parábolas

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Víctor Codina
nuevas
parábolas
Víctor Codina
Colección
Comunidades
eclesiales de base
40 NUEVAS
PARÁBOLAS
¿QUE ES UNA COMUNIDAD
ECLESIAL DE BASE
Gregorio Iriarte, 2a. ed.
LLEGARA EL DÍA...
La pequeña comunidad
Como realidad, desafío y proyecto
Jodé Marins - Teolide M. Trevisan - Carolee Chanona
CRISTIANOS EN FIESTA
Víctor Codina
EL MUNDO DE LOS SACRAMENTOS
Víctor Codina, 2a. ed.
40 NUEVAS PARÁBOLAS
Víctor Codina
ediciones paulinas
A don Poli
de la comunidad cristiana
de Villa Sebastián Pagador, Cochabamba,
quien me pidió que escribiera
un libro de cuentos
para las Comunidades de Base
© EDICIONES PAULINAS 1993
Carrera 46 No. 22A-90
FAX (9-1) 2684288
Distribución: Departamento de Divulgación
Calle 170 No. 23-31
A.A. 100383 - FAX (9-1) 6711278
Sanlafé de Bogotá, D.C. - Colombia
ISBN: 958 -607- 594 -X
I. Introducción
"Había dos hombres en una ciudad,
el uno era rico y el otro era pobre.
El rico tenía ovejas y bueyes
en gran abundancia;
el pobre no tenía más que una ovejita,
solo una, pequeña, que había comprado.
La había criado personalmente,
la ovejita había crecido junto a él y a sus hijos.
Comía de su pan, bebía de su vaso,
dormía junto a él.
La amaba tanto como a una hija.
Un día el hombre rico recibió una visita,
y no queriendo matar ninguno de sus animales,
robó la oveja del pobre y con ella
dio de comer a su visitante"
(2 Samuel 12,1-4).
Esta narración que el profeta Natán contó al rey
David, provocó la indignación de éste, quien, enojado, le dijo a Natán:
"Vive Dios, que merece la muerte aquel hombre
que hizo tal cosa" (2 Samuel 12,5).
Entonces Natán le dijo a David:
"Tú eres ese hombre"(2 Samuel 12,7).
Y le recordó cómo Dios le había hecho rey de
Israel, le había dado toda clase de riquezas y gentes, y
él, en cambio, había matado a Urías para quedarse
con su mujer, Betsabé (2 Samuel 12,7-9).
David comprendió y exclamó, arrepentido:
"Pequé contra Yavé" (2 Samuel 12,13).
Este fragmento del Antiguo Testamento puede
servirnos para explicar lo que es una parábola y sus
efectos en el oyente.
Es una breve narración, una especie de cuento,
que no solo pretende enseñar una verdad (lo que se
llama moraleja) sino que se dirije al oyente, para que
él pase a ser protagonista de lo narrado. David se
siente indignado ante la postura del hombre rico de la
parábola que el profeta Natán le ha narrado, pero
pronto se da cuenta que este hombre abusivo y
asesino es él mismo...
La parábola no solo enseña, sino que interpela,
denuncia, anuncia algo que es diferente de lo que
sucede en la vida, desconcierta por su final inesperado, hace reflexionar, exige una respuesta, pide una
toma de posición, un cambio, una conversión. David
no queda indiferente después de escuchar la historia
del hombre rico y de la ovejita del pobre.
En realidad las parábolas no son exclusivas de
Israel. Todos los pueblos expresan la sabiduría de su
cultura a través de refranes, cuentos, leyendas, comparaciones. No son simple folclor o curiosidad, sino
la expresión de la riqueza cultural del pueblo, que se
transmite de boca en boca, de generación en generación, de padres a hijos.
A lo largo de los siglos se han ido recopilando estas narraciones, para enseñar, moralizar, transmitir lo
más profundo de la cultura y de la fe religiosa de los
pueblos. Sobre todo en los pueblos del Oriente, del
Mediterráneo y de Asia, este tipo de narraciones ha
sido siempre muy cultivado.
También en el evangelio, Jesús no habla si no es a
través de parábolas (Marcos 4,33). A través de las
parábolas anuncia que el reino de Dios ya está cerca,
que con él ha llegado. Y para ello Jesús usa tanto la
experiencia de su pueblo como su propia experiencia.
Las parábolas del evangelio están sacadas de la vida,
de su vida.
En los evangelios, Jesús usa comparaciones sacadas de la vida del campo: del sembrador y la semilla (Marcos 4,3-8), del grano de mostaza (Marcos
4,30-32), de la higuera que no da fruto (Marcos
13,28), de la cizaña que crece en medio del trigo
(Mateo 13,24-30), de la viña (Juan 15) y del grano de
trigo que si no muere queda infecundo, pero si muere
da mucho fruto (Juan 12,24), de los lirios del campo a
los que Dios viste de hermosura (Mateo 6,28-30)...
Jesús también habla de animales: de ovejas perdidas y de rebaños amenazados por el lobo (Juan 10;
Mateo 18,25-35), de la gallina que reúne su nidada
bajo sus alas (Lucas 13,34), de la prudente serpiente y
la paloma sencilla (Mateo 10,16), de los pescados
recogidos en la red (Mateo 13,47-48)...
Jesús aparece hablando también de cosas domésticas de la sal y de la luz (Mateo 5,13-16), de la mujer
que amasa el pan con levadura (Mateo 13,33), de la
mujer que ha perdido una moneda y barre su casa
hasta hallarla (Lucas 15,8-10), de un tesoro hallado en
el campo (Mateo 13,44), del amigo que llega de
noche y llama a la casa cuando todos ya están acostados (Lucas 11,5-8), de la mujer que se alegra de haber
dado a luz una nueva criatura (Juan 16,21), del hijo
que regresa a casa después de haber gastado su hacienda libertinamente (Lucas 15,11-32)...
Otras veces los temas provienen del mundo de las
fiestas: la gran cena (Mateo 22,1-10), las diez jóvenes
que esperan que llegue el esposo a la fiesta (Mateo
25,1-13), el amigo del esposo que se alegra de oír la
voz del novio que llega (Juan 3,29), la búsqueda de
los primeros asientos en los convites (Lucas 14,7-11),
la elección de los invitados (Lucas 14,12-14)...
Escenas de la vida de cada día aparecen en las
parábolas: los niños que juegan en la plaza (Mateo
11,16-19), los dos hermanos que son diferentes a la
hora de trabajar (Mateo 21,28-32), el ladrón que llega
cuando menos se espera (Mateo 24,43), las peleas
entre compañeros de trabajo (Mateo 18,23-35), el que
va a edificar una torre y no tiene dinero suficiente
para acabarla (Lucas 14,28-32), el rico que construye
graneros la víspera de su muerte (Lucas 12,6-9), el
que banquetea cada día y no da al pobre Lázaro ni las
migajas de su mesa (Lucas 16,19-31), el juez inicuo
que maltrata a todos (Lucas 18,1-8), el fariseo orgulloso que desprecia al pobre publicano (Lucas 18,914), el buen samaritano que recoge al hombre herido
en el camino (Lucas 10,19-37)...
Hay un importante capítulo de temas laborales y
económicos: los viñadores malos (Marcos 12,1-11),
los obreros que esperan que alguien les dé trabajo
(Mateo 20,1-16), el criado que debe vigilar (Mateo
24,45-51), las monedas repartidas para que fructifiquen (Mateo 25,31-46), el mayordomo sagaz (Lucas
16,1-8), el criado que debe servir a la mesa después
de haber trabajado todo el día (Lucas 17,7-10), problemas de deudas (Mateo 18,12-14; Lucas 7,41-43)...
Pero en las parábolas del evangelio, como en toda
parábola, sucede algo especial: no basta escucharlas,
sino que hay que responder a su interpelación. Jesús
pide que se acepte el reino. Por esto algunos no las
entienden y endurecen el corazón, mientras que los
sencillos las comprenden (Mateo 13,10-14). Así por
ejemplo, en la parábola de los viñadores asesinos, los
sacerdotes y fariseos comprendieron que se dirigía a
ellos, pero no quisieron entender que pedía conversión y en vez de convertirse decidieron detener a
Jesús (Marcos 12,1-11). En el evangelio el anuncio
del reino va acompañado siempre de un llamado a la
conversión (Marcos 1,15).
Por esto en los evangelios llega un momento en
que Jesús ya no habla en parábolas, todo está ya decidido: unos a favor, otros contra él. El resultado se
verá en la pasión. Es como si cayese el telón. Es la
hora de la verdad. Muchos han escuchado las parábolas y las han puesto en práctica: son como los que
construyen sobre roca firme; otros las oyeron, pero no
las pusieron en práctica y por esto son como los que
construyen sobre la arena movediza (Mateo 7,24-27).
Las parábolas evangélicas se pueden resumir en
estos cuatro tipos:
a) parábolas del comienzo: son parábolas que se
refieren a los comienzos del reino, y para ello se
suelen usar imágenes del campo: semilla, planta...
b) parábolas de la vocación: son parábolas que
tratan del llamado de Dios al reino, y se suelen
expresar a través de comparaciones de banquetes,
fiestas a las que muchos son invitados...
c) parábolas de perdidos y encontrados: son
parábolas que hablan del regreso del pecador a la
casa del padre, de la oveja perdida y hallada...
d) parábolas del término: son parábolas que tratan
del juicio final, de la sentencia que Dios dará el
último día a las acciones buenas o malas de los
hombres...
Cuando los evangelios nos hablan de parábolas es
porque también nosotros debemos tomar postura ante
el reino de Dios. También a nosotros se nos anuncia
que ha llegado la salvación, que el reino está cerca,
que estamos todavía en tiempo de conversión y de
misericordia, que hemos de amarnos, reconocer a
Jesús en el pobre, ser sencillos y puros de corazón,
orar con confianza al Padre, perdonarnos, dejarlo todo
para comprar el gran tesoro del reino. Estamos a tiempo, éste es el momento oportuno para ir construyendo
el reino. Un día seremos juzgados por nuestro amor a
los hermanos más pobres y el juez separará a los
buenos de los malos, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos (Mateo 25,31-45).
La Iglesia, a través de los siglos va releyendo las
parábolas y las va adaptando a cada tiempo y a cada
cultura para así poder anunciar a todos la gran buena
noticia del reino de Dios cercano. Es como el dueño
de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo
(Mateo 13,52).
Dentro de esta tradición pastoral presentamos aquí
una colección de "Nuevas Parábolas", no para hacer
competencia a las parábolas evangélicas, sino para que
éstas puedan ser mejor comprendidas y actualizadas.
Algunas proceden del mundo andino, boliviano y latinoamericano. Otras han sido recogidas de Asia, de
Europa o del mundo moderno.
Estas "Nuevas Parábolas" deben mucho a los
aportes de César Maldonado y de Federico Aguiló en
el tema de los cuentos andinos; a las narraciones de la
India, recogidas por Antony de Mello, y a la colección de cuentos europeos que mi hermana María
Teresa me ha proporcionado. A todos ellos muchas
gracias.
Cada parábola, o grupo de parábolas, va acompañada de una reflexión o comentario. Esto no es para
sustituir la reflexión personal o grupal, sino para ayudar a su interpretación. No es la solución al problema
o al crucigrama, sino una interpretación a lado de
otras, para mostrar que tiene que ver con el reino de
Dios. Porque las parábolas pueden tener diversas lecturas e interpretaciones. El espíritu no deja de hablar a
su pueblo...
Pero lo importante es que su lectura lleve una
opción. No podemos quedar indiferentes después de
haber escuchado una parábola, se nos exige respuesta,
conversión, compromiso. Las parábolas son siempre
peligrosas...
Pero escuchemos ya al conejo y al zorro, al águila, a los seis sabios ciegos, al mono, a la rana, al minero relocalizado, al paracaidista perdido, al niño de
pulgares verdes...
Erase una vez...
II. El zorro y el conejo
Ya lejos metió el zorro Antonio la mano en la
bolsa y se espinó.
— Estos pajaritos son muy malos, dijo, pican harto.
Entonces botó la bolsa y se echó encima. Pero lo
único que consiguió fue espinarse su panza, y exclamó:
— Sus picos deben ser bien afilados.
Pero luego viendo los espinos dijo:
— ¡Carajo!
1.
(Bernabé Díaz, comunidad de Pampa Wasi, Prov. de Linares, Potosí,
recogido por Federico Aguiló, Los cuentos. La Paz, 1980, p 211)
El zorro Antonio
y el conejo: las palomitas
El zorro Antonio había cazado dos palomitas y las
había metido en un costal. De pronto se encontró con
un conejito y le dijo:
— Guárdame esta bolsa, mientras voy en busca
de agua para beber, porque me he cansado harto.
— ¡Listo!, le dijo el conejito.
Mientras el zorro Antonio fue a buscar el agua.
Entonces el conejo sacó las dos palomas, se las comió
y puso unos cactus espinosos en su lugar. Al regresar
el zorro Antonio le dijo:
— Ya me voy.
— ¡Bueno! -respondió el conejito.
2.
El matrimonio del conejo
Había una vez un zorro y un conejo, ellos vivían
en un pequeño pueblo. Que era muy bonito, verde y
con todo tipo de frutales.
El compadre conejo estaba destruyendo un maizal, el maizal ya tenía choclos tiernos, y el conejo
comía solo la mitad de ellos y el resto lo dejaba. El
conejo hacía esto todos los días. El dueño del maizal,
al darse cuenta de la destrucción de su chacra empezó
a espiar al destructor; así supo que el ladrón y el
destructor era el conejo. El agricultor atrapó al conejo
y, mientras iba a hervir agua para hacer una rica sopa,
lo dejó en un cántaro, bien tapado. El conejo sabiendo
que iba a morir no atinaba qué hacer. Pensó en los
modos de poder huir del cántaro.
En vez de ser comido por el zorro estaba a punto
de ser saboreado en una rica sopa. Mientras pen-saba
en estas cosas oyó que a lo lejos cantaba el zorro
Antonio.
El zorro Antonio andaba buscando al conejo; por
eso es que se acercó al lugar donde el conejo estaba
atrapado. El conejo al advertir la presencia del zorro
Antonio gritó:
— Tío, tío Antonio.
Y el zorro Antonio dijo para sí:
— Este conejo se está entregando por sí solo,
ahora me lo voy a comer.
Y el conejo gritó de nuevo desde dentro del cántaro:
— ¿No deseas casarte? Quieren hacerme casar a
la fuerza, por eso me tienen atado y tapado en este
cántaro. Yo no quiero casarme de ninguna de las
maneras. Tío, cásate tú en vez de mí, pues. Tú
eres grande y buen mozo, serías muy buen yerno;
y no solo eso, tendrías grandes extensiones de terreno también.
Los ojos del zorro Antonio se movían y brillaban
de alegría. Y en cuanto hubo escuchado al conejo dijo
rápidamente:
— ¿Es verdad eso que me estás diciendo?
— Claro que es verdad, ¿cómo puedo, yo, engañarte? - le contestó el conejo-; más bien apresúrate en desatarme y en destapar el cántaro.
En ese mismo instante, Antonio destapó el cántaro y desató al conejo, y se metió al cántaro en vez del
conejo, diciendo:
— Cómo puede ser posible que yo no me case...
Para entonces, el compadre conejo ya estaba muy
lejos. Había huido lo más rápido que pudo.
Entre tanto, el agricultor, trajo el agua hirviente y
la echó en el cántaro; y el zorro empezó a gritar con
voz dolorida:
— Me casaré, me casaré, pero no me quemen...
El agricultor, asustado, destapó el cántaro y solo
encontró al zorro en vez del conejo. Por esto se enfureció más y siguió quemando al zorro.
— Ahora te voy a dar casamiento; ¿quién es el
que quiere casarte, pues?
El zorro logró huir trabajosamente, con muchas
quemaduras; y, muy enojado, se fue en busca del
conejo.
(Narrado por César Maldonado, 1985, recogido por C. Maldonado en su
tesis de la Universidad Católica Boliviana,
El zorro de arriba y el conejo de abajo, Cochabamba 1986)
3.
El zorro y el queso
En cuanto el zorro hubo huido pensó de la siguiente manera:
— ¡Caramba! hasta esto me ha hecho. Ahora me
lo voy a comer en cuanto lo agarre.
De modo que fue a buscarlo al anochecer y encontró al compadre conejo al borde de una laguna
muy profunda.
El compadre conejo estaba comiendo un rico queso que había robado de la casa de unos ancianos. En
esto, el compadre Antonio, atrapó al compadre conejo.
— Ahora te como, es seguro que serás comido,
¡caramba!
— Oh, compadre, tú solo piensas en comer y en
comer; a ver, come más bien esto, toma, te invito.
Y le invita un trozo de queso:
— Pero no te puedo dar todo, solo te daré la mitad porque solo logré sacar la mitad del queso...
— ¿Dónde hay queso pues, compadrito?
— Allá, allá dentro hay...
Y le enseña el lago. La mitad de la luna se estaba
reflejando en medio del lago...
— Compadre, solo logré sacar la mitad; como
ves, la otra mitad todavía está allí dentro...
— ¿Es verdad, compadrito?
— Claro, pues, ¿no ves acaso lo que ha sobrado?
— ¡Caramba!, eso está muy delicioso.
— Éntrate compadre, vé y sácatelo... Ves... está
más o menos fuera, yo también me lo saqué de
ahí...
El compadre Antonio se animó. De modo que
saltó hacia donde estaba el queso. Y el compadre conejo dijo:
— Tienes que saltar exactamente al lugar donde
está el queso.
Fue por eso que el compadre Antonio saltó al
agua; y el queso no era otra cosa que el reflejo de la
luna.
Entre tanto, el compadre conejo, había huido nuevamente. Y el compadre Antonio, apenas, todo empapado logró salir del agua. Había bebido agua en exceso. En cuanto salió del agua, tuvo que expulsar toda el
agua, hasta que recobró la razón. ¡Ahhh...!, entonces,
en cuanto hubo recobrado la razón, de nuevo emprendió la búsqueda del conejo.
(Narrado por don Eucarpio Montano, Tiraque, 1985; recogido por C.
Maldonado, El zorro de arriba y el conejo de abajo)
4.
5.
El zorro y los duraznos
El collar del zorro
En su intensa búsqueda, el compadre Antonio encontró al compadre conejo, éste estaba plácidamente
dormido encima de un árbol. El zorro lo despertó de
un grito:
— Ahora te he encontrado, ya no podrás huir de
mí. Te comeré saboreando de ti hasta tus huesos.
Baja de una vez, si no bajas yo mismo subiré y te
comeré. ¿Bajas o subo?
El conejo, en cuanto escuchó eso, contestó al
zorro:
— ¡Ahh! todo es comer para mi tío. ¡Claro que
podrás comerme!; pero, primero déjame que te
invite algunos duraznos, ahora mismo los voy a
recoger de este árbol.
— Haz eso pronto -le replicó el zorro.
— Ya está tío. Ahora abre tu boca, que yo arrojaré
los duraznos directamente a tu boca.
Y el zorro, obedeciendo al conejo abrió desmesuradamente su hocico. Y así el conejo, en vez de lanzarle
duraznos, solo le lanzó piedras con todas sus fuerzas.
Y mientras el zorro se lamentaba de dolor, el
conejo se bajó del árbol y se volvió a escapar riéndose
del zorro.
(Narrado por César Maldonado, 1985, recogido por C. Maldonado, El zorro de arriba y el conejo de abajo)
El zorro volvía a emprender la búsqueda del conejo. En eso encontró al conejo que estaba comiendo
manteca. El compadre zorro le dijo:
— ¿De dónde has vuelto a sacar eso?...
Antes le había dicho:
— Ahora ya no podrás escaparte de mí, ahora te
voy a comer.
El conejo -es que él era muy astuto- le contestó:
— Tú solo piensas en comer, compadre Antonio,
cada vez piensas en lo mismo; si te diera a probar
de esto, seguramente cambiarías de opinión.
Y el zorro le dijo:
— A ver, veamos, dame a probar de eso...
En cuanto hubo dicho eso, el conejo le dio a probar la manteca. Entonces, el compadre Antonio dijo:
— ¿Y de dónde sacaste esto, pues, compadrito?...
De aquella casa, le contestó el compadre conejo.
Entonces entraron a esa casa donde vivían dos ancianos, un matrimonio de ancianos. Vieron que había
manteca en un cántaro pequeño. Entonces, el conejo
le mostró la manteca al zorro:
— De ahí saqué la manteca. Has de comértela con
suma cautela, le advirtió el conejo...
— De acuerdo compadre, le prometió el zorro.
Y así empezó a comer. Poco a poco con sumo
esfuerzo, introduciendo su cabeza al cántaro. Hizo
eso hasta terminarse la manteca; entre tanto, el compadre conejo había vuelto a huir a un lugar silencioso
y vacío.
El zorro huía con el resto del cántaro en su cuello
a modo de collar. Así supieron que era el zorro el que
se había acabado y robado su manteca.
El zorro murmuraba en su huida:
— ¡Caramba! No es posible que me haya vuelto a
hacer esto.
Y volvió a emprender la búsqueda del conejo.
(Narrado por Miguel Coca, Sanq'ayani Alto, Tiraque, 1985, recogido por
C. Maldonado, El zorro de arriba y el conejo de abajo)
Una vez que el compadre Antonio se terminó la
manteca, hartado, quiso irse. Era ya de noche; y el
compadre Antonio quiso sacar su cabeza del cántaro;
sin darse cuenta él, su cabeza había quedado atrapada
en el cántaro.
Los ancianos que eran ya bastante sordos, estaban
durmiendo en un rincón de la habitación, sin siquiera
moverse. Y el zorro porfiaba en sacar su cabeza, de
modo que hacía movimientos violentos con su cabeza
enfundada en el cántaro; en eso, golpeó con el cántaro
la cabeza del anciano. El golpe despertó al anciano,
quien, furioso dijo:
En eso, el zorro encontró al conejo sentado al pie
de un cerro; sin embargo, el zorro no vio al conejo
como si estuviese sentado, sino como empujando el
cerro. Entonces le dijo:
— ¿Cuál de tus amantes ha venido, tanto que me
está golpeando con un cántaro. Y quiso pegar a su
anciana esposa. En eso vieron huir algo por la
puerta abierta:
— ¿Qué será eso, qué puede ser eso que ha salido
como volando?
— Compadre conejo, ya nunca más podrás huir
de mí.
— Ahh... Siempre dices lo mismo compadre: "Te
voy a comer..." No... ya estoy harto de eso... Más
bien ayúdame a sostener este cerro, si no lo haces,
este cerro se derrumbará.
Tío, ayúdame
a sostener el cerro
— ¿Es verdad eso que dices compadre conejo?
Dijo asustado el zorro.
— Así es, compadre Antonio, si quieres no me
creas... Dicen que se va a derrumbar, entonces,
nos aplastará a ti, a mí y a todo el pueblo.
— Entonces, si esto es como tú dices, te ayudaré
a sostenerlo.
Y el compadre conejo dijo:
— Apresúrate, pues...
E inmediatamente hizo que el zorro lo ayudase.
Pasado un rato, el compadre conejo propuso al compadre Antonio:
— Compadre Antonio, yo... estoy cansado... qué
te parece si voy por algunos troncos a fin de que
podamos poner cuñas que nos ayuden a sostener
el cerro.
— De acuerdo, compadre conejo; pero, apúrate,
por favor.
Y en cuanto dijo eso:
— Sí, sí compadre mío, enseguida volveré trayendo conmigo los palos, y así podremos poner los
puntales para sostener al cerro, de modo que no
moriremos.
Así fue que el compadre conejo volvió a huir. Se
subió al cerro e hizo rodar algunos terrones. Entonces,
el compadre Antonio, empujó con más fuerza, a pesar
de tener la espalda quemada y dolida. Cuando el dolor
ya se hizo insoportable, y su espalda se le llagó más,
dio un salto y empezó a escapar a todo lo que podían
sus piernas; sin embargo, se detuvo a lo lejos para ver
si de verdad el cerro se derrumbaba. Como vio que no
lo hacía, furioso, volvió a buscar al conejo.
— Esto es ya demasiado, ha hecho que empuje el
cerro teniendo la espalda dolida y llagada. Y yo,
¡tonto!, siempre le creo y le obedezco todo lo que
me dice. Ahora no valdrá ningún pretexto, me lo
comeré. Y emprendió la búsqueda.
(Narrado por Miguel Coca, recogido por C. Maldonado, El zorro de arriba y el conejo de abajo)
7.
El zorro y las espinas
Cargado de furia, el zorro Antonio vio de lejos al
conejo descansando placenteramente. Antonio se
acercó sigilosamente a donde estaba el conejo. Lo
atrapó por la espalda, y no tenía intención alguna de
volver a soltarlo a fin de que huyera:
— Ahora sí que te he atrapado, ni siquiera tus
huesos serán suficientes para calmar mi rabia y
mi hambre. Sea lo que sea, inventes lo que inventes, ya no podrás escapar; más bien, ve rezándole a Dios antes de que te coma.
Así le dijo al conejo sin querer soltarlo. Y el compadre conejo, poniendo la vista en su aguayo, dijo al
compadre Antonio:
— Claro que me comerás compadre mío, sin embargo, antes que me comas, permíteme invitarte a
una comida rica de mi aguayo. Si comes mi matahambre y luego me comes a mí, podrás quedar
harto y satisfecho.
— ¡Pero, si me engañas una vez más, te perseguiré hasta comerte!
— Cómo piensas que pueda seguir engañándote,
tío.
— Ahora, cierra bien tus ojos y abre bien tu boca,
que yo pondré en tu boquita mi rica comidita.
En cuanto escuchó eso, el zorro abrió desmesuradamente su hocico, cerrando sus ojos. Y el conejo
sacó tunas sin limpiar, con sus espinillas, y empezó a
colocarlas en la boca del zorro. Una vez acabada su
tarea se alejó un poco de él y gritó con todas sus
fuerzas:
— Cierra tu boca tío mío. Cuidado con estar viendo estrellas, ten cuidado. Y el conejo se reía.
El zorro cerró su boca con todas sus fuerzas
porque tenía hambre. En cuanto hubo cerrado el hocico, empezó a gritar por el intenso dolor que le provocaron las espinillas de las tunas. Las estrellas que vio
fueron pocas comparadas con el dolor que sintió.
Entre tanto, el compadre conejo, había huido sin
poder contener su risa.
(Narrado por César Maldonado, recogido por C. Maldonado, El zorro de
arriba y el conejo de abajo)
8.
El zorro y la miel
El zorro Antonio fue a buscar al compadre conejo; y aunque no podía encontrarlo, no se dio por vencido, hasta que vio al picaro conejo comiendo miel.
Entonces lo atrapó y le dijo:
— Ahora verás bandido, picaro. Tú has hecho que
me quemen, has hecho que me eche al agua, por
eso es que te voy a comer, te voy a tragar. Y no lo
quiso soltar.
El conejo le invitó un poco de miel:
— Tú estás pensando todavía en comerme; a ver,
prueba un poco de esta rica miel...
Entonces, el compadre Antonio probó de la miel.
En cuanto hubo probado, le preguntó:
— De dónde robaste este riquísimo queso,
...ahhh... esta riquísima miel.
Entonces, el compadre conejo le señaló un árbol y
le dijo:
— Lo saqué de aquel árbol, tío mío.
Y lo condujo hacia el árbol tomándolo de la
mano, una vez llegados le mostró un panal de miel de
avispas; entonces le dijo:
— Hay abundante miel en aquel panal... Tú
puedes sacar, la cantidad que quieras.
El conejo ayudó al zorro a trepar al árbol. El zorro
comenzó a golpear el panal con su cola provocando
que el panal cayese, destrozado. Entonces empezaron
a salir las avispas como nube, y todas se le prendieron
al compadre zorro Antonio. El zorro aullaba sin consuelo a causa de las picaduras; sus ojos estaban tapados de la cantidad de picaduras que recibió.
El pobre del compadre zorro Antonio, con el
dolor, recordó las quemaduras que recibió, su caída
en el lago, las picaduras de las avispas. Ante este
doloroso recuerdo dijo:
— Cómo es posible que me haya vuelto a hacer
esto. Atraparé al diablo del conejo y me lo comeré sin siquiera masticarlo. Debo ir a buscado
hasta encontrarlo.
(Narrado por Gualby Maldonado, recogido por C. Maldonado, El zorro de
arriba y el conejo de abajo)
9.
El zorro y la pata del conejo
El zorro, sin querer perdonar al conejo, siguió
buscándolo. De pronto lo descubrió dormido en medio de unos arbustos, y el zorro tomó al conejo por
una pata:
— Ahora es cuando... ha llegado tu muerte. Ahora ya no podrás huir de mí, has sido atrapado justo
cuando estoy furioso y hambriento. Mientras
decía esto, el zorro se relamía de gusto.
— Tiíto, tiíto mío, yo pensaba que tú eras muy
inteligente y astuto; pero veo que eres tonto. ¿No
ves acaso que en vez de haber agarrado mi patita,
solo has agarrado la raíz de un arbusto?; has confundido la raíz con mi pata, tío...
Todo esto lo dijo riendo el compadre conejo, y el
conejo, estirando su pata emprendió veloz huida. Así
fue que el zorro Antonio soltó la pata del compadre
conejo
Y el zorro Antonio, al saber que había vuelto a ser
engañado hacía castañear sus dientes de rabia.
(Narrado por César Maldonado, recogido por C. Maldonado, El zorro de
arriba y el conejo de abajó)
10.
Lloverá fuego
El zorro anduvo buscando al conejo durante mucho tiempo sin haber dado con él. Y en cuanto lo
encontró, ummm... le dijo:
— Por allá anda vagando...
Y entonces le dijo al conejo:
— Ahora verás, ya no podrás escaparte de mí, ya
me has tomado el pelo demasiado y he sido ya
muchas veces engañado por ti.
En cuanto escuchó eso, el conejo, empezó a cavar
un hoyo; fue entonces cuando le dijo al zorro:
— No te tomo el pelo, ni te engaño tío. A ver, mira el cielo... ¿Ves?, ¿ves esas nubes rojas? Dicen
que desde mañana habrá juicio, por eso es que yo
también estoy cavando para mí un hoyo, para protegerme y ocultarme de la lluvia de fuego.
— ¿Desde cuándo habrá ese juicio que dices?
— Eso será a partir de mañana...
— Sobrinito mío, niñito, cava un hoyo más profundo para mí, pues... Dijo el zorro Antonio
desesperado.
El conejo le cavó un hoyo profundo y le dijo:
— Aquí, métete ahí, yo te voy a enterrar para que
la lluvia de fuego no te queme.
Entonces, el conejo rodeó el hoyo de espinos, ramas y piedras, luego prendió fuego a las ramas y a los
espinos. El compadre Antonio, al día siguiente dijo:
— Ahora saldré a cerciorarme si de verdad está
cayendo lluvia de fuego...
Y salió...
— Ayy... es verdad que está cayendo lluvia de
fuego, resulta que mi sobrino no me ha mentido y
se volvió a meter en el hoyo; sacó una de sus
patas haciéndose espinar y quemar.
Ante eso, se metió todavía más profundo, y dijo:
— Y ahora, ¿con qué alimentación podré sobrevivir?
Mientras estuvo diciendo esto, se levantó violentamente y volvió a caer. Y ya no volvió a levantarse más, quedó muerto.
(Narrado por Gualby Maldonado, Itapaya, 1985, recogido por C.
Maldonado, El zorro de arriba y el conejo de abajo)
11.
El zorro y el sapo
Una vez, el zorro Antonio se encontró con un sapo. El zorro, sobrador, viendo pequeño y débil al sapo, le dijo a éste:
— Compadre sapo, ¿qué te parece si hacemos una
competencia de velocidad?
Y el sapo deteniéndose a pensar por un instante le
contestó:
— De acuerdo compadrito, mañana, a la salida
del sol nos encontramos en este mismo lugar;
pero la distancia que tengamos que recorrer será
de una legua.
Y se despidieron hasta la mañana siguiente. Al
amanecer del día siguiente, tanto el zorro como el
sapo se presentaron bien preparados, prestos a correr.
En cuanto hubo empezado la competencia, el
zorro tomó la ventaja, partiendo como arrebatado por
el viento; el zorro se burlaba de los saltitos del sapo.
— Crees que con esos saltitos ridículos podrás
vencerme a mí que soy tu papá. Así quiso burlarse del sapo.
El sapo, sin hacer caso del zorro, siguió brincando. El zorro, ya a buena distancia, se volvió para mirar al sapo y no lo vio. Así que emprendió nuevamente una veloz carrera; pero en eso, vio al sapo delante
de él, se asustó y empezó a correr a más velocidad.
Sin embargo, cada vez veía al sapo delante de él, lo que
provocaba que el zorro corriese cada vez más rápido.
Ya solo faltaba un paso para acabar la competencia, y ya el zorro se sabía ganador, de modo que se
dio la vuelta para divisar al sapo, y ya no vio al sapo
detrás suyo; sin embargo, cuando estuvo dando el
paso del triunfo, se asustó mucho porque vio que el
sapo ya estaba descansando. Así fue que el zorro perdió la competencia.
¿Y cómo fue que el sapo ganó la competencia?
Resulta que a lo largo del trayecto, se colocaron diez
sapos; y cada vez que el zorro Antonio se volvía a ver
al sapo, era otro el sapo que aparecía delante suyo. De
ese modo fue que los sapos ganaron la carrera al zorro.
(Narrado por Rita Valencia, Tiraque, 1985, recogido por C. Maldonado,
El zorro de arriba y el conejo de abajó)
12.
El zorro y la pulga
Una vez, el zorro, en una de sus muchas andadas,
por poco pisa una pulga. La pulga logró saltar a tiempo; y le dijo al zorro:
— Compadre zorro casi me pisas, pues...
— ¿Qué estás tratando de decirme con eso?... En
vez de decir eso, ¿quisieras competir conmigo en
una carrera?...
— De acuerdo, ¿por qué no?
Y en cuanto empezaba la competencia, la pulga se
ubicó de un salto en la cabeza del zorro. El zorro
empezó a correr con todas sus fuerzas llevando consigo a la pulga. El zorro, sabiéndose vencedor, descansaba de vez en cuando.
Y cuando la competencia estuvo a punto de acabar, la pulga saltó, para ganar la competencia, de la
punta del hocico del zorro. Ahí se acaba.
(Narrado por César Maldonado, recogido por C. Maldonado, El zorro de
arriba y el conejo de abajo)
"chis, chis" al reventar, yo misma he estado bailando en la boca misma del horno diciendo:
"Paqallqo, paqallqo" (siete, siete). De esta misma
forma tú debes hacer.
Y de esta forma como le había indicado la perdiz,
el zorro había comenzado a ponerlo en práctica.
Había encendido un horno él mismo y empezó a
poner dentro a los zorritos, sus crías. Las dejó hasta
que estuvieran reventando como tostados. Y él mismo
había dicho: "Paqallqo, paqallqo", dando vueltas
alrededor del horno. Entonces, sacando sus crías ya
no más habían quedado cocinados, como chicharrón...
Entonces, después de esto, el zorro se enojó hartísimo:
13.
El zorro y la perdiz
Un día la perdiz había estado paseando, conduciendo a sus crías. Y en esto un zorro se acercó. El
zorro había empezado a decirle a la perdiz:
— ¿Por qué, has teñido de color café a tus crías?
¡Ay!, ¡yo también quisiera cambiar el color de las
mías de esa manera!
Entonces la perdiz contestándole dijo:
Yo misma he puesto en el horno a mis crías,
haciéndolas calentar mucho y tostarlas harto.
Luego cuando ya estaban reventando, haciendo
— Ahora va a ver lo que haré con esta perdiz,
Ahora me comeré esta perdiz, la muy viva. Ahora
me la comeré.
Y diciendo esto el zorro había empezado a moler
ají, para comerse a la perdiz. Y al encontrarse a la
perdiz le dijo:
— Ahora te comeré, porque me has matado a mis
crías.
Pero la perdiz contestó:
— A ver, a ver, espérame no más, zorro, cómeme
no más con ají, así soy muy buena comida...
Todavía moleré más ají y así me comerás mejor.
Al estar diciendo así, la perdiz molió más ají, con
sus alas cargó todo el ají seco molido. Y diciendo
"cómeme", la perdiz se puso delante del zorro, y
cuando estaba a punto de ser comida, la perdiz se
echó a volar. Y todo el ají molido que estaba en sus
alas,cayó en los ojos del zorro.
Y el zorro, agarrándose los ojos, se quedó ciego.
Y nadita pudo hacer.
(Mario Peñaranda, comunidad de S. Pedro de Esquiri, Prov. de Linares,
Potosí, recogido por Federico Aguiló.Los cuentos,
La Paz, 1980, pp 217-219)
— Me he escapado de mi dueño, porque me había
estado golpeando mucho. Por largo tiempo estuve
viviendo triste, así que ahora ya me he cansado de
él. Por esto corriendo me he escapado.
— Bueno, pero ya no podrás avanzar más de aquí,
sin que antes no te muerda una de tus orejas - le
dijo el zorro.
— ¿Por qué tendrías que comer mi oreja, pues?
Mira, las gentes cuando matan a sus animales,
precisamente dejan botada la cara, la oreja, y se
comen no más la carne - dijo el burro.
Estas palabras hicieron dudar al zorro:
14.
El burro y el zorro
Hubo una vez un burro que para escaparse de su
dueño comenzó a correr por el cerro. Allí, entrando
por una ladera, ya no podía dar la vuelta:
— ¿Qué haremos ahora, pues? - dijo.
Así, subiendo, subiendo siempre, aquel burro
había encontrado una cueva. Allí dentro estaba el
zorro. Y encontrándose con él, el burro con su carga
ya no podía darse la vuelta en modo alguno.
— ¿Cómo estás, burro? - le dice el zorro-. ¿Por
qué estás de este modo cargado, andando por este
cerro?
— ¡Este burro está diciendo la verdad! -pensando.
Entonces le dijo:
— ¡Bueno, vamos, date la vuelta rápido para que
pueda morderte el lomo!
— Pero para que pueda darme la vuelta, ¡aflójame la carga! ¿Cómo con una carga tan grande podría dar la vuela? Si me cayera no podrías comer
nada.
— Bueno, no te vayas a mover, cuidado con moverte. Voy a aflojar tu carga, para que puedas dar
la vuelta - le dijo el zorro.
Y con sus patas delanteras y traseras debajo de la
panza del burro, desatando tan grande carga, lo
dejó libre.
Entonces, de muy mañudo que era, el burro dijo:
— Sal no más de ahí abajo, voy a dar la vuelta
para que puedas morder mi lomo.
Y estando para dar la vuelta, el burro dio una
fuerte patada ¡Q^aaaaaas! y aquel zorro, cayendo
ladera abajo, llegó al fondo del agua del río... Así el
zorro murió. Después de esto el burro dijo:
— Bueno, finalmente ahora me he liberado de mi
dueño, de la carga y del zorro.
(Pascual Rodríguez, Comunidad Chustuco, Prov. Saavedra, Potosí, recogido por F. Aguiló, Los cuentos. La paz, 1980, pp 227-228)
Reflexión
En todos estos cuentos aparece la lucha entre el
zorro y el conejo y otros animales (burro, sapo, pulga...). En todos ellos el zorro que tiene las de ganar
por ser el más fuerte, pierde y es vencido por el conejo y los demás animalitos. Estos engañan al zorro,
quien cae en la trampa, víctima de su propia avaricia
y voracidad: siempre desea comer, siempre está insatisfecho con lo que ya tiene, siempre desea más. Al
final el zorro sale vencido, herido, quemado, incluso
en algunos cuentos se muere, pero siempre aparece
de nuevo...
Estos cuentos son muy populares en el mundo
andino, sobre todo entre los campesinos. Son escenificación de la lucha de cada día entre el débil y el
fuerte, entre el oprimido y su opresor, entre el pequeño y el grande, entre el pobre y el rico.
El zorro representa la prepotencia del poderoso,
el conejo y los demás animalitos representan el
pobre en su debilidad. No solo son imagen de las di-
ferencias económicas, sino también de las culturales,
políticas, raciales, sexuales... El zorro puede ser el
profesional citadino frente al ignorante, puede representar al conquistador español y al yanqui actual, al
patrón de la hacienda y al banquero, al Fondo Monetario Internacional, a los países ricos del norte que
no perdonan las deudas a los países pobres, al blanco, al criollo, al varón machista... El conejo es el
pueblo sencillo, el indígena, el negro, la mujer, el
campesino, el minero, los habitantes de los suburbios pobres de las grandes ciudades, países pobres
del sur, el tercer mundo, América Latina...
El conejo se libera de la amenaza de muerte por
su astucia, sin presentar batalla directamente, haciendo que el poderoso caiga por su propia avaricia y codicia. El pequeño triunfa por su habilidad, por el
conocimiento de su enemigo. Lo desenmascara, lo
muestra tal como es, al desnudo: no como un dios
todopoderoso sino como un pobre diablo, lleno de
ambición y de egoísmo, incapaz de pensar en los
demás, débil, miedoso, insaciable, cobarde, vulgar,
vulnerable, bajo una apariencia de seguridad y
dominio.
Estos cuentos son una invitación a no resignarse,
a luchar, a confiar en sus propias fuerzas. Muestran
que las cosas pueden cambiar, que al final vence el
pequeño. Pero tampoco caen en un optimismo ingenuo: el zorro aparece siempre de nuevo, bajo diferentes caras, aunque parecía ya vencido y muerto. El
mal existe y la vida será siempre una continua lucha.
Al conquistador español sucedió el criollo, luego el
inglés, luego el yanqui, luego las trasnacionales...
Podemos hacer una lectura religiosa de estos
cuentos, y hacer de ellos nuevas parábolas del reino
de Dios.
La Biblia nos habla de esta continua lucha entre
el poderoso y el débil, entre el opresor y el oprimido.
Es la lucha entre Caín y Abel, entre el faraón de
Egipto y el pueblo de Israel, entre David y Goliat,
entre los imperios de Asiría y Babilonia y el pequeño
reino de Israel, entre Herodes, Pilato, Caifas y Jesús,
entre el imperio romano y los primeros cristianos,
entre el Dragón y la Mujer (Apocalipsis 12).
En el mundo hay pecado, mal, injusticia, que
recae sobre todo, sobre las espaldas de los pobres, los
pequeños, los débiles. Esto es contrario al plan de
Dios, al reino que Jesús nos anuncia. Dios no quiere
esta situación, quiere una comunidad fraterna, donde
reine la solidaridad, la libertad, el compartir; donde
haya pan, enseñanza y salud, vivienda y agua, trabajo, justicia y respeto para todos.
Por eso Dios se pone al lado del pequeño, del
pobre:
— La sangre de Abel clama al cielo (Génesis
4,9-12).
. — Dios libera a su pueblo de la esclavitud de
Egipto (Éxodo 14-15).
— Dios hace que David triunfe sobre Goliat (1
Samuel 17).
— Dios libera al pueblo del exilio (Salmo 126).
— Dios resucita a Jesús de la muerte (Mateo 28).
— Dios hace que los mártires sean semillas de
nuevos cristianos.
— La Mujer vence al Dragón (Apocalipsis 12).
Y Dios no solo se pone de parte del débil, sino
que se identifica con él: lo que se haga a los pobres,
pequeños, enfermos, prisioneros, hambrientos desnudos, es como si se lo hicieran a Jesús (Mateo 25,
31-45).
Estos cuentos son una parábola del reino y una
invitación a no desesperarse y a luchar por un mundo mejor, más justo, sabiendo que el poderoso está
herido de muerte, que la victoria final será de la justicia y que Dios está con nosotros. Es una invitación
a unirnos, a luchar juntos, a formar grupos y comunidades para poder liberarnos del zorro.
La parábola del zorro y el conejo expresa en el
lenguaje andino lo que María canta en el evangelio:
"Dios derriba de su trono a los poderosos y exalta a
los humildes; a los hambrientos colmó de bienes y
despidió a los ricos sin nada" (Lucas 1,52-53).
I. Ceguera
16.
La paloma real
Nasruddin llegó a ser ministro del rey. Un día
mientras paseaba por el palacio vio por primera vez
en su vida un halcón real. Hasta entonces nunca había
visto semejante clase de palomas. De modo que
Nasruddin tomó unas tijeras y cortó con ellas las garras, las alas y el pico del halcón.
— Ahora ya pareces un pájaro como es debido,
dijo. Tu cuidador te ha tenido muy descuidado.
15.
Seis sabios ciegos
Seis sabios de la India que eran ciegos, se encontraron frente a un elefante.
El primero dijo: esto es una pared.
Otro, que tocó la rodilla del animal, aseguró: es
un árbol.
El tercero, tocando la trompa, exclamó: es una
serpiente.
(A. de Mello, El canto d. I pájaro, Santander, 1982, p 20)
Reflexión
En estas dos parábolas aparece el mismo tema.
Para las cosas de Dios, todos somos como ciegos. Necesitamos que él se nos manifieste y comunique. Los fariseos del evangelio son llamados por
Jesús ciegos, guías ciegos, que guían a otros ciegos y
ambos caen en la fosa (Mateo 15,14; 23,16).
El que tocó el colmillo creyó que era una lanza.
Jesús ha venido para revelarnos que Dios es
nuestro Padre, que todos somos hermanos, que nos
hemos de amar unos a otros y construir un mundo
justo y libre (Juan 1,18; 13,34-35). Necesitamos que
Jesús nos cure de nuestra ceguera como hizo con el
ciego de nacimiento (Juan 9).
El sexto, que tocó el rabo del animal dijo que era
una pita o una soga.
Esta parábola también nos enseña que necesitamos unos de otros para conocer, pues siempre teñe-
El otro, al tocar la oreja del elefante dijo: es un
abanico.
mos el peligro de engañarnos viendo solamente un
aspecto.
Esto vale también para la Iglesia. Por esto la
misma Escritura la debemos leer en comunión con
toda la Iglesia, como pueblo de Dios, pues a todos se
dirige la palabra de Dios y el Señor está con su Iglesia hasta el final de los siglos (Mateo 18.19-20;
28,20).
17.
El mono y el pez
campo y los campesinos, proponiéndoles un ideal de
vida que en el fondo no es bueno: es un estilo de
vida que conduce al materialismo, consumismo,
individualismo.
A veces, para evangelizar, creemos que debemos sacar a la gente de su cultura, y en el fondo los
ahogamos. En la primera evangelización de América
Latina muchos misioneros no supieron comprender
las culturas del continente y la evangelización impuso la cultura europea. Hoy en la nueva evangelización, hay que inculturar el evangelio en las culturas, para que todos puedan ser cristianos sin tener
que renunciar a los valores positivos de su propia
cultura.
— ¿Qué estás haciendo?, le pregunté a un mono
cuando le vi sacar un pez del agua y colocarlo en
la rama de un árbol.
— Estoy salvándole de perecer ahogado, me
respondió.
(A. de Mello, El canto del pájaro, Santander, 1982, p 21).
Reflexión
A veces, con buena voluntad, en vez de ayudar a
los otros, les hacemos daño, pues no conocemos lo
que necesitan para vivir y ser felices. A veces los
europeos y norteamericanos creen que su estilo de
vida, su propia cultura, es la mejor para todos. Cuántas veces se intenta promocionar y desarrollar el
48
AC\
IV. ¿Sabemos
quiénes somos?
La vieja águila miraba asombrada hacia arriba.
— ¿Qué es eso?, preguntó a una gallina que estaba junto a ella.
— Es el águila, el rey de las aves, respondió la
gallina. Pero no pienses en ello. Tú y yo somos
diferentes de ella.
De manera que el águila no volvió a pensar en
ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral.
(A. de Mello, El canto del pájaro, Santander, 1982, pp 129-130)
18.
El águila real
Un hombre se encontró un huevo de águila. Se lo
llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral.
El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de
pollos.
Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que
hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piando
y cacareando. Incluso sacudía sus alas y volaba unos
metros por el aire, al igual que los pollos. Después de
todo, ¿no es así como vuelan los pollos?
Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día
divisó muy por encima de ella, en el limpio cielo, a
una magnifica ave que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas doradas.
52
19.
Otra versión del águila real
Un granjero encontró un huevo de águila y lo llevó a su corral de gallinas. El aguilucho creció y vivió
como si fuese una gallina más del corral: escarbaba la
tierra, comía gusanitos, piaba, cacareaba, como una
gallina más...
Un día un ingeniero visitó al granjero, y al ver los
animales de la granja descubrió entre las gallinas al
aguilucho:
— Tienes un águila entre las gallinas, le dijo al
granjero.
— Sí, respondió éste, pero es como si fuese una
gallina, vive como una gallina, come como una
gallina, apenas sabe volar.
53
Entonces el ingeniero dirigiéndose al aguilucho le
dijo:
— Vamos, intenta volar.
La falsa gallina intentó volar, pero solo dio un
pequeño saltito.
—Ves, le dijo el granjero a su amigo ingeniero, no
sabe ni volar. El ingeniero sin desanimarse, le dijo
nuevamente al aguilucho:
— Vamos, intenta de nuevo.
El aguilucho esta vez voló un poco, pero pronto
cayó.
— Te lo he repetido, dijo el granjero a su amigo,
es como una gallina.
Por tercera vez el ingeniero se dirigió al aguilucho
para que volase. Y esta vez, el aguilucho, cobrando
fuerzas, dio un fuerte impulso y voló, voló hasta desaparecer de la vista y dejar para siempre el gallinero.
Reflexión
la sociedad le impone. Llegan a morir engañados, sin
haber sabido cuál era su identidad y su dignidad, sin
haber recuperado la libertad.
La segunda versión, más optimista y esperanzadora, muestra de forma positiva la importancia de
que las personas tengan conciencia de su propia dignidad y vocación, y sean capaces de liberarse de la
esclavitud. De ahí el valor de una educación popular,
conscientizadora y liberadora, de una nueva evangelización, para que todos seamos conscientes de nuestras posibilidades y podamos encontrar la libertad de
personas y cristianos.
Esta parábola actualiza la parábola evangélica
de los talentos (Mateo 25,14-28). Dios se enoja contra el siervo perezoso y flojo que ha enterrado su talento en tierra. O también es una versión nueva de la
parábola de la luz y de la sal (Mateo 5,13-16): la luz
no se puede esconder sino que debe alumbrar toda la
casa; la sal no debe perder su sabor.
En cada situación podemos preguntarnos quién
es hoy el aguilucho encerrado en la jaula, cuál es la
jaula en la que está encerrado, quién es el granjero
que encierra al aguilucho en el corral, quién es el
ingeniero, cuál es el corral, cómo aprender a volar...
etc.
Las dos versiones de esta parábola se prestan a
reflexiones complementarias.
En la primera versión, más dura y triste, el aguilucho representaba a tanta gente que nunca llega a
tener conciencia de su dignidad (humana, personal,
profesional, cristiana...), pues vive bajo la jaula que
54
55
20.
cuperó de su enfermedad, tomó la determinación de
averiguar quién era.
¿Quién soy?
(A. de Mello, La oración de la rana, 1 Santander, 1988, pp 191-192)
Una mujer estaba agonizando. De pronto tuvo la
sensación de que era llevada al cielo y presentada al
tribunal de Dios.
— ¿Quién eres?, dijo una voz.
— Soy la mujer del alcalde, respondió ella.
— Te he preguntado quién eres, no con quién estás casada.
— Soy la madre de cuatro hijos.
— Te he preguntado quién eres, no cuántos hijos
tienes.
— Soy una maestra de escuela.
— Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión.
Reflexión
Confundimos lo que somos con lo que hacemos;
a veces no nos conocemos a nosotros mismos, solo
conocemos nuestra apariencia exterior, nuestro personaje, pero no nuestro yo más profundo... El
comienzo de toda sabiduría está en conocerse a sí
mismo.
A veces vemos la paja en el ojo del hermano y
no vemos la viga que tenemos en el nuestro (Mateo
7,1-5). Muchas veces huímos de nosotros mismos
porque tenemos miedo de enfrentarnos a nuestra
propia realidad. Aquí también vale la sentencia
evangélica: La verdad nos hace libres (Juan 8,32).
Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no parecía dar una respuesta satisfactoria a
la pregunta quién eres.
— Soy una cristiana.
— Te he preguntado quién eres, no cuál es tu
religión.
— Soy una persona que iba todos los días a la
iglesia y ayudaba a los pobres y necesitados.
— Te he preguntado quién eres, no qué hacías.
Evidentemente no consiguió pasar su examen,
porque fue enviada de nuevo a la tierra. Cuando se re56
57
V. Experiencia
Reflexión
21.
El pequeño pez
en busca del océano
— Usted perdone, le dijo un pez al otro, es usted
más viejo y con más experiencia que yo y probablemente me podrá ayudar. Dígame, ¿dónde
puedo encontrar eso que llaman océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado.
— El océano, respondió el viejo, es donde estás
ahora mismo.
— ¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo
que yo busco es el océano, replicó el joven pez,
totalmente decepcionado, mientras se marchaba
nadando a buscar en otra parte.
(A. de Mello, El canto del pájaro, Santander, 1982, p 26)
A veces buscamos a Dios en otra parte y no nos
damos cuenta que en él estamos, vivimos y nos
movemos (Hechos 17,28). A veces buscamos a Dios
en las nubes y él está en medio de nosotros, en la
naturaleza, en la vida, en la familia, en los demás, en
los pobres (Mateo 25,3-45), en los acontecimientos
de cada día, en los deseos más profundos de nuestro
corazón. A los judíos del tiempo de Jesús, les pasó
algo semejante: tenían al mesías entre ellos y muchos no lo reconocieron. Conocían las señales del
cielo (cuándo hará buen tiempo, cuándo va a llover...) pero no supieron reconocer a Jesús (Mateo
16,1-4).
22.
El explorador
El explorador había regresado junto a los suyos,
que estaban ansiosos por saberlo todo acerca del
Amazonas. Pero, ¿cómo podía él expresar con palabras la sensación que había inundado su corazón
cuando contempló aquellas flores de sobrecogedora
belleza y escuchó los sonidos nocturnos de la selva?
¿Cómo comunicar lo que sintió en su corazón cuando
se dio cuenta del peligro de las fieras o cuando conducía su canoa por las inciertas aguas del río?
Y les dijo: vayan y descúbranlo ustedes mismos.
61
Nada puede sustituir al riesgo y a la experiencia personal. Pero para orientarlos les hizo un mapa del
Amazonas.
Ellos tomaron el mapa y lo colocaron en la alcaldía. Hicieron copias de él para cada uno. Y todo el
que tenía una copia se consideraba un experto en el
Amazonas, pues conocía cada vuelta y cada recodo
del río, su anchura y profundidad, sus rápidos y sus
cascadas.
El explorador se lamentó toda su vida de haber
hecho aquel mapa. Habría sido preferible no haberlo
hecho.
(K. de Mello, Eí canto del pájaro, Santander, 1982, pp 48-49)
Reflexión
Nada puede sustituir a la experiencia. No basta
conocer la fórmula del agua, es necesario haberla bebido. No basta haber visto el fuego para saber lo que
es, es necesario haberse quemado. No basta conocer
las propagandas de la cerveza, hay que haber probado las diferentes marcas... No basta que los mayores
den consejos a los jóvenes, estos tendrán que pasar
por su propia experiencia...
No basta saber que existe Dios, hay que haberlo
experimentado tan cercano y amoroso en la oración
y en la vida. No basta haber leído el evangelio, hay
que ponerlo en práctica (Mateo 7,24-27). No basta
haber sido bautizado y haber entrado oficialmente en
la Iglesia, es necesario seguir a Jesús y tener la
vivencia de la comunidad eclesial.
62
Jesús a aquellos dos discípulos de Juan que, con
una cierta curiosidad, le preguntaban dónde vivía, no
les da una respuesta, solo los invita a que lo sigan:
vengan y lo verán (Juan 1,35). En la vida cristiana lo
importante no es saber muchas cosas, sino vivir
como cristianos, nacer de nuevo. Es lo que dijo Jesús
a Nicodemo, que fue a él de noche con mucha
curiosidad (Juan 3,1-7).
23.
¿Qué quieres ser
cuando seas grande?
Cuando la hermana preguntó a los niños en clase
qué querían ser cuando fuesen mayores, el pequeño
Tommy dijo que quería ser piloto, Elsis respondió que
quería ser médico. Bobby, para satisfacción de la hermana, dijo que quería ser sacerdote. Al fin se levantó
Mary y dijo que quería ser prostituta.
— ¿Qué has dicho Mary? ¿Desearías repetirlo?
— Cuando sea mayor, dijo Mary con ese aspecto
de quien sabe exactamente lo que quiere, seré una
prostituta.
La hermana se quedó viendo visiones. Inmediatamente Mary fue separada del resto de los niños y
enviada al párroco.
Al párroco le habían explicado los hechos a grandes rasgos, pero quería comprobarlo personalmente.
63
Mary, le dijo, dime con tus propias palabras lo que ha
ocurrido.
— Bueno, dijo Mary, un tanto desconcertada por
todo aquello, la hermana me preguntó qué quería
ser cuando fuera mayor, y yo le dije que quería ser
una prostituta.
— ¿Has dicho prostituta? Preguntó el párroco,
recalcando la última palabra.
— Sí.
— Cielos, qué alivio, todos habíamos creído que
habías dicho que querías ser protestante.
(A. de Mello, La oración de la rana, 1, Santander, 1988, pp 100-101)
Reflexión
Para algunos la mayor desgracia es ser de otra
religión, o pasarse a otra confesión cristiana. La fe es
importante, pero mucho más la vida. Dios nos juzgará de nuestra vida, de nuestra caridad, de si hemos
sido coherentes con lo que creíamos y sobre todo si
hemos amado a los demás (Mateo 25,31-45). Nada
hay tan trágico como las guerras religiosas, cuando
todas las religiones prescriben amar y respetar a los
demás.
64
24.
Estación de salvamento
En un determinado lugar de una accidentada costa, donde había frecuentes naufragios, había una pequeña y destartalada estación de salvamento que constaba de una simple cabana y un humilde barco. Pero
las pocas personas que atendían, lo hacían con verdadera dedicación, vigilando constantemente el mar e
internándose en él intrépidamente, sin preocuparse
por su propia seguridad si tenían sospecha de que en
alguna parte había un naufragio. De este modo se salvaron muchas vidas y se hizo famosa la estación.
Y a medida que crecía la fama, creció también el
deseo por parte de los habitantes de las cercanías, de
que se les asociara a ellos a tan excelente labor. Para
lo cual se mostraron generosos a la hora de ofrecer su
tiempo y su dinero, de manera que se amplió la plantilla de socorristas, se compraron nuevos barcos y se
adiestró a nuevas tripulaciones. También la cabana
fue sustituida por un confortable edificio capaz de satisfacer adecuadamente las necesidades de los que
habían sido salvados del mar, y naturalmente como
los naufragios no se producen todos los días, se convirtió en un popular lugar de encuentro, en una
especie de club social.
Con el paso del tiempo la vida social se hizo tan
intensa que se perdió casi todo el interés por el salvamento, aunque todo el mundo ostentaba orgullosamente las insignias con el lema de la estación. Pero de
hecho, cuando alguien era rescatado del mar, siempre
65
podía detectarse el fastidio, porque los náufragos
solían estar sucios y enfermos y ensuciaban la alfombra y los muebles.
Las actividades sociales del club pronto se hicieron tan numerosas y las actividades de salvamento
tan escasas, que en una reunión del club se produjo un
enfrentamiento con algunos de los miembros que insistían en recuperar la finalidad y las actividades originarias. Se procedió a una votación y aquellos alborotadores, que demostraron ser minoría, fueron invitados a abandonar el club y crear otro por su cuenta.
Y esto fue justamente lo que hicieron: crear otra
estación en la misma costa, un poco más allá, en la
que demostraron tal desinterés de sí mismos y tal
valentía que se hicieron famosos por su heroísmo.
Con lo cual creció el número de miembros, se reconstruyó la cabana... y acabó apagándose su idealismo.
En toda la zona se pueden ver todavía hoy una
serie de clubes selectos a lo largo de la costa, cada
uno de los cuales se siente orgulloso, y con razón, de
sus orígenes y de su tradición. Todavía siguen produciéndose naufragios, pero a nadie parece preocuparles
demasiado.
(A. de Mello, La oración de la rana, 1, Santander, 1988, pp 112-113)
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Reflexión
Las mejores intenciones tienen el peligro de corromperse con el tiempo, las mejores iniciativas humanas se degradan si no se renuevan constantemente. Pensemos en lo que sucede en muchos partidos políticos que nacieron para el pueblo y acabaron al servicio de unos pocos. Pensemos en muchas
instituciones de promoción y de ayuda, que acabaron
autoalimentándose a sí mismas.
Lo mismo sucede en los grupos religiosos. Israel
no fue fiel a su misión, como los profetas denunciaron muchas veces. Y en la misma Iglesia muchas
veces Dios envía profetas que recuerden el evangelio
original. Pero los mismos movimientos proféticos
también tienden a degradarse con el tiempo, por esto
necesitan también ellos reformas profundas. Pensemos lo que sucede a muchos movimientos apostólicos de laicos, a comunidades religiosas, a las
CEBs. No basta ser hijos de Abrahán, (Lucas 3,8),
hay que dar frutos de conversión y de vida evangélica. El espíritu de reforma es necesario a todo grupo,
también a la Iglesia. El Espíritu de Jesús nos llama
continuamente a la conversión y a la renovación.
Pero si miramos con detención tanto el texto de
la parábola como la realidad de la historia, veremos
que lo que corrompe los mejores ideales es la riqueza. Esta ahoga la semilla de la palabra (Mateo
13,22). Jesús habló muy claramente del peligro de
lasriquezasy dijo que era más fácil que un camello
pasara por el ojo de una aguja, que unricose salvara
(Mateo 19,23-26). Pero esta frase parece haber preocupado más a los camellos que a los ricos...
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La Iglesia al pasar de Iglesia de catacumbas a
Iglesia oficial, en el siglo IV, perdió vigor. La vida
religiosa al enriquecerse perdió fuerza profética. Por
esto toda renovación comienza con una vuelta a la
pobreza de Jesús, con una opción por los pobres. Es
lo que la Iglesia de América Latina intentó hacer en
Medellín y Puebla.
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VI. Fe y vida
— ¿Qué puede haber en el croar de la rana que
resulte agradable a los oídos de Dios?, fue la displicente respuesta del hermano Bruno. Pero la voz
siguió hablando:
— ¿Por qué crees tú que Dios inventó el sonido?
El hermano Bruno decidió averiguar el porqué. Se
asomó de nuevo a la ventana y ordenó:
— Canta.
25.
La rana
Una noche, mientras se hallaba en oración, el hermano Bruno se vio interrumpido por el croar de una
rana. Pero al ver que todos sus esfuerzos por ignorar
aquel sonido resultaban inútiles, se asomó a la entrada
y gritó:
— ¡Silencio! ¡Estoy rezando!
Y como el hermano Bruno era un santo, su orden
fue obedecida de inmediato: todo ser viviente acalló
su voz para crear un silencio que pudiera favorecer su
oración.
Pero otro sonido vino entonces a perturbar al hermano Bruno: una voz interior que decía:
— Quizás a Dios le agrade tanto el croar de la
rana como el recitado de tus salmos.
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Y el rítmico croar de la rana volvió a llenar el
aire, con el acompañamiento de todas las ranas del
lugar. Y cuando el hermano Bruno prestó atención al
sonido, éste dejó de crisparle, porque descubrió que si
dejaba de resistirse a él, el croar de la rana servía, de
hecho, para enriquecer el silencio de la noche.
Y una vez descubierto esto, el corazón del hermano Bruno se sintió en armonía con el universo, y
por primera vez en su vida comprendió lo que significaba orar.
(A. de Mello, La oración de la rana 1, Santander, 1988, p 3)
Reflexión
A veces queremos orar a Dios, al margen del
mundo, como si para orar tuviésemos que encerrarnos en el silencio y en la soledad de un castillo de
cristal. Toda la creación canta las alabanzas del Señor y nada mejor que asociamos a ella, como hacen
los salmos (Salmo 8).
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En realidad orar consiste más en escuchar que
en hablar: escuchar la naturaleza, escuchar la palabra
de Dios, escuchar el gemido del que sufre. Hay que
dejarse llevar por el Espíritu que clama en nosotros y
llama a Dios Padre (Romanos 8,26-27).
El evangelio nos da consejos para orar bien y
dice que no hemos de creer que cuantas más palabras digamos más seremos escuchados. Nuestro
Padre ya sabe lo que necesitamos antes de que se lo
digamos (Mateo 6,7-8). El modelo de la oración cristiana es el padrenuestro, que es una oración de todos
al Padre (Mateo 6,9-13 y Lucas 11,1-4).
26.
Estoy ahí fuera
Erase una vez una mujer muy devota y llena de
amor a Dios. Acostumbraba ir a la Iglesia todas las
mañanas, y por el camino solían acosarle los niños y
los mendigos, pero ella iba tan absorta en sus devociones, que ni siquiera los veía.
Un buen día, tras haber recorrido el camino acostumbrado, llegó a la Iglesia en el preciso momento en
que iba a comenzar el culto. Empujó la puerta, pero
ésta no se abrió. Volvió a empujar, esta vez con más
fuerza, y comprobó que la puerta estaba cerrada con
llave.
Afligida por no haber podido asistir al culto por
primera vez en muchos años, y no sabiendo qué
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hacer, miró hacia arriba... y justamente allí, frente a
sus ojos, vio una nota clavada en la puerta con un
chinche.
La nota decía: "Estoy ahí fuera".
(A. de Mello, La oración de la rana 1, Santander, 1988, p 30)
Reflexión
Es una versión moderna de la parábola del buen
samaritano (Lucas 10,25-37). El sacerdote y el levita
que por ir al templo dejan de lado al herido en el
camino, no encontrarán a Dios en el templo, mientras
que el buen samaritano encuentra a Dios en el herido.
No encontraremos a Dios en el templo si no sabemos
hallarlo en nuestros hermanos, especialmente en los
más pobres y necesitados. La fe sin obras nada vale
(Santiago 2,14-17). El que no ama no conoce a Dios.
Y si uno cierra su corazón al hermano que pasa necesidad, no puede decir que ame, ni que conozca a
Dios. Quien dice que ama a Dios, pero aborrece a su
hermano, es un mentiroso (1 Juan 4,20).
27.
Dios sin hogar
Erase una vez un bosque en el que los pájaros
cantaban de día y los insectos de noche. Los árboles
crecían, las flores prosperaban y toda clase de criaturas pululaban libremente.
7"*
Todo el que entraba allí, se veía llevado a la soledad que es el hogar de Dios, que habita en el silencio y en la belleza de la naturaleza.
Pero llegó la época moderna, justamente cuando
los hombres vieron la posibilidad de construir rascacielos y destruir en un mes, ríos, bosques y montañas.
Se levantaron templos, edificios para el culto con las
maderas del bosque y con las piedras del subsuelo forestal. Pináculos, agujas, campanarios apuntaban hacia el cielo, y el aire se llenó del sonido de las campanas, de las oraciones, cánticos y exhortaciones.
Y Dios se encontró pronto sin hogar.
(A. de Mello, La oración de la rana 1, Santander, 1988, p 33)
Reflexión
"Los cielos narran la gloria de Dios y el firmamento proclama la obra de sus manos" (Salmo 19).
La creación es templo de Dios. Dios no se deja encerrar en templos materiales (Hechos de los Apóstoles
17,24), menos aún cuando al hacerlos se destruye la
naturaleza, que es obra de sus manos. ¿Sabemos orar
en la naturaleza, en el bosque, en los cerros, en los
valles, en el altiplano, en los ríos y lagos?
28.
El paracaidista
Un día que soplaba un fortísimo viento, saltó un
paracaidista del avión y fue arrastrado a más de cien
millas de su objetivo, con tan mala suerte que su paracaídas quedó enredado en un árbol del que estuvo colgando y pidiendo socorro durante horas, sin saber
siquiera dónde estaba.
Al fin pasó alguien por allí y le preguntó:
— ¿Qué haces subido en ese árbol?
El paracaidista le contó lo ocurrido y luego le preguntó:
— ¿Puedes decirme dónde estoy?
— En un árbol, le respondió el otro.
— Oye, ¡tú debes ser sacerdote...!
— El otro quedó sorprendido:
— Sí, dijo, pero ¿cómo lo has adivinado?
— Porque lo que dices es verdad, pero no sirve
para nada.
(A. de Mello, La oración de la rana 1, Santander, 1988, p 88).
Reflexión
Muchas veces los curas y muchos cristianos,
decimos cosas que son ciertas, pero que nada tienen
que ver con la realidad y con los problemas correctos de la gente. Hay un tipo de fe muy recta pero
poco práctica. La fe, como un árbol, debe dar frutos
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(Mateo 7,15-20). No basta con decir "Señor, Señor",
para entrar en el reino de los cielos (Mateo 7,21),
como tampoco basta recitar el credo. La fe auténtica
tiene que ver con la vida, sobre todo con la atención
a los necesitados (Santiago 1,27).
29.
La inundación
Se hallaba un sacerdote sentado junto a su escritorio preparando un sermón sobre la providencia. De
pronto oyó algo que le pareció una explosión, y a
continuación vio cómo la gente corría enloquecida de
un lado para el otro, y supo que había reventado una
presa, que el río se había desbordado y que la gente
estaba siendo evacuada.
El sacerdote comprobó que el agua había alcanzado ya a la calle en la que él vivía, y tuvo cierta dificultad en evitar dejarse dominar por el pánico. Pero
consiguió decirse a sí mismo: aquí estoy yo, preparando un sermón para la providencia y se me ofrece la
oportunidad de practicar lo que predico. No debo huir
con los demás, sino quedarme aquí y confiar en que la
providencia de Dios me ha de salvar.
Cuando el agua llegaba ya a la altura de su ventana, pasó por allí una barca llena de gente:
— ¡Salte adentro, padre!, le gritaron.
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— No, hijos míos, respondió el sacerdote lleno de
confianza, yo confío en que me salve la providencia de Dios.
El sacerdote subió al tejado y, cuando el agua
llegó hasta allí, pasó otra barca llena de gente que
volvió a animar encarecidamente al sacerdote a que
subiera. Pero él volvió a negarse.
Entonces se encaramó a lo alto del campanario. Y
cuando el agua le llegaba ya a las rodillas, llegó un
agente de policía a rescatarlo en un bote.
Muchas gracias, agente, dijo el sacerdote sonriendo tranquilamente, pero usted ya sabe que yo confío
en Dios, que nunca habrá de defraudarme.
Cuando el sacerdote se ahogó y fue al cielo, lo
primero que hizo fue quejarse ante Dios:
¡Yo confiaba en ti! ¿Por qué no hiciste nada por
salvarme?
Bueno, le dijo Dios, la verdad es que envié tres
botes. ¿No lo recuerdas?
(A. de Mello, La oración de la rana 1, Santander, 1988, pp 129-130)
30.
El elefante loco
Hace mucho tiempo vivía un rey en la India que
tenía un elefante que se volvió loco.
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El animal iba de aldea en aldea destruyendo cuanto encontraba a su paso y ya nadie se atrevía a hacerle
frente, porque pertenecía al rey.
Pero, un día, sucedió que un hombre que era
tenido por asceta y santo decidió abandonar la aldea
en que vivía, a pesar de que todos sus habitantes le
suplicaban que no lo hiciera, porque el elefante había
sido visto en el camino junto a la aldea y atacaba a todos los que pasaban por él.
El hombre se alegró de la ocasión que se le ofrecía para demostrar su sabiduría, porque su padre
espiritual, un sacerdote muy sabio, le había dicho que
tenía que ver a Dios en todo.
"¡Oh, pobres e ignorantes! les dijo: ¡No tienen ni
idea de las cosas espirituales! ¿Nunca les han dicho a
ustedes que debemos ver a Dios en todas las personas
y en todas las cosas y que todos los que así lo hacen
gozarán de la protección de Dios? ¡Déjenme ir! ¡Yo
no le tengo miedo al elefante!".
La gente pensó que aquel hombre no tenía mucha
más idea de las cosas espirituales que el elefante loco.
Pero como sabían que era inútil discutir con un asceta
que se tiene por santo, le dejaron ir.
Y apenas había recorrido unos metros de camino,
se presentó el elefante y arremetió contra él, lo alzó
del suelo por medio de su trompa y lo lanzó contra un
árbol. El hombre se puso a dar alaridos de dolor.
Afortunadamente aparecieron en aquel crítico momento los soldados del rey, que capturaron al elefante
antes de que pudiera acabar con el iluso asceta.
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Pasaron unos cuantos meses hasta que el hombre
se encontró en condiciones de reanudar sus andanzas.
Entonces se fue directamente a ver a su padre espiritual, aquel sacerdote muy sabio, y le dijo: "Lo que me
enseñaste era falso. Me dijiste que viera en todas las
cosas la presencia de Dios. Pues bien, eso fue exactamente lo que hice... ¡y mira lo que me ocurrió!"
Y le dijo el sabio sacerdote: "¡Qué estúpido eres!
¿Por qué no viste a Dios en los habitantes de la aldea
que te previnieron contra el elefante?".
(Adaptación de A. de Mello, La oración de la rana 1,
Santander, 1988, p 222-223)
Reflexión
Dios pide que confiemos en su providencia (Mateo 6,25-34), pero la providencia actúa ordinariamente a través de sus criaturas, de las personas concretas. Es engaño pretender que Dios haga continuamente milagros.
Tanto el sacerdote católico que preparaba su sermón sobre la providencia, como el santón hindú, no
supieron ver a Dios en la gente que les ayudaba y
aconsejaba huir. Esperamos que Dios haga milagros
pero Dios quiere que usemos los medios ordinarios
para solucionar los problemas. A Dios rogando y
con el mazo dando. Hay que pedir buena cosecha,
pero hay que trabajar el campo. Hay que pedir a
Dios salud, pero hay que cuidarla e ir al médico
cuando uno está enfermo.
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Si la humanidad va mal, si hay injusticia, muertes de niños, hambre, no es porque Dios no castigue,
o no se preocupe de sus hijos, sino porque nos ha
dejado a nosotros la responsabilidad en el mundo y
nosotros no la usamos bien... La providencia actúa a
través nuestro. Nosotros debemos ser la providencia
para nuestros hermanos, somos responsables de la
marcha de la sociedad, de la Iglesia, del mundo,
tanto en lo bueno como en lo malo. Al cura del cuento, la providencia de Dios se hizo presente a través
de los tres botes que le pidieron que se salvara. Al
santurrón hindú Dios se le manifestó a través de la
gente de la aldea que le dijo que no saliera, porque el
elefante era peligroso y rondaba el pueblo. Estas dos
parábolas son una versión moderna de la parábola de
los talentos y de las diez vírgenes (Mateo 25,1-30).
31.
El estómago
En cierta ocasión los diversos miembros y órganos del cuerpo estaban muy enfadados con el estómago. Se quejaban de que ellos tenían que buscar el alimento y dárselo al estómago, mientras que éste no
hacía más que devorar el fruto del trabajo de todos
ellos.
De modo que decidieron no darle más alimento al
estómago. Las manos dejaron de llevar el alimento a
la boca, los dientes dejaron de masticar y la garganta
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dejó de tragar. Pensaban que con ello obligarían al
estómago a espabilarse y trabajar por su cuenta.
Pero lo único que consiguieron fue debilitar el
cuerpo, hasta tal punto que todos ellos se vieron en
peligro de muerte. De este modo fueron ellos, en
definitiva, los que aprendieron la lección de que al
ayudarse unos a otros, en realidad trabajaban por su
propio bienestar.
(A. de Mello, La oración de la rana 1, Santander, 1988, p 168)
Reflexión
Esta parábola, se puede aplicar a todo grupo
humano, actualiza la enseñanza paulina de la Iglesia
como cuerpo de Cristo. Todos formamos el mismo
cuerpo, todos poseemos el mismo espíritu, todos
hemos recibido el mismo bautismo (1 Corintios 12).
Pero en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia,
hay diversos miembros, como en el cuerpo humano.
Nadie puede decir que no necesita del otro, todos
colaboramos al bienestar del cuerpo. Los diversos
dones, servicios o carismas de la Iglesia, se ordenan
al bien de la comunidad. Hay dirigentes, hay profetas, hay catequistas, hay doctores, hay maestros,
pero todos formamos el mismo cuerpo.
Lo mismo sucede en las comunidades de base:
hay animadores, hay encargados de liturgia, de la
formación, de lo social, de las relaciones con otras
comunidades... Cada uno tiene su función, todas son
necesarias.
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Lo más importante es la caridad que debe unir a
todos los miembros del cuerpo (1 Corintios 13).
32.
Prefiero llorar
Un hombre entró a una iglesia a rezar y se encontró a otro hombre junto al altar de san Francisco llorando amargamente:
pesada responsabilidad, pero en el fondo les encanta
el tener poder y prestigio. Muchos lloran el día que
son nombrados en un cargo, pero también lloran el
día que, por edad, salud, o por haber cumplido el
plazo, tienen que abandonarlo.
Esta es una forma nueva de la parábola de los
que aspiran a los primeros puestos en los banquetes
(Lucas 14,7-11) o de aquellos que como los hijos de
Zebedeo, aspiran a ser primeros ministros en el reino
(Mateo 20,20-23). El Señor exhorta a ser los últimos, a hacerse como niños (Mateo 18,1-4), a servir
(Mateo 20,24-27).
— Ay, ay, ay... repetía el infeliz.
Un hombre se le acercó, compasivo, para preguntarle qué le pasaba, por qué lloraba tanto.
— Es que me quieren dar un cargo muy importante, de mucha responsabilidad en la ciudad, respondió aquél, suspirando.
— Pues renuncie al cargo, le aconsejó el recién
llegado.
— ¡Oh no! Prefiero llorar...
Reflexión
Hay personas que se quejan de su suerte, pero en
el fondo no desean cambiarla. Prefieren maldecir la
oscuridad antes que encender una vela. Muchas personas en la sociedad y en la Iglesia se quejan de su
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33.
La puerta
En el pueblo había una casa. Era llamada la Casa
del pueblo. Era antigua y muy bien construida, tenía
una puerta grande y hermosa que daba a la calle, por
donde todo el pueblo pasaba. La casa formaba parte
de la vida del pueblo, gracias a aquella puerta que
unía la casa a la calle, la calle a la casa. Era una plaza
alegre donde la vida del pueblo se desarrollaba, donde
todo se discutía, donde el pueblo se encontraba. La
puerta estaba abierta día y noche. Su umbral estaba
gastado por el paso del tiempo. Mucha gente, todo el
mundo, pasaba por allí.
Un día llegaron al pueblo dos estudiosos. Venían
de fuera, no conocían la casa. Solamente habían oído
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hablar de su belleza y antigüedad. Venían para ver.
Eran doctores que sabían apreciar las cosas antiguas.
Visitaron la casa y se percataron de su gran valor.
Pidieron permiso para quedarse allí a estudiar.
Encontraron una puerta lateral, por allí entraban y
salían para estudiar, pues no querían ser molestados
por el barullo del pueblo que pasaba por la puerta de
enfrente o principal.
El pueblo al entrar a la casa, los veía con grandes
libros y máquinas complicadas. La gente humilde se
les acercaba en silencio, para no molestarlos. Sentía
por ellos gran admiración: ¡Están estudiando la belleza y la historia de nuestra casa. Son doctores!
Los estudios avanzaban y descubrían cosas que el
pueblo no conocía. Rasparon algunas paredes y descubrieron pinturas antiguas que representaban la historia del pueblo, hicieron excavaciones y reconstruyeron
la historia de la casa, hasta ahora desconocida.
El pueblo no conocía el pasado de su vida, ni de
su casa, porque tenía el pasado dentro de él, detrás de
los ojos con los que todos lo miraban...
Por la noche, mezclados con el pueblo, los estudiosos contaban sus descubrimientos. En el pueblo
crecía la admiración hacia la casa y hacia ellos. Les
contaron que personas del exterior habían hablado y
escrito en contra de aquella casa. Ellos habían venido
precisamente para estudiar y defender la casa del
pueblo. Escribían artículos en lengua extranjera, publicados en grandes ciudades que el pueblo no conocía. El pueblo incluso comenzó a conocer los nombres de aquellos malvados que criticaban su casa.
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El tiempo fue pasando, y el pueblo cuando estaba
en la casa se callaba. Una casa tan rica y noble, tan
discutida y comentada en el mundo entero, merecía
respeto. Era diferente de la vida que bullía por la calle. Tenían que respetarla más, no era lugar para charlar y bailar. Algunos ya no entraban por la puerta
principal, preferían el silencio de la puerta lateral,
donde trabajaban los estudiosos.
Así, poco a poco, la casa del pueblo dejó de ser
del pueblo. Todo el pueblo prefirió la casa de los doctores. Allí recibía un libro, que era como una guía,
donde se explicaban las maravillas de la casa. El pueblo se convenció de que era un ignorante. Los doctores sí conocían las cosas del pueblo, mejor que el
pueblo mismo.
Poco a poco la puerta de enfrente cayó en olvido
y una tempestad de viento la cerró, pero nadie se dio
cuenta. Solo quedó una estrecha rendija. Creció la
maleza y las hierbas cubrieron la entrada por falta de
paso. El aspecto de la calle cambió, se convirtió en
una calle triste y desierta, un callejón sin salida, sin
los encuentros populares. El pueblo entraba en la casa
por la puerta lateral y miraba extasiado tanta riqueza
que no conocía. La casa se volvió oscura por falta de
luz que llegaba por la calle. Lo suplieron con lámparas y velas, pero la luz artificial modificaba los colores.
El tiempo fue pasando. Disminuyó el flujo del
pueblo que visitaba la casa por la puerta lateral de los
doctores. Solo el pueblo más culto continuaba frecuentando la casa, se reunía y discutía sobre la casa
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con ilustres visitantes extranjeros. El pueblo sufrido,
en cambio, pasaba por la calle desierta, no se interesaba por las cosas antiguas, ni por las discusiones de los
doctores. Vivía su vida, pero parecía que le faltaba algo y no sabía qué.
Los doctores continuaban sus estudios y descubrimientos, fundaron una escuela para educar a los
niños en la historia del pasado. Pero uno de los doctores comenzó a notar la falta creciente de interés en la
gente, la misma vida del pueblo era menos alegre,
más individualista, sin encuentros o con encuentros
programados que no conseguían unir al pueblo. Algo
fallaba y se interrogaba por qué el pueblo no acudía a
ellos, cuando ellos descubrían y defendían las cosas
de la casa para el pueblo. En cambio, el otro doctor ni
se dio cuenta de ello, pues estaba absorto en sus investigaciones. Por el contrario se quejaba de las distracciones y superficialidad de su colega, exigiéndole
mayor rigor en su estudio acerca del pasado y menor
atención al pueblo de la calle.
Cierta noche, un viejo mendigo, sin casa, en busca de abrigo, a través de los matorrales, encontró la
rendija y por ella entró en la casa. Volvió a la noche
siguiente, con otros mendigos. De tanto pasar, la maleza se secó, apareció un caminito y un día todos los
mendigos empujando, abrieron la puerta de nuevo. La
casa se iluminó y el pueblo se alegró mucho.
El descubrimiento corrió de boca en boca de la
gente humilde. Al final todo el pueblo se enteró.
Cuando por la mañana el reloj marcaba la hora de
abrir la puerta lateral, los encargados de la limpieza se
encontraron que dentro de la casa ya había gente que
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reía y no había pagado para entrar. Se sentían de nuevo en su casa, en la Casa del pueblo.
El hecho llegó a los doctores. Uno de ellos dijo:
¿Cómo es posible tanta ignorancia? Van a profanar
nuestra casa, después de tantos años de esfuerzos. El
otro le contestó: ¡La casa no es tuya!
Este, al anochecer, se ocultó en un rincón de la
casa y vio al pueblo entrar, sin permiso, bailar y cantar. Le gustó tanto esta alegría, que entró en el ruedo y
bailó la noche entera, cosa que hacía mucho tiempo
no hacía. Nunca se había sentido tan feliz.
Descubrió entonces que todo el estudio era para el
pueblo, para que el pueblo se alegrase. El error estaba
en la puerta lateral, que desvió al pueblo de la puerta
principal, separó la casa de la calle y volvió la casa
extraña al pueblo, sombría, y convirtió a la calle en
desierta y triste, en un callejón sin salida.
También él comenzó a entrar en la casa por la
entrada principal, mezclándose con el pueblo, como
uno más del pueblo.
Entrando por la puerta de enfrente, comenzó a
conocer la riqueza y belleza de la casa desde un ángulo nuevo. Comenzó a estudiar sus libros con ojos
nuevos y descubrió cosas que su colega no sospechaba. Enseñaba al pueblo con alegría y crecía en el
pueblo el gusto por la vida. Y se decía: ante el pueblo
sufrido, uno no habla, olvida las ideas del pueblo
culto, se vuelve humilde y comienza a pensar...
Capítulos futuros de esta historia todavía por escribir
87
En el futuro se espera que aparezca la puerta de
enfrente y se abran las dos batientes de par en par y se
devuelva al pueblo lo que es suyo.
Se espera que cambie el aspecto de la calle y que
la luz penetre en la Casa del pueblo.
Se espera que se cierre la puerta lateral, para que
todos, estudiosos y visitantes, junto al pueblo culto y
al pueblo sufrido, puedan saborear la alegría de la
casa de todos.
Se espera que la entrada esté al frente y los estudiosos entren por ella mezclados con el pueblo. Se
espera que haya estudios profundos sobre la belleza
de la casa del pueblo, pero que sean hechos a la luz de
la calle y de la alegría del pueblo.
El único problema está en aquel estudioso que se
enojó pues consideraba la casa como suya. El pueblo
decidió hablarle y decirle: ¡Sin nosotros la casa no
habría surgido, sin nosotros usted no habría nacido!
(Carlos Mesters, Por tras das palabras,
Petrópolis, 1985, pp 13-19, resumen)
Reflexión
La parábola de la puerta describe la historia de
la explicación de la Biblia al pueblo. La Biblia es el
libro donde se narra la historia del pueblo de Dios, a
través del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. No es un libro para estudiosos y sabios,
sino el libro del pueblo, su historia, para que el
pueblo aprenda a vivir hoy de acuerdo a Dios, para
que vea que Dios siempre camina con el pueblo.
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Pero ha habido épocas en la Iglesia en que la Biblia ha sido secuestrada al pueblo, dejada en manos
de unos pocos sabios, porque el pueblo era considerado como ignorante e incapaz de comprender la
Biblia. Parecía que para poder leer la Biblia había
que saber latín, griego, hebreo, alemán y no sé cuántas lenguas más... Para algunos la Biblia era un libro
sospechoso, un libro protestante y parecía que los
buenos católicos no la debían leer, debían contentarse con las explicaciones del catecismo y los sermones del domingo.
Esta situación ha sido triste y ha causado muchos males al pueblo. Alejado de lo que era su casa,
cerrada su puerta, se ha sentido marginado y ha
tenido que ir a otros lugares a encontrar su vida.
Pero los pobres simbolizados por aquellos memdigos de Ja parábola, han entrado de nuevo en su casa, por la puerta principal, han vuelto a la Biblia, a
leerla como su libro, como su historia, como su vida,
como la palabra de Dios que da vida. Es lo que sucede en las comunidades de base, donde el pueblo
comienza de nuevo a leer la palabra de Dios a la luz
de la fe, en la Iglesia, pero desde su propia vida.
No es inútil el trabajo de los sabios, con tal que
lean la Biblia desde el pueblo y con el pueblo, pues
de lo contrario la convierten en un libro de museo,
muerto y para unos pocos investigadores.
Si es verdad que Jesús vino a anunciar el evangelio sobre todo a los pobres (Lucas 3,18), esto se
deberá ver en la práctica. Una señal de ello es que
los pobres puedan tener acceso a la Biblia.
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34.
El accidente
En el centro de la ciudad había una iglesia grande
de ladrillo rojo, ventanales de colores y una alta torre
con un reloj que daba las horas. En la torre había luces intermitentes para que los aviones no chocaran.
Alrededor de la iglesia había calles muy anchas
de gran circulación. Día y noche circulaban movilidades alrededor de la iglesia.
Dentro de la iglesia, en el altar mayor, había un
Cristo, colgado de una cruz de madera negra.
Los domingos la Iglesia se llenaba, pero durante
la semana estaba casi vacía. Solo algunas viejas y
alguna monja iban al templo a rezar o a oír misa.
Un día cualquiera chocaron dos autos frente al
templo. Junto a los coches destrozados se agolpó la
gente con curiosidad. Hubo heridos y sangre, pero
nadie ayudaba a los heridos, nadie llamaba una ambulancia. Los heridos gemían y pedían auxilio. Pero
nadie se movía.
Hasta la iglesia llegaron los gemidos de los accidentados. Desde la cruz el Cristo escuchaba los ayes
de los heridos.
Entonces, al ver que nadie socorría a los accidentados, ante el asombro de dos viejecitas que estaban
en el templo, el Cristo desclavó sus manos y sus pies,
descendió de la cruz, caminó rápidamente por el centro del templo y salió a la calle, al lugar del accidente.
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Los transeúntes se asombraron de ver a un hombre medio desnudo con una corona de espinas, que se
apresuraba al lugar del accidente, detuvo las hemorragias, reanimó a un moribundo dándole respiración
boca a boca, entró en una cabina telefónica para llamar a una ambulancia.
La gente lo reconoció y empezó a exclamar entusiasmada:
— Es Jesús, ¡milagro, milagro!
Pero Jesús les dijo:
— "El único milagro es el amor. De poco sirve
que la gente vaya al templo si no aprende a amar,
sobre todo a los necesitados. Este es mi gran mandamiento".
Y lentamente Jesús se abrió paso por entre la multitud, regresó de nuevo a la iglesia y se subió a la
cruz.
Y cuenta la leyenda que ninguno de aquellos accidentados murió, y desde aquel día la iglesia fue más
visitada y la gente de aquella ciudad fue más solidaria.
(Adaptación de un cuento alemán de Gunter Herburger)
Reflexión
La parábola es clara. Dios siempre escucha el
clamor del que sufre (Éxodo 3,7-12), Jesús se conmueve ante el sufrimiento del pueblo (Marcos 6,34;
8,3).
91
Por otra parte la parábola es una crítica a un
cristianismo que va a la iglesia los domingos, pero
no vive el amor durante la semana. Una religión al
margen de la vida y que no lleva al compromiso, de
poco sirve. Es como una campana que no suena (1
Corintios 13,1).
El gran milagro es el amor. Si amáramos el
mundo cambiaría, disminuiría el sufrimiento y todos
viviríamos más felices. San Pablo nos dice que la
caridad es servicial, es paciente, no se alegra con la
injusticia, busca la verdad, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Corintios 12,4-6).
También el otro hijo, el pobre, estaba desvelado
aquella noche.
"Mi padre se ha equivocado, pensó, porque yo
tengo siete hijos mientras que mi hermano está solo".
Y antes de la aurora salió al campo para correr los linderos para que a su hermano le quedase la mayor
parte de la tierra.
Al salir la aurora los dos hermanos se encontraron.
Les digo que en aquel lugar se levantará la ciudad
de la paz.
(Cuento original del judío holandés Abel Herberg, narrado por Huub
Oosterhuis y que me ha sido trasmitido por Franz Damen).
35.
Reflexión
La herencia
Las herencias suelen ser ocasión de división
entre hermanos y entre toda la familia. Es un momento donde se manifiestan los verdaderos intereses,
los egoísmos, incluso entre familiares. Uno esperaría
que, en el cuento, cada hermano fuera a cambiar los
límites de la finca para engañar al otro y aprovecharse él. Pero no es así.
El cuento es como una parábola de la verdadera
fraternidad, del verdadero amor: buscar el bien del
otro, pensar en los demás, ser desinteresados. Pablo
en su Carta a los romanos resume la vida cristiana
con estas palabras:
"Bendigan a los que los persiguen, bendigan y
no maldigan. Alégrense con los que están alegres,
Un hombre tenía dos hijos, y, al morir, dejó en herencia a cada uno la mitad de sus tierras.
Ahora bien, uno de sus hijos era rico, pero no tenía hijos; el otro era pobre y tenía siete hijos.
Aquella noche el hijo rico no podía conciliar el
sueño pensando: "Mi padre se ha equivocado, porque
yo soy rico y me ha dejado la mitad de su herencia,
mientras que mi hermano es pobre y no tiene suficiente tierra para sus siete hijos".
Y se levantó y antes de que saliese el sol se puso
en camino para cambiar los linderos de la herencia, de
modo que a su hermano le quedase la mayor parte.
92
93
lloren con los que lloran. Vivan en armonía unos con
otros. No busquen las grandezas sino más bien la
humildad. No confíen en su propia sabiduría. No
devuelvan a nadie mal por mal, procuren hacer el
bien delante de todos los hombres. Hagan todo lo
posible, en cuanto de ustedes dependa, para vivir en
paz con todos" (Romanos 12,9-18). Es la doctrina
evangélica del amor fraterno (Juan 13,34), del servicio mutuo (Juan 13,14), es la bienaventuranza anunciada a los que trabajan por la paz (Mateo 5,9).
Desgraciadamente estamos muy lejos de este
ideal. Por todas partes experimentamos egoísmos,
divisiones, guerras, opresiones. Las empresas madereras explotan los bosques de los indígenas y éstos
se quedan sin tierras para poder vivir...
Sin embargo, el ideal cristiano hacia el cual
debemos dirigirnos hacia el amor, la fraternidad, la
solidaridad. En la medida en que nos acerquemos a
él, habrá mayor paz y felicidad en la tierra. Y al
revés...
36.
El puma y el grillo
Un día un grillo y un puma se encontraron en el
bosque. Como ambos eran reyes, empezaron a discutir sobre cuál de los dos vencería, si entre ellos surgiera una guerra.
94
— Tú puedes ser el rey de los animales de cuatro
patas -decía el grillo- pero yo soy el rey de los
insectos.
El puma rugió en tono burlón:
— Tengo pena de ti, señor grillo, eres un rey tan
chiquito que con un solo zarpazo podría hacerte
desaparecer.
El grillo quedó resentido por tan mal trato. Se trepó a la oreja del puma y murmuró:
— Si crees que eres tan fuerte, trae mañana tu
ejército para enfrentarse con el mío. Verás que
vamos a ganar.
El puma no pudo contener la risa frente a tan insulso desafío. Para que el grillo aprendiera se sacudió tan fuertemente que el grillo cayó al suelo.
Al día siguiente llegaron todos los animales del
ejército del puma: osos, perros, jaguares, llamas, vicuñas, toros, ovejas, todos los animales del país.
Al poco rato el grillo apareció solo.
— ¿Dónde está tu ejército? -rugió el puma.
— Da la señal para que empiece la batalla y ya te
darás cuenta, chirrió el grillo.
Se dio la señal y desde los árboles descendieron
inmensas nubes de insectos, tan espesa que cortaron
la luz del sol. Miles de abejas, avispas, hormigas y
otros insectos se pegaron al cuerpo de cada animal,
95
hundiendo sus aguijones en las lenguas, los ojos, los
pellejos. Tan terrible fue el ataque, que ni siquiera el
puma pudo librarse del furor del ejército del grillo.
Si un animal se tragaba un insecto, aparecían mil
para reemplazarlo. La batalla terminó pronto, y el
puma y su ejército se rindieron, completamente derrotados corrieron al río para lavarse y lamerse las heridas.
Así es la vida. Siempre que las criaturas pequeñas
y débiles se reúnen, pueden derrotar a cualquier fuerza sobre la tierra.
(Cuento aymara, recogido por W. E. Cater-M. Mamani P. en Irpa Chico,
La Paz, 1982, p 168)
Reflexión
Este cuento aymara, que se enseña a los niños,
tiene una clara finalidad: hacer ver que la unión hace
la fuerza, aunque los que se unan sean pequeños. Y
al revés, todo reino dividido será vencido, como ya
aparece en el evangelio (Lucas 11,17). Además de la
perspectiva de que el pequeño vence por su astucia,
típica de los cuentos del zorro y del conejo, aquí se
añade la de la unión. Es lo que en muchas manifestaciones se canta: "El pueblo unido jamás será vencido".
Esta es la fuerza del tercer mundo y de todos los
pueblos pobres de la tierra, si se unen de verdad. Por
esto los poderosos temen tanto el aumento de la
población de los pueblos pobres e intentan de todas
formas controlar su natalidad. Es lo mismo que ya
96
hacía el faraón de Egipto cuando los israelitas eran
esclavos en aquel país: el faraón mandó matar a
todos los varones recién nacidos (Éxodo 1,8-22). La
opción por los pobres es, en el fondo, la opción por
las grandes mayorías de la humanidad.
Vil. Navidad
— ¿Pero esta es hora de molestar? Vuelva otro
día, respondió la dueña de la casa. Ahora estoy
muy ocupada con la cena para una importante
visita.
Poco después, un hombre, sucio de grasa, llamó a
la puerta.
— Señora, mi camión se ha arruinado aquí en la
esquina. ¿Por casualidad no tendría usted una caja
de herramientas que me pueda prestar?
37.
Cuento de navidad
Era la noche de navidad. Un ángel se apareció a
una familia rica y le dijo a la dueña de la casa:
— Te traigo una buena noticia: esta noche el Señor Jesús vendrá a visitar tu casa.
La señora, ocupada como estaba limpiando los
vasos de cristal y los platos de porcelana, se irritó
mucho:
— ¿Usted piensa que mi casa es un taller mecánico? ¿Dónde se ha visto importunar a la gente así?
Por favor, no ensucie mi entrada con esos pies
inmundos.
La señora quedó entusiasmada. Nunca había creído posible que en su casa sucediese este milagro. Trató de preparar una cena excelente para recibir a Jesús.
Encargó pollos, conservas y vinos importados.
De repente sonó el timbre. Era una mujer mal
vestida, de rostro sufrido, con el vientre hinchado por
un embarazo muy adelantado.
La anfitriona siguió preparando la cena: abrió
latas de caviar, puso la champaña en el refrigerador,
escogió de la bodega los mejores vinos, preparó unos
coctelitos.
Mientras tanto alguien afuera batió las palmas.
Será que ahora llega Jesús, pensó ella emocionada, y
con el corazón acelerado fue a abrir la puerta. Pero no
era Jesús. Era un niño harapiento de la calle.
— Señora, ¿no tendría algún trabajo para darme?
Estoy embarazada y tengo mucha necesidad del
trabajo.
— Señora, déme un plato de comida.
— ¿Cómo te voy a dar comida si todavía no
hemos cenado?
100
101
Vuelve mañana, porque esta noche estoy muy
atareada.
Al final, la cena estaba ya lista. Toda la familia
emocionada esperaba la ilustre visita. Sin embargo,
pasaban las horas y Jesús no aparecía. Cansados de
esperar empezaron a tomar los coctelitos, que al poco
tiempo comenzaron a hacer su efecto en los estómagos vacíos y el sueño hizo olvidar los pollos y los platos preparados.
A la mañana siguiente, al despertar, la señora se
encontró, con gran espanto, frente a un ángel.
— ¿Un ángel puede mentir? gritó ella. Lo preparé
todo con esmero, aguardé toda la noche y Jesús
no apareció. ¿Por qué me hizo esta broma?
— No fui yo quien mentí, fue usted la que no tuvo
ojos para ver, dijo el ángel. Jesús estuvo aquí tres
veces, en la persona de la mujer embarazada, en la
persona del camionero y en el niño hambriento.
Pero usted no fue capaz de reconocerlo y de acogerlo.
(Frei Betto, A Comunidad de fe.
Catecismo popular, Sao Paulo, 1989, pp 50-52)
102
38.
Caminos...
Son las ocho de la noche, Juan Condón inicia el
viaje de retorno a la ciudad de Cochabamba de donde
sale todos los días en busca de trabajo. Hoy estuvo en
Quillacollo y tampoco encontró ocupación.
Da los primeros diez pasos y las primeras gotas
de lluvia se estrellan en el asfalto de la carretera hacia
la ciudad del valle; no avanza ni una cuadra y la torrencial lluvia le obliga a buscar refugio en una de las
tantas paradas de buses y microbuses que pasan veloces inundados de luz y de gente; no puede viajar en
uno de ellos, pues no tiene ni un solo centavo; entre el
ensordecedor ruido y las luces que rompen la oscura
noche, distingue la extensa carretera que está pronta a
tragarse a quienes siguen su ruta.
La imagen del camino, brillante de agua y las
luces dispersas, le traen a la memoria otro camino
asfaltado, un camino seco bajo un sol radiante y candente que achicharra las plantas de los pies, causa una
torturante sed y quema los ojos con la resolana que es
látigo de fuego; y el viaje es también una marcha
forzada, solo que son miles los marchantes; es que
Juan Condori es un trabajador minero "relocalizado",
por no decir despedido de su fuente de trabajo, que
junto a su familia se fue a Cochabamba en busca de
mejores días y oportunidades: éstas no llegan y más
bien parecen alejarse más.
Amaina la lluvia y reinicia la caminata, desea llegar a la precaria vivienda que le prestaron en Cocha103
bamba, donde le espera la familia. Antonia, su esposa,
y sus cinco hijos; la hija mayor, con apenas 16 años,
es su mayor preocupación, ella debería estar estudiando igual que los demás, pero... nuevamente piensa en
el camino Oruro-La Paz y su mente le introduce en
aquella marcha, en ella caminaban por defender sus
derechos y el de todos los bolivianos, recuerda que se
llamó la "marcha por la vida y la paz", ¿de qué vida
se habla?... ¿Acaso no se están muriendo desde hace
tiempo?...¿De qué paz se habla?... ¡Si sabemos que
mientras haya hambre no existirá paz...!
Está cansado pero sigue caminando, absorto en
sus pensamientos, los vehículos pasan raudos cerca de
él y no le impiden pensar.
— No sé por qué nos pasa esto... antes caminé
largo hasta la mina entre cerros, montañas, ríos y
quebradas... ¡ah!, y luego ese camino caliente y
bajo un sol fuerte... y ese gobierno que no nos deja llegar a La Paz... ahora es de noche, estoy mojado y tengo frío... ¡ah, y esta noche es navidad...!
¿Por qué me pasa esto a mí?... estoy ya envejecido, me siento enfermo, sin trabajo, sin dinero,... y
lo peor... no llevo nada a mi casa.
Y las lágrimas se mezclan con la lluvia que, aunque es débil, sigue cayendo. Se sienta a la vera del
camino a descansar, aún le falta mucho para llegar a
su destino. De alguna casa llegan a sus oídos las alegres melodías de los chutunquis y recién advierte
alguna gente portando regalos, paquetes y aquellas
cosas propias de los "pesebres" y "arbolitos".
104
— Y yo...¡no llevo nada a mi casa...! Segurito que
mis pequeños están esperando sus juguetes como
todos los años... y ni siquiera para un té con pan
tenemos...
El llanto y la tristeza se tornan en rabia y sus meditaciones ahora son imprecaciones.
— ¿Por qué tiene que pasarnos esto?... ¿acaso no
hemos trabajado nunca?... este gobierno verdugo
nos está matando de hambre... ¿acaso somos flojos?... ¿es que la navidad es solo para unos no
más?
También piensa en sus compañeros... en sus excompañeros de trabajo, ¿ellos estarán así?
— Dios mío... ¿por qué estamos sufriendo todo
esto?... ¿por qué mis hijos tienen que padecer
hambre y todo lo demás?... o... ¿es que no existes? ¿Es que todo lo que se dice de Dios es una vil
mentira?... sí... creo que Dios no existe... de si
existiera... no dejaría que mis hijos sufrieran hambre... ni frío... ni miseria... ni delincuencia.... ni
droga... ni... ¡todo es una mentira!
Está cerca de la ciudad, los vehículos pasan con
menos frecuencia, de ida y de venida... ya son las
once de la noche... estará con los suyos casi a las
doce....
— Esta noche es navidad... navidad no debería
haber... ¿acaso hay Dios?... la navidad es para los
105
ricos y los explotadores... la navidad es para los
que tienen plata... Dios es solo para ellos... nosotros los pobres no tenemos Dios... así que no
tenemos navidad... pero ¿qué les diré a mis
hijos...? Ellos no entienden esto... y mi pobre
Antonia que pensaba cocinar algo especial...
¿qué... qué les diré...?
Y las lágrimas nuevamente corren por sus mejillas.
— Ya sé... ahora mismo vendo mi saco... ¡claro!
aquí en esta parada... una de estas comerciantes
me va a comprar... ¡Señora! Señora, ¿no quieres
comprarme este saco? ¡Está nuevecito, señora...!
La pregunta y el afán una y otra vez. Está en otro
lugar donde varias mujeres cargan su mercancía a un
camión. Dejó ya de llover.
— Señora... no quieres comprarte este saco, seño...
No... no caserito... mejor ven... ayúdame a cargar
estos bultos... si no me ha de dejar este carro... apúrate pues, ven a ayudarme...
Hace un esfuerzo por no llorar ni maldecir... y
obedece a la mujer que le pide ayuda; luego de realizado el trabajo, la mujer le ofrece unos billetes y una
pequeña bolsa con algunos panes y quesillos típicos
del valle...
— Gracias caserito... si no fuera por vos... no
habría podido terminar de cargar... gracias y aquí
tienes por tu ayuda.
106
— Gracias a vos... señora... ¡muchas gracias...!
Parte el carro, y Juan se dirige a su casa... está
cerca, ya casi son las doce... llega navidad.
—Por lo menos estos panes ofreceré a mis hijos...
con estos pesos compraremos un poco de azúcar y
té... ¡si me da una rabia...!
Se acerca a la casa que se divisa, pero... todo debería estar oscuro...
— Hay luz... en la casa... mucha luz... además
estoy escuchando música, sí creo que es una fiesta
o... ¿acaso me he equivocado de camino?... no
...no, este es mi camino... sí, este es el barrio...
pero... ¡¡por qué esa música y esa luz!!
Al fin llega a su casa y a su encuentro van sus pequeños hijos y los vecinos, sí, son los vecinos más
cercanos.
— Don Juan... dónde se ha perdido, pues... tanto
lo estamos esperando.
— ¿A mí?... para qué será... ¿le ha pasado algo a
mis chicos o a mi Tuca?
— No... no don Juan..., no ha pasado nada... lo
estamos esperando para pasar juntos la navidad...
— Claro, don Juan... juntos pues pasaremos la
navidad... ya somos conocidos, no ve que ya están
más de tres meses aquí.
— Pero... es que yo no tengo nada... bueno... no
me acordé de la navidad... y bueno... he ido a buscar trabajo.
107
— No te preocupes de eso ahora don Juanito... ya
estamos con doña Antonia y tus hijitos... ya están
jugando con los otros chicos del barrio... los del
Camba Soruco también están aquí... ellos son
nuestros otros vecinos... también está el Potoco.
Entran en su habitación donde se encuentra su
esposa, llorando observa el pesebre arreglado por sus
hijos... abraza a su esposo y juntos... muy juntos en
sus almas lloran por ese momento tan doloroso, tan
emocionante.
— Pero... ¡Don Juanito... Doña Tuca...! qué es
pues esto... saldremos afuerita... estaremos todos
juntos, ¡con las guaguas y todo...!
— ¡Ya son las doce...! ¡ha nacido el Niño...!
¡Feliz navidad...!
Feliz navidad... Feliz navidad gritan todos...
retumban los petardos mezclándose con los villancicos alegres y solemnes, festivos y sagrados... es una
tradicional fiesta de navidad.
Juan y su esposa entran nuevamente en su vivienda y tras ellos los vecinos que los abrazan...
— Feliz navidad, don Juan... esta noche es noche
buena... es navidad... todos nacemos de nuevo,
doña Tuca... una nueva vida se inicia... ya verán
que todo se arregla... ¡solo hay que tener fe en el
que acaba de nacer...! Jesusito nos apoyará...
vamos, don Juan... ¡Feliz navidad!
108
Al escuchar "Niño Dios"... Juan mira el pesebre
pensando en la imagen de Jesús niño... pero casualmente... alguien puso en él un gran pan... cual si fuese
el cuerpecito del Redentor.
— Perdón, Dios mío..., perdón Jesús...
— Pero don Juanito, qué te pasa pues...
— Pasa que estoy naciendo de nuevo yo también
... don Carlos... Y amigo Soruco... queridos vecinos... perdón Jesús mío... Dios mío, sí existes...
¡claro que existes...! ¡Existes en el corazón de los
hombres de buena voluntad... en el alma de los
buenos vecinos... vecinos como éstos... gracias,
don Carlos... gracias don Soruco... Dios existe en
el corazón de todos, grandes y chicos... ricos y
pobres .... jóvenes y viejos... que como ustedes
piensan en los demás para compartir lo que
tienen. Perdone que llore, Don Carlos... ese pan
que está en el pesebre ese es el cuerpo del niño
Jesús... ¡¡ese es el pan que nos une, don Soruco!!... ese pan es navidad... es navidad compartida
por todos los de buena voluntad... saben queridos
vecinos... esta noche estaba pensando en unos
caminos... pero... mejor... para qué les cuento, este
es el camino de la vida y de la paz... la unión de
los hombres... y... JESÚS SE REENCARNA EN
EL CAMINO DE NUESTRA LIBERACIÓN...
¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!
(Cuento de Osear Elias Siles, que mereció el primer premio del concurso
de cuento navideño 1986, organizado por la Parroquia del Rosario, Oruro,
y publicado por CISEP como felicitación navideña)
109
Reflexión
Ambos cuentos tienen el mismo mensaje. Navidad no es la fiesta de los regalos y las compras, de
banquetes y grandes gastos, sino la fiesta de los
pobres y los sencillos.
La primera navidad fue la navidad de unos pobres, María y José, que no hallaron lugar en la posada
del pueblo de Belén y tuvieron que ocupar un lugar
deshabitado para que naciera el Niño (Lucas 2,7).
Navidad es la fiesta de los pobres, de los pastores que guardaban el rebaño de noche y a quienes
se anunció en primer lugar la gran noticia de que
había nacido el Salvador en Belén (Lucas 2,8-20).
Navidad es la fiesta de un Dios que se hace
niño, pobre, que entra en nuestro mundo sin poder ni
riqueza, débil, frágil, pequeño, para que nadie se
asuste de él.
Por esto la celebración cristiana de navidad que
cada año recordamos ha de ser la fiesta de la solidaridad, del amor a los pequeños, del compartir, de
comenzar a vivir la vida con ojos de niño, de confiar
en Dios que no olvida a su pueblo.
Convertir la navidad en una fiesta para ricos es
un contrasentido, una blasfemia, es lo más contrario
al espíritu de la primera navidad.
Esta es la lección de los dos cuentos de navidad.
La señora está tan preocupada por recibir a
Jesús, que no lo sabe ver en los pobres y necesitados
que llaman a su puerta: la mujer, el camionero y el
niño.
En cambio los vecinos de Juan, el minero relocalizado, saben acogerlo, ayudarlo y festejar compartiendo desde su pobreza. El pan que ocupa el
lugar del Niño en el pesebre, es un símbolo de que
donde no se comparte el pan no está el Señor y al
revés, donde se comparte allí está Jesús.
Si siempre es verdad que Jesús está en los
pobres (Mateo 25,31-45), esto debe manifestarse
mucho más en navidad.
Entonces navidad será la fiesta del amor y de la
alegría verdadera. Entonces se comprenderá lo que
dice la primera lectura de la noche de navidad.
"El pueblo que camina >a en tinieblas,
vio una luz.
Sobre los que vivían entre sombras
brilló una gran luz.
Porque un niño nos ha nacido,
un hijo se nos ha dado" (Isaías 9,ls).
En cambio navidad es mala noticia para los que
como Herodes, solo buscan su propia riqueza y se
turban ante el nacimiento de Jesús (Mateo 2,3). Quizás por esto intentan desfigurar el sentido de la navidad y convertirla en su fiesta...
Navidad es una gran parábola del reino de Dios.
Lo que es este reino, aparece ya en el nacimiento de
Jesús. Por esto navidad es una fiesta conflictiva,
como el mismo Jesús y su reino (Lucas 2,34). Navidad exige una respuesta de parte de cada uno y de
todos...
111
VIII. Niños
39.
Tistú
Una vez en un lugar no muy lejos ni muy cerca de
una pequeña ciudad, había una gran fábrica que hacía
mucho ruido. Desde fuera no se veía lo que hacían
allá dentro, pero era una fábrica de cañones y armas.
El dueño de la fábrica era un señor alto y gordo,
muy bien vestido, con anteojos y zapatos siempre
muy bien lustrados.
Su esposa era blanca y rosada, con unas manos
muy finas, Vivían en una casa al lado de la fábrica.
El matrimonio tenía un hijo, simpático y travieso,
con ojos vivos, que se llamaba Tistú.
Tistú corría de un lado a otro de la casa y tenía un
buen amigo: el viejo jardinero que sabía cuidar plantas y que se llamaba Mostachos, por el poblado bigote
que tenía. Tistú también tenía otro amigo, un caballito
114
del vecino, al que acariciaba y montaba, con el que
hablaba y quien le contestaba con sus relinchos. El
caballito se llamaba Bravo.
Todo iba muy bien hasta que los papas de Tistú
decidieron enviarlo a la escuela del lugar. Pero Tistú
no atendía en clase, estaba triste, bostezaba, se aburría, no aprendía nada de los libros. El maestro le dijo
a su padre que Tistú era un muchacho diferente de los
demás, que no podría ir a la escuela, que buscara para
él otro tipo de educación. El papá, resignado, comenzó por confiar a Mostachos la educación de su hijo :
que Mostachos le enseñe a cuidar plantas.
Mostachos le enseñaba a plantar semillas en varias macetas y almacigos, Pero una vez que se encontraba sembrando Mostachos se volvió y miró, todas
las semillas habían florecido ya. Mostachos asombrado, pidió a Tistú que le enseñe sus manos: Tistú tenía
Jos dos dedos pulgares verdes.
Tistú se asustó, pero Mostachos lo tranquilizó: sus
dedos poseían una cualidad maravillosa, la de hacer
crecer las semillas rápidamente. Por todas partes hay
semillas que no llegan a crecer, que mueren porque
nadie las hace crecer. Pero si unos dedos pulgares
verdes las tocan, éstas crecen y dan flores rápidamente.
Tistú quedó sorprendido, no dijo nada a nadie.
Solo se lo contó a su amigo el caballito Bravo, quien
dio un relincho de alegría.
Otro día su padre le pidió al encargado de la fábrica que le enseñase la ciudad a Tistú. El encargado que
se llamaba don Trueno, lo llevó a conocer las plazas,
el mercado, la estación de trenes, la terminal de trans115
portes, la cárcel, un edificio grande, oscuro y triste,
lleno de rejas en las ventanas. A Tistú le impresionó
el pensar que en la cárcel había gente que vivía allá
encerrada por años, y no comprendía por qué no les
dejaban salir fuera. Las explicaciones del señor Trueno no le convencían y regresa triste a casa. Por la
noche no puede dormir pensando en los presos. "Si al
menos tuviesen flores, -se dijo-, serían más felices".
Decidió en silencio salir de su casa y mientras todos
dormían, se dirigió a la cárcel, con sus pulgares fue
tocando rejas, ventanas, puertas, la garita del guardia
que dormía... Y regresó a su casa, contento, a dormir
de nuevo.
Al día siguiente, cuando su mamá lo despertó, todos hablan de lo sucedido durante la noche: la cárcel
está llena de flores: kantutas, gladiolos, geranios,
dalias, jazmines... Tistú no dijo nada, solamente Mostachos le guiñó el ojo y el caballito relinchó contento.
Otro día su papá le pidió al doctor Curalotodo que
le diera una lección sobre salud y enfermedades.
El doctor lo llevó al hospital. En una habitación
había una niña enferma desde hacía mucho tiempo.
La habitación era blanca. La niña estaba pálida y no
podía andar. Tistú pensó que si la niña tuviese alguna
ilusión, caminaría. Disimuladamente apretó sus pulgares sobre su cama y sobre la ventana. Al día siguiente en la ventana había un girasol y a los pies de
su cama una linda rosa roja. La niña al despertarse tuvo una gran alegría y deseosa de ver las flores comenzó a caminar. Nadie se explicó el cambio. Solo Mostachos y el caballito Bravo lo comprendieron.
116
Otro día el papá de Tistú le pidió al señor Arcadeé
que condujera a Tistú al zoológico para que aprendiera cosas sobre los diversos animales y sus países
de origen. Tistú quedó admirado de ver tantos animales que no conocía más que de nombre, pero pronto se entristeció al verlos enjaulados y lejos de sus
lugares de origen. Y comienza a apretar sus dedos por
las jaulas de los animales, confiando que habría alguna semilla de sus países de origen. Al día siguiente en
cada jaula amanecieron flores, plantas y árboles de su
propio país: palmeras, cocoteros, quebrachos, molles,
terebintos, sauces llorones, eucaliptus, tajibos, ceibos,
araucarias, pinos, paja brava... Los animales estaban
más contentos.
Pero un día al levantarse Tistú notó que algo pasaba en la casa, todos estaban agitados y nerviosos. Los
mayores tenían caras tristes y hablaban de ofensas, de
ataques y de guerra. El encargado de la fábrica, el
señor Trueno, iba arriba y abajo muy atareado. Estaba
a punto de estallar una guerra. Tistú no sabía lo que
era una guerra, pero su mamá le dijo que era una cosa
mala. Mostachos le dijo que las guerras matan a personas y plantas y que era algo malo.
Tistú fue a ver al encargado de la fábrica para que
le explicase lo de la guerra. El señor Trueno le enseñó
una gran esfera de todo el mundo. Le mostró un puntito en el desierto donde iba a comenzar la guerra
entre países vecinos, por causa del petróleo que había
en el desierto. Cada pueblo quería el petróleo y amenazaba con atacar al otro. "El petróleo es algo muy
precioso, sobre todo para poder hacer guerras", le dijo
el señor Trueno a Tistú.
117
Tistú no entendía nada. Y menos aún entendía el
entusiasmo del señor Trueno cuando le llevó a la fábrica y le enseñó los grandes cañones que fabricaban
para estos países en guerra.
Tistú regresó triste a su casa. Aquella noche fue a
la fábrica y con sus pulgares apretó los bordes de cajas de cañones y de armas ya embaladas y empa-cadas para ser exportadas. Esta operación duró mucho
pues había muchas cajas ya preparadas. Acabó su trabajo al amanecer, cuando ya el señor Trueno entraba
por la otra puerta de la fábrica. Tuvo que esconderse
para que no lo viese.
Aquel día había mucho trabajo en la fábrica, pues
tenían que cargar los cañones en los trenes llegados
especialmente para los dos países en guerra. Fuera del
mucho trabajo, todo normal. Pero al día siguiente
empezaron los problemas : todas las cajas de armas y
cañones estaban llenas de plantas, enredaderas, cactus, ortigas, cardos, heléchos. Cuando los cañones
intentaban disparar disparaban margaritas, patujús,
lirios, bocas de sapo, siemprevivas, retama, pensamientos, gardenias, rayos de sol, ilusión, rosas, kantutas, violetas, dalias...
Al no poder ser enviados los cañones, los países
del desierto decidieron negociar, la guerra había fracasado. Los diarios y la televisión dieron la noticia
en su primera plana informativa. Al día siguiente los
pueblos enemigos firmaron la paz, en medio de jarros
con muchas flores.
El cuento no acaba aquí. Tistú, hablando con sus
padres consiguió que la fábrica se convirtiera en
118
fábrica de maquinaria agrícola, para campo y jardines. La gente poco a poco se hizo menos violenta,
trabajaba la tierra y cultivaba flores, estaba más alegre. Tistú se convirtió en consejero de la nueva fábrica. Pero continúo siendo amigo de Mostachos y del
caballito Bravo...
(Adaptación de un cuento francés)
40.
El vestido del rey
Una vez había un rey que llamó a un famoso sastre para que le hiciera un vestido nuevo.
El sastre, que era muy mañoso, decidió engañar al
rey.
Para ello comenzó haciendo propaganda de que le
iba a hacer al rey un vestido maravilloso, de oro y
piedras preciosas, un vestido fino y sutil, que solo los
muy inteligentes sabrían apreciar, pero que le costaría
al rey muy caro. Este, que era tan rico como vanidoso, decidió no ahorrar nada para que el sastre trabajase en su vestido.
El sastre tardó varias semanas en entregar al rey
su nuevo vestido, y el rey se lo puso para festejar una
gran parada militar con motivo de una gran fiesta
patria. La muchedumbre se apretujaba para ver al rey,
con su nuevo vestido.
119
Llegó el rey con su comitiva, pero su vestido nuevo no existía: ante el asombro de todos, el rey iba
completamente desnudo por la calle, feliz y saludando
a todo el pueblo.
Todos estaban desconcertados, pero como se
había hecho tanta propaganda del nuevo vestido y no
queriendo aparecer como poco inteligentes, ni enojar
al rey, nadie dijo nada y todos aplaudían la gran maravilla del vestido nuevo del rey.
Pero un niño que estaba en primera fila al ver llegar al rey exclamó gritando: "El rey va desnudo".
Muchos lo hicieron callar, pero otros, desde aquel
momento, se atrevieron a decir lo que veían: "El rey
va desnudo".
El cuento acaba aquí. No sabemos cómo acabó el
rey su desfile, ni lo que le sucedió al sastre, ni al niño
por su atrevimiento...
(Cuento oriental, que ha pasado a la tradición de muchos países)
Reflexión
El cuento de Tistú es una parábola de que el
reino de los cielos es de los que se hacen como niños
(Mateo 18,1-4), de los que tienen corazón limpio y
manos puras (Mateo 5,8), de los que luchan por la
paz y hacen el bien a los demás (Mateo 5,9).
Tistú activa las semillas de flores que hay por
todas partes. Hay en el mundo semillas de bondad,
generosidad, de oración, que no vemos, pero que si
se impulsan dan frutos para el reino de Dios.
120
Tistú con su hazaña final de lograr que los cañones dispararan flores y luego se convirtieran en arados y máquinas agrícolas, actualiza la profecía de
Isaías sobre la tierra nueva donde de las armas se
forjarán arados y podaderas (Isaías 2,4). Su conversación con los animales anticipa también este mundo
nuevo donde el lobo y el cordero convivirán, símbolo de una humanidad y una tierra reconciliada (Isaías
11,6-9).
El cuento del vestido del rey está en la misma
línea. Los limpios de corazón, como los niños, son
los únicos que son capaces de ver la realidad y de
decir lo que ven. Todos veían que el rey iba desnudo,
pero la complicidad con el sistema, el miedo a hacer
el ridículo o a las represalias del rey, les impide decir
la verdad.
También cuando Jesús entró triunfante en Jerusalén, hubo gente de los sacerdotes y fariseos que
TnaTiíici'íüTi a \os Tiiños que ntttasen, peto Jesús los
defendió y les recordó el salmo 8: "De los pequeños y
de los que todavía maman, tú sacas alabanzas" (Mateo 21,15-16) y, según Lucas, añadió que si los niños
callaban hasta las piedras gritarían (Lucas 19,40).
El joven Daniel, es el único que se atreve a decir
que Susana es inocente y no debe ser condenada a
muerte (Daniel 13). Solo unos ojos y un corazón de
niños nos pueden hacer comprender muchas cosas
que los mayores no vemos. Los niños mantienen la
mirada limpia y no contaminada con el orgullo y la
ambición. Ellos desean un mundo sin guerras, sin
mentiras, sin cárceles ni enfermedades, sin tristezas
ni violencia.
121
Por eso, el evangelio es duro con los que los escandalizan, pues sus ángeles están junto al Padre
(Mateo 18,10).
Lo que se dice de los niños se aplica a los pequeños, a los sencillos, a los pobres, a quienes han
sido revelados los misterios del reino, frente a los
ricos y poderosos que con dificultad los entienden.
Jesús exulta de gozo ante esta contestación (Mateo
11,25-27; Lucas 10,21-22).
La verdad nos hace libres (Juan 8,32). La verdad
de nosotros mismos (nuestra propia conciencia), la
verdad de la realidad (que nos llega a través de los
demás, a través del pueblo), la verdad de Dios, que
nos ilumina a través de Jesús y del evangelio, a través de la Iglesia.
IX, Conclusión
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El viento, la nube y el sol fueron sus mejores amigos.
La plantita creció. Creció hasta convertirse en un
hermoso árbol grande y majestuoso; en un frondoso
sabicú de madera casi todo corazón.
¡Pero se sentía tan triste...!
Un árbol necesita de otros árboles a su alrededor.
Para cantar canciones, para enfrentar peligros, para
compartir alegrías, para que la soledad no le haga
cosquillas en la raíces y para otras cosas más.
El joven bosque
Dicen que una vez en lo más escarpado de la sierra, en un claro donde no crecían sino bejucos marrulleros y enredaderas de aguinaldos blancos, llegó
una semilla.
¿Cómo fue a parar allí?
¿Quién la sembró?
Yo no -dijo el viento.
Yo tampoco -dijo la nube.
Y yo menos -dijo el sol.
Nadie era capaz de responder esas preguntas, ni
siquiera la ceiba centenaria que era algo así como la
abuela de cuantos vivían en el monte.
La semilla durmió su largo sueño, bien arropada
con un montoncito de tierra, pequeña estrella apagada. Y una mañana asomó al mundo, poco a poco, con
timidez, la verde carita de felicidad.
124
Yo te ayudaré -dijo el viento.
Yo también -dijo la nube.
Y yo - dijo el sol.
De regiones apartadas, más allá de las cordilleras,
trajo semillas el viento y las plantó.
Con la dulce llovizna de la nube, los brotes verdes
no se hicieron esperar. El sol les regaló el más cálido
de sus abrazos.
Y aquel solitario rincón de la sierra, donde solo
crecían bejucos marrulleros y enredaderas de aguinaldos blancos, surgió alrededor del sabicú de delgada
corteza, un verdadero bosque de guayacanes, majaguas, jagüeyes...
Fuertes y unidos, los árboles se empinaron hacia
lo azul.
(Antonio Orlando Rodríguez, Cuentos de cuando la Habana era chiquita.
La Habana, 1983, pp 89-91).
125
Reflexión
Esta parábola actualiza las parábolas de la semilla, (Mateo 13, 1-43). El origen de la semilla es siempre misterioso, viene de arriba, de otro lado... Es una
imagen de la palabra de Dios que el Señor siembra en
la tierra de personas y pueblos. Esta semilla está en el
corazón antes de que el misionero llegue a un país,
pues Dios ya antes sembró su palabra.
Escuchando al conejo y al zorro, al águila, a los
seis sabios ciegos, a la rana, al minero relocalizado,
al paracaidista perdido, al niño de pulgares verdes,
etc., no podemos quedar indiferentes; se nos exige
respuesta, conversión, compromiso. Las parábolas
son siempre peligrosas.
(De la introducción).
Parábola cubana añade otro matiz: el comunitario. El reino de los cielos es no solo semilla sino
comunidad, y por esto se compara a un banquete, a
una fiesta (Mateo 22,1-14). Dios es como una gran
familia y quiere que formemos comunidad, para
comenzar a pertenecer a su familia.
Al concluir estas parábolas, sería bueno que cada uno las contase a otros, a otras comunidades, a
otros grupos, para que la buena semilla se esparza y
nazca el bosque. Bosque de árboles fuertes que se
empinen hacia el cielo, pero que tengan las raíces
muy hondas en la tierra.
La colección de 40 nuevas parábolas, proceden
del mundo andino, boliviano, asiático, europeo, y
fueron recopiladas por el P. Víctor Codina no para
hacer competencia a las parábolas evangélicas, sino
más bien para que nuestras comunidades, tocadas
por el mensaje evangélico, puedan comprenderlo
mejor y aceptarlo en su vida. La Iglesia es pura irradiación de Cristo en el mundo, pero si los cristianos,
mediante los cuales la Iglesia es conocida, aun proponiendo al mundo preciados valores, no saben irradiar a Dios, "la sal" se vuelve sosa.
127
índice
I.
II.
III.
IV
V.
VI.
VII.
VIII.
IX.
Introducción
El zorro y el conejo
Ceguera
¿Sabemos quiénes somos?
Experiencia
Fe y vida
Navidad
Niños
Conclusión
7
15
45
51
59
69
99
113
123
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SANTAFE DE BOGOTÁ, D.C.
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