Una leyenda

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EL MUNDO, MIERCOLES 21 DE NOVIEMBRE DE 2001
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JULIO FUENTES
SUS COMPAÑEROS. «Era
un reportero de elite para quien, en lo personal, la guerra era
un lugar seguro, donde el horror se asume como realidad cotidiana y deja de ser sorpresa»
La otra
rosa del
jardinero
RAMON LOBO
Julio Fuentes, a la izquierda, en Afganistán en 1989, después de que las tropas soviéticas abandonaran el país.
Una leyenda
ARTURO PEREZ-REVERTE
Julio Fuentes sabía que a un reportero de
guerra no lo asesinan nunca. Lo matan trabajando. Y que lo maten va incluido en las
reglas del juego, salvo en el caso de los pardillos, los irresponsables o los menguados
que, aquí o allí, políticamente correctos
ellos, exigen que un guerrillero afgano analfabeto, un zumbado liberiano o un francotirador serbio se comporten según las exquisitas reglas de la Convención de Ginebra.
Julio no era ni un pardillo, ni un irresponsable, ni un menguado. Lo políticamente
correcto se la traía muy al fresco, y conocía
las reglas como las conocen los veteranos
de la Tribu: unas veces se gana, otras se
pierde, y a veces, al fin, se deja de ganar
y de perder para siempre. Había pasado
muchas, demasiadas fronteras personales,
de ésas que algunos seres humanos pasan
íntima e irrevocablemente. Por eso tenía la
mirada vaga, el aire ausente, casi autista,
de lo que él mismo llamaba «la mirada de
los últimos mil metros». Los que te separan
de aquéllos a quienes no les han disparado
nunca. De aquéllos que todavía creen a ojos
cerrados en muchas palabras escritas con
mayúscula: información sagrada, deber
periodístico, compromiso con los lectores,
solidaridad humana, civilización, progreso.
A él le quedaban intactas pocas de esas
palabras. Pero le quedaban algunas; y con
ellas escribía sus crónicas y dignificaba sus
guerras y su vida. Era fiel a todo eso, por
supuesto. Pero también, y sobre todo, creía
que un reportero va, mira y cuenta, y que
Ahora está muerto. El sabía que la vida
Dios o el Diablo no son asunto suyo sino
que llevaba pasa esa clase de factura, y
de los editorialistas.
siempre —muchas veces conversamos sobre
Porque, sobre todo, Julio era un profeello— estuvo dispuesto a pagar. Ahora acasional. Un mercenario en el más honesto
ba de morir como vivió: fiel a sí mismo, efisentido del término. Un reportero de elite
caz, profesional, tierno, divertido, cínico,
para quien, en lo personal, la guerra era un
pelmazo, buen camarada, entrañable,
lugar paradójicamente seguro, estable, donvaliente. Fiel, sobre todo, a ese personaje
de el horror se asume como realidad cotique quiso ser y que su muerte al fin condiana y así deja de ser sorpresa, o trampa.
firma. Tuvo amigos, tuvo mujeres hermosas,
Un extraño hogar con reglas precisas, simtuvo adrenalina a chorros, tuvo lucidez, tuvo
ples, donde el malo es quien te dispara y
vida. Y ésa sí que la escribió con letras
el bueno es aquél cuya sangre te salpica,
mayúsculas. Vivió, vio, sintió, contó cosas
y el resto son milongas. Un sitio donde, a
que otros ni siquiera imagidiferencia de las ciudades y
nan o sueñan. No necesitaba
los países presuntamente
coartadas, justificaciones o
civilizados y razonables, uno
«Vivió, sintió,
excusas: ya he dicho que era
sabe siempre a qué atenerse.
el más puro de los hijos de
Incluso cuando te mata.
contó cosas que puta que cubrimos o cubren
Cuando Julio no tenía la
guerras. Sé que a él le habría
suerte de estar en una
otros ni siquiera gustado que yo dijera eso en
guerra, vagaba por las ciuvez de llorar sobre su tumba,
dades y las redacciones
imaginan»
y por eso lo digo. Una vez, en
como un colgado. Pedro J.
una de nuestras viejas
quiso apartarlo de las
guerras, cuando unos perioguerras, pero volvía una y
distas jovencitos le preguntaron su nombre,
otra vez. «Quiero ir», decía. E iba. Ahora,
respondió: «Soy Julio Fuentes, chavales.
cuando lo enterremos, habrá voces elogianUna leyenda». Toda su vida la pasó forjándo su sacrificio en aras del periodismo y del
dola deliberada y conscientemente, pagando
compromiso moral del informador. Pero con
todos y cada uno de los precios hasta el
Julio eso es mentira, o no es del todo exacto
final. Y lo consiguió, el maldito. Ahora Julio
o verdadero. Julio se metía la guerra en las
Fuentes es una leyenda. Y lo seguirá siendo
venas como otros el alcohol o las drogas.
mientras alguno de los que lo conocimos
Era un reportero puro y duro, tal vez el más
y quisimos siga vivo, levante por él una copa
puro de los que lo son, o los que lo fuimos.
y sonría al recordar.
Sin apenas fe y con dos cojones.
Abro el libro Los ojos de la guerra y descubro a Julio Fuentes disfrazado de Miguel
Gil en una portada azul clara. Miro al cielo
y veo a una constelación brillante de amigos
muertos. Son demasiados amigos ausentes
en este trabajo maravilloso e ingrato, duro
y triste: dar nombre a los sin nombre, a
los que a veces encerramos en un titular
de cifras castigados por su color o su origen;
un trabajo arriesgado que también da voz
a los que no la tienen; un trabajo que nos
conduce siempre al centro del dolor para
preñarnos de él, para que nos transforme
en personas heridas capaces de escribir historias olvidadas; un trabajo duro que nos
multiplica en miles de diminutos intermediarios entre el horror y la ignorancia para
que nadie pueda decir «yo no lo sabía».
Y a veces, este trabajo mata, se lleva a
los mejores, a los que dejan un hueco en
el que cabe el universo. Miguel Gil lo explicó
un día detrás de un atril, y lo dijo con palabras sublimes en el funeral de otro amigo,
el de Myles Tierney, muerto en Sierra Leona
en 1999: «No veo a Dios como un guerrillero, como un asesino emboscado dispuesto
a matar, lo veo más bien como un jardinero
que corta la rosa más bella».
Miro la portada del libro en la que Julio
es Miguel y Miguel es Julio y siento que
ya están juntos en algún lugar de rosas hermosas en las que el jardinero nos vigila para
saber cuál es nuestro momento. Mientras
que éste llega, tenemos que seguir contando
las historias que nadie quiere escuchar, dando nombres y apellidos de seres humanos
a los náufragos, a los vivos moribundos de
Africa, América y Asia, o los de aquí al
lado, los que vienen a vernos en pateras.
Ellos son la gente como Julio, como Miguel,
como Jordi Pujol, como Luis Valtueña, como
Juantxu Rodríguez... La gente que de verdad
merece la pena. Gente limpia y sin dobleces.
Es difícil explicar por qué hacemos este
trabajo, por qué vamos a la guerra; por qué
recorremos las carreteras en las que huyen
los refugiados; por qué caminamos en dirección de los disparos, de la noticia... Existe
una respuesta. «Arrojo piedras sobre un
charco y no puedo saber qué efecto producen en él, si es que producen alguno,
pero al menos tiro piedras». Lo dijo Martha
Gellhorn en los años 30. Ha pasado un siglo,
han pasado muchos muertos, pero aún hoy
lo decimos todos.
Nos vemos en el jardín, Julio. Un beso.
Ramón Lobo es reportero de guerra de El País.
Profesional del coraje
RICARDO HERREN
Fue en la redacción de Cambio 16, en los
años 80, donde Julio Fuentes hizo sus primeras armas como periodista. Era un
jovencito callado, introvertido, buena persona, soñador que solía poner cara de
resignación cuando se le encargaban esas
tareas monótonas que suelen tener que
realizar los bisoños. Porque Julio no le
ocultaba a nadie que su sueño y su obsesión era ser enviado especial, en lo posible, en sitios de alto riesgo.
A principio nadie lo tomaba demasiado
en serio. En una oportunidad escribió por
su cuenta una crónica de enviado especial
sobre la caída de Saigón en manos del
Vietcong. Julio tenía una prosa cuidada y
muy expresiva, aunque algo barroca para
el género, que iría puliendo con el tiempo.
El hecho había acontecido muchos años
atrás y, por supuesto, Fuentes nunca había
estado en Vietnam. Me pidió mi opinión.
La función de los veteranos suele ser,
entre otras, devolver a la realidad a los
más inexpertos y le respondí con dureza
que eso no era una pieza periodística y
que como tal no tenía valor alguno. Pero
era su modo de practicar y de anticipar
la realización de su sueño. Por fin un buen
día hizo un contacto con la guerrilla salvadoreña y realizó lo que, creo, fue su
primer trabajo como corresponsal de
guerra. Regresó con un material excelente
y descubrimos que también era un cua-
lificado fotógrafo. Cada vez que me han
silbado las balas o explotado los obuses
cerca me ha aparecido in mente la pregunta: «¿Qué hace un chico como yo en
un sitio como éste?». Estoy seguro de que
al bueno de Julio Fuentes no se le ocurrió
nada semejante antes de caer herido de
muerte: sabía lo que estaba haciendo.
Ricardo Herren fue el primer jefe de
Julio Fuentes en Cambio 16.
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