LA CUANTIFICACIÓN DE LOS DAÑOS MORALES CAUSADOS POR LAS ADMINISTRACIONES PÚBLICAS GABRIEL DOMÉNECH PASCUAL Universitat de València I. INTRODUCCIÓN Podemos definir los daños morales –o no patrimoniales– como aquellos que implican una reducción de la utilidad que ni el dinero ni otros bienes intercambiables por éste pueden compensar1. La determinación de la compensación que en su caso ha de pagarse a las víctimas de estos daños, también cuando han sido causados por Administraciones públicas, plantea cuando menos dos grandes problemas. El primero es que no resulta en absoluto fácil cuantificarlos, ya que no hay un mercado para los correspondientes bienes dañados que permita asignarles un precio2, un valor aceptable intersubjetivamente. En este sentido hay que entender las afirmaciones del Tribunal Supremo de que el daño moral no admite, por definición, una cuantificación según criterios económicos”, por lo que, “salvo que concurran otras circunstancias que permitan una evaluación distinta, sólo [cabe] acudir a la prudencia para fijar la indemnización”, es decir, atender a la “experiencia del propio Tribunal… sobre el valor del padecimiento humano en las distintas situaciones de la vida”3. Su determinación encierra un “alto componente subjetivo”4, “carece de parámetros o módulos objetivos”5. “Los daños morales escapan por su naturaleza a toda objetivación mensurable, por lo que su cuantificación ha de moverse dentro de una ponderación razonable de las circunstancias del caso, situándose en el plano de la equidad”6. El segundo problema es que la cuantía de la referida compensación es por definición inferior a la del daño moral ocasionado. Este es uno de los casos en los que se excepciona el llamado principio de indemnidad, según el cual la compensación que el responsable civil ha de pagar a la víctima no es ni inferior ni superior, sino exactamente equivalente, al daño que aquél le ha ocasionado a ésta7. En virtud de este principio, la magnitud de la correspondiente indemnización ha de coincidir con la del daño causado; para precisar aquélla “sólo” hay que cuantificar éste. La compensación por daños morales, en cambio, no puede ser calculada mediante ese procedimiento tan “sencillo”. Aquí hace falta recurrir a otros criterios, menos intuitivos que el anterior, que indiquen hasta dónde ha de alcanzar el resarcimiento. 1 2 3 4 5 6 7 Vid., por ejemplo, Fernando GÓMEZ POMAR, “Daño moral”, InDret, 1/2000, p. 1. Siebert D. LINDENBERGH y Peter P. M. VAN KIPPERSLUIS, “Non pecuniary losses”, en Michael FAURE (ed.), Encyclopedia of law and economics. Tort law and economics, Edward Elgar, Cheltenham, 2009, p. 215. STS, 3ª, Secc. 6ª, 5.5.2009 (rec. 10374/2004; RJ 5167; ponente: Luis María Díez-Picazo Giménez). STS, 3ª, Secc. 6ª, 29.3.1999 (rec. 8172/1994, RJ 3783, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate). STS, 3ª, Secc. 6ª, 26.4.1997 (rec. 7888/1992, RJ 4307, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate). STS, 3ª, Secc. 6ª, 28.2.1995 (rec. 1902/1991, RJ 1489, ponente: Manuel Goded Miranda). Vid. Gabriel DOMÉNECH PASCUAL, “Ni más ni menos. El principio de indemnidad y sus excepciones”, Revista Española de Derecho Administrativo, 156, 2012, pp. 59-86. II. JUNTOS Y CON FRECUENCIA REVUELTOS Un mismo evento –por ejemplo, una operación quirúrgica o la prisión preventiva de una persona sospechosa de haber cometido un delito– puede causar daños de diversa índole, patrimoniales y no patrimoniales. En tales circunstancias, muchas veces los Tribunales competentes tratan de cuantificar esos daños por separado, especificando los criterios que han seguido y las operaciones que han realizado para cifrar cada uno de ellos8. Sin embargo, también son relativamente abundantes los casos en que los Tribunales estiman conjuntamente los diversos perjuicios provocados, estableciendo una cantidad alzada para todos en su conjunto9. El primer método es claramente preferible al segundo en aras de la certeza y la prevención de arbitrariedades, desigualdades y litigios, pues proporciona mayor claridad acerca de cómo se han valorado los daños considerados e, implícitamente, acerca de cómo hay que valorar los daños análogos que en el futuro surjan, reduciéndose de esta manera el riesgo de que las justiciables discrepen sobre este punto o de que los órganos jurisdiccionales que han de resolver ulteriormente incurran en inconsistencias. Las Administraciones públicas causan a veces daños patrimoniales que son de muy difícil acreditación y cuantificación. Ante esas dificultades, en ocasiones los Tribunales otorgan una compensación sólo por los daños morales causados, que es dudoso se hayan producido realmente, pero que tienen la “ventaja” de que no necesitan ser probados y, además, pueden ser fijados de manera prácticamente discrecional. Puede servir como ejemplo ilustrativo la jurisprudencia del Tribunal supremo relativa a la responsabilidad del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos por haber denegado ilegalmente la colegiación a varios solicitantes que habían obtenido su correspondiente título de ingeniero por la Universidad de Alicante. Los actores exigían una compensación por diversos conceptos: por el lucro cesante, pues la denegación determinó que durante un tiempo los solicitantes no pudieran ejercer la profesión para la que estaban titulados; por los gastos extraprocesales y procesales derivados de la interposición y sostenimiento de las acciones; por los daños ocasionados a su imagen y carrera profesional; y por los daños morales, en la medida en que la no colegiación había afectado “a la esfera personal de los titulados y sus familias”. Denegadas por la Administración las solicitudes de responsabilidad, la Audiencia Nacional desestimó los subsiguientes recursos contencioso-administrativos, al entender que los actores no habían probado la existencia de los daños alegados, y que los gastos procesales sólo podían ser reclamados en caso de condena en costas, que aquí resultaba improcedente. En casación, el Tribunal Supremo también consideró que los recurrentes no habían logrado probar el lucro cesante derivado de la denegación de la colegiación, pues se habían limitado a valorarlo sin justificación alguna, atendidos simplemente los ingresos medios de un ingeniero de caminos. Ni tampoco habían acreditado los daños extraprocesales y a su imagen y carrera profesional infligidos por la decisión colegial. Los daños morales, en cambio, sí fueron considerados indemnizables por el Tribunal Supremo, en tanto que “inmanentes al peregrinaje 8 9 Vid., por ejemplo, la STS, 3ª, Secc. 6ª, 18.6.2009 (rec. 4730/2007, RJ 6741, ponente: Santiago Martínez-Vares García). Vid., por ejemplo, la STS, 3ª, Secc. 6ª, 28.9.2004 (rec. 61/2004, RJ 5978, ponente: Santiago Martínez-Vares García). 2 procesal y frustración profesional que tuvo que sufrir el recurrente hasta que obtuvo en sede jurisdiccional la satisfacción de su pretensión, que ‘per se’ era conforme a Derecho”10. Nótese, por lo demás, que la compensación establecida por el Tribunal Supremo en tal concepto se fijó en una cantidad alzada, que estaba más o menos en relación directamente proporcional con el periodo durante el cual los solicitantes se habían visto privados ilegalmente de su condición de miembros del Colegio profesional11. No se aplicó, pues, la llamada doctrina de la progresión, a la que más adelante nos referiremos. STS, 3ª, Secc. 4ª 15.7.2011 (rec. 5354/2009) 8.11.2011 (rec. 6281/2009) 8.11.2011 (rec. 6935/2009) 22.12.2011 (rec. 6222/2010) 2.1.2012 (rec. 5367/2010) 17.4.2012 (rec. 975/2010) 24.4.2012 (rec. 6455/2010) 3.5.2012 (rec. 2389/2011) 16.5.2012 (rec. 3600/2011) 22.5.2012 (rec. 4677/2010) 5.6.2012 (rec. 3079/2011) 6.6.2012 (rec. 3713/2011) 11.6.2012 (rec. 4061/2011) 11.7.2012 (rec. 5146/2011) 17.7.2012 (rec. 4066/2011) 20.11.2012 (rec. 3470/2011) III. Periodo ¿? ¿? ¿? 113 días 210 días 443 días 356 días 140 días 656 784 días “poco más de un año” 371 días 172 días 327 días 742 días 665 días Compensación 30.000 € 30.000 € 30.000 € 3.000 € 6.000 € 15.000 € 11.000 € 5.000 € 20.000 € 25.000 € 11.000 € 11.000 € 7.000 € 11.000 € 24.000 € 22.000 € Compensación/día ¿? ¿? ¿? 26,55 € 28,57 € 33,86 € 30,90 € 35,71 € 30,49 € 32,89 € ¿? 29,65 € 40,70 € 33,64 € 32,34 € 33,01 € EL PRINCIPIO DE PLENA INDEMNIDAD O REPARACIÓN INTEGRAL DEL DAÑO MORAL Algunas Sentencias aducen este principio a la hora de fijar la compensación que las Administraciones públicas demandadas deben pagar a las víctimas por haberles causado daños morales12. Debemos reiterar, sin embargo, que esa compensación nunca puede resarcir integralmente el daño moral causado. No se trata de una indemnización en sentido estricto, dado que no permite dejar indemne a las víctimas. Ni el dinero ni otros bienes intercambiables por éste pueden neutralizar la pérdida de utilidad que tales daños encierran. De hecho, es evidente que las compensaciones que nuestros Tribunales suelen fijar para los daños considerados son inferiores a la entidad de los mismos. En realidad, cuando el 10 11 12 STS, 3ª, Secc. 4ª, 15.7.2011 (rec. 5354/2009, RJ 6536, ponente: Enrique Lecumberri Martí). Vid., también, las SSTS citadas en la tabla del texto. En concreto, del tiempo que medió entre la denegación ilegal y la ulterior colegiación, que en varios casos se produjo con carácter cautelar. Dado que en estas Sentencias no siempre se indica cuáles son las fechas de notificación a los interesados de los acuerdos de denegación y de colegiación cautelar, hemos tomado como referencia para calcular los correspondientes periodos las fechas de adopción de dichos acuerdos. Vid., entre otras, las SSTS, 3ª, Secc. 6ª, 4.2.1999 (rec. 4614/1995, RJ 1614, ponente: Francisco González Navarro); 13.7.2002 (rec. 2524/1998, RJ 7655, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate); 21.10.2004 (rec. 2830/2000, RJ 7337, ponente: Agustín Puente Prieto); 18.9.2009 (rec. 604/2007, RJ 7303, ponente: Juan Carlos Trillo Alonso); 24.11.2009 (rec. 1493/2008, RJ 8084, ponente: Enrique Lecumberri Martí), y 22.11.2010 (rec. 4674/2006, RJ 8620, ponente: Carlos Lesmes Serrano). 3 Tribunal Supremo, por ejemplo, dice que la correspondiente resolución judicial recurrida no ha respetado el principio de reparación integral del daño moral está queriendo decir, probablemente, que la compensación fijada es insuficiente. Lo que no queda en absoluto claro es con arreglo a qué criterio hay que juzgar esa insuficiencia. IV. LA FUNCIÓN DE LA RESPONSABILIDAD DEL ESTADO POR DAÑOS MORALES: LA NECESIDAD DE PREVENIRLOS La responsabilidad del Estado por daños patrimoniales –que son aquellos que sí pueden ser compensados mediante dinero o bienes intercambiables por éste– cumple, mejor o peor, cuando menos una función reparadora o aseguradora: da cobertura a las potenciales víctimas frente al riesgo de sufrirlos, devolviéndoles la utilidad perdida en caso de que realmente los padezcan. Los individuos son normalmente aversos al riesgo y la utilidad marginal que el dinero les reporta es decreciente. Éste tiene para ellos mayor utilidad después de sufrir daños patrimoniales que antes. Cuanto mayor sea la disminución de su patrimonio provocada por el correspondiente accidente, mayor será la necesidad que de dinero tengan. Es por esta razón que les puede salir a cuenta asegurarse, pagando una prima justa, contra el riesgo de padecer dichos perjuicios. Cabe suponer que las personas prefieren transferir dinero desde su situación anterior al accidente a su situación posterior, es decir, que están dispuestas a pagar ahora una suma de dinero igual a 𝑝 · 𝐷 a cambio del derecho a recibir una cantidad de dinero 𝐷 que les compense íntegramente por los daños patrimoniales ocasionados por un accidente cuya probabilidad de ocurrir es 𝑝. La responsabilidad civil del Estado permite asegurar este riesgo. Cabe pensar que los contribuyentes prefieren que sus impuestos se incrementen en 𝑝 · 𝐷 si de esta manera pueden obtener del Estado una indemnización 𝐷 que les resarza por completo de los daños causados por un accidente cuya probabilidad de ocurrir es 𝑝. El Estado, al diseminar entre todos los contribuyentes el coste de este y otros accidentes, puede considerarse como un sujeto prácticamente neutral frente al riesgo, por lo que es capaz de soportarlo más eficientemente que las víctimas. Si la única función de la responsabilidad civil del Estado fuese la de asegurar y reparar daños, carecería de sentido establecerla para los de tipo moral, dado que éstos no pueden ser compensados mediante dinero. En efecto, es razonable transferir dinero desde la situación anterior al accidente a la posterior cuando aquél es más útil –más “necesario”– en este segundo momento que en el primero. Pero los daños morales no incrementan la utilidad marginal del dinero, no aumentan la necesidad que las víctimas tienen de él. Es más, cabe razonablemente pensar que en muchos casos la reducen. No resulta difícil imaginar, por ejemplo, que uno pueda disfrutar más del dinero en compañía de sus seres más queridos que después de perderlos a todos ellos como consecuencia de un accidente. Así las cosas, no parece sensato transferir dinero desde la situación previa a la aparición del daño moral a la posterior, pues el dinero tiene igual o incluso mayor valor allí que aquí. Desde este punto de vista, no da la impresión de que convenga que las víctimas de daños morales causados por el Estado reciban una compensación por los mismos. El haber sufrido un daño tal no aumenta la necesidad del dinero. Éste no tiene mayor valor en el bolsillo de esas víctimas que en el del resto de los contribuyentes. Es más, muchas veces es más valioso en este último lugar. 4 Pero la responsabilidad patrimonial del Estado también puede cumplir otras funciones13, señaladamente la de prevenir daños. Si las Administraciones públicas han de pagar por los que causan, tenderán a tomar medidas de precaución encaminadas a evitarlos, a menos que lo que éstas les cuestan exceda de lo que se ahorran en indemnizaciones al tomarlas. Si no responden de ellos, probablemente adoptarán un nivel de precaución inferior al socialmente óptimo. Además, el hecho de que no se indemnice a las víctimas de ciertos daños provocados por el funcionamiento de los servicios públicos puede inducir a éstas a realizar comportamientos socialmente indeseables14, tales como adoptar niveles de precaución ineficientes o no llevar a cabo actividades beneficiosas para la comunidad. La responsabilidad civil del Estado previene tales comportamientos. Hay por lo tanto una suerte de conflicto entre las funciones aseguradora y preventiva de la responsabilidad por daños morales. La prevención óptima exige que el causante pague por todos los que haya ocasionado –si era él quien más eficientemente los podía evitar–, mientras que el aseguramiento óptimo requiere que no se compense a las víctimas. A fin de resolver este problema, algunos autores han postulado que la cantidad que el causante debería pagar por los daños morales a fin de prevenirlos no se entregue a los perjudicados, sino al Estado en concepto de multa15. Pero esta solución choca con algunas dificultades prácticas. Una de ellas es que entonces los perjudicados podrían carecer de alicientes suficientes para poner en marcha los procedimientos legalmente previstos con el objeto de hacer pagar a los causantes, lo que a la postre podría provocar que éstos se libraran de pagar. Otra es que si el Estado es el causante de los daños morales, no conviene que la multa que ha de pagar por ellos le sea entregada a él mismo. Parece que la jurisprudencia española ha resuelto este dilema de manera salomónica. Los causantes de daños morales deben pagar a las víctimas una compensación, de la que suele decirse que ha de repararlos integralmente, pero cuya cuantía es por regla general realmente inferior a la entidad de los mismos. Tal vez sea una jurisprudencia razonable, en la medida en que hay otros mecanismos jurídicos –v. gr. las eventuales responsabilidades penal, disciplinaria y política de los causantes– que también incentivan la adopción de medidas de seguridad dirigidas a prevenir daños morales. La cuantía de las compensaciones por daños morales otorgadas en la praxis judicial varía en función de la entidad de éstos, lo cual resulta obviamente razonable, dado que cuanto mayores son tales daños mayor es la necesidad de incentivar su prevención, para lo cual mayor debe ser el coste que soporte el sujeto que los causó a pesar de que podía haberlos prevenido adoptando medidas de precaución eficientes. Nuestros Tribunales utilizan diversos criterios para determinar la gravedad de esos daños, en función de su índole. 13 14 15 Vid., en general, Giuseppe DARI-MATTIACCI, Nuno GAROUPA y Fernando GÓMEZ POMAR, “State Liability”, European Review of Private Law, 4, 2010, pp. 793 y ss. Por ejemplo, la responsabilidad civil del Estado por los daños –morales y patrimoniales– ocasionados por la prisión indebida puede tener un benéfico efecto disuasorio de la actividad criminal. Vid. Vincy FON y Hans-Bernd SCHÄFER, “State liability for Wrongful Conviction: Incentive Effects on Crime Levels”, Journal of Institutional and Theoretical Economics, 163, 2007, pp. 269-284; Gabriel DOMÉNECH PASCUAL y Miguel PUCHADES NAVARRO, “Compensating acquitted pre-trial detainees”, International Review of Law and Economics. Vid., por ejemplo, Steven SHAVELL, Economic Analysis of Accident Law, Harvard University Press, Cambridge, 1987, pp. 233 y 234. 5 V. LA RELEVANCIA DE LOS PRECEDENTES El elevado grado de arbitrio de que los Tribunales disponen para cuantificar las compensaciones por daño no patrimonial es una potencial fuente de inseguridad jurídica, litigiosidad, desigualdades entre las víctimas y desconfianza de los ciudadanos en el sistema judicial. De ahí que el Tribunal Supremo haya tratado de reducirlo hasta cierto punto, desarrollando criterios generales que sirvan de guía para acometer esta tarea. En sus propias palabras, “si bien el daño moral… tiene un alto componente subjetivo, es preciso… ajustarse a determinadas pautas que sirvan de orientación a fin de lograr un trato equitativo en cada caso y evitar desigualdades en la indemnizabilidad del mismo”16. Una manera de autolimitar esa discrecionalidad judicial es atender a las cantidades fijadas en casos análogos17, apartándose de las soluciones establecidas en ellos sólo si el caso que ahora se está considerando presenta singularidades relevantes y sólo si el correspondiente órgano jurisdiccional motiva debidamente la razón por la cual conviene no seguir los precedentes. Así lo ha declarado el Tribunal Supremo en alguna ocasión: “el importe de la indemnización ha de fijarse estimativamente… teniendo en cuenta las cantidades reconocidas en casos análogos”18; “el derecho a la igualdad en la aplicación de la ley, protegido por el artículo 14 de la Constitución, relacionado con el principio de interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos, que consagra el artículo 9.3 de ésta, y en conexión también con el derecho a la tutela judicial efectiva, contemplado por el artículo de la propia Constitución, significa en el ejercicio de la potestad jurisdiccional que un mismo Juez o Tribunal no puede modificar el sentido de sus decisiones adoptadas con anterioridad en casos sustancialmente idénticos, a no ser que se aparte conscientemente de él, ofreciendo una fundamentación suficiente y razonable que motive el cambio de criterio o, en ausencia de tal motivación expresa, resulte patente que la diferencia de trato tiene su justificación en un efectivo cambio de criterio por desprenderse así de la propia resolución judicial o por existir otros elementos de juicio externo que así lo indiquen”19. Sin embargo, una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. En la práctica, el grado de coherencia con sus precedentes que muestra la jurisprudencia del Tribunal Supremo es mejorable, como tendremos ocasión de comprobar. VI. LA RELEVANCIA DE LOS BAREMOS El Anexo del Real Decreto Legislativo 8/2004, de 29 de octubre, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley sobre responsabilidad civil y seguro en la circulación de vehículos a motor, establece un baremo con arreglo al cual los Tribunales deben cuantificar las compensaciones debidas a las víctimas de daños personales y patrimoniales causados no dolosamente por accidentes de circulación. 16 17 18 19 STS 3ª, Secc. 6ª, 26.6.1999 (rec. 2475/1995, RJ 7638, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate). Vid., por ejemplo, la STS, 3ª, Secc. 4ª, 21.1.2009 (rec. 261/2006, RJ 772, ponente: Segundo Menéndez Pérez), en la que, para decidir el caso y cuantificar el daño moral causado a la recurrente por la irregular denegación de expedición del título de “Restaurador”, se invoca la STS, 3ª, Secc. 4ª, 19.2.2008 (rec. 2717/2005, RJ 1241, ponente: Segundo Menéndez Pérez), que había resuelto “un asunto prácticamente idéntico”. STS, 3ª, Secc. 6ª, 4.5.2005 (rec. 1241/2001, RJ 4903, ponente: Enrique Lecumberri Martí). STS, 3ª, Secc. 6ª, 29.5.1999 (rec. 1458/1995, RJ 7259, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate). 6 Los órganos jurisdiccionales de lo contencioso-administrativo han sido proclives a aplicar orientativamente este baremo a casos análogos, de daños de la misma índole que los contemplados en él pero que no habían sido causados por accidentes de circulación20. El Tribunal Supremo ha declarado reiteradamente que estos baremos “tienen una función orientativa y no vinculante”21. Eso significa que el correspondiente órgano jurisdiccional tiene la posibilidad de aplicarlos analógicamente en un caso concreto, lo que le permite aligerar el cumplimiento el deber de motivar la correspondiente sentencia en lo que respecta a la cuantificación del daño. El hecho de que ésta se ajuste al baremo constituye una razón que en principio puede esgrimirse para justificarla. Pero también significa que los Tribunales pueden apartarse del mismo, si consideran que hay buenas razones para ello. En el caso resuelto por la STS, 3ª, Secc. 4ª, 3.12.2012 (rec. 815/2012, RJ 2013, 582, ponente: Ricardo Enríquez Sancho), por ejemplo, la Administración sanitaria había funcionado incorrectamente, al no haber realizado a una paciente ciertas pruebas que hubieran permitido detectar el cáncer que ésta padecía e incrementar hasta un 25% sus probabilidades de supervivencia. El Tribunal de instancia aplicó automáticamente dicho baremo, fijando para el esposo una indemnización de 108.846,51 € y para la hija una de 18.141,08 €. El Tribunal Supremo, sin embargo, consideró que en este caso “la suma fijada por el baremo [resultaba] claramente insuficiente… En casos semejantes esta Sala [venía] reconociendo cantidades que [oscilaban] entre los 500.000 y 600.000 €”. La aplicación orientativa del baremo no excluye la “necesidad de valorar todas las circunstancias que concurren en cada caso para lograr la total indemnidad del daño ocasionado”. Aquí se ponderó especialmente la edad de la fallecida (50 años) y el hecho de que tuviera una menor a su cargo. Curiosamente, sin embargo, el Tribunal Supremo acabó fijando la misma cantidad establecida por el Tribunal de instancia, pues consideró que en aplicación de la teoría de la pérdida de una oportunidad el importe de la indemnización no debía equivaler al daño total producido –como había entendido el Tribunal de instancia–, sino a éste multiplicado por la probabilidad de que la víctima hubiese sobrevivido en el hipotético caso de que el servicio sanitario hubiese funcionado correctamente. En el caso decidido por la STS 3ª, Secc. 6ª, 18.9.2009 (rec. 604/2007, RJ 7303, ponente: Juan Carlos Trillo Alonso), el recurrente había perdido a su mujer y a su hija de nueve meses de edad como consecuencia del impacto de una aeronave militar sobre su vivienda, lo que le había ocasionado, entre otros daños, un grave trastorno de la personalidad. El Tribunal Supremo consideró insuficiente la cantidad de 16.424,55 € que el Consejo de Ministros, en aplicación de los baremos, había fijado por el concepto de daños psicológicos, estableciendo en su lugar una de 80.000 €. Argumentó para ello lo siguiente: “[E]l baremo tiene un simple valor referencial u orientativo que requiere su adaptación al caso concreto. Previsto para determinar la responsabilidad civil derivada de accidentes de circulación de vehículos a motor, mal cabe su aplicación o al menos sin correcciones al caso de autos, en el extremo relativo a la indemnización de las secuelas del recurrente. No se puede dejar de valorar que el fatal desenlace se produce cuando la esposa e hija del recurrente se encontraban en el domicilio familiar y que el siniestro es contemplado por éste cuando estaba trabajando en el campo, quien al acudir de inmediato a comprobar lo ocurrido se encuentra con su casa en parte 20 21 Vid., entre otras, las SSTS, 3ª, 16.12.1994 (rec. 11779/1990, RJ 10047, ponente Benito S. Martínez Sanjuán), STS, 3ª, Secc. 6ª, 4.5.2005 (rec. 1241/2001, RJ 4903, ponente: Enrique Lecumberri Martí). 7 derrumbada y en parte ardiendo, sin señales de su mujer y de su hija. Y es que las circunstancias con las que se presentan los acontecimientos, se revelan como especialmente trágicas, espeluznantes, conmovedoras, y por ello acreedoras de un resarcimiento que, si bien es de muy difícil valoración, lo que está claro es que no se consigue con la aplicación de un baremo previsto para acontecimientos menos dramáticos y en atención a las responsabilidades de las compañías aseguradoras contratantes de seguros de vehículos a motor. Por otro lado, no parece ocioso recordar los estados de ansiedad, de depresión, de inadaptación, de trauma y de neurosis y psicopatía que dictamina la psicóloga… [y que] en todo caso revelan como muy escasa la indemnización reconocida de 16.424,55 euros por las secuelas del recurrente”. VII. DAÑOS CONTINUADOS: ¿PROGRESIÓN O ADAPTACIÓN? La producción de algunos daños de los que se hace responder a las Administraciones públicas se prolonga a lo largo de un determinado periodo tiempo. Así ocurre, por poner varios ejemplos, cuando se priva a alguien de su libertad como consecuencia de su sometimiento a prisión preventiva, cuando se declara el desamparo de sus hijos y se le priva de su compañía o cuando se retrasa indebidamente la resolución de un proceso penal, dilatando así la “pena de banquillo” del acusado. La magnitud del perjuicio causado está entonces en función del tiempo que dura la situación dañosa. Cuanto más se prolonga ésta, mayor es el daño, más disminuye la utilidad de la víctima. Lo que no está claro es si ese daño se incrementa a una tasa creciente, decreciente o constante según pasa el tiempo. En una línea jurisprudencial que se inicia con la STS, 3ª, Secc. 6ª, 20.2.1999 (rec. 6151/1994, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate), el Tribunal Supremo estima que el daño causado por la prisión indebida aumenta a una tasa creciente: “Es lógico que la prolongación en el tiempo de la privación de libertad agrave progresivamente dicho perjuicio, de manera que la fijación de idéntica cantidad por cada día de prisión no parece acertada, ya que no es lo mismo estar en prisión preventiva una semana, un mes o un año, y, en consecuencia, se debe incrementar la indemnización progresivamente en lugar de proporcionalmente, si bien la determinación de cada periodo y el tipo de incremento ha de quedar al prudente arbitrio del juzgador en cada caso atendiendo a” diversas circunstancias. Por esta razón, en esta y otras Sentencias el Tribunal Supremo determina la indemnización multiplicando el número de días de privación de libertad por una cantidad diaria a la que se aplica un factor de corrección, ora quincenal ora mensual. Por ejemplo, en el caso resuelto por dicha STS 20.2.1999, en el que la víctima había permanecido indebidamente 85 días en prisión preventiva, el Alto Tribunal fija discrecionalmente una base diaria de 4.000 pesetas [24,04 €] y un factor de corrección quincenal del 50%. Así las cosas, la compensación asciende a 60.000 pesetas [360,61 €] por la primera quincena; 90.000 pesetas [540,91 €] por la segunda; 135.000 [811,37 €] por la tercera; 202.5000 [12.170,50 €] por la cuarta; 303.750 [1.825,57 €] por la quinta; y 303.720 [1.825,39 €] por los últimos diez días. El cálculo de la compensación efectuado aquí por el Tribunal Supremo se puede expresar matemáticamente con la siguiente ecuación: 𝑞 𝐶 = ∑ 𝑏 · 15 · (1 + 𝑓)𝑡−1 𝑡=1 Donde 𝐶 denota la compensación; 𝑞, el número de quincenas durante las cuales se prolongó la situación dañosa; 𝑏, la base diaria; y 𝑓, el factor de corrección aplicado quincenalmente. 8 No se puede decir que el Tribunal Supremo haya usado consistentemente esta doctrina de la “progresión”. En primer lugar, porque sólo la ha aplicado a determinados tipos de daños continuados, como los derivados de la prisión preventiva y las dilaciones procesales indebidas22, pero no a otros, como los ocasionados por la privación ilícita de la compañía de los hijos23, la denegación ilegal de la inscripción como miembro de un Colegio profesional durante un determinado periodo de tiempo24, o los días de baja provocados por lesiones corporales25, sin explicar las razones por las que estos últimos no son “progresivos”. Y no se adivina la razón que justifique semejante disparidad. Es cierto que no todos los daños continuados presentan las mismas características. Como más adelante veremos, el paso del tiempo puede mitigar hasta cierto punto el sufrimiento derivado de una lesión corporal o de la pérdida de un ser querido, mientras que el daño causado por la privación de la posibilidad de ejercer una profesión tal vez pueda permanecer más o menos constante o incluso agravarse en función de diversas circunstancias, tales como la edad de la víctima, el tipo de actividad de que se trate, su situación profesional previa a la privación, etc.–. Pero, con todo, no da la impresión de que las referidas diferencias jurisprudenciales obedezcan, siquiera implícitamente, a un criterio claro. En segundo lugar, el Tribunal Supremo no siempre utiliza la referida fórmula para cifrar los daños que alguna vez ha considerado progresivos, o revisar la cuantificación de éstos efectuada por los Tribunales de instancia. En ocasiones, fija directamente una cantidad alzada por el periodo que la víctima ha tenido que sufrir la correspondiente situación dañosa26. En otras, se otorga una compensación proporcional al tiempo transcurrido27, o se establece una cantidad alzada proporcional a ese tiempo y una cantidad adicional, también alzada, “por la 22 23 24 25 26 27 Vid. las SSTS, 3ª, Secc. 6ª, 29.3.1999 (rec. 8172/1994, RJ 3783, ponente Jesús Ernesto Peces Morate) y 12.6.1999 (rec. 2039/1995, RJ 7283, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate). Vid. la STS, 3ª, Secc. 4ª, 21.10.2011 (rec. 4161/2009, RJ 2012, 1417, ponente: Enrique Lecumberri Martí). Algún otro órgano jurisdiccional, en cambio, sí que ha aplicado la doctrina de la progresión en estos casos. Vid. el AAP Sevilla, Civil, Secc. 6ª, 30.12.2005 (rec. 5785/2005, RJ 2006, 33880, ponente: Ruperto Molina Vázquez), comentado por Miguel Ángel ROIG DAVISON, “Indemnización por la privación indebida de la compañía de los hijos”, InDret, 2/2006. Vid., entre otras muchas, las SSTS, 3ª, Secc. 4ª, 2.1.2012 (rec. 5367/2010, RJ 4, ponente: Santiago Martínez-Vares García), 22.12.2011 (rec. 6222/2010, RJ 2012, 3003, ponente: Celsa Picó Lorenzo) y 17.4.2012 (rec. 975/2010, RJ 5836, ponente: Antonio Martí García). Vid., a título ilustrativo, la STS, 3ª, Secc. 6ª, 4.5.2005 (rec. 1241/2001, RJ 4903, ponente: Enrique Lecumberri Martí), que en relación con los daños que para un menor se derivaron de los días de baja hospitalaria y no hospitalaria en que tuvo que estar como consecuencia de un grave accidente, establece “una indemnización por este concepto a razón de un precio unitario por día de 7.368 pesetas [44,28 €] durante su estancia hospitalaria y 3.158 pesetas [18,98 €], durante su estancia no hospitalaria”. Vid., por ejemplo, la STS, 3ª, Secc. 6ª, 25.11.2009 (rec. 6998/2005, RJ 8087, ponente: Agustín Puente Prieto). Vid., por ejemplo, la STS, 3ª, Secc. 4ª, 24.11.2010 (rec. 2430/2008, RJ 4526, ponente: Santiago Martínez-Vares García), donde se da por válida la compensación previamente fijada por la Audiencia Nacional, consistente en 3.600 € por cada mes de privación de libertad más 3.000 € adicionales en atención a las “circunstancias que han podido incrementar el daño moral sufrido por el recurrente, tales como la especial gravedad y reproche social que genera el delito que se le imputó –tráfico de drogas–, lo cual provoca un daño moral añadido, y las dificultades para obtener un permiso de residencia un trabajador inmigrante que intenta regularizar su situación con la lacra que supone haber estado en prisión por un delito tan grave”. En ningún momento se alude a la progresión del daño sufrido. 9 progresión” del daño, ahorrándose así las operaciones matemáticas que implica la aplicación de los referidos factores de corrección28. En tercer lugar, el Tribunal Supremo no sigue un criterio claro, uniforme y motivado a la hora de fijar las compensaciones por día y, sobre todo, los factores de corrección pertinentes. Es más, la única tendencia observable –aunque tampoco de manera muy clara– es que los factores aplicados suelen ser tanto mayores cuanto más tiempo dura la situación dañosa. El resultado, paradójicamente, es contradictorio con la motivación de esta jurisprudencia, pues las compensaciones que se otorgan en los distintos casos, cuando las comparamos entre sí, se ajustan aproximadamente a un criterio de proporcionalidad, no de progresividad29. Por último, la premisa de la que parte esta doctrina es muy discutible. No resulta en absoluto evidente que los daños continuados como los causados por la prisión indebida tengan un carácter progresivo. Es más, entra dentro de lo plausible estimar que muchas veces sucede precisamente lo contrario: que la disutilidad o infelicidad que engendra cada día adicional que se prolonga la situación dañosa es ciertamente positiva, pero decreciente, como consecuencia de lo que lo psicólogos llaman la “adaptación hedónica” de las personas afectadas30. En el caso concreto de la privación de libertad, aunque las evidencias todavía no son concluyentes, varios estudios empíricos indican que los presos se adaptan gradualmente a la misma, tras un periodo inicial de ajuste especialmente doloroso. El impacto psicológico negativo que sobre una persona tiene su primer día de cárcel es seguramente muy superior al que tiene el milésimo. Esta tendencia se invertiría sólo en el periodo final de la condena: parece que los presos toleran cada vez peor estos últimos días, probablemente porque la creciente cercanía de su liberación les hace comparar sus circunstancias actuales con los de la vida en libertad que comienzan a anticipar. Además, hay daños derivados de la estancia en prisión, los que se manifiestan en la vida posterior a la misma –los derivados de las dificultades para encontrar un trabajo, para entablar determinadas relaciones personales, el riesgo de padecer determinadas enfermedades, etc.–, cuya magnitud apenas se incrementa a partir de una determinada duración de la privación de libertad31. 28 29 30 31 Vid., por ejemplo, las SSTS, 3ª, Secc. 4ª, 31.5.2010 (rec. 3353/2008, RJ 5444, ponente: Celsa Picó Lorenzo); 3ª, Secc. 6ª, 23.6.2010 (rec. 1640/2006, RJ 5842, ponente: Agustín Puente Prieto), y 3ª, Secc. 4ª, 19.7.2011 (rec. 353/2010, RJ 6652, ponente: Antonio Martí García), relativas a sendos casos de prisión indebida, en las que se da por válida la cuantificación efectuada por el Tribunal de instancia. Como bien advierte ROIG DAVISON (2006, p. 6). Vid. Shane FREDERICK y George LOEWENSTEIN, “Hedonic Adaptation”, en Daniel KANEHMAN, Edward DIENER y Norbert SCHWARZ (eds.), Well-being: The Foundations of Hedonic Psychology, Rusell Sage Foundation, New Yory, 2003, pp. 302-329; Mandeep K. DHAMI, Peter AYTON y George LOEWENSTEIN (2007), “Adaptation to imprisonment. Indigenous or Imported?”, Criminal Justice and Behavior, 34, 2007, pp. 1085-1100. Sobre la relevancia de este fenómeno respecto de la responsabilidad civil por lesiones graves, vid. Samuel R. BAGENSTOS y Margo SCHLANGER, “Hedonic Damages, Hedonic Adaptation, and Disability”, Vanderbilt Law Review, 60, 2007, pp. 745-797; Sean Hannon WILLIAMS, “Self-Altering Injury. The Hidden Harms of Hedonic Adaptation”, Cornell Law Review, 96, 2011, pp. 535-582. Vid. FREDERICK y LOEWENSTEIN (2003, pp. 311 y 312). Sobre la relevancia para el Derecho penal de estos estudios, vid. John BRONSTEEN, Christopher BUCCAFUSCO y Jonathan MASUR, “Happiness and Punishment”, University of Chicago Law Review, 76, 2009, pp. 1037-1081; de los mismos, “Retribution and the Experience of Punishment”, California Law Review, 98, 2010, pp. 1463-1496. 10 VIII. FALLECIMIENTO DE UN FAMILIAR En caso de fallecimiento de un familiar, la jurisprudencia viene a considerar implícitamente que el daño moral está en función de la “cantidad de vida” esperada del fallecido que la víctima ha perdido como consecuencia del accidente. Cuanto mayor es esta cantidad, mayor es el daño moral causado. Por esta razón se tiene en cuenta para hacer el cálculo la edad del fallecido y su estado de salud previo al accidente32. En alguna sentencia se atiende también a la edad del recurrente33, factor que desde luego cabe considerar relevante, en la medida en que la pérdida de un ser querido es probablemente tanto más dolorosa cuanto más prolongado es el periodo de tiempo durante el cual dicho dolor se padece. También se pondera, obviamente, el grado de parentesco existente entre el recurrente y el fallecido, así como, sobre todo, la intensidad real de sus relaciones y recíprocos lazos afectivos. Bien mirado, cabe razonablemente pensar que dicho grado de parentesco funciona en la realidad como un indicio de la referida afección, la cual constituye a su vez un factor presumiblemente determinante de la intensidad del daño. Así, la STS, 3ª, Secc. 6ª, 28.2.1995 (rec. 1902/1991, RJ 1489, ponente: Manuel Goded Miranda), considera razonable una –relativamente modesta– compensación de 1.000.000 pesetas [6.010,12 €] por los daños morales causados a los actores por el fallecimiento de un pariente, toda vez que “el fallecido contaba 67 años de edad”, “los parientes que tienen derecho a la indemnización son sus tres hermanos…, vínculo familiar no tan cercano como el que existe entre padres e hijos; así como que los referidos hermanos no convivían ni tenían a su cuidado” al difunto. El Tribunal señala, asimismo, que ésa era la cantidad solicitada por Ministerio Fiscal en el juicio de faltas a que los hechos habían dado lugar. En el caso enjuiciado por la STS, 3ª, Secc. 4ª, 4.2.1999 (rec. 4614/1995, RJ 1614, ponente: Francisco González Navarro), al hijo de los actores se le había practicado en un campamento de reclutas una exploración mielográfica con el fin de verificar la realidad de la hernia discal que se le había diagnosticado previamente por médicos civiles. La exploración le causó un shock anafiláctico que le provocó su muerte dos días después. Tanto la Audiencia Nacional como el Supremo reconocieron el derecho de los actores a obtener, además de la pensión extraordinaria derivada del fallecimiento en el servicio militar (20.426 pesetas mensuales: 122,76 €), una indemnización complementaria a fin de alcanzar la “plenitud de la reparación” de todos los daños ocasionados, incluidos los morales, que eran los únicos para los que los recurrentes habían solicitado una compensación. Ésta se cifró en 5.000.000 pesetas (30.050,61 €), “atendiendo a la edad del fallecido, 27 años, y su condición de único hijo varón” de los actores [la cursiva es nuestra]. Respecto de esto último, creemos discutible que el sexo del fallecido pueda valorarse por sí mismo a los efectos de fijar una mayor o menor compensación por este concepto. En el caso enjuiciado por la STS, 3ª, Secc. 6ª, 5.2.2000 (rec. 8960/1995, RJ 2171, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate), el hijo del actor había muerto como consecuencia de heridas sufridas en el servicio militar. Para establecer una indemnización de 5.000.0000 pesetas (30.050,61 €), el Tribunal tiene en cuenta especialmente: en primer lugar, que el fallecido era hijo único del actor, y que esta “pérdida comporta ineludiblemente la de la asistencia que en el orden afectivo y material resulta conforme a la naturaleza de la relación paterno filial, que para los progenitores a medida 32 33 Vid., por ejemplo, la STS, 3ª, Secc. 4ª, 7.10.2011 (rec. 6288/2009, RJ 7510, ponente: Antonio Martí García). Por ejemplo, en el caso resuelto por la STS, 3ª, Secc. 6ª, 10.10.2000 (rec. 5078/1997, RJ 7804, ponente: Juan Antonio Xiol Ríos), para fijar la indemnización por los daños patrimoniales y morales causados, se ponderó, entre otras circunstancias, la edad del paciente al tiempo de su fallecimiento y la edad de su viuda. 11 que transcurre el tiempo biológicamente considerado se hace más necesario”; en segundo lugar, el hecho de que el fallecido, antes de incorporarse al servicio militar, “participaba en las tareas agrícolas de su padre”, lo que constituía un “perjuicio que cabe apreciarlo desde la vertiente afectiva y del dolor moral indemnizable económicamente”, aunque no pudiera tenerse en consideración para cuantificar los daños patrimoniales ocasionados, pues en el proceso no se habían concretado “cuáles fueron económicamente los perjuicios irrogados por esa falta de prestación en las labores agrícolas y su trascendencia en el presente y en un futuro racionalmente estimado”; y, en tercer lugar, “la alteración psíquica y trastornos emocionales experimentados por la madre del difunto”. IX. LESIONES Para valorar los daños morales derivados de lesiones permanentes también se tiene en cuenta la edad de la víctima34. Cuanto mayor es su juventud, mayor suele ser la compensación. Las razones subyacentes son probablemente dos: la primera es que cuanto más joven es la víctima, durante más tiempo habrá de sufrir el daño; la segunda es que la intensidad del mismo suele aumentar con la juventud, por cuanto determinadas lesiones implican la pérdida de posibilidades vitales (v. gr. encontrar pareja, acceder a determinados trabajos, tener hijos, etc.) que tienden desvanecerse con el paso del tiempo. Igualmente se pondera la “pérdida de la calidad de vida” que ha supuesto la lesión35, lo que implica una comparación entre la calidad anterior al accidente y la posterior al mismo. En líneas generales, no da la impresión de que la cuantificación de estos daños difiera sustancialmente de la llevada a cabo cuando el causante no es una Administración pública. X. PRIVACIÓN DE LA LIBERTAD El caso típico de responsabilidad civil del Estado por los daños causados al privar indebidamente a una persona de su libertad es el previsto en el artículo 294.1 de la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial (en adelante, LOPJ), donde puede leerse que “tendrán derecho a indemnización quienes, después de haber sufrido prisión preventiva, sean absueltos por inexistencia del hecho imputado o por esta misma causa haya sido dictado auto de sobreseimiento libre, siempre que se le hayan irrogado perjuicios”. Menos frecuentes, pero no inexistentes, son los casos en los que la privación de libertad es fruto de un error judicial –esto es, de una condena errónea– o de otro tipo de funcionamiento anormal de la Administración de justicia36. Por ejemplo, en el asunto enjuiciado por la STS, 3ª, Secc. 3ª, 12.11.2010 (rec. 2801/2006, RJ 8300, ponente: Juan Carlos Trillo Alonso), un preso “con numerosos antecedentes delictivos y un amplio y complejo historial carcelario” había sido puesto en libertad con 314 días de retraso respecto de la fecha debida, como consecuencia de la complejidad de su expediente penitenciario y de la 34 35 36 Vid., por ejemplo, las SSTS, 3ª, Secc. 4ª, 12.11.2010 (rec. 5803/2008, RJ 8291, ponente: Santiago Martínez-Vares García); 25.5.2011 (rec. 5513/2006, RJ 2012, 415, ponente: Segundo Menéndez Pérez); y 30.9.2011 (rec. 3536/2007, RJ 2012, 1034, ponente: Segundo Menéndez Pérez). Vid. la STS, 3ª, Secc. 4ª, 25.5.2011 (rec. 5513/2006, RJ 2012, 415, ponente: Segundo Menéndez Pérez). La STS, 3ª, Secc. 4ª, 12.11.2010 (rec. 5803/2008, RJ 8291, ponente: Santiago MartínezVares García) tiene en cuenta para fijar la indemnización “los antecedentes clínicos de la recurrente”. Ambos casos vienen regulados en los arts. 292 y ss. LOPJ. 12 descoordinación existente entre varios órganos judiciales y administrativos, que debían haber colaborado para liquidar a tiempo la condena y licenciar puntualmente al afectado. El artículo 294.2 LOPJ establece, respecto de los casos de prisión preventiva indebida, que “la cuantía de la indemnización se fijará en función del tiempo de privación de libertad y de las consecuencias personales y familiares que se hayan producido”. Y cabe entender que estos mismos criterios son aplicables a los restantes casos de privación indebida de la libertad. El Tribunal Supremo ha tratado de desarrollar jurisprudencialmente este precepto, estableciendo “pautas que sirvan de orientación a fin de lograr un trato equitativo en cada caso y evitar desigualdades en la indemnizabilidad” de los referidos perjuicios”37. El Tribunal, en primer lugar, ha identificado los diversos daños que puede comportar la prisión indebida: “a cualquiera le supone un grave perjuicio moral el consiguiente desprestigio social y la ruptura con el entorno que la prisión comporta, además de la angustia, ansiedad, inseguridad, inquietud, frustración, fastidio, irritación o temor que suele conllevar”38. A la pauta de la “progresión del daño” ya nos hemos referido. En algunas sentencias, el Supremo ha declarado no sólo que la indemnización ha de aumentar cuanto mayor sea el tiempo que duró la privación indebida de la libertad, sino que ha de hacerlo a una tasa creciente: la indemnización ha de ser progresiva, “dado que la prolongación indebida de la prisión agrava gradualmente el perjuicio”. Nos remitimos a lo que antes comentamos a este respecto. En tercer lugar, el Alto Tribunal ha señalado que son relevantes “las circunstancias de edad, salud, conducta cívica, hechos imputados, antecedentes penales o carcelarios, rehabilitación de la honorabilidad perdida, mayor o menor probabilidad de alcanzar el olvido social del hecho así como la huella que hubiera podido dejar la prisión en la personalidad o conducta del que la hubiese padecido”39. Así, por ejemplo, la STS, 3ª, Secc. 6ª, 26.6.1999 (rec. 2475/1999, RJ 7638, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate) consideró especialmente las siguientes circunstancias para fijar una compensación singularmente elevada –120.916,63 €: la mayor en términos absolutos de la que tenemos noticia respecto de este tipo de casos– por los 401 días durante los cuales el recurrente había sufrido prisión preventiva como sospechoso de un delito de violación: su juventud, su inteligencia disminuida, la estrechez de su entorno social, el estigma que conllevan estos delitos y la grave depresión sufrida y los diversos episodios de autolisis e intentos de suicidio ocurridos durante su estancia en prisión. “Al perjuicio moral, que cualquier ingreso en prisión comporta por el desprestigio social y la ruptura con el entorno además de la angustia y la frustración que conlleva, se añaden en este caso las circunstancias personal del encausado, quien a la sazón contaba veintiún años, apenas sabía leer y escribir, presentaba trastornos del lenguaje, tenía una inteligencia en el límite con la normalidad o disminuida, según el informe psiquiátrico penitenciario, y residía en una población con escaso número de habitantes, donde resulta muy difícil sustraerse a la presión ambiental (no por irracional menos real) derivada de habladurías y actitudes vecinales hostiles, que, cuando el 37 38 39 Vid., entre otras, la STS 3ª, Secc. 6ª, 26.6.1999 (rec. 2475/1995, RJ 7638, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate). Vid., entre otras, las SSTS, 3ª, 6ª, 20.2.1999 (rec. 6151/1994, Jesús Ernesto Peces Morate); 26.6.1999 (rec. 2475/1995, RJ 7638, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate). Vid., entre otras, las SSTS, 3ª, 6ª, 20.2.1999 (rec. 6151/1994, Jesús Ernesto Peces Morate); 26.6.1999 (rec. 2475/1995, RJ 7638, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate). 13 encarcelamiento se ha producido por un hecho delictivo de connotaciones infamantes, deja un estigma de consecuencias personales, familiares y sociales impredecibles”. “Por otra parte, la privación de libertad del acusado resultó más insegura e inquietante por el notorio y atávico prejuicio de los internados en nuestras prisiones hacia los acusados de delitos de violación, circunstancias todas que explican la grave depresión reactiva que sufrió el recurrente, diagnosticada y tratada en el Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Alicante, donde permaneció desde el día 23 de octubre de 1989 hasta el 20 de febrero de 1990, en cuyo Centro, a pesar de estar sometido a vigilancia y tratamiento médico, ingirió un producto denominado salfumán, lo que puso en serio peligro su vida por el riesgo de perforación intestinal y determinó que se prolongara su estancia en dicho Hospital Psiquiátrico Penitenciario… episodio de autolisis el relatado que tenía precedentes mientras estuvo en el Centro Penitenciario de Fontcalent y en el propio Hospital Psiquiátrico Penitenciario el día 6 de noviembre de 1989 tragándose pedacitos de cristal”. En la STS, 3ª, Secc. 6ª, 29.3.1999 (rec. 8172/1994, RJ 3783, ponente Jesús Ernesto Peces Morate) se tuvieron especialmente en cuenta dos factores “que vinieron a hacer [la privación de libertad] más enojosa, cuales son la edad y la situación profesional del acusado e ingresado en prisión” por un delito de apropiación indebida que después se declaró inexistente. La causa penal en la que el actor había sido acusado y absuelto había durado nada menos que 15 años, 11 de los cuales se consideran constitutivos de dilaciones indebidas. El actor, además, había pasado 445 días en prisión preventiva. El Tribunal Supremo advirtió que “el procesado tenía sesenta y dos años cuando fue ingresado en prisión, en la que estuvo dieciocho meses, y además ostentaba un puesto relevante y de gran responsabilidad en la Banca privada cuando fue acusado de apropiación indebida por haber distraído en su provecho caudales pertenecientes a clientes de la entidad bancaria y a esta misma”. A los daños psicológicos acreditados causados por la privación de libertad se les suele dar un gran peso al objeto de fijar la compensación. Esa es, aparentemente, la razón por la que en el caso resuelto por la STS, 3ª, Secc. 6ª, 27.4.2005 (rec. 3986/2001, RJ 4977, ponente: Agustín Puente Prieto) se concedió una elevadísima indemnización en términos relativos: 10.000 € por “tan sólo” 9 días de prisión. El Tribunal resaltó el hecho de que la privación de libertad había causado a la víctima, un policía que había sido acusado y absuelto por tenencia ilícita de armas, “trastornos psíquicos de cierta relevancia”. La STS, 3ª, Secc. 6ª, 18.6.2009 (rec. 4730/2007, RJ 6741, ponente: Santiago MartínezVares García) permite ilustrar la relevancia que pueden –y deberían– tener las circunstancias personales y familiares de las víctimas de prisión indebida. Faustino y Emiliano eran dos músicos colombianos profesionales que habían venido a España para iniciar una gira con un grupo por nuestro país y Europa. Dos días después de su llegada acudieron al aeropuerto de Barajas para recoger una amplificador que se había extraviado y fueron detenidos al comprobase que en su interior había cocaína. Tras permanecer 391 días en prisión preventiva, ambos fueron finalmente absueltos. El Tribunal Supremo casó la Sentencia de la Audiencia Nacional que había declarado que no concurrían los requisitos de la responsabilidad patrimonial del Estado previstos en el art. 294 LOPJ, y reconoció a los recurrentes las siguientes compensaciones: En concepto de perjuicios económicos, la misma cantidad para los dos: 1.500 € por cada uno de los 13 meses que permanecieron privados de libertad, lo que suponía la cantidad de 190.500, a la que el Tribunal añadió 2.000 € que consideró dejaron de percibir por no haber podido continuar con el grupo la gira prevista. En concepto de “daño moral”, también la misma cantidad: 80 € por cada uno de los 391 días en que estuvieron privados de libertad, lo que hacía una suma de 31.280 €. 14 En concepto de “daños personales y familiares” [los cuales, en nuestra opinión, eran igualmente daños morales], por el contrario, diferenció: Para Faustino, la suma de 50 € diarios por cada día que permaneció privado de libertad, que debía incrementarse progresivamente en un 10% por cada uno de los meses de prisión, computándose un mes por cada treinta días continuados en prisión. Para Emiliano, la suma de 25 € diarios por cada día que permaneció privado de libertad, que debía incrementarse progresivamente en un 10% por cada uno de los meses de prisión, computándose un mes por cada treinta días continuados en prisión. La razón a la que obedecía esta diferencia era bien sencilla: “Faustino [estaba] casado con Azucena y [era] padre de tres hijos a los que se les [había] privado de su atención, protección, cuidados y custodia en este tiempo tan necesarios para el desarrollo de su infancia”. Emiliano tenía novia, pero no hijos. En esta misma Sentencia ponderó el Tribunal Supremo otra circunstancia agravante del daño causado: el haber sufrido la privación de libertad en un país extranjero, “lo que comporta evidentes dificultades para el mantenimiento de las relaciones personales y familiares que con las limitaciones inherentes que supone el internamiento en un centro penitenciario se acentúan ante la dificultad de recibir visitas de los familiares y allegados que se encuentran al otro lado del Atlántico”. El Tribunal, en cambio, rechazó que aquí hubiera “razones que [permitieran] indemnizar el derecho al honor y a la propia imagen de cada uno de los recurrentes”. En la STS, 3ª, Secc. 3ª, 12.11.2010 (rec. 2801/2006, RJ 8300, ponente: Juan Carlos Trillo Alonso), antes citada, relativa a un caso en que el actor había sufrido indebidamente 314 días de privación de libertad adicionales como consecuencia del torpe funcionamiento de los órganos judiciales encargados de liquidar su condena, se tuvo en consideración como único criterio para fijar la compensación [de 20.000 €, que cabe estimar anormalmente baja si la comparamos con las otorgadas en los supuestos típicos de prisión preventiva seguida de absolución] el hecho de que el perjudicado tenía “un amplio historial de condenas”. Parece apuntarse, pues, que la privación indebida de libertad causa menos daño a las personas que de alguna manera ya están acostumbradas a la misma que a las que no lo están, por lo que la compensación debe ser correlativamente menor en el primer caso. En otros asuntos en los que la indemnización otorgada era también anormalmente magra se observa una nota común: la absolución de los acusados que habían sufrido prisión preventiva se produjo como consecuencia de la anulación judicial de las pruebas incriminatorias, de resultas de haber sido obtenidas ilícitamente, con vulneración de derechos fundamentales. En el caso resuelto por la STS, 3ª, Secc. 6ª, 14.2.2007 (rec. 6378/2002, RJ 2303, ponente: Agustín Puente Prieto), el actor había permanecido nada menos que 705 días en prisión preventiva y, tras anularse la prueba de cargo –el hallazgo en una habitación de un apartotel de un estupefaciente escondido dentro de los pañales del hijo de su compañera–, fue absuelto. El Tribunal Supremo declara su derecho a ser indemnizado conforme al artículo 294 LOPJ, pues, al haberse declarado nula dicha prueba [por haberse obtenido sin autorización judicial] había de partirse de la propia inexistencia del hecho que dio lugar a la instrucción de la causa penal. Para valorar el daño, el Tribunal consideró que había de “estarse al tiempo de privación de libertad y a las consecuencias personales y familiares producidas, teniendo en cuenta que el recurrente exclusivamente [hacía] referencia a ese daño moral que [cuantificaba] en la cantidad de 14 millones de pesetas y que la Sala, ante la ausencia de otros elementos que [permitieran] valorar en cantidad distinta dichos perjuicios, [estimó] suficientemente valorado en la cantidad de 6.000 €”. 15 En el caso resuelto por la STS, 3ª, Secc. 6ª, 20.10.2010 (rec. 3605/2006, RJ 7415, ponente: Agustín Puente Prieto), el actor había sido absuelto de un delito contra la salud pública como consecuencia de la declaración de nulidad de las diligencias probatorias, practicadas vulnerando el derecho al secreto de las comunicaciones. El Tribunal, “tomando en consideración el tiempo de duración de la prisión preventiva [308 días], así como las circunstancias personales y de todo género concurrentes para evaluar la aflicción que comporta la prisión en el presente caso, [valoró] dicho daño moral en la cantidad de 10.000 €”. Es posible que, en el momento de fijar la compensación, el Tribunal Supremo fuera incapaz de borrar totalmente de su mente la existencia de elementos probatorios que acreditaban la culpabilidad de los acusados, por muy nulos que aquéllos hubieran sido declarados. Sea como fuere, el criterio aparentemente aplicado en estas Sentencias menoscaba la finalidad de protección de los derechos fundamentales que justifica la invalidez de las pruebas que han sido obtenidas vulnerándolos. STS, 3ª, Secc. 6ª 10.6.1997 (rec. 905/1993) 21.1.1999 (rec. 5264/1994) 20.2.1999 (rec. 6151/1994) 29.3.1999 (rec. 8172/1994) 3.5.1999 (rec. 1073/1995) 29.5.1999 (rec. 1458/1995) 26.6.1999 (rec. 2475/1995) 30.6.1999 (rec. 3901/1995) 13.11.2000 (rec. 5003/1995) 20.1.2003 (rec. 7499/1998) 26.1.2005 (rec. 4928/2001) 27.4.2005 (rec. 3986/2001) 21.3.2006 (rec. 263/2002) 20.9.2006 (rec. 4882/2002) 6.10.2006 (rec. 1892/2002) 14.2.2007 (rec. 6378/2002) 22.5.2007 (rec. 5771/203) 18.6.2009 (rec. 4730/2007) 25.11.2009 (rec. 6998/2005) 24.3.2010 (rec. 2430/2008) 31.5.2010 (rec. 3353/2008) 23.6.2010 (rec. 1640/2006) 28.9.2010 (rec. 3292/2006) 5.10.2010 (rec. 6417/2008) 8.10.2010 (rec. 4723/2006) Días Base diaria (€) 46 561 85 445 329 329 401 234 28 946 237 9 151 23 183 705 306 391 – – 24,04 9,02 24,04 36,06 36,06 24,04 60,10 12,02 36,06 – – – – – – “Daños personales y familiares”: Faustino: 50 Emiliano: 25 “Daño moral” 80 – – – – – – – 463 233 740 541 170 204 M.A.: 141 C.: 57 16 Incremento progresivo mensual – – 125% 25% 25% 25% 25% 25% 125% 10% 25% – – – – – – “Daños personales y familiares”: 10% “Daño moral” – – – – – – – – Total (€) Compensación (€) /día 2.936,06 12.020,24 6.580,90 90.470,84 30.697,14 46.050,27 120.916,63 14.309,46 2.073,49 66.938,59 20.923,46 10.000 30.050,61 3.000 9.000 6.000 54.091,19 Faustino: 68.064,07 63,83 21,43 77,41 203,3 93,30 139,97 301,54 61,15 74,05 70,76 88,28 1.111,11 199,01 130,43 49,18 8,51 176,77 Faustino: 174,08 Emiliano: 49.672,03 Emiliano: 127,04 75.000 33.600 111.300 77.800 30.000 24.000 Marco A.: 50.000 Cándida: 25.000 161,99 144,20 150,40 143,80 176,47 117,65 Marco A.: 354,61 Cándida: 438,60 20.10.2010 (rec. 3605/2006) 3.11.2010 (rec. 3857/2006) 12.11.2010 (rec. 2801/2006) 19.7.2011 (rec. 353/2010) XI. 308 11 314 553 – – – – – – – – 10.000 3.000 20.000 94.000 32,47 272,73 63,70 169,98 PRIVACIÓN DE LA COMPAÑÍA DE LOS HIJOS Las Administraciones públicas pueden tomar medidas que suponen para los padres la pérdida temporal o incluso permanente de la compañía de los hijos. En el caso de que tales medidas se hayan adoptado ilegalmente, puede surgir la responsabilidad patrimonial de la Administración autora de las mismas40, cuando menos si su actuación fue irrazonable, fruto de una “flagrante desatención normativa”41. Los Tribunales suelen tener en cuenta diversos criterios para fijar la correspondiente compensación. El primero es el del número de hijos de cuya compañía se priva a la víctima. No causa el mismo dolor perder a uno que a dos. ¿O sí? La STS, 3ª, Secc. 4ª, 21.10.2011 (rec. 4161/2009, RJ 2012, 1417, ponente: Enrique Lecumberri Martí) falló sobre un caso en el que la madre y la abuela de dos menores de edad se habían visto privadas de la compañía de éstas (1.971 días respecto de la primera y 2.081 días respecto de la segunda) como consecuencia de una declaración administrativa de desamparo y acogimiento preadoptivo. El TSJ de Andalucía había fijado una indemnización de 40.000 € para la madre, 40.000 € para cada una de las hijas y 20.000 para la abuela. El Tribunal Supremo casó la sentencia recurrida, elevando la indemnización de la madre hasta los 80.000 €. En la motivación de la STS puede leerse que “la sentencia de instancia recoge una indemnización para la recurrente… sin especificar y determinar si ese daño moral por el padecimiento de la pérdida de relación con sus hijas menores ha de circunscribirse a ambas conjuntamente o a una sola. Bien es cierto, y debe tenerse en cuenta a efectos de fijación del ‘quantum indemnizatorio’ que ambas hijas fueron separadas del entorno familiar biológico y, a su vez, separadas ambas, puesto que cada una siguió un itinerario distinto que motivó a la madre un padecimiento específico por cada una de ellas, y sin duda, doble, por poder recuperar a ambas que se encontraban en situaciones distintas. La sentencia 40 41 Vid. Ignacio MARÍN GARCÍA y Daniel LÓPEZ RODRÍGUEZ, “Indemnización del daño moral por la privación indebida de la compañía de los hijos en el orden civil y en el contenciosoadministrativo”, InDret, 2/2010. Es obvio que la Administración no responde si las medidas adoptadas eran conformes a Derecho. Vid., en este sentido, la STS, 3ª, Secc. 6ª, 28.11.2012 (rec. 4321/2010, ponente: Carlos Lesmes Serrano); la STSJ Cataluña, Cont.-Adm., Secc. 4ª, 12.12.20012 (rec. 94/2009, JUR 2013, 196381, ponente: Joaquín Borrell Mestre), y la STSJ Andalucía, Sevilla, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 23.5.2013 (rec. 217/2011, JUR 306257, ponente: Juan Pedro Jiménez Jiménez). De acuerdo con la jurisprudencia dominante, para que surja la responsabilidad patrimonial derivada de un acto administrativo ilegal, no basta la mera ilegalidad del mismo, sino que se exige además que ésta sea fruto de una “flagrante desatención normativa”, de una aplicación irrazonable del Derecho. Vid. Gabriel DOMÉNECH PASCUAL, “Responsabilidad patrimonial de la Administración por actos jurídicos ilegales”, Revista de Administración Pública, 183, 2010, pp. 179-231. Así, la STSJ Galicia, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 22.11.2005 (rec. 8013/2003, JUR 2005, 123942, ponente: Gonzalo de la Huerga Fidalgo) declara la no responsabilidad de la Xunta de Galicia por los eventuales daños ocasionados al declarar en situación de desamparo a un menor, a la vista de que “tal resolución administrativa, declarada efectivamente después improcedente en proceso civil seguido al respecto, pudo tener un apoyo al menos defendible para haber sido adoptada en su momento, vistos los elementos y circunstancias [obrantes en el expediente]; que si bien no fueron aceptados en dicho proceso como bastantes al efecto, tampoco se podría decir ahora que adolecieran de toda racionalidad y sentido”. 17 no entra a argumentar este elemento, sin duda relevante, para poder determinar que el daño moral de la madre fue mucho mayor y que se ha de estimar doble, a razón de cada una de sus hijas”. Análogo cálculo subyace implícitamente en la STSJ Cataluña, Cont.-Adm., Secc. 4ª, 21.3.2012 (rec. 103/2009, JUR 209584, ponente: Joaquín Borrell Mestre), que otorgó a una mujer una compensación de 18.000 € y a cada uno de sus tres hijos menores de edad una de 6.000 € por haber sido privados de su mutua compañía durante cinco meses. La STSJ Andalucía, Sevilla, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 7.11.2007 (rec. 15/2003, RJCA 2008, 195, ponente: Joaquín Sánchez Ugena) fijó una indemnización de 24.000 € para los padres de cinco hijos a los que la Junta de Andalucía había declarado ilegalmente en situación de desamparo y separado de sus progenitores durante 49 días [tomamos como referencia la fecha en la que se ordena judicialmente su inmediata devolución]. En un caso en el que los dos progenitores se habían visto privados durante 55 días [aunque la duración de esta privación no aparece del todo clara en la exposición de los hechos] de la convivencia con su hijo recién nacido, la STSJ Andalucía, Sevilla, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 5.4.2006 (rec. 1160/2001, JUR 2007, 108690, ponente: Ruperto Martínez Morales) reconoció una indemnización de 12.000 € para cada uno de los progenitores. En el caso decidido por la STSJ País Vasco, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 16.11.2006 (rec. 2253/2000, JUR 2007, 90500, ponente: Ricardo Lázaro Perlado), la Diputación Foral de Vizcaya había privado a la demandante de la custodia de sus dos hijos menores mediante sendos actos administrativos, ante la sospecha de que las heridas que presentaba uno de ellos eran el producto de malos tratos domésticos. La reclamante solicitaba la anulación de ambas resoluciones y una indemnización de 4.471,53 € por los 186 días que sus hijos habían permanecido fuera de su hogar. El TSJ consideró ajustada a Derecho la resolución relativa al menor que presentaba las heridas, pero “precipitada y desproporcionada” la relativa al otro. Sin embargo, el TSJ fijó una indemnización de 4.471,53 €, argumentando que “tampoco puede colegirse que la estimación parcial del recurso conduce a una división automática de la indemnización en función del número de hijos a la hora de determinar el quantum indemnizatorio del daño moral”. La razón fundamental por la que se reconoció tal cantidad, no obstante, era de índole procesal y tenía que ver con el llamado principio dispositivo. Es muy probable que la indemnización hubiera sido más elevada si la víctima así lo hubiera reclamado. Así lo advirtió el TSJ: “el petitum de la parte demandante actúa por ministerio de la Ley como límite superior, infranqueable por este Tribunal”. También suele tomarse en consideración para moderar –a la baja– la indemnización el hecho de que el progenitor que se vio ilegalmente privado de la compañía del menor lo desatendiera antes o incluso después de la privación y/o no llevara a cabo puntual y diligentemente las acciones pertinentes dirigidas a recuperarla. En el caso decidido por la STSJ Andalucía, Sevilla, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 30.9.2010 (rec. 801/2008, JUR 2012, 6405, ponente: Victoriano Valpuesta Bermúdez), el padre de un menor había sido privado ilegalmente [sin haberle dado audiencia previa] de la compañía de un menor durante 1450 días. El Tribunal tuvo en cuenta, para fijar una compensación de 15.000 €, que el actor “no sólo no [había prestado] la adecuada asistencia material al menor, sino que tampoco lo [había hecho] en el aspecto moral a tenor de sus irregulares contactos con el mismo” como consecuencia de sus problemas con el alcohol y sus ingresos en prisión, y también que había tardado cuatro años en iniciar el procedimiento dirigido a recuperar la guarda y custodia del menor. Las indemnizaciones otorgadas por la pérdida permanente son obviamente superiores a las que se dan por la privación temporal. Y la duración de la privación se pondera, si bien normalmente no de manera explícita y explícita, pues las compensaciones suelen fijarse en una cantidad alzada. 18 La STSJ Andalucía, Granada, Cont.-Adm., Secc. 1ª, 30.9.2013 (rec. 1971/2007, JUR 375632, ponente: Beatriz Belindo Sacristán), fijó una indemnización conjunta de 150.000 € para una mujer y sus tres hijos por la privación temporal de las mutuas relaciones materno-filiales y por la pérdida definitiva de tales relaciones respecto de otro hijo. Para cuantificar el daño, se entendió iniciado el periodo de la privación no en el momento en el que se había producido la declaración de desamparo y la constitución del acogimiento –pues éstas medidas eran inicialmente válidas–, sino en aquel en el que la Administración competente, debiendo haberlas revisado y modificado, no lo había hecho. Debe señalarse, finalmente, el hecho de que algunas sentencias hayan fijado compensaciones extraordinariamente elevadas, muy superiores incluso a las que se reconocen en caso de fallecimiento de un hijo. Da la impresión de que estas generosas “indemnizaciones” esconden en realidad una sanción a la Administración por una actuación que los Tribunales estiman particularmente reprochable. El AAP Sevilla, Civil, Secc. 6ª, 30.12.2005 (rec. 1160/2001, JUR 2007, 108690, ponente: Ruperto Molina Vázquez) fijó una indemnización de 1.400.000 € por la privación a una madre de la compañía de sus dos hijos menores de edad durante siete años y medio y nueve años y medio, respectivamente42. La STSJ Cataluña, Cont.-Adm., Secc. 4ª, 30.4.2010 (rec. 730/2006, JUR 299140, ponente : María Abelleira Rodríguez)43 resolvió sobre un caso en el que la Administración demandada había actuado inicialmente conforme a Derecho, al declarar en situación de desamparo al hijo recién nacido de una pareja de drogadictos que a la sazón no podían hacerse cargo del menor. Sin embargo, en opinión del TSJ, la Administración demandada había incurrido posteriormente en negligencia [al actuar “con excesiva celeridad, sin datos objetivos de valoración, o con datos insuficientes, y con el prejuicio más absoluto de que se trataba de dos progenitores drogadictos de muy larga duración… y sin posibilidad razonable de rehabilitación”], impidiendo que se pudiera establecer un vínculo afectivo entre el menor y sus padres biológicos y restantes hermanos. Para calcular los daños, el TSJ dijo aplicar orientativamente el “Baremo de Circulación” [pero no explicó cómo se aplicó44], fijando una cantidad alzada en concepto de indemnización para los padres de 980.000 €, pero no para los hermanos biológicos del menor, “por cuanto ni [había] habido convivencia ni relación alguna” con éstos últimos. Resulta llamativo que el TSJ considerara que “no [cabía] imputar a los padres la ruptura del vínculo” familiar con el menor, ni siquiera a los efectos de moderar la compensación, a pesar de que era “cierto que en los primeros siete meses [éstos se encontraban] incapacitados para la [sic] ejercicio de la tutela, más tarde se [encontraban] impedidos por un internamiento para deshabituación… y luego [carecían] de una estructura social, familiar y económica que [pudiera] facilitar el cumplimiento pautado y rígido de las mismas” [sic]. De hecho, esa resolución fue casada luego por la STS, 3ª, Secc. 6ª, 28.11.2012 (rec. 4321/2010, RJ 2013, 461, ponente: Carlos Lesmes Serrano), en primer lugar, porque “los progenitores… tenían por razón de su propia situación, en modo alguno provocada por la Administración, el deber de soportar la pérdida de la custodia del hijo al no poder atenderlo mínimamente, y el riesgo, posteriormente concretado, de que dicha pérdida se convirtiera en definitiva” y, en segundo lugar, porque la actuación administrativa cuestionada sí se había ajustado a Derecho en todo momento. 42 43 44 Comentado por ROIG DAVISON (2006). Comentada por Esther FARNÓS AMORÓS, “Sentencia TSJ Cataluña de 30 de abril de 2010”, Cuadernos Civitas de Jurisprudencia Civil, 86, 2011, pp. 717-748. Como advierte FARNÓS AMORÓS (2011), es dudoso que aquí el TSJ aplicara realmente el baremo: de haberlo hecho, la cantidad resultante hubiese sido mucho menor. 19 La STSJ Andalucía, Granada, Cont.-Adm., Secc. 1ª, 21.1.2013 (rec. 515/2004, JUR 183565, ponente: José Pérez Gómez) reconoció a la actora una compensación de 400.000 € por haber sido privada de su hija como consecuencia de la “actuación negligente” de los órganos administrativos de la Junta de Andalucía, que primero recogieron ilegalmente [antes del parto, en vez de hacerlo transcurridos treinta días desde el mismo, como dispone el art. 177.2 CC] el consentimiento de la afectada para la adopción, y luego, cuando a los pocos días del nacimiento la madre inició las gestiones pertinentes para recuperar a su hija, adoptaron una “actitud obstruccionista incompatible con el art. 39.2 CE” y un “celo desorientado” para conseguir la adopción, viéndose obligada por ello la recurrente a un “peregrinaje administrativo y judicial de muy larga duración” que le supuso un “auténtico calvario” y que además no le sirvió para recobrar la compañía de la menor. El TSJ advierte que “la indemnización no puede quedar limitada por el baremo de indemnizaciones en materia de tráfico que habitualmente, aunque no de manera preceptiva, es utilizado por la Jurisdicción Contencioso Administrativa… Ninguno de los supuestos en el baremo antedicho descritos, ni aun el fallecimiento del hijo… puede encuadrarse en el supuesto como el que nos ocupa”. Sea como fuere, lo cierto es que en casos análogos se han otorgado indemnizaciones sustancialmente más reducidas. En el caso decidido por la STSJ Andalucía, Sevilla, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 22.10.2009 (rec. 28/2005, JUR 2010, 79135, ponente: Eloy Méndez Martínez) 45, el actor, como consecuencia de diversas medidas adoptadas por la Junta de Andalucía, había perdido la guardia y custodia –si bien conservaba un amplio derecho de estancia, visita y comunicación– respecto de sus dos hijos mellizos, cuya madre murió poco después de dar a luz. El TSJ consideró “ilegítima” la actuación de la Junta, que había obrado “con una celeridad inusitada en el dictado de sus resoluciones protectoras; sin audiencia del padre y desconociendo su existencia, pese a ser conocido de los servicios sociales e, incluso, pretendiendo privarle de la patria potestad, cuando, por otra parte, cuidaba de otra hija”. El TSJ acabó fijando una indemnización de 60.000 €, en atención a diversas circunstancias: el hecho de que los niños nacieran con síndrome de abstinencia y opiáceos en orina; el hecho de que la Junta actuara a instancia de los servicios sociales del hospital; la existencia de antecedentes similares en relación con otros hijos de la pareja; la circunstancia de que ningún familiar se interesara por los menores tras su nacimiento; la dejación del padre en la inscripción de sus hijos en el Registro Civil; la existencia de varios informes que consideraban que el padre no reunía las necesarias condiciones para el ejercicio de una patria potestad responsable; y el que los Tribunales hubieran mantenido la guardia y custodia de los padres acogedores, finalmente con asentimiento de todas las partes. En el caso enjuiciado por la STSJ Andalucía, Sevilla, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 7.2.2008 (rec. 1221/2003, JUR 245529, ponente: Victoriano Valpuesta Bermúdez), la Administración había privado al actor de la compañía de sus dos hijos menores, al constituir ilegalmente un acogimiento preadoptivo después de que aquél recuperara judicialmente su guarda y custodia, lo que generó una situación de hechos consumados que aconsejaba mantener a los niños en el seno de la familia acogedora. El TSJ cifró la indemnización en 60.000 €, en atención a la circunstancia de que el propio actor había contribuido a la producción del resultado dañoso: “todo arranca de una declaración de desamparo de los menores sin que el padre ahora reclamante se hiciera cargo de sus hijos en ese primer momento”. 45 El recurso de casación interpuesto contra esta resolución fue desestimado por la STS, 3ª, Secc. 6ª, 21.5.2012 (rec. 6950/2009, RJ 6900, ponente: José Mª del Riego Valledor). 20 XII. DILACIONES INDEBIDAS Las dilaciones procesales indebidas son uno de los típicos casos de funcionamiento anormal de la Administración de justicia que pueden dar lugar a la responsabilidad patrimonial del Estado, de acuerdo con lo establecido en los artículos 292 y siguientes LOPJ. Además de daños patrimoniales, dichas dilaciones también pueden causar otros de carácter no patrimonial. Pueden incrementar la angustia, la inseguridad, el menoscabo de la reputación que para determinadas partes conlleva su intervención en un proceso. Es razonable pensar que el retraso causa daños morales particularmente intensos cuando tiene lugar en una causa penal, al dilatar la llamada “pena de banquillo” que la acusación conlleva. De hecho, en la mayoría de los casos en los que se reclama y obtiene una indemnización por los daños no patrimoniales engendrados por estas dilaciones la víctima había sido acusada en un proceso penal o cuasi penal –por ejemplo, en un procedimiento contenciosoadministrativo donde impugnaba una sanción disciplinaria grave46–. El Tribunal Supremo ha dejado sentado al respecto que el daño moral sufrido por el acusado en un proceso penal en el que se producen dilaciones indebidas “no necesita prueba”; “no es preciso demostrar su existencia”47; “el insólito retraso constituye por sí solo un evidente perjuicio moral”48. El Alto Tribunal ha declarado, en cambio, que no pueden deducirse tales daños de la mera tardanza en la tramitación de un proceso civil: “Desde la perspectiva… de los daños morales es obvio que no cabe equiparar las dilaciones en la tramitación de un proceso penal con aquellas que puedan generarse en la tramitación de un proceso civil como el ahora contemplado. En los procesos penales… una duración indebida de un proceso puede comportar consecuencias tales como un desprestigio social o una carga patente de angustia y frustración, circunstancias estas que no parecen ineludiblemente unidas a los procesos civiles, por lo que será necesario valorar de forma individualizada las circunstancias concurrentes en cada caso” [la cursiva es nuestra]49. En la jurisprudencia del Tribunal Supremo se ponderan varios factores a fin de cuantificar la compensación por estos daños. El primero es, obviamente, la magnitud de las dilaciones. Debe notarse, a este respecto, que el tiempo que se tiene en consideración no es el de la 46 47 48 49 Vid. la STS, 3ª, Secc. 6ª, 12.7.2005 (rec. 552/2004, RJ 5123, ponente: Santiago Martínez-Vares García). Vid. las SSTS, 3ª, Secc. 6ª, 16.12.2004 (rec. 2764/2001, RJ 2005, 682, ponente: Santiago Martínez-Vares García) y 15.3.2006 (rec. 2710/2002, RJ 5236, ponente: Agustín Puente Prieto). STS, 3ª, Secc. 6ª, 29.3.1999 (rec. 8172/1994, RJ 3783, ponente Jesús Ernesto Peces Morate). STS, 3ª, Secc. 6ª, 3.5.2007 (rec. 1316/2003, RJ 3159, ponente: Margarita Robles Fernández). El actor había interpuesto demanda en el año 1995 por “cumplimiento de obligación de hacer, acción de nulidad y cancelación de asientos registrales y acción de reclamación de cantidad” en relación con un contrato de compraventa. La STC 160/1999 declaró que se había vulnerado el derecho del actor a un proceso sin dilaciones indebidas. En el ulterior procedimiento de exigencia de responsabilidad, aquél alegaba que las dilaciones le habían generado cierto sufrimiento por la incertidumbre relativa a la ejecución de la hipoteca, y que su honor, imagen y prestigio social también se habían visto menoscabados. El Tribunal Supremo no estimó acreditados los daños morales aducidos, pues entendió que la incertidumbre relativa a la ejecución de la hipoteca no podía considerarse derivada de la dilación, ni tener gran entidad. 21 duración total del proceso, sino sólo el que constituye la dilación indebida, el que excede del que puede considerarse normal y ordinario para la tramitación del procedimiento50. Algunas Sentencias, en segundo lugar, estiman que este daño tiene carácter progresivo, por lo que la misma índole ha de tener la correspondiente indemnización51, aunque en la jurisprudencia más reciente ya no se sostiene esta tesis. Es más, en alguna Sentencia se advierte respecto del desprestigio que al acusado puede ocasionar la tramitación de un proceso penal que “el mantenimiento de las causas penales en el tiempo a veces produce el efecto contrario de diluir la alarma social generada en su inicio”52. De todos modos, nos remitimos a lo que sobre el particular expusimos anteriormente. Un factor que parece tenerse muy presente, aunque no siempre se diga, es el de si el acusado fue finalmente absuelto o condenado. Las compensaciones son, como fácilmente puede imaginarse, más elevadas en el primer caso que en el segundo. Se presupone implícitamente que, ceteris paribus, la dilación causa mayor daño a un inocente que a un culpable. La SAN, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 18.5.2004 (rec. 1380/2002, JUR 246224, ponente: José Luis Terrero Chacón), confirmada por la STS, 3ª, Secc. 3ª, 19.9.2008 (rec. 7412/2004, RJ 7100, ponente: Margarita Robles Fernández), advierte que se “condenó al acusado como autor de los delitos de falsedad y estafa y, aunque no hay datos en la causa que permitan entender que la reducción de la pena solicitada por el Fiscal se debiera a la excesiva duración del proceso, lo cierto es que el propio acusado aceptó la responsabilidad, lo que indudablemente ha de ser uno de los elementos a considerar para fijar la indemnización; es cierto por otra parte que tan desmesurada duración constituye en sí misma un perjuicio, incluso en casos en que el sometido a enjuiciamiento sea considerado culpable, ya que, entre otras cosas, se retrasan las posibilidades de aplicación de las normas penales y penitenciarias que tienen por objeto la reinserción social de los condenados”53. Salta a la vista, en cuarto lugar, que el daño causado por estas dilaciones se considera, en términos relativos, inferior al ocasionado por la prisión indebida54. Puede observarse que las compensaciones por día de retraso son mucho más bajas que las compensaciones por día de privación de libertad. Las circunstancias personales de la víctima –edad, salud, situación profesional, etc.– y las limitaciones de su libertad que se le hayan impuesto en el curso del procedimiento penal – fianzas, obligaciones de presentarse ante un órgano jurisdiccional, prohibiciones de ausentarse, embargos, etc.– también han de ponderarse. La STS, 3ª, Secc. 6ª, 29.3.1999 (rec. 8172/1994, RJ 3783, ponente Jesús Ernesto Peces Morate), por ejemplo, enjuicia un caso en el que la causa penal en la que el actor había sido acusado y absuelto había durado 15 años, 11 de los cuales se consideran constitutivos de dilaciones 50 51 52 53 54 Vid., entre otras, las SSTS, 3ª, Secc. 6ª, 29.3.1999 (rec. 8172/1994, RJ 3783, ponente Jesús Ernesto Peces Morate); 12.6.1999 (rec. 2039/1995, RJ 7283, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate), y 26.9.2007 (rec. 4767/2003, RJ 7458, ponente: Agustín Puente Prieto). SSTS, 3ª, Secc. 6ª, 29.3.1999 (rec. 8172/1994, RJ 3783, ponente Jesús Ernesto Peces Morate) y 12.6.1999 (rec. 2039/1995, RJ 7283, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate). SAN, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 10.11.2005 (rec. 219/2004, JUR 2006, 122154, ponente: Isabel García García-Blanco). Vid., en el mismo sentido, la STS, 3ª, Secc. 6ª, 26.9.2007 (rec. 4767/2003, RJ 7458, ponente: Agustín Puente Prieto). Así lo señala la STS, 3ª, Secc. 6ª, 29.3.1999 (rec. 8172/1994, RJ 3783, ponente Jesús Ernesto Peces Morate). 22 indebidas. El actor, además, había pasado 445 días en prisión preventiva. El Tribunal Supremo declara, con carácter general, que al igual que en el caso de la responsabilidad por la privación de libertad, aquí hay que tener en cuenta diversos factores: “la circunstancia de la edad del sometido [al proceso penal] o su salud agravan extraordinariamente el daño moral, y lo mismo las limitaciones impuestas, tanto personales como patrimoniales: presentaciones y prohibiciones de ausentarse, fianzas, embargos o avales, pueden incrementar ostensiblemente el perjuicio moral del procesado o acusado”. El Tribunal estima que hay que tener presente para fijar la indemnización: en primer lugar, “la edad del procesado, que cuando fue definitivamente juzgado contaba ya con setenta y siete años”; en segundo término, “la indudable repercusión social y profesional que una causa criminal por los expresados hechos [se le acusaba de apropiación indebida por haber distraído en su provecho caudales pertenecientes a clientes de la entidad bancaria y a esta misma”] hubo de tener para una persona dedicada a los negocios bancarios”; y, por último, que no se habían acreditado “otras especiales circunstancias personales o patrimoniales… como necesidad de presentarse ante el Juez o Tribunal, imposibilidad de ausentarse, embargos, fianzas o avales”. Compensación (€) Compensación (€)/día de proceso 13,81 ¿? 9,02 por día durante los primeros cuatro años, incrementada en un 25% durante los tres siguientes, incrementada en un 50% respecto de la anualidad anterior durante los tres últimos años Total: 75.631,08 12,02 por día durante los primeros cuatro años, incrementada en un 25% durante los tres siguientes Total: 34.002,26 12.020,24 “casi 11 años” ¿? 4.000 0,75 9,61 años ¿? 12.020,24 3,43 11,47 años “más de 4 años y medio” ¿? 3.000 0,72 No se aprecia daño moral resarcible. Sólo se compensan los gastos de asistencia técnica en el recurso de amparo – STS, 3ª, Secc. 6ª Posición de la víctima Duración total del proceso 29.3.1999 (rec. 8172/1994) Absuelta en un proceso penal 15 años Duración de la dilación indebida 11 años 12.6.1999 (rec. 2039/1995) Absuelta en proceso penal 10 años 7 años 16.12.2004 (rec. 2764/2001) 12.7.2005 (rec. 552/2004) Absuelta en proceso penal Absuelta en proceso contenciosoadministrativo de revisión de sanción disciplinaria Absuelta en proceso penal Absuelta en proceso penal 9,61 años Vencedora parcialmente en proceso civil 6,66 años 15.3.2006 (rec. 2710/2002) 14.2.2007 (rec. 6378/2002) 3.5.2007 (rec. 1316/2003) 23 9,32 3,43 26.9.2007 (rec. 4767/2003) 1.2.2008 (rec. 4075/2003) 22.4.2008 (rec. 4569/2003) 19.9.2008 (rec. 7412/2004) 9.3.2009 (rec. 8546/2004) 14.5.2010 (rec. 650/2006) Condenada en proceso penal Condenada en proceso penal Acusadora en proceso penal prescrito Condenada en proceso penal Condenada en proceso penal Absuelta en proceso penal “más de 17 años” 17,12 años 20 años “alrededor de 5 años” “alrededor de 5 años” “más de 7 años” 13 años 3.000 0,48 3.000 0,48 6.010,12 0,82 3.000 0,63 15 años “alrededor de 5 años” ¿? 2.000 0,37 10 años 8 años 4.000 1,10 XIII. DAÑOS AL HONOR No es frecuente, pero a veces ocurre que una Administración pública causa daños indemnizables al honor55. Un caso típico es el de las notas informativas. La STS, 3ª, Secc. 6ª, 7.2.2007 (rec. 6246/2002, RJ 1745, ponente: Agustín Puente Prieto), por ejemplo, resolvió un caso en el que el Servicio de Prensa del Ministerio de Interior había emitido una nota por la que se informaba de la incautación policial de una edición fraudulenta de discos compactos y de la imputación del actor como autor de un delito, del que no llegó a ser juzgado, pues el juez instructor archivó las diligencias previas incoadas, por no ser los hechos constitutivos de infracción penal. Tras diversas vicisitudes procesales, el Tribunal Supremo consideró que la nota había vulnerado el derecho al honor del demandante, al contener descalificaciones innecesarias a efectos informativos y que luego fueron contradichas por el Juez penal. El Tribunal Supremo entendió que los daños materiales sufridos por el actor a raíz de los hechos descritos no eran indemnizables, pues no nacían de la nota informativa, “sino más bien de la propia mecánica del mercado y de las reglas de competencia empresarial o, en todo caso, de la existencia de la denuncia y del procedimiento penal, cuyas actuaciones serían inmediatamente conocidas por las empresas dedicadas a la misma actividad de la demandante y en competencia con ella y también por los clientes de dichas empresas”. En cambio, fijó una indemnización de 40.000 € por el daño al honor. Otro caso típico es el de la imposición ilegal de sanciones que conllevan un reproche social, un cierto deshonor. En la STS, 5ª, 9.5.1998 (rec. 100/1997, RJ 4950, ponente: José María Ruiz-Jarabo Ferrán), se declaró el derecho del actor, un comandante de infantería, a ser indemnizado por el daño moral que le había causado una sanción de cuatro días de arresto domiciliario impuesta con fundamento en unos hechos que luego se revelaron inexistentes. El Tribunal Supremo consideró que el arresto, aun siendo por una falta leve, le infligió “una innegable aflicción moral y un perjuicio y descrédito en la situación profesional del indebidamente sancionado, que [era] evidente que en aquel momento incidía negativamente en su honorabilidad como militar al que se le imputaba un comportamiento negligente o indisciplinado”. 55 Vid. José Luis BERMEJO LATRE, “La Administración y el derecho al honor”, Revista de Administración Pública, 175, 2008, pp. 396 y ss. 24 Una cuestión interesante que aquí se plantea es la relevancia que para cuantificar la correspondiente compensación –o incluso la existencia misma de un daño indemnizable– tiene la repercusión pública que alcanzó la actuación administrativa lesiva del honor. En la citada STS, 5ª, 9.5.1998, se declara que “la cuantificación de la indemnización hay que limitarla, única y exclusivamente, a la producida por la anulación de la resolución sancionadora, sin referencia alguna a la publicidad que dicha resolución haya podido tener en los medios de comunicación, que no puede determinar un incremento de la indemnización, pues dicha publicidad es circunstancia ajena a la Administración Militar sancionadora, o al menos ninguna prueba existe sobre que dicha Administración haya tenido relación alguna sobre las informaciones que en relación con la sanción en cuestión se produjeron” [la cursiva es nuestra]. En otras Sentencias, en cambio, sí se tiene en cuenta la trascendencia pública de la actuación administrativa. En la STS, 3ª, Secc. 6ª, 2.11.2006 (rec. 164/2005, RJ 7708, ponente: Agustín Puente Prieto), por ejemplo, se trataba de un caso en el que se había anulado la sanción de advertencia impuesta a un magistrado por el Pleno del Consejo del Poder Judicial, sin que éste hubiese procedido a cancelar la anotación de la sanción en su expediente personal. El Tribunal Supremo consideró que estos hechos habían causado al actor un daño moral, mas no indemnizable, principalmente por “el límite de personas a las que pudo trascender la improcedente constancia de la sanción, el carácter reservado de dicha documentación y el hecho de que en cualquier caso el expediente en que se hizo constar dicha sanción no produjo efecto ninguno”. En el fallo puede leerse que “la presente sentencia constituye en sí misma una satisfacción equitativa suficiente por el eventual daño moral”. XIV. LA (INEXISTENTE) DEFERENCIA DE LOS TRIBUNALES RESPECTO DE LAS DECISIONES ADMINISTRATIVAS PREVIAS Los casos de responsabilidad civil de las Administraciones públicas –o, más exactamente, aquellos de los que conocen los órganos jurisdiccionales de lo contencioso-administrativo– tienen una peculiaridad respecto de aquellos en los que el daño ha sido causado por otro sujeto. Antes de poder acudir a los Tribunales, las víctimas deben reclamar la indemnización ante la Administración en cuestión, a través de un procedimiento administrativo que ha de servir para garantizar el acierto y la legalidad de la decisión que se adopte al respecto56, en el que normalmente emite su opinión un órgano consultivo –supuestamente– independiente57 y que termina con un acto administrativo por el que se declara o no la existencia de la responsabilidad y en su caso se determina la compensación procedente, acto que goza de “presunción de validez” y produce inmediatamente efectos jurídicos vinculantes58. Si los interesados no están de acuerdo con esta resolución, corren con la carga de impugnarla en vía judicial. En otros ámbitos, los Tribunales suelen mostrar una cierta deferencia hacia las decisiones administrativas impugnadas por los afectados. Reconocen a las Administraciones públicas un 56 57 58 Vid. los arts. 142 y 143 de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común (en adelante, LRJAPPAC). En el procedimiento ordinario, es preceptivo el dictamen del Consejo de Estado o, en su caso, del órgano consultivo de la Comunidad Autónoma equivalente cuando las indemnizaciones reclamadas son de cuantía igual o superior a 50.000 € o a la que se establezca en la correspondiente legislación autonómica (art. 142.3 LRJAPPAC). Art. 57.1 LRJAPPAC. 25 cierto margen de discrecionalidad o apreciación para decidir en el caso concreto, normalmente en aplicación de una disposición normativa que contiene conceptos indeterminados –tales como “valor real”, “oferta económicamente más ventajosa”, etc.–, de manera que sólo declaran inválidas sus decisiones cuando resulta suficientemente evidente que han rebasado dicho margen. Dicha deferencia surge típicamente cuando las Administraciones autoras de los actos impugnados están mejor situadas –por sus procedimientos de actuación o sus recursos personales y materiales– que los Tribunales para resolver de la manera más acertada posible un problema singularmente complejo, y los incentivos de las autoridades administrativas decisoras para apartarse de la solución que más conviene al interés general son relativamente débiles. A falta de un estudio empírico sobre el particular, no da la impresión de que los Tribunales reconozcan a las Administraciones públicas demandadas una deferencia tal a la hora de apreciar su responsabilidad y fijar la indemnización correspondiente, al menos de manera explícita. La cuantificación del daño moral constituye ciertamente un problema complejo, pero no parece que las Administraciones públicas estén significativamente mejor situadas que los Tribunales para resolverlo. Y, desde luego, resulta obvio que las autoridades administrativas competentes tienen fuertes alicientes para tomar decisiones sesgadas, tendentes a negar indebidamente la responsabilidad patrimonial de la Administración, y a otorgar compensaciones inferiores a las procedentes. Aunque dichas autoridades disparan con pólvora de rey, pagar indemnizaciones tiene para ellas un importante coste de oportunidad, pues el dinero que emplean aquí ya no pueden destinarlo a otros usos políticamente más rentables. XV. LA REVISIÓN EN CASACIÓN DE LA CUANTIFICACIÓN DEL DAÑO MORAL El Tribunal Supremo es muy reticente a revisar la cuantificación de las compensaciones por daños morales efectuada por los Tribunales de instancia, lo cual se corresponde con la deferencia que muestra hacia éstos a la hora de valorar las pruebas59, a la vista de las cuales dichos daños se evalúan. En sus propias palabras: “La fijación de la cuantía de la indemnización por los perjuicios morales sufridos, dado su componente subjetivo, queda reservada al prudente arbitrio del Tribunal de instancia, sin que sea revisable en casación siempre que éste haya observado los criterios jurisprudenciales de reparabilidad económica del daño moral y de razonabilidad en su compensación, ya que dicho recurso de casación… tiene como finalidad someter al conocimiento del Tribunal competente el examen de la interpretación y aplicación de las normas y de la jurisprudencia realizados por el Tribunal de instancia, tanto en relación con el proceso cuanto con la cuestión debatida en el mismo por motivos tasados”60. La razón que subyace en esta jurisprudencia es que cabe presumir que los Tribunales de instancia están mejor situados que el Supremo para apreciar las particulares circunstancias fácticas de cada caso, de las que fundamentalmente depende la cuantificación de los daños: 59 60 Vid. Andrés BETANCOR RODRÍGUEZ, La revisión casacional de la prueba en el contenciosoadministrativo, Civitas, Madrid, 2012. STS, 3ª, Secc. 6ª, 22.10.2001 (rec. 5096/1997, RJ 10094, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate). Vid. también, entre otras muchas, las SSTS, 3ª, Secc. 6ª, 10.10.2000 (rec. 5078/1997, RJ 7804, ponente: Juan Antonio Xiol Ríos); 14.3.2007 (rec. 8017/2002, RJ 1750, ponente: Margarita Robles Fernández); 1.2.2008 (rec. 4075/2003, RJ 954, ponente: José Manuel Sieira Míguez); 22.4.2008 (rec. 4569/2003, RJ 2040, ponente: Margarita Robles Fernández); 19.9.2008 (rec. 7412/2004, RJ 7100, ponente: Margarita Robles Fernández); 3.7.2009 (rec. 334/2009, RJ 6897, ponente: Juan Carlos Trillo Alonso). 26 En el caso resuelto por la STS, 3ª, Secc. 6ª, 22.10.2001 (rec. 5096/1997, RJ 10094, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate), la hija de la actora había fallecido al arrojarse desde la ventana de la habitación que ocupaba en una residencia pública de incapacitados. La recurrente alegaba que la compensación otorgada por el TSJ de Asturias (2.000.000 pesetas, 12.020,24 €) era “manifiestamente insuficiente en comparación con lo que el Tribunal Supremo había considerado razonable para reparar el pretium doloris por la muerte de un hijo en otros casos. El Tribunal Supremo desestima el recurso, advirtiendo que “aunque el Tribunal de Casación tenga un criterio distinto al de instancia respecto de la cuantía de la reparación de un concreto perjuicio moral, no le está permitido corregir la evaluación que hubiese efectuado el Tribunal sentenciador si éste ha respetado ese único requisito controlable en casación, que es la razonabilidad y la ponderación de la indemnización fijada en atención a los hechos declarados probados por la propia Sala de instancia, que en este caso declara… que la hija fallecida se encontraba internada, dada su oligofrenia severa, en un Centro Psiquiátrico desde el año 1982 cuando contaba con dieciséis años hasta su fallecimiento en julio de 1993 cuando iba a cumplir los veintiocho, y, si bien es cierto que quien, al parecer, acudía a visitarla a dicho Centro era sólo la madre, también le ha sobrevivido el padre, siendo aquélla exclusivamente quien en su propio nombre y derecho ejercita la acción resarcitoria al estar separada del progenitor de la fallecida, con lo que, por más que esta Sala del Tribunal Supremo haya señalado en otras supuestos análogos indemnizaciones superiores a la ahora determinada por la Sala de instancia, hemos de aceptar que la decisión recurrida ha sido adoptada ponderando las circunstancias concurrentes” [las cursivas son nuestras]. El Tribunal Supremo sólo corrige la cuantificación impugnada cuando la considera irrazonable, errónea o incoherente con los hechos considerados probados en la propia sentencia recurrida o estima que vulnera los criterios legales o jurisprudenciales eventualmente aplicables. Tal ocurre muy de vez en cuando, en “supuestos excepcionales”61, por lo general a favor de la víctima. Es, por ejemplo, el caso resuelto por la STS, 3ª, Secc. 6ª, 4.5.2005 (rec. 1241/2001, RJ 4903, ponente: Enrique Lecumberri Martí). Un niño de seis años había sufrido un accidente al caer de un muro cuando jugaba al “pilla pilla” con un compañero en un colegio, sufriendo graves secuelas físicas que le producían un grado de invalidez casi absoluta. Para fijar una indemnización de 90.000.000 pesetas (540.910,89 €), el Tribunal de instancia había tomado como referencia orientativa los baremos establecidos en la legislación de seguros, si bien también había considerado que algunos de los conceptos previstos en éstos –como los días en que el menor había estado de baja– no resultaban procedentes en el caso enjuiciado. El Tribunal Supremo estimó parcialmente el recurso de casación, por entender que los perjuicios derivados de los días de baja del menor sí debían tenerse en cuenta para cuantificar la indemnización por daño moral, incrementándola por ello en la cantidad resultante de multiplicar 7.368 pesetas (44,28 €) por día de baja hospitalaria y 3.158 (18,98 €) por día de baja no hospitalaria. En el caso enjuiciado por la STS, 3ª, Secc. 6ª, 13.7.2002 (rec. 2524/1998, RJ 7655, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate), la Audiencia Nacional había reconocido una indemnización de 750.000 pesetas (4.507,59 €) en concepto de daños psíquicos causados por la imposición a un militar de una sanción ilegal de cambio de destino, que le había ocasionado un severo cuadro depresivo por el que había estado de baja médica durante 679 días. El Tribunal Supremo estimó que la indemnización no era ponderada y razonable, “pues [resultaba] a razón de 1.104,56 pesetas [6,64 €] por día de baja, lo que no [tenía] parangón con las que de ordinario [señalaban] los Tribunales de Justicia por día de baja a consecuencia de una enfermedad”. Esta compensación estaba “en los confines entre lo simbólico y lo real, más próxima a lo primero que a lo segundo, de modo que [podía] calificarse de inusual y desacostumbrada sin que [existiesen] circunstancias que lo 61 STS, 3ª, Secc. 6ª, 13.7.2002 (rec. 2524/1998, RJ 7655, ponente: Jesús Ernesto Peces Morate). 27 [justificasen], salvo la declaración hecha en la sentencia… de que junto al expediente sancionador pudo haber otras causas determinantes del desequilibrio psíquico sufrido por el recurrente, pero, aun aceptando la concurrencia de otras causas en ese resultado, la moderación impuesta por ello, según lo declarado por la doctrina jurisprudencial… no [permitía] reducir a esa cifra de 750.000 pesetas la indemnización por una enfermedad psíquica tan grave como [era] la depresión, padecida durante casi dos años al haber sido víctima de una sanción contraria a derecho, aunque otras circunstancias hubiesen cooperado al desencadenamiento de esa situación patológica de tan larga duración”. En el caso decidido por la STS, 3ª, Secc. 4ª, 24.11.2009 (rec. 1493/2008, RJ 8084, ponente: Enrique Lecumberri Martí), a la actora, como consecuencia de complicaciones ocurridas en el curso de una interrupción voluntaria del embarazo por malformación grave del feto, se le había tenido que practicar una histerectomía. El Tribunal de instancia había apreciado un funcionamiento anormal del servicio sanitario por ausencia del debido consentimiento informado, fijando una compensación de 6.000 €. El Tribunal Supremo declara que aunque en casación no cabe “modificar el quantum indemnizatorio fijado por la Sala de instancia, salvo que concurran especialísimas circunstancias demostrativas de un ostensible y manifiesto error del Tribunal, en el supuesto que enjuiciamos la indemnización señalada por la sentencia recurrida por el daño moral es a todas luces insuficiente, pues no comprende o incluye, a fin de obtener una reparación integral, los perjuicios ocasionados a la recurrente por no concebir más hijos y los sufrimientos padecidos por aquélla al verse sometida ante tal angustiosa situación”, y establece una indemnización de 60.000 €. La STS, 3ª, Secc. 4ª, 12.11.2010 (rec. 5803/2008, RJ 8291, ponente: Santiago Martínez-Vares García) resolvió otro caso de responsabilidad civil por falta de consentimiento informado en la asistencia sanitaria. La actora había sido intervenida por una lumbociática y, tras diversas complicaciones, terminó sufriendo pérdida de sensibilidad en los miembros inferiores, afectación esfinteriana, canal estrecho lumbar y síndrome de cola de caballo. El TSJ de Madrid había fijado una indemnización de 6.000 €. El Tribunal Supremo estimó que “la Sentencia [impugnada incurría] en arbitrariedad porque [carecía] de la menor explicación acerca del por qué de la cantidad fijada como indemnización” y porque se alejaba “de los criterios establecidos para supuestos similares” por la jurisprudencia. Teniendo en cuenta las circunstancias del caso y, en particular, “la trascendencia que para la paciente supuso la ausencia del consentimiento”, “los antecedentes clínicos de la recurrente y su edad [59 años cuando ocurrieron los hechos]”, cifró la indemnización en 30.000 €. Véase, también, la arriba citada STS, 3ª, Secc. 4ª, 21.10.2011 (rec. 4161/2009, RJ 2012, 1417, ponente: Enrique Lecumberri Martí), relativa a un caso en el que la madre y la abuela de dos menores de edad se habían visto privadas de la compañía de éstas. Véase, asimismo, la STS, 3ª, Secc. 4ª, 3.12.2012 (rec. 815/2012, RJ 2013, 582, ponente: Ricardo Enríquez Sancho), ya citada, en relación con la relevancia de los baremos y la pérdida de una oportunidad. XVI. CONCLUSIÓN No puede afirmarse que el Tribunal Supremo emplee para cuantificar las compensaciones por daños morales causados por las Administraciones públicas criterios sustancialmente distintos a los utilizados cuando semejantes daños han sido ocasionados por sujetos privados. Cabe sostener, antes bien, que aquí no existen diferencias sistemáticas en uno u otro sentido. En ambos tipos de casos se observan parecidas prácticas, tendencias y factores, empezando por el anchísimo margen de discrecionalidad que los jueces suelen auto-concederse a la hora de 28 acometer esta tarea. Ni siquiera cuando se trata de daños que sólo pueden haber sido provocados por los poderes públicos, como los derivados de la prisión preventiva seguida de absolución, se aprecian diferencias notables. Las aportaciones creativas puntualmente efectuadas por los magistrados del orden jurisdiccional contencioso-administrativo respecto de algunos de esos supuestos, tales como, por ejemplo, la de la “doctrina de la progresión”, no han terminado de consolidarse como reglas jurisprudenciales aplicables específicamente sólo en este ámbito. Es probable que ello obedezca a la circunstancia de que la naturaleza administrativa o pública de la organización causante de un daño moral no justifica que la cuantificación del mismo deba someterse a un régimen jurídico especial. XVII. TABLA DE SENTENCIAS Sentencia Referencia Aranzadi Número de recurso Magistrado Ponente STS, 3ª, Secc. 3ª, 16.12.1994 11779/1990 RJ 10047 Benito S. Martínez Sanjuán STS, 3ª, Secc. 6ª, 28.2.1995 1902/1991 RJ 1489 Manuel Goded Miranda STS, 3ª, Secc. 6ª, 26.4.1997 7888/1992 RJ 4307 Jesús Ernesto Peces Morate STS, 3ª, Secc. 6ª, 10.6.1997 905/1993 RJ 4638 Pedro Antonio Mateos García STS, 5ª, 9.5.1998 100/1997 RJ 4950 José María Ruiz-Jarabo Ferrán STS, 3ª, Secc. 6ª, 21.1.1999 5264/1994 RJ 937 Francisco González Navarro STS, 3ª, Secc. 6ª, 4.2.1999 4614/1995 RJ 1614 Francisco González Navarro STS, 3ª, Secc. 6ª, 20.2.1999 6151/1994 RJ 3016 Jesús Ernesto Peces Morate STS, 3ª, Secc. 6ª, 29.3.1999 8172/1994 RJ 3783 Jesús Ernesto Peces Morate STS, 3ª, Secc. 6ª, 3.5.1999 1073/1995 RJ 4790 Francisco González Navarro STS, 3ª, Secc. 6ª, 29.5.1999 1458/1995 RJ 7259 Jesús Ernesto Peces Morate STS, 3ª, Secc. 6ª, 12.6.1999 2039/1995 RJ 7283 Jesús Ernesto Peces Morate STS 3ª, Secc. 6ª, 26.6.1999 2475/1995 RJ 7638 Jesús Ernesto Peces Morate STS 3ª, Secc. 6ª, 30.6.1999 3901/1995 RJ 6336 Francisco González Navarro STS, 3ª, Secc. 6ª, 5.2.2000 8960/1995 RJ 2171 Jesús Ernesto Peces Morate STS 3ª, Secc. 6ª, 13.11.2000 5003/1995 RJ 2001, 142 Jesús Ernesto Peces Morate STS, 3ª, Secc. 6ª, 10.10.2000 5078/1997 RJ 7804 Juan Antonio Xiol Ríos STS, 3ª, Secc. 6ª, 22.10.2001 5096/1997 RJ 10094 Jesús Ernesto Peces Morate STS, 3ª, Secc. 6ª, 13.7.2002 2524/1998 RJ 7655 Jesús Ernesto Peces Morate STS, 3ª, Secc. 6ª, 20.1.2003 7499/1998 RJ 2353 Francisco González Navarro STS, 3ª, Secc. 6ª, 26.1.2005 4928/2001 RJ 1164 Agustín Puente Prieto STS, 3ª, Secc. 6ª, 27.4.2005 3986/2001 RJ 4977 Agustín Puente Prieto STS, 3ª, Secc. 6ª, 28.9.2004 61/2004 RJ 5978 Santiago Martínez-Vares García STS, 3ª, Secc. 6ª, 21.10.2004 2830/2000 RJ 7337 Agustín Puente Prieto STS, 3ª, Secc. 6ª, 16.12.2004 2764/2001 RJ 2005, 682 Santiago Martínez-Vares García 29 STS, 3ª, Secc. 6ª, 4.5.2005 1241/2001 RJ 4903 Enrique Lecumberri Martí STS, 3ª, Secc. 6ª, 12.7.2005 552/2004 RJ 5123 Santiago Martínez-Vares García STS, 3ª, Secc. 6ª, 15.3.2006 2710/2002 RJ 5236 Agustín Puente Prieto STS, 3ª, Secc. 6ª, 21.3.2006 263/2002 RJ 5648 Margarita Robles Fernández STS, 3ª, Secc. 6ª, 20.9.2006 4882/2002 RJ 8813 Agustín Puente Prieto STS, 3ª, Secc. 6ª, 6.10.2006 1892/2002 RJ 7627 Enrique Lecumberri Martí STS, 3ª, Secc. 6ª, 2.11.2006 164/2005 RJ 7708 Agustín Puente Prieto STS, 3ª, Secc. 6ª, 7.2.2007 6246/2002 RJ 1745 Agustín Puente Prieto STS, 3ª, Secc. 6ª, 14.2.2007 6378/2002 RJ 2303 Agustín Puente Prieto STS, 3ª, Secc. 6ª, 14.3.2007 8017/2002 RJ 1750 Margarita Robles Fernández STS, 3ª, Secc. 6ª, 3.5.2007 1316/2003 RJ 3159 Margarita Robles Fernández STS, 3ª, Secc. 6ª, 22.5.2007 5771/203 RJ 5867 Margarita Robles Fernández STS, 3ª, Secc. 6ª, 26.9.2007 4767/2003 RJ 7458 Agustín Puente Prieto STS, 3ª, Secc. 6ª, 1.2.2008 4075/2003 RJ 954 José Manuel Sieira Míguez STS, 3ª, Secc. 4ª, 19.2.2008 2717/2005 RJ 1241 Segundo Menéndez Pérez STS, 3ª, Secc. 6ª, 22.4.2008 4569/2003 RJ 2040 Margarita Robles Fernández STS, 3ª, Secc. 6ª, 19.9.2008 7412/2004 RJ 7100 Margarita Robles Fernández STS, 3ª, Secc. 4ª, 21.1.2009 261/2006 RJ 772 Segundo Menéndez Pérez STS, 3ª, Secc. 6ª, 9.3.2009 8546/2004 RJ 2134 Luis María Díez-Picazo Giménez STS, 3ª, Secc. 6ª, 5.5.2009 10374/2004 RJ 5167 Luis María Díez-Picazo Giménez STS, 3ª, Secc. 6ª, 18.6.2009 4730/2007 RJ 6741 Santiago Martínez-Vares García STS, 3ª, Secc. 6ª, 3.7.2009 334/2009 RJ 6897 Juan Carlos Trillo Alonso STS, 3ª, Secc. 6ª, 18.9.2009 604/2007 RJ 7303 Juan Carlos Trillo Alonso STS, 3ª, Secc. 4ª, 24.11.2009 1493/2008 RJ 8084 Enrique Lecumberri Martí STS, 3ª, Secc. 6ª, 25.11.2009 6998/2005 RJ 8087 Agustín Puente Prieto STS, 3ª, Secc. 6ª, 24.3.2010 2430/2008 RJ 4526 Santiago Martínez-Vares García STS, 3ª, Secc. 6ª, 14.5.2010 650/2006 RJ 5061 Carlos Lesmes Serrano STS, 3ª, Secc. 4ª, 31.5.2010 3353/2008 RJ 5444 Celsa Picó Lorenzo STS, 3ª, Secc. 6ª, 23.6.2010 1640/2006 RJ 5842 Agustín Puente Prieto STS, 3ª, Secc. 6ª, 28.9.2010 3292/2006 RJ 6851 Luis María Díez-Picazo Giménez STS, 3ª, Secc. 4ª, 5.10.2010 6417/2008 RJ 6985 Segundo Menéndez Pérez STS, 3ª, Secc. 6ª, 8.10.2010 4723/2006 JR 7211 Luis María Díez-Picazo Giménez STS, 3ª, Secc. 6ª, 20.10.2010 3605/2006 RJ 7415 Agustín Puente Prieto STS, 3ª, Secc. 6ª, 3.11.2010 3857/2006 RJ 8239 Agustín Puente Prieto STS, 3ª, Secc. 6ª, 12.11.2010 2801/2006 RJ 8300 Juan Carlos Trillo Alonso STS, 3ª, Secc. 4ª, 12.11.2010 5803/2008 RJ 8291 Santiago Martínez-Vares García 30 STS, 3ª, Secc. 6ª, 22.11.2010 4674/2006 RJ 8620 Carlos Lesmes Serrano STS, 3ª, Secc. 4ª, 24.11.2010 2430/2008 RJ 4526 Santiago Martínez-Vares García STS, 3ª, Secc. 4ª, 25.5.2011 5513/2006 RJ 2012, 415 Segundo Menéndez Pérez STS, 3ª, Secc. 4ª, 15.7.2011 5354/2009 RJ 6536 Enrique Lecumberri Martí STS, 3ª, Secc. 4ª, 19.7.2011 353/2010 RJ 6652 Antonio Martí García STS, 3ª, Secc. 4ª, 30.9.2011 3536/2007 RJ 2012, 1034 Segundo Menéndez Pérez STS, 3ª, Secc. 4ª, 7.10.2011 6288/2009 RJ 7510 Antonio Martí García STS, 3ª, Secc. 4ª, 21.10.2011 4161/2009 RJ 2012, 1417 Enrique Lecumberri Martí STS, 3ª, Secc. 4ª, 8.11.2011 6281/2009 RJ 2012, 1997 Antonio Martí García STS, 3ª, Secc. 4ª, 8.11.2011 6935/2009 RJ 2012, 1080 Antonio Martí García STS, 3ª, Secc. 4ª, 22.12.2011 6222/2010 RJ 2012, 3003 Celsa Picó Lorenzo STS, 3ª, Secc. 4ª, 2.1.2012 5367/2010 RJ 4 Santiago Martínez-Vares García STS, 3ª, Secc. 4ª, 17.4.2012 975/2010 RJ 5836 Antonio Martí García STS, 3ª, Secc. 4ª, 24.4.2012 6455/2010 RJ 6205 Antonio Martí García STS, 3ª, Secc. 4ª, 3.5.2012 2389/2011 RJ 6473 Antonio Martí García STS, 3ª, Secc. 4ª, 16.5.2012 3600/2011 RJ 9096 Antonio Martí García STS, 3ª, Secc. 4ª, 22.5.2012 4677/2010 RJ 6925 Antonio Martí García STS, 3ª, Secc. 4ª, 5.6.2012 3079/2011 RJ 7241 Ricardo Enríquez Sancho STS, 3ª, Secc. 4ª, 6.6.2012 3713/2011 RJ 8247 Enrique Lecumberri Martí STS, 3ª, Secc. 4ª, 11.6.2012 4061/2011 RJ 7329 Antonio Martí García STS, 3ª, Secc. 4ª, 11.7.2012 5146/2011 RJ 7816 Celsa Picó Lorenzo STS, 3ª, Secc. 4ª, 17.7.2012 4066/2011 RJ 8293 Segundo Menéndez Pérez STS, 3ª, Secc. 6ª, 28.11.2012 4321/2010 RJ 2013, 461 Carlos Lesmes Serrano STS, 3ª, Secc. 4ª, 3.12.2012 815/2012 RJ 2013, 582 Ricardo Enríquez Sancho STS, 3ª, Secc. 4ª, 20.11.2012 3470/2011 RJ 2013, 310 Ricardo Enríquez Sancho 1380/2002 JUR 246224 José Luis Terrero Chacón 219/2004 JUR 2006, 122154 Isabel García García-Blanco 1160/2001 JUR 2007, 108690 Ruperto Martínez Morales 15/2003 RJCA 2008, 195 Joaquín Sánchez Ugena 1221/2003 JUR 245529 Victoriano Valpuesta Bermúdez 28/2005 JUR 2010, 79135 Eloy Méndez Martínez SAN, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 18.5.2004 SAN, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 10.11.2005 STSJ Andalucía, Sevilla, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 5.4.2006 STSJ Andalucía, Sevilla, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 7.11.2007 STSJ Andalucía, Sevilla, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 7.2.2008 STSJ Andalucía, Sevilla, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 22.10.2009 31 STSJ Andalucía, Sevilla, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 30.9.2010 STSJ Andalucía, Granada, Cont.-Adm., Secc. 1ª, 21.1.2013 STSJ Andalucía, Sevilla, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 23.5.2013 STSJ Andalucía, Granada, Cont.-Adm., Secc. 1ª, 30.9.2013 STSJ Cataluña, Cont.-Adm., Secc. 4ª, 30.4.2010 STSJ Cataluña, Cont.-Adm., Secc. 4ª, 21.3.2012 STSJ Cataluña, Cont.-Adm., Secc. 4ª, 12.12.20012 STSJ Galicia, Cont.-Adm., Secc. 3ª, 22.11.2005 STSJ País Vasco, Cont.Adm., Secc. 3ª, 16.11.2006 AAP Sevilla, Civil, Secc. 6ª, 30.12.2005 801/2008 JUR 2012, 6405 Victoriano Valpuesta Bermúdez 515/2004 JUR 183565 José Pérez Gómez 217/2011 JUR 306257 Juan Pedro Jiménez Jiménez 1971/2007 JUR 375632 Beatriz Belindo Sacristán 730/2006 JUR 299140 María Abelleira Rodríguez 103/2009 JUR 209584 Joaquín Borrell Mestre 94/2009 8013/2003 JUR 2013, 196381 JUR 2005, 123942 Joaquín Borrell Mestre Gonzalo de la Huerga Fidalgo 2253/2000 JUR 2007, 90500 Ricardo Lázaro Perlado 5785/2005 JUR 2006, 33880 Ruperto Molina Vázquez XVII. 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