
malo, y el exceso de distancia también. Casi diría que cada relación es la negociación de
una distancia y que esa negociación de las distancias se preserva a través de la palabra y
la caricia. La palabra mide bien la distancia, esto se comprueba muy bien cuando
escribe un mensaje. Cada palabra, cada adjetivo es una distancia. Se dice: “ha sido muy
agradable estar contigo”, pues eso es una distancia. Ahora más cerca por favor, más
cerca, y entonces ya cada uno empieza a decir, “ha sido muy entrañable estar contigo.
Más cerca, más cerca, más cerca: “ha sido delicioso”, Uh! eso es demasiado cerca. Ya
sabes que has pasado una tarde agradable, ha sido agradable, pero si dices que ha sido
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delicioso, ten cuidado, porque agradable y delicioso miden una distancia. Pongo estos
ejemplos para decir que las palabras son también una relación que preserva y mantiene
una distancia. La caricia es exactamente la expresión de una distancia que sólo se atisba.
No es posesión, es la experiencia también de una distancia que se recorre y que en cierto
modo confirma al otro como alguien distinto de ti y que en cierto sentido confirma al
otro como alguien con quien tienes que ver. Pues ahí va el título de esta conversación: la
distancia de uno respecto de si mismo es el tiempo. Si no hay distancia no se preocupen,
no podrán hacerlo, acaban ustedes de fallecer. No sólo ya no son temporales, ni son
lingüísticos, ni son históricos. El día que coincidamos de verdad con nosotros mismos
de modo absoluto nos estarán haciendo un funeral. Así que conviene más bien tener la
sensación de que uno no coincide nunca consigo mismo. Y saber habitar eso, es el
humor.
El humor es un sentido de la distancia, el sentido de la distancia de uno consigo mismo
y el sentido de la distancia de uno respecto de su propia muerte. Por tanto el humor es
nuestra edad. La edad que uno tiene la da su sentido del humor, es decir los años que le
quedan hasta morirse. Así que hay que andarse con cuidado con la edad que tiene uno,
porque hay gente que parece muy joven y le queda una semana. La edad que uno tiene
no es la edad de lo que ha vivido. Eso ya no lo tiene, la edad que uno tiene es el tiempo
que le queda por vivir, y el tiempo que a uno le queda por vivir está por ver. Así que no
presumamos mucho de jóvenes, ni tampoco de mayores. Dice un proverbio chino que
nadie es tan viejo como para poder garantizar que no va a durar veinticuatro horas, ni
tan joven como para asegurar que sí. Así que esta distancia de uno respecto de su propio
morir es exactamente el humor. Y querer aprender, desear saber, confirman que tanto
nuestro humor como nuestra existencia están bien vivos.
Pues amor se escribe con hache, con hache de humor. Sin sentido del humor no hay
sentido del amor. Así que hay un termómetro fundamental para el sentido del amor, que
consiste en ver si hay algún tipo de humor. Ya consideraremos lo que esto puede querer
decir, que humores hay de todos los tipos, buenos y malos, y la importancia de esa
distancia recorrida como sentido del humor, que es la importancia de reír juntos, de reír
alguna vez con alguien, la posibilidad de reír con alguien, que es la posibilidad de sentir
con alguien la experiencia de que hay un no sé qué, que nos une. En ocasiones he
recordado que reír es una forma más o menos sofisticada de no llorar, pero reír con
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alguien, cuando al reírnos nos estamos diciendo cosas que a veces no sabemos ni
especificar, esta posibilidad de añorar a alguien con quien reír, a mí me parece también
extraordinariamente interesante, porque es la prueba fundamental de la salud. El amor
es la salud. Esta es la salud, el amor. Exactamente, y por eso cuando no sepan cómo
expresar algo, y a veces hay que expresarlo, empleen siempre términos que tengan que
ver con el alma, con independencia de la concepción que tengamos religiosa, espiritual
de la vida, del alma. El afecto no se cuantifica numéricamente. No es cuestión de dar
una cantidad. Querer ochenta con cinco no parece una buena respuesta. Decir que “con
toda mi alma”: resulta mejor. Así que esta percepción de aquello que no es mensurable,
ni ponderable, que sólo puede ser adjetivable nos habla del amor como salud.
Hablemos un poco de la salud. Ya sé que ahora hay risoterapia, que reírse es muy
bueno para la salud, pero no hablo de esto. Quiero decirles otra cosa, quiero decirles que
la salud no sólo es la carencia de enfermedades. Conozco a mucha gente que no tiene
ninguna enfermedad y no tiene ninguna salud, como la paz no es sólo la ausencia de
guerra. Conozco lugares donde no hay ninguna guerra, y no hay ninguna paz, porque la
paz es también las condiciones de posibilidad para todos de una vida digna y justa.
Mientras haya personas que no tienen una vida digna y justa no hay realmente paz. La
paz no es sólo la ausencia de guerras. Por supuesto que no las queremos y por supuesto
que es una condición, y la salud no es sólo la carencia de enfermedades. La salud debe
ser alguna otra cosa y voy a poner dos ejemplos: uno es que por las mañanas cuando nos
vemos nos saludamos, y otro es que Montaigne decía que vivimos en un mundo
enfermo. ¿Y por qué está el mundo enfermo?, –porque tiene cuatro enfermedades: una,
la falta de amistad, dos, la falta de comunicación, tres, la persecución de los indios y
cuatro, las guerras. Fíjense qué lista de enfermedades más rara, no ha dicho nada del
riñón. Ha dicho la falta de amistad, la falta de comunicación, la persecución de los
indios y las guerras, que noción de salud tan extraña tenía este señor, verdad. Y cuando
nos saludamos por la mañana, yo te saludo. ¿Qué quiere decir yo te saludo? Buenos
días, que no tengas nada del hígado, ¿es esto? Yo te saludo, o es alguna otra cosa.
Cuando saludamos a alguien y le estamos deseando salud, le estamos deseando que
tenga una vida gozosa, armoniosa, dichosa, que viva con equilibrio y con mesura o en
última instancia le estamos diciendo ojalá estés contento.
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No estoy muy seguro de lo que pueda querer decir la felicidad, no estoy muy seguro qué
alcance se le da cuando se entiende como adjetivo. Recuerdo un anuncio en el que una
mujer decía en la televisión, “estas sopas están hechas con amor”. Ya me di cuenta o
sospeché que el amor era una cosa para hacer sopas. Y es más, me di cuenta que era una
coartada para que nos hiciera la sopa otro, u otra. Una vez que comprobé que el amor
era una coartada para que las cosas las hicieran otros, otras, entonces llegué a suponer
que estar contento, aunque no sea feliz, tiene una atracción extraordinaria, y esa
atracción extraordinaria es la siguiente: uno está contento cuando le coincide la forma
con el contenido. Si no le coincide su forma con su contenido, es un continente, en cuyo
seno se dejan caer cosas como en un recipiente, pero si uno tiene una forma que se
conforma con su contenido está contento, es decir, uno está a la altura de lo que es y
dice lo que hace, y hace lo que dice, y dice y hace lo que dice, porque dice y hace lo que
piensa. Si ustedes conocen a alguien así, no lo dejen, es muy infrecuente. Porque decir
eso sería vivir de verdad y vivir en la verdad, eso sería estar contento, la coincidencia de
la forma con el contenido.
Y aquí hemos de hablar de la verdadera mentira. La mentira no es fundamentalmente
decir lo contrario de lo que uno piensa. A mí sobre todo me parece que la mentira es
vivir lo contrario de lo que uno dice y piensa. Vivir lo contrario de lo que uno dice y
piensa, eso es vivir fuera y lejos de la honestidad y la justicia, vivir en la mentira. Así
que dicho todo esto, si hay que estar contento les propongo que lo hagamos en la
dirección de que amor se escribe con hache, que es indispensable para el amor
divertirse, extraordinariamente importante. Es decisivo divertirse y es importante el
placer. La gente sin placer es gente peligrosa, que tiene tendencia a inculpar a los otros.
Pero cabe preguntarse qué es divertirse en la universidad. Divertirse no significa hacer
cosas más o menos llamativas y extravagantes. Divertirse es diversificarse, divertirse es
hacer versiones distintas de uno mismo, divertirse es convertirse permanentemente en
otro, divertirse es ser otro que uno mismo siempre. El día que uno no acepta que él es
otro para sí mismo, no tiene esa distancia, no tiene sentido del humor. Si no hay
distancia de uno respecto de sí mismo, no hay sentido del humor y no hay sentido del
humor si uno no sabe que él es otro para sí mismo también. Quien no acepta que es otro
para sí mismo
tiene muchas dificultades para aceptar el otro. El primer racismo
empieza por no aceptar el otro que uno es. La primera xenofobia consiste en no aceptar
que uno es otro para sí mismo, no tanto como Gregorio Samsa, en la Metamorfosis de
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Kafka, que un día se despertó y se encontró convertido en un repugnante insecto. No es
algo que nos lo dice el espejo, es algo que nos dice esta permanente voluntad que
tenemos de transformarnos. En este sentido, la universidad es un trastorno fructífero,
nos hace otros.
Así que el humor tiene otro nombre, ¿saben cuál? : la curiosidad. La curiosidad es el
valor fundamental de las personas que piensan. No es la curiosidad de ver si esto es así
o de otra manera. Es la de ver si podemos pensar de otro modo a como pensamos. Es la
curiosidad de comprobar si podemos ser otros de quienes somos. Y esa curiosidad de
transformación, esa curiosidad que nos pone en acción para ser otros que quienes
somos, significa tanto como reconocer que no somos inmejorables. Y les agradezco
mucho que estén aquí y además constato que han preparado muy bien la conferencia y
veo que la han preparado muy bien por el modo como escuchan. Precisamente por eso
venimos a la universidad, porque somos mejorables. Plutarco en las obras morales titula
“Sobre el arte de escuchar”, y allí dice cómo se prepara una conferencia. Y no la que va
dar uno, sino la que va a escuchar. Y ¿cómo se prepara? De dos maneras: la primera,
estando dispuesto a dejarse decir algo, y otra, no creyendo que uno lo sabe todo y mejor
que los demás. Esa actitud de escucha, que es la actitud de receptividad, de hospitalidad,
que agradezco mucho, significa que uno no está absolutamente satisfecho de sí mismo.
Si a alguno le parece que es insuperable, quizá la universidad no sea su lugar, porque en
cierto modo estamos aquí juntos, porque somos verdaderamente perfectibles, porque
hay muchas cosas que no hacemos, como quizás soñaríamos, respecto de lo justo, de la
justicia, dado que estamos lejos también de nosotros mismos en esa búsqueda que
hacemos de justicia y de dignidad. Esa distancia no es melodramática, esa distancia es
trágica. Creo que hay mucho melodrama y muy poca tragedia, porque la tragedia es
exactamente el gozo de saber que somos mortales, que habitamos la tierra como
mortales, que somos finitos, que somos mejorables. Y asumir esa distancia, asumir que
somos de muchas maneras muchos días de manera diferente, que renacemos cada día,
esa distancia que adopta la forma del humor, significa quererse a sí mismo. Tal vez su
presencia aquí es también un acto de afecto a ustedes mismos.
Es indispensable, ya que hablamos del amor, quererse mucho a sí mismo, muchísimo.
Quien no se quiere a sí mismo es un peligro, un peligro social. Pero, ¡si hace bien
pocoha dicho usted que no había que gustarse mucho!. Así es. La gente que se gusta
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mucho también es un peligro social. Entonces, ¿en qué consiste la cosa?, en quererse
mucho, sin gustarse mucho. Esto es muy difícil, y ahí está el sentido del humor, amigos.
El sentido del humor consiste exactamente en quererse mucho a uno mismo, sabiendo
que uno no se gusta mucho. La experiencia de esa distancia es la experiencia de una
tarea permanente, que es la tarea permanente a estar abierto, a estar abierto a los otros.
De ahí la importancia que uno tiene cuando comparte con alguien este sentido del
humor. Es decir, la tarea de ir curiosamente deviniendo otro, cuando da gusto descansar
con alguien. En cierto modo ya se dice que querer a alguien es dormir con él. O al
menor desearlo. Sobre esto no hablaré. Si hablo de dormir es para decir que querer a
alguien es soñar con él. Me he dado cuenta de que no dormir es malísimo para la salud y
no sabía por qué y ahora ya sé a qué se debe. Cuando no se duerme, no se sueña y,
desde luego, sin soñar no se puede vivir. Soñar, y soñar también en la dirección de una
voluntad de ser otro, una voluntad de transformar el mundo, una voluntad de
transformarse a sí mismo y esto lleva exactamente a un cuidado del alma, del ánimo,
llamémoslo del espíritu.
¿Cómo se puede cuidar el alma, no haciendo de esto necesariamente un discurso
religioso? Quien lo tenga merece respeto y desde luego no me corresponde a mí hacerlo.
¿Cuáles son los cuidados del alma? Los primeros cuidados del alma comienzan por
cuidarse en cierta medida el cuerpo. Platón considera que el cuerpo es la cárcel del
alma. Pero cuando uno lee despacio el texto en griego, el texto no se refiere
explícitamente a cárcel. Dice ‘frourá’, y frourá no es sin más cárcel, cárcel del alma.
‘Frourá’ es un recinto y significa la vigilancia vigilada, el velar de alguien. Frourá se
parece más a lo que se hace con un hijo y cuando se es primerizo, y se duerme con un
ojo abierto para ver si respira el niño. Es la sensación de que estás velando por alguien,
estás pendiente de alguien. Cuando Platón dice que el cuerpo es ‘frourá’ del alma, dice
que el cuerpo está velando por nuestro espíritu. ¿Sabían lo que hacían los grecolatinos
para cuidar el alma? pues cosas de estas, cierta higiene, comer de modo razonable, un
poquito de ejercicio, y digo un cierto ejercicio, porque ahora hay mucha gente a la que
le parecen darle ataques de atletismo. Vas por la calle y te encuentras con personas
arrebatadas, a punto de fallecer, a las doce del mediodía corriendo desaforadamente
bajo el sol, por lo visto para cultivar su salud. Lo que se requiere es la entrega al
ejercicio moderado, al paseo, a la comida mesurada. Semejante sentido de la medida es
extraordinariamente importante y ellos cuidaban el alma así, cuidaban el alma de esta
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manera: un poco de reflexión al acabar el día, un poco de premeditación de la vida y de
la muerte, un poco de leer, un poco de conversar, un poco de andar. Tal era su cuidado
para que al acabar el día se pudiera decir, como Séneca: “¡hoy he vivido, sí, hoy he
vivido!”. Eso también forma parte decisiva de la vida universitaria. No se es
universitario sólo en horario académico.
Este cuidado es mesura y de ahí la importancia del humor como sentido de la medida.
Las personas que se consideran graciosas no son muy atractivas.. No soporto a las
personas que van de graciosas. A mí me gusta la gente con sentido del humor. Me
desagradan los graciosos oficiales, los que tienen que estar graciosos siempre, incluso
en los funerales, es decir, los que no entienden lo que es la simpatía. Porque la simpatía
es tener un pathos en común con alguien y un estado de ánimo compartido, que no
necesariamente ha de ser gracioso, porque a veces las cosas no lo son, ¡qué le vamos a
hacer! Entendámonos. Si uno es gracioso, se lo agradezco y le felicito. Me estoy
refiriendo a los que van de graciosos por la vida, creyendo que eso es tener sentido del
humor. El humor es un sentido de la medida y de la mesura. La última palabra para el
humor, la verdadera palabra para el humor es ésta, la palabra elegancia. Elegancia, por
favor. El amor es elegancia y el humor también. Y ser universitario es ser elegante, ¿Y
saben lo que quiere decir elegancia? Elegancia es saber elegir. Etimológicamente, ser
elegante es saber elegir. No tiene que ver sólo con la indumentaria. Tiene que ver con
todo. Saber elegir es también saber elegir con quien estar, adónde ir, qué decir, cómo
comportarse, cómo moverse, saber decidir, tener la gracia y el don del elegir. Y saben
cuál es la gracia, qué es la gracia. Ahora ya aparece el sentido del humor en todo su
esplendor. La gracia es la sal: eso es la gracia. Cuando alguien dice “yo soy la sal de la
tierra”, hasta tal punto la gracia es la sal, que alguien gracioso decimos que es salado,
que tiene salero y uno que no tiene sentido del humor decimos que es un pavisoso, un
soso. Frente al soso, el salado, la gracia es la sal, pero ¿cuánta sal hay que ponerle a la
cosa para tener gracia?, Los libros de gastronomía son muy desconcertantes, porque me
he fijado siempre en las cantidades de sal y no hay manera de sopesarlo de verdad.
Dicen, una pizca de sal, ¿qué es una pizca? Una pizca ¿con qué dedos? El sentido de la
gracia como el sentido de la medida, el sentido de la decisión, el saber elegir, el saber
medir, es tan importante que, en última instancia, el sentido del humor consiste en hacer
la experiencia de ver hasta qué punto aquello está en su punto.
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Para hacer esa experiencia les voy a contar un secreto, un secreto a voces: hay que hacer
el movimiento, porque el amor es una donación de algo que uno no tiene y ya veremos
por qué. ¿Qué es eso de la experiencia?, Algo muy sencillo. No se aprende a nadar
leyendo libros de natación. Hay gente que lee cuarenta años libros de natación, se tira al
agua y se ahoga. Asimismo, no se engorda leyendo libros de gastronomía. Podemos leer
libros de gastronomía sin ganar peso. No se adelgaza consultando libros de gimnasia.
Lo que engorda, más que el libro de gastronomía, es comprar, hacer la receta,
condimentarla y luego comérsela. Y engorda más sólo comérsela, sin haber hecho todo
lo anterior. Así que la historia está en reconocer que hay que hacer el movimiento y que
el humor es la acción del movimiento de la elegancia, la acción del movimiento del
amor. Y estudiar y aprender es hacer el movimiento. Esa acción del movimiento, es una
acción extraordinariamente difícil para un hombre y para una mujer, porque al hombre y
la mujer, en esta voluntad de que tenemos de reír juntos, nos pasa una cosa muy
singular.
Dice Hölderlin que “somos insignificantes, que no tenemos significado”. Antes hemos
recordado que somos efímeros, y ahora que no tenemos significado. Se complica el
asunto: somos insignificantes y carecemos de significado. Entendámonos. Esto podría
desmoralizarnos, pero a su juicio, a juicio de tantos, no tiene tampoco mucho sentido la
vida. Expliquémonos. A cuantos como excursionistas van por la vida cantando detrás
del sentido de la vida, buscando su sentido, buscadores del sentido de la vida, cabe
tranquilizarles: presupongamos que la vida no tiene sentido. Bueno, no sé si les he
tranquilizado mucho con eso, pero hay algo muy interesante. El hombre, siendo
insignificante, y careciendo de sentido, tiene una capacidad maravillosa, porque es de
entre todos los animales, el único animal que habla y dice y, como dice, señala cosas y,
como dice, ofrece sonidos que señalan cosas y da sentido a las cosas. Así que el hombre
no teniendo él previamente sentido, es capaz de dar sentido a la vida. Y al darlo, lo
recibe. Por ejemplo, a este acto de esta mañana. Sé que no es el más importante, ni el
más interesante de su vida, al menos así se lo deseo, a este encuentro le podemos dar un
sentido. Este acto será lo que sea, pero es irrepetible. Nuestro momento tiene la
eternidad, la intensidad, la densidad de un momento irrepetible. Este acto, este gesto
nunca volverá, y nosotros le podemos dar un sentido a un acto. Ahora bien, si uno le
está buscando un sentido intrínseco y previo, al margen de su disposición, de su escucha
y de su recreación, va a pasar una mañana infecunda.. Yo le propongo que se lo demos.
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Pero ¿cómo vamos a dar algo si nosotros no lo tenemos? Hay cosas que sólo se tienen
cuando se dan, por ejemplo, las gracias. Las gracias que uno tiene son las gracias que
uno da, si no las das, no tienes ninguna. Por ejemplo, en relación con el amor, el amor
sólo se tiene si se da. Hay quienes dicen que para no perder mi amor no lo voy a dar
nunca. Por favor, si realmente lo tienes, dámelo. Sólo lo tienes si me lo das, y es que
hay cosas que sólo se tienen si se dan y conviene no olvidarlo. Y otro tanto ocurre con
el sentido. Exactamente esta experiencia, es la experiencia de un humor que es un
sentido de la donación. El humor es una donación. Ningún regalo mayor que vivir con
alguien con sentido del humor, con este sentido de un amor que es curiosidad, de un
amor que es elegancia, de un amor que es medida, de un amor que es búsqueda. Por eso,
hacerse cargo de esta inconsistencia de la existencia es también darnos cuenta de algo
fundamental, que todo lo que hacemos en la vida lo hacemos para ser queridos. Todo,
digámoslo, no hace falta tener mucho pudor para esto. En última instancia, conforme
uno va teniendo una cierta edad y eso ocurre pronto, empieza a darse cuenta de que las
emociones, los afectos, lo sentimientos son aquello que constituyen verdaderamente el
tejido de nuestra existencia. Y que no son ni indiferentes, ni incompatibles con el
conocimiento, sino determinantes.
No tengamos pudor en decir que sin afectos no hay conceptos y que sin afectos la vida
pierde sentido. No tengamos pudor en decir que estamos buscando cómo superar
nuestra propia soledad en la compañía y en la complicidad del otro, que efectivamente
con él vamos buscando ese horizonte que quizá nunca llegará pero que nos hace vivir.
No tengamos temor en aprender a diario que el afecto es el sustento y que una persona
sin afecto se seca y se marchita.
La percepción de que a veces hablamos del mundo, de la sociedad, de la realidad, de la
injusticia de la existencia, de la objetividad, de la verdad, de la racionalidad, de la
técnica, de la realidad, nos lleva a una necesidad que es la necesidad de una
autoimplicación, de tal manera que en esta vida, es decisivo sentirnos miembros activos
y parte integrante de una comunidad. Hemos de estar verdaderamente implicados en la
corresponsabilidad del mundo en el que vivimos, pues nuevamente “si p entonces q, ¿y
a mí qué?”, y a mí qué si no formo parte también yo implicado de esta constitución o
consistencia del mundo.
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Y les digo que les he traído y nos hemos ido un rato al recreo, porque el recreo es
necesario, absolutamente necesario en la existencia. Es importante la recreación, el ocio,
como espacio también de cultivo y de cuidado de sí mismo. El amor es la máxima
expresión del ocio, y el ocio requiere comportamiento. Ahora lo voy a decir con todo el
respeto y de la mano de Aristóteles: comportarse como Dios, eso es el ocio. Dios, como
el intelecto que toca el intelecto, dice Aristóteles, se toca como nadie, porque tocar sólo
Dios sabe tocar, porque toca como el pensamiento toca al pensamiento, y por eso
siempre está gozoso, señala Aristóteles, porque sabe tocar. Así que el amor debe ser
tocar como Dios, tocar como sólo Dios se toca, tocar como el pensamiento toca. De tal
manera que la caricia no es sólo la mano de uno sobre el otro, es llegar con tu propio
pensar al pensamiento del otro y tocar el pensamiento tuyo con el suyo. Este tocamiento
de un pensamiento que se toca con el otro es el tiempo de la recreación, el cultivo de sí,
de las posibilidades del devenir de otro.
Y ¿saben a qué se opone el ocio?: al negocio. El negocio es la negación del ocio. Ya
sospechábamos que el amor no es mucho negocio, no tanto como lo que del amor dice
Hegel, que es bien concreto: que sin patrimonio no hay matrimonio. Lo único que digo
es que sin ocio no hay amor y el ocio significa también combatir su mera negación, que
es el negocio. Y este ocio que es el ocio de la recreación y del cultivo de sí. Si,
efectivamente llegamos a la percepción de que la negación del ocio es el negocio, suele
decirse que en la vida no hay peor negocio que el amor y, sin embargo, es el espacio de
la recreación, el espacio del cuidado y del cultivo de si, esa protección. A veces, la risa
nos protege de los efectos de algo, dice Freud. Es así, pero esta aceptación de un modo
de ser y de ver, y ser universitario consiste en eso, que nos lleva a que con otro no sólo
tenemos mucho que ver, sino que con otro aprendemos una cosa importante, que hay
cosas que no se ven con los ojos. En el Teeteto de Platón, a Sócrates le dice Teeteto:
“¿Oye, te has enterado que hay gente por ahí que se cree que sólo es verdad lo que se ve
con los ojos y lo que se coge con las manos?”. Y dice Sócrates “¿cómo?”, sí, sí, “que
hay gente que se cree que sólo es real lo que se ve con los ojos o se coge con las
manos”. Y, responde Sócrates: “¿hay gente tan obstinada y tan repelente por ahí?”.
Bueno yo no lo sé, no estoy hablando en contra del ver, creo que es muy bueno ver,
pero ver no es lo mismo que leer. De tal manera que ver en cierto modo es importante
para leer, pero en cierto modo leer es también un poco dejar de ver. El niño que sólo ve
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fijándose en lo que ve no acaba de leer, dice “ma”, pero no “mamá”, porque el leer es ir
dejando de ver lo que has visto, previendo lo que has de ver y no quedándote fijado en
lo que ves, de tal manera que es un recorrido y un juego de la memoria y del olvido. Sin
fijarse cómo se fija la mirada la hace recorrer. Y esto es lo que nos hace exactamente el
amor y el humor formar parte de una comunidad a la que ahora me voy a referir.
Tengo un amigo que es muy gracioso y un poquito descarado que dice que él está cada
día más enamorado, pero que no sabe de quién. A mí esto me parece
extraordinariamente sugerente, pero creo que el amor es exactamente la pregunta por el
quién del otro, la pregunta por quién es el otro, la pregunta que se abre al misterio y al
enigma del otro y que sabe que siempre el otro será para nosotros un enigma y un
misterio por mucho que le queramos. Esta distancia respecto del otro significa también
tener el amor y el humor de no querer poseer, ni comprender, ni agotar la realidad del
otro y dejarle ser. Amar es dejar ser, dejar el espacio de la creación y del cultivo del
otro, así que hemos de pensar cuál es esta comunidad que está formada por una mirada
que no deja de ver lo que ha habido y anticipa lo que ha de ver.
Al encontrarnos en la universidad con otros, por el conocimiento, desde la curiosidad,
desde la necesidad de constituirnos a nosotros mismos como artesanos de la belleza de
la propia vida y desde la voluntad de amar la ciencia, la cultura, las artes, la
investigación y el conocimiento, recuperamos un buen humor. Lo hacemos para
desarrollarnos y desarrollar nuestro país, pero con voluntad de universalidad. Para
generar bienestar y conocimiento, para lograr la máxima expresión de la libertad, la
libertad práctica, la ética del cuidado de nosotros mismos como esa práctica de la
libertad, la que es capaz de dar sentido. En un tiempo difícil, donde y cuando hay
miseria, ignorancia, dolor y sufrimiento, y no poca soledad, el camino para afrontarlos
es la educación y la formación. El conocimiento combate la exclusión y el aislamiento.
Y la universidad es la casa del conocimiento, también del conocimiento entre nosotros.
No sea que consideremos que conocer es comprender y luego no seamos capaces de
comprendernos unos a otros. De no ser así, el comprender de la ciencia resultará
insensato.
El verdadero y el profundo amor es también el amor a la Humanidad y el sentido del
humor es un sentido de Humanidad. Amor se escribe con h de humor, con H de
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Humanidad. Y la Humanidad no está formada simplemente por quienes hoy poblamos
la tierra. La Humanidad está formada también por quienes no están ya y por quienes no
están todavía. La Humanidad es también un amor de solidaridad por quienes todavía
quizá no están. Los griegos llamaban a los muertos la mayoría, ¡que graciosos! Por eso
quizá les consultaban. Debía ser una consulta democrática, porque había más muertos
que vivos en esa época. He leído en una revista suele decirse con ironía que
norteamericana, de estas universidades buenas, de prestigio, que por primera vez en la
historia hoy somos más vivos que todos los muertos habidos, de los que hoy
entendemos por hombre o mujer. Hay más gente viva hoy en el mundo, más de cinco
mil millones de habitantes, que todos los que han muerto en la historia de la humanidad.
No los he contabilizado, claro, pero, por si acaso, diré que el triunfo de los vivos en la
humanidad no debe ser el olvido de quienes no están ya y sobre todo no debe ser el
olvido de quienes están aún por venir. Así que, con todo el sentido del humor, les deseo
salud.
Tal vez llegar a ser de valía comporta este riesgo, que arriesguemos nuestra vida por
aquello que merece la pena, por vivir elegantemente con sentido del humor, con sentido
del amor, porque amor se escribe con h de humor, con H de humanidad. Y
recompongamos la ortografía con humor. ¿O con umor, sin hache? No sea que a quien
le corresponda perder la hache sea precisamente al humor, hasta ser umor. “Palabras
antiguas latinas, como umor y umidus, que nunca se habían escrito con h en el periodo
clásico, pasaron a escribirse como humor y humidus precisamente cuando nadie
pronunciaba la hache en Roma. Ese error se transmitió hasta nuestro tiempo, humor y
húmedo, lo cual no es etimológico, ni fonológico, sino simplemente absurdo.” (Historia
de las letras, ibid.) Y quizá queden las huellas de esa hache, en la letra c que habita su
nombre. C de conocimiento, c de ciencia, c de comunidad, c de curiosidad. Por eso,
puestos a ganar la h, lo peor es perder la memoria que esta c comporta.
29 de octubre de 2012
Salón de actos del edificio de Biología
Universidad Autónoma de Madrid.
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