Carmen García Armero

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ISSN: 1579-7368
Stichomythia 8 (2009): 55-63
El papel social de la mujer en A media noche y
Me voy al cuartel de Camila Calderón
Carmen García Armero
University of Virginia
Resumen: Mediante el análisis de los personajes femeninos que aparecen en A media noche y Me voy
al cuartel de Camila Calderón este ensayo muestra los rasgos que caracterizan a la mujer y el papel
social que llega a desempeñar durante la época en la que vivió la autora. Muchas de las características de las protagonistas se encuentran determinadas no sólo por el hecho de ser mujeres sino por
la clase social a la que pertenecen. Aunque poseen rasgos típicos de la mujer modelo de la época,
como la belleza y la virtud, y se convierten en objetos de deseo de la mirada masculina, son a su
vez sujetos capaces de alcanzar al final sus propios deseos. No hay que olvidar, sin embargo, que la
influencia de estas mujeres se limita a su restringida esfera privada y doméstica.
Palabras clave: Mujeres escritoras; papel social; características de la mujer; género; clase social;
esfera privada y doméstica.
Abstract: This essay analyzes the main feminine protagonists in A media noche and Me voy al cuartel
by Camila Calderón, and shows the main characteristics of women and the social role they performed during the historical period of the author. Many of their attributes are typical to their gender
and their social class. Some of their features, such as beauty and virtue, are characteristics of the
ideal woman of the period, and they are also objects of desire under the masculine gaze. On the
other hand, these feminine characters are also subjects with desires of their own that they finally
are able to achieve. The influence of these women is limited however to their private and restricted
domestic space.
Keywords: Women writers; social role; gender; feminine characteristics; social class; private and
domestic space.
L
os datos biográficos que poseemos sobre Camila Calderón, seudónimo empleado por Purificación Llobet, son muy escasos, ya que al intentar profundizar en el estudio de las escritoras españolas
del siglo pasado y a excepción de las consagradas como Emilia Pardo Bazán, Rosalía de Castro,
Fernán Caballero, Concepción Arenal, Víctor Català, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Carolina
Coronado, como Cristina Enríquez de Salamanca ha comentado,
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Las referencias son tan escasas, los juicios sobre ellas tan subjetivos y, en general, la crítica
tan poco profesional, que es muy difícil hacerse una idea de quiénes fueron, qué escribieron
y cuál fue el impacto de su obra» («Quien» 81).
Sobre Purificación Llobet sabemos que era natural de Valencia, donde nació el 9 de junio de 1852
y que sus obras se publicaron durante la Restauración, un período histórico en el que debido a toda
una serie de cambios políticos y sociales, según ha indicado David Gies, se estableció un clima más
propicio que el de décadas anteriores para aceptar a las autoras dramáticas («Lost Jewels» 86). Llobet
escribió varios juguetes cómicos en prosa, que fueron llevados a escena principalmente en Madrid,
como El marido y la mujer (1878), La viuda y la niña (1879) y La papalina de la abuelita (1901?)1 y que
quizás también fueron destinados a fiestas familiares y a colegios, para ser representados por los
alumnos, como sucedía en general con muchas piezas breves, diálogos y monólogos (Simón Palmer, Escritoras XIII). Fue a su vez autora de un libro escrito expresamente para niñas de corta edad,
titulado Apuntes de la Historia de España, y de varias publicaciones periódicas en La Madre de Familia
y Semanario de las Familias. Logró conseguir algo de fama en la capital y en provincias, al igual que
otras dramaturgas de la época como Rosario de Acuña, Julia de Asensi, Emilia Calé e Isabel Cheix
Martínez, entre otras (Gies, El Teatro 269). El hecho de que utilizara para firmar sus obras el seudónimo de «Camila Calderón», como homenaje o identificación con Calderón de la Barca, ocultando
de esa manera su verdadera identidad, pone de manifiesto cómo la participación de las mujeres en la
labor literaria, que todavía en el siglo xix se consideraba masculina, «coartaba la iniciativa femenina
y les llevaba a una continua justificación de su conducta. Por principio una mujer ‘literata’ inspiraba
serios recelos» (Simón Palmer, Escritoras XV).2 Mediante el análisis de los personajes femeninos que
aparecen en dos obras de Camila Calderón: A media noche y Me voy al cuartel, voy a mostrar cuáles
son los rasgos que caracterizan a la mujer y el papel social que llega a desempeñar en esa época.
A media noche, juguete cómico en un acto y en prosa, representado por primera vez en Madrid en
el Teatro de Variedades el 9 de Noviembre de 1880, consta de un tradicional trío amoroso compuesto por Luciano, Jacinto e Isabel. Luciano, enamorado de Isabel, a la que ha visto quince días antes en
un museo, desea seducirla y para ello finge ser perseguido por las autoridades tras haber cometido
un asesinato. Cuenta además con el apoyo de su amigo Jacinto, que faltará a la cita que tiene con su
amante, la Condesa, al no poder abandonar el edificio donde están. Después de toda una serie de
situaciones ridículas que aumentan la comicidad de la obra, los espectadores descubrimos finalmente, al mismo tiempo que los personajes, que Isabel no es realmente viuda, como había imaginado
Luciano, sino la esposa de su amigo, que se ha trasladado a Madrid a causa de un anónimo en el que
alguien le delataba las ilícitas relaciones amorosas de su marido con otra mujer. La obra concluye
con un característico final feliz, en el que la pareja se reconcilia, mientras Luciano pide perdón al
averiguar el lazo matrimonial que une a Isabel y a Jacinto.
La acción, que se supone en la capital española, se desarrolla en ocho actos bastante breves y respeta las unidades de tiempo y espacio. Todos los acontecimientos suceden a media noche (como el
título de la obra indica), después de «la última representación de la temporada en el Teatro Español»
(5), y en un único espacio interior, un pequeño gabinete, cuya elegante y lujosa decoración, propia
de una casa burguesa de clase media acomodada, aparece detalladamente descrita en la acotación
inicial. Aunque los personajes masculinos ocupan espacios exteriores como la escalera del edificio
y la calle, éstos no llegan a aparecer en escena. Se crea así una dicotomía entre el espacio público
y el privado, siendo este último en el que aparece enmarcada la protagonista femenina. Por otro
1. Este último se estrenó en Valencia.
2. Para un detallado comentario sobre los diferentes tipos de seudónimos adoptados por estas mujeres, véase «La ocultación de la propia personalidad en las escritoras del siglo xix» de María del Carmen Simón Palmer.
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lado, el humor se logra mediante toda una serie de malentendidos y situaciones poco comunes. Así,
Isabel cree haber escuchado una voz distinta a la del intruso, a lo que éste responde para no delatar
la presencia de su compañero: «Señora, será el gato» (12). Al descubrir la dama otro gabán, dándose
cuenta Luciano de que es el de su amigo finge que también le pertenece y se excusa quejándose de
que hace «frío» (15), aunque se encuentran en el mes de mayo. Cuando finalmente decide marcharse, convencido de que ha fracasado en sus intentos amorosos, al no encontrar los gabanes asegura
que los lleva en «el bolsillo» (18).
Luciano es un terco aragonés «nacido en Zaragoza y bautizado en la parroquia de San Pablo»
(13), que atraído por la hermosura y el poder de seducción de Isabel se ha convertido desde hace
dos semanas en su «más constante adorador» (13). Mientras la belleza física era uno de los valores
más importantes para la mujer de clase media, lo que definía al hombre burgués, más que su aspecto
externo o su talento, era su nivel económico y su capacidad adquisitiva (Charnon-Deutsch, Fictions
144). A finales del siglo xix uno de los sueños de dominio masculino consistía en ver a la mujer como
una simple pieza decorativa del hogar, a la que se le atribuía una naturaleza perversa si no se comportaba según las expectativas establecidas (Dykstra 118). De ahí que Luciano identifique a Isabel
con un objeto artístico de gran valor al verla por primera vez:
Luc.: Pues bien: hace quince días próximamente, fuí una mañana al Museo de Pinturas y entré
en la Sala de autores contemporáneos. Delante del celebrado cuadro de Pradilla, Doña Juana la
Loca, ví á usted, señora, que al contemplar el lienzo derramaba dos silenciosas lágrimas.
Isab.: Yo era efectivamente!
Luc.: Cuán bella estaba usted!... Cuán seductora!
Isab.: Caballero!
Luc.: Es viuda, dije para mí, y el cuadro que contempla trae a su memoria el recuerdo querido
de su esposo! Ah!... En aquel momento y en tumultuoso tropel, el amor, los celos y la envidia
anidaron en mi pecho! (14)
El cuadro de Doña Juana la Loca, con su heroína delante del ataúd de su esposo, resalta la imagen
sentimental y débil de la mujer, que puede perder la razón al ser abandonada por la persona amada.3
La idea de que ciertos tipos físicos tenían predisposición a la locura, estuvo muy extendida en España y en el resto de Europa durante el siglo xix. Se creía que la mujer, al poseer un sistema nervioso
inferior, vivía en un estado natural de nerviosismo o neurastenia que rayaba en la locura (Aldaraca,
«Ángel» 77). Con un toque de humor la autora invierte la idea de la frágil naturaleza de la mujer al
introducir una escena en la que es el hombre, Luciano, quien está a punto de desmayarse:
Luc.: Señora… bien quisiera obedecer á usted, pero no sé qué siento! (Diré que me pongo
enfermo, porque yo no me voy.) Tengo un malestar… (Vacilando.) Las emociones de esta
noche… (Vacila y busca un apoyo.)
Isab.: (Dejando la palmatoria sobre el velador y corriendo a sostener a Luciano.) Caballero! caballero!
Que va usted a caerse! (Luciano se apoya en Isabel y deja caer la caja de cerillas. Luego, siempre
sostenido por Isabel, se sienta en la silla que está junto al tocador. En este mismo momento Jacinto saca
medio cuerpo por la ventana.) (12)
3. Francisco Pradilla Ortiz fue un gran artista aragonés del siglo xix. «En 1878 manda a la Exposición Nacional Doña
Juana la Loca, al que se concede por primera vez en España, la Medalla de Honor, asegurándole a su autor una resonante
celebridad dentro y fuera de la Península» (Pardo IV).
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La misión simbólica de la mujer era servir de objeto a la mirada que la deseaba y en muchos casos
devolver esa mirada cargada de invitación erótica (Charnon-Deutsch, Fictions 129). La atracción que
Luciano siente hacia Isabel aumenta considerablemente al ser rechazado. Representa una conquista
tan difícil que se ve obligado no sólo a diseñar un plan de seducción sino a solicitar la complicidad
de su amigo Jacinto, a quien le expone sus intenciones de la siguiente manera:
Quiero conquistar a una hermosa. Ella no me conoce; pero yo sé donde vive; sé que está sola;
que su cuarto da al patio; que desde la escalera puede pasarse a su ventana, que está siempre
abierta: ven conmigo; iremos de noche, y cuando un vecino cualquiera entre nos introducimos fingiendo ser otros vecinos de la casa.
Me ayudarás a pasar de ventana en ventana; y cuando vuelva el vecino del cuarto tercero,
que todas las noches vuelve a las doce y cuarto tú, que estás esperando en la escalera, te sales
a la calle. (9)
Luciano está dispuesto a invadir el espacio privado de Isabel, que se encuentra sola, sin reparar
en las desastrosas consecuencias sociales que esto le puede acarrear a la joven. Desde la Edad Media
un código que no se encontraba escrito hacía a la mujer depositaria del honor de la familia, pero le
ofrecía escasa protección en caso de violación o abuso (Davies 22). Para justificar su atrevimiento
Luciano inventa toda una farsa, que acaba por convertirse en una parodia de la defensa del honor
masculino. Así, le asegura a Isabel que mientras le ofrecía a la salida del teatro su coche a «una señora joven y hermosa» (5), que aguardaba el suyo, se acercó otro caballero y le asestó sobre el rostro «el
bofetón más terrible que se ha dado en la tierra» (5). Ante esta inesperada agresión sacó su revólver,
pero al disparar mató en su lugar al cochero e hirió a uno de los caballos. Cuando varios agentes de
la autoridad intentaron detenerlo, emprendió la huida hasta llegar a la casa de Isabel, quien de manera un tanto inocente parece creer en principio todos estos embustes. Con el pretexto de no atreverse
a salir a la calle por si lo atrapan y lo llevan a la cárcel, Luciano intenta pasar la noche en casa de la
joven, aun a riesgo de poner en peligro su buena reputación.
Jacinto es un marido calavera que accede a los deseos de su amigo para seducir a la dama, que
resulta ser su propia esposa. Mientras ambos desconocen la verdadera identidad de Isabel, la protagonista, sin embargo, está al corriente de los amoríos de su marido. Aunque Jacinto llega a suplicarle perdón y a asegurarle arrepentido que no volverá a ver a su amante, inicialmente no sólo
niega su infidelidad, sino que le pide explicaciones a Isabel sobre su comportamiento con Luciano,
ya que el honor de un hombre se basaba en la castidad de su mujer y al casarse el marido adquiría
los derechos exclusivos sobre el cuerpo de la esposa (Davies 23): «¡Señora! Por qué ha dejado usted
a Cartagena? Por qué he recibido hoy una carta de usted fechada en dicho punto y sin embargo se
encuentra usted en Madrid? Y sobre todo ¿por qué estaba con usted ese caballero…?» (19). Estos
comentarios reflejan la doble moral sexual que existía en la sociedad española de la época; si bien se
consideraba completamente normal que el hombre mantuviera relaciones con otras mujeres, el mismo tipo de comportamiento por parte de la mujer era totalmente inadmisible. Este doble estándar
se encontraba ratificado incluso por la ley. Una mujer infiel podía ser condenada a prisión durante
un período de dos a seis años, mientras que el marido adúltero era condenado de seis meses a cuatro
años, y únicamente en caso de que provocara un escándalo público. Si un hombre mataba a su mujer por haber cometido adulterio podía ser exiliado por un período de hasta seis años a veinticinco
kilómetros de su residencia. Mientras que si la mujer asesinaba a su marido por las mismas causas,
equivalía a parricidio y podía ser condenada a cadena perpetua (Davies 23). Además el adulterio de
la mujer era considerado motivo de divorcio bajo cualquier circunstancia, según el artículo 105 del
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Código Civil de 1889, sin embargo, el del marido sólo si se convertía en un escándalo público o en
menosprecio de la esposa (Nash 25).
Isabel aparece enmarcada desde la primera escena en un espacio privado y doméstico, donde se
dedica a bordar y a leer. Al igual que en el resto de Europa, como Catherine Davies ha señalado,
hacia 1870 los derechos de la mujer a una educación básica que le permitiera leer y escribir estaban
ya ampliamente aceptados en España (19), aunque nadie se planteó seriamente la suficiencia de la
educación tradicional de las niñas, según Geraldine Scalon, hasta después de la Revolución del 68
«cuando los esfuerzos de los krausistas organizando conferencias y creando escuelas consiguieron
que la opinión pública se interesara por el tema» (21). Por otro lado, el pensamiento de Isabel se
encuentra embargado por preocupaciones de carácter amoroso, ya que al igual que la mayoría de
las mujeres de la época el amor es uno de los pocos ámbitos que no tiene prohibido, junto con las
preocupaciones diarias, el vestir, la decoración y las emociones de la vida familiar, tópicos que la
cultura burguesa caracterizaba como típicamente femeninos (Enríquez de Salamanca 107). La protagonista representa también la tradicional imagen de la joven que espera ansiosamente la llegada
de su amado, muy común en la época (Charnon-Deutsch, Fictions 66): «¿Qué estará haciendo á estas
horas aquel ingrato? Quizás departiendo dulcemente con su adorado tormento, mientras que yo…
y despues los hombres acusan de inconstantes á las mujeres!...» (3). Su caracterización como una
mujer bella, bondadosa y virtuosa, cualidades femeninas que para Maryellen Bieder provienen de
la tradición romántica («Women» 30), se ajusta a su vez a los atributos típicos de la tradicional imagen de la mujer como «ángel del hogar». La protagonista se convierte en objeto de deseo amoroso
por parte de Luciano debido precisamente a su atractivo físico y a su delicadeza, y padece por los
amoríos extramaritales de su esposo. Aunque al principio se resiste a creer en el repentino arrepentimiento de su marido y afirma que perdonarle es «imposible» (21), cede al pensar en su responsabilidad materna, logrando así mantener la armonía del hogar, núcleo central de la sociedad burguesa.
El objetivo de la ficción doméstica era enseñar a la mujer a poner las necesidades y deseos de otros
antes que los suyos propios. Eran las mujeres las que debían por amor a sus hermanos, a sus maridos, a sus padres y a la sociedad en general sacrificarse, ser humildes y sufridas (Charnon-Deutsch,
«Nineteenth-century» 640). Por otro lado, frente a la infidelidad de su marido, Isabel destaca como
una mujer virtuosa y superior desde el punto de vista moral, ya que ha sido capaz de resistir los
requiebros amorosos de Luciano. En cuanto a la importancia que la moralidad adquiere en la clase
media, Alda Blanco ha señalado lo siguiente:
En la cultura burguesa se desplaza lo moral a la mujer y se establece una cartografía para la
domesticidad en la cual la mujer se convierte en la singular adjudicadora de la moralidad. Este
desplazamiento también ocurrió en España: a la mujer española se le confirió la posición de
ser el eje moral sobre el cual giraba la sociedad y su hogar se convirtió en el espacio desde el
cual ella gobernaba el reino de la moralidad. (21)
Sin embargo, Isabel no es una mujer pasiva sino decidida, y aunque la inteligencia estaba considerada como un atributo masculino, que en las mujeres sólo podía ser una aberración (Scalon 27),
demuestra mucho carácter e ingenio al marcharse sola a Madrid para espiar a Jacinto y descubrir
por sí misma lo que hay de cierto sobre los rumores de sus amoríos. Por el contrario, su esposo no
sospecha nada y cree que se encuentra en Cartagena debido a las cartas que manda desde Madrid a
una amiga, quien a su vez vuelve a enviárselas a Jacinto. La lectura y la escritura adquieren así gran
relevancia en el desarrollo de la trama, y podemos afirmar que existe, por lo tanto, una reivindica-
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ción sobre la importancia de la educación de la mujer, si bien simplemente a nivel privado y dentro
de la esfera doméstica.4
Hay que esperar hasta la última escena para que por fin se resuelvan todos los malentendidos y
aparezcan por primera vez los tres personajes juntos. Luciano, que todavía desconoce la verdadera
identidad de Isabel, cree en principio que Jacinto ha logrado seducirla, pero se disculpa al descubrir
que la dama en cuestión es la esposa de su amigo y tras dirigirse al público para comentar su «suerte
desgraciada» (22) se consuela simplemente con sus aplausos. La obra se cierra con el triunfo de Isabel, que ha logrado salvar su matrimonio y con la derrota tanto de Jacinto, que avergonzado asegura
abandonar a su amante y convertirse en un buen esposo, como de Luciano, que ha sido incapaz de
obtener los favores de una dama tan honrada. Es la virtud y la inteligencia lo que le permite a Isabel,
a diferencia de los otros dos personajes masculinos, alcanzar sus deseos y recobrar a su marido.
Me voy al cuartel es al igual que la obra anterior un juguete cómico en un acto y en prosa. Fue
representado por primera vez en el Teatro Martín el 4 de noviembre de 1882 y consta de cuatro
personajes: la Condesa, Juanita (la doncella), Isidoro (hermano de la Condesa) y don Germán (un
militar). Este último está enamorado de la Condesa siendo a su vez correspondido, pero la dama se
niega a mostrarle abiertamente su amor porque considera que «la mujer debe hacer penar al hombre
si ha de asegurarse su cariño» (19). Tras una serie de casualidades y errores, ya que ambos viven en
el mismo edificio sin que ni uno ni otro esté al corriente de ello, don Germán aprovecha el malentendido que se crea y fingiendo ser el esposo de la Condesa logra salvar la reputación de la dama. Ante
esta situación no les queda más remedio que pasar por la Vicaría y la obra teatral acaba de nuevo
con el esperado final feliz.
La acción se desarrolla en un gabinete lujosamente decorado de Madrid y consta de nueve escenas
breves que respetan las unidades de tiempo y espacio. El humor, al igual que en la obra anterior,
se basa en múltiples casualidades y equívocos que colocan a los personajes en situaciones cómicas.
Así, la caída de la levita de don Germán al balcón situado justamente debajo del suyo, le facilita la
entrada en casa de la Condesa. El regreso inesperado de ésta y de su hermano hace que tenga que
esconderse primero en el balcón, donde la lluvia lo deja empapado, y posteriormente en una de las
habitaciones. El intercambio por error de los gabanes permite que su presencia en la casa sea finalmente descubierta, pero precipita a su vez la boda de ambos.
Juanita, la doncella, representa a la mujer de clase trabajadora. La información que se tiene sobre
las tareas laborales durante estos años sugiere, según Davies, que la mayoría de las mujeres trabajaban (sin duda todas las mujeres del campo), pero pocas recibían salarios. En 1860 una de cada
diecinueve mujeres servía como doncella en casas de gran riqueza, de clase media o en conventos
(17). Por otra parte, Lou Charnon-Deutsch ha señalado cómo las oportunidades de empleo para
las mujeres pertenecientes a la clase social baja eran mucho más reducidas que para los hombres.
En las zonas urbanas se limitaban a doncellas, cocineras o trabajadoras en fábricas, siempre que su
ocupación no implicara maquinaria pesada o actividades en las que hubiera que pensar (Fictions 128).
Su falta de disimulo con respecto a las relaciones amorosas de la Condesa le permite desempeñar el
papel, un tanto celestinesco, de intermediaria entre los amantes. Así, anima a su señora a que vaya
al baile para tener la oportunidad de ver a don Germán, a quien abiertamente acaba confesándole la
atracción que su ama siente por él:
4. Para un estudio detallado sobre el debate de la educación de la mujer, véase el artículo de Giuliana Di Febo que
lleva por título «Orígenes del debate feminista en España. La escuela krausista y la Institución Libre de Enseñanza (18701890)».
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Juan.: Pues está usted en un error, señor don German, la Condesa ama á usted…
Germ.: Qué? Que me ama? Que me ama? Te lo ha dicho ella acaso? Ah! Sí! Cuando tú… Ay!
Juanita! Qué dicha! Qué gozo! Qué alegría!... (Abrazando estrechamente y repetidas veces á Juanita.)
Juan.: Vaya, señor don German, que para broma ya basta! (14)
La Condesa, una bella mujer de clase aristocrática y de gran elegancia en el vestir, vive rodeada de
un gran lujo que le permite asistir asiduamente a distintas funciones sociales (obras teatrales y bailes). Aunque al quedarse viuda se empeñó en que su hermano Isidoro se trasladara a Madrid, puesto
que «no debía presentarse sola en sociedad» (9), es una mujer con gran poder de decisión en su vida.
La noche anterior despidió a todos los criados, excepto a su doncella, al lacayo y al cochero, ya que
no tolera escándalos en su casa. Sin embargo, la autora la presenta también como una mujer físicamente débil, ya que tiene que regresar de la fiesta de la embajada, a la que ha asistido acompañada
por su hermano, a causa de un acusado dolor de pie:
Cond.: No sabes lo que sucede?
Juan.: Qué pasa?
Cond.: Que me ha repetido el dolor que tuve esta mañana en el pie.
Cond.: Bah!...Eso es nervioso.
Cond.: Esta noche precisamente que pensaba yo lucir mi nuevo traje en el baile de la embajada! (Se sienta en la butaca que está junto a la chimenea.)
Juan.: Pero un dolor tan insignificante…
Cond.: Si me impide bailar, ya ves, es lo suficiente para… (6)
El comentario, un tanto sarcástico de Juanita sobre la insignificancia del dolor de pie de su señora,
enfatiza la fragilidad coporal de ésta. El culto a la invalidez femenina se encontraba, por un lado,
ligado psicológicamente al deseo de la mujer de que se le prestara cierta atención individual y, por
otro, asociado a la idea de riqueza y de éxito tanto por parte de los hombres como de las mujers
(Dykstra 46). Charnon-Deutsch ha mostrado la frecuencia con que aparece a finales del siglo xix la
imagen de la mujer de clase acomodada, que después de una larga velada de baile, agotada por el
esfuerzo realizado, se encuentra desvanecida en una silla o en un diván (Fictions 240).
Aunque la Condesa considera que don Germán es un partido aceptable, un «hombre honrado,
cumplido caballero, de familia distinguida» (7), no quiso contestar las cartas que le dirigió en varias
ocasiones, porque cree que «si el hombre espera conseguir fácilmente lo que solicita, pronto deja
de desearlo» (7). Llega a sospechar que tiene una aventura con la doncella y al verlo en el balcón en
mangas de camisa y con la levita en la cabeza le pide explicaciones por su conducta:
Germ.: Explicaré á usted… (Pero, señor, qué guapa está!) Yo…
Cond.: Basta! Todo lo comprendo, y bien veo que mi doncella es culpable…
Germ.: Aseguro á usted, Condesa, que ni ella ni yo…
Cond.: Cómo? Aun tiene usted la osadía de defenderse y defenderla? Son ustedes, los dos,
unos infames! (20)
Si bien la Condesa se niega a dar una respuesta definitiva a su pretendiente, cuando éste desea saber si corresponde o no a su amor, Don Germán no deja escapar la oportunidad que le brinda Isidoro
al asegurarle que su presencia en la casa se encuentra justificada no por ser el amante de su hermana
sino su esposo. Con esta ingeniosa treta obliga a la Condesa a casarse con él:
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Germ.: (Esta es la ocasión de obligarla.) Sí, señor don Isidoro; su hermana de usted es mi mujer
desde hace algun tiempo. Cuestiones de familia me indujeron á guardar el secreto; mas ha
llegado el momento de publicarlo, y ella dirá si es cierto que…
Cond.: Sí, esta es la verdad, querido hermano… (¿Cómo desmentirle?)
Juan.: (No está mal fraguada la mentira.)
Isid.: Conque es decir, que porque no te acomoda hacer público tu matrimonio, me zarandeas
como un maniquí para que te sirva de acompañante? Pues mira, me has hecho representar un
papel airoso, por vida mia!
La obra de teatro se cierra con la convencional ceremonia de bodas creando así un supuesto estado de equilibrio para los personajes. Como ya ha indicado María del Carmen Simón Palmer «el
estado civil que no fuera el matrimonio o el claustro estaba sujeto a toda clase de críticas. Hasta los
últimos años del siglo la soltería se mira con horror… Una mujer sola no estaba bien vista en aquella
sociedad y de ahí que algunas se casen incluso varias veces» («Mil escritoras» 48). Aunque el estado
legal de la mujer casada era similar al de los menores, los sordomudos, los locos y los incapacitados,
la presión social y cultural era tal que la mayoría de las mujeres deseaban el estado de casada y se
sometían a él voluntariamente (Davies 22). Por lo tanto, la Condesa elige volver a casarse, a pesar
de que tanto su desahogada posición económica como el hecho de ser viuda le permiten mantener
cierta independencia y libertad en su vida. Sin embargo, el matrimonio que va a contraer es resultado de la libre elección de ambos basada en el amor, ya que está enamorada de don Germán.
Concluiré diciendo, que como hemos visto a lo largo de este ensayo, muchas de las características
de los personajes femeninos que protagonizan A media noche y Me voy al cuartel vienen determinadas
no sólo por su género, sino por la clase social a la que pertenecen. Si bien tanto Isabel como la Condesa poseen rasgos típicos que configuran a la mujer modelo de la época, como la belleza y la virtud,
y son objeto de deseo de la mirada masculina, funcionan también como sujetos con deseos propios
que al final llegan a alcanzar. Isabel consigue que su marido abandone a su amante y prometa ser un
esposo fiel, mientras que la Condesa se casa con el hombre al que ama. Aunque sólo sea dentro del
restringido espacio que constituye la esfera privada y doméstica las dos logran triunfar.
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