El ordenamiento jurídico de la Sociedad de la Información y el Conocimiento Tomás de la Quadra-Saldedo Universidad Carlos III de Madrid La comunicación ha sido un factor determinante durante toda la evolución de la sociedad. Ya en el pasado, los caminos servían para llevar a cabo la comunicación entre las tierras correspondientes a distintos poderes señoriales. Por consiguiente, los caminos (o lo que es lo mismo las comunicaciones), son el origen de la centralización del poder, restringiendo su ámbito. Actualmente, y del mismo modo, las Telecomunicaciones crean la posibilidad de comunicación, surgiendo posteriormente la necesidad de su regulación, es decir, de una decisión por la que se sepa cuáles son los derechos y deberes de los ciudadanos respecto de ellas. Esta decisión es lo que se conoce como derecho, respondiendo a una necesidad intrínseca de la organización social. En este escenario, el primer problema con el que nos encontramos es que las comunicaciones no tienen fronteras. Es difícil establecer los límites de las comunicaciones para determinar la certidumbre de lo que se puede hacer o no y bajo qué condiciones (¿quién regula el delito de fraude electrónico?, ¿quién lo juzga?, ¿en qué lugar?), además de la determinación del infractor (lo cual no siempre es sencillo). Por tanto, como en la antigüedad con “la paz de los caminos”, en la actualidad es necesaria una regulación y una coordinación supranacional con respecto a las Nuevas Tecnologías. El ordenamiento jurídico de las Telecomunicaciones tiene un carácter heterogéneo, tanto en cuanto a su objeto como a sus características. No sólo es preciso la elaboración de un derecho, sino también el establecimiento de las normas de desarrollo de sus leyes, con la particularidad de que el régimen jurídico que discipline estas actividades está llamado a tener una cierta permanencia frente a la rápida evolución de las tecnologías de la información y sus constantes descubrimientos y mejoras. No obstante, el margen de interpretación de estas leyes es tan amplio que no puede generar un sentimiento de confianza en los inversores llamados a implantar las 1 tecnologías de la información hasta no saber cuál será el modelo concluyente que se va a definir en las normas de desarrollo. Es preciso diferenciar entre los contenidos de las comunicaciones (libre) y la utilización del soporte o medio de transmisión que hace viable la comunicación. La existencia de una posición dominante en el medio de transmisión puede afectar y dañar al común de la sociedad, dificultando el desarrollo de la libre competencia. Sin embargo, se duda si las trabas puestas al operador dominante son negativas para el desarrollo tecnológico de la industria de las telecomunicaciones y representan un frenazo artificial en las necesidades de investigación y desarrollo, que es una de las exigencias a la que ningún país puede renunciar ni obstaculizar. La rápida evolución tecnológica y el proceso de liberalización en el que la mayoría de países se han embarcado, son dos circunstancias que pueden explicar el desconcierto en el que parece estar sumida la regulación de estas tecnologías. Con la aparición de Internet, los primeros usuarios se sentían como descubridores de un nuevo continente, con ganas de explorar la red y reacios a ningún tipo de regulación. Pero han empezado a surgir problemas, y de nuevo nos preguntamos si es necesario una regulación. Volvamos a estudiar las responsabilidades, tanto de los contenidos como de los medios para transmitir y comunicar. Si nos centramos primero en las redes y sistemas de comunicaciones, la primera pregunta es si debe ser bien un monopolio (preferiblemente el estado) el que preste el servicio, o bien debe ser un sistema liberalizado, abierto al libre mercado y la libre competencia. En un principio, se acepta la existencia de un sistema de servicio público, ya que había que atender necesidades de interés general que no podían dejarse a la dinámica del mercado (por ejemplo que el teléfono sea accesible en igualdad de condiciones en cualquier parte del territorio y sin costes excesivos, de modo que todos los sectores sociales puedan tener acceso a ellos con relativa facilidad), además de que era necesario pasar por la propiedad de todos al realizar un cableado. Más tarde, en los años ochenta, Europa apuesta por la liberalización del sector de las telecomunicaciones. Su objetivo era romper las barreras que se oponían a la creación de un mercado mundial de las telecomunicaciones en el que la industria y las empresas europeas pudieran, en general, competir con las americanas y las japonesas. Puesto que era imposible competir en sectores como el industrial y el naval, la opción fue buscar un sector de negocio, las Telecomunicaciones, en el que se dispusiera de un importante grado de I+D. 2 Esa liberalización se realiza con la “condición” de que se garanticen las obligaciones de “servicio universal”, de forma que la población tenga acceso a los servicios de telecomunicación a un precio asequible. Sin embargo, la regulación de este sistema de mercado no es fácil de establecer ni de controlar su cumplimiento, e introduce problemas que no son de fácil solución, como el de decidir quién tiene que cubrir las obligaciones de servicio universal y cómo acometer sus costes. En el proceso de liberalización es imprescindible alcanzar la situación de libre competencia. Para ello se trata de favorecer a los nuevos entrantes en los mercados nacionales, estableciendo restricciones a los operadores dominantes (que son los monopolistas del pasado). Así, se ha impedido al operador dominante prestar determinado servicio a través de sus propias redes, con el fin de favorecer el desarrollo e implantación en condiciones semejantes de los nuevos operadores, reservándoles un determinado tipo de mercado. Hay que conseguir interconexión y acceso de las nuevas compañías a las operadoras tradicionales, para que puedan acceder a sus clientes e intentar captarlos. No obstante, esta política no ha impedido que los nuevos entrantes sigan teniendo una cuota mínima de mercado respecto a la del dominante, produciendo además dos efectos significativos. El primero es la desincentivación del esfuerzo en I+D del operador dominante en cuanto al nuevo servicio cuya entrada le ha sido restringida, cuando probablemente fuera el que estaba en mejores condiciones para abordar esta actividad. El segundo es la entrada de operadores no comunitarios a través de alianzas. Por tanto, debido al elevado grado de inversión, cabe cuestionarse quién puede competir. Aparecen cuestiones cómo: ¿qué propiedad tiene la compañía propietaria sobre su red?, ¿qué autoridad tiene sobre su propiedad?, y ¿cómo se fija el precio sobre ese uso?. Es por tanto necesaria la intervención administrativa. La Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones es el organismo regulador que surge para satisfacer las necesidades de interés general en un entorno tendiente al monopolio, siendo mediador en los conflictos de las de las telecomunicaciones. Entre sus principales cometidos se encuentra el responder de modo rápido ante nuevos problemas que no pueden tener respuesta en las normas establecidas. En cuanto a las normas relacionadas con los contenidos, actualmente se está elaborando un Proyecto de Ley, para antes del 25/07/03, ordenado por directivas europeas. 3 Una vez revisadas las responsabilidades en cuanto a los medios de transmisión, pasemos a enunciar brevemente la situación en cuanto a los contenidos. La regularización de los contenidos en las nuevas tecnologías se rige del mismo modo que la regulación en los contenidos de televisión. En cuanto a otros medios como el correo electrónico, le son aplicables las reglas del correo físico. Es importante mencionar que la legislación del contenido se centra de modo importante en la preservación de la intimidad, así como en ámbitos de legitimación como la firma electrónica. No obstante, todavía son necesarias leyes de responsabilidad. 4