Comentarios Auxiliares de Elena G de White Ministerios PM WWW.PMMINISTRIES.COM David y Betsabé: adulterio y después Lección 10 Para el 8 de Septiembre del 2007 Sábado 1 de septiembre La historia de David ofrece uno de los más impresionantes testimonios que jamás se hayan dado con respecto a los peligros con' que amenazan al alma el poder, la riqueza y los honores, las cosas que más ansiosamente codician los hombres. Pocos son los que pasaron alguna vez por una experiencia mejor adaptada para preparados para soportar una prueba semejante. La juventud de David como pastor, con sus lecciones de humildad, de trabajo paciente y de cuidado tierno por los rebaños, la comunión con la naturaleza en la soledad de las colinas, que desarrolló su genio para la música y para la poesía, y dirigió sus pensamientos hacia su Creador; la prolongada disciplina de su vida en el desierto, que le hacían manifestar valor, fortaleza, paciencia y fe en . Dios, habían sido cosas de las que el Señor se valió en su preparación para ocupar el trono de Israel. David había tenido preciosas indicaciones del amor de Dios y había sido abundantemente dotado de su Espíritu; en la historia de Saúl había visto cuán absolutamente inútil es la sabiduría meramente humana: No obstante, el éxito y los honores mundanos habían debilitado tanto el carácter de David que repetidamente fue vencido por el tentador (Patriarcas y profetas, pp. 808, 809). Domingo 2 de septiembre: Precursor de una caída El espíritu de confianza y ensalzamiento dé sí fue el que preparó la caída de David. La adulación y las sutiles seducciones del poder y del lujo, no dejaron de tener su efecto sobre él. También las relaciones con las naciones vecinas ejercieron en él una influencia maléfica. Según las costumbres que prevalecían entre los soberanos orientales de aquel entonces, los crímenes que no se toleraban en los súbditos quedaban impunes cuando se trataba del rey; el monarca no estaba obligado a ejercer el mismo dominio de sí que el súbdito. Todo esto tendía a aminorar en David el sentido de la perversidad excesiva del pecado. Y en vez de confiar humilde en el poder de Dios, comenzó a confiar en su propia fuerza y sabiduría. Tan pronto como Satanás pueda separar el alma de Dios, la única fuente de fortaleza, procurará despertar los deseos impíos de la naturaleza carnal del hombre. La obra del enemigo no es abrupta; al principio no es repentina ni sorpresiva; consiste en minar secretamente las fortalezas de los principios (Conflicto y valor, p. 177). "Bienaventurado el varón que sufre la tentación; porque cuando fuere probado, recibirá la corona de la vida, que Dios ha prometido a los que le aman" (Santiago 1: 12). No es la orden ni la voluntad de Dios escudar a su pueblo de la tentación ... Cuando la verdad se posesiona del corazón, el cristiano es puesto frente al conflicto ... En su propia casa, y aun en su propio corazón, hay elementos opositores, y ninguna cosa, sino el abundante Espíritu de Dios, puede asegurarle la victoria. El comienzo del acto de ceder a la tentación está en el pecado de permitir que la mente vacile, en ser inconsecuente en vuestra confianza en Dios. El perverso siempre anda buscando la oportunidad de desfigurar a Dios, y de atraer la mente a lo que es prohibido. Si logra conseguirlo, fijará la mente sobre las cosas de este mundo, se esforzará por excitar las emociones, por despertar las pasiones, por fijar los afectos en aquello que no es para el bien; pero vosotros podéis someter toda emoción y pasión a control, en serena sujeción a la razón y la conciencia. Entonces Satanás pierde su poder de controlar la mente. La obra a que Cristo nos llama, es la obra de vencer progresivamente los males espirituales de nuestro carácter. Las tendencias naturales deben ser vencidas... Los apetitos y las pasiones deben ser subyugados, y la voluntad debe ser puesta enteramente del lado de Cristo. Oramos a nuestro Padre celestial: "No nos dejes caer en tentación"; y luego, demasiado a menudo, fracasamos en impedir que nuestros pies nos conduzcan a la tentación. Debemos mantenemos alejados de las tentaciones por las cuales somos fácilmente vencidos. Forjamos nuestro éxito mediante la gracia de Cristo. Debemos quitar del camino la piedra de tropiezo que ha hecho que nosotros y muchos otros pasemos por vicisitudes. La tentación y las pruebas nos asaltarán a todos, pero no necesitamos ser vencidos por el enemigo. Nuestro Salvador ha vencido por nosotros. Satanás no es invencible... Cristo fue tentado para que supiera cómo ayudar a cada alma que después sería tentada. La tentación no es pecado; el pecado está en ceder a la tentación. La tentación significa victoria y gran fortaleza para el alma que confía en Jesús (Nuestra elevada vocación, p. 89). Lunes 3 de septiembre: La caída Los israelitas, que no pudieron ser vencidos por las armas ni por los encantamientos de Madián, cayeron como presa fácil de las rameras. Tal es el poder que la mujer, alistada en el servicio de Satanás, ha ejercido para enredar y destruir las almas. "A muchos ha hecho caer heridos; y aun los más fuertes han sido muertos por ella" (Proverbios 7:26). Fue así cómo los hijos de Seth fueron alejados de su integridad y se corrompió la santa posteridad. Así fue tentado José. Así entregó Sansón su propia fuerza y la defensa de Israel en manos de los filisteos. En esto tropezó también David. Y Salomón, el más sabio de los reyes, al que por tres veces se le llamó amado de Dios, se trocó en esclavo de la pasión y sacrificó su integridad al mismo poder hechicero... Satanás indujo primero a Israel al libertinaje y luego a la idolatría. Los que deshonran la imagen de Dios en su propia persona y contaminan así su templo, no retrocederán ante ninguna cosa que deshonre a Dios con tal que satisfaga el deseo de sus corazones depravados. La sensualidad debilita la mente y degrada el alma. La satisfacción de las propensiones animales entorpece las facultades morales y no puede el esclavo de las pasiones comprender la obligación sagrada impuesta por la ley de Dios, apreciar el sacrificio expiatorio, o justipreciar el alma. La bondad, la pureza, la verdad, la reverencia a Dios y el amor por las cosas sagradas, todos estos afectos sagrados y deseos nobles que vinculan al hombre con el mundo celestial, quedan consumidos en el fuego de la concupiscencia. El alma se torna en desierto negro y desolado, en morada de espíritus malignos y "albergue de todas aves sucias y aborrecibles". En esta forma, los seres creados a la imagen de Dios son rebajados al nivel de los seres irracionales (Patriarcas y profetas, pp. 487-489). En esta era degenerada se encontrarán muchos que están tan ciegos a la maldad del pecado que escogen una vida de libertinaje porque conviene a las inclinaciones naturales y perversas de su corazón. En vez de mirarse en el espejo de la ley de Dios y poner sus corazones y caracteres en conformidad con la norma de Dios, permiten que los agentes de Satanás planten la bandera en sus corazones. Los hombres corruptos creen que es más fácil malinterpretar las Escrituras para mantenerse en la iniquidad que abandonar su corrupción y pecado y ser puros de corazón y vida. Hay más hombres de esta calaña que lo que muchos se han imaginado, y se han de multiplicar a medida que nos acercamos al fin del tiempo. A menos que estén arraigados y cimentados en la verdad bíblica, y que tengan una conexión vital con Dios, muchos serán embelesados y engañados. Peligros no esperados acechan en nuestro camino. Nuestra única seguridad es velar y orar constantemente. Mientras más cerca vivamos de Jesús, más participaremos de su carácter puro y santo; y mientras más ofensivo nos parezca el pecado, más exaltada y deseable nos parecerá la pureza y el resplandor de Cristo (Testimonios para la iglesia, T. 5, p. 132). Se me ha presentado un horrible cuadro de la condición del mundo. La inmoralidad cunde por doquiera. La disolución es el pecado característico de esta era. Nunca alzó el vicio su deforme cabeza con tanta osadía como ahora. La gente parece aturdida, y los amantes de la virtud y de la verdadera bondad casi se desalientan por esta osadía, fuerza y predominio del vicio. La iniquidad prevaleciente no es del dominio exclusivo del incrédulo y burlador. Ojalá fuese tal el caso; pero no sucede así. Muchos hombres y mujeres que profesan la religión de Cristo son culpables. Aun los que profesan esperar su aparición no están más preparados para ese suceso que Satanás mismo. No se están limpiando de toda contaminación. Han servido durante tanto tiempo a su concupiscencia, que sus pensamientos son, por naturaleza, impuros y sus imaginaciones, corruptas. Es tan imposible lograr que sus mentes se espacien en cosas puras y santas como lo sería desviar el curso del Niágara y hacer que sus aguas remontasen las cataratas... Cada cristiano tendrá que aprender a refrenar sus pasiones y a guiarse por los buenos principios. A menos que lo haga, es indigno del nombre de cristiano (El hogar adventista, pp. 296, 297). Martes 4 de septiembre: El encubrimiento En medio de los peligros de su juventud, David, consciente de su integridad, podía confiar su caso a Dios. La mano del Señor le había guiado y hecho pasar sano y salvo por infinidad de trampas tendidas para sus pies. Pero ahora, culpable y sin arrepentimiento, no pidió ayuda ni dirección al cielo, sino que buscó la manera de desenredarse de los peligros en que el pecado le había envuelto. Betsabé, cuya hermosura fatal había resultado ser una trampa para el rey, era la esposa de Urías el heteo, uno de los oficiales más valientes y más fieles de David. Nadie podía prever cuál sería el resultado si se llegase a descubrir el crimen. La ley de Dios declaraba al adúltero culpable de la pena de muerte, y el soldado de espíritu orgulloso, tan vergonzosamente agraviado, podría vengarse quitándole la vida al rey, o incitando a la nación a la revuelta. Todo esfuerzo de David para ocultar su culpabilidad resulto fútil. Se había entregado al poder de Satanás; el peligro le rodeaba; la deshonra, que es más amarga que la muerte, le esperaba. No había sino una manera de escapar, y en su desesperación se apresuró a agregar un asesinato a su adulterio. El que había logrado la destrucción de Saúl, trataba ahora de llevar a David también a la ruina. Aunque las tentaciones eran distintas, ambas se asemejaban en cuanto a conducir a la transgresión de la ley de Dios. David pensó que si Urías era muerto por la mano de los enemigos en el campo de batalla, la culpa de su muerte no podría atribuirse a las maquinaciones del rey; Betsabé quedaría libre para ser la esposa de David, las sospechas se eludirían y se mantendría el honor real (Patriarcas y profetas, pp. 776-777). Aquel que antes tenía tan sensible la conciencia y alto el sentimiento del honor que no le permitían, ni aun cuando corría peligro de perder su propia vida, levantar la mano contra el ungido del Señor, se había rebajado tanto que podía agraviar y asesinar a uno de sus más valientes y fieles soldados, y esperar gozar tranquilamente el premio de su pecado. ¡Ay! ¡Cuánto se había envilecido el oro fino! ¡Cómo había cambiado el oro más puro! (Conflicto y valor, p. 178). La parábola de la corderita que el profeta Natán presentó al rey David puede ser estudiada por todos. El rey ignoraba totalmente lo que se pensaba de su proceder con Urías, pero la parábola lo iluminó haciéndole comprender lo que se podía pensar de él. Mientras seguía su camino de complacencia propia y violación del mandamiento, le fue presentada la parábola de un rico que quitó a un pobre su única corderita. Pero el rey estaba tan completamente embargado por su pecado que no comprendió que él era el pecador. Cayó en la trampa, y con gran indignación pronunció su sentencia suponiendo que se trataba de otro hombre a quien condenaba a muerte. Cuando le fue presentada la aplicación y se le hicieron ver claramente los hechos, y cuando Natán dijo: "Tú eres aquel hombre; inconscientemente te has condenado a ti mismo", David quedó abrumado. No tuvo palabras con qué disculpar su conducta. Esta experiencia fue penosísima para David, pero sumamente beneficiosa. Si no hubiera sido por el espejo que Natán sostuvo delante de él -en el cual tan claramente reconoció su propia semejanza habría proseguido sin estar convencido de su aborrecible pecado, y habría sido destruido. La convicción de su culpabilidad fue la salvación de su alma. Se vio a sí mismo bajo otra luz, como el Señor lo veía, y mientras vivió se arrepintió de su pecado (Comentario bíblico adventista,1. 2, p. 1017). Miércoles 5 de septiembre: La paga del pecado El reproche del profeta conmovió el corazón de David; se despertó su conciencia; y su culpa le apareció en toda su enormidad. Su alma se postró en penitencia ante Dios. Con labios temblorosos exclamó: "Pequé contra Jehová". Todo daño o agravio que se haga a otros se extiende del perjudicado a Dios. David había cometido un grave pecado contra Urías y Betsabé, y se daba cuenta perfecta de su gran transgresión. Pero mucho más grave era su pecado contra Dios. Aunque no se hallara a nadie en Israel que ejecutara la sentencia de muerte contra el ungido del Señor, David tembló por temor de que, culpable y sin perdón, fuese abatido por el rápido juicio de Dios. Pero se le envió por medio del profeta este mensaje: "También Jehová ha remitido tu pecado: no morirás". No obstante, la justicia debía mantenerse. La sentencia de muerte fue transferida de David al hijo de su pecado. Así se le dio al rey oportunidad de arrepentirse; mientras que el sufrimiento y la muerte del niño, como parte de su castigo, le resultaban más amargos de lo que hubiera sido su propia muerte. El profeta dijo: "Por cuanto con este negocio hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que te ha nacido morirá ciertamente". Cuando el niño cayó enfermo, David imploró y suplicó por su vida, con ayuno y profunda humillación. Se despojó de sus prendas reales, hizo a un lado su corona, y noche tras noche yacía en el suelo, intercediendo con dolor desesperado en pro del inocente que sufría a causa de su propia culpa. "Y levantándose los ancianos de su casa fueron a él para hacerla levantar de tierra; mas él no quiso". A menudo cuando se habían pronunciado juicios contra personas o ciudades, la humillación y el arrepentimiento habían bastado para apartar el golpe, y el Dios que siempre tiene misericordia y es presto a perdonar, había enviado mensajeros de paz. Alentado por este pensamiento, David perseveró en su súplica mientras vivió el niño. Cuando supo que estaba muerto, con calma y resignación David se sometió al decreto de Dios. Había caído el primer golpe de aquel castigo que él mismo había declarado justo. Pero David, confiando en la misericordia de Dios, no quedó sin consuelo (Patriarcas y profetas, pp. 780, 781). ... La historia de David no suministra motivos por tolerar el pecado. David fue llamado hombre según el corazón de Dios cuando andaba de acuerdo con su consejo. Cuando pecó, dejó de serlo hasta que, por arrepentimiento, hubo vuelto al Señor. La Palabra de Dios manifiesta claramente: "Esto que David había hecho, fue desagradable a los ojos de Jehová". Y el Señor le dijo a David por medio del profeta: "¿Por qué pues tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada; por cuanto me menospreciaste". Aunque David se arrepintió de su pecado, y fue perdonado y aceptado por el Señor, cosechó la funesta mies de la siembra que él mismo había sembrado. Los juicios que cayeron sobre él y sobre su casa atestiguan cuánto aborrece Dios al pecado. Hasta entonces la providencia de Dios había protegido a David de todas las conspiraciones de sus enemigos, y se había ejercido directamente para refrenar a Saúl. Pero la transgresión de David había cambiado su relación con Dios. En ninguna forma podía el Señor sancionar la iniquidad. No podía ejercitar su poder para proteger a David de los resultados de su pecado como le había protegido de la enemistad de Saúl. Se produjo un gran cambio en David mismo. Quebrantaba su espíritu la comprensión de su pecado y de sus abarcantes resultados. Se sentía humillado ante los ojos de sus súbditos. Su influencia sufrió menoscabo. Hasta entonces su prosperidad se había atribuido a su obediencia concienzuda a los mandamientos del Señor. Pero ahora sus súbditos, conociendo el pecado de él, podrían verse inducidos a pecar más libremente. En su propia casa, se debilitó su autoridad y su derecho a que sus hijos le respetasen y obedeciesen. Cierto sentido de su culpabilidad le hacía guardar silencio cuando debiera haber condenado el pecado; y debilitaba su brazo para ejecutar justicia en su casa. Su mal ejemplo influyó en sus hijos, y Dios no quiso intervenir para evitar los resultados. Permitió que las cosas tomaran su curso natural, y así David fue castigado severamente (Patriarcas y profetas, pp. 782, 783). Jueves 6 de septiembre: David y Betsabé: los días finales "El debe pagar la cordera con cuatro tantos", había sido la sentencia que David había dictado inconscientemente contra sí mismo, al oír la parábola del profeta Natán; y debía ser juzgado en conformidad con su propia sentencia. Iban a caer cuatro de sus hijos, y la pérdida de cada uno de ellos sería el resultado del pecado del padre (Patriarcas y profetas, p. 787). David fue perdonado de sus transgresiones porque humilló su corazón ante Dios, con arrepentimiento y contrición de alma, y creyó que se cumpliría la promesa de perdón de Dios. Confesó su pecado, se arrepintió y se reconvirtió. En el arrobamiento de la seguridad del perdón, exclamó: "Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño". Se recibe la bendición gracias al perdón; se recibe el perdón por la fe en que el pecado que se ha confesado, y del cual uno se ha arrepentido, lo carga Aquel que lleva todos los pecados. Así fluyen de Cristo todas nuestras bendiciones. Su muerte es un sacrificio expiatorio por nuestros pecados. Él es el gran intermediario por medio de quien recibimos la misericordia y el favor de Dios. Es sin duda el originador y el autor, así como el consumador de nuestra fe (Comentario bíblico adventista, 1. 3, p. 1164). Creemos que el quinto mandamiento se aplica al hijo y a la hija, aunque sean viejos y canosos. No importa cuán encumbrados o humildes sean, nunca estarán por encima ni por debajo de su obligación de obedecer el quinto precepto del Decálogo que les ordena honrar a su padre y a su madre. Salomón, el más sabio y el más eminente monarca que jamás se haya sentado sobre un trono terrenal nos ha dado un ejemplo de amor y reverencia filiales. Estaba rodeado de su séquito cortesano que consistía en los más selectos sabios y consejeros; sin embargo, cuando fue visitado por su madre puso de lado todas las ceremonias acostumbradas que se practicaban cuando un súbdito se allegaba a un monarca oriental. En la presencia de su madre, el poderoso rey fue tan sólo su hijo. Su realeza fue puesta a un lado cuando se levantó de su trono y se inclinó delante de ella. Luego la sentó en su trono y a su diestra (Comentario bíblico adventista, 1. 2, p. 1019). Viernes 7 de septiembre: Para estudiar y meditar El hogar adventista, pp. 295-308. Compilador: Dr. Pedro J. Martinez