TRABAJO FIN DE ESTUDIOS Título La ética del cuidado en el final de la vida: un análisis ético del cuidado en el proceso humano de morir dignamente Autor/es Diego Caro Gómez Director/es José María Aguirre Oraa Facultad Facultad de Letras y de la Educación Titulación Master en Patrimonio (Historia, Cultura y Territorio) Departamento Curso Académico 2011-2012 La ética del cuidado en el final de la vida: un análisis ético del cuidado en el proceso humano de morir dignamente, trabajo fin de estudios de Diego Caro Gómez, dirigido por José María Aguirre Oraa (publicado por la Universidad de La Rioja), se difunde bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden solicitarse a los titulares del copyright. © © El autor Universidad de La Rioja, Servicio de Publicaciones, 2012 publicaciones.unirioja.es E-mail: [email protected] LA ÉTICA DEL CUIDADO EN EL FINAL DE LA VIDA: Un análisis ético del cuidado en el proceso humano de morir dignamente. Hans Baldung (1484 -1545). Las tres edades de la vida. Master en Patrimonio (Historia, cultura y territorio). Universidad de La Rioja. Autor: Diego Caro Gómez. Tutor: Dr. D. José María Aguirre Oraá. 1 Gustav Klimt (1862-1918). Las tres edades de la vida. “morir más tarde o más temprano es indiferente; bien o mal morir no lo es” Séneca. 2 INTRODUCCION. Este trabajo surge del cuestionamiento y observación de los modos de interpretar los dilemas antropológicos que aparecen en el ser humano que se encuentra en la fase final de su vida. Dada la profesión a la que me dedico, enfermero de una unidad hospitalaria de cuidados paliativos, muchos de los dilemas bioéticos que actualmente están en el escenario presente se prestan a reflexión en la practica clínica diaria, pero generalmente bajo una perspectiva normativa y encorsetada en principios que normativizan una práctica moral que debiera estar, bajo mi punto de vista, más arraigada a una filosofía antropológica reflexiva que a unas determinadas normas generales surgidas muchas veces de un enfoque positivista de la medicina actual con un punto de vista concreto y práctico que presta una atención estrecha al dato científico y tecnológico. Esta particular perspectiva práctica y científica no ha de servir de excusa para soslayar los planteamientos generales de fondo, que, queramos o no, están presentes y son de calado filosófico. La ética, meditación y discernimiento sobre el bien moral, es reflexión filosófica, la bioética no puede enmascararse sino en una filosofía de la vida. Repensar la ética desde la reflexión antropológica nos llevará a una moral más de interrogaciones y búsqueda dialogal que de normas heterónomas. La ética reflexiva del cuidado impone una revisión de la bioética y ambas tareas exigen repensar los problemas desde la antropología, siendo éste el objetivo fundamental del presente trabajo. Debo expresar una cuestión que llevo pensando desde la realización de mis estudios en antropología social con respecto a mi formación y actividad como enfermero, y del cual se genera todo este trabajo de análisis y reflexión. A mi parecer existe un disimulado menosprecio hacia la filosofía en todos los temas éticos que se dan en la práctica diaria de los cuidados en salud. Posiblemente esta falta de acercamiento a la filosofía se da por una falta de perspectiva y profundidad, por cientifismo y corporativismo gremial. Sin menoscabar el legítimo protagonismo de los médicos y de otros profesionales sanitarios en la bioética, acaso puede resultar excesiva esta unidisciplinariedad en el trato de los dilemas morales que surgen en la vida. Por ello, este documento pretende ser un comienzo de reflexión que ayude a los profesionales de los cuidados y a todo cuidador, a plantearse las cuestiones bioéticas desde una visión 3 antropológica y ética que le sumerjan en cuestiones tan fundamentales como ¿qué es el sufrimiento?, ¿qué sentido tiene el proceso de morir?, ¿qué significa realizarse en el final de la existencia? etc… Es la filosofía la que se plantea la vida humana en su conjunto, su sentido o finalidad. Cualquier decisión o criterio bioético comporta un juicio ético sobre el valor de la vida humana. De ahí que la bioética se asiente en una filosofía de la vida. Intentaré abrir cuestiones y reflexiones en referencia a esta temática de la muerte desde la antropología filosófica y moral. Nuestro trato con la muerte humana a veces se dispersa debido al engranaje tecnológico, a los rituales culturales y a una larga serie de particulares problemas éticos relativos a ella. Pero no olvidemos que, como tal, la muerte cuestiona el conjunto de nuestra vida, haciéndonos ver la unidad y el valor de ésta. Es mucho más que un aséptico hecho científico o económico. Va más allá de sus aspectos médicos y biológicos. Transciende incluso su problemática humanística en tanto que ésta ha sido fragmentada en disciplinas académicas. La muerte es parte de la vida y no sólo su negación. Sólo pueden morir los vivos. Y la conciencia sobre la muerte es parte principal de la conciencia sobre la vida humana. La conciencia de nuestra mortalidad no se ciñe a disciplina científica alguna, constituye una honda mirada global de pleno alcance teleológico. Es razón de toda la vida. Todo el análisis que presento en este trabajo se da bajo la perspectiva del método ético, iniciado por Gilligan, de la Ética de los Cuidados. Describiré en los capítulos segundo y tercero, las bases epistemológicas de la ética de los cuidados, por una parte en el concepto de ser humano como sistema bajo una visión sinérgica del mismo y los determinantes socioculturales del significado de los procesos vitales del hombre. Por otro lado, fundamentaré el cuidado como acción ética como un valor moral, para ello orientaré este apartado desde el pensamiento Emmanuel Lévinas y su perspectiva ética. Esta ética relacional de Lévinas nos encaminará a una de las cuestiones prioritarias que genera las situaciones de enfermedad en los estadios del final de la vida del ser humano. Esta cuestión a la que me refiero es la acción de cuidar a Otro, cuidar como cuestión fundamental en la relación ética con el prójimo y en la constitución de uno mismo como sujeto. Este dilema es el comienzo de diferentes cuestiones que conllevan la acción de cuidar, como son: el sufrimiento, el dolor, la dependencia, la soledad del morir, la dignidad del morir, la institucionalización del morir, la medicina paliativa, etc; y que reflexionaré sobre ellas desde una perspectiva antropológica y moral. 4 En el acercamiento a la pragmática del tratamiento de las cuestiones bioéticas en el final de la vida, y para no perder de vista las bases epistemológicas del ser humano antes citadas, he revisado la bibliografía del profesor Juan Masiá Clavel, que se acerca a los temas bioéticos desde una perspectiva antropológica, biocultural y procesual. Su pensamiento ético nos abre un amplio horizonte de reflexión y cuestionamiento antropológico, alejándose de recetas heteronómicas basadas en principios generales. Esta perspectiva interrogativa es el objetivo principal al que quiero llegar con este trabajo, y con el que deseo que profesiones cuyo quehacer cotidiano convive con estadios finales de la existencia humana encuentren en este texto un lugar de inicio para la reflexión continuada de cada una de las situaciones dadas en su trabajo cotidiano. Por último, para estructurar mejor el análisis del proceso de morir del ser humano y de los dilemas morales que emergen de este proceso, ha sido de gran ayuda la orientación de los trabajos realizados sobre tanato-ética iniciados por el profesor Enrique Bonete Perales. De sus trabajos he recuperado una buena parte de la orientación que me ha guiado en el capítulo cuarto, la estructuración y la perspectiva filosóficaantropológica del proceso de morir se ajusta a los objetivos que me planteo. La temática de este trabajo se fundamenta, siguiendo el pensamiento de Lévinas, en la visión de la muerte como la necesidad de trascendencia que experimenta todo ser humano ante la inminencia de la muerte y su propuesta acerca de la constitución de la subjetividad como vía para alcanzar dicha trascendencia. La preocupación por la muerte ha sido un problema constante para los seres humanos desde los orígenes de la humanidad y por ello ha motivado el análisis de las diferentes escuelas de pensamiento filosófico y de una gran diversidad de representantes de las mismas, a lo largo de toda la historia del desarrollo de esta disciplina. Pese a la pluralidad de enfoques entre las corrientes filosóficas, la muerte ha sido concebida casi en todas ellas, como una carga negativa para los seres humanos. No obstante, en la propuesta filosófica de Emmanuel Lévinas, la muerte no constituye una carga negativa para el existente, sino al contrario, la entiende en un sentido positivo, en tanto apertura y anuncio de la alteridad, que según este filósofo, es condición indispensable para la constitución de la subjetividad, que es vía para la trascendencia. Del sentido del final de la vida depende el sentido del transcurso de la vida. Veremos, en el capítulo quinto, como este sentido trascendental levinasiano del cuidado en el proceso de morir, fundamentará las dimensiones éticas que se presentan en los estadios finales de la existencia del hombre. 5 Con todas las reservas que este complejo tema requiere, daré en el capítulo quinto, algunas recomendaciones para la mejora del deber ser humano en el cuidado del Otro en su propio proceso de morir. Apuntes que ayudarán a mejorar la dignificación de la última etapa del ser humano y que humanizarán tanto el proceso idiosincrásico del propio morir como del proceso socializador del morir del Otro. La perspectiva humanista nos orientará en esta difícil tarea. 6 CAPITULO 1. ASPECTOS INTRODUCTORIOS El presente capítulo constituye una introducción a la filosofía práctica y ética. En él se tratarán aspectos generales del pensamiento ético y moral, para más adelante, en siguientes capítulos, aproximarnos en aspectos morales del proceso de morir en el ser humano en situaciones terminales. Dichas situaciones son excepcionales y a su vez cotidianas en la existencia y en el devenir de los seres humanos. La primera parte de este capítulo tratará de esbozar la ocupación de la disciplina de la ética, para seguidamente presentar cual será el tipo de ética con la que nos adentraremos en aspectos más concretos del morir del ser humano, la Ética del Cuidado. 1.1. ¿DE QUÉ SE OCUPA LA ÉTICA? La ética en tanto que disciplina práctica de la filosofía se ocupa de dos conjuntos de problemas 1 : Primeramente se ocupa de las acciones humanas con pretensión de moralidad, es decir, de acciones morales. La ética indaga en los elementos cualitativos que hacen que una acción humana sea moralmente buena o mala. Conceptos como el bien, el deber, la obligación, la libertad humana, el consentimiento, la autonomía son elementos de reflexión y debate en el contexto de la moralidad. Por otro lado, la ética pretende llegar a describir validaciones objetivas de los elementos cualitativos que conforman la acción humana. Para ello la ética utiliza dos métodos: el descriptivo y el normativo. El descriptivo consiste en el estudio de los modos efectivos de acción y de comportamiento en una sociedad o comunidad determinada con el fin de establecer cuáles son los valores y normas vigentes en ella, presentándose el soporte socio cultural que las sustenta. Así se describe el código moral vigente en la comunidad. El otro método, el método normativo, es la manera de validar objetivamente las acciones humanas con pretensión de moralidad de un modo preceptivo, estableciendo las normas que deben regir las acciones morales humanas. 1 Véase PIEPER A. Ética y Moral. Una introducción a la filosofía practica, 1990, Barcelona, Ed. Crítica, p. 9-43. 7 En este trabajo orientaré cada apartado desde una perspectiva filosófica moral, mediante la continúa reflexión y pregunta sobre el hombre. Utilizaré, como posteriormente describiré, una ética práctica y dinámica 2 , más cercana a una ética del cuidado que a una ética de principios generales. Y es así como planteo el método de este trabajo siguiendo las perspectivas de autores como Pieper: “…en él (método normativo), el peligro de la ideologización a partir del punto de vista dogmático es por definición mucho mayor que en el método descriptivo, que se limita a constatar lo que son las cosas, sin manifestarse acerca de cómo deberían ser (...). En ética, los métodos normativos sólo son aceptables como métodos críticos, es decir, como métodos que no den indicaciones directas de acción del tipo “en la situación X debes hacer Y” 3 . Antes bien, una ética que procede normativamente tendrá que desarrollar criterios que posibiliten la formulación de un juicio moral acerca de una acción, pero sin anticiparlo. Estos criterios de enjuiciamiento deben ser siempre cuestionables y susceptibles de revisión: es decir, deben ser criticables. Para finalizar con esta introducción sobre las pretensiones de la disciplina ética me detendré en cuál es el objetivo de la ética. Por una parte, la ética clarifica la cualidad moral de la práctica humana. Por otra parte, la ética promueve la idea de que la acción moral no es algo subjetivo, arbitrario o discrecional que se puede aceptar u omitir como a uno mejor le parezca, y posibilita el desarrollo de una autoconciencia crítica determinada por unos valores morales. Como objetivo pedagógico y humano de la ética se trata de hacer uso de ella en la reflexión sobre el morir humano. Como apunta Pieper: “el pensamiento y la acción moral es la expresión de una cualidad imprescindible de ser en tanto que persona: la humanidad” 4 . Esta cualidad humana, que deriva de la acción moral, se sustenta en uno de los conceptos fundamentos de la moralidad: la buena voluntad. Este concepto no se basa en reglas heterónomas que guían los argumentos construidos culturalmente, sino que se sustenta en lo que uno mismo reconoce como bueno para su propia acción; se convierte en forzosidad. El individuo que es incapaz de hacer introspección sobre lo bueno de su propia acción, carece de buena voluntad y en consecuencia de humanidad. 2 Nota aclaratoria: Término utilizado por J. Masiá Clavel en su cosmovisión filosófica de todas las acciones morales que se suscitan en el proceso de vida del hombre. Una ética circunscrita en una antropología exhortativa. 3 PIEPER A. Ética y Moral. Una introducción a la filosofía práctica, op cit., p.10. 4 Ibid., p. 10. 8 La falta de receptividad hacia lo moral priva de fundamento a cualquier humano, una vida carente de reglas humanas no es humana 5 . Esta premisa fundamental lo es por el hecho de que la carencia de buena voluntad despojaría de sentido a las reflexiones de naturaleza ética. Esta regla autónoma estructura al hombre dentro de un orden regido por reglas autónomas y heterónomas, lográndose así la máxima libertad. En ética, si no existieran reglas con carácter de forzosidad, establecidas, obligadas o autónomamente insertas en uno mismo como ser humano social, la variabilidad de las normas de moralidad podría suprimir la norma básica moral poniendo en riesgo un principio moral universal, lo intrínsecamente humano. 1.2. EL PAPEL DE LA MORAL EN LA CONFORMACIÓN DE LA LIBERTAD PLURAL. Todos los comportamientos de los seres humanos manifiestan de manera más o menos pronunciada un determinado compromiso basado en unas valoraciones determinadas. Así apunta Pieper: “…es justamente la humanidad del ser humano en tanto que miembro de una sociedad lo que hace que no se muestre sencillamente indiferente ante lo que digan o hagan las otras personas, sino tomando partido, expresando su acuerdo o rechazo, lo que considera bueno o malo, acertado o desacertado…” 6 . Esta posibilidad de no aceptar de manera acrítica todo lo que sucede es muestra de libertad como fundamento de toda práctica humana. Dicha posibilidad se da por interés propio, por convicción interna o por una finalidad considerada universalmente como deseable; de cualquiera de las formas en que se dé, la moral es fundamento de esta libertad. Esta libertad es siempre moral, estructurada en reglas descritas o preceptivas que uno mismo se da y le dan en el conjunto de la sociedad. A través de la obligatoriedad de la autoimposición de tales reglas de libertad práctica se conforma la moral. “…Una libertad carente de reglas no es una libertad humana. Por el contrario una libertad determinada totalmente con reglas tampoco es humana…” 7 . Entre medio se encuentra la libertad moral que se autoimpone reglas en beneficio de la libertad de todos. 5 Ibid., p. 10. Ibid., p. 26 7 Ibid.. p. 27. 6 9 Podría parecer que no existe dificultad alguna en actuar de manera moralmente correcta, o que la ética no encuentra subjetividades en los planteamientos normativos éticos. Pero en la experiencia cotidiana surgen numerosos planteamientos diferentes moldeados por una u otra forma cultural de conformar la existencia particular. Las sociedades modernas se caracterizan por la pluralidad de puntos de vistas ideológicos, convicciones privadas y confesiones religiosas, además de una acelerada evolución sociocultural. Dada esta diversidad real, el consenso en torno a cuestiones de orden moral no es obvio. Un acuerdo acerca de los principios de la moral, cuyo reconocimiento sea racionalmente evidente para todos, se dirime mediante la razón, y ésta bajo un esquema metodológico que la ética imparte: “la mediación metodológicosistemática de la compresión del sentido de la acción moral se verifica a través de la ética” 8 . Todo individuo debe enfrentarse a la difícil tarea de analizar y criticar las exigencias normativas, por un lado, y la pretensión de moralidad, por otro. Para ello, el último objetivo de la ética consiste en hacer claramente perceptible la decisión moral bien fundamentada como algo que cada cual debe procurar por su cuenta. En cuestiones de moral, nadie es más competente que otro, sino a lo sumo con un grado de mayor clarificación para hallar su propia posición y determinarla críticamente. En este proceso de clarificación, la ética tiene una función fundamental, que consiste en indicar caminos para que el individuo sea, o pueda ser, él mismo. La consecución de la individualidad dentro de la globalidad, de la pluralidad de morales, es un reto complicado, porque debe responder a la siguiente pregunta: ¿qué significa que a partir de idénticos principios morales puedan surgir paisajes morales completamente distintos? La aplicación de reglas de una moral universal en el contexto de formas de vida y ambientes culturales diversos es la base de la disciplina ética. ¿Y cómo se resuelve esta complejidad de la pluralidad humana? La respuesta se esboza en el análisis del enfoque de la interrogación ética, en el engranaje entre las normas básicas de la moralidad y las normas variables, relativas de la moral. Pieper nos indica, citando a Pattzing: “…una moral es una manifestación histórica y transitoria de la libertad inherente al hombre y como tal requiere de la constante justificación y legitimación por el concepto de la moralidad…” 9 . El concepto de moralidad, en contraste con el de moral, no es de orden, sino de principio: a través de él 8 Ibid., p. 13. 9 Citado por PIEPER A., Etica y Moral. Una introducción a la filosofía practica, op. cit., p. 40. Fuente: G. PATZIG. “Relativismus und Objektivität moralischer Normen”. 10 se fundamenta el sentido de la unidad a partir de una multiplicidad de fenómenos, lo moral. En el concepto de la moralidad, la libertad es incondicional (pretensión incondicionada de realizar como bien humano ese principio universal de moralidad). Este principio no está sometido a ningún cambio sociocultural, histórico, político o económico, se considera lo inmutable de lo mutable, lo invariable de lo variable, proyectando el camino para que cada individuo actúe bajo las normas variables encajadas en la inmutabilidad de la moralidad fundamentada en la buena voluntad, en la voluntad de bondad (atributo intrínseco al individuo sujeto a su significado pragmático). Con el término invariable o inmutable no se expresan conceptos empíricos sino conceptos de razón; conceptos de libertad, justicia, verdad, felicidad, igualdad etc…. En el concepto de competencia moral, que implica comprensión y debate en el terreno de lo práctico, así como sentido de la responsabilidad, hay una mediación entre la moral y la moralidad. Cada uno de los conceptos remite el uno al otro. Así, una moral solo puede justificarse bajo el principio de la moralidad, pero, a su vez, la moralidad está obligada a cumplir las concreciones justificadoras de la moral. Esta relación de reciprocidad entre la moral y la moralidad, que conforma el fundamento de la práctica humana, es el objeto central de la ética: la ética refleja la relación entre moral y moralidad. Esta dialéctica entre los dos conceptos expresa el objetivo crítico de la ética, consistente en poner en marcha un camino clarificador en el devenir de las pretensiones condicionadas de la moral y la pretensión incondicionada del principio de moralidad. Esta relación mediadora suprime las fijaciones dogmáticas, prejuicios e imposiciones forzosas de actuar de un modo determinado. Para ejemplificar estos conceptos de la ética describiré dos casos que plantean dilemas éticos. El primero versa sobre una deliberación propia de la bioética clínica de los profesionales de la salud: “…Avisan al médico de un enfermo para que acuda al domicilio de un paciente con una enfermedad terminal de diagnóstico reciente, conocida por la familia (no por el paciente), porque tiene una hematuria franca; la familia está muy asustada y quiere que se realice algo, «lo que haga falta» -dicen-. Las posibles actuaciones -todas ellas factibles- pueden ser muy variadas. Unas dejarán tranquila a la familia (mandar al paciente a Urgencias; dar un volante de interconsulta preferente con el especialista; solicitar múltiples analíticas, etc.); otras pueden dejar al médico “tranquilo” porque se quita el problema de encima (avisar a una ambulancia para derivarlo a Urgencias; solicitar el ingreso en una institución de pacientes terminales; esconder la cabeza y decir que no hay nada que hacer; asumir el caso, 11 valorar la gravedad del mismo y decidir si tiene o no solución factible, etc.); finalmente, otras alternativas pueden tranquilizar al paciente (recibir una “mentira piadosa” diciéndole que no se preocupe, que eso no es nada; iniciar un estudio de diagnóstico del proceso incluyendo todas las pruebas que sean necesarias, etc.).” 10 . En este caso el autor que citamos, I. J. Morata, analiza las diferentes opciones relacionándolas con los principios éticos deontológicos para los profesionales de la salud (no maleficiencia, beneficiencia, autonomía y justicia) que fundamentan el principio moral universal de la dignidad del ser humano. Las normas morales variarán según quien sea el profesional, cuáles hayan sido sus competencias, su formación, su ideología, sus circunstancias personales etc…, pero estas normas variables siempre sustentarán el principio moral universal de dignidad. Es la ética la que se encargará de mediar entre el principio universal y los valores condicionados de la moral bajo el paraguas de los principios éticos universalizadotes de la práctica clínica. Otro ejemplo nos orienta en la misma aclaración desde un prisma diferente en el uso de las nuevas biotecnologías. Para ello utilizo una entrevista al profesor de Antropología filosófica y Bioética Juan Masiá Clavel11 : “… ¿qué opina de la fecundación in Vitro?. J. Masiá: que ha de ser una prolongación, no sustitutivo, del amor. Cuando en 1978 se publicó la noticia sobre el primer nacimiento por fecundación in Vitro, hubo dos clases de reacciones extremas: quienes daban la bienvenida a esta nueva tecnología viendo en ella la solución ideal para todos los problemas de infertilidad, y quienes la rechazaban por considerarla antinatural. Han pasado ya más de 25 años desde entonces. Hoy día no parece justificado, ni científicamente ni éticamente, el extremismo de rechazo total de esas tecnologías, ni tampoco el excesivo optimismo de creer que no plantean ningún problema técnico o ético…”. De nuevo vemos la apertura a la reflexión sobre dilemas éticos. Pero Masiá apunta ya a un principio de moralidad universal, incondicional e invariable, el amor entre los humanos como fundamento para cualquier acción humana. Cualquiera de la decisiones que se tomen bajo normas morales variables, dependiendo del contexto 10 Véase: MORATA GARCÍA DE LA PUERTA I. J., “Análisis de los dilemas éticos en Atención Primaria”, en Medicina de Familia, 2000, nº 1, p. 89-93. En este artículo se presenta un esquema metodológico de trabajo para resolver dilemas éticos que se dan en la práctica clínica. Estos esquemas tienen sus limitaciones, se trata de una herramienta de trabajo con su especificidad y sensibilidad propias. Se ha utilizado como ejemplo esclarecedor de la teoría ética; dadas sus limitaciones en la praxis del cuidado en la terminalidad me alejaré de este enfoque a lo largo del presente trabajo. 11 Entrevista a J. Masiá Clavel en la Facultad de Teología de la Universidad de Sofía, de Tokio. Se encuentra en juanmasiaclavel.blogspot.com/. 12 donde nos encontremos (ética religiosa, secular, biotecnológica, etc), deben sustentar el principio del amor para que se consideren éticamente válidas. Por tanto, la ética tratará de relacionar los dos principios, el universal y el variable, sin extremismos ni dogmatismos, bajo el paraguas de la autocrítica. Esta complejidad que aparece en la globalidad de discursos deriva a la necesidad de la ética de utilizar el diálogo entre todos los afectados, exigiendo el reconocimiento recíproco de las personas como sujetos de la argumentación lógica. Universalizar lo moral es universalizar los intereses de los afectados, la norma correcta únicamente podrá satisfacer aquellos intereses que resultan universalizables. 1.3. DILEMAS ÉTICOS Y CUESTIONES HUMANAS. Desde la jurisprudencia a la práctica clínica, son muchos los campos de perplejidad ante lo complejo de los problemas del cuidado de los seres humanos (llamémoslos problemas de biomedicina, problemas bioindustriales, dilemas de la bioética… ). Los nuevos datos que se nos presentan de forma acelerada exponen una capacidad tecnológica que supera la capacidad de encontrar soluciones compatibles con la dignidad humana. Como dice Masiá: “…como en el cuento de Mongolia, nos parecemos al campesino agarrado a las crines de un caballo desbocado: “¿a dónde vas?”, le preguntan. Y responde: “preguntádselo a mi caballo”” 12 . La tecnociencia y la medicalización de los cuidados de la vida nos cambian la vida. Uno de los retos en esta encrucijada de cientifismo y tecnocentrismo es el cambio que produce en el seno de la vida cotidiana la repercusión de estas nuevas formas de pensar y de actuar. Cada nuevo logro biomédico, cada nueva manera de conformar los cuidados en salud de las personas plantean cuestiones éticas y morales a las que subyacen cuestiones de conocimiento del ser humano, de reflexión acerca de quiénes somos y cómo somos, en definitiva cuestiones de antropología interrogativa 13 . Al 12 MASIÁ CLAVEL J. Bioética y Antropología, 2004, Madrid, Ed. Universidad Pontificia Comillas, p. 17. 13 Nota aclaratoria: El concepto de Antropología interrogativa según J. Masiá Clavel consistiría en una perspectiva antropológica filosófica que se ajusta al objetivo de este trabajo en la reflexión sobre las cuestiones morales del proceso de morir del ser humano. Tal y como describe Masiá, la aspiración de la filosofía moral es el encuentro con lo humano por medio de una filosofía terapéutica y dialogante basada en el aprendizaje, la búsqueda y la pregunta acerca de lo humano, más que una teoría sobre el hombre. Como decía San Agustín, el hombre se ha convertido en cuestión para el mismo hombre. Por otro lado la filosofía de Masiá se basa en la inseparabilidad de lo individual y lo social, de cuerpo y alma, de persona y mundo, por ello que la bioética la trata desde la perspectiva de la ética social, alejándose de casos individualistas como suele llevar a cabo la bioética clínica. La antropología filosófica de Masiá, en definitiva, se aleja de las formas de saber antropológicas puramente empíricas. Véase MASIÁ CLAVEL 13 aumentar estos logros surgen las preguntas sobre: ¿cómo usarlos?, ¿cómo hacer buen uso de ellos?, ¿cómo intervienen en el devenir de la humanidad?, ¿qué valores humanos están implicados en ellos?, etc… Con los desarrollos de la ciencia y de las tecnologías, se ha complicado la práctica de los cuidados en salud, y los usos humanizadores de éstos. Estas cuestiones humanas conllevan problemas antropológicos de fondo más importantes que los dilemas éticos de superficie. Uno de los problemas fundamentales que conlleva los avances de la ciencia y sus nuevas repercusiones en la ética social pivota sobre el uso del conocimiento como un poder, más que un mero saber, que bajo el paraguas de la ciencia como logos unívoco corre el peligro de ser usado de manera deshumanizadora. En este contexto se perfila un aspecto de la bioética como ética social de las ciencias: una crítica y un análisis reflexivo de las consecuencias del avance tecnobiológico, una vuelta a las cuestiones antropológicas de fondo. Porque, de otra forma, ¿qué importa una ley de muerte digna?, si no nos hemos preguntado antes: ¿qué significado tiene para el hombre actual la posibilidad de morir?, o ¿qué importancia tiene para esta sociedad decidir cuándo y cómo morir? Hemos de preguntarnos, como se cuestiona Masiá, ¿con qué visión del ser humano acometemos la tarea bioética?, ¿consideramos a los humanos como sujetos éticos, capaces de anticipar acontecimientos y de obrar en consecuencia, de hacer juicios de valor y de discernir el bien y el mal?, ¿Los consideramos en su dimensión de sujeto religioso, simbólico, mítico, consciente de sí, de la posibilidad de la propia muerte como única posibilidad cierta, de la trascendencia del morir, del más allá? …. 14 . 1.4. LA BIOÉTICA Y LA ÉTICA DEL CUIDADO. Las preguntas de los profesionales de la salud sobre las posibilidades de curación o de mejora en los objetivos de cuidados y las preguntas éticas sobre la conveniencia de unas u otras intervenciones son inseparables entre sí. Además estas cuestiones conllevan una carga fundamental de cuestionamiento antropológico como por ejemplo: ¿qué sentido puede descubrirse en el sufrimiento humano?, ¿qué sentido tiene la vida en J., El animal vulnerable, invitación a la filosofía de lo humano, 1997, Madrid, Edt. Universidad Pontificia de Comillas, capítulos 1 y 2. 14 Véase MASIÁ CLAVEL J., El animal vulnerable, invitación a la filosofía de lo humano, op. cit., capítulos 1 y 2. 14 situación de terminalidad existencial? Esta exigencia de cuestionamiento antropológico es la preocupación central a la que quiero aproximarme en las páginas de este trabajo. Ha transcurrido mucho tiempo desde que se publicó la primera Enciclopedia de Bioética (Nueva York, 1978, edición renovada en 1995), y se han publicado artículos sobre los primeros 25 años de análisis bioético En el mundo académico esta disciplina esta asentada con criterio académico a pesar de que su método y sus objetivos presenten dificultades por tratarse de cuestiones que se deslizan entre la ciencia de la salud y la filosofía. La bioética se confronta a problemas morales que se plantean con las nuevas perspectivas de intervención en aspectos de la salud y la enfermedad. Estas nuevas intervenciones plantean cuestionamientos sobre lo que suponen de progreso, de avance, de mejora o de retroceso para la humanidad. “… Nunca ha tenido la humanidad tantas posibilidades de mejorar la calidad del vivir y, al mismo tiempo, nunca se ha visto tan amenazada…” 15 Todos los aspectos que se plantea la bioética tienen un aspecto humano que puede y debe ser discutido por la opinión pública y no dejarse solamente en manos de los especialistas. Una característica de la bioética desde sus comienzos ha sido evitar la ética individualista, procurando alejarse de deontologías particulares para abordar los planteamientos de manera interdisciplinar e incluir en estos análisis las ciencias biomédicas engranadas con aspectos socio-políticos, socioculturales, socioeconómicos, filosóficos. La ética de la vida es ética social. 16 . Desde esta perspectiva paradigmática no se plantea solamente el papel del profesional de la salud con relación al paciente, sino la finalidad misma de la medicina, la bioindustria, las instituciones sanitarias, los programas de salud pública, la medicalización de la salud en las estructuras sociales. 17 Por ello es fundamental no absolutizar la meta de la racionalidad a todo coste, no establecer unos planteamientos desde la imposición del positivisto sin plantear en profundidad una reflexión sobre cuál es el puesto del hombre en la naturaleza y cuáles deben ser los criterios de las intervenciones o manipulaciones sobre su cuerpo y su vida. Como ejemplo práctico, desde las Ciencias de la Salud se habla continuamente de la prevención de las enfermedades, pero alguien se ha preguntado ¿qué significa estar enfermo para alguien?, o en el contexto de la dimensión pedagógica de la muerte, se 15 MASIÁ CLAVEL J., Bioética y Antropología, op. cit., p. 21. 16 Ibid., p. 23. 17 Véase FOUREZ G., La construcción del conocimiento científico: filosofía y ética de la ciencia, 1994, Madrid, Ed. Narcea. 15 explica que es beneficioso para los niños no hablar de la muerte ¿y alguien se ha preguntado si esa actitud es moralmente adecuada? 18 , ¿es una persona sedada un ser humano, posee dignidad como humano? 19 . Todas éstas son cuestiones que requieren una profundización en aspectos antropológicos. Lo original y específico de la bioética que se pretende indagar en este trabajo, en comparación con la bioética general y la ética médica profesional clínica, es que la ética aquí tratada: No se reduce solamente a la medicina, a los deberes de los profesionales de la salud, sino que los problemas son interdisciplinares y sociales. No se reduce a nivel individual, se trata de una ética social. Exige una renovación continua de la misma ética que corrija la ciencia de forma continua. No es solamente responsabilidad ante el paciente, sino ante la humanidad entera. Se trata de una disciplina fundamentalmente mediadora y no marcadora de normas. Es tarea pedagógica y de civilización, los problemas éticos de la vida se deben tratar a nivel de formación cívica general. Pondré un ejemplo que pueda englobar todo lo anteriormente reflejado. En relación con los dilemas éticos que surgen en el final de la vida del ser humano está la cada vez más habitual institucionalización del morir. Podemos preguntarnos: ¿es ético derivar a una persona en agonía a una clínica para fallecer? En este supuesto aparecen muchos de los puntos de que trata esta bioética que hemos descrito anteriormente. Primero, la decisión no se va a reducir solamente a un problema médico de, por ejemplo, control de síntomas, el dilema se amplia a la respuesta humana de afrontamiento de la proximidad de la perdida de existencia de un ser querido. Esta respuesta humana conlleva diferentes perspectivas, la visión del individuo a punto de fallecer, su intimidad e identidad, la visión de la familia en su conformación identitaria y la significación de la muerte en la sociedad. Segundo, es necesario la corrección continua de la medicina como disciplina que tiende a mantener su status de poder ante 18 PACHECO BORRELLA G., “Perspectiva antropológica y psicosocial de la muerte y el duelo”, en Cultura de los Cuidados, 2003, n° 14, p. 2. 19 MÉNDEZ MARIÑO A., “Valoraciones morales sobre el estatuto ontológico de la persona al final de la vida”, en Revista. latinoamericana de bioética, 2010, nº1, p18. 16 aspectos tan cotidianos como la muerte. Tercero, esta tendencia institucionalizadora del fallecimiento responde, posiblemente, a una cultura de la muerte que ha cambiado, deshumanizando la muerte propia, como producto de un ocultamiento social de la posibilidad de morir. Este ocultamiento se debe a cuestiones pedagógicas, la asunción de la propia muerte está ausente a lo largo de la vida, ser consciente de la posibilidad del morir se confronta con la cultura de la felicidad material, del triunfo social característico de la sociedad actual. En definitiva, es necesario que la bioética trabaje como herramienta mediadora en la cultura, en las formas de existencia, para la humanización de la muerte en el ser humano, con el fin de respetar la dignidad de la persona. Como dice Masiá: “…hay que relacionar hechos biológicos y valores humanos, construir un puente entre la cultura de las ciencias y la de las humanidades…”. La Ética del Cuidado. Por otro lado, esta bioética, de la que he introducido el objetivo general, se puede tratar desde dos métodos diferentes. Señalo que la complementariedad de ambos es imprescindible para la consecución de los objetivos de este trabajo. Por un lado la ética de la vida, bioética, puede ser tratada desde el método principialista, habitual en el contexto de la ética clínica y deontológico. Este método está basado en los cuatro principios bioéticos que describieron Beauchamp y Childress 20 . Estos cuatro principios son: beneficencia, no maleficencia, justicia, autonomía. En el caso de las situaciones del final de la vida se introduce un nuevo principio que es el principio de doble efecto. El principio de beneficencia describe los actos morales en relación con hacer el bien al otro. El de no maleficencia describe el no hacer el mal (recoge dilemas morales que surgen de acciones voluntarias de omisión de cuidados). El de justicia nos lleva a la equidad, a la igualdad para todos en cuestiones de intervenciones. Y el de autonomía no traslada a la libertad de cada cual para decidir sobre su propia vida. Añado el quinto, de doble efecto, muy utilizado en el contexto de los cuidados paliativos y se traduce como la proporcionalidad de la intervención en relación con la calidad de vida presente, y pongo un ejemplo: a veces, la utilización de fármacos que pueden disminuir la angustia u otros síntomas acompañantes como la disnea o el dolor, puede tener como consecuencia un acortamiento de la vida. Esta utilización de los fármacos se considera indicada, tanto desde la buena praxis médica 20 Véase: BEAUCHAMP T.L. CHILDRESS J.F., Principios de ética biomédica, 2002, Barcelona, Ed. Masson. 17 como desde el punto de vista ético, en el final de la vida. Este principio se conoce como doble efecto. Esta ética de la vida analizada desde los principios como método para discernir decisiones no es útil por sí sola, y menos si nos situamos en estados de vulnerabilidad, fragilidad y dependencia extremos como es el proceso de morir. Por esto, es necesario complementar esta ética con otra perspectiva. Esta otra perspectiva es la Ética del Cuidado, descrita por Carol Gilligan 21 en sus estudios sobre la relación entre sexo y decisiones morales. En un principio, y según Gilligan, esta ética se confrontaba a la ética de la justicia de orientación principialista; pero no se trata de una confrontación, sino de una complementariedad, que se ve necesaria para un acercamiento más humano, más antropológico, a las cuestiones morales de la vida. En este trabajo todos los análisis, textos y interpretaciones están orientados desde el método de la Ética del Cuidado pero sin olvidar los principios bioéticos como ya veremos en el capitulo quinto. De ahí que los últimos enfoques en ética del final de la vida utilice los principios bioéticos y el análisis concreto de los valores antropológicos del ser humano individuo y , a su vez, social. Si cuidar a un ser humano que sufre es humanizar su realidad, es decir, hacerla digna del hombre, esto supondrá utilizar dos herramientas tan íntimamente humanas como son la razón y la relación como instrumentos terapéuticos al servicio de los valores que el hombre siente como importantes e identificadores de su ser persona. Desde estos dos vértices surgen dos maneras de pensar lo moral, la ética de la justicia o principialista y la Ética del Cuidado (ver tabla 1). 21 Carol Gilligan, en la década de los 80, descubre un método ético diferente al que había presentado su profesor Kohlberg. Gilligan dice que las mujeres se mueven en las decisiones morales por lo contextual, por la responsabilidad por los demás, por las relaciones y por una concepción global y no sólo por la normativa de la moral, como abogaba Kohlberg. Esto tiene que ver con las diferencias básicas entre los dos métodos éticos: ambos defienden la igualdad, la justicia, pero la ética de la justicia de principios pone el acento en la imparcialidad y la universalidad, lo que elimina las diferencias, mientras que la Ética del Cuidado pone el acento en el respeto a la diversidad y en la satisfacción de las necesidades del otro. El esfuerzo de Gilligan, y por ello creo que es fundamento del método de trabajo del tema que estamos tratando, es el desarrollo de una ética filosófica y sistemática que supera el entorno de la práctica sanitaria. Este análisis parte de la obra de BENHABIB S., El otro generalizado y el otro concreto. La controversia Kohlberg-Gilligan y la teoría feminista.1998. Valencia, Ed. Alfonso el Magnífico. Para profundizar en estos análisis, véase GILLIGAN C., La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino.1985 México. Ed. Fondo de Cultura Económica. 18 TABLA 1 Objetivo Ética de la justicia Ética del cuidado Resolución del conflicto Actividad de cuidar del ético otro concreto Igualdad Fundamentación Reconocimiento de las diferencias Criterio Imparcialidad Responsabilidad Metodología Definición de principios Responder la correctos y aplicación adecuada complejidad de la situación, sin sin que nadie quede perjudicado considerar contextuales Ámbito a Lo universal pormenores ante una situación difícil Lo particular y lo concreto Instrumento La razón La relación Observando la Tabla 1, podemos descubrir cómo la Ética del Cuidado se caracteriza por su contextualidad, tendiendo a adoptar el punto de vista del otro particular, a empatizar. Esta contextualización de la respuesta moral hace que ésta no sea universalmente abstracta, basada en el formalismo de principios morales abstractos, y que se aleje del imparcialismo, ya que no prescinde de las particularidades individuales. La Ética del Cuidado, por otro lado, se basa en la responsabilidad por los otros, lo que supone una preocupación por la posibilidad de omisión, de no cuidar cuando podría hacerse. La orientación sistémica de los cuidados hace de la Ética del Cuidado un método que comprende lo social como una red de relaciones en las que se inserta el yo, surgiendo la responsabilidad hacia otros. Es en la acción de responsabilidad mediada por el cuidado como acción donde se construye el sistema social (lo veremos en el capitulo tercero). Por último, la Ética del Cuidado no es meramente procedimentalista, no se ocupa sólo de las reglas, de las normas y de si la decisión se ha tomado siguiendo a éstas, sino que cualquier situación se valora como 19 moral, por ejemplo, la soledad, el sufrimiento, la vulnerabilidad, la dependencia, el cientifismo, la empatía, la libertad, etc. En definitiva, mediante el método que introduce la Ética del Cuidado y su acción se genera una reciprocidad que fortalece los vínculos sociales y la calidad de vida como elemento del ser. Esta ética además supera las observaciones de Gilligan sobre el género y la moral, ya que la creación de confianza, sensibilidad, empatía, comunicación no son condiciones exclusivas de un determinado sexo, sino que reflejan pautas de reflexión y aprendizaje en las relaciones intersubjetivas. Con esta Ética del Cuidado hago un intento de aproximación al debate sobre los valores y sobre cómo debe ser una ética que nos permita avanzar en el camino hacia otra sociedad más humana. Las líneas epistemológicas que responderán a la cuestión de con qué fundamento ético discernimos y decidimos en las cuestiones morales que se desprenden de los procesos vitales humanos se orientan en la Ética del cuidado y el principio de responsabilidad como eje fundamental. Así, hay dos maneras de entender la ética: por un lado, como un conjunto de recetas de forma extremadamente heterónoma, “se introducen los datos y salen respuestas de lo prohibido y permitido”. La segunda manera es tomar la ética como punto de perspectiva que orienta el camino que cada cual elige, de forma que incentiva el trabajo autónomo en la búsqueda del bien para las personas, para encontrar la humanidad. El fundamento central epistemológico de esta ética de la vida será su articulación con la antropología (reflexiva, no empírica), llena de interrogaciones, heurística, creativa, dinámica, en proceso siempre de revisión y crecimiento hacia el futuro. Una vez supuesto este estilo moral, aparece como principio común y universal el principio de la responsabilidad hacia el Otro, característica intrínseca al hecho de ser humano y al hecho del cuidar al otro. Como apunta Masiá: “…no estamos en Matemáticas, sino en Moral. Una respuesta o decisión, que luego se prueba que estaban equivocadas, pueden haber sido moralmente correctas en el sentido de responsables, debido al modo y procedimiento por el que se llegó a ellas. Dos respuestas, un sí y un no, pueden ser igualmente correctas o incorrectas en el sentido moral, no porque estén o no equivocadas, sino porque ha sido responsable o irresponsable el proceso de discernimiento que ha conducido a ellas.” 22 . 22 MASIA CLAVEL J. Bioética y Antropología, op. cit., p. 83. 20 La ética del cuidado de orientación reflexiva fomenta la autonomía y el crecimiento de la persona. Este método ético presenta una continua dialéctica entre las normas o principios éticos generales y los casos concretos. Una moral así es ecuménica, abarca a la globalidad de la humanidad, en sus diferentes cosmovisiones del devenir vital, pero con una preocupación común por el futuro de la humanidad. 23 23 Ibid., p. 86. 21 CAPITULO 2. PARADIGMA DE LA ÉTICA DEL CUIDADO24 : EL SUJETO. En este capítulo me acercaré a las bases epistémicas del sujeto que es cuidado y cuida en el contexto de una ética para el cuidado de perspectiva antropológica, interrogativa, dinámica, reflexiva. Para centrar los cimientos de esta ética reflexiva del cuidado en el final de la vida, en los siguientes apartados describiré qué características presenta el ser que es objeto y sujeto de esta Ética del Cuidado. Para estructurarlo, lo haré en cuatro dimensiones (sólo pretendo que sean válidas para el desarrollo y entendimiento de este trabajo) del ser humano. Cada dimensión se sustenta en una manera de entender y conocer al hombre. Así, la dimensión relacional del ser humano la trataré desde el concepto del ser humano como sistema. La dimensión cognoscitiva la estudiaré desde la perspectiva biocultural. La dimensión existencial del ser la consideraré bajo la visión de la unidad esencial del ser. Y por último y en relación con la dimensión cognoscitiva, abordaré el aspecto sociocultural de la construcción de contingencias, como es el estatus ontologico de ser-estar enfermo (como circunstancia común de todo ser humano en el estadio terminal de la vida). 2.1. EL SER HUMANO COMO SISTEMA. Si el objeto de la Ética del Cuidado es el ser humano, entonces la primera cuestión es la siguiente: ¿desde qué perspectiva del conocimiento debemos acercarnos al análisis del hombre? La respuesta nos encamina a una visión holística del ser humano, como posición filosófica acerca del conocimiento y de la ciencia y opuesta a la visión atomista que analiza al ser humano compuesto de partes (reales o conceptuales) completamente independientes unas de otras y en el que el todo no es más que la suma de las partes. La visión holística considera al fenómeno estudiado como un todo, asumiendo que el todo es superior o diferente a las partes. Como dice Johansen, "...los fenómenos no sólo 24 Nota aclaratoria: Repensar la ética desde la reflexión antropológica nos llevará a una moral más de interrogaciones y búsqueda dialogal que de normas heterónomas. La ética reflexiva del cuidado impone una revisión de la bioética y ambas tareas exigen repensar los problemas desde la antropología, siendo éste el objetivo fundamental del presente trabajo. 22 deben ser estudiados a través de un enfoque reduccionista. También pueden ser vistos en su totalidad. En otras palabras, existen fenómenos que sólo pueden ser explicados tomando en cuenta el todo que los comprende y del que forman parte a través de su interacción." 25 . Desde esta concepción sistémica de los fenómenos surge la perspectiva sinérgica de la totalidad. La sinergia es la característica fundamental del todo. Como un todo es un sistema en que sus partes son inseparables entre sí, los investigadores que primero estudiaron los fenómenos desde esta perspectiva se dieron cuenta de que hay un fenómeno nuevo que emerge y se observa sólo cuando hay “un todo funcionando”, fenómeno que no se aprecia cuando lo observamos parte por parte. Ese fenómeno se llama la sinergia 26 . Al respecto, "se dice que un objeto posee sinergia cuando el examen de una o alguna de sus partes (incluso a cada una de sus partes) en forma aislada no puede explicar o predecir la conducta del todo.” 27 . La sinergia no es fácil de ser apreciada, pero tampoco es completamente difícil de captar. En los sistemas mecánicos suele identificarse con facilidad; en cambio, los sistemas humanos no presentan la misma facilidad para mostrar su sinergia. La sinergia de la familia es la vida y la preservación de la especie y de su entorno (social, económico y cultural). La sinergia de una agrupación humana cualquiera es algo en que se manifiesta toda la humanidad de sus integrantes en su más amplio sentido, no aquello que produce en forma directa. La sinergia de un acto moral no solo es hacer el bien, sino la posibilidad de realizarse como humano. Tal como se dijo anteriormente, el holismo es una posición filosófica, es decir, una recomendación acerca de cómo deberían estudiarse y examinarse los fenómenos físicos y humanos. Llevar a la práctica el holismo se hace a través de la teoría de sistemas, que es la que le proporciona un camino o método para aplicar esta perspectiva filosófica al estudio de los fenómenos humanos o sociales. Según Johansen, "ante la palabra sistema'', todos los que la han definido están de acuerdo en que es un conjunto 25 JOHANSEN B.O. Introducción a la teoría general de sistemas, 1998, México, Ed. Limusa, p.18. 26 Nota aclaratoria: El ejemplo clásico es el del reloj: ninguna de sus partes contiene a la hora en el sentido de que ninguna pieza del reloj es capaz de mostrar el factor tiempo. Podría pensarse que las piezas pequeñas deberían indicar los segundos, las piezas medianas los minutos y el conjunto, la hora; pero nada de eso ocurre, como bien sabemos. Sin embargo, el conjunto de piezas del reloj, una vez interrelacionadas e interactuando entre ellas, sí es capaz de indicarnos la hora o medir el tiempo. Esto es lo que se llama sinergia. 27 Ibid., p. 37 23 de partes coordinadas y en interacción para alcanzar un conjuntos de objetivos. 28 Cuando empleamos la teoría de sistemas para comprender o estudiar al hombre, es esencial entender que un sistema es ante todo una entidad independiente (autopoiético) y un todo coherente (relación sistema/entorno). En un sistema cada una de sus partes está relacionada con las otras, no sólo es un simple compuesto de elementos independientes, sino un todo inseparable y coherente. Desde esta visión holística del hombre como sistema es desde donde debemos analizar al hombre como sujeto y objeto de la ética de los cuidados, observarlo como un todo sinérgico donde los elementos que lo componen se producen y reproducen de forma autorreferencial, sin aislarse del entorno como factor del proceso autopoiético de los elementos formadores. 2.2. PARADIGMA BIO-CULTURAL DE LOS PROCESOS VITALES DEL SER HUMANO. El ser humano, en su devenir vital, no sólo refleja una trayectoria biológica, sino que además refleja una trayectoria biográfica y cultural. Laín Entralgo dice que el ser humano viene de una biogénesis (los orígenes de la vida en el planeta), de una filogénesis (la evolución biológica) y de una embriogénesis (desarrollo embriológico), pero que además viene de una ontogénesis (desarrollo cultural): “…provisto de material genético que me transmitieron mis padres y por él calladamente condicionado, yo, criado y educado en otra parte, hubiera podido ser hombre de mil modos diferentes: el modo del francés o del esquimal, el del profesor o del arquitecto, el del impune o opulento. Entre tantas posibilidades, el destino me hizo nacer… en una determinada situación histórica de mi país” 29 . El ser humano puede vivir conscientemente, es decir, no sólo vivir, sino pensar sobre la vida. Este ser cognoscitivo y cognosciente, conoce, conforma una particular cosmovisión a través de un proceso biocultural de génesis socio neuronal, comportándose como un ser biocultural. Esta génesis socio neuronal, es decir, el desarrollo biológico neuronal conformado por determinantes socioculturales (mecanismo por el cual procesamos información) ha sido estudiado por María Colavito analizando las relaciones entre lo biológico y lo 28 Ibid., p. 54 29 LAÍN ENTRALGO P. Cuerpo y alma, 1991, Madrid, Ed. Espasa-Calpe, p 265. 24 cultural. En sus obras 30 propone un paradigma biocultural, para ir más allá de la tensión entre los dos ámbitos, el biológico y el socio-cultural, mediante un estudio sobre el intercambio entre los orígenes neurobiológicos del desarrollo humano y los influjos sociológicos a que, desde los primeros años de la vida, está sometido el hombre. Se ha convertido ya en un tópico el polarizar las discusiones sobre los condicionamientos biológicos y culturales de la vida humana en términos de oposición entre naturaleza y crianza. Frente a los que acentúan unilateralmente el monopolio de lo biológico (apoyándose, por ejemplo, en investigaciones neurobiológicas recientes que descubren presuntos orígenes biológicos de nuestras características humanas) o el predominio de lo sociológico (por ejemplo, en estudios que muestran los orígenes socioculturales de nuestras originalidades especificas), se ha ido abriendo camino progresivamente una visión más integradora que insiste en la mutua relación entre ambos aspectos. Esta postura se ha reflejado en el peso, cada vez más frecuente, del adjetivo biocultural para referirse a la sinergia de herencia y ambiente, naturaleza y cultura, evolución biológica e influjos culturales y educativos. Colavito argumenta que si los diversos centros cerebrales humanos no reciben el estímulo necesario a su debido tiempo durante el proceso de desarrollo, como si se trataran de “dispositivos maleables”, ya no se desarrollarían o quedarían atrofiados. Va así creciendo el ser humano, en interacción con el mundo, desarrollándose recursos neurológicos que moldean, activan unos dispositivos cerebrales u otros, con lo que va conformándose así el ser biocultural, y por ello estructurándose la cosmovisión de lo que nos rodea. Esta particular forma de conciencia tiene repercusiones fundamentales en la toma de decisiones éticas, por ejemplo en la muerte institucionalizada bajo la tendencia de la medicalización de la salud; nadie puede pensar que en el siglo XXI se realicen ritos funerarios en forma de velatorio en el domicilio habitual del fallecido como una práctica general, así como en el siglo XIX y hasta mitad del XX nadie podía pensar en utilizar de forma masiva un tanatorio para velar al difunto. Son diferentes maneras de significar el duelo en diferentes contextos culturales. M. Colavito pone el acento en el desarrollo de las implicaciones culturales: la repetición del hábito de abrir o 30 Véase: COLAVITO. M. The Heresy of Oedipus and the Mind/Mind Split: A Study of the Biocultural Origins of Civilization, 1995, New York, Ed. Edwing Mellen Press. 25 cerrar estas ventanas acaba por producir el cierre cultural de algunas de ellas, como correspondería en la actualidad a tratar el duelo y el sufrimiento en convivencia cotidiana. Uno de los ámbitos de estudio a los que se dedicó Colavito fue al análisis de los mitos, como paradigma que rehace la identidad propia. Este volver a la génesis del hombre mediante el estudio de mitos nos encamina a encontrar ciertos dispositivos cerebrales, hábitos mentales perdidos o atrofiados y que permiten identificar las carencias de una bioética reducida a lo casuístico, procedimental, burocrático o jurídico. Estas bases neurológicas que descubren unos u otros hábitos mentales reflejan propensiones culturales determinadas. Según describe Colavito, son posibles diversos tipos de bioculturas: “cada biocultura está formada por la manifestación cultural del predominio de una función neuronal sobre las demás. Las opciones, a favor de este predominio, de unos rasgos neurológicos sobre los demás se adoptan inicialmente por parte del individuo a lo largo de su desarrollo humano. Pero después, mediante la repetición habitual de conexiones neurológicas predominantes a expensas del resto, estos rasgos individuales se convierten en rasgos comunes: es la base socio biológica del paradigma biocultural” 31 . Lo fundamental de este paradigma biocultural consiste en los modos de conocer que derivan de las diferentes bioculturas. Colavito sintetiza las posibles epistemologías que se supone que muestra el ser humano para su capacidad cognoscitiva. Sin profundizar en esta cuestión, ya que no forma parte de la ocupación del presente trabajo, Colavito propone, al menos, dos modos de conocer: mitopoéticamente e ideográficamente. El primer modo de conocimiento forma imágenes mediante los actos de la imaginación y la fantasía, depende de otros niveles neuronales de conocer y su esquema del modo de funcionar se muestra en acciones como: moverse, emocionarse, desear, trascender, etc. El segundo modo de conocer puede ser autónomo, su esquema de funcionamiento radica en la linealidad y secuencialidad, traduce las imágenes, emociones, reacciones involuntarias de los otros niveles cerebrales en esquemas conceptuales y sistemas de representación lingüística sobre esos conceptos, buscando la materialidad del conocimiento. Se usa así la capacidad de conceptualizar como fuente de conocimiento única para descubrir una fórmula universal de conocimiento “objetivo”. Si se absolutiza este tipo de epistemología, podemos cometer el error que 31 MASIÁ CLAVEL J., Bioética y Antropología (cita a COLAVITO. M. The Heresy of Oedipus and the Mind/Mind Split: A Study of the Biocultural Origins of Civilization), op. cit., p. 15 26 señala Masiá Clavel: el conocer basado en la manera ideográfica absoluta presupone un conocimiento no contaminado de error humano, algo así como un conocer humano que no es humano y que no es conocer, ya que se pretende conocer sin que sea el cognoscente parte del conocimiento. El paradigma biocultural propuesto por M. Colavito nos ayuda a percatarnos del condicionamiento biocultural del conocer humano. Cada biocultura acentúa la primacía de un aspecto entre las diversas posibilidades humanas inscritas en nuestros cerebros (las ventanas de maleabilidad). De esta forma podremos profundizar en las bases cognoscitivas del discernimiento ético evitando etnocentrismos en nuestras decisiones. Para finalizar con el apartado cognoscitivo del ser humano, conviene apuntar que, sin negar la importancia y necesidad del hábito mental que solemos llamar “método científico de razonar”, hay que reconocer que ni es el único método ni deben subordinarse a él los demás hábitos mentales. Como dice Masiá, un peligro actual consistiría en estar imbuidos sutilmente de una serie de pseudoracionalidades cientificas dadas por obvias. Un ejemplo práctico del dilema ético actual y que presupone una pseudoracionalidad impuesta desde la epistemología del logos es el debate bioético sobre el estatus ontológico del embrión humano. Son muy diversas las concepciones que hay del mismo. Para unos se está hablando de una persona humana con el correspondiente estatus ontológico y moral y, en consecuencia, jurídico. Para otros se está hablando de un homúnculo en proceso de alcanzar tal condición y, según interpretaciones, le dan unos plazos más o menos largos para darle ese reconocimiento personal. Paro otros no es más que un conjunto de células, algo así como un tumor a extirpar, sobre las que no es oportuno hacerse mayores cuestionamientos morales. Otros le reconocen valor de persona en tanto en cuanto la subjetividad de los padres o de la comunidad se lo otorgue 32 . 32 Nota aclaratoria: Las cuestiones bioéticas que afectan al embrión humano: “El periodo de desarrollo que va desde el cigoto hasta el día catorce / quince de gestación es un periodo preparatorio para el embrión humano donde no aparece aun un individuo humano definitivo uni-totipotente, por lo que lo denominamos pre-embrión. Por ello en este periodo sería lícito el aborto o cualquier tipo de manipulación sobre esas «células» sin mayores implicaciones morales. Aceptar esta premisa como hacen numerosas legislaciones, organismos internacionales y amplios sectores de la opinión pública comporta aceptar implícitamente una premisa oculta: «el llamado preembrión no es un ser humano y no es digno, por tanto, de protección moral y legal». En este hecho existe una premisa basada en una pseduoracionalidad que puede parecer científica y absoluta. Ningún biólogo acepta la distinción entre preembrión y embrión en ninguna especie animal. El proceso embrionario es un «continuo» donde no se aprecia ningún salto cualitativo que indique la personeidad de ese ser humano. Tampoco la aparición de gemelos impide el carácter individual del embrión, porque la individualidad no es incompatible con la divisibilidad. De hecho la misma embrióloga que acuño el término preembrión, A. McLaren, reconoce que no lo hizo sobre 27 En definitiva, el análisis científico, importante y necesario, no resuelve todos los problemas humanos. Si se absolutiza, corremos el peligro de hacer un ídolo del modelo y dejarnos llevar de la tendencia a revisar cuantas ideas no se ajusten a este modelo. Tendríamos que estar abiertos para no excluir sin más, como si tuviera un sinsentido, todo lo trascendente por el mero hecho de ser inexplicable científicamente. 2.3. LA UNIDAD ESENCIAL DEL SER HUMANO: CUERPO Y SUBJETIVIDAD El fundamento propuesto en este apartado para pensar lo humano desde la ética del cuidado es la concepción del hombre en sus dos vertientes que conforman su esencia, el ser filo-ontogénico: su cuerpo y su subjetividad. La importancia de este fundamento radica en que de las diferentes concepciones del ser se derivan diferentes interpretaciones de la persona y sus acciones morales. ¿Qué es el cuerpo?, ¿quién es el sujeto?, ¿cuándo manifiesta el cuerpo la subjetividad y cuándo no la manifiesta?, ¿cómo tenemos que tratar al cuerpo y al sujeto? son cuestiones fundamentales para la interpretación ética del cuidado de la vida. Y además las preguntas están conectadas: no se puede reglamentar éticamente los cuidados sobre el cuerpo, sin partir de una reflexión sobre el sujeto. El primer planteamiento de la relación cuerpo-sujeto lo encontramos en las teorías fundadas en el dualismo antropológico: la separación cuerpo/sujeto. En el ámbito de la discusión bioética hay unos filósofos que afirman que se pueda separar al cuerpo del sujeto y al sujeto del cuerpo. En primer lugar se encuentran las teorías que pretenden que el ser humano empieza a existir como cuerpo biológico (sin subjetividad), después llega a ser un sujeto (en un momento distinto) y termina de ser sujeto (instantáneamente o gradualmente) cuando acaba el cuerpo biológico 33 . Cuando hablamos del fin de la supuestos científicos sino, bajo cierta presión externa y ajena a la comunidad científica”. Véase: TOMÁS G., El estatuto biológico del embrión, 2001, Barcelona, Ed. Ariel, p. 210-211 33 Nota aclaratoria: El primer ámbito de la subjetividad es la instalación del embrión en la pared uterina de la madre: en el contexto de una filosofía inspirada por la “antropología de la palabra” y por el personalismo dialógico el comienzo de la subjetividad es identificado con el momento del desarrollo del embrión en que empieza a comunicar con el cuerpo de la madre. Un segundo elemento fundamental sería la creación de la estría primitiva, momento en que las células (que alguien llama preembriones) pierden la totipotencia, o sea la propiedad según la cual cada célula, si está aislada, puede generar un individuo completo. La tercera etapa de la subjetividad sería el momento de la formación del sistema nervioso central, condición de posibilidad de la percepción del placer y del dolor: en el contexto de una visión utilitarista que considera que un elemento necesario para que el cuerpo tenga la subjetividad sea la capacidad de tener intereses y preferencias, el comienzo del sujeto está identificado con el comienzo de la capacidad de desear que el placer llegue al máximo y el dolor al mínimo. Una etapa ulterior sería la 28 vida, estas teorías excluyen que tengan subjetividad aquellos individuos que, a pesar del hecho de que vivan en un cuerpo biológicamente humano, no pueden tener relaciones (en sentido moral y social), sufren demasiado o hacen sufrir demasiado, no son conscientes (o sea no tienen ninguna actividad cortical, a pesar de las funciones vitales que puedan ejercitar), no tienen conciencia de sí mismos, racionalidad y deliberación moral o, simplemente, a pesar de poseer esas capacidades, no las utilizan 34 . Se trata de teorías que restringen los confines de la subjetividad (inicial y final) con respecto a la extensión de la corporeidad humana: el comienzo de la subjetividad llega después del cuerpo y el fin de la subjetividad llega (y puede llegar) antes de la fin del cuerpo humano. Eso tiene una consecuencia jurídica muy importante: la existencia de cuerpos (humanos) sin subjetividad. Embriones, fetos, infantes y niños no son aún sujetos; individuos en coma, dementes, viejos y enfermos graves no son ya sujetos. Esas teorías, que separan el cuerpo de la subjetividad, señalan una vuelta al dualismo antropológico. La objetivación (reducción a objeto) del cuerpo biológico humano (en las fases iniciales o marginales de la existencia) es el fruto de una visión cientifista de la corporeidad 35 . El cuerpo biológico humano (reducido a un simple objeto), en algunas fases de su desarrollo, llega a ser (más bien, puede llegar a ser) sujeto y acaba (o puede formación de la corteza cerebral, la condición mínima de posibilidad para el ejercicio de la racionalidad: en el ámbito de una teoría antropológica que considere la razón como elemento fundamental de la subjetividad, se pretende que sea necesario que en el cuerpo biológico estén ya presentes aquellas condiciones neurofisiológicas que le consientan el desarrollo. Esta tesis es afirmada por los que pretenden que haya un paralelismo entre la «muerte cerebral» y la «vida cerebral» (se trata de identificar al nacimiento del sujeto humano con la existencia de una actividad cortical e identificar la muerte con la fin de esa actividad). Hay también quienes pretenden que sea el efectivo ejercicio de la razón lo que determine la subjetividad: según la teoría contractualista, el sujeto sería un «agente moral», o sea un individuo que tiene autoconciencia, racionalidad y autodeterminación, o sea el individuo que pueda elaborar un juicio con respecto a sus acciones y con respecto a las acciones de los demás, teniendo la posibilidad de hacer acuerdos sustanciales (sobre el bien) o procedimentales (con respecto a la pacifica definición de los problemas morales) con otros agentes morales. Véase PALAZZANI. L., “Cuerpo y sujeto en bioética”, en Cuadernos de Bioética, 2004, nº 1, p. 18. 34 Nota aclaratoria: Casos como la sedación paliativa irreversible, el coma inducido, el estado vegetativo, la demencia avanzada, o en el extremo la postración absoluta en situación de extremo sufrimiento psíquico. 35 Nota aclaratoria: Sobre la base de esa concepción: “el cuerpo es la materia orgánica extensa en movimiento, colocada según las coordenadas espacio-temporales; el cuerpo es, bajo esta perspectiva, una agrupación de células humanas en contacto entre ellas que se diferencian en tejidos y órganos, enviándose informaciones bioquímicas y genéticas sobre la base de una complejidad morfológica, funcional y neurofisiológica regulada por la ley causa / efecto”. Esta es la concepción que no se limita a describir empíricamente al cuerpo, y que pretende que la dimensión científica del cuerpo humano sea la única dimensión posible (excluyendo que haya una dimensión ulterior de la corporeidad). Ibid., PALAZZANI. L., “Cuerpo y sujeto en bioética”, p. 20. 29 acabar) de ser sujeto (antes de su muerte cerebral): la objetividad corporal puede adquirir o perder la subjetividad en distintos momentos. El segundo planteamiento de la relación cuerpo/sujeto se encuentra en otra perspectiva ética, la teoría ética que rompe con el dualismo antropológico, más cercana al humanismo antropológico, que defiende la postura de que para que haya un serio derecho a vivir o a existir son necesarios dos elementos: 1. que el cuerpo biológico (humano o al menos viviente) posea unas propiedades moralmente y jurídicamente relevantes (que sea, por lo tanto, manifestación de la subjetividad); 2. y que la subjetividad (que se manifieste al menos en un cuerpo biológico humano o no humano) quiera seguir viviendo y goce de su existencia. Lo que es importante no es la simple existencia continua en el tiempo de un organismo biológico humano, sino “el derecho de seguir existiendo” por parte de un “sujeto de experiencias y de otros estados mentales” que goce de su existencia. Aquí nos adentramos en la nueva perspectiva planteada: la identidad cuerpo/sujeto en la naturaleza humana, haciéndonos la siguiente pregunta: ¿se puede dividir el cuerpo del sujeto? Cuando se quiere explicar en qué consiste la vida (en pensar lo humano, en hacer filosofía de lo humano, integradora y unificadora) del cuerpo biológico humano, hay algo que nos lleva a salir de los límites de la investigación experimental y de la mirada científica (epistemología logocéntrica): “…el cuerpo humano, a partir del momento en que empieza a existir, es un organismo humano, o sea un ser viviente de la especie humana con un sistema único, integrado y organizado (que no se puede dividir para obtener de nuevo los elementos que lo han creado) que contiene en sí todas las informaciones genéticas, individuales y específicas, orientadas teleológicamente a la actuación del cuerpo en su complejo, en las distintas fases de su desarrollo continuo, gradual y coordinado. Y a partir de la observación del cuerpo humano se nota una dimensión cualitativa que no se puede reducir a la cuantificación objetiva de las partes. Aun más: la continuidad del desarrollo enseña, ya en el plano biológico, que no hay etapas mas o menos importantes (la anidación, la creación de la estría primitiva, del sistema nervioso y de la corteza son etapas de un desarrollo continuo)” 36 . En definitiva, o la subjetividad está siempre en el cuerpo humano, o no está nunca. Aunque se pueda distinguir a la subjetividad de la corporeidad (el cuerpo extenso 36 PALAZZANI L., “Cuerpo y sujeto en bioética”, op. cit., p. 25. 30 y medible, que se ve y se toca, y que es distinta del sujeto que se experimenta a través del cuerpo), no se puede separar cuerpo y sujeto, ya que están unidos constitutivamente en la humanidad del ser. En este sentido, aún en el caso en que la manifestación fenoménica de la subjetividad sea imperceptible, esto es un signo de la finitud humana y no de la desubjetivación del cuerpo (etapa del final de la vida, el proceso de morir). En contraposición al funcionalismo-utilitarismo ético, la identificación de la subjetividad con el ejercicio de unas funciones no expone, en una consideración adecuada, el hecho de que la presencia de una función (sensitiva, intelectiva, autoconsciente o valorativa) o la presencia de las condiciones para su exteriorización suponga la existencia de un sujeto. Es la existencia de un sujeto la que hace posible el ejercicio de unas funciones y no el ejercicio de esas funciones la que determina la existencia del sujeto. Las funciones no son el sujeto, al contrario, son del sujeto. Incluso habría que decir que las funciones existen, ya que existe un sujeto que puede manifestarlas. No existen las actuaciones sensitivas, racionales o voluntarias, sino los sujetos que tienen un cuerpo y que perciben, razonan y quieren. Habiendo analizado la consideración de la subjetividad/cuerpo (del “ser” frente al “haber”), me planteo la siguiente cuestión fundamental para la ética del cuidado: ¿cómo manifiesta la subjetividad el cuerpo humano viviente? La subjetividad se manifiesta bajo la exigencia, estructuralmente humana de la relación como condición para la existencia y la identificación de sí mismo: condición de la existencia ya que el cuerpo es creado por otros que nos han precedido y que nos quedan al lado y condición de identificación. La presencia del cuerpo ajeno es necesaria para adquirir una identidad antropológica. El ser humano es un sujeto porque tiene la posibilidad de pensarse a sí mismo como un yo y de ser reconocido por los demás como un tú. El hombre puede percibir la relacionalidad como un “ser” y como un “deber ser” (o sea como una condición ontológica y ética). Esta capacidad de exigencia de relación con los otros, es cuestión fundamental para analizar la ética del cuidar, el por qué de cuidar y las cuestiones morales que derivan de la acción de cuidar. En el pensamiento levinasiano, más adelante lo trataré, se exponen los fundamentos de la subjetividad a través de la alteridad y de la exigencia del cuidado del Otro como sustento de trascendencia y conformación del Yo. 31 2.4 . EL HOMBRE ENFERMO COMO CONSTRUCTO SOCIAL. Antes de adentrarme en el análisis del proceso de morir en la situación del final de la vida de ser humano, voy a exponer desde dónde experimento la situación de ser enfermo. Se trata de la clarificación de la construcción antropológica, sociocultural, de las contingencias ontológicas del hombre en su proceso vital. En el orden de lo natural la enfermedad no existe como tal, no es un problema en sí. Lo que sí existe es aquel fenómeno biológico que puede distinguirse por romper con cierta continuidad de hechos, con un orden de procesos que venían ocurriendo, pero si no está el ojo testigo del ser humano que viene a otorgarle un sentido a ese acontecer, la naturaleza convive armónicamente con estas contingencias. La realidad es un plano socialmente construido, simbólico e imaginario, que se presenta como un mundo interpretado, no natural. En este marco, es el individuo y lo social, quienes otorgan los ssignificados de enfermedad a determinada condición. La enfermedad es una construcción social. La enfermedad como significado social plantea cuestiones para la sociedad como nuestra reacción frente a ella, qué nociones cotidianas pueden repensarse y desarticularse, qué actitudes pueden transformarse, etc... La enfermedad cobra así una materialidad distinta a la del simple mal, se convierte en un estado social (estar sano o estar enfermo). Como tal, este estado varía con la cultura y con los significados que se le atribuyan. Lo esencial de este proceso es la forma en que los individuos responden a la enfermedad y, debido a las cualidades simbólicas de la vida social, este concepto tiene que ver con la moral y lo "normal". Existe todo un cúmulo de significaciones y reglas que abren el espacio para la posibilidad de designar a un individuo como enfermo. No es usual que nos detengamos en el día a día a analizar en qué consiste la construcción de la enfermedad, cómo llegamos a hablar de individuos sanos o enfermos y sin embargo solemos usar esos títulos. Este hecho es un indicador del profundo consenso generalizado acerca de qué condiciones psicofísicas humanas entran en la categoría de enfermedad. Este consenso es lo que torna incuestionable la palabra médica: el diagnóstico. Esta palabra se asume como rica en objetividad, está legitimada y se acepta naturalmente como identificadora de la enfermedad. Este creciente consenso facilita la expansión de la jurisdicción médica a alteraciones que no son ya estrictamente biológicas, como por ejemplo, los estados psicológicos "anormales", como la "locura" o 32 ciertas conductas sexuales, o en el caso que nos atañe en este trabajo, la determinación de qué es una situación terminal de la vida, qué es una enfermedad terminal 37 . No obstante, esto no deja de reflejar un proceso social y por eso debe reconocerse la enfermedad, no ya como un estado en sí mismo sino como "una valoración del significado de un estado" 38 . El eje del análisis debe ser entonces la etiología del significado de un estado: qué consenso social se ha construido y sigue reproduciéndose alrededor de estos juicios, qué significa la enfermedad para la sociedad y cómo reaccionamos frente a ella, qué nociones cotidianas pueden repensarse y desarticularse, qué actitudes pueden transformarse. Desde la ética de los cuidados, no debemos dejar de tener una noción lo más integrada posible de esta realidad que constituye el proceso de salud/enfermedad, ya que uno de los desafíos más grandes que tiene cualquier profesional vinculado al cuidado de los seres humanos es considerar al otro, no como objeto de conocimiento sino esencialmente como sujeto, como un semejante. La enfermedad no presenta cualidades propias fijas y universales sino que es una atribución sociobiológica, por lo que el eje de análisis de la misma debe pasar por aquellos que la construyen: nosotros mismos 39 . 37 Nota aclaratoria: En relación a esta concepción de enfermedad y situación de estado terminal recientemente ha aparecido en los medios de opinión pública un caso de un joven afectado por Esclerosis Lateral Amiotrófica que, estando asistido por un programa de Cuidados Paliativos, no encontraba la solución a sus deseos de morir. El paciente describía su situación como de extremo sufrimiento, pero se topó con la ley y la decisión de los médicos de C. Paliativos de no interpretar su situación como terminal para indicar y autorizar la aplicación de una sedación terminal. Aquí vemos cómo la conceptualización y significación de la enfermedad y de situación terminal puede ser diferente en el contexto social y epistemológico en que nos hallemos. “Un agujero en la Ley”. El País, 22 de diciembre de 2011 y dice la noticia: “…La Consejería de Salud andaluza conocía el caso de Pedro. Los responsables de cuidados paliativos del hospital más cercano a su domicilio le visitaron y estudiaron sus circunstancias. Pero entendieron que lo que él pedía no era legal. La situación del enfermo era irreversible, sin tratamiento posible ni opciones de mejora. Tres conceptos que entran dentro de los imprescindibles para determinar que un paciente puede beneficiarse de los derechos que marca la ley de muerte digna. Pero los médicos entendían que todavía no era un enfermo terminal. Lo iba a ser, probablemente en dos semanas, en un mes... Pero aún no lo era. Ahí es donde la ley le falló a Pedro (…). Pero para él su sufrimiento ya era insoportable y no quería que se prolongara. Los médicos que veían a Pedro opinaban que todavía no había llegado a esta situación. Él entendía que sí y decidió en consecuencia” 38 FRIEDSON E., La profesión médica. Antropología Médica. ,1978, Barcelona, Ed. Península, p. 209 39 Nota aclaratoria: En relación con la “epistéme” de la ética antropológica, toda reflexión que conjugue ciencias del hombre y filosofía (triple eje: biológico, cultural y filosófico) permite: La perspectiva biológica y cultural nos obliga a no perder de vista la complejidad y pluralidad de los aspectos humanos. La perspectiva filosófica nos ayudará a no abandonar la pregunta que busca la unidad, una unidad perdida por la tradición dualista que fue paradigma de teorías utilitaristas y cientifistas. 33 CAPITULO 3. FUNDAMENTO SOCIO-FILOSÓFICO DE LA ACCIÓN EN LA ÉTICA DEL CUIDADO 3.1. EL CUIDADO EN EL PENSAMIENTO ETICO DE EMMANUEL LÉVINAS (1905-1995). Como señalé en las primeras páginas, el pensamiento de Emmanuel Lévinas es uno de los fundamentos sobre el que se asientan las reflexiones generadas en este trabajo en torno al cuidado ético de las personas en el final de la vida y por el que se fundamenta el cuidado como valor moral y fenómeno social consubstancial al ser humano. Podemos definir a la filosofía de Lévinas como una ética dialógica, en el sentido en que la relación entre el Yo y el Otro funciona como discurso comunicacional en el que el Yo sale de sí, de su yo, arrancado por el rostro desnudo del Otro (su presencia existente) en el que se expresa e instaura el discurso comunicacional. La comunicación y el lenguaje posibilitan el encuentro del Yo y el Otro, el cara-a-cara, constituyéndose en el acto de fundamento del cuidado. Lévinas propone un nuevo esquema de pensamiento que difiere de su maestro Martin Heidegger; este esquema se basa en una descentralización del yo y de la conciencia en cuanto que yo me debo al otro y es el otro quien constituye mi yo. Se abre así la posibilidad de acceso a una verdadera trascendencia. Trascendencia que significa no el dominio del otro, sino el respeto del otro y donde el punto de partida para pensar no es ya el ser sino el otro. Es la primacía de la relación con el Otro como fundamento de la constitución de la alteridad y de la subjetividad de uno mismo, de la conformación del ser, o mejor dicho del estar. Esta conformación de la subjetividad recíproca mediante procesos auto referenciales es lo que debe orientar la ética del cuidado en las situaciones del final de la existencia humana. De ahí que el cuidado es el fenómeno donde las relaciones intersubjetivas, que se realizan a través de un proceso dialógico, conforman al sujeto de manera autopoiética. Lévinas proclama a la ética como la filosofía primera, rechazando la prioridad que filósofos anteriores a él habían otorgado a la ontología. Este cambio de postura fue la causa de que la filosofía levinasiana se haya convertido en algo fundamental para todos 34 aquellos que en la interrogación filosófica niegan la primacía de la ontología, es decir, para todos aquellos que niegan que lo más importante es el ser y, por el contrario, defienden la primacía de la alteridad, la primacía del otro, la dimensión relacional del ser humano; en definitiva, la prioridad de esta posición es defendida por todos aquellos que sostienen que la ética es superior al saber. Para entender este planteamiento, que nos ayudará a comprender más profundamente la ética del cuidado en el final de la vida, esbozaré a continuación algunas de las concepciones fundamentales del pensamiento de Lévinas. Para una mejor estructuración del pensamiento levinasiano dividiré su filosofía en tres aspectos: ontología, ética y significación de la muerte. 3.1.1. ONTOLOGÍA. Lévinas intenta reivindicar al ser humano existente frente al ser (difiere en este plano con su maestro Heidegger). Con su nueva filosofía encumbra a la persona, al existente, dejando en un segundo plano al ser; entonces, si estar arrojado separa la existencia del existente, el existir no es el que existe, sino el existente. El existir no es nada, pues no hay algo que lo albergue, que le dé la categoría de existencia. Es así, que para Lévinas sólo hay existentes, y es ahí, a modo de lugar, en donde se produce la hipóstasis 40 . Y así comienza su interés por la persona y se destierra al ser como objeto de estudio. También observa Lévinas que los filósofos occidentales habían creado una filosofía preocupada por el ser (la esencia) y habían ignorando al otro (sujeto). Olvidaron, según Lévinas, el valor de la persona, sus sentimientos, sus relaciones, su dignidad, etc. Entonces Lévinas se pregunta si no es la conciencia frente al Otro lo que constituye el principio a partir del cual toda búsqueda filosófica puede y debe comenzar. La primera pregunta sería en este caso: ¿dónde está tu hermano?, es decir, una pregunta ética antes que ontológica, y consecuentemente la bondad y la escucha antes que la sabiduría de la palabra. Por ésto, desde el punto de vista planteado en este trabajo, todo análisis de las relaciones humanas debe pasar por un estudio y reflexión ética filosófica. 40 Nota aclaratoria: Hipóstasis es el acontecimiento en que el existente se liga o se relaciona con el existir. 35 3.1.2. LA ETICA COMO FILOSOFIA PRIMERA. Lévinas propone que: “la filosofía primera ha de ser una ética” 41 . La ética encuentra su fundamento en el encuentro cara-a-cara con el Otro, donde el sujeto es responsable del otro incluso antes de ser consciente de su propia existencia. Por ello propone Lévinas que el sentido está en el cara-a-cara, en las relaciones humanas, en la ética. Estas relaciones intersubjetivas son anteriores al sujeto en cuanto existente, es decir, la dimensión relacional, comunicacional que fundamenta el cuidado, es anterior al sujeto existente. Sin cuidado no existe sujeto (del mismo modo que Luhmann proclamó que sin comunicación no existe sistema social; la comunicación es anterior al sujeto), es decir, el ser humano no construye los cuidados, es el cuidado el que conforma al ser humano en su subjetividad; se trata de una perspectiva desde donde la función crea la estructura. El Otro es para Lévinas de trascendental importancia, pues a partir de éste formulará su ética. La relación ética rompe con la hipóstasis y con la soledad del existente que antes era ontológica; el existente sale de sí en el cara-a-cara lévinasiano. Lévinas, en su fenomenología, describe como la base de la violencia humana es el interés propio, por ello advierte que este interés debemos convertirlo en desinterés, es decir, debemos de ponernos en el lugar del otro sin esperar nada a cambio 42 , como si se tratara de una hecho bondadoso. Es por ello por lo que debemos preocuparnos por el otro y no verlo como alguien enfrentado a nosotros, ya que al fin y al cabo hay yo porque hay responsabilidad, pues el yo es el resultado de que alguien nos haya cuidado, es decir, de que el Otro nos haya conformado como sujetos. Y gracias a esto podemos sentirnos insustituibles, porque detrás de mí hay otros que no son yo. Fue así como Lévinas propuso un humanismo del otro hombre, del hombre que se responsabiliza y responde totalmente por el otro. Dice Lévinas: “Desde el momento en que el otro me mira, yo soy responsable de él sin ni siquiera tener que tomar responsabilidades en 41 LÉVINAS E., Ética e infinito, 2000, Madrid, Ed. A. Machado Libros, p71. 42 Nota aclaratoria: Puede parecer excesivo esta manera de entrega al otro. El pensamiento lévinasiano se da, a mi modo de parecer, desde una perspectiva hiperbólica del símbolo bondad; en el cara-a cara lévinasiano se produce una relación simpática entre iguales, una entrega absoluta de uno al otro. Esta actitud ética bondadosa que supera la empatía humana puede arriesgar la libertad misma, por ésto, y en mi enfoque analítico del fundamento de la ética del cuidado, prefiero utilizar la perspectiva recíproca del intercambio responsable entre iguales, entre el yo y el otro, orientada, no obstante, en la ética de Lévinas. 36 relación con él; su responsabilidad me incumbe. Es una responsabilidad que va más allá de lo que yo hago” 43 . Así pasamos, con Lévinas, de un yo cerrado (ego cartesiano) a un yo abierto, ya que la filosofía a partir de ahora no empezará en el yo, sino en el otro. Ante la cuestión ¿cuándo soy yo?, Lévinas responde: cuando otro me nombra, si nadie nos nombra no somos nada. Podemos sustituir de esta manera el pienso, luego soy, que enunciaba Descartes, por soy amado, soy nombrado, soy comunicado, luego soy 44 . La cercanía hacia el otro no es para conocerlo, por tanto no se trata de una relación cognoscitiva, sino de una relación de tipo ético, en el sentido de que el Otro me afecta y me importa, por lo que me exige que me encargue de él, incluso antes de que yo lo elija. Por consiguiente, no podemos guardar distancia con el otro, alejarnos, obviarlo. Por otro lado, ante la exigencia del otro de responsabilidad hacia él, yo no puedo obviarlo, el sujeto está llamado a responder del otro. De este modo el otro se impone como límite de mi propia libertad, y así, de esta manera extraordinaria es cómo lo describe Lévinas. A este otro no se le determina a partir del ser ni a partir del conocimiento, sino que él permanece intacto en su alteridad, es un absoluto. Lo único que queda es acogerlo como infinito y trascendente, responsabilizarme de sus necesidades, cuidarle. Según Lévinas, la ética no se va a basar en el ser, sino en la relación, ya que cada uno de nosotros será la suma de las relaciones que tenga. Por este motivo, Emmanuel Lévinas considera que la relación entre los seres humanos, que es intersubjetiva, es la cuestión más importante a dilucidar con el propósito de cuidar en el sufrimiento y la dependencia. Éste es el fundamento de su filosofía: el acto de respeto y reconocimiento al otro, que es el momento en que adviene la subjetividad y a través del cual se logra la trascendencia. Por ello, el cuidado hacia el otro nos conforma como sujetos (cuestión de máxima trascendencia en el cuidado al hombre en situaciones de sufrimiento y dependencia absoluta). La filosofía de Lévinas replantea el problema de la subjetividad y constituye una crítica a las posturas filosóficas que proponen una subjetividad centrada en el yo, que está encerrado siempre en su identidad, posturas que desde su punto de vista han generado problemas importantes como el desarrollo del egoísmo. Por su parte, Lévinas promueve otro modo de ser, lo que él describe como un humanismo verdaderamente 43 Ibid., p. 80 44 GIL JIMÉNEZ P., “Teoría ética de Lévinas”, en Cuaderno de materiales. Filosofía y ciencias humanas (revista on-line) 37 humano: el Humanismo del otro hombre, sustentado en la subjetividad que se instaura en el momento en que el yo, al ser proyectado hacia el exterior por la alteridad, no regresa a sí-mismo, sino que se abre al otro, mediante el reconocimiento del otro, a quien acoge como huésped. La constitución de la propia subjetividad es una tarea que cada uno tiene que realizar por sí mismo, pero siempre en un ámbito de socialidad, en el encuentro con los otros. Esto supone que para el pensamiento levinasiano la realización, la búsqueda de sentido vital, de cada persona es la constitución de su propia subjetividad y está relacionada con su posibilidad de trascendencia, la que a su vez sólo es posible en un acto de reconocimiento y respeto a la alteridad en la acción de cuidar. La opción que Lévinas encuentra para rehabilitar el humanismo es la caracterización de la subjetividad humana como apertura al otro, apertura que no es de ninguna manera pérdida de libertad, ni alienación. El humanismo levinasiano señala que el hombre no es un sujeto cerrado en sí mismo y autosuficiente, sino un ser abierto, que trasciende a la alteridad, constituido por dicha alteridad e infinitamente responsable del otro y que a través del fenómeno social de la acción del cuidar se produce a sí mismo de forma autónoma y autorreferencial. Para Lévinas trascendencia y ética están íntimamente conectadas. La auténtica trascendencia es estar sumergido en la relación con los otros, es la sociabilidad. La trascendencia que propone se da en términos positivos, ya que la relación con el otro no me anula ni me aliena, por el contrario convierte al existente en sujeto a partir de la experiencia trascendental de la relación responsable con el otro. Lévinas estudia el modo en que tiene lugar la experiencia de la trascendencia: la relación con otro. El otro se hace patente en el rostro que llama, que apela a la comunicación y al cuidado. Ante el otro sólo es posible la responsabilidad, pues en su rostro se refleja su debilidad y su grandeza. Lévinas, por tanto, continúa buscando una salida del ser y la encuentra en la responsabilidad por el prójimo. 3.1.3 CONCEPTUALIZACION LEVINASIANA DE LA MUERTE. Martin Heidegger y Emmanuel Lévinas se van a ocupar del“para qué” en la vida, si “somos para la muerte” y se cuestionan: ¿no será acaso que el mismo ser para la muerte se convierte en ser para la vida? Para estos dos filósofos, la vida comienza a tomar valor o a perderlo a partir de que soy para la muerte. Una vez que el ser humano se da cuenta de su finitud, de que su existencia está encaminada a este acontecimiento de morir, nace la preocupación por el ser y por el cuidado del ser como valor moral. 38 Ante la muerte sólo queda vivir, es la muerte la que le va a dar verdadero valor a la vida, la muerte nos lleva a un problema existencial. Con Heidegger como antecedente, la muerte es un tema en el que Lévinas va a ahondar por una razón de absoluta importancia en su pensamiento, la otredad, la alteridad. A diferencia de Heidegger, para Lévinas la muerte no puede ser nunca asumida, por lo tanto la muerte esta ligada al sufrimiento 45 . Vemos, pues, que ontológicamente el hombre está condenado a la muerte y, una vez más ante el misterio de la muerte, sólo la relación ética del cuidar le rescatará de la soledad ontologica que caracteriza al misterio de la muerte. Lévinas afirma que la muerte del otro es la primera muerte, ya que ésta es para el sobreviviente un final, que tiene siempre la ambigüedad de una partida sin retorno, de un llegar a su fin, que le genera conmoción y tal emoción delega una responsabilidad absoluta. El sujeto, ante la muerte del prójimo, entra en relación con algo que no proviene de él, algo que viene del otro, y es ahí, en la muerte del otro, donde se expone la alteridad en su más infinita presencia de la siguiente forma: la muerte se anuncia en el otro, en tanto encuentro con lo otro, con lo extraño, anticipa la relación con la alteridad, que es condición para la constitución de la subjetividad. Recordemos que, para Lévinas, la trayectoria que uno mismo (el sí-mismo) debe recorrer para llegar a ser, para constituirse como sujeto, demanda por principio una salida de la propia identidad y un reconocimiento del otro que no soy yo. En este sentido, la posibilidad de la muerte con la extrañeza que supone para el sujeto, constituye una posible vía para reconocer la alteridad y arrojarnos fuera de la propia identidad. Para este filósofo, la muerte abre posibilidades, no las cierra como en la filosofía de Heidegger. Lévinas propone que la proximidad de la muerte abre ante el yo al Otro que le necesita. El sufrimiento y la relación con la muerte pueden situarse en el terreno en el que se hace posible la relación con otro. Ante la muerte no importa tanto la propia muerte, sino la muerte del otro. De esta manera su filosofía pretende rescatar las relaciones intersubjetivas que se dan en la vida 45 Nota aclaratoria: En este aspecto coincide el filósofo español Jorge Vicente Aguirre quien apunta que la muerte no puede tratarse como una vivencia serena. Dice Aguirre que el problema no es si se muere con resignación o con angustia, sino si hay motivos para estar angustiado o resignado. Lo que importa, dice Aguirre, no es morir con resignación, porque la medicina así lo recomiende, sino si la resignación, la depresión y la angustia son las actitudes correctas ante la propia muerte. Y en ese punto no caben generalizaciones, pues la actitud correcta ante la propia muerte depende esencialmente de cómo se haya vivido. Véase: VICENTE ARREGUI J. El horror de morir. El valor de la muerte en la vida humana. 1992. Barcelona. Ed. Tibidabo. 39 cotidiana y propone que la existencia se da fuera del sujeto, que no es para sí, sino para otro. Defiende una subjetividad que no está autocentrada sino que se constituye como responsabilidad del yo hacia o para con el Otro. No obstante, cualquiera que sea el contexto cultural, la única experiencia de la muerte que podemos hacer es la experiencia de la muerte del otro, experiencia que nos afecta en lo más profundo de nuestra identidad, provocando lo que Emmanuel Lévinas llama la fisión del Yo por la ruptura de la relación con el otro. Esta experiencia es también la colusión del presente con el nopresente. La muerte del otro se encuentra mucho más allá del ver y del saber, y es seguramente ésto lo que se ha hecho insoportable para el hombre moderno, un sentimiento que Emmanuel Lévinas llama la inquietud en lo desconocido. “La muerte no es más que un punto en el horizonte, irreductible al poder de nuestro dominio, inaccesible a la ambición conquistadora de nuestra curiosidad" 46 . Ante la muerte el hombre experimenta la necesidad de trascendencia, transcendencia que ante la inminencia de la muerte configura la propia subjetividad. Dicha subjetividad se configura en la relación con el otro. El concepto de trascendencia es esencial en la filosofía levinasiana, ya que constituye un hecho implicado necesariamente en la relación con el otro, a partir del cual se nos revela lo otro. En esta metafísica ética, la posibilidad de trascendencia del sujeto se logra en el ámbito de la relación con la alteridad. La trascendencia es el acontecimiento ético metafísico que permite que el sujeto, en este caso, el yo a través del otro con el que se relaciona, revive, se re-produce y logra una permanencia en el presente, que es el único tiempo en el que es posible aplazar la soledad de la muerte. Una vez que ésta llega, ya no hay más tiempo para el sujeto, no hay ya más presente. En definitiva, la ética levinasiana presenta a la relación intersubjetiva como filosofía primera y como la única vía para la realización humana a través de la constitución de una subjetividad, que es además la vía para la trascendencia. La ética del cuidado se fundamenta en esta ética de las relaciones intersubjetivas, que produce y reproduce el sujeto como ser autónomo sustentado sobre el principio de responsabilidad hacia el Otro. 46 LEVINAS E., Dios, la muerte y el tiempo, 1994, Madrid, Ed Cátedra, p.190. 40 3.2. LA ACCION DE CUIDAR COMO ELEMENTO CONFORMADOR DEL SISTEMA 47 ONTICO. Analizado el carácter existencial del cuidado en el anterior apartado según el pensamiento levinasiano, en este apartado profundizaré en el cuidado de la vida como fundamento de estructuración del ser humano y de lo social como sistema. Siguiendo la teoría de sistemas de Niklas Luhmann 48 y el concepto de autopoiesis de Humberto Maturama 49 , podemos analizar cómo la acción de cuidar se comporta como elemento diferenciado en la conformación del sistema ser humano existente (óntico). Este elemento de acción (en el mismo sentido que la célula es elemento del sistema biofísico del ser humano), es irreductible, precisa de al menos dos seres humanos y va dejando puentes, conexiones con otras acciones que permiten continuar con el proceso autopoiético de génesis humana. El cuidado requiere establecer vínculos con otras acciones elementales, convirtiéndose la acción de cuidar en elemento de lo social, construyéndose en el cuidado un sentido intersubjetivo. Para que el cuidado ocurra, es indispensable que el sentido sea compartido, pero este sentido no es sólo la cobertura de necesidades del otro, sino que este sentido es la conformación del Yo y del Otro como sujetos en la alteridad. Este sistema óntico del ser humano que se da por las relaciones recíprocas de la acción del cuidar acoge la unidad diferenciada del ser humano. Esta unidad se construye 47 Nota aclaratoria: Un sistema, siguiendo la teoría luhmanniana, es una forma de propiedades que le distinguen como unidad de una diferencia, una forma que consiste en la distinción de algo (el sistema social, la vida- el ser) respecto al entorno (medio ambiente, seres no humanos, etc…). Un sistema social es distinto a su entorno y operacionalmente cerrado, es capaz de producir por sí mismo elementos propios y estructuras propias, posee capacidad autopoiética. La complejidad del sistema Vida emerge en un sistema más complejo que pudiera ser la sociedad. 48 Nota aclaratoria: Niklas Luhhmann elaboró la teoría de los sistemas para dar respuesta a todo fenómeno social permitiendo dar cuenta de los fenómenos sociales y facilitando el dialogo interdisciplinario. Su postura teórica se define como funcional-estructuralismo, diferenciándose del estructural-funcionalismo parsoniano, al considerar que no hay estructuras dadas sostenidas por funciones, sino que es la función la que antecede a la estructura. De esta forma hay que preguntarse por la función de la construcción de un sistema dado. Esta compleja teoría comprende los diferentes tipos de sistemas a partir de la complejidad que han de reducir. Se trata de un poderoso instrumento analítico que permite comprender el funcionamiento de la sociedad, de los subsistemas y de las organizaciones. 49 Nota aclaratoria: Humberto Maturama Romecín es un biólogo chileno que acuño el término autopoiesis para referirse a la capacidad de génesis autónoma de la célula. A partir de sus estudios biológicos, Luhmann adoptó los conceptos de la biología de Maturama para aplicarlos a la sociología. Autopoiesis significa la capacidad de determinados organismos o sistemas de producirse a sí mismos mediante la clausura operativa que hace de los sistemas autopoiéticos como productos autónomos, que operan de manera cerrada y que cuyos componentes son producidos al interior de un proceso recursivo. Este cierre no significa aislamiento del entorno sino condición de posibilidad, no existe una intervención causal del entorno en el sistema sino que el mismo sistema provoca el cambio. 41 y reconstruye de forma autopoiética, produciéndose a sí misma mediante las relaciones intersubjetivas desarrolladas en el cuidado y el proceso dialógico inherente a él. Este esquema autopoiético significa una determinación del estado (ser ético) a partir de la estructuración anterior a la que llegó el sistema (ser ontológico). Y ¿cuál es este estado? La respuesta se sustenta en el estado de trascendencia del hombre, de apertura del Yo hacia el Otro, de la génesis de la existencia del existente, del estar. El estado anterior al yo que cuida es el estado ontológico del ser. Tras el fenómeno del cuidar como proceso el estado del ser es el de estar, el de existir existiendo, el del ser moral, estructurado en toda su subjetividad e identidad. De otro modo, sin relaciones de cuidados no se observaría el sustento social del ser ético-sujeto, el individuo estaría situado en lo personal y lo que en realidad se observa es al individuo en el plano de la coordinación de las interacciones recurrentes junto a otros, despojando al individuo de toda certidumbre absoluta de lo personal y situándolo en una perspectiva más amplia: la de la creación de un mundo junto con otros 50 . De esta forma los seres humanos, como sistemas que son, se organizan y se reproducen mediante el cuidado recíproco de forma autónoma, conformando entre ellos el carácter subjetivo y moral de su existencia. El entorno influye pero no determina la producción humana, es el propio hombre el que produciendo sus propios elementos, como la acción del cuidar, se reproduce de forma recíproca. El cuidado y los procesos de comunicación inherentes a él (y de este concepto deriva la novedad de la orientación sistémica del hombre), son un orden emergente que designa un nuevo orden de realidad que no puede ser explicado en su totalidad solamente a partir de las características de la infraestructura sobre la que se encuentra sostenido, los individuos. La dimensión de significación que señala al cuidado como un orden emergente autopoiético contradice la episteme que afirma al ser humano como única base de toda construcción social. Bajo el pensamiento sistémico es el cuidado como función el que estructura al ser humano y no al revés (en el sentido parsoniano de que la estructura humana explique el cuidado como función). En definitiva, lo social es constituido por las relaciones recíprocas y recurrentes del cuidado en la formación de los hombres en su subjetividad y carácter de ser moral. Este mismo sentido queda indicado por Luhamnn al referirse al proceso de 50 DARIO RODRIGUEZ M.- JAVIER TORRES N., “Autopoiesis, la unidad de una diferencia: Luhmann y Maturama”, en Sociológicas, 2003, nº 9, p. 118. 42 comunicación: “no es el hombre quien puede comunicarse, sólo la comunicación puede comunicar, la comunicación constituye una realidad emergente sui generis….” 51 . En definitiva, sin cuidado humano no existe ser-estar (existente), no existe ser humano en su estado ontológico levinasiano, el estar es más que el ser. El ser no conforma los cuidados, son los cuidados los que reproducen al ser. Por ejemplo, un ser humano que nace es, pero no está en sentido levinasiano, no es moral hasta el instante en que es cuidado por el otro paternal, proceso por excelencia humanizante que conlleva a la comprensión, la conciencia y la acción comunicadora. Es a partir de ese instante cuando las subjetividades inician la conformación humana. Por ello, el cuidado es el fundamento de la posibilidad de la existencia humana. Es fundamental esta orientación epistémica en el tratamiento de las cuestiones morales del cuidado del hombre en el final de su existencia es fundamental. Los dilemas morales no debemos atajarlos únicamente desde la perspectiva causal de los múltiples factores determinantes que provienen del entorno, sino, de otra forma, debemos esforzarnos por analizar los procesos de cuidados que se producen dentro del sistema, que generan relaciones intersubjetivas y que pueden fallar en su dimensión técnica y dialógica. En muchos casos, y por poner un ejemplo fenomenológico, el sufrimiento es analizado desde diferentes factores determinantes como el dolor, la soledad, la tecnificación etc… hechos de un entorno que se diferencia de los elementos de la acción de cuidar. Y es en estos elementos donde por su carácter autopoiético formador de seres humanos debemos indagar el hecho de deber ser (y no ser), posiblemente en el rostro levinasiano, esa capacidad de comprender el sufrimiento del Otro, esa capacidad de cuidar que trasciende los hechos del entorno y que ayudará a terminar de estructurar el sentido de la existencia. De este modo el cuidado se convierte en función y contingencia previa a la vida. Estos elementos que conforman el cuidado humano nos recuerdan el carácter deísta de la filosofía levinasiana, y aunque parezca poco pragmática, el intento de comprender lo que de divino se haya en el hombre hace de la acción práctica de cuidar un ejercicio artístico paridor de Vida existencial. Hechos como la eutanasia activa y el suicido asistido nos demuestran cómo estos fenómenos tan complejos no se analizan desde la función del cuidado en la fragilidad humana del sufrimiento, ya que en muchas ocasiones se tratan estos dilemas sin profundizar en la función del cuidar como fenómeno previo al sentido. No se puede 51 DARIO RODRIGUEZ M., JAVIER TORRES. Op cit., p 126. 43 encontrar sentido a la vida sin ser cuidado, y en relación con la eutanasia, la decisión por ella conlleva, probablemente, el rechazo de la condición previa al ser existente, el cuidado. Los fenómenos deben ser entendidos, en el enfoque ético fundamental, desde la reflexión trascendental de la génesis humana, penetrando en su contenido, en su fundamentación antropológica del proceso de génesis de la realidad humana 52 . 52 Véase: AGUIRRE ORAA. JM. Ética fundamental. Apuntes de ética. Capitulo 9. Perspectivas de fundamentación moral., 2010, Universidad de La Rioja,p 143-154. 44 CAPITULO 4. APROXIMACIÓN ANTROPOLÓGICA AL PROCESO DE MORIR. 4.1. EL PROCESO BIOCULTURAL DE MORIR, CUESTIONES ANTROPOLÓGICAS. Los diferentes planteamientos socioculturales y filosóficos sobre el morir humano presuponen unas premisas antropológicas que condicionan las actitudes éticas posteriores. Dichas implicaciones hacen necesario tratar los temas bioéticos en torno al final de la vida humana y el acercamiento al morir desde un doble enfoque: el biológico y el cultural que conforman un determinado sistema/entorno que influye en la producción de conductas y actitudes morales del ser ante el proceso de morir. En todo caso antes de comenzar con los dilemas ético-morales que surgen en la ética del cuidado (capítulo quinto) es necesario tratar la cuestiones antropológicas del proceso biocultural de morir. A continuación, y siguiendo los estudios de Colavito, trataré siete aspectos antropológicos que emergen de la concepción biocultural de la muerte y que sintetizan toda una ontología del ser humano: Como primer paso, los estudios en antropología social, de carácter empírico, nos describen aspectos socioculturales de la muerte. En el siguiente apartado me extenderé en los aspectos culturales, sociales e históricos de cómo ha sido y es el proceso cultural de la muerte. El modo de hablar o de callar sobre la muerte, los ritos y las costumbres del duelo nos revelan caracteres idiosincrásicos acerca de la imagen, visión o concepción del ser humano y de su muerte que hay arraigadas en cada cultura. En las acciones de cuidar en el final de la vida se dan hechos, como la precipitación por solucionar el problema de un fin doloroso mediante una muerte anticipada, o como en la prolongación indebida de la agonía con medios exagerados, donde se esconde una forma cultural: la huída de la muerte, ya sea por parte del paciente, de sus familiares y amigos o del personal sanitario. En definitiva, se trata de una cuestión cultural que como dice Javier Gafo: “El que un ser socio-cultural como es el hombre esté más o 45 menos abierto a confrontar la muerte y asumirla, es algo ayudado o impedido y afectado por la conducta de los de mi alrededor y por la totalidad de la cultura en la que vivo” 53 . Otro segundo aspecto, a tener en cuenta a la hora de plantearse dilemas morales en torno al final de la vida, es la concepción del morir como proceso y no como momento: el aspecto procesual de la muerte. Proceso que comienza en el momento del nacimiento, y prosigue con el deterioro del organismo y el aceleramiento por una enfermedad que en sus fases terminales precipita el proceso. Heidegger mostró bien el concepto de la muerte como proceso, describió a la muerte como una propiedad de la vida e interpretó la muerte como un fenómeno de la vida y no como un concepto puramente mecánico y externo a la vida. El interés heideggeriano en la muerte lo es por la presencia de la muerte en el continuum vital y no tanto como un suceso terminal o meramente puntual; interesa la muerte como una estructura de la existencia humana. En la esencia de la constitución fundamental del ser (el Dasein heideggeriano, el “ser ahí”) radica un constante estado de inconclusión, de posibilidad; la muerte, en su carácter de posibilidad, es una posibilidad en la cual el hombre está puesto tan pronto es, confirmando a la muerte como la posibilidad de la absoluta imposibilidad del ser. Podemos dudar de muchas cosas en relación con nuestra vida y nuestro decurso biográfico, pero no podemos dudar de la muerte como una realidad cierta. “A la certidumbre de la muerte va unida la indeterminación de su cuándo. La muerte, pues, como posibilidad siempre inminente, se caracteriza por ser posible a cada instante” 54 . Desde este enfoque procesual, y como nos describe Masiá, dentro del proceso de morir hay que distinguir otro dos subprocesos paralelos, el biológico y el humano. Así, conviene distinguir antropológicamente los siguientes aspectos: 1- proceso biológico del morir; 2- proceso humano del morir; 3- momento de la muerte; 4-proceso biológico de corromperse el cadáver físico.; 5-proceso humano de duelo. Es importante tener en cuenta ambos procesos, el biológico y el humano o sociocultural. Antes de la muerte como hecho, el proceso humano del que está muriendo y el de los que le rodean en el acompañamiento son fundamentales para el planteamiento de la ética del cuidado. Tras el hecho de la muerte, el proceso humano de duelo como sentido humano es antropológicamente fundamental para la visión del proceso de morir. 53 GAFO J. La eutanasia y el arte de morir, 1990, Madrid, Ed. U.P. Comillas, p 117. 54 CATALDO SANGUINETTI. G. “Muerte y libertad en Martin Heidegger”, en Philosophica , 2003, nº 26, p 31 46 En tercer lugar, la antropología filosófica nos plantea algunas sugerencias sobre el proceso de morir, el sentido y significación de la vida ante la muerte. La previsión anticipadora de la muerte afecta a nuestro modo de vivir en el tiempo, el sentido de la vida, la creación de esperanza presente y futura. En este aspecto, y siguiendo a Heidegger, la eventualidad de una apropiación de la muerte se juega en que su posibilidad no tenga, simplemente, el carácter de un agente que agrede al hombre desde fuera. Si la posibilidad de la muerte, en cuanto posibilidad, no es meramente algo perteneciente sólo al futuro, como dice Heidegger, arrojado al mundo del no todavía, sino algo presente como una modalidad del ser del hombre, entonces sí resulta factible también, ante ella, una modalidad de comportamiento humano. Dice Masiá: “El animal perece, pero el hombre muere. Más aún, decimos que se muere” 55 , como proceso biocultural, hay que distinguir entre el hecho biológico de perecer: cesar irreversiblemente el metabolismo del ser viviente y, por otra parte, el acontecimiento biográfico del morir humano. El ser humano sabe que morirá y prevé su muerte, a veces la teme, a veces la desea y, a veces, intenta ignorarla; sabe que llegará ciertamente, aunque no sabe cuándo. En este sentido la consideración de la muerte humana puede servir para hacer recopilación de los temas principales de toda la antropología, especialmente los de la unidad y temporalidad, ¿quién soy yo?, ¿qué será de mí? Estas cuestiones hacen que la consideración de la muerte sea un hecho privilegiado para ahondar en lo que significa para el ser humano el existir como un sujeto personal insustituible, único. De cara a la muerte, que pone en crisis al ser humano, nos damos cuenta de que la persona no se reduce a un pensarse a sí misma, de que la subjetividad humana desborda la conciencia, al sí mismo 56 , se revela la otredad levinasiana y la relación ética insustituible. Es algo mucho mayor que la mera conciencia de sí mismo lo que se ve amenazado de desaparición por la muerte; lo que realmente se ve amenazado es la existencia entera de una persona irrepetible, cuya subjetividad, es decir, yo mismo como sujeto, se ve amenazada al igual que se ven amenazadas las subjetividades de los otros; de ahí surge la producción intensa de miedo, la angustia que provoca la muerte, todos nos vemos amenazados por la propia muerte y la muerte del otro. En cuarto lugar, la antropología filosófica nos plantea el carácter temporal del ser humano. La presencia de la muerte en el horizonte de la vida condiciona el modo de 55 MASIÁ CLAVEL, J. Bioética y Antropología, 2004, Madrid, Ed. U.P. Comillas, p 140. 56 Ibid., p 147. 47 sentirnos temporales e históricos; somos conscientes, aunque intentemos eludirlo, de la edad que tenemos. Sabiendo que hemos de morir alguna vez y que podemos morir en cada momento, caminamos por la vida como seres en el tiempo que viven, como dijo Heidegger: “...la muerte es, en su más amplio sentido, un fenómeno de la vida. La vida debe comprenderse como una forma de ser a la que es inherente un ser en el mundo (...) en la muerte se desemboza con máxima agudeza el carácter de posibilidad del serahí.” 57 . La muerte revela la característica temporal del existir humano de cara a un fin, revela la finitud de esta existencia para la que es una incógnita de dónde viene y a dónde va. En esa distensión temporal de la existencia, la muerte es nuestra posibilidad más radical y peculiar: es la posibilidad de no ser ya más, es la posibilidad de mi imposibilidad 58 . Vivir de cara a esta posibilidad hace tomar al Yo su vida en conciencia a cada instante. El pensar la posibilidad irrebasable de la muerte abre con ésta las posibilidades que están antepuestas a la muerte: por ello reside en el proceso de morir la posibilidad de un tomar por anticipado existencialmente el ser total. La temporalidad de la existencia humana de cara a la muerte se muestra en la conceptualización heideggeriana de la muerte como posibilidad (mi fin, de mí, que soy posibilidad de mi fin). La muerte es para Heidegger nuestra posibilidad más radical: la de no ser ya más. Por ello revela mi absoluto poder ser, mi ser relativamente al fin, de cara a la muerte 59 . Como quinto punto, la antropología filosófica nos abre el camino para la reflexión sobre la muerte irrepetible de cada uno y la muerte del otro; hablamos de la individualidad irrepetible del ser. Masiá dice que nadie puede morir la muerte de otro, podremos morir en lugar del otro, pero nunca moriremos la muerte del otro; es algo personal e intransferible. Al ponerse de manifiesto lo que con la muerte de una persona 57 CATALDO SANGUINETTI. G. “Muerte y libertad en Martin Heidegger”, op cit. p 33. 58 Ibid., p 34. 59 Nota aclaratoria: Esta significación de la muerte nos lleva a cuestiones morales fundamentales como el sentido de la vida en el final de la vida, bajo la visión heideggeriana de la muerte como posibilidad que revela el ser como posibilidad de la última posibilidad más radical, la muerte. Estas posibilidades premuerte conllevan la capacidad para encontrar sentido a la existencia (mi absoluto poder ser). En relación al sentido del ser Heidegger habla de la libertad ante la muerte de la siguiente manera: “...Libertad para la muerte no significa, por consiguiente, determinar ni disponer, ni menos elegir la muerte, sino abrirse y, en cierto modo, “abandonarse” a ella como una posibilidad extrema e indeterminada; posibilidad sin la cual no cabe salvar ni recuperar el propio ser sí mismo. Por ello, sólo a la luz de la muerte, el Dasein (el sí mismo, la existencia, el sentido de sí mismo) propiamente existe.” CATALDO SANGUINETTI. G. Op cit, p 37. En este sentido del ser cara a cara a la muerte, revela determinadas actitudes ante el final de la vida. Actitudes que no pretenden controlar el proceso de morir, lo que se pretende es dar buen uso al tiempo del ser total ante la certidumbre de la muerte. Adelantándome al último capitulo, los cuidados paliativos profesionalizados marcan como objetivo fundamental el buen uso del tiempo del ser ante su propia muerte. 48 acaba, se hace patente lo que era y significaba esa persona: mucho más insustituible en su unicidad e irrepetibilidad de lo que nos podíamos imaginar. Al hablar de la muerte como una pérdida, se trata de “una pérdida que experimentan los supervivientes” 60 . No vivimos el morir ajeno desde dentro, “en el padecer la pérdida no se hace accesible la pérdida misma de ser que padece el que muere” 61 . No experimentamos en su sentido genuino el morir de los otros, sino que a lo sumo nos limitamos a asistir a él. De esta reflexión se derivan dilemas morales fundamentales del cuidado de los otros como es el acompañamiento del otro en su muerte, con el fin de salvaguardar la dignidad de la vida en su máximo exponente posible (lo veremos en el siguiente capitulo). Esta incapacidad de morir la muerte del otro se fundamenta en el carácter ontológico de la muerte como una posibilidad de su ser, y el ser es insustituible así como su posibilidad de morir, el morir es algo que cada ser debe tomar en su caso sobre sí mismo. La muerte muestra nuestra individualidad irrepetible, sola y responsable (al despedirse de alguien que está por morir, se acompaña en su acercamiento a la muerte, pero no se puede con-morir con la persona). El sentido biográfico de la muerte, sexta cuestión antropológica, es otra de las cuestiones fundamentales de la antropología filosófica en torno al final de la vida del ser humano. Decir que alguien ha muerto es decir que ha vivido. Lo que cesa con la muerte no es el último eslabón de la cadena, sino toda una vida. Lo que cesa no es, sin más, un conjunto de funciones, sino un ser y una vida. No cesa una mera secuencia de fenómenos, sino la biografía de alguien. Este sentido biográfico hace de la muerte un hecho existencial que, para que sea dignamente humana, requiere un sentido existencial y no, como se maneja en la actualidad, la adaptación mecanicista de afrontamiento adoloroso de la muerte. En el acompañamiento al moribundo, en el sufrimiento existencial y en el evitable, en la dependencia funcional más absoluta; el sentido de ayuda pivota en la búsqueda y encuentro del sentido existencial de la vida y no en los procesos de afrontamiento-adaptación al morir. Por último, y como séptimo punto, desvelar el sentido de socialidad que la muerte descubre en su aparición. La muerte y sus formas (sufrimiento, dependencia, enfermedad, dolor, soledad, dignidad amenazada) explicita de la manera más clara el carácter del ser humano como elemento del sistema social a través del fenómeno social 60 Op cit, p. 11. 61 MASIÁ CLAVEL, J. Bioética y Antropología, op cit, p 150. 49 del cuidado y su proceso dialógico inherente a él. Con la muerte nos comprendemos a nosotros mismos como configurados y conformados por los otros, y no sólo a partir de nuestra experiencia sino por la aparición de la alteridad. Cuando un ser querido se muere, su muerte supone separarse de uno mismo, que es algo suyo; mi identidad es objetivable por la alteridad, así lo dice Lévinas: Yo como sujeto lo soy por la existencia del Otro. Y es en el fin de la existencia donde se pone de relieve esta reciprocidad, un ser querido no sólo se muere, sino que se me muere, se lleva algo de mí, de mi identidad, de mi configuración a partir de otros. A su vez ante esta relación recíproca, la vivencia de la muerte se hace más intensa concibiendo mejor nuestra propia muerte. Se objetiva la dimensión relacional del ser humano y su capacidad autopoiética mediada por el cuidar al Otro. Esta orientación biocultural de la muerte plantea pensar el morir como un acontecimiento que pertenece no sólo al cuerpo biológico, sino al cuerpo vivido y personal y al ámbito de lo que llamamos el mundo del espíritu. Como hemos visto, la muerte plantea cuestiones antropológicas: la unidad y totalidad el ser humano, su identidad personal, el tiempo y la historia, la pregunta por la trascendencia de toda nuestra persona. Sería un error tratar el análisis de la muerte únicamente desde las disciplinas “duras” (biología, psicología) obviando a las disciplinas del “espíritu”. Evitar la absolutización del logocentrismo, como apuntaba Colavito, es tarea fundamental en el análisis de los procesos vitales del hombre. 4.2. ASPECTOS SOCIALES, HISTÓRICOS Y CULTURALES DEL MORIR EN EL SER HUMANO 62 . En el último tercio del siglo XX se escriben dos de las reflexiones con mayor impacto en el estudio y aproximación a la muerte actual en Occidente. Se trata, en primer lugar, de las obras de Elisabeth Kübler-Ross, psiquiatra que dedicó gran parte de su labor profesional a acompañar a pacientes moribundos y que conversó con ellos sobre sus miedos, esperanzas y necesidades, utilizando sus contactos con los pacientes 62 Para profundizar sobre aspectos socio-culturales del la muerte véase: Thomas L.V. La muerte. Una lectura cultural, 1991, Ed Paidós, Barcelona. Vicente Arregui. J. El horror de morir. El valor de la muerte en la vida humana, 1992, Ed. Tibidabo, Barcelona. Singer. P. Repensar la vida y la muerte, 1997, Ed. Paidós, Barcelona. Esta síntesis del recorrido histórico de los aspectos culturales del morir se basa fundamentalemente en la Tesis doctoral: El cine como herramienta docente en Tanatología y Bioetica, Cap. 1.2, cuya autora es Beatriz Ogando Diaz, dirigida por Diego Gracia Guillen en el año 2010. Univ. Complutense de Madrid. 50 para enseñar a estudiantes y compañeros a mejorar su comportamiento frente a la muerte. Sobre la muerte y los moribundos, publicado en 1969, supuso el inicio de la comprensión de las fases por las que pueden transitar los enfermos en su camino de salida de la vida. La segunda gran aportación es la obra de Sherwin Nuland Cómo morimos. Reflexiones sobre el último capítulo de la vida, exposición del modo en que el cuerpo se prepara para morir, y de los elementos no biológicos que acompañan a este proceso. Desde entonces han sido numerosas las obras que han afrontado la muerte desde ópticas humanistas, destacando y analizando los elementos culturales, antropológicos, sociológicos, y psicológicos que acompañan al morir en el siglo XXI, en los que parece necesario detenerse. De modo general cabe afirmar que la muerte no es una realidad simple, igual, inmutable, sino que es tan plural como plurales son las vivencias, creencias, valores y significados que cada ser humano, y la sociedad en conjunto, otorgan a la vida en general y a la muerte en particular. La vivencia de la muerte es claramente intersubjetiva, puesto que el hombre es un ser eminentemente social, sin olvidar otros componentes de la acción humana como son la racionalidad y la emotividad (sentimientos, deseos, afectividad), que van a ser claves en la interpretación de la realidad de la muerte. La muerte es a la vez natural y cultural, al ser interpretada con la intención de explicarla y justificarla para poder asumirla con dignidad y sentido. El conocimiento de la muerte, de la propia y de la ajena, es patrimonio de la condición humana. El hombre, ese ser para la muerte heideggeriano, al tomar conciencia de que va a morir, se reafirma en la conciencia de estar vivo. Y es esa conciencia de la muerte lo que nos hace mortales. Tal consideración no es sólo biológica, sino fundamentalmente social y cultural. Una de las principales diferencias con los animales consiste en la capacidad y necesidad del ser humano de enterrar a los muertos, o al menos, de establecer determinados ritos funerarios con un alto poder simbólico, que facilitan la aproximación, asimilación y naturalidad de la muerte. Los rituales de la muerte la humanizan, la hacen consciente y simbólica. La muerte es una experiencia innegablemente única para cada individuo, pero de la que no se puede tener conocimiento empírico salvo en la muerte de otros. Sólo tras la experiencia de las pérdidas nos hacemos conscientes de que el deseo de inmortalidad no es más que eso, deseo, afán sin sentido, pues la vida sin la muerte no podría ser como es. 51 La crisis contemporánea en la que se enmarca la muerte en Occidente conlleva que los hombres de hoy den la espalda a la muerte y vivan como si ésta no existiera. La muerte se vuelve silenciosa, vergonzosa, y éste es uno de rasgos significativos de nuestro tiempo. El hombre parece no saber o no querer saber que va a morir; no queda nada de la noción de que el fin se acerca, y se muere en la ignorancia de la propia muerte. La sociedad en su conjunto ha expulsado la muerte, se opone a ella y busca nuevos modos de morir. Lo habitual es no pensar en ella, no nombrarla, vivir como si no fuéramos a morir. Si la muerte se cruza en el camino en forma de la muerte del otro, es preferible “pasar de puntillas” anulando los sentimientos que genera, procurando evitar la realidad dolorosa a la que nos enfrentamos. Alejamos la muerte del domicilio, maquillamos a los muertos para que tengan apariencia de vivos y sometemos el duelo a medicalización para que resulte desapercibido y menos consciente. La muerte, sin duda, es una pérdida real y global: de sentido vital, de la individualidad, de posibilidades, de relaciones significativas, de lazos y afectos; es un amenazante vacío, la nada. Y tanto mayor cuanto mayor es la conciencia individual del ser humano, que se reconoce único e irrepetible. En cada uno de los distintos momentos históricos y en las distintas culturas ha existido siempre la pregunta sobre la muerte, y cada época ha dado una respuesta diferente. Antes de la Edad Media la muerte era advertida, uno sabía que iba a morir, siendo la muerte súbita la peor de las muertes posibles. En una ceremonia pública y organizada, familiar, próxima, tranquila y simple, sin excesivo impacto emocional, presidida por el moribundo, se admitía la muerte apaciblemente, sin retrasar el momento de morir. Era esta una forma de muerte domesticada. Durante la Baja Edad Media se van introduciendo modificaciones sutiles que irán añadiendo un sentido dramático y personal a la familiaridad tradicional del hombre y la muerte. Es fundamental una nueva preocupación por la singularidad de cada individuo a la que se añade la idea del juicio final, particular e individual, según el balance de su vida, apareciendo un nuevo elemento: la figura de Dios como árbitro o testigo. La solemnidad de la muerte cobra entonces un matiz dramático por esta sensación de ser juzgado, con una carga emocional que no tenía hasta entonces. El papel del moribundo es reforzado, sigue siendo el centro de la acción que preside y determina por su voluntad. La muerte se convierte entonces en el lugar, mejor que en ningún otro, donde el hombre toma conciencia de sí mismo. 52 A partir del siglo XVIII, el hombre de las sociedades occidentales tiende a dar a la muerte un sentido nuevo: la exalta, la dramatiza, la quiere impresionante y acaparadora, aunque se irá ocupando menos de su propia muerte y más de la del otro; el recuerdo y añoranza del otro marcarán la muerte romántica. La muerte es una trasgresión de la vida cotidiana, es ruptura. Esta idea es completamente nueva y se opone de lleno a la idea previa de familiaridad y proximidad de la muerte domesticada. La muerte es ahora pavorosa y obsesiva. Esto puede observarse en los cambios que se producen en el ceremonial. Aunque siga estando presidido por el moribundo, se presentan nuevas emociones en los acompañantes, que ahora se agitan, lloran, rezan, gesticulan, traduciendo un dolor único y nuevo. La muerte temida no es la de uno mismo, sino la muerte del otro. Esta expresión de los supervivientes se debe a una intolerancia extrema a la separación, que no sólo se verá en la individualidad de la muerte, sino en la realidad social: la sola idea de la muerte conmueve a la sociedad. Hasta la segunda mitad del siglo XX la actitud frente a la muerte cambió lentamente. A partir de entonces asistimos a una revolución brutal de las ideas y los sentimientos tradicionales. Entre ellos, la muerte se difumina y desaparece, se vuelve vergonzante y objeto de tabú. El entorno del moribundo se empeña en protegerle y esconder la gravedad de su estado; la verdad empieza a plantear problemas. La mentira se justifica por la intolerancia a la muerte del otro y por la confianza que el moribundo ha depositado en el entorno. La muerte se vive como un fracaso o una traición. Pero se observa un paso más allá: se trata de evitar, no ya sólo al moribundo sino a la sociedad en general, el desasosiego y la emoción insostenible que causa la fealdad de la agonía y la irrupción de la muerte en plena felicidad de la vida, puesto que es común el pensar que la vida es siempre dichosa o cuando menos debe parecerlo. Los rituales de la muerte empiezan a vaciarse de su carga dramática. Este fenómeno progresivo se ve claramente potenciado por la creciente tecnificación de los cuidados, y el desplazamiento del lugar de la muerte. Ya no se muere en casa con la familia y allegados, sino en el hospital, sin la posibilidad de una ceremonia ritual presidida por el moribundo. La muerte es ahora un fenómeno técnico conseguido por el cese de los cuidados, decisión tomada por el médico y su equipo. El moribundo en no pocas ocasiones ha perdido la conciencia. Se pierde la capacidad para esperar durante semanas un momento que ha perdido una parte de su sentido. La iniciativa corresponde ahora a la familia y al médico, ellos son los dueños de la muerte, del momento y de las circunstancias. La sociedad, los vecinos, los amigos, los niños deben advertir lo menos posible que la muerte ha pasado. Las 53 ceremonias deben ser discretas y evitar al máximo la emoción. Las manifestaciones aparentes del luto son condenadas y desaparecen; el duelo se ha convertido en un estado mórbido que hay que curar, abreviar y borrar, suprimiendo radicalmente todo lo que recuerde a la muerte. Una pena demasiado visible inspira rechazo, es un signo de alteración de la salud mental. No se debe llorar delante de los niños para no impresionarlos. El duelo será en solitario, aunque el sentimiento no desaparece sino que es técnico y socialmente reprimido. La discreción aparece como la forma moderna de la dignidad ante la muerte. La muerte se consolida como principal tabú en el siglo XX: no hay que nombrarla en público ni obligar a otros a nombrarla, pues sólo con hacerlo se desencadena una tensión emocional incompatible con la regularidad de la vida cotidiana. El moribundo ha perdido el papel destacado que la tradición le había otorgado durante milenios; la muerte será solitaria. La sociedad se paraliza por el tabú de la muerte, y la toma de decisiones se reserva a la familia y los médicos. Es la muerte vedada. En esta evolución histórica se pasa del primer sentimiento de familiaridad con la muerte sin miedo ni desesperación, a un sentimiento más personal e interior de la propia muerte, para en la época moderna entender la muerte como separación no admitida (la muerte del otro). La muerte se hace lejana, dramática, innombrable. La vida sucede como si no fuéramos mortales, el ser para la muerte de Heidegger se obvia. De forma paradójica, en nuestra sociedad la muerte se hace familiar en los medios de comunicación social, pero como un hecho exterior, de otros, en el que lo más importante es que yo no estaba allí. La ficción y el ocio son cada vez más violentos y en ellos la muerte desempeña un papel recreativo, incluso relajante. Se presenta la muerte trágica, dramática, lejana y anónima de las grandes catástrofes naturales, genocidios, atentados masivos, guerras interminables... pero resulta difícil ver el rostro conocido y cercano de la muerte familiar. Saturados de muerte ajena, no existe posibilidad de reflexión crítica sobre la propia muerte. Este alejamiento imaginario revela la incapacidad de la sociedad de abordar un tratamiento simbólico de la muerte actual. Es posible afirmar que, de alguna manera, el grado de “humanidad” de una cultura se expresa en la sinceridad con que se enfrenta al hecho de la muerte, integrándolo, dignificándolo o por el contrario obviándolo. Una sociedad estará deshumanizada si impide al ser humano ser dueño de su propia muerte. Actualmente presenciamos un rechazo cultural de la muerte en occidente, con un creciente 54 desconocimiento social de la misma. No sabemos cómo hay que morir, no existen enseñanzas sobre la muerte y por extensión tampoco se entiende el sufrimiento, la adversidad, el dolor. Las ideas de progreso y eficacia técnica dificultan la construcción definitiva de un lugar para la muerte y los moribundos en el imaginario colectivo. La relación actual con la muerte (y con la vida) ha sido radicalmente medicalizada en especial desde finales del siglo XIX, y con espectacular profusión en el siglo XX. Los profesionales sanitarios viven la muerte no ya sólo como un fracaso sino más bien como un castigo del que deben huir a toda costa. Pero se vislumbran algunos cambios. Desde el último cuarto de siglo XX se ha producido un movimiento social que reivindica el respeto a las decisiones autónomas, reconociéndose como un derecho fundamental y designando al individuo como el propietario del derecho a la información. Este fenómeno de alguna forma está desplazando la hegemonía familiar en la toma de decisiones sanitarias, entre las que claramente se encuentran las decisiones en torno al final de la vida. Aunque la muerte no ha dejado de ser temida, una parte de los ciudadanos reclaman ese derecho a participar en sus cuidados y desean tomar decisiones incluso por anticipado para poder determinar lo que querrían que se hiciera con ellos cuando no estén en condiciones de poderse expresar: es lo que se conoce como instrucciones previas o testamentos vitales y que sería una forma prospectiva de ejercer la autonomía. Y no sólo en el momento de morir. El ciudadano quiere ser informado del proceso en que se encuentra, las posibilidades terapéuticas, los riesgos y beneficios de las intervenciones, desarrollando una planificación activa de los cuidados según la trayectoria previsible de su enfermedad. En esta trayectoria se presentarán progresivas pérdidas y recuperaciones, y en su acompañamiento y cuidado el concepto fundamental de manejo es la calidad de vida. Este es un término tan difícil de definir y unificar como la dignidad del morir, pero sobre ellos dos gira el discurso actual entre profesionales sanitarios y pacientes. Persiste el debate, aún por resolver, sobre si el ser humano es titular o no del derecho a la vida, si la vida humana es un bien jurídico de titularidad social o individual, si es posible disponer de ella, si ésta es o no renunciable, y, en el caso de que lo sea si es lícito solicitar ayuda para renunciar al derecho a vivir. Es necesario ir delimitando las condiciones de posibilidad (morales, legales, filosóficas, sociológicas, antropológicas y culturales) de cada una de las opciones. Entre ellas se encuentra la reflexión sobre la legitimidad de la eutanasia, entendida como un derecho individual, personalísimo, que ningún otro puede ejercer por representación, y que llevaría parejo el 55 derecho de objeción de conciencia por parte de la persona a la que se solicita el acto causante de la muerte a petición. La legitimación de la eutanasia como buena muerte en sentido muy general dependerá del alcance que la sociedad otorgue a la autonomía humana, la libertad y la dignidad. Juzgar si la vida vale la pena ser vivida es la pregunta que todos necesitamos respondernos de forma personal, y en la que es también necesaria una profunda reflexión social. El debate sobre los modos de morir del siglo XXI permanece abierto. Morir con propiedad, con lo que es propio de cada uno, sería la forma de morir en la que el sujeto puede (si quiere) decidir cómo, cuándo, con quién y dónde morir. Cada hombre tomaría las riendas de su propio proceso final, o sería libre de decidir que otros las tomaran por él, devolviendo el protagonismo al sujeto como ser autónomo moral y con capacidad y serenidad suficientes para afrontar el momento más inevitable de la existencia, el único previsible. La muerte apropiada, proporcionada para el fin al que se destina, sería el modo de entender el morir de todos y de cada uno, respetando la individualidad (sin olvidar al entorno sociocultural), no impuesto ni escondido salvo por elección, retomando la idea de binomio inseparable vida/muerte en el que una a otra se dan sentido. Disminuir las fantasías de inmortalidad, alejar las anestesias emocionales, y trabajar desde la infancia la naturalidad de la muerte y sus distintos significados nos acercarían y devolverían la propiedad de la muerte. La sociología, la antropología, la psicología, la filosofía y otras ciencias y campos del conocimiento de lo humano, parecen estar pendientes de la muerte actual con un especial interés en redefinir y redescubrir formas de morir que puedan ser aceptables en nuestro momento sociocultural. La muerte y el morir nos ocupan y preocupan, aunque éste sea uno de los grandes tabúes de nuestros días, por no decir que el más importante, acompañado por la incomprensión del sufrimiento, la adversidad y el dolor. Algunos de estos condicionantes, así como las nuevas posibilidades en la forma tecnológica del morir contemporáneo, hacen necesaria una reflexión sobre los conflictos éticos en el final de la vida. 4.3. LA ESTRUCTURA DEL PROCESO DE MORIR. En este apartado del trabajo, atendiendo a los estudios sobre Tanato-ética de Enrique Bonete Perales trataré un proceso tan complejo como el morir humano 56 describiendo la estructura que Bonete plantea desde su concepto de morir moral para plantear las diferentes etapas del morir así como diferentes cuestiones ético-prácticas que suscita el complejo proceso humano de la muerte. Algunos de ellas las trataremos desde la ética de los cuidados en el siguiente capítulo. Siguiendo los planteamientos de Bonete y a fin de sistematizar las diferentes dimensiones del morir, así como los contenidos prácticos, conviene distinguir tres etapas, respetando un cierto orden cronológico: el “pre-morir”, el “ya- morir” y el “post-morir” 63 . A continuación describiré los elementos que forman el fenómeno biosociocultural del proceso de morir desde el análisis de la estructura antropológica, social y ética del morir con inspiración filosófica e intencionalidad práctica. 4.3.1. En torno al “pre- morir”. Como ya expuse en el anterior apartado, los determinantes culturales de la muerte han significado las diferentes conceptualizaciones, conductas y actitudes ante la muerte. La realidad de la muerte en las sociedades de Occidente hasta finales del s. XIX se experimentaba como algo familiar y al mismo tiempo público (en numerosos cuadros pictóricos y relatos literarios hay escenas en las que el moribundo, rodeado de sus familias y amigos, pronunciaba las últimas palabras y fallecía ante los rostros llorosos de sus allegados). La muerte de antaño era familiar, y se producía en los hogares y tras un periodo no muy largo de enfermedad y dolor. El moribundo solía ser consciente de su situación, y la presencia del sacerdote le invitaba a asumir la cercanía de la muerte y a reconciliarse con Dios. Sin embargo, desde finales del s. XIX una nueva cultura del morir se ha ido imponiendo: se empieza a marginar al moribundo, se le oculta la verdad de su situación terminal, la gravedad de su estado. En esta nueva cultura de la muerte se le priva a la sociedad en su conjunto de la tensión de la agonía, del sufrimiento del que va a morir. Y durante la primera parte del s. XX la cultura del morir hospitalario se expande. Morir en casa se considera molesto, ya no se muere junto a los íntimos. Los enfermos con peligro de muerte son enviados con prontitud a los hospitales donde fallecen rodeados de tecnología, en la actualidad hasta un 80 % de los enfermos mueren en los hospitales. En la cultura urbana moderna resulta demasiado tétrico ver morir en casa, e incluso velar el cadáver en el mismo lugar donde se come, se duerme, se busca la 63 BONETE PERALES, E. “Ética de la muerte: de la Bio-ética a la Tanato-ética”. En Daimon, 2002, nº 25, p 63. 57 felicidad cotidiana. En la nueva mentalidad utilitarista y eficiente la muerte ya no es un acontecimiento humano y espiritual, sino técnico y orgánico. Quien muere lo hace tras largos periodos de aletargamiento e inconsciencia. Hasta el punto que antes de la muerte clínica ya está la muerte psicológica y social: el ser humano en el hospital pierde sus ser propio, su identidad, su conciencia, su relación afectiva con su mundo y sus seres queridos. La muerte es solitaria en el hospital, para la mayoría de los ciudadanos resulta hoy más conveniente la lejanía del hospital que la angustia, el malestar y la emoción intensa que produce a toda la familia la presencia continua del moribundo en el hogar. Si antiguamente eran los familiares los responsables del proceso de morir, hoy lo son sin duda los profesionales sanitarios. En esencia, lo que se está analizando es la respuesta a la pregunta que surge en las situaciones límites de la existencia, inspirando la preocupación moral de ¿dónde morir? (Me aproximaré en el siguiente capitulo a cuestiones de eco ética, tratando la institucionalización de la muerte y el imperativo tecnológico en la muerte como entorno determinante de los cuidados como fenómeno social en el final de la vida). No sólo la filosofía moral puede prepararnos y enseñarnos a morir y vivir, sino que la psicología 64 también contribuye a explicitar cuáles son de hecho y cuáles deben ser las actitudes y conductas morales más idóneas con las que hemos de afrontar la realidad de la muerte, ya sea por parte de los moribundos, como de los familiares y del personal sanitario. La cuestión filosófica sería: ¿cómo vivimos la antesala de nuestro propio morir? Se conocen las etapas 65 por las que suelen transcurrir mayoritariamente los enfermos y familiares cuando conocen la gravedad de la situación y la proximidad de la muerte. De estos análisis la ética se ha de alimentar para orientar los comportamientos morales que han de tomar quienes cuidan a los enfermos terminales, dilemas como el acompañamiento derivan de esta dimensión. Brevemente, a pesar de no ser objeto de este trabajo, describiré las etapas más constatadas que suceden en los enfermos terminales, y son (no han de tomarse en riguroso orden cronológico): negación (el enfermo niega la realidad, supone errores médicos, y no puede creer en la cercanía de la muerte); ira ( el enfermo, al no aceptar la situación, presenta actitudes de agresividad contra los que le rodean y cuidan); negociación (se produce la primera 64 Nota aclaratoria: Ramón Bayés, profesor emérito en la Universidad Autónoma de Barcelona, ha publicado numerosos textos y libros que tratan sobre aspectos psicológicos de los enfermos terminales. 65 Las etapas por las que transcurren los enfermos terminales se describen por KUBBLER ROSS E. Sobre la muerte y los moribundos, 2000., Edt Grijalbo- Mondadori, Barcelona. 58 aceptación de la muerte pero se “negocia” con Dios o con alguna fuerza del destino el aplazamiento del desenlace a fin de cumplir algún proyecto cercano que se considera de suma importancia: celebraciones, matrimonios, nacimientos etc...); depresión ( la pérdida de todo interés por las circunstancias y las personas que rodean al enfermo, menguando sus deseos de comunicación y lucha frente al mal de la enfermedad que amenaza); y por último, adaptación ( en esta etapa el enfermo asume con paz , sosiego y tranquilidad la situación irreversible de su morir inminente). Estas etapas no son atravesadas necesariamente por todos los que se acerca la muerte, pero sí que es importante conocerlas como posibilidad de presentarse para orientar con la mejor moralidad posible nuestras actitudes y conductas. El que el morir sea un proceso que comienza con el nacimiento y termine con la propia muerte nos aproxima a la pedagogía del morir, es decir, a la asunción del morir como algo consubstancial al hombre moderno y la creación de la ética preventiva de la terminalidad; y a la cuestión moral, más de actualidad, del testamento vital que lleva implícito el discernimiento ente la eu-tanasia, la dis-tanasa y la orto-tanasia66 . La ética ha de plantearse cuestiones en este contexto: ¿cuáles son los presupuestos éticos y las implicaciones jurídicas y sociales del testamento vital?, y, hemos de reflexionar sobre el significado que comporta el hecho de que un sujeto moral, consciente y no enfermo, redacte y firme un texto que compromete a otros sujetos para que en un futuro lleven a cabo los deseos personales ante su muerte. Es la dimensión biográfica del morir, explicitar desde el momento presente un proyecto de mi futuro morir. En el testamento vital asumo la realidad de mi muerte en mi biografía y expongo las razones y deseos de mi voluntad para un futuro más o menos lejano. El objeto de la ética no es valorar si está bien o mal que el testamento describa los deseos del yo ante su propia muerte, sino bajo qué presupuestos antropológicos y morales se modelan los diferentes testamentos vitales. 4.3.2. En torno al “ya morir”. Es opinión ampliamente compartida que la familia y el médico han de ocultar al enfermo terminal la gravedad de su situación, está muy extendida en nuestra cultura occidental y moderna la “conspiración del silencio” y “la mentira piadosa”. Suele 66 Nota aclaratoria: Eutanasia: homicidio por compasión. Distanasia: emplazamiento de la muerte con obstinación terapéutica. Ortotanasia: actuación correcta ante la muerte. En BONETE, E: “Ética de la muerte: de la Bioética a la Tanatoetica”, op cit, p 65. 59 pensarse que es mucho mejor para el enfermo no conocer que se le acerca el final definitivo. Hoy, se considera que es un mérito familiar que el enfermo fallezca ignorando su propia muerte. Estamos ante el elemento comunicativo del morir, elemento inherente a toda acción del cuidar que pudiera observarse como elemento generador del cuidar, e incluso del hombre como cuidador y ser cuidado, del mismo modo que la comunicación se conforma como génesis de lo social. Más importante que entrar en cuestiones tales como si se debe decir la realidad o no, la filosofía ética de los cuidados debiera analizar si existe o no comunicación efectiva que cree lo humano en situaciones límites. Todo es comunicación, y no sólo la información de determinados datos, a veces innecesarios. Por otro lado la actitud paternalista de la medicina de hasta hace pocos años consideraba que la ignorancia del enfermo sobre su situación vital era la manera de evitar miedos, angustias, desesperanza. El principio de autonomía exige el deber de cumplir con el derecho del enfermo de sus elecciones comunicativas. La cuestión clave de la ética en la dimensión comunicativa del morir y que ha de responder con elementos morales no es si se ha de informar al enfermo terminal, y si la respuesta es afirmativa las cuestiones que se plantean no es cómo se ha de comunicar la inminencia de la muerte, sino si: debemos comunicar bajo el principio de autonomía, cómo debemos hacerlo para mantener la dignidad, o quién debe comunicar al paciente sus deseos de saber. En la actualidad estas cuestiones son resueltas en la mayoría de los casos por los médicos o profesionales sanitarios. Moralmente, la manera más ajustada de resolver el dilema comunicacional es que la responsabilidad de la comunicación recayese en la familia, como entidad identitaria del moribundo en la cual la propia muerte del ser querido recae sobre ella en forma de su propia muerte. En el seno de las familias vivir los últimos momentos con privilegio ayuda a tomar peso de la propia existencia y alcanzar tal grado de comunicación que libere a las personas en el final de su vida de la carga emocional negativa que impida el afrontamiento efectivo de la situación final. En cuanto al elemento deontológico del morir hace referencia a uno de los dilemas éticos más actuales que se dan en torno al final de la vida, y es la eutanasia. Dadas las ambigüedades inherentes al término eutanasia y las graves implicaciones éticas y jurídicas la exigencia prioritaria es la clarificación del término eutanasia. Y derivado de la cuestión sobre el significado del término surgen otros cuestionamientos ¿cuántos tipos de eutanasia existen?, ¿qué es la distanasia? o ¿qué es la ortotanasia? Por un lado se plantea la exigencia de que el profesional sanitario sea el principal 60 responsable y ejecutor de la aplicación de la eutanasia. Por otro lado, los posibles afectados perciben la reclamación de la eutanasia como un deber de facilitar la muerte a quien en algunos casos la reclaman, o como un derecho del enfermo que conlleva deberes para otros (médicos, familia, amigos). Se suscitan otras preguntas que la ética de la muerte debe de analizar, como: ¿es justificable moralmente la eutanasia voluntaria y activa y directa?, ¿cómo solventar el conflicto entre la defensa de la vida y el reconocimiento de la autonomía del enfermo? El debate es complejo, y los cuidados paliativos profesionalizados nos dan luz en este camino. El imperativo tecnológico, la progresiva medicalización de la vida humana está llevando a la utilización de más tecnología en alargar la vida de un paciente terminal. Estos recursos técnicos también suscitan cuestiones morales sobre la persona en el final de la vida. Ante estas cuestiones aparecen conceptos: los medios ordinarios y los médicos extraordinarios. Hasta hace bien poco se ha considerado que es justificable renunciar al empleo de medios extraordinarios con el fin de conservar la vida a un ser humano gravemente enfermo, mientras que se ha percibido como obligatorios el aplicar a todos los enfermos medios ordinarios para permitirles continuar viviendo, aún en situaciones precarias. Pero, la cuestión fundamental es el planteamiento de que los medios ordinarios y los medios extraordinarios dependen más del avance técnico en el que se encuentre un determinado hospital o sociedad que de otros factores referidos al ser humano 67 . Por ello en la actualidad se procura que el debate en torno al mantenimiento artificial de la vida humana se centre más en la situación real del enfermo que en el mayor o menor avance técnico del contexto. Entonces, para clarificar las posiciones morales en torno a cómo comportarse ante un enfermo terminal y los medios terapéuticos que se han de aplicar, se tiende a hablar de conceptos como medios proporcionados y medios desproporcionados en función de las expectativas reales de curación del enfermo teniendo en cuenta diferentes características de la persona y de su entorno. Ante estas cuestiones de la utilización de los medios técnicos éticamente adecuados surge el dilema del encarnizamiento terapéutico. El encarnizamiento terapéutico expresa aquellas actitudes médicas que, aun sabiendo que las medidas técnicamente disponibles de la medicina no consiguen mejorar al enfermo, se obstinan en aplicar determinadas medidas para impedir el proceso natural de morir. 67 Nota aclaratoria: Es claro el ejemplo de los respiradores artificiales. Por los años setenta, en España, servirse de un respirador era un método extraordinario, mientras que hoy es un método ordinario. Y si contemplamos los países del Tercer Mundo, los respiradores siguen siendo métodos extraordinarios. 61 4.3.3. En torno al “post morir”. El elemento afectivo del morir muestra cómo todas las culturas de las que existen información se han servido de diferentes rituales para expresar el dolor, la tristeza de los vivos tras el fallecimiento de un ser querido. En nuestra cultura occidental ha pervivido hasta hace muy poco el luto, como expresión extrema de dolor y respeto por el fallecido. En torno a este elemento también existen criterios morales que han de inspirar los comportamientos en nuestra vida tras el impacto que produce en cada uno la muerte de un ser cercano afectivamente. La realidad de la muerte se impone ante nuestra cotidianidad trastocando toda la realidad personal. La persona que ha muerto genera en quienes le sobreviven situaciones de pena y aflicción, más o menos duraderas, normales o patológicas dependiendo del significado existencial que representa el fallecido como del carácter o situación personal y cultural de quien ha de continuar viviendo. Es el fenómeno del duelo, que desde la ética de los cuidados no puede dejar de analizarse. Para hacer análisis moral del duelo hay que repasar lo que actualmente sucede en esta fase de duelo post-muerte; nuestras circunstancias socioculturales han potenciado que se huya y se oculte artificialmente (por medio de funerarias, actitudes actuales de ocultamiento, alejamiento de la población infantil de los ritos funerarios). La discreción se supone que ha de ser la virtud principal de los más allegados al fallecido, vehiculando a la máxima intimidad las emociones y sentimientos de dolor, desesperación, abatimiento, toda expresión fuerte de emotividad ha de ser controlada. La ética de los cuidados se plantea cuestiones: ¿es posible reorientar el sentido de la vida sin el ser querido?. Cuestiones que nos remiten a análisis tan complejos para la filosofía moral como la superación moral del sufrimiento existencial. Tras la muerte se muestra la realidad del hombre como ser abierto a la trascendencia y nunca resignado a que la muerte sea la última y definitiva realidad con la que acaba su existencia. Este fenómeno espiritual debe ser tomado en el análisis de la ética en el final de la vida ya que la dimensión espiritual es un dato antropológico fundamental para conocer la contemplación y experimentación del hombre de su personal proceso de morir. Tanto desde la religión como de la filosofía han tratado este tema de la trascendencia vital, unos en forma de inmortalidad del alma y otros en la argumentación en contra de la inmortalidad el hombre. Unos y otros argumentos han penetrado en la mente, creencias y significados de seres humanos generando en éstos reacciones psicológicas y morales ante el proceso de morir. 62 CAPITULO 5. DIMENSIONES ETICAS DEL CUIDADO EN EL FINAL DE LA VIDA: ética fundamental del morir dignamente. En este último capítulo profundizaré en las posibilidades reales que se generan a partir de las cuestiones éticas actuales del proceso humano de morir en el contexto de la Ética del Cuidado. Primero, esbozaré el concepto de dignidad humana para, a partir de él, introducirnos en aspectos más concretos de las situaciones de terminalidad humana como son el sufrimiento, el dolor, la libertad, la soledad, la medicina, el hospital, los cuidados profesionalizados y la tecnología. Pero, antes de tratar estos temas, analizaré el pilar fundamental y, a mi juicio, prioritario frente a todas las cuestiones anteriormente apuntadas, y que sin su profundización y fundamentación no podremos comprender las dimensiones de las cuestiones analizadas y otras cuestiones futuras que pudieran generarse en el ámbito de la terminalidad existencial. Esta cuestión fundamental a la que me refiero es el cuidado del Otro como acción humana y ética, principio de toda responsabilidad hacia el otro conformando el cuidado como elemento catalizador de toda acción ética en la vulnerabilidad y fragilidad humana. 5.1. LA DIGNIDAD AMENAZADA POR LA TERMINALIDAD. Para comenzar con el significado de dignidad y su relación con las situaciones de terminalidad humana es necesario hacer dos observaciones previas. La primera, que la persona en situación terminal es acreedora de respeto a su dignidad personal, de la que está dotada como cualquier otra persona, simplemente por el hecho de ser persona hasta la consumación del proceso de morir (lo veremos más adelante en la diferenciación del concepto de dignidad y digneidad). La segunda, que las condiciones calificables como indignas en que puede encontrarse una persona, ya sean provocadas por una enfermedad o por circunstancias exteriores, no deben confundirse con la pérdida de la dignidad personal. Como apunta Masiá Clavel, usando una terminología gramatical, podríamos distinguir entre la dignidad adjetiva, sustantiva y adverbial. La dignidad humana, como sustantivo, es característica intransferible e inviolable de todo ser humano. Para 63 comprender mejor el significado de dignidad humana y conceptuarla adecuadamente, la filosofía ha distinguido entre dignidad moral y dignidad ontológica o digneidad. Cuando se habla de dignidad del comportamiento moral de la persona, existe un cierto grado de confusión con la dignidad de la persona en sí misma considerada. Por esta razón cabe introducir el neologismo de digneidad para referirnos a la dignidad ontológica, premoral, de la persona, como ser digno por el sólo hecho de ser persona, e incluso al margen de su comportamiento moral. En este sentido la dignidad se da en la praxis de la persona y la digneidad es previa a aquella, la digneidad de la persona es el fundamento de la dignidad. Esta distinción tiene un especial significado dado que de ella depende el respeto que se tenga a los derechos de todos los seres humanos. Así, por un lado poseemos la dignidad ética que hace referencia no al ser sino al obrar; el hombre se hace él mismo digno cuando su conducta está de acuerdo con lo que es considerado como moralmente bueno, es una dignidad no poseída por todos de la misma manera. Sin embargo, y por otro lado, todos los seres humanos poseen dignidad ontologica o digneidad. Es la dignidad intrínseca inseparablemente unida al propio hombre y la misma para todos los seres humanos. Desde esta perspectiva todo ser humano es un ser digno y por tanto no puede ser sometido a tratamientos degradantes como tortura, malos tratos, manipulaciones del propio ser etc…Se es persona porque se es digno, para quien no pueda realizar actos libres, sus actos no son dignos ni indignos, pero su ser sí contiene dignidad. No podemos fijarnos exclusivamente en la autonomía de los actos para afirmar que las personas no nacidas, los niños, dementes, enfermos en coma no tienen dignidad pues igualmente son personas dotadas de digneidad total e igual a todos los seres humanos, lo que hace que deba respetarse su vida, su integridad física y todos sus derechos inherentes a la persona humana. En consecuencia de lo anteriormente expuesto cabe afirmar que el hombre no es persona por su posibilidad de actuar moralmente de forma autónoma. Al contrario, por ser persona puede obrar responsable y libremente, de donde se deduce que su digneidad es previa a la dignidad de su comportamiento. Es desde esta perspectiva desde la que tendría sentido la expresión kantiana “el hombre es fin en sí mismo”, pues los seres humanos no son personas porque sean tratados como “fin en sí mismos” sino al contrario, los seres humanos deben ser tratados cono “fin” por ser personas, por ser dignas en sí, por su digneidad 68 . 68 MARTINEZ MORAN N.: En La dignidad humana en las investigaciones biomédicas. UNED. Espacio on line: http://espacio.uned.es/fez/eserv.php?pid=bibliuned 64 Lo digno o indigno, como adjetivo que califica unas determinadas condiciones de vida, fisiológicas, psicológicas o sociológicas, es un uso del lenguaje que no se refiere a la dignidad personal, sino a la evaluación de dichas condiciones; desde este enfoque, aun dentro de las condiciones más indignas, la persona nunca pierde su dignidad y el derecho a que le sea respetada. Finalmente, podríamos reservar el adverbio dignamente para referirnos a las actitudes con que confrontamos y asumimos la propia muerte o acompañamos la muerte de otras personas, es decir, para referirnos al modo de recorrer dignamente el proceso de morir, cómo vivir dignamente hasta el final de ese proceso. Desde este carácter adverbial de la dignidad humana abordaré los siguientes apartados referidos a las cuestiones morales del morir. La dignidad humana es palabra clave, patrimonio común de éticas y religiones, que se sitúa en un lugar fronterizo, cuyo tratamiento nos obliga a basarnos a la vez en la biología y en el pensamiento. Como formula Alonso Bedate 69 , la dignidad de la persona es un concepto biofilosófico. Su captación nos exige movernos en un vaivén reflexivo entre el dato biológico y el planteamiento filosófico. Apunta Masiá: “La exigencia del respeto absoluto a la dignidad de la persona es epifanía, es decir, manifestación de la presencia especial de la Vida, así, con mayúscula, remitiendo a lo Absoluto, en todas y cada una de las realidades humanas personales. La persona es manifestación de la Vida y esta epifanía de la Vida es fundamento de la dignidad de la persona, cuando la consideramos desde perspectivas filosóficas o religiosas” 70 . La persona enferma, al acercarse al final de la vida, siente amenazada su dignidad y su autonomía, no tanto por la muerte como por el modo de transcurrir el proceso de morir. Por eso afirma Masiá que hoy es más urgente que en otros tiempos plantearse cómo vivir el proceso de morir, sobre todo al acercarse las situaciones terminales. Actualmente estamos cobrando mayor conciencia de la necesidad de humanizar el proceso de morir. Es frecuente el ocultamiento de la muerte en la actualidad, haciendo un tabú de ella, así como el hecho de prolongar innecesariamente, inútil e insensatamente el final de la vida y la agonía mediante exagerados recursos tecnológicos y biomédicos. Tan injusta es esa prolongación indebida como la aceleración del final contra la voluntad, autonomía y dignidad de la persona paciente. Por otra parte, en las circunstancias actuales es cada vez más difícil asumir la propia 69 Citado en MASIA CLAVEL. J. Ser humano, persona y dignidad, 2005, Madrid, Ed. U.P. Comillas, p 349. 70 Ibid., p 351. 65 muerte y acompañar a quienes se acercan a ese final. Hay que informar, acompañar y humanizar; cuidar la calidad del vivir, pero también del morir; evitar la obstinación terapéutica; implementar los cuidados paliativos; afrontar sin miedo dilemas éticos de situaciones irreversibles y tomar en serio el alivio apropiado del dolor y sufrimiento. Al hablar de morir dignamente, me planteo cómo recorrer con autonomía y dignidad el proceso de morir en sus diversas fases: etapa curativa; moderación terapéutica; analgesia apropiada; cuidados paliativos terminales y últimos recursos. En los siguientes apartados abordaremos estos hechos. 5.2. LA CALIDAD DE VIDA y del morir. Es importante partir de este apartado donde se analiza el concepto teórico de Vida y calidad de vida para en los siguientes apartado adentrarnos en aspectos más concretos de enfoque moral en el cuidado del hombre en el final de su existencia. Este apartado abre el camino para, en líneas generales, conceptualizar el sistema Vida y el proceso final de calidad de vida. Vida y calidad de vida están estrechamente relacionados entre sí, conciernen directamente a la vida humana y por lo tanto nos lleva a cuestiones que no pueden ser planteadas y desarrolladas sólo desde las ciencias de la salud y la medicina. Como dijo Amantya Sen, Nobel de Economía, el tema de la vida humana pertenece al ámbito de la ética y no sólo al papel de la medicina clínica. Comienzo con una cuestión compleja: ¿qué significado hay que dar al término calidad de vida en la Ética del Cuidado? Intentaré responder en las siguientes líneas. El hombre viviente tiende a un fin, y este fin es la Vida 71 (en la consecución de este fin, el hombre ejecuta un mantenimiento y reposición de determinados elementos de su programa vital). La Vida no es un bien junto a los demás bienes, sino que es el sustrato de todo otro bien. Por ésto, no existe un derecho a la Vida, lo que sí que existe como objetos de derecho son los elementos que conforman la Vida: integridad física, psicológica, social, superación del sufrimiento evitable, posibilidad de capacidad relacional, etc. 71 Nota aclaratoria: Vida con mayúscula: no es una propiedad añadida a un ente, sino que constituye el ser de este ente. Es la existencia, el Ser. La Vida es el ser viviente, del que no podemos distanciarnos, de lo que sí podemos distanciarnos por voluntad propia o ajena es de los elementos que componen el sistema Vida, que pueden estar amenazados, como por ejemplo, la calidad de la vida en la terminalidad donde las condiciones de fragilidad y vulnerabilidad son tan extremas que pueden amenazar a la Vida. 66 Existe una tendencia natural del ser a seguir siendo, esta tendencia natural convierte el derecho a vivir en un deber de vivir; este paso de estatus ontologico a estatus ético se legitima bajo el concepto de la dignidad humana de carácter adjetival que exige su respeto incondicional en todas las fases del existir. La Vida no es un bien no poseído, se la posee porque se existe, superando el carácter de derecho para convertirse en un deber de ser cuidada y fomentada, tanto desde uno mismo como por los otros. La Vida poseída por el ser es, por un lado, presupuesto de todos los demás bienes, y, por otro lado, uno de los constituyentes del sentido de la vida como tal y de desarrollo de otros bienes como la salud, el bienestar, la calidad de vida, la felicidad, etc, a los que el hombre tiende naturalmente. Acometer su realización, disponer de los ajustes y remedios para conseguirlos constituye el eje de la existencia humana. Estos son los bienes promocionables, distintos de la Vida como bien inherente al existir pero que la constituyen como bien ontologico y por ello no existe el derecho de arruinar la salud, el bienestar, la calidad de vida por el hecho de que, a pesar que no sean bienes sustantivos como la Vida, pertenecen a la persona que se expresa en el bien y que es el ser, la Vida. Pero, en el ámbito cotidiano, ¿qué contingencias pueden representar la calidad de vida? La respuesta es compleja ya que la calidad de vida no se puede determinar bajo mediciones objetivas pues está en función de las realizaciones subjetivas 72 para las que el viviente es apto y que son variables de unos a otros sujetos y de unas a otras situaciones. Citando a Amantya Sen: “la característica primera de la calidad de vida es ser vector de las realizaciones que consigue” 73 . De esta manera la calidad de vida no es un concepto subjetivo puro pero tampoco se puede operacionalizar en términos de unas variables objetivas, sino que resulta ser un híbrido subjetivo y objetivo en el que confluyen capacidades del sujeto y logros objetivos. La Organización Mundial de la Salud describe a la calidad de vida como: “la percepción del individuo de su situación en la vida, dentro del contexto 72 Nota aclaratoria: Los planes de vida en cada cultura o sociedad corresponden a los modelos de evaluación grupal, de modo que una vida realizada será la síntesis intencional de los planes de vida individuales y los modelos de evaluación sociales. 73 Citado por FERRER SANTOS U. En Cuadernos de Bioética. “El viviente, la vida y la calidad de vida”, 2008, nº 66, p 213-221. 67 cultural y de los valores en que vive, y en relación con sus objetivos, expectativas, valores e intereses” 74 Como podemos comprobar, se integran en esta definición condiciones objetivas y un estado subjetivo de satisfacción; la calidad de vida es un logro o realización de la vida en correlación con un entorno del que provienen condiciones objetivas. Por su dimensión subjetiva, puedo afirmar que no hay vidas con más calidad que otras, es el ser viviente quien designa su Vida de calidad según la adecuación de los logros a las posibilidades. Por ejemplo, la esperanza en el proceso de morir existe, existe el sentido del proceso vital de la muerte mediante procesos autovalidantes de carácter existencial y adaptativos que encuentran bienestar y por consiguiente calidad del morir, humanizando este episodio vital. La calidad de vida es, en definitiva, un bien propositivo, es decir, busca el desarrollo óptimo de la persona en sus distintas dimensiones. Siendo un bien variable y habitualmente amenazado, al ser constitutivo de la existencia humana, del ser, de la Vida, desde la Ética del Cuidado se presenta la responsabilidad de velar por ella. Como dice Masiá: “hoy en día no somos capaces de definir con precisión al ser humano y, en consecuencia, establecer las bases de su progresión hacia una calidad de vida objetiva. Sin embargo, lo que percibimos como irrenunciable es la exigencia de proteger su dignidad (como concepto ontologico que legitima a la calidad de vida) y los valores que la humanizan 75 ”. Para terminar este apartado sobre la calidad de la vida, precisar que actualmente se tiende a contraponer la vida a la calidad de vida. El único opuesto real a la Vida es la muerte, y a la calidad de vida es el malestar, la enfermedad, el sufrimiento, las condiciones de vida, etc. Ante esta compleja conceptualización, en los siguientes apartado haremos un esfuerzo por objetivar, si cabe, esos valores humanizantes y que son imperativo ético en el cuidado del ser humano. Estos valores o elementos que conformarán la calidad del morir, la humanización de la muerte o la dignificación de este proceso son: los cuidados como imperativo moral, el acompañamiento como mediador de sentido y esperanza en la soledad del morir, la evitación del dolor y el sufrimiento, la preservación de la libertad amenazada por la vulnerabilidad y el cuidado del entorno hostil como es la institucionalización de la muerte y la tecnologización de los cuidados en la enfermedad. 74 OMS. Estudio sobre calidad de vida: WHOQOL-100. 1994. 75 MASIÁ CLAVEL. J. Bioética y Antropología, op cit, p 20. 68 5.3. EL CUIDAR Y SU FUNDAMENTACIÓN ETICA. Antes de adentrarnos en las dimensiones morales del ser humano en el final de su existencia y la dignificación del proceso de morir, es fundamental pararnos en la acción que sostiene todas las conductas y actitudes morales que se dan con la presencia cercana de la muerte y cuya consecuencia es la dignificación del proceso de morir. Es la acción de cuidar, consubstancial con el estado de vulnerabilidad y fragilidad, desde el comienzo de la existencia con el ser humano infante hasta el final de la existencia con el ser humano dependiente y sufriente, así dicha acción se convierte en un imperativo moral. El cuidar es una actividad fundante (como se indicó en el capítulo tercero, en la fundamentación genética del cuidado como valor moral) y fundamental del ser humano, no sólo esencial en el orden formal configurando un ley moral, sino absolutamente necesaria para su subsistencia y desarrollo. Siendo el ser humano constitutivamente frágil, requiere ser cuidado desde el momento mismo de su génesis hasta el momento final, pues sólo así puede desarrollar sus potencialidades. En este sentido, el ejercicio de cuidar no es concebido como un verbo adyacente a la condición humana, sino como uno de los verbos esenciales que, inevitablemente, todo ser humano debe conjugar para llegar a ser lo que está llamado a ser: humano. “Cuidarse” no significa “cuidar” de los otros. En el primer caso, la referencia es el Yo, el sí mismo; mientras que en el segundo caso, la referencia es el Otro, y, en este segundo sentido, el cuidar se convierte en una práctica trascendente, porque se abre a la perspectiva del otro, del sujeto que está más allá de los contornos de mi personalidad. De esta manera trascendental se construye al ser humano como elemento sistémico autorreferencial. El acto de cuidar del otro es una especie de impulso altruísta que emerge de dentro de la persona y que la abre a la perspectiva del otro. Este movimiento hacia fuera, es, como dice Lévinas, en esencia, la experiencia ética. Esta apertura al otro es lo que revela que el ser humano es, ante todo, un sujeto ético. La preocupación por el cuidado del otro y no sólo por el propio cuidado es una forma de superación del egocentrismo y la cerrazón en el propio mundo, expresadlo en su máximo exponente a la libertad individual. Lo expresa Lévinas de este modo: “En la relación ética, el otro se presenta como absolutamente Otro, pero, a la vez, esta alteridad radical con respecto a mí no 69 destruye ni niega mi libertad, como creen los filósofos, de otra manera, le da valor y fundamento.” 76 . De la mano de Francesc Torralba y Roselló 77 , y apoyándonos en el pensamiento ético de Lévinas trataré de descubrir la esencia del cuidado bajo ocho tesis indicadas en Torralba y Roselló. Este apartado de matiz filosófico nos adelantará algunas cuestiones que forman parte de las cuestiones éticas de la terminalidad humana y que nos conducen a la dignificacion humana del morir bajo las ocho premisas de la acción del cuidar. Primera, cuidar es velar por la autonomía del otro. Cuidar del otro significa, ante todo, velar por su autonomía, esto es, por su propia forma de existencia. El ejercicio de cuidar no debe ser interpretado como una forma de colonización del otro, y menos aún como un modo de vulnerar la esencia propia del otro, sino todo lo contrario. Cuando uno se dispone a cuidar correctamente del otro, trata de hacer todo lo posible para que ese otro pueda vivir y expresarse conforme a su cultura (entendida como todas las formas de existencia conformadas en el devenir de su vida), aunque estas formas de existencia no coincidan necesariamente con la del cuidador. El respeto a las decisiones libres y responsables del otro es fundamental en el ejercicio del cuidar, y ello implica una escrupulosa atención, desde la ética de principios, al principio de autonomía. Sin embargo, el sujeto cuidador tampoco debe convertirse en puro sujeto pasivo y neutro que se limita a satisfacer necesidades del sujeto cuidado, sino que, en situaciones límites como es el final de la vida, el cuidador debe respetar la libertad de decisión a la vez que guiar, apoyar, acompañar en la toma de decisiones en la más absoluta soledad y en la extrema fragilidad existencial, sin caer en una actitud paternalista. Como vemos cuidar se convierte en arte en los instantes en que reorienta la realidad, frágil y sufriente, en libertad y sentido. En el caso de un conflicto de voluntades se impone la necesidad de diálogo y de consenso, la práctica de la confianza y una cierta flexibilidad, priorizando, en cualquier caso, la decisión libre y responsable del sujeto cuidado. El respeto a la autonomía del otro no debe ser una excusa para la dejadez y la indiferencia; pero la firme voluntad de 76 LÉVINAS E. Difícil libertad, 2004, Madrid, Ed Caparrós, p 37. 77 Frances Torralba y Roselló es profesor titular de la Universidad Ramón Llull. Investigador del Institut Borja de Bioética de Barcelona. Las obras utilizadas en este trabajo son: TORRALBA, F. Antropología del Cuidar, 1998, Madrid, Ed. Fundación Mapfre Medicina. TORRALBA, F. Ética del Cuidar. Fundamentos, contextos y problemas, 2002, Madrid, Ed. Fundación Mapfre Medicina. 70 hacerle un bien (beneficencia) tampoco debe convertirse en argumento para vulnerar sus decisiones libres y responsables. Cuidar del otro es una exigencia moral, pero el modo en que se articula esta exigencia debe respetar, siempre y en cualquier circunstancia, el derecho a la libertad de expresión, de pensamiento y de creencias de la persona cuidada. El cuidar no es una práctica judicial, sino una práctica de acompañamiento. El cuidado no tiene como objetivo conducir al sujeto cuidado a unos fines determinados, sino ayudarle a llegar adonde él quiere llegar, él es fin en sí mismo. Con todo, el cuidador no es un sujeto puramente pasivo, sino que, en tanto que ser racional, puede exponer su punto de vista sobre dicho fin, pero no puede, sin más, arrastrar al sujeto cuidado a sus fines. En definitiva, la autonomía, la libertad se preserva por el cuidado ético del acompañamiento en la toma de decisiones. Segunda, cuidar es proteger la circunstancia del otro. Cuidar del otro significa velar por su circunstancia. La circunstancia no es un elemento accidental en la configuración de la persona, sino un factor determinante para comprender por qué actúa como actúa. La circunstancia no se refiere únicamente al conjunto de factores sociales y económicos que rodean una existencia humana, sino también al ambiente espiritual, a los valores, creencias e ideales que subsisten en un determinado contexto y que influyen en el proceso de realización de la persona. El sujeto enfermo se halla ubicado en un contexto material que tiene unas determinadas características y que, según cuál sea, influye de un modo determinante en la ya de por sí precaria autonomía del sujeto cuidado. No se puede cuidar al otro si no se sumerge uno en su circunstancia y comprende las claves de su contexto, tanto en el plano tangible como en el plano de lo intangible. En definitiva, circunstancia es toda aquella posibilidad que da carácter de calidad de vida. Tercera, cuidar es resolver las necesidades funcionales del otro. Cuidar de alguien significa tratar de resolver sus necesidades que operan como proceso de la estructura del ser humano. El ser humano es un cuerpo de necesidades de índole muy distinta. En el proceso de cuidar se satisfacen las necesidades que experimenta el ser humano, pero no sólo las de orden físico, sino también las de orden psicológico, social y espiritual. Estas necesidades integrales nos explican la estructura sinérgica del ser funcionante. Sólo es posible satisfacer las necesidades del otro si se dan dos premisas. Primera: la capacidad de escucha o, mejor dicho, de recepción del otro. Segunda: la competencia humana para resolver dichas necesidades. Pueden fallar ambas, sólo el que es receptivo 71 al otro puede descifrar, a través de la expresión verbal y gestual del paciente, lo que éste necesita; pero sólo el sujeto responsable puede resolver esas necesidades que experimenta el otro. Ambas características, empatía y responsabilidad, deben darse en el cuidador. Por otro lado, cuidar no consiste sólo en resolver las necesidades del otro, sino en darle herramientas para que él mismo sea capaz de resolverlas por sí mismo sin necesidad de un cuidador, se trata de buscar la autonomía en la resolución de necesidades. Cuidar de alguien también incorpora una dimensión pedagógica que consiste en aprender a conformar herramientas que propongan calidad de vida. Es este aspecto pedagógico en dónde se inscribe la ética preventiva de la muerte que orientará y apoyará la toma de decisiones en los momentos finales de la vida. Cuarta, cuidar es preocuparse y ocuparse del otro En el acto de cuidar es fundamental la práctica de la anticipación. El ser humano, en tanto que agente histórico, es capaz de anticipar situaciones que todavía no vive. Esta capacidad de anticipación es, naturalmente, vulnerable, lo que significa que puede equivocarse y predecir algo que, finalmente, no va a ocurrir. Pero cuidar sólo es posible si uno imagina qué puede pasar en el futuro y qué necesidades se van a manifestar. Sólo así es posible responder con compromiso y seriedad a dichas necesidades y evitar males mayores. Ocuparse con anticipación de lo que probablemente va a ocurrir es una posibilidad humana que exige una cierta capacidad de pensamiento con proyección de futuro. En determinados contextos precarios, donde la realidad supera las expectativas y donde lo urgente y coyuntural aniquila cualquier previsión, la única salida posible es ocuparse del enfermo. Sin embargo, cuando un sistema o institución anticipa las necesidades de la población con suficiente tiempo y precisión, tiene mejores mecanismos para enfrentarse a los desafíos de futuro, evitando males mayores. Como ejemplo, la incorporación de una ética preventiva de la terminalidad en su dimensión pedagógica en la asunción de la muerte y de la fragilidad humana resolvería conflictos culturales con consecuencias manifiestas en la dignificación del proceso de morir y dependencia. Quinta, cuidar es preservar la identidad del otro. Cuidar de alguien es cuidar de un sujeto de derechos, de un ser singular en la historia que tiene una identidad esculpida a lo largo del tiempo y que el cuidador debe saber respetar y promover en la medida de sus posibilidades. La persona es un sujeto de derecho, un ser dotado de una dignidad intrínseca. Por causa de su proceso de 72 enfermedad sufre una reducción de sus capacidades y de sus posibilidades de expresión, movimiento y comunicación; pero, aun así, es una persona humana y, en cuanto tal, su dignidad es intangible. Cuidar de otro ser es velar por su identidad. Cuando el cuidar es un modo de suplir al otro o de colonizar su identidad, no puede denominarse cuidado en sentido estricto, porque niega el ser del otro, y ello contradice la misma esencia del cuidar. Si por el contrario no se preserva la identidad ontológica del Otro, la propia subjetividad del Yo no llegará a construirse como tal en el presente, desconfigurándose en consecuencia la dignidad moral del propio ser, el ser deja de deber ser: el aspecto ontológico pierde el puente ético que le convierte en digno como ser. La práctica del cuidar es radicalmente distinta según que se dirija a sujetos o a objetos. El objeto es pasivo, neutro, mientras que el sujeto es un ser dotado de dignidad, abierto a la libertad y propietario de su intimidad. El sujeto tiene rostro, es un ente singular en la historia, un proyecto único en el mundo. Es, en definitiva, una realidad que no se deja conceptualizar, es inabarcable. Emmanuel Lévinas lo expresa así: “El rostro no es el conjunto formado por una nariz, una frente, unos ojos... Es todo eso, ciertamente; pero todo ello adquiere la significación de rostro por la nueva dimensión que abre en la percepción de un ser. Por el rostro, el ser no está únicamente encerrado en su forma y ofrecido a la mano; está abierto, se instala en profundidad y, en esta apertura, se presenta, de algún modo, personalmente. El rostro es un modo irreductible según el cual el ser puede presentarse en su identidad. A la cosa se aplica la violencia. Ésta dispone de la cosa, la aprehende. Las cosas son aquello que nunca se presenta personalmente y que, a fin de cuentas, no tiene identidad. Las cosas se dejan asir, en lugar de ofrecer un rostro. Son seres sin rostro” 78 .Esta notable diferencia entre sujeto y objeto tiene efectos evidentes en el acto de cuidar. Cuidar de objetos y cuidar de personas son tareas que tienen un cierto grado de analogía, pero que jamás pueden ponerse en un plano de igualdad. Sexta, la práctica del cuidar exige el auto-cuidado. Sólo es posible cuidar correctamente del otro si el agente que cuida se siente debidamente cuidado. El auto-cuidado es la condición de posibilidad del cuidado del otro. La apertura al héteros sólo es posible cuando el autós tiene un cierto equilibrio emocional y mental; de otro modo, tal apertura no obedece a la voluntad de dar, sino al deseo de resolver carencias y necesidades que el cuidador padece. El acto de cuidar se 78 LEVINAS. E. Difícil libertad, op cit., p 25. 73 convierte, entonces, en un proceso de proyección e incluso de instrumentalización. Cuidar es dar apoyo, acompañar, dar protagonismo al otro, transmitir consuelo, serenidad y paz; pero ello sólo es posible si el que se dispone a desarrollar dicha tarea goza de una cierto equilibrio espiritual. Muy frecuentemente perdemos de vista que el cuidador también es un sujeto humano y que, en cuanto tal, es vulnerable y debe protegerse y cuidar de sí mismo para poder desarrollar correctamente su labor en la sociedad. El auto-cuidado es, ante todo, una responsabilidad del cuidador. Debe velar por su cuerpo y por su espíritu, por su equilibrio emocional y por la salud de su vida mental. Séptima, la práctica del cuidar se fundamenta en la vulnerabilidad. La vulnerabilidad constitutiva del ser humano es, a su vez, la condición de posibilidad del cuidado, pero también el límite insuperable del cuidar. Somos vulnerables desde un punto de vista ontológico, y sólo si nos cuidamos podemos permanecer en el ser. Por ello, la vulnerabilidad es la fuerza motriz del cuidar, la causa indirecta de dicha actividad; pero precisamente porque somos vulnerables, nuestra capacidad de curar y de cuidar no es ilimitada, sino que tiene unos límites que debemos tener en cuenta, como es el aspecto simpatético de los procesos vitales, las emociones, sufrimiento, soledad, desesperanza, etc. Octava y última, el cuidar exige empatía. La práctica del cuidar exige ineludiblemente un cierto vínculo empático entre el sujeto que cuida y el sujeto cuidado. Edith Stein 79 concibe la empatía como el acto a través del cual la realidad del otro se transforma en elemento de la experiencia más íntima del yo. Consiste en darse cuenta, en observar y en percibir la alteridad; supone la percepción de la existencia y la experiencia del otro. A través de la empatía, se produce una relación con el mundo objetivo, esto es, con el mundo que está más allá del yo, produciéndose en proceso trascendente del cuidado. La auténtica empatía no busca desencarnar la experiencia del otro, sino que busca vivirla en su lugar original, es decir, en el otro; adquiriendo la realidad del sentir del otro. Edith Stein, en sus estudios sobre la empatía, llega a la conclusión de que el ser humano es un ser trascendente, es decir, un ser que no se agota en su materialidad, sino que posee una espiritualidad que le hace capaz de entrar en comunicación más allá de los límites sensoriales-materiales. La empatía se convierte, de este modo, en el 79 Para profundizar en la cuestión empática, véase: STEIN E. Sobre el problema de la empatía, 2003, Madrid, Ed. Trotta. 74 fundamento de la communitas humana, de una auténtica comunidad donde los miembros que la constituyen no son simples objetos, sino sujetos de experiencia que tienen capacidad de entrar recíprocamente en comunión sin perder su identidad. En definitiva, la empatía consiste en salir del propio yo cerrado para adentrarse en el mundo de la alteridad trascendente, sabiendo que la distinción entre yo y el otro no desaparece, es la capacidad de trascendencia, es decir, de salir del propio yo para ir al yo del otro. Fundamentación ética del cuidado. Una vez que nos hemos introducido en la estructura conceptual y funcional de la acción de cuidar es necesario hacerse la pregunta ética que se sitúa previa a todas otras cuestiones éticas de la terminalidad humana. Y la cuestión es ¿por qué cuidar al otro? Esta cuestión nos lleva a la reflexión del fundamento ético del cuidado y para ello me sustentaré en la ética levinasiana y el principio de la responsabilidad recíproca. Lévinas se centra en la idea de que la obligación moral surge frente a la vulnerabilidad de cada hombre, de cada rostro, de cada Otro que no soy Yo. Esta obligación constituye la subjetividad, el sujeto se define por la preocupación de ser del Otro, concediendo al Otro un lugar privilegiado en la reciprocidad, en la que el Otro constituye mi propia subjetividad. Es el proceso autopoéitico de reconstrucción del Yo y el Alter en su conformación como ser; es la fundamentación que responderá al por qué de cuidar y que desarrollo seguidamente. La identidad de la práctica del cuidado es simple: una persona que necesita ayuda y otra persona que tiene las capacidades para ayudarla y lo hace. Por mucho que se quiera mediarla tecnológica, social o científicamente, esa es la base del cuidado. Sin intermediarios, sin intérpretes, sin mediadores. Dos seres humanos en su completa soledad: aquél que es en tanto que necesita y aquél que necesita dar para ser. Un trabajador de la salud (un médico, un enfermero, un trabajador social, etc.) es una persona que cuida, pero lo que da sentido y entidad a ese cuidado es su destinatario, su finalidad. Ese cuidado es cuidado del Otro y, por tanto, lo que define a ese cuidador es quién es ese otro objeto de su cuidado 80 . 80 FLORENCE BELLI. L; QUADRELLI S. “La ética como filosofía primera: una fundamentación del cuidado medico desde la ética de la responsabilidad”. En Cuadernos de Bioética. 2010, Nº 21, p 15. 75 Esta relación es posterior a la pregunta previa: ¿por qué cuidar de ese Otro? Las motivaciones residen en una responsabilidad personal hacia el Otro que es tanto involuntaria como singular y cuya demanda viene desde la intimidad del encuentro experimentado. Esta concepción, descrita por Emmanuel Lévinas, resulta en una ética que se refiere no a principios abstractos, sino a relaciones interpersonales particulares que fundamentan la Ética del Cuidado. Y ello se desprende del hecho de que el ser humano es ser con los Otros pero, fundamentalmente, para los Otros. Estas relaciones de alteridad marcan el horizonte de una responsabilidad irrecusable hacia el Otro. Como dice Lévinas: El Otro, entonces, afecta mi sensibilidad como una responsabilidad, como una llamada que viene desde lejos y me inquieta. La subjetividad no es entonces un para sí, es primordialmente para Otro. Es esta aparición del Otro, como portador de la idea del infinito, la que instaura la relación ética y le brinda un nuevo significado 81 . Lévinas declara que el encuentro con el Otro consiste originalmente en una relación ética basada en la intersubjetividad: “el ser no sería la construcción de un sujeto que conoce. El ser no vendría del conocimiento. El ser sería un ser para el Otro” 82 . Este es el primer momento y la naturaleza fundacional de la ética: el reconocimiento del Otro que me obliga. La presencia del Otro, independientemente de cualquier contrato previo, me compromete en tanto que soy sujeto moral: el deber del hombre hacia el Otro es incondicional, y eso es lo que funda, para Lévinas, la humanidad. El reconocimiento del Otro no se agota en la mera aceptación conceptual de su existencia, está llamado a la responsabilidad 83 . Y es en esta responsabilidad donde se fundamenta el cuidado al Otro. Así, el Código Internacional de la Ética Médica 84 en su última adaptación en Octubre de 2006 dice que la preocupación por los otros es parte esencial de la conducta virtuosa, o que la existencia de personas dedicadas a aquellos que están en situación vulnerable es beneficiosa para toda la sociedad y por ende moralmente deseable o, finalmente, que las personas que han tomado la responsabilidad de cuidar a otros deben cumplir con esa responsabilidad en tanto que el cumplimiento 81 Ibid., p 16. 82 Citado por FLORENCE BELLI. L; QUADRELLI. Ibid., p 18. 83 Nota aclaratoria: Quizás este concepto de responsabilidad respaldado por Lévinas pueda parecer excesivo y hasta pueda pensarse como un obstáculo a mi libertad. Sin embargo, dirá el autor, dicha responsabilidad no sólo no opaca mi libertad sino que la funda: la libertad consiste justamente en saber que la libertad está en peligro. Véase: LÉVINAS. E. Totalidad e infinito, op cit. 84 https://www.cgcom.es/sites/default/files/06_11_23_amm_codigo.pdf 76 del compromiso asumido es un imperativo moral. Como apuntan Florence Belli y Quadrelli, todas estas argumentaciones parecen dejar de lado una dimensión importante del cuidado: el cuidado no como cumplimiento electivo de una regla externa o como resultado de una conducta virtuosa, sino como responsabilidad moral ineludible e inevitable. La propuesta ética de Lévinas brinda una alternativa simple y teóricamente sólida: debo cuidar del Otro porque está allí, frente a mí, pidiéndome ayuda y no tengo otra opción que responder a su pedido para constituirme en mi propia humanidad. Cuidar de otro es una responsabilidad última que no es innata sino que requiere ser estimulada, es un tipo de responsabilidad que consiste, ni más ni menos, en no dejar al otro Solo 85 . En tanto personas humanas, debemos cuidar del sufrimiento y la muerte de los otros aún antes que de nuestra propia muerte. Frente al rostro de otra persona, especialmente de aquel que sufre, simplemente no podemos quedarnos allí sin hacer nada. No se trata, siquiera de una elección: dice Lévinas, el rostro humano nos incita a hacer algo para así fundar nuestra propia humanidad. Mi responsabilidad de cuidar del otro va más allá de un deber o de un cálculo costo-beneficio, implica la demanda de una conducta activa que ponga en práctica el respeto por el otro, en tanto que esa responsabilidad es lo que Yo soy, y construye mi subjetividad. 5.4. EL ACOMPAÑAMIENTO EN EL MORIR: la soledad, la esperanza y el sentido del morir. Esta es una cuestión difícil de tratar, por una parte por el hecho de la absoluta soledad en la que se encuentra la persona en el proceso de morir y por otra parte por la extremada dificultad empática del morir humano. De ahí la cuestión ética: ¿cómo acompañar humanamente a la persona que se aproxima a la muerte?, ¿qué podemos hacer para ayudar a quien muere a que muera con menos soledad? Y como apunta Masiá: “…digo “con menos soledad”, en vez de decir “que la persona no muera sola”, porque ya sabemos que nadie puede morir la muerte de otra persona” 86 . Los que más 85 Nota aclaratoria: Solo, en mayúscula, como valor absoluto de lo humano, es la dimensión relacional para conformar la intersubjetividad, fundamento básico para construir lo humano. 86 MASIA CLAVEL J. Ser humano, persona y dignidad., op cit., p 332 77 nos quieren desearían, a veces, morir en nuestro lugar, pero lo que no pueden es morir nuestra propia muerte. Acompañar, estar presente, puede aliviar nuestra última soledad; pero, en último término, ninguna persona humana puede hacer desaparecer esa soledad por completo. Si nadie puede morir la muerte de otro, ni sufrir desde dentro su mismo dolor, ni hacer desaparecer por completo su soledad, ¿cómo es posible acompañar en esa soledad al que sufre al acercársele la muerte?, ¿qué significa acompañamiento humano y cómo se puede acompañar humanamente en su soledad al que muere? Estas son cuestiones fundamentales en la consecución digna de la muerte. Como dice Masiá, la expresión adecuada para esto no parece que sería la de “ayudar a morir” sino, más exactamente, “ayudar durante el proceso de morir”. Se trata de ayudar a la persona a vivir antes de y hasta su muerte, incluso de ayudarle a vivir su muerte. Aquí aparece la experiencia de sentido en el aparente sinsentido de la fragilidad, dependencia, enfermedad y muerte. Apunta Masiá: “Quizás quienes más se hacen cargo de lo poco que pueden acompañar son quienes mejor acompañan. Quizás quienes se sienten más impotentes para suprimir nuestro dolor son los más capaces de aliviárnoslo. Quizás quienes, con simpatía honda y con imaginación amorosa, reconocen que nadie como quien se nos muere sabe lo que es morirse, son quienes mejor acompañan al moribundo” 87 Si nadie puede morir nuestra propia muerte, nadie puede impedir que, de algún modo, muramos solos. Masiá expresa esta experiencia de la siguiente manera: si alguien comprende esto de manera que, en vez de decir “va a morir esta persona”, diga “se me muere” o “se nos muere”, será quien mejor podrá ayudar a quien muere a acercarse a ese trance con menos soledad. Es una actitud de pérdida de nuestra propia identidad en la muerte del otro, cuya identidad conforma nuestra existencialidad. Masiá apunta desde una perspectiva espiritual: “Si alguien que ha asumido su propia muerte, aun sin saber cuándo le llegará, se encuentra sufriendo junto a la cabecera de quien va a morir, y sufre por no poder acompañarle muriendo su muerte, en ese caso la persona que acompaña y la acompañada se convertirán la una para la otra en signo, en una especie de sacramento, de que no estamos solos cuando más solos estamos” 88 . 87 88 Ibid., p 333. Ibid., p 335. 78 Un fuerte obstáculo para el fomento de estas actitudes y comportamientos es el ocultamiento de la muerte en nuestra cultura. En el caso concreto del ambiente cultural en el que vivimos, deberíamos preguntarnos: ¿a qué se expone una cultura que disimula el dolor, el envejecimiento o la muerte?, ¿a dónde va una sociedad que hace un tabú de la enfermedad, la muerte y el duelo? Desde los años 70 se viene denunciando el ocultamiento de la muerte, en medio de la asepsia hospitalaria. Inevitablemente se convierte en rutina el trato del moribundo o del cadáver y el morir pierde su dramaticidad, culturalmente la muerte pasa a segundo plano. No existe ese detenerse de la vida cotidiana ante lo excepcional del morir, expresado simbólicamente en los funerales. Pero, ¿cómo se fundamenta moralmente acompañar a una persona en su morir? La respuesta se sustenta en el cuidado del otro y en una de sus tesis, la satisfacción de las necesidades mediante el cuidado, y en este sentido de acompañar se satisfacen las necesidades espirituales de esperanza y sentido de la vida ante la muerte en proceso de destrucción por el sufrimiento evitable. Victor Frankl en su obra El hombre en busca de sentido decía que lo que destruye al hombre no es el sufrimiento, sino sufrir sin sentido. Es posible que tengamos que cambiar la óptica y que nuestro objetivo se focalice, desde esta perspectiva, no en la lucha contra el sufrimiento inevitable, sino en la lucha contra el sinsentido. Como dice Vicente Aguirre, la muerte no es un problema de adaptación, de afrontamiento sino una cuestión existencial, de sentido de la vida 89 . Que el sufrimiento no tenga sentido, que desde mi humilde opinión no lo tiene, no quiere decir, que la vida deje de tener sentido. Adaptarse al sufrimiento es inútil pues dar sentido al sinsentido del sufrimiento, no hace más que encaminarnos hacia el precipicio del encarnizamiento moral, de hecho un hospital sin dolor puede ser un objetivo, pero un hospital sin sufrimiento es una falacia. El sentido debe residir en el proceso vital, en la vida, en la esperanza, en el tiempo, en la responsabilidad, en la relación ética, en la socialidad y en la subjetividad humana. Aunque el sufrimiento no tenga sentido, hay personas que encuentran sentido a la vida sufriente implicando valores, motivaciones vitales que comprometen sus decisiones y su libertad. Tener sentido no es lo mismo que dar sentido, el sufrimiento no tiene sentido pero sí se le puede dar sentido, y este sentido dado solo se puede dar en 89 Véase: VICENTE ARREGUI J. El horror de morir. El valor de la muerte en la vida humana, 1992, Barcelona, Ed. Tibidabo. 79 la reciprocidad y alteridad, desde el acompañamiento de la más profunda soledad. Que la vida humana tiene sentido quiere decir que lleva en sí misma estructuras ontológicas que la hacen inteligible en cuanto anticipan una finalidad, se orientan hacia posibilidades venideras que comprometen valores, motivaciones y la libertad de cada uno. Esto es ontologicamente previo a dar sentido a la vida que significa empeñar las decisiones de libertad en el cumplimiento de la tarea previamente configurada en las estructuras ontologicas que confieren inteligibilidad a la vida con sentido. Por ejemplo, un enfermo en situación terminal puede expresar paz, sosiego, sentido al proceso que está viviendo, ¿y cuál es la manera de dar este sentido? Una respuesta que puede clarificar este complejo hecho es la toma de decisiones autónomas, por ejemplo, sobre las visitas recibidas, expresando emociones y despedidas, en una especie de proceso de memoria vital, de perdón, estas contingencias de valores dan sentido al sinsentido del sufrimiento que aparecen en la vida, la cual sí puede tener sentido. Hay que tener en cuenta que el sentido no se da gracias al sufrimiento sino a pesar del propio sufrimiento. Ante tanto sufrimiento acumulado en las personas enfermas terminales me pregunto cómo por medio del cuidado se puede reconfigurar la esperanza en un contexto de desesperanza. Javier Giraldo 90 nos da respuesta a este dilema. Para este autor esta reconfiguración se caracteriza como una “adhesión existencial a valores autovalidantes”. Estos valores se expresan a través de utopías y proyectos que no extraen su valor de la garantía, de la proyección o de la promesa de éxito sino que valen por sí mismos teniendo un poder gratificante intrínseco que puede convivir perfectamente con el fracaso sin por ello destruirse. En definitiva, generar procesos más que esperar resultados, construir caminos más que fiarse de la consecución de las metas. Es una esperanza que convive con el fracaso y que implica un reconfiguración de ciertas estructuras mentales configuradas por la centralidad del éxito. Ante la imposibilidad de su concreción dada la subjetividad de estos procesos, debemos, como seres éticos, respetar y empatizar con dichos procesos afianzando la toma de decisiones autónomas y ayudando a la resolución de estas decisiones. Debemos generar procesos más que esperar resultados, construir una esperanza que puede convivir con el fracaso que permite subvertir ciertas estructuras mentales configuradas por la centralidad del éxito. La cuestión fundamental es que para descubrir esta especie de esperanza melancólica 90 GIRALDO J. Reconfigurar la esperanza en un contexto de desesperanza. Comité de solidaridad Oscar Romero. Anexo I del boletín nº 1de 19 de enero de 2004. Madrid. Citado en BARBERO J. Dolor y sufrimiento en la práctica clínica, 2004, Barcelona, Fundación Medicina y Humanidades Médicas. 80 es necesario tomar conciencia de que la mayoría de las alegrías, éxitos y triunfos en nuestra cultura están asociados a la injusticia, y de que la construcción de la justicia está ordinariamente asociada al fracaso y al sufrimiento, aunque posea el máximo poder gratificante en un mundo de valores construido como contracultural. Para terminar me gustaría transcribir un relato originario de Kübler- Ross 91 , en donde aparecen muchos de los dilemas morales que estamos analizando (la soledad, la esperanza, la asunción de la propia muerte, los obstáculos culturales, el acompañamiento, la muerte como única posibilidad, en definitiva; el cuidado del Otro y la responsabilidad hacia el Otro frágil y vulnerable). Se refiere a una estudiante de enfermería que se hallaba hospitalizada y escribió la siguiente carta a los que le cuidaban, y dice así: “me quedan unos meses, a lo más un año, de vida; pero nadie se atreve a abordar el tema. Me hallo de cara a la pared, una pared sólida en un espacio desierto: eso es todo lo que me queda. Yo soy símbolo de vuestro miedo. Miedo de lo que sea. Miedo de algo que, sin embargo, sabemos que, pronto o tarde, nos llegará a todos. Os deslizáis silenciosamente en mi habitación trayendo medicamentos, o me tomáis la tensión, y os esfumáis enseguida, una vez cumplida la tarea. No sé si será porque soy alumna de enfermería o si se deberá sencillamente a que soy un ser humano. El caso es que me doy cuenta de que tenéis miedo. Y ese miedo vuestro aumenta el mío. Pero, ¿de qué tenéis miedo? Si quién se muere soy yo. No os vayáis, un poco de paciencia. Si todo lo que necesito es saber que habrá alguien a mi lado para estrechar la mano cuando llegue el momento. Os confieso que tengo mido. Quizás para vosotros, por vuestro trabajo en el hospital, la muerte es una rutina. Pero haceos cargo de que para mí es algo completamente nuevo. Morirme, ya veis, esto es algo que hasta ahora no me había pasado nunca”. 5.5. DOLOR Y SUFRIMIENTO, RESPONSABILIDAD MORAL. El dolor y la responsabilidad moral. La experiencia del dolor puede ser enfocada desde la objetividad como la define la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor: “una desagradable experiencia sensorial y emocional que se asocia a una lesión actual o potencial de los tejidos o que 91 MASIA CLAVEL. J. Bioética y antropología, op. cit., p.155. 81 se describe en función de dicha lesión” 92 . Sin embargo, para el que lo padece, los significados y matices son muy distintos. Lo vive como una experiencia aversiva, que puede causar una cascada de síntomas relacionados (perturbación del sueño, alteración emocional, incapacidad para concentrarse, etc.), que puede condicionar actividades básicas para la vida diaria como vestirse y lavarse, actividades mentales como leer y múltiples actividades sociales como recibir visitas y apoyo social. Hasta el punto de poder llegar a dominar la conciencia y a que la persona sea física y mentalmente incapaz de alcanzar algunos objetivos que considera fundamentales para su vida. Pudiendo ser una variable tan crucial en la persona, podemos preguntarnos si existe algún criterio susceptible de ser objetivado a partir del que poder delimitar el dolor soportable del insoportable, el dolor necesario del excedentario, el dolor como alarma y ayuda del dolor como condena y carga. Marijuan M. nos responde de forma clara: “parece que la única instancia a la que sensatamente podemos recurrir es al propio paciente” 93 . El dolor es una experiencia subjetiva, siendo por tanto la escucha activa y la empatía de la persona la primera responsabilidad moral de la persona que cuida a la persona doliente. En el día a día escuchamos de boca de algunos profesionales expresiones como “si uno está enfermo, ha de saber que no queda más remedio que aguantar” o “este paciente es un quejica; ya le he dado suficiente analgesia”, cuando el paciente dice que algo le duele, es que le duele y por tanto tendremos que explorar las causas de ese síntoma y las estrategias para intervenir con él. Dolor y sufrimiento presentan una relación compleja. Ciertamente, tienen en común el carácter subjetivo, el desorden afectivo, la experiencia sensible y emocional desagradable, la interacción mutua, la interpretación en función de signos y símbolos conformados en el contexto antropológico y cultural, la percepción desagradable y las conductas de rechazo, huida o afrontamiento. No obstante, dolor y sufrimiento no son sinónimos, no son la misma experiencia. Ni el sufrimiento está necesariamente mediado por el dolor, ni todo dolor, ni siquiera intenso, lleva necesariamente a la experiencia de sufrimiento. Ahora bien, aunque no sean equiparables, es conocido que el dolor suele ser un importante antecedente del sufrimiento. De hecho los pacientes informan de su 92 VV.AA. Guía de práctica clínica en cuidados paliativos, 2010, Logroño, Ed. Rioja Salud. Gobierno de La Rioja. 93 MARIJUÁN M. El tratamiento del dolor y sus problemas éticos. Ética en cuidados paliativos, 2004, Madrid, Ed. Triacastela, p 134. 82 sufrimiento a causa del dolor cuando sienten que éste está fuera de control, cuando resulta abrumador, su fuente es desconocida, es crónico o se le atribuye un significado horrible (comienzo de metástasis tumoral, impotencia funcional, etc.). Puede ser importante considerar la actitud tanto de los profesionales y cuidadores como de los pacientes, en la relación clínica, frente al dolor. El profesor Diego Gracia 94 ha sistematizado las tres actitudes históricas ante el dolor que se han dado en la cultura occidental, actitudes que en mayor o menor medida siguen estando presentes: a) El dolor como des-gracia: el dolor es provocado por una falta moral (el pecado) b) El dolor como des-orden antinatural: típico de la cultura griega, que se dota de un ingrediente positivo (la dimensión salvífica) con la aparición del cristianismo. c) El dolor como des-dicha: visión propia del mundo moderno; cada sujeto discierne sus propios dolores y define si son buenos o malos para él. En nuestro medio aún permanece la idea de que el dolor es algo que pertenece al ámbito de lo natural, inevitable en ciertas enfermedades, y que soportarlo pasivamente es signo de virtud o estoicismo, aparejado todo ello al temor al uso de opiáceos en su tratamiento. Apunta Gracia como la idea de que se considere el dolor como algo natural y la idea de que los fármacos, sean morfina u otros, son antinaturales, sigue profundamente arraigada en nuestra cultura. El profesional de los cuidados, entre todos los cuidadores, deberá estar atento a este factor, pues podrá encontrarse pacientes que sentirán que expresar su dolor o quejarse del mismo es vergonzante, no es correcto o es signo de poca madurez o poca hombría y, por tanto, pueden acumular malestar innecesariamente. Desde la óptica bioética principialista, el tratamiento del dolor no es una cuestión gestionada por el principio de beneficencia. Estamos ante un problema de nomaleficencia cuando al paciente se le hace daño (no aliviándole el dolor), tanto por indicar terapéuticas inadecuadas como por no utilizar tratamientos correctos cuando existen los medios para hacerlo. El profesional no debe hacer daño, ni el provocado intencionalmente, ni el producido por el desconocimiento, la falta de atención o la imprudencia. El dolor también afecta al principio de autonomía, pues un paciente no podrá ejercerla si desconoce las posibilidades de elección y así no será posible mejorar su dolor según sus deseos y creencias; no hay que olvidar que hay dolores asumibles y 94 GRACIA D. Historia del Dolor, 1998, Madrid, Ed. Teología y Catequesis, p23-35. 83 otros que no lo son y que corresponderá por tanto a la persona decidir acerca de la priorización de los objetivos terapéuticos. Como apunta Marijuan M.: “Sólo cada persona puede decidir sobre su propio dolor. Ya se sabe, el dolor más llevadero es siempre el dolor del otro” 95 . Desde la óptica de la Ética del Cuidado se abordará el dolor como algo intrínseco en el sufrimiento en el siguiente apartado bajo el paradigma de la responsabilidad y el cuidado de la alteridad levinasiano. El sufrimiento y la responsabilidad moral. En las siguientes líneas de este trabajo intentaré acercarme a la experiencia humana del sufrimiento, a su concepto y a la responsabilidad que implica en todos los hombres. La aparición en escena de la posibilidad de muerte es un desencadenante bastante habitual de la experiencia de sufrimiento. Por ello y por el sentido que tiene el sufrimiento en la preservación de la dignidad humana, lo tratare en este apartado con cierta extensión. Concepto de sufrimiento. Como apunta Barbero Gutiérrez, J.: “el sufrimiento escapa a nuestra libertad, no se elige, sino que se padece y además de manera personalizada, distinta e intransferible, con lo que se hace mucho más difícil definirlo de una manera universal” 96 . Por otra parte, solemos equiparar sufrimiento a su expresión emocional más habitual: la angustia, definiendo el todo simplemente por una de sus partes. Un estado emocional negativo no define necesariamente el sufrimiento, pues aunque todo sufrimiento supone malestar, no todo malestar alcanza necesariamente la categoría de sufrimiento. El sufrimiento conlleva una compleja conceptualización del mismo sugiriendo la siguiente cuestión práctica ¿cómo podemos intervenir en algo de lo que ni siquiera sabemos definir sus componentes? Podemos guiarnos con la siguiente conceptualización ceñida a los estudios de Chapman y Gravin, específico para los cuidados paliativos, y que 95 MARIJUÁN M. Op Cit. p 137 96 Javier Barbero Gutiérrez es Psicólogo Clínico en el Área 7 de Atención Primaria del Instituto Madrileño de la Salud. Su trabajo profesional se ha centrado en dos ejes: el tratamiento psicológico y los procesos de deliberación moral para la toma de decisiones en función de los valores. Habitualmente lo ha desempeñado acompañando a enfermos crónicos y terminales y a sus familias. Sus publicaciones son de gran apoyo y orientación para el análisis desde la Ética del Cuidado de las dimensiones morales presentadas en este trabajo. BARBERO GUTIERREZ J. Dolor y sufrimiento en la práctica clínica, 2004, Barcelona, Ed: Fundación Medicina y Humanidades Medicas, p. 21. 84 afirma: “una persona sufre cuando acontece algo que percibe como una amenaza importante para su existencia, personal u orgánica, y al mismo tiempo cree que carece de recursos para hacerle frente” 97 . Se trata de un balance en el que no sólo cuenta la existencia de una amenaza o su percepción misma, sino también la capacidad de afrontamiento ante la misma, es decir, su controlabilidad que, en el extremo opuesto, puede ser definida como indefensión o impotencia. Este análisis del sufrimiento humano es útil para poder delimitar sobre qué variable podemos intervenir 98 . Al ser una experiencia separable en distintos componentes, nos permite objetivar mejor dónde puede estar el foco del problema y en qué elementos será más efectiva la intervención. Estamos, por tanto, ante una parte de la experiencia de sufrimiento que podemos categorizar como problema, de la parte que tiene como evitable. Pero, el sufrimiento no sólo se determina bajo el factor evitable, o sufrimiento problema. La condicion existencial del sufrimiento es parte y es todo en la experiencia del sufrimiento. Es así como el ser humano se puede definir como Homo Patiens. Esta estructura de la experiencia del sufrimiento nos encamina a mirar cara a cara al límite del ser, a preguntarse por el sentido del sufrimiento, y a cuestionarse si existe algún sufrimiento bueno o menos malo. Las siguientes tres aproximaciones al sufrimiento existencial nos ayudaran a desestructurar esta experiencia absolutamente compleja que el ser humano ha experimentado desde que existe como tal. Primero, el sufrimiento nos recuerda la condición limitada del ser humano. Estas situaciones de liminaridad 99 , zonas límite de la existencia, están a medio camino entre 97 CHAPMAN CR, GRAVIN JS “Sufrimiento y su relación con el dolor”. En Jano Cuidados Paliativos. 1993. nª 9, p 5-13. 98 Nota aclaratoria: Como describe Barbero Gutierrez. J. Dolor y sufrimiento en la práctica clínica, op.cit., p 43. En el ámbito de los enfermos terminales, a modo de ejemplo, podríamos incidir en: 1. La reducción o desaparición de la estimulación psicosocial desagradable: por ejemplo, asesorando a la familia acerca de pautas interrelacionales que eviten los reproches al paciente por haber fumado, fomentando la presencia de voluntarios... 2. La reducción o desaparición de la estimulación biológica desagradable, que interacciona con la estimulación anterior: por ejemplo, aplicando la escala analgésica de la Organización Mundial de la Salud. 3. La disminución de la percepción de amenaza: por ejemplo, con una buena reestructuración cognitiva acerca del realismo de la misma. 4. El incremento del sentimiento de controlabilidad frente al de indefensión: por ejemplo, fomentando la toma de decisiones con respecto a las visitas por parte del paciente. 5. Enseñando estrategias para reducir el estado de ánimo ansioso con medicación, visualización, relajación rápida y diferencial. 6. Fomentando un contexto más agradablemente estimulante, más variado, menos depresógeno, que favorezca la presencia de objetos personales y significativos, etc. 99 Nota aclaratoria: La liminaridad es una categoría antropológica que, entendida como metáfora, determina la condición vital de quienes viven en los límites y traspasando las fronteras se sitúan en los umbrales. 85 la racionalidad y la irracionalidad, lo profano y lo sagrado, la vida y la muerte etc… Lo fundamental de este límite, para la acción de los cuidados, es que la situación límite hace posible hablar más allá de lo que vemos, de la propia existencialidad y, aunque resulte paradójico, en estas situaciones de terminalidad lo que más se suele exigir es callar. Siguiendo a las anteriores reflexiones, y como segundo punto de análisis, el límite es el lugar del miedo y del fracaso, pero también es el espacio de verdad y de sentido, el lugar donde cualquier ser humano recrea las facetas del vivir tras descubrir lo imprevisible y tener la conciencia de tener que relacionarse de modo diferente con la vida y con la muerte. Y en este sentido apunta Victor Frankl 100 : “el ser humano no se destruye por el sufrimiento, sino por sufrir sin sentido”. Mientras el dolor pide analgésicos, el sufrimiento reclama sentido; hay una parte de la experiencia de sufrimiento que no podemos objetivar como problema, pero que podemos acoger como experiencia de misterio, intrínseca a la condición humana, tan limitada y tan en el límite. De ahí que la acción de cuidar no podrá resolver problemas, pero sí acompañar personas; no tendremos respuestas contundentes, pero sí podremos generar procesos de búsqueda en los que no huyamos de las preguntas; no describiremos la materialidad del sentido, pero sí que provocaremos procesos para de-construir el sinsentido. Los profesionales de los cuidados y todo ser humano que esté en condición de cuidar a otro puede y debe acompañar a la persona, sus procesos, su búsqueda y sus preguntas, es decir, su acción de cuidar va a tener su efecto a pesar de que esto también pueda colocar al cuidador en el límite requiriendo incluso este último de auto-cuidados. Y para finalizar el análisis del sufrimiento desde la dimensión existencial, trataré la cuestión moral de si es bueno sufrir, para con ello iniciar el camino de la ética del sufrimiento que profundizaré en el siguiente apartado. Ahora me pregunto por la dimensión ética del sufrimiento y siguiendo las ponencias de Barbero Gutiérrez J. en el I Congreso Nacional de la Asociación de Bioética Fundamental y Clínica en 1997 presento las siguientes cuestiones fundamentales para el análisis ético del cuidado de la persona sufriente: a) ¿es el sufrimiento algo bueno? La naturaleza nos muestra al hombre como un ser limitado, el ser humano es sufriente por naturaleza. La aceptación de esta realidad (aceptación que de por sí conlleva sufrimiento) no significa la aceptación de sufrir, 100 FRANKL. V. El hombre doliente, 1990, Barcelona, Ed Herder, p. 12. 86 como algo dado, arrojado al ser humano. La aceptación del ser, de la presencia ineludible del sufrimiento que forma parte de la condición humana, no nos exige, que lo demos como bueno 101 . b) ¿existe responsabilidad moral ante este sufrimiento? Existe en nuestra forma de prevenirlo, de afrontarlo (reduciéndolo o erradicándolo) y de utilizarlo. Podemos utilizar nuestro propio sufrimiento o el sufrimiento de los otros para humanizar o para deshumanizar la vida. Esta es nuestra tarea y nuestra responsabilidad 102 . c) ¿Existe algún sufrimiento aceptable? El sufrimiento sería aceptable como la consecuencia inevitable de una opción por la alteridad. Lévinas afirma que el sufrimiento puede cambiar de significado cuando se convierte en ocasión de respuesta empática y solidaria, lo llama sufrimiento por el sufrimiento del otro. Por ello, y siguiendo a Lévinas, este sufrimiento sólo es admisible cuando es la consecuencia inevitable de optar por el otro y por unos valores. No podemos olvidar que la postura ética de cuidar al Otro sufriente nos posiciona en el límite existencial. Responsabilidad moral ante el sufrimiento. Antes de indagar en la fundamentación moral de la responsabilidad ante el sufrimiento quiero destapar dos falacias que en determinados contextos socio culturales sigue vigentes, y que bajo mi punto de visto debiéramos desecharlas por el bien moral. Se trata de la compleja relación ente el ser y el deber ser del sufrimiento, sobre la que ya algo he adelantado en la dimensión ética del sufrimiento tratada en el apartado anterior. La experiencia de sufrimiento es consustancial al ser humano, su sufrimiento podrá provenir de distintos ámbitos, manifestarse con diversas intensidades, dependerá de la historia particular de cada uno, de su red de relaciones, de alguna patología con un determinado cuadro clínico o potencialmente amenazante, de la frustración de distintas expectativas, pero el hecho es que el sufrimiento se convierte en compañero de viaje de la experiencia humana. En este sentido, es fundamental revisar dos falacias habituales que justifican en muchos casos actitudes de huída ante la experiencia del sufrimiento: 1. El sufrimiento forma parte consustancial de la experiencia humana, luego es inevitable; desde esta perspectiva no tiene sentido luchar contra él. 101 Nota aclaratoria: El realismo moral no es justificable éticamente. Si el sufrimiento es consustancial al hecho de ser, no significa que es bueno, simplemente que es pero no que debe ser. El realismo moral aboga por lo que es debe ser, desde la Ética del cuidado no se acepta esta postura realista en donde la realidad se convierte en bondad. 102 Como dice Javier Barbera: “El profesional que afronta el dolor corporal, la úlcera por decúbito, el síntoma ansioso o la falta de recursos económicos, pero que no se enfrenta a la experiencia de sufrimiento que hay detrás de todo ello, está probablemente cayendo en una grave irresponsabilidad moral”. 87 2. La llamada falacia naturalista: lo que es, debe ser. Es decir, si forma parte consustancial de la experiencia humana, eso le da categoría de bondad. Luchar denodadamente contra el sufrimiento podría significar rechazar nuestra propia condición, no asumir nuestra humanidad en la parte más limitante. Fundamentación ética del cuidado de la persona sufriente. Como apunta Barbera Gutierrez J, estas dos falacias quedan en entredicho al admitir la diferencia significativa entre sufrimiento evitable y no evitable.De algíun modo intentaré fundamentar desde tres perspectivas la responsabilidad ética y moral ante el sufrimiento, bajo la orientación de los análisis de Javier Barbero Gutiérrez, y el pensamiento levinasiano. Como primer paso, bajo la óptica principialista, la falta de exploración o de atención a una experiencia de sufrimiento destructiva, intensa y controlable, o su asistencia inadecuada, puede ser valorada desde el principio de no maleficencia ( la atención al duelo por ejemplo). Desde el principio de justicia, parece obligado preservar la equidad en el manejo del sufrimiento, pues el hecho de no garantizar la igualdad de oportunidades o de no tratar a las personas con la misma consideración y respeto en el orden de la igualdad social, supone aumentar la experiencia de sufrimiento de muchos ciudadanos. El principio de beneficencia, nos obliga a acompañar procesos en esa apuesta contra el sinsentido que acompaña a la experiencia de sufrimiento. En cuanto al principio de autonomía, aparecen controversias en su aplicación porque nos podemos cuestionar si se puede seguir siendo autónomo ante tanta fragilidad. El sufrimiento puede poner en cuestión la autonomía de la persona 103 , aunque por otro lado podemos caer en el paternalismo. El problema está aquí, por ello debemos mantener alerta la reflexión en el cuidado de quien sufre, ya que quien acompaña a las personas que sufren sabe que una intención de beneficencia puede acabar en la anulación de la persona y de 103 Nota aclaratoria: En este aspecto J. Eric Cassell (Dolor y sufrimiento en Enciclopedia de Bioética, Universidad Católica de Cuyo, Argentina, texto on-line) duda del abordaje del sufrimiento desde una ética principialista. Afirma que para la persona que sufre, la autonomía se pierde cuando los fines, objetivos y propósitos centrales están dirigidos por las necesidades inmediatas del cuerpo humano o por la compulsión en dirigirse hacia lo que se percibe como fuente del sufrimiento. Esto crea dificultades para una ética que se sustenta de manera importante sobre el principio de autonomía. Además, la experiencia de sufrimiento suele estar acompañada de soledad y, desde ahí, de las dificultades para aceptar o pedir una ayuda que permita ejercer la propia autonomía. Por otra parte, sostiene que puede haber situaciones en las que el sufrimiento capaz de privar de autonomía no sea aparente o se oculte y se estén tomando decisiones realmente muy mediatizadas y no autónomas. Para Cassell, la naturaleza del sufrimiento sugiere la importancia de una visión comunitaria de la ética, según la cual las relaciones recíprocas de los individuos como miembros de una comunidad guían las nociones de lo bueno y lo correcto. 88 su mundo de decisiones. El reto, como objetivo fundamental de este trabajo, está en no caer en la preocupante y posible absolutización de los principios, en jerarquizar éstos adecuadamente y en tener en cuenta el papel fundamental de las consecuencias, como herramienta básica de prudencia moral. Como propuesta a la anterior deliberación de los límites que ofrecen los fundamentos bioéticos principalistas en el tratamiento del sufrimiento, presento otra forma de fundamentación y que es complemento del anterior método de los principios bioéticos de Beauchamp y Childress, acercándose las dos visiones. Esta forma de fundamentación toma perspectiva desde la Ética del Cuidado, fundamentado en la alteridad levinasiana. El ser humano es un ser que cuida y que es cuidado y desde ahí también se acerca a la experiencia de sufrimiento. Si cuidar a un ser humano que sufre es humanizar su realidad, es decir, hacerla digna del hombre, ésto supondrá utilizar dos herramientas tan íntimamente humanas como son la razón y la relación como instrumentos terapéuticos al servicio de los valores que el hombre siente como importantes e identificadores de su ser persona. Desde estos dos vértices surgen dos maneras de pensar lo moral, la ética de la justicia y la ética del cuidado. El ejercicio del cuidar encuentra una clara conexión con la bioética en elementos tales como la transmisión de la información, la confidencialidad, el consentimiento informado, la intimidad, etc. Esta articulación de los principios y los cuidados nos obligará a integrar en las decisiones éticas el marco abstracto y universal (método principialista) con las circunstancias propias del sujeto que sufre (método de Ética del Cuidado). Desde esta orientación, defino el cuidar desde la perspectiva ética levinasiana como el reconocimiento en el otro de su dignidad y su diferencia. La Ética del Cuidado se fundamenta ella misma en la vinculación del yo con la presencia y exigencia que supone el otro, en nuestro caso el otro sufriente. Desde la alteridad levinasiana, desde su filosofía de la alteridad se prima la comprensión del otro en su contexto vital. Dice Lévinas: “la comprensión del otro es, así, una hermenéutica, una exégesis” 104 . Como Lévinas apunta, la llamada del otro, en tanto que vulnerable, me exige respuesta, me responsabiliza y esta responsabilidad es anterior al ejercicio de mi libertad. Yo no puedo desentenderme ante el sufrimiento del otro. Estamos ante la alteridad y, más en concreto, la alteridad sufriente, como punto de partida. Desde ella 104 LEVINAS. E. Humanismo del otro Hombre, 1993, Madrid, Ed. Caparrós, p 44. 89 se afirma que el ser humano es capaz de compasión y cuando el otro sufre, siente su llamada y su interpelación sin quedar indiferente. La experiencia ética nace de la experiencia del otro que va ligada a sentirse responsable de él. Lévinas nos dice que el deber de atender al otro-vulnerable es anterior a todo. El otro, como experiencia y llamada, es cualquier ser humano, cercano o lejano, que sufre y precisa ayuda. La respuesta ética ante el otro debe considerar a ese sujeto como fin en sí mismo, maximizando su capacidad de elegir (autonomía), aunque esté en situaciones de precariedad o sufrimiento. La persona llama y lo hace a través de ese rostro en el que visualizamos su experiencia de sufrimiento. Su expresión se convierte en exigencia ética que nos impide retirar la mirada. En la propuesta de Lévinas el rostro es fundamental; es la imagen que nos muestra lo interno del otro. Lévinas afirma: “el rostro se presenta desnudo” 105 El rostro es la medida de la conciencia ética, pues nos recuerda las obligaciones éticas de cuidado con el que sufre Para finalizar con el apartado del sufrimiento y dolor, cuestiones tan importantes en el abordaje de cuidado ético del ser humano en el final de la vida, remito al apartado de este capítulo que trata sobre el acompañamiento, la soledad y el sentido del morir para dar respuesta a la cuestión moral, ¿tiene sentido sufrir?. Con la respuesta a esta cuestión se responde a otra cuestión compleja ¿es compatible en un enfermo que está muriéndose el sufrimiento con el bienestar, con el morir en paz? La respuesta sigue las líneas del sentido del sufrimiento, y probablemente sea que la incompatibilidad con el bienestar no se encuentra en la experiencia del sufrimiento como tal, sino en la experiencia del sufrimiento no integrada, no acompañada, no convivida como parte de la propia condición humana. 5.6. LA LIBERTAD, LA AUTONOMÍA. La autonomía del paciente es uno de los cuatro principios básicos de la bioética que adquiere especial relevancia en las decisiones al final de la vida 106 . Además la autonomía o libertad del sujeto es uno de los ejes de la Ética del Cuidado, ya que esta libertad se sustenta en la dimensión relacionaly moral del sujeto. Pero es en el final de la vida donde la libertad y la autonomía del sujeto están más amenazadas por los diferentes determinantes que caracterizan este periodo vital. 105 Ibid., p 54. 106 Estrategia en Cuidados Paliativos. Sistema Nacional de Salud. Madrid: Ministerio de Sanidad y Consumo, 2007. 90 Factores como la dependencia, el sufrimiento, la amenaza vital, la fragilidad y vulnerabilidad, la soledad etc… amenazan la libertad del hombre en su versión de autoconciencia y autorrealización. Aún así, desde la Ética del Cuidado, bajo sus acciones de cuidar y su fundamento de responsabilidad se debe de preservar la autonomía del sujeto para con ello dignificar el proceso de morir. Para adentrarme en el apartado de la autonomía y libertad del sujeto en el final de la existencia, primero esbozaré unas consideraciones antropológicas sobre el concepto de autonomía y libertad y cómo fundamentan la dignidad humana. Posteriormente pasaré a exponer como desde la Ética del Cuidado se preserva la libertad en la toma de decisiones sin obviar la responsabilidad hacia el otro. El concepto de elección autónoma es central en el pensamiento moderno para entender la libertad y la conducta del hombre. La autonomía no sólo se convierte en condición de libertad, sino también es el acceso necesario a la consecución de sentido vital, y por consecuencia a la dignidad del proyecto vital humano. La autonomía significa ciertas condiciones internas y externas que no se distorsionan por la fuerza o la coacción, es decir, un hombre autónomo debe tomar distancia de las convenciones sociales del entorno y de la influencia de las personas que le rodean. Su acción debe expresar principios que el sujeto ratifica por un proceso de reflexión crítica, bajo reglas que son aprendidas por la educación y el bagaje cultural que favorecen la vida en sociedad. No obstante, cuanto mejor se conozca el sujeto a sí mismo y conozca los condicionamientos sociales, personales y circunstanciales que conforman el entorno, mejor y más acertada será su elección; la autonomía está, sobre todo, en la capacidad para asumir los vínculos y los condicionamientos para saber actuar desde ellos. Así la autonomía reside más bien en el dominio de los propios actos que en la ausencia de límites. Por esto el requisito para que un hombre sea autónomo reside en la capacidad de éste de ser auto-consciente 107 y posea condición personal, autodeterminado en el sentido de que la razón de obrar se encuentra en el mismo sujeto. La dignidad humana, concepto metafísico y abstracto, es fundamentada por el hecho objetivo y material de la capacidad autónoma del sujeto. Considerando la dignidad como valor absoluto y procesual, es decir, no realizado (algo que posee el hombre como principio y como fin) que requiere un proceso para su consecución, 107 Nota aclaratoria: Surgen de este visión existencialista de la autonomía cuestiones relacionadas con el proceso de morir, por ejemplo, ¿es autónomo un sujeto sedado?, la respuesta, o mejor solución, radica en los testimonios de voluntades anticipadas. 91 precisando de la auto-configuración del sujeto en su propia realidad, realizarse a sí mismo, siendo ésta la realidad de la existencia a partir de la cual se dibuja el proyecto vital. Esta realización requiere a su vez de intelecto y voluntad, es decir, de libertad. Como apunta Gordillo Alvarez-Valdes L: “La constatación de la dignidad humana remite a un proyecto de autorrealización y, aunque la persona tiene un valor absoluto, la persona puede frustrar su autorrealización al no vivir como un ser personal. Aquí está en juego el principio de identidad: “yo tengo que ser lo que soy” y lo que soy no lo soy del todo. Tengo una dignidad, un valor absoluto, he de hacer mi propia realidad personal, realizarme a mí mismo en mi verdad más profunda: en mi dignidad personal” 108 . Por otro lado, a esta idea de libertad personal también pertenece el deber de respetar la dignidad del otro, la responsabilidad hacia el otro ya que la libertad se destruye a sí misma sino se complementa con la responsabilidad hacia el otro. En definitiva, ser autónomo, ser libre, no consiste en no tener vínculos, la autonomía asume los vínculos sociales y culturales, pero lo que la capacidad de autonomía tiene que ser, es consciente de los propios límites, de la responsabilidad hacia el otro, por ello, y siguiendo a Lévinas, la libertad humana es apertura y trascendencia. Pero, ¿cómo se traduce esta capacidad autónoma en la cotidianidad del proceso de morir? Desde la Ética de los Cuidados, la relación de ayuda para con estos sujetos que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad en relación a su libertad es orientarles con consideraciones que ayuden a su juicio, exhortaciones que fortalezcan su voluntad, que pueden serle ofrecidas por los demás; pero él mismo ha de ser el juez supremo de las propias decisiones. Todos los errores que pueda cometer, aun en contra de los consejos y orintaciones, están compensados con creces por el mal de permitir que los demás le impongan lo que ellos consideran beneficioso para él. El hombre es el único juez de sí mismo y sus propios errores son menos importantes que el no respetar su autonomía, porque el mayor beneficio del individuo es su propia autonomía que es, además, ingrediente necesario de la dignificación humana. La autonomía sólo se consigue con los otros, con los que se aprende a ser libre, cuando uno es capaz de vincularse a los otros y de dialogar con los demás, se encuentra la dimensión relacional inherente a la libertad personal. Por el contrario, el que busca la 108 GORDILLO ALVAREZ-VALDES L. “¿La autonomía, fundamento de la libertad humana?”En Cuadernos de bioética, 2008, Nº 19, p 251. 92 ausencia de vínculos si no confronta su pensamiento y acción con los demás, puede acabar viviendo ajeno a la realidad, encerrado en un mundo de ficción. 5.7. LOS CUIDADOS PALIATIVOS. Los Cuidados Paliativos (referidos a cuidados profesionalizados, es decir, prestados por profesionales cualificados en la prestación de cuidados en el proceso salud-enfermedad; médicos, enfermeros, auxiliares de enfermería, psicólogos, trabajadores sociales, fisioterapeutas), surgen como estrategia para la consecución de la dignificación del proceso de morir tan amenazada en la actualidad. Ante las situaciones de absoluta dependencia, de situaciones conflictivas a nivel físico y psicológico determinadas por múltiples factores difíciles de manejar para su normalización funcional, ante la inminente pérdida de existencialidad y los consecuentes estados de desesperanza y perdida de sentido vital, en definitiva ante el más absoluto sufrimiento humano determinado por la llegada del misterio de la muerte, aparecen los programas asistenciales de Cuidados Paliativos como herramienta de normalización funcional adaptativa y existencial a esta situación final. Aunque no voy a entrar en temas concretos del aspecto asistencial ya que este trabajo no pretende estudiar las guías prácticas de cuidados paliativos, trataré el enfoque filosófico de los Cuidados Paliativos por ser una de las cuestiones que dan luz a muchos de los dilemas éticos de los cuidados del final de la vida. Aspectos como la calidad del morir, la libertad del ser humano, la racionalidad terapéutica, la ausencia de obstinación terapéutica, la analgesia efectiva, el control de síntomas disfuncionales, la prescindibilidad de la eutanasia activa como solución al mantenimiento de la dignidad son cuestiones manejadas habitualmente en Cuidados Paliativos. Desde los principios bioéticos (beneficencia, no maleficencia, justicia y autonomía más el principio de doble efecto específico de la intervención paliativa), unidos a las prácticas de la Ética del Cuidar fundamentadas en el pensamiento lévinasiano, se encara el riesgo de pérdida de dignidad humana ante una enfermedad terminal. Para comenzar, la historia de los cuidados paliativos empieza en 1967 con la creación por Cecily Saunders del San Christopher's Hospice en Londres. Poco a poco este movimiento se extendió a los países europeos (actualmente la Asociación Europea de Cuidados Paliativos cuenta con la participación de 29 países) y de América del Norte. Cuidar al paciente terminal surge como un desafío ético para la medicina 93 moderna. La Organización Mundial de la Salud adoptó la siguiente definición de los cuidados paliativos: "El cuidado activo e integral de pacientes cuya enfermedad no responde a terapéuticas curativas. Su fundamento es el alivio del dolor y otros síntomas acompañantes y la consideración de los problemas psicológicos, sociales y espirituales. El objetivo es alcanzar la máxima calidad de vida posible para el paciente y su familia. Muchos aspectos de los cuidados paliativos son también aplicables en fases previas de la enfermedad conjuntamente con tratamientos específicos." 109 Las conclusiones del Comité de Expertos de la Organización Mundial de Salud, en el informe nº 804 precisan: Es éticamente justificable no utilizar o poner un término a medidas que prolongan la vida si ello contradice la voluntad del paciente, cuando tales medidas no pueden modificar la evolución de la enfermedad sino solo prolongar la agonía. Medicamentos destinados a suprimir el dolor u otros síntomas no pueden ser negados sólo porque podrían acortar la vida de un paciente. La eutanasia (acelerar la muerte de manera activa con fármacos) no debe ser legalizada. A continuación expondré los fundamentos de la Ética del Cuidado que desarrollan los Cuidados Paliativos profesionalizados. Primero, los cuidados paliativos se basan en el principio de responsabilidad social frente a las necesidades de los más frágiles convirtiendo la acción de cuidar desde un enfoque de gratuidad social y profesional; desde la misma esencia del humano superando cualquier caracter de virtuosidad y responsabilidad exclusivamente profesional. Se objetiva este fundamento en el deber de acompañar al paciente hasta el final como parte de la responsabilidad profesional, conformando al buen profesional. Segundo, el desarrollo de unos cuidados paliativos profesionalizados se confronta con los riesgos del imperativo tecnológico moderno. Los cuidados paliativos son una propuesta alternativa entre las posibles actitudes de ensañamiento terapéutico por un lado y la tentación de la eutanasia activa o del suicidio asistido, por el otro. Estas dos perspectivas de la medicina moderna pueden considerarse como dos expresiones de 109 Citado en Guía de practica clínica de Cuidados Paliativos. Rioja Salud, op cit., p 15. 94 un mismo riesgo: el peligroso objetivo de una medicina cuyo poder sin límites conllevaría la pretensión de dominio de la vida. Los cuidados paliativos se caracterizan por unos objetivos distintos de los de la medicina tradicional de orientación curativa, que persiguen la búsqueda de la calidad de vida del paciente. Si la medicina curativa lucha en contra del tiempo, los Cuidados Paliativos respetan el tiempo y tratan de hacerlo más denso. Tercero, el enfoque de los cuidados paliativos es holístico. El objeto de cuidados, el ser humano, se convierte en sujeto de éstos y sólo se observa desde su enfoque sinérgico, como un todo, donde la persona no es la suma de la partes. Responde a la teoría de sistemas luhmaniana, en donde los cuidados paliativos como acciónelemento promueven un orden interno en continuo desorden, un orden del sistema óntico en donde los elementos diferenciados que conforman el entorno (técnica, institución, enfermedad) provocan caos. Además el concepto de unidad del ser no se basa, como en la medicina cotidiana, en un cuerpo fragmentado y objetivizado, en lucha desesperada contra la muerte (el cuerpo objeto de la ciencia); se trata, por el contrario, del cuerpo de una persona, donde sujeto y cuerpo es sólo uno. Esto implica, por ejemplo, la necesidad de tomar en cuenta tanto el dolor físico como el sufrimiento psicológico o espiritual de la persona, la calidad de las relaciones familiares del paciente, el proceso de reconciliación de éste con sí mismo y con los otros, siendo esto parte del trabajo del equipo de Cuidados Paliativos. Cuarto, y desde la ética del cuidado, los principios bioéticos de beneficencia y de no maleficencia se concretizan en la preocupación permanente por la calidad de vida de la persona. La calidad de vida en sus diferentes niveles de significación, uno el nivel funcional de autonomía que designa la capacidad de autonomía para las actividades básicas de la vida diaria, condición a veces degradada por el proceso patológico y/o terapéutico; y dos, la calidad de vida donde se expresa la dignidad de la persona haciendo posible la construcción de sentido de su historia vital, la construcción de esperanza. Para finalizar este apartado de análisis y reflexión de los cuidados paliativos desde la óptica de la ética de los cuidados, expongo a continuación los dos objetivos (basados en la ética levinasiana) que sintetizan todos los objetivos específicos de los 95 Cuidados paliativos (calidad de vida, autonomía, tratamiento del sufrimiento evitable, tratamiento del dolor, etc…): Primero, el planteamiento del nuevo concepto de tiempo. Los cuidados paliativos pivotan sobre una concepción muy particular del tiempo. Ya Kübler-Ross en su obra “La muerte y los moribundos” destaca la importancia del tiempo en los últimos momentos de la vida. En la última etapa de la vida, la necesidad de intercambio comunicacional con otros aumenta, a su vez el cuerpo físico se revela en la total disfuncionalidad requiriendo cuidados compensatorios. La necesidad dialógica de cómo y dónde realizar los últimos intercambios, las últimas palabras, los últimos pensamientos, las últimas sensaciones hacen de este tiempo un proceso con particular densidad. En estos momentos los cuidados se conforman en la más absoluta necesidad de comunicación, si en los cuidados habituales la comunicación es fundamental, en estos momentos es consustancial a la acción de cuidar, la comunicación es cuidado y construye así la subjetividad del ser humano. Tiempo de intercambio y reconciliación, en el cual se elabora el duelo, se tejen los recuerdos compartidos por el paciente y sus seres queridos, se hace memoria y se abre la posibilidad de perdón. La necesidad de respetar el tiempo, de densificar la temporalidad es objetivo fundamental en la Ética del Cuidado, por lo tanto se convierten en retos el no acelerar la muerte ni prolongar la vida, siendo la capacidad de empatía con el paciente que se acerca a la muerte, de justicia, de comunicación, de mostar seguridad y accesibilidad, de acompañamiento, las acciones imprescindibles en la búsqueda de sentido al tiempo en el final del tiempo. Desde esta actitud ética surge el sentido vital de morir, acompañando al paciente en la difícil búsqueda de su sentido existencial. Segundo, el objetivo de la función social de los cuidados paliativos. Un objetivo de Cuidados Paliativos es la responsabilidad ineludible frente al otro, vulnerable y frágil, que puede definir un objetivo ético para los cuidados paliativos en la medida en que obliga a mantener la atención, la presencia, la búsqueda de medios para mejorar la calidad de vida a pesar de un pronóstico de vida limitado en el tiempo. Cuando el poder técnico de la medicina llega a sus límites, la responsabilidad de los profesionales de la salud persiste en cuanto a la función de cuidar. Hacerse responsable del otro que está acercándose a la muerte y de sus familiares es el primer paso para 96 buscar maneras de integrar esta última etapa con el proceso vital y la historia personal de cada uno. El segundo paso para la consecución de esta función social de responsabilidad es, siguiendo a Lévinas, la capacidad de compartir el sufrimiento del otro (lo que Lévinas denomina compasión 110 ) que nos permite asumir esta responsabilidad frente a la vulnerabilidad del otro. Este concepto tiene aplicaciones importantes en la relación con el paciente terminal, abre un conocimiento distinto del conocimiento de dominio representado por la tecnociencia, por ejemplo, se puede tener dificultad para entender la agresividad o la depresión de un paciente, pero es el sufrimiento que siempre es suyo y se percibe sólo a través de mediaciones que constituyen como un cristal traslucido entre él y yo; pero, sin embargo el yo puede manifestar el deseo de acompañarlo, un deseo nunca plenamente satisfecho que se cataliza en la compasión. La compasión reconoce la dignidad de la persona en su máxima vulnerabilidad, invita a reconocer nuestras necesidades humanas de ser cuidados y por otro lado la responsabilidad de atender estas necesidades expresadas por el otro. Como dice Lévinas, se trata de un tiempo de paciencia y compasión, que me saca de mi mundo autorreferente y me asigna al otro en su vulnerabilidad. Es el tiempo capaz de permitir la construcción de sentido en las situaciones límites de la vida, como la muerte, y de afirmar que la vulnerabilidad humana no es indigna mientras alguien es capaz de acogerla, de cuidarla. Y como tercer paso, la consecución de la dignidad en la vulnerabilidad humana como función social de los Cuidados Paliativos. Esta dignidad del otro en su vulnerabilidad es conceptualizada por Levinas como “rostro”, y este rostro desnudo, como dice Lévinas, obliga al yo a responsabilizarse del otro, sin posibilidad de abandonarlo. La dignidad de la persona reconocida como fundamento de toda ética es un fin en sí, no se puede relativizar ni tampoco se puede cuantificar. Para muchos esto constituye el fundamento de los derechos humanos, y entre ellos de los derechos de los pacientes terminales a recibir una atención digna. La dignidad del hombre en el final de su vida requiere de manera absoluta la necesidad de relación, es decir, de encontrar la alteridad que conforme las relaciones intersubjetivas que por medio del cuidado son 110 Nota aclaratoria: El eje del pensamiento de Emmanuel Lévinas no puede entender la compasión como una anexión del otro en un movimiento condescendiente, al contrario es una respuesta al "grito del otro", a su vulnerabilidad: la "desnudez de su rostro". La compasión es, entonces, la capacidad del ser humano de escapar a su narcisismo para acoger algo inasequible, imposible de dominar y ni siquiera de comprender: el sufrimiento del otro 97 necesarias para la construcción y reconstrucción del sentido subjetivo de la persona en los límites de la subjetividad. Los resultados de los cuidados paliativos no se miden solo con escalas de dolor, de calida de vida, etc; también se evalúa con la posibilidad para la persona de dar sentido al proceso vital previo a la muerte, la posibilidad de afirmar su dignidad a pesar de su dependencia y de su fragilidad. 5.8. ECOETICA DEL MORIR: TECNOLOGIA y HOSPITAL. Dos elementos que forman parte del entorno del subsistema de cuidados y que provocan estados de desorden del sistema óntico son: la tecnología imperante en los cuidados de salud profesionalizados y la institucionalización de la muerte como hecho cultural. Estos dos elementos pueden conllevar el riesgo de convertir los últimos momentos de la vida, con todas sus características, en un proceso no digno, no humano. El primer elemento, la tecnología, por su actual empoderamiento social deja paso al dominio de ésta sobre el ser humano bajo el logocentrismo cientifista, siendo necesario el reto de relativizar estas formas de conocer la “verdad” para dar paso a otras maneras de conocer, que como apuntaba Colavito, son o pueden ser igual de útiles para el hombre. El segundo elemento, la institucionalización de la muerte, se ha convertido en un hecho cultural que, siendo respetado y asumido como nueva forma de morir, debe hacer un intento de convertir a las instituciones, en órganos éticos. 5.8.1. El imperativo tecnológico. Ante la realidad técnica de los cuidados de la salud que impera en nuestra sociedad, el proceso humano de morir requiere de altas dosis para evitar que la existencia humana sea tratada bajo criterios biotecnológicos que posibiliten la deshumanización de ésta (el encarnizamiento terapéutico, por ejemplo). La ética de los cuidados encuentra aquí uno de los mayores desafíos para pensar sobre el sentido de nuestra vida, de nuestras relaciones, sobre el significado y sentido de la realidad de la naturaleza humana. En la actualidad, el imperativo tecnológico 111 supera y se instaura 111 El imperativo tecnológico descansa en dos premisas: – puesto que no hay, ni puede haber, límites en la capacidad de saber, tampoco pueden existir límites en la posibilidad de investigar: imperativo científico. – si la investigación pone de relieve el límite de lo que es posible hacer, entonces todo lo que se puede hacer tiene que poder ser hecho: imperativo técnico-moral. 98 como alternativa al imperativo ético que se pregunta si todo lo que puede ser hecho, debe ser llevado a cabo. Ante esta realidad, y siguiendo los análisis de González Rodríguez-Arnaiz G. 112 , el humanismo, como referencia de constitución y sentido de una vida digna, puede contribuir a centrar el debate sobre los problemas morales que las tecnologías ponen de relieve, pero que, en absoluto, pueden resolver por sí solas. El humanismo actúa como puente de unión del imperativo tecnológico y ético con el fin de humanizar los proyectos humanos, y dentro de ellos el morir. Ante la cuestión, ¿qué es lo moralmente factible?, la tecnología no puede dar respuesta, sólo desde la perspectiva de lo posible como lo mejor para la humanización. Para llegar a respuestas humanizadoras se construye el humanismo como referencia y sentido de unas acciones que se reclaman morales porque en ellas se juega el sentido de nuestra vida, en un mundo cada vez más humanizado. El humanismo se convierte en mediador de todos los discursos que hablan de calidad para expresar el valor de las diversas actividades en las que el ser humano lleva a cabo su vida de una manera digna, humana. Entonces, si el humanismo es el método de dignificar las acciones humanas, la cuestión siguiente de carácter práctico es ¿como se objetiva este método humanista? La aportación del humanismo es la posibilidad de configurar una visión de la realidad; configuración que nos permitiría introducir en la conversación tecnológica las siguientes consideraciones: 1. Una manera de preguntar y de interrogarse. Siguiendo a Gonzalez Rodríguez-Arnaiz, el humanismo invita a un constante proceso de no dejar de pensar y no dejarse pensar. Una sociedad de la información donde los conocimientos están disponibles para ser manejados y listos para ser utilizados, la tentación es dejarse llevar, como sinónimo del dejar de pensar. Un exceso de información ha de ser compensado con la reflexividad. Es un resurgir del “por qué”, referente de ponerse a pensar, una apertura crítica de la racionalidad y la dimensión de la proyectividad como capacidad de las personas para desarrollar su acción. 2. Una manera de estar en el mundo. El imperativo que implica una determinada manera humana de estar en el mundo se reformula desde el humanismo como el derecho a tener una visión general que se 112 GONZALEZ RODRIGUEZ-ARNAIZ G. “El imperativo tecnológico. Una alternativa desde el humanismo”. En Rev. Cuadernos de bioética, 2004, nº1, p 37-58. 99 manifiesta en el deber moral de cada uno a hacer su propia vida, la obligación moral de no dejarse vivir. 3. Una manera de proyectarse. Significa la preocupación humanista en la tarea constante de la posibilidad de orientarse en la acción. Alguien que es capaz de orientarse en la acción, puede manifestar unos niveles de compromiso de responsabilidad. De esta forma se da cuenta de lo que piensa y hace en términos de verdad, diferente al valor de consenso. 4. Una manera de hacer un mundo, más humano. El humanismo propone una sociedad tecnológica avanzada, en la medida en que haga realidad el momento teleológico de la producción de bienes, junto con el momento deontológico de la consideración general de esos bienes, es decir, la consecución del propósito decidido de producción de bienes con la finalidad de servicio a una mayor y mejor tarea humanizadora. La tarea de hacer un mundo más humano para las personas que lo habitan y que pudieran habitarlo en el futuro. Y en este sentido y enlazando con el siguiente apartado, el contexto hospitalario es un buen ejemplo, en las siguientes líneas lo desarrollo. En definitiva, la pretensión humanista es convertir a los distintos actores en sujetos morales, en seres capaces de dar cuenta de sí mismos, desde sí mismos. Es la conversión de los agentes sociales en personas construyendo una sociedad de personas capaz de postular bienes generales de calidad o excelencia humana considerados como buenos para la sociedad y buenos para todos, dignos de ser extendidos a todos. 5.8.2. La institucionalización de la muerte, el hospital. He aquí una de las idiosincrasias culturales que se han impuesto en la actualidad y que responde a ese conjunto de formas socioculturales posmodernistas influenciadas por el modelo socio-económico actual. Como describí en el capítulo cuarto sobre aspectos socio-históricos del proceso de morir humano, en la actualidad hay un alejamiento extremo de la muerte, existiendo un tabú hacia ésta. En nuestra sociedad actual, como apunta Masiá, existe un imaginario social con muchos menos recursos simbólicos que antes para asumir el hecho de la muerte. Actualmente en España, y aún existiendo amplios programas de Cuidados Paliativos, hasta un 40 % de los fallecimientos causados por el avance de una enfermedad de carácter terminal se dan en un hospital. Este hecho cultural nos debe hacer reflexionar, primero, en la necesidad de 100 desarrollo de una ética preventiva de la terminalidad, donde la opinión pública esté inmersa en los acontecimientos sociales, jurídicos y médicos del hecho de morir; y segundo, que es lo que nos corresponde en este momento, reconstruir las instituciones hospitalarias como verdaderos organismos éticos. El hospital, como entorno del sistema del ser humano, también es un conjunto de elementos interrelacionados que precisan de códigos éticos como si del mismo sistema sociedad se tratara. El hospital puede llegar a ser una entidad moral, un organismo ético viviente que se comporta como agente moral, como una comunidad humana peculiar que trasciende a las personas individuales que en un momento la componen. Pellegrino y Thomasma apuntan que la moralidad interna de la medicina tiene una vertiente institucional 113 . Al igual que existe una relación paciente/profesional de la salud, también existe una relación paciente/hospital, en el sentido sistémico de sistema/entorno, que deriva de la naturaleza misma del acto de cuidar. Dice Herranz Rodríguez citando a De George 114 : la infraestructura física y funcional de un hospital es un conjunto de espacios ya acciones que implican responsabilidad colectiva. Los profesionales que trabajan en un hospital prestan cuidados que no se basan en el mínimo legal, sino que se inclinan hacia una deontología supererogatoria, a una conducta virtuosa 115 . Es la fragilidad, la vulnerablidad, el rostro desnudo levinasiano que la terminalidad induce, la razón absoluta que hace responsable al hospital a conformarse como un organismo moral. Por esto es necesario que las instituciones hospitalarias elaboren códigos identitarios bajo aspectos éticos expresando su perfil humano y moral. La riqueza de la vida ética del hospital depende de la intensidad y variedad de las respuestas que el código pueda responder a los que lo interrogan. Como apunta Herranz Rodríguez G., desde el punto de vista moral, es más importante divulgar el mensaje comprometedor del código ético del hospital que dar noticias, más o menos gratificante o publicitarias, sobre las actividades y éxitos de la institución. En los códigos éticos se contiene el proyecto humano que el hospital se da a sí mismo parra inspirar la conducta de las personas que trabajan en él. Es su cara de 113 Citado por HERRANZ RODRIGUEZ G. “Hospital como organismo ético”. En Cuadernos de bioética.2008, Nº 19, p. 426. 114 Ibid., p 426. Cita a DE GEORGE RT. “La responsabilidad moral en el hospital”. En Medicina y filosofía, 1982, Nº 7, p 87-100. 115 Ibid., p 426. 101 identidad, su ideario colectivo, es fuente de inspiración y motivación, anima al ethos colectivo, cohesiona el esfuerzo moral, crea espíritu de equipo abriéndose a la cooperación de todos y de la creatividad ética. El código supondría un factor decisivo para la humanización de las relaciones intersubjetivas de los elementos que forman el sistema/entorno, y para las relaciones entre el entorno y el sistema del ser humano. Por ejemplo, estos códigos facilitarían la libertad y la autonomía de la persona mediante los conocimientos de derechos y deberes que el hospital muestra, de esta manera el conglomerado institucional no encorsetaría la libertad individual de cada persona. 102 CONCLUSIONES. Humanizar el proceso de morir del ser humano es uno de los retos que se presentan en la sociedad actual. Actualmente las sociedades se encuentran inmersas en una especie de imperialismo tecnológico que determina el devenir del ser humano y que oculta el carácter humano del hombre. Este imperativo tecnológico determina planteamientos éticos que han de ser rescatados por otros enfoques éticos que conviertan a la persona viviente en humano. Este proceso humanizador de la persona en su final como existente requiere un planteamiento ético que conjugue tres perspectivas complementarias: la perspectiva biológica, la cultural y la filosófica. Las perspectivas biológica y cultural nos aproximarán a la complejidad y la pluralidad de los procesos humanos; la perspectiva filosófica nos permitirá no perder de vista al hombre como unidad. Con esta triple perspectiva se construye un pensamiento ético que se aleja, aunque no abandona, del pensamiento ético basado en principios generales abstractos. Un pensamiento ético que conjugue las tres perspectivas antes descritas nos aproxima al hombre como ser social, concreto y grupal, que no solo existe como ser sino que en tanto que existe existiendo, es existente, debe ser, es ético. Así desde esta perspectiva ética del ser es desde donde se engrana todo el proceso humanizador de la tanato-ética, amenazado por la univocacidad del cientifismo. El método que estructura la acción de este pensamiento ético es el método de la Ética del Cuidado. El planteamiento ético, anteriormente descrito, se articula en la acción de cuidar al otro bajo el principio de la responsabilidad entre el yo y la alteridad conformándose ambos como agentes sociales que se construyen por medio de procesos autorreferenciales. Y la acción del cuidar actúa como catalizador de conformación del sistema social óntico, en un proceso continuado de relaciones intersubjetivas basadas en la responsabilidad y la comunicación, posibilitando el cuidado como elemento-acción previo a la conformación del sujeto como existente. La Ética del Cuidado, como método de planteamiento ético, debe regirse desde un enfoque sistémico del hombre y desde el deber responsable de cuidar al prójimo como elemento conformador del yo y el otro. Así, cuidar humaniza al hombre, orientándolo y estructurándolo como ser social. Por otro lado, el otro que es cuidado, también se conforma como sujeto siendo a su vez objeto del cuidado ético. Desde esta perspectiva se enfoca al ser como un todo 103 visionado de manera holística: en una única unidad cuerpo-sujeto, en el cual la subjetividad no desaparece con la disfuncionalidad corporal ni la corporalidad desaparece con la ausencia de subjetividad; y bajo la influencia determinante de elementos socioculturales que orientan la variabilidad del conocimiento y la significación de la realidad. Pero este planteamiento ético, cuando se traslada a la práctica cotidiana del cuidado del hombre en una situación límite de fragilidad y vulnerabilidad, como es la etapa final de la existencia, se enfrenta con diversos factores que determinan si el proceso vital de morir se deshumaniza arriesgando la dignidad que corresponde a todo ser humano. Estos factores son tanto de índole antropológica (la concepción del hombre y el sentido de su existencia), como de carácter cultural (el ocultamiento social de la muerte) y situacional (contingencias inherentes a las situaciones de fragilidad y vulnerabilidad que, generalmente, acompañan al proceso de morir y que se objetivan en el dolor, sufrimiento, dependencia funcional, soledad, desesperanza, perdida de autonomía, existencia de un entorno hostil, etc). Es objetivo de la Ética de los Cuidados, como parte de la ética fundamental, señalar las condiciones de posibilidad de la actualización o realización en el mundo efectivo del bien moral del cuidado en la consecución de la dignidad del proceso de morir. Para la consecución de este objetivo, la Ética de los Cuidados orienta y da apertura a un camino por recorrer en la intervención en los diferentes factores que arriesgan la dignidad humana, haciendo de los cuidados responsables un deber moral. Estas dimensiones reales son las que imponen al hombre, cualquiera que sea su contexto cultural, hacer de la experiencia de la muerte algo misterioso y desconocido, ya que la única experiencia de la muerte es la muerte del otro. Esta experiencia del morir se encuentra mucho más allá del saber, y es seguramente ésto lo que se ha hecho insoportable para el hombre moderno, un sentimiento que Emmanuel Lévinas llama la inquietud por lo desconocido. Escribe Lévinas: "La muerte no es más que un punto en el horizonte, irreductible al poder de nuestro dominio, inaccesible a la ambición conquistadora de nuestra curiosidad" 116 . La modernidad ha hecho de la muerte un proceso opaco, dejándola estar en segundo plano, prescindiendo de símbolos que hagan detener la cotidianidad ante algo tan excepcional como es la muerte. De esta manera, actualmente, es necesario construir recursos simbólicos, una especie de imaginario 116 LEVINAS E. Dios, la muerte y el tiempo, op cit, p 87. 104 social, que nos ayude a estar menos indefensos ante la muerte. Necesitamos ayudarnos mutuamente a descubrir el sentido antropológico de la muerte, los enfoques de espiritualidad, de búsqueda de sentido, a la asunción y vivencia de la muerte. Necesitamos también descubrirlo entre todos, creando - como apunta Masiá- una opinión pública responsable acerca de cuáles deben ser los cuidados que humanizan el proceso de morir preservando la calidad de vida y la calidad del morir. La sociedad contemporánea necesita de una ética preventiva de la terminalidad. Las contingencias situacionales que se presentan en las situaciones de terminalidad existencial del hombre son deshumanizadoras en sí mismas. Pero esto no quiere decir que no debamos tender a la humanización de estas situaciones. Y éste es el fin de la Ética de los Cuidados en el proceso de morir para morir dignamente. A menudo, estas situaciones se presentan de manera extraordinariamente agresiva precisando intervenciones específicas y profesionalizadas. Los Cuidados Paliativos se convierten en el medio para la consecución de la dignidad del morir. Los Cuidados Paliativos que preservan esta dignidad se basan en el sentido del cuidado y del tiempo, conformando al ser, cuidándole y dando sentido al tiempo, haciéndolo más denso. Los Cuidados Paliativos se deben desarrollar como propuesta alternativa a la medicina moderna, fundamentados en una ética no sacrificial (al contrario de la medicina moderna con su carácter sacrificial de un bien a favor de otro bien 117 ), como un intento de conciliar valores: el valor de la Vida y el valor de la calidad de vida. En esta elaboración, los conceptos claves son: la dignidad y la autonomía del paciente. La medicina moderna debe asumir dos principios éticos y darles el sentido transversal en el proceso vital del hombre: Uno, la responsabilidad frente a todo paciente y más allá de las posibilidades técnicas de la medicina moderna curativa, una responsabilidad que considera la integralidad de las necesidades del paciente. Y dos, la toma de conciencia del no dominio que requiere una relación paciente y compasiva con el otro, lo que introduce una paradoja en nuestra concepción del conocimiento científico y del rol social de la medicina: nos invita a pasar de un conocimiento centrado en el dominio de la vida, de la muerte y del cuerpo, a un conocimiento orientado a la búsqueda de sentido del ser humano, particularmente donde aparentemente no hay sentido. 117 Nota aclaratoria: este carácter sacrificial de un bien por otro bien se objetiva en una tendencia al ensañamiento terapéutico fundamentada en la defensa de la vida como un bien en sí en perjuicio de la calidad de vida en oposición a una tendencia a la eutanasia o al suicidio asistido fundamentada en la defensa de la calidad de vida en perjuicio de la vida existente. 105 En definitiva, y para concluir este análisis ético del cuidado en el proceso de morir, la aproximación humana del proceso de morir requiere del planteamiento e intervención ética en las tres dimensiones, actualmente amenazadas: Por un lado, la dimensión antropológica y cultural del morir, orientadas desde el sentido de la vida como limitación humana creando recursos culturales que ayuden a la sociedad a asumir la muerte como propia del hombre. La ética preventiva de la terminalidad, de enfoque pedagógico, daría luz a este reto de humanización del morir. Y por otro lado, la dimensión situacional, las contingencias o posibilidades reales, donde la intervención de los cuidados responsables y los Cuidados Paliativos proporcionarán sentido a la limitación existencial del hombre, como uno de los enfoques que adecuarán el proceso de morir a la preservación de la dignidad humana. El método para cumplir estos objetivos es la Ética de los Cuidados fundamentada en la responsabilidad hacia el otro concreto que bajo la acción de los cuidados como elemento socializador se conforma la subjetividad del hombre. Esta relación ética orienta el conocimiento a la creación de sentido y por tanto a la afirmación de la dignidad humana como principio absoluto donde se fundamenta la alteridad, base de la identidad humana , de la expresión de una libertad responsable que expone la responsabilidad moral en sus cuatro vertientes: el sentido humanitario compasivo, el sentido ritual de deferencia hacia el otro, el sentido moral de reconocimiento del bien y el mal y el sentido de discernimiento entre lo verdadero y lo falso. La muerte puede ser entonces un espacio en el cual se revela la trascendencia del yo en el cuidado del otro, en su vulnerabilidad y en el cual se convoca nuestra responsabilidad humana; convirtiendo el proceso de morir, amenazado por posibilidades de fragilidad y dependencia, en digno y por consiguiente en humano posibilitando a la persona muriente morir su propia muerte dignamente. 106 BIBLIOGRAFIA. LIBROS AGUIRRE ORAA J.M. Ética fundamental. Apuntes de Ética y Filosofía. 20102011. 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El hombre enfermo como constructo social……………………..32 Cap. 3: Fundamento socio-filosófico de la acción en la Ética del Cuidado…………...…………………………………………………34 3.1. El cuidado en el pensamiento ético de Emmanuel Lévinas (19051995)…………………………………………………………………34 3.2. La acción de cuidar como elemento conformador del sistema óptico ………………………………………………………………...41 Cap. 4: Aproximación antropológica al proceso de morir….........45 4.1. El proceso biocultural de morir, cuestiones antropológicas…… 45 4.2. Aspectos sociales, históricos y culturales del morir en el ser humano………………………………………………..……………...50 4.3. La estructura del proceso de morir…………………....................56 Cap. 5: Dimensiones éticas del cuidado en el final de la vida: ética fundamental del morir dignamente……..........................................63 5.1. La dignidad amenazada por la terminalidad…………………….63 5.2. La calidad de vida y del morir…………………………………..66 5.3. El cuidar y su fundamentación ética…………………………….69 5.4. El acompañamiento en el morir…………………………………77 5.5. Dolor y sufrimiento, responsabilidad moral…………………….81 5.6. La libertad, la autonomía…………………………......................90 5.7. Los Cuidados Paliativos……………………………....................93 111 5.8. Eco-ética del morir: tecnología y hospital………………………98 Conclusiones……………………………………………………….103 Bibliografía……………………………………………...................107 112